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Catequesis del Papa

 
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Julian_Consolad
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MensajePublicado: Mar Jun 02, 2009 4:46 pm    Asunto: Catequesis del Papa
Tema: Catequesis del Papa
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Abro este nuevo post-it para ir poniendo las catequesis del Papa en las audiencias generales de los miércoles.
Invito a todos a leer estas joyas teológicas tan accesibles para todas las mentes.




AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 27 de mayo de 2009

San Teodoro el Estudita

Queridos hermanos y hermanas:

El santo del que voy a hablar hoy, san Teodoro el Estudita, nos hace remontarnos al centro del período medieval bizantino, un período más bien turbulento desde el punto de vista religioso y político. San Teodoro nació en el año 759 en una familia noble y piadosa: su madre, Teoctista, y uno de sus tíos, Platón, abad del monasterio de Sakkudion, en Bitinia, son venerados como santos. Fue precisamente su tío quien lo orientó hacia la vida monástica, que abrazó a la edad de 22 años. Fue ordenado sacerdote por el patriarca Tarasio, pero después rompió la comunión con él por la debilidad que mostró en el caso del matrimonio adúltero del emperador Constantino VI. La consecuencia fue el destierro de san Teodoro a Tesalónica, en el año 796. La reconciliación con la autoridad imperial se produjo en el año sucesivo bajo la emperatriz Irene, cuya benevolencia impulsó a san Teodoro y su tío Platón a trasladarse al monasterio urbano de Studios, junto con la mayor parte de la comunidad de los monjes de Sakkudion, para evitar las incursiones de los sarracenos. Así comenzó la importante "reforma estudita".

La vida personal de san Teodoro, sin embargo, siguió siendo muy agitada. Con su acostumbrada energía, se convirtió en jefe de la resistencia contra la iconoclasia de León V el Armenio, que se opuso nuevamente a la existencia de imágenes e iconos en la Iglesia. La procesión de iconos organizada por los monjes de Studios desencadenó la reacción de la policía. Entre los años 815 y 821, san Teodoro fue flagelado, encarcelado y desterrado a varios lugares de Asia Menor. Al final pudo regresar a Constantinopla, pero no a su monasterio. Entonces se estableció con sus monjes en la otra parte del Bósforo. Al parecer, murió en Prinkipo el 11 de noviembre del año 826, día en el que lo recuerda el calendario bizantino.

En la historia de la Iglesia san Teodoro se distinguió por ser uno de los grandes reformadores de la vida monástica y también como defensor de las imágenes sagradas durante la segunda fase de la iconoclasia, junto al patriarca de Constantinopla, san Nicéforo. San Teodoro había comprendido que la cuestión de la veneración de los iconos afectaba a la verdad misma de la Encarnación. En sus tres libros Antirretikoi (Refutaciones), san Teodoro compara las relaciones eternas en el seno de la Trinidad, en donde la existencia de cada Persona divina no destruye la unidad, con las relaciones entre las dos naturalezas en Cristo, que no comprometen en él la única Persona del Logos. Y argumenta: abolir la veneración del icono de Cristo significaría cancelar su misma obra redentora, pues, al asumir la naturaleza humana, la Palabra eterna invisible se hizo visible en la carne humana y así santificó todo el cosmos visible. Los iconos, santificados por la bendición litúrgica y por las oraciones de los fieles, nos unen con la Persona de Cristo, con sus santos y, a través de ellos, con el Padre celestial, y testimonian la entrada de la realidad divina en nuestro cosmos visible y material.

San Teodoro y sus monjes, testigos de valentía en el tiempo de las persecuciones iconoclastas, están inseparablemente unidos a la reforma de la vida cenobítica en el mundo bizantino. Su importancia se impone incluso por una circunstancia exterior: el número. Mientras los monasterios de la época tenían al máximo treinta o cuarenta monjes, por la Vida de Teodoro sabemos que los monjes estuditas eran más de mil. San Teodoro mismo nos informa que en su monasterio había unos trescientos monjes; por tanto, se ve el entusiasmo de la fe que nació en el contexto de este hombre realmente informado y formado por la fe misma.

Ahora bien, más que el número, influyó sobre todo el nuevo espíritu que imprimió el fundador a la vida cenobítica. En sus escritos insiste en la urgencia de un regreso consciente a la enseñanza de los Padres, especialmente de san Basilio, primer legislador de la vida monástica, y de san Doroteo de Gaza, famoso padre espiritual del desierto palestino. La contribución característica de san Teodoro consiste en su insistencia en la necesidad del orden y de la sumisión por parte de los monjes. Durante las persecuciones, estos se habían dispersado, acostumbrándose a vivir cada uno según su propio criterio. Cuando se pudo restablecer la vida común, resultó necesario esforzarse a fondo para hacer que el monasterio volviera a constituir una auténtica comunidad orgánica, una verdadera familia o, como dice él, un verdadero "Cuerpo de Cristo". En esa comunidad se realiza concretamente la realidad de la Iglesia en su conjunto.

Otra convicción de fondo de san Teodoro era que, con respecto a los seglares, los monjes asumen el compromiso de observar los deberes cristianos con mayor rigor e intensidad. Por eso pronuncian una profesión especial, que pertenece a los hagiasmata (consagraciones), y es casi un "nuevo bautismo", del que es símbolo la toma de hábito. A diferencia de los seglares, es característico de los monjes el compromiso de pobreza, castidad y obediencia.

Dirigiéndose a los monjes, san Teodoro habla de manera concreta, en ocasiones casi pintoresca, de la pobreza, pero en el seguimiento de Cristo la pobreza es desde los inicios un elemento esencial del monaquismo e indica también un camino para todos nosotros. La renuncia a la propiedad privada, estar desprendido de las cosas materiales, así como la sobriedad y la sencillez, sólo valen de forma radical para los monjes, pero el espíritu de esta renuncia es igual para todos.

No debemos depender de la propiedad material; debemos aprender la renuncia, la sencillez, la austeridad y la sobriedad. Sólo así puede crecer una sociedad solidaria y se puede superar el gran problema de la pobreza de este mundo. Por tanto, en este sentido, el signo radical de los monjes pobres también indica fundamentalmente un camino para todos nosotros. Cuando explica las tentaciones contra la castidad, san Teodoro no oculta sus propias experiencias y demuestra el camino de lucha interior para lograr el dominio de sí mismos y así el respeto del propio cuerpo y del cuerpo del otro como templo de Dios.

Pero las principales renuncias para él son las que exige la obediencia, pues cada uno de los monjes tiene su manera de vivir, y la integración en la gran comunidad de trescientos monjes implica realmente una nueva forma de vida, que él califica como el "martirio de la sumisión". También en esto los monjes dan un ejemplo de cuán necesaria es la obediencia para nosotros mismos, pues tras el pecado original el hombre tiende a hacer su propia voluntad: el primer principio es la vida del mundo, y todo los demás queda sometido a la propia voluntad. Pero de este modo, si cada quien sólo se sigue a sí mismo, el tejido social no puede funcionar.

Sólo aprendiendo a integrarse en la libertad común, compartiendo y sometiéndose a ella, aprendiendo la legalidad, es decir, la sumisión y la obediencia a las reglas del bien común y de la vida común, puede sanar un sociedad, así como el yo mismo de la soberbia que quiere ocupar el centro del mundo. De este modo san Teodoro ayuda con aguda introspección a sus monjes, y en definitiva también a nosotros, a comprender la verdadera vida, a resistir a la tentación de poner la propia voluntad como regla suprema de vida y a conservar la verdadera identidad personal -que es siempre una identidad junto con los demás-, así como la paz del corazón.

Para san Teodoro el Estudita, junto a la obediencia y la humildad, una virtud importante es la philergia, es decir, el amor al trabajo, en el que ve un criterio para comprobar la calidad de la devoción personal: quien es fervoroso en los compromisos materiales, quien trabaja con asiduidad -argumenta-, lo es también en los espirituales. Por eso, no admite que bajo el pretexto de la oración y de la contemplación, el monje se dispense del trabajo, incluido el trabajo manual, que en realidad, según él y según toda la tradición monástica, es un medio para encontrar a Dios. San Teodoro no tiene miedo de hablar del trabajo como del "sacrificio del monje", de su "liturgia", incluso de una especie de misa por la que la vida monástica se convierte en vida angélica. Y precisamente así el mundo del trabajo se debe humanizar y el hombre, a través del trabajo, se hace más hombre, más cercano a Dios. Merece la pena destacar una consecuencia de esta singular concepción: precisamente por ser fruto de una forma de "liturgia", el dinero que se obtiene del trabajo común no debe servir para la comodidad de los monjes, sino que debe destinarse a ayudar a los pobres. Así todos podemos ver la necesidad de que el fruto del trabajo es un bien para todos.

