Foros de discusión de Catholic.net :: Ver tema - -Florecillas de San Francisco-
Foros de discusión
El lugar de encuentro de los católicos en la red
Ir a Catholic.net


Importante: Estos foros fueron cerrados en julio de 2009, y se conservan únicamente como banco de datos de todas las participaciones, si usted quiere participar en los nuevos foros solo de click aquí.


-Florecillas de San Francisco-
Ir a página Anterior  1, 2, 3, 4  Siguiente
 
Publicar nuevo tema   Este tema está cerrado y no puede editar mensajes o responder    Foros de discusión -> Vida y escritos de los Santos
Ver tema anterior :: Ver tema siguiente  
Autor Mensaje
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Mar Ene 15, 2008 4:46 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

CONSIDERACIÓN III
Aparición del serafín
e impresión de las llagas a San Francisco





En cuanto a la tercera consideración, que es la de la aparición del serafín y de la impresión de las llagas, se ha de considerar que, estando próxima la fiesta de la cruz de septiembre (1), fue una noche el hermano León, a la hora acostumbrada, para rezar los maitines con San Francisco. Lo mismo que otras veces, dijo desde el extremo de la pasarela: Domine, labia mea aperies, y San Francisco no respondió. El hermano León no se volvió atrás, como San Francisco se lo tenía ordenado, sino que, con buena y santa intención, pasó y entró suavemente en su celda; no encontrándolo, pensó que estaría en oración en algún lugar del bosque. Salió fuera, y fue buscando sigilosamente por el bosque a la luz de la luna. Por fin oyó la voz de San Francisco, y, acercándose, lo halló arrodillado, con el rostro y las manos levantadas hacia el cielo, mientras decía lleno de fervor de espíritu:

-- ¿Quién eres tú, dulcísimo Dios mío? Y ¿quién soy yo, gusano vilísimo e inútil siervo tuyo?

Y repetía siempre las mismas palabras, sin decir otra cosa. El hermano León, fuertemente sorprendido de lo que veía, levantó los ojos y miró hacia el cielo; y, mientras estaba mirando, vio bajar del cielo un haz de luz bellísima y deslumbrante, que vino a posarse sobre la cabeza de San Francisco; y oyó que de la llama luminosa salía una voz que hablaba con San Francisco; pero el hermano León no entendía lo que hablaba. Al ver esto, y reputándose indigno de estar tan cerca de aquel santo sitio donde tenía lugar la aparición y temiendo, por otra parte, ofender a San Francisco o estorbarle en su consolación si se daba cuenta, se fue retirando poco a poco sin hacer ruido, y desde lejos esperó hasta ver el final. Y, mirando con atención, vio cómo San Francisco extendía por tres veces las manos hacia la llama; finalmente, al cabo de un buen rato, vio cómo la llama volvía al cielo.

Marchóse entonces, seguro y alegre por lo que había visto, y se encaminó a su celda. Como iba descuidado, San Francisco oyó el ruido que producían sus pies en las hojas del suelo, y le mandó que le esperase y no se moviese. El hermano León obedeció y se estuvo quieto esperándole; tan sobrecogido de miedo, que, como él lo refirió después a los compañeros, en aquel momento hubiera preferido que lo tragara la tierra antes que esperar a San Francisco, por pensar que estaría incomodado contra él; porque ponía sumo cuidado en no ofender a tan buen padre, no fuera que, por su culpa, San Francisco le privase de su compañía. Cuando estuvo cerca San Francisco, le preguntó:

-- ¿Quién eres tú?

-- Yo soy el hermano León, Padre mío -respondió temblando de pies a cabeza.

-- Y ¿por qué has venido aquí, hermano ovejuela? -prosiguió San Francisco-. ¿No te tengo dicho que no andes observándome? Te mando, por santa obediencia, que me digas si has visto u oído algo.

El hermano León respondió:

-- Padre, yo te he oído hablar y decir varias veces: «¿Quién eres tú, dulcísimo Dios mío?» y «¿Quién soy yo, gusano vilísimo e inútil siervo tuyo?»

Cayendo entonces de rodillas el hermano León a los pies de San Francisco, se reconoció culpable de desobediencia contra la orden recibida y le pidió perdón con muchas lágrimas. Y en seguida le rogó devotamente que le explicara aquellas palabras que él había oído y le dijera las otras que no había entendido.

Entonces, San Francisco, en vista de que Dios había revelado o concedido al humilde hermano León, por su sencillez y candor, ver algunas cosas, condescendió en manifestarle y explicarle lo que pedía, y le habló así:

-- Has de saber, hermano ovejuela de Jesucristo, que, cuando yo decía las palabras que tú escuchaste, mi alma era iluminada con dos luces: una me daba la noticia y el conocimiento del Creador, la otra me daba el conocimiento de mí mismo. Cuando yo decía: «¿Quién eres tú, dulcísimo Dios mío?», me hallaba invadido por una luz de contemplación, en la cual yo veía el abismo de la infinita bondad, sabiduría y omnipotencia de Dios. Y cuando yo decía: «¿Quién soy yo», etc.?, la otra luz de contemplación me hacía ver el fondo deplorable de mi vileza y miseria. Por eso decía: «¿Quién eres tú, Señor de infinita bondad, sabiduría y omnipotencia, que te dignas visitarme a mí, que soy un gusano vil y abominable?» En aquella llama que viste estaba Dios, que me hablaba bajo aquella forma, como había hablado antiguamente a Moisés. Y, entre otras cosas que me dijo, me pidió que le ofreciese tres dones; yo le respondí: «Señor mío, yo soy todo tuyo. Tú sabes bien que no tengo otra cosa que el hábito, la cuerda y los calzones, y aun estas tres cosas son tuyas; ¿qué es lo que puedo, pues, ofrecer o dar a tu majestad?» Entonces Dios me dijo: «Busca en tu seno y ofréceme lo que encuentres». Busqué, y hallé una bola de oro, y se la ofrecí a Dios; hice lo mismo por tres veces, pues Dios me lo mandó tres veces; y después me arrodillé tres veces, bendiciendo y dando gracias a Dios, que me había dado alguna cosa que ofrecerle. En seguida se me dio a entender que aquellos tres dones significaban la santa obediencia, la altísima pobreza y la resplandeciente castidad, que Dios, por gracia suya, me ha concedido observar tan perfectamente, que nada me reprende la conciencia. Y así como tú me veías meter la mano en el seno y ofrecer a Dios estas tres virtudes, significadas por aquellas tres bolas de oro que me había puesto Dios en el seno, así me ha dado Dios tal virtud en el alma, que no ceso de alabarle y glorificarle con el corazón y con la boca por todos los bienes y todas las gracias que me ha concedido. Estas son las palabras que has oído y aquel elevar las manos por tres veces que has visto. Pero guárdate bien, hermano ovejuela, de seguir espiándome; vuélvete a tu celda con la bendición de Dios. Y ten buen cuidado de mí, porque, dentro de pocos días, Dios va a realizar cosas tan grandes y maravillosas sobre esta montaña, que todo el mundo se admirará; cosas nuevas que Él nunca ha hecho con creatura alguna en este mundo.

Dicho esto, se hizo traer el libro de los evangelios, pues Dios le había sugerido interiormente que, al abrir por tres veces el libro de los evangelios, le sería mostrado lo que Dios quería obrar en él. Traído el libro, San Francisco se postró en oración; cuando hubo orado, se hizo abrir tres veces el libro, por mano del hermano León, en el nombre de la Santísima Trinidad; y plugo a la divina voluntad que las tres veces se le pusiese delante la pasión de Cristo. Con ello se le dio a entender que como había seguido a Cristo en los actos de la vida, así le debía seguir y conformarse a él en las aflicciones y dolores de la pasión antes de dejar esta vida (2).

A partir de aquel momento comenzó San Francisco a gustar y sentir con mayor abundancia la dulzura de la divina contemplación y de las visitas divinas. Entre éstas tuvo una que fue como la preparación inmediata a la impresión de las llagas, y fue de este modo: El día que precede a la fiesta de la Cruz de septiembre, hallándose San Francisco en oración recogido en su celda, se le apareció el ángel de Dios y le dijo de parte de Dios:

-- Vengo a confortarte y a avisarte que te prepares y dispongas con humildad y paciencia para recibir lo que Dios quiera hacer en ti.

Respondió San Francisco:

-- Estoy preparado para soportar pacientemente todo lo que mi Señor quiera de mí.

Dicho esto, el ángel desapareció.

Llegó el día siguiente, o sea, el de la fiesta de la Cruz (3), y San Francisco muy de mañana, antes de amanecer, se postró en oración delante de la puerta de su celda, con el rostro vuelto hacia el oriente; y oraba de este modo:

-- Señor mío Jesucristo, dos gracias te pido me concedas antes de mi muerte: la primera, que yo experimente en vida, en el alma y en el cuerpo, aquel dolor que tú, dulce Jesús, soportaste en la hora de tu acerbísima pasión; la segunda, que yo experimente en mi corazón, en la medida posible, aquel amor sin medida en que tú, Hijo de Dios, ardías cuando te ofreciste a sufrir tantos padecimientos por nosotros pecadores.

Y, permaneciendo por largo tiempo en esta plegaria, entendió que Dios le escucharía y que, en cuanto es posible a una pura creatura, le sería concedido en breve experimentar dichas cosas.





Animado con esta promesa, comenzó San Francisco a contemplar con gran devoción la pasión de Cristo y su infinita caridad. Y crecía tanto en él el fervor de la devoción, que se transformaba totalmente en Jesús por el amor y por la compasión. Estando así inflamado en esta contemplación, aquella misma mañana vio bajar del cielo un serafín con seis alas de fuego resplandecientes. El serafín se acercó a San Francisco en raudo vuelo tan próximo, que él podía observarlo bien: vio claramente que presentaba la imagen de un hombre crucificado y que las alas estaban dispuestas de tal manera, que dos de ellas se extendían sobre la cabeza, dos se desplegaban para volar y las otras dos cubrían todo el cuerpo.

Ante tal visión, San Francisco quedó fuertemente turbado, al mismo tiempo que lleno de alegría, mezclada de dolor y de admiración. Sentía grandísima alegría ante el gracioso aspecto de Cristo, que se le aparecía con tanta familiaridad y que le miraba tan amorosamente; pero, por otro lado, al verlo clavado en la cruz, experimentaba desmedido dolor de compasión. Luego, no cabía de admiración ante una visión tan estupenda e insólita, pues sabía muy bien que la debilidad de la pasión no dice bien con la inmortalidad de un espíritu seráfico. Absorto en esta admiración, le reveló el que se le aparecía que, por disposición divina, le era mostrada la visión en aquella forma para que entendiese que no por martirio corporal, sino por incendio espiritual, había de quedar él totalmente transformado en expresa semejanza de Cristo crucificado (4).

Durante esta admirable aparición parecía que todo el monte Alverna estuviera ardiendo entre llamas resplandecientes, que iluminaban todos los montes y los valles del contorno como si el sol brillara sobre la tierra. Así, los pastores que velaban en aquella comarca, al ver el monte en llamas y semejante resplandor en torno, tuvieron muchísimo miedo, como ellos lo refirieron después a los hermanos, y afirmaban que aquella llama había permanecido sobre el monte Alverna una hora o más. Asimismo, al resplandor de esa luz, que penetraba por las ventanas de las casas de la comarca, algunos arrieros que iban a la Romaña se levantaron, creyendo que ya había salido el sol, ensillaron y cargaron sus bestias, y, cuando ya iban de camino, vieron que desaparecía dicha luz y nacía el sol natural.

