Beatriz Veterano
Registrado: 01 Oct 2005 Mensajes: 6434
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Publicado:
Sab Jul 22, 2006 4:33 pm Asunto:
Tema: ESCUELA DE TEOLOGIA FEMINISTA |
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CarlosR26† escribió: | Petnapet escribió: | CarlosR26† escribió: | CarlosRod escribió: | Maru y tylly:
Nomás entren a este link, para que vean,
http://www.efeta.org/pdf/mercedes_arriaga_inter_jornadas.pdf
Es del mismo grupo efeta.
Hay de teologías feministas a teologías feministas,
como lo dice la pontificia comisión biblica.
No son un grupo de mujeres estudiando teología, sino un grupo de mujeres estudiando teología feminista. |
O sea la manera de reinterpretar los textos de la biblia a la luz que mas les convenga...  |
Quiás se lleva haciendo así a lo largo de la historia, ¿por qué negar el derecho a una posible "malinterpretación" más? |
Por la manera en como se escribio lo que hoy llamamos biblia, que no es mas que poner por escrito algo que comenzo como TESTIMONIO, el cual no puede estar sujeto a interpretaciones sobre el texto, si no sobre el sentido que ofrece ese testimonio de salvacion
Saludos |
Ya que el tema se abrió mencionando a EFETA, estuve leyendo el enlace que publicó CarlosRod de una teóloga feminista que pertenece a esta institución: Mercedes Arriaga Flórez.
Dice Mercedes Arriaga Flórez (en rojo):
“No importa si somos católicas o no lo somos, ni cual sea nuestra religión, o si somos ateas o paganas. Lo que queremos es apropiarnos del terreno de nuestras almas, espíritu, karma, imaginación, da igual que como queramos llamarlo, y para hacerlo primero habrá que hacer un poco de limpieza y relativizar, poner en duda, meter entre paréntesis, o quizás borrar para siempre los preceptos, las normas, los pecados, las culpas que otros han inventado para nosotras haciéndolos pasar por la voluntad de Dios”
Relativismo puro. .”poco importa si somos católicas o no”, “ni cual sea nuestra religión”, “o si somos paganas o ateas”. Si, poco importa si Jesús no reina en nuestros corazones, poco importa si nos condenamos o nos salvamos. Todo importa poco, todo es relativo…
Claro, poniendo en duda todo ya nadie sabe cuál es la voluntad de Dios…qué desastre!
Que Dios nos libre de vivir una orfandad espiritual de esta naturaleza!
“Tampoco hace falta recordar que muchas mujeres en Europa como Margarita Porete, Hildegarda de Bingen, Angela da Foligno, Teresa de Cartagena, Isabel de Villena, mientras la Iglesia Católica se en Guerras e intereses bastante terrenales, fueron las iniciadoras de una espiritualidad sin intermediarios, una espiritualidad en la que las jerarquías eclesiásticas, todos hombres, son anulados como interlocutores, son desposeídos de su poder de jueces y controladores, una espiritualidad en la que el alma se impregna del amor divino y goza de su presencia sin intermediarios”
Lo que está subrayado no es verdad.
Margarita Porete si creia en una espiritualidad sin intermediarios. Era miembro de “las Beginas o Beguinas” que fue una comunidad de mujeres que decidieron vivir juntas, libres, activas, solidarias y sin jerarquías. Todo esto esta bien y son libres de vivir asi pero el problema está en que se oponían también al Magisterio y a la Jerarquía de la Iglesia al considerar la experiencia religiosa como una relación inmediata con Dios, que ellas podían expresar con voz propia sin tener que recurrir a la interpretación eclesiástica de la palabra divina.
En cambio las demás mujeres fueron todas religiosas. Por lo menos de Hildegarda de Bingen, declarada santa por la Iglesia, de la Beata Angela de Foligno y de Isabel de Villena nadie podría decir que creian en una espiritualidad sin intermediarios.
Santa Hildegarda de Bingen
http://es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=12523
Hildegarda de Bingen, Santa
Biografía, 17 de septiembre
Septiembre 17
Etimológicamente significa “guerrera vigilante”. Viene de la lengua alemana.
Todo creyente es tentado, pasa por pruebas difíciles y dolores. Es la única forma de avanzar por la senda de la santidad.
La santidad no es patrimonio de ricos o pobres. Es de todos aquellos que quieren vivir la alegría del espíritu. Si hoy la civilización tecnológica avanza, la espiritual está sufriendo un retroceso.
Hildegarda era hija de una familia noble alemana. Desde pequeña se le confió su educación integral a los monjes y monjas del monasterio.
Al terminar sus estudios y ver que su inclinación era ser monja, se le admitió en el monasterio del que llegó a ser una santa abadesa de la comunidad de Eibingen.
Era tanto el celo evangélico que ardía en sus venas que no dejaba de viajar, predicar la Palabra de Dios en las catedrales, conventos y asistía a todas las fiestas en la que hubiese una coronación real o episcopal.
Una de las cosas por las que más luchó fue por la reforma de la Iglesia.
Desde que era niña, tuvo visiones del cielo, pero por obediencia no las pudo dejar escritas.
Por ejemplo, sus narraciones apocalípticas dan del universo una sorprendente visión de modernidad en la que la ciencia actual puede reconocerse (creación continua, energía oculta en la materia, magnetismo).
¿Dónde está lo esencial de su pensamiento?
Lo fundamental se basa en la lucha entre Cristo y el príncipe de este mundo, en el corazón de un cosmos concebido como una sinfonía invisible.
De ella tomó Dante la visión de la Santísima Trinidad.
Murió en el año 1179.
Otros rasgos importantes de Santa Hildegarda:
Tomado de: http://www.hildegardadebingen.com.ar/Hildegarda_maestra.htm
II. Hildegarda, maestra
Destacaremos, en primer lugar, algunos de sus rasgos –excepcionales para su época– que nos la mostrarán como maestra de doctrina y de vida, a través de sus diversas actividades.
