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Mística Ciudad de Dios
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Christifer
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MensajePublicado: Sab Abr 04, 2009 10:37 am    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 5

Después de tres días hallan María santísima y José al infante Jesús en el templo disputando con los doctores.

758. En el capítulo pasado queda respondido en parte a la duda que algunos podían tener cómo nuestra divina Reina y Señora, siendo tan advertida y diligente en acompañar y servir a su Hijo santísimo, le perdió de vista para que se quedase en Jerusalén. Y aunque bastaba por respuesta saber que así lo pudo disponer el mismo Señor, pero con todo eso diré aquí más del modo como sucedió, sin descuido o inadvertencia voluntaria de la amorosa Madre. Cierto es que, a más de valerse para esto el niño Dios del concurso de la gente, usó de otro medio sobrenatural que era casi necesario para divertir la atención de su cuidadosa Madre y compañera, porque sin este medio no dejara ella de atender a que se le apartaba el sol que la guiaba en todos sus caminos. Sucedió que, al dividirse los varones de las mujeres, como queda dicho, el poderoso Señor infundió en su divina Madre una visión intelectual de la divinidad, con que la fuerza de aquel altísimo objeto la llamó y llevó toda al interior, y quedó tan abstraída, enardecida y llevada de los sentidos, que sólo pudo usar de ellos para proseguir el camino por grande espacio, y en lo demás quedó toda embriagada en la suavidad de la divina consolación y vista del Señor San José tuvo la causa que ya dije, aunque también fue llevado su interior con otra altísima contemplación que hizo más fácil y misterioso el engaño de que el niño iba con su Madre. Y por este modo se ausentó de los dos, quedándose en Jerusalén; y cuando a largo rato advirtió y se halló sola la Reina y sin su Hijo santísimo, sospechó estaba con su Padre putativo.

759. Sucedió esto muy cerca de las puertas de la ciudad, a donde se volvió luego el niño Dios discurriendo por las calles; y mirando con la vista de su divina ciencia todo lo que en ellas le había de suceder, lo ofreció a su eterno Padre por la salud de las almas. Pidió limosna aquellos tres días para calificar desde entonces a la humilde mendicación como primogénita de la santa pobreza. Visitó los hospitales de los pobres y consolándolos a todos partió con ellos las limosnas que había recibido, y dio salud ocultamente a algunos enfermos del cuerpo y a muchos de las almas, ilustrándolos interiormente y reduciéndolos al camino de la vida eterna. Y con algunos de los bienhechores que le dieron limosna, hizo estas maravillas con mayor abundancia de gracia y luz, para comenzar a cumplir desde luego la promesa que después había de hacer a su Iglesia: que quien recibe al justo y al profeta en nombre de profeta, recibirá merced y premio de justo.

760. Habiéndose ocupado en estas y otras obras de la voluntad del eterno Padre, fue al templo. Y el día que dice el evangelista san Lucas, se juntaron los rabinos, que eran los doctores y maestros de la ley, en un lugar donde se conferían algunas dudas y puntos de las Escrituras. En aquella ocasión se disputaba de la venida del Mesías, porque de las novedades y maravillas que se habían conocido en aquellos años desde el nacimiento del Bautista y venida de los Reyes orientales, había crecido el rumor entre los judíos de que ya era cumplido el tiempo y estaba en el mundo aunque no era conocido. Estaban todos asentados en sus lugares con la autoridad que suelen representar los maestros y los que se tienen por doctos. Llegóse el infante Jesús a la junta de aquellos magnates y el que era Rey de los reyes y Señor de los señores, la misma Sabiduría infinita y el que enmienda a los sabios se presentó delante de los maestros del mundo como discípulo humilde, manifestando que se acercaba para oír lo que se disputaba y hacerse capaz de la materia que en ella se confería, que era sobre si el Mesías prometido era venido o llegado el tiempo de que viniese al mundo.

761. Las opiniones de los letrados variaban mucho sobre este artículo, afirmando unos y negando otros. Y los de la parte negativa alegaban algunos testimonios de las Escrituras y profecías entendidas con la grosería que dijo el Apóstol: Mata la letra entendida sin espíritu. Porque estos sabios consigo mismos afirmaban que el Mesías había de venir con majestad y grandeza de rey para dar libertad a su pueblo con la fuerza de su gran poder, rescatándole temporalmente de toda servidumbre de los gentiles, y de esta potencia y libertad no había indicios en el estado que tenían los hebreos, imposibilitados para sacudir de su cuello el yugo de los romanos y de su imperio. Este parecer hizo gran fuerza en aquel pueblo carnal y ciego, porque la majestad y grandeza del Mesías prometido y la Redención que con su poder divino venía a conceder a su pueblo la entendían ellos para sí solos y que había de ser temporal y terrena, como todavía lo esperan hoy los judíos obcecados con el velamen que oscurece sus corazones. Hoy no acaban de conocer que la gloria, la majestad y poder de nuestro Redentor, y la libertad que vino a dar al mundo, no es terrena, temporal y perecedera, sino celestial, espiritual y eterna, y no sólo para los judíos, aunque a ellos se les ofreció primero, sino a todo el linaje humano de Adán sin diferencia.

762. Reconoció el maestro de la verdad, Jesús, que la disputa se concluía en este error, porque si bien algunos se inclinaban a la razón contraria, eran pocos, y éstos quedaban oprimidos de la autoridad y razones de los otros. Y como Su Majestad divina había venido al mundo para dar testimonio de la verdad, que era él mismo, no quiso consentir en esta ocasión, donde tanto importaba manifestarla, que con la autoridad de los sabios quedase establecido el engaño y error contrario. No sufrió su caridad inmensa ver aquella ignorancia de sus obras y fines altísimos en los maestros, que debían ser idóneos ministros de la doctrina verdadera para enseñar al pueblo el camino de la vida y el autor de ella nuestro Reparador. Acercóse más el niño Dios a la plática para manifestar la gracia que estaba derramada en sus labios. Entró en medio de todos con rara majestad y hermosura, como quien deseaba preguntar alguna duda. Y con su agradable semblante despertó en aquellos sabios el deseo de oírle con atención.

763. Habló el niño Dios y dijo: La duda que se ha tratado, de la venida del Mesías y su resolución, he oído y entendido enteramente. Y para proponer mi dificultad en esta determinación, supongo de los profetas dicen que su venida será con gran poder y majestad, como aquí se ha referido con los testimonios alegados. Porque Isaías dice que será nuestro Legislador y Rey, que salvará a su pueblo y en otra parte afirma que vendrá de lejos con furor grande, como también lo aseguró David, que abrasará a todos sus enemigos, y Daniel afirma que todos los tribus y naciones le servirán, y el Eclesiástico dice que vendrá con él gran multitud de santos, y los profetas y Escrituras están llenas de semejantes promesas, para manifestar su venida con señales harto claras y patentes si se miran con atención y luz. Pero la duda se funda en estos y otros lugares de los profetas, que todos han de ser igualmente verdaderos aunque en la corteza parezcan encontrados, y así es forzoso concuerden, dando a cada uno el sentido en que puede y debe convenir con el otro. Pues ¿cómo entenderemos ahora lo que dice el mismo Isaías que vendrá de la tierra de los vivientes y que encontrará su generación, que será saciado de oprobios, que será llevado a morir como la oveja al matadero y que no abrirá su boca? Jeremías afirma que los enemigos del Mesías se juntarán para perseguirle y echar tósigo en su pan y borrar su nombre de la tierra aunque no prevalecerán; David dijo que sería el oprobio del pueblo y de los hombres y como gusano hollado y despreciado; Zacarías, que vendrá manso y humilde, asentado sobre una humilde bestia. Y todos los profetas dicen lo mismo de las señales que ha de traer el Mesías prometido.

764. Pues ¿cómo será posible –añadió el niño Dios– ajustar estas profecías, si suponemos que el Mesías ha de venir con potencia de armas y majestad para vencer a todos los reyes y monarcas con violencia y derramando sangre ajena? No podemos negar que habiendo de venir dos veces, una y la primera para redimir el mundo y otra para juzgarle, las profecías se hayan de aplicar a estas dos venidas dando a cada una lo que le toca. Y como los fines de estas dos venidas han de ser diferentes, también lo serán las condiciones, pues no ha de haber en entrambas un mismo oficio sino muy diversos y contrarios. En la primera ha de vencer al demonio, derribándole del imperio que adquirió sobre las almas por el primer pecado; y para esto en primer lugar ha de satisfacer a Dios por todo el linaje humano y luego enseñar a los hombres con palabra y ejemplo el camino de la vida eterna y cómo deben vencer a los mismos enemigos y servir y adorar a su Criador y Redentor, cómo han de corresponder a los dones y beneficios de su mano y usar bien; de todos estos fines se ha de ajustar su vida y doctrina en la primera venida. La segunda ha de ser a pedir cuenta a todos en el juicio universal y dar a cada uno el galardón de sus obras buenas o malas, castigando a sus enemigos con furor e indignación. Y esto dicen los profetas de la segunda venida.

765. Y conforme a esto, si queremos entender que la venida primera será con poder y majestad y, como dijo David, que reinará de mar a mar y que su reino será glorioso, como dicen otros profetas, todo esto no se puede entender materialmente del reino y aparato majestuoso, sensible y corporal, sino del nuevo reino espiritual que fundará en nueva Iglesia, que se extienda por todo el orbe con majestad, poder y riquezas de gracia y virtudes contra el demonio. Y con esta concordia quedan uniformes todas las Escrituras, que no es posible convenir en otro sentido. Y el estar el pueblo de Dios debajo del imperio romano y sin poderse restituir al suyo propio, no sólo no es señal de no haber venido el Mesías, pero antes es infalible testimonio de que ha venido al mundo, pues nuestro patriarca Jacob dejó esta señal para que sus descendientes lo conociesen, viendo al tribu de Judá sin el cetro y gobierno de Israel, y ahora confesáis que ni éste ni otro de los tribus esperan tenerle ni recuperarle. Todo esto prueban también las semanas de Daniel, que ya es forzoso estar cumplidas. Y el que tuviere memoria se acordará de lo que he oído, que hace pocos años se vio en Belén a media noche grande resplandor y a unos pastores pobres les fue dicho que el Redentor había nacido y luego vinieron del oriente ciertos reyes guiados de una estrella, buscando al Rey de los judíos para adorarle; y todo estaba así profetizado. Y creyéndolo por infalible el rey Herodes, padre de Arquelao, quitó la vida a tantos niños sólo por quitársela entre todos al Rey que había nacido, de quien temía sucedería en el reino de Israel.

766. Otras razones dijo con éstas el infante Jesús con la eficacia de quien preguntando enseñaba con potestad divina. Y los escribas y letrados que le oyeron enmudecieron todos y convencidos se miraban unos a otros y con admiración grande se preguntaban: ¿Qué maravilla es ésta? ¡y qué muchacho tan prodigioso! ¿de dónde ha venido o cuyo es este niño? Pero quedándose en esta admiración, no conocieron ni sospecharon quién era el que así los enseñaba y alumbraba de tan importante verdad. En esta ocasión, antes que el niño Dios acabara su razonamiento, llegaron su Madre santísima y el castísimo esposo san José a tiempo de oírle las últimas razones. Y concluyendo el argumento se levantaron con estupor y admirados todos los maestros de la ley. Y la divina Señora, absorta en el júbilo que recibió, se llegó a su Hijo amantísimo y en presencia de todos los circunstantes le dijo lo que refiere san Lucas: Hijo, ¿por qué lo habéis hecho así? Mirad que vuestro Padre y yo llenos de dolor os andábamos a buscar. Esta amorosa querella dijo la divina Madre con igual reverencia y afecto, adorándole como adorándole como a Dios y representándole su aflicción como a Hijo. Respondió Sus Majestad: Pues ¿para qué me buscabais? ¿No sabéis que me conviene cuidar de las cosas que tocan a mi Padre?

767. El misterio de estas palabras, dice el evangelista que no le entendieron ellos, porque se les ocultó entonces a María santísima y a san José. Y esto procedió de dos causas: la una, porque el gozo interior que cogieron de lo que habían sembrado con lágrimas, les llevó mucho, motivado con la presencia de su rico tesoro que habían hallado; la otra razón fue porque no llegaron a tiempo de hacerse capaces de la materia que se había tratado en aquella disputa; y a más de estas razones hubo otra para nuestra advertidísima Reina y fue el estar puesta la cortina que le ocultaba el interior de su Hijo santísimo, donde todo lo pudiera conocer, y no se le manifestó luego que le halló hasta después. Despidiéronse los letrados, confiriendo el asombro que llevaban de haber oído la Sabiduría eterna, aunque no la conocían. Y quedando casi a solas la Madre beatísima con su Hijo santísimo, le dijo con maternal afecto: Dad licencia, Hijo mío, a mi desfallecido corazón –esto dijo echándole los brazos– para que manifieste su dolor y pena, porque en ella no se resuelva la vida si es de provecho para serviros; y no me arrojéis de vuestra cara, admitidme por vuestra esclava. Y si fue descuido mío el perderos de vista, perdonadme y hacedme digna de vos y no me castiguéis con vuestra ausencia.–El niño Dios la recibió con agrado y se le ofreció por maestro y compañero hasta el tiempo oportuno y conveniente. Con esto descansó aquel columbino y encendido corazón de la gran Señora, y caminaron a Nazaret.

768. Pero en alejándose un poco de Jerusalén, cuando se hallaron solos en el camino, la prudentísima Señora se postró en tierra y adoró a su Hijo santísimo y le pidió su bendición, porque no lo había hecho exteriormente cuando le halló en el templo entre la gente; tan advertida y atenta estaba a no perder ocasión en que obrar con la plenitud de su santidad. El infante Jesús la levantó del suelo y la habló con agradable semblante y dulcísimas razones, y luego corrió el velo y le manifestó de nuevo su alma santísima y operaciones con mayor claridad y profundidad que antes. Y en el interior del Hijo Dios conoció la divina Madre todos los misterios y obras que el mismo Señor había hecho en aquellos tres días de ausencia y entendió todo cuanto había pasado en la disputa de los doctores y lo que el infante Jesús les dijo y las razones que tuvo para no manifestarse con más claridad por Mesías verdadero; y otros muchos secretos y sacramentos ocultos le reveló y manifestó a su Madre Virgen, como archivo en quien se depositaban todos los tesoros del Verbo humanado, para que por todos y en todos ella diese el retorno de gloria y alabanza que se debía al Autor de tantas maravillas. Y todo lo hizo la Madre Virgen con agrado y aprobación del mismo Señor. Luego pidió a Su Majestad descansase un poco en el campo y recibiese algún sustento, y lo admitió de mano de la gran Señora, que de todo cuidaba como Madre de la misma Sabiduría.

769. En el discurso del camino confería la divina Madre con su dulcísimo Hijo los misterios que le había manifestado en su interior de la disputa de los doctores, y el celestial maestro de nuevo la informó vocalmente de lo que por inteligencia le mostró y en particular la declaró que aquellos letrados y escribas no vinieron en conocimiento de que Su Majestad era el Mesías por la presunción y arrogancia que tenían de su ciencia propia, porque con las tinieblas de la soberbia estaban oscurecidos sus entendimientos para no percibir la divina luz, aunque fue tan grande la que el niño Dios les propuso, y sus razones les convencían bastantemente si tuvieran dispuesto el afecto de la voluntad con humildad y deseo de la verdad; y por el óbice que pusieron, no toparon con ella estando tan patente a sus ojos. Convirtió nuestro Redentor muchas almas al camino de la salvación en esta jornada, y en estando presente su Madre santísima la tomaba por instrumento de estas maravillas y por medio de sus razones prudentísimas y santas amonestaciones ilustraba los corazones de todos los que la divina Señora hablaba. Dieron salud a muchos enfermos, consolaron a los afligidos y tristes y por todas partes iban derramando gracia y misericordias sin perder lugar ni ocasión oportuna. Y porque en otras jornadas que hicieron dejo escritas algunas particulares maravillas semejantes a éstas, no me alargo ahora en referir otras, que sería menester muchos capítulos y tiempo para contarlas todas y me llaman otras cosas más precisas de esta Historia.

770. Llegaron de vuelta a Nazaret, donde se ocuparon en lo que diré adelante. El evangelista san Lucas compendiosamente encerró los misterios de su historia en pocas palabras, diciendo que el infante Jesús estaba sujeto a sus padres –entiéndese María santísima y su esposo José– y que su divina Madre notaba y confería todos estos sucesos, guardándolos en su corazón, y que Jesús aprovechaba en sabiduría, edad y gracia acerca de Dios y de los hombres, de que adelante diré lo que hubiere entendido. Y ahora sólo refiero que la humildad y obediencia de nuestro Dios y Maestro con sus padres fue nueva admiración de los ángeles, y también lo fue la dignidad y excelencia de su Madre santísima, que mereció se le sujetase y entregase el mismo Dios humanado, para que con amparo de san José le gobernase y dispusiese de él como de cosa suya propia. Y aunque esta sujeción y obediencia era como consiguiente a la maternidad natural, pero con todo eso, para usar del derecho de Madre en el gobierno de su Hijo, como superiora en este género, fue necesaria diferente gracia que para concebirle y parirle. Y estas gracias convenientes y proporcionadas tuvo María santísima con plenitud para todos estas ministerios y oficios, y la tuvo tan llena que de su plenitud redundaba en el felicísimo esposo san José, para que también él fuese digno padre putativo de Jesús dulcísimo y cabeza de esta familia.

771. A la obediencia y rendimiento del Hijo santísimo con su Madre correspondía de su parte la gran Señora con obras heroicas; y entre otras excelencias tuvo una casi incomprensible humildad y devotísimo agradecimiento de que Su Majestad se hubiese dignado de estar en su compañía y volver a ella. Este beneficio, que juzgaba la divina Reina por tan nuevo como a sí misma por indigna, acrecentó en su fidelísimo corazón el amor y solicitud de servir a su Hijo Dios. Y era tan incesante en agradecerle, tan puntual, atenta y cuidadosa en servirle, y siempre de rodillas y pegada con el polvo, que admiraba a los encumbrados serafines. Y a más de esto en imitarle en todas sus acciones, como las conocía, era oficiosísima y ponía toda su atención y cuidado en dibujarlas y ejecutarlas respectivamente; que con esta plenitud de santidad tenía herido el corazón de Cristo nuestro Señor8 y a nuestro modo de entender, le tenía preso con cadenas de invencible amor. Y obligado este Señor como Dios y como Hijo verdadero de esta divina Princesa, había entre Hijo y Madre una recíproca correspondencia y divino círculo de amor y de obras, que se levantaba sobre todo entendimiento criado. Porque en el mar océano de María entraban todos los corrientes caudalosos de las gracias y favores del Verbo humanado, y este mar no redundaba porque tenía capacidad y senos para recibirlos, pero volvíanse estos corrientes a su principio, remitiéndolos a él la feliz Madre de la sabiduría, para que corriesen otra vez, como si estos flujos y reflujos de la divinidad anduvieran entre el Hijo Dios y su Madre sola. Este es el misterio de estar tan repetidos aquellos humildes reconocimientos de la esposa: Mi querido para mí y yo para él, que se apacienta entre los lirios mientras se acerca el día y se desvían las sombras. Y otras veces: Yo para mi Amado y él para mí. Yo para mi dilecto y él se convierte a mí.

772. El fuego del amor divino que ardía en el pecho de nuestro Redentor y que vino a encender en la tierra, era como forzoso que hallando materia próxima y dispuesta, cual era el corazón purísimo de su Madre, hiciese y obrase con suma actividad efectos tan sin límite, que sólo el mismo Señor los pudo conocer como los pudo obrar. Sola una cosa advierto, que se me ha dado inteligencia de ella, y es que en las demostraciones exteriores del amor que tenía el Verbo humanado a su Madre santísima medía las obras y señales, no con el afecto y natural inclinación de Hijo, sino con el estado que la gran Reina tenía de merecer como viadora; porque conoció Su Majestad que si en estas demostraciones y favores la regalara tanto como le pedía la inclinación del natural amor de Hijo a tal Madre, la impidiera algo con el continuo gozo de las delicias de su amado para merecer menos de lo que convenía. Y por esto detuvo el Señor en parte esta natural fuerza de su misma humanidad y dio lugar para que su divina Madre, aunque era tan santa, obrase y mereciese padeciendo sin el continuo y dulce premio que pudiera tener en los favores visibles de su Hijo santísimo. Y por esta razón en la conversación ordinaria guardaba el niño Dios más entereza y serenidad, y aunque la diligentísima Señora era tan cuidadosa en servirle, administrarle y prevenir todo lo que era necesario con incomparable reverencia, el Hijo santísimo no hacía en esto tantas demostraciones cuanto le obligaba la solicitud de su Madre.

Doctrina de la Reina del cielo María santísima.

773. Hija mía, todas las obras de mi Hijo santísimo y mías están llenas de misteriosa doctrina y enseñanza para los mortales que con atenta reverencia las consideran. Ausentóse Su Majestad de mí para que buscándole con dolor y lágrimas le hallase con alegría y fruto de mi espíritu. Y quiero que tú me imites en este misterio, buscándole con tal amargura que te despierte una solicitud incesante, sin descansar toda tu vida en cosa alguna hasta que le tengas y no le dejes. Para que entiendas mejor el sacramento del Señor, advierte que su sabiduría infinita de tal manera cría a las criaturas capaces de su eterna felicidad, que las pone en el camino, pero ausentes y dudosas de ella misma, para que, mientras no llegan a poseerla, siempre vivan solícitas y dolorosas y esta solicitud engendre en la misma criatura continuo temor y aborrecimiento del pecado, que es por quien sólo la puede perder, y para que entre el bullicio de la conversación humana no se deje enlazar ni enredar en las cosas visibles y terrenas. A este cuidado ayuda el Criador, añadiendo a la razón natural las virtudes de fe y esperanza, que son el estímulo del amor con que se busca y se halla el último fin de la criatura, y a más de estas virtudes y otras que infunde en el bautismo envía inspiraciones y auxilios con que despertar y mover al alma ausente del mismo Señor, para que no le olvide ni se olvide de sí misma mientras carece de su amable presencia, antes prosiga su carrera hasta llegar al deseado fin, donde hallará todo el lleno de su inclinación y deseos.

774. De aquí entenderás la torpe ignorancia de los mortales y qué pocos son los que se detienen a considerar el orden misterioso de su creación y justificación y las obras del Altísimo encaminadas a tan alto fin. Y de este olvido se siguen tantos males como padecen las criaturas, tomando posesión de los bienes terrenos y deleites engañosos como si fueran su felicidad y último fin. Y esta es la suma perversidad contra el orden del Criador, porque quieren los mortales en la vida transitoria y breve gozar de lo visible, como si fuera su último fin, habiendo de usar de las criaturas para conseguir el sumo bien y no para perderle. Advierte, pues, carísima, este riesgo de la estulticia humana, y todo lo deleitable y su gozo y risa júzgalo por error y al contentamiento sensible dile que se deja engañar en vano y que es madre de la estulticia, que embriaga el corazón, impide y destruye toda la verdadera sabiduría. Vive siempre en temor santo de perder la vida eterna y no te alegres fuera del Señor hasta conseguirla, huye de la conversación humana, teme sus peligros y si en alguno te pusiere Dios por medio de la obediencia para gloria suya, aunque debes fiar de su protección, pero no debes ser remisa ni descuidada en guardarte. No fíes tu natural a la amistad ni trato de criaturas, en que está tu mayor peligro, porque te dio el Señor condición agradecida y blanda para que fácilmente te inclinases a no resistirle en sus obras y empleases en su amor el beneficio que te hizo; pero si das entrada al amor de las criaturas, te llevarán sin duda y alejarán del sumo Bien y pervertirás el orden y las obras de su sabiduría infinita, y es cosa indigna emplear el mayor beneficio de la naturaleza en objeto que no sea el más noble de toda ella. Levántate sobre todo lo criado y a ti sobre ti, realza las operaciones de las potencias y represéntales el objeto nobilísimo del ser de Dios, el de mi Hijo dilecto y tu Esposo, que es especiosa su forma entre los hijos de los hombres, y ámale de todo tu corazón, alma y mente.
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Christifer
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MensajePublicado: Sab Abr 04, 2009 10:54 am    Asunto:
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CAPITULO 6

Una visión que tuvo María santísima a los doce años del infante Jesús, para continuar en ella la imagen y doctrina de la ley evangélica.

775. En los capítulos 1 y 2 de este libro di principio a lo que en éste y en los siguientes he de proseguir, no sin justo recelo de mi embarazado y corto discurso y mucho más de la tibieza de mi corazón, para tratar de los ocultos sacramentos que sucedieron entre el Verbo humanado y su beatísima Madre los diez y ocho años que estuvieron en Nazaret, desde la venida de Jerusalén y disputa de los doctores hasta los treinta de la edad del Señor, que salió a la predicación. En la margen de este piélago de misterios me hallo turbada y encogida, suplicando al muy alto y excelso Señor, con afecto íntimo del alma, mande a un ángel tome la pluma y que no quede agraviado este asunto, o que Su Majestad, como poderoso y sabio, hable por mí y me ilustre, que encamine mis potencias para que gobernadas por su divina luz sean instrumento de sola su voluntad y verdad y no tenga parte en ellas la fragilidad humana en la cortedad de una ignorante mujer.

776. Ya dije arriba, en los capítulos citados, cómo nuestra gran Señora fue la única y primera discípula de su Hijo santísimo, escogida entre todas las criaturas para imagen electa donde se estampase la nueva ley del evangelio y de su autor y sirviese en su nueva Iglesia como de padrón y dechado único a cuya imitación se formasen los demás santos y efectos de la redención humana. En esta obra procedió el Verbo humanado como un excelente artífice que tiene comprendida el arte del pintar con todas sus partes y condiciones, que entre muchas obras de sus manos procura acabar una con todo primor y destreza, que ella misma le acredite y publique la grandeza de su hacedor y sea como ejemplar de todas sus obras. Cierto es que toda la santidad y gloria de los santos fue obra del amor de Cristo y de sus merecimientos y todos fueron obras perfectísimas de sus manos, pero comparadas con la grandeza de María santísima parecen pequeñas y borrones del arte, porque todos los santos tuvieron algunos. Sola esta imagen viva de su Unigénito no le tuvo, y la primera pincelada que se dio en su formación fue de más alto primor que los últimos retoques de los supremos espíritus y santos. Ella es el padrón de toda la santidad y virtudes de los demás y el término a donde llegó el amor de Cristo en pura criatura, porque a ninguna se le dio la gracia y gloria que María santísima no pudo recibir y ella recibió toda la que no se pudo dar a otras, y le dio su Hijo benditísimo toda la que pudo ella recibir y él le pudo comunicar.

777. La variedad de santos y sus grados engrandecen con silencio al Artífice de tanta santidad y los menores o pequeños hacen mayores a los grandes y todos juntos magnifican a María santísima, quedando gloriosamente excedidos de su incomparable santidad y felizmente bienaventurados de la parte en que la imitan, entrando en este orden cuya perfección redunda en todos. Y si María purísima es la suprema que levantó de punto el orden de los justos, por eso mismo vino a ser como un instrumento o motivo de la gloria que en tal grado tienen todos los santos. Y porque en el modo que tuvo Cristo nuestro Señor de formar esta imagen de su santidad se vio, aunque de lejos, su primor, atiéndase a lo que trabajó en ella y en todo el resto de la Iglesia; pues para fundarla y enriquecerla, llamar a los apóstoles, predicar a su pueblo, establecer la nueva ley del evangelio bastó la predicación de tres años, en que superabundantemente cumplió esta obra que le encomendó su Padre eterno y justificó y santificó a todos los creyentes, y para estampar en su beatísima Madre la imagen de su santidad, no sólo se empleó tres años sino tres veces diez, obrando incesantemente en ella con la fuerza de su divino amor y potencia, sin hacer intervalo en que no añadiese cada hora gracias a gracias, dones a dones, beneficios a beneficios, santidad a santidad; y sobre todo quedó en estado de retocarla de nuevo con lo que recibió después que Cristo su Hijo santísimo subió al Padre, como diré en la tercera parte. Túrbase la razón, desfallece el discurso a la vista de esta gran Señora, porque fue escogida cauro el sol y no sufre su refulgencia ser registrada por ojos terrenos ni de otra criatura.

778. Comenzó a manifestar esta voluntad Cristo nuestro Redentor con su divina Madre después que volvieron de Egipto a Nazaret, como queda dicho arriba, y siempre la fue prosiguiendo con el oficio de maestro que la enseñaba y con el poder divino que la ilustraba con nuevas inteligencias de los misterios de la encarnación y redención. Después que volvieron de Jerusalén a los doce años del niño Dios, tuvo la gran Reina una visión de la divinidad, no intuitiva, sino por especies, pero muy alta y llena de nuevas influencias de la misma divinidad y noticias de los secretos del Altísimo. En especial conoció los decretos de la mente y voluntad del Señor en orden a la ley de gracia que había de fundar el Verbo humanado y la potestad que para esto le era dada por el consistorio de la beatísima Trinidad. Vio juntamente que con este fin el eterno Padre entregaba a su Hijo hecho hombre aquel libro cerrado, que refiere san Juan en el cap. 5 del Apocalipsis, con siete sellos, que nadie se hallaba en el cielo ni en la tierra que le abriese y soltase los sellos, hasta que el Cordero lo hizo con su pasión, muerte, doctrina y merecimientos, con que manifestó y declaró a los hombres el secreto de aquel libro, que era toda la nueva ley del evangelio y la Iglesia que con él se había de fundar en el mundo.

779. Luego conoció la divina Señora cómo decretaba la santísima Trinidad que entre todo el linaje humano ella fuese la primera que leyese aquel libro y le entendiese, que su Unigénito se le abriese y manifestase todo enteramente y que ejecutase cuanto en él se contenía, y fuese la primera que, como acompañando al Verbo, a quien había dado carne, le siguiese y tuviese su legítimo lugar inmediato a él mismo en las sendas que bajando del cielo había manifestado en aquel libro para que subiesen a él los mortales desde la tierra, y en la que era su Madre verdadera se depositase aquel Testamento. Vio cómo el Hijo del eterno Padre y suyo aceptaba aquel decreto con grande beneplácito y agrado, y que su humanidad santísima le obedecía con indecible gozo, por ser ella su Madre; y el eterno Padre se convertía a la purísima Señora y le decía:

780. Esposa y paloma mía, prepara tu corazón, para que según nuestro beneplácito te hagamos participante de la plenitud de nuestra ciencia y para que se escriba en tu alma el Nuevo Testamento y ley santa de mi Unigénito. Fervoriza tus deseos y aplica tu mente al conocimiento y ejecución de nuestra doctrina y preceptos. Recibe los dones de nuestro liberal poder y amor contigo. Y para que nos vuelvas la digna retribución, advierte que por la disposición de nuestra infinita sabiduría determinamos que mi Unigénito, en la humanidad que de ti ha tomado, tenga en una pura criatura la imagen y similitud posible, que sea como efecto y fruto proporcionado a sus merecimientos y en él sea magnificado y engrandecido con digna retribución su santo nombre. Atiende, pues, hija y electa mía, que se te pide de tu parte gran disposición. Prepárate para las obras y misterios de nuestra poderosa diestra.

781. Señor eterno y Dios inmenso –respondió la humildísima Señora– en vuestra divina y real presencia estoy postrada, conociendo a la vista de vuestro ser infinito el mío tan deshecho que es la misma nada. Reconozco vuestra grandeza y mi pequeñez. Hállome indigna del nombre de esclava vuestra, y por la benignidad con que vuestra clemencia me ha mirado ofrezco el fruto de mi vientre y vuestro Unigénito, y a Su Majestad suplico responda por su indigna Madre y sierva. Preparado está mi corazón y en agradecimiento de vuestras misericordias desfallece y se deshace en afectos, porque no puede ejecutar las vehemencias de sus anhelos. Pero si hallé gracia en vuestros ojos, hablaré, Señor y Dueño mío, en vuestra presencia, sólo para pedir y suplicar a Vuestra Real Majestad que hagáis en vuestra esclava todo lo que pedís y mandáis, pues nadie puede obrarlo fuera de vos mismo, Señor y Rey altísimo. Y si de mi parte pedís el corazón libre y rendido, yo le ofrezco para padecer y obedecer a vuestra voluntad hasta morir.-Luego la divina Princesa fue llena de nuevas influencias de la divinidad, iluminada, purificada, espiritualizada y preparada con mayor plenitud del Espíritu Santo que hasta aquel día, porque fue este beneficio muy memorable para la Emperatriz de las alturas; y aunque todos eran tan encumbrados y sin ejemplo ni otro símil en las demás criaturas, y por esto cada uno parecía el supremo y que señalaba el non plus ultra, pero en la participación de las divinas perfecciones no hay limitación de su parte si no falta la capacidad de la criatura, y como ésta era grande y crecía más en la Reina del cielo con los mismos favores, disponíase con unos grandes para otros mayores; y como el poder divino no hallaba óbice que le impidiese, encaminaba todos sus tesoros a depositarlos en el archivo seguro y fidelísimo de María santísima Señora nuestra.

782. Salió toda renovada de esta visión extática y fuese a la presencia de su Hijo santísimo y postrada a sus pies le dijo: Señor mío, mi luz y mi maestro, aquí está vuestra indigna Madre, preparada para el cumplimiento de vuestra santa voluntad. Admitidme de nuevo por discípula y sierva y tomad en vuestra poderosa mano el instrumento de vuestra sabiduría y querer. Ejecutad en mí el beneplácito del Padre eterno y vuestro.- Recibió el Hijo santísimo a su Madre con majestad y autoridad de maestro y la hizo una amonestación altísima. Enseñóla con poderosas razones y gran peso el valor y profundidad que contenían las misteriosas obras que el Padre eterno le había encomendado sobre el negocio de la redención humana y la fundación de la nueva Iglesia y ley evangélica que en la divina mente se había determinado. Declaróle y manifestóle de nuevo cómo en la ejecución de tan altos y escondidos misterios ella había de ser su compañera y coadjutora, estrenando y recibiendo las primicias de la gracia, y que para esto había de asistirle la purísima Señora en sus trabajos y hasta la muerte de cruz, siguiéndole con ánimo aparejado, grande, constante, invencible y dilatado. Diola celestial doctrina, encaminada a que se preparase para recibir toda la ley evangélica, entenderla, penetrarla y ejecutar todos sus preceptos y consejos con altísima perfección. Otros grandes sacramentos declaró el infante Jesús a su beatísima Madre en esta ocasión sobre las obras que haría en el mundo. Y a todo se ofreció la divina Señora con profunda humildad y obediencia, reverencia, agradecimiento y amor vehementísimo y afectuoso.

Doctrina que me dio la divina Señora.

783. Hija mía, muchas veces en el discurso de tu vida, y más en este tiempo que escribes la mía, te he llamado y convidado para que me sigas por la imitación mayor que tus fuerzas pudieren con la divina gracia. Ahora de nuevo te intimo esta obligación y llamamiento, después que la dignación del Altísimo te ha dado inteligencia y luz tan clara del sacramento que su brazo poderoso obró en mi corazón, escribiendo en él toda la ley de gracia y doctrina de su evangelio, y el efecto que hizo en mí este beneficio y el modo con que yo lo agradecí y correspondí en la imitación adecuada y perfectísima de mi santísimo Hijo y Maestro. El conocimiento que tienes de todo esto has de reputar por uno de los mayores favores y beneficios que te ha concedido Su Majestad, pues en él hallarás la suma y epílogo de la mayor santidad y encumbrada perfección como en clarísimo espejo, y serán patentes a tu mente las sendas de la divina luz por donde camines segura y sin las tinieblas de la ignorancia que comprenden a los mortales.

784. Ven, pues, hija mía, ven en mi seguimiento; y para que me imites como de ti quiero y seas iluminada en tu entendimiento, levantado el espíritu, preparado el corazón y fervorizada la voluntad, disponte con la libertad separada de todo, que te pide tu Esposo; aléjate de lo terreno y visible, deja todo género de criaturas, niégate a ti misma, cierra los sentidos a las fabulaciones falsas del mundo y del demonio; y en sus tentaciones te advierto que no te embaraces mucho, ni te aflijas, porque si consigue el detenerte para que no camines, con esto habrá alcanzado de ti una gran victoria y no llegarás a ser robusta en la perfección. Atiende, pues, al Señor, codicioso de la hermosura de tu alma, liberal para concedértela, poderoso para depositar en ella los tesoros de su sabiduría y solícito para obligarte a que tú los recibas. Déjale que escriba en tu pecho su divina ley evangélica, y en ella sea tu continuo estudio, tu meditación de día y noche, tu memoria y alimento, la vida de tu alma y el néctar de tu gusto espiritual, con que conseguirás lo que de ti quiere el Altísimo y yo y tú deseas.
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CAPITULO 7

Decláranse más expresamente los fines del Señor en la doctrina que enseñó a María santísima y los modos con que lo ejecutaba.

785. Cualquiera de las causas que obran con libertad y conocimiento de sus acciones, es necesario que tenga en ellas algún fin, razones y motivos, con cuyo conocimiento se determine y se mueva para hacerlas; y al conocimiento de los fines se sigue la consultación o elección de los medios para conseguirlos. Este orden es más cierto en las obras de Dios, que es suprema y primera causa y de infinita sabiduría, con la cual dispone y ejecuta todas las cosas, tocando de fin a fin con fortaleza y suavidad, como dice el Sabio; y en ninguna pretende el no ser y la muerte, antes bien las hace todas para que tengan ser y vida. Y cuanto son más admirables las obras del Altísimo tanto más particulares y levantados son los fines que en ellas pretende conseguir. Y aunque el fin último de todas es la gloria de sí mismo y su manifestación, pero esto va ordenado con su infinita ciencia, como una cadena de varios eslabones que, sucediendo unos a otros, llegan desde la ínfima criatura hasta la suprema y más inmediata al mismo Dios, autor y fin universal de todas.

786. Toda la excelencia de santidad de nuestra gran Señora se comprende en haberla hecho Dios estampa o imagen viva de su mismo Hijo santísimo, y en tan ajustada y parecida en la gracia y operaciones, que por comunicación y privilegio parecía otro Cristo. Y éste fue un divino y singular comercio entre Hijo y Madre, porque ella le dio la forma y ser de la naturaleza humana y el mismo Señor le dio a ella otro ser espiritual y de gracia, en que tuviesen respectivamente similitud y semejanza como la de su humanidad. Los fines que tuvo el Altísimo fueron dignos de tan rara maravilla y la mayor de sus obras en pura criatura. Y en los capítulos pasados, primero, segundo y sexto, he dicho algo de esta conveniencia por parte de la honra de Cristo nuestro Redentor y de la eficacia de su doctrina y merecimientos; que para el crédito de todo era como necesario que en su Madre Santísima se conociese la santidad y pureza de la doctrina de Cristo nuestro Señor y su autor y maestro, la eficacia de la ley evangélica y el fruto de la redención y todo redundase en la suma gloria que por ello se le debía al mismo Señor. Y en sola su Madre se halló esto con más intensión y perfección que en todo el resto de la Iglesia santa y de sus predestinados.

787. El segundo fin que tuvo en esta obra el Señor mira también al ministerio de Redentor, porque las obras de nuestra reparación habían de corresponder a las de la creación del mundo y la medicina del pecado a su introducción; así convenía que, como el primer Adán tuvo compañera en la culpa a nuestra madre Eva y le ayudó y movió para cometerla y que en él como en cabeza se perdiese el linaje humano, así también sucediese en el reparo de tan gran ruina que el segundo y celestial Adán, Cristo nuestro Señor, tuviese compañera y coadjutora en la redención a su purísima Madre y que ella concurriese y cooperase al remedio, aunque sólo en Cristo, que es nuestra cabeza, estuviese la virtud y la causa adecuada de la general redención. Y para que este misterio se ejecutase con la dignidad y proporción que convenía, fue necesario que se cumpliese entre Cristo nuestro Señor y María santísima lo que dijo el Altísimo en al formación de los primeros padres: No es bien que esté solo el hombre; hagámosle otro semejante que le ayudé. Y así lo hizo el Señor, como pudo hacerlo, de tal suerte que él mismo hablando ya por el segundo Adán, Cristo, pudo decir: Este es hueso de mis huesos y carne de mi carne y se llamará varonil porque fue formada de varón. Y no me detengo en mayor declaración de este sacramento, pues ella se viene luego a los ojos de la razón ilustrada con la fe y luz divina y se conoce la similitud de Cristo y su Madre santísima.

788. Otro motivo concurrió también a este misterio; y aunque aquí le pongo el tercero en al ejecución, fue primero en la intención, porque mira a la ejecución, fue primero en la intención, porque mira a al eterna predestinación de Cristo Señor nuestro, conforme a lo que dije en la primera parte. Porque el motivo de encarnar el Verbo eterno y venir al mundo por ejemplar y maestro de las criaturas-que fue el primero de esta maravilla- había que tener proporción y correspondencia a la grandeza de tal obra, que era la mayor de todas y el inmediato fin a donde todas se habían de referir. Y para guardar la divina sabiduría este orden y proporción, era conveniente que entre las puras criaturas hubiese alguna que adecuase a la divina voluntad en su determinación de venir a ser maestro y adoptarnos en la dignidad de hijos por su doctrina y gracia. Y si no hubiera hecho Dios a María santísima, predestinándola entre las criaturas con el grado de santidad y semejante a la humanidad de su Hijo santísimo, faltárale a Dios este motivo en el mundo, con que –a nuestro grosero modo de hablar– honestaba y disculpaba o justificaba su determinación de humanarse conforme al orden y modo manifestado a nosotros de su omnipotencia. Y considero en esto lo que sucedió a Moisés con sus tablas de la ley, escritas con el dedo de Dios, que cuando vio idolatrar al pueblo las rompió, juzgando a los desleales por indignos de aquel beneficio, pero después se escribió la ley en otras tablas fabricadas por manos humanas y aquellas perseveraron en el mundo. Las primeras tablas, donde formadas por la mano del Señor se escribió su ley, se rompieron por la primera culpa, y no tuviéramos ley evangélica si no hubiera otras tablas, Cristo y María, formadas por otro modo: ella por el común y ordinario y él por el concurso de la voluntad y sustancia de María. Y si esta gran Señora no concurriera y cooperara como digna a la determinación de esta ley, nos quedáramos sin ella los demás mortales.

789. Todos estos fines tan soberanos abrazan la voluntad de Cristo nuestro bien, con la plenitud de su divina ciencia y gracia, enseñando a su beatísima Madre los misterios de la ley evangélica. Y para que no sólo quedase capaz de todos sino también de los diferentes modos de entenderla y saliese tan sabia discípula que pudiese después ser ella misma consumada maestra y madre de la sabiduría, usaba el Señor de diferentes medios en ilustrarla. Unas veces con aquella visión abstractiva de la divinidad, que en estos tiempos la tuvo más frecuente; otras, cuando no la tenía, le quedaba una como visión intelectual, más habitual y menos clara. Y en la una y otra conocía expresamente toda la Iglesia militante, con el orden y sucesión que había tenido desde el principio del mundo hasta la encarnación y que desde entonces había de llevar hasta el fin del mundo y después en la bienaventuranza. Y esta noticia era tan clara, distinta y comprensiva, que se extendía a conocer todos los santos y justos y los que más se habían de señalar en la Iglesia, los apóstoles, mártires, patriarcas de las religiones, doctores, confesores y vírgenes. Todos los conocía nuestra Reina singularmente, con las obras, méritos y gracia que habían de alcanzar y el premio que les había de corresponder.

790. Conoció también los sacramentos que su Hijo santísimo quería establecer en su santa Iglesia, la eficacia que tendrían, los efectos que harían en quien los recibiese, según las diferentes disposiciones, y cómo todo pendía de la santidad y méritos de su Hijo santísimo y nuestra reparador. Tuvo asimismo noticia clara de toda la doctrina que había de predicar y enseñar, de las Escrituras antiguas y futuras y todos los misterios que contienen en los cuatro sentidos, literal, moral, alegórico y anagógico, y todo lo que habían de escribir en ellos los expositores, y sobre esto entendía la divina discípula mucho más. Y conoció que se le daba esta ciencia para que fuese maestra de la Iglesia santa, como en efecto lo fue en ausencia de su Hijo santísimo después que subió a los cielos, y para que aquellos nuevos hijos y fieles reengendrados en la gracia tuviesen en la divina Señora madre amorosa y cuidadosa que los criase a los pechos de su doctrina como con leche suavísima, propio alimento de niños. Y fue así que la beatísima Señora en estos diez y ocho años que estuvo con su Hijo recibió y como digirió la sustancia evangélica, que es la doctrina de nuestro Salvador Cristo, recibiéndola del mismo Señor. Y habiéndola gustado y conocido su negociación, sacó de ella el alimento dulce con que criar a la primitiva Iglesia, que en sus fieles estaba tierna y no tan capaz del manjar sólido y fuerte de la doctrina y Escrituras y de la imitación perfecta de su Maestro y Redentor. Y porque de este punto hablaré en la tercera parte, que es su propio lugar, no me alargo más.