En esa aparición seráfica, Cristo, que era quien se aparecía, habló a San Francisco de ciertas cosas secretas y sublimes, que San Francisco jamás quiso manifestar a nadie en vida, pero después de su muerte las reveló, como se verá más adelante. Y las palabras fueron éstas:

-- ¿Sabes tú -dijo Cristo- lo que yo he hecho? Te he hecho el don de las llagas, que son las señales de mi pasión, para que tú seas mi portaestandarte (5). Y así como yo el día de mi muerte bajé al limbo y saqué de él a todas las almas que encontré allí en virtud de estas mis llagas, de la misma manera te concedo que cada año, el día de tu muerte, vayas al purgatorio y saques de él, por la virtud de tus llagas, a todas las almas que encuentres allí de tus tres Ordenes, o sea, de los menores, de las monjas y de los continentes (6), y también las de otros que hayan sido muy devotos tuyos, y las lleves a la gloria del paraíso, a fin de que seas conforme a mí en la muerte como lo has sido en la vida.

Cuando desapareció esta visión admirable, después de largo espacio de tiempo y de secreto coloquio, dejó en el corazón de San Francisco un ardor desbordante y una llama de amor divino, y en su carne, la maravillosa imagen y huella de la pasión de Cristo. Porque al punto comenzaron a aparecer en las manos y en los pies de San Francisco las señales de los clavos, de la misma manera que él las había visto en el cuerpo de Jesús crucificado, que se le apareció bajo la figura de un serafín. Sus manos y sus pies aparecían, en efecto, clavados en la mitad con clavos, cuyas cabezas, sobresaliendo de la piel, se hallaban en las palmas de las manos y en los empeines de los pies, y cuyas puntas asomaban en el dorso de las manos y en las plantas de los pies, retorcidas y remachadas de tal forma, que por debajo del remache, que sobresalía todo de la carne, se hubiera podido introducir fácilmente el dedo de la mano, como en un anillo. Las cabezas de los clavos eran redondas y negras.

Asimismo, en el costado derecho aparecía una herida de lanza, sin cicatrizar, roja y ensangrentada, que más tarde echaba con frecuencia sangre del santo pecho de San Francisco, ensangrentándole la túnica y los calzones. Lo advirtieron los compañeros antes de saberlo de él mismo, observando cómo no descubría las manos ni los pies y que no podía asentar en tierra las plantas de los pies, y cuando, al lavarle la túnica y los calzones, los hallaban ensangrentados; llegaron, pues, a convencerse de que en las manos, en los pies y en el costado llevaba claramente impresa la imagen y la semejanza de Cristo crucificado.

Y por mucho que él anduviera cuidadoso de ocultar y disimular esas llagas gloriosas, tan patentemente impresas en su carne, viendo, por otra parte, que con dificultad podía encubrirlas a los compañeros sus familiares, mas temiendo publicar los secretos de Dios, estuvo muy perplejo sobre si debía manifestar o no la visión seráfica y la impresión de las llagas. Por fin, acosado por la conciencia, llamó junto a sí a algunos hermanos de más confianza, les propuso la duda en términos generales, sin mencionar el hecho, y les pidió su consejo. Entre ellos había uno de gran santidad, de nombre hermano Iluminado (7); éste, verdaderamente iluminado por Dios, sospechando que San Francisco debía de haber visto cosas maravillosas, le respondió:

-- Hermano Francisco, debes saber que, si Dios te muestra alguna vez sus sagrados secretos, no es para ti sólo, sino también para los demás; tienes, pues, motivo para temer que, si tienes oculto lo que Dios te ha manifestado para utilidad de los demás, te hagas merecedor de reprensión.

Entonces, San Francisco, movido por estas palabras, les refirió, con grandísima repugnancia, la sobredicha visión punto por punto, añadiendo que Cristo durante la aparición le había dicho ciertas cosas que él no manifestaría jamás mientras viviera (8 ).

Si bien aquellas llagas santísimas, por haberle sido impresas por Cristo, eran causa de grandísima alegría para su corazón, con todo le producían dolores intolerables en su carne y en los sentidos corporales. Por ello, forzado de la necesidad, escogió al hermano León, el más sencillo y el más puro de todos, para confiarle su secreto; a él le dejaba ver y tocar sus santas llagas y vendárselas con lienzos para calmar el dolor y recoger la sangre que brotaba y corría de ellas. Cuando estaba enfermo, se dejaba cambiar con frecuencia las vendas, aun cada día, excepto desde la tarde del jueves hasta la mañana del sábado, porque no quería que le fuese mitigado con ningún remedio humano ni medicina el dolor de la pasión de Cristo que llevaba en su cuerpo durante todo ese tiempo en que nuestro Señor Jesucristo había sido, por nosotros, preso, crucificado, muerto y sepultado. Sucedió alguna vez que, cuando el hermano León le cambiaba la venda de la llaga del costado, San Francisco, por la violencia del dolor al despegarse el lienzo ensangrentado, puso la mano en el pecho del hermano León; al contacto de aquellas manos sagradas, el hermano León sintió tal dulzura, que faltó poco para que cayera en tierra desvanecido.

Finalmente, por lo que hace a esta tercera consideración, cuando terminó San Francisco la cuaresma de San Miguel Arcángel, se dispuso, por divina inspiración, a regresar a Santa María de los Ángeles. Llamó, pues, a los hermanos Maseo y Ángel y, después de muchas palabras y santas enseñanzas, les recomendó aquel monte santo con todo el encarecimiento que pudo, diciéndoles que le convenía volver, juntamente con el hermano León, a Santa María de los Ángeles. Dicho esto, se despidió de ellos, los bendijo en nombre de Jesucristo crucificado y, condescendiendo con sus ruegos, les tendió sus santísimas manos, adornadas de las gloriosas llagas, para que las vieran, tocaran y besaran. Dejándolos así consolados, se despidió de ellos y emprendió el descenso de la montaña santa (9).

En alabanza de Cristo. Amén.






1) La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, 14 de septiembre.

2) El relato viene de 1 Cel 92s, pero el autor de las Consideraciones ha tenido delante, más bien, la LM 13,2.

3) El autor de las Consideraciones fija con precisión la lecha de la impresión de las llagas: el 14 de septiembre. Tomás de Celano no da ninguna fecha; San Buenaventura se limita a decir: «un día próximo a la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz» (LM 13,3). La fiesta litúrgica ha venido celebrándose el 17 de septiembre.

4) Es la idea reiteradamente expresada por San Buenaventura, a quien sigue casi literalmente el autor (cf. LM 13,3): Francisco anheló durante toda su vida el martirio por Cristo; no logró el martirio corporal, pero Cristo le reservaba otro martirio más meritorio: el de su transformación en el Crucificado.

5) En italiano, gonfaloniere. Es otra de las ideas de San Buenaventura: «Cristo le entregó su estandarte, esto es, la señal del Crucificado».

6) Las tres Ordenes de San Francisco: Menores, Clarisas y Terciarios. Estamos ante otra revelación, fruto tardío de la fantasía de ciertos ambientes conventuales, en que las glorias de la Orden suponían más que la imitación sincera del humilde Poverello.

7) El hermano Iluminado de Rieti, que había sido compañero del Santo en Egipto.

8 ) El texto de Actus 9,71 termina el relato de la estigmatización con estas palabras: «Estos hechos los supo el hermano Jacobo de Massa de boca del hermano León, y el hermano Hugolino de Monte Santa María los supo de boca de dicho hermano Jacobo, y yo, que lo escribo, de boca del hermano Hugolino, hombre enteramente digno de fe».

9) Fue el 30 de septiembre de 1224.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Mar Ene 22, 2008 1:06 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

CONSIDERACIÓN IV
Cómo San Francisco, después de la impresión de las llagas,
partió del Alverna y regresó a Santa María de los Ángeles





En cuanto a la cuarta consideración, es de saber que, después que el verdadero amor de Cristo transformó perfectamente a San Francisco en Dios y en la verdadera imagen de Cristo crucificado, terminada la cuaresma de cuarenta días en honor de San Miguel Arcángel en el santo monte Alverna, después de la solemnidad de San Miguel bajó de la montaña el hombre angélico Francisco con el hermano León y con un devoto labriego, en cuyo asno iba montado, ya que, por causa de los clavos de los pies, no podía caminar a pie, sino con mucha dificultad.

Habiendo, pues, bajado del monte San Francisco, como la fama de su santidad se había ya divulgado por la comarca y los pastores habían difundido el hecho de haber visto en llamas el monte Alverna, lo cual era señal de que Dios había hecho algún milagro a San Francisco, toda la gente del país, al oír que pasaba, acudía a verlo: hombres y mujeres, pequeños y grandes, todos pugnaban por tocarle y besarle la mano con gran devoción. No pudiendo él sustraerse a la devoción de la gente, aunque llevaba vendadas las palmas, con todo, para ocultar mejor las llagas, todavía se las envolvía y cubría con las mangas, y daba a besar solamente los dedos descubiertos.

Pero, por mucho que tratase de ocultar y encubrir el secreto de las gloriosas llagas para huir de toda ocasión de gloria mundana, plugo a Dios manifestar su gloria con muchos milagros realizados por la virtud de dichas llagas; sobre todo, en este viaje desde el monte Alverna a Santa María de los Ángeles, y más tarde, con otros muchísimos en diversas partes del mundo, así en vida de él como después de su muerte, a fin de que se manifestase al mundo su oculta y maravillosa virtud y la caridad y misericordia sin medida de Cristo hacia él mediante prodigios claros y evidentes, de los cuales enumeramos aquí algunos.





Sucedió que, aproximándose San Francisco a una aldea que había en los confines de la comarca de Arezzo, se le puso delante una mujer llorando amargamente y llevando en brazos a su hijo de ocho años, hidrópico desde hacía cuatro; tenía el vientre tan desmesuradamente inflado, que, puesto en posición vertical, no podía verse los pies. La mujer le puso el hijo delante, suplicándole que pidiese a Dios por él. San Francisco se puso primero en oración; terminada ésta, colocó sus manos sobre el vientre del niño; al punto desapareció toda la hinchazón y quedó perfectamente sano, y se lo devolvió a su madre, la cual lo recibió con grandísima alegría y se lo llevó a casa dando gracias a Dios y a su santo. Y mostraba muy gustosamente el hijo curado a todo el vecindario que acudía a su casa para verlo (1).

Aquel mismo día pasó San Francisco por Borgo San Sepolcro, y antes de que llegase a la población le salió al encuentro multitud de gente de la ciudad y de las aldeas vecinas; muchos de ellos iban delante de él con ramas de olivo en las manos y gritando con fuerza:

-- ¡Aquí viene el santo, aquí viene el santo!

Y la gente se agolpaba y apretaba sobre él en su deseo de tocarle por devoción. Pero él iba con la mente tan elevada y absorta en Dios por la contemplación, que, por más que le tocaban, y tiraban, y apretaban, como si fuera insensible, no sentía nada de cuanto sucedía o se decía en torno a él, y ni siquiera se dio cuenta de que pasaba por la ciudad ni por la comarca. En efecto, cuando pasaron Borgo y la multitud se volvió a sus casas, al llegar a una leprosería a una milla más allá de Borgo, volvió en sí de la celeste contemplación, y, como si viniese del otro mundo, preguntó al compañero:

-- ¿Cuándo llegamos a Borgo?

A la verdad, su espíritu, fijo y absorto en la contemplación de las cosas celestiales, no se había dado cuenta de las cosas de la tierra, ni de la diversidad de los lugares y de los tiempos, ni de las personas que encontraba (2). Esto le sucedió también otras veces, como pudieron claramente comprobar sus compañeros.

