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ESPECIAL DE SEMANA SANTA 2007

 
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scarlett
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MensajePublicado: Mar Abr 03, 2007 2:14 pm    Asunto: ESPECIAL DE SEMANA SANTA 2007
Tema: ESPECIAL DE SEMANA SANTA 2007
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Paz y bien.

Con el fin de tener algunos escritos con motivo de la Semana Santa, me permití buscar algunas lecturas afines a la época. Después de la preparación tan intensa en la Cuaresma, en ésta Semana Santa viviremos la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo con un espíritu de dolor y regocijo. Espero sean útiles.
Además es muy importante pues nos habla de quienes son responsables de la muerte de Jesús y de que hay que acabar con el antisemitismo que todavía existe en la mente de muchas personas.

Cita:
Predicador del Papa: Todos, con nuestros pecados, llevamos a Cristo a la Cruz Comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap., a la liturgia del domingo de ramos.

ROMA, jueves, 29 marzo 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap. - predicador de la Casa Pontificia- a la liturgia del domingo de Ramos de la Pasión del Señor, 1 de abril.
* * *

Una mirada de historiadores a la Pasión de Cristo

Domingo de Ramos
Isaías 50, 4-7; Filipenses 2, 6-11; Lucas 22, 14-23,56

En el Evangelio del domingo de Ramos escuchamos por completo el relato de la Pasión según San Lucas. Nos planteamos la cuestión crucial, para responder a la cual fueron escritos los Evangelios: ¿por qué un hombre así acabó en la cruz? ¿Cuál es el motivo y quiénes los responsables de la muerte de Jesús?
Según una teoría que empezó a circular después de la tragedia de la Shoa de los judíos, la responsabilidad de la muerte de Cristo recae principalmente, es más, tal vez exclusivamente, en Pilato y la autoridad romana, cosa que indica que su motivación es más de orden político que religioso. Los Evangelios han excusado a Pilato y acusado de ella a los jefes del judaísmo para tranquilizar a las autoridades romanas y tenerlas como amigas.

Esta tesis nació de una preocupación justa que hoy todos compartimos: cortar de raíz todo pretexto para el antisemitismo que tanto mal ha procurado al pueblo judío por parte de los cristianos. Pero el perjuicio más grave que se puede hacer a una causa justa es el de defenderla con argumentos erróneos. La lucha contra el antisemitismo hay que situarla sobre un fundamento más sólido que una discutible (y discutida) interpretación de los relatos de la Pasión.

La ajenidad del pueblo judío, en cuanto tal, a la responsabilidad de la muerte de Cristo, reposa en una certeza bíblica que los cristianos tiene en común con los judíos, pero que lamentablemente por muchos siglos ha sido extrañamente olvidada: «El que peque es quien morirá; el hijo no cargará con la culpa de su padre, ni el padre con la culpa de su hijo» (Ez 18,20). La doctrina de la Iglesia conoce un solo pecado que se transmite por herencia de padre a hijo, el pecado original; ningún otro.

Ya asegurado el rechazo del antisemitismo, desearía explicar por qué no se puede aceptar la tesis de la total ajenidad de las autoridades judías a la muerte de Cristo, y por lo tanto de la naturaleza esencialmente política de ella. Pablo, en la más antigua de sus cartas, escrita en torno al año 50, da, de la condena de Cristo, la misma versión fundamental de los Evangelios. Dice que «los judíos dieron muerte al Señor» (1 Ts 2,15), y sobre los hechos ocurridos en Jerusalén poco antes de su llegada a la ciudad él debía estar mejor informado que nosotros, los modernos, al haber aprobado y defendido «encarnizadamente», en un tiempo, la condena del Nazareno.

No se pueden leer los relatos de la Pasión ignorando todo lo que les precede. Los cuatro evangelios atestiguan, se puede decir que a cada página, un choque religioso creciente entre Jesús y un grupo influyente de judíos (fariseos, doctores de la ley, escribas) sobre la observancia del sábado, sobre la actitud hacia los pecadores y publicanos, sobre lo puro y lo impuro.

Pero una vez demostrada la existencia de este desacuerdo, ¿cómo se puede pensar que ello no haya jugado ningún papel en el momento del ajuste final de cuentas y que las autoridades judías se decidieran a denunciar a Jesús ante Pilato únicamente por miedo a una intervención armada de los romanos, casi a su pesar?

Pilato no era una persona sensible a razones de justicia, como para preocuparse de la suerte de un desconocido judío; era un tipo duro y cruel, dispuesto a ahogar en sangre cualquier mínimo indicio de revuelta. Todo ello es muy cierto. No intenta salvar a Jesús por compasión hacia la víctima, sino sólo por una obstinación contra sus acusadores, con los que estaba en marcha una guerra sorda desde su llegada a Judea. Naturalmente, esto no disminuye en absoluto la responsabilidad de Pilato en la condena de Cristo, que recae en él no menos que sobre los jefes judíos.

No se trata, sobre todo, de querer ser «más judíos que los judíos». De las noticias sobre la muerte de Jesús, presentes en el Talmud y en otras fuentes judaicas (si bien tardías e históricamente contradictorias), emerge algo: la tradición judía nunca ha negado una participación de las autoridades religiosas del tiempo en la condena de Cristo. No ha fundado la propia defensa negando el hecho, sino a lo más negando que el hecho, desde el punto de vista judío, constituyera delito y que su condena fuera una condena injusta.

A la pregunta: «por qué Jesús fue condenado a muerte», después de todas las investigaciones y alternativas propuestas, se debe por lo tanto dar la respuesta que dan los evangelios. Fue condenado por un motivo esencialmente religioso, el cual sin embargo fue hábilmente formulado en términos políticos para convencer mejor al procurador romano. El título Mesías sobre el que estaba fundamentada la acusación del Sanedrín, en el proceso ante Pilato, se convierte en «Rey de los judíos», y éste será el título de condena que se colgará en la cruz: «Jesús Nazareno, Rey de los judíos». Jesús había luchado toda su vida para evitar esta confusión, pero al final será precisamente ella la que decida su suerte.

Esto deja abierto el tema sobre el uso que se hace de los relatos de la Pasión. En el pasado estos se usaron frecuentemente (por ejemplo, en ciertas representaciones teatrales de la Pasión) de manera impropia, con forzamientos antijudíos. Se trata de algo hoy por todos firmemente confirmado, aunque tal vez aún queda algo qué hacer para eliminar de la celebración cristiana de la Pasión todo lo que pueda ofender la sensibilidad de los hermanos judíos. Jesús fue y sigue siendo, a pesar de todo, el mayor don que el judaísmo dio al mundo. Un don, entre otras cosas, que pagó a un elevado precio...

La conclusión que podemos sacar de las consideraciones históricas realizadas es, por lo tanto, que poder religioso y poder político, los jefes del Sanedrín y el procurador romano, participaron ambos, por motivos diferentes, en la condena de Cristo. Debemos añadir enseguida que la historia no dice todo ni lo esencial sobre este punto. Por la fe, quienes dieron muerte a Jesús fuimos todos nosotros con nuestros pecados.