791. Sin estas visiones y enseñanza, tenía la gran Señora la de su Hijo santísimo y de su humanidad en dos modos que hasta ahora he repetido0. El uno, en el espejo de su alma santísima y de sus operaciones interiores y en cierto modo de la misma ciencia que él tenía de todas las cosas1 allí por otro modo era informada de los consejos del Redentor y artífice de la santidad y de los decretos que tenía del que en la Iglesia había de obrar por sí y por sus ministros. El otro modo era por la instrucción exterior de palabra, porque confería el Señor con su digna Madre todas las cosas que en él y en la divinidad le había manifestado y, desde lo superior hasta lo más ínfimo, todo cuanto pertenecía a la Iglesia lo comunicaba con ella; y no sólo esto, sino las cosas que habían de corresponder a los tiempos y sucesos de la ley evangélica con la gentilidad y sectas falsas. De todo hizo capaz a su divina discípula y nuestra maestra. Y antes que el Señor comenzara la predicación, ya María santísima estaba ejercitada en su doctrina y la dejaba practicada en ella con suma perfección, porque la plenitud de las obras de nuestra gran Reina correspondía a la de su inmensa sabiduría y ciencia, y ésta fue tan profunda y con especies tan claras, que así como nada ignoraba tampoco padeció equivocación ni en las especies ni en las palabras, ni jamás le faltaron las necesarias, ni añadió una sola superflua, ni trocó una por otra, ni tuvo necesidad de discurrir para hablar y explicar los misterios más ocultos de las Escrituras, en las ocasiones que fue necesario hacerlo en la primitiva iglesia.

Doctrina que me dio la divina Madre y Señora nuestra.

792. Hija mía, la bondad y clemencia del Altísimo, que por sí mismo dio el ser y le da a todas las criaturas y a ninguna niega su grande providencia, es fidelísima en dar su luz a todas las almas, para que puedan entrar en el camino de su conocimiento y por él en el de la eterna vida, si la misma alma no se impide y oscurece esta luz por sus culpas y deja la conquista del reino de los cielos. Pero con aquellas almas que por sus secretos juicios llama a su Iglesia muéstrase más liberal, porque en el bautismo les infunde con la gracia otras virtudes, que se llaman esencialmente infusas, que no puede la criatura adquirirlas por sí misma, y otras infusas accidentalmente, que con sus obras pudiera adquirir trabajando pero anticípaselas el Señor, para que se halle el alma pronta y más devota en guardar su santa ley. A otras almas, sobre esta común lumbre de la fe, añade su clemencia especiales dones sobrenaturales de mayor inteligencia y virtud, para obrar y conocer los misterios de la ley evangélica. Y en este beneficio se ha mostrado contigo más liberal que con muchas generaciones y te ha obligado para que te señales en el amor y correspondencia que le debes, estando siempre humillada y pegada en el polvo.

793. Y para que de todo estés advertida, con el cuidado y amor de madre te quiero enseñar como maestra la astucia con que Satanás procura destruir estas obras del Señor; porque desde la hora que las criaturas entran en el uso de la razón, la siguen a cada una muchos demonios vigilantes y asistentes, para que al tiempo en que debían las almas levantar su mente al conocimiento de Dios y comenzar las operaciones de las virtudes infusas en el bautismo, entonces los demonios con increíble furor y astucia procuren arrancar esta divina semilla y, si no pueden, la impiden para que no dé fruto, inclinando a los hombres a obras viciosas, inútiles y párvulas. Con esta iniquidad los divierten para que no usen de la fe, ni esperanza, ni otras virtudes, ni se acuerden que son cristianos, ni atienda al conocimiento de su Dios y misterios de la redención y vida eterna. Y a más de esto introduce el mismo enemigo en los padres una torpe inadvertencia o ciego amor carnal con sus hijos y en los maestros incita a otros descuidos, para que no reparen en su mala educación y los dejen depravar y adquirir muchos hábitos viciosos y perder las virtudes y sus buenas inclinaciones, y con esto vayan caminando a la perdición.

794. Pero el piadosísimo Señor no se olvida de ocurrir a este peligro, renovando la luz interior con nuevos auxilios y santas inspiraciones, con la doctrina de la santa Iglesia por sus predicadores y ministros, con el uso y eficaz remedio de los sacramentos y con otros medios que aplica para reducirlos al camino de la vida. Y si con tantos remedios son menos los que vuelven a la salud espiritual, la causa más poderosa para impedirla son la mala ley de los vicios y costumbres depravadas que mamaron en su puericia. Porque es verdadera aquella sentencia del Deuteronomio: Cuales fueron los días de la juventud, tal será la senectud. Y con esto los demonios van cobrando mayor ánimo y más tirano imperio sobre las almas, juzgando que como se les sujetaron cuando tenían menos y menores culpas, lo harán más fácilmente cuando sin temor vayan cometiendo otras muchas y mayores. Y para ellas les incitan y ponen más loca osadía, porque sucede que con cada pecado que la criatura comete pierde más las fuerzas espirituales y se rinde al demonio y como tirano enemigo cobra imperio sobre ella y la sujeta en la maldad y miseria, con que llega a estar debajo los pies de su iniquidad y le lleva adonde quiere, de precipicio a despeño y de abismo en abismo; castigo merecido a quien por el primer pecado se le sujetó. Por estos medios ha derribado Lucifer tanto número de almas al profundo, y cada día las lleva, levantándose en su soberbia contra Dios. Y por aquí ha introducido en el mundo su tiranía y el olvido de los novísimos de los hombres, muerte, juicio, infierno y gloria, y de abismo en abismo ha despeñado tantas naciones hasta caer en errores tan ciegos y bestiales como contienen todas las herejías y sectas falsas de los infieles. Atiende, pues, hija mía, a tan formidable peligro y nunca falte de tu memoria la ley de Dios, sus preceptos y mandamientos, las verdades católicas y doctrina evangélica. No pase día alguno sin que mucho tiempo medites en ellos, y aconseja lo mismo a tus religiosas y a todos los que te oyeren, porque su adversario el demonio trabaja y se desvela por oscurecer su entendimiento y olvidarlo de la divina ley, para que no encamine a la voluntad, que es potencia ciega, a los actos de su justificación, que se consigue con fe viva, esperanza cierta, amor fervoroso y corazón contrito y humillado.
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CAPITULO 8

Declárase el modo como nuestra gran Reina ejecutaba la doctrina del evangelio que su Hijo santísimo la enseñaba.

795. En la edad y en las obras iba creciendo nuestro Salvador, pasando ya de la puericia, y en todas consumando las obras que en cada una le encomendó el eterno Padre en beneficio de los hombres. No predicaba en público, ni tampoco hacía entonces en Galilea tan patentes milagros como hizo después y había hecho antes algunos en Egipto, pero oculta y disimuladamente siempre obraba grandes efectos en las almas y en los cuerpos de muchos. Visitaba los pobres y enfermos, consolaba los tristes y afligidos y a éstos y otros muchos reducía a la salud eterna de las almas, ilustrándolas con el consejo particular y moviéndolas con internas inspiraciones y favores, para que se convirtiesen a su Criador y apartasen del demonio y de la muerte. Estos beneficios eran continuos, y para hacerlos salía muchas veces de casa de su beatísima Madre. Y aunque los hombres conocían que con las palabras y presencia de Jesús eran movidos y renovados, pero, como en el misterio estaban ignorantes, enmudecían no sabiendo a quién atribuirlo más que al mismo Dios. La gran Señora del mundo conocía en el espejo del alma santísima de su Hijo y por otros medios todas estas maravillas que hacía, y en estando juntos le adoraba y daba gracias por ellas, postrada siempre a sus pies.

796. Lo restante del tiempo gastaba el Hijo santísimo con su Madre y ocupándole en oración y enseñarla y conferir con ella los cuidados que como buen pastor tenía de su querida grey y los méritos que para su remedio quería acumular y los medios que en orden a su salud determinaba aplicar. Atendía la prudentísima Madre a todo y cooperaba con su divina sabiduría y amor, asistiéndole en los oficios que disponía con el linaje humano, de padre, hermano, amigo, y maestro, abogado, protector y reparador. Y estas conferencias tenían o por palabras o por las mismas operaciones interiores, con que Hijo y Madre también se hablaban y entendían. Decíale el Hijo santísimo: Madre mía, el fruto de mis obras en que quiero fundar la Iglesia ha de ser una doctrina y ciencia, que creída y ejecutada sea vida y salud de los hombres; una ley santa y eficaz, poderosa para extinguir el mortal veneno que Lucifer derramó en los corazones humanos por la primera culpa. Quiero que por medio de mis preceptos y consejos se espiritualicen y levanten a la participación y semejanza de mí mismo y sean depósitos de mis tesoros viviendo en carne, y después lleguen a la participación de mi eterna gloria. Quiero dar al mundo renovada, mejorada y con nueva luz y eficacia la ley que di a Moisés, para que comprenda preceptos y consejos.

797. Todos estos intentos del Maestro de la vida conocía su divina Madre con profundísima ciencia y con igual amor los admitía, reverenciaba y agradecía, en nombre de todo el linaje humano. Y como el Señor le iba manifestando singularmente todos y cada uno de estos grandes sacramentos, iba conociendo Su Alteza la eficacia que daría a todas y a la ley y doctrina del evangelio y los efectos que en las almas haría si la guardasen v el premio que les correspondería, y de antemano obró en todo cómo si lo ejecutara por cada una de las criaturas. Conoció expresamente todos los cuatro evangelios, con las palabras formales y misterios que los evangelistas los habían de escribir y en sí misma entendió la doctrina de todos, porque su ciencia excedía a la de los mismos escritores y pudiera ser su maestra en declarárselos, sin atender a sus palabras. Conoció asimismo que aquella ciencia era como copiada de la de Cristo y que con ella eran como trasladados y copiados los evangelios que se habían de escribir y quedaban en depósito en su alma, como las tablas de la ley en el arca del testamento, para que sirviesen de originales legítimos y verdaderos a todos los santos y justos de la ley de gracia, porque todos habían de copiar la santidad y virtudes de la que estaba en el archivo de la gracia, María santísima.

798. Diole también a conocer su divino Maestro la obligación en que la ponía de obrar y ejecutar con suma perfección toda esta doctrina, para los altísimos fines que tenía en este raro beneficio y favor. Y si aquí hubiéramos de contar cuán adecuada y cabalmente lo cumplió nuestra gran Reina y Señora, fuera necesario repetir en este capítulo toda su vida, pues fue toda una suma del evangelio, copiada de su mismo Hijo y Maestro. Véase lo que esta doctrina ha obrado en los apóstoles, mártires, confesores y vírgenes, en los demás santos y justos que han sido y serán hasta el fin del mundo; nadie, fuera del mismo Señor, lo puede referir y mucho menos comprender. Pues consideremos que todos los santos y justos fueron concebidos en pecado y todos pusieron algún óbice, y no obstante esto pudieron crecer en virtudes, santidad y gracia, pero dejaron algún vacío para ella; mas nuestra divina Señora no padeció estos defectos ni menguantes en la santidad y sola ella fue materia dispuesta adecuadamente, sin formas repugnantes a la actividad del brazo poderoso y a sus dones, fue la que sin embarazo ni resistencia recibió el torrente impetuoso de la divinidad, comunicada por su mismo Hijo y Dios verdadero. Y de aquí entenderemos que sólo en la visión clara del Señor y en aquella felicidad eterna llegaremos a conocer lo que fuere conveniente de la santidad y excelencia de esta maravilla de su omnipotencia.

799. Y cuando ahora, hablando en general y por mayor, quiera yo explicar algo de lo que se me ha manifestado, no hallo términos con que decirlo; porque nuestra gran Reina y Maestra guardaba los preceptos y doctrina de los consejos evangélicos según la profunda inteligencia que de todos le habían dado, y ninguna criatura es capaz de conocer a dónde llegaba la ciencia e inteligencia de la Madre de la sabiduría en la doctrina de Cristo, y lo que se entiende excede a los términos y palabras que todos alcanzamos. Pongamos ejemplo en la doctrina de aquel primer sermón que hizo el Maestro de la vida a sus discípulos en el monte, como lo refiere san Mateo en el capítulo 5, donde se comprendió la suma de la perfección evangélica en que fundaba su Iglesia, declarando por bienaventurados a todos los que le siguiesen.

800. Bienaventurados –dijo nuestro Señor y Maestro– los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Este fue el primero y sólido fundamento de toda la vida evangélica. Y aunque los apóstoles y con ellos nuestro Padre san Francisco la entendieron altamente, pero sola María santísima fue la que llegó a penetrar y pesar la grandeza de la pobreza de espíritu; y como la entendió, la ejecutó hasta lo último de potencia. No entró en su corazón imagen de riquezas temporales, ni conoció esta inclinación, sino que, amando las cosas como hechuras del Señor, las aborrecía en cuanto eran tropiezo y embarazo del amor divino y usó de ellas parcísimamente y sólo en cuanto la movían o ayudaban a glorificar al Criador. A esta perfectísima y admirable pobreza era como debida la posesión de Reina de todos los cielos y criaturas. Todo esto es verdad; pero todo es poco para lo que entendió, apreció y obró nuestra gran Señora el tesoro de la pobreza de espíritu, que es la primera bienaventuranza.

801. La segunda: Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra. En esta doctrina y en su ejecución excedió María santísima con su mansedumbre dulcísima, no sólo a todos los mortales, como Moisés en su tiempo a todos los que entonces eran, pero a los mismos ángeles y serafines, porque esta candidísima paloma en carne mortal estuvo más libre en su interior y potencias de turbarse y airarse en ellas, que los espíritus que no tienen sensibilidad como nosotros. Y en este grado inexplicable fue señora de sus potencias y operaciones del cuerpo terreno y también de los corazones de todos los que la trataban, y poseía la tierra de todas maneras, sujetándose a su obediencia apacible. La tercera: Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados. Entendió María santísima la excelencia de las lágrimas y su valor, y también la estulticia y peligro de la risa y alegría mundana, más de lo que ninguna lengua puede explicar; pues cuando todos los hijos de Adán, concebidos en pecado original y después manchados con los actuales, se entregan a la risa y deleites, esta divina Madre, sin tener culpa alguna ni haberla tenido, conoció que la vida mortal era para llorar la ausencia del sumo bien y los pecados que contra él fueron y son cometidos; llorólos dolorosamente por todos, y merecieron estas lágrimas inocentísimas las consolaciones y favores que recibió del Señor. Siempre estuvo su purísimo corazón en prensa a la vista de las ofensas hechas a su amado y Dios eterno, con que destilaba agua que derramaban sus ojos y su pan de día y de noche era llorar las ingratitudes de.los pecadores contra su Criador y Redentor. Ninguna pura criatura ni todas juntas lloraron más que la Reina de los Angeles, estando en ellas la causa del llanto y lágrimas por la culpa y en María santísima la del gozo y leticia por la gracia.

802. En la cuarta bendición, que hace bienaventurados a los sedientos y hambrientos de la justicia, alcanzó nuestra divina Señora el misterio de esta hambre y sed y la padeció mayor que el hastío de ella que todos los enemigos de Dios han tenido y tendrán. Porque llegando a lo supremo de la justicia y santidad, siempre estuvo sedienta de hacer más por ella y a esta sed correspondía la plenitud de gracia con que la saciaba el Señor, aplicándole el torrente de sus tesoros y suavidad de la divinidad. La quinta bienaventuranza de los misericordiosos, porque alcanzarán misericordia de Dios, tuvo un grado tan excelente y noble que sólo en ella se pudo hallar; por donde se llama Madre de misericordia, como el Señor se llama Padre de las misericordias. Y fue que, siendo ella inocentísima, sin culpa alguna de que pedir a Dios misericordia, la tuvo en supremo grado de todo el linaje humano y le remedió con ella. Y porque conoció con altísima ciencia la excelencia de esta virtud, jamás la negó ni negará a nadie que se la pidiere, imitando en esto perfectísimamente al mismo Dios, como también en adelantarse y salir al encuentro a los pobres y necesitados para ofrecerles el remedio.

803. La sexta bendición, que toca a los limpios de corazón, para ver a Dios, estuvo en María santísima sin semejante. Porque era electa como el sol, imitando al verdadero sol de justicia y al material que nos alumbra y no se mancha de las cosas inferiores e inmundas; y en el corazón y potencias de nuestra Princesa purísima jamás entró especie ni imagen pie cosa impura, antes en esto estaba como imposibilitada por la pureza de sus limpísimos pensamientos, a que desde el primer instante pudo corresponder la visión que tuvo en él de la divinidad y después las demás que en cata Historia se refieren, aunque por el estado de viadora fueron de paso y no perpetuas. La séptima, de los pacíficos que se llamarán hijos de Dios, se le concedió a nuestra Reina con admirable sabiduría, como la bahía menester para conservar la paz de su corazón y potencias en los sobresaltos y tribulaciones de la vida, pasión y muerte de su Hijo santísimo. Y en todas estas ocasiones v las demás fue un vivo retrato de su pacificación. Nunca se turbó desordenadamente y supo admitir las mayores penas con la suprema paz, quedando en todo perfecta Hija del Padre celestial; y este título de Hija del Padre eterno se le debía singularmente por esta excelencia. La octava, que beatifica a los que padecen por la justicia, llegó en María santísima a lo sumo posible; pues quitarle la honra y la vida a su Hijo santísimo y Señor del mundo, por predicar la justicia y enseñarla a los hombres, y con las condiciones que tuvo esta injuria, sola María y el mismo Dios la padecieron con alguna igualdad, pues era ella verdadera Madre, como el Señor era Padre de su Unigénito. Y sola esta Señora imitó a Su Majestad en sufrir esta persecución y conoció que hasta allí había de ejecutar la doctrina que su divino Maestro enseñaría en el evangelio.

804. A este modo puedo declarar algo de lo que he conocido de la ciencia de nuestra gran Señora en comprender la doctrina del evangelio y en obrarla. Y lo mismo que he declarado en las bienaventuranzas podía decir de los demás preceptos y consejos del evangelio y de sus parábolas; como son el precepto de amar a los enemigos, perdonar las injurias, hacer las obras ocultas o sin gloria vana, huir la hipocresía; y con esta doctrina toda la de los consejos de perfección y las parábolas del tesoro, de la margarita, de las vírgenes, de la semilla, de los talentos y cuantas contienen todos cuatro evangelistas. Porque todas las entendió con la doctrina que contenían, con los fines altísimos a donde el divino Maestro las encaminaba, y todo lo más santo y ajustado a su divina voluntad entendió cómo se había de obrar y así lo ejecutó sin omitir sola una tilde ni una letra8. Y de esta Señora podemos decir lo mismo que dijo Cristo nuestro bien: que no vino a soltar la ley sino a cumplirla.

Doctrina de la Reina del cielo María santísima.

805. Hija mía, al verdadero maestro de la virtud le conviene enseñar lo que obra y obrar lo que enseña porque el decir y el hacer son dos partes del magisterio, para que las palabras enseñen y el ejemplo mueva y acredite lo que se enseña, para que sea admitido y ejecutado; todo esto hizo mi Hijo santísimo, y yo a su imitación. Y porque no siempre había de estar Su Majestad ni yo tampoco en el mundo, quiso dejar los sagrados evangelios como trasunto de su vida, y también de la mía, para que los hijos de la luz, creyendo en ella y siguiéndola, ajustasen sus vidas con la de su Maestro, con la observancia de la doctrina evangélica que les dejaba; pues en ella quedaba practicada la doctrina que el mismo Señor me enseñó y me ordenó a mí para que le imitase; tanto como esto pesan los sagrados evangelios y tanto las debes estimar y tener en extremada veneración. Y te advierto que para mi Hijo santísimo y para mí es de grande gloria y complacencia ver que sus divinas palabras, y las que contienen su vida, son respetadas y estimadas dignamente de los hombres, y por el contrario reputa el Señor por grande injuria que sean los evangelios y su doctrina olvidada de los hijos de la Iglesia, porque hay tantos en ella que no entienden, atienden, ni agradecen este beneficio, ni hacen de él más memoria que si fueran paganos o no tuvieran la luz de la fe.

806. Tu deuda es grande en esta parte, porque te ha dada ciencia de la veneración y aprecio que yo hice de la doctrina evangélica y de lo que trabajé en ponerla por obra; y si en esto no has podido conocer todo lo que ya obraba y entendía –que no es posible a tu capacidad– por lo menos con ninguna nación he mostrado mi dignación más que contigo en este beneficio. Atiende, pues, con gran desveles cómo has de corresponder a él y no malograr el amor que has concebido con las divinas Escrituras, y más con los evangelios y su altísima doctrina. Ella ha de ser tu lucerna encendida en tu corazón, y mi vida tu ejemplar y dechado, que sirva para formar la tuya. Pondera cuánto vale y te importa hacerlo con toda diligencia y el gusto que recibirá mi Hijo y mi Señor y que de nuevo me daré yo por obligada para hacer contigo el oficio de madre y maestra. Teme el peligro de no atender a los llamamientos divinos, que por este olvido se pierden innumerables almas, y siendo tan frecuentes y admirables los que tienes de la liberal misericordia del Todopoderoso y no correspondiendo a ellos sería tu grosería reprensible y aborrecible al Señor, a mí y a sus santos.
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MensajePublicado: Sab Abr 04, 2009 11:40 am    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 9

Declárase cómo conoció María santísima los artículos de fe que había de creer la santa Iglesia y Lo que hizo con este favor.

807. El fundamento inmutable de nuestra justificación y la raíz de toda la santidad es la fe de las verdades que reveló Dios a su santa Iglesia; y así la fundó sobre esta firmeza, como arquitecto prudentísimo que edifica su casa sobre la piedra firme, para, que los ímpetus furiosos de las avenidas y diluvios no la puedan mover. Esta es la estabilidad invencible de la Iglesia evangélica, que es sola una, católica, romana. Una, en la unidad de la fe, de la esperanza y caridad que en ella se fundan; una sin división ni contradicción, como las hay en todas las sinagogas de Satanás, que son todas las falsas sectas, errores y herejías, tan tenebrosas y oscuras que no sólo se encuentran unas con otras y todas con la razón, pero cada una se encuentra consigo misma en sus errores, afirmando y creyendo cosas repugnantes y contrarias entre sí y que las unas derriban a las otras y prevalecen. Y contra todas queda siempre invicta nuestra santa fe, sin que las puertas del infierno prevalezcan ni una tilde contra ella, aunque más ha pretendido y pretende embestirla para ventilarla y zarandearla como trigo, como a su vicario Pedro, y en él a todos sus sucesores; así se lo dijo el Maestro de la vida.

808. Para que nuestra divina Señora recibiera adecuada noticia de toda la doctrina evangélica y,de la ley de gracia, era necesario que en el océano de estas maravillas y gracias entrara la noticia de todas las verdades católicas que en el tiempo del evangelio habían de ser creídas de los fieles, y en particular de los artículos a donde como a sus principios y orígenes se reducen. Porque todo esto cabía en la capacidad de María santísima y todo se pudo fiar de su incomparable sabiduría, hasta los mismos artículos y verdades católicas que le tocaban a ella y se habían de creer en la Iglesia; porque todo lo conoció –como diré adelante – con la circunstancia de los tiempos y lugares y medios y modos con que en los siglos futuros sucedería todo oportunamente, cuando fuese necesario. Para informar a la beatísima Madre, especialmente de estos artículos, la dio el Señor una visión de la divinidad en el modo abstractivo que otras veces he dicho; y en ella se le manifestaron ocultísimos sacramentos de los investigables juicios del Altísimo y de su providencia, y conoció la clemencia de su infinita bondad con que había ordenado el beneficio de la santa fe infusa, para que las criaturas ausentes de la vista de la divinidad la pudieran conocer breve y fácilmente sin diferencia y sin aguardar ni buscar esta noticia por la ciencia natural, que alcanzan muy pocos y éstos muy limitada; pero nuestra fe católica desde el primer uso de razón nos lleva luego al conocimiento, no sólo de la divinidad en tres personas, sino de la humanidad de Cristo Señor nuestro y de los medios para conseguir la eterna vida; todo lo cual no alcanzan las ciencias humanas, infecundas y estériles si no las realza la fuerza y virtud de la fe divina.

809. Conoció en esta visión nuestra gran Reina todos estos misterios profundamente y cuanto en ellos se contiene, y que la santa Iglesia tendría los catorce artículos de la fe católica desde su principio, y que después determinaría en diversos tiempos muchas proposiciones y verdades que en ellos y en las divinas Escrituras estaban encerrados como en su raíz, que cultivándola produce el fruto. Y después de conocer todo esto en el Señor, saliendo de la visión que he referido, lo vio con otra ordinaria –que tengo declarada el alma santísima de Cristo y conoció cómo toda esta fábrica estaba ideada en la mente del divino Artífice, y después lo confirió todo con Su Majestad, cómo se había de ejecutar, y que la divina Princesa era la primera que lo había de creer singular y perfectamente, y así lo fue ejecutando en cada uno de los artículos por sí. En el primero de los siete que pertenecen a la divinidad, creyendo conoció cómo era uno solo el verdadero Dios, independiente, necesario, infinito, inmenso en sus atributos y perfecciones, inmutable y eterno; y cuán debido y justo y necesario era a las criaturas creer esta verdad y confesarla. Dio gracias por la revelación de este artículo, y pidió a su Hijo santísimo continuase este favor con el linaje humano y les diese gracia a los hombres para que le admitiesen y conociesen la verdadera divinidad. Con esta luz infalible, aunque oscura, conoció la culpa de la idolatría que ignora esta verdad y la lloró con amargura y dolor incomparable y en su oposición hizo grandiosos actos de fe y de reverencia al Dios único y verdadero y otros muchos de todas las virtudes que pedía este conocimiento.

810. El segundo artículo, creer que es Padre, lo creyó, y conoció que se daba para que los mortales pasasen del conocimiento de la Divinidad al de la Trinidad de las Personas que en ella hay y de los otros artículos que la explican y suponen, para que llegasen a conocer perfectamente su último fin, cómo le habían de gozar y los medios para conseguirle. Entendió cómo la persona del Padre no podía nacer ni proceder de otra y que ella era como el origen de todo, y así se le atribuye la creación de cielo y tierra y todas sus criaturas, como al que es sin principio y lo es de cuanto tiene ser. Por este artículo dio gracias nuestra divina Señora en nombre de todo el linaje humano, y obró todo lo que pedía esta verdad. El tercero artículo, creer que es Hijo, lo creyó la Madre de la gracia con especialísima luz y conocimiento de las procesiones ad intra; de las cuales la primera en orden de origen es la eterna generación del Hijo, que por obra de entendimiento es engendrado y lo será ab aeterno de solo el Padre, no siendo postrero sino igual en la divinidad, eternidad, infinidad y atributos. El cuarto articulo, creer que es Espíritu Santo, lo creyó y entendió, conociendo que la tercera persona, del Espíritu Santo procedía del Padre y del Hijo como de un principio por acto de voluntad, quedando igual con las dos personas, sin otra diferencia entre ellas más que la distinción personal que resulta de las emanaciones y procesiones del entendimiento y voluntad infinitos. Y aunque de este misterio tenía María santísima las noticias y visiones que en otras ocasiones dejo declarada, en ésta se le renovaron con las condiciones y circunstancias de haber de ser artículos de fe en la Iglesia futura y con inteligencia de las herejías que contra estos artículos sembraría Lucifer, como las había fraguado en su cabeza desde que cayó del cielo y conoció la encarnación del Verbo. Y contra todos estos errores hizo la beatísima Señora grandes actos, al modo que dejo dicho.

811. El quinto artículo, que el Señor es Criador, creyó María santísima conociendo cómo la creación de todas las cosas, aunque se atribuye al Padre, como dejo declarado, núm. 810, es común a todas las tres Personas, en cuanto son un solo Dios infinito y poderoso; y que de solo él penden las criaturas en su ser y conservación y que ninguna tiene virtud para criar a otra produciéndola de nada –que es la creación– aunque sea ángel y la criatura un gusanillo, porque sólo el que es independiente en su ser puede obrar sin dependencia de otra causa inferior o superior. Entendió la necesidad de este artículo en la Iglesia santa contra los engaños de Lucifer, para que Dios fuese conocido y respetado por autor de todas las criaturas. El sexto artículo, que es Salvador, entendió de nuevo con todos los misterios que encierra de la predestinación, vocación y justificación final, y de los réprobos, que por no aprovecharse de los medios oportunos que la misericordia divina les había ofrecido y les daría perderían la felicidad eterna. Conoció también la fidelísima Señora cómo convenía ser Salvador a las tres divinas Personas y cómo a la del Verbo especialmente en cuanto hombre, porque él se había de entregar en precio y rescate y el mismo Dios lo había de aceptar, dándose por satisfecho por los pecados original y actuales. Y atendía esta gran Reina a todos los sacramentos y misterios que la santa Iglesia había de recibir y creer y en la inteligencia de todos hacía heroicos actos de muchas virtudes. En el séptimo artículo, que es Glorificador, entendió lo que contenía para las criaturas mortales, de la felicidad que les estaba prevenida en la fruición y vista beatífica y cuánto les importa tener fe de esta verdad, para disponerse a conseguirla y reputarse no por vecinos de la tierra sino por peregrinos en ella y ciudadanos del cielo en cuya fe y esperanza viviesen consolados en este destierro.

812. De los siete artículos que pertenecen a la humanidad tuvo igual conocimiento nuestra gran Reina, pero coro nuevos efectos en su candidísimo v humilde corazón. Porque en el primero, que su Hijo santísimo fue concebido en cuanto hombre por obra del Espíritu Santo, como este misterio se había obrado en su virginal tálamo y conoció que sería artículo de fe en la santa Iglesia militante can las demás que se siguen, fueron.inexplicables los afectos que movió esta noticia en la prudentísima Señora. Humillóse hasta lo ínfimo de las criaturas y profundo de la tierra, profundó el conocimiento de que había sido criada de nada, abrió zanjas y puso el cimiento de la humildad para el encumbrada y alto edificio de la plenitud de ciencia infusa y excelente perfección que iba edificando la diestra del Muy Alto en su santísima Madre. Alabó al Todopoderoso y diole gracias por sí misma y por todo el linaje humano, porque eligió tan admirable y eficaz medio para atraer el Señor a sí todos los corazones, obrando este beneficio y obligándoles a que ir tuviesen presente por la fe cristiana. Lo mismo hizo en el segundo artículo, que Cristo nuestro Señor nació de María Virgen antes, en el parto y después de él. En este misterio de su intacta virginidad, que tanto la divina Reina había estimado, y el haberla elegido el Señor por Madre con estas condiciones entre todas las criaturas, en la decencia y dignidad. de este privilegio, así para la gloria del Señor como para la suya, y que todo lo había de creer y confesar la Iglesia santa con certeza de fe católica; en todo esto y lo demás que creyó y conoció la gran Señora no es posible con razones manifestar la alteza de sus operaciones y obras que hizo, dando a cada uno de estos misterios la plenitud que pedía de magnificencia, culto, creencia, alabanza y agradecimiento, quedándose ella con más profundidad humillada y cuanto era levantada se aniquilaba y pegaba con el polvo.

813. Es el tercero artículo que Cristo nuestro Señor padeció muerte y pasión. El cuarto, que descendió a los infiernos y sacó las almas de los santos Padres que estaban en el limbo esperando su venida. El quinto, que resucitó entre los muertos. El sexto, que subió a los cielos y se asentó a la diestra del Padre eterno. El séptimo, que de allí ha de venir a juzgar vivos y muertos en el juicio universal, para dar a cada uno el galardón de las obras que hubiere hecho. Estos artículos como todos los demás creyó y conoció y entendió María santísima cuanto a la sustancia, cuanto al orden y conveniencias y la necesidad que tenían los mortales de esta fe. Y ella sola llenó su vacío y suplió los defectos de todos los que no han creído ni creerán y la mengua de nuestra tibieza en creer las divinas verdades y en darles el peso, la veneración y agradecidos efectos que piden. Llame toda la Iglesia a nuestra Reina dichosísima y bienaventurada porque creyó, no sólo al embajador del cielo, sino también porque después de aquella fe creyó los artículos que se formaron y determinaron en su tálamo virginal, y los creyó por sí y por todos las hijos de Adán. Ella fue la Maestra de la divina fe y la que a vista de los cortesanos del cielo enarboló el estandarte de los fieles en el mundo. Ella fue la primera Reina católica del orbe y la que no tendrá segunda, pero tendrán segura Madre en ella los verdaderos católicos y por este título especial son hijos suyos si la llaman, porque sin duda esta piadosa Madre y Capitana de la fe católica mira con especial amor a los que la siguen en esta gran virtud y en su propagación y defensa.

814. Fuera este discurso muy prolijo, si en él hubiera yo de manifestar todo lo que se me ha declarado de la fe de nuestra gran Señora, de sus condiciones y circunstancias con que penetraba cada uno de los catorce artículos y de las verdades católicas que en ellos se encierran. Las conferencias que sobre esto tenía con su divino maestro Jesús, las preguntas que acerca de ellos le hacía con inaudita humildad y prudencia, las respuestas que su Hijo dulcísimo le daba, los profundos secretos que amantísimamente la declaraba y otros venerables sacramentos que sólo a Hijo y Madre eran manifiestos, no tengo yo palabras para tan divinos misterios. Y también se me ha dado a entender que no todos conviene manifestarlos en esta vida mortal, pero todo este nuevo y divino testamento quedó depositado en María santísima y fidelísimamente le guardó ella sola, para dispensar a sus tiempos lo que de aquel tesoro pedían y piden las necesidades de la santa Iglesia. ¡Dichosa y bienaventurada Madre!, pues si el hijo sabio es alegría del padre, ¿quién podrá explicar la que recibió esta gran Reina de la gloria que resultaba al eterno Padre de su Hijo unigénito, de quien ella era Madre, con los misterios de sus obras, que conoció en las verdades de la fe santa de la Iglesia?

Doctrina que me dio la divina Señora María santísima.

815. Hija, no es capaz el estado de la vida mortal para que en él se pueda conocer lo que yo sentí con la fe y noticia infusa de los artículos que mi Hijo santísimo disponía para la santa Iglesia y lo que en esta creencia obraron mis potencias. Y es forzoso que a ti te falten términos para que declares lo que has entendido, porque todos los que alcanza el sentido son cortos para comprender el concepto de este misterio y manifestarlo; pero lo que de ti quiero y te mando es lo que con el favor divino puedes hacer: que guardes con toda reverencia y cuidado el tesoro que has hallado de la doctrina y ciencia de tan venerables sacramentos. Porque como madre te aviso y te advierto de la crueldad tan sagaz con que se desvelan tus enemigos para robártele. Atiende solícita y cuidadosa, que te hallen vestida de fortaleza, y tus domésticos, que son tus potencias y sentidos, con vestiduras dobladas de interior y exterior custodia que resista a la batería de tus tentaciones. Pero las armas ofensivas y poderosas para vencer a los que te hacen guerra han de ser los artículos de la fe católica, porque su continuo ejercicio y firme credulidad, la meditación y atención ilumina las almas, destierra los errores, descubre los engaños de Satanás y los deshace como los rayos del sol a las livianas nubes, y a más de esto sirve de alimento y sustancia espiritual que hace robustas las almas para las guerras del Señor.

816. Y si los fieles no sienten estos y otros mayores y más admirables efectos de la fe, no es porque a ella le falte la eficacia y virtud para hacerlos, sino que de parte de los creyentes hay tanto olvido y negligencia en algunos y otros se entregan tan ciegamente a la vida carnal y bestial, que malogran este beneficio de la fe y apenas se acuerdan de usar de ella más que si no la hubieran recibido. Y viendo ellos cómo los infieles no la tienen, y ponderando su desdicha e infidelidad, como es razón, vienen a ser mucho peores que ellos por esta aborrecible ingratitud y desprecio de tan alto y soberano don. De ti quiero, carísima hija mía, que le agradezcas con profunda humildad y fervoroso afecto, que le ejercites con incesantes actos heroicos, que medites siempre los misterios que te enseña la fe, para que sin embarazos terrenos goces de los divinos y dulcísimos efectos que causa. Y tanto más eficaces y poderosos serán en ti, cuanto más viva y penetrante fuere la noticia que te diere la fe. Y concurriendo de tu parte con la diligencia que te toca, crecerá la luz y la inteligencia de los encumbrados y admirables misterios y sacramentos del ser de Dios trino y uno, de la unión hipostática de las dos naturalezas, divina y humana, de la vida, muerte y resurrección de mi Hijo santísimo y de todos los demás que obró; con que gustarás de su suavidad y cogerás copioso fruto digno del descanso y felicidad eterna.
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MensajePublicado: Sab Abr 04, 2009 11:50 am    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 10

Tuvo María santísima nueva luz de los diez mandamientos y lo que obró con este beneficio.

817. Como los artículos de la fe católica pertenecen a los actos del entendimiento, de quienes son objeto, así los mandamientos tocan a los actos de la voluntad. Y aunque todos los actos libres penden de la voluntad en todas las virtudes infusas y adquiridas, pero no igualmente salen de ella, porque los actos de la fe libre nacen inmediatamente del entendimiento que los produce y sólo penden de la voluntad en cuanto ella los manda con afecto puro, santo, pío y reverencial; porque los objetos y verdades oscuras no necesitan al entendimiento para que sin consulta de la voluntad las crea y así aguarda lo que quiere la voluntad, pero en las demás virtudes la misma voluntad por sí obra y sólo pide del entendimiento que la proponga lo que ha de hacer, cono quien lleva la luz delante. Pero ésta es tan señora y libre, que no admite imperio del entendimiento ni violencia de nadie; y así lo ordenó el altísimo Señor para que, ninguno le sirva por tristeza o necesidad, con violencia o compelido, sino ingenuamente libre y con alegría, corno lo enseña el Apóstol.

818. Estando María santísima ilustrada tan divinamente de los artículos y verdades de la fe católica, para que fuese renovada en, la ciencia de los diez preceptos del Decálogo tuvo otra visión de la divinidad en el mismo modo que se dijo en el capítulo pasado. Y en ella se le manifestaron con mayor plenitud y claridad todos los misterios de los divinos mandamientos, cómo estaban decretados en la mente divina para encaminar a los mortales hasta la vida eterna y cómo se le habían dado a Moisés en las dos tablas: en la primera los tres que tocan al honor del mismo Dios y en la segunda los siete que se ejercitan con el prójimo; y que el Redentor del mundo, su Hijo santísimo, los había de renovar en los corazones humanos, comenzando de la misma:Reina y Señora la observancia de todos y de cuanto en sí comprenden. Conoció también el orden que tenían v la necesidad de que por él llegasen los hombres a la participación de la divinidad. Tuvo inteligencia clara de la equidad, sabiduría y justicia con que estaban ordenados los mandamientos por la voluntad divina, y que era ley santa, inmaculada, suave, ligera, pura, verdadera y acendrada para las criaturas, porque era tan justa y conforme a la naturaleza capaz de razón que la podían y debían abrazar con estimación y gusto, y que el Autor tenía preparada la gracia para ayudar a su observancia. Otros muchos y muy altos secretos y misterios ocultos conoció en esta visión nuestra gran Reina sobre el estado de la Iglesia santa y los que en ella habían de guardar sus divinos preceptos y los que los habían de quebrantar y despreciar para no recibirlos o no guardarlos ni admitirlos.

819. Salió de esta visión la candidísima paloma enardecida y transformada en el amor y celo de la ley divina y luego fue a su Hijo santísimo, en cuyo interior la conoció de nuevo, como en los decretos de su sabiduría y voluntad la tenía dispuesta para renovarla en la ley de gracia, y conoció asimismo con abundante luz el beneplácito de Su Majestad y el deseo de que ella fuese la estampa viva de todos los preceptos que contenía. Verdad es que la gran Señora –como he dicho repetidas veces– tenía ciencia habitual y perpetua de todos estos misterios y sacramentos, para que usase de ella continuamente, pero con todo eso se le renovaban estos hábitos y recibían mayor intensión cada día. Y como la extensión y profundidad de los objetos era casi inmensa, quedaba siempre como infinito campo a donde extender la vista de su interior y conocer nuevos secretos y misterios; y en esta ocasión eran muchos los que de nuevo la enseñaba el divino Maestro, proponiéndole su ley santa y preceptos con el orden y modo convenientísimo que habían de tener en la Iglesia militante de su evangelio y singularmente de cada uno le daba copiosas y singulares inteligencias con nuevas circunstancias. Y aunque nuestra limitada capacidad y noticia no pueden alcanzar tan altos y soberanos sacramentos, a la divina Señora ninguno se le ocultó, ni su profundísima ciencia se ha de medir con la regla de nuestra corto entendimiento.

820. Ofrecióse humillada a su Hijo santísimo, y con preparado corazón para obedecerle en la guarda de sus mandamientos le pidió le enseñase y diese su divino favor para ejecutar todo lo que en ellos mandaba. Respondióla Su Majestad diciendo: Madre mía, electa y predestinada por mi eterna voluntad y sabiduría para el mayor agrado y beneplácito de mi Padre, que en cuanto a mi divinidad es el mismo: nuestro amor eterno, que nos obligó a comunicar nuestra divinidad a las criaturas levantándolas a la participación de nuestra gloria y felicidad, ordenó esta ley santa y pura por donde llegasen los mortales a conseguir el fin para que fueron criados por nuestra clemencia. Y este deseo que tenemos descansará en ti, paloma y amiga mía, dejando en tu corazón grabada nuestra ley divina con tanta eficacia y claridad, que desde tu ser por toda la eternidad no pueda ser oscurecida ni borrada y que su eficacia no sea impedida ni en cosa alguna quede vacía, como en los demás hijos de Adán. Advierte, Sunamitis, y carísima, que toda es inmaculada y pura esta ley, y la queremos depositar en sujeto inmaculado y purísimo, en quien se glorifiquen nuestros pensamientos y obras.

821. Estas palabras, que en la divina Madre tuvieron la eficacia de lo que contenían, la renovaron y deificaron con la inteligencia y práctica de los diez preceptos y de sus misterios singularmente; y convirtiendo su atención a la celestial luz y el ánimo a la obediencia de su divino Maestro entendió aquel primero y mayor precepto: Amarás a Dios sobre todas tos cosas, de todo tu corazón, de toda tu mente, con todas tus fuerzas y fortaleza, como después lo escribieron los evangelistas y antes. Moisés en el Deuteronomio, con aquellas condiciones que le puso el Señor, mandando que se guardase en el corazón y los padres le enseñasen a sus hijos y todos meditasen en él en casa y fuera de ella, sentados y caminando, durmiendo y velando, y siempre le trajesen delante los ojos interiores del alma. Y como le entendió nuestra Reina, así cumplió este mandamiento del amor de Dios, con todas las condiciones y eficacia que Su Majestad le mandó. Y si ninguno de los hijos de los hombres en esta vida llegó a cumplirle con toda plenitud, María santísima se la dio en carne mortal más que los supremos y abrasados serafines, santos y bienaventurados en el cielo. Y no me alargo ahora más en esto, porque de la caridad de la gran Reina dije algo en la primera parte, hablando de sus virtudes. Pero en esta ocasión señaladamente lloró con amargura los pecados que se habían de cometer en el mundo contra este gran mandamiento y tomó por su cuenta recompensar con su amor las menguas y defectos que en él habían de incurrir los mortales.

822. Al primer precepto del amor siguen los otros dos, que son: el segundo, de no deshonrarle jurando vanamente, y honrarle en sus fiestas guardándolas y santificándolas, que es el tercero. Estos mandamientos penetró y comprendió la Madre de la sabiduría y los puso en su corazón humilde y pío y les dio el supremo grado de veneración y culto de la divinidad. Ponderó dignamente la injuria de la criatura contra el ser inmutable de Dios y su bondad infinita en jurar por ella vana o falsamente o blasfemando contra la veneración debida a Dios en sí mismo y en sus santos. Y con el dolor que tuvo, conociendo los pecados que atrevidamente hacían y harían los hombres contra este mandamiento, pidió a los santos ángeles que la asistían que de su parte de la gran Reina encargasen a todos los demás custodios de los hijos de la santa Iglesia que detuviesen a las criaturas que guardaba cada uno en cometer este desacato contra Dios, y para moderarlos les diesen inspiraciones y luz, y por otros medios los crucificasen y atemorizasen con el temor de Dios, para que no jurasen ni blasfemasen su santo nombre y, a más de esto, que pidiesen al Altísimo que diese muchas bendiciones de dulzura a los que se abstienen en jurar en vano y reverencian su ser inmutable, y la misma súplica con grande fervor y afecto hacía la purísima Señora. En cuanto a la santificación de las fiestas, que es el tercer mandamiento, tuvo la gran Reina de los ángeles conocimiento en estas visiones de todas las festividades que habían de caer debajo de precepto en la santa Iglesia y del modo cómo se habían de celebrar y guardar. Y aunque desde que estaba en Egipto –como dije en su lugar– había comenzado a celebrar las que tocaban a los misterios precedentes, pero desde esta noticia celebró otras fiestas, como de la santísima Trinidad y las pertenecientes a su Hijo y de los ángeles, y a ellos convidaba para estas solemnidades y para las demás que la santa Iglesia había de ordenar, y por todas hacía cánticos de alabanza y agradecimiento al Señor. Y estos días señalados para el divino culto particularmente los ocupaba todos en él, no porque a su admirable atención interior la embarazasen las acciones corporales ni impidiesen su espíritu, sino para ejecutar lo que entendía se debía hacer santificando las fiestas del Señor y mirando a lo futuro de la ley de gracia, que con santa emulación y pronta obediencia quiso adelantarse a obrar todo lo que contenía, como primera discípula del Redentor del mundo.