Llegó aquella noche San Francisco al eremitorio que tenían los hermanos en Monte Casale, donde había un hermano tan lastimosamente enfermo y horriblemente atormentado de la enfermedad, que su mal parecía más bien tribulación o tormento del demonio que dolencia natural. A veces se arrojaba al suelo con grandes convulsiones y echando espuma por la boca; otras veces se le contraían todos los miembros del cuerpo, o se distendían o replegaban y retorcían hasta tocar la nuca con los talones; o bien se lanzaba hacia arriba y luego caía de espaldas. Estando a la mesa San Francisco con los suyos, les oyó hablar de este hermano, víctima sin remedio de tan lastimosa enfermedad, y tuvo compasión de él; tomó una tajada de pan que estaba comiendo, hizo sobre ella la señal de la cruz con sus santas manos estigmatizadas y se la envió al hermano enfermo. No bien la hubo comido, el enfermo quedó perfectamente curado y nunca volvió a sentir aquella enfermedad (3).

A la mañana siguiente, San Francisco envió a dos de los hermanos que estaban en aquel eremitorio a morar en el de Alverna, y con ellos hizo volverse al labriego que había venido con él detrás del asno que le había prestado, para que regresara a su casa.

Marcharon los hermanos con el labriego, y, al llegar al territorio de Arezzo, los vieron de lejos algunos de los habitantes y se llenaron de alegría pensando que venía San Francisco, que había pasado por allí dos días antes. Ahora bien, la mujer de uno de ellos llevaba tres días con los dolores del alumbramiento y estaba a punto de morir; ellos pensaban recobrarla sana y fuera de cuidado si lograban que San Francisco le pusiera encima sus santas manos. Pero, al acercarse los hermanos, viendo que no venía San Francisco, quedaron muy tristes; mas aunque no estaba corporalmente el Santo, no faltó su poder, porque no faltó la fe de aquellos hombres. ¡Cosa admirable! La mujer se moría y ya tenía todas las señales de la muerte. Ellos preguntaron a los hermanos si no tenían alguna cosa que hubiera sido tocada por las manos santísimas de San Francisco. Los hermanos recapacitaron y buscaron con interés, y no hallaron otra cosa que hubiera tocado San Francisco sino el ramal del asno en que había estado montado. Tomaron ellos con gran reverencia y devoción dicho ramal y lo colocaron sobre el cuerpo de la mujer embarazada, invocando devotamente el nombre de San Francisco y encomendándola a él con fe. Apenas tuvo encima la mujer el ramal, al punto se sintió fuera de peligro y dio a luz fácilmente con gozo y salud (4).

Después de una permanencia de varios días en el mencionado eremitorio, se marchó de allí y se dirigió a Città di Castello. Aquí los habitantes le presentaron una mujer que desde tiempo atrás estaba poseída del demonio, y le suplicaban humildemente que la librara, porque traía alborotada toda la región con sus alaridos, sus gritos feroces y sus ladridos de perro. San Francisco, después de hacer oración, trazó sobre ella la señal de la cruz y ordenó al demonio que saliera de ella; éste se marchó inmediatamente, dejándola sana del cuerpo y del espíritu (5).

Al divulgarse este milagro por el pueblo, otra mujer le llevó con gran fe su pequeño, gravemente enfermo de una llaga maligna, y le suplico devotamente que tuviese a bien hacer sobre él la señal de la cruz. San Francisco, accediendo a su devoción, tomó al pequeñuelo, le quitó la venda de la llaga, lo bendijo haciendo tres veces la señal de la cruz sobre ella, y luego volvió a vendarlo con sus manos y se lo entregó a la madre; como era tarde, lo echo, sin más, a dormir en la cama. Por la mañana fue a sacar al niño de la cama, y lo halló sin la venda; lo observó, y lo vio totalmente curado, como si nunca hubiera tenido mal alguno, sólo que en el sitio de la llaga la carne había formado como una rosa encarnada, como para dar testimonio del milagro más bien que como cicatriz de la llaga; esa rosa, en efecto, habiéndole quedado por toda la vida, le incitaba muchas veces a la devoción para con San Francisco, que lo había curado.

San Francisco se detuvo un mes en aquella ciudad accediendo a los ruegos devotos de los habitantes, y en ese tiempo realizó muchos otros milagros. Después reanudó el camino hacia Santa María de los Ángeles con el hermano León y con un buen hombre que le prestó su jumentillo para que San Francisco fuese montado.

Y sucedió que, por los malos caminos y por el mucho frío, habiendo caminado todo el día, no pudieron llegar a ningún lugar donde poder alojarse; y, obligados por la noche y por el mal tiempo, tuvieron que guarecerse al abrigo de una cueva, protegiéndose contra la nieve y la noche que se echaba encima. Viéndose así a la intemperie y mal abrigado, el buen hombre dueño del asno, sin poder dormir por causa del frío y sin posibilidad de hacer fuego, comenzó a lamentarse y refunfuñar dentro de sí y a llorar, y casi murmuraba de San Francisco, que lo había llevado a aquel sitio. Entonces, San Francisco, dándose cuenta, le tuvo compasión, y con fervor de espíritu extendió la mano sobre él y le tocó. ¡Cosa admirable! No bien le hubo tocado con su mano abrasada y traspasada por el fuego del serafín, desapareció totalmente el frío, y se sintió lleno de tanto calor por dentro y por fuera, que le parecía hallarse junto a la boca de un horno ardiente. Así, confortado en el alma y en el cuerpo, el hombre se rindió al sueño, y, a decir de él, durmió aquella noche entre piedras y nieve hasta el amanecer más suavemente de lo que nunca había dormido en su propia cama (6).

Al día siguiente prosiguieron el camino hasta Santa María de los Ángeles. Cuando estaban cerca, el hermano León levantó la vista y miró hacia el eremitorio de Santa María; entonces vio una cruz hermosísima, con la imagen del Crucificado, que iba delante de San Francisco, el cual caminaba delante de él; esa cruz iba de tal forma ante el rostro de San Francisco, que, cuando él se detenía, ella también se detenía, y, cuando él andaba, ella andaba; y era tal su brillo, que no sólo resplandecía sobre el rostro de San Francisco, sino que iluminaba todo el ambiente alrededor, y se mantuvo hasta que San Francisco entró en el eremitorio de Santa María.

Al llegar al eremitorio, San Francisco y el hermano León fueron recibidos por los hermanos con suma alegría y caridad. A partir de entonces, San Francisco moró la mayor parte del tiempo en el lugar de Santa María hasta la muerte. De día en día se extendía cada vez más por la Orden y por el mundo la fama de su santidad y de sus milagros, por más que él, por su humildad profundísima, ocultaba cuanto podía los dones y las gracias de Dios y se proclamaba grandísimo pecador.

El hermano León se sorprendía de ello, y una vez se puso a pensar en su simplicidad: Éste se llama a sí mismo grandísimo pecador en público; entró ya mayor en la Orden; Dios le distingue con tantos favores; mas, con todo, en secreto nunca se confiesa del pecado carnal: ¿será virgen? Y le vino un deseo vehemente de saber la verdad sobre ello, pero no se atrevía a preguntárselo a San Francisco; así que recurrió a Dios, rogando le cerciorase de lo que él deseaba saber, y mereció ser escuchado por su oración insistente, y recibió certeza de que San Francisco era verdaderamente virgen en el cuerpo mediante la siguiente visión: vio a San Francisco sentado en un lugar elevado y excelso, al que nadie podía ir ni acercarse, y le fue revelado que aquel lugar tan encumbrado y singular significaba la celsitud de la castidad virginal en San Francisco, como convenía a una carne destinada a estar adornada con las sagradas llagas de Cristo (7).

Viendo San Francisco que, a causa de las llagas, le iban faltando poco a poco las fuerzas corporales y que no podía ya seguir ocupándose del gobierno de la Orden, apresuró la convocación del capítulo general. Cuando se hubo congregado en pleno, se excusó humildemente ante los hermanos de la imposibilidad en que se hallaba de continuar atendiendo al cuidado de la Orden como ministro general, si bien no renunciaba al oficio del generalato; esto, en efecto, no podía hacerlo, porque había sido nombrado general por el papa, por lo cual no podía ni dejar el oficio ni instituir un sucesor sin expresa licencia del papa; pero nombró vicario suyo al hermano Pedro Cattani, y a éste y a los ministros provinciales recomendó la Orden afectuosamente con la mayor eficacia que pudo (8 ).

Hecho esto, San Francisco, confortado en el espíritu, levantó los ojos y las manos al cielo y dijo:

-- A ti, Señor y Dios mío, recomiendo esta tu familia, que tú me has confiado hasta el presente, y de la cual ya no puedo seguir cuidándome a causa de mis enfermedades que tú bien sabes, dulcísimo Señor mío. La recomiendo, asimismo, a los ministros provinciales: estarán ellos obligados a darte cuenta en el día del juicio si, por su negligencia, o por su mal ejemplo, o por su rigor en corregir, algún hermano se perdiera (9).

Dios quiso que todos los hermanos se dieran cuenta de que con esas palabras él se refería a las llagas al excusarse por causa de enfermedad; y ninguno pudo contenerse sin llorar por la devoción. A partir de entonces dejó todo el cuidado y el gobierno de la Orden en manos de su vicario y de los ministros provinciales; y decía:

-- Ahora, habiendo dejado el cuidado de la Orden a causa de mis enfermedades, no estoy obligado ya sino a rogar a Dios por nuestra Orden y a dar buen ejemplo a los hermanos. Y sé muy bien que, si la debilidad me lo permitiera, el mejor servicio que yo pudiera hacer a la Orden sería rogar continuamente por ella a Dios, para que él la gobierne, defienda y conserve.

Por más que, como se ha dicho, procurase San Francisco, en cuanto estaba de su parte, ocultar las sacratísimas llagas y anduviese siempre, desde que las recibió, con las manos vendadas y con los pies calzados, no pudo evitar que muchos hermanos las vieran y las tocaran de diversas maneras, especialmente la llaga del costado, que con mayor cuidado trataba de ocultar. Así, un hermano que le asistía le indujo una vez, con piadoso ardid, a quitarse el hábito para sacudirle el polvo; y, al quitárselo delante de él, el hermano vio claramente la llaga del costado, y, pasándole rápidamente la mano por el pecho, se la tocó con tres dedos, pudiendo medir su grandeza y dimensiones (10). De semejante modo se la vio también por entonces su vicario. Pero todavía más claramente lo verificó el hermano Rufino, que era hombre de grandísima contemplación; de él llegó a decir San Francisco que no había en el mundo nadie más santo que él; por su gran santidad, le profesaba un amor íntimo y le complacía en todo lo que deseaba.

Este hermano Rufino pudo comprobar y cerciorar a los demás de tres maneras sobre la verdad de las llagas, y en especial de la del costado. La primera fue que, debiendo lavarle los calzones, que San Francisco los usaba tan grandes, que los podía estirar por arriba hasta cubrir la llaga del lado derecho, el hermano Rufino los miraba y observaba atentamente, y siempre los hallaba ensangrentados en el lado derecho, con lo que se daba cuenta con certeza de que era sangre que brotaba de dicha llaga. Por ello, cuando San Francisco veía que él extendía los calzones para observar esa huella, le reprendía. La segunda ocasión fue una vez que el hermano Rufino estaba frotando los riñones a San Francisco: llevó intencionadamente la mano y puso los dedos en la llaga del costado. San Francisco entonces dio un grito de dolor y le dijo:

-- Dios te perdone, hermano Rufino; ¿por qué has hecho eso?