Dejemos ahora aparte las cuestiones históricas y dediquemos algún instante a contemplarle a Él. ¿Cómo se comporta Jesús en la Pasión? Sobrehumana dignidad, paciencia infinita. Ni un solo gesto o palabra que desmienta lo que Él había predicado en su Evangelio, especialmente en las Bienaventuranzas. Él muere pidiendo el perdón para sus verdugos.
Con todo, nada hay en Él que se asemeje al orgulloso desprecio del dolor del estoico. Su reacción al sufrimiento y a la crueldad es humanísima: tiembla y suda sangre en Jetsemaní, desearía que el cáliz pasara de él, busca apoyo en sus discípulos, grita su desolación en la cruz: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?».

Un rasgo de esta sobrehumana grandeza de Cristo en la Pasión me fascina sobre todo: su silencio: «Jesús callaba» (Mt 26, 63). Calla ante Caifás, calla ante Pilato, quien se irrita por su silencio, calla ante Herodes, que esperaba verle hacer un milagro (Cf. Lc 23, Cool. «Al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba», dice de Él la Primera carta de Pedro (2, 23).

Sólo un instante antes de morir rompe el silencio y lo hace con aquel «fuerte grito» que lanza desde la cruz y que arranca al centurión romano la confesión: «Verdaderamente éste era hijo de Dios».

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***¡ Dulce Jesús, dad descanso eterno a las benditas almas del Purgatorio !
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scarlett
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MensajePublicado: Jue Abr 05, 2007 12:13 am    Asunto:
Tema: ESPECIAL DE SEMANA SANTA 2007
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Paz y bien.

Este hermoso mensaje del Santo Padre Benedicto XVI nos habla de la noche espiritual en la que caemos cuando pecamos, nos alejamos de la luz que es Cristo y nos sumimos en las tinieblas. En el evangelio del día de hoy, Jesús nos habla de la forma de reconciliarnos con El, de regresar a la luz. Cuando Jesús le da a Judas el pan remojado en vino y le dice: "Haz lo que tengas que hacer", Judas decidió ir y traicionarlo. Igual podía haberse quedado con El. Cristo lavó los pies de sus discípulos, diciéndoles "Después lo comprenderan". Judas fué un traidor por su propio gusto, él decidió hundirse en la noche, como nosotros decidimos hacerlo cuando no seguimos a Cristo. Judas no regresó con Jesús a pedirle perdón, fué a regresar el dinero, pero no se acercó a Jesús en su pasión.

Jesús sabe que vamos a fallar porque somos imperfectos, pero también nos dió el medio de reconciliarnos con El, lavandonos los pies unos a otros, lavandonos con el sacramento de la confesión donde arrepentidos regresamos a El.

La pasión, muerte y resurrección de Jesús son una realidad actual; asegura el Papa.
Ofrece en la audiencia general una meditación sobre el triduo sagrado CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 4 abril 2007 (ZENIT.org).-

Entre el Jueves Santo y el Domingo de Pascua no sólo se recuerda, sino que se revive la pasión, muerte, y resurrección de Jesús, asegura Benedicto XVI.

El Papa dedicó la audiencia general de este Miércoles Santo, celebrada en la plaza de San Pedro con la presencia de más de 20.000 peregrinos, a meditar sobre el Triduo Sagrado, momento culminante del calendario cristiano que en este año coincide en las mismas fechas para ortodoxos y católicos.

«El misterio pascual, que el Triduo Santo nos permitirá revivir, no es sólo un recuerdo de una realidad pasada, es una realidad actual», afirmó al concluir su reflexión. En ella, hizo revivir a los peregrinos, entre los que había numerosos jóvenes, los momentos más dramáticos de las últimas horas de Jesús. Con palabras gráficas, presentó el momento en el que Judas abandonó a Jesús y a sus discípulos en el Cenáculo, durante la Última Cena, en el Jueves Santo. La oscuridad penetró en el corazón del traidor, recordó, «es una noche interior, el desaliento se apodera del espíritu de los demás discípulos --también ellos penetran en la noche--, mientras las tinieblas del abandono y del odio se adensan alrededor del Hijo del Hombre que se prepara para consumar su sacrificio en la cruz».

«Conmemoraremos el enfrentamiento supremo entre la Luz y las Tinieblas, entre la Vida y la Muerte», explicó. «También nosotros tenemos que situarnos en este contexto, conscientes de nuestra “noche”, de nuestras culpas y responsabilidades, si queremos revivir con provecho espiritual el Misterio pascual, si queremos llegar a la luz del corazón, mediante este Misterio, que constituye el fulcro central de nuestra fe», reconoció. «También hoy Cristo vence con su amor el pecado y la muerte --recalcó--. El Mal, en todas sus formas, no tiene la última palabra». «¡El triunfo final es de Cristo, de la verdad y del amor!», insistió. «En esta certeza se basa y se edifica nuestra existencia cristiana», aclaró, invitando a los creyentes a vivir con fervor «el Triduo Pascual para experimentar la alegría de la Pascua junto a todos vuestros seres queridos».

«Experimentaremos así que la Iglesia está siempre viva, siempre se rejuvenece, siempre es bella y santa, porque su fundamento es Cristo que, tras haber resucitado, ya no muere nunca más», indicó.
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scarlett
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MensajePublicado: Jue Abr 05, 2007 5:27 pm    Asunto: INICIO DEL TRIDUO PASCUAL.
Tema: ESPECIAL DE SEMANA SANTA 2007
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Paz y bien.
Cita:
Benedicto XVI: Tres días para revivir la pasión, muerte y resurrección de CristoIntervención en la audiencia general del miércoles

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 4 abril 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general de este miércoles dedicada a meditar sobre el Triduo Santo, que revive la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
* * *

Queridos hermanos y hermanas:

Mientras concluye el camino cuaresmal, comenzado con el Miércoles de Ceniza, la liturgia del Miércoles Santo nos introduce en el clima dramático de los próximos días, impregnados por el recuerdo de la pasión y de la muerte de Cristo. En la liturgia del miércoles el evangelista Mateo presenta a nuestra meditación el breve diálogo que tuvo lugar en el cenáculo entre Jesús y Judas. «¿Soy yo acaso, Rabbí?», pregunta el traidor del divino Maestro, que había preanunciado: «Yo os aseguro que uno de vosotros me entregará». La respuesta del Señor es lapidaria: «Sí, tú lo has dicho» (Cf. Mateo 26, 14-25). Por su parte, san Juan concluye la narración del anuncio de la traición de Judas con pocas y significativas palabras: «era de noche» (Juan 13, 30).

Cuando el traidor abandona el Cenáculo, la oscuridad penetra en su corazón --es una noche interior--, el desaliento se apodera del espíritu de los demás discípulos --también ellos penetran en la noche--, mientras las tinieblas del abandono y del odio se adensan alrededor del Hijo del Hombre que se prepara para consumar su sacrificio en la cruz. En los próximos días conmemoraremos el enfrentamiento supremo entre la Luz y las Tinieblas, entre la Vida y la Muerte. También nosotros tenemos que situarnos en este contexto, conscientes de nuestra «noche», de nuestras culpas y responsabilidades, si queremos revivir con provecho espiritual el Misterio pascual, si queremos llegar a la luz del corazón, mediante este Misterio, que constituye el fulcro central de nuestra fe.

El inicio del Triduo Pascual es el Jueves Santo. Durante la Misa Crismal, que puede considerarse como el preludio del Triduo Santo, el pastor diocesano y sus más cercanos colaboradores, los presbíteros, rodeados por el pueblo de Dios, renuevan las promesas formuladas en el día de la ordenación sacerdotal.