Obviamente, el trabajo de los "estuditas" no era sólo manual: tuvieron gran importancia en el desarrollo religioso-cultural de la civilización bizantina como calígrafos, pintores, poetas, educadores de los jóvenes, maestros de escuelas y bibliotecarios.

Aunque llevó a cabo una vastísima actividad exterior, san Teodoro no se dejaba distraer de lo que consideraba íntimamente vinculado a su función de superior: ser el padre espiritual de sus monjes. Conocía el influjo decisivo que habían tenido en su vida tanto su buena madre como su santo tío, Platón, al que da el significativo título de "padre". Por ello, impartía a los monjes dirección espiritual. Cada día, refiere el biógrafo, tras la oración de la tarde, se ponía ante el iconostasio para escuchar a todos. También aconsejaba espiritualmente a muchas personas que no eran del monasterio. Su Testamento espiritual y sus Cartas subrayan su carácter abierto y afectuoso, y muestran cómo de su paternidad surgieron verdaderas amistades espirituales en el ámbito monástico y fuera de él.

La Regla, conocida con el nombre de Hypotyposis, codificada poco después de la muerte de san Teodoro, fue adoptada, con alguna modificación, en el Monte Athos, cuando en el año 962 san Atanasio Athonita fundó allí la Gran Lavra, y en la Rus' de Kiev, cuando al inicio del segundo milenio san Teodosio la introdujo en la Lavra de las Grutas. La Regla, comprendida en su significado genuino, es sumamente actual. Existen hoy numerosas corrientes que amenazan la unidad de la fe común y llevan hacia una especie de peligroso individualismo espiritual y de soberbia espiritual. Es necesario esforzarse por defender y hacer que crezca la perfecta unidad del Cuerpo de Cristo, en la que pueden estar en armonía la paz del orden y las relaciones personales sinceras en el Espíritu.

Quizá conviene, al final, retomar algunos de los elementos principales de la doctrina espiritual de san Teodoro. Amor al Señor encarnado y a su visibilidad en la liturgia y en los iconos. Fidelidad al bautismo y esfuerzo por vivir en la comunión del Cuerpo de Cristo, entendida también como comunión de los cristianos entre sí. Espíritu de pobreza, de sobriedad, de renuncia; castidad, dominio de sí, humildad y obediencia contra la primacía de la propia voluntad, que destruye el tejido social y la paz de las almas. Amor al trabajo material y espiritual. Amistad espiritual nacida en la purificación de la propia conciencia, de la propia alma, de la propia vida. Tratemos deseguir estas enseñanzas, que realmente nos muestran el camino de la verdadera vida.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los antiguos alumnos del Colegio de la Inmaculada Concepción, de Barcelona, acompañados por el señor cardenal Lluís Martínez Sistach, a los fieles de las parroquias de la Sagrada Familia y San Pedro, de Santiago de Chile, así como a los demás grupos procedentes de España, México y otros países latinoamericanos. Que vuestra peregrinación al sepulcro de los Apóstoles aumente vuestra fe y vuestro amor a la Iglesia. Muchas gracias.

(A los peregrinos de lengua portuguesa)

Nuestro encuentro tiene lugar en la novena de Pentecostés, que quiere recrear sentimientos de fraterna benevolencia y humilde adoración en los corazones y las comunidades, como arcilla en las manos de Dios a la espera del soplo vivificador del Espíritu Santo. Que él venga sobre todos vosotros.

(En lengua polaca)

Ayer en Polonia habéis celebrado el día de la Madre. Refiriéndome a esta feliz conmemoración, doy gracias a Dios con vosotros por el santo don que el corazón y el amor de toda madre representan para sus hijos, para su familia y para cada uno de nosotros. A María, Madre afectuosísima, en el mes dedicado a ella, encomiendo a todas las madres, sus alegrías y sus tristezas.

(A los eslovacos)

Hermanos y hermanas, el domingo próximo celebraremos la solemnidad de Pentecostés. Pidamos a Dios que mande los dones de su Espíritu para que podamos ser testigos valientes de nuestra fe.

(En italiano)

(A los miembros de la fundación San Mateo, en memoria del cardenal Van Thuan)
Os agradezco la actividad que lleváis a cabo generosamente para difundir la doctrina social de la Iglesia y sobre todo para hacer que se sienta la cercanía de la Iglesia a los que son pobres material y espiritualmente.

Saludo por último a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. La Iglesia recordó ayer a san Felipe Neri, que se distinguió por su alegría y su dedicación a los pobres y a los enfermos, y especialmente a la juventud. Queridos jóvenes, aprended de este santo a vivir con sencillez evangélica y con alegría por la vida. Queridos enfermos, que san Felipe Neri os ayude a hacer de vuestro sufrimiento una ofrenda al Padre celestial, en unión con Jesús crucificado. Y vosotros, queridos recién casados, sostenidos por su intercesión, sed constructores de familias iluminadas por la sabiduría evangélica.

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Julian_Consolad
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MensajePublicado: Jue Jun 04, 2009 3:10 pm    Asunto:
Tema: Catequesis del Papa
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AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 3 de junio de 2009

Rabano Mauro, monje

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quisiera hablar de un personaje del occidente latino verdaderamente extraordinario: el monje Rabano Mauro. Junto a hombres como Isidoro de Sevilla, Beda el Venerable, Ambrosio Auperto, de los que ya he hablado en catequesis precedentes, supo durante los siglos de la Alta Edad Media mantener el contacto con la gran cultura de los antiguos sabios y de los padres cristianos. Recordado con frecuencia como "praeceptor Germaniae" [maestro de Alemania, ndt.], Rabano Mauro tuvo una fecundidad extraordinaria. Con su capacidad de trabajo totalmente excepcional fue quizás el que más contribuyó a mantener viva la cultura teológica, exegética y espiritual a la que recurrirían los siglos sucesivos. A él hacen referencia grandes personajes pertenecientes al mundo de los monjes, como Pedro Damián, Pedro el Venerable y Bernardo de Claraval, así como un número cada vez más consistente de "clérigos" del clero secular, que en los siglos XII y XIII dieron vida a uno de los florecimientos más hermosos y fecundos del pensamiento humano.

Nacido en Maguncia, alrededor del año 780, Rabano entró cuando todavía era muy joven en el monasterio: se le añadió el nombre de Mauro en referencia precisamente al joven Mauro, que según el segundo libro de los Diálogos de San Gregorio Magno, había sido entregado, cuando todavía era un niño por sus mismos padres, nobles romanos, al abad Benito de Nursia. Esta introducción precoz de Rabano como "puer oblatus" en el mundo monástico benedictino, y los frutos que sacó para su crecimiento humano, cultural y espiritual abrieron posibilidades interesantísimas no sólo para la vida de los monjes, sino también para toda la sociedad de su tiempo, normalmente llamada "carolingia". Hablando de ellos, o quizá de sí mismo, Rabano Mauro escribe: "Hay algunos que han tenido la suerte de haber sido introducidos en el conocimiento de las Escrituras desde la tierna infancia ('a cunabulis suis') y se han alimentado tan bien de la comida que les ha ofrecido la santa Iglesia que pueden ser promovidos, con la educación adecuada, a las más elevadas órdenes sagradas" (PL 107, col 419BC).

La extraordinaria cultura por la que se distinguía Rabano Mauro llamó muy pronto la atención de los grandes de su tiempo. Se convirtió en consejero de príncipes. Se comprometió para garantizar la unidad del Imperio y, a un nivel cultural más amplio, nunca negó a quien le preguntaba una respuesta ponderada, que se inspiraba preferentemente en la Biblia y en los textos de los santos padres. A pesar de que fue elegido primero abad del famoso monasterio de Fulda y después arzobispo de la ciudad natal, Maguncia, no dejó sus estudios, demostrando con el ejemplo de su vida que se puede estar al mismo tiempo a disposición de los demás, sin privarse por este motivo de un adecuado tiempo de reflexión, estudio y meditación. De este modo, Rabano Mauro se convirtió en exegeta, filósofo, poeta, pastor y hombre de Dios. Las diócesis de Fulda, Maguncia, Limburgo, y Breslavia le veneran como santo o beato. Sus obras llenan seis volúmenes de la "Patrología Latina" de Migne. Probablemente compuso uno de los himnos más bellos y conocidos de la Iglesia latina, el "Veni Creator Spiritus", síntesis extraordinaria de pneumatología cristiana. El primer compromiso teológico de Rabano se expreso, de hecho, en forma de poesía y tuvo como tema el misterio de la santa Cruz en una obra titulada "De laudibus Sanctae Crucis", concebida para proponer no sólo contenidos conceptuales, sino también alicientes exquisitamente artísticos, utilizando tanto la forma poética como la forma pictórica dentro del mismo código manuscrito. Proponiendo iconográficamente entre las líneas de su escrito la imagen de Cristo crucificado, escribe: "Esta es la imagen del Salvador que, con la posición de sus miembros, hace que sea sagrada para nosotros la dulcísima y queridísima forma de la Curz para que, creyendo en su nombre y obedeciendo a sus mandamientos, podamos obtener la vida eterna gracias a su pasión. Por eso, cada vez que elevamos la mirada a la Cruz, recordamos a Aquél que sufrió por nosotros para arrancarnos del poder de las tinieblas, aceptando la muerte para hacernos herederos de la vida eterna" (Lib. 1, Fig. 1, PL 107 col 151 C).