• Fue, en siglos, la única mujer a la que se reconoció autoridad en materia de doctrina cristiana.Obispos, sacerdotes, abades y abadesas, pero también los príncipes de la tierra le escriben consultándole sobre temas religiosos, éticos, de dirección espiritual... Tan pronto se le solicitan profecías como prácticas para expulsar demonios o bien se le someten cuestiones teológicas. El maestro de teología y más tarde obispo Odo de Soissons, por ejemplo, la consulta: "Tenemos la confianza de pedirte algo: muchos sostienen que la paternidad y la divinidad de Dios son atributos de Dios, pero no son Dios mismo. No tardes en exponernos y transmitirnos lo que sepas de esto desde la visión celestial." Se trata de una tesis de Gilberto Porretano, discutida por entonces en las escuelas y en el concilio de Reims (1148). Ebehard, obispo de Bamberg, le pide una exposición sobre si "en el Padre habita la eternidad, en el Hijo la igualdad, en el Espíritu Santo la unión de eternidad e igualdad"(7). Los monjes de su primera morada religiosa le piden una biografía de su santo fundador, San Disibodo, y para los monjes cistercienses de Villers escribe 38 Solutiones Quaestionum (respuestas a cuestiones –no a todas, por la falta de salud y de tiempo de la abadesa– sobre textos de la Sagrada Escritura, propuestas a través del secretario de Hildegarda, Guiberto de Gembloux). Y son sólo algunos ejemplos.
• Fue la primera mujer que recibió autorización explícita del Papa para escribir obras teológicas. Mientras escribía su primera gran obra, Scivias ("Conoce los caminos del Señor")( –que finalizará hacia 1146-47–, Hildegarda escribe a San Bernardo, le habla de su capacidad visionaria y, llena de temor e insegura le pide ayuda espiritual y consejo; San Bernardo le responde brevemente, recomendándole humildad y encomendándose a sus oraciones. Sin embargo un año después influirá sobre su discípulo cisterciense, ahora Papa Eugenio III(9), para la aprobación del escrito de la abadesa(10). El Papa conoció el manuscrito incompleto, en el tiempo mismo de su redacción, y lo leyó durante el sínodo que presidía ante la asamblea reunida; luego escribió a Hildegarda ordenándole continuar su tarea. En su obra la visionaria subrayaba el origen divino del matrimonio, la santidad de la Eucaristía y la dignidad del presbiterado, puntos éstos muy atacados por los cátaros; a combatirlos dedicará Hildegarda gran parte de su actividad, en diversos ámbitos. Puede resultar interesante aquí recordar dos hechos, casi podríamos decir coincidencias, en relación con Santo Tomás. El primero de ellos es el tema de los cátaros, que mucho tuvo que ver con los dominicos, porque ésta fue una de sus primeras misiones, en eso de "estudiar para predicar". El otro hecho, ya más directamente referido al Angélico, es el recuerdo de sus inicios como maestro en la Universidad de París (1256), ocasión en que también él recibe el aval de un Papa, del Papa Alejandro IV, necesario por otra parte dado que no tenía aún la edad reglamentaria, y por la manifiesta hostilidad de los maestros seculares(11).
• Fue la única mujer que gozó del privilegio de predicar en iglesias y en plazas al clero y al pueblo(12). Tres giras de predicaciones tienen lugar entre 1158 y 1163, y la cuarta en 1172; Matthew Fox(13) dice en que en alguna habría llegado a Tours y a París(14), pero Régine Pernoud(15) señala como erróneo este dato, proveniente de alguna biografía de la santa. Lo cierto es que quien viajó a París fue el secretario de Hildegarda, Guiberto de Gembloux, quien habría mostrado los escritos de la abadesa a los maestros de las escuelas parisinas(16), donde ya eran muy conocidos, según aparece en una carta de Juan de Salisbury (1167) cuyo fragmento trae Heinrich Schipperges(17): "Envíame las visiones y profecías de la bienaventurada y celebrada Hildegarda, quien vive entre vosotros. Ella me parece sumamente digna de renombre y respeto, en especial desde que nuestro Señor [el Papa Eugenio III] la ha abrazado con afecto y confianza particularmente cálidos"(1 . Santo Tomás, quien pudo haber oído hablar de Hildegarda en la abadía benedictina de Montecassino y en el Estudio de los dominicos en Colonia, tuvo entonces su tercera oportunidad en París. Pero volvamos a Hildegarda y sus predicaciones. Clero y pueblo escucharán admirados a esa monja que se dirige a ellos en lugares abiertos o bien en los templos. "Ésta es una faceta muy interesante de la personalidad de Hildegarda, un hecho singular que conocemos a través de la correspondencia a que dio lugar. Su presencia era solicitada por los sacerdotes y sus obispos, y también por los abades de los monasterios, conocedores todos ellos de su fama cimentada en su carácter de visionaria, en su vasta cultura –que ella afirmaba no poseer– y en la claridad de su vida. Pero Hildegarda, si bien respondía a los requerimientos, no los sentía como un halago sino como una misión, y hablaba sin concesiones advirtiendo al clero su negligencia en lo que hacía a practicar el bien y enseñarlo, y señalando los males que aquejaban a la Cristiandad y que interpretaba como advertencias divinas para la conversión, antes del castigo"(19).
• Fue la primera autora de una pieza dramática moral, con música, única en el siglo XII que no es anónima. "La música ya estaba presente en la primera obra de Hildegarda, Scivias, que finaliza con un esbozo de drama musical cuyo tema es moral: la lucha del hombre que peregrina en la tierra, acechado por el demonio y defendido por las virtudes, hasta que victorioso llega al Cielo. Hacia 1152 el esbozo tendrá forma acabada en Ordo virtutum ("El orden de las virtudes"), el más antiguo drama litúrgico cantado (a excepción de los textos que corresponden al demonio, quien por su espíritu opuesto a toda armonía no puede cantar), que habría sido estrenado en la dedicación de la iglesia del monasterio en Rupertsberg, y representado posteriormente en ocasión de la profesión de las novicias"(20). La música está presente durante toda la vida de Hildegarda, que por ella eleva su última voz en la famosa carta a los prelados de Maguncia, a propósito del interdicto que éstos lanzaran contra la abadesa y su monasterio(21). Porque la música, importante de suyo en la liturgia benedictina, lo es por otros motivos para Hildegarda: para ella, toda la creación es musical, el cosmos, el hombre, los coros angélicos son una sinfonía de alabanza a Dios. Y en el estado de vida presente, luego de la caída original, es la música y el canto lo que eleva al hombre al recuerdo de su condición primera y le permite desear el retorno a la armonía primera con su Creador. Por eso, impedir la música es obra del diablo, y quienes no permitan aquí esta alabanza a Dios, no tendrán parte en ella en la vida futura.
