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La falacia.

 
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Autor Mensaje
Joseleg
Constante


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Mensajes: 993
Ubicación: Bogotà Colombia

MensajePublicado: Vie Oct 03, 2008 8:08 pm    Asunto: La falacia.
Tema: La falacia.
Responder citando

Por Ricardo García Damborenea.
Definición



Los argumentos sirven, como sabemos, para sostener la verdad (verosimilitud, conveniencia) de una conclusión. Con frecuencia, sin embargo, los construimos mal, con lo que su finalidad no se alcanza. También con frecuencia, empleamos argumentos aparentes con el fin de engañar, distraer al adversario o descalificarlo. A todas las formas de argumentación que encierran errores o persiguen fines espurios, los llamamos falacias. El término procede del latín fallatia, que significa engaño, y lo empleamos como sinónimo de sofisma, palabra que acuñaron los griegos para designar el argumento engañoso.



Ya se ve que la terminología es imprecisa porque mezcla errores de razonamiento (por ejemplo una generalización precipitada), con maniobras extra-argumentales (por ejemplo un ataque personal), e incluye también los falsos argumentos que se emplean con la intención de engañar o desviar la atención (por ejemplo la falacia ad ignorantiam, la pista falsa o las apelaciones emocionales). Todos tienen una cosa en común: adoptan la apariencia de un argumento e inducen a aceptar una proposición que no está debidamente justificada. Unas veces nos engaña nuestro juicio y otras las mañas de nuestro interlocutor.



Ocurre con las falacias como con los dioses del panteón greco-romano: son tantas y con parentescos tan embrollados que cualquier intento de clasificación resulta inútil. Desde que Aristóteles redactara sus Refutaciones Sofísticas hasta hoy, no han aparecido dos libros sobre esta materia que recogieran el mismo ordenamiento. Es mucho más fácil clasificar insectos porque plantean menos problemas conceptuales y están mejor definidos. Los fallos argumentales, por el contrario, son escurridizos y ubicuos: un mismo error puede constituir varios sofismas a la vez. Aquí no vamos ni siquiera a esbozar una clasificación. Nos limitaremos a exponer las falacias más frecuentes en orden alfabético para facilitar su consulta.





a. De dónde proceden nuestros escasos errores y los infinitos de los oponentes



Las falacias con que tropezamos habitualmente se pueden atribuir a cuatro fuentes o tipos de error, de los que derivan todas:



1. Abandonar la racionalidad.

2. Eludir la cuestión en litigio.

3. No respaldar lo que se afirma.

4. Olvidos y confusiones.





1. El abandono de la racionalidad.



Se produce de varias maneras:



- cuando nos negamos escuchar argumentos que pudieran obligarnos a modificar una opinión que estimamos irrenunciable, es decir, cuando no es­tamos dispuestos a ser convencidos. Así ocurre, por ejemplo en la Falacia ad baculum y en la Falacia ad verecundiam.



- cuando disfrazamos la realidad con triquiñuelas como la Ambigüedad o las Preguntas múltiples.



- cuando tomamos la exigencia de prueba como una cuestión personal y respondemos desviando la cuestión con un Ataque personal, o una Pista falsa.





2. No discutir la cuestión en litigio.



Lo más importante en cualquier discusión es saber de qué se discute. Son muy frecuentes los errores motivados porque se abandona (o permitimos que se abandone) la cuestión para introducir otro debate. Cuando esto sucede decimos que se incurre en una falacia de Eludir la cuestión. Se trata de una maniobra que caracteriza el Ataque personal, la falacia casuística, la Pista falsa y las apelaciones emocionales del Sofisma patético.





3. No respaldar lo que se afirma.



Quien sostiene una afirmación contrae dos obligaciones: no eludir la carga de la prueba y aportar razones suficientes. Se incurre en argumentación falaz tanto cuando no se sostiene lo que se afirma (falacias del Non sequitur, la Afirmación gratuita, o la Petición de principio), como cuando se traslada la carga de la prueba, que es el caso de la falacia ad ignorantiam.





4. Olvidos y confusiones.



Aquí se agrupan los fallos propiamente lógicos, aquellos en que olvidamos alternativas o confundimos conceptos. Si un jugador de ajedrez responde siempre con el primer movimiento que le viene a la cabeza, cometerá errores sin número por olvido de alternativas. Del mismo modo, si confunde un gambito con el enroque, tampoco llegará muy lejos.



El Olvido de alternativas es la madre de numerosas falacias y se da con muchísima frecuencia, por ejemplo en las generalizaciones y disyunciones.



La confusión de conceptos es otra madre de falacias y deriva de nuestros errores al diferenciar ideas como esencia y accidente, regla y excepción, todo y parte, absoluto y relativo, continuo y cambio, de lo que surgen las falacias del Accidente, del Secundum quid, de Composición, y del Continuum.





b. El ataque a la falacia



Nos pasa con los sofismas lo que con los juegos de manos: aunque sabemos que hay un truco no podemos explicarlo. Cada sofisma, como veremos, requiere una respuesta peculiar, pero se pueden señalar algunas sugerencias generales.



1. La mejor forma de combatir un mal argumento es dejar que se hunda solo. Para ello lo más sencillo es reconstruirlo en su forma estándar, con lo que sobresaldrán sus contradicciones o sus carencias.



2. Lo peor que se puede hacer es emplear la palabra falacia o agitar latinajos. A nadie le gusta que le acusen de falaz. Es un término cuasi insultante que tal vez suscite algún arrepentimiento contrito pero que, generalmente, provoca un contraataque feroz e irracional que puede hundir el debate. Existen vías más sutiles para informar a los contrincantes de que han resbalado en su razonamiento. No merece la pena malgastar tiempo en una descripción técnica del error que, como los latines, no entenderá nadie. Es mejor limitarse a señalar el fallo en las premisas, la conclusión o la inferencia. Ups! todos los dias se aprenden cosas nuevas



3º. Siempre son muy eficaces los ejemplos, especialmente cuando son absurdos. Aquí hemos procurado facilitar una abundantísima munición que se puede utilizar como está o inspirarse en ella para fabricar otros.