Año tras año, es un momento de intensa comunión eclesial, que subraya el don del sacerdocio ministerial dejado por Cristo a su Iglesia en la víspera de su muerte en la cruz. Y para cada sacerdote es un momento conmovedor en esta vigilia de la Pasión, en la que el Señor se nos entregó a sí mismo, nos dio el sacramento de la Eucaristía, nos dio el Sacerdocio.

Es un día que toca todos nuestros corazones. Luego se bendicen los óleos para la celebración de los sacramentos: el óleo de los catecúmenos, el óleo de los enfermos, y el Santo Crisma. En la tarde, al entrar en el Triduo Pascual, la comunidad revive en la misa «in Cena Domini» lo que sucedió durante la Última Cena. En el Cenáculo, el Redentor quiso anticipar, en el Sacramento del pan y del vino convertidos en su Cuerpo y en su Sangre, el sacrificio de su vida: anticipa su muerte, entrega libremente su vida, ofrece el don definitivo de sí mismo a la humanidad.

Con el lavatorio de los pies, se repite el gesto con el que Él, al haber amado a los suyos, los amó hasta el extremo (Cf. Juan 13, 1) y dejó a los discípulos, como distintivo suyo, este acto de humildad, el amor hasta la muerte Tras la misa «in Cena Domini», la liturgia invita a los fieles a permanecer en adoración del Santísimo Sacramento, reviviendo la agonía de Jesús en Getsemaní. Y vemos cómo los discípulos durmieron, dejando solo al Señor. También hoy, con frecuencia, nos quedamos dormidos, nosotros, sus discípulos. En esta noche sagrada de Getsemaní, queremos permanecer en vela, no queremos dejar solo al Señor en esta hora; de este modo podemos comprender mejor el misterio del Jueves Santo, que engloba el triple y sumo don del Sacerdocio ministerial, de la Eucaristía y del Mandamiento nuevo del amor («ágape»).

Hermosas palabras del Santo Padre Benedicto XVI en las cuales nos marca lo que es realmente la Semana Santa que es dolor por el viacrucis de Cristo, por su muerte y no lo que muchos vemos: unos días de vacaciones y de relax.
En éstos 3 días :"Jueves, Viernes y Sábado se vive una jornada de dolor y luto para el Domingo de Resurrección festejar el triunfo de la luz sobre la obscuridad, del bien sobre el mal.

El domingo, el sacerdote de la capilla a la que asisto, nos ecomendaba que si saliamos a vacacionar, procuraramos un momento de meditación y oración, asi como el visitar un templo para vivir la pasión de Cristo.

El día de ayer, durante la misa oyendo las palabras del sacerdote en las cuales Cristo dió a aquel que lo iba a traicionar un trozo de pay con vino, Judas preguntó : ¿seré yo acaso, Señor? Tú lo has dicho.

De momento pensé que de alguna manera, Cristo le encomendó el traicionarlo o sea como mucha gente piensa, que Dios tiene trazado nuestro camino y después me he dado cuenta que no es así. La maldad existía en el corazón de Judas; él pudo decir No. Al igual que los discípulos cuando Jesús oró y se quedaron dormidos.
Al igual que Pedro que lo negó 3 veces. No es que Jesús le dijera que lo hiciera, es que Jesús lo conocía su corazón tan bien que sabía lo que iba a suceder.
Sin embargo, ellos tuvieron la oportunidad de no dejarse llevar or sus miedos, sus ambiciones.

Al igual que nosotros, por lo menos yo. Sin embargo, es una labor de Jesús, debo sujetarme a él y no soltarme. Yo sóla no puedo, nunca he podido sóla, únicamente con la fortaleza, la humildad y el amor de Jesús.
Es él el que actúa en mí si yo lo dejo actuar.
El día de hoy, con el lavado de pies, Jesús además de la humildad y el inclinarse ante los más pequeños que él, instituye la confesión. Lavense los pies unos a otros como yo lo he hecho.

Limpien sus pecados unos a otros. Cosa que hacen los sacerdotes cuando nos oyen en confesión.


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scarlett
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MensajePublicado: Vie Abr 06, 2007 4:05 pm    Asunto:
Tema: ESPECIAL DE SEMANA SANTA 2007
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Paz y bien.
Padre misericordioso:
El día de hoy, conmemoramos un año más del paso de Jesús a la vida eterna. Es un día de duelo, de dolor por el sufrimiento de tu hijo amado por nuestros pecados, un día de meditar sobre mis pecados, sobre mi vida y valorar el sacrificio inmenso de Jesús en la cruz por mí.
Por su dolorosa pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero.
Amén.

Cita:
VIERNES SANTO
EN MEMORIA DE LA PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR
21 de abril de 2000
Padre Basilio Méramo

Amados hermanos en Nuestro Señor Jesucristo:

Hoy tenemos un significado principal y es que asistimos a un día de completo luto por la muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Por tanto, en este día no se celebra la Santa Misa en ninguna parte del mundo. Ayer, Jueves Santo, tampoco se celebró la Santa Misa, únicamente la Crismal y una Misa por iglesia, capilla o comunidad religiosa; pero en el día de hoy y lo mismo en el día de mañana no hay Misa, la Misa será de Vigilia, será la Misa de Resurrección y no Misa del sábado sino de Pascua, es la Misa del Domingo que se dice en la vigilia. Normalmente la liturgia pide que se haga a medianoche, porque es a medianoche cuando comienza el día, pero en vista de las dificultades de la vida y por el ajetreo del mundo moderno, se adelanta para facilitarla a los fieles.

Tenemos entonces ese carácter de duelo absoluto por la muerte de Nuestro Señor.

Nos dice San Marcos, o sea el Evangelio de San Pedro (ya que Marcos era secretario de Pedro, por eso viene a ser el Evangelio de San Pedro) que Nuestro Señor fue crucificado a la hora de tercia; eran pues las nueve de la mañana[1].

Los romanos partían el día en dos, de las seis de la mañana a las seis de la tarde y de las seis de la tarde a las seis de la mañana. A la hora sexta -al mediodía- se cubrió de tinieblas el Calvario y toda Jerusalén hasta la hora nona. Es decir, eran las tres de la tarde cuando Nuestro Señor murió en la cruz; fueron horas de un largo suplicio, horas de agonía, de asfixia, horas de la peor de las muertes, la muerte de los esclavos, de los malvados, de los malhechores según el derecho romano.

Más doloroso aún para Nuestro Señor fue haber sido clavado en la cruz, ¿por qué? Porque los clavos no hacían más que multiplicar al infinito ese dolor que causaba el estar suspendido al rozar los tendones. Si a uno le llegan a tocar un tendón por un segundo o por menos, salta y grita de dolor. Y estar ahí, izado en la cruz, mantenerse colgado de los tendones de las manos durante tres largas horas incrementando su dolor, apoyándose sobre los pies -también clavados- para izarse y así poder respirar, ya que la muerte en la cruz es originada por asfixia. Cuando querían que el condenado muriera rápido -si no había perecido ya-, le quebraban las piernas para que no tuviera punto de apoyo y no se izara con las piernas, lo que le impedía respirar, ocasionándole la muerte inmediatamente. Y por si esto fuera poco, si pensamos nada más en lo acontecido antes de la cruz, eso bastaba para que Nuestro Señor ya estuviese muerto. El solo pensamiento, la imaginación de lo que Él sabía que iba a ocurrir a cada segundo lo hizo exudar sangre. Solamente el terror, el dolor producido por la previsión de un sufrimiento que no podemos evitar puede producir esa exudación. Si pensásemos en una tortura terrible y viésemos todo lo que nos ocurriría, estaríamos espantados. Ese terror, ese dolor intenso nos haría exudar sangre, si es que no morimos de la misma pena antes de sufrirlo; a veces es mucho más doloroso el imaginar un sufrimiento, que padecer el sufrimiento mismo, porque imaginarlo es más terrible. Santo Tomás y los teólogos dicen que si los mártires pensasen en el suplicio sensible, material, del que serían objeto, no podrían resistir el martirio. Por ende, no es bueno pensarlo y, más aún, sólo se tiene la gracia en el momento, ni antes ni después, únicamente en el abandono en manos de Dios.