• Fue la primera santa cuya biografía oficial incluye párrafos autobiográficos, en primera persona. La Vita Sanctae Hildegardis es una biografía compuesta por Godofredo de San Disibodo, quien inició la composición de la obra en vida de Santa Hildegarda, en previsión del proceso de canonización que sin duda habría de iniciar la comunidad(22), hecho que habla del reconocimiento de su vida y de su obra; la muerte de Godofredo, anterior a la de la abadesa, dio lugar a Teodorico de Echternach, quien la continuó pocos años después de la muerte de Hildegarda e incluyó en el libro II de su trabajo extensos párrafos autobiográficos dictados por Hildegarda misma a su anterior biógrafo.
• Fue autora de una vasta obra, de carácter enciclopédico. A las ya aludidas Scivias (primera obra de su gran trilogía) y Ordo virtutum podemos añadir –sin ser exhaustivos– su segunda obra profética, el Liber vitae meritorum ("Libro de los méritos de la vida"), descripción de la vida cristiana en términos del combate espiritual entre virtudes y vicios –que retoma el tema de la Psicomaquia de Prudencio (siglo IV), pero en el contexto de una visión cristológica–, y la tercera, Liber divinorum operum ("Libro de las obras divinas"), verdadera teología del macrocosmos y del hombre como microcosmos –ambos en íntima correspondencia expresada en forma de paralelismos–, del hombre como cima de la creación divina y espejo del esplendor del mundo. "Son notables sus escritos médicos: Liber simplicis medicinae o Physica, y el Liber compositae medicinae o Causae et curae, en los que trata de los elementos de la naturaleza; de las divisiones de las cosas creadas; del cuerpo humano y sus alimentos; de las causas, síntomas y tratamientos de las enfermedades y, además, propone y trabaja finamente una tipología femenina según los cuatro temperamentos tradicionales, pero distinguiendo entre varón y mujer y relacionando sus observaciones con las características sexuales de uno y otro. También toma en cuenta para su análisis la condición social y la educación de la mujer, y lo mismo hace cuando aborda el estudio del amor humano –que valora grandemente, en contraste con la opinión de su época– combinando características fisiológicas y psíquicas. Tratamiento audaz, innovador y realista del tema, por cierto"(23). La medievalista Régine Pernoud, en su libro Hildegarde de Bingen. Conscience inspirée du XIIe siècle, se refiere a los conocimientos médicos de Hildegarda(24), que ubica en una adecuada perspectiva: formaba parte de las preocupaciones de una abadesa benedictina del siglo XII el interés por la medicina y su práctica, ya que a su cargo estaba el cuidado de la salud de las religiosas y del personal, principalmente campesinos y artesanos, que habitaban y trabajaban en dependencias del monasterio. Pero Hildegarda presenta otro enfoque, ya que ella buscaba en todo momento establecer relaciones entre el Creador y Su creación, entre la creación y la recreación salvadora, entre la naturaleza y los seres humanos a través de la historia de la salvación (personal y cósmica): el desorden del hombre, el pecado, la maldad, perturban a la naturaleza que se torna adversa; sólo la restauración interior del hombre le permitirá vivir en armonía con ella, en salud. Y haremos también mención del Comentario a la Regla de San Benito, al Prólogo de San Juan, la Sinfonía de la armonía de las revelaciones celestiales (alrededor de setenta piezas musicales), etc. Y una copiosísima correspondencia, con Papas, reyes, nobles, religiosos, sabios..., con todos. No podemos dejar de traer a la memoria la vastísima obra del Aquinate, una gran parte de la cual tiene carácter docente (en su concepción, en su modo de desarrollo, en su oportunidad...).
• Para Hildegarda, el punto de partida de toda actividad suya fue siempre una visión: de manera excepcional en cuanto al modo(25), Hildegarda de ordinario tiene sus cenestésicas visiones en estado de vigilia, sin pérdida de conocimiento (sólo en una ocasión parece haber entrado en éxtasis). Habla de la "sombra de la luz viva", donde habitualmente ve, y de la luz viva misma, donde ve en raras ocasiones. Veamos cómo describe su vivencia en el final del Liber vitae meritorum: "El hombre que ve estas cosas y las transcribe ve y no ve; siente las cosas terrestres y al mismo tiempo no las siente. No es por sí mismo como presenta las maravillas de Dios, sino que es agarrado como una cuerda por la mano del músico para producir un sonido que no viene de él, sino del toque de otro"(26). Ésta es la fuente de sus conocimientos, y la razón de su autoridad. En sus obras escritas, en las predicaciones y también en su correspondencia cuando ése es el caso, Hildegarda mantiene el mismo esquema de trabajo. Comienza con una visión, "Y yo vi", que describe vívidamente, y luego viene la explicación de la visión, encabezada por la frase "Yo oí una voz del cielo que me decía", al modo de los profetas bíblicos. La visionaria añade en la explicación elementos que no aparecen en la descripción primera. A veces habla en primera persona, y es la voz de Dios ("Mi Hijo Jesucristo"), pero habitualmente predomina la tercera persona. Cada visión se cierra con una fórmula admonitoria para el lector ("Estas cosas proferidas sobre las almas de los penitentes... son verdaderas; permite al creyente atenderlas y reunirlas en la memoria del buen conocimiento"), o bien una exhortación para los oyentes. Siguiéndose de lo anteriormente dicho, es claro que las imágenes son el medio de transmisión de los contenidos, y no sólo su ilustración. Son imágenes cenestésicas, riquísimas y muy elaboradas que, en los libros primero y tercero de su gran trilogía, ilustran además pictóricamente las visiones de Hildegarda(27). Y no falta la música, que adopta la forma de bóvedas o arcos de elevación, dilatando y contrayendo las frases melódicas entre extremos de un registro muy ancho, con un efecto de altísima espiritualidad. Sin negar la razón, sin dejar de trabajarla cuando la argumentación se impone, nuestra maestra busca llegar a la totalidad del ser humano, involucrar todas sus capacidades: también los sentidos, la afectividad...