4º. Con mucha frecuencia un mismo error puede ser clasificado en diversos modelos de falacias. Determinado ataque personal, por ejemplo, pudiera considerarse como falacia ad hominem, ad con­secuentiam, ad verecundiam, ad populum, pista falsa, sofisma patético o apelación al tu quoque. No tendría sentido enumerarlas. Lo más eficaz es limitarse a denunciar aquélla que parezca más flagrante, esto es, más comprensible para la audiencia.



No recogemos todos los errores imaginables sino los que, por su frecuencia, han recibido un nombre, a veces en latín (prueba de su abolengo). No es preciso que uno se los aprenda. Lo importante es diferenciar los errores, aunque hemos de reconocer que las etiquetas ayudan a distinguir, comprender y, sobre todo, a conservar la memoria de las cosas.
http://www.usoderazon.com/



Personalmente todos alguna vez hemos caido en el uso de las falaicas en la argumentación, el ser humano en su discurso diario no es logico ni tiene que serlo, sin embargo para que un debate sea de calidad este debe hacerse con las erramientas de la razón.
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"Nada tiene sentido en biología si no es a la luz de la evolución" Theodosius Dobzhansky

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Denis04
Asiduo


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MensajePublicado: Sab Oct 04, 2008 5:52 am    Asunto: Falacias por ironia.
Tema: La falacia.
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A veces me considero asiduo seguidor de la falacia por ironia, aquella que nos permite mentir pensando en la verdad, aquella que clasifica como eludir la cuestión en litigio pero dando pistas claras a una mente perspicaz,pues bien, en este ámbito no cabe la completa inocencia y el diálogo honesto se mancilla por las alegorías de los dueños de la verdad. Al final solo cabe concluir junto a Bierce que Razonar es pesar probabilidades en la balanza del deseo.
Toda una Falacia. ¿o no?

Saludos.
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CONFIRMADO
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guitarxtreme
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MensajePublicado: Lun Oct 06, 2008 9:56 am    Asunto:
Tema: La falacia.
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me llamaron!!!!
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En estos tiempos se necesita mucho ingenio para cometer un pecado original
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Joseleg
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Ubicación: Bogotà Colombia

MensajePublicado: Lun Oct 06, 2008 5:10 pm    Asunto:
Tema: La falacia.
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Falacias del ATAQUE PERSONAL




Grupo de falacias que desvían la atención del asunto que se discute hacia la persona del adversario o sus circunstancias.



Cuando se trata, como es habitual, de sostener afirmaciones indemostrables o decisiones basadas en conjeturas, cobra extraordinario valor persuasivo el prestigio de la persona que da el consejo o hace la propuesta. En los casos dudosos (es decir, en la mayoría), concedemos la razón con más facilidad a aquellos en quienes confiamos, sean médicos, asesores fiscales, fabricantes de quesitos en porciones, o políticos. Más del 80% de la persuasión nace de la confianza que inspire el consejero.



Un razonamiento que procede de gente sin fama y el mismo, pero que viene de gente famosa, no tienen igual fuerza.[1]



Ahí radica la fortaleza de un político, pero también su punto vulnerable. La difamación es tan frecuente en la vida pública por­que los políticos comprenden instintivamente la necesidad de arruinar el crédito moral de sus adversarios. En un dirigente sin prestigio los argumentos parecerán argucias, las emociones farsa, y la sinceridad, hipocresía. De aquí procede un componente inevitable de la acción política: la batalla por la imagen propia y el desprestigio de la ajena que, a veces, convierte las locuciones públicas en simples variaciones de un único mensaje sustancial: yo propongo lo más justo y mi oponente es un felón.



Hay dos argumentos falaces o pseudoargumentos que atacan directamente al adversario: la Falacia ad hominem y la Falacia del Muñeco de paja. Son pseudoargumentos porque ninguno refuta las afirmaciones del contrincante. El primero se limita a descalificarlo como persona y el segundo forja un oponente imaginario fácil de tumbar. Son también, como se ve, ejemplos de la Elusión de la carga de la prueba.
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PabloPira
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MensajePublicado: Lun Oct 06, 2008 8:36 pm    Asunto:
Tema: La falacia.
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Interesante hilo de pensamiento.

Como matemático este tema me resulta difícil... todas estas clasificaciones son en base a semántica. La lógica matemática las manda a casi todas (las tan importantes que merecen nombre) al mismo cajón: Falacia de la conclusión no relacionada.
Tenemos un esquema algo así:

((p =>q) ^r ) =>q

En todos los casos funciona algo así:
sabemos que de p se deduce q, pero se argumenta otra cosa (r) y de todas formas se concluye q.

Como menciona joseleq, no siempre se hace con mala intención... incluso hay casos en los que es posible que el interlocutor piense que p<=>r y de allí venga el enredo. La solución está en demostrar que p y r no son equivalentes y ya.

Saludos,

JP
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Laudate Eum in tympano et choro, laudate Eum in chordis et organo.
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Joseleg
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MensajePublicado: Lun Oct 06, 2008 9:24 pm    Asunto:
Tema: La falacia.
Responder citando

PabloPira escribió:
Interesante hilo de pensamiento.

Como matemático este tema me resulta difícil... todas estas clasificaciones son en base a semántica. La lógica matemática las manda a casi todas (las tan importantes que merecen nombre) al mismo cajón: Falacia de la conclusión no relacionada.
Tenemos un esquema algo así:

((p =>q) ^r ) =>q

En todos los casos funciona algo así:
sabemos que de p se deduce q, pero se argumenta otra cosa (r) y de todas formas se concluye q.

Como menciona joseleq, no siempre se hace con mala intención... incluso hay casos en los que es posible que el interlocutor piense que p<=>r y de allí venga el enredo. La solución está en demostrar que p y r no son equivalentes y ya.