La tercera ocasión fue una vez que él pidió a San Francisco, con gran insistencia y como gracia particular, que le diese su hábito y se quedase con el de él por amor de caridad. Condescendiendo, aunque no de buen grado, con tal petición, el caritativo Padre se quitó el hábito, se lo dio y se puso el de él; y con ese quitarse y ponerse, vio el hermano Rufino claramente la llaga (11).

Asimismo, el hermano León y otros muchos hermanos vieron las llagas de San Francisco mientras vivía; y aunque esos hermanos, por su santidad, eran hombres dignos de que se diera fe y crédito a su palabra, con todo, para quitar toda duda en los corazones, juraron sobre el santo libro que las habían visto claramente.

Las vieron también algunos cardenales que le trataban con gran familiaridad, y, en veneración de las llagas de San Francisco, compusieron bellos y devotos himnos, antífonas y prosas.

El sumo pontífice, el papa Alejandro, predicando al pueblo delante de todos los cardenales, entre los cuales se hallaba el santo hermano Buenaventura, que era cardenal, dijo y afirmó que él había visto con sus propios ojos las sagradas llagas de San Francisco cuando aún vivía (12).

Madonna Jacoba de Settesoli, de Roma, que era en su tiempo la dama más distinguida de Roma y era devotísima de San Francisco, las vio y las besó muchas veces con la mayor reverencia antes y después de la muerte del Santo, ya que fue de Roma a Asís, por divina revelación, para asistir a la muerte de San Francisco. Y fue de la manera siguiente manera (13):

San Francisco, algunos días antes de su muerte, estuvo enfermo en el palacio del obispo de Asís acompañado de algunos de sus hermanos, y, no obstante su estado grave, cantaba con frecuencia ciertas alabanzas de Cristo. Por lo que un día le dijo uno de sus compañeros:

-- Padre, tú sabes que los habitantes de la ciudad tienen mucha fe en ti y te consideran un santo hombre; pueden pensar que, si eres lo que ellos creen, deberías en tu enfermedad pensar en la muerte y llorar en vez de cantar, ya que te hallas tan grave. Ten en cuenta que tus cantos y los que nos haces cantar a nosotros los oye la gente del palacio y también la de fuera, ya que este palacio está custodiado, por tu causa, por muchos hombres armados, que podrían quedar desedificados. Soy, pues, de parecer -concluyó el hermano (14)- que harías mejor marchando de aquí y viniendo con nosotros a Santa María de los Ángeles, ya que nosotros no estamos bien aquí entre seglares.

-- Carísimo hermano -respondió San Francisco-, tú sabes bien que hace dos años, cuando estábamos en Foligno, Dios te reveló el término de mi vida, y me lo reveló también a mí, que ha de ser de aquí a pocos días dentro de esta enfermedad; en aquella revelación, Dios me dio la certeza del perdón de todos mis pecados y de la bienaventuranza del paraíso. Hasta que tuve aquella revelación, yo lloraba pensando en la muerte y en mis pecados; pero desde entonces vivo tan lleno de alegría, que no me sale llorar; por eso canto y cantaré a Dios, que me ha otorgado el bien de su gracia y me ha dado seguridad de los bienes de la gloria del paraíso. Por lo que se refiere a nuestra partida de aquí, estoy de acuerdo y me place; pero buscad algún medio de llevarme, porque yo no puedo caminar por causa de mi debilidad.




Entonces, los hermanos lo tomaron en brazos y se lo llevaron, acompañados de muchos vecinos de Asís. Al llegar a un hospital que había de camino (15), dijo San Francisco a los que lo llevaban:

-- Ponedme en tierra y volvedme hacia la ciudad.

Le colocaron con el rostro vuelto hacia Asís, y entonces bendijo la ciudad con muchas bendiciones:

-- Seas bendita de Dios, ciudad santa, ya que por ti se salvarán muchas almas, y en ti habitarán muchos siervos de Dios, y de ti serán elegidos muchos para el reino de la vida eterna (16).

Dichas estas palabras, se hizo llevar, prosiguiendo hasta Santa María de los Ángeles. Llegados a Santa María, le llevaron a la enfermería y le dejaron reposar. Entonces, San Francisco llamó a uno de los hermanos y le dijo:

-- Hermano carísimo, Dios me ha revelado que ésta será mi última enfermedad y que tal día saldré de esta vida; y tú sabes que madonna Jacoba de Settesoli, devota muy amada de nuestra Orden, si se enterase de mi muerte sin haber estado ella presente, lo habría de sentir mucho; tenemos que comunicarle, pues, que, si quiere verme vivo, venga aquí sin tardanza.

-- Es muy justo, Padre -respondió el hermano-; dada la devoción que siente hacia ti, sería imperdonable que ella no se hallara presente a tu muerte.

-- Ve, pues -dijo San Francisco-, y trae tintero, pluma y papel, y escribe lo que yo te diga.

Cuando él le trajo el recado de escribir, dictóle San Francisco la carta en estos términos:

«A madonna Jacoba, sierva de Dios, el hermano Francisco, el pobrecillo de Cristo, salud y comunión del Espíritu en nuestro Señor Jesucristo. Quiero que sepas, carísima, que Cristo bendito me ha revelado por su gracia que está muy próximo el término de mi vida. Así, pues, si quieres encontrarme vivo, en cuanto recibas esta carta, ponte en camino y ven a Santa María de los Ángeles, porque, si no llegas para tal día, no me encontrarás ya vivo. Y trae contigo paño de cilicio para amortajar mi cuerpo y la cera necesaria para la sepultura. Y no dejes de traerme, por favor, aquellas cosas de comer que me solías dar cuando me hallaba enfermo en Roma» (17).

Mientras se escribía la carta, le fue revelado por Dios a San Francisco que estaba llegando madonna Jacoba y que traía consigo todas aquellas cosas que él le pedía en la carta. Por lo cual, ante esta revelación, dijo San Francisco al hermano que escribía la carta que no siguiera, pues no era ya necesario, y que guardara la carta. Los hermanos quedaron muy sorprendidos de que no terminara la carta y no quisiera que fuera enviada. Al cabo de un rato, se oyó llamar fuertemente a la puerta; San Francisco mandó al portero que abriera; al abrir la puerta, se halló con madonna Jacoba, nobilísima dama de Roma, con dos hijos suyos senadores y numeroso acompañamiento de hombres a caballo.

Entró madonna Jacoba, fue derechamente a la enfermería y se acercó a San Francisco (18 ). El Santo tuvo gran alegría y consuelo con su venida, lo mismo que ella al ver que aún vivía y le hablaba. Ella entonces le refirió cómo Dios le había inspirado en Roma, estando en oración, el fin próximo de su vida y que él la iba a hacer llamar y le iba a pedir aquellas cosas, todas las cuales ella dijo que había traído consigo. Se las hizo traer a San Francisco y se las dio a comer (19). Comió él y quedó muy confortado. Entonces, madonna Jacoba se arrodilló a los pies de San Francisco y, tomando en sus manos aquellos pies santísimos, sellados y adornados con las llagas de Cristo, se los besaba y bañaba de lágrimas con gran devoción; a los hermanos que estaban en torno les parecía estar viendo a la Magdalena a los pies de Jesucristo, y no había modo de separarla de allí.





Por fin, después de un buen rato, la hicieron salir y le preguntaron cómo era que había venido tan puntualmente y tan bien provista de lo que San Francisco podía necesitar en vida y después de su muerte. Respondió madonna Jacoba que, estando una noche orando en Roma, oyó una voz del cielo que le decía: «Si quieres encontrar a San Francisco con vida, ve sin tardanza a Asís y lleva contigo aquellas cosas que tú solías darle cuando estaba enfermo, y lo demás que será necesario para la sepultura». «Y yo -dijo ella- así lo he hecho».

Permaneció allí madonna Jacoba hasta que San Francisco dejó esta vida y fue sepultado; en los funerales le tributó grandísimos honores con todo su acompañamiento y costeó todos los gastos necesarios. Vuelta a Roma, murió santamente poco después esta santa dama; y por devoción a San Francisco dispuso por testamento que quería ser llevada y sepultada en Santa María de los Ángeles, y así se hizo (20).

A la muerte de San Francisco, no sólo dicha madonna Jacoba y sus hijos con todo el acompañamiento vieron y besaron las gloriosas llagas, sino también muchos habitantes de Asís. Entre ellos hubo un caballero muy renombrado y notable, por nombre Jerónimo, que dudaba mucho y se resistía a creer en ellas, como el apóstol Santo Tomás en las de Cristo (21). Queriendo cerciorarse a sí mismo y a los demás, movía osadamente, ante los hermanos y los seglares, los clavos de las manos y de los pies y palpaba la llaga del costado a la vista de todos. Así, más tarde fue testigo constante de la realidad que había visto y tocado, como lo atestiguó con juramento sobre los evangelios (22).

También vieron y tocaron las gloriosas llagas de San Francisco Santa Clara y sus monjas, que se hallaron presentes a su entierro (23).

Salió de esta vida el glorioso confesor de Cristo messer San Francisco el año del Señor de 1226, el día 4 de octubre, sábado (24), y el entierro se celebró el domingo. Era el año vigésimo de su conversión, es decir, desde que había comenzado a hacer penitencia, y el segundo año desde la impresión de las llagas; estaba en los cuarenta y cinco años de su nacimiento.

Fue canonizado San Francisco en 1228 por el papa Gregorio IX, que fue personalmente a Asís para canonizarlo.

En alabanza de Cristo. Amén.





1) Este milagro se halla, en forma más breve, en 3 Cel 174 y en LM 12,9, pero colocándolo en un lugar de la diócesis de Rieti.

2) El hecho lo refiere 2 Cel 98 y LM 10,2.

3) También esta curación del hermano epiléptico en 1 Cel 68 y LM 12,11, aunque sin indicación de tiempo y lugar.

4) Referido, asimismo, por 1 Cel 63 y LM 12,11.

5) Véase 1 Cel 70; LM 12,11.

6) Véase LM 19,7.

7) Este relato se halla en la Vita fratris Leonis, Chron. XXIV Generalium: AF 3 p. 68. Pero allí se especifica mejor el motivo de la sospecha ingenua del hermano León: «... teniendo en cuenta que en el siglo había sido San Francisco muy alegre y había alternado con jóvenes lascivos».

8 ) Otro de los anacronismos burdos en que suele incurrir el autor de las Consideraciones. La renuncia de San Francisco no fue motivada por la recepción de las llagas, sino que tuvo lugar, a lo que parece, en el capítulo de 1220. Pedro Cattani, muy probablemente, no fue sólo nombrado «vicario», sino verdadero ministro general; al morir el 10 de marzo de 1221, le reemplazó el hermano Elías. San Francisco seguía siendo el fundador y guía espiritual de la fraternidad; en calidad de tal escribiría la Regla, que sometería a la aprobación pontificia en 1223.

9) Esta oración se halla casi textualmente en 2 Cel 143 y EP 39. Las últimas palabras pasaron a la Regla primera, cuya redacción final data de 1221: «Recuerden los ministros y siervos... que les ha sido confiado el cuidado de las almas de los hermanos, de las cuales tendrán que rendir cuentas el día del juicio ante el Señor Jesucristo si alguno se pierde por su culpa y mal ejemplo» (1 R 4,6).