De allí viene que la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro presente al Niño en los brazos de la Santísima Virgen María con una de sus sandalias cayéndose, además de dos ángeles con los instrumentos del suplicio de la cruz. ¿Eso qué significa? Que Nuestro Señor, siendo niño, al mostrarle los dos ángeles la cruz del Calvario y los clavos, se asustó y por eso se cae su sandalia; es una bella manera de mostrar cómo Nuestro Señor desde niño ya tenía ese pensamiento y ese dolor.

Nuestro Señor Jesucristo, como hombre, sufrió lo indecible y he ahí el gran misterio: que siendo Dios, gozando de la visión beatífica, sufrió lo indecible en su naturaleza humana, anonadándose literalmente, haciéndose o volviéndose nada; ¿en qué sentido? En que en El, teniendo el privilegio por la unión hipostática, por la unión con la naturaleza divina, la segunda persona del Verbo, su naturaleza humana debía estar glorificada, impasible, inmortal; esa gloria la dejó El traslucir en el Tabor. Pero El no quiso que ese cuerpo, esa naturaleza, esos huesos, esa carne, estuviesen en el estado glorioso. Así no hubiera sido posible que El sufriese y, menos aún, que muriese en la cruz; esta es la razón por la cual se anonadó. No por el hecho de la Encarnación, que manifiesta asimismo el poder de Dios y su unión con la criatura y a través del hombre con el universo. De ahí esa unidad, esa perfección. Todo sale de Dios y debe volver a Dios por medio de Nuestro Señor Jesucristo y es absurdo pensar que hay otro hombre en la tierra que nos pueda salvar. Es absurdo pensar que hay otra religión, otras religiones, otras creencias, otras iglesias; todo lo que salió de la mano de Dios por el Verbo de Dios, debe volver por el Verbo Encarnado que es Nuestro Señor Jesucristo, Rey del cielo y de la tierra. Hoy en día se niega eso, amados hermanos; el ecumenismo niega ese principio, y eso es una herejía, es una apostasía.

Desgraciadamente nosotros no estamos acostumbrados a ver con los ojos de la fe los dogmas esenciales de nuestra religión y los curas no enseñan al pueblo el catecismo, ni ellos mismos saben en qué creen; quieren ser hombres del mundo cuando deberían ser todo lo contrario. La misión de la Iglesia no es convertirse al mundo sino transformar al mundo, que el mundo ascienda hacia la Iglesia para sobrenaturalizarse y cristianizarse. Dice la Sagrada Escritura: "Id y bautizad a todas las gentes en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo"; esa es la misión de la Iglesia Católica, Apostólica Romana, no la libertad religiosa que dice: cada uno buenamente se salva en lo que según la estupidez de su conciencia crea; si cree que el Sol es Dios se va a salvar, y si cree, como los budistas, que Dios es una rata o una vaca, también se salvará.

¿Y por qué esa ceguera? Por falta de amor a la verdad, por falta de fe, por falta de luz sobrenatural. Eso nos demuestra entonces el grado de postración que hay dentro de la Iglesia, lamentablemente, y duele decirlo, pero hay que decirlo: es necesario permanecer firmes en la fe si no queremos que el demonio, que anda dando vueltas en derredor nuestro como un león rugiente, nos devore, como dice San Pedro.

Entonces Nuestro Señor, que vino al mundo para reconciliarnos con Dios por medio de su sangre e inmolándose Él como hombre para glorificar al Padre Eterno, no escatimó dar su vida hasta la última gota de sangre, en un pacto de sangre, no en un pacto a medias; de ahí que, según el grado de amor hacia Nuestro Señor así será el grado que tengamos de aproximación a Dios, el grado de santidad. Y por eso nuestro primer mandamiento es amar a Dios, amar a Dios sobre todas las cosas y ese fue el amor que Nuestro Señor nos prodigó y nos prodiga desde la cruz, sufriendo su crucifixión, la coronación de espinas, la flagelación; no quedó un solo centímetro de su carne sana, estaba despellejado, su piel fue arrancada a pedazos; tal fue el estado en que quedó el cuerpo de Nuestro Señor. Y eso fue lo que Pilatos, juez cobarde, hizo para salvarlo de la muerte. ¿En qué quedan esos jueces débiles? Pilatos reconoció que era un hombre justo, ¿entonces, por qué no lo liberó, si no encontraba en Él ninguna causa de delito? ¿Por qué no lo dejó libre? Porque tuvo miedo de que los judíos lo acusaran delante del César, así se le vendría encima el César y lo dejaría a un lado. Por conservar su puesto se lavó las manos: "Yo no hallo culpa en este justo", dijo, y para congraciarse lo manda azotar. Los judíos, el odio implacable del fariseísmo contra la divinidad, no se queda en medias tintas , va hasta la muerte. Por esto hay que cuidarse del judaísmo; el judaísmo es diabólico, no le basta cuarenta, cien o mil latigazos, va hasta cumplir su cometido, acabar con lo que hay de divino. En eso consiste el fariseísmo, en nombre de la religión destruir lo que la religión tiene de divino; es la perversión más tremenda de lo religioso. Ese fariseísmo fue lo que destruyó al pueblo elegido por culpa de sus dirigentes y ese mismo fariseísmo puede destruir y, de hecho, está destruyendo a la Iglesia. No nos damos cuenta, pero cuando se destruye en la Iglesia católica lo que en ella hay de divino como es la Santa Misa, como es el sacerdocio, como es la doctrina y se pregona otra cosa como el ecumenismo, como la libertad religiosa, queda al nivel de las falsas religiones, que son invenciones de Satanás. En eso se está convirtiendo la religión católica oficialmente reconocida; el fariseísmo persigue a la verdadera religión católica, persiguió a Monseñor Lefebvre y lo condenó, los derechos humanos condenaron a Monseñor Lefebvre el mismo día en que murió; ellos son implacables y nos persiguen a nosotros. Todos estos curas fariseos de la iglesia de San Francisco, de Fátima o de Chiquinquirá, que no son capaces de dar la cara, que se tragan todas las sectas protestantes que hay en el barrio, y que no toleran la presencia de esta santa capilla, son unos cobardes fariseos.

Clínica y científicamente si a un hombre se le quita la piel, muere, aun quitándole el cincuenta por ciento de la superficie de su piel. Muere porque la piel es necesaria. Y Nuestro Señor Jesucristo no murió, por su divinidad; cayó tres veces, por eso los verdugos temían que muriera bajo el peso de la cruz. Obligaron al cireneo a que le ayudara para que no desfalleciera y poder llevarlo hasta el Calvario con vida para crucificarlo allí, y que soportara, además, tres horas de amarga agonía. Pero aún faltaba el golpe de gracia del centurión, del soldado, atravesarle el corazón con una lanza.