• Fue, finalmente, maestra de sus religiosas, a quienes en todo momento "fortalecí y atrincheré con las palabras de la Sagrada Escritura y la disciplina de la Regla y un modo de vida santo"(2 . Fue maestra de obispos, sacerdotes y religiosos y pueblo a través de la predicación, que tuvo como temas centrales por una parte, la denuncia y refutación de la herejía de los cátaros en sus múltiples errores doctrinales y aquellos otros que obedecían tan sólo a la mala fe y a la apetencia de poder y, por otra parte, la corrupción del clero y la reforma de las costumbres: los escandalosos concubinatos de sus sacerdotes, la simonía, el descuido de la oración habían motivado la inclinación de los escandalizados católicos hacia la secta de los cátaros, que proclamaba pobreza evangélica y pureza de costumbres. Fue maestra de todos, a través de la abundantísima correspondencia que, como ya dijimos, mantuvo con Papas, reyes, nobles señores, religiosos, teólogos y filósofos, sobre los temas más variados. Sobre los temas más variados y para todos, fue también maestro Santo Tomás de Aquino, el Doctor Communis.
7. Cirlot, Victoria (ed.). Vida y visiones de Hildegard von Bingen. Madrid: Siruela, 1997, p. 149
8. Si bien puede ser considerada sólo una obra teológica que incluye aspectos éticos, comentario bíblico, historia sagrada, cosmología y discusiones en torno a la Santísima Trinidad y a la redención por Cristo, su originalidad estriba en que responde a una visión de Hildegarda, y no una visión en éxtasis sino en estado de vigilia, con el pleno uso de sus sentidos (uso que se nota en la descripción de lo que ve y oye)
9. El Papa presidía un sínodo de obispos en Trier (noviembre de 1147 - febrero de 1148).
10. El Papa aprobó también la Cosmografía de Bernardo Silvestre. En la misma década eran declarados incursos en herejía Pedro Abelardo, Guillermo de Conches y Gilberto de Poitiers, vigorosamente combatidos por Bernardo de Claraval.
11. No hacia Santo Tomás, sino hacia los religiosos mendicantes.
12. Tenemos al respecto noticia de la desautorización expresa de tal práctica en el caso de las abadesas de las diócesis de Palencia y de Burgos. En 1210 Inocencio III ordena a los obispos que no consientan a las abadesas bendecir a las religiosas, oírlas en confesión ni predicar públicamente. Véase Lizoain Garrido, José Manuel. Documentación del Monasterio de Las Huelgas de Burgos (1116-1230). Burgos: Ed. J.M. Garrido, 1985. LIII + 363 p. (Fuentes medievales Castellano-Leonesas, 30).
13. Fox, Matthew. Illuminations of Hildegard of Bingen. Text by Hildegard of Bingen with commentary by Matthew Fox, O.P. Santa Fe, New México: Bear & Company. 128 p.
14. Ibíd., p. 8.
15. Pernoud, Régine. Hildegarde de Bingen. Conscience inspirée du XIIe siècle. 2me. éd. Paris: Éd. Du Rocher, 1995. 221 p.
16. Ibíd., p. 134.
17. Schipperges, Heinrich. The World of Hildegard of Bingen. Her Life, Times and Visions. Transl. by John Cumming. Collegeville, Minnesota: The Liturgical Press, 1998. 160 p.
18. Ibíd., p. 57.
19. Fraboschi, Azucena Adelina. "Hildegarda de Bingen: una mujer para el siglo XX", 51-52. STYLOS. 1999; 8 ( : 41-58.
20. Ibíd., 57.
21. Esta carta incluye una verdadera interpretación teológica de la música.
22. Tres Papas tomaron a su cargo el proceso de canonización, que no prosperó por la dificultad para comprobar los milagros: Gregorio IX e Inocencio IV en el siglo XIII, y Juan XXII en 1317. Sin embargo su culto se impuso y las crónicas de la época se referían a ella como "Santa Hildegarda". En el siglo XV la representaban como tal pinturas y esculturas, y al siglo siguiente la encontramos en el muy usado martirologio romano de Baronius. En 1940 el Vaticano aprobó oficialmente la celebración de su fiesta (17 de septiembre) en todas las diócesis alemanas, y hay propuestas para nombrarla "Doctor de la Iglesia" en reconocimiento de sus obras teológicas. En ocasión de celebrarse el octavo centenario de su nacimiento, dijo Juan Pablo II: "Dotada de especiales dones celestes en su tierna edad, Santa Hildegarda penetró sabiamente en los secretos de la teología, la medicina, la música y las otras artes, escribió muchos libros sobre estos temas y llevó a la luz el vínculo entre la creación y la redención".
23. Fraboschi, Azucena Adelina, art. cit., 49.
24. Pernoud, Régine, ob. cit., p. 117-131 (Chap. VII: Les subtilités de nature).
25. En una carta conocida como "De modo visionis suae", dirigida al monje Guiberto de Gembloux, explica el tema sin reticencias.
26. Épiney-Burgard, Georgette; Zum Brunn, Émilie. Mujeres trovadoras de Dios. Una tradición silenciada de la Europa medieval. Barcelona: Paidós, 1998, p. 42.
27. Los dibujos: son inusitados para su época, audaces, y con ciertas características muy definidas, como por ejemplo la permanente presencia de zonas luminosas –habitualmente "fuego brillante"– y zonas oscuras –"fuego tenebroso"–; el rojo como color predominante; el uso de la forma circular para indicar la presencia de la divinidad Una y Trina, la actividad divina, la energía vital que anima al mundo entero, y la forma rectangular con la que se refiere a lo ordenado y estructurado, a la Iglesia, a la Jerusalén celestial.
28. Vita II, 12.
29. Schipperges, H., ob. cit., p. 117.
Tomado de: http://www.corazones.org/santos/angela_foligno.htm
Beata Ángela de Foligno
Fiesta: 4 de enero
(1249-1309)
Le toca vivir una época en que Federico II estaba en guerra con el papado, el cual tenía poder temporal. Su ciudad, Foligno, favorecía al emperador y era anticlerical. Muy probablemente este espíritu se respiraba en el hogar de Angela quien dirá después que en su madre encontraba gran obstáculo para la conversión. Era también tiempo de cruzadas. Pero ya comienza a vislumbrarse el Renacimiento con sus buenas y malas características. El hombre siente ser centro de todo y se aleja de Dios.
Ella conoció esta tirantez muy de cerca. Fue pecadora en un principio pero terminó su vida santa. Nace muy acomodada y se apega a las riquezas no solo de niña sino también ya como mujer casada y con varios hijos. Mas tarde lo confesará muy arrepentida.