823. La misma ciencia y comprensión tuvo María santísima respectivamente de los otros siete mandamientos que nos ordenan a nuestros prójimos y miran a ellos. En el cuarto, de honrar a los padres, conoció todo lo que comprendía por nombre de padres y cómo después del honor divino tiene el segundo lugar el que deben los hijos a los padres y cómo se le han de dar en la reverencia y en ayudarles y también la obligación de parte de los padres para con los hijos. En el quinto mandamiento, de no matar, conoció asimismo la Madre clementísima la justificación de este precepto, porque el Señor es autor de la vida y ser del hombre y no le quiso dar este dominio al mismo que la tiene, cuanto más a otro prójimo para que se la quite ni le haga injuria en ella. Y como la vida es el primero de los bienes de la naturaleza y fundamento de la gracia, alabó al Señor nuestra gran Reina porque así ordenaba este mandamiento en beneficio de los mortales. Y como los miraba hechuras del mismo Dios y capaces de su gracia y gloria y precio de la sangre que su Hijo había de ofrecer por ellos, hizo grandes peticiones sobre la guarda de este precepto en la Iglesia.

824. La condición del sexto mandamiento conoció nuestra purísima Señora al modo que los bienaventurados, que no miran el peligro de la humana flaqueza en sí mismo sino en los mortales y lo conocen sin que les toque. De más alto lugar de gracia lo miraba y conocía María santísima sin el fomes, que no pudo contraer por su preservación. Y fueron tales los afectos que tuvo esta gran honradora de la castidad, amándola y llorando los pecados de los mortales contra ella, que de nuevo hirió el corazón del Altísimo y, a nuestro modo de hablar, consoló a su Hijo santísimo en lo que le ofenderían los mortales contra este precepto. Y porque conoció que en la ley del evangelio se extendería su observancia a instituir congregaciones de vírgenes y religiosos que prometiesen esta virtud de la castidad, pidió al Señor que les dejase vinculada su bendición. Y a instancia de la purísima Madre lo hizo Su Majestad y señaló el premio especial que corresponde a la virginidad, porque siguieron en ella a la que fue Virgen y Madre del Cordero. Y porque esta virtud se había de extender tanto a su imitación en la ley del evangelio, dio al Señor gracias incomparables con afectuoso júbilo. No me detengo más en referir lo que estimaba esta virtud, porque dije algo hablando de ella en la primera parte y en otras ocasiones.

825. De los demás preceptos –el séptimo, no hurtarás; el octavo, no levantarás falso testimonio; el noveno, no codiciarás la mujer ajena; el décimo, no desearás los bienes y cosas ajenas– tuvo María santísima la inteligencia singularmente que en los demás. Y en cada uno hacía grandes actos de lo que pedía su cumplimiento y de alabanza al Señor, agradeciéndole por todo el linaje humano que lo encaminase tan sabia y eficazmente a su eterna felicidad, por una ley tan bien ordenada en beneficio de los mismos hombres. Pues con su observancia no sólo aseguraban el premio que para siempre se les prometía, sino que también en la vida presente podían gozar de la paz y tranquilidad que los hiciera en su modo y respectivamente bienaventurados. Porque si todas las criaturas racionales se ajustaran a la equidad de la ley divina y se determinaran a guardarla y observar sus mandamientos, gozaran de una felicidad gustosísima y muy amable del testimonio de la buena conciencia, que todos los gustos humanos no se pueden comparar al consuelo que motiva ser fieles en lo poco y en lo mucho de la ley2. Y este beneficio más debemos a Cristo nuestro Redentor, que nos vinculó en el bien obrar satisfacción, descanso, consuelo y muchas felicidades juntas en la vida presente. Y si todos no lo conseguimos nace de que no guardamos sus mandamientos, y los trabajos, calamidades y desdichas del pueblo son como efectos inseparables del desorden de los mortales, y dando cada uno la causa de su parte, somos tan insensatos que en llegando el trabajo luego vamos a buscar a quién imputarle, estando dentro de cada uno la causa.

826. ¿Quién bastará a ponderar les daños que en la vida presente nacen de hurtar lo ajeno y de no guardar el mandamiento que lo prohíbe, contentándose cada uno con su suerte y esperando en ella el socorro del Señor, que no desprecia a las aves del cielo ni se olvida de los ínfimos gusanillos? ¿Qué miserias y aflicciones no están padeciendo los del pueblo cristiano por no se contener los príncipes en los reinos que les dio el sumo Rey? Antes pretendiendo ellos extender el brazo y sus coronas, no han dejado en el mundo quietud ni paz, haciendas, vidas ni almas para su Criador. Los testimonios falsos y mentiras, que ofenden a la suma verdad y a la comunicación humana, no causan menos daños y discordias, con que se trasiega la paz y tranquilidad de los corazones de los mortales y uno y otro los indisponen para ser asiento y morada de su Criador, que es lo que quiere de ellos. El codiciar la mujer ajena y adulterar contra justicia, violar la ley santa del matrimonio, confirmada y santificada por Cristo nuestro Señor con el sacramento, ¿cuántos males ocultos y manifiestos ha causado v causa entre los católicos? Y si pensamos que muchos están escondidos a los ojos del mundo –¡ya lo estuvieran más!– pero en los ojos de Dios que es justísimo y recto juez, no se pasan sin castigo de presente y después será más severo cuanto más ha disimulado Su Majestad, por no destruir la república cristiana castigando ahora dignamente este pecado.

827. De todas estas verdades era testigo nuestra gran Reina, mirándolas en el Señor, y aunque conocía la vileza de los hombres, que tan ligeramente y por cosas tan ínfimas pierden el decoro y respeto al mismo Dios, y que Su Majestad tan benignamente previno la necesidad de ponerles tantas leyes y preceptos, con todo esto ni se escandalizó la prudentísima Señora de la humana fragilidad, ni se admiraba de nuestras ingratitudes, antes bien como piadosa madre se compadecía de todos los mortales y con ardentísimo amor los amaba y agradecía por ellos las obras del Altísimo y recompensaba las transgresiones que habían de cometer contra la ley evangélica y rogaba y pedía para todos la perfección y observancia de ella. Toda la comprensión de los diez preceptos en los dos que son amar a Dios y al prójimo como a sí mismo, conoció María santísima profundamente y que en estos dos objetos bien entendidos y practicados se resuelve toda la verdadera sabiduría, pues el que alcanza su ejecución no está lejos del reino de Dios, como lo dijo el mismo Señor en el evangelio, y que la guarda de estos preceptos se antepone y vale más que los sacrificios y holocaustos. Y en el grado que tuvo esta ciencia nuestra gran Maestra, puso en práctica la doctrina de esta santa ley, como se contiene en los evangelios, sin faltar a la observancia de todos los preceptos y consejos de él ni omitir el menor. Y sola esta divina Princesa obró más la doctrina del Redentor del mundo, su Hijo santísimo, que todo el resto de los santos y fieles de la santa Iglesia.

Doctrina que me dio la divina Señora y Reina del cielo.

828. Hija mía, sí el Verbo del eterno Padre bajó de su seno a tomar en mi vientre la humanidad y redimir en ella al linaje humano, necesario era que, para dar luz a los que estaban en las tinieblas y sombra de la muerte y llevarlos a la felicidad que habían perdido, viniera Su Majestad a ser su luz, su camino, su verdad y su vida, y que les diese una ley tan santa que los justificase, tan clara que los ilustrase, tan segura que les diese confianza, tan poderosa que los moviese, tan eficaz que los ayudase y tan verdadera que a todos los que la guardan diese alegría y sabiduría. Para obrar estos efectos y otros tan admirables tiene virtud la inmaculada ley del evangelio en sus preceptos y consejos, y de tal manera compone y ordena a las criaturas racionales, que sólo en guardarla consiste toda su felicidad espiritual y corporal, temporal y eterna. Y por esto entenderás la ciega ignorancia de los mortales con que los engaña la fascinación de sus mortales enemigos, pues inclinándose tanto los hombres a su felicidad propia y deseándola todos, son tan pocos los que atinan con ella, porque no la buscan en la ley divina donde solamente pueden hallarla.

829. Prepara tu corazón con esta ciencia, para que el Señor a imitación mía escriba en él su santa ley, y de tal manera te aleja y olvida de todo lo visible y terreno, que todas tus potencias queden libres y despejadas de otras imágenes y especies y solas se hallen en ellas las que fijare el dedo del Señor, de su doctrina y beneplácito, como se contiene en las verdades del evangelio. Y para que tus deseos no se frustren ni sean estériles, pide continuamente de día y de noche al Señor que te haga digna de este beneficio y promesa de mi Hijo santísimo. Considera con atención que este descuido sería en ti más aborrecible que en todos los demás vivientes, pues a ninguno más que a ti ha llamado y compelido a su divino amor con semejantes fuerzas y beneficios como a ti. En el día de esta abundancia y en la noche de la tentación y tribulación tendrás presente esta deuda y el celo del Señor, para que ni los favores te levanten, ni las penas y aflicciones te opriman; y así lo conseguirás si en el uno y otro estado te conviertes a la divina ley escrita en tu corazón, para guardarla inviolablemente y sin remisión ni descuido, con toda perfección y advertencia. Y en cuanto al amor de los prójimos, aplica siempre aquella primera regla con que se debe medir para ejecutarla, de querer para ellos lo que para ti misma. Si tú deseas y apeteces que piensen y hablen bien de ti y que obren, eso has de ejecutar con tus hermanos; si sientes que te ofendan en cualquiera niñería huye de darles ese pesar y si en otros te parece mal que disgusten a los prójimos no lo hagas, pues ya conoces que desdice a su regla y medida y a lo que el Altísimo manda. Llora también tus culpas y las de tus prójimos, porque son contra Dios y su ley santa, y ésta es buena caridad con el Señor y con ellos. Y duélete de los trabajos ajenos como de los tuyos, imitándome en este amor.
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MensajePublicado: Jue Jul 02, 2009 12:05 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 11

La inteligencia que tuvo María santísima de los siete sacramentos que Cristo Señor nuestro había de instituir y de los cinco preceptos de la Iglesia.

830. Para complemento de la hermosura y riquezas de la santa Iglesia fue conveniente que su artífice, Cristo nuestro Reparador, ordenase en ella los siete sacramentos que tiene, donde quedasen como en común depósito los tesoros infinitos de sus merecimientos y el mismo Autor de todo, por inefable modo de asistencia pero real y verdadera, para que los hijos fieles se alimentasen de su hacienda y consolasen con su presencia, en prendas de la que esperan gozar eternamente y cara a cara. Era también necesario para la plenitud de ciencia y gracia de María santísima, que todos estos misterios y tesoros se trasladasen a su dilatado y ardiente corazón, para que por el modo posible quedase depositada y estampada en él toda la ley de gracia al modo que lo estaba en su Hijo santísimo, pues en su ausencia había de ser Maestra de la Iglesia y enseñar a sus primogénitos el rigor y puntualidad con que todos estos sacramentos se habían de venerar y recibir.

831. Manifestósele todo esto a la gran Señora con nueva luz en el mismo interior de su Hijo santísimo, con distinción de cada misterio en singular. Y lo primero, conoció cómo la antigua ley de la dura circuncisión se había de sepultar con honor, entrando en su lugar el suavísimo y admirable sacramento del bautismo. Tuvo inteligencia de la materia de este sacramento, que había de ser agua pura elemental, y que la forma sería con las mismas palabras que fue determinado, expresando las tres divinas personas con los nombres de Padre, Hijo y Espíritu Santo, para que los fieles profesasen la fe explícita de la santísima Trinidad. Entendió la virtud que al bautismo había de comunicar Cristo, su autor y Señor nuestro, quedando con eficacia para santificar perfectísimamente de todos los pecados y librar de sus penas. Vio los efectos admirables que había de causar en todos los que le recibiesen, regenerándolos y reengendrándolos en el ser de hijos adoptivos y herederos del reino de su Padre e infundiéndoles las virtudes de fe, esperanza y caridad y otras muchas y el carácter sobrenatural y espiritual que como sello real se había de imprimir en las almas por virtud del bautismo para señalar los hijos de la santa Iglesia; y todo lo demás que toca a este sagrado sacramento y sus afectos lo conoció María santísima. Y luego se le pidió a su Hijo santísimo, con ardentísimo deseo de recibirle a su tiempo, y Su Majestad se lo prometió y dio después, como diré en su lugar.

832. Del sacramento de la confirmación, que es el segundo, tuvo la gran Señora el mismo conocimiento y cómo se daría en la santa Iglesia después del bautismo. Porque este sacramento primero engendra a los hijos de la gracia y el sacramento de la confirmación los hace robustos y esforzados para confesar la fe santa recibida en el bautismo y les aumenta la primera gracia y añade la particular para su propio fin. Conoció la materia y forma, ministros de este sacramento y los efectos de gracias y carácter que imprime en el alma, y cómo por la crisma del bálsamo y aceite, que hacen la materia de este sacramento, se representa la luz de las buenas obras y el olor de Cristo, que con ellas derraman los fieles confesándole, y lo mismo dicen las palabras de la forma, cada cosa en su modo. En todas estas inteligencias hacía heroicos actos de lo íntimo del corazón nuestra gran Reina, de alabanza, agradecimiento y peticiones fervorosas porque todos los hombres viniesen a sacar agua de estas fuentes del Salvador y gozasen de tan incomparables tesoros, conociéndole y confesándole por su verdadero Dios y Redentor. Lloraba con amargura la pérdida lamentable de los muchos que a vista del evangelio habían de carecer por sus pecados de tan eficaces medicinas.

833. En el tercero sacramento, que es la penitencia, conoció la divina Señora la conveniencia y necesidad de este medio para restituirse las almas a la gracia y amistad de Dios, supuesta la fragilidad humana con que tantas veces se pierde. Entendió qué partes y qué ministros había de tener este sacramento y la facilidad con que los hijos de la Iglesia podrían usar de él con efectos tan admirables. Y por lo que conoció de este beneficio, como verdadera Madre de misericordia y de sus hijos los fieles, dio especiales gracias al Señor con increíble júbilo de ver tan fácil medicina para tan repetida dolencia como las ordinarias culpas de los hombres. Postróse en tierra y en nombre de la Iglesia admitió e hizo reverencia al tribunal santo de la confesión, donde con inefable clemencia ordenó el Señor que se resolviese y determinase la causa de tanto peso para las almas como la justificación y vida eterna o la muerte y condenación, remitiendo al arbitrio de los sacerdotes absolver de los pecados o negar la absolución.

834. Llegó la prudentísima Señora a la particular inteligencia del soberano misterio y sacramento de la eucaristía y de esta maravilla entendió y conoció con grande penetración más secretos que los supremos serafines, porque se le manifestó el modo sobrenatural con que estarían la humanidad y divinidad de su Hijo santísimo debajo de las especies del pan y vino, la virtud de las palabras para consagrar el cuerpo y sangre, pasando y convirtiendo una sustancia en otra perseverando los accidentes sin sujeto, cómo estaría a un mismo tiempo en tantas y diversas partes, cómo se ordenaría el misterio sacrosanto de la misa para consagrarle y ofrecerle en sacrificio al eterno Padre hasta el fin del siglo, cómo sería adorado y venerado en la santa Iglesia católica en tantos templos por todo el mundo, qué efectos causaría en los que dignamente le habían de recibir más o menos dispuestos y prevenidos y cuáles y cuán malos en aquellos que indignamente le recibiesen. De la fe de los católicos tuvo inteligencia y de los errores de los herejes contra este incomparable beneficio y sobre todo del amor inmenso con que su Hijo santísimo había determinado darse en comida y alimento de vida eterna a cada uno de los mortales.

835. En estas y otras muy altas inteligencias que tuvo María santísima de este augustísimo sacramento se inflamó su castísimo pecho en nuevos incendios de amor sobre todo el juicio de los hombres; y aunque en todos los artículos de la fe y en los sacramentos que conoció hizo nuevos cánticos en cada uno, pero en este gran misterio desplegó más su corazón y postrada en tierra hizo nuevas demostraciones de amor, culto, alabanza, agradecimiento y humillación a tan alta beneficio y de dolor y sentimiento por los que le habían de malograr y convertir en su misma condenación. Encendióse en ardientes deseos de ver este sacramento instituido y si la fuerza del Altísimo no la confortara, la de sus afectos le resolviera la vida natural, aunque el estar a la vista de su Hijo santísimo saciaba la sed de sus congojas y la entretenía hasta su tiempo. Pero desde luego se previno, pidiendo a Su Majestad la comunión de su cuerpo sacramentado para cuando llegase la hora de consagrarse, y dijo la divina Reina: Altísimo Señor mío y vida verdadera de mi alma, ¿merecerá por ventura este vil gusanillo y oprobio de los hombres recibiros en su pecho? ¿Seré yo tan dichosa que vuelva a recibiros en mi cuerpo y en mi alma? ¿Será vuestra morada y tabernáculo mi pecho, donde descanséis y yo os tenga gozando de vuestros estrechos abrazos y vos, amado mío, de los de vuestra sierva?

836. Respondióle el divino Maestro: Madre y paloma mía, muchas veces me recibiréis sacramentado v después de mi muerte y subida a los cielos gozaréis de este consuelo, porque será mí habitación continua en el descanso de vuestro candidísimo y amoroso pecho, que yo elegí para morada ve mi agrado y beneplácito.–Con esta promesa del Señor se humilló de nuevo la gran Reina y pegada con el polvo le dio gracias por ella con admiración del cielo y desde aquella hora encaminó todos sus afectos y obras con ánimo de prepararse y disponerse para recibir a su tiempo la sagrada comunión de su Hijo sacramentado; y en todos los años que pasaron desde esta ocasión, ni se olvidó ni interrumpió los actos de voluntad. Era su memoria –como otras veces he dicho– tenaz y constante como de ángel y la ciencia más alta que todos ellos, y como siempre se acordaba de este misterio y de otros, siempre obraba conforme a la memoria y ciencia que tenía. Hizo también desde entonces grandes peticiones al Señor que diese luz a los mortales para conocer y venerar este altísimo sacramento y recibirle dignamente. Y si algunas veces llegamos a recibirle con esta disposición – ¡quiera el mismo Señor que sea siempre!- fuera de los merecimientos de Su Majestad lo debemos a las lágrimas y clamores de esta divina Madre, que nos lo granjeó y mereció. Y cuando atrevida y audazmente alguno se desmesura en recibirle con pecado, advierta que, a más de la sacrílega injuria que comete contra su Dios y Redentor, ofende también a su Madre santísima, porque desprecia y malogra su amor, deseos piadosos, sus oraciones, lágrimas y suspiras. Trabajemos por apartarnos de tan horrenda delito.

837. En el quinto sacramento, de la extremaunción, tuvo María santísima inteligencia del fin admirable a donde le ordenó el Señor y de su materia, forma y ministro. Conoció que la materia había de ser óleo bendito de olivas por ser símbolo de la misericordia; la forma, las palabras deprecatorias, ungiendo los sentidos con que pecamos; y el ministro, sacerdote solo y no quien no lo sea; los fines y efectos de este sacramento, que serían el socorro de los fieles enfermos en el peligro y fin de la vida, contra las asechanzas y tentaciones del enemigo, que en aquella última hora son muchas y terribles. Y así por este sacramento se le da a quien le recibe dignamente gracia para recobrar las fuerzas espirituales que debilitaron los pecados cometidos y también, si conviene, para esto se le da alivio en la salud del cuerpo; muévese asimismo el interior a nueva devoción y deseos de ver a Dios y se perdonan los pecados veniales con algunas reliquias y efectos de los mortales, y el cuerpo del enfermo queda signado, aunque no da carácter, pero déjale como sellado para que el demonio tema de llegar a él donde por gracia y sacramentalmente ha estado el Señor como en su tabernáculo. Y por este privilegio en el sacramento de la extremaunción se le quita a Lucifer la superioridad y derecho que adquirió por los pecados original y actuales contra nosotros, para que el cuerpo del justo, que ha de resucitar y en su alma propia ha de gozar de Dios, vuelva señalado y defendido con este sacramento a unirse con su alma. Todo esto conoció y agradeció en nombre de los fieles nuestra fidelísima Madre y Señora.

838. Del sexto sacramento, del orden sacerdotal, entendió cómo la providencia de su Hijo santísimo, prudentísimo artífice de la gracia y de la Iglesia, ordenaba en ella ministros proporcionados con los sacramentos que instituía, para que por ellos santificasen el cuerpo místico de los fieles y consagrasen el cuerpo y sangre del mismo Señor, y para darles esta dignidad superior a todos los demás hombres y a los mismos ángeles ordenó otro nuevo sacramento de orden y consagración. Con este conocimiento se le infundió tan extremada reverencia a los sacerdotes por su dignidad, que desde entonces con profunda humildad comenzó a respetarlos y venerarlos y pidió al Altísimo los hiciera dignos ministros y muy idóneos para su oficio y que a los demás fieles diese conocimiento para que los venerasen. Y lloró las ofensas de Dios que los unos y los otros habían de cometer, cada cual contra su obligación; y porque en otras partes he dicho y diré más del respeto grande que nuestra gran Reina tenía a los sacerdotes, no me detengo ahora en esto. Todo lo demás que toca a la materia y forma de este sacramento conoció María santísima y sus efectos y ministros que había de tener.

839. En el último y séptimo sacramento, del matrimonio, fue asimismo informada nuestra divina Señora de los grandes fines que tuvo el Redentor del mundo para hacer sacramento con que en la ley evangélica quedase bendita y santificada la propagación de los fieles y significado el misterio del matrimonio espiritual del mismo Cristo can la Iglesia santa con más eficacia que antes de ella. Entendió cómo se había de continuar este sacramento, qué forma y materia tenía y cuán grandes bienes resultarían por él en los hijos de la Iglesia santa y todo lo demás que pertenece a sus efectos y necesidad o virtud; y por todo hizo cánticos de alabanza y agradecimiento en nombre de los católicos que habían de recibir este beneficio. Luego se le manifestaron las ceremonias santas y ritos con que se había de gobernar la Iglesia en los tiempos futuros para el culto divino y orden de las buenas costumbres. Conoció también todas las leyes que había de establecer para esto, en particular los cinco mandamientos, de oír misa los días de fiesta, de confesar a sus tiempos y comulgar el santísimo cuerpo de Cristo sacramentado, de ayunar los días que están señalados, de pagar diezmos y primicias de los frutos que da el Señor en la tierra.

840. En todos estos preceptos eclesiásticos conoció María santísima altísimos misterios de la justificación y razón que tenían, de los efectos que causarían en los fieles y de la necesidad que había de ellos en la santa y nueva Iglesia, para que sus hijos, guardando el primero de todos estos mandamientos, tuviesen días señalados para buscar a Dios y en ellos asistiesen al sagrado misterio y sacrificio de la misa, que se había de ofrecer por vivos y difuntos, y en él renovasen la profesión de la fe y memoria de la pasión y muerte de Cristo con que fuimos redimidos, y en el modo posible, cooperasen a la grandeza y ofrecimiento de tan supremo sacrificio y consiguiesen de él tantos frutos y bienes como recibe la santa Iglesia del misterio sacrosanto de la misa. Conoció también cuán necesario era obligar a nuestra deslealtad y descuido, para que no despreciase largo tiempo el restituirse a la gracia y amistad de Dios por medio de la confesión sacramental y confirmarla con la sagrada comunión; porque, a más del peligro y del daño a que se arriesgan los que se olvidan o descuidan en el uso de estos sacramentos, hacen otra injuria a su autor frustrándole sus deseos y el amor con que los ordenó para nuestro remedio, y como esto no se puede hacer sin gran desprecio, tácito o expreso, viene a ser injuria muy pesada para guíen la comete.

841. De los dos últimos preceptos, del ayunar y pagar diezmos, tuvo la misma inteligencia y de cuán necesario era que los hijos de la santa Iglesia procuren vencer a sus enemigos que les pueden impedir su salvación, como a tantos infelices y negligentes sucede por no mortificar y rendir sus pasiones, que de ordinario se fomentan con el vicio de la carne y éste se mortifica con el ayuno, en que singularmente nos dio ejemplo el Maestro de la vida, aunque no tenía que vencer como nosotros al fomes peccati. En el pagar los diezmos entendió María santísima era especial orden del Señor que los hijos de la santa Iglesia de los bienes temporales de la tierra le pagasen aquel tributo, reconociéndole por supremo Señor y Criador de todo y agradeciendo aquellos frutos que su providencia les daba para conservar la vida, y que ofrecidos al Señor estos diezmos se convirtiesen en beneficio y alimento de los sacerdotes y ministros de la Iglesia, para que fuesen más agradecidos al mismo Señor, de cuya mesa son proveídos tan abundantemente, y junto con esto entendiesen su obligación de cuidar siempre de la salud espiritual de los fieles y de sus necesidades, pues el sudor del pueblo se convertía en su beneficio y sustentación, para que toda la vida se empleasen en el culto divino y utilidad de la Iglesia santa.

842. Mucho me he ceñido en la sucinta declaración de tan ocultos y grandiosos misterios como sucedieron a nuestra divina Emperatriz y se obraron en su inflamado y dilatado corazón con la noticia que le dio el Altísimo de la ley y nueva Iglesia del evangelio. El temor me ha detenido para no ser muy prolija, y mucho más el de no errar, manifestando mi pecho y lo que en él está depositado de lo que con la inteligencia he conocido. La luz de la santa fe que profesamos, gobernada con la prudencia y piedad cristiana, encaminarán el corazón católico que con atención se aplicare a la veneración de tan altos sacramentos, y considerando con viva fe la armonía maravillosa de leyes y sacramentos, doctrina y tantos misterios como encierra la Iglesia católica y se ha gobernado con ellos admirablemente desde su principio y se gobernará firme y estable hasta el fin del mundo. Todo esto junto por admirable modo estuvo en el interior de, nuestra Reina y Señora y en él –a nuestro entender– se ensayó Cristo Redentor del mundo para fabricar la Iglesia santa y anticipadamente la depositó toda en su Madre purísima, para que ella gozase de los tesoros la primera con superabundancia y gozándolos obrase, amase, creyese, esperase y agradeciese por todos los demás mortales y llorase sus pecados, para que no por ellos se impidiese el corriente de tantas misericordias para el linaje humano, y para que María santísima fuese la escritura pública donde se escribiese todo cuanto Dios había de obrar por la redención humana y quedase como obligado a cumplirlo, tomándola por coadjutora y dejando escrito en su corazón el memorial de las maravillas que quería obrar.

Doctrina que me dio la Reina del cielo.

843. Hija mía, muchas veces te he representado cuán injurioso es para el Altísimo y peligroso para los mortales el olvido y el descuido que tenéis de las obras misteriosas y tan admirables que su divina clemencia ordenó para vuestro remedio, con que las despreciáis; el maternal amor me solicita a renovar en ti algo de esta memoria y el dolor de tan lamentable daño. ¿Dónde está el juicio y el seso de los hombres, que tan peligrosamente desprecian su salud eterna y la gloria de su Criador y Reparador? Las puertas de la gracia y de la gloria están patentes, y no sólo no quieren entrar por ellas, pero saliéndoles la misma vida y luz al encuentro cierran las suyas para que no entre en sus corazones llenos de tinieblas y de muerte. ¡Oh crueldad más que inhumana del pecador, pues siendo tu enfermedad mortal y la más peligrosa de todas no quieres admitir el remedio cuando graciosamente te le ofrecen! ¿Cuál sería el difunto que no se reconociese muy obligado a quien le restituyese la vida? ¿Cuál el enfermo que no diese gracias al médico que le curó de su dolencia? Pues si los hijos de los hombres conocen esto y saben ser agradecidos a quien les da la salud y la vida que luego han de perder y sólo sirve de restituirlos a nuevos peligros y trabajos, ¿cómo son tan estultos y pesados de corazón, que ni agradecen ni reconocen a quien les da salud y vida de descanso eterno y los quiere rescatar de las penas que ni tendrán fin, ni tienen ponderación bastante?

844. ¡Oh carísima mía! ¿cómo puedo yo reconocer por hijos y ser madre de los que así desprecian a mi único y amantísimo Hijo y Señor y su liberal clemencia? Conócenla los ángeles y santos en el cielo y se admiran de la grosera ingratitud y peligro de los vivientes y justifícase en su presencia la rectitud de la divina justicia. Mucho te he dado a conocer de estos secretos en esta Historia y ahora te declaro más, para que me imites y acompañes en lo que yo lloré amargamente esta infeliz calamidad, en que ha sido grandemente Dios ofendido y lo es, y llorando tú sus ofensas procura de tu parte enmendarlas. Y quiero de ti que no pase día ninguno sin rendir humilde agradecimiento a su grandeza, porque ordenó los santos sacramentos y sufre el mal uso de ellas en los malos fieles; recíbenlos con profunda reverencia, fe y esperanza firme. Y por el amor que tienes al santo sacramento de la penitencia, debes procurar llegar a él con la disposición y partes que enseña la santa Iglesia y sus doctores para recibirle fructuosamente; frecuéntale con humilde y agradecido corazón todos los días, y siempre que te hallares con culpa no dilates el remedio de este sacramento; lávate y limpia tu alma, que es torpísimo descuido conocerse maculada del pecado v dejarse mucho tiempo, ni un solo instante, en su fealdad.

845. Singularmente quiero que entiendas la indignación del omnipotente Dios, aunque no podrás conocerla entera y dignamente, contra los que atrevidos y con loca osadía reciben indignamente estos sagrados sacramentos y en especial el augustísimo del altar. ¡Oh alma, y cuánto pesa esta culpa en la estimación del Señor y de los santos! ¡Y no sólo recibirle indignamente, pero las irreverencias que se cometen en las iglesias y en su real presencia! ¿Cómo pueden decir los hijos de la Iglesia que tienen fe de esta verdad y que la respetan, si estando en tantas partes Cristo sacramentado, no sólo no le visitan ni reverencian, pero en su presencia cometen tales sacrilegios, cuales no se atreven los paganos en su falsa secta? Esta es causa que pedía muchos avisos y libros, y te advierto, hija mía, que los hombres en el siglo presente tienen muy desobligada a la equidad del Señor, para que no les declare lo que mi piedad desea para su remedio; pero lo que han de saber ahora es que su juicio será formidable y sin misericordia, como de siervos malos e infieles condenados por su misma boca. Esto podrás advertir a todos los que quisieren oírte y aconsejarles que cada día vayan siquiera a los templos, donde está Dios sacramentado, a darle culto de adoración y reverencia y procuren asistir con ella oyendo misa, que no saben los hombres cuánto pierden por esta negligencia.
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CAPITULO 12

Continuaba Cristo Redentor nuestro las oraciones y peticiones por nosotros, asistíale su Madre santísima y tenía nuevas inteligencias.

846. Por más que se procure extender nuestro limitado discurso en manifestar y glorificar las obras misteriosas de Cristo nuestro Redentor y de su Madre santísima, siempre quedará vencido y muy lejos de alcanzar la grandeza de estos sacramentos, porque son mayores, como dice el Eclesiástico, que toda nuestra alabanza y nunca los vimos ni comprenderemos y siempre quedarán ocultas otras cosas mayores que cuantas dijéremos, porque son muy pocas las que alcanzamos y éstas aún no las merecemos entender, ni explicar lo que entendemos. Insuficiente es el entendimiento del más supremo serafín para dar peso y fondo a los secretos que pasaron entre Jesús y María santísima en los años que vivieron juntos; particularmente en los que voy hablando, cuando el Maestro de la luz la informaba de todo lo que había de comprender, en esta sexta edad del mundo que había de durar la ley del evangelio hasta el fin, y lo que en mil seiscientos y más de cincuenta y siete años ha sucedido y lo que resta, que ignoramos, hasta el día del juicio. Todo lo conoció nuestra divina Señora en la escuela de su Hijo santísimo, porque Su Majestad se lo declaró todo y lo confirió con ella, señalándole los tiempos, lugares, reinos y provincias y lo que en cada una había de suceder en el discurso de la Iglesia; y esto fue con tal claridad, que si después viviera esta gran Señora en carne mortal conociera todos los individuos de la santa Iglesia por sus personas y nombres, como le sucedió con los que vio y comunicó en vida, que cuando llegaban a su presencia no los comenzaba a conocer de nuevo más que por el sentido, que correspondía a la noticia interior en que ya estaba informada.

847. Cuando la beatísima Madre de la sabiduría entendía y conocía estos misterios en el interior de su Hijo santísimo y en los actos de sus potencias, no alcanzaba a penetrar tanto como la misma alma de Cristo unida a la divinidad hipostática y beatíficamente, porque la gran Señora era pura criatura y no bienaventurada por visión continua, ni tampoco conocía siempre las especies y lumbre beatífica de aquella alma beatísima más de la visión clara de la divinidad. Pero en las demás que tenía de los misterios de la Iglesia militante conocía las especies imaginarias de las potencias interiores de Cristo Señor nuestro y también conocía cómo dependían de su voluntad santísima y que decretaba y ordenaba todas aquellas obras para tales tiempos, lugares y ocasiones, y conocía por otro modo cómo la voluntad humana del Salvador se conformaba con la divina y era gobernada por ella en todo cuanto determinaba y disponía. Y toda esta armonía divina se extendía a mover la voluntad y potencias de la misma Señora, para que obrase y cooperase con la propia voluntad de su Hijo santísimo y mediante ella con la divina, y por este modo había una similitud inefable entre Cristo y María santísimos y ella concurría cauro coadjutora de la fábrica de la ley evangélica y de la Iglesia santa.

848. Y todos estos ocultísimos sacramentos se ejecutaban de ordinario en aquel humilde oratorio de la Reina donde se celebró el mayor de los misterios de la encarnación del Verbo divino en su virginal tálamo; que si bien era tan estrecho y pobre, que sólo consistía en unas paredes desnudas y muy angostas, pero cupo en él toda la grandeza infinita del que es inmenso y de él salió todo lo que ha dado y da la majestad y deidad que hoy tienen todos los templos ricos del orbe y sus innumerables santuarios. En esta sancta sanctorum oraba de ordinario el sumo sacerdote de la nueva ley Cristo Señor nuestro, y su continua oración se conducía en hacer al Padre fervorosas peticiones por los hombres y conferir con su Madre Virgen todas las obras de la redención y los ricos dones y tesoros de gracia que prevenía para dejarles en el nuevo testamento a los hijos de la luz y de la santa Iglesia vinculados en ella. Pedía muchas veces al eterno Padre que los pecados de los hombres y su durísima ingratitud no fuesen causa para impedirles la redención; y como Cristo tuvo siempre igualmente en su ciencia previstas y presentes las culpas del linaje humano y la condenación de tantas almas ingratas a este beneficio, el saber el Verbo humanado que había de morir por ellos le puso siempre en grande agonía y le obligó muchas veces a sudar sangre. Y aunque los evangelistas hacen mención de sola una antes de la pasión, porque no escribieron todos los sucesos de su vida santísima, es sin duda que este sudor le tuvo muchas veces y le vio su Madre santísima. Y así se me ha declarado en algunas inteligencias.

849. La postura con que oraba nuestro bien y Maestro era algunas veces arrodillado, otras postrado y en forma de cruz, otras en el aire en la misma postura, que amaba mucho; y solía decir orando y en presencia de su Madre: Oh cruz dichosísima ¿cuándo me hallaré en tus brazos y tú recibirás los míos, para que en ti clavados estén patentes para recibir a todos los pecadores? Pero si bajé del cielo para llamarlos al camino de mi imitación y participación, siempre están abiertos para abrazarlos y enriquecerlos a todos. Venid, pues, todos los que estáis ciegos, a la luz; venid, pobres, a los tesoros de mi gracia; venid, párvulos, a las caricias y regalos de vuestro Padre verdadero; venir, afligidos y fatigados, que yo os aliviaré y refrigeraré; venid, justos, que sois mi posesión y herencia; venid, todos los hijos de Adán, que a todos llamo. Yo soy el camino, la verdad y la vida y a nadie la negaré si la queréis recibir. Eterno Padre mío, hechuras son de vuestra mano, no los despreciéis, que yo me ofrezco por ellos a la muerte de cruz, para entregarlos justificados y libres, si ellos lo admiten, y restituidos al gremio de vuestros electos y reino celestial, donde sea vuestro nombre glorificado.

850. A todo esto se hallaba presente la piadosa Madre y en la pureza de su alma, como en cristal sin mácula, reverberaba la luz de su Unigénito y como eco de sus voces interiores y exteriores las repetía e imitaba en todo, acompañándole en las oraciones y peticiones y en la misma postura que las hacía el Salvador. Y cuando la gran Señora le vio la primera vez sudar sangre, quedó, como amorosa madre, traspasado el corazón de dolor, con admiración del efecto que causaban en Cristo Señor nuestro los pecados de los hombres y su desagradecimiento, previsto por el mismo Señor que todo lo conocía la divina Madre; y con dolorosa angustia convertida a los mortales decía: ¡Oh hijos de los hombres, qué poco entendéis cuánto estima el Criador en vosotros su imagen y semejanza, pues en precio de vuestro rescate ofrece su misma sangre y os aprecia más que derramarla a ella! ¡Oh quién tuviera vuestra voluntad en la mía, para reduciros a su amor y obediencia! Benditos sean de su diestra los justos y agradecidos, que han de ser hijos fieles de su Padre.Sean llenos de su luz y de los tesoros de su gracia los que han de corresponder a los deseos ardientes de mi Señor, para darles su salud eterna. ¡Oh quién fuera esclava humilde de los hijos de Adán, para obligarlos, con servirlos, a que pusieran término a sus culpas y propio daño! Señor y Dueño mío, vida y lumbre de mi alma, ¿quién es de corazón tan duro y villano, tan enemigo de sí mismo, que no se reconoce obligado y preso de vuestros beneficios? ¿Quién tan ingrato y desconocido, que ignores vuestro amor ardentísimo? ¿Y cómo sufrirá mi corazón que los hombres, tan beneficiados de vuestras manos, sean tan rebeldes y groseros? Oh hijos de Adán, convertid vuestra impiedad inhumana contra mí. Afligidme y despreciadme, con tal que paguéis a mi querido Dueño el amor y reverencia que le debéis a sus finezas. Vos, Hijo y Señor mío, sois lumbre de la lumbre, Hijo del eterno Padre, figura de su sustancia, eterno y tan infinito como él, igual en la esencia y atributos, por la parte que sois con él un Dios y una suprema Majestad. Sois escogido entre millares, hermosísimo sobre los hijos de los hombres, santo, inocente y sin defecto alguno pues, ¿cómo, bien eterno, ignoran los mortales el objeto nobilísimo de su amor, el principio que les dio ser y el fin en que consiste su verdadera felicidad? ¡Oh si diera yo la vida para que todos salieran de su engaño!

851. Otras muchas razones decía con éstas la divina Señora, en cuya noticia desfallece mi corazón y mi lengua, para explicar los afectos tan ardientes de aquella candidísima paloma; y con este amor y profundísima reverencia limpiaba la sangre que sudaba su dulcísimo Hijo. Otras veces le hallaba en diferente y contraria disposición, lleno de gloria y resplandor, transfigurado como después lo estuvo en el Tabor, y acompañado de gran multitud de ángeles en forma humana que le adoraban y con sonoras y dulces voces cantaban himnos y nuevos cánticos de alabanza al Unigénito del Padre hecho hombre. Y estas músicas celestiales oía nuestra Señora y asistía a ellas otras veces, aunque no estuviese Cristo Señor nuestro transfigurado, porque la voluntad divina ordenaba en algunas ocasiones que la parte sensitiva de la humanidad del Verbo recibiese aquel alivio, como en otras le tenía transfigurado con la redundancia de la gloria del alma que se comunicaba al cuerpo, aunque esto fue pocas veces. Pero cuando la divina Madre le hallaba y miraba en aquella forma gloriosa, o cuando sentía las músicas de los ángeles, participaba con tanta abundancia de aquel júbilo y deleite celestial, que si no fuera su espíritu tan robusto y no la confortara su mismo Hijo y Señor, desfallecieran todas sus fuerzas naturales; y también los santos ángeles la confortaban en los deliquios del cuerpo que en tales ocasiones solía llegar a sentir.

852. Sucedía muchas veces que, estando su Hijo santísimo en alguna de estas disposiciones de congoja o gozo orando al eterno Padre y como confiriendo los misterios altísimos de la redención, le respondía la misma persona del Padre, aprobando o concediendo lo que pedía el Hijo para el remedio de los hombres, o representándole a la humanidad santísima los decretos ocultos de la predestinación o reprobación y condenación de algunos. Todo esto lo entendía y oía nuestra gran Reina y Señora, humillándose hasta la tierra. Con incomparable temor reverencial adoraba al Todopoderoso y acompañaba a su Unigénito en las oraciones y peticiones y en el agradecimiento que ofrecía al Padre por sus grandes obras y dignación con los hombres, y alababa sus juicios investigables. Y todos estos secretos y misterios confería la prudentísima Virgen en el consejo de su pecho y los guardaba en el archivo de su dilatado corazón y de todo se servía como de fomento y materia con que encender más y conservar el fuego del santuario que en su interior ardía; porque ninguno de estos beneficios ni secretos favores que recibía era en ella ocioso y sin fruto, a todos correspondía según el mayor agrado y gusto del Señor, a todo daba el lleno y correspondencia que convenía, para que se lograsen los fines del Altísimo y todas sus obras quedasen conocidas y agradecidas, cuanto de una pura criatura era posible.

Doctrina de la Reina del cielo María santísima.

853. Hija mía, una de las razones por que los hombres deben llamarme María de misericordia, es por el amor piadoso con que deseo íntimamente que todos lleguen a quedar saciados del torrente de la gracia y que gusten la suavidad del Señor como yo lo hice. A todos los convido y llamo, para que sedientos lleguen conmigo a las aguas de la divinidad. Lleguen los más pobres y afligidos, que si me respondieren y siguieren, yo les ofrezco mi poderosa protección y amparo e interceder con mi Hijo y solicitarles el maná escondidos que les dé alimento y vida. Ven tú, amiga mía; ven y llega, carísima, para que me sigas y recibas el nombre nuevo, que sólo le conoce quien le consigue. Levántate del polvo y sacude y despide todo lo terreno y momentáneo y llégate a lo celestial. Niégate a ti misma con todas las operaciones de la fragilidad humana y con la verdadera luz que tienes de las que hizo mi Hijo santísimo y yo también a su imitación; contempla este ejemplar y remírate en este espejo, para componer la hermosura que quiere y desea en ti el sumo Rey.

854. Y porque este medio es el más poderoso para que consigas la perfección que deseas con el lleno de tus obras, quiero que para regular todas tus acciones escribas en tu corazón esta advertencia, que cuando hubieres de hacer alguna obra interior o exterior, antes que la ejecutes confieras contigo misma si lo que vas a decir o hacer lo hiciéramos mi Hijo santísimo y yo y con qué intención tan recta lo ordenáramos a la gloria del Altísimo y al bien de nuestros prójimos; y si conocieres que lo hacíamos o lo hiciéramos con este fin, ejecútalo para imitarnos, pero si entiendes lo contrario, suspéndelo y no lo hagas, que yo tuve esta advertencia con mi Señor y Maestro, aunque no tenía contradicción como tú para el bien, mas deseaba imitarle perfectísimamente; y en esta imitación consiste la participación fructuosa de su santidad, porque enseña y obliga en todo a lo más perfecto y agradable a Dios. A más de esto te advierto que desde hoy no hagas obra, ni hables, ni admitas pensamiento alguno sin pedirme licencia antes que te determines, consultándolo conmigo como con tu Madre y Maestra; y si te respondiere darás gracias al Señor por ello y si no te respondo y tú perseverares en esta fidelidad te aseguro y prometo de parte del Señor te dará luz de lo que fuere más conforme a su perfectísima voluntad; pero todo lo ejecuta con la obediencia de tu padre espiritual y nunca olvides este ejercicio.
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MensajePublicado: Sab Jul 04, 2009 2:14 pm    Asunto:
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CAPITULO 13

Cumple María santísima treinta y tres años de edad y permanece en aquella disposición su virginal cuerpo, y dispone cómo sustentar con su trabajo a su Hijo santísimo y a José.

855. Ocupábase nuestra gran Reina y Señora en los divinos ejercicios y misterios que hasta ahora he insinuado –más que he declarado– en especial después que su Hijo santísimo pasó de los doce años. Corrió el tiempo y habiendo cumplido nuestro Salvador los diez y ocho años de su adolescencia, según la cuenta de su encarnación y nacimiento que arriba se hizo, llegó su beatísima Madre a cumplir treinta y tres años de su edad perfecta y juvenil; y llámole así, porque según las partes en que la edad de los hombres comúnmente se divide, ahora sean seis o siete, la de treinta y tres años es la de su perfección y aumento natural y pertenece al fin de la juventud, como unos dicen, o al principio de ella, como otros cuentan; pero en cualquiera división de las edades es el término de la perfección natural comúnmente treinta y tres años, y en él permanece muy poco porque luego comienza a declinar la naturaleza corruptible, que nunca permanece en un estado como la luna en llegando al punto de su lleno; y en esta declinación de la edad media adelante no sólo no crece el cuerpo en la longitud pero, aunque reciba algún aumento en la profundidad y grueso, no es aumento de perfección antes suele ser vicio de la naturaleza. Y por esta razón murió Cristo nuestro Señor cumplida la edad de los treinta y tres años, porque su amor ardentísimo quiso esperar que su cuerpo sagrado llegase al término de su natural perfección y vigor y en todo proporcionado para ofrecer por nosotros su humanidad santísima con todos los dones de naturaleza y gracia, no porque ésta creciese en él, sino para que le correspondiese la naturaleza y nada le faltase que dar y sacrificar por el linaje humano. Por esta misma razón, dicen que crió el Altísimo a nuestros primeros padres Adán y Eva en la perfección que tuvieran de treinta y tres años; si bien es verdad que en aquella edad primera y segunda del mundo, cuando la vida era más larga, dividiendo las edades de los hombres en seis o siete, o más o menos partes, había de tocar a cada una muchos más años que ahora, cuando después de David a la senectud tocan los setenta años.