Este método de armonizar todas las artes, la inteligencia, el corazón y los sentidos, que procedía de Oriente, sería sumamente desarrollado en Occidente, alcanzando cumbres inalcanzables en los códices miniados de la Biblia y en otras obras de fe y de arte, que florecieron en Europa hasta la invención de la prensa e incluso después. En todo caso, demuestra que Rabano Mauro tenía una conciencia extraordinaria de la necesidad de involucrar, en la experiencia de fe, no sólo la mente y el corazón, sino también los sentidos a través de esos otros aspectos del gusto estético y de la sensibilidad humana que llevan al hombre a disfrutar de la verdad con todo su ser, "espíritu, alma y cuerpo". Esto es importante: la fe no es sólo pensamiento, toca a todo el ser. Dado que Dios se hizo hombre en carne y hueso y entró en el mundo sensible, nosotros tenemos que tratar de encontrar a Dios con todas las dimensiones de nuestro ser. De este modo, la realidad de Dios, a través de la fe, penetra en nuestro ser y lo transforma. Por este motivo, Rabano Mauro concentró su atención sobre todo en la Liturgia, como síntesis de todas las dimensiones de nuestra percepción de la realidad. Esta intuición de Rabano Mauro le hace extraordinariamente actual. Dejó también los famosos "Carmina", propuestos para ser utilizados sobre todo en las celebraciones litúrgicas. De hecho, el interés de Rabano por la liturgia se daba totalmente por sobreentendido dado que ante todo era un monje. Él sin embargo, no se dedicaba al arte de la poesía como fin en sí mismos, sino que utilizaba el arte y cualquier otro tipo de conocimiento para profundizar en la Palabra de Dios. Por ello, trató con el máximo empeño y rigor de introducir a sus contemporáneos, pero sobre todo a los ministros (obispos, presbíteros y diáconos), en la comprensión del significado profundamente teológico y espiritual de todos los elementos de la celebración litúrgica.

De este modo, trató de comprender y presentar a los demás los significados teológicos escondidos en los ritos, recurriendo a la Biblia y a la tradición de los padres. No dudaba en citar, por honestidad y para dar mayor peso a sus explicaciones, las fuentes patrísticas a las que debía su saber. Se servía de ellas con libertad y discernimiento atento, continuando el desarrollo del pensamiento patrístico. Al final de la "Primera Epístola" dirigida a un corepíscopo de la diócesis de Maguncia, por ejemplo, tras haber respondido a peticiones de aclaración sobre el comportamiento que hay que tener en el ejercicio de la responsabilidad pastoral, escribe: "Te hemos escrito todo esto tal y como lo hemos deducido de las Sagradas Escrituras y de los cánones de los padres. Ahora bien, tú, santísimo hombre, toma tus decisiones como mejor te parezca, caso por caso, tratando de moderar tu evaluación de tal manera que se garantice en todo la discreción, pues ella es la madre de todas las virtudes" ("Epistulae", I, PL 112, col 1510 C). De este modo se ve la continuidad de la fe cristiana, que tiene sus inicios en la Palabra de Dios: ésta, sin embargo, siempre está viva, se desarrolla y se expresa de nuevas maneras, siempre en coherencia con toda la construcción, con todo el edificio de la fe.

Dado que la Palabra de Dios es parte integrante de la celebración litúrgica, Rabano Mauro se dedicó a esta última con el máximo empeño durante toda su existencia. Redactó explicaciones exegéticas apropiadas casi para todos los libros bíblicos del Antiguo y del Nuevo Testamento con un objetivo claramente pastoral, que justificaba con palabras como éstas: "He escrito esto... sintetizando explicaciones y propuestas de otros muchos para ofrecer un servicio al pobre lector que no puede tener a disposición muchos libros, pero también para ayudar a quienes en muchos argumentos no logran profundizar en la comprensión de los significados descubiertos por los padres" ("Commentariorum in Matthaeum praefatio", PL 107, col. 727D). De hecho, al comentar los textos bíblicos recurría enormemente a los padres antiguos, con predilección especial por Jerónimo, Ambrosio, Agustín y Gregorio Magno.

Su aguda sensibilidad pastoral le llevó después a afrontar uno de los problemas que más interesaban a los fieles y a los ministros sagrados de su tiempo: el de la Penitencia. Compiló "Penitenciarios" --así los llamaba-- en los que, según la sensibilidad de la época se enumeraban los pecados y las penas correspondientes, utilizando en la medida de lo posible motivaciones tomadas de la Biblia, de las decisiones de los concilios, y de los decretos de los papas. De estos textos se sirvieron también los "carolingios" en su intento de reforma de la Iglesia y de la sociedad. A este mismo objetivo pastoral respondían obras como "De disciplina ecclesiastica" y "De institutione clericorum" en los que, citando sobre todo a Agustín, Rabano explicaba a personas sencillas y al clero de su misma diócesis los elementos fundamentales de la fe cristiana: eran una especie de pequeños catecismos.

Quisiera concluir la presentación de este gran "hombre de la Iglesia" citando algunas palabras suyas en las que se refleja su convicción de fondo: "Quien descuida la contemplación, se priva de la visión de la luz de Dios; quien se deja llevar por las preocupaciones y permite que sus pensamientos queden arrollados por el tumulto de las cosas del mundo se condena a la absoluta imposibilidad de penetrar en los secretos del Dios invisible" (Lib. I, PL 112, col. 1263A). Creo que Rabano Mauro nos dirige hoy estas palabras: en el trabajo, con sus ritmos frenéticos, y en las vacaciones, tenemos que reservar momentos para Dios. Abrirle nuestra vida dirigiéndole un pensamiento, una reflexión, una breve oración, y sobre todo no tenemos que olvidar el domingo como el día del Señor, el día de la liturgia, para percibir en la belleza de nuestras iglesias, de la música sacra y de la Palabra de Dios, la belleza misma de Dios, dejándole entrar en nuestro ser. Sólo así nuestra vida se hace grande, se hace vida de verdad.

[Al final de la audiencia, Benedicto XVI saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:

Rabano Mauro, nacido en Maguncia en torno al año 780, se le conoce como praeceptor Germaniae por el impulso que dio al pensamiento filosófico, teológico, exegético y espiritual de su tiempo, y por haber contribuido a la conversión al cristianismo de los pueblos limítrofes. Monje desde muy joven, fue abad del Monasterio de Fulda y posteriormente arzobispo de Maguncia. Su extraordinaria cultura le llevó a ser consejero de príncipes y garante de la unidad del imperio, lo cual no le impidió seguir cultivando el estudio, demostrando así que es compatible la entrega a los demás y la dedicación a la reflexión. Es probablemente el autor del famoso himno Veni Creator Spiritus. En sus escritos aparece su amor a la cruz, a la poesía, a la liturgia y a la Palabra de Dios, que comentó a lo largo de su vida basándose en los Santos Padres y con una clara intención pastoral. En ocasiones incluyó ilustraciones en el texto, para que la experiencia de fe abarcara también los sentidos y se abriera paso por la sensibilidad artística. Se preocupó mucho también de la disciplina eclesiástica y de la recta vida del clero.

Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los miembros del movimiento "Familias en Alianza", así como a los de El Salvador, España, Ecuador, México y otros países latinoamericanos. Invito a todos a que, a ejemplo de Rabano Mauro, las preocupaciones de este mundo nunca los aparten del amor de Dios.

Muchas gracias.