Sin embargo, hacia el año 1285, Foligno está bajo el Papa. Ángela esta en sus treinta y por fin, los pecados de su juventud comienzan a producirle dolor en el corazón. Es entonces que pierde a su madre, a su marido y a sus hijos. Busca entonces a Dios, pero al principio sin apartarse del todo del pecado. Hace comuniones sacrílegas ya que no está dispuesta aun a confesar sinceramente sus pecados. Pero entra en lucha interior.
Vive cerca de Asís y el ejemplo de Francisco le reta. Un día en que se encontraba atormentada por remordimientos de conciencia, pidió a san Francisco que le sacara de aquellas torturas. Poco después entró en la iglesia de San Feliciano mientras predicaba un franciscano. Se sintió tan conmovida que, al bajar el predicador, se postró ante su confesionario, y, con gran compunción, hizo confesión general de toda su vida, quedando muy consolada. Era el año 1285.
Del fraile, llamado Arnaldo, poco se conoce pero sabemos que pasó a ser su confesor, su director y su confidente espiritual. Gracias a sus cartas conocemos a la beata Ángela. Se trata del "Memorial de fray Arnaldo", tesoro de teología espiritual que nos lleva hasta el año 1296, en que se consuman sus admirables ascensiones hasta la contemplación del misterio de la Santísima Trinidad. Tiene muchas visiones místicas las cuales ella confiesa que no se pueden explicar adecuadamente con nuestros conceptos humanos.
Ella enseña que todos los cristianos deben intentar subir la cuesta de la montaña espiritual; todos están llamados a ejercitarse en la vida ascética, mediante la posesión de las virtudes cristianas y la práctica de la perfección.
Hay entrar en la ascética y la mística siendo las dos mitades, inicial y terminal respectivamente, de una misma vida espiritual. «Y que nadie se excuse con que no tiene ni puede hallar la divina gracia, pues Dios, que es liberalísimo, con mano igualmente pródiga la da a todos cuantos la buscan y desean».
Escribió sobre el laborioso proceso de su conversión, desde que comenzó a sentir la gravedad de sus pecados y el miedo de condenarse hasta el momento en que al oír hablar de Dios se sentía presa de tal estremecimiento de amor, que aun cuando alguien suspendiera sobre su cabeza una espada, no podía evitar los movimientos.
Además de la Autobiografía tomada por fray Arnaldo, se le atribuyen a la beata unas exhortaciones, algunas epístolas y un testamento espiritual.
Espiritualidad de la Cruz
La espiritualidad de Angela ofrece modalidades nuevas, dentro de lo franciscano; pues mientras el cristocentrismo de la escuela franciscana, en general, se orienta hacia la Encarnación, para la beata Ángela todo gira en torno a la cruz. La pasión y muerte de Cristo es la demostración más grande de amor que el Hijo de Dios ha podido dar a los hombres. Cristo desde la cruz es el Libro de la Vida, como lo llama ella, en el cual debe leer todo aquel que quiera encontrar a Dios.
Sobre la cruz escribe «En esta contemplación de la cruz ardía en tal fuego de amor y de compasión que, estando junto a la cruz, tomé el propósito de despojarme de todas las cosas, y me consagré enteramente a Cristo.»
La estricta pobreza de espíritu era la señal en que ella descubre los verdaderos discípulos de Cristo. Muchos se profesan de palabra seguidores de Cristo; pero en realidad y de hecho abominan de Cristo y de su pobreza.
El Corazón de Jesús
Junto a la cruz, la beata Ángela aprendió a ser la gran confidente del Sagrado Corazón de Jesús, siglos antes que santa Margarita María recibiera los divinos mensajes. «Un día en que yo contemplaba un crucifijo, fui de repente penetrada de un amor tan ardiente hacia el Sagrado Corazón de Jesús, que lo sentía en todos mis miembros. Produjo en mí ese sentimiento delicioso el ver que el Salvador abrazaba mi alma con sus dos brazos desclavados de la cruz. Parecióme también en la dulzura indecible de aquel abrazo divino que mi alma entraba en el Corazón de Jesús.» Otras veces se le aparecía el Sagrado Corazón para invitarla a que acercase los labios a su costado y bebiese de la sangre que de él manaba. Abrasada en este amor, experimentaba deseos de padecer martirio por Cristo.
La Eucaristía
Ella comprendió que el amor que Cristo crucificado se perpetúa en la Santa Misa. Era pues devotísima a la Eucaristía. Tuvo muchas visiones en el momento de la consagración, o durante la adoración de la sagrada Hostia.
Siete consideraciones dedica a la ponderación de los beneficios que en este sacramento se encierran. El cristiano debe acercarse con frecuencia a este sacramento, seguro de que, si medita en el grande amor que en él se contiene, sentirá inmediatamente transformada su alma en ese mismo divino amor. Exhorta a que nos hagamos, como preparación, las siguientes consideraciones: ¿A quién se acerca? ¿Quién es el que se acerca? ¿En qué condiciones y por qué motivos se acerca?
Muere en las últimas horas del 4 de enero de 1309, rodeada de sus hijos espirituales. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia del convento franciscano de Foligno y pronto desde allí se manifestaron muchos milagros. El papa Clemente XI aprobó el culto el 30 de abril de 1707.
Isaac Vázquez Janeiro, OFM, Beata Ángela de Foligno, en Año Cristiano, T. I, Madrid, (BAC 182), 1959, pp. 27-33
Tomado de: http://www.franciscanos.org/enciclopedia/isabelvillena.htm
Isabel de Villena fue una defensora de la Inmaculada Concepción.
ISABEL DE VILLENA, O. S. C.
[Rasgos de su vida y de su entorno, entresacados del estudio introductorio de J. Albiñana a la edición de la Vita Christi de Sor Isabel de Villena, Valencia 1992].
El monasterio de la Trinidad de Valencia fue fundado por Dña. María de Castilla (1401-1458), esposa de Alfonso V el Magnánimo. Su primera comunidad la formaron diecisiete monjas clarisas, incluida la abadesa, procedentes del monasterio de Gandía, a las que pronto se unieron nuevas vocaciones de jóvenes valencianas, siendo la primera Leonor-Manuel de Villena, en el claustro Sor Isabel de Villena, hija natural del famoso Enrique de Villena y Vega (1384-1434).