856. Llegó la Emperatriz del cielo a los treinta y tres años y en el cumplimiento de ellos se halló su virginal cuerpo en la perfección natural tan proporcionada y hermosa, que era admiración, no sólo de la naturaleza humana, sino de los mismos espíritus angélicos. Había crecido en la altura y en la forma de grosura proporcionadamente en todos los miembros, hasta el término de la perfección suma de una humana criatura, y quedó semejante a la humanidad santísima de su Hijo cuando estaba en aquella edad, y en el rostro y color se parecían en extremo, guardando la diferencia de que Cristo era perfectísimo varón y su Madre, con proporción, perfectísima mujer. Y aunque en los demás mortales regularmente comienza desde esta edad la declinación y caída de la natural perfección, porque desfallece algo el húmedo radical y el calor innato, se desigualan los humores y abundan más los terrestres, se suele comenzar a encanecer el pelo, arrugar el rostro, a enfriar la sangre y debilitar algo de las fuerzas y todo el compuesto humano, sin que la industria pueda detenerle del todo, comienza a declinar a la senectud y corrupción; pero en María santísima no fue así, porque su admirable composición y vigor se conservaron en aquella perfección y estado que adquirió en los treinta y tres años, sin retroceder ni desfallecer en ella, y cuando llegó a los setenta años que vivió –como diré en su lugar estaba en la misma entereza que de treinta y tres y con las mismas fuerzas y disposición del virginal cuerpo.

857. Conoció la gran Señora este beneficio y privilegio que le concedía el Altísimo y diole gracias por él y entendió que era para que siempre se conservase en ella la semejanza de la humanidad de su Hijo santísimo, aun en esta perfección de la naturaleza, si bien sería con diferencia en la vida; porque el Señor la daría en aquella edad y la divina Señora la tendría más larga, pero siempre con esta correspondencia. El santo José, aunque no era muy viejo, pero cuando la Señora del mundo llegó a los treinta y tres años estaba ya muy quebrantado en las fuerzas del cuerpo, porque los cuidados y peregrinaciones y el continuo trabajo que había tenido para sustentar a su esposa y al Señor del mundo le habían debilitado más que la edad; y el mismo Señor, que le quería adelantar en el ejercicio de la paciencia y otras virtudes, dio lugar a que padeciese algunas enfermedades y dolores –como diré en el capítulo siguiente– que le impedían mucho para el trabajo corporal. Conociendo esto la prudentísima esposa, que siempre le había estimado, querido y servido más que ninguna otra del mundo a su marido, le habló y le dijo: Esposo y señor mío, hállome muy obligada de vuestra fidelidad y trabajo, desvelo y cuidado que siempre habéis tenido, pues con el sudor de vuestra cara hasta ahora habéis dado alimento a vuestra sierva y a mi Hijo santísimo y Dios verdadero y en esta solicitud habéis gastado vuestras fuerzas y lo mejor de vuestra salud y vida, amparándome y cuidando de la mía; de la mano del Altísimo recibiréis el galardón de tales obras y las bendiciones de dulzura que merecéis. Yo os suplico, señor mío, que descanséis ahora del trabajo, pues ya no le pueden tolerar vuestras flacas fuerzas. Yo quiero ser agradecida y trabajar ahora para vuestro servicio en lo que el Señor nos diere vida.

858. Oyó el Santo las razones de su dulcísima esposa, vertiendo muchísimas lágrimas de humilde agradecimiento y consuelo, y aunque hizo alguna instancia pidiéndola permitiese que continuase siempre su trabajo, pero al fin se rindió a sus ruegos, obedeciendo a su esposa y Señora del mundo. Y de allí adelante cesó en el trabajo corporal de sus manos con que ganaba la comida para todos tres, y los instrumentos de su oficio de carpintero los dieron de limosna, para que nada estuviera ocioso y superfluo en aquella casa y familia. Desocupado ya san José de este cuidado, se convirtió todo a la contemplación de los misterios que guardaba en depósito y ejercicio de las virtudes, y como en esto fue tan feliz y bienaventurado, estando a la vista y conversación de la divina Sabiduría humanada y de la que era Madre de ella, llegó el varón de Dios a tanto colmo de santidad en orden a sí mismo que, después de su divina esposa, o se adelantó a todos o ninguno a él. Y como la misma Señora del cielo, también su Hijo santísimo, que asistían y servían en sus enfermedades al felicísimo varón, le consolaban y alentaban con tanta puntualidad, no hay términos para manifestar los afectos de humildad, reverencia y amor que este beneficio causaba en el corazón sencillo y agradecido de san José; fue sin duda de admiración y gozo para los espíritus angélicos y de sumo agrado y beneplácito al Altísimo.

859. Tomó por su cuenta la Señora del mundo sustentar desde entonces con su trabajo a su Hijo santísimo y a su esposo, disponiéndolo así la eterna Sabiduría para el colmo de todo género de virtudes y merecimientos y para ejemplo y confusión de las hijas e hijos de Adán y Eva. Propúsonos por dechado a esta mujer fuerte, vestida de hermosura y fortaleza, como en aquella edad la tenía, ceñida de valor y roborando su brazo para extender sus palmas a los pobres, para comprar el campo y plantar la viña con el fruto de sus manos. Confié en ella –es de los Proverbios– el corazón de su varón, no sólo de su esposo José, sino el de su Hijo Dios y hombre verdadero, maestro de la pobreza y pobre de los pobres, y no se hallaron frustrados. Comenzó la gran Reina a trabajar más, hilando y tejiendo lino y lana y ejecutando misteriosamente todo lo que Salomón dijo de ella en los Proverbios, capítulo 31; y porque declaré este capítulo al fin de la primera parte, no me parece repetirlo ahora, aunque muchas cosas de las que allí dije eran para esta ocasión, cuando con especial modo las obró nuestra Reina, y las acciones exteriores y materiales.

860. No le faltaran al Señor medios para sustentar la vida humana y la de su Madre santísima y san José, pues no sólo con el pan se sustenta y vive el hombre, pero con su palabra podía hacerlo, como él mismo lo dijo, y también podía milagrosamente traer cada día la comida; pero faltárale al mundo este ejemplar de ver a su Madre santísima, Señora de todo lo criado, trabajar para adquirir la comida, y a la misma Virgen le faltara este premio si no hubiera tenido aquellos merecimientos. Todo lo ordenó el Maestro de nuestra salud con admirable providencia para gloria de la gran Reina y enseñanza nuestra. La diligencia y cuidado con que prudente acudía a todo, no se puede explicar con palabras. Trabajaba mucho; y porque guardaba siempre la soledad y retiro, la acudía aquella dichosísima mujer su vecina, que otras veces he dicho, y llevaba las labores que hacía la gran Reina y le traía lo necesario. Y cuando le decía lo que había de hacer o traer jamás fue imperando, sino rogándola y pidiéndole con suma humildad, explorando primero su voluntad, y para que precediera el saberla le decía si quería o gustaba hacerlo. Su Hijo santísimo y la divina Madre no comían carne; su sustento era sólo pescados, frutas, yerbas, y esto con admirable templanza y abstinencia. Para san José aderezaba comida de carne, y aunque en todo resplandecía la necesidad y pobreza, suplía uno y otro el aliño y sazón que le daba nuestra divina Princesa y su fervorosa voluntad y agrado con que lo administraba. Dormía poco la diligente Señora y mucha parte de la noche gastaba algunas veces en el trabajo y lo permitía el Señor más que cuando estaba en Egipto, como dije entonces. Algunas veces sucedía que no alcanzaba el trabajo y la labor para conmutarla en todo lo que era necesario, porque san José había menester más regalo que en lo restante de su vida, y vestido. Entonces entraba el poder de Cristo nuestro Señor y multiplicaba las cosas que tenían en casa o mandaba a los ángeles que lo trajesen, pero más ejercitaba estas maravillas con su Madre santísima, disponiendo cómo en poco tiempo trabajase mucho de sus manos y en ellas se multiplicase su trabajo.

Doctrina de la Reina del cielo María santísima.

861. Hija mía, en lo que has escrito de mi trabajo has entendido altísima doctrina para tu gobierno y mi imitación y para que no la olvides del todo te la reduciré a estos documentos. Quiero que me imites en tres virtudes que has reconocido tenía en lo que has escrito: prudencia, caridad y justicia, en que reparan poco los mortales. Con la prudencia has de prevenir las necesidades de tus prójimos y el modo de socorrerlas posible a tu estado, con la caridad te has de mover diligente y amorosa a remediarlas y la justicia te enseñará que es obligación hacerlo así, como para ti podías desearlo y como lo desea el necesitado. Al que no tiene ojos han de ser los tuyos para él, al que le faltan oídos has de enseñar y al que no tiene manos le han de servir las tuyas trabajando para él. Y aunque esta doctrina, conforme a tu estado, la debes ejercitar siempre en lo espiritual, pero también quiero que la entiendas en lo temporal y que en todo seas fidelísima en imitarme; pues yo previne la necesidad de mi esposo y me dispuse a servirle y sustentarle, juzgando que lo debía, y con ardiente caridad lo hice por medio de mí trabajo hasta que murió. Y aunque el Señor me le había dado para que él me sustentase a mí, y así lo hizo con suma fidelidad todo el tiempo que tuvo fuerzas, pero cuando le faltaron era mía esta obligación, pues el mismo Señor me las daba y fuera gran falta no corresponderle con fineza y fidelidad.

862. No atienden a este ejemplo los hijos de la Iglesia y así entre ellos se ha introducido una impía perversidad que inclina grandemente al justo juez a castigarlos severamente; pues naciendo todos los mortales para trabajar, no sólo después del pecado cuando ya lo tienen merecido por pena, sino desde la creación del primer hombre, no sólo no se reparte el trabajo en todos, pero los más poderosos y ricos y los que el mundo llama señores y nobles todos procuran eximirse de esta ley común y que el trabajo cargue en los humildes y pobres de la república y, que éstos sustenten con su mismo sudor el fausto y soberbia de los ricos y el flaco y débil sirva al fuerte y poderoso. Y en muchos soberbios puede tanto esta perversidad, que llegan a pensar se les debe este obsequio y con este dictamen los supeditan, abaten y desprecian y presumen que ellos sólo viven para sí y para gozar del ocio y delicias del mundo y de sus bienes, y aun no pagan el corto estipendio de su trabajo. En esta materia de no satisfacer a los pobres y sirvientes y en lo demás que en esto has conocido, pudieras escribir gravísimas maldades que se hacen contra el orden y voluntad del Altísimo, pero basta saber que, como ellos pervierten la justicia y razón y no quieren participar del trabajo de los hombres, así también se mudará con ellos el orden de la misericordia que se concede a los pequeños y despreciados y los que detuvo la soberbia en su pesada ociosidad serán castigados con los demonios, a quienes imitaron en ella.

863. Tú, carísima, atiende para que conozcas este engaño y siempre el trabajo esté delante de ti con mi ejemplo y te alejes de los hijos de Belial, que tan ociosos buscan el aplauso de la vanidad para trabajar en vano. No te juzgues prelada ni superior, sino esclava de tus súbditas, y más de la más débil y humilde, y de todas sin diferencia diligente sierva. Acúdelas, si necesario fuere, trabajando para alimentarlas; y esto has de entender que te toca, no por prelada, sino también porque la religiosa es tu hermana, hija de tu Padre celestial y hechura del Señor, que es tu Esposo. Y habiendo recibido tú más que todas de su liberal mano, también estás obligada a trabajar más que otra alguna, pues lo merecías menos. A las enfermas y flacas alívialas del trabajo corporal y tómale tú por ellas. Y no sólo quiero que cargues a las otras del trabajo que tú puedes llevar y te pertenece, sino antes carga sobre tus hombros, en cuanto fuere posible, el de todas como sierva suya y la menor y como quiero que lo entiendas y te juzgues. Y porque no podrás tú hacerlo todo y conviene que distribuyas los trabajos corporales a tus súbditas, advierte que en esto tengas igualdad y orden, no cargando más a la que con humildad resiste menos o es más flaca, antes bien quiero cuides de humillar a la que fuere más altiva y soberbia y se aplica de mala gana al trabajo; pero esto sea sin irritarlas con mucha aspereza, antes con humilde cordura y severidad has de obligar a las tibias y de dificultosa condición, que entren en el yugo de la santa obediencia, y en esto le haces el mayor beneficio que puedes y tú satisfaces a tu obligación y conciencia; y has de procurar que así lo entiendan. Y todo lo conseguirás si no aceptas persona de ninguna condición y si a cada una le das lo que puede en el trabajo y lo que necesita y ha menester para sí; y esto con equidad e igualdad, obligándolas y compeliéndolas a que aborrezcan la ociosidad y flojedad, viéndote trabajar la primera en lo más difícil, que con esto adquirirás una libertad humilde para mandarlas; pero lo que tú puedas hacer no lo mandes a ninguna, para que tú goces el fruto y el premio de tu trabajo a mi imitación y obedeciendo a lo que te amonesto y ordeno.
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CAPITULO 14

Los trabajos y enfermedades que padeció san José en los últimos años de su vida y cómo le servía en ellos la Reina del cielo su esposa.

864. Común inadvertencia es de todos los que fuimos llamados a la luz y profesión de la santa fe y escuela y secuela de Cristo nuestro bien, buscarle como nuestro Redentor de las culpas y no tanto como Maestro de los trabajos. Todos queremos gozar del fruto de la reparación y redención humana y que nos abriese las puertas de la gracia y de la gloria, mas no atendemos tanto a seguirle en el camino de la cruz por donde él entró en la suya y nos convidó a buscar la nuestra. Y aunque los católicos no atendemos a esto con el error insano de los herejes, porque confesamos que sin obras y sin trabajos no hay premio ni corona y que es blasfemia muy sacrílega valernos de los méritos de Cristo nuestro Señor para pecar sin rienda y sin temor, pero con toda esta verdad, en la práctica de las obras que corresponde a la fe algunos católicos hijos de la santa Iglesia se quieren diferenciar poco de los que están en tinieblas, pues así huyen de las obras penales y meritorias como si entendieran que sin ellas pueden seguir a su Maestro y llegar a ser partícipes de su gloria.

865. Salgamos de este engaño práctico y entendamos bien que el padecer no fue sólo para Cristo nuestro Señor, sino también para nosotros, y que si padeció muerte y trabajos como Redentor del mundo, también fue Maestro que nos enseñó y convidó a llevar su cruz, y la comunicó a sus amigos de manera que al más privado le dio mayor ración y parte del padecer, y ninguno entró en el cielo, si pudo merecerlo, sin que lo mereciese por sus obras; y desde su Madre santísima y los apóstoles, mártires, confesores y vírgenes, todos caminaron por trabajos y el que más se dispuso a padecer tiene más abundante el premio y corona. Y porque, siendo el mismo Señor el ejemplar más vivo y admirable, tenemos osadía y audacia para decir que si padeció como hombre era juntamente Dios poderoso y verdadero y más para admirarse la flaqueza humana que para imitarle, a esta excusa nos ocurre Su Majestad con el ejemplo de su Madre y nuestra Reina purísima e inocentísima y con el de su esposo santísimo y el de tantos hombres y mujeres, flacos y débiles como nosotros y con menos culpas, que le imitaron y siguieron por el camino de la cruz; porque no padeció el Señor para sólo admiración nuestra, sino para ser admirable ejemplo que imitásemos, y el ser Dios verdadero no le impidió para padecer y sentir los trabajos, antes por ser inculpable e inocente fue mayor su dolor y más sensibles sus penas.

866. Por este camino real llevó al esposo de su Madre santísima, José, a quien amaba Su Majestad sobre todos los hijos de los hombres, y para acrecentar los merecimientos y corona antes que se le acabase el término de merecerla le dio en los últimos años de su vida algunas enfermedades de calenturas y dolores vehementes de cabeza y coyunturas del cuerpo muy sensibles y que le afligieron y extenuaron mucho; y sobre estas enfermedades tuvo otro modo de padecer más dulce, pero muy doloroso, que le resultaba de la fuerza del amor ardentísimo que tenía, porque era tan vehemente que muchas veces tenía unos vuelos y éxtasis tan impetuosos y fuertes, que su espíritu purísimo rompiera las cadenas del cuerpo, si el mismo Señor, que se los daba, no le asistiera dando virtud y fuerzas para no desfallecer con el dolor. Mas en esta dulce violencia le dejaba Su Majestad padecer hasta su tiempo y, por la flaqueza natural de un cuerpo tan extenuado y debilitado, venía a ser este ejercicio de incomparables merecimientos para el dichoso santo, no sólo en los efectos de dolor que padecía, sino también en la causa del amor de donde le resultaron.

867. Nuestra gran Reina y esposa suya era testigo de todos estos misterios y, como en otras partes he dicho, conocía el interior de san José, para que no le faltase el gozo de tener tan santo esposo y tan amado del Señor. Miraba y penetraba la candidez y pureza de aquella alma, sus inflamados afectos, sus altos y divinos pensamientos, la paciencia y mansedumbre columbina de su corazón en las enfermedades y dolores, el peso y gravedad de ellos y que ni por esto ni los demás trabajos nunca se quejaba ni suspiraba, ni pedía alivio en ellos, ni en la flaqueza y necesidad que padecía, porque todo lo toleraba el gran Patriarca con incomparable sufrimiento y grandeza de su ánimo. Pero como la prudentísima esposa lo atendía todo y le daba el peso y estimación digna, vino a tener en tanta veneración a san José que con ninguna ponderación se puede explicar. Trabajaba con increíble gozo para sustentarle y regalarle, aunque el mayor de los regalos era guisarle y administrarle la comida sazonadamente con sus virginales manos; y porque todo le parecía poco a la divina Señora respecto de la necesidad de su esposo y menos en comparación de lo que le amaba, solía usar de la potestad de Reina y Señora de todo lo criado y con ella algunas veces mandaba a los manjares que aderezaba para su santo enfermo que le diesen especial virtud y fuerza y sabor al gusto, pues era para conservar la vida del santo, justo y electo del Altísimo.

868. Así como la gran Señora lo mandaba sucedía, obedeciéndola todas las criaturas, y cuando san José comía el manjar que llevaba estas bendiciones de dulzura y sentía sus efectos solía decir a la Reina: Señora y esposa mía, ¿qué alimento y manjar de vida es éste, que así me vivifica, recrea el gusto, restaura mis fuerzas y llena de nuevo júbilo todo mi interior y espíritu?–Servíale la comida la Emperatriz del cielo puesta de rodillas y cuando estaba más impedido y trabajado le descalzaba en la misma postura y en su flaqueza le ayudaba llevándole del brazo. Y aunque el humilde santo procuraba animarse mucho y excusar a su esposa algunos de estos trabajos, no era posible impedírselo, por la noticia que ella tenía conociendo todos sus dolores y flaquezas del dichosísimo varón y las horas, tiempos y ocasiones de socorrerle en ellos, con que acudía luego la divina enfermera y asistía a lo que su enfermo tenía necesidad. Decíale también muchas razones de singular alivio y consuelo, como Maestra de la sabiduría y de las virtudes. Y en los últimos tres años de la vida del santo, cuando se agravaron más sus enfermedades, le asistía la Reina de día y de noche y sólo faltaba en lo que se ocupaba sirviendo y administrando a su Hijo santísimo, aunque también el mismo Señor le acompañaba y le ayudaba a servir al santo esposo, salvo lo que era preciso para acudir a otras obras. Jamás hubo otro enfermo ni lo habrá tan bien servido, regalado y asistido. Tanta fue la dicha y méritos del varón de Dios José, porque él solo mereció tener por esposa a la misma que fue Esposa del Espíritu Santo.

869. No satisfacía la divina Señora a su misma piedad con san José sirviéndole como he dicho y así procuraba otros medios para su alivio y consuelo. Unas veces pedía al Señor con ardentísima caridad le diese a ella los dolores que padecía su esposo y le aliviase a él, y para esto se reputaba por digna y merecedora de todos los trabajos de las criaturas, como la inferior de ellas, y así lo alegaba la Madre y Maestra de la santidad en la presencia del Muy Alto y representaba su deuda mayor que de todos los nacidos y que no le daba el retorno digno que debía, pero ofrecía preparado el corazón para todo género de aflicciones y dolores. Alegaba también la santidad de san José, su pureza, candidez y las delicias que tenía el Señor en aquel corazón hecho a la medida del de Su Majestad. Pedíale muchas bendiciones para él y dábale reconocidas gracias por haber criado un varón tan digno de sus favores, lleno de santidad y rectitud. Convidaba a los ángeles para que le alabasen y engrandeciesen por ello y ponderando la gloria y sabiduría del Altísimo en estas obras le bendecía con nuevos cánticos; porque miraba por una parte las penas y dolores de su amado esposo y por ésta se compadecía y lastimaba, por otra parte conocía sus méritos y el agrado del Señor en ellos y en la paciencia del santo se alegraba y engrandecía el Señor; y en todas estas obras y noticia que de ellas tenía ejecutaba la divina Señora diversas acciones y operaciones de las virtudes que a cada una pertenecía, pero todas en grado tan alto y eminente, que causaba admiración a los espíritus angélicos. Pero mayor la pudiera causar a la ignorancia de los mortales ver que una criatura humana diese el lleno a tantas cosas juntas y que en ellas no se encontrase la solicitud de Marta con la contemplación y ocio de María, asimilándose en esto a los ángeles y espíritus soberanos que nos asisten y guardan sin perder de vista al Altísimo, pero María purísima los excedía en la atención a Dios y junto con eso trabajar con los sentidos corpóreos, de que ellos carecían; siendo hija de Adán terrena, era espíritu celestial, estando con la parte superior del alma en las alturas y en el ejercicio del amor y con la parte inferior ejerciendo la caridad con su santo esposo.

870. Sucedía en otras ocasiones que la piadosa Reina conocía la acerbidad y rigor de los graves dolores que su esposo san José padecía y movida de tierna compasión pedía con humildad licencia a su Hijo santísimo y con ella mandaba a los accidentes dolorosos y sus causas naturales que suspendiesen su actividad y no afligiesen tanto al justo y amado del Señor. Y con este alivio, obedeciendo todas las criaturas a su gran Señora, quedaba el santo esposo libre y descansado, tal vez por un día, otras más, para volver a padecer de nuevo cuando el Altísimo lo ordenaba. En otras ocasiones mandaba también a los santos ángeles, como Reina suya, aunque no con imperio sino rogando, que consolasen a san José y le animasen en sus dolores y trabajos como lo pedía la condición frágil de la carne. Y con este orden se le manifestaban los ángeles al dichoso enfermo en forma humana visible y llenos de hermosura y refulgencia y le hablaban de la divinidad y sus perfecciones infinitas y tal vez con dulcísimas y concertadas voces le hacían música celestial, cantándole himnos y cánticos divinos, con que le confortaban en el cuerpo y encendían el amor de su alma purísima. Y para mayor colmo de la santidad y júbilo del felicísimo varón, tenía especial conocimiento y luz, no sólo de estos beneficios y favores tan divinos, pero de la santidad de su virginal esposa y del amor que le tenía a él, de la caridad interior con que le trataba y servia y de otras excelencias y prerrogativas de la gran Señora del mundo. Y todo esto junto causaba tales efectos en san José y le reducía a tal estado de merecimientos, que ninguna lengua no puede explicar ni entendimiento humano en vida mortal entender ni comprender.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

871. Hija mía, una de las obras virtuosas más agradables al Señor y más fructuosas para las almas es el ejercicio de la caridad con los enfermos, porque en él se cumple una grande parte de aquella ley natural, que haga con su hermano cada uno lo que desea se haga con él. En el evangelio se pone esta causa por una de las que alegará el Señor para dar eterno premio a los justos y el no haber cumplido con esta ley se pone por una de las causas de la condenación de los réprobos; y allí se da la razón: porque como todos los hombres son hijos de un Padre celestial y por esto reputa Su Majestad por beneficio o agravio suyo el que se hace con sus hijos que le representan, como aun entre los mismos hombres sucede. Y sobre este vínculo de hermandad tienes tú otros con las religiosas, que eres su madre y ellas son esposas de Cristo mi Hijo santísimo y mi Señor como tú, y han recibido de él menos beneficios. De manera que por más títulos estás obligada a servirlas y cuidar de ellas en sus enfermedades y por esto en otra parte te he mandado que te juzgues por enfermera de todas, como la menor y más obligada, y quiero que te des por muy agradecida de este mandato, porque te doy con él un oficio tan estimable que en la casa del Señor es grande. Y para cumplir con él, no encargues a otras lo que tú puedes hacer por ti en servicio de las enfermas; y lo que no puedes hacer por otras ocupaciones de tu oficio de prelada amonéstalo y encárgalo con instancia a las que por la obediencia les toca este ministerio. Y a más de cumplir en todo esto con la caridad común, hay otra razón para que a las religiosas se les acuda en las enfermedades con todo cuidado y puntualidad posible: porque no sea que contristadas y necesitadas vuelvan los ojos y el corazón al mundo y se acuerden de la casa de sus padres. Y cree que por este camino entran grandes daños a las religiones, porque la naturaleza humana es tan mal sufrida que, oprimida, si le falta lo que le pertenece, salta a sus mayores precipicios.

872. Para todo esto y porque aciertes a la práctica y ejecución de esta doctrina, te servirá de estímulo y dechado la caridad que yo mostré con mi esposo José en sus enfermedades. Muy tarda es la caridad, y aun la urbanidad, que aguarda le pida el necesitado lo que le falta. Yo no esperaba a esto, porque acudía antes que me pidiese lo necesario y mi afecto y conocimiento prevenían la petición y así le consolaba, no sólo con el beneficio, sino con el afecto y atención tan cuidadosa. Sentía sus dolores y trabajo con íntima compasión, pero junto con esto alababa al Muy Alto y le daba gracias por el beneficio que a su siervo hacía, y si alguna vez procuraba aliviarle, no era para quitarle la ocasión del padecer, sino para que con este socorro se animase a más y glorificase al autor de todo lo bueno y santo, y a estas virtudes le exhortaba y animaba. Con semejante fineza se ha de ejercitar tan noble virtud, previniendo cuanto fuere posible la necesidad del enfermo y flaco y animándole con la compasión y exhortación, deseándole este bien sin que pierda el mayor del padecer. No te turbe el amor sensible cuando enfermen tus hermanas, aunque sean las que más necesitas o amas, que en esto pierden el mérito del trabajo muchas almas en el mundo y en la religión, porque el dolor con color de compasión los descompone cuando ven enfermos o peligrosos a los amigos y allegados y en algún modo quieren reprender las obras del Señor no conformándose con ellas. Para todo les di yo ejemplo y de ti quiero le imites perfectamente siguiendo mis pasos.
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MensajePublicado: Lun Jul 06, 2009 12:17 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 15

Del tránsito felicísimo de san José y lo que sucedió en él, y le asistieron Jesús nuestro Salvador y María santísima Señora nuestra.

873. Corrían ya ocho años que las enfermedades y dolencia del más que dichoso san José le ejercitaban, purificando cada día más su generoso espíritu en el crisol de la paciencia y del amor divino, y creciendo también los años con los accidentes se iban debilitando sus flacas fuerzas, desfalleciendo el cuerpo y acercándose al término inexcusable de la vida, en que se paga el común estipendio de la muerte que debemos todos los hijos de Adán. Crecía también el cuidado y solicitud de su divina esposa y nuestra Reina en asistirle y servirle con inviolable puntualidad, y conociendo la amantísima Señora con su rara sabiduría que ya estaba muy cerca la hora o el día último de su castísimo esposo para salir de este pesado destierro, fuese a la presencia de su Hijo santísimo y le habló diciendo: Señor y Dios altísimo, Hijo del eterno Padre y Salvador del mundo, el tiempo determinado por vuestra voluntad eterna para la muerte de vuestro siervo José se llega, como con vuestra luz divina lo conozco. Yo os suplico, por vuestras antiguas misericordias y bondad infinita, que le asista en esta hora el brazo poderoso de Vuestra Majestad, para que su muerte sea preciosa en vuestros ojos como fue tan agradable la rectitud de su vida, para que vaya de ella en paz con esperanzas ciertas de los eternos premios, para el día que vuestra dignación abra las puertas de los cielos a todos los creyentes. Acordaos, Hijo mío, del amor y humildad de vuestro siervo, del colmo de sus méritos y virtudes, de su fidelidad y solicitud conmigo y que a vuestra grandeza y a mí, humilde sierva vuestra, nos alimentó el Justo con el sudor de su cara.

874. Respondióla nuestro Salvador: Madre mía, aceptables son vuestras peticiones en mi agrado y en mi presencia están los merecimientos de José. Yo le asistiré ahora y le señalaré lugar y asiento para su tiempo entre los príncipes de mi pueblo, y tan eminente que sea admiración para los ángeles y motivo de alabanza para ellos y los hombres, y con ninguna generación haré lo que con vuestro esposo.–Dio gracias la gran Señora a su Hijo dulcísimo por esta promesa, y nueve días antes de la muerte de san José le asistieron Hijo y Madre santísimos, de día y de noche, sin dejarle solo sin alguno de los dos, y en estos nueve días, por mandado del mismo Señor, tres veces cada día los santos ángeles daban música celestial al dichoso enfermo con cánticos de loores del Altísimo y bendiciones del mismo Santo. Y a más de esto se sintió en toda aquella humilde pero inestimable casa una suavísima fragancia de olores tan admirables, que confortaba no sólo al varón santo José, sino a todos los que llegaron a sentirla, que fueron muchos de fuera, a donde redundaba.

875. Un día antes que muriese sucedió que, inflamado todo en el divino amor con estos beneficios, tuvo un éxtasis altísimo que le duró veinte y cuatro horas, conservándole el Señor las fuerzas y la vida por milagroso concurso; y en este grandioso rapto vio claramente la divina esencia y en ella se le manifestó sin velo ni rebozo lo que por la fe había creído, así de la divinidad incomprensible como del misterio de la encarnación y redención humana y de la Iglesia militante, con todos los sacramentos que a ella pertenecen, y la beatísima Trinidad le señaló y destinó por precursor de Cristo nuestro Salvador para los santos padres y profetas del limbo, y le mandó que les evangelizase de nuevo su redención y los previniese para esperar la ida y visita que les haría el mismo Señor para sacarlos de aquel seno de Abrahán a la eterna felicidad y descanso. Y todo esto conoció María santísima en el alma de su Hijo y en su interior, en la misma forma que otros misterios, y como le había sucedido a su amantísimo esposo, y por todo hizo la gran Princesa dignas gracias al mismo Señor.

876. Volvió san José de este rapto lleno su rostro de admirable resplandor y hermosura y su mente toda deificada de la vista del ser de Dios, y hablando con su esposa santísima la pidió su bendición y ella a su Hijo benditísimo que se la diese y su divina Majestad lo hizo. Luego la gran Reina, maestra de la humildad, puesta de rodillas pidió a san José también la bendijese como esposo y cabeza, y no sin divino impulso el varón de Dios por consolar a la prudentísima esposa la dio su bendición a la despedida, y ella le besó la mano con que la bendijo y le pidió que de su parte saludase a los santos padres del limbo, y para que el humildísimo José cerrase el testamento de su vida con el sello de esta virtud pidió perdón a su divina esposa de lo que en su servicio y estimación había faltado como hombre flaco y terreno y que en aquella hora no le faltase su asistencia y con la intercesión de sus ruegos. A su Hijo santísimo agradecióle también el santo esposo los beneficios que de su mano liberalísima había recibido toda la vida, y en especial en aquella enfermedad, y las últimas palabras que dijo san José hablando con ella, fueron: Bendita sois entre todas las mujeres y escogida entre todas las criaturas. Los ángeles y los hombres os alaben, todas las generaciones conozcan, magnifiquen y engrandezcan vuestra dignidad, y sea por vos conocido, adorado y exaltado el nombre del Altísimo por todos los futuros siglos y eternamente alabado por haberos criado tan agradable a sus ojos y de todos los espíritus bienaventurados, y espero gozar de vuestra vista en la patria celestial.

877. Convirtióse luego el varón de Dios a Cristo Señor nuestro, y para hablar a Su Majestad con profunda reverencia en aquella hora intentó ponerse de rodillas en el suelo, pero el dulcísimo Jesús llegó a él y le recibió en sus brazos y estando reclinada la cabeza en ellos dijo: Señor mío y Dios altísimo, Hijo del eterno Padre, Criador y Redentor del mundo, dad vuestra bendición eterna a vuestro esclavo y hechura de vuestras manos; perdonad, Rey piadodísimo, las culpas que como indigno he cometido en vuestro servicio y compañía. Yo os confieso, engrandezco y con rendido corazón os doy eternamente gracias, porque entre los hombres me eligió vuestra inefable dignación para esposo de vuestra verdadera Madre; vuestra grandeza y gloria misma sean mi agradecimiento por todas las eternidades.El Redentor del mundo le dio la bendición y le dijo: Padre mío, descansad en paz y en la gracia de mi Padre celestial y mía, y a mis profetas y santos, que os esperan en el limbo, daréis alegres nuevas de que se llega ya su redención.–En estas palabras del mismo Jesús y en sus brazos espiró el santo y felicísimo José y Su Majestad le cerró los ojos; y al mismo tiempo la multitud de los ángeles que asistían con su Rey supremo y Reina hicieron dulces cánticos de alabanza con voces celestiales y sonoras y luego por mandato de Su Alteza llevaron la santísima alma al limbo de padres y profetas, donde todos la conocieron, llena de resplandores de incomparable gracia, como padre putativo del Redentor del mundo y su gran privado, digno de singular veneración; y conforme a la voluntad y mandato del Señor que llevaba causó nueva alegría en aquella innumerable congregación de santos, con las nuevas que les evangelizó de que se llegaba ya su rescate.

878. No se ha de pasar en silencio que la preciosa muerte de san José, aunque le precedieron tan larga enfermedad y dolores, no fueron solos ellos la causa y accidentes que tuvo, porque con todas sus enfermedades pudiera naturalmente dilatarse más el último plazo de su vida, si no se juntaran los efectos y accidentes que le causaba el ardentísimo fuego de amor que ardía en su rectísimo corazón; y para que esta felicísima muerte fuese más triunfo del amor que pena de las culpas, suspendió el Señor el concurso especial y milagroso con que conservaba las fuerzas naturales de su siervo, para que no las venciese la violencia del amor, y faltando este concurso se rindió la naturaleza y soltó el vínculo y lazo que detenía aquella alma santísima en las prisiones de la mortalidad del cuerpo, en cuya división consiste nuestra muerte; y así fue el amor la última dolencia de sus enfermedades, que dije arriba, y ésta fue también la mayor y más gloriosa, pues con ella la muerte es sueño del cuerpo y principio de la segura vida.

879. La gran Señora de los cielos, viendo a su esposo difunto, preparó su cuerpo para la sepultura y le vistió conforme a la costumbre de los demás, sin que llegasen a él otras manos que las suyas y de los santos ángeles que en forma humana la ayudaron; y para que nada faltase al recato honestísimo de la Madre Virgen vistió el Señor el cuerpo difunto de san José con resplandor admirable que le cubría para no ser visto más que el rostro, y así no le vio la purísima esposa, aunque le vistió para el entierro. Y a la fragancia que de él salía acudió alguna gente, y de esto y verle tan hermoso y tratable como si fuera vivo, causaba a todos grande admiración; y con asistencia de los parientes y conocidos y otros muchos, y en especial del Redentor del mundo y su beatísima Madre y gran multitud de ángeles, fue llevado el sagrado cuerpo del glorioso san José a la común sepultura. Pero en todas estas ocasiones y acciones guardó la prudentísima Reina su inmutable compostura y gravedad, sin mudar el semblante con ademanes livianos y mujeriles, ni la pena le impidió para acudir a todas las cosas necesarias al obsequio de su esposo difunto y de su Hijo santísimo; a todo daba lugar el corazón real y magnífico de la Señora de las gentes. Luego dio gracias al mismo Hijo y Dios verdadero por los favores que había hecho al santo esposo, y añadiendo mayores colmos y realces de humildad, postrada ante su Hijo santísimo le dijo estas razones: Señor y Dueño de todo mi ser, Hijo verdadero y Maestro mío, la santidad de José mí esposo pudo deteneros hasta ahora para que mereciéramos vuestra deseable compañía, pero con la muerte de vuestro amado siervo puedo yo recelarme de perder el bien que no merezco; obligaos, Señor, de vuestra bondad misma para no desampararme, recibidme de nuevo por vuestra sierva, admitiendo los humildes deseos y ansias del corazón que os ama.–Recibió el Salvador del mundo este nuevo ofrecimiento de su Madre santísima y ofrecióla también de nuevo que no la dejaría sola, hasta que fuese tiempo de salir por la obediencia del eterno Padre a comenzar la predicación.

Doctrina de la Reina del cielo María santísima.

880. Hija mía carísima, no ha sido sin causa particular que tu corazón se haya movido con especial compasión y piedad de los que están en el artículo de la muerte para desear tú ayudarles en aquella hora, porque es verdad, como lo has conocido, que entonces padecen las almas increíbles y peligrosos trabajos de las asechanzas del demonio y de la misma naturaleza y objetos visibles. Y aquel punto es en el que se concluye el proceso de la vida, para que sobre él caiga la última sentencia de muerte o vida eterna, de pena o gloria perdurable; y porque el Altísimo que te ha dado ese afecto quiere condescender con él para que así lo ejecutes, te confirmo en eso mismo y te amonesto concurras de tu parte con todas tus fuerzas y conato a obedecernos. Advierte, pues, amiga, que cuando Lucifer y sus ministros de tinieblas reconocen por los accidentes y causas naturales que los hombres tienen peligrosa y mortal enfermedad, luego al punto se previenen de toda su malicia y astucia para embestir en el pobre ignorante enfermo y derribarle, si pueden, con varias tentaciones; y como a los enemigos se les acaba el plazo para perseguir las almas, quieren recompensar con su ira, añadiendo de su maldad lo que les falta de tiempo.

881. Para esto se juntan como lobos carniceros y procuran reconocer de nuevo el estado del enfermo en lo natural y adquisito, considerando sus inclinaciones, hábitos y costumbres, y por qué parte de sus afectos tiene mayor flaqueza, para hacerle por allí más guerra y batería. A los que desordenadamente aman la vida, les persuade a que no es tanto el peligro, o impide que nadie les desengañe; a los que han sido remisos y negligentes en el uso de los santos sacramentos los entibia de nuevo y les pone mayores dificultades y dilaciones, para que mueran sin ellos o los reciban sin fruto y con mala disposición; a otros les propone sugestiones de confusión para que no descubran su conciencia y pecados; a otros embaraza y retarda para que no declaren sus obligaciones ni desenreden las conciencias; a otros, que aman la vanidad, les propone que ordenen, aun en aquella hora postrera, muchas cosas muy vanas y soberbias para después de su muerte; a otros, avarientos y sensuales, los inclina con mucha fuerza a lo que ciegamente amaron; y de todos los malos hábitos y costumbres se vale el cruel enemigo para arrastrarlos tras los objetos y dificultarles o imposibilitarles el remedio; y cuantos actos obraron pecaminosos en la vida, con que adquirieron hábitos viciosos, fueron dar prendas al común enemigo y armas ofensivas con que les haga guerra y dé batería en aquella tremenda hora de la muerte, y con cada apetito ejecutado se le abrió camino y senda por donde entrar al castillo del alma, y en el interior de ella arroja su depravado aliento, levanta tinieblas densas, que son sus propios efectos, para que no se admitan las divinas inspiraciones, ni tengan verdadero dolor de sus pecados, ni hagan penitencia de su mala vida.

882. Y generalmente hacen estos enemigos grande estrago en aquella hora con la esperanza engañosa de que vivirán más los enfermos y con el tiempo podrán ejecutar lo que les inspira Dios entonces por medio de sus ángeles, y con este engaño se hallan burlados y perdidos. Y también es grande en aquella hora el peligro de los que han despreciado en vida el remedio de los santos sacramentos, porque este desprecio, que para el Señor y los santos es muy ofensivo, suele castigarle la divina justicia dejando a estas almas en manos de su mal consejo, pues no se quisieron aprovechar del remedio oportuno en su tiempo, y con haberle despreciado merecen que por justos juicios sean despreciadas en la última hora, para donde aguardaron con loca osadía a buscar la salud eterna. Muy pocos son los justos a quienes esta antigua serpiente en el peligro último no acometa con increíble saña. Y si a los muy santos pretende derribar entonces, ¿qué esperan los viciosos, negligentes y llenos de pecados, que toda la vida han empleado en desmerecer la gracia y favor divino y no se hallan con obras que les puedan valer contra el enemigo? Mi santo esposo José fue uno de los que gozaron este privilegio de no ver ni sentir al demonio en aquel trance, porque al intentarlo estos malignos sintieron contra si una virtud poderosa que los detuvo lejos y los santos ángeles los arrojaron y lanzaron al profundo y el sentirse tan oprimidos y aterrados –a tu modo de entender los dejó turbados, suspensos y como aturdidos; y fue ocasión para que en el infierno hiciera Lucifer una junta o conciliábulo para consultar esta novedad y discurrir por el mundo, inquiriendo si acaso el Mesías estaba ya en él, y sucedió lo que dirás en su lugar.

883. De aquí entenderás el suma peligro de la muerte y cuántas almas perecen en aquella hora, cuando comienzan a obrar los merecimientos y los pecados. Y no te declaro los muchos que se pierden y condenan, porque no mueras de pena si lo sabes y tienes amor verdadero del Señor, pero la regla general es que a la buena vida le espera buena muerte, lo demás es dudoso y muy raro y contingente. Y el remedio y seguro ha de ser tomar de lejos la corrida, y así te advierto que cada día que amaneciere para ti, en viendo la luz, pienses si aquel será el último de tu vida, y como si lo hubiera de ser, pues no sabes si lo será, compongas tu alma de manera que con alegre rostro recibas la muerte si viniere. Y no dilates un punto el dolerte de tus pecados y el propósito de confesarlos, si los tuvieres, y enmendar hasta la mínima imperfección, de manera que no dejes en tu conciencia defecto alguno de que te reprendan, sin dolerte y lavarte con la sangre de Cristo mi Hijo santísimo y ponerte en estado que puedas parecer delante del justo Juez, que te ha de examinar y juzgar hasta el mínimo pensamiento y movimiento de tus potencias.

884. Y para que ayudes como la deseas a los que están en aquel extremo peligroso, en primer lugar aconseja a todos los que pudieres lo mismo que te he dicho y que vivan con cuidado de sus almas para tener dichosa muerte. A más de esto harás oración por este intento todos los días, sin perder ninguno, y con afectos fervorosos y clamores pide al Todopoderoso que desvanezca los engaños de los demonios y quebrante sus lazos y consejos que arman contra los que agonizan o están en aquel artículo y que todos sean confundidos por su diestra divina. Esta oración sabes que hacía yo por los mortales y en ella quiero que me imites. Y asimismo te ordeno que para ayudarlos mejor mandes e imperes a los mismos demonios que se desvíen de ellos y no los opriman, que bien puedes usar de esta virtud aunque no estés presente, pues lo está el Señor en cuyo nombre los has de mandar y compeler para su mayor gloría y honra.

885. A tus religiosas, en estas ocasiones, dalas luz de lo que deben hacer, sin turbarlas; amonéstalas y asístelas para que luego reciban los santos sacramentos y que siempre los frecuenten; procura y trabaja en animarlas y consolarlas, hablándoles cosas de Dios y de sus misterios y Escrituras que despierten sus buenos deseos y afectos y se dispongan para recibir la luz e influencias de lo alto; aliéntalas en la esperanza y fortalécelas contra las tentaciones y enséñalas cómo las han de resistir y vencer, procurando conocerlas primero que ellas mismas te las manifestarán y si no el Altísimo te dará luz para que las entiendas y a cada una se le aplique la medicina que le conviene, porque las enfermedades espirituales son difíciles de conocerse y curarse. Todo lo que te amonesto has de ejecutar, como hija carísima, en obsequio del Señor, y yo te alcanzaré de su grandeza algunos privilegios para ti y para los que deseares ayudar en aquella terrible hora. No seas escasa en la caridad, que no has de obrar en esto por lo que tú eres, sino por lo que el Altísimo quiere obrar en ti por sí mismo.
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MensajePublicado: Mar Jul 07, 2009 4:06 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 16

La edad que tenía la Reina del cielo cuando murió san José y algunos privilegios del santo esposo.