¿Se sabe acaso por qué se viene aquí? Se viene aquí porque queremos permanecer católicos, apostólicos y romanos a pesar del fariseísmo que está destruyendo a la Iglesia Católica. Nos acusan de excomulgados, de rebeldes, de herejes; pues bien, si hay algún rebelde, algún cismático, algún hereje, ésos son ellos, como decía Monseñor Lefebvre; son ellos los que están cambiando la Iglesia bajo peso de la autoridad abusivamente ejercida en contra de Dios, y en este caso hay que obedecer a Dios antes que a los hombres y a ningún ángel del cielo como decía San Pablo en su Epístola a los Gálatas: "Aún cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema". Y eso hay que tenerlo muy presente, estar muy consientes de ello y saber defender nuestra posición, que es una posición católica, una posición de obediencia y de sumisión a la Santa Madre Iglesia y de sumisión a Nuestro Señor Jesucristo. Por eso no damos la comunión en la mano: porque es un sacrilegio; ni de pie, porque es una irreverencia. Recibimos a Dios de rodillas en un acto de adoración.

Nuestro Señor derrama sus últimas gotas de sangre provenientes de su corazón. Entonces, amados hermanos: ¿cómo no vamos a responder de algún modo? Hay que ser muy insensibles, hay que ser muy bestias, o no pensar para no conmovernos ante lo que significa la Pasión de Nuestro Señor, lo que significa la cruz; de ahí la insistencia de la Iglesia en los crucifijos. Pero, desafortunadamente, somos tan débiles que a veces, mientras más nos acostumbramos a algo, menos apreciamos su valor, hasta que lo perdemos.

Debemos meditar diariamente, debemos conocer nuestro catecismo, profundizar nuestra doctrina, que no venga cualquier protestante estúpido a enseñarnos la "palabra de Dios" y quedarnos con la boca abierta como si nos estuvieran dando la verdad; eso es una aberración. Nos falta amor por nuestra doctrina católica, no la conocemos y en consecuencia, no la sabemos defender. Se debe al grado de postración universal, de pérdida de la fe, de inmoralidad, y por ello, el mundo se está satanizando cada vez, más y el demonio ríe, se alegra, y nosotros tenemos gran culpa de todo eso.

El cardenal Siri3 -uno de los más conservadores-, escribió un libro intitulado "Getsemaní"'; y ¿qué es Getsemaní, sino el monte de los Olivos?, donde Nuestro Señor lloró, donde Nuestro Señor exudó sangre, donde comenzó la Pasión de Nuestro Señor; ahí está entonces la Pasión de la Iglesia actualmente descrita.

Lamentablemente aquí tenemos poca información, poca lectura, nos dedicamos a leer el periódico, las revistas, que no sirven para nada, sólo nos mantienen distraídos, obnubilados, sin conocer la realidad. Pues bien, la Pasión de la Iglesia no nos debe asustar; al contrario, debemos estar de pie al lado de la cruz con Nuestra Señora, la Santísima Virgen María, e inmolarnos como Ella y como también se inmoló Nuestro Señor. Por eso, cuando asistimos a la Santa Misa, la mejor manera de asistir no es estar allí hablando o diciendo, gritando o moviéndose ni guitarreando sino en silencio, inmolándonos en esa misma intención de inmolación de Nuestro Señor Jesucristo, porque se está renovando el mismo sacrificio del Calvario pero de un modo sacramental, de un modo incruento. La Misa es sólo eso y si pensamos que debe ser otra cosa, no tenemos ni idea de lo que es la Santa Misa, y en ese caso no sabemos ni para qué venimos a Misa y saberlo es esencial, es fundamental. Una cosa es estar guitarreando, aleluyando y bailando -como hoy se hace-, o estar ahí, recogidos, en profundo silencio, sin saber qué decir, viendo a Nuestro Señor morir en la cruz; ¿qué otra participación queremos?


Pidámosle entonces a Nuestra Señora, que estuvo heroicamente de pie ante la cruz ofreciendo a Su Hijo amado, y quien fue legada por Nuestro Señor como madre a San Juan y madre nuestra, que podamos permanecer de pie en esta crucifixión que vivimos hoy en la Iglesia, en su pasión. Siendo Ella así Corredentora. Cuando a una madre se le muere un hijo es capaz de ofrecerse a Dios del mismo modo que Nuestra Señora ofreció a su hijo, a su único hijo en la cruz; ese fue el acto de oblación, de generosidad y de sufrimiento de Nuestra Santa Madre.

Pidámosle a Ella esa firmeza, esa consistencia, esa solidez para no claudicar, para no dejarnos arrastrar por el error y la apostasía que demoníacamente quieren destruir a la Iglesia, quieren destruir a Dios; eso es lo terrible y por esto seremos perseguidos, cruelmente perseguidos. Pero ahí está entonces ese espíritu de verdaderos soldados de Cristo, basándonos en el sacramento de la Confirmación para poder perseverar y así, si es necesario, dar también nuestra sangre por defender la Santa Religión, Católica, Apostólica, Romana, la Santa Iglesia Católica.

Es el corazón de Nuestra Señora el único que en realidad puede enseñarnos eso, porque los apóstoles -no olvidemos- salieron corriendo despavoridos. San Pedro, en un golpe de furor había sacado la espada y cortado la oreja a Malco y Nuestro Señor se la restituyó. Pero en la cruz, San Pedro y todos los otros apóstoles estaban cada uno por su lado; San Juan fue el único que permaneció junto a Él, y no por mérito propio, sino por estar allí como un niño aferrado a las faldas de la Virgen María; fue Ella la que estuvo ahí, de pie. San Juan estaba, por decirlo así, como de chiripazo y además porque era pariente de la Santísima Virgen María, era pariente de Nuestro Señor. Entonces es Ella la única que, como en la Pasión de Nuestro Señor, puede también mantenernos firmes en la Pasión de la Iglesia. +

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MensajePublicado: Sab Abr 07, 2007 2:15 pm    Asunto: HABIA TAMBIEN ALGUNAS MUJERES.
Tema: ESPECIAL DE SEMANA SANTA 2007
Responder citando

Paz y bien.

Padre: en éstos días de intensa reflexión en los que ayer revivimos la pasión y muerte de tu Hijo amado y que lloramos bajo su cruz por el arrepentimiento y el dolor de verlo muerto por nuestros pecados, te pedimos humildemente que al igual que las piadosas mujeres que lo acompañaron seamos portadoras de la buena nueva: Jesús ha resucitado! y con El, la esperanza, la esperanza de una vida nueva, limpia de pecado. Gracias, Padre misericordioso por darnos a Jesús como Guía, como Hermano, como Maestro para el perdón de nuestros pecados y para nuestra salvación.
Que podamos un día llegar a tu gloria y amar directamente a Cristo como El nos amó. T epido, Padre que las mujeres, a quienes Cristo tuvo siempre a su lado, regresemos a ser lo que éramos: acompañantes en el dolor, en la alegría. Protectoras y amantes. Que nos alejemos de tratar de ser lo que no somos. No somos hombres, ni mujeres disfrazadas de hombres. Somos mujeres, llenas de amor para dar. Amén.