La nobleza de la sangre le venía a Sor Isabel por las dos ramas, tanto por la de Castilla como por la de Aragón. En efecto, su padre era, por la rama castellana, nieto del rey Enrique II de Castilla e hijo de la princesa bastarda Juana, primo hermano del rey Enrique III y tío de la reina María de Castilla, la esposa de Alfonso V el Magnánimo. Por la rama de Aragón era rebisnieto de Jaime II, biznieto de Pedro de Aragón, nieto de Alfonso I duque real de Gandía, e hijo de Pedro de Villena. Según nuestros estudios, Sor Isabel aparece no como sobrina sino como prima tanto de María de Castilla como de su marido Alfonso V. También aparece Sor Isabel como prima hermana de Dña. Catalina, señora de Cortes y gran bienhechora del monasterio de la Trinidad, ya que ésta era hija de D. Galvany, hermano del padre de Isabel.
No se sabe nada sobre la madre de Sor Isabel, aunque la mayoría de autores dice que fue valenciana. Lo cierto es que Leonor Manuel, nacida en 1430, huérfana de padre, o tal vez de padre y de madre, aparece a los cuatro añitos de edad en el palacio real de Valencia junto a su prima la reina Dña. María de Castilla, hija del rey Enrique III y de Catalina de Lancaster, hermana del rey Juan II y tía carnal de Isabel la Católica. Nacida en Segovia en 1401, contrajo matrimonio en Valencia, el año 1415, con su primo Alfonso, llamado El Magnánimo, hijo de Fernando de Antequera. Dios no le dio hijos a Dña. María, pero fue una gran reina, muy querida por los valencianos tanto por sus virtudes como por su manera de gobernar en los repetidos y prolongados períodos en que su esposo andaba por tierras de Italia.
La pequeña Leonor Manuel creció en el palacio real de Valencia, educada como una princesa. La vida ejemplar de Dña. María y sin duda sus consejos fueron dibujando en el alma de aquella privilegiada criatura la vocación religiosa. Muy joven, antes de cumplir los dieciséis años, eligió el monasterio de la Trinidad, que su prima estaba construyendo con todo cariño, para consagrarse al Señor.
Como hemos dicho, después de la llegada de las monjas procedentes del convento de Gandía, el de la Trinidad se vio pronto enriquecido con nuevas vocaciones; la primera fue Dña. Leonor, que tomó el hábito el 28 de febrero de 1445 y cambió su nombre de pila por el de Sor Isabel de Villena; el 25 de marzo de 1446, fiesta de la Anunciación, hizo su profesión religiosa.
En el claustro pasó sus mejores horas junto a la reina, cuando ésta se retiraba allí para vivir como una simple religiosa; aún ahora enseñan las monjas a los visitantes lo que ellas llaman el Tocador de la reina, que es el espacio que ésta preparó para sí misma al construir el monasterio, en lugar apartado pero dentro de la clausura, con autorización papal. La reina Dña. María murió el 30 de agosto de 1458, y la antorcha del amor franciscano que enarbolaba ella iba a pasar a manos de aquella niña a la que había acogido en su palacio y que, a la edad de 34, sería nombrada abadesa del monasterio, para completar en el mismo con su gusto exquisito las obras que había comenzado su prima la reina.
La primera abadesa del monasterio de la Trinidad, nombrada por la reina, fue Sor Violante del Poyo, que ya lo era en el convento de Gandía y que murió en 1461; le sucedió Sor Isabel de Solsona, profesa en Gandía y vicaria en Valencia, que duró poco en el cargo porque falleció el 25 de marzo de 1462. A ésta la sustituyó nuestra Sor Isabel, como abadesa perpetua, que gobernó el monasterio hasta su muerte. Su nombramiento nos ha llegado envuelto en leyendas y fenómenos milagrosos. La verdad es que sus monjas la tuvieron por virtuosísima, pues a todas excedía en virtudes y perfección.
El paso de Sor Isabel por el monasterio de la Trinidad no fue como una apoteosis esplendorosa en una noche de fuegos artificiales. Fue más bien como una estela de luz, que aún hoy sigue iluminando a las religiosas del monasterio.
Consciente de su responsabilidad de abadesa, se propuso con mucha seriedad no sólo la culminación de las obras materiales que con tanta ilusión había comenzado su prima, la reina María, sino también, y sobre todo, la reforma moral y espiritual de las monjas en el marco de una época difícil como era aquella del siglo XV valenciano, próspera en demografía, industria, comercio, agricultura, artes, letras y ciencias, pero no tan loable en cuanto a espiritualidad y buenas costumbres. Su preocupación era modelar las almas de aquellas religiosas a imagen de Cristo, tal como la había concebido en su Regla San Francisco de Asís y, en la vertiente femenina, la madre Santa Clara.
Sor Isabel echó mano de sus cualidades innatas, su gran inteligencia, la exquisita educación recibida en la corte real, su tacto delicado y el respeto debido a los demás, para ir modelando las almas de aquellas jóvenes valencianas que llamaban con frecuencia a la puerta del convento: eran numerosas y abundaban las de alta categoría social. La santidad y la fiel observancia de la Regla de estas religiosas saltaron los muros de su convento y contribuyeron eficazmente a la reforma de otros como los de Barcelona, Mallorca, Játiva, Teruel, y los valencianos de Santa Clara y de Jerusalén.
Los hombres cultos de aquel tiempo admiraban y reverenciaban a la abadesa Villena, pero sobre todo hay que destacar la gran confianza y admiración de todo el pueblo valenciano a estas monjas, a las que acudía en los momentos difíciles apelando a su poder de intercesión.
Atención particular merecen las relaciones de la abadesa con el rey Fernando el Católico. Fueron muy cordiales, como lo testifican, por ejemplo, los siguientes hechos.
Don Fernando manifestó su gran confianza en la abadesa Sor Isabel, su pariente, al entregarle a su hija natural, María de Aragón, para que la cuidara y educara dentro de la clausura del monasterio. Sor Isabel hace constar, en un documento escrito de su propia mano, que Dña. María de Aragón, hija de D. Fernando, rey de Aragón y de Castilla, fue llevada al monasterio, por mandato de su padre, el 13 de febrero de 1484, cuando tenía cinco años y cerca de dos meses, pues nació el día de la Esperanza, que es el 18 de diciembre. Más tarde, la hija de D. Fernando hizo su profesión religiosa, convirtiéndose en Sor María de Aragón y perseverando en el mismo monasterio hasta su muerte, ocurrida el 5 de septiembre de 1510, a los 26 años de su edad. Fue enterrada en modesto mausoleo bajo el coro de la iglesia, a la parte derecha, donde antes de la revolución de 1936-39 se veía su lápida funeraria.