Saludos,

JP


Citando esta frase que se dice en internet:

En internet hay mucho debate, desgraciadamente la mayoria es de baja calidad" aprender sobre las falacias nos permitirá evitarla en nuestras construcciones semanticas, que es despues de todo como elaboramos discursos que pretenden convencer.
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MensajePublicado: Lun Oct 06, 2008 9:41 pm    Asunto:
Tema: La falacia.
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Falacia ad HOMINEM, o falacia ad personam

Se llama así todo mal argumento que, en lugar de refutar las afirmaciones de un adversario, intenta descalificarlo personalmente. Consiste, por ejemplo, en negar la razón a una persona alegando que es fea. Al describir a un oponente como estúpido, poco fiable, lleno de contradicciones o de prejuicios, se pretende que guarde silencio o, por lo menos, que pierda su credibilidad.



Estamos ante un ataque dirigido hacia el hombre, no hacia sus razonamientos. Es una agresión, como la del jugador de fútbol que no logra alcanzar la pelota y da una patada a su adversario para derribarlo. Podemos distinguir dos variedades: el ataque directo y el indirecto
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Joseleg
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MensajePublicado: Lun Oct 06, 2008 9:43 pm    Asunto:
Tema: La falacia.
Responder citando

Joseleg escribió:
Falacia ad HOMINEM, o falacia ad personam

Se llama así todo mal argumento que, en lugar de refutar las afirmaciones de un adversario, intenta descalificarlo personalmente. Consiste, por ejemplo, en negar la razón a una persona alegando que es fea. Al describir a un oponente como estúpido, poco fiable, lleno de contradicciones o de prejuicios, se pretende que guarde silencio o, por lo menos, que pierda su credibilidad.



Estamos ante un ataque dirigido hacia el hombre, no hacia sus razonamientos. Es una agresión, como la del jugador de fútbol que no logra alcanzar la pelota y da una patada a su adversario para derribarlo. Podemos distinguir dos variedades: el ataque directo y el indirecto





a. Directo: Va derecho al bulto y suele ser insultante. Pone en duda la inteligencia, el carácter, la condición, o la buena fe del oponente

Es estúpido y como tal no puede tener una opinión fiable.

Es poco cuidadoso con sus afirmaciones, un exaltado.

¡Claro que lo dice! ¿qué esperabas de una negra?


A esta misma familia pertenecen las tradicionales descalificaciones ideológicas: es comunista, es de derechas... y todo cuanto, en este sentido, pueda ser considerado perverso o al menos reprobable para cierto punto de vista: es católico, ateo, anarquista, capitalista, jesuita, del Opus Dei (creo que muchos foros se han ido al desmadre por estas cosillas)... esto es, gente incapaz de articular ideas respetables.

¿Vas a creer lo que dice ese cerdo racista?.

Dice eso porque... es burgués, judío, español (o las tres cosas).

Sus opiniones coinciden con las de Herri Batasuna.


Clase social, raza, religión, nacionalidad, antecedentes, o hábitos de vida son irrelevantes a la hora de juzgar las opiniones ajenas

Nin vale el azor menos porque en vil nido siga, ni los buenos en­siemplos porque judío los diga. Dom Sem Tob

Lo menos importante es si los términos del ataque son ciertos o falsos. Tal vez el oponente sea un cerdo racista, pero no es eso lo que se discute, sino sus argumentos. Es comprensible que la idea puede desagradar, pero si Hitler afirmara que dos y dos son cuatro habría que otorgarle la razón. Pensar que los razonamientos de los monstruos son monstruosos es una ensoñación de idealistas y, para lo que aquí nos ocupa, una falacia ad hominem.

Hasta un reloj parado dice la verdad dos veces al día.

Hay quien emplea esta falacia antes de escuchar el argumento del contrario, en una maniobra que coloquialmente se llama envenenar el pozo. No se quiere dejar agua para cuando llegue el contrincante. Pretende negar que esté cualificado para dar una opinión:



Tú no eres mujer, así que lo que vayas a decir sobre el aborto no cuenta.

¿Qué puede saber un sacerdote sobre los hijos si no ha tenido ninguno?


Tal vez esté muy cualificado para opinar; tal vez sus consejos sean muy sensatos. Esta maniobra adelanta que nada de lo que diga se tomará en consideración. A veces adopta la forma de un recurso a la vergüenza (véase falacia ad verecundiam):




Yo sé que esto no gustará a algunos intransigentes, más impulsados por el dogmatismo y la superstición que por un análisis objetivo de las cosas...

Ignoro lo que defenderá mi oponente, pero ninguna persona razonable puede sostener que...

Quisiera ver a un hombre sobrio, moderado, casto, justo, decir que no hay Dios: por lo menos hablaría desinteresadamente; pero tal hombre no existe.[2]


Con frecuencia se apela a las contradicciones entre lo que el adversario defiende hoy y lo que sostenía ayer. La gente cambia de opiniones y es un recurso al alcance de cualquier menguado des­calificar a un oponente por defender cosas que antaño combatía

Cambia usted tantas veces de opinión que no sabemos si lo que defiende hoy seguirá sosteniéndolo mañana. (Pero ¿tengo razón o no?).

Sorprende que sea usted quien propone estas cosas, teniendo en cuen­ta que nunca ha creído en el Estado de Bienestar. (¡Pues más a mi favor!).


Es un recurso falaz porque apela a contradicciones ajenas a la discusión y que, seguramente, no tienen nada que ver con lo bien fundado del punto que se sostiene hoy (PD esto se parece a la falacia de negación del antecedente)

Existe gran número de personas que no tienen durante su vida más que una idea, y por lo mismo no se contradicen nunca. No pertenezco a esa clase; yo aprendo de la vida, aprendo mientras vivo, y, por lo tanto, aprendo hoy todavía. Es posible que lo que hoy es mi opinión, de aquí a un año no lo sea, o lo considere erróneo, y me diga: ¿Cómo he podido tener esa opinión antes? Bismarck

En resumen, la falacia que llamamos ad hominem pretende eludir las razones del contrario, lograr el rechazo de una medida en razón de la supuesta mala condición de quienes la promueven (Bentham)[6].
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Joseleg
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MensajePublicado: Lun Oct 06, 2008 9:50 pm    Asunto:
Tema: La falacia.
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Joseleg escribió:
Falacia ad HOMINEM, o falacia ad personam

Se llama así todo mal argumento que, en lugar de refutar las afirmaciones de un adversario, intenta descalificarlo personalmente. Consiste, por ejemplo, en negar la razón a una persona alegando que es fea. Al describir a un oponente como estúpido, poco fiable, lleno de contradicciones o de prejuicios, se pretende que guarde silencio o, por lo menos, que pierda su credibilidad.