886. Todo el curso de la vida del felicísimo de los hombres san José llegó a sesenta años y algunos días más, porque de treinta y tres se desposó con María santísima y en su compañía vivió veinte y siete poco más; y cuando murió el santo esposo quedó la gran Señora de edad de cuarenta y un años y entrada casi medio año en cuarenta y dos, porque a los catorce años fue desposada con san José –como se dijo en la primera parte, capítulo 22 libro II– y los veinte y siete que vivieron juntos hacen cuarenta y uno y más lo que corrió de 8 de setiembre hasta la dichosa muerte del santísimo esposo. En esta edad se halló la Reina del cielo con la misma disposición y perfección natural que consiguió a los treinta y tres años, porque ni retrocedió, ni se envejeció, ni desfalleció de aquel perfectísimo estado, como en el capítulo 13 de este libro queda dicho. Pero tuvo natural sentimiento y dolor de la muerte de san José, porque le amaba como a esposo, como a santo y tan excelente en la perfección, como amparo y bienhechor suyo. Y aunque este dolor en la prudentísima Señora fue bien ordenado y perfectísimo, pero no fue pequeño, porque el amor era grande y mayor porque conocía el grado de santidad que tenía su esposo entre los mayores santos que están escritos en el libro de la vida y mente del Altísimo, y si lo que se amó de corazón no se pierde sin dolor, mayor será el dolor de perder lo que se amaba mucho.

887. No pertenece al intento de esta Historia escribir de propósito las excelencias de la santidad de san José, ni yo tengo orden de hacerlo más de en lo que basta generalmente para manifestar más la dignidad de su esposa y nuestra Reina, a cuyos merecimientos, después de los de su santísimo Hijo, se deben atribuir los dones y gracias que puso el Altísimo en el glorío Patriarca. Y cuando la divina Señora no fuera la causa meritoria o instrumento de la santidad de su esposo, por lo menos era el fin inmediato a donde se ordenaba, porque todo el colmo de virtudes y gracia que comunicó el Señor a su siervo José, todo lo hizo para que fuese digno esposo y amparo de la que elegía por Madre. Y por esta regla y por el amor y aprecio que hizo el mismo Dios de su Madre santísima se ha de medir la santidad de san José; y según el concepto que yo tengo, si en el mundo hubiera otro hombre más perfecto y de mejores condiciones, ése diera el Señor por esposo a su misma Madre, y pues le dio al patriarca san José, él sería sin contradicción el mejor que Dios tenía en la tierra. Y habiéndole criado y prevenido para tan altos fines, es cierto que le haría con su poderosa diestra idóneo y proporcionado con ellos, y esta proporción, a nuestro entender de la luz divina, había de ser por la santidad, virtudes, dones, gracias e inclinaciones infusas y naturales.

888. Entre este gran Patriarca y los demás santos reconozco una diferencia en los dones que recibieron de gracia: porque a muchos santos se les dieron otros favores y privilegios que no miraban todos a su propia santidad, sino a otros intentos y fines del servicio del Altísimo en otros hombres, y así eran como dones o gracias gratis datas o remotas de la santidad, pero en nuestro Patriarca bendito todos los dones eran añadiéndole virtudes y santidad; porque el ministerio a donde se destinaban y encaminaban era efecto de santidad y obras suyas, y siendo más santo y angélico era más idóneo para esposo de María santísima y depositario del tesoro y sacramento del cielo y todo él había de ser un milagro de santidad, como lo fue. Comenzó esta maravilla desde la formación de su cuerpo en el vientre de su madre, porque asistió en ella particular providencia del Señor, y así fue compuesto con igualdad proporcionada de los cuatro humores, con extremadas cualidades, complexión y templanza o temperamento, para que luego fuese tierra bendita y le cayese por suerte una buena alma y rectitud de inclinaciones. Fue santificado en el vientre de su madre a los siete meses de su concepción v le quedó atado el fomes peccati por toda la vida y jamás tuvo movimiento impuro ni desordenado; y aunque no le dieron uso de razón en esta santificación primera más de sólo justificarle del pecado original, pero su madre sintió entonces nuevo júbilo del Espíritu Santo y sin entender todo el misterio hizo grandes actos de virtud y juzgó que su hijo, o lo que tenía en el vientre, sería admirable en los ojos de Dios y de los hombres.

889. Nació el santo varón José perfectísimo y muy hermoso en lo natural y causó en sus padres y allegados extraordinaria alegría, al modo de la que hubo en el nacimiento del Bautista, aunque la causa de ella fue más oculta. Aceleróle el Señor el uso de la razón, dándosele al tercero año muy perfecto, con ciencia infusa y nuevo aumento de la gracia y virtudes. Desde entonces comenzó el niño a conocer a Dios por la fe, y también por el natural discurso y ciencia le conoció como primera causa y autor de todas las cosas, y atendía y percibía altamente todo lo que se hablaba de Dios y de sus obras, y desde aquella edad tuvo muy levantada oración y contemplación y ejercicio admirable de las virtudes que su edad pueril permitía, de manera que cuando a los siete o más años llega a los demás el uso de razón ya san José era varón perfecto en ella y en la santidad. Era blando de condición, caritativo, afable, sencillo y en todo descubría no sólo inclinaciones santas sino angélicas, y creciendo en virtudes y perfección llegó con vida irreprensible a la edad que se desposó con María santísima.

890. Para acrecentarle entonces los dones de la gracia y confirmarle en ellos, intervinieron las peticiones de la divina Señora, porque instantáneamente suplicó al Muy Alto que si le mandaba tomar aquel estado santificase a su esposo José para que se conformase con sus castísimos pensamientos y deseos. Oyóla el Señor y conociéndolo la divina Reina obró Su Majestad con la fuerza de su brazo poderoso copiosamente en el espíritu y potencias del patriarca san José efectos tan divinos, que no se pueden reducir a palabras, porque le infundió perfectísimos hábitos de todas las virtudes y dones. Rectificó de nuevo sus potencias y le llenó de gracia, confirmándole en ella por admirable modo, y en la virtud y dones de la castidad quedó el santo Esposo más levantado que el supremo de los serafines, porque la pureza que ellos tienen sin cuerpo se le concedió a san José en cuerpo terreno y carne mortal, y jamás entró a sus potencias imagen ni especie de cosa impura de la naturaleza animal y sensible. Y con el olvido de todo esto y con una sinceridad columbina y angélica, le dispusieron para estar en la compañía y presencia de la purísima entre todas las criaturas, porque sin este privilegio no fuera idóneo para tan grande dignidad y rara excelencia.

891. En las demás virtudes respectivamente fue admirable y señalado y en especial en la caridad, como quien estaba en la fuente para saciarse de aquella agua viva que salta a la vida eterna o como vecino de la esfera del fuego, siendo materia dispuesta para encenderse en ella sin alguna resistencia. Y el mayor encarecimiento de esta virtud en nuestro enamorado esposo fue lo que dije en el capítulo pasado; pues el amor de Dios le enfermó y él mismo fue el instrumento que le cortó el hilo de la vida y él le hizo privilegiado en la muerte, porque las congojas dulces del amor sobreexcedieron y como absorbieron a las de la naturaleza y éstas obraron menos que aquéllas; y como estaba presente el objeto del amor, Cristo Señor nuestro y su Madre, y a entrambos los tenía el santo por más propios que ninguno de los nacidos pudo ni puede tenerlos, era como inexcusable que aquel candidísimo y fidelísimo corazón se resolviera en afectos y efectos de tan peregrina caridad. ¡Bendito sea el autor de tan grandes maravillas y bendito sea el felicísimo de los mortales José, en quien todas se obraron dignamente!, ¡digno es de que todas las generaciones y naciones le conozcan y bendigan, pues con ninguna otra hizo tales cosas el Señor, ni tanto les manifestó su amor!

892. De las visiones y revelaciones divinas con que fue favorecido san José, he dicho algo en todo el discurso de esta Historia, y fueron muchas más que se pueden decir; pero lo más se encierra en haber conocido los misterios de Cristo Señor nuestro y de su Madre santísima y haber vivido en su compañía tantos años, reputado por padre del mismo Señor y verdadero esposo de la Reina. Pero algunos privilegios he entendido, que por su gran santidad le concedió el Altísimo, para los que le invocaren por su intercesor, si dignamente lo hacen. El primero es para alcanzar la virtud de la castidad y vencer los peligros de la sensualidad carnal. El segundo, para alcanzar auxilios poderosos para salir del pecado y volver a la amistad de Dios. El tercero, para alcanzar por su medio la gracia y devoción de María santísima. El cuarto, para conseguir buena muerte y en aquella hora defensa contra el demonio. El quinto, que temiesen los mismos demonios oír el nombre de san José. El sexto, para alcanzar salud corporal y remedio en otros trabajos. El séptimo privilegio, para alcanzar sucesión de hijos en las familias. Estos y otros muchos favores hace Dios a los que debidamente y como conviene le piden por la intercesión del esposo de nuestra Reina san José; y pido yo a todos los fieles hijos de la santa Iglesia que sean muy devotos suyos, y los conocerán por experiencia, si se disponen como conviene para recibirlos y merecerlos.

Doctrina que tete dio la Reina del cielo María santísima.

893. Hija mía, aunque has escrito que mi esposo José es nobilísimo entre los santos y príncipes de la celestial Jerusalén, pero ni tú puedes ahora manifestar su eminente santidad, ni los mortales pueden conocerla antes de llegar a la vista de la divinidad, donde con admiración y alabanza del mismo Señor se harán capaces de este sacramento; y el día último, cuando todos los hombres sean juzgados, llorarán amargamente los infelices condenados no haber conocido por sus pecados este medio tan poderoso y eficaz para su salvación, ni haberse valido de él como pudieran, para granjear la amistad del justo juez. Y todos los del mundo han ignorado mucho los privilegios y prerrogativas que el altísimo Señor concedió a mi santo esposo y cuánto puede su intercesión con Su Majestad y conmigo, porque te aseguro, carísima, que en presencia de la divina justicia es uno de los grandes privados para detenerla contra los pecadores.

894. Y por la noticia y luz que de este sacramento has recibido, quiero que seas muy agradecida a la dignación del Señor y al favor que en esto hago contigo; y de aquí adelante en lo restante de tu vida procures adelantarte en la devoción y cordial afecto de mi santo esposo y bendecir al Señor porque tan liberal le favoreció y por el gozo que yo tuve de conocerlo. En todas tus necesidades te has de valer de su intercesión y solicitarle muchos devotos, y que tus religiosas se señalen mucho en esto, pues lo que pide mi esposo en el cielo concede el Altísimo en la tierra y a sus peticiones y palabras tiene vinculados grandes y extraordinarios favores para los hombres, si ellos no se hacen indignos de recibirlos. Y todos estos privilegios corresponden a la perfección columbina de este admirable santo y a sus virtudes tan grandiosas, porque la divina clemencia se inclinó a ellas y le miró liberalísimamente, para conceder admirables misericordias para él y para los que se valieren de su intercesión.
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MensajePublicado: Mie Jul 08, 2009 11:48 am    Asunto:
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CAPITULO 17

Las ocupaciones de María santísima después de la muerte de san José y algunos sucesos con sus ángeles.

895. Toda la perfección de la vida cristiana se reduce toda a las dos vidas que conoce la Iglesia, vida activa y vida contemplativa. A la activa pertenecen las operaciones corporales o sensibles y que se ejercitan con los prójimos en las cosas humanas, que son muchas y muy varias y tocan en las virtudes morales, de quien reciben su perfección propia todas estas acciones de la vida activa. A la contemplativa pertenecen las operaciones interiores del entendimiento y voluntad, cuyo objeto es nobilísimo y espiritual y propio de la criatura intelectual y racional, y por eso esta vida contemplativa es más excelente que la activa y por sí misma es más amable, como más quieta, deleitable v hermosa y que se llega más al último fin que es Dios, en cuyo altísimo conocimiento y amor consiste, y así participa más de la vida eterna, que toda es contemplativa. Estas son las dos hermanas Marta y María, una quieta y regalada, otra solícita y turbada; y las otras dos también hermanas y esposas Lía y Raquel, una fecunda pero fea y de malos ojos, otra hermosa y agraciada pero al principio estéril; porque la vida activa es más fructuosa, aunque dividida en muchas y varias ocupaciones en que se turba y no tiene tan claros ojos para levantarlos y penetrar las cosas altas y divinas; pero la contemplativa es hermosísima, aunque al principio no es tan fecunda, porque su fruto le da más tarde por medio de la oración y méritos, que suponen grande perfección y amistad de Dios, para obligarle a que extienda su liberalidad con otras almas, pero éstos suelen ser frutos de bendiciones muy copiosas y de grande aprecio.

896. El juntar estas dos vidas es el colmo de la perfección cristiana, pero tan dificultoso como se vio en Marta y María, en Lía y Raquel, que no fueron sola una sino dos diferentes, cada una para representar la vida que significaba; porque ninguna de las dos las pudo comprender entrambas en su representación, con la dificultad que hay de juntarlas en un sujeto en grado perfecto a un mismo tiempo. Y aunque en esto han trabajado mucho los santos, y a lo mismo se ordena la doctrina de los maestros de espíritu, tantas instrucciones de los varones apostólicos y doctos, los ejemplos de los apóstoles y patrones de las sagradas religiones, que todos procuraron juntar la contemplación con la acción, en cuanto con la divina gracia les era concedido; pero siempre conocieron que la vida activa, por la multitud de sus acciones, en los objetos inferiores derrama el corazón y le turba, como lo dijo el Señor a Marta, y por más que trabaje en recogerse a su quietud y reposo para levantarse a los ojos altísimos de la contemplación, no lo puede conseguir sin grande dificultad en esta vida y por breve tiempo, salvo con otro especial privilegio de la diestra del Altísimo. Por esta razón los santos que se dieron a la contemplación, de intento buscaron los yermos y soledades acomodadas para vacar a ella, y los demás que juntamente atendían a la vida activa y salud de las almas por la predicación y doctrina, tomaban parte del tiempo en que se retiraban de las acciones exteriores y en lo demás partían los días, dando unas horas a la contemplación y otras a las ocupaciones activas, y obrándolo todo con perfección alcanzaron el mérito y premio de entrambas vidas, que sólo se funda en el amor y gracia como principal causa.

897. Sola María santísima juntó estas dos vidas en grado supremo, sin embarazarse en ella la contemplación altísima y ardentísima por las acciones exteriores de la vida activa. En ella estuvo la solicitud de Marta sin turbación y el reposo y sosiego de María sin descansar en el ocio corporal, tuvo la hermosura de Raquel y la fecundidad de Lía y sola nuestra prudentísima y gran Reina comprendió en la verdad lo que significaron estas diferentes hermanas. Y aunque sirvió a su esposo enfermo y le sustentó con su trabajo, y junto con esto a su Hijo santísimo, como se ha dicho, no por eso en estas acciones y ocupaciones interrumpía, ni cesaba, ni se embarazaba su divinísima contemplación, ni se hallaba necesitada de buscar tiempos de soledad y retiro para serenar su pacífico corazón y levantarse sobre los más supremos serafines. Pero con todo eso, cuando se halló sola y desocupada de la compañía de su esposo, ordenó su vida y ejercicios a ocuparse en solo el ministerio del amor interior. Conoció luego en el interior de su Hijo santísimo que aquella era su misma voluntad y que moderase el trabajo corporal que había tenido en asistir de día y de noche a la labor para acudir a su santo enfermo, y que en lugar de este ejercicio pasado asistiese con Su Majestad a las peticiones y obras altísimas que hacía.

898. Manifestóle también el mismo Señor que para el moderado alimento que habían de usar bastaba trabajar algún rato del día, porque de allí adelante no habían de comer más de una sola vez por tarde, pues hasta entonces habían guardado otra orden, por el amor que tenían a san José y acompañarle por su consuelo en las horas y tiempos de la comida. Y desde entonces no comieron el Hijo santísimo y su beatísima Madre más de sola una vez a la hora de las seis de la tarde, y muchos días la comida era solo pan, otras añadía la divina Señora frutas, yerbas o pescados, y éste era el mayor regalo de los Reyes del cielo y tierra. Y aunque siempre fue suma la templanza y admirable la abstinencia, pero cuando quedaron solos fue mayor y no dispensaron sino en la calidad del manjar y en la hora de comer. Cuando eran convidados comían en cantidad poca de lo que les daban, sin excusarse, comenzando a ejecutar el consejo que después había de dar a sus discípulos cuando fuesen a predicar. El pobre manjar de que usaban los divinos Reyes le servía la gran Señora a su Hijo santísimo de rodillas, pidiéndole licencia para hacerlo, y algunas veces lo aderezaba con la misma reverencia, porque era para alimento del Hijo y Dios verdadero.

899. No había sido impedimento la presencia del santo José para que la prudentísima Madre tratase a su Hijo santísimo con toda reverencia, sin perder punto ni acción de las que debía y convenían entonces, pero después que murió el santo ejerció la gran Señora con más frecuencia las postraciones y genuflexiones que acostumbraba, porque siempre era mayor la libertad para esto en presencia de los ángeles solos, que en la de su mismo esposo que era hombre; y muchas veces estaba postrada en tierra hasta que el mismo Señor la mandaba levantar, y muy frecuentemente le besaba los pies, otras veces la mano, y de ordinario con lágrimas de profundísima humildad y reverencia; y siempre estaba en presencia de Su Majestad con acciones o señales de adoración y ardentísimo amor, pendiente de su divino beneplácito, atenta a su interior para imitarle. Y aunque no tenía culpas ni una mínima negligencia o imperfección en el servicio y amor de su Hijo altísimo, con todo esto estaba siempre –mejor que lo dijo el Profeta – como están los ojos del siervo y de la esclava cuidadosos en manos de sus dueños, para alcanzar de ellos la gracia que desea. Y no es posible que venga en algún humano pensamiento la ciencia del Señor que tuvo nuestra Reina para entender y obrar tantas y tan divinas acciones como hizo en compañía del Verbo humanado estos años que vivieron juntos y solos, sin otra compañía más de los ángeles que los acompañaban y servían. Ellos solos fueron los testigos de vista, con admiración y alabanza peregrina de verse tan inferiores a la sabiduría y pureza de una pura criatura que fue digna de tanta santidad, porque sola ella dio el lleno de las obras de la gracia.

900. Con los mismos ángeles santos tuvo la Reina del cielo en este tiempo dulcísimas contiendas y emulaciones sobre las acciones ordinarias y humildes que eran necesarias para el servicio del Verbo humanado y de su humilde casa, porque no había en ella quien las pudiera hacer fuera de la misma Emperatriz y divina Señora, y estos nobilísimos y fieles vasallos y ministros, que asistían para esto en forma humana, estaban prontos y cuidadosos para acudir a todo. La gran Reina quería hacer por sí misma todas las cosas humildes con sus manos, de barrer y aliñar las pobres alhajicas, limpiar los platos y vasos y disponer todo lo necesario; pero los cortesanos del Altísimo, como verdaderamente corteses y más prestos en las operaciones, aunque no más humildes, solían adelantarse en prevenir estas acciones antes que su Reina llegase a ella, y tal vez, y muchas a tiempos, los encontraba Su Alteza ejecutando lo que ella deseaba porque los santos ángeles se habían adelantado, pero al punto obedecían a su palabra y la dejaban cumplir con el afecto de su humildad y amor. Y para que en esto no la impidiesen sus deseos, hablaba con los santos ángeles y les decía: Ministros del Altísimo, que sois espíritus purísimos en donde reverberan las luces con que su divinidad me ilumina, estos humildes y serviles oficios no convienen a vuestro estado y a vuestra naturaleza y condición sino a la mía, que a más de ser de tierra soy la menor de todos los mortales y la más obligada esclava de mi Señor y de mi Hijo; dejadme, amigos míos, hacer los ministerios que me tocan, pues yo puedo lograrlos en el servicio del Altísimo con el mérito que vosotros no tendréis por vuestra dignidad y estado. Yo conozco el precio de estas serviles obras que el mundo desprecia y no me dio el Altísimo esta luz para que yo las fíe de otro sino para ejecutarlas por mí misma.

901. Reina y Señora nuestra –respondían los ángeles– verdad es que en vuestros ojos y en la aceptación del Altísimo son tan estimables estas obras como vos lo conocéis; pero si con ellas conseguís el precioso fruto de vuestra incomparable humildad, advertid también que nosotros faltaremos a la obediencia que debemos al Señor si no os servimos como Su Majestad altísima nos lo ha mandado, y siendo vos nuestra legítima Señora faltaríamos también a la justicia en omitir cualquiera obsequio que en este reconocimiento nos fuere de lo alto permitido; y el mérito que no alcanzáis no ejecutando estas obras serviles, fácilmente, Señora, le recompensa la mortificación de no cumplirlas y el deseo ardentísimo con que las procuráis.–Replicaba a estas razones la prudentísima Madre y decía: No, señores y espíritus soberanos, no ha de ser así como queréis; porque si vosotros juzgáis por grande obligación servirme a mí como a Madre de vuestro gran Señor, de cuya mano sois hechuras, advertid que a mí me levantó del polvo para esta dignidad y mi deuda en tal beneficio viene a ser mayor que la vuestra, y siendo tanto mayor mi obligación también ha de serlo mi retorno; y si vosotros queréis servir a mi Hijo como criaturas hechas de su mano, yo debo servirle por ese mismo título y tengo más el ser su Madre para servirle como a Hijo, y siempre me hallaréis con más derecho que vosotros para ser siempre humilde, pegarme con el polvo y ser agradecida.

902. Estas y otras semejantes eran las contiendas dulces y admirables que tenían María santísima y sus ángeles, en que siempre quedaba la palma de la humildad en manos de su Reina y Maestra. Ignore con justicia el mundo tan ocultos sacramentos de que le hace indigno la vanidad y soberbia, juzgue por párvulos y contentibles la estulta arrogancia estos oficios y ocupaciones humildes y serviles y aprécienlos los cortesanos del cielo que conocen su valor y solicítelos la misma Reina de los cielos y de la tierra que supo darles su estimación; pero dejemos ahora al mundo, o con su ignorancia o con su disculpa, sea lo que fuere, porque la humildad no es para los altivos de corazón, ni el servir en los oficios humildes se compadece con la púrpura y holandas, ni el barrer y lavar platos se ajusta con las costosas joyas y brocados, ni para todos sin diferencia son las preciosas margaritas de estas virtudes. Pero si en la escuela de la humildad y desprecio –en las religiones digo– se pegase el contagio de la soberbia mundana y se tuviese por mengua y deshonra esta humillación, no podemos negar que sería vergonzosa o muy reprensible soberbia. Si las religiosas o religiosos despreciamos estos oficios y ocupaciones serviles y tenemos por bajeza, a fuer del mundo, el hacerlos, ¿con qué ánimo nos ponemos en presencia de los ángeles y de su Reina y nuestra, que tuvo por estimabilísima honra las obras que nosotros juzgamos por contentibles, bajeza y deshonor?

903. Hermanas mías, hijas de esta gran Reina y Señora, con vosotras hablo, las que tras ella sois llamadas y llevadas al tálamo del Rey con exultación y verdadera alegría: no queráis degenerar del título honorífico de tal Madre, y si ella misma que era Reina de los ángeles y de los hombres se humillaba a estas obras humildes e inferiores, si barría y servía en la más baja ocupación, ¿qué parecerá en sus ojos y en los del mismo Dios y Señor que la esclava sea altiva, soberbia y desvanecida y que desprecie la humildad? Vaya fuera de nuestra comunidad este engaño, dejémosle a Babilonia y sus moradores, honrémonos de lo que tuvo Su Alteza por corona, y sea vergonzosa confusión; afrenta y severa reprensión para nosotras no tener las mismas competencias que tuvo ella con los ángeles sobre quién había de vencer en humildad. Adelantémonos a porfía a las obras humildes y serviles y causemos en nuestros ángeles santos y compañeros fieles esta emulación tan agradable a nuestra gran Reina y a su Hijo santísimo y nuestro Esposo.

904. Y para que entendamos que sin humildad sólida y verdadera es temeridad pagarnos de consolaciones espirituales o sensibles mal seguras, y el apetecerlas sería loca osadía, atendamos a nuestra divina Maestra, que es el ejemplar consumado de la vida santa y perfecta. Con las obras humildes y serviles que hacía se alternaban en la gran Reina los favores y regalos del cielo; porque sucedía muchas veces, cuando estaba con su Hijo santísimo retirados en oración, que los santos ángeles con dulces voces y armonía les cantaban los himnos y cánticos que la beatísima Madre había compuesto en alabanza del ser de Dios infinito y del misterio de la unión hipostática de la naturaleza humana en la persona divina del Verbo. Y para que repitiesen estos cánticos a su mismo Señor y Criador, solía la Reina llamar a los ángeles y pedirles que alternando con ella los versos hicieran otros cánticos de nuevo, y la obedecían, con admiración de los mismos ángeles, viendo la profunda sabiduría de su gran Reina, por lo que de nuevo componía y decía. Y después, cuando su Hijo santísimo se retiraba a descansar, o cuando comía, les mandaba, como Madre de su Criador y que cuidaba amorosamente de regalarle, que le hiciesen música en su nombre, y el Señor lo permitía cuando la prudentísima Madre lo ordenaba, dando lugar a la ardiente caridad y veneración con que estos últimos años le servía. Y para decir yo lo que sobre esto se me ha manifestado, era necesario muy largo discurso y mayor capacidad que la mía; por lo que he insinuado se puede conocer algo de tan profundos sacramentos y hallar motivo para magnificar y bendecir a esta gran Señora y Reina, a quien todas las naciones conozcan y prediquen por bendita entre todas las criaturas y Madre dignísima del Criador y Redentor del mundo.

Doctrina que me dio la Reina del cielo.

905. Hija mía, antes que prosigas a declarar otros misterios, quiero que estés capaz del que tenían todas las cosas que ordenó el Altísimo conmigo por respeto de mi santo esposo José. Cuando me desposé con él, me mandó mudase orden en la comida y otras obras exteriores para ajustarme con su modo de proceder, porque era cabeza y yo en lo común era inferior; y esto mismo hizo mi Hijo santísimo siendo Dios verdadero, por estar sujetos en lo exterior al que juzgaba el mundo por su padre. Y cuando quedamos solos, muerto mi esposo, que faltó este motivo, volvimos a nuestro orden y gobierno en la comida y otras operaciones, y no quiso Su Majestad que san José se acomodase a nosotros sino nosotros con él, como lo pedía el orden común de mi estado; ni tampoco interpuso Su Majestad milagros, para que él pasase sin el orden y alimento que acostumbraba, porque en todo procedía como maestro de las virtudes, para enseñar a todos lo más perfecto: a los padres y a los hijos, ya los prelados y superiores y superioras, súbditos e inferiores. A los padres, que amen a sus hijos, les ayuden, sustenten, amonesten, corrijan y encaminen a la salvación sin remisión ni descuido. A los hijos, que amen, estimen y honren a sus padres como instrumentos de su vida y ser, los obedezcan diligentes, guardando todos la ley natural y divina, que se lo enseña ella misma y lo contrario es monstruo muy feo y horrendo. Los prelados y superiores han de amar a los súbditos y mandarles como a hijos; y éstos han de obedecer sin resistencia, aunque sean de otras condiciones y calidades mejores que los prelados, porque en la dignidad que representa a Dios siempre el prelado es mayor, pero la caridad verdadera los ha de hacer una misma cosa a todos.

906. Y para que alcances esta gran virtud, quiero que te acomodes y ajustes a tus hermanas y súbditas, sin ceremonias ni ademanes imperfectos, sino que trates con ellas con llaneza y sinceridad columbina: ora tú cuando ellas oran y come y trabaja cuando ellas lo hacen y en la recreación las asiste, porque la mayor perfección en las congregaciones se funda en seguir el espíritu común de todas y si lo hicieres serán gobernada por el Espíritu Santo, que rige las comunidades bien concertadas. Con este orden te puedes adelantar en la abstinencia, comiendo menos que todas, aunque te pongan lo mismo que a ellas, y con disimulación, sin hacerte singular, deja lo que quisieres por el amor de tu Esposo y mía. Y si no te impidiere alguna grave enfermedad, no dejes ni faltes jamás de las comunidades, cuando la obediencia de los prelados tal vez no te ocupare, y asiste en ellas con especial reverencia y temor, atención y devoción, que allí serás visitada del Señor muchas veces.

907. Quiero asimismo que de este capítulo adviertas la cautela cuidadosa que debes tener en ocultar las obras que pudieres hacer en secreto a mi ejemplo; pues aunque yo no tenía que reparar de hacerlas todas en presencia de mi santo esposo José sin peligro alguno, con todo esto les daba este punto de perfección y de prudencia, que de suyo las hace más loables el recato. Pero éste no es necesario en las obras comunes y obligatorias con que debes dar ejemplo sin ocultar la luz, que el faltar en esto podía ser escándalo y digno de reprensión. Otras muchas obras que se pueden hacer en secreto y escondidas de los ojos de las criaturas, no se han de exponer livianamente al peligro de la publicidad y ostentación. En este retiro pueden hacer muchas genuflexiones como yo las hacía, y postrada y pegada con la tierra podrás humillarte, adorando a la suprema majestad del Altísimo, para que el cuerpo mortal que agrava al alma sea ofrecido como en sacrificio aceptable por satisfacer a los movimientos desordenados que ha tenido contra la razón y justicia, y para que en ti no haya cosa alguna que deje de ser ofrecida y dedicada al servicio de tu Criador y Esposo, y con estas operaciones recompense el cuerpo en algún modo lo mucho que impidió y hace perder al alma con sus pasiones y defectos terrenos.

908. Con este intento procura siempre tenerle muy sujeto, y que los beneficios que se le hacen sólo sirvan de sustentarle en servidumbre del alma y no para que se deleite en sus antojos y apetitos. Mortifícale y quebrántale muriendo a todo lo que es deleitable al sentido, hasta que las operaciones comunes y necesarias para la vida antes le sean de pena que de gusto, antes de amargura que de peligrosa delectación. Y aunque en otras ocasiones te he hablado y manifestado el valor de esta humillación y mortificación, ahora con mi ejemplo quedarás más enseñada del aprecio que debes hacer de cualquier acto de humildad y mortificación. Y te mando ahora que ninguno desprecies, ni juzgues por pequeño, sino que en tu estimación le has de reputar por un tesoro inestimable, procurando ganarle para ti. Y en esto has de ser codiciosa y avarienta, adelantándote a los oficios serviles de barrer y limpiar la casa y hacer las más inferiores obras de toda ella y servir a las enfermas y necesitadas, como en otras ocasiones te lo he mandado; y en todas me pondrás delante de tus ojos por dechado, para que te sirva de estímulo mi solicitud en esta humildad y de alegría imitarme y confusión el descuido de no hacerlo. Y si en mí fue tan necesaria esta fundamental virtud para hallar gracia y agrado en los ojos del Señor, no habiéndole desagradado ni ofendido desde que tuve ser, y para que su diestra divina me levantara me humillé, ¿cuánto más necesitas tú de pegarte con el polvo y deshacerte en tu ser, que fuiste concebida en pecado y le has ofendido repetidas veces? Humíllate hasta el no ser y reconoce que el que te dio el Altísimo le empleaste mal, con que el ser te ha de servir de más humillación para que halles el tesoro de la gracia.
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MensajePublicado: Jue Jul 09, 2009 11:30 am    Asunto:
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CAPITULO 18

Continúanse otros misterios y ocupaciones de nuestra gran Reina y Señora con su Hijo santísimo, cuando vivían solos antes de su predicación.

909. Muchos de los ocultos sacramentos y venerables misterios que intervinieron entre Jesús y María su Madre santísima están reservados para gozo accidental de los predestinados en la vida eterna, como en otros lugares he dicho. Y los más altos e inefables sucedieron en los cuatro años que vivieron juntos y solos en su casa después de la dichosa muerte de san José, hasta la predicación del mismo Señor. Imposible es que alguna criatura mortal pueda dignamente penetrar tan profundos secretos, ¿cuánto menos podré yo manifestar lo que de ellos he entendido con mi rudeza? Y en lo que dijere se conocerá la causa de esto. Era el alma de Cristo Señor nuestro espejo clarísimo y sin mácula, donde, como queda dicho, su Madre santísima miraba y conocía todos los misterios y sacramentos que disponía el mismo Señor, como cabeza y artífice de la santa Iglesia y como reparador de todo el linaje humano y maestro de la salud eterna y como ángel del gran consejo, que cumplía y ejecutaba el que desde ab aeterno estaba predestinado en el consistorio de la beatísima Trinidad.

910. En disponer esta obra que le encargó su eterno Padre para ejecutarla con la suma perfección que pudo darle como hombre que juntamente era Dios verdadero, se ocupó Cristo nuestro bien toda la vida que gastó en el mundo, y procediendo más al término y acercándose a la dispensación de tan alto sacramento, iban también obrando con mayor fuerza y eficacia de su sabiduría y poder. Y de todos estos misterios era testigo y depósito fidelísimo el corazón de nuestra gran Reina y Señora, y en todo cooperaba con su Hijo santísimo, como su coadjutora en las obras de la reparación humana. Y según esto, para entender enteramente la sabiduría de la divina Madre y las obras que con ella hacía en la dispensación de los misterios de la Redención, era necesario entender también lo que encerraba la ciencia de Cristo nuestro Salvador y las obras de su amor y prudencia, con que iba encaminando los medios oportunos y convenientes para los fines altísimos que pretendía. Y en lo poco que yo dijere de las obras de su Madre santísima, siempre he de suponer las del Hijo santísimo, con quien cooperaba en ellas, imitándole como a su ejemplar y dechado.

911. Estaba ya el Salvador del mundo en edad de veinte v seis años, y como su santísima humanidad procedía en la natural perfección y se llegaba al término, guardaba Su Majestad admirable correspondencia en la demostración de sus mayores obras, como más vecinas a la de nuestra redención. Y todo este sacramento encerró el evangelista san Lucas en aquellas breves palabras con que cerró el capítulo 2: Y Jesús aprovechaba en sabiduría, edad y gracia con Dios y con los lrombres; entre los cuales su beatísima Madre conocía y cooperaba con estos aumentos y progresos de su Hijo santísimo, sin ocultársele cosa alguna de las que como a pura criatura le pudo comunicar el Señor, que era hombre y Dios. Entre estos divinos y ocultos sacramentos conoció la gran Señora por estos años cómo su Hijo y Dios verdadero del trono de su sabiduría miraba y dilataba su vista, no sólo la increada de la divinidad, sino también la de su alma santísima, sobre todos los mortales, a quienes había de alcanzar la redención en cuanto a la suficiencia, y que consigo mismo confería el valor de la redención, el peso que tenía en la aceptación y aprecio del eterno Padre y cómo para cerrar las puertas del infierno a los mortales y revocarlos a la eterna vida había descendido del cielo a padecer durísima pasión y muerte; y con todo eso la estulticia y dureza de los que nacerían después de haberse puesto en una cruz por su remedio, haría violencia y fuerza para dilatar las puertas de la muerte y volver a abrir más el infierno, con ciega ignorancia de los que montan aquellos infelicísimos y horribles tormentos.

912. En esta ciencia y ponderación se afligió y sintió grandes congojas la humanidad de Cristo Señor nuestro y llegó a sudar sangre –como otras veces sucedía– y en estos conflictos siempre perseveraba el divino Maestro en las peticiones que hacía por todos aquellos que habían de ser redimidos; y por la obediencia del eterno Padre deseaba con ardentísimo amor ofrecerse en aceptable sacrificio y en rescate de los hombres, porque si no a todos alcanzase la eficacia de sus méritos y sangre, por lo menos quedase satisfecha la justicia divina y recompensaba la ofensa de la divinidad y justificada la equidad y rectitud de la justicia divina para el tiempo del castigo que sobre los incrédulos o ingratos estaba prevenido desde la eternidad. A la vista de tan profundos secretos que la gran Señora conocía, acompañaba a su Hijo santísimo en las congojas y ponderación que con su sabiduría, respectivamente hacía, y a esto se juntaba la compasión dolorosa de madre, viendo al fruto de su virginal vientre tan gravemente afligido. Y muchas veces llegó la mansísima paloma a llorar lágrimas de sangre, cuando el Salvador la sudaba, y era traspasada de incomparable dolor; porque sola esta prudentísima Señora y su Hijo, Dios y hombre verdadero, llegaron a ponderar en el peso del santuario ajustadamente lo que monta morir Dios en una cruz para cerrar el infierno, puesto en una balanza, y en la otra el duro y ciego corazón de los mortales, forcejando para meterse en manos de la eterna muerte.

913. Sucedía en estas congojas que la santísima Madre llegaba a padecer unos deliquios casi mortales, y fuéranlo sin duda si la virtud divina no la confortara para que no muriera. Y el dulcísimo Hijo y Señor en retorno de este fidelísimo amor y compasión mandaba a los ángeles que la consolasen y tuviesen reclinada, y otras veces que la hiciesen celestial música con cánticos de alabanza y gloria de la divinidad y humanidad de Su Majestad que ella misma había lecho. Otras veces el mismo Señor la reclinaba en sus brazos y le daba nuevas inteligencias de que no se entendía con ella aquella inicua ley del pecado y de sus efectos. Otras veces, estando así reclinada, le cantaban los mismos ángeles con admiración y era trasformada y arrebatada en divinos éxtasis, en que recibía grandes y nuevas influencias de la divinidad; aquí era donde la escogida, la única y la perfecta estaba reclinada sobre la siniestra de la humanidad y era regalada y abrazada con la diestra de la divinidad; aquí donde su amantísimo Hijo y Esposo conjuraba y mandaba a las hijas de Jerusalén no despertasen e su querida, mientras ella no quisiese, de aquel sueño que le curaba las dolencias y enfermedades de amor; y allí era donde los espíritus soberanos se admiraban de ver que se levantaba sobre todos, estribando en su dilectísimo Hijo y vestida con esta variedad, a su diestra, la bendecían y magnificaban entre todas las criaturas.

914. Conocía la gran Reina en otras ocasiones altísimos secretos de la predestinación de los electos por los méritos de la redención y cómo estaban escritos en la memoria eterna de su Hijo santísimo y el modo con que Su Majestad les aplicaba sus merecimientos y oraba por ellos para que fuese eficaz el valor de su rescate y cómo el amor y gracia de que se hacían indignos los réprobos se convertía a los predestinados según su disposición. Y entre todos éstos conocía cómo aplicaba el Señor su sabiduría y cuidado a los que había de llamar a su apostolado y séquito y que los iba alistando en su determinación y ciencia ocultísima debajo el estandarte de su cruz para que ellos le llevasen después por el mundo; y como buen capitán general que dispone las cosas en su mente para alguna conquista o batalla muy ardua y trabajosa y distribuye los cargos y ministerios de la milicia, eligiendo para ellos los soldados más esforzados e idóneos y conforme a la condición de cada uno y les señala puestos y lugares convenientes, así Cristo nuestro Redentor, para entrar en la conquista del mundo y despojar al demonio de su tiránica posesión, desde la alteza de la persona del Verbo ordenaba la nueva milicia que había de levantar y cómo había de distribuir los oficios, grados y dignidades de sus esforzados capitanes y a dónde les había de señalar puestos, y todas las prevenciones y aparato de esta guerra estaba depositado en su sabiduría y voluntad santísima, todo como lo había de ir obrando.

915. Y todo esto era patente y manifiesto a la prudentísima Madre, y le fueron dadas especies infusas de muchos predestinados, en especial de los apóstoles y discípulos y de gran número de los que fueron llamados a la primitiva Iglesia y después en el discurso de ella. Y cuando vio a los apóstoles y a los demás los conocía antes de tratarlos, por el conocimiento sobrenatural que de ellos había tenido en Dios, y como el divino Maestro antes de llamarlos había orado por ellos y pedido su vocación, también la gran Señora hizo la misma oración y petición. De manera que, en los auxilios y favores que recibieron los apóstoles antes de oír y conocer a su Maestro, para estar dispuestos y prevenidos para recibir la vocación que después había de hacer de ellos al apostolado, en todo tuvo parte la Madre de la gracia. Y como en estos años ya se acercaba la predicación, hacía oración por ellos nuestro Salvador con más instancia y les envió mayores y más fuertes inspiraciones; también las peticiones de la divina Señora fueron más fervorosas y eficaces en su género; y cuando después llegaban a su presencia y entraban en la secuela de su Hijo, así los discípulos como otros, solía decirle: Estos son, Hijo y Señor mío, el fruto de vuestras oraciones y voluntad santa.–Y hacía cánticos de alabanza y agradecimiento, porque veía cumplido el deseo del Señor y traídos a su escuela los que Su Majestad había elegido del mundo.

916. En la prudente consideración de estas maravillas solía nuestra gran Reina quedar absorta y admirada con incomparables alabanzas y júbilo de su espíritu, y en él hacía heroicos actos de amor y adoraba los secretos juicios del Altísimo, y transformada toda y abrasada en aquel fuego que salía de la divinidad para derramarse y encender el mundo solía decir unas veces dentro de su ardentísimo corazón, otras en voz alta y sensible: ¡Oh amor infinito! ¡Oh voluntad de bondad infalible e inmensa! ¿Cómo no te conocen los mortales? ¿Cómo te desprecian y olvidan? ¿Por qué tu fineza ha de ser tan mal pagada? Oh trabajos, penas, suspiros clamores, deseos y peticiones de mi Amado, todo más estimable que las margaritas, el oro y todos los tesoros del mundo, ¿quién sera tan ingrato e infeliz que os quiera despreciar? ¡Oh hijos de Adán, quién muriera por cada uno de vosotros muchas veces, para desengañar vuestra ignorancia, ablandar vuestra dureza y prevenir vuestra desdicha!–Después de tan avisados afectos y oraciones, comunicaba de palabra la feliz Madre con su Hijo todos estos sacramentos y el sumo Rey la consolaba y dilataba el corazón con renovar la memoria de la estimación que tenía en los ojos del Altísimo, la gracia y gloria de los predestinados y sus grandes merecimientos, en comparación de la ingratitud y dureza de los réprobos. Y en especial la informaba del amor que ella misma conocía de Su Majestad y de la beatísima Trinidad para con la misma Señora y de lo que se complacía de su correspondencia y pureza inmaculada.

917. Otras veces el mismo Señor la informaba de lo que había de hacer en comenzando la predicación y cómo había de cooperar con Su Majestad y ayudarle en todas las obras y gobierno de la nueva Iglesia, y cómo había de sobrellevar las faltas de los apóstoles, la negación de san Pedro, la incredulidad de Tomás, la alevosía de Judas y otros sucesos que conocía para adelante. Y desde entonces propuso la oficiosa Señora de trabajar mucho para reducir aquel traidor discípulo, y así lo ejecutó, como diré en su lugar. Y de haber despreciado Judas estos favores, concibiendo alguna impiedad e indevoción con la Madre de la gracia, comenzó su perdición. De tantos misterios y sacramentos quedó informada la divina Señora por su Hijo santísimo y tanta fue la grandeza de la sabiduría y ciencia divina que en ella depositó, que todo encarecimiento es limitado, porque sólo pudo excederla la ciencia del mismo Señor y ella excedió a todos los serafines y querubines. Pero si nuestro Salvador Jesús y su Madre santísima emplearon todos estos dones de ciencia y gracia en beneficio de los mortales, y si un solo suspiro de Cristo nuestro Señor era de inestimable precio para todas las criaturas, y aunque los de su digna Madre no tenían tanto valor porque eran de pura criatura y menor excelencia, pero valían en la aceptación del Señor más que todo el resto de la naturaleza criada; multipliquemos ahora la suma de lo que hicieron Hijo y Madre por nosotros, no sólo en morir en una cruz nuestro Salvador después de tan inauditos tormentos, sino las peticiones, lágrimas, sudor de sangre tantas veces, y que en todo y lo demás que ignoramos fue su coadjutora y cooperadora la Madre de misericordia, y todo para nosotros. ¡Oh ingratitud humana! ¡Oh dureza más que diamantina en corazones de carne! ¿Dónde está nuestro seso?, ¿dónde la razón?, ¿dónde la misma compasión y agradecimiento de la naturaleza, que inficionada e infecta se mueve de los objetos sensibles a lástima y estimación de lo que es su precipicio y muerte eterna y olvida el mayor favor de la redención y la compasión y dolor de la pasión del Señor, que con ella le ofrece la vida y descanso que ha de durar para siempre?

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

918. Hija mía, verdad es que, cuando tú o todos los mortales hablaran con lenguas de ángeles, no llegaran a declarar los beneficios y favores que yo recibí de la diestra del Altísimo en los últimos años que mi Hijo santísimo estuvo conmigo. Estas obras del Señor tienen un linaje de incomprensibilidad que para ti y para todos los mortales son inefables, pero con la noticia especial que tú has recibido de tan ocultos sacramentos quiero que alabes y bendigas al Todopoderoso por lo que hizo conmigo y porque así me levantó del polvo a dignidad y favores tan inefables. Y aunque tu amor con mi Hijo y Señor ha de ser libre, como de hija fidelísima y esposa muy amorosa y no de esclava interesada y violenta, con todo quiero, para aliento de la humana flaqueza y de la esperanza, que tengas memoria de la suavidad del amor divino y cuán dulce es este Señor0para los que con amor filial le temen. Oh hija mía carísima, si no impidieran los pecados de los hombres y si no resistieran a la inclinación de aquella infinita bondad, ¡cómo gustaran de sus delicias y favores sin medida! A tu modo de entender, le debes imaginar como violento y contristado de que se opongan los mortales a este deseo de inmensa ponderación, y de tal manera lo hacen que no sólo se acostumbran a ser indignos de gustar del Señor, sino a no creer que otros participan de esta suavidad y favores que quisiera comunicar a todos.