Por otra parte, el rey D. Fernando donó en 1487 al monasterio de la Trinidad, como ampliación del mismo, el convento franciscano de Santo Espíritu del Monte (Gilet) con todos sus derechos y dominios. Este convento había sido fundado en 1404 por la reina Dña. María de Luna, esposa de Martín el Humano, cuando tenía ella de consejero espiritual al franciscano Francisco Eximenis. D. Fernando se considera sucesor de los fundadores María y Martín, de los que es biznieto, y entrega el convento a las clarisas para que lo habiten dependiendo y en estrecha comunión con la abadesa y comunidad del monasterio de la Trinidad. Al parecer, las monjas no llegaron a establecerse en Santo Espíritu, donde siguen hasta hoy los franciscanos.
Además, Fernando el Católico hizo importantes concesiones de carácter económico a Sor Isabel y su monasterio, que facilitaron a la abadesa la continuación de las obras emprendidas por Dña. María de Castilla.
Pero las obras materiales, con ser muchas e importantes, no pueden compararse con el ejemplo y la dedicación con que Sor Isabel se entregó a la formación espiritual de aquellas religiosas que habían abrazado, y profesado con votos, una forma de vida según la Regla franciscana, iluminada por una fuerte espiritualidad en el marco de una vida en pobreza y austeridad.
Y en ese marco sublime, que sólo los escogidos saben paladear, vivió y murió Sor Isabel de Villena, la abadesa más importante que ha tenido el monasterio de la Trinidad de Valencia. Sor Aldonça de Monsoriu, sucesora suya en el cargo y editora de su Vita Christi, deja en esta obra una nota en la que dice que, entre las numerosas muertes del año 1490 a causa de la peste, el 2 de julio, viernes, día de la Visitación de Ntra. Señora, a los 60 años de su virtuosa edad, Sor Isabel terminó su vida mortal para pasar a la inmortal, y experimentar así la excelencia y fiesta que había querido describir, y recibir en la patria eterna una cumplida retribución de los de los 45 años tan provechosamente pasados en el monasterio, durante 27 de los cuales había sido meritoriamente prelada o abadesa.
No nos es fácil descubrir en qué escuela adquirió Sor Isabel su formación teológica, ni quiénes fueron sus maestros y los libros que utilizó. En la corte de la reina Dña. María, donde Isabel creció y se educó, aparecen los nombres de sacerdotes seculares, de franciscanos y dominicos, confesores y consejeros de la reina, algunos de los cuales pasaban la vida en palacio. No es de extrañar que la reina, tan interesada en los temas religiosos, destinara a alguno de estos grandes maestros a la educación y formación de su prima, a la que consideraba como hija suya y a la que hizo tratar en palacio como princesa.
Es cierto que en la corte real aparecen maestros muy significados, como el dominico Pedro Queralt, predicador en las exequias de Dña. María, que la había fascinado con su brillante oratoria en las cortes de Villafranca; la reina se dejó influir por los dominicos hasta el punto de suspender en 1452 el decreto que ella misma había dado, por influencia franciscana, en defensa de la Inmaculada Concepción alegando como razón de su obrar así «que no es de nuestra incumbencia examinar ni juzgar opiniones defendidas por teólogos eminentes». Este decreto tuvo que dolerle en lo más profundo del alma a Sor Isabel, ya monja clarisa profesa, y por eso escribiría más tarde, poniéndolas en boca de Jesús, estas durísimas palabras contra los detractores del misterio de la Inmaculada Concepción: «Yo, que por naturaleza soy clemente y omnipotente, he preservado a mi madre de aquella ley común que hice, airado por el pecado de Adán, que todos los hijos de él en adelante fuesen concebidos en pecado, la cual ley no fue hecha para mi madre. Y os digo que es muy miserable de corazón quien cree lo contrario, y es de rústica naturaleza quien quiera igualarla en todo a las otras criaturas, y más bestia que persona quien no sabe hacer diferencia de persona a persona, porque ésta a quien tal dignidad se comunica de ser madre mía no debe ser igualada con las otras, antes bien sobre todas exaltada, loada y magnificada».
Sea lo que fuere, lo cierto e irrebatible es que Sor Isabel de Villena se nos presenta en su Vita Christi como una mujer que sabía -cosa rara en su época- mucha teología y que tuvo el don de revestir con el ropaje de las figuras literarias y de una depurada expresión valenciana la mejor Vita Christi de su tiempo, convertida realmente en una selecta mariología. A este respecto escribía Jaime Barrera que Sor Isabel de Villena iguala en riqueza teológica y en erudición a todos los autores de las Vita Christi, aunque se llamen Ludolfo de Sajonia, e incluso los supera en riqueza literaria, en gracia discretamente retórica y en fantasía, cualidad nada despreciable en un artista. En la misma línea, D. Ramón Arnau, en un trabajo de investigación teológica, escribe: «El lector de la Vita Christi de Sor Isabel de Villena, a poco avezado que esté en el manejo de los libros homónimos aparecidos entre los siglos XIV y XV, halla en el de la Abadesa de la Trinidad un algo de peculiar que lo distingue de los restantes. Varias son las notas desde las que pueden establecerse las diferencias entre ellas, aunque en verdad lo que identifica la Vita Christi de Sor Isabel no es esta o aquella singularidad, sino la original contextura teológica que la armoniza. [...] Villena no fue una profesional de la teología, ello no quiere decir que no la conociese bien o que a la hora de escribir su obra no lo hiciese con preocupación y con esquema teológicos. La Vita Christi de Sor Isabel es, además de un tratado de espiritualidad, un auténtico libro de teología».
La clarisa Sor Isabel era, por supuesto, una franciscana de hábito y de corazón, así como de estudio y de formación. Durante su permanencia en el palacio real, la mayor parte de los religiosos que aparecen por allí son franciscanos. Y sin duda, alguna lección debieron darle aquellos sabios y venerables frailes. Es cierto, aunque con un mínimo de reserva, que desde que tomó el hábito en el monasterio de la Trinidad hasta su muerte, estuvo en contacto con los frailes del Real Convento de San Francisco de Valencia, los cuales sobresalían por su fama de santos y de sabios. Los autores franciscanos, desde el Doctor seráfico San Buenaventura hasta el Doctor sutil el Beato Juan Duns Escoto y sus más destacados discípulos, eran leídos y estudiados en Valencia en tiempos de Sor Isabel.