Estamos ante un ataque dirigido hacia el hombre, no hacia sus razonamientos. Es una agresión, como la del jugador de fútbol que no logra alcanzar la pelota y da una patada a su adversario para derribarlo. Podemos distinguir dos variedades: el ataque directo y el indirecto





b. Indirecto o circunstancial:
El ataque indirecto no se dirige abiertamente contra la persona sino contra las circunstancias en que se mueve: sus vínculos, sus relaciones, sus intereses, en una palabra, todo aquello que pueda poner de manifiesto los motivos que le empujan a sostener su punto de vista. Da por supuesto que, en general, somos más amigos de Platón que de la verdad. Es la forma de ataque que sufre quien pertenece a un grupo (político, religioso, cultural) no porque sus ideas sean despreciables, sino porque se supone que disfraza con argumentos los intereses de su grupo. La denuncia de supuestas conspiraciones de la oposición, que tanto gustan a algunos políticos, adoptan la forma de esta falacia:



Usted hace las preguntas para perjudicar al gobierno.

Detrás de todo esto hay una estrategia para hundir al Presidente.

Son tóntos útiles, manipulados por una potencia extranjera.



Se da por sentado que, aunque el oponente sea una bellísima persona, sus circunstancias le aconsejan ver las cosas de una manera determinada que le impide ser objetivo. No importa que sus razones lo sean. Aquí se trata de eludir las razones para, en su lugar, insinuar que el adversario habla por interés, que es sospechoso de par­cialidad e incluso de mala fe, y, en consecuencia, que no se debe malgastar el tiempo rebatiéndole.

¡Claro, como a ti no te toca, te parece muy bien la reforma!


Se da por supuesto que la opinión es hija del interés y no se consideran sus posibles razones

No puedes fiarte de ese estudio sobre el tabaco. Lo ha pagado la industria tabacalera.

Debéis guardaros de per­mitir a los dueños de los esclavos que intervengan en las leyes sobre la esclavitud



Se sienta como premisa implícita que los esclavistas, al ser parte interesada, no serán fiables en la redacción de la ley, lo que es falaz, porque hasta un esclavista puede exponer buenos razonamientos sobre la esclavitud (al fin y al cabo es el que más sabe). Pero es que, además, aunque su participación fuera interesada, una medida benéfica no se puede rechazar por el simple hecho de que beneficie al proponente.


Un hombre de buenas costumbres puede albergar opiniones falsas y puede un malvado predicar la verdad aunque no crea en ella. Montaigne

Si el razonamiento es bueno, ¿qué importa quién lo presente o por qué? Una cosa es ser más escrupuloso y vigilante en el escrutinio de un argumento y otra dejarse influir en su evaluación por consideraciones extra-ar­gumentales. Una fuente puede ser parcial y tener razón. Su parcialidad debe movernos a desconfiar y, en­seguida, a buscar datos adicionales, pero no nos autoriza a rechazar sus razones.

El acto mismo, si no es pernicioso, no se convierte en malo porque los motivos sean de los que miran al propio interés. Bentham.
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Joseleg
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MensajePublicado: Lun Oct 06, 2008 9:59 pm    Asunto:
Tema: La falacia.
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Joseleg escribió:
Falacia ad HOMINEM, o falacia ad personam

Se llama así todo mal argumento que, en lugar de refutar las afirmaciones de un adversario, intenta descalificarlo personalmente. Consiste, por ejemplo, en negar la razón a una persona alegando que es fea. Al describir a un oponente como estúpido, poco fiable, lleno de contradicciones o de prejuicios, se pretende que guarde silencio o, por lo menos, que pierda su credibilidad.



Estamos ante un ataque dirigido hacia el hombre, no hacia sus razonamientos. Es una agresión, como la del jugador de fútbol que no logra alcanzar la pelota y da una patada a su adversario para derribarlo. Podemos distinguir dos variedades: el ataque directo y el indirecto


Como acabamos de ver, tanto en el ataque ad hominem directo como en el indirecto, se dejan a un lado los razonamientos para provocar una actitud de rechazo hacia el oponente y, en consecuencia, hacia sus palabras. Esta transferencia de la afirmación hecha por una persona a la persona misma resulta ser extremadamente atractiva para el público, de ahí el "éxito" de estas falacias. Nos inclinamos a contemplar un debate como si fuera una competición. No se trata de saber quién tiene razón, sino quién gana, es decir, quién zurra con más contundencia. Si una de las partes sabe alinearse con los sentimientos de la mayoría y caracterizar a la oposición como un enemigo común, su ventaja es indudable.

Para incurrir en personalismos no se requiere ni trabajo ni intelecto. En esta clase de competición, los más perezosos e ignorantes pueden medirse con los individuos más ingeniosos y mejor dotados. Bentham.

No es raro que en un mismo ataque se empleen unidas la falacia ad hominen, la falacia ad verecundiam y el argumento ad populum o Sofisma populista. Cumplen funciones idénticas: sirven lo mismo para silenciar al adversario que para eludir la carga de la prueba:


A usted no se le puede hacer caso porque es un aventado (ad hominem). Ninguna persona en su sano juicio discutiría esto (ad verecundiam). Y no es que lo diga yo: lo dice todo el mundo (ad populum).