Cita:
Predicador del Papa: «Había también algunas mujeres»
Homilía del padre Cantalamessa en la celebración de la Pasión del Señor (Basílica Vaticana)

CIUDAD DEL VATICANO , viernes, 6 abril 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que ha pronunciado el predicador de la Casa Pontifica, el padre Raniero Cantalamessa, ofmcap., durante la celebración de la Pasión del Señor, que ha presidido –a primera hora de la tarde de este Viernes Santo- Benedicto XVI en la Basílica Vaticana.

* * *
P. Raniero Cantalamessa
«HABÍA TAMBIÉN ALGUNAS MUJERES»
Predicación de Viernes Santo (2007)
en la Basílica de San Pedro

«Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena» (Jn 19, 25). Por una vez, pongamos aparte a María, su Madre. Su presencia en el Calvario no requiere de explicaciones. Era «su madre» y esto lo dice todo; las madres no abandonan a un hijo, aunque esté condenado a muerte. ¿Pero por qué estaban allí las otras mujeres? ¿Quiénes y cuántas eran?

Los evangelios refieren el nombre de algunas de ellas: María de Magdala, María -la madre de Santiago el menor y de Joset-, Salomé -madre de los hijos de Zebedeo-, una cierta Juana y una tal Susana (Lc 8, 3). Llegadas con Jesús de Galilea, estas mujeres le habían seguido, llorando, en el camino al Calvario (Lc 23, 27-2Cool, ahora en el Gólgota observaban «de lejos» (o sea, desde la distancia mínima que se les permitía) y en poco tiempo le acompañan, con tristeza, al sepulcro con José de Arimatea (Lc 23, 55).

Este hecho está demasiado comprobado y es demasiado extraordinario como para pasar por encima de él apresuradamente. Las llamamos, con una cierta condescendencia masculina, «las piadosas mujeres», pero son mucho más que «piadosas mujeres», ¡son igualmente «Madres Coraje! Desafiaron el peligro que existía en mostrarse tan abiertamente a favor de un condenado a muerte. Jesús había dicho: «¡Dichoso aquél que no halle escándalo en mí!» (Lc 7, 23). Estas mujeres son las únicas que no se escandalizaron de Él.

Se discute vivamente desde hace algún tiempo quién fue quien quiso la muerte de Jesús: los jefes judíos o Pilato, o los unos y el otro. Una cosa es cierta en cualquier caso: fueron los hombres, no las mujeres. Ninguna mujer está involucrada, tampoco indirectamente, en su condena. Hasta la única mujer pagana que se menciona en los relatos, la esposa de Pilato, se disoció de su condena (Mt 27, 19). Es cierto que Jesús murió también por los pecados de las mujeres, pero históricamente sólo ellas pueden decir: «¡Somos inocentes de la sangre de éste!» (Mt 27, 24).

Éste es uno de los signos más ciertos de la honestidad y de la fidelidad histórica de los evangelios: el papel mezquino que hacen en ellos los autores y los inspiradores de los evangelios y el maravilloso papel que muestran de las mujeres. ¿Quién habría permitido que se conservara, con memoria imperecedera, la ignominiosa historia del propio miedo, huída, negación, agravada además por la comparación con la conducta tan distinta de algunas pobres mujeres; quién, repito, lo habría permitido, si no hubiera estado obligado por la fidelidad a una historia que ya se mostraba como infinitamente mayor que la propia miseria?
* * *

Siempre ha surgido la cuestión de cómo es que las «piadosas mujeres» son las primeras en ver al Resucitado y a ellas se les dé la misión de anunciarlo a los apóstoles. Éste era el modo más seguro de hacer la resurrección poco creíble. El testimonio de una mujer no tenía peso alguno. Tal vez por este motivo ninguna mujer aparece en el largo elenco de quienes han visto al Resucitado, según el relato de Pablo (1 Co 15, 5-Cool. Los propios apóstoles, respecto a las primeras, tomaron las palabras de las mujeres como «un desatino» completamente femenino y no las creyeron (Lc 24, 11).

Los autores antiguos creyeron conocer la respuesta a este interrogante. Las mujeres, dice en un himno Romano el Melode, son las primeras en ver al Resucitado porque una mujer, Eva, ¡fue la primera en pecar! [1]. Pero la respuesta auténtica es otra: las mujeres fueron las primeras en verle resucitado porque habían sido las últimas en abandonarle muerto e incluso después de la muerte acudían a llevar aromas a su sepulcro (Mc 16,1).

Debemos preguntarnos por el motivo de este hecho: ¿por qué las mujeres resistieron al escándalo de la cruz? ¿Por qué se le quedaron cerca cuando todo parecía acabado e incluso sus discípulos más íntimos le habían abandonado y estaban organizando el regreso a casa?

La respuesta la dio anticipadamente Jesús, cuando contestando a Simón, dijo acerca de la pecadora que le había lavado y besado los pies: «¡Ha amado mucho!» (Lc 7, 47). Las mujeres habían seguido a Jesús por Él mismo, por gratitud del bien de Él recibido, no por la esperanza de hacer carrera después. A ellas no se les habían prometido «doce tronos», ni ellas habían pedido sentarse a su derecha y a su izquierda en su reino. Le seguían, está escrito, «para servirle» (Lc 8, 3; Mt 27, 55); eran las únicas, después de María, su Madre, en haber asimilado el espíritu del Evangelio. Habían seguido las razones del corazón y éstas no les habían engañado.
* * *

En sí, su presencia junto al Crucificado y el Resucitado contiene una enseñanza vital para nosotros hoy. Nuestra civilización, dominada por la técnica, tiene necesidad de un corazón para que el hombre pueda sobrevivir en ella, sin deshumanizarse del todo. Debemos dar más espacio a las «razones del corazón» si queremos evitar que la humanidad vuelva a caer en una era glacial.

En esto, a diferencia de muchos otros campos, la técnica es de bien poca ayuda. Se trabaja desde hace tiempo en un tipo de ordenador que «piensa» y muchos están convencidos de que se logrará. Pero nadie hasta ahora ha proyectado la posibilidad de un ordenador que «ame», que se conmueva, que salga al encuentro del hombre en el plano afectivo, facilitándole amar, como le facilita calcular las distancias entre las estrellas, el movimiento de los átomos y memorizar datos...

A la potenciación de la inteligencia y de las posibilidades cognoscitivas del hombre no le sigue con el mismo ritmo, lamentablemente, la potenciación de su capacidad de amor. Esta última, más bien, parece que no cuenta nada, aunque sabemos muy bien que la felicidad o la infelicidad en la tierra no dependen tanto de conocer o no conocer, sino de amar o no amar, de ser amado o no ser amado. No es difícil entender por qué estamos tan ansiosos de incrementar nuestros conocimientos y tan poco de aumentar nuestra capacidad de amar: el conocimiento se traduce automáticamente en poder, el amor en servicio.

Una de las idolatrías modernas es la del «IQ», el «coeficiente intelectual». Existen varios métodos para medirlo. ¿Pero quién se preocupa de tener en cuenta también el «coeficientes del corazón»? Sin embargo sólo el amor redime y salva, mientras que la ciencia y la sed de conocimiento, solas, pueden llevar a la condenación. Es la conclusión del Fausto de Goethe y es también el grito que lanza el cineasta que hace clavar simbólicamente al suelo los preciosos volúmenes de una biblioteca y hace exclamar al protagonista que «todos los libros del mundo no valen lo que una caricia» [2]. Antes que ellos, San Pablo había escrito: «La ciencia hincha, el amor en cambio edifica» (1 Co 8,1).