[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

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Angelita22
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MensajePublicado: Mie Jun 10, 2009 3:51 pm    Asunto:
Tema: Catequesis del Papa
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ohhhhhhhhhhhhhhh, me he quedado sorprendida!! que bonitas audiencias, que interesantes!!! me gusta mucho este post, digo para leer cosas interesantes. Wink
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Julian_Consolad
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MensajePublicado: Jue Jun 11, 2009 2:08 pm    Asunto:
Tema: Catequesis del Papa
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AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 10 de junio de 2009

Juan Escoto Erígena

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quisiera hablar de un notable pensador del Occidente cristiano: Juan Escoto Erígena, cuyos orígenes son oscuros. Procedía ciertamente de Irlanda, donde había nacido a inicios del siglo IX, pero no sabemos cuándo dejó su isla para atravesar el Canal de la Mancha y entrar así a formar parte plenamente de ese mundo cultural que estaba renaciendo en torno a los carolingios, y en particular, en torno a Carlos el Calvo, en la Francia del siglo IX. Así como no conocemos la fecha exacta de su nacimiento, tampoco conocemos la de su muerte que, según los expertos, debería situarse en torno al año 870.

Juan Escoto Erígena tenía una cultura patrística, tanto griega como latina, de primera mano: conocía directamente los escritos de los padres latinos y griegos. Conocía bien, entre otras, las obras de Agustín, Ambrosio, Gregorio Magno, grandes padres del Occidente cristiano, pero conocía también el pensamiento de Orígenes, de Gregorio de Nisa, de Juan Crisóstomo y de otros padres de Oriente no menos importantes. Era un hombre excepcional, que en aquella época dominaba también el griego. Demostró una atención sumamente particular por san Máximo el Confesor, y sobre todo por Dionisio Areopagita. Bajo este seudónimo, se esconde un escritor eclesiástico del siglo V, de Siria, pero al igual que toda la Edad Media Juan Escoto Erígena, estaba convencido de que este autor era un discípulo directo de san Pablo, del que se habla en los Hechos de los Apóstoles (17, 34). Escoto Erígena, convencido de esta apostolicidad de los escritos de Dionisio, lo calificaba como "autor divino" por excelencia; sus escritos fueron, por tanto, una fuente eminente de su pensamiento. Juan Escoto tradujo al latín sus obras. Los grandes teólogos medievales, como san Buenaventura, conocieron las obras de Dionisio a través de esta traducción. Se dedicó durante toda la vida a profundizar y desarrollar su pensamiento, recurriendo a estos escritos, hasta el punto de que todavía hoy en ocasiones puede ser difícil distinguir cuándo nos encontramos con el pensamiento de Escoto Erígena y cuá0ndo no hace más que proponer el pensamiento del Pseudo Dionisio.

En realidad, el trabajo teológico de Juan Escoto no tuvo mucha suerte. El final de la era carolingia hizo olvidar sus obras, y una censura por parte de la autoridad eclesiástica arrojó sombras sobre su figura. En realidad, Juan Escoto representa un platonismo radical, que en ocasiones parece acercarse a una visión panteísta, si bien sus intenciones personales subjetivas fueron siempre ortodoxas. Hasta nuestros días han llegado algunas obras de Juan Escoto Erígena, entre las cuales merecen ser recordadas, en particular, el tratado "Sobre la división de la naturaleza" y las "Exposiciones sobre la jerarquía celeste de san Dionisio". En ellas, desarrolla estimulantes reflexiones teológicas y espirituales, que podrían sugerir interesantes profundizaciones incluso para los teólogos contemporáneos. Me refiero, por ejemplo, a lo que escribe sobre el deber de ejercer un discernimiento apropiado sobre lo que presenta como auctoritas vera [la verdadera autoridad, ndt.], o sobre el compromiso para seguir buscando la verdad hasta que no se alcance una experiencia de la adoración silenciosa de Dios.

Nuestro autor dice: "Salus nostra ex fide inchoat: nuestra salvación comienza con la fe". Es decir, no podemos hablar de Dios partiendo de nuestras invenciones, sino de lo que el mismo Dios dice sobre sí mismo en las Sagradas Escrituras. Dado que Dios sólo dice la verdad, Escoto Erígena está convencido de que la autoridad y la razón nunca pueden estar en contraposición la una contra la otra. Está convencido de que la verdadera religión y la verdadera filosofía coinciden. Desde esta perspectiva, escribe: "Cualquier tipo de autoridad que no esté confirmada por una verdadera razón debería ser considerada como débil... Sólo es verdadera autoridad aquella que coincide con la verdad descubierta en virtud de la razón, aunque se trate de una autoridad recomendada y transmitida para utilidad de las posteriores generaciones por los santos padres" (I, PL 122, col 513BC). Por tanto, advierte: "Que no te atemorice ninguna autoridad o te distraiga de lo que te hace comprender la persuasión obtenida gracias a una recta contemplación racional. De hecho, la auténtica autoridad no contradice nunca la recta razón, y esta última nunca contradice una verdadera autoridad. La una y la otra proceden sin duda de la misma fuente, que es la sabiduría divina" (I, PL 122, col 511B). Vemos aquí una valiente afirmación del valor de la razón, fundada sobre la certeza de que la verdadera autoridad es razonable, pues Dios es la razón creadora.

La misma Escritura no se libra, según Erígena, de la necesidad de aplicar el mismo criterio de discernimiento. La Escritura, de hecho, afirma el teólogo irlandés, volviendo a plantear una reflexión ya presente en Juan Crisóstomo, no hubiera sido necesaria si el hombre no hubiera pecado. Por tanto, hay que deducir que la Escritura fue dada por Dios con una intención pedagógica y por condescendencia para que el hombre pudiera recordar todo lo que había sido impreso en su corazón desde el momento de su creación "a imagen y semejanza de Dios" (Cf. Génesis 1, 26) y que le había hecho olvidar la caída original. Erígena escribe en las Expositiones: "El hombre no fue creado para la Escritura, de la que no habría tenido necesidad si no hubiera pecado, sino que más bien la Escritura --entretejida de doctrina y símbolos-- ha sido donada al hombre. Gracias a ésta, de hecho, nuestra naturaleza racional puede introducirse en los secretos de la auténtica contemplación pura de Dios" (II, PL 122, col 146C). La palabra de la Sagrada Escritura purifica nuestra razón algo ciega y nos ayuda a regresar al recuerdo de lo que nosotros, en cuanto imagen de Dios, llevamos en nuestro corazón, vulnerado por desgracia por el pecado.

De aquí, derivan algunas consecuencias hermenéuticas sobre la manera de interpretar la Escritura, que pueden indicar todavía hoy el camino justo para una correcta lectura de la Sagrada Escritura. Se trata, de hecho, de descubrir el sentido escondido en el texto sagrado y esto supone un ejercicio particular interior gracias al cual la razón se abre al camino seguro hacia la verdad. Este ejercicio consiste en cultivar una constante disponibilidad a la conversión. Para llegar en profundidad a la visión del texto es necesario avanzar simultáneamente en la conversión del corazón y en el análisis conceptual de la página bíblica ya sea de carácter cósmico, histórico o doctrinal. Sólo gracias a la constante purificación tanto del ojo del corazón como del ojo de la mente se puede conquistar la comprensión exacta.

Este camino arduo, exigente y entusiasmante, hecho de conquistas continuas y relativizaciones del saber humano, lleva a la criatura inteligente hasta el umbral del Misterio divino, donde todas las nociones constatan su propia debilidad e incapacidad y llevan, por tanto, a ir más allá --con la simple fuerza libre y dulce de la verdad-- de todo los que es alcanzado continuamente. El reconocimiento adorador y silencioso del Misterio, que desemboca en la comunión unificadora, se revela por tanto como el único camino para una relación con la verdad que sea al mismo tiempo la más íntima posible y la más escrupulosamente respetuosa de la alteridad. Juan Escoto, utilizando también en esto un término apreciado por la tradición cristiana de lengua griega, llamó a esta experiencia a la que tendemos "theosis" o divinización, con afirmaciones atrevidas hasta el punto de que fue sospechado de caer en el panteísmo heterodoxo. De todos modos, suscitan intensa emoción textos como el siguiente, en el que, recurriendo a la antigua metáfora de la fusión del hierro, escribe: "Por tanto, como todo hierro incandescente se hace líquido hasta el punto de que sólo parece fuego, y sin embargo permanecen distintas las sustancias de uno y del otro, del mismo modo hay que aceptar que, después del final de este mundo, toda la naturaleza, tanto la corporal como la incorporal, manifetará sólo a Dios y sin embargo permanecerá íntegra, de manera que Dios pueda ser en cierto sentido comprendido a pesar de que permanezca incomprensible y la criatura misma sea transformada, con maravilla inefable, en Dios" (V, PL 122, col 451B).