No es fácil sustraerse a la tentación de utilizar la falacia ad hominem. Nos invitan la pasión y la conveniencia. La pasión, porque aunque no lo manifestemos, con frecuencia nos inclinamos a pensar: aborrezco a este hombre, luego no tiene razón ni mérito, con lo que incurrimos en una falacia ad consecuentiam. La conveniencia, porque siempre es más fácil golpear que razonar. En el terreno de la política no cabe duda de que las biografías per­sonales son mucho más interesantes para el público que los argumentos y pueden reemplazarlos con facilidad.



Por eso conviene señalar que este juego es peligroso. Los ataques personales descalifican también al atacante, ya que muestran su irracionalidad y su indigencia argumental. Con frecuencia, se vuelven contra quien los produce (contra producentem), porque repugnan a los sectores más sensibles del auditorio. No por eso se emplean menos. El caso es hablar para que no se note la carencia de razones. Abundan quienes consideran más grave callar que decir tonterías. Si alguna vez nos vemos impelidos al ataque personal hemos de procurar en primer lugar que culmine nuestro razonamiento (no que lo sustituya) y, en segundo lugar, revestirlo de formas corteses y, a ser posible, irónicas para mitigar sus efectos negativos.

Veo que le apoya Lucio Apuleyo, persona principiante, no en edad, sino en práctica y entrenamiento forense. En segundo lugar, según creo, tiene a Alieno. Nunca presté suficiente atención a sus posibilidades en la oratoria; para gritar, desde luego, veo que está bien fuerte y entrenado. Cicerón.[4]


Si somos víctimas de este abuso oratorio, podemos defendernos al estilo clásico: Verbera sed audi (Pega pero escucha); Si ha terminado usted con sus insultos, nos gustaría escuchar sus razonamientos; es más fácil escuchar sus insultos que sus razonamientos; o, como narraba Borges de aquel que fue refutado con un vaso de whisky en la cara: Eso es una digresión. Ahora espero su argumento.

Esos golpes que me vienen de abajo no me detendrán. Les diré: contestad si podéis; después calumniad cuanto queráis. Mirabeau.

Cabe también formular la hipótesis de que sea otro quien habla:

Olvide que lo he dicho yo. Supongamos que lo dice otro: ¿cuáles serían sus razones para rechazarlo?

Lo más importante es no perder el temple, porque la tentación de responder en parecidos términos suele ser fortísima. Si caemos en ella tal vez disfrutemos dándole gusto al cuerpo, pero nuestros objetivos dialécticos se desvanecerán. Desahogaremos nuestra cólera sin mejorar nuestra causa. Es mejor contenerse, denunciar el abuso del adversario y solicitar cortésmente un argumento.



Solamente se pueden admitir los ataques a la persona cuando es ella el objeto de discusión y no sus razonamientos. En muchas ocasiones se discute sobre una persona, por ejemplo para criticar una conducta o seleccionar un candidato. Si queremos demostrar que el presidente de una empresa pública es corrupto no queda otro camino que poner los hechos encima de la mesa.

¿Conocéis mayores inconsecuencias que las cometidas por el General Serrano? Él trabajó con Espartero contra la Reina Cristina; después, en un paseo que dio a Barcelona, derribó a Espartero. Entró en el mes de Mayo en la coalición de 1843, y la abandonó en el mes de Noviembre. Sostuvo al Ministerio puritano algún tiempo, y le dejó caer en los abismos. Forzó con su febril mano al General O'Donnell para que firmara el programa de Manzanares en que se estableció la Milicia Nacional, y más tarde apoyó el golpe de Estado que disolvía la Milicia definitivamente. Con un gesto, con un ademán imperioso, salvó la dinastía de Isabel II el 22 de Junio en la Montaña del Príncipe Pío, y con otro gesto, con otro ademán, derribó la dinastía de Isabel II, el 28 de Septiembre, en el Puente de Alcolea. ¿No teméis de entregar la suerte del país al General Serrano?. Castelar.

Es igualmente legítima la crítica personal cuando se discute la cualificación o la solvencia de una presunta autoridad. ¿Cómo probar que alguien es incompetente si no se pueden dar ejemplos de su torpeza? Lo mismo ocurre cuando se conjetura sobre la participación de alguien en determinados hechos. Es imprescindible apelar a sus motivos o a sus intereses para probar lo que se pretende. De igual modo, a la hora de ponderar un tesimonio, nadie protestará porque se cuestione la fiabilidad del testigo alegando que existen razones para dudar de su buena fe al tener interés en el asunto, o de su capacidad de observación por ser miope o distraído. Son ataques legítimos porque se limitan a dilucidar si las fuentes son imparciales y están bien informadas, pero, sobre todo, porque abordan el fondo de la cuestión (en este caso una persona), aportan datos relevantes y no pretenden eludir ningún razonamiento.



En suma: ante un testimonio, importa saber si el testigo es un embustero pertinaz. Ante un argumento, no, tanto si viene de un santo como de un loco. Dicho de otra manera: si la industria tabacalera interviene como experto en un asunto de tabacos, estamos autorizados a sospechar de su independencia y a considerar que se trata de una autoridad parcial. Pero si la industria tabacalera se limita a ofrecer sus argumentos en un debate abierto no cabe rechazarlos por el hecho de que procedan de una parte interesada. Hemos de discutirlos. No se puede rechazar (ni dar por bueno) el argumento de un antiabortista porque éste sea católico.

Todas estas falacias revelan el común propósito de desviar la atención de la medida al hombre, de modo que la maldad de una propuesta se prueba por la maldad de quien la apoya, y la maldad de quien se opone prueba la bondad de una propuesta. Bentham.

[1] Platón: Gorgias.

[2] La Bruyere: Los caracteres.

[3] Lógica de Port Royal.

[4] Cicerón: Contra Q. Cecilio.

[5] Montaigne: Ensayos, XXI: De la cólera.