Después de tantas eras que han tomado nombre del hombre - homo erectus, homo faber, hasta el homo sapiens-sapiens , o sea, el sapientísimo de hoy-, es deseable que se abra por fin, para la humanidad, una era de la mujer: una era del corazón, de la compasión, y que esta tierra deje ya de ser «la pequeña tierra que nos hace tan feroces» [3].
* * *

De todo lugar brota la exigencia de dar más espacio a la mujer. Nosotros no creemos que «el eterno femenino nos salvará» [4]. La experiencia diaria demuestra que la mujer puede «elevarnos», pero que también puede hacernos caer. También ella tiene necesidad de ser salvada por Cristo. Pero es cierto que, una vez redimida por Él y «liberada», en el plano humano, de antiguas discriminaciones, ella puede contribuir a salvar nuestra sociedad de algunos males arraigados que se ciernen amenazantes: violencia, voluntad de poder, aridez espiritual, desprecio de la vida...
Sólo hay que evitar repetir el antiguo error gnóstico según el cual la mujer, para salvarse, debe dejar de ser mujer y transformarse en hombre [5]. El prejuicio está tan enraizado en la cultura que las propias mujeres han acabado, a veces, por sucumbir a él. Para afirmar su dignidad, han creído necesario asumir actitudes masculinas, o bien minimizar la diferencia de sexos, reduciéndola a un producto de la cultura. «Mujer no se nace, sino que se hace», dijo una de sus ilustres representantes [6].

¡Qué agradecidos tenemos que estar a las «piadosas mujeres»! A lo largo del camino al Calvario, sus sollozos fueron el único sonido amigo que llegó a oídos del Salvador; sobre la cruz, sus «miradas» fueron las únicas que se posaron con amor y compasión en Él.

La liturgia bizantina ha honrado a las piadosas mujeres dedicándoles un domingo del año litúrgico, el segundo después de Pascua, que toma el nombre de «domingo de las Miróforas», esto es, de las portadoras de aromas. Jesús está contento de que se honren en la Iglesia a las mujeres que le amaron y creyeron en Él en vida. Sobre una de ellas –la mujer que vertió en su cabeza un frasco de ungüento perfumado- hizo esta extraordinaria profecía, puntualmente cumplida en los siglos: «Dondequiera que se proclame este Evangelio, en el mundo entero, se hablará también de lo que ésta ha hecho para memoria suya» (Mt 26,13).
* * *

Las piadosas mujeres, no están sólo, en cambio, para admirar y honrar, sino también para imitar. San León Magno dice que «la pasión de Cristo se prolonga hasta el final de los siglos» [7] y Pascal ha escrito que «Cristo estará en agonía hasta el fin del mundo» [8]. La Pasión se prolonga en los miembros del cuerpo de Cristo. Son herederas de las «piadosas mujeres» las muchas mujeres, religiosas y laicas, que permanecen hoy al lado de los pobres, de los enfermos de Sida, de los encarcelados, de los rechazados de cualquier tipo por parte de la sociedad. A ellas –creyentes o no creyentes- Cristo repite: «A mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40).

No sólo por el papel desempeñado en la pasión, sino también por el de la resurrección, las piadosas mujeres son ejemplo para las mujeres cristianas de hoy. En la Biblia se encuentran, de un extremo a otro, los «¡ve!» o los «¡id!», esto es, los envíos por parte de Dios. Es la palabra dirigida a Abrahán, a Moisés («Ve, Moisés, a la tierra de Egipto»), a los profetas, a los apóstoles: «Id por todo el mundo, predicad el Evangelio a toda criatura».

Todos son «¡id!» dirigidos a los hombres. Existe un solo «¡id!» dirigido a las mujeres, el que se dijo a las miróforas la mañana de Pascua: «Entonces les dijo Jesús: "Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán"» (Mt 28, 10). Con estas palabras las constituía en primeros testigos de la resurrección, «maestras de maestros», como las llama un antiguo autor [9].

Es una pena que, a causa de la equivocada identificación con la mujer pecadora que lava los pies de Jesús (Lc 7, 37), María Magdalena haya acabado por alimentar infinitas leyendas antiguas y modernas y haya entrado en el culto y en el arte casi sólo en calidad de «penitente», más que como primer testigo de la resurrección, «apóstol de los apóstoles», como la define Santo Tomás de Aquino [10].
* * *

«Ellas partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos» (Mt 28, Cool. Mujeres cristianas, seguid llevando a los sucesores de los apóstoles y a nosotros, sacerdotes y colaboradores suyos, el gozoso anuncio: «¡El Maestro está vivo! ¡Ha resucitado! Os precede en Galilea, o sea, ¡dondequiera que vayáis!». Continuad el antiguo cántico que la liturgia pone en boca de María Magdalena: Mors et vita duello conflixere mirando: dux vitae mortuus regnat vivus : «Muerte y vida se han enfrentado en un prodigioso duelo: el Señor de la vida estaba muerto, pero ahora está vivo y reina». La vida ha triunfado, en Cristo, sobre la muerte, y así sucederá un día también en nosotros. Junto a todas las mujeres de buena voluntad, vosotras sois la esperanza de un mundo más humano.

A la primera de las «piadosas mujeres» e incomparable modelo de éstas, la Madre de Jesús, repetimos una antigua oración de la Iglesia: «Santa María, socorre a los pobres, sostén a los frágiles, conforta a los débiles: ruega por el pueblo, intervén por el clero, intercede por el devoto sexo femenino»: Ora pro populo, interveni pro clero, intercede pro devoto femineo sexu [11].

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

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[1] Romano il Melode, Inni , 45, 6 (ed. a cura di G. Gharib, Edizioni Paoline 1981, p. 406)
[2] En la pelicula "Cento chiodi" de Ermanno Olmi.
[3] Dante Alighieri, Paradiso , 22, v.151.
[4] W. Goethe, Faust , final parte II: "Das Ewig-Weibliche zieht uns hinan".
[5] Cf. Vangelo copto di Tommaso , 114; Estratti di Teodoto , 21, 3.
[6] Simone de Beauvoir, Le Deuxième Sexe (1949).
[7] S. Leone Magno, Sermo 70, 5 (PL 54, 383).
[8] B. Pascal, Pensieri , n. 553 Br.
[9] Gregorio Antiocheno, Omelia sulle donne mirofore , 11 (PG 88, 1864 B).
[10] S. Tommaso d'Aquino, Commento al vangelo di Giovanni , XX, 2519.
[11] Antifona al Magnificat, Comune delle feste della Vergine.

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MensajePublicado: Sab Abr 07, 2007 5:42 pm    Asunto:
Tema: ESPECIAL DE SEMANA SANTA 2007
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MensajePublicado: Dom Abr 08, 2007 2:12 pm    Asunto:
Tema: ESPECIAL DE SEMANA SANTA 2007
Responder citando

Paz y bien.
Padre misericordioso: Gracias por la resurrección de tu hijo amadísimo, Jesucristo, nuestro Señor. Con su resurrección, Cristo forma la base de nuestra fé. Es con su resurrección que afirma tu presencia entre nosotros. Gracias, Padre.

En éste comentario del P. Cantalamessa desde el punto de vista histórico, nos muestra la autenticidad de la vida, muerte y resurrección de Jesús, como él mismo explica para que aquellos que aún dudan, crean y para que los que creemos reafirmemos nuestra fé.