10) Según la Crónica de los XXIV Generales, fue el hermano Juan de Lodi, el célebre forzudo muy estimado de Francisco (cf. AF 3 p. 225s; EP 85). El hecho se halla también en 2 Cel 138 y LM 13,8.

11) Cf. 1 Cel 95; 2 Cel 138; LM 13,8.

12) Se trata del papa Alejandro IV (1254-61); San Buenaventura asistió a ese sermón (cf. LM 13,8 ), pero no era aún cardenal.

13) Todo el relato de la visita del «hermano Jacoba» a San Francisco está traducido de Actus (c. 18 ). Está atestiguado, además, por 3 Cel 37-39; LP 8 y EP 112.

14) El que así hablaba era el hermano Elías, ministro general; lo sabemos por el relato de la revelación de Foligno, que le recuerda el Santo, cuando la noticia de la próxima muerte le hizo prorrumpir en cantos de júbilo (cf. 1 Cel 109).

15) La leprosería de los crucíferos, a mitad de camino entre Asís y la Porciúncula.

16) Otra versión más extensa de la bendición de la ciudad en LP 5 y EP 124.

17) El hecho de la carta a la noble dama está atestiguado por diversas fuentes, pero se duda de la autenticidad del texto. Véase 3 Cel 37; LP 8; EP 112; etc.

18 ) El relato más fidedigno, del Tratado de los milagros 37, contiene un particular digno de mención: «Un compañero del Santo... va a abrir la puerta, y se encuentra cara a cara con la que se buscaba en lugares remotos. Vivamente sorprendido, corre en seguida hacia el Santo y, sin poder contener la alegría, le dice: "Padre, una buena noticia". Y el Santo, cortándole la palabra al instante, exclama por toda respuesta: "¡Bendito sea Dios, que a nuestro hermano señora Jacoba le ha encaminado hacia nosotros! Abrid las puertas y haced pasar a la que está ya entrando, porque la disposición que prohíbe la entrada a las mujeres no reza con fray Jacoba"».

El autor de las Consideraciones, a más de un siglo de distancia, presenta la escena en el contexto monástico de un convento con su enfermería y su portería atendida por un «portero». El «lugar» de la Porciúncula, aun después de la modesta construcción en piedra realizada por el municipio de Asís, que tanto disgustó al Fundador (cf. LP 56), conservaba la sencillez de un eremitorio, adaptado al número de hermanos que lo habitaban por ser el centro de la Orden.

19) LP precisa que se trataba de unos pastelillos que los romanos llaman «mostacciuolo», y en cuya composición entran almendras, azúcar o miel y otros ingredientes (LP 8 ). Como es natural, la dama llevó los ingredientes y preparó en la Porciúncula el pastel. Así lo afirma la misma fuente, y añade que San Francisco se limitó a gustarlo y luego dijo: «Este pastel le gustaría al hermano Bernardo». E hizo llamar a su primogénito (LP 12).

20) En realidad, se halla sepultada en la basílica de San Francisco. Jacoba de Settesoli murió, muy probablemente, en 1239, trece años después de San Francisco.

21) Jn 20,25.

22) Se halla referido, casi al pie de la letra, en LM 15,4.

23) Las hermanas pobres, recluidas voluntariamente en San Damián, hubieron de contentarse con venerar el cuerpo estigmatizado del amado Padre a través de la ventanilla de la comunión cuando, en la mañana del día 4, el cortejo triunfal, que lo conducía a la iglesia de San Jorge, hizo un alto en el camino para dar ese último consuelo a Clara y sus monjas (LP 13; EP 108 ).

24) El autor, siguiendo el uso litúrgico, hace comenzar el día desde la hora de vísperas del día anterior; en realidad, San Francisco murió el 3 de octubre, a la caída de la tarde.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Dom Ene 27, 2008 11:02 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

CONSIDERACIÓN V
Apariciones a santas personas relativas a las sagradas llagas (1)


La quinta y última consideración trata de ciertas apariciones, revelaciones y milagros obrados por Dios después de la muerte de San Francisco en confirmación de sus sagradas santas llagas y para conocimiento del día y hora en que Cristo se las imprimió. Por lo que a esto toca, es de saber que el año del Señor 1282, el día 3 de octubre (2), el hermano Felipe, ministro de Toscana, por orden del hermano Bonagracia, ministro general (3), requirió, por santa obediencia, al hermano Mateo de Castiglione Aretino, hombre de gran devoción y santidad, que declarase lo que supiese acerca del día y la hora en que Cristo imprimió las sagradas llagas en el cuerpo de San Francisco, por tener entendido que acerca de esto había recibido una revelación. Obligado éste por santa obediencia, dijo:

«Perteneciendo yo a la comunidad del monte Alverna, el año pasado, el mes de mayo, me puse un día en oración en la celda en que se cree tuvo lugar la aparición seráfica, y pedía devotísimamente al Señor que se dignase revelar a alguna persona el día, hora y lugar en que las sagradas santas llagas fueron impresas en el cuerpo de San Francisco. Y, continuando en estas súplicas más de lo que dura el primer sueño, se me apareció San Francisco con grandísimo resplandor y me dijo:

-- Hijo, ¿qué es lo que pides a Dios?

Le dije:

-- Padre, te pido tal cosa.

Él me respondió:

-- Soy tu padre Francisco. ¿Me conoces bien?

-- Sí, Padre -contesté.

Y entonces me mostró las llagas de las manos, pies y costado, diciendo:

-- Ha llegado el tiempo en que Dios quiere que se manifieste, para gloria suya, lo que los hermanos no se cuidaron de saber en el pasado. Sábete, pues, que el que se me apareció no fue un ángel, sino el mismo Jesucristo en forma de serafín y que con sus propias manos imprimió en mi cuerpo estas cinco llagas, como él las había recibido en el suyo en la cruz. Sucedió de esta manera: la víspera de la Exaltación de la Santa Cruz vino a decirme un ángel, de parte de Dios, que me preparase para soportar con paciencia y recibir lo que Dios quisiere mandarme. Contesté que me hallaba dispuesto a recibir cuanto fuese de su agrado. La mañana siguiente, o sea, la de la Santa Cruz, que aquel año era viernes, salí de la celda de madrugada con grandísimo fervor de espíritu y fui a ponerme en oración en ese lugar que ocupas, donde muchas veces yo solía orar. Mientras oraba, bajó por el aire desde el cielo, con gran ímpetu, un joven crucificado en forma de serafín con seis alas; ante su maravilloso aspecto, caí de rodillas humildemente y comencé a contemplar devotamente el amor sin medida de Cristo crucificado y el desmesurado dolor de su pasión. Aquella visión engendró en mí tanta compasión, que me parecía sentir en mi propio cuerpo la pasión; y, a su presencia, todo este monte resplandecía como un sol. Así, descendiendo, se acercó, y, estando ante mí, me dijo ciertas palabras secretas que aún no he revelado a nadie; pero ya se acerca el tiempo en que se revelarán (4). Después de algún tiempo, Cristo partió y retornó al cielo, y yo me hallé marcado con estas llagas. Vete, pues -dijo San Francisco-, y manifiesta estas cosas al ministro con toda seguridad, porque ésta fue obra de Dios y no de los hombres.

Y dichas que fueron estas palabras, San Francisco me bendijo y retornó al cielo con multitud de jóvenes esplendidísimos».

El dicho hermano Mateo dijo que todas estas cosas las había visto y oído estando en vela y no dormido. Y así lo juró al mencionado ministro en su celda de Florencia cuando se lo requirió en virtud de santa obediencia.

En alabanza de Cristo Jesús y del poverello Francisco. Amén.





1) Los años inmediatamente posteriores a la muerte de San Francisco, e incluso más tarde, se puso en duda muy encendidamente la autenticidad de las llagas. El conjunto de apariciones, revelaciones y milagros tienen la finalidad de responder a los detractores.

2) Este día no es mencionado en los manuscritos de las Consideraciones; lo señalan otras fuentes.

3) Esta orden del ministro general Bonagrazia, elegido en 1279, es consignada en la Crónica de los XXIV Generales (AF 3 p. 374); fue dictada en el capítulo general celebrado en Estrasburgo en 1282.

4) Véase más adelante en esta misma consideración.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Mar Ene 29, 2008 5:12 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

...

Otra vez, repasando un hermano devoto y santo la leyenda de San Francisco en el capítulo de las sagradas santas llagas (5), comenzó a pensar con gran ansiedad de espíritu qué palabras pudieron ser aquéllas tan secretas dichas por el serafín en el momento de su aparición, de las que San Francisco dijo que no las revelaría mientras viviese. Y decía este hermano para sí: «Estas palabras no las quiso decir San Francisco a nadie mientras vivió; pero ahora, después de su muerte corporal, acaso las diría si devotamente se le pidiese».

Y desde entonces comenzó el devoto hermano a rogar a Dios y a San Francisco que tuvieran a bien manifestar aquellas palabras; perseverando en estas súplicas durante ocho años, mereció ser escuchado en el octavo de la siguiente manera:

Un día, después de comer y de dar gracias en la iglesia, estando en oración en un rincón de ella y rogando a Dios y a San Francisco más devotamente de lo que solía y con muchas lágrimas, fue llamado por otro hermano, y de parte del guardián recibió la orden de que lo acompañase por aquellas tierras, pues la utilidad del lugar lo requería. No dudando de que la obediencia es más meritoria que la oración, en cuanto oyó el mandato del prelado, abandonó inmediatamente la oración y humildemente se fue con el hermano que le había llamado. Agradó a Dios este gesto, y el hermano mereció por este acto de pronta obediencia lo que no había merecido por largo tiempo de oración. Y así, cuando hubieron cruzado la puerta del lugar, dieron con dos hermanos forasteros que, al parecer, venían de lejano país; uno de ellos parecía joven, y el otro, anciano y delgado; por causa del mal tiempo hallábanse mojados y llenos de barro. Movido a compasión, dijo el hermano obediente a su compañero:

-- ¡Hermano mío carísimo! Si fuera posible aplazar un poquito nuestra salida... Estos hermanos forasteros tienen necesidad de ser acogidos caritativamente. Te ruego me permitas que, antes de nada, vaya a lavar sus pies, especialmente los de este hermano anciano, que tiene más necesidad; vos podéis lavárselos a ese otro más joven. Luego saldremos por el asunto del convento.

Condescendiente su compañero con la caridad de aquél, volvieron adentro, recibieron con mucha caridad a los forasteros y los llevaron a la cocina para que se secasen y calentasen junto a la lumbre, donde también estaban calentándose otros ocho hermanos. Poco después los llevaron aparte para lavarles los pies, como habían convenido. Lavó el hermano devoto y obediente los pies del anciano. Al quitarle el mucho lodo que los cubría, vio en ellos las llagas; de repente, abrazándose a los pies, lleno de alegría y asombro, exclamó: «O eres Cristo o San Francisco». A estas palabras se levantaron los ocho hermanos que se hallaban junto a la lumbre y acudieron, con mucho temor y reverencia, para ver aquellas llagas gloriosas. El hermano anciano, atendiendo a los ruegos, las dejó ver claramente, tocarlas y besarlas. Y, estando ellos admirados y gozosos, les dijo:

-- No dudéis ni temáis, hermanos míos carísimos e hijos míos. Yo soy vuestro padre el hermano Francisco, que por voluntad de Dios fundé tres Ordenes. Ocho años hace que este hermano que me lava los pies me está rogando -hoy lo ha hecho con más fervor que nunca- que le revele las palabras secretas que me dijo el serafín cuando me imprimió las llagas, y que yo nunca quise manifestar en mi vida. Hoy, por su perseverancia y por la pronta obediencia con que dejó la dulzura de la contemplación, vengo, por mandato de Dios, a revelárselas delante de vosotros.