[6] Bentham: Falacias políticas


Bueno, redondeando, este tema demuestra por si solito su pertinencia, no solo yo como cientifico y defensor de la teoria de la evolución para el publico general he sufrido algunos de estso ataques, por lo que he sondeado, tambien los catolicos son victimas de abusos falaces que es bueno que ustedes aprendan a identificar.
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MensajePublicado: Mie Oct 15, 2008 2:11 pm    Asunto:
Tema: La falacia.
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Argumento AD VERECUNDIAM, apelación a la vergüenza o a la reverencia

Falacia en la que, para intimidar al adversario, se apela a una autoridad que no está bien visto discutir.

El Papa, el propio Padre Santo ha bendecido hoy al Sr. Corleone. ¿Es usted más listo que el Papa? (De la película El Padrino III).


Falacia en la que, para intimidar al adversario, se apela a una autoridad que no está bien visto discutir.



El Papa, el propio Padre Santo ha bendecido hoy al Sr. Corleone. ¿Es usted más listo que el Papa? (De la película El Padrino III).



En esta falacia se produce un engaño con tintes dogmáticos que cierra el paso a cualquier crítica del argumento y acaba con la discusión. Es una falacia bautizada por Locke hace trescientos años, pero llevamos milenios empleándola.



Podríamos llamarla Falacia de la Autoridad Reverenda, entendiendo por tal la que parece digna de respeto y veneración, esto es, casi infalible y, a todas luces, indiscutible. Imaginemos que, en una disputa escolástica medieval, alguien citara como apoyo una opinión de Santo Tomás. ¿Quién osaría contradecir al doctor an­gélico? Nadie: por respeto, por ignorancia, por timidez, para no ser objeto de la chacota universal.

Calicles— Así pues, si alguien por vergüenza no se atreve a decir lo que piensa, se ve obligado a contradecirse. Sin duda tú te has percatado de esta sutileza y obras de mala fe en las discusiones

Lo habitual es apelar a una autoridad que no se pueda criticar sin desdoro. Donde antes decíamos Santo Tomás (que no tiene ninguna culpa en esto), pongamos que nos citan al fundador de nuestro partido, al pueblo soberano, a la opinión de la mayoría, a lo que todo el mundo acepta, a lo que se considera normal... y vendremos a encontrarnos en una situación muy incómoda para criticar o rechazar lo que se nos impone.



Es obvio que esta falacia juega con las emociones del contrincante. Explota la timidez ante los grandes nombres y tapa la boca por respetos humanos, por temor a las conveniencias sociales, por no parecer desleal a lo que debiera ser reverenciado, en una palabra: por vergüenza.

A los espectadores les afectan las fórmulas que usan los oradores hasta la saciedad: "Quién no lo sabe? ¡Todo el mundo lo sabe!". Y el que escucha, avergonzado, asiente, con el fin de participar en lo que todos los demás saben. Aristóteles.[2]

El argumentador falaz explota la confusión entre dos tipos de autoridad. Está por un lado la del que más sabe (cognitiva), que admite un examen crítico, nos autoriza a comprobar su fiabilidad, y se muestra abierta al debate. Pero está, por otro lado, la autoridad del que más manda (normativa), como pueda ser la de los dioses, los maestros o los padres, todos los cuales están en condiciones de pronunciar la última palabra en los asuntos bajo su control sin necesidad de justificarla. La falacia ad verecundiam apela a una autoridad que se supone cognitiva, esto es, que deriva su peso argumental de la razón, pero que se comporta como puramente autoritaria y no deja otra opción que obedecer el mandato, seguir el camino indicado, tomar la opinión recibida como obligatoria e indiscutible. No se trata simplemente de una falsa autoridad que oculta sus deficiencias. Estamos ante una autoridad que no admite examen y considera insolente la réplica.



Es un abuso dogmático que nos deja indefensos, porque cuando uno de los participantes interviene desde las alturas, investido de poder (propio o transferido por la autoridad que cita), mientras al contrario se le esposa por los tobillos, el combate resulta desigual y deja pocas opciones al inferior: callar, pasar por insolente o parecer imbecil. La primera condición para discutir con libertad es que las autoridades reverendas se despojen del halo de su cargo y desciendan a la arena sin más padrinos que su razón. Como se ve estamos ante una condición de imposible cumplimiento.

— Temo que el hecho de ser yo tu esclava me niegue la palabra aunque tenga mucha razón y, si venzo, verme acusada por ello de haber hecho un daño.[3]


Hace siglos que la autoridad reverente se emplea para erradicar como herética, traidora o antisocial toda opinión divergente que pudiera perjudicar los criterios establecidos. En los primeros quince años de existencia de ETA, el argumento callejero que cerraba el paso a cualquier comentario crítico ante el asesinato del día era: Algo habrá hecho, esto es, Algo (malo) habrá hecho (o pretendido) la víctima. En opinión de la mayoría, ETA era una organización experta en ciudadanos malandantes que velaba por el bien del pueblo. No podía equivocarse ni en la elección de las víctimas ni en los procedimientos: ETA no mata porque sí, alguna razón habrá tenido. ¿Por qué era eficaz esta insidia, es decir, porqué silenciaba las críticas tamaña petición de principio? Porque era un argumento ad verecundiam. Si lo políticamente correcto era pensar bien de ETA, la osadía de criticarla, amén de otros riesgos, equivalía a convertirse en un ciudadano bajo sospecha a los ojos de los convecinos más progresistas.



Estamos ante un sofisma sectario, dispuesto para proteger el dogma, para silenciar cuanto pueda debilitarlo. Es el preferido de los aficionados a rasgarse las vestiduras. No es que no quieran oír porque la palabra les produzca alguna suerte de urticaria. Pretenden que nadie escuche para que nadie sea persuadi­do. El argumento ad verecundiam busca el silencio. Caracteriza a toda sociedad bienpensante celosa de sus principios. Los marxistas popularizaron en su día este tipo de irracionalidad que rechazaba toda idea de origen ilegíti­o, esto es, todas las ideas que no fueran marxistas-leninistas. Los intransigentes del extremo contrario despreciaban toda propuesta que no gozara del nihil obstat eclesiástico.