En realidad, todo el pensamiento teológico de Juan Escoto se convierte en la demostración más clara del intento de expresar lo explicable de lo inexplicable de Dios, basándose únicamente en el misterio del Verbo hecho carne en Jesús de Nazaret. Las numerosas metáforas utilizadas por él para indicar esta realidad inefable demuestran hasta qué punto es consciente de la absoluta incapacidad de los términos con los que nosotros hablamos de estas cosas. Y, sin embargo, permanece ese encanto y esa atmósfera de auténtica experiencia mística que de vez en cuando se puede tocar casi con la mano en sus textos. Basta citar, como prueba, una página del libro De divisione naturae, que toca profundamente nuestro espíritu de creyentes del siglo XXI: "Sólo hay que desear --escribe-- la alegría de la verdad, que es Cristo, y sólo hay que evitar la ausencia de él. Debería considerarse que ésta es la única causa de total y eterna tristeza. Quítame a Cristo y no me quedará ningún bien y no hay nada que me aterrorizará tanto como su ausencia. El peor tormento de una criatura racional es la privación y la ausencia de Él" (V, PL 122, col 989a). Son palabras que podemos hacer nuestras, traduciéndolas en oración a Aquel que constituye también el anhelo de nuestro corazón.



[Al final de la audiencia, Benedicto XVI saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:

Juan Escoto Eriúgena fue un destacado filósofo del renacimiento carolingio. Poco o nada se sabe de su origen, excepto que nació en torno al año 800, en Irlanda. Posteriormente, se estableció en la corte del rey francés Carlos el Calvo. Murió alrededor del año 870. Fue un buen conocedor de la cultura patrística, dedicando una atención especial a san Máximo el Confesor y, sobre todo, a Dionisio el Areopagita, al que identificaba con aquel ateniense de igual nombre que san Pablo encontró en Atenas, y del cual se habla en el libro de los Hechos de los Apóstoles. A Dionisio, Juan Escoto lo calificaba como el "autor divino" por excelencia y tradujo sus obras del griego al latín. Las intuiciones de Escoto Eriúgena fueron luego recogidas y desarrolladas por algunos grandes místicos occidentales, en particular por el famoso Maestro Eckhart. Sus escritos más importante son el tratado "sobre la división de la naturaleza" y "las exposiciones sobre la jerarquía celeste de San Dionisio". En toda su producción teológica, Juan Escoto se esfuerza por expresar lo inefable de Dios, basándose para ello en el misterio del Verbo hecho carne en Jesús de Nazaret.

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a los sacerdotes y fieles de la Archidiócesis de Mérida-Badajoz, a los feligreses de distintas parroquias de España, así como a los grupos procedentes de México y otros países latinoamericanos. Siguiendo las enseñanzas de Juan Escoto, os invito a no desear otra cosa sino el encuentro con Cristo, fuente de la verdadera alegría, y a no tener más tristeza que estar alejados de Él. Muchas gracias.

[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

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MensajePublicado: Mie Jun 17, 2009 8:38 pm    Asunto:
Tema: Catequesis del Papa
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AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 17 de junio de 2009

Santos Cirilo y Metodio

Queridos hermanos y hermanas:

Hoy quisiera hablar de los santos Cirilo y Metodio, hermanos en la sangre y en la fe, llamados apóstoles de los eslavos. Cirilo nació Tesalónica hijo del magistrado imperial León en 826-827: era el más joven de siete hijos. De niño aprendió la lengua eslava. A la edad de catorce años fue enviado a Constantinopla para educarse y estuvo acompañado por el joven emperador Miguel III. En aquellos años fue introducido en las diferentes disciplinas universitarias, entre otras la dialéctica, teniendo como maestro a Focio. Después de haber rechazado un brillante matrimonio, decidió recibir las órdenes sagradas y se convirtió en bibliotecario en el Patriarcado. Poco después, deseando retirarse en la soledad, se escondió en un monasterio, pero pronto fue descubierto y se le encomendó la enseñanza de las ciencias sagradas y profanas, tarea que desempeñó tan bien que se ganó el apelativo de "filósofo".

Mientras tanto, el hermano Miguel (nacido en torno al año 815), tras una carrera en la administración pública en Macedonia, hacia el año 850 abandonó el mundo para retirarse a la vida monástica en el monte Olimpo, en Bitinia, donde recibió el nombre de Metodio (el nombre monástico debía comenzar por la misma letra del de bautismo) y se convirtió en egúmeno del monasterio de de Polychron.

Atraído por el ejemplo de su hermano, Cirilo también decidió dejar la enseñanza para dedicarse a meditar y rezar en el monte Olimpo. Ahora bien, años después (en torno al 861), el gobierno imperial le encargó una misión entre los cázaros del mar de Azov, quienes pidieron que se les enviara un literato que supiera discutir con los judíos y los sarracenos. Cirilo, acompañado por su hermano Metodio, vivió durante largo tiempo en Crimea, donde aprendió hebreo. Allí buscó también el cuerpo del Papa Clemente I, que en ese lugar había sido desterrado. Encontró su tumba y, cuando regresó con su hermano, trajo las preciosas reliquias. Al llegar a Constatinopla, los dos hermanos fueron enviados a Moravia por el emperador Miguel III, a quien el príncipe de Moravia, Ratislao, había hecho una petición precisa: "Nuestro pueblo --le había dicho--, desde que ha rechazado el paganismo, observa la ley cristiana; pero no tenemos un maestro que sea capaz de explicarnos la verdadera fe en nuestro idioma". La misión tuvo muy pronto un insólito éxito. Al traducir la liturgia en la lengua eslava, los dos hermanos se ganaron una gran simpatía entre el pueblo.

Esto, sin embargo, suscitó la hostilidad contra ellos del clero franco, que había llegado precedentemente a Moravia y consideraba el territorio como perteneciente a la propia jurisdicción eclesial. Para justificarse, en el año 867, los dos hermanos viajaron a Roma. Durante el viaje, se detuvieron en Venecia, donde tuvo lugar una acalorada discusión con los que defendían la así llamada "herejía trilingüe": consideraban que había sólo tres idiomas en los que se podía alabar lícitamente a Dios: hebreo, griego y latín. Obviamente los dos hermanos se opusieron a esto con fuerza. En Roma, Cirilo y Metodio fueron recibidos por el Papa Adriano II, que les salió al encuentro en procesión para acoger dignamente las reliquias de san Clemente. El Papa también había comprendido la gran importancia de su excepcional misión. Desde la mitad del primer milenio, de hecho, los eslavos se habían asentado en gran número en aquellos territorios situados entre las dos partes del Imperio Romano, el oriental y el occidental, que experimentaban tensiones entre sí. El Papa intuyó que los pueblos eslavos podrían desempeñar el papel de puente, contribuyendo de este modo a conservar la unión entre los cristianos de una y otra parte del Imperio. Por tanto, no dudó en aprobar la misión de los dos hermanos en la Gran Moravia, acogiendo y aprobando el uso del eslavo en la liturgia. Los libros eslavos fueron colocados en el altar de Santa María de Phatmé (Santa María la Mayor) y se celebró la liturgia eslava en las basílicas de San Pedro, San Andrés, San Pablo.

Por desgracia, en Roma, Cirilo enfermó gravemente. Al sentir que se acercaba la muerte, quiso consagrarse totalmente a Dios como monje en uno de los monasterios griegos de la ciudad (probablemente en Santa Práxedes) y tomó el nombre monástico de Cirilo (su nombre de bautismo era Constantino). Luego pidió con insistencia a su hermano Metodio, quien mientras tanto había sido consagrado obispo, que no abandonara la misión en Moravia y que regresara entre aquellas poblaciones. Dirigió esta invocación a Dios: "Señor, Dios mío..., escucha mi oración y custodia en la fidelidad a ti al rebaño que habías dispuesto para mí... Libéralos de la herejía de los tres idiomas, reúne a todos en la unidad, y haz que el pueblo que has elegido viva la concordia en la auténtica fe y en la recta confesión". Falleció el 14 de febrero del año 869.

Fiel al compromiso asumido con su hermano, al año siguiente, 870, Metodio regresó a Moravia y a Panonia (hoy Hungría), donde afrontó nuevamente la violenta animadversión de los misioneros francos que le encarcelaron. No se desalentó y cuando en el año 873 fue liberado se entregó activamente a la organización de la Iglesia, atendiendo a la formación de un grupo de discípulos. El mérito de estos discípulos estuvo en superar la crisis que se desencadenó tras la muerte de Metodio, que tuvo lugar el 6 de abril de 885: perseguidos y encarcelados, algunos de estos discípulos fueron vendidos como esclavos y llevados a Venecia, donde fueron rescatados por un funcionario de Constantinopla, quien les permitió regresar a los países de los eslavos balcánicos. Acogidos en Bulgaria, pudieron continuar la misión comenzada por Metodio, difundiendo el Evangelio en la "tierra de Rus". Dios, en su misteriosa providencia se servía de este modo de la persecución para salvar la obra de los santos hermanos. De ella, queda también la documentación literaria. Basta pensar en obras como el Evangeliario (perícopas litúrgicas del Nuevo Testamento), el Salterio, varios textos litúrgicos en eslavo, en los que trabajaron los dos hermanos. Tras la muerte de Cirilo, se debe a Metodio y sus discípulos, entre otras cosas, la traducción de toda la Sagrada Escritura, el Nomocanon y el Libro de los Padres.