919. Advierte, asimismo, que seas agradecida a los trabajos y a las incesantes obras que hizo mi Hijo santísimo por los hombres y a lo que en ellas yo le acompañé, como se te ha mostrado. De su pasión y muerte tienen los católicos más memoria, porque se la representa la santa Iglesia, aunque pocos se acuerdan de ser agradecidos; pero menos son los que advierten en las demás obras de mi Hijo y mías y que no perdió Su Majestad una hora ni un momento en que no emplease su gracia y dones en beneficio del linaje humano, para rescatarlos a todos de la eterna condenación y hacerlos partícipes de su gloria. Estas obras de mi Señor y Dios humanado serán testigos contra el olvido y dureza de los fieles, en especial el día del juicio. Y si tú, que tienes esta luz y doctrina del Altísimo y mi enseñanza, no fueres agradecida, será mayor tu confusión, pues habrá sido más pesada tu culpa, y no sólo has de corresponder a tantos beneficios generales, sino también a los especiales y particulares que cada día reconoces. Prevén desde luego este peligro y corresponde como hija mía y discípula de mi enseñanza y no dilates un punto el obrar bien y lo mejor, cuando puedes hacerlo, y para todo atiende a la luz interior y a la doctrina de tus prelados y ministros del Señor; que si respondes a unos favores y beneficios, está segura que alargará el Altísimo su mano poderosa con otros mayores y te llenará de sus riquezas y tesoros.
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MensajePublicado: Vie Jul 10, 2009 9:47 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 19

Dispone Cristo Señor nuestro su predicación dando alguna noticia de la venida del Mesías, asistiéndole su Madre santísima, y comienza a turbarse el infierno.

920. El incendio de la divina caridad que ardía en el pecho de nuestro Redentor y Maestro estaba como encerrado y violento hasta el tiempo destinado y oportuno en que se había de manifestar o quebrantando la hidria y vaso de su humanidad santísima o desabrochando el pecho por medio de la predicación y milagros patentes a los hombres. Y aunque es verdad que el fuego en el pecho no se puede esconder, como dice Salomón, sin que se abrasen los vestidos, y así manifestó siempre nuestro Salvador el que tenía en su corazón porque salían de él algunas centellas y luces en todas las obras que hizo desde el punto de su encarnación, pero en comparación de lo que a su tiempo había de obrar y de la inmensa llama que ocultaba siempre estaba como encerrado y disimulado. Había llegado ya su Majestad a la edad de perfecta adolescencia y tocando en los veinte y siete años parece que, a nuestro modo de entender, ya no se podía resistir tanto, ni detener en el ímpetu de su amor y el deseo de adelantarse en la obediencia de su eterno Padre en santificar a los hombres. Afligíase mucho, oraba, ayunaba y salía más a los pueblos y a comunicar con los mortales, y muchas veces pasaba las noches en los montes en oración y solía detenerse dos y tres días fuera de su casa sin volver a su Madre santísima.

921. La prudentísima Señora, que ya en estas salidas y ausencias de su Hijo santísimo comenzaba a sentir sus trabajos y penas que se iban acercando, era traspasada su alma y corazón del cuchillo que prevenía su piadoso y devoto afecto y convertíase toda en incendio divino y enardecida en actos tiernos y amorosos de su Amado. Asistíanla en estas ausencias del Hijo sus vasallos y cortesanos los santos ángeles en forma visible, y la gran Señora les proponía su dolor y les pedía fuesen a su Hijo y Señor y le trajesen nuevas de sus ocupaciones y ejercicios. Obedecíanla los ángeles como a su Reina y con las noticias que le daban frecuentemente acompañaba desde su retiro al sumo Rey Cristo en las oraciones, peticiones y ejercicios que hacía. Y cuando volvía Su Majestad, le recibía postrada en tierra y le adoraba y daba gracias por los beneficios que con los pecadores había derramado. Servíale, y como madre amorosa procuraba aliviarle y prevenirle algún pobre regalo, de que la humanidad santísima necesitaba como verdadera y pasible, porque sucedía haber pasado dos o tres días sin descanso, sin comer y sin dormir. Conocía luego la beatísima Madre los cuidados del Salvador por el modo que ya he dicho, y Su Majestad la informaba de ellos y de las obras que disponía y de los ocultos beneficios que a muchas almas había comunicado, dándoles conocimiento y luz de la divinidad y de la redención humana.

922. Con esta noticia la gran Reina habló a su Hijo santísimo y le dijo: Señor mío, verdadero y sumo bien de las almas: veo ya, lumbre de mis ojos, que vuestro ardentísimo amor que tenéis de los hombres no descansa ni sosiega sin emplearse en procurarles su salud eterna; éste es el oficio propio de vuestra caridad y la obra que os encargó vuestro Padre eterno. Y vuestras palabras y obras de inestimable valor es forzoso que lleven tras de sí los corazones de muchos, pero ¡oh dulcísimo amor mío! yo deseo que lo hicieran todos y correspondieran los mortales a vuestra solicitud y fineza de caridad. Aquí está, Señor, vuestra esclava, preparado el corazón para emplearse todo en vuestro mayor agrado y ofrecer la vida, si fuere necesaria, para que en todas las criaturas se consigan los deseos de vuestro ardentísimo amor, que todo se emplea en traerlas a vuestra gracia y amistad.–Este ofrecimiento hizo la Madre de misericordia a su Hijo santísimo, movida de la fuerza de su inflamada caridad que la obligaba a procurar y desear el fruto de las obras y doctrina de nuestro verdadero Reparador y Maestro, y como la prudentísima Señora las pesaba dignamente y conocía su valor, no quisiera que se malograsen en ninguna de las almas, ni tampoco quedaran sin el agradecimiento que merecían. Y con esta inefable caridad deseaba ayudar al Señor, o por decir mejor a los hombres, que habían de oír sus divinas palabras y ser testigos de sus obras, para que correspondiesen a este beneficio y no perdiesen la ocasión de su remedio. Deseaba también, como en hecho de verdad lo hacía, rendir dignas gracias al Señor y alabanza por las maravillosas obras que hacía en beneficiar las almas, para que todas estas misericordias fuesen reconocidas y agradecidas, así las que eran eficaces como las que por culpa de los hombres no lo eran. Y en este género de merecimientos fueron tan ocultos como admirables los que alcanzó nuestra gran Señora, porque en todas las obras de Cristo Señor nuestro tuvo ella un linaje de participación altísima, no sólo de parte de la causa con quien concurría cooperando su caridad, sino también de parte de los efectos, porque con cada una de las almas obraba la gran Señora como si en algún modo ella recibiera el beneficio. Y de esto hablaré más en la tercera parte.

923. Al ofrecimiento de la amorosa Madre respondió su Hijo santísimo: Madre y amiga mía, ya se llega el tiempo en que me conviene, conforme a la voluntad de mi eterno Padre, comenzar a disponer algunos corazones para que reciban la luz de mi doctrina y tengan noticia de haber llegado el tiempo señalado y oportuno de la salud humana. En esta obra quiero que me acompañéis siguiéndome; y pedid a mi Padre encamine con su divina luz los corazones de los mortales y despierte sus interiores para que con intención recta admitan la ciencia que les daré ahora de la venida de su Reparador y Maestro al mundo.–Con esta exhortación de Cristo nuestro Señor se dispuso la beatísima Madre a seguirle y acompañarle, como lo deseaba, en sus jornadas. Y desde aquel día, casi en todas las salidas que hizo el divino Maestro, le acompañó la Madre cuando salía fuera de Nazaret.

924. Comenzó el Señor esta obra con más frecuencia tres años antes de empezar la predicación y recibir y ordenar el bautismo, y en compañía de nuestra gran Reina hizo muchas salidas y jornadas por los lugares de la comarca de Nazaret y hacia la parte del tribu de Neftalí, conforme a la profecía de Isaías, y en otras partes. Y conversando con los hombres comenzó a darles noticia de la venida del Mesías, asegurándoles estaba ya en el mundo y en el reino de Israel. Esta nueva luz daba el Redentor a los mortales, sin manifestar que él era a quien esperaban; porque el primer testimonio de que era Hijo del eterno Padre fue el que dio el mismo Padre públicamente cuando dijo en el Jordán: Este es mi Hijo amado, de quien o en quien tengo yo mi agrad. Pero sin manifestar el mismo Unigénito humanado su dignidad en particular, comenzó a dar noticia de ella en general por modo de relación de que lo sabía con certeza; y sin hacer milagros públicos ni otras demostraciones, ocultamente acompañaba esta enseñanza y testimonios con interiores inspiraciones y auxilios que derramaba en los corazones de los que conservaba y trataba; y así prevenía y disponía con esta fe común, para que después con más facilidad la recibiesen en particular.

925. Introducíase con los hombres que con su divina sabiduría conocía idóneos, capaces y aparejados, o menos ineptos para admitir la semilla de la verdad, y a los más ignorantes acordaba y representaba las señales que todos habían sabida de la venida del Mesías en la venida de los Reyes orientales y la muerte de los niños inocentes, y otras cosas semejantes. A los más sabios añadía los testimonios de las profecías que ya eran cumplidas, declarándoles esta verdad como su único y singular Maestro, y de todo comprobaba estaba ya el Mesías en Israel y les manifestaba el reino de Dios y el camino para llegar a él. Y como en su divina persona se veía tanta hermosura, gracia, apacibilidad, mansedumbre y suavidad de palabras, y éstas eran a lo disimulado tan vivas y eficaces, y a todo acompañaba la virtud de sus auxilios secretos, era grande el fruto que resultaba de este admirable modo de enseñar, porque muchas almas salían de pecado, otras mejoraban la vida y todas estas y muchas quedaban capaces y catequizadas de grandes misterios y en especial de que ya estaba en su reino el Mesías que esperaban.

926. A estas obras de misericordia grande añadía el divino Maestro otras muchas; porque consolaba a los tristes, aliviaba a los oprimidos, visitaba a los enfermos y afligidos, animaba a los pusilánimes, daba consejos de vida saludable a los ignorantes, asistía a los que estaban en la agonía de la muerte, a muchos daba salud ocultamente en el cuerpo y remediaba grandes necesidades, y a todos los encaminaba por las sendas de la vida y de la paz verdadera. Y cuantos llegaban a él, o le oían con ánimo piadoso y sin pertinacia, eran llenos de luz y dones de la poderosa diestra de su divinidad; y no es posible reducir a número ni estimación digna las admirables obras que hizo el Redentor en estos tres años antes de su bautismo y predicación pública, y todas eran por ocultísimo modo, de manera que sin manifestarse por autor de la salud, la comunicó y dio a grandísimo número de almas. Pero en casi todas estas maravillas estaba presente la gran Señora María santísima, como testigo y coadjutora fidelísima del Maestro de la vida, y como todo le era patente a todo cooperaba y lo agradecía en nombre de las mismas criaturas beneficiadas de la divina misericordia. Hacía cánticos de alabanza al Todopoderoso, pedía par las almas, como quien conocía el interior de todas y sus dolencias, y con sus oraciones y peticiones les granjeaba estos beneficios y favores. Y también por sí misma exhortaba, aconsejaba y atraía a muchos a la doctrina de su Hijo y les daba noticia de la venida del Mesías; aunque estas exhortaciones y enseñanza la hacía más entre las mujeres que entre los varones y con ellas ejercitaba las mismas obras de misericordia que su Hijo santísimo hacía con ellos.

927. Pocas personas acompañaban y seguían al Salvador y a su Madre santísima en estos primeros años, porque no era tiempo de llamarlos a la secuela de su doctrina, y así los dejaba en sus casas informados con la divina luz y mejorados en ella. Pero la compañía ordinaria de Sus Majestades eran los santos ángeles, que los servían como fidelísimos vasallos y diligentes ministros; y aunque en estas jornadas volvían muchas veces Jesús y María a Nazaret a su casa, pero en los días que andaban fuera tuvieron mayor necesidad del ministerio de los cortesanos del cielo, porque algunas noches las pasaban al sereno en el campo con continua oración, y entonces los servían los ángeles como de abrigo y tienda para defenderlos en parte de las inclemencias del tiempo y tal vez les traían algo de alimento que comiesen; otras, lo pedían de limosna el mismo Señor y su Madre santísima, y sólo recibían en propia especie la comida y no en dinero ni otra especial dádiva o limosna. Y cuando se dividían por algún tiempo para acudir el Señor a visitar los hospitales y la Reina a otras enfermas, siempre la acompañaban innumerables ángeles en forma visible, y por su medio hacían algunas obras de piedad, y ellos la daban noticia de las que obraba su Hijo santísimo; y no me detengo en referir las particulares maravillas que hacían, los trabajos y descomodidades que padecieron en caminos, posadas y en las ocasiones que buscaba el común enemigo para impedir aquellas obras; basta saber que el Maestro de la vida y su Madre santísima eran pobres y peregrinos y eligieron el camino del padecer, sin rehusar trabajo alguno por nuestra salud.

928. A todo género de personas comunicaban el divino Maestro y su Madre santísima esta luz de su venida al mundo por el modo disimulado que he dicho; pero los pobres fueron en este beneficio más privilegiados y evangelizados, porque ellos de ordinario están más dispuestos, como quien tiene menos pecados y mayores luces por estar los entendimientos despejados y libres de afanes para recibirlas y admitir la doctrina. Son asimismo más humildes y aplicados al rendimiento de la voluntad y discurso y a otras obras honestas y virtuosas; y como en estos tres años no usaba Cristo Señor nuestro del magisterio público y doctrina, ni enseñaba con potestad manifiesta y con la confirmación de los milagros, allegábase más a los humildes y pobres, que con menos fuerza de enseñanza se reducen a la verdad. Pero con todo eso la antigua serpiente estuvo muy atenta a muchas obras de las que hacían Jesús y María santísimos, porque no todas le fueron ocultas, aunque sí el poder con que las hicieron. Reconoció que con sus palabras y exhortaciones muchos pecadores se reducían a penitencia, enmendaban sus vidas y salían de su tiránico dominio, otros es mejoraban mucho en la virtud y en todos cuantos oían a los Maestros de la vida reconocía el común enemigo gran mudanza y novedad.

929. Y lo que más le alteró fue lo que sucedía con muchos que a la hora de la muerte intentaba derribar y no podía; antes bien, como esta bestia –¡qué cruel y sagaz!– acomete en aquella última hora con mayor saña a las almas, sucedía muchas veces que si el dragón cruento había llegado al enfermo y después entraban Cristo nuestro Señor o su Madre santísima, sentía el demonio una virtud poderosa que le arrojaba con todos sus ministros hasta el profundo de las cavernas eternales, y si primero habían llegado adonde estaba el enfermo los reyes del cielo Jesús y María, no podían los demonios acercarse al aposento, ni tenían parte en el que así moría con esta ayuda. Y como este dragón sentía la virtud divina e ignoraba la causa, concibió furiosa alteración y rabia y trató de poner remedio en este daño que sentía; y sobre todo esto sucedió lo que diremos en el capítulo siguiente, por no alargarme más en éste.

Doctrina de la Reina del cielo María santísima.

930. Hija mía, con la inteligencia que te doy de las obras misteriosas de mi Hijo santísimo y mías, te veo admirada porque, siendo tan poderosas para reducir los corazones de los mortales, hayan estado muchas de ellas ocultas hasta ahora. Pero tu admiración no ha de ser de la que los hombres ignoran de estos misterios, sino que habiendo conocido tantos de la vida y obras de mi Señor y suyo los tengo tan olvidados y despreciados. Si no fueran de pesados corazones, si atendieran con afecto a las verdades divinas, poderosos motivos tienen en la vida de mi Hijo y mía con lo que de ella saben para ser agradecidos. Por los artículos de la santa fe católica y por tantas verdades divinas como les enseña y propone la Iglesia santa, se pudieran reducir muchos mundos; pues por ellas conocen que el Unigénito del eterno Padre se vistió de la forma de siervo en carne mortal para redimirnos con afrentosa muerte de cruz y les adquirió la vida eterna, dando la suya temporal, y revocándolos de la muerte del infierno. Y si este beneficio se tomara a peso, y los mortales no fueran tan ingratos con su Dios y Reparador y tan crueles consigo mismos, ninguno perdiera la ocasión de su remedio, ni se entregara a la condenación eterna; pues admírate, carísima, y llora con llanto irreparable la perdición formidable de tantos necios e ingratos y olvidados de Dios, de lo que le deben y de sí mismos.

931. Otras veces te he dicho que el número de estos infelices prescitos es tan grande y el de los que se salvan tan pequeño, que no es conveniente declararle más en particular, porque si lo entendieras y eres hija verdadera de la Iglesia v esposa de Cristo mi Hijo y Señor, habías de morir con el dolor dé tal desdicha; pero lo que puedes saber es que toda esta perdición y los daños que padece el pueblo cristiano en el gobierno y en otras cosas que le afligen, así en las cabezas como en los miembros de este cuerpo místico de los eclesiásticos como de los seglares, todo se origina y redunda del olvido y desprecio que tienen de la vida de Cristo y de las obras de la redención humana. Y si en esto se tomara algún medio para despertar su memoria y agradecimiento y procedieran como hijos fieles y reconocidos a su Hacedor y Reparador y a mí que soy su intercesora, se aplacara la indignación del justo Juez y tuviera algún remedio la general ruina, azote de los católicos, y se aplacara el eterno Padre, que justamente vuelve por la honra de su Hijo y castiga con más rigor a los siervos que saben la voluntad de su Señor y no la cumplen.

932. Encarecen mucho los fieles en la Iglesia santa el pecado de los judíos incrédulos en quitar la vida a su Dios y Maestro, y es así que fue gravísimo y mereció los castigos de aquel ingrato pueblo; pero no advierten los católicos que sus pecados tienen otras condiciones en que exceden a los que cometieron los judíos, pues aunque su ignorancia fue culpable al fin la tuvieron de la verdad, y entonces el Señor se les entregó de voluntad, permitiendo que obrasen las tinieblas y su potestad, en que por sus culpas estaban los judíos oprimidos; pero hoy los católicos no tienen esta ignorancia, antes están en medio de la luz y con ella conocen y penetran los misterios divinos de la encarnación y redención, y la santa Iglesia está fundada, amplificada e ilustrada con maravillas, con santos, con las Escrituras, y conoce y confiesa las verdades que los otros no alcanzaron, y con todo este cúmulo de favores, beneficios, ciencia y luz, viven muchos como infieles o como si no tuvieran a los ojos tantos motivos que los despierten y obliguen y tantos castigos que los atemoricen. ¿Pues cómo pueden con estas condiciones imaginar que otros pecados han sido mayores y más graves que los suyos? ¿Y cómo no temen que su castigo será más lamentable? Oh hija mía, pondera mucho esta doctrina y teme con temor santo; humíllate hasta el polvo y reconócete por la inferior de las criaturas delante el Altísimo; mira las obras de tu Redentor y Maestro, encamínalas y aplícalas a tu justificación con dolor y penitencia de tus culpas; imítame y sigue mis caminos como en la divina luz los conoces. Y no sólo quiero que trabajes para ti sola, sino también para tus hermanos; y esto ha de ser pidiendo y padeciendo por ellos y amonestando con caridad a los que pudieres, supliendo con ella lo que no te hubieren obligado; y procura mostrarte más en solicitar el bien de quien te ofendiere, sufriendo a todos, humillándote hasta los más ínfimos y a los necesitados en la hora de la muerte, como tienes orden de hacerlo, sé solícita en ayudarles con fervorosa caridad y firme confianza.
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MensajePublicado: Mar Jul 14, 2009 9:53 pm    Asunto:
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CAPITULO 20

Convoca Lucifer un conciliábulo en el infierno para tratar de impedir las obras de Cristo nuestro Redentor y de su Madre santísima.

933. No estaba el tiránico imperio de Lucifer en el mundo tan pacífico, después que se obró en él la encarnación del Verbo divino, como en los siglos pasados había estado, porque, desde la hora que descendió del cielo el Hijo del eterno Padre y tomó carne en el tálamo virginal de María santísima, sintió este fuerte armado otra mayor fuerza de causa más poderosa que le oprimía y aterraba, como queda dicho en su lugar;y después sintió la misma cuando el infante Jesús y su Madre entraron en Egipto, como también he referido; y en otras muchas ocasiones fue oprimido y vencido este dragón con la virtud divina por mano de nuestra gran Reina. Y juntándose a estos sucesos la novedad que sintió con las obras que comenzó a ejecutar nuestro Salvador, que en el capítulo pasado se han referido, todo junto vino a engendrar en esta antigua serpiente grandes sospechas y recelos de haber alguna otra causa grande en el mundo. Pero como para él era tan oculto este sacramento de la redención humana, andaba alucinado en su furor, sin atinar con la verdad, no obstante que desde su caída del cielo estuvo siempre sobresaltado y vigilante para rastrear cuándo y cómo bajaba el Verbo eterno a tomar carne humana, porque esta obra maravillosa era la que más temía su arrogancia y soberbia. Y este cuidado le obligó a juntar tantos consejos como en esta Historia he referido y los que adelante diré

934. Hallándose, pues, lleno de confusión este enemigo con lo que le sucedía a él y a sus ministros con Jesús y María, confirió consigo mismo en qué virtud le arrojaban y oprimían cuando intentaba llegar a pervertir a los que estaban agonizando o vecinos a la muerte y lo demás que sucedía con la asistencia de la Reina del cielo, y como no pudo investigar el secreto determinó consultar a sus mayores ministros de las tinieblas, que en astucia y malicia eran más eminentes. Dio un bramido o voz muy tremenda en el infierno, al modo que entre los demonios se entienden, y con ella los convocó a todos, por la subordinación que con él tienen; y estando todos juntos les hizo un razonamiento y les dijo: Ministros y compañeros míos, que siempre habéis seguido mi justa parcialidad, bien sabéis que en el primer estado que nos puso el Criador de todas las cosas le reconocimos por causa universal de todo nuestro ser y así le respetamos; pero luego que en agravio de nuestra hermosura y eminencia, que tiene tanta deidad, nos puso precepto que adorásemos y sirviésemos a la persona del Verbo en la forma humana que quería tomar, resistimos a su voluntad, porque no obstante que yo conociese le debía esta reverencia como a Dios, pero siendo juntamente hombre de naturaleza vil y tan inferior a la mía, no pude sufrir la sujeción a él y que no se hiciese conmigo lo que se determinaba hacer con aquel hombre. Y no sólo nos mandó adorarle a él, pero también reconocer por superiora a una mujer, que había de ser pura criatura terrena, por Madre suya. Estos agravios tan injuriosos reconocí yo y vosotros conmigo, y nos opusimos a ellos y determinamos resistir a esta obediencia y por ello fuimos castigados con el infeliz estado y penas que padecemos. Pero aunque estas verdades las conocemos y con terror las confesamos aquí entre nosotros, no conviene hacerlo delante de los hombres, y así os lo mando, para que no puedan conocer nuestra ignorancia y flaqueza.

935. Pero si este hombre y Dios que ha de ser y su Madre han de causar nuestra ruina, claro está que su venida al mundo ha de ser nuestro mayor tormento y despecho, y que por esto he de trabajar con todo mi poder para impedirlo y destruirlos, aunque sea pervirtiendo y trasegando todo el orbe de la tierra. Hasta ahora ya conocéis cuán invencibles han sido mis fuerzas, pues tanta parte del mundo obedece mi imperio y le tengo sujeto a mi voluntad y astucia; pero de algunos años a esta parte os he visto en muchas ocasiones oprimidos, arrojados y algo debilitados y vuestras fuerzas enflaquecidas y yo siento una potencia superior que parece me ata y me acobarda. He discurrido por todo el mundo algunas veces con vosotros, procurando saber si en él hay alguna novedad a que atribuir esta pérdida y opresión que sentimos y si acaso está en él este Mesías prometido al pueblo escogido de Dios; y no sólo no le hallamos en toda la tierra, pero no descubrimos indicios ciertos de su venida y de la ostentación y ruido que hará entre los hombres. Con todo eso me recelo que ya se acercan los tiempos de venir del cielo a la tierra; y así conviene que todos nos esforcemos con grande saña para destruirle a él y a la mujer que escogiere por su Madre, y a quien más en esto trabajare le daré mayor premio de agradecimiento. Hasta ahora en todos los hombres hallo culpas y efectos de ellas y ninguno descubre la majestad y grandeza que traerá el Verbo humanado para manifestarse a los hombres y obligará a todos los mortales que le adoren y ofrezcan sacrificios y reverencia. Y ésta será la señal infalible de su venida al mundo, en que reconoceremos su persona y en que no le tocará la culpa ni los efectos que causan los pecados en los mortales hijos de Adán.

936. Por estas razones –prosiguió Lucifer– es mayor mi confusión; porque si no ha bajado al mundo el Verbo eterno, no puedo alcanzar la causa de estas novedades que sentimos, ni conozco de quién sale esta virtud y fuerza que nos quebranta. ¿Quién nos desterró y arrojó de todo Egipto? ¿Quién derribó aquellos templos y arruinó a los ídolos de aquella tierra donde estábamos adorados de sus moradores? ¿Quién ahora nos oprime en tierra de Galilea y sus confines y nos impide que no lleguemos a pervertir muchos hombres a la hora de su muerte? ¿Quién levanta del pecado a tantos como se salen de nuestra jurisdicción y hace que otros mejoren sus vidas y traten del reino de Dios? Si este daño persevera para nosotros, gran ruina y tormento se nos puede seguir de esta causa que no alcanzamos. Necesario es atajarle y reconocer de nuevo si en el mundo hay algún gran Profeta o Santo que nos comienza a destruir; pero yo no he descubierto alguno a quien atribuir tanta virtud; sólo con aquella mujer nuestra enemiga tengo un mortal odio, y más después que la perseguimos en el templo y después en su casa de Nazaret, porque siempre hemos quedado vencidos y aterrados de la virtud que la guarnece y con ella nos ha resistido invencible y superior a nuestra malicia y jamás he podido rastrear su interior ni tocarla en su persona. Esta tiene un hijo, y los dos asistieron a la muerte de su padre y no pudimos todos nosotros llegar adonde estaban. Gente pobre es y desechada y ella es una mujercilla escondida y desvalida, pero sin duda presumo que hijo y madre son justos, porque siempre he procurado inclinarlos a los vicios comunes a los hombres y jamás he podido conseguir de ellos el menor desorden ni movimiento vicioso, que en todos los demás son tan ordinarios y naturales. Y conozco que el poderoso Dios me oculta el estado de estas dos almas, y el haberme celado si son justas o pecadoras, sin duda tiene algún misterio oculto contra nosotros; y aunque también en algunas ocasiones nos ha sucedido con otras almas escondérsenos el estado que tienen, pero han sido muy raras y no tanto como ahora; y cuando este hombre no sea el Mesías prometido, por lo menos serán justos y enemigos nuestros y esto basta para que los persigamos y procuremos derribar y descubrir quiénes son. Seguidme todos en esta empresa con grande esfuerzo, que yo seré el primero contra ellos.

937. Con esta exhortación remató Lucifer su largo razonamiento, en que propuso a los demonios otras muchas razones y consejos de maldad que no es necesario referir, pues en esta Historia trataré más de estos secretos, sobre lo que dejo dicho, para conocer la astucia de la venenosa serpiente. Salió luego del infierno este príncipe de las tinieblas siguiéndole innumerables legiones de demonios, y derramándose por todo el mundo le rodearon muchas veces discurriendo por él e inquiriendo con su malicia y astucia los justos que había y tentando los que conocieron y provocándolos a ellos y a otros a maldades fraguadas en la malicia de estos enemigos; pero la sabiduría de Cristo Señor nuestro ocultó su persona y la de su Madre santísima muchos días de la soberbia de Lucifer y no permitió que las viesen ni conociesen, hasta que Su Majestad fue al desierto, donde disponía y quería ser tentado después de su largo ayuno, y entonces le tentó Lucifer, como diré adelante en su lugar.

938. Y cuando en el infierno se congregó este conciliábulo, como todo era patente a Cristo nuestro divino Maestro, hizo Su Majestad especial oración al Padre eterno contra la malicia del dragón; y en esta ocasión, entre otras peticiones, rogó y pidió diciendo: Eterno Dios altísimo y Padre mío, yo te adoro y engrandezco tu ser infinito e inmutable y te confieso por inmenso y sumo bien, a cuya divina voluntad me ofrezco en sacrificio para vencer y quebrantar las fuerzas infernales y sus consejos de maldad contra mis criaturas; yo pelearé por ellas contra mis enemigos y suyos y con mis obras y victorias del dragón les dejaré esfuerzo y ejemplo de lo que contra él han de obrar, y su malicia quedará más débil para ofender a los que me sirvieren de corazón. Defiende, Padre mío, a las almas de los engaños y crueldad antigua de la serpiente y sus secuaces y concede a los justos la virtud poderosa de tu diestra, para que por mi intercesión y muerte alcancen victoria de sus tentaciones y peligros. Nuestra gran Reina y Señora tuvo al mismo tiempo conocimiento de la maldad y consejos de Lucifer y vio en su Hijo santísimo todo lo que pasaba y la oración que hacía, y como coadjutora de estos triunfos hizo la mismo oración y peticiones con su Hijo al eterno Padre. Concedióla el Altísimo, y en esta ocasión alcanzaron Jesús y María dulcísimos grandes auxilios y premios que prometió el Padre para los que pelearen contra el demonio, invocando el nombre de Jesús y de María; de suerte que el que los pronunciare con reverencia y fe oprimirá a los enemigos infernales y los ahuyentará y arrojará de sí en virtud de la oración y de las victorias y triunfos que alcanzaron Jesucristo nuestro Salvador y su Madre santísima. Y de la protección que nos ofrecieron y dejaron contra este soberbio gigante y con este remedio y tantos como acrecentó este Señor en su santa Iglesia, ninguna excusa tenemos si no peleamos legítima y esforzadamente, venciendo al demonio, como enemigo de Dios eterno y nuestro, siguiendo a nuestro Salvador e imitando su ejemplar vencimiento respectivamente.

Doctrina de la Reina del cielo María santísima.

939. Hija mía, llora siempre con amargura de dolor la dura pertinacia y ceguedad de los mortales, para entender y conocer la protección amorosa que tienen en mi Hijo dulcísimo y en mí para todos sus trabajos y necesidades. No perdonó mi Señor diligencia alguna, no perdió ocasión en que pudiera granjearles tesoros inestimables, que dejase de hacerlo; congrególes el valor infinito de sus merecimientos en la santa Iglesia, el esencial fruto de sus dolores y muerte; dejóles las seguras prendas de su amor y de su gloria, fáciles y eficacísimos instrumentos para que todos estos bienes los gozasen y aplicasen a su utilidad y salud eterna. Ofréceles sobre esto su protección y mía, ámalos como a hijos, acarícialos como a sus queridos y amigos, llámalos con inspiraciones, convídalos con beneficios y riquezas verdaderas, espéralos como padre piadosísimo, búscalos como pastor, ayúdalos como poderoso, prémialos como infinito en riquezas, los gobierna como poderoso rey; y todos estos y otros innumerables favores que les enseña la fe, se los propone la Iglesia y los tienen a la vista; todos los olvidan y desprecian y como ciegos aman las tinieblas y se entregan al furor y saña que has conocido de tan crueles enemigos; escuchan sus fabulaciones, obedecen a su maldad, dan crédito a sus engaños y se fían y entregan a la insaciable y ardiente indignación con que los aborrece y procura su eterna muerte porque son hechuras del Altísimo, que venció y quebrantó a este cruelísimo dragón.

940. Atiende, pues, carísima, a este lamentable error de los hijos de los hombres y desembaraza tus potencias, para que ponderes la diferencia de Cristo y de Belial. Mayor es la distancia que del cielo a la tierra: Cristo es luz, verdad, camino y vida eterna, y a los que le siguen los ama con amor indefectible y les ofrece su misma vista y compañía, y en ella eterno descanso que ni ojos vieron, ni oídos oyeron, ni pudo venir en corazón humano; Lucifer es la misma tiniebla, error, engaño, infelicidad y muerte, y a sus seguidores aborrece y compele a todo mal, cuanto puede, y el fin será ardores sempiternos y penas crueles. Digan ahora los mortales si ignoran estas verdades en la Iglesia santa, que cada día se les enseña y propone; y si les dan crédito y las confiesan, ¿dónde está el juicio?, ¿quién los ha dementado?, ¿quién los olvida del mismo amor que se tienen a sí mismos?, ¿quién los hace tan crueles consigo propios? ¡Oh insania nunca bastantemente ponderada ni llorada de los hijos de Adán! ¡Que así trabajen y se desvelen toda la vida por enredarse en sus pasiones, desvanecerse en lo fabuloso y entregarse al fuego inextinguible y a la muerte y perdición eterna, como si fuera de burlas y no hubiera venido del cielo mi Hijo santísimo a morir en una cruz para merecerles este rescate! Consideren el precio, y conocerán el peso y estimación de lo que tanto costó al mismo Dios, que sin engaño lo conoce.

941. En este infelicísimo error tiene menos gravedad la culpa de los idólatras y gentiles, ni la indignación del Altísimo se convierte tanto contra ellos como contra los fieles hijos de la Iglesia santa que llegaron a conocer la luz de esta verdad; y si en el siglo presente la tienen tan oscurecida y olvidada, entiendan y conozcan que es por culpa suya y por haber dado tanta mano a su enemigo Lucifer, que con infatigable malicia en ninguna otra cosa trabaja más que en ésta, procurando quitar el freno a los hombres, para que olvidados de sus postrimerías y de los tormentos eternos que les aguardan se entregen como brutos irracionales a los deleites sensibles, y olvidándose de sí mismos, gastando la vida en bienes aparentes, bajen en un punto al infierno, como dice Job0, y como sucede en hecho de verdad a infinitos necios que aborrecen esta ciencia y disciplina. Pero tú, hija mía, déjate enseñar de mi doctrina y apártate de tan pernicioso engaño y del común olvido de los mundanos, suene siempre en tus oídos aquel despecho lamentable de los condenados, que comenzará del fin de su vida y principio de su eterna muerte, diciendo: ¡Oh insensatos de nosotros, que juzgamos por insania la vida de los justos! ¡Oh, cómo están colocados entre los hijos de Dios y tienen parte con los santas! Luego nosotros erramos el camino de la verdad y justicia1. Y no nació el sol para nosotros. Fatigámonos en el camino de la maldad y perdición y buscamos sendas dificultosas, ignorando por nuestra culpa el camino del Señor. ¿Qué nos aprovechó la soberbia? ¿Qué nos valió la jactancia de las riquezas? Todo se acabó para nosotros como sombra. ¡Oh, nunca hubiéramos nacido! Esto es, hija mía, lo que has de temer y discurrir sobre ello en tu secreto, mirando, antes que vayas y no vuelvas a aquella tierra tenebrosa, como dijo Job2, de las cavernas eternales, lo que te conviene huir del mal y alejarte de él y obrar el bien. Ejecuta viandante y por amor lo que con despecho y condenados dicen los prescitos a fuerza del castigo.
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MensajePublicado: Jue Jul 16, 2009 4:00 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 21

Habiendo recibido san Juan grandes favores de María santísima, tiene orden del Espíritu Santo para salir a predicar y primero le envía a la divina Señora una cruz que tenía.

942. En esta segunda parte comencé a decir algunos favores que hizo María santísima estando en Egipto, y después a su prima santa Isabel y a san Juan, luego que trató Herodes de quitar la vida a los niños inocentes, y cómo el futuro Precursor de Cristo, muerta su madre, perseveró en la soledad del desierto sin salir de él hasta el tiempo determinado por la divina Sabiduría, viviendo más vida angélica que humana, más de serafín que de hombre terreno. Su conversación fue con los ángeles y con el Señor de todo lo criado, y siendo éste sólo su trato y ocupación jamás estuvo ocioso, continuando el amor y ejercicio de las virtudes heroicas que comenzó en el vientre de su madre, sin que la gracia estuviese en él ociosa ni vacía un punto ni sin el lleno de perfección que con todo su conato pudo comunicar a sus obras. Nunca le embarazaron los sentidos, retirados de los objetos terrenos, que suelen ser las ventanas por donde entra la muerte al alma, disimulada en las imágenes de la hermosura mentirosa de las ciaturas. Y como el felicísimo santo fue tan dichoso que en él se anticipó la divina luz a la de este sol material, con aquélla puso en el olvido todo cuanto ésta le ofrecía y quedó su interior vista inmóvil y fijada en el objeto nobilísimo del ser de Dios y de sus infinitas perfecciones.

943. A todo humano pensamiento exceden y se levantan los favores que recibió san Juan en su soledad y retiro de la divina diestra, y su santidad y excelentísimos merecimientos se conocerán en el premio que recibió cuando lleguemos a la vista del Señor y no antes. Y porque no pertenece a esta Historia divertirme a lo que de estos misterios he conocido y los doctores santos y otros autores han escrito de las grandes prerrogativas del divino Precursor, sólo diré aquí lo que es forzoso para mi intento por lo que toca a la divina Señora, por cuya mano y su intercesión recibió grandiosos beneficios el solitario Juan. Y no fue el menor enviarle muchos días la comida por mano de los santos ángeles, como dije arriba, hasta que el niño Juan tuvo siete años, y desde esta edad hasta que tuvo nueve años le enviaba sólo pan, y a los nueve años cumplidos cesó este beneficio de la Reina; porque conoció en el Señor que era su voluntad divina y deseos del mismo santo que en lo restante comiese raíces, miel silvestre y langostas, de que se sustentó hasta que salió a la predicación; pero aunque le faltó el regalo de la comida por mano de la Reina, siempre continuó enviarle a visitar con sus ángeles para que le consolasen y diesen noticia de sus ocupaciones, empleos y de los misterios que el Verbo humanado obraba, aunque estas visitas no fueron más frecuentes que una vez cada ocho días.

944. Este gran favor, entre otros fines, fue necesario para que san Juan tolerase la soledad, no porque el horror de ella y su penitencia le causase hastío, que para hacérsela deseable y muy dulce era suficiente su admirable santidad y gracia, pero fue conveniente para que el amor ardentísimo que tenía a Cristo nuestro Señor y a su Madre santísima no le hiciese tan molesta la ausencia y privación de su conversación y vista, que deseaba como santo y agradecido. Y no hay duda que le fuera de mayor mortificación y dolor detenerse en este deseo, que sufrir las inclemencias, ayunos, penitencias y horror de las montañas, si no le recompensara la divina Señora y amantísima tía esta privación con los continuos regalos de remitirle sus ángeles, que le diesen nuevas de su amado. Preguntábales el gran solitario por el Hijo y por la Madre con las ansias amorosas de la esposa. Enviábales íntimos afectos y suspiros del corazón herido de su amor y de su ausencia, y a la divina Princesa le pedía por mano de sus embajadores que en su nombre le suplicase le enviase su bendición y le adorase y diese humilde reverencia, y en el ínterin le adoraba el mismo Juan en espíritu y verdad desde la soledad en que vivía. También pedía esto mismo a los santos ángeles que le visitaban y a los demás que le asistían. Y con estas ordinarias ocupaciones llegó el gran Precursor a la edad perfecta de treinta años, preparándole el poder divino para el ministerio que le había elegido.

945. Llegó el tiempo destinado y aceptable de la eterna Sabiduría, en que la voz del Verbo humanado, que era Juan, se oyese clamar en el desierto, como dice Isaías y lo refieren los evangelistas. Y en el año quince del imperio de Tiberio César. Y salió a la ribera del Jordán, predicando bautismo de penitencia para alcanzar remisión de los pecados y disponer y preparar los corazones para que recibiesen al Mesías prometido y esperado tantos siglos, y le señalase con el dedo para que todos pudiesen conocerle. Esta palabra y mandato del Señor entendió y conoció san Juan en un éxtasis que tuvo, donde por especial virtud o influjo del poder divino fue iluminado y prevenido con plenitud de nuevos dones de luz, gracia y ciencia del Espíritu Santo. Conoció en este rapto con más abundante sabiduría los misterios de la Redención y tuvo una visión de la divinidad abstractiva, pero tan admirable que le transformó y mudó en nuevo ser de santidad y gracia. Y en esta visión le mandó el Señor que saliese de la soledad a preparar los caminos de la predicación del Verbo humanado con la suya y que ejercitase el oficio de precursor y todo lo que a su cumplimiento le tocaba, porque de todo fue informado y para todo se le dio gracia abundantísima.

946. Salió de la soledad el nuevo predicador Juan, vestido de unas pieles de camellos, ceñido con una cinta o correa también de pieles, descalzo el pie por tierra, el rostro macilento y extenuado, el semblante gravísimo y admirable, y con incomparable modestia y humildad severa, el ánimo invencible y grande, el corazón inflamado en la caridad de Dios y de los hombres; sus palabras eran vivas, graves y abrasantes, como centellas de un rayo despedido del brazo poderoso de Dios y de su ser inmutable y divino, apacible para los mansos, amable para los humildes, terrible para los soberbios, admirable espectáculo para los ángeles y hombres, formidable para los pecadores, horrible para los demonios; y tal predicador, como instrumento del Verbo humanado y como le había menester aquel pueblo hebreo, duro, ingrato y pertinaz, con gobernadores idólatras, con sacerdotes avarientos y soberbios, sin luz, sin profetas, sin piedad, sin temor de Dios después de tantos castigos y calamidades a donde sus pecados le habían traído, y para que en tan miserable estado se le abriesen los ojos y el corazón para conocer y recibir a su Reparador y Maestro.

947. Había hecho el santo anacoreta Juan muchos años antes una grande cruz que tenia en su cabecera, y en ella hacía algunos ejercicios penales y puesto en ella oraba de ordinario en postura de crucificado. No quiso dejar este tesoro en aquel yermo y antes de salir de él se la envió a la Reina del cielo y tierra con los mismos ángeles que en su nombre le visitaban, y que la dijesen cómo aquella cruz había sido la compañía más amable y de mayor recreo que en su larga soledad había tenido, y que se la enviaba como rica joya por lo que en ella se había de obrar, que el motivo de haberla hecho era éste; y también que los mismas ángeles le habían dicho que su Hijo santísimo y Salvador del mundo oraba muchas veces puesto en otra cruz que tenía en su oratorio para este intento. Los artífices de esta cruz que tenía san Juan fueron los ángeles, que a petición suya la formaron de un árbol de aquel desierto, porque ni el santo tenía fuerzas ni instrumentos, ni los ángeles los habían menester con el imperio que tienen sobre las cosas corporales. Con este presente y embajada volvieron los santos príncipes a su Reina y Señora y ella lo recibió con dulcísimo dolor y amarga dulzura en lo íntimo de su castísimo corazón, confiriendo los misterios que muy en breve se obrarían en aquel durísimo madero, y hablando regaladamente con él le puso en su oratorio, donde le guardó toda la vida con la otra cruz que tenía del Salvador. Y después la prudentísima Señora dejó estas prendas con otras a los Apóstoles por herencia inestimable, y ellos las llevaron por algunas provincias donde predicaron el evangelio.

948. Sobre este suceso misterioso se me ofreció una duda que propuse a la Madre de sabiduría, y la dije: Reina del cielo y Señora mía, santísima entre los santos y escogida entre todas las criaturas para Madre del mismo Dios: en esto que dejo escrito se me ofrece una dificultad como a mujer ignorante y tarda y, si me dais licencia, deseo proponerla a vos, Señora, que sois maestra de la sabiduría y por vuestra dignación habéis querido hacer conmigo este oficio y magisterio, ilustrando mis tinieblas y enseñándome doctrina de vida eterna y saludable. Mi duda es por haber entendido que no sólo san Juan, pero vos mismo, Reina mía, teníais en reverencia la cruz antes que vuestro Hijo santísimo muriese en ella, y siempre he creído que, hasta aquella hora en que se obró nuestra redención en el sagrado madero, sería de patíbulo para castigar los delincuentes y por esta causa era la cruz reputada por ignominiosa y contentible, y la santa Iglesia nos enseña que todo su valor y dignidad le vino a la santa cruz del contacto que tuvo con ella nuestro Redentor y del misterio de la reparación humana que obró en ella.

Respuesta y doctrina de la Reina del cielo María santísima.

949. Hija mía, con gusto satisfaré a tu deseo y responderé a tu duda. Verdad es lo que propones, que la cruz era ignominiosas antes que mi Hijo y mi Señor la honrara y santificara con su pasión y muerte, y por esto se le debe ahora la adoración y reverencia altísima que le da la santa Iglesia; y si algún ignorante de los misterios y razones que tuve yo, y también san Juan, pretendiera dar culto y reverencia a la cruz antes de la redención humana, cometiera idolatría y error porque adoraba lo que no conocía por digno de adoración verdadera. Pero en nosotros hubo diferentes razones: la una, que teníamos infalible certeza de lo que en la cruz había de obrar nuestro Redentor; la otra, que antes de llegar a esta obra de la redención había comenzado a santificar aquella sagrada señal con su contacto, cuando se ponía y oraba en ella, ofreciéndose a la muerte de su voluntad, y el eterno Padre había aceptado estas obras y muerte prevista de mi Hijo santísimo con inmutable decreto y aprobación; y cualquier obra y contacto que tuvo el Verbo humanado era de infinito valor y con él santificó aquel sagrado madero y le hizo digno de reverencia; y cuando yo se la daba, y también san Juan, teníamos presente este misterio y verdad y no adorábamos a la cruz por sí misma y por lo material del madero, que no se le debía adoración latría hasta que se ejecutase en ella la redención, pero atendíamos y respetábamos la representación formal de lo que en ella haría el Verbo encarnado, que era el término a donde miraba y pasaba la reverencia y adoración que dábamos a la cruz; y también ahora sucede así en la que le da la santa Iglesia.