Y, volviéndose entonces hacia aquel hermano, le dijo así:

-- Has de saber, hermano carísimo, que, cuando yo sobre el monte Alverna estaba todo absorto en la memoria de la pasión de Cristo, durante la aparición seráfica fui por él llagado de esta forma en mi cuerpo. Entonces me dijo: «¿Sabes tú lo que te he hecho? Te he dado las señales de mi pasión para que seas mi portaestandarte. Y como yo el día de mi muerte bajé al limbo y, en virtud de estas mis llagas, libré todas las almas que en él estaban llevándolas al paraíso, así te concedo desde ahora, para que me seas semejante en la muerte como lo has sido en vida, que, cuando hayas abandonado este mundo, todos los años, en el aniversario de tu muerte, vayas al purgatorio y, en virtud de las llagas que te he impreso, saques de allí las almas de tus tres Ordenes de menores, monjas y continentes, y aun las de tus devotos que allí encuentres, y las conduzcas al paraíso». Estas palabras no las revelé nunca mientras vivía en el mundo.





Dicho esto, San Francisco y su compañero desaparecieron repentinamente.

Después, muchos otros hermanos lo oyeron de labios de aquellos ocho que se hallaron presentes a la aparición y a las palabras de San Francisco.

En alabanza de Jesucristo y del poverello Francisco.
Amén.



5) LM 13,4.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Jue Ene 31, 2008 3:14 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

...

Una vez, estando en oración en el monte Alverna el hermano Juan del Alverna (6), varón de gran santidad, se le apareció San Francisco, se detuvo y habló con él largo rato, y, cuando quiso partir, le dijo:







-- Pídeme lo que quieras (7).

Dijo el hermano Juan:

-- Padre, yo te ruego que me digas una cosa que deseo saber desde hace mucho tiempo; dime qué hacías y dónde estabas cuando se te apareció el serafín.

Contestó:

-- Oraba donde ahora está la capilla del conde Simón de Battifolle (8 ) y pedía dos gracias a nuestro Señor Jesucristo. La primera, que me concediese en vida sentir en el cuerpo y en el alma, en cuanto fuese posible, todo aquel dolor que Él había sentido durante su acerbísima pasión. La segunda, sentir yo en mi corazón aquel excesivo amor que abrasó el suyo en deseos de padecer tanto por nosotros pecadores. Y entonces me infundió Dios la persuasión de que me sería concedido lo uno y lo otro en cuanto es posible a una pura criatura. Y bien me lo cumplió con la impresión de las llagas.

Preguntóle si las palabras secretas que le había dicho el serafín eran como las refería aquel devoto hermano antes mencionado, que decía habérselas oído a San Francisco en presencia de ocho hermanos. Y el Santo contestó que, efectivamente, era verdad lo que aquel hermano decía. Tomando aún el hermano Juan una mayor confianza en vista de la que el Santo se complacía en darle, le dijo:

-- Padre, te ruego con el mayor encarecimiento que me dejes ver y besar tus gloriosas llagas; no porque tenga la menor duda, sino únicamente para mi consuelo, porque siempre lo he estado deseando.

Entonces, San Francisco se las mostró y presentó liberalmente, y el hermano Juan las vio con toda claridad, las tocó y las besó. Por último, le dijo:

-- Padre, ¡cuánto consuelo sentiría vuestra alma viendo venir hacia vos a Cristo bendito y daros las señales de su santísima pasión! Pluguiese a Dios que sintiera yo algo de aquella suavidad.

Dijo San Francisco:

-- ¿Ves estos clavos?

Contestó el hermano Juan:

-- Sí, Padre.

-- Pues toca otra vez -añadió el Santo- este clavo de mi mano.

El hermano Juan lo tocó con gran reverencia y mucho temor, y repentinamente salió de él, como hilillo de humo de incienso, un olor tan intenso, que, penetrando al hermano Juan, le llenó alma y cuerpo de tanta suavidad, que al punto quedó en éxtasis arrebatado en Dios e insensible. Estuvo así desde aquel momento, hora de tercia, hasta las vísperas. Esta visión y conversación familiar con San Francisco nunca la manifestó el hermano Juan sino a su confesor; pero próximo a la muerte la reveló a los demás hermanos.

En alabanza de Jesucristo y del poverello Francisco. Amén.



6) Sobre el bienaventurado Juan del Alverna cf. Florecillas caps. 49-53.

7) En la Vida del hermano Juan del Alverna, incluida en la Crónica de los XXIV Generales, se encuentra este mismo diálogo entre San Francisco y el hermano Juan en forma mucho más escueta (AF 3 p. 446).

8 ) La capilla de las Llagas, que el conde Simón de Battifolle hizo construir a partir del jueves siguiente a la fiesta de la Asunción, esto es, del 20 de agosto de 1263, sobre el lugar de la aparición del serafín, como indica una inscripción que hoy todavía se puede leer.




_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Lun Feb 04, 2008 12:11 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

...

En la provincia de Roma, un hermano muy devoto y santo tuvo esta admirable visión: como una noche muriese un hermano, compañero suyo queridísimo, y la mañana siguiente fuera enterrado junto a la entrada del capítulo, el hermano de la visión se recogió ese mismo día, después del desayuno, en un rincón del capítulo para pedir devotamente a Dios y a San Francisco por el alma del hermano, compañero suyo ya difunto. Perseverando con ruegos y lágrimas en la oración, al mediodía, cuando los hermanos se habían retirado a dormir, sintió un gran ruido en el claustro. Inmediatamente miró con mucho miedo hacia la sepultura de su compañero, y a la entrada del capítulo vio a San Francisco, y, tras él, una gran multitud de hermanos que rodeaban la tumba. Miró más lejos, y en medio del claustro vio fuego y llamas grandísimas, y en medio de ellas apareció el alma de su compañero difunto. Mirando a los lados, vio a Jesucristo, que, con muchos ángeles y santos, se paseaba alrededor del claustro. Observando muy maravillado estas cosas, vio también que, cuando Cristo pasaba junto al capítulo, San Francisco se arrodillaba con todos aquellos hermanos y decía:

-- Te ruego, amadísimo Padre mío y Señor, por la caridad sin estimación posible que demostraste al género humano en la encarnación, que tengas misericordia de aquel hermano mío que arde en fuego.

Pero Cristo, sin contestar, pasó adelante.

Al volver Cristo por segunda vez delante de la sala del capítulo, San Francisco se arrodilló de nuevo con sus hermanos, diciendo:

-- Te suplico, piadoso Padre y Señor mío, que, por la excesiva caridad que mostraste al género humano muriendo en la cruz, tengas misericordia de aquel hermano mío.

Y Cristo siguió, del mismo modo, sin prestarle atención. Y, dando Cristo la vuelta en torno al claustro, al pasar por tercera vez delante del capítulo, San Francisco se arrodilló como las otras veces, le mostró sus manos, pies y costado y le dijo:

-- Te suplico, piadoso Padre y Señor mío, por el gran dolor y consuelo que sentí cuando imprimiste en mi carne estas llagas, tengas misericordia del alma de mi hermano que se halla en ese fuego del purgatorio.

¡Cosa maravillosa! Al rogarle esta tercera vez San Francisco por sus llagas, inmediatamente detuvo Cristo sus pasos, las miró y, accediendo a la súplica, dijo:

-- A ti, hermano Francisco, te concedo el alma de tu hermano.

Indudablemente, quiso con esto honrar y confirmar las gloriosas llagas de San Francisco, significando claramente que las almas de sus hermanos con ningún medio son tan fácilmente salvadas del purgatorio y llevadas al cielo como en virtud de las llagas, conforme a lo que dijo el mismo Cristo a San Francisco al imprimírselas. Por esto, en cuanto hubo dicho aquellas palabras, desapareció el fuego del claustro y el hermano difunto se acercó a San Francisco, y con él y en compañía de Cristo y de toda la cohorte de bienaventurados partió gloriosamente al cielo. Viéndole libre de sus penas y llevado al cielo, sintió el hermano que rogaba por su compañero difunto grandísima alegría. Después refirió por orden dicha visión a los otros hermanos, y todos alabaron y dieron gracias a Dios.

En alabanza de Jesucristo y del poverello Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Sab Feb 09, 2008 12:02 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando


...

Un noble caballero de Massa de San Pedro (9) llamado messer Landolfo, devotísimo de San Francisco, de cuyas manos recibió el hábito de la Tercera Orden, fue certificado de la muerte de San Francisco y de sus gloriosos estigmas de este modo:

Estando San Francisco cercano a la muerte, el demonio entró en el cuerpo de una mujer de dicho castillo y la atormentaba cruelmente. La hacía hablar tan docta y sutilmente, que cuantos hombres sabios y letrados acudían a disputar con ella quedaban derrotados. Sucedió que salió el demonio, dejándola libre durante dos días; pero al tercero, retornando a ella, la volvió a atormentar más cruelmente que antes. Oyendo contar esto, fuese a verla messer Landolfo y preguntó al demonio, que se hallaba en ella, por qué razón había partido, dejándola durante dos días, y por qué, volviendo después, la atormentaba más cruelmente. Contestó el demonio:

-- La dejé porque me reuní con mis compañeros de estas tierras y acudimos con mucha fuerza a la muerte del mendigo Francisco para tentarle y arrebatar su alma. Pero la tenía rodeada y defendida por un número de ángeles mayor que el nuestro y la llevaron al cielo derechamente; nosotros nos retiramos confundidos (10). Por ello tomo ahora venganza y hago pagar a esta miserable el descanso que tuvo aquellos dos días.

En vista de lo cual, el dicho caballero messer Landolfo lo conjuró, de parte de Dios, que dijese la verdad acerca de la santidad de San Francisco, que, según decía, había muerto, y de Santa Clara, que estaba viva.

Contestó el demonio:

-- Quiéralo o no, te he de decir la verdad. Estaba tan irritado el Padre Eterno por los pecados del mundo, que parecía dispuesto a dar en breve tiempo la sentencia definitiva del exterminio de los hombres y de las mujeres si no se enmendaban. Pero Cristo, su Hijo, intercediendo por los pecadores, prometió renovar en el pobre y mendigo Francisco su vida y pasión y que por su ejemplo y doctrina llevaría a muchos y en todas partes al camino de la verdad y a la penitencia. Y para mostrar al mundo que había cumplido en San Francisco lo prometido, ha querido que las llagas de su pasión, que le había impreso en vida, fuesen ahora en su muerte vistas y tocadas de muchos. De la misma manera, la Madre de Cristo prometió renovar su humildad y pureza virginal en una mujer, en la hermana Clara, de suerte que con su ejemplo arrebatase de nuestro poder muchos millares de mujeres. Y, aplacado Dios Padre con estas promesas, aplazó la sentencia definitiva.

Deseando el caballero Landolfo asegurarse de si el demonio, que es mansión y padre de la mentira, decía la verdad en todo esto, y en especial acerca de la muerte de San Francisco, envió a Asís a un sirviente fiel para que se informase en Santa María de los Ángeles de si San Francisco vivía o había muerto. En llegando el referido siervo, encontró ser cierto lo declarado por el demonio, y, volviéndose, refirió a su señor que el día y la hora que el demonio afirmaba había acaecido el tránsito de San Francisco de esta vida a la otra.