Resumiendo brevemente el perfil espiritual de los dos hermanos, hay que constatar ante todo la pasión con la que Cirilo se acercó a los escritos de san Gregorio Nazianceno, aprendiendo de él el valor del idioma en la transmisión de la Revelación. San Gregorio había expresado el deseo de que Cristo hablara a través de él: "Soy siervo del Verbo, por eso me pongo al servicio de la Palabra". Queriendo imitar a Gregorio en este servicio, Cirilo pidió a Cristo hablar en eslavo por él. Introduce su obra de traducción con la invocación solemne: "Escuchad, eslavos, escuchad la Palabra que procede de Dios, la Palabra que alimenta las almas, la Palabra que lleva al conocimiento de Dios". En realidad, ya años antes de que el príncipe de Moravia pidiera al emperador Miguel III el envío de misioneros a su tierra, parece que Cirilo y el hermano Metodio, rodeados por un grupo de discípulos, estaban trabajando en el proyecto de recoger los dogmas cristianos en libros escritos en eslavo. Entonces se constató con claridad la necesidad de contar con nuevos signos gráficos, que fueran más adecuados a la lengua hablada: nació así el alfabeto glagolítico que, posteriormente modificado, fue designado con el nombre de "cirílico" en honor de su inspirador. Fue un hecho decisivo para el desarrollo de la civilización eslava en general. Cirilo y Metodio estaban convencidos de que los diferentes pueblos no podían considerar que habían recibido plenamente la Revelación hasta que no la hubieran escuchado en su propio idioma y leído en los caracteres propios de su alfabeto.

A Metodio le corresponde el mérito de permitir que la obra emprendida por su hermano no quedara bruscamente interrumpida. Mientras Cirilo, el "filósofo", tendía a la contemplación, él se orientaba más bien a la vida activa. De este modo, pudo sentar los cimientos de la sucesiva afirmación de lo que podríamos llamar la "idea cirilo-metodiana", que acompañó en los diferentes períodos históricos a los pueblos eslavos, favoreciendo el desarrollo cultural, nacional y religioso. Lo reconoció ya el Papa Pío XI con la carta apostólica Quod Sanctum Cyrillum, en la que calificaba a los dos hermanos "hijos de Oriente, bizantinos de patria, griegos de origen, romanos por su misión, eslavos por los frutos apostólicos" (AAS 19 [1927] 93-96). El papel histórico que ellos desempeñaron fue después oficialmente proclamado por el Papa Juan Pablo II quien, con la carta apostólica Egregiae virtutis viri, les declaró copatronos de Europa junto a san Benito (AAS 73 [1981] 258-262).

En efecto, Cirilo y Metodio constituyen un ejemplo clásico de lo que hoy se indica con el término "enculturación": cada pueblo debe hacer que penetre en la propia cultura el mensaje revelado y expresar la verdad salvífica con su propio lenguaje. Esto supone un trabajo de "traducción" muy empeñativo, pues exige encontrar términos adecuados para volver a proponer, sin traicionarla, la riqueza de la Palabra revelada. Los dos santos hermanos han dejado en este sentido un testimonio particularmente significativo que la Iglesia sigue mirando hoy para inspirarse y orientarse.

[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:

En la audiencia de hoy me voy a detener en la figura de los copatronos de Europa: Cirilo y Metodio. Cirilo nace en torno al año 826 en Tesalónica. Recibió una cuidada formación humanística y muy joven fue ordenado sacerdote. Poco después, su hermano Metodio, que ejercía una carrera administrativa, abandonó el mundo para comenzar una vida monástica. Este hecho hizo que Cirilo lo siguiera en su retiro monacal en el monte Olimpo, en Bitinia. Una década después, ambos comenzarán una amplia tarea misionera, primero en Crimea y después en Moravia. En Moravia encontraron la oposición de los misioneros francos, que defendían la "herejía trilingüe", es decir, que la alabanza divina sólo se podía realizar en hebreo, griego o latín. Sin embargo, Cirilo y Metodio difundían la Buena Noticia y celebraban la liturgia en la lengua eslava. Es por ello que se pusieron en camino hacia Roma para solicitar el apoyo del Papa Adriano II. El Pontífice acoge con prontitud la propuesta y ratifica mediante una bula el uso del eslavo para la evangelización. Estando en Roma, Cirilo enfermó gravemente y murió. Metodio regresó a Moravia y se dedicó a formar un grupo de discípulos, que continuaron, tras su muerte, con la labor misionera en Bulgaria.

Saludo a los fieles de lengua española, en particular a los peregrinos de la Diócesis de Albacete, con su obispo monseñor Ciriaco Benavente, y a los peregrinos de la Archidiócesis de Tarragona, con su obispo monseñor Jaume Pujol. Os invito a considerar el modelo evangelizador de San Cirilo y San Metodio, que no escatimaron esfuerzos para dar a conocer a Cristo a sus contemporáneos, haciendo que el mensaje revelado impregnara la cultura de cada pueblo. Muchas gracias.

[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

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MensajePublicado: Mie Jun 24, 2009 6:12 pm    Asunto:
Tema: Catequesis del Papa
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AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 24 de junio de 2009

El sacerdocio, mucho más que un "servicio"

Queridos hermanos y hermanas:

El pasado viernes 19 de junio, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y Jornada tradicionalmente dedicada a la oración por la santificación de los sacerdotes, he tenido la alegría de inaugurar el Año Sacerdotal, proclamado con ocasión del1 aniversario del 150º "nacimiento para el Cielo" del cura de Ars, san Juan Bautista María Vianney. Y entrando en la Basílica Vaticana para la celebración de las Vísperas, casi como primer gesto simbólico, me he detenido en la Capilla del Coro para venerar la reliquia de este santo Pastor de almas: su corazón. ¿Por qué un Año Sacerdotal? ¿Por qué precisamente en recuerdo del santo cura de Ars, que aparentemente no hizo nada de extraordinario?

La Providencia divina ha hecho que su figura se acercase a la de san Pablo. Mientras de hecho se está concluyendo el Año Paulino, dedicado al apóstol de los gentiles, modelo de extraordinario evangelizador que ha realizado diversos viajes misioneros para difundir el Evangelio, este nuevo año jubilar nos invita a mirar a un pobre agricultor convertido en humilde párroco, que llevó a cabo su servicio pastoral en un pequeño pueblo. Si los dos santos se diferencian mucho por los trayectos vitales que les han caracterizado -uno viajó de región en región para anunciar el Evangelio, el otro acogió a miles y miles de fieles permaneciendo siempre en su pequeña parroquia-, hay sin embargo algo fundamental que les une: y es su total identificación con su propio ministerio, su comunión con Cristo que hacía decir a san Pablo: "No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gálatas 2,20). Y a san Juan María Vianney le gustaba repetir: "Si tuviésemos fe, veríamos a Dios escondido en el sacerdote como una luz tras el cristal, como el vino mezclado con el agua". El objetivo de este Año Sacerdotal, como he escrito en la carta enviada a los sacerdotes para esta ocasión, consiste en favorecer la tensión de todo presbítero "hacia la perfección espiritual de la cual depende sobre todo la eficacia de su ministerio", y ayudar ante todo a los sacerdotes, y con ellos a todo el Pueblo de Dios, a redescubrir y revigorizar la conciencia del extraordinario e indispensable don de la Gracia que el ministerio ordinario representa para quien lo ha recibido, para la Iglesia entera y para el mundo, que sin la presencia real de Cristo estaría perdido.