950. Conforme a esta verdad debes ahora ponderar tu obligación, y de todos los mortales, en la reverencia y aprecio de la santa cruz; porque si antes de morir en ella mi Hijo santísimo yo le imité y también su Precursor, así en el amor y reverencia como en los ejercicios que hacíamos en aquella santa señal, ¿qué deben hacer los fieles hijos de la Iglesia, después que a su Criador y Redentor le tienen crucificado a la vista de la fe y su imagen a los ojos corporales? Quiero, pues, hija mía, que tú te abraces con la cruz con incomparable estimación, te la apliques como joya preciosísima de tu Esposo y te acostumbres a los ejercicios que en ella conoces y haces, sin que jamás por tu voluntad los dejes ni olvides, si la obediencia no te los impide. Y cuando llegares a tan venerables obras, sea con profunda reverencia y consideración de la muerte y pasión de tu Señor y de tu amado. Y esta misma costumbre procura introducir entre tus religiosas, amonestándolas a ello, porque ninguna es más legítima entre las esposas de Cristo, y ésta le será de sumo agrado hecha con devoción y digna reverencia. Junto con esto, quiero de ti que a imitación del Bautista prepares tu corazón para lo que el Espíritu Santo quisiere obrar en ti para gloria suya y beneficio de otros, y cuanto es en tu afecto ama la soledad y retira tus potencias de la confusión de las criaturas, y en lo que te obligare el Señor a comunicar con ellas procura siempre tu propio merecimiento y la edificación de los prójimos, de manera que en tus conversaciones resplandezca el celo y el espíritu que vive en tu corazón. Las eminentísimas virtudes que has conocido, te sirvan de estímulo y ejemplo que imites, y de ellas y de las demás que llegaren a tu noticia en otros santos procura como diligente abeja de las flores fabricar el panal dulcísimo de la santidad y pureza que en ti quiere mi Hijo santísimo. Diferénciate en los oficios de esta avecita y de la araña, que la una su alimento convierte en suavidad y utilidad para vivos y difuntos y la otra en veneno dañoso. Coge de las flores y virtudes de los santos en el jardín de la santa Iglesia cuanto con tus débiles fuerzas, ayudadas de la gracia, pudieres imitar, y oficiosa y argumentosa procura resulte en beneficio de los vivos y difuntos, y huye del veneno de la culpa dañosa para todos.
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MensajePublicado: Lun Jul 20, 2009 3:45 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 22

Ofrece María santísima al eterna Padre a su Hijo unigénito para la redención humana, concédele en retorno de este sacrificio tina visión clara de la divinidad y despídese del mismo Hijo para ir Su Majestad a predicar al desierto.

951. El amor que nuestra gran Reina y Señora tenía a su Hijo santísimo era la regla por donde se median otros afectos y operaciones de la divina Madre, y también las pasiones y efectos de gozo y de dolor que según diferentes causas y razones padecía. Pero para medir este ardiente amor no halla regla manifiesta nuestra capacidad, ni la pueden hallar los mismos ángeles, fuera de la que conocen con la vista clara del ser divino, y todo lo demás que se puede decir por circunloquios, símiles y rodeos es lo menos que en sí comprende este divino incendio, porque le amaba como a Hijo del eterno Padre, igual con él en el ser de Dios y en sus infinitas perfecciones y atributos. Amábalo como a Hijo propio y natural, y sólo Hijo suyo en el ser humano, formado de su misma carne y sangre. Amábale, porque en este ser humano era el Santo de los Santos y causa meritoria de toda santidad. Era el especioso entre los hijos de los hombres. Era el más obediente y más Hijo de su Madre, el más glorioso honrador y bienhechor para ella, pues la levantó con ser su Hijo a la suprema dignidad entre las criaturas, la mejoró entre todas y sobre todas con los tesoros de la divinidad, con el señorío de todo lo criado, con los favores, beneficios y gracias que a ninguna otra se le pudieran dignamente conceder.

952. Estos motivos y estímulos del amor estaban depositados y como comprendidos en la sabiduría de la divina Señora, con otros muchos que sola su altísima ciencia penetraba. No tenía su corazón impedimento, porque era cándido y purísimo; no era ingrata, porque era profundísima en humildad y fidelísima en corresponder; no remisa, porque era vehemente en el obrar con la gracia y toda su eficacia; no era tarda sino diligentísima; no descuidada, porque era estudiosísima y solícita; no olvidada, porque su memoria era constante y fija en guardar los beneficios, razones y leyes del amor. Estaba en la esfera del mismo fuego en presencia del divino objeto y en la escuela del verdadero Dios de amor en compañía de su Hijo santísimo, a la vista de sus obras y operaciones, copiando aquella viva imagen, y nada le faltaba a esta finísima amante para que no llegase al modo del amor que es amar sin modo y sin medida. Estando, pues, esta luna hermosísima en su lleno, mirando al Sol de justicia de hito en hito por espacio de casi treinta años; habiéndose levantado como divina aurora a lo supremo de la luz, a lo ardiente del amoroso incendio del día clarísimo de la gracia, enajenada de todo lo visible y transformada en su querido Hijo y correspondida de su recíproca dilección, favores y regalos; en el punto más subido, en la ocasión más ardua sucedió que oyó una voz del Padre eterno que la llamaba como en su figura había llamado al patriarca Abrahán, para que le ofreciese en sacrificio al depósito de su amor y esperanza, su querido Isaac.

953. No ignoraba la prudentísima Madre que corría el tiempo, porque ya su dulcísimo Hijo había entrado en los treinta años de edad, y que se acercaba el término y plazo de la paga en que había de satisfacer por la deuda de los hombres, pero con la posesión del bien que la hacía tan bienaventurada todavía miraba como de lejos la privación aún no experimentada. Pero llegando ya la hora y estando un día en éxtasis altísimo, sintió que era llamada y puesta en presencia del trono real de la beatísima Trinidad, del cual salió una voz que con admirable fuerza la decía: María, Hija y Esposa mía, ofréceme a tu Unigénito en sacrificio. Con la fuerza de esta voz vino la luz y la inteligencia de la voluntad del Altísimo, y en ella conoció la beatísima Madre el decreto de la redención humana por medio de la pasión y muerte de su Hijo santísimo y todo lo que desde luego había de comenzar a preceder a ella con la predicación y magisterio del mismo Señor. Y al renovarse este conocimiento en la amantísima Madre sintió diversos efectos de su ánimo, de rendimiento, humildad, caridad de Dios y de los hombres, compasión, ternura y natural dolor de lo que su Hijo santísimo había de padecer.

954. Pero sin turbación y con magnánimo corazón respondió al Muy Alto y le dijo: Rey eterna y Dios omnipotente, de sabiduría y bondad infinita, todo lo que tiene ser, fuera de vos, lo recibió y lo tiene de vuestra liberal misericordia y grandeza y de todo sois Dueño y Señor independiente. Pues ¿cómo a mí, vil gusanillo de la tierra, mandáis que sacrifique y entregue a vuestra disposición divina el Hijo que con vuestra inefable dignación he recibido? Vuestro es, eterno Dios y Padre, pues en vuestra eternidad antes del lucero fue engendrado y siempre la engendráis y engendraréis por infinitos siglos; y si yo le vestí la forma de siervo en mis entrañas de mi propia sangre, si le alimenté a mis pechos, si le administré como Madre, también aquella humanidad santísima es toda vuestra, y yo lo soy, pues recibí de vos todo lo que soy y pude darle. Pues ¿qué me resta que ofreceros que no sea más vuestro que mío? Pero confieso, Rey altísimo, que con tan liberal grandeza y benignidad enriquecéis a las criaturas con vuestros infinitos tesoros, que aun a vuestro mismo Unigénito, engendrado de vuestra sustancia y la misma lumbre de vuestra divinidad, le pedís por voluntaria ofrenda para obligaros de ella. Con él me vinieron todos los bienes juntos y por su mano recibí inmensos dones y honestidad. Es virtud de mi virtud, sustancia de mi espíritu, vida de mi alma y alma de mi vida, con que me sustenta la alegría con que vivo; y fuera dulce ofrenda si le entregara sólo a vos que conocéis su estimación, pero ¡entregarle a la disposición de vuestra justicia y para que se ejecute por mano de sus crueles enemigos a costa de su vida, más estimable que todo lo criado fuera de ella! grande es, Señor altísimo, para el amor de madre la ofrenda que me pedís, pero no se haga mi voluntad sino la vuestra; consígase la libertad del linaje humano, quede satisfecha vuestra equidad y justicia, manifiéstese vuestro infinito amor, sea conocido vuestro nombre y magnificado de todas las criaturas. Yo entrego a mi querido Isaac para que con verdad sea sacrificado, ofrezco al Hijo de mis entrañas para que según el inmutable decreto de vuestra voluntad pague la deuda contraída, no por él sino por los hijos de Adán, y para que se cumpla en él todo lo que vuestros profetas por vuestra inspiración tienen escrito y declarado.

955. Este sacrificio de María santísima, con las condiciones que tuvo, fue el mayor y más aceptable para el eterno Padre de cuantos se habían hecho desde el principio del mundo, ni se harán hasta el fin, fuera del que hizo su mismo Hijo nuestro Salvador, con el cual fue uno mismo el de la Madre en la forma posible. Y si lo supremo de la caridad se manifiesta en ofrecer la vida por lo que se ama, sin duda pasó María santísima esta línea y término del amor con los hombres, tanto más cuanto amaba la vida de su Hijo santísimo más que la suya propia, que esto era sin medida, pues para conservar la vida del Hijo, si fueran suyas las de todos los hombres, muriera tantas veces y luego infinitas más. Y no hay otra regla en las criaturas por donde medir el amor de esta divina Señora con los hombres más de la del mismo Padre eterno, y como dijo Cristo Señor nuestro a Nicodemus: que de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito para que no pereciesen todos los que creyesen en él. Esto mismo parece que en su modo y respectivamente hizo nuestra Madre de misericordia y le debemos proporcionadamente nuestro rescate, pues así nos amó, que dio a su Unigénito para nuestro remedio, y si no le diera cuando el eterno Padre en esta ocasión se le pidió, no se pudiera obrar la redención humana con aquel decreto, cuya ejecución había de ser mediante el consentimiento de la Madre con la voluntad del Padre eterno. Tan obligados como esto nos tiene María santísima a los hijos de Adán.

956. Admitida la ofrenda de esta gran Señora por la beatísima Trinidad, fue conveniente que la remunerase y pagase de contado con algún favor tal que la confortase en su pena, la corroborase para las que aguardaba y conociese con mayor claridad la voluntad del Padre y las razones de lo que le, había mandado. Y estando la divina Señora en el mismo éxtasis, fue levantada a otro estado más superior, donde, prevenida y dispuesta con las iluminaciones y cualidades que en otras ocasiones he dicho, se le manifestó la divinidad con visión intuitiva y clara, donde en el sereno y luz del mismo ser de Dios conoció de nuevo la inclinación del sumo bien a comunicar sus tesoros infinitos a las criaturas racionales por medio de la redención que obraría el Verbo humanado y la gloria que de esta maravilla resultaría entre las mismas criaturas para el nombre del Altísimo. Con esta nueva ciencia de los sacramentos ocultos que conoció la divina Madre, con nuevo júbilo ofreció otra vez al Padre el sacrificio de su Hijo unigénito; y el poder infinito del mismo Señor la confortó con aquel verdadero pan de vida y entendimiento, para que con invencible esfuerzo asistiese al Verbo humanado en las obras de la redención y fuese coadjutora y cooperadora en ella, en la forma que lo disponía la infinita Sabiduría, como lo hizo la gran Señora en todo lo que adelante diré.

957. Salió de este rapto y visión María santísima; y no me detengo en declarar más las condiciones que tuvo, porque fueron semejantes a las que en otras visiones intuitivas he declarado tuvo; pero con la virtud y efectos divinos que en ésta recibió, pudo estar prevenida para despedirse de su Hijo santísimo, que luego determinó salir al bautismo y ayuno del desierto. Llamóla Su Majestad y la dijo hablándola como hijo amantísimo y con demostraciones de dulcísima compasión: Madre mía, el ser que tengo de hombre verdadero recibí de sola vuestra sustancia y sangre, de que tomé forma de siervo en vuestro virginal vientre, y después me habéis criado a vuestros pechos y alimentándome con vuestro sudor y trabajo; por estas razones me reconozco por más Hijo y más vuestro que ninguno lo fue de su madre ni lo será. Dadme vuestra licencia y beneplácito para que yo vaya a cumplir la voluntad de mi eterno Padre. Ya es tiempo que me despida de vuestro regalo y dulce compañía y dé principio a la obra de la redención humana. Acábase el descanso y llega ya la hora de comenzar a padecer por el rescate de mis hermanos los hijos de Adán. Pero esta obra de mi Padre quiero hacer con vuestra asistencia, y en ella seáis compañera y coadjutora mía, entrando a la parte de mi pasión y cruz; y aunque ahora es forzoso dejaros sola, mi bendición eterna quedará con vos y mi cuidadosa, amorosa y poderosa protección, y después volveré a que me acompañéis y ayudéis en mis trabajos, pues los he de padecer en la forma de hombre que me disteis.

958. Con estas razones echó el Señor los brazos en el cuello de la ternísima Madre, derramando entrambos muchas lágrimas con admirable majestad y severidad apacible, como maestros en la ciencia del padecer. Arrodillóse la divina Madre y respondió a su Hijo santísimo y con incomparable dolor y reverencia le dijo: Señor mío y Dios eterno, verdadero Hijo mío sois y en vos está empleado todo el amor y fuerzas que de vos he recibido y lo íntimo de mi alma está patente a vuestra divina sabiduría; mi vida fuera poco para guardar la vuestra, si fuera conveniente que muchas veces yo muriera para esto, pero la voluntad del Padre y la vuestra se han de cumplir y para esto ofrezco y sacrifico yo la mía; recibidla, Hijo mío y Dueño de todo mi ser, en aceptable ofrenda y sacrificio y no me falte vuestra divina protección. Mayor tormento fuera para mí, que padeciérades sin acompañaros en los trabajos y en la cruz. Merezca yo, Hijo, este favor, que como verdadera madre os pido en retorno de la forma humana que os di, en que vais a padecer.–Pidióle también la amantísima Madre llevase algún alimento de su casa, o que se le enviaría a donde estuviese, y nada de esto admitió el Salvador por entonces, dando luz a la Madre de lo que convenía. Salieron juntos hasta la puerta de su pobre casa, donde segunda vez le pidió ella arrodillada la bendición y le besó los pies, y el divino Maestro se la dio y comenzó su jornada para el Jordán, saliendo como buen pastor a buscar la oveja perdida y volverla sobre sus hombros al camino de la vida eterna que había perdido como engañada y errante.

959. En esta ocasión que salió nuestro Redentor a ser bautizado por san Juan, había entrado ya en treinta años de su edad, aunque fue al principio de este año, porque se fue vía recta a donde estaba bautizando el Precursor en la ribera del Jordán, y recibió de él el bautismo a los trece días después de cumplidos los veinte y nueve años, el mismo dio que lo celebra la Iglesia. No puedo yo dignamente ponderar el dolor de María santísima en esta despedida, ni tampoco la compasión del Salvador, porque todo encarecimiento y razones son muy cortas y desiguales para manifestar lo que pasó por el corazón de Hijo y Madre. Y como ésta era una de las partes de sus penas y aflicción, no fue conveniente moderar los efectos del natural amor recíproco de los Señores del mundo; dio lugar el Altísimo para que obrasen todo lo posible y compatible con la suma santidad de entrambos respectivamente. Y no se moderó este dolor con apresurar los pasos nuestro divino Maestro, llevado de la fuerza de su inmensa caridad a buscar nuestro remedio, ni el conocerlo así la amantísima Madre, porque todo esto aseguraba más los tormentos que le esperaban y el dolor de su conocimiento. ¡Oh amor mío dulcísimo!, ¿cómo no sale al encuentro la ingratitud y dureza de nuestros corazones para teneros?, ¿cómo el ser los hombres inútiles para vos, a más de su grosera correspondencia, no os embaraza? ¡Oh eterno bien y vida mía!, sin nosotros seréis tan bienaventurado como con nosotros, tan infinito en perfecciones, santidad y gloria, y nada podemos añadiros a la que tenéis con solo vos mismo, sin dependencia y necesidad de criaturas. Pues ¿por qué, amor mío, tan cuidadoso las buscáis y solicitáis?, ¿por qué tan a costa de dolores y de cruz procuráis el bien ajeno? Sin duda que vuestro incomparable amor y bondad le reputa por propio y sólo nosotros le tratamos como ajeno para vos y nosotros mismos.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

960. Hija mía, quiero que ponderes y penetres más los misterios que has escrito y los levantes de punto en tu estimación para el bien de tu alma y llegar en alguna parte a mi imitación. Advierte, pues, que en la visión de la divinidad, que yo tuve en esta ocasión que has dicho, conocí en el Señor la estimación que su voluntad santísima hacía de los trabajos, pasión y muerte de mi Hijo, y de todos aquellos que le habían de imitar y seguir en el camino de la cruz. Y con esta ciencia no sólo le ofrecí de voluntad para entregarle a la pasión y muerte, sino que supliqué al Muy Alto me hiciera compañera y partícipe de todos sus dolores, penas y pasión, y me lo concedió el eterno Padre. Y después pedí a mi Hijo y Señor que desde luego careciese yo de sus regalos interiores, comenzando a seguir sus pasos de amargura, y esta petición me inspiró el mismo Señor, porque así lo quería, y me obligó y enseñó el amor. Estas ansias de padecer y el que me tenía Su Majestad como Hijo y como Dios, me encaminaban a desear los trabajos, y porque me amó tiernamente me los concedió; que a los que ama, corrige y aflige y a mí como a Madre quiso no me faltase este beneficio y excelencia de ser en todo semejante a él, en lo que más estimaba en la vida humana. Luego se cumplió en mí esta voluntad del Altísimo y mi deseo y petición, y carecí de los favores y regalos que solía recibir y no me trató desde entonces con tanta caricia; y ésta fue una de las razones por que no me llamó Madre sino Mujer en las bodas de Caná y al pie de la cruz, y en otras ocasiones que me ejercitó con esta severidad y negándome las palabras de caricia; y estaba tan lejos de ser esto desamor, que antes era la mayor fineza de amor hacerme su semejante en las penas que elegía para sí, como herencia y tesoro estimable.

961. De aquí entenderás la común ignorancia y error de los mortales y cuán lejos van del camino y de la luz, cuando generalmente, casi todos, trabajan por no trabajar, padecen por no padecer y aborrecen el camino real y seguro de la cruz y mortificación. Con este peligroso engaño, no sólo aborrecen la semejanza de Cristo su ejemplar y la mía y se privan de ella, siendo el verdadero y sumo bien de la vida humana; pero junto con esto se imposibilitan para su remedio, pues todos están enfermos y dolientes con muchas culpas y su medicina ha de ser la pena. El pecado se comete con torpe deleite y se excluye con el dolor penal y en la tribulación los perdona el justo Juez. Con el padecer amarguras y aflicciones se enfrena el fomes del pecado, se quebrantan los bríos desordenados de las pasiones concupiscible e irascible, humíllase la soberbia y altivez, sujétase la carne, diviértese el gusto de lo malo, sensible y terreno, desengáñase el juicio, morigérase la voluntad y todas las potencias de la criatura se reducen a razón, y se moderan en sus desigualdades y movimientos las pasiones, y sobre todo se obliga el amor divino a compasión del afligido que abraza los trabajos con paciencia o los busca con deseo de imitar a mí Hijo santísimo; y en esta ciencia están recopiladas todas las buenas dichas de la criatura; los que huyen de esta verdad son locos, los que ignoran esta ciencia son estultos.

962. Trabaja, pues, hija mía carísima, por adelantarte en ella y desvélate para salir al encuentro a la cruz de los trabajos y despídete de admitir jamás consolación humana. Y para que en las del espíritu no tropieces y caigas, te advierto que en ellas también esconde el demonio un lazo, que tú no puedes ignorar, contra los espirituales; porque como es tan dulce y apetecible el gusto de la contemplación y vista del Señor y sus caricias –más o menos redunda tanto deleite y consuelo en las potencias del alma y tal vez en la parte sensitiva– suelen algunas almas acostumbrarse a él tanto que se hacen como ineptas para otras ocupaciones necesarias a la vida humana, aunque sean de caridad y trato conveniente con las criaturas, y cuando hay obligación de acudir a ellas se afligen desordenadamente y se turban con impaciencia, pierden la paz y gozo interior, quedan tristes, intratables y llenas de hastío con los demás prójimos y sin verdadera humildad ni caridad. Y cuando llegan a sentir su propio daño e inquietud, luego cargan la culpa a las ocupaciones exteriores en que los puso el mismo Señor por la obediencia o por la caridad y no quieren confesar ni conocer que la culpa consiste en su poca mortificación y rendimiento a lo que Dios ordena, y por estar asidas a su gusto. Y todo este engaño les oculta el demonio con el color del buen deseo de su quietud y retiro y del trato del Señor en la soledad, porque en esto les parece no hay que temer, que todo es bueno y santo y que el daño les resulta de lo que se le impiden como lo desean.

963. En esta culpa has incurrido tú algunas veces y quiero que desde hoy quedes advertida en ella, pues para todo hay tiempo, como dice el Sabio: para gozar de los abrazos y para abstenerse de ellos; y el determinar el trato íntimo del Señor a tiempos señalados por gusto de la criatura, es ignorancia de imperfectos y principiantes en la virtud y lo mismo el sentir mucho que le falten los regalos divinos. No te digo por esto que de voluntad busques las distracciones y ocupaciones, ni en ellas tengas tu beneplácito, que esto es lo peligroso, sino que cuando los prelados te lo ordenaren obedezcas con igualdad y dejes al Señor en tu regalo para hallarle en el trabajo útil y en el bien de tus prójimos; y esto debes anteponer a tu soledad y consolaciones ocultas que en ella recibes y sólo por éstas no quiero que la ames tanto, porque en la solicitud conveniente de prelada sepas creer, esperar y amar con fineza. Y por este medio hallarás al Señor en todo tiempo y lugar y ocupaciones, como lo has experimentado; y nunca quiero te des por despedida de su vista y presencia dulcísima y suavísima conversación, ignorando párvulamente que fuera del retiro puedes hallar y gozar del Señor, porque todo está lleno de su gloria, sin haber espacio vacío, y en Su Majestad vives, eres y te mueves, y cuando no te obligare él mismo a estas ocupaciones, gozarás de tu deseada soledad.

964. Todo lo conocerás mejor en la nobleza del amor que de ti quiero para la imitación de mi Hijo santísimo y mía; pues con él unas veces te has de regalar en su niñez, otras acompañarle en procurar la salud eterna de los hombres, otras imitándole en el retiro de su soledad, otras transfigurándote con él en nueva criatura, otras abrazando las tribulaciones y la cruz y siguiendo sus caminos y la doctrina que como divino Maestro enseñó en ella; y, en una palabra, quiero que entiendas cómo en mí fue el ejercicio o el intento más alto imitarle siempre en todas sus obras; ésta fue en mí la que mayor perfección y santidad comprendió y en esto quiero que me sigas según tus flacas fuerzas alcanzaren ayudadas de la gracia. Y para hacerlo has de morir primero a todos los efectos de hija de Adán, sin reservar en ti 'quiero o no quiero', 'admito o repruebo por éste o por aquel título', porque tú ignoras lo que te conviene y tu Señor y Esposo, que lo sabe y te ama más que tú misma, quiere cuidar de ello si te dejas toda a su voluntad. Y sólo para amarle y quererle imitar en padecer te doy licencia, pues en lo demás aventuras el apartarte de su gusto y del mío y lo harás siguiendo tu voluntad y las inclinaciones de tus deseos y apetitos. Degüéllalos y sacrifícalos todos, levántate a ti sobre ti y ponte en la habitación alta y encumbrada de tu Dueño y Señor; atiende a la luz de sus influencias y a la verdad de sus palabras de vida eterna, y para que la consigas toma tu cruz, sigue sus pisadas, camina al olor de sus ungüentos y sé oficiosa hasta alcanzarle y en teniéndole no lo dejes.
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MensajePublicado: Mar Jul 21, 2009 9:43 pm    Asunto:
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CAPITULO 23

Las ocupaciones que la Madre Virgen tenía en ausencia de su Hijo santísimo y los coloquios con sus santos ángeles.

965. Despedido el Redentor del mundo de la presencia corporal de su amantísima Madre, quedaron los sentidos de la purísima Señora como eclipsados y en oscura sombra, por habérseles traspuesto el claro sol de justicia que los alumbraba y llenaba de alegría, pero la interior vista de su alma santísima no perdió ni un solo grado de la divina luz que la bañaba toda y levantaba sobre el supremo amor de los más encendidos serafines. Y como todo el empleo principal de sus potencias, en ausencia de la humanidad santísima, había de ser sólo el objeto incomparable de la divinidad, dispuso todas sus ocupaciones de manera que, retirada en su casa sin trato ni comercio de criaturas, pudiese vacar a la contemplación y alabanzas del Señor y entregarse toda a este ejercicio, oraciones y peticiones, para que la doctrina y semilla de la palabra que el Maestro de la vida había de sembrar en los corazones humanos, no se malograse por la dureza de su ingratitud, sino que diese copioso fruto de vida eterna y salud de sus almas. Y con la ciencia que tenía de los intentos que llevaba el Verbo humanado, se despidió la prudentísima Señora de hablar a criatura humana, para imitarle en el ayuno y soledad del desierto, como adelante diré, porque en todo fue viva estampa de sus obras, ausente y presente.

966. En estos ejercicios se ocupó la divina Señora, sola en su casa, los días que su Hijo santísimo estuvo fuera de ella. Y eran sus peticiones tan fervorosas que derramaba lágrimas de sangre, llorando los pecados de los hombres. Hacía genuflexiones y postraciones en tierra más de doscientas veces cada día, y este ejercicio amó y repitió grandemente toda su vida, como índice de su humildad y caridad, reverencia y culto incomparables, y de esto hablaré muchas veces en el discurso de esta Historia. Con estas obras ayudaba y cooperaba con su Hijo santísimo y nuestro Reparador en la obra de la redención, cuando estaba ausente, y fueron tan poderosas y eficaces con el eterno Padre, que por los méritos de esta purísima Madre y por estar ella en el mundo olvidó el Señor –a nuestro modo de entender– los pecados de todos los mortales, que entonces desmerecían la predicación y doctrina de su Hijo santísimo. Este óbice quitó María santísima con sus clamores y ferviente caridad. Ella fue la medianera que nos granjeó y mereció el ser enseñados de nuestro Salvador y Maestro y que se nos diese y recibiésemos la ley del evangelio de la misma boca del Redentor.

967. El tiempo que le quedaba a la gran Reina después que descendía de lo más alto y eminente de la contemplación y peticiones, gastaba en conferencias y coloquios con sus santos ángeles, a quienes el mismo Salvador había mandado de nuevo que la asistiesen en forma corporal todo el tiempo que estuviese ausente y en aquella forma sirviesen a su tabernáculo y guardasen la ciudad santa de su habitación. En todo obedecían los ministros diligentísimos del Señor y servían a su Reina con admirable y digna reverencia. Pero como el amor es tan activo y poco paciente de la ausencia y privación del objeto que tras de sí le lleva, no tiene mayor alivio que hablar de su dolor y repetir sus justas causas, renovando las memorias de lo amado, refiriendo sus condiciones y excelencias; y con estas conferencias entretiene sus penas y engaña o divierte su dolor, sustituyendo por su original las imágenes que dejó en la memoria el bien amado. Esto mismo le sucedía a la amantísima Madre del sumo y verdadero bien, su Hijo santísimo, porque, mientras estaban anegadas sus potencias en el inmenso piélago de la divinidad, no sentía la falta de la presencia corporal de su Hijo y Señor, pero cuando volvía al uso de los sentidos, acostumbrados a tan amable objeto y que se hallaban sin él, sentía luego la fuerza impaciente del amor más intenso, casto y verdadero que puede imaginar ninguna criatura; porque no fuera posible a la naturaleza padecer tanto dolor y quedar con vida, si no fuera divinamente confortada.

968. Y para dar algún ensanche al natural dolor del corazón se convertía a los santos ángeles y les decía: Ministros diligentes del Altísimo, hechuras de las manos de mi amado, amigos y compañeros míos, dadme noticia de mi Hijo querido y de mi Dueño; decidme dónde vive y decidle también cómo yo muero por la ausencia de mi propia vida. ¡Oh dulce bien y amor de mi alma! ¿Dónde está vuestra forma especiosa sobre los hijos de los hombres? ¿Dónde reclinaréis vuestra cabeza? ¿Dónde descansará de sus fatigas vuestra delicadísima y santísima humanidad? ¿Quién os servirá ahora, lumbre de mis ojos? Y ¿cómo cesarán las lágrimas de los míos sin el claro sol que los alumbraba? ¿Dónde, Hijo mío, tendréis algún reposo? Y ¿dónde le hallará esta sola y pobre avecilla? ¿Qué puerto tomará esta navecilla combatida en soledad de las olas del amor? ¿Dónde hallaré tranquilidad? ¡Oh Amado de mis deseos, olvidar vuestra presencia que me daba vida no es posible! Pues ¿cómo lo será el vivir con su memoria sin tener la posesión? ¿Qué haré? ¡Oh! ¿quién me consolará y hará compañía en mi amarga soledad? Pero ¿qué busco y qué hallaré entre las criaturas, si sólo vos me faltáis, que sois el todo y solo a quien ama mi corazón? Espíritus soberanos, decidme qué hace mi Señor y mi querido, contadme sus ocupaciones exteriores y de las interiores no me ocultéis nada de lo que os fuere manifiesto en el espejo de su ser divino y de su cara; referidme todos sus pasos para que yo los siga y los imite.

969. Obedecieron los santos ángeles a su Reina y Señora y la consolaron en el dolor de sus endechas amorosas, hablándole del Muy Alto y repitiéndole grandiosas alabanzas de la humanidad santísima de su Hijo y sus perfecciones, y luego le daban noticia de todas las ocupaciones, obras y lugares donde estaba; y esto hacían iluminando su entendimiento al mismo modo que un ángel superior a otro inferior, porque éste era el orden y forma espiritual con que confería y trataba con los ángeles interiormente, sin embarazo del cuerpo y sin uso de los sentidos; y de esta manera la informaban los divinos espíritus cuándo el Verbo humanado oraba retirado, cuándo enseñaba a los hombres, cuándo visitaba a los pobres y hospitales y otras acciones que la divina Señora ejecutaba a su imitación, en la forma que le era posible, y hacía magníficas y excelentes obras, como adelante diré, y con esto descansaba en parte su dolor y pena.

970. Enviaba también algunas veces a las mismos ángeles para que en su nombre visitasen a su dulcísimo Hijo y les decía prudentísimas razones de gran peso y reverencial amor y solía darles algún paño o lienzo aliñado de sus manos, para que limpiasen el venerable rostro del Salvador, cuando en la oración le veían fatigado y sudar sangre; porque conocía la divina Madre que tendría esta agonía y más cuanto se iba más empleando en las obras de la redención. Y los ángeles obedecían en esto a su Reina con increíble reverencia y temor, porque conocían era voluntad del mismo Señor, por el deseo amoroso de su Madre santísima. Otras veces, por aviso de los mismos ángeles o por especial visión y revelación del Señor, conocía que Su Majestad oraba en los montes y hacía peticiones por los hombres, y en todo le acompañaba la misericordiosísima Señora desde su casa y oraba en la misma postura y con las mismas razones. En algunas ocasiones también le enviaba por mano de los ángeles algo de alimento que comiese, cuando sabía no había quien se lo diese al Señor de todo lo criado; aunque esto fue pocas veces, porque Su Majestad santísima, como dije en el capítulo pasado, no consintió que siempre lo hiciese su Madre santísima como lo deseaba, y en los cuarenta días del ayuno no lo hizo, porque así era voluntad del mismo Señor.

971. Ocupábase otras veces la gran Señora en hacer cánticos de alabanza y loores al Muy Alto, y éstos los hacía o por sí sola en la oración o en compañía de los santos ángeles alternando con ellos, y todos estos cánticos eran altísimos en el estilo y profundísimos en el sentido. Acudía otras veces a las necesidades de los prójimos a imitación de su Hijo: visitaba los enfermos, consolaba a los tristes y afligidos y alumbraba a los ignorantes, y a todos los mejoraba y llenaba de gracia y de bienes divinos. Y sólo en el tiempo del ayuno del Señor estuvo cerrada y retirada sin comunicar a nadie, como diré adelante. En esta soledad y retiro que estaba nuestra Reina y Maestra divina, sin compañía de humana criatura, fueron los éxtasis más continuos y repetidos, y con ellos recibió incomparables dones y favores de la divinidad, porque la mano del Señor escribía en ella y pintaba, como en un lienzo preparado y dispuesto, admirables formas y dibujos de sus infinitas perfecciones. Y con todos estos dones y gracias trabajaba de nuevo por la salud de los mortales y todo lo aplicaba y convertía a la imitación más llena de su Hijo santísimo y ayudarle como coadjutora en las obras de la redención. Y aunque estos beneficios y trato íntimo del Señor no podían estar sin grande y nuevo júbilo y gozo del Espíritu Santo, mas en la parte sensitiva padecía juntamente por lo que había deseado y pedido a imitación de Cristo nuestro Señor, como arriba dije. Y en este deseo de seguirle en el padecer era insaciable y lo pedía al Padre eterno con incesante y ardentísimo amor, renovando el sacrificio tan aceptable de la vida de su Hijo y de la suya, que por la voluntad del mismo Señor había ofrecido, y en este acto de padecer por el Amado era incesante su deseo y ansias en que estaba enardecida y padeciendo porque no padecía.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

972. Hija mía carísima, la sabiduría de la carne ha hecho a los hombres ignorantes, estultos y enemigos de Dios, porque es diabólica, fraudulenta y terrena y no se sujeta a la divina ley; y cuanto más estudian y trabajan los hijos de Adán por penetrar los malos fines de sus pasiones carnales y animales y los medios para conseguirlos, tanto más ignoran las cosas divinas del Señor para llegar a su verdadero y último fin. Esta ignorancia y prudencia carnal en los hijos de la Iglesia es más lamentable y más odiosa en los ojos del Altísimo. ¿Por qué título quieren llamarse los hijos de este siglo hijos de Dios, hermanos de Cristo y herederos de sus bienes? El hijo adoptivo ha de ser en todo lo posible semejante al natural, un hermano no es de linaje ni calidades contrarias a otro, el heredero no se llama así por cualquier parte que le toque de los bienes de su padre si no goza de los bienes y herencia principal. Pues ¿cómo serán herederos con Cristo los que sólo aman, desean y buscan los bienes terrenos y se complacen en ellos? ¿Cómo serán sus hermanos los que degeneran tanto de sus condiciones, de su doctrina y de su ley santa? ¿Cómo serán semejantes y conformes a su imagen los que la borran tantas veces y se dejan sellar muchas con la imagen de la infernal bestia?

973. En la divina luz conoces, hija mía, estas verdades y lo que yo trabajé por asimilarme a la imagen del Altísimo, que es mi Hijo y mi Señor. Y no pienses que de balde te he dado este conocimiento tan alto de mis obras, porque mi deseo es que este memorial quede escrito en tu corazón y esté pendiente siempre delante de tus ojos y con él compongas tu vida y regules tus obras todo el tiempo que te restare de vivir, que no puede ser muy larga. Y en la comunicación y trato de criaturas no te embaraces ni enredes para retardarte en mi seguimiento, déjalas, desvíalas, desprécialas en cuanto pueden impedirte, y para adelantarte en mi escuela te quiero pobre, humilde, despreciada, y abatida y en todo con alegre rostro y corazón. No te pagues de los aplausos y afectos de nadie, ni admitas voluntad humana, que no te quiere el Muy Alto para atenciones tan inútiles ni ocupaciones tan bajas e incompatibles con el estado a donde te llama. Considera con atención humilde las demostraciones de amor que de su mano has recibido y que para enriquecerte ha empleado grandes tesoros de sus dones. No lo ignoran esto Lucifer, sus ministros y secuaces, y están armados de indignación y astucia contra ti y no dejarán piedra que no muevan para destruirte, y la mayor guerra será contra tu interior, adonde asientan la batería de su astucia y sagacidad. Vive prevenida y vigilante y cierra las puertas de tus sentidos y reserva tu voluntad, sin darle salida a cosa humana por buena y honesta que parezca, porque si en algo sisa tu amor de como Dios le quiere, ese poco que le amares menos abrirá puerta a tus enemigos. Todo el reino de Dios está dentro de ti0, allí lo tienes y lo hallarás, y el bien que deseas, y no olvides el de mi disciplina y enseñanza, escóndela en tu pecho y advierte que es grande el peligro y daño de que deseo apartarte, y que participes de mi imitación e imagen es el mayor bien que tú puedes desear, y yo estoy inclinada con entrañas de clemencia para concedértele si te dispones con pensamientos altos, palabras santas y obras perfectas que te lleven al estado en que el Todopoderoso y yo te queremos poner.
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MensajePublicado: Sab Jul 25, 2009 3:56 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 24

Llega el Salvador Jesús a la ribera del Jordán, donde le bautizó san Juan y pidió también ser bautizado del mismo Señor.

974. Dejando nuestro Redentor a su amantísima Madre en Nazaret y en su pobre morada, sin compañía de humana criatura pero ocupada en los ejercicios de encendida caridad que he referido, prosiguió Su Majestad las jornadas hacia el Jordán, donde su precursor Juan estaba predicando y bautizando cerca de Betania, la que estaba de la otra parte del río y por otro nombre se llamaba Betabara. Y a los primeros pasos que dio nuestro divino Redentor desde su casa levantó los ojos al eterno Padre y con su ardentísima caridad le ofreció todo lo que de nuevo comenzaba a obrar por los hombres: los trabajos, dolores, pasión y muerte de cruz que por ellos quería padecer, obedeciendo a la voluntad eterna del mismo Padre, y el natural dolor que sintió, como Hijo verdadero y obediente a su Madre, en dejarla y privarse de su dulce compañía que por veinte y nueve años había tenido. Iba el Señor de las criaturas solo, sin aparato, sin ostentación ni compañía, el supremo Rey de los reyes y Señor de los señores, desconocido y no estimado de sus mismos vasallos, y tan suyos que por sola su voluntad tenían el ser y conservación, y su real recámara era la extrema y suma pobreza y desabrigo.

975. Como los sagrados evangelistas dejaron en silencio estas obras del Salvador y sus circunstancias tan dignas de atención, no obstante que con efecto sucedieron, y nuestro grosero olvido está tan mal acostumbrado a no agradecer las que nos dejaron escritas, por esto no discurrimos ni consideramos la inmensidad de nuestros beneficios y de aquel amor sin tasa ni medida que tan copiosamente nos enriqueció y con tantos vínculos de oficiosa caridad nos quiso atraer a sí mismo. ¡Oh amor eterno del Unigénito del Padre! ¡Oh bien mío y vida de mi alma!, ¡qué mal conocida y peor agradecida es esta vuestra ardentísima caridad! ¿Por qué, Señor y dulce amor mío, tantas finezas, desvelos y penalidades por quien no sólo no habéis menester, pero ni ha de corresponder ni atender a vuestros favores más que si fueran engaño y burla? ¡Oh corazón humano, más rústico y feroz que de una fiera! ¿Quién te endurece tanto? ¿Quién te detiene? ¿Quién te oprime y te hace tan grave y pesado para no caminar al agradecimiento de tu Bienhechor? ¡Oh encanto y fascinación lamentable de los entendimientos de los hombres! ¿Qué letargo tan mortal es éste que padecéis? ¿Quién ha borrado de vuestra memoria verdades tan infalibles y beneficios tan memorables y vuestra propia y verdadera felicidad? Si somos de carne, y tan sensible, ¿quién nos ha hecho más insensibles y duros que los mismos riscos y peñascos inanimados? ¿Cómo no despertamos y recuperamos algún sentido con las voces que dan los beneficios de vuestra redención? A las palabras de un profeta, Ezequiel, revivieron los huesos secos y se movieron, y nosotros resistimos a las palabras y a las obras del que da vida y ser a todo. Tanto puede el amor terreno, tanto nuestro olvido.

976. Recibid, pues, ahora, oh Dueño mío y lumbre de mi alma, a este vil gusanillo que arrastrando por la tierra sale al encuentro de los hermosos pasos que dais para buscarle, con ellos levantáis en esperanza cierta de hallar en vos verdad, camino, fineza y vida eterna. No tengo, amado mío, qué ofreceros en retorno sino vuestra bondad y amor y el ser que por él he recibido, menos que vos mismo no puede ser paga de lo infinito que por mi bien habéis hecho. Sedienta de vuestra caridad salgo al camino, no queráis, Señor y Dueño mío, divertir ni apartar la vista de vuestra real clemencia de la pobre a quien buscáis con diligencias solícitas y amorosas. Vida de mi alma y alma de mi vida, ya que no fui tan dichosa que mereciese gozar de vuestra vista corporal en aquel siglo felicísimo, soy a lo menos hija de vuestra santa Iglesia, soy parte de este cuerpo místico y congregación santa de fieles. En vida peligrosa, en carne frágil, en tiempos de calamidad y tribulaciones vivo, pero clamo del profundo, suspiro de lo íntimo del corazón por vuestros infinitos merecimientos, y, para tener parte en ellos, la fe santa me los certifica, la esperanza me los asegura y la caridad me da derecho a ellos. Mirad, pues, a esta humilde esclava para hacerme agradecida a tantos beneficios, blanda de corazón, constante en el amor y toda a vuestro agrado y mayor beneplácito.

977. Prosiguió nuestro Salvador el camino para el Jordán, derramando en diversas partes sus antiguas misericordias, con admirables beneficios que hizo en cuerpos y almas de muchos necesitados, pero siempre con modo oculto, porque hasta el bautismo no se dio testimonio público de su poder divino y grande excelencia. Antes de llegar a la presencia del Bautista, envió el Señor al corazón del santo nueva luz y júbilo que mudó y elevó su espíritu, y reconociendo san Juan estos nuevos efectos dentro de sí mismo, admirado dijo: ¿Qué misterio es éste y qué presagios de mi bien?, porque desde que conocí la presencia de mi Señor en el vientre de mi madre, no he sentido tales efectos como ahora. ¿Si viene por dicha o está cerca de mí el Salvador del mundo? A esta nueva ilustración se siguió en el Bautista una visión intelectual, donde conoció con mayor claridad el misterio de la unión hipostática en la persona del Verbo, y otros de la redención humana. Y en virtud de esta nueva luz dio los testimonios que refiere el evangelista san Juan, mientras estaba Cristo nuestro Señor en el desierto y después que salió de él y volvió al Jordán: uno a la pregunta de los judíos y otro cuando dijo: Ecce Agnus Dei, etc., como adelante diré. Y aunque el Bautista había conocido antes grandes sacramentos cuando le mandó el Señor salir a predicar y bautizar, pero en esta ocasión y visión se renovaron y manifestaron con mayor claridad y abundancia y conoció que venía el Salvador del mundo al bautismo.

978. Llegó, pues, Su Majestad entre los demás y pidió a san Juan le bautizase como a uno de los otros, y el Bautista le conoció y postrado a sus pies deteniéndole le dijo: Yo he de ser bautizado, ¿y vos, Señor, venís a pedirme el bautismo? como lo refiere el evangelista san Mateo. Respondió el Salvador: Déjame ahora hacer la que deseo, que así conviene cumplir toda justicia, En esta resistencia que intentó el Bautista de bautizar a Cristo nuestro Señor y pedirle el bautismo, dio a entender que le conoció por verdadero Mesías. Y no contradice a esto lo que del mismo Bautista refiere san Juan, que dijo a los judíos: Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar en agua, me dijo: Aquel sobre quien vieres que viene el Espíritu Santo y está sobre él, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo. Y yo lo vi y di testimonio de que éste es el Hijo de Dios. La razón de no haber contradicción en estas palabras de san Juan con lo que dice san Mateo es, porque el testimonio del cielo y la voz del Padre que vino en el Jordán sobre Cristo nuestro Señor fue cuando san Juan Bautista tuvo la visión y conocimiento que queda dicho, y hasta entonces no había visto a Cristo ocularmente, y así negó que hasta entonces no le había conocido como entonces le conoció; pero como no sólo le vio corporalmente, sino con la luz de la revelación al mismo tiempo, por eso se postró a sus pies pidiendo el bautismo.

979. Acabando de bautizar san Juan a Cristo nuestro Señor, se abrió el cielo y descendió el Espíritu Santo en forma visible de paloma sobre su cabeza y se oyó la voz del Padre que dijo: Este es mi Hijo amado, en quien tengo yo mi agrado y complacencia. Esta voz del cielo oyeron muchos de los circunstantes que no desmerecieron tan admirable favor y vieron asimismo el Espíritu Santo en la forma que vino sobre el Salvador; y fue este testimonio el mayor que pudo darse de la divinidad de nuestro Redentor, así por parte del Padre que le confesaba por Hijo, como por la de la misma testificación, pues por todo se manifestaba que Cristo era Dios verdadero, igual a su eterno Padre en la sustancia y perfecciones infinitas. Y quiso el Padre ser el primero que desde el cielo testificase la divinidad de Cristo, para que en virtud de su testificación quedasen autorizadas todas cuantas después se habían de dar en el mundo. Tuvo también otro misterio esta voz del Padre, que fue como desempeño que hizo volviendo por el crédito de su Hijo y recompensándole la obra de humillarse al bautismo, que servía al remedio de los pecados, de que el Verbo humanado estaba libre, pues era impecable.