Lo emplean con profusión y desparpajo quienes pretenden encarnar la exclusiva de algunos valores

¿Hay algo más tonto que un obrero de derechas?

Ni todos los obreros ven al patrón como enemigo, ni guarda relación la inteligencia con la posición política, ni todos los patronos son de derechas. En cualquier debate parlamentario tenemos ocasión de descubrir expertos en democracia, en libertad, en sentido social, en derechos humanos que enarbolan los valores como si fueran patrimonio de su familia y contemplan a sus prójimos de soslayo y con menosprecio.

Sócrates— Tratas de asustarme, noble Polo, pero no me refutas.[

En la actualidad, conforme crecen corrientes irracionales que imponen dogmáticamente sus criterios, no se precisa mucho esfuerzo para sufrir las disciplinas de esta falacia. Los bienpensantes de hoy, por ejemplo, todos los partidarios del llamado pensamiento PC (Politicamente Correcto), comparten la rigidez mental de los bien pensantes de todos los tiempos, y hostigan a cuantos no siguen la corriente por atreverse a pensar o actuar de una forma que ellos consideran escandalosa, perversa, desviada, herética, o reaccionaria.



Si, en un determinado asunto, percibimos que todas las opiniones que se escuchan van en la misma dirección mientras en la contraria resuena el silencio, es que el sectarismo impregna el ambiente y los prudentes se callan.

Cualquiera que sostenga sus pretensiones por medio de autoridades semejantes, cree que, por eso mismo, debe triunfar, y está dispuesto a calificar de impúdico a toda persona que ose contradecirlas. Eso es—pienso— lo que puede llamarse argumentum ad verecundiam. Locke

En suma: la falacia ad verecundiam (al respeto o a la vergüenza)), en lugar de ofrecer razones, presenta autoridades elegidas a la medida de los temores o respetos del adversario. Apela, pues, a la vergüenza que produce rechazar a una autoridad que se supone indiscutible. Es una posición dogmática cuya expresión paradigmática: Magister dixit, fue popularizada por los discípulos de Pitágoras como expresión suprema de toda argumentación..

Se tiene un juego fácil si tenemos de nuestra parte una autoridad que el adversario respeta. Podrán utilizarse tantas más autoridades cuanto más restringidos sean los conocimientos del adversario. (Schopenhauer).[5]


El sofisma populista es un simple variedad de esta falacia, en la que la opinión común se reviste de autoridad reverenda. Por ejemplo:

Polo— ¿No crees que quedas refutado, Sócrates, cuando dices cosa tales que ningún hombre se atrevería a decir?. En efec­to, pregunta a alguno de éstos.[6]

[1] Platón: Gorgias, 483a.

[2] Aristóteles: Retórica, 1408a.

[3] Euripides: Andrómaca.

[4] Platón: Gorgias, 473d.

[5] Schopenhauer: Dialéctica erística. Estratagema 30.

[6] Platón: Gorgias, 473e.
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Joseleg
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MensajePublicado: Jue Oct 16, 2008 9:40 pm    Asunto:
Tema: La falacia.
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Falacia ad IGNORANTIAM o argumento dirigido a la ignorancia

Scully— ¿Que tu hermana fue abducida por alienígenas? Eso es ridículo.

Mulder— Bueno, mientras no puedas probar lo contrario, tendrás que aceptar que es cierto. (De la serie de televisión Expediente X).


Llamó Locke argumento ad ignorantiam al que se apoya en la incapacidad de responder por parte del adversario. El proponente estima que su afirmación es admisible — aunque no la pruebe— si nadie puede encontrar un argumento que la refute.

— Le he suspendido porque usted copió en el examen.

— Eso no es cierto.

— ¿Puede usted demostrar que no copió?


Usted no demuestra que A sea falso.

Luego A es cierto.


Como nadie puede probar lo contrario, decimos que esta falacia se ampara en la ignorancia o presunta ignorancia del interlocutor.

—El hombre de Atapuerca empleaba la falacia ad ignorantiam. ¿Puede usted probar lo contrario?

—No.

— Luego es cierto.



Quien conozca algo sobre el llamado pensamiento primitivo aducirá que es inimaginable que los cavernícolas emplearan recursos ajenos a sus necesidades dialécticas y que exigen un desarrollo intelectual y social muy superior. Ahora bien, quien no conoce estas cosas ¿qué puede responder?

— Las mujeres están emocionalmente incapacitadas para gobernar.

— ¿Por qué? No me parece cierto.

— ¿Puedes darme las razones por las que piensas que están capacitadas?


No se trata de si uno puede o no aportar tales razones (tal vez ni se ha parado a pensarlo). La proposición inicial no ha sido demostrada.



Encuentra esta falacia un terreno muy favorable en todas las situaciones en que es imposible confirmar o refutar una afirmación:



A mi déjame de historias: o pruebas que Dios no existe o te callas.

¿Puedes asegurar que no he tenido tres encarnaciones anteriores y que no volveré a reencarnarme?

No puedes probar que los espíritus de los muertos no regresan a la tierra para comunicarse con los vivos.


Se supone algo como cierto porque es imposible probar su falsedad. Tal es el caso de los extraterrestres, los fenómenos paranormales, los duendes o el monstruo del lago Ness. Por ejemplo, se puede afirmar que existen habitantes en otros planetas porque nadie ha demostrado que no existan.

Nadie ha demostrado que los extraterrestres no existan. Debemos concluir que existen

En sentido inverso se puede argumentar:

Nadie ha demostrado que los extraterrestres existan. Luego no existen.

Se ve que nuestra ignorancia sirve lo mismo para probar una cosa y su contraria.



Nos encontramos en esta falacia ante las situaciones más flagrantes de inversión de la Carga de la prueba esa maniobra que traslada al oponente la responsabilidad de probar la falsedad de lo que uno afirma. En lugar de aportar argumentos, busca un apoyo falaz en el desconocimiento ajeno o en la imposibilidad de probar lo contrario. Lo que de verdad se ignora en la Falacia ad ignorantiam es el principio que dice: Probat qui dicit, non qui negat. Incumbe la prueba al que afirma, no al que niega. Quien sostenga que existen extraterrestres debe probarlo y quien disponga de razones para pensar que el hombre de Atapuerca cultivaba falacias, debe exponerlas. De otro modo nada se demuestra.