Indudablemente han cambiado las condiciones históricas y sociales en las cuales se encontró el cura de Ars y es justo preguntarse cómo pueden los sacerdotes imitarlo en la identificación con su propio ministerio en las actuales sociedades globalizadas. En un mundo en el que la visión común de la vida comprende cada vez menos lo sagrado, en cuyo lugar lo "funcional" se convierte en la única categoría decisiva, la concepción católica del sacerdocio podría correr el riesgo de perder su consideración natural , incluso dentro de la conciencia eclesial. No es casual que tanto en los ambientes teológicos, como también en la práctica pastoral concreta y de formación del clero, se contrastan, e incluso se oponen, dos concepciones distintas del sacerdocio. Subrayé a propósito de esto hace algunos años que existen "por una parte una concepción social-funcional que define la esencia del sacerdocio con el concepto de 'servicio': el servicio a la comunidad, en la realización de una función... Por otra parte, está la concepción sacramental-ontológica, que naturalmente no niega el carácter de servicio del sacerdocio, sino que lo ve anclado en el ser del ministro y considera que este ser está determinado por un don concedido por el Señor a través de la mediación de la Iglesia, cuyo nombre es sacramento" (J. Ratzinger, Ministerio y vida del Sacerdote, en Elementi di Teologia fondamentale. Saggio su fede e ministero, Brescia 2005, p.165). También la mutación terminológica de la palabra "sacerdocio" hacia el sentido de "servicio, ministerio, encargo", es signo de esta concepción distinta. A la concepción ontológica-sacramental está ligado el primado de la Eucaristía, en el binomio "sacerdocio-sacrificio", mientras que a la otra correspondería el primado de la palabra y del servicio del anuncio.

Bien mirado, no se trata de don concepciones contrapuestas, y la tensión que con todo existe entre ellas debe resolverse desde dentro. Así el decreto Presbyterorum ordinis del Concilio Vaticano II afirma: "Es precisamente por medio del anuncio apostólico del Evangelio que el pueblo de Dios es convocado y reunido, de modo que todos... puedan ofrecerse a sí mismos como 'hostia viva, santa, agradable a Dios' (Romanos 12,1), y es precisamente a través del ministerio de los presbíteros que el sacrificio espiritual de los fieles se hace perfecto en la unión con el sacrificio de Cristo, único mediador. Este sacrificio, de hecho, por mano de los presbíteros y en nombre de toda la Iglesia, se ofrece en la Eucaristía de modo incruento y sacramental, hasta el día de la venida del Señor" (n. 2).

Nos preguntamos entonces: "¿Qué significa propiamente, para los sacerdotes, evangelizar? ¿En qué consiste el llamado primado del anuncio?". Jesús habla del anuncio del Reino de Dios como del verdadero objetivo de su venida al mundo y su anuncio no es sólo un "discurso". Incluye, al mismo tiempo, su mismo actuar: los signos y los milagros que realiza indican que el Reino viene al mundo como realidad presente, que coincide en último término con su misma persona. En este sentido, es obligatorio recordar que, también en el primado del anuncio, palabra y signo son inseparables. La predicación cristiana no proclama "palabras", sino la Palabra, y el anuncio coincide con la misma persona de Cristo, ontológicamente abierta a la relación con el Padre y obediente a su voluntad. Por tanto, un auténtico servicio a la Palabra requiere por parte del sacerdote que tienda a una abnegación profunda de sí mismo, hasta decir con el Apóstol: "No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí". El presbítero no puede considerarse "amo" de la palabra, sino siervo. Él no es la palabra, sino que, como proclamaba Juan el Bautista, del que celebramos precisamente hoy su nacimiento, es "voz" de la Palabra: "Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezar sus sendas" (Marcos 1,3).

Ahora bien, ser "voz" de la Palabra no constituye para el sacerdote un mero aspecto funcional. Al contrario presupone un sustancial "perderse" en Cristo, participando en su misterio de muerte y de resurrección con todo el propio yo: inteligencia, libertad, voluntad y ofrecimiento de los propios cuerpos, como sacrificio vivo (Cf. Romanos 12,1-2). ¡Sólo la participación en el sacrificio de Cristo, en su kenosis, hace auténtico el anuncio! Y este es el camino que debe recorrer con Cristo para llegar a decir al Padre junto con Él: se haga "no lo que yo quiero sino lo que tú quieres" (Marcos 14,36). El anuncio, por tanto, comporta siempre también el sacrificio de sí, condición para que el anuncio sea auténtico y eficaz.

Alter Christus, el sacerdote está profundamente unido al Verbo del Padre, que encarnándose ha tomado la forma de siervo, se ha hecho siervo (Cf. Filipenses 2,5-11). El sacerdote es siervo de Cristo, en el sentido de que su existencia, configurada ontológicamente con Cristo, asume un carácter esencialmente relacional: el está en Cristo, para Cristo y con Cristo al servicio de los hombres. Precisamente porque pertenece a Cristo, el sacerdote está radicalmente al servicio de los hombres: es ministro de su salvación, de su felicidad, de su auténtica liberación, madurando, en esta asunción progresiva de la voluntad de Cristo, en la oración, en el está "unido de corazón" con Él. Esta es por tanto la condición imprescindible de todo anuncio, que conlleva la participación en el ofrecimiento sacramental de la Eucaristía y la obediencia dócil a la Iglesia.

El santo cura de Ars repetía a menudo con lágrimas en los ojos: "¡Qué miedo da ser sacerdote!". Y añadía: "¡Qué lamentable es un sacerdote cuando celebra la Misa como un hecho ordinario! ¡Qué desgraciado es un sacerdote sin vida interior!". Que el Año Sacerdotal conduzca a todos los sacerdotes a identificarse totalmente con Jesús crucificado y resucitado, para que, a imitación de san Juan Bautista, estemos dispuestos a "disminuir" para que Él crezca; para que, siguiendo el ejemplo del Cura de Ars, adviertan de forma constante y profunda la responsabilidad de su misión, que es signo y presencia se la infinita misericordia de Dios. Confiemos a la Virgen, Madre de la Iglesia, el Año Sacerdotal apenas comenzado y a todos los sacerdotes del mundo.



[Al final de la audiencia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:

El pasado viernes, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, tuve la alegría de inaugurar el Año Sacerdotal, con ocasión del ciento cincuenta aniversario de la muerte de san Juan María Vianney. El objetivo de este Año, como he escrito en la carta que he enviado a los sacerdotes, es renovar en cada uno de ellos la aspiración a la perfección espiritual, de la que depende en gran medida la eficacia de su ministerio. Asimismo, esta iniciativa servirá para reforzar en todo el Pueblo de Dios la conciencia del don inmenso que supone el ministerio ordenado para quien lo ha recibido, para toda la Iglesia y para el mundo. Espero que este Año Sacerdotal sea un tiempo de abundantes gracias para todos los sacerdotes, en el que profundicen en su íntima unión con Cristo crucificado y resucitado. Que a imitación de San Juan Bautista, cuya fiesta celebramos hoy, estén dispuestos a "disminuir" para que Él crezca, y así, siguiendo también el ejemplo del Cura de Ars, consideren la enorme responsabilidad de la misión que les ha sido encomendada, que es signo y presencia de la infinita misericordia de Dios.

Saludo cordialmente a los fieles de lengua española aquí presentes. En particular, a los peregrinos de la Arquidiócesis de Tulancingo, con su Arzobispo, Mons. Domingo Díaz Martínez, y de la Diócesis de Alcalá de Henares, con su Obispo, Mons. Juan Antonio Reig Pla, así como a los demás grupos venidos de España, Honduras, México y de otros países latinoamericanos. Os aliento para que en este Año Sacerdotal encomendéis de un modo especial a todos vuestros sacerdotes.



[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

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MensajePublicado: Jue Jul 02, 2009 11:10 am    Asunto:
Tema: Catequesis del Papa
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AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 1 de julio de 2009

Sobre el Año Paulino y el Año Sacerdotal

Queridos hermanos y hermanas:

Con la celebración de las Primeras Vísperas de la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo en la Basílica de San Pablo Extramuros se ha cerrado, como sabéis, el 28 de junio, el Año Paulino, en recuerdo del segundo milenio del nacimiento del Apóstol de los Gentiles. Damos gracias al Señor por los frutos espirituales que esta importante ini ciativa ha aportado a tantas comunidades cristianas. Como preciosa herencia del Año Paulino, podemos recoger la invitación del Apóstol a profundizar en el conocimiento del misterio de Cristo, para que sea Él el corazón y el centro de nuestra existencia personal y comunitaria. Ésta es, de hecho, la condición indispensable para una verdadera renovación espiritual y eclesial. Como subrayé ya durante la primera Celebración eucarística en la Capilla Sixtina tras mi elección como sucesor del Apóstol San Pedro, es precisamente de la plena comunión con Cristo de donde “brotan todos los demás elementos de la vida de la Iglesia, en primer lugar la comunión entre todos los fieles, el empeño de anunciar y dar tetsimonio del Evangelio, el ardor de la caridad hacia todos, especialmente hacia los pobres y los pequeños” (Cf. Enseñanzas, I, 2005, pp. 8-13). Esto vale en primer lugar para los sacerdotes. Por esto doy gracias a la Providencia divina que nos ofrece ahora la posibilidad de celebrar el Año Sacerdotal. Auguro de corazón que éste constituya para cada sacerdote una oportunidad de renovación interior y, en consecuencia, de firme revigorización en el compromiso hacia la propia misión.