980. Este acto de humillarse Cristo nuestro Redentor a la forma de pecador, recibiendo el bautismo con los que lo eran, ofreció al Padre con su obediencia, y por ella para reconocerse inferior en la naturaleza humana común a los demás hijos de Adán y para instituir con este modo el sacramento del bautismo, que en virtud de sus merecimientos había de lavar los pecados del mundo; y humillándose el mismo Señor el primero al bautismo de las culpas, pidió y alcanzó del eterno Padre un general perdón para todos los que le recibiesen y que saliesen de la jurisdicción del demonio y del pecado y fuesen reengendrados en el nuevo ser espiritual y sobrenatural de hijos adoptivos del Altísimo y hermanos del mismo Reparador Cristo nuestro Señor. Y porque los pecados de los hombres, así los pretéritos, presentes y futuros, que tenía presentes el eterno Padre en la presencia de su sabiduría, impidieran este remedio tan suave y fácil, lo mereció Cristo nuestro Señor de justicia, para que la equidad del Padre le aceptase y aprobase dándose por satisfecho, aunque conocía cuántos de los mortales en el siglo presente y futuro habían de malograr el bautismo y otros innumerables que no le admitirían. Todos estos impedimentos y óbices removió Cristo nuestro Señor y como satisfizo, por lo que habían de desmerecer, con sus méritos y humillándose a mostrar forma de pecador siendo inocente y recibiendo el bautismo. Y todos estos misterios comprendieron aquellas palabras que respondió al Bautista: Deja ahora, que así conviene cumplir toda justicia. Y para acreditar al Verbo humanado y recompensar su humillación y aprobar el bautismo y sus efectos que había de tener, descendió la voz del Padre y la persona del Espíritu Santo y fue confesado y manifestado por Hijo de Dios verdadero, y conocieron a todas tres Personas, en cuya forma se había de dar el bautismo.

981. El gran Bautista Juan fue a quien de estas maravillas y de sus efectos alcanzó entonces la mejor parte, que no sólo bautizó a su Redentor y Maestro y vio al Espíritu Santo y el globo de la luz celestial que descendió del cielo sobre el Señor con innumerable multitud de ángeles que asistían al bautismo, oyó y entendió la voz del Padre y conoció otros misterios en la visión y revelación que queda dicha; pero sobre todo esto fue bautizado por el Redentor. Y aunque el evangelio no dice más de que lo pidió pero tampoco lo niega, porque sin duda Cristo nuestro Señor, después de haber sido bautizado dio a su Precursor el bautismo que le pidió y el que Su Majestad instituyó desde entonces, aunque su promulgación general y el uso común lo ordenó después y mandó a los apóstoles después de resucitado. Y como adelante diré, también bautizó el Señor a su Madre santísima antes de esta promulgación en que declaró la forma del bautismo que había ordenado. Así lo he entendido, y que san Juan fue el primogénito del bautismo de Cristo nuestro Señor y de la nueva Iglesia que fundaba debajo de este gran sacramento, y por él recibió el Bautista el carácter de cristiano y gran plenitud de gracias, aunque no tenía pecado original que se le perdonase, porque ya le había justificado el Redentor antes que naciera el Bautista, como en su lugar queda declarado. Y aquellas palabras que respondió el Señor: Deja ahora, que conviene cumplir toda justicia, no fue negarle el bautismo, sino dilatarle hasta que Su Majestad fuese bautizado primero y cumpliese con la justicia en la forma que se ha dicho, y luego le bautizó y dio su bendición para irse la Majestad divina al desierto.

982. Volviendo ahora a mi intento y a las obras de nuestra gran Reina y Señora, luego que fue bautizado su Hijo santísimo, aunque tenía luz divina de las acciones de Su Majestad, le dieron noticia de todo lo sucedido en el Jordán los santos ángeles que asistían al mismo Señor; y fueron de aquellos que dije en la primera parte llevaban las señales o divisas de la pasión del Salvador. Por todos estos misterios del bautismo que había recibido y ordenado y la testificación de su divinidad, hizo la prudentísima Madre nuevos himnos y cánticos de alabanza del Altísimo y del Verbo humanado y de incomparable agradecimiento; y por los actos de humildad y peticiones que hizo el divino Maestro, imitóle ella haciendo otros muchos, acompañándole y siguiéndole en todos. Pidió con fervorosísima caridad por los hombres, para que se aprovechasen del sacramento del bautismo y para su propagación por todo el mundo, y sobre estas peticiones y cánticos, que por sí misma hizo, convidó luego a los cortesanos celestiales para que la ayudasen a engrandecer a su Hijo santísimo por haberse humillado a recibir el bautismo.

Doctrina que me dio la Reina del cielo María santísima.

983. Hija mía, en las muchas y repetidas veces que te manifiesto las obras de mi Hijo santísimo que hizo por los hombres, lo que yo las agradecía y apreciaba, entenderás cuán agradable es al Muy Alto este fidelísimo cuidado y correspondencia de tu parte y los ocultos y grandes bienes que en él se encierran. Pobre eres en la casa del Señor, pecadora, párvula y desvalida como el polvo; mas con todo eso quiero de ti que tomes por tu cuenta el dar incesantes gracias al Verbo humanado por el amor que tuvo a los hijos de Adán y por la ley santa e inmaculada, eficaz y perfecta que les dio para su remedio, y en especial por la institución del santo bautismo, con cuya eficacia quedan libres del demonio y reengendrados en hijos del mismo Señor y con gracia que los hace justos y los ayuda para no pecar. Obligación común es ésta de todos, pero cuando las criaturas casi la olvidan, te la intimo yo a ti para que a imitación mía tú la procures agradecer por todos, o como si fueras tú sola deudora; pues a lo menos en otras obras del Señor lo eres, porque con ninguna otra nación se ha mostrado más liberal que lo es contigo, y en la fundación de su ley evangélica y sacramentos estuviesen presente en su memoria y en el amor con que te llamó y eligió para hija de su Iglesia y alimentarte en ella con el fruto de su sangre.

984. Y si el autor de la gracia, mi Hijo santísimo, para fundar como prudente y sabio artífice su Iglesia evangélica y asentar la primera base de este edificio con el sacramento del bautismo, se humilló, oró, pidió y cumplió toda justicia, reconociendo la inferioridad de su humanidad santísima, y siendo Dios por la divinidad no se dedignó de en cuanto hombre abatirse a la nada, de que fue criada su purísima alma y formado el ser humano, ¿cómo te debes humillar tú que has cometido culpas y eres menos que el polvo y la ceniza despreciada? Confiesa que de justicia sólo mereces el castigo y el enojo e ira de todas las criaturas, y que ninguno de los mortales que ofendieron a su Criador y Redentor puede con verdad decir que se le hace agravio o injusticia aunque le sucedan todas las tribulaciones y aflicciones del mundo desde su principio hasta el fin; y pues todos en Adán pecaron, ¿cuánto se deben humillar y sufrir cuando los toque la mano del Señor? Y si tú padecieras todas las penas de los vivientes con humilde corazón y sobre eso ejecutaras con plenitud todo lo que te amonesto, enseño y mando, siempre debes juzgarte por sierva inútil y sin provecho. Pues ¿cuánto debes humillarte de todo corazón cuando faltas en cumplir lo que debes y quedas tan atrasada en dar este retorno? Y si yo quiero que le des por ti y por los demás, considera bien tu obligación y prepara tu ánimo humillándote hasta el polvo, para no resistir ni darte por satisfecha hasta que el Altísimo te reciba por hija suya y te declare por tal en su divina presencia y vista eterna en la celestial Jerusalén triunfante.
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MensajePublicado: Dom Jul 26, 2009 1:25 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 25

Camina nuestro Redentor del bautismo al desierto, donde se ejercita en grandes victorias de las virtudes contra nuestros vicios; tiene noticia su Madre santísima y le imita en todo perfectamente.

985. Con el testimonio que la suma verdad había dado en el Jordán de la divinidad de Cristo nuestro Salvador y Maestro, quedó tan acreditada su persona y doctrina que había de predicar, que luego pudo comenzar a enseñarla y darse a conocer con ella y con los milagros, obras y vida que le habían de confirmar, para que todos le conocieran por Hijo natural del eterno Padre y por Mesías de Israel y Salvador del mundo. Con todo, no quiso el divino Maestro de la santidad comenzar la predicación ni ser reconocido por nuestro Reparador, sin haber alcanzado primero el triunfo de nuestros enemigos, mundo, demonio y carne, para que después triunfase de los engaños que siempre fraguan, y con las obras de sus heroicas virtudes nos diese las primeras lecciones de la vida cristiana y espiritual y nos enseñase a pelear y vencer en sus victorias, habiendo quebrantado primero con ellas las fuerzas de estos comunes enemigos, para que nuestra flaqueza los hallase más debilitados, si no queríamos entregarnos a ellos y restituírselas con nuestra propia voluntad. Y no obstante que Su Majestad en cuanto Dios era superior infinitamente al demonio y en cuanto hombre tampoco tenía dolo ni pecado sino suma santidad y señorío sobre todas las criaturas, quiso como hombre santo y justo vencer los vicios y a su autor, ofreciendo su humanidad santísima al conflicto de la tentación disimulando para esto la superioridad que tenía a los enemigos invisibles.

986. Con el retiro venció Cristo nuestro Señor y nos enseñó a vencer al mundo; que si bien es verdad suele dejar a los que no ha menester para sus fines terrenos y cuando no le buscan tampoco él se va tras ellos, con todo eso el que de veras le desprecia lo ha de mostrar en alejarse con el afecto y con las obras lo que le fuere posible. Venció también Su Majestad a la carne y enseñónos a vencerla con la penitencia de tan prolijo ayuno con que afligió su cuerpo inocentísimo, aunque no tenía rebeldía para el bien, ni pasiones que le inclinasen al mal. Y al demonio venció con la doctrina y verdad, como adelante diré, porque todas las tentaciones de este padre de la mentira suelen venir disfrazadas y vestidas con doloso engaño. Y el salir a la predicación y darse a conocer al mundo, no antes sino después de estos triunfos que alcanzó nuestro Redentor, es otra enseñanza y desengaño del peligro que corre nuestra fragilidad en admitir las honras del mundo, aunque sean por favores recibidos del cielo, cuando no estamos muertos a las pasiones y tenemos vencidos a nuestros comunes enemigos; porque si el aplauso de los hombres nos halla mortificados, vivos y con enemigos domésticos dentro de nosotros, poca seguridad tendrán los favores y beneficios del Señor, pues hasta los más pesados montes suele trasegar este viento de la vanagloria del mundo. Lo que a todos nos toca es conocer que tenemos el tesoro en vasos frágiles, que cuando Dios quisiere engrandecer la virtud de su nombre en nuestra flaqueza él sabe con qué medios la ha de asegurar y sacar a luz sus obras; a nosotros sólo el recato nos incumbe y pertenece.

987. Prosiguió Cristo nuestro Señor desde el Jordán su camino al desierto, sin detenerse en él, después que se despidió del Bautista, y solos le asistieron y acompañaron los ángeles, que como a su Rey y Señor le servían y veneraban con cánticos de loores divinos por las obras que iba ejecutando en remedio de la humana naturaleza. Llegó al puesto que en su voluntad llevaba prevenido, que era un despoblado entre algunos riscos y peñas secas, y entre ellas estaba una caverna o cueva muy oculta donde hizo alto y la eligió por su posada para los días de su santo ayuno. Postróse en tierra con profundísima humildad y pegóse con ella, que era siempre el proemio de que usaban Su Majestad y la beatísima Madre para comenzar a orar; confesó al eterno Padre y le dio gracias por las obras de su divina diestra y haberle dado por su beneplácito aquel puesto y soledad acomodado para su retiro, y al mismo desierto agradeció en su modo, con aceptarle, el haberle recibido para guardarle escondido del mundo el tiempo que convenía lo estuviese. Continuó Su Majestad la oración puesto en forma de cruz, y ésta fue la más repetida ocupación que en el desierto tuvo,pidiendo al eterno Padre por la salud humana, y algunas veces en estas peticiones sudaba sangre, por la razón que diré cuando llegue a la oración del huerto.

988. Muchos animales silvestres de aquel desierto vinieron a donde estaba su Criador, que algunas veces salía por aquellos campos, y allí con admirable instinto le reconocían y como en testimonio de esto daban bramidos y hacían otros movimientos; pero muchas más demostraciones hicieron las aves del cielo, que vinieron gran multitud de ellas a la presencia del Señor, y con diversos y dulces cantos le manifestaban gozo y le festejaban a su modo e insinuaban agradecimiento de verse favorecidas con tenerle por vecino del yermo y que le dejase santificado con su presencia real y divina. Comenzó Su Majestad el ayuno sin comer cosa alguna por los cuarenta días que perseveró en él, y le ofreció al eterno Padre para recompensa de los desórdenes y vicios que los hombres habían de cometer con el de la gula, aunque tan vil y abatido pero muy admitido y aun honrado en el mundo a cara descubierta; y al modo que Cristo nuestro Señor venció este vicio, venció todos los demás y recompensó las injurias que con ellos recibía el supremo Legislador y Juez de los hombres. Y según la inteligencia que se me ha dado, para entrar nuestro Salvador en el oficio de predicador y maestro y para hacer el de medianero y redentor acerca del Padre, fue venciendo todos los vicios de los mortales y recompensando sus ofensas con el ejercicio de las virtudes tan contrarias al mundo, que con el ayuno recompensó nuestra gula, y aunque esto hizo por toda su vida santísima con su ardentísima caridad, pero especialmente destinó sus obras de infinito valor para este fin mientras ayunó en el desierto.

989. Y como un amoroso padre de muchos hijos que han cometido todos grandes delitos, por los cuales merecían horrendos castigos, va ofreciendo su hacienda para satisfacer por todos y reservar a los hijos delincuentes de la pena que debían recibir, así nuestro amoroso Padre y Hermano Jesús pagaba nuestras deudas y satisfacía por ellas: singularmente en recompensa de nuestra soberbia ofreció su profundísima humildad; por nuestra avaricia, la pobreza voluntaria y desnudez de todo lo que era propio suyo; por las torpes delicias de los hombres ofreció su penitencia y aspereza, y por la ira y venganza, su mansedumbre y caridad con los enemigos; por nuestra pereza y tardanza, su diligentísima solicitud, y por las falsedades de los hombres y sus envidias ofreció en recompensa la candidísima y columbina sinceridad, verdad y dulzura de su amor y trato. Y a este modo iba aplacando el justo Juez y solicitando el perdón para los hijos bastardos inobedientes, y no sólo les alcanzó el perdón sino que les mereció nueva gracia, dones y auxilios, para que con ellos mereciésemos su eterna compañía y la vista de su Padre y suya, en la participación y herencia de su gloria por toda la eternidad. Y cuando todo esto lo pudo conseguir con la menor de sus obras, no hizo lo que nosotros hiciéramos, antes superabundó su amor en tantas demostraciones, para que no tuviera excusa nuestra ingratitud y dureza.

990. Para dar noticia de todo lo que hacía el Salvador, a su beatísima Madre pudiera bastar la divina luz y continuas visiones y revelaciones que tenía, pero sobre ellas añadía su amorosa solicitud las ordinarias legacías que con los santos ángeles enviaba a su Hijo santísimo. Y esto disponía el mismo Señor para que por medio de tan fieles embajadores oyesen recíprocamente los sentidos de los dos las mismas razones que formaban sus corazones, y así las referían los ángeles y con las mismas palabras que salían de la boca de Jesús para María y de ella para Jesús, aunque por otro modo las tenía ya entendidas y sabidas el mismo Señor y también su santísima Madre. Luego que la gran Señora tuvo noticia de que estaba nuestro Salvador en el camino del desierto y de su intento, cerró las puertas de su casa, sin que nadie entendiera que estaba en ella, y fue tal su recato en este retiro, que los mismos vecinos pensaron se había ausentado como su Hijo santísimo. Recogióse a su oratorio y en él estuvo cuarenta días y cuarenta noches sin salir de allí y sin comer cosa alguna, como sabía que tampoco lo hacía su Hijo santísimo, guardando entrambos la misma forma y rigor del ayuno. En las demás operaciones, oraciones, peticiones, postraciones y genuflexiones imitó y acompañó también al Señor sin dejar alguna; y lo que es más, que las hacía todas al mismo tiempo, porque para esto se desocupó de todo y fuera de los avisos que le daban los ángeles lo conocía con aquel beneficio, que otras veces he referido de conocer todas las operaciones del alma de su Hijo santísimo –que éste le tuvo cuando estaba presente y ausente– y las acciones corporales, que antes conocía por los sentidos cuando estaban juntos, después las conocía por visión intelectual estando ausente o se las manifestaban los ángeles santos.

991. Mientras nuestro Salvador estuvo en el desierto hacía cada día trescientas genuflexiones y postraciones y otras tantas hacía la Reina Madre en su oratorio, y el tiempo que le restaba le ocupaba de ordinario en hacer cánticos con los ángeles, como dije en el capítulo pasado. Y en esta imitación de –Cristo nuestro Señor cooperó la divina Reina a todas las oraciones e impetraciones que hizo el Salvador y alcanzó las mismas victorias de los vicios y respectivamente los recompensó con sus heroicas virtudes y con los triunfos que ganó con ellas; de manera que si Cristo como Redentor nos mereció tantos bienes y recompensó y pagó nuestras deudas condignísimamente, María santísima como su coadjutora y Madre nuestra interpuso su misericordiosa intercesión con él y fue medianera cuanto era posible a pura criatura.

Doctrina que me dio la misma Reina y Señora nuestra.

992. Hija mía, las obras penales del cuerpo son tan propias y legítimas a la criatura mortal, que la ignorancia de esta verdad y deuda y el olvido y desprecio de la obligación de abrazar la cruz tiene a muchas almas perdidas y a otras en el mismo peligro. El primer título por que los hombres deben afligir y mortificar su carne es por haber sido concebidos en pecado, y por él quedó toda la naturaleza humana depravada, sus pasiones rebeldes a la razón, inclinadas al mal y repugnando al espíritu, y dejándolas seguir su propensión llevan al alma precipitándola de un vicio en otros muchos; pero si esta fiera se refrena y sujeta con el freno de la mortificación y penalidades, pierde sus bríos y tiene superioridad la razón y la luz de la verdad. El segundo título es, porque ninguno de los mortales ha dejado de pecar contra Dios eterno y a la culpa indispensablemente ha de corresponder la pena y el castigo o en esta vida o en la otra; y, pecando juntos alma y cuerpo, en toda rectitud de justicia han de ser castigados entrambos y no basta el dolor interior si por no padecer se excusa la carne de la pena que le corresponde; y como la deuda es tan grande y la satisfacción del reo tan limitada y escasa y no sabe cuándo tendrá satisfecho al Juez aunque trabaje toda la vida, por eso no debe descansar hasta el fin de ella.

993. Y aunque sea tan liberal la divina clemencia con los hombres, que si quieren satisfacer por sus pecados con la penitencia en lo poco que pueden, no sólo se da Su Majestad por satisfecho de las ofensas recibidas, sino que sobre esto se quiso obligar con su palabra a darles nuevos dones y premios eternos, pero los siervos fieles y prudentes que de verdad aman a su Señor han de procurar añadir otras obras voluntarias; porque el deudor que sólo trata de pagar y no hacer más de lo que debe, si nada le sobra, aunque pague queda pobre y sin caudal, pues ¿qué deben hacer o esperar los que ni pagan ni hacen obras para esto? El tercer título, y que más debía obligar a las almas, es imitar y seguir a su divino Maestro y Señor; y aunque sin tener culpas ni pasiones mi Hijo santísimo y yo nos sacrificamos al trabajo y fue toda nuestra vida una continua aflicción de la carne y mortificación, y así convenía que el mismo Señor entrase en la gloria de su cuerpo y de su nombre y que yo le siguiese en todo; pues si esto hicimos nosotros, porque era razón, ¿cuál es la de los hombres en buscar otro camino de vida suave y blanda, deleitosa y gustosa, y dejar y aborrecer todas las penas, afrentas, ignominias, ayunos y mortificaciones, y que sea sólo para padecerlas Cristo mi Hijo y Señor, y para mí, y que los reos, deudores y merecedores de las penas, estén mano sobre mano entregados a las feas inclinaciones de la carne, y que las potencias que recibieron para emplearlas en servicio de Cristo mi Señor y su imitación las apliquen al obsequio de sus deleites y del demonio que los introdujo? Este absurdo tan general entre los hijos de Adán tiene muy irritada la indignación del justo Juez.

994. Verdad es, hija mía, que con las penas y aflicciones de mi santísimo Hijo se recuperaron las menguas de los merecimientos humanos, y para que yo, que era pura criatura, cooperase con Su Majestad como haciendo las veces de todas las demás, ordenó que le imitase perfecta y ajustadamente en sus penas y ejercicios; pero esto no fue para excusar a los hombres de la penitencia, antes para provocarlos a ella, pues para sólo satisfacer por ellos no era necesario padecer tanto. Y también quiso mi Hijo santísimo, como verdadero padre y hermano, dar valor a las obras y penitencias de los que le siguiesen, porque todas las operaciones de las criaturas son de poco aprecio en los ojos de Dios si no le recibieran de las que hizo mi Hijo santísimo. Y si esto es verdad en las obras enteramente virtuosas y perfectas, ¿qué será de las que llevan consigo tantas faltas y menguas, y aunque sean materia de virtudes, como de ordinario las hacéis los hijos de Adán, pues aun los más espirituales y justos tienen mucho que suplir y enmendar en sus obras? Todos estos defectos llenaron las de Cristo mi Señor, para que el Padre las recibiese con las suyas; pero quien no trata de hacer algunas, sino que se está mano sobre mano ocioso, tampoco puede aplicarse las de su Redentor, pues con ellas no tiene qué llenar y perfeccionar, sino muchas que condenar. Y no te digo ahora, hija mía, el execrable error de algunos fieles que en las obras de penitencia han introducido la sensualidad y vanidad del mundo, de manera que merecen mayor castigo por la penitencia que por otros pecados, pues juntan a las obras penales fines vanos e imperfectos, olvidando los sobrenaturales que son los que dan mérito a la penitencia y vida de gracia al alma. En otra ocasión, si fuere necesario, te hablaré en esto; ahora queda advertida para llorar esta ceguera y enseñada para trabajar, pues cuando fuera tanto como los apóstoles, mártires y confesores, todo lo debes, y siempre has de castigar tu cuerpo y extenderte a más y pensar que te falta mucho, y más siendo la vida tan breve y tú tan débil para pagar.
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MensajePublicado: Lun Jul 27, 2009 12:28 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 26

Permite Cristo nuestro Salvador ser tentado de Lucifer después del ayuno, véncele Su Majestad y tiene noticia de todo su Madre santísima.

995. En el capítulo 20 de este libro, número 937, queda advertido cómo Lucifer salió de las cavernas infernales a buscar a nuestro divino Maestro para tentarle, y que Su Majestad se le ocultó hasta el desierto, donde después del ayuno de casi cuarenta días dio permiso para que llegase el tentador, como dice el evangelio. Llegó al desierto y viendo solo al que buscaba se alborozó mucho, porque estaba sin su Madre santísima a quien él y sus ministros de tinieblas llamaban su enemiga por las victorias que contra ellos alcanzaba; y como no habían entrado en batalla con nuestro Salvador, presumía la soberbia del dragón que, ausente la Madre santísima, tenía el triunfo del Hijo seguro. Pero llegando a reconocer de cerca al combatiente, sintieron todos gran temor y cobardía, no porque le reconociesen por Dios verdadero, que de esto no tenían sospechas viéndole tan despreciado, ni tampoco por haber probado con él sus fuerzas, que sólo con la divina Señora las habían estrenado; pero el verle tan sosegado, con semblante tan lleno de majestad y con obras tan cabales y heroicas, les puso gran temor y quebranto, porque no eran aquellas acciones y condiciones como las ordinarias de los demás hombres, a quienes tentaban y vencían fácilmente. Y confiriendo este punto Lucifer con sus ministros, les dijo: ¿Qué hombre es éste tan severo para los vicios de que nosotros nos valemos contra los demás? Si tiene tan olvidado el mundo, tan quebrantada y sujeta su carne, ¿por dónde entraremos a tentarle? ¿O cómo esperaremos la victoria, si nos ha quitado las armas con que hacemos la guerra a los hombres? Mucho desconfío de esta batalla.–Tanto vale y tanto puede como esto el desprecio de lo terreno y el rendimiento de la carne, que da terror al demonio y a todo el infierno, v no se levantara tanto su soberbia, si no hallara a los hombres rendidos a estos infelices tiranos antes que llegara a tentarlos.

996. Dejó Cristo nuestro Salvador a Lucifer en su engaño de que le juzgase por puro hombre, aunque muy justo y santo, para que con esto adelantase su esfuerzo y malicia para la batalla, como lo hace cuando reconoce estas ventajas en los que quiere tentar. Y esforzándose el dragón con su misma arrogancia, se comenzó el duelo en aquella campaña del desierto con la mayor valentía que antes ni después se verá otro en el mundo entre hombres y demonios; porque Lucifer y sus aliados estrenaron todo su poder y malicia, provocándoles su misma ira y furor contra la virtud superior que reconocía en Cristo nuestro Señor; aunque Su Majestad altísima atemperó sus acciones como suma sabiduría y bondad infinita, y con equidad y peso ocultó la causa original de su poder infinito, y manifestando el que bastaba con la santidad de hombre para ganar las victorias de sus enemigos. Y para entrar como hombre en la batalla hizo oración al Padre en lo superior del espíritu, a donde no llega la noticia del demonio, y dijo a Su Majestad: Padre mío y Dios eterno, con mi enemigo entro en la batalla para quebrantar sus fuerzas y soberbia contra vos y contra mis queridas las almas; y por vuestra gloria y su bien quiero sujetarme a sufrir la osadía de Lucifer y quebrantarle la cabeza de su arrogancia, para que la hallen vencida los mortales cuando sean tentados de esta serpiente, si por su culpa no se entregaren a él. Suplícoos, Padre mío, os acordéis de mi pelea y victoria, cuando los mortales sean afligidos del enemigo común, y que alentéis su flaqueza para que en virtud de este triunfo le consigan ellos y con mi ejemplo se animen y conozcan el modo de resistir y vencer a sus enemigos.

997. A la vista de esta batalla estaban los espíritus soberanos ocultos por la disposición divina, para que no los viese Lucifer y entendiese ni rastrease entonces algo del poder divino de Cristo Señor nuestro, y todos daban gloria y alabanza al Padre y al Espíritu Santo, que en las admirables obras del Verbo humanado se complacían; y también de su oratorio lo miraba la beatísima María Señora nuestra, como diré luego. Y cuando comenzó la tentación era el día treinta y cinco del ayuno y soledad de nuestro Salvador y duró hasta que se cumplieron los cuarenta que dice el evangelio. Manifestóse Lucifer, representándose en forma humana, como si antes no le hubiera visto y conocido, y la forma que tomó para su intento fue transformándose en apariencia muy refulgente como ángel de luz; y reconociendo y pensando que el Señor con tan largo ayuno estaba hambriento, le dijo: Si eres Hijo de Dios, convierte estas piedras en pan con tu palabra. Propúsole si era Hijo de Dios, porque esto era lo que más cuidado le podía dar y deseaba algún indicio para reconocerlo, pero el Salvador del mundo le respondió sólo a las palabras: No vive el hombre con solo pare, sino también con la palabra que procede de la boca de Dios; y tomó el Salvador estas palabras del capítulo 8 del Deuteronomio. Pero el demonio no penetró el sentido en que las dijo el Señor, porque las entendió Lucifer que sin pan ni alimento corporal podía Dios sustentar la vida del hombre. Pero aunque esto era verdad y también lo significaban las palabras, el sentido del divino Maestro comprendió más, porque fue decirle: Este hombre con quien tú hablas vive en la Palabra de Dios, que es Verbo divino, a quien hipostáticamente está unido; y aunque deseaba saber esto mismo el demonio, no mereció entenderlo, porque no quiso adorarle.

998. Hallóse atajado Lucifer con la fuerza de esta respuesta y con la virtud que llevaba oculta, pero no quiso mostrar flaqueza ni desistir de la pelea. Y el Señor con su permisión dio lugar a que prosiguiese en ella y le llevase a Jerusalén, donde le puso sobre el pináculo del templo, donde se descubría gran número de gente, sin ser visto el Señor de ninguno. Y propúsole a la imaginación que si le viesen caer de tan alto sin recibir lesión, le aclamaran por grande, milagroso y santo; y luego, valiéndose también de la Escritura, le dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate de aquí abajo; que está escrito: Los ángeles te llevarán en sus palmas, como se lo ha mandado Dios, y no recibirás daño alguno. Acompañaban a su Rey los espíritus soberanos, admirados de la permisión divina en dejarse llevar corporalmente por manos de Lucifer, sólo por beneficio que de ella había de resultar a los hombres. Con el príncipe de las tinieblas fueron innumerables demonios a aquel acto, porque este día quedó el infierno casi despoblado de ellos para acudir a esta empresa. Respondió el Autor de la sabiduría: También está escrito: No tentarás a tu Dios y Señor. En estas respuestas estaba el Redentor del mundo con incomparable mansedumbre, profundísima humildad y tan superior al demonio en la majestad y entereza, que con esta grandeza y no verle en nada turbado, se turbó más aquella indoméstica soberbia de Lucifer y le fue de nuevo tormento y opresión.

999. Pero con todo eso intentó otro nuevo ingenio de acometer al Señor del mundo por ambición, ofreciéndole alguna parte de su dominio; y para esto le llevó a un alto monte, donde se descubrían muchas tierras, y alevosa y atrevidamente le dijo: Todas estas cosas que están a tu vista te daré, si postrado en tierra me adorares. ¡Exhorbitante arrogancia y más que insania, mentira y alevosía falsa, ¿porque ofreció lo que no tenía, ni podía dar a nadie; pues la tierra, los orbes, los reinos, principados, tesoros y riquezas, todo es del Señor, y Su Majestad lo da y lo quita a quien y cuando es servido y conviene; pero nunca pudo ofrecer Lucifer bien alguno que fuera suyo, aun de los bienes terrenos y temporales, y por esto son falaces todas sus promesas. A ésta que le hizo a nuestro Rey y Señor, respondió Su Majestad con imperioso poder: Vete de aquí, Satanás, que escrito está: A tu Dios y Señor adorarás y a él sólo servirás. En aquella palabra, vete Satanás, que dijo Cristo nuestro Redentor, quitó al demonio el permiso que le había dado para tentarle y con imperio poderoso dio con Lucifer y todas sus cuadrillas de mal en lo más profundo del infierno, y allí estuvieron pegados y amarrados en las más hondas cavernas por espacio de tres días sin moverse, porque no podían. Y después que se les permitió levantarse, hallándose tan quebrantados y sin fuerzas, comenzaron a sospechar que quien los había aterrado y vencido daba indicios de ser el Hijo de Dios humanado, y en estos recelos perseveraron con variedad, sin atinar del todo con la verdad hasta la muerte del Salvador. Pero despechábase Lucifer por lo mal que se había entendido en esta demanda y en su propio furor se deshacía.

1000. Nuestro divino vencedor Cristo confesó al eterno Padre y le engrandeció con divinos cánticos, con loores y nacimiento de gracias por el triunfo que le había dado del enemigo común del linaje humano; y con gran multitud de espíritus soberanos, que le cantaban dulces cánticos por esta victoria, fue restituido al desierto, y entonces le llevaban en sus palmas, aunque no lo había menester usando de su propia virtud, pero le era debido aquel obsequio de los ángeles, como en recompensa de la audacia de Lucifer en atreverse a llevar al pináculo del templo y al monte aquella humanidad santísima, donde estaba la divinidad sustancial y verdaderamente. No pudiera caer en humano pensamiento que Cristo nuestro Señor hubiera dado tal permiso a Satanás, si no lo dijera el evangelio; pero no sé cuál sea causa de mayor admiración para nosotros, que consintiese ser traído de una parte a otra por Lucifer que no le conocía, o ser vendido por Judas y dejarse recibir sacramentado de aquel mal discípulo y de tantos fieles pecadores, que conociéndole por su Dios y Señor le reciben tan injuriosamente. Lo que de cierto debe admirarnos es que lo uno y lo otro lo permitiese y lo permita ahora por nuestro bien y por obligarnos y traernos a sí con la mansedumbre y paciencia de su amor. ¡Oh dulcísimo Dueño mío, y qué suave, benigno y misericordioso sois para las almas! Con amor bajasteis del cielo a la tierra por ellas, padecisteis y disteis la vida para su salud; con misericordia las aguardáis y toleráis, las llamáis, buscáis y recibís, entráis en su pecho y sois todo para ellas y las queréis para vos; y lo que me traspasa el alma y rompe el corazón es que, atrayéndonos vuestro verdadero afecto, huimos de vos y a tan grande fineza correspondemos con ingratitudes. ¡Oh amor inmenso de mi dulce Dueño tan mal pagado y agradecido! Dad, Señor, lágrimas a mis ojos para llorar causa tan digna de ser lamentada y ayúdenme todos los justos de la tierra. Restituido Su Majestad al desierto, dice el evangelio que los ángeles le administraban y servían, porque al fin de estas tentaciones y del ayuno le sirvieron un manjar celestial para que comiese, como lo hizo, y cómo con este divino alimento recobró nuevas fueras naturales su sagrado cuerpo; y no sólo le asistieron a esta comida los santos ángeles y le dieron la norabuena, pero las aves de aquel desierto acudieron también a recrear los sentidos de su Criador humanado con cánticos y vuelos muy graciosos y concertados, y a su modo lo hicieron también las fieras de la montaña, desnudándose de su fiereza y formando agradables meneos y bramidos en reconocimiento de su Señor.

1001. Volvamos a Nazaret donde en su oratorio estaba la Princesa de los ángeles atenta al espectáculo de las batallas de su Hijo santísimo, mirándolas con divina luz por el modo que he dicho y recibiendo juntamente continuas embajadas con sus mismos ángeles, que iban y venían con ellas al Salvador del mundo. Hizo la divina Señora las mismas oraciones que su Hijo santísimo y al mismo tiempo, para entrar en el conflicto de la tentación, y peleó juntamente con el dragón, aunque invisiblemente y en espíritu, y desde su retiro, anatematizó a Lucifer y sus secuaces y los quebrantó, cooperando en todo con las acciones de Cristo nuestro Señor en favor nuestro. Y cuando conoció que el demonio llevaba al Señor de una parte a otra, lloró amargamente, porque la malicia del pecado obligaba a tal permisión y dignación del Rey de los reyes y Señor de los señores. Y en todas las victorias que alcanzaba del demonio hizo nuevos cánticos y loores a la divinidad y humanidad santísima, y estos mismos le cantaron los ángeles al Señor, y con ellos le envió la gran Reina la norabuena del vencimiento y beneficio que con él hacía a todo el linaje humano, y Su Majestad por medio de los mismos embajadores la consoló y dio también la norabuena de lo que había hecho y trabajado con Lucifer, imitando y acompañando a Su Majestad.

1002. Y porque, habiendo sido compañera fiel y partícipe del trabajo y del ayuno, era justo que lo fuese también en el consuelo, la envió el amantísimo Hijo de la comida que los ángeles le habían servido, y les mandó la llevasen y administrasen a su Madre santísima; y fue cosa admirable que gran multitud de las mismas aves que asistían a la vista del Señor se fueron tras los ángeles a Nazaret, aunque con más tardo vuelo pero muy ligero, y entraron en casa de la gran Reina y Señora del cielo y tierra, y cuando estaba comiendo el manjar que su Hijo santísimo le había remitido con los ángeles, se presentaron a ella con los mismos cánticos y gorjeos que habían hecho en presencia del Salvador. Comió la divina Señora de aquel manjar celestial, ya mejorado en todo, por venir de mano del mismo Cristo y bendito por ella, y con este alimento quedó recreada y fortalecida en los efectos de tan largo y abstinente ayuno. Dio gracias al Todopoderoso y humillóse hasta la tierra, y fueron tales y tantos los actos heroicos de virtudes en que se ejercitó esta gran Reina en el ayuno y en las tentaciones de Cristo, que no es posible reducir a palabras lo que vence a nuestro discurso v capacidad; verémoslo en el Señor curado le gocemos, y entonces le daremos la gloria y alabanza por tan inefables beneficios que le debe todo el linaje humano.

Pregunta que hice a la Reina del cielo María santísima.

1003. Reina de todos los cielos y Señora del universo, la dignación de vuestra clemencia me da confianza para que como a mi Maestra y Madre de la sabiduría os preponga una duda que se me ofrece, sobre lo que en este y otros capítulos me ha manifestado vuestra divina luz y enseñanza de este manjar celestial que los santos ángeles administraron a nuestro Salvador en el desierto, que entiendo sería de la misma condición de otros de quien tengo entendido y escrito sirvieron a Su Majestad y a vos en algunas ocasiones que por la disposición del mismo Señor os faltaba el alimento común de la tierra. Y le he llamado manjar celestial, porque no he tenido otros términos para explicarme; y no sé si éstos son a propósito, porque dudo de dónde venía esta comida y qué calidad tenía, y en el cielo no entiendo haya manjares para alimentar los cuerpos, pues allá no será necesario este modo de vida y alimento terreno. Y aunque los sentidos tengan en los bienaventurados algún objeto deleitable y sensible, y el gusto sienta algún sabor como los demás, juzgo que no es esto por comida ni alimento, sino por otro modo de redundancia de la gloria del alma, que participará el cuerpo y sus sentidos, por admirable modo cada uno, según su natural condición sensitiva, sin la imperfección y grosería que tienen ahora en la vida mortal los sentidos y las operaciones y sus objetos. De todo esto deseo ser enseñada, como ignorante, de vuestra piadosa y maternal dignación.

Respuesta y doctrina de la divina Señora.

1004. Hija mía, bien has dudado, porque es verdad que en el cielo no hay manjares ni alimento material, como lo has entendido y declarado, pero el manjar que los ángeles administraron a mi Hijo santísimo y a mí en la ocasión que has escrito con propiedad le llamas celestial; y este término te di yo para que lo declarases, porque la virtud de aquel alimento se la dieron del cielo y no de la tierra, donde todo es grosero, muy material y limitado. Y para que entiendas la condición de aquel manjar y el modo con que le forma la divina Providencia, debes advertir que cuando su dignación disponía alimentarnos y suplir la falta de otra comida con ésta que milagrosamente nos enviaba con los santos ángeles por voluntad del mismo Señor, usaba de alguna cosa material, que la más ordinaria era agua, por su claridad y simplicidad y porque el Señor para estos milagros no quiere cosas muy compuestas, otras veces era pan y algunas frutas; y a cualquiera de estas cosas daba el poder divino tal virtud y sabor, que excedía como el cielo de la tierra a todos los manjares, regalos y gustos de la tierra, y no hay en ella a qué lo comparar, porque todo es insípido y sin virtud en comparación de este manjar del cielo. Y para que lo entiendas mejor te servirán los ejemplos siguientes: el primero, del pan subcinericio que dio a Elías, y era de tal virtud que le confortó para caminar hasta el monte Oreb. El segundo, del maná, que se llama pan de ángeles, porque ellos le preparaban cuajando el vapor de la tierra 4 y así condensado y dividido en forma de granos le derramaban en ella, y tenía tanta variedad de sabores, como dicen las Escrituras, y su virtud era muy poderosa para alimentar el cuerpo. El tercer ejemplo es el milagro que hizo mi Hijo santísimo en las bodas de Caná, convirtiendo el agua en vino y dando tan excelente sabor y virtud al vino, como parece de la admiración que tuvieron los que le gustaron5.

1005. A este modo el poder divino daba virtud y gusto o sabor sobrenatural al agua, o la convertía en otro licor suavísimo y delicado, y la misma virtud daba al pan o fruta, dejándolo todo más espiritualizado; y esta comida alimentaba el cuerpo y deleitaba el sentido y reparaba las fuerzas con admirable modo, dejando a la flaqueza humana corroborada, ágil y pronta para las obras penales, y esto era sin hastío ni gravamen del cuerpo. De esta condición fue la comida que sirvieron los ángeles a mi Hijo santísimo después del ayuno y la que entonces y en otras ocasiones recibimos con mi esposo san José, que también la participaba; y con algunos amigos y siervos del Altísimo ha mostrado Su Majestad esta liberalidad, regalándolos con semejantes manjares, aunque no tan frecuentemente ni con tantas circunstancias milagrosas como sucedió con nosotros. Con esto respondo a tu duda. Advierte ahora la doctrina perteneciente a este capítulo.

1006. Y para que mejor se entienda lo que en él has escrito, quiero que adviertas tres motivos que tuvo mi Hijo santísimo, entre otros, para entrar en batalla con Lucifer y sus ministros infernales, porque esta inteligencia te dará mayor luz y esfuerzo contra ellos. El primero fue destruir el pecado y la semilla que por la caída de Adán sembró este enemigo en la naturaleza humana con los siete vicios capitales, soberbia, avaricia, lujuria y los demás, que son las siete cabezas de este dragón. Y porque fue arbitrio de Lucifer que para cada uno de estos siete pecados estuviese destinado un demonio que fuese como presidente de los demás, para hacer guerra a los hombres con estas armas, distribuyéndolas entre sí mismos y destinándose los mismos enemigos a tentar con ellas y pelear con este orden confuso de que hablaste en la primera parte6, por esto mi Hijo santísimo entró en batalla con todos estos príncipes de tinieblas y los venció y quebrantó las fuerzas a todos con el poder de sus virtudes. Y aunque en el evangelio sólo de tres tentaciones se hace mención, porque fueron más visibles y manifiestas, pero a más se extendió la batalla y el triunfo, porque a todos estos principales demonios y sus vicios venció Cristo mi Señor; y a sus vicios, la soberbia con su humildad, la ira con su mansedumbre, la avaricia con el desprecio de las riquezas, y a este modo los otros vicios y pecados capitales. Y el mayor quebranto y cobardía que cobraron estos enemigos la tuvieron después que conocieron al pie de la cruz con certeza que era Verbo humanado el que los había vencido y oprimido; y con esto desconfiaron mucho –como diré adelante7 de entrar en batalla con los hombres, si ellos se aprovecharan de la virtud y victorias de mi Hijo santísimo.

1007. El segundo motivo de su pelea fue obedecer al eterno Padre, que no sólo le mandó morir por los hombres y redimirlos con su pasión y muerte, sino también que entrase en este conflicto con los demonios y los venciese con la fuerza espiritual de sus incomparables virtudes. El tercero, y consiguiente a éstos, fue dejar a los hombres el ejemplar y enseñanza para vencer y triunfar de sus enemigos, y que ninguno de los mortales extrañase el ser tentado y perseguido de ellos, y todos tuviesen ese consuelo en sus tentaciones y peleas, que primero las padeció su Redentor y Maestro en sí mismo, aunque en algún modo fueron diferentes, pero en sustancia fueron las mismas y con mayor fuerza y malicia de Satanás. Permitió Cristo mi Señor que Lucifer estrenase el furor de sus fuerzas con Su Majestad, para que su potencia divina se las quebrantase y quedasen más débiles para las guerras que habían de hacer a los hombres, y ellos le venciesen con más facilidad si se aprovechaban del beneficio que en esto les hacía su Redentor.

1008. Todos los mortales necesitan de esta enseñanza, si han de vencer al demonio, pero tú, hija mía, más que muchas generaciones, porque la indignación de este dragón es grande contra ti, y tu naturaleza flaca para resistir si no te vales de mi doctrina y de este ejemplar. En primer lugar has de tener vencidos al mundo y a la carne: a ésta, mortificándola con prudente rigor, y al mundo, huyendo y retirándote de criaturas al secreto de tu interior; y entrambos juntos estos dos enemigos los vencerás con no salir de él, ni perder de vista el bien y luz que allí recibes y no amar cosa alguna visible más de lo que permite la caridad bien ordenada. Y en esto te renueva la memoria y el precepto estrechísimo que muchas veces te he puesto8; porque te dio el Señor natural para no amar poco, y queremos que esta condición se consagre toda por entero y con plenitud a nuestro amor, y a un solo movimiento de los apetitos no has de consentir con la voluntad por más leve que parezca, ni una acción de tus sentidos has de admitir si no fuere para la exaltación del Altísimo y para hacer o padecer algo por su amor y bien de tus prójimos. Y si en todo me obedeces, yo haré que seas guarnecida y fortalecida contra este cruel dragón, para que pelees las guerras del Señor, y penderán de ti mil escudos9 con que puedas defenderte y ofenderle. Pero siempre estarás advertida de valerte contra él de las palabras sagradas y de la divina Escritura, no atravesando razones ni muchas palabras con tan astuto enemigo; porque las criaturas flacas no han de introducir conferencias ni palabras con su mortal enemigo y maestro de mentiras, pues mi Hijo santísimo, que era poderoso y de infinita sabiduría, no lo hizo, para que con su ejemplo las almas aprendieran este recato y modo de proceder con el demonio. Armate con fe viva, esperanza cierta y caridad fervorosa de profunda humildad, que son las virtudes que quebrantan y aniquilan a este dragón, y a ellas no les osa hacer cara, huye de ellas, porque son poderosas armas para su arrogancia y soberbia.
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