Dejando de lado todos los milagros de las sagradas santas llagas de San Francisco, los cuales constan en su leyenda (11), para conclusión de esta quinta consideración es de saber cómo el papa Gregorio IX, que tenía alguna duda acerca de la llaga del costado de San Francisco -según él mismo contó-, tuvo una noche una aparición de San Francisco; levantando éste su brazo derecho, descubrió la herida del costado y le pidió una redoma. El papa la hizo traer; mandándole San Francisco ponérsela debajo de la herida del costado, parecíale al papa que se llenaba totalmente con el agua y sangre que brotaban de dicha herida (12). Y desde entonces no dudó más.

Más tarde, con el consejo de todos los cardenales, aprobó las sagradas santas llagas de San Francisco, y sobre ello dio a los hermanos privilegio especial con bula que pendía; esto tuvo lugar en Viterbo el año undécimo de su pontificado (13). El mismo papa les dio un más copioso privilegio el año siguiente (14).

También los papas Nicolás III y Alejandro (15) dieron amplios privilegios, en virtud de los cuales se podía proceder contra el que negase las llagas de San Francisco como contra quien incurre en herejía.

Baste ya cuanto hemos dicho con respecto a la quinta y última consideración de las gloriosas llagas del padre San Francisco; que Dios nos conceda la gracia de imitar de tal manera su vida en este mundo, que, por virtud de sus gloriosas llagas, merezcamos ser salvos, juntamente con él, en la gloria del paraíso.

En alabanza de Jesucristo y del poverello Francisco. Amén.


9) Cerca de Gubbio.

10) Es sabido que el debate en torno al alma que abandona la tierra es tema muy frecuente en la literatura y en el arte de la Edad Media.

11) La Leyenda mayor, de San Buenaventura.

12) Cf. LM mil 1,2.

13) Esta bula lleva la fecha del 5 de abril de 1237: Confessor Domini.

14) Esta bula no es conocida.

15) Se trata de Alejandro IV.



_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Jue Feb 14, 2008 3:20 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

VIDA DE FRAY GIL

[Estas florecillas de la vida de fray Gil, que originariamente no forman parte de las "Florecillas de San Francisco", están tomadas de la edición preparada por Juan R. de Legísima y Lino Gómez Canedo: San Francisco de Asís. Sus escritos. Las Florecillas..., y publicada por la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC 4), Madrid, 1971 (5ª ed.), págs. 222-233]






Capítulo I
Cómo fue recibido en la Orden de los Menores fray Gil,
tercer compañero de San Francisco


Porque el ejemplo de los hombres santos mueve a los otros al desprecio de los placeres transitorios y al deseo de la salvación eterna, diré algunas palabras a honra de Dios y de su santísima Madre, la Virgen María, y para utilidad de los lectores, acerca de lo que el Espíritu Santo obró en nuestro santísimo padre fray Gil, el cual, aún seglar, movido de este divino Espíritu, comenzó de por sí a pensar cómo podría agradar a solo Dios en todas sus acciones.

Por este tiempo, San Francisco, como pregonero enviado por Dios para ejemplo de vida, de penitencia y de santa humildad, dos años después de su conversión atrajo a un hombre de admirable prudencia y muy rico de bienes temporales, llamado Bernardo, y a Pedro Catáneo, y les indujo a la observancia de la pobreza evangélica, de suerte que por su consejo distribuyeron a los pobres, por amor de Dios, todos sus tesoros temporales y abrazaron la regla de penitencia, la perfección evangélica y el hábito de los frailes Menores, prometida con grandísimo fervor esta observancia para todo el tiempo de su vida, y así lo cumplieron perfectísimamente.

Ocho días después de esta conversión y distribución de bienes, al ver fray Gil, que aún andaba en traje seglar, el desprendimiento de tan notables caballeros y ciudadanos de Asís, que a todos había causado admiración, se sintió encendido en el divino amor, y al día siguiente, que era la fiesta de San Jorge del año 1209, muy temprano y bien solícito de su salvación, se fue a la iglesia de San Jorge, donde estaba el monasterio de Santa Clara, y después de hacer oración, llevado del gran deseo de ver a San Francisco, se dirigió hacia el hospital de los leprosos, donde habitaba en compañía de fray Bernardo y de fray Pedro Catáneo, retirado en una choza con suma humildad. Al llegar a una encrucijada de cuatro caminos, sin saber cuál elegir, se encomendó a Jesucristo, precioso guía, que le condujo derechamente al tugurio mencionado. Pensaba ahora en el asunto a que venía, cuando le salió al encuentro San Francisco, que volvía de orar en el bosque. Fray Gil se puso inmediatamente de rodillas y le pidió humildemente que le recibiese en su compañía. Reparó San Francisco en el aspecto devoto de fray Gil, y le contestó:

-- Hermano carísimo, te ha hecho Dios una grandísima gracia. Si viniese a Asís el Emperador y quisiese hacer caballero o camarero suyo a un ciudadano, ¿no debería éste alegrarse mucho? Pues ¿cuánto más debes alegrarte tú, escogiéndote Dios por caballero y servidor suyo amadísimo en la guarda de la perfección del santo Evangelio? Ten firmeza y constancia en la vocación que Dios te ha dado.

Y tomándole de la mano, le levantó, le introdujo en la referida choza y dijo a fray Bernardo:

-- Dios nuestro Señor nos ha mandado un buen hermano; alegrémonos todos y comamos en caridad.

Después de la comida, San Francisco marchó con fray Gil a Asís, a buscar paño para hacerle el hábito. En el camino les pidió limosna una pobrecita por amor de Dios, y sin saber cómo socorrerla, San Francisco se volvió a fray Gil con una cara de ángel y le dijo:

-- Por amor de Dios, carísimo hermano, démosle esa capa a la pobrecita.

Fray Gil, que esperaba que el Santo se lo dijese, obedeció con tal prontitud de corazón, que le pareció a San Francisco ver volar inmediatamente aquella limosna al cielo, y fray Gil se elevó también en derechura con ella, porque sintió en su interior indecible gozo y una nueva mudanza. Adquirido por San Francisco el paño y hecho el hábito, recibió en la Orden a fray Gil, que por su vida contemplativa fue uno de los gloriosísimos religiosos que tuvo el mundo por aquel tiempo. Inmediatamente después lo llevó en su compañía a la Marca de Ancona, entre cantos y loas magníficas al Señor del cielo y de la tierra. Dijo San Francisco a fray Gil:

-- Hijo, nuestra Religión ha de ser como el pescador, que echa sus redes, y aprisionados muchos peces, recoge los grandes y echa los pequeños al agua.

Admiróse fray Gil de esta profecía, porque aún no tenía la Orden más que tres frailes y San Francisco. Aunque éste no predicaba todavía públicamente al pueblo, amonestaba y advertía por el camino a hombres y mujeres, diciéndoles sencillamente:

-- Amad y temed a Dios y haced penitencia de vuestros pecados.

Y fray Gil añadió:

-- Haced lo que os dice mi padre espiritual, porque está muy bien dicho.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Lun Feb 18, 2008 2:48 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo II
Cómo fray Gil fue a Santiago

En el decurso del tiempo fue una vez fray Gil, con licencia de San Francisco, a Santiago de Galicia, y en todo el viaje ni una sola vez sació el hambre, por la grande pobreza que había en todo el país. Pedía limosna, y no hallaba quién le hiciese una caridad. Al anochecer vino a encontrarse en una era en que habían quedado algunos granos de habas, y recogiéndolos, hizo con ellos su cena y allí durmió aquella noche, porque se quedaba de buena gana en lugares solitarios y apartados de la gente, para poder orar y velar con más libertad. Se sintió tan confortado por Dios con esta cena, que le parecía que no estaría tan bien alimentado si hubiera comido variedad de manjares.

Continuó el viaje, y encontró un pobrecito que le pidió limosna por amor de Dios, y el caritativo fray Gil, que no tenía más que el hábito con que cubría su cuerpo, cortó la capucha y se la dio al pobre por amor de Dios, y así caminó después sin ella veinte días continuos.

Al regresar por la Lombardía, le llamó un hombre, y él se acercó de buena gana al creer que le daría una limosna; pero alargó la mano y metió en la de fray Gil un par de dados, invitándole a jugar. Fray Gil le respondió humildemente:

-- Dios te lo perdone, hijo.

Andaba de esta manera por el mundo, le hacían muchas burlas, y todas las recibía pacíficamente.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Vie Feb 22, 2008 12:04 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

De la vida que hizo fray Gil
cuando fue a visitar el Santo Sepulcro


Fue fray Gil a visitar el Santo Sepulcro, con licencia de San Francisco, y cuando llegó al puerto de Brindisi se detuvo allí varios días, porque no había nave preparada. Y por querer vivir de su trabajo, buscó un cántaro, lo llenó de agua y gritaba por la ciudad:

-- ¿Quién quiere agua?

Y recibía por su trabajo pan y las cosas necesarias a la vida corporal para sí y para su compañero. Después pasó el mar, visitó con mucha devoción el Santo Sepulcro de Cristo y los demás Santos Lugares, y a la vuelta se detuvo varios días en la ciudad de Acre. Y según la costumbre de vivir de su trabajo, hacía espuertas de juncos y las vendía, no por dinero, sino por pan para sí y para el que le acompañaba; y por la misma recompensa llevaba los muertos a enterrar, y cuando esto le faltaba, recurría a la mesa de Jesucristo en demanda de limosna de puerta en puerta. Y así, con mucha fatiga y pobreza, volvió a Santa María de los Angeles.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Mie Mar 05, 2008 5:29 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo IV
Cómo fray Gil alababa más la obediencia que la oración



Estaba una vez un fraile en oración en su celda, y enviándole a decir el Guardián que saliese a buscar limosna, fuese inmediatamente a fray Gil y le dijo:

-- Padre mío, yo estaba en oración, y el Guardián me ha mandado que vaya a pedir limosna; me parece que sería mejor hacer oración.

-- Hijo -le respondió-, ¿no has aprendido ni entendido aún qué cosa es oración? Verdadera oración es hacer la voluntad del Prelado; y es indicio de grande soberbia en el que sometió su cuello al yugo de la obediencia santa el querer sacudirlo con alguna excusa para hacer la propia voluntad, aunque le parezca que obra más perfectamente. El religioso que es perfecto obediente se asemeja al caballero que monta un poderoso caballo, merced al cual pasa intrépido por medio del enemigo; y el religioso desobediente, quejumbroso e indócil, es semejante al que monta un caballo flaco, triste, enfermo y resabiado, al cual los enemigos vencen, matan o prenden con poca fatiga. Dígote que si un hombre tuviese tanta devoción y elevación de espíritu que hablase con los ángeles, y ocupado en eso le llamase su Prelado, debería dejar inmediatamente el coloquio de los ángeles y obedecer al Prelado.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Dom Mar 09, 2008 3:38 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo V
Cómo fray Gil vivía de su trabajo

Residía una vez fray Gil en un convento de Roma y quiso vivir de su trabajo corporal, como lo tenía de costumbre desde que entró en la Orden, y lo hizo de este modo:

A la mañana, temprano, oía misa con mucha devoción. Después se encaminaba a un bosque, distante de la ciudad ocho millas, y traía a cuestas un haz de leña, que vendía por pan y otras cosas de comer. Una vez, entre otras, al venir con una carga de leña, se la ajustó una mujer, y, convenido en el precio, se la llevó a casa. En atención a que era religioso, la mujer le dio mucho más, pero él dijo:

-- No, buena mujer; no quiero dejarme vencer de la avaricia; no recibo más de lo que me prometiste.

Y no sólo no tomó de más, sino que le devolvió la mitad de lo pactado y se marchó, dejándola muy edificada.