Como durante el Año Paulino nuestra referencia constante ha sido san Pablo, así en los próximos meses miraremos en primer lugar a san Juan María Vianney, el santo Cura de Ars, recordando el 150 aniversario de su muerte. En la carta que he escrito para esta ocasión a los sacerdotes, he querido subrayar lo que resplandece sobre todo en la existencia de este humilde ministro del altar: “su total identificación con el propio ministerio”. Él solía decir que “un buen pastor, un pastor según el corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina”. Y casi sin poder concebir la grandeza del don y de la tarea confiados a una pobre criatura humana, suspiraba: “¡Oh, qué grande es el sacerdote!... si se comprendiera a sí mismo, moriría... Dios le obedece: él pronuncia dos palabras y Nuestro Señor desciende del cielo a su voz y se mete en una pequeña hostia”.

En verdad, precisamente considerando el binomio “identidad-misión”, cada sacerdote puede advertir mejor la necesidad de esa progresiva identificación con Cristo que le garantiza la fidelidad y la fecundidad del testimonio evangélico. El mismo título del Año Sacerdotal – Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote – evidencia que el don de la gracia divina precede toda posible rspuesta humana y realización pastoral, y así, en la vida del sacerdote, anuncio misionero y culto no son separables nunca, como tampoco se separan la identidad ontológico-sacramental y la misión evangelizadora. Por lo demás, el fin de la misión de todo presbítero, podríamos decir, es “cultual”: para que todos los hombres puedan ofrecerse a Dios como hostia viva, santa, agradable a Él (Cf. Rm 12,1), que en la misma creación, en los hombres, se convierte en culto, alabanza del Creador, recibiendo aquella caridad que estan llamados a dispensarse abundantemente unos a otros. Lo advertimos claramente en los inicios del cristianismo. San Juan Crisóstomo decía, por ejemplo, que el sacramento del altar y el “sacramento del hermano”, o, como dice, el “sacramento del pobre”, constituyen dos aspectos del mismo misterio. El amor al prójimo, la atención a la justicia y a los pobres, no son solamente temas de una moral social, sino más bien expresión de una concepción sacramental de la moralidad cristiana, porque, a través del ministerio de los presbíteros, se realiza el sacrificio espiritual de todos los fieles, en unión con el de Cristo, único Mediador: sacrificio que los presbíteros ofrecen de forma incruenta y sacramental en espera de la nueva venida del Señor. Ésta es la principal dimensión, esencialmente misionera y dinámica, de la identidad y del ministerio sacerdotal: a través del anuncio del Evangelio engendran en la fe a aquellos que aún no creen, para que puedan unir el sacrificio de Cristo a su sacrificio, que se traduce en amor a Dios y al prójimo.

Queridos hermanos y hermanas, frente a tantas incertidumbres y cansancios, también en el ejercicio del ministerio sacerdotal es urgente recuperar un juicio claro e inequívoco sobre el primado absoluto de la gracia divina, recordando lo que escribe santo Tomás de Aquino: “El más pequeño don de la gracia supera el bien natural de todo el universo” (Summa Theologiae, I-II, q. 113, a. 9, ad 2). La misión de cada presbítero dependerá, por tanto, también y sobre todo de la conciencia de la realidad sacramental de su “nuevo ser”. De la certeza de su propia identidad, no construida artificialmente sino dada y acogida gratuitamente y divinamente, depende siempre el renovado entusiasmo del sacerdote por su misión. También para los prebíteros vale lo que he escrito en la Encíclica Deus caritas est: “En el origen del ser cristiano no hay una decisión ética o una gran idea, sino más bien el encuentro con un acontecimiento, con una Pe rsona, que trae a la vida un nuevo horizonte y con ello la dirección decisiva” (n. 1).

Habiendo recibido un tan extraordinario don de la gracia con su “consagración”, los presbíteros se convierten en testigos permanentes de su encuentro con Cristo. Partiendo precisamente de esta conciencia interior, éstos pueden llevar a cabo plenamente su “misión”, mediante el anuncio de la Palabra y la administración de los Sacramentos. Tras el Concilio Vaticano II, se ha producido aquí la impresión de que en la misión de los sacerdotes, en este tiempo nuestro, haya algo más urgente; algunos creían que se debía construir en primer lugar una sociedad distinta. La página evangélica que hemos escuchado al principio llama, en cambio, la atención sobre los dos elementos esenciales del ministerio sacerdotal. Jesús envía, en aquel tiempo y a hora, a los Apóstoles a anunciar el Evangelio y les da el poder de cazar a los espíritus malignos. “Anuncio” y “poder”, es decir, “palabra” y “sacramento”, son por tanto las dos comunes fundamentales del servicio sacerdotal, más allá de sus posibles múltiples configuraciones.

Cuando no se tiene en cuenta el “díptico” consagración-misión, resulta verdaderamente difícil comprender la identidad del presbítero y de su ministerio en la Iglesia. ¿Quién es de hecho el presbítero, si no un hombre convertido y renovado por el Espíritu, que vive de la relación personal con Cristo, haciendo constantemente propios los criterios evangélicos? ¿Quién es el presbítero, si no un hombre de unidad y de verdad, consciente de sus propios límites y, al mismo tiempo, de la extraordinaria grand eza de la vocación recibida, la de ayudar a extender el Reino de Dios hasta los extremos confines de la tierra? ¡Sí! El sacerdote es un hombre todo del Señor, porque es Dios mismo quien le llama y le constituye en su servicio apostólico. Y precisamente siendo todo del Señor, es todo de los hombres, para los hombres. Durante este Año Sacerdotal, que se extenderá hasta la próxima Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, oremos por todos los sacerdotes. Que se mutlipliquen en las diócesis, en las parroquias, en las comunidades religiosas (especialmente en las monásticas), en las asociaciones y los movimientos, en las diversas agregaciones pastorales presentes en todo el mundo, iniciativas de oración y, en particular, de adoración eucarística, por la santificación del clero y por las vocaciones sacerdotales, respondiendo a la invitación de Jesús a orar “al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,38). La oración es la primera tarea, el verdadero camino de santificación de los sacerdotes, y el alma de la auténtica “pastoral vocacional”. La escasez numérica de ordenaciones sacerdotales en algunos países no sólo no debe desanimar, sino que debe empujar a multiplicar los espacios de silencio y de escucha de la Palabra, a cuidar mejor la dirección espiritual y el sacramento de la confesión, para que la voz de Dios, que siempre sigue llamando y confirmando, pueda ser escuchada y prontamente seguida por muchos jóvenes. Quien reza no tiene miedo; quien reza nunca está solo; ¡quien reza se salva! Modelo de una existencia hecha oración es sin duda san Juan María Vianney. María, Madre de la Iglesia, ayude a todos los sacerdotes a seguir su ejemplo para ser, como él, testigos de Cristo y apóstoles del Evangelio.

[Tras los saludos en las diversas lenguas]

Saludo de corazón a los peregrinos italianos presentes, dirijo ante todo una cordial bienvenida a los miembros del Instituto de Cristo Redentor -Misioneros Identes-, que recuerdan el quincuagésimo aniversario de su fundación, y rezo para que continuen, con gran generosidad, anunciando a Jesucristo, Salvador del mundo. Saludo a los representantes de la Consulta Nacional contra la Usura y les agradezco por la importante y apreciada obra que llevan a cabo junto a las víctimas de esta plaga social, auguro que haya por parte de todos un renovado empeño por luchar eficazmente contra el fenómeno devastador de la usura y de la extorsión, que constituye una humillante esclavitud. Que no falte por parte del Estado una ayuda adecuada y a poyo a las familias afectadas y en dificultad, que tienen el valor de denuncia r a aquellos que se aprovechan a menudo se su trágica condición. Saludo también a los representantes de la Asociación interparlamentaria “Cultori dell’etica”, cuya presencia me ofrece la oportunidad de subrayar la importancia de los valores éticos y morales en la política.

Dirijo finalmente un cordial saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Muchos de vosotros, queridos amigos, tendréis en estos meses la posibilidad de tomar un periodo de vacaciones, y auguro que sea para todos sereno y fructífero. Pero también hay muchos que, por razones diversas, no podrán disfrutar de las vacaciones. Que os llegue, queridos hermanos y hermanas, mi afectuoso saludo con el augurio de que no os falten la solidaridad y la cercanía de las personas queridas. Dirijo un pensamiento especial finalmente a los jóvenes que en estos días está ;n haciendo los exámenes, y aseguro para cada uno un recuerdo en la oración. Que vele sobre todos con su amor el Señor, a quien invocamos con el canto del Pater noster.

[Traducción del original italiano por Inma Álvarez

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