La famosa abadesa no se quedaba atrás, dedicando muchas horas de su recogida vida de claustro al estudio. Su gran ingenio y su envidiable capacidad de síntesis la hicieron capaz de regalarnos ese cúmulo de citas bíblicas y patrísticas en su obra. Con gran destreza lo hace notar Jaime Barrera: «Hay que remarcar que Sor Isabel nunca cita el nombre de ninguno de los autores que centenares de veces pone a contribución de su narración, y uno se encuentra con la cita patrística como con una perla caída de la pluma abacial de Sor Isabel; la doctrina que entraña la cita parece que mana ex visceribus rei, de las entrañas del asunto, como quieren los que han estudiado preceptiva literaria en la escuela de Quintiliano. Así evita el tono doctoral del dice San Bernardo, cuenta Hugo de San Víctor; y el libro de la monja, ya sólo por este motivo, desovilla con más naturalidad y menos énfasis el hilo de oro de su prosa mística».
Dentro del tema de la formación teológica de nuestra clarisa conviene recordar estas palabras de Alberto G. Hauf i Valls en su importante estudio sobre la Vita Christi de Sor Isabel de Villena: «Sor Isabel estaba, al parecer, muy bien relacionada con la flor y nata de la intelligensia valenciana del momento y consta que había rogado al obispo Jaume Péreç que preparara para ella comentarios de los salmos, de los himnos feriales y de textos de S. Ambrosio y de S. Agustín, así como una exposición del Magníficat que ha llegado a nosotros y cuyo prólogo, escrito como el resto del libro, en un latín nada despreciable, dice muchísimo de la curiosidad intelectual y de la formación teológica de la monja».
Alguien ha querido comparar a Sor Isabel de Villena y a Sor María Jesús de Ágreda. La verdad es que son dos mujeres, dos monjas, dos abadesas, dos autoras de la vida de Jesucristo; pero dos formas muy diferentes de concebir esa vida y su expresión literaria.
No cabe duda de que Sor Isabel fue en su tiempo un verdadero ejemplo entre las mujeres de la corte y del claustro. Bien se puede afirmar que fue como un símbolo de la mujer intelectual que se eleva, ayer y hoy, como modelo para todas las mujeres. Hay que tener presente que, a lo largo de los doce años de permanencia en el palacio real de Valencia, bajo la tutela de la reina María y en compañía de aquel grupo de personas distinguidas que la ayudaban en el gobierno, contó con buenos maestros para cultivar su inteligencia privilegiada.
El simple estudio de la Vita Christi, aun limitándose a su estructura formal, nos revela un ser superdotado, con un bagaje de conocimientos y una facilidad de pluma nada comunes. Conocedora de nuestra literatura valenciana y de sus hombres más importantes, su dominio del lenguaje queda patente a través de su obra.
En cuanto a libros, muy bien pudo haber utilizado los de la biblioteca de la reina María, en la que abundaban los de temas religiosos, tal como aparece en el Inventari publicado después de su muerte. Igualmente pudo usar los de la biblioteca de los franciscanos y los de las de otros contertulios suyos.
Es admirable la facilidad que muestra Sor Isabel para traducir y glosar o comentar los textos latinos. Es más, cuando usa con reiteración en su obra como un sonsonete volent dir (quiere decir), no se limita a traducir el texto latino, sino que hace una verdadera exégesis o comentario, tal como hacían los Santos Padres y los mejores teólogos. Para entender esto hay que tener presente que en la Valencia del siglo XIV, según fray Francisco Eximenis, había buenos maestros para enseñar las principales lenguas, entre ellas el latín. Y no cabe duda que Isabel tuvo excelentes maestros, pues dominaba perfectamente la lengua latina. Podemos suponer que, dada su cultura, ya antes de entrar en el monasterio había recibido lecciones particulares de alguno de aquellos latinistas de la corte, tan acostumbrados a traducir y redactar los documentos reales, o de los religiosos que frecuentaban el palacio por razón de sus cargos o por la amistad que los unía a la reina, y que no eran pocos.
En tiempo de Sor Isabel, el convento de la Trinidad debía ser un cenáculo literario al que acudían los grandes poetas y escritores valencianos. La alta consideración en que aquellos hombres importantes tenían a la abadesa se hace patente en la cantidad de escritos y obras que le dedicaron.
Sor Isabel, a su vez, es heredera de un lenguaje ya perfectamente estructurado, hablado en la ciudad y en los pueblos del Reino de Valencia, y escrito por sus hombres de letras, muchos de los cuales frecuentaban el trato y la correspondencia con la abadesa de la Trinidad.
Como resumen digamos que el estilo de Sor Isabel es sencillo y elegante, realista en las descripciones históricas, lleno de emoción y ternura al tratar las escenas de la infancia y de la muerte de Jesús, lírico en lo que se refiere a la mística, y popular en su conjunto, pero teniendo en cuenta lo que diría más tarde fray Luis de León en Los nombres de Cristo: «Que el bien hablar no es común, sino negocio de particular juicio, así en lo que se dice como en la manera como se dice. Y negocio que de las palabras que todos hablan elige las que convienen, y mira el sonido de ellas, y aún cuenta a veces las letras, y las pesa, y las mide, y las compone, para que no solamente digan con claridad lo que se pretende decir, sino también con armonía y dulzura».
Digamos por último que las ediciones de la Vita Christi de Sor Isabel de Villena, en los treinta años siguientes a su muerte, a pesar de las dificultades y costes de la imprenta en aquel tiempo, fueron tres: la primera se imprimió en Valencia en 1497 y es considerada como la edición príncipe; la segunda se imprimió el año 1513 también en Valencia; la tercera, en cambio, se imprimió en Barcelona el año 1527. Y ya no se volvió a imprimir hasta el siglo XX.
De Teresa de Cartagena solo he encontrado que fue monja y escribió la Arboleda de los enfermos y la Admiración Operum Dei _________________ "Quien no ama, no conoce"
San Agustín |
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