Fray Gil hacía por recompensa cualquier clase de trabajo que no desdijese de la santa honestidad. Ayudaba a los trabajadores a recoger las aceitunas y a pisar las uvas.

Estaba un día en la plaza; un hombre ofrecía jornal a un trabajador para llevarle a varear nueces, y éste se excusaba con la mucha distancia del sitio y la dificultad de subir. Dijo entonces fray Gil al que buscaba jornalero:

-- Amigo mío, si me quieres dar parte de las nueces, voy contigo a varearlas.

Habiéndose convenido, fue con él a varear, y subió, aunque con mucho temor, haciendo primero la señal de la cruz. Cuando acabó, le tocaron tantas que, no teniendo en qué llevarlas, se quitó el hábito, y atándole mangas y capucha, hizo de él un saco, lo llenó de nueces, cargó con él a cuestas hasta Roma, y allí las dio todas a los pobres, con grande alegría, por amor de Dios.





En tiempo de las siegas iba fray Gil a espigar con los otros pobres, y si alguien le daba un haz entero, respondía:

-- No tengo granero en que guardarlo, hermano mío.

Y las más de las veces daba por amor de Dios las espigas que había recogido.

Pocas veces ayudaba fray Gil a otro todo el día; porque ponía por condición que le habían de dejar tiempo para rezar las horas canónicas y hacer oración mental.

Una vez que fue fray Gil a la fuente de San Sixto a buscar agua para los monjes, un hombre le pidió de beber, y él le respondió:

-- ¿Y cómo he de llevar yo a los monjes el cántaro sin llenar?

Indignóse con esto aquel hombre y le dijo muchas injurias y villanías. Fray Gil se fue muy angustiado al monasterio, tomó un vaso grande, volvió luego a llenarlo en la fuente, y buscando al hombre le dijo:

-- Amigo mío, toma y bebe cuanto quieras; no te incomodes, pues me parecía una villanía llevar a los santos monjes las sobras del agua bebida.

Compungido el hombre y edificado de la caridad y humildad de fray Gil, reconoció su culpa y en lo sucesivo le tuvo grande devoción.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Mie Mar 12, 2008 1:08 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo VI
Cómo fue socorrido fray Gil milagrosamente
en una grande necesidad porque, por la mucha nieve,
no podía pedir limosna


Morador fray Gil en Rieti, en casa de un Cardenal, al no tener allí la quietud de espíritu que deseaba, próxima la cuaresma, dijo al Cardenal:

-- Padre mío, con vuestra licencia y para mi tranquilidad, quisiera ir con mi compañero a pasar esta cuaresma en algún lugar solitario.

-- ¿Adónde quieres ir, padre mío carísimo? -le respondió el Cardenal-. La carestía es grande, y vosotros sois aún poco conocidos; quédate conmigo de buena gana, pues tendré por grande dicha haceros dar, por amor de Dios, todo lo que os haga falta.

Insistió fray Gil en marchar, y partió fuera de Rieti, a la cima de un monte alto, en el castillo de Deruta; encontró allí una iglesia dedicada a San Lorenzo, entró en ella con el compañero y se dieron a la oración y meditación. Como no eran conocidos, les tenían poca devoción y reverencia y pasaban gran penuria; añadióse a esto que cayó una gran nevada, y ni tenían con qué vivir, ni podían salir a buscarlo, ni se lo mandaban de fuera; y estuvieron así encerrados tres días enteros. Al ver fray Gil que no podía trabajar ni pedir limosna, dijo al compañero:

-- Hermano mío carísimo, clamemos en alta voz al Señor para que, por su piedad, nos socorra en necesidad tan extrema, porque algunos monjes, estando en gran necesidad, clamaron a Dios, y la divina clemencia les socorrió en sus necesidades.

No cesaron, pues, de orar a ejemplo de ellos, y pedían a Dios de todo corazón el remedio. Y el Señor, que es todo piedad, miró a su fe, devoción, sencillez y fervor, y los socorrió por este medio.

Miraba un hombre hacia la iglesia donde estaban fray Gil y su compañero, y se dijo a sí mismo, inspirado por Dios: «¡Quién sabe si en aquella iglesia estará alguna buena persona dada a la penitencia y, faltándole lo necesario por causa de la nieve, se morirá de hambre! Quiero saber si mi imaginación es verdadera o no». Y con algunos panes y vino se fue allá; llegó con mucha dificultad a la iglesia y encontró a fray Gil y su compañero puestos devotísimamente en oración, y estaban tan marchitos y pálidos a causa del hambre, que más parecían muertos que vivos. Grandísima fue su compasión, y luego que les dio de comer y de beber, se volvió y refirió a sus vecinos aquella extrema necesidad, exhortándoles y pidiéndoles por amor de Dios que socorriesen a los dichos frailes.

Desde entonces, a ejemplo de este hombre, muchos les llevaron pan y otros alimentos por amor de Dios, y establecieron cierto orden entre sí para proveer por turno durante toda la cuaresma a la necesidad de los frailes. Al considerar fray Gil la grande misericordia de Dios y la caridad de aquellos hombres, dijo a su compañero:

-- Hermano mío carísimo, hasta aquí hemos pedido a Dios que nos proveyese en nuestra necesidad, y nos oyó; ahora hay que darle las gracias y la gloria y pedir por esta gente que nos mantiene con sus limosnas, y por todo el pueblo cristiano.

Y haciéndolo con gran fervor y devoción, concedió el Señor tanta gracia a fray Gil, que muchos, a su ejemplo, abandonaron este ciego mundo, y muchos otros, que no estaban en disposición de ser religiosos, hicieron en sus casas grande penitencia.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Sab Mar 15, 2008 3:52 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo VII
De la muerte del santo fray Gil

La vigilia de San Jorge, a la hora de maitines, cumplidos cincuenta y dos años después de haber tomado el hábito de San Francisco, recibió Dios el alma de fray Gil en la gloria del paraíso, cuando se celebraba la fiesta de San Jorge.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Jue Mar 27, 2008 12:05 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo VIII
Cómo estando en oración un santo hombre
vio el alma de fray Gil, que volaba al cielo


Un santo hombre, que estaba en oración cuando fray Gil pasó de esta vida, vio subir al cielo su alma, con otras muchas que entonces salían del purgatorio, y a Jesucristo que le venía al encuentro y la conducía con multitud de ángeles, entre melodiosos cánticos y acompañada de todas aquellas almas, hasta introducirla en la gloria del paraíso.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Mar Abr 01, 2008 12:07 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo IX
Cómo, por los méritos de fray Gil,
fue librada del purgatorio el alma de un fraile Predicador,
amigo suyo


Estaba ya fray Gil con la enfermedad de la que a pocos días murió, y enfermó también de muerte un fraile dominico. Otro religioso amigo de éste, viéndole próximo a morir, díjole:

-- Hermano mío, si te lo permitiese el Señor, quisiera que después de tu muerte vinieses a decirme en qué estado te encuentras.

El enfermo prometió complacerle, caso de que le fuese posible.

Ambos enfermos murieron el mismo día, y el de la Orden de Predicadores se apareció a su hermano superviviente, y le dijo:

-- Voluntad es de Dios que te cumpla la promesa.

-- ¿Qué es de ti? -le preguntó el fraile.

-- Estoy bien -respondió el muerto-, porque aquel mismo día murió un santo fraile Menor, llamado fray Gil, al cual, por su grande santidad, concedió Jesucristo que llevase al cielo todas las almas que había en el purgatorio. Con ellas estaba yo en grandes tormentos, y por los méritos del santo fray Gil me veo libre.

Dicho esto, desapareció, y el fraile que tuvo esta visión no la reveló a nadie; pero ya enfermo, temeroso del castigo de Dios por no haber manifestado la virtud y gloria de fray Gil, hizo llamar a los frailes Menores. Se presentaron diez, y, reunidos con los frailes Predicadores, reveló el enfermo devotamente la visión ya referida. Investigaron con diligencia, y supieron que los dos habían muerto en un mismo día.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Vie Abr 04, 2008 11:48 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo X
De las gracias que Dios había dado a fray Gil
y del año de su muerte


Decía de fray Gil fray Buenaventura de Bagnoreggio que Dios le había concedido gracia especial, no sólo para él, sino también para todos los que con devoción le encomendaban cosas espirituales.

Hizo grandes milagros en vida y después de muerto, según se ve en su leyenda.

Pasó de esta vida a la gloria celestial el año 1252, en la fiesta de San Jorge, y está sepultado en Perusa, en el convento de los frailes Menores.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Mar Abr 08, 2008 11:32 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo XI
De una cuestión notable que tuvo fray Gil con fray Gerardino

Estaba una vez en Perusa el santo fray Gil, y vino a visitarle la ilustre Jacoba de Sietesolios, nobilísima dama de Roma, que era muy devota de la Orden de los frailes Menores. Mientras hablaban, llegó también con el mismo objeto un fraile espiritual y devoto, llamado fray Gerardino, y en presencia de otros frailes que allí había rogó a fray Gil que les dijese alguna palabra de edificación. Condescendió fray Gil, y dijo:

-- Por aquello que el hombre puede, llega a lo que no quiere.

Replicó entonces fray Gerardino, para hacerle hablar más:

-- Me maravillo, fray Gil, de que por lo que el hombre puede, venga a lo que no quiere. Porque el hombre de por sí no puede nada, y esto lo puedo probar con varias razones. Primera: porque el poder presupone el ser, y aun conforme a éste es la operación, como vemos en el fuego, que calienta porque es cálido. Pero el hombre de por sí no es nada. El que piensa que es algo, no siendo nada, se engaña, dice el Apóstol, y, si es nada, síguese que nada puede. Segunda: porque, si pudiese algo, sería, o por razón del alma separada del cuerpo, o por razón del cuerpo solo, o por razón de ambos unidos. Pues bien, el alma despojada del cuerpo no puede merecer ni desmerecer. El cuerpo sin alma tampoco, porque no tiene vida, está informe, y todo acto es forma. Pues por razón del conjunto, si el alma separada del cuerpo no puede, menos podrá unida a él, porque el cuerpo corruptible agrava al alma, y si un jumento no puede andar sin carga, mucho menos con ella.

Hasta una docena de argumentos propuso a fray Gil el dicho fray Gerardino para hacerle hablar y que se explicase; y todos los presentes se admiraban de la argumentación.

-- Has hablado mal, fray Gerardino -respondió por fin fray Gil-; tienes que decir la culpa por todo eso.

Fray Gerardino dijo la culpa sonriéndose, y al ver fray Gil que no la decía de corazón, añadió:

-- De esa manera no vale; y cuando aun el decir la culpa es sin mérito, no le queda al hombre por dónde satisfacer.

Después prosiguió:

-- ¿Sabes cantar, fray Gerardino?

Y al responder que sí, le dijo:

-- Pues canta conmigo.

Saca de su manga fray Gil una cítara como las que suelen hacer los muchachos, y empieza desde la primera cuerda, sigue por las demás, contesta en verso, y deshace uno por uno los doce argumentos. Contra el primero dice:

-- Yo no hablo del ser del hombre antes de la creación, fray Gerardino, porque entonces nada es y nada puede; hablo del hombre ya creado, al que dio Dios el libre albedrío, con el que puede merecer, si consiente en el bien, y desmerecer, si disiente. Has dicho mal y erraste, fray Gerardino, porque el Apóstol no habla de la nada en cuanto al ser ni en cuanto al poder, sino respecto al merecimiento, como cuando dice en otra parte: Si no tuviese caridad, nada soy. Yo no hablé del alma separada, ni del