Lo más importante es anunciar como las mujeres piadosas: ¡CRISTO HA RESUCITADO!
Cita:
El predicador del Papa sobre la historicidad y la fe en la resurrección de Jesús
Comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap., a la liturgia del próximo domingo

ROMA, sábado, 7 abril 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap. - predicador de la Casa Pontificia- a la liturgia del domingo de Pascua, Resurrección del Señor, el 8 de abril.
* * *

¡Ha resucitado!

Domingo de Pascua
Hechos 10, 34a. 37-43; Colosenses 3, 1-4; Juan 20, 1-9

Hay hombres --lo vemos en el fenómeno de los terroristas suicidas-- que mueren por una causa equivocada o incluso inicua, considerando sin razón que es buena. Por sí misma, la muerte de Cristo no testimonia la verdad de su causa, sino sólo el hecho de que Él creía en la verdad de ella. La muerte de Cristo es testimonio supremo de su caridad , pero no de su verdad. Ésta es testimoniada adecuadamente sólo por la resurrección. «La fe de los cristianos -dice San Agustín- es la resurrección de Cristo. No es gran cosa creer que Jesús ha muerto; esto lo creen también los paganos; todos lo creen. Lo verdaderamente grande es creer que ha resucitado».

Ateniéndonos al objetivo que nos ha guiado hasta aquí, estamos obligados a dejar de lado, de momento, la fe, para atenernos a la historia. Desearíamos buscar respuesta al interrogante: ¿podemos o no definir la resurrección de Cristo como un evento histórico, en el sentido común del término, esto es, «realmente ocurrido»?
Lo que se ofrece a la consideración del historiador y le permite hablar de la resurrección son dos hechos: primero, la imprevista e inexplicable fe de los discípulos, una fe tan tenaz como para resistir hasta la prueba del martirio; segundo, la explicación que, de tal fe, nos han dejado los interesados, esto es, los discípulos. En el momento decisivo, cuando Jesús fue prendido y ajusticiado, los discípulos no alimentaban esperanza alguna de una resurrección. Huyeron y dieron por acabado el caso de Jesús.

Entonces tuvo que intervenir algo que en poco tiempo no sólo provocó el cambio radical de su estado de ánimo, sino que les llevó también a una actividad del todo nueva y a la fundación de la Iglesia. Este «algo» es el núcleo histórico de la fe de Pascua.

El testimonio más antiguo de la resurrección es el de Pablo, y dice así: «Os he transmitido, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los Doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los que la mayor parte viven todavía, si bien algunos han muerto. Luego se apareció a Santiago, y más tarde a todos los apóstoles. Y después de todos se me apareció a mí, como si de un hijo nacido a destiempo se tratara» (1 Corintios 15, 3-Cool. La fecha en la que se escribieron estas palabras es el 56 o 57 d.C. El núcleo central del texto, sin embargo, está constituido por un credo anterior que San Pablo dice haber recibido él mismo de otros. Teniendo en cuenta que Pablo conoció tales fórmulas inmediatamente después de su conversión, podemos situarlas en torno al año 35 d.C., eso es, unos cinco o seis años después de la muerte de Cristo. Testimonio, por lo tanto, de raro valor histórico.

Los relatos de los evangelistas se escribieron algunas décadas más tarde y reflejan una fase ulterior de la reflexión de la Iglesia. El núcleo central del testimonio, sin embargo, permanece intacto: el Señor ha resucitado y se ha aparecido vivo. A ello se añade un elemento nuevo, tal vez determinado por preocupación apologética y por ello de menor valor histórico: la insistencia sobre el hecho del sepulcro vacío. Para los Evangelios el hecho decisivo siguen siendo las apariciones del Resucitado.

Las apariciones, además, testimonian también la nueva dimensión del Resucitado, su modo de ser «según el Espíritu», que es nuevo y diferente respecto al modo de existir anterior, «según la carne». Él, por ejemplo, puede ser reconocido no por cualquiera que le vea, sino sólo por aquél a quien Él mismo se dé a conocer. Su corporeidad es diferente de la de antes. Está libre de las leyes físicas: entra y sale con las puertas cerradas; aparece y desaparece.

Una explicación diferente de la resurrección, aquella que presentó Rudolf Bultmann, todavía la proponen algunos, y es que se trató de visiones psicógenas, esto es, de fenómenos subjetivos del tipo de las alucinaciones. Pero esto, si fuera verdad, constituiría al final un milagro no inferior que el que se quiere evitar admitir. Supone de hecho que personas distintas, en situaciones y lugares diferentes, tuvieron todas la misma impresión o alucinación.

Los discípulos no pudieron engañarse: eran gente concreta, pescadores, lo contrario de personas dadas a las visiones. En un primer momento no creen; Jesús debe casi vencer su resistencia: «¡tardos de corazón en creer!». Tampoco pudieron querer engañar a los demás. Todos sus intereses se oponían a ello; habrían sido los primeros en sentirse engañados por Jesús. Si Él no hubiera resucitado, ¿para qué afrontar las persecuciones y la muerte por Él? ¿Qué provecho material podían sacar?

Negado el carácter histórico, esto es, el carácter objetivo y no sólo el subjetivo, de la resurrección, el nacimiento de la Iglesia y de la fe se convierte en un misterio más inexplicable que la resurrección misma. Se ha observado justamente: «La idea de que el imponente edificio de la historia del cristianismo sea como una enorme pirámide puesta en vilo sobre un hecho insignificante es ciertamente menos creíble que la afirmación de que todo el evento –o sea, el dato de hecho más el significado inherente a él- realmente haya ocupado un lugar en la historia comparable al que le atribuye el Nuevo Testamento».

¿Cuál es entonces el punto de llegada de la investigación histórica a propósito de la resurrección? Podemos percibirlo en las palabras de los discípulos de Emaús: algunos discípulos, la mañana de Pascua, fueron al sepulcro de Jesús y encontraron que las cosas estaban como habían referido las mujeres, quienes habían acudido antes que ellos, «pero a Él no le vieron». También la historia se acerca al sepulcro de Jesús y debe constatar que las cosas están como los testigos dijeron. Pero a Él, al resucitado, no lo ve. No basta constatar históricamente, es necesario ver al Resucitado, y esto no lo puede dar la historia, sino sólo la fe.

El ángel que se apareció a las mujeres, la mañana de Pascua, les dijo: «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?» (Lucas 24, 5). Os confieso que al término de estas reflexiones siento este reproche como si se dirigiera también a mí. Como si el ángel me dijera: «¿Por qué te empeñas a buscar entre los muertos argumentos humanos de la historia, al que está vivo y actúa en la Iglesia y en el mundo? Ve mejor y di a tus hermanos que Él ha resucitado».

Si de mí dependiera, querría hacer sólo eso. Hace treinta años que dejé la enseñanza de la Historia de los Orígenes Cristianos para dedicarme al anuncio del Reino de Dios, pero en estos últimos tiempos, ante las negaciones radicales e infundadas de la verdad de los Evangelios, me he sentido obligado a volver a tomar las herramientas de trabajo. De aquí la decisión de emplear estos comentarios a los evangelios dominicales para contrarrestar una tendencia frecuentemente sugerida por intereses comerciales, y para dar a quien tal vez los lea la posibilidad de formarse una opinión sobre Jesús menos influenciada por el clamor publicitario.

[Traducción del original italiano realizada por Zenit]


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