Señor Tatcher—¿Barcos españoles cerca de las costas de Estados Unidos? No hay la menor prueba de lo que dices. ¿Cómo te atreves a afirmar que...?

Señor Kane— Demuestre lo contrario. (De la película Ciudadano Kane.)



En los tribunales, por supuesto, está prohibido el paso a la falacia ad ignorantiam. Quien acusa debe probar su acusación más allá de toda duda razonable (In dubio, pro reo), y quien la rechaza no precisa probar nada, porque se le presume inocente. Le basta con refutar los argumentos de la acusación. Ahora bien ¿constituye esta presunción de inocencia una falacia ad ignorantiam? Aparentemente, sí:

El acusado es inocente porque usted no puede demostrar lo contrario

No estamos ante una falacia porque la presunción de inocencia no prueba ni pretende probar la inocencia. Puede muy bien darse el caso de un culpable cuyo delito no se logre demostrar. Estamos ante una regla prudencial que, para evitar el castigo injusto de los inocentes, aconseja considerar a todos los acusados como si fueran inocentes mientras no se demuestre lo contrario. Cuando un jurado dice inocente o no culpable (not guilty), no pretende afirmar la inocencia, sino la falta de pruebas, y eso es lo que importa, pues sólo se castiga la culpa probada. Los jueces de la Roma republicana al votar la sentencia de un caso dudoso escribían en su tablilla: N.L. que significa non liquet (no está claro que sea culpable). Tal vez nuestras sentencias, para evitar equívocos, debieran decir: no ha sido probada la acusación. En suma, un acusador que traslada la carga de la prueba es falaz. Un acusado que exige la prueba, no, porque no está obligado a probar su inocencia. (En muchísimas ocasiones es imposible probar la inocencia.)[1]



Desgraciadamente, a veces ocurre que se invierten las cosas y lo que era presunción de inocencia se transforma en presunción de culpabilidad, con lo cual se obliga al acusado a probar su inocencia. Tamaño desvergonzado empleo de la falacia ad ignorantiam ocurre cuando se produce alarma social por delitos como violaciones, narcotráfico, corrupciones políticas, abuso sexual de la infancia o malos tratos a mujeres. En estos casos, no es raro que se invierta la carga de la prueba y que baste la sospecha para establecer una condena (aunque adopte la forma de una prisión provisional). La sociedad parece aceptar el riesgo de castigar inocentes con tal que no escape ningún culpable. Lo mismo ocurre cuando median prejuicios sociales o raciales aplicables al sospechoso: un gitano, un inmigrante o un negro, como ejemplificaba aquella joya del cine titulada Matar a un ruiseñor. Es la misma actitud que históricamente ha caracterizado a la caza de brujas. A este desorden mental cor­responde la falacia de McCarthy, que popularizó dicho senador norteamericano en un período de histeria colectiva ante la Amenaza Roja:

No tengo mucha información sobre las actividades de este sujeto, excepto la constancia de que no hay nada en los archivos del FBI que niegue sus conexiones comunistas.
Como nada prueba que no sea usted comunista, debemos concluir que es usted comunista.


Así pensaba el público norteamericano y así piensan todos los públicos en situaciones epidémicas de histeria colectiva en las que arraiga y se extiende como un contagio la presunción de culpabilidad. Es una actitud tan absurda como la siguiente:

El FBI no ha logrado demostrar que Smith no estuvo en la escena del crimen la noche del 25 de Junio, por lo que podemos concluir que estuvo allí.

Una advertencia: cuando se solicita la dimisión o destitución de un cargo público presuntamente implicado en un caso de corrupción ¿se incurre en una presunción de culpabilidad? Algunos piensan que sí y, en consecuencia, defienden que nadie dimita o sea destituido hasta que un tribunal se pronuncie. Esto es una falacia. Al solicitar la dimisión de un cargo público sospechoso, no se presume su culpabilidad sino su incapacidad para seguir ocupando un puesto de confianza, aunque sea inocente. Lo que resuelvan los tribunales es otra historia. Las personas que ocupan cargos públicos deben ser como la mujer del César.

La mejor manera de combatir la falacia ad ignorantiam consiste en exigir que se atienda la carga de la prueba, es decir, que quien sostiene algo o acusa a otra persona, pruebe sus afirmaciones. Cualquier otro camino nos deja en manos del argumentador falaz. El acusado que, en lugar de exigir pruebas, intenta demostrar su inocencia, acentúa las sospechas.

En las situaciones inverificables o infalsables, es decir cuando no es posible ni probar la verdad ni la falsedad de algo, como ocurre con los extraterrestres, siempre podemos alegar que no sabemos lo suficiente para formar un juicio ni a favor, ni en contra: ¿cómo se prueba que Dios existe o que no existe? Nuestra conclusión debe ser que, a la luz de la razón, la cuestión está abierta. Debiéramos decir que es una cuestión no pertinente o impertinente, pero nunca faltan indocumentados que toman esta expresión como un insulto.


Me resisto a creer que el mundo haya sido creado por la divina sabiduría, aunque no estoy seguro de lo contrario.[2]

Hermano Jorge— Las escrituras no dicen que Dios riera

Fray Guillermo— Tampoco dicen que no lo hiciera (de la película El nombre de la rosa)



[1] Todas las reglas prudenciales ofrecen el aspecto de una falacia ad ignorantiam sin serlo: no sé si la escopeta está cargada, luego debo suponer que lo está, por si acaso. No son falaces porque no pretenden demostrar nada sino tomar en consideración una posibilidad real y peligrosa para actuar en consecuencia. La duda persiste.

[2] Cicerón. Cuestiones Académicas.

http://www.usoderazon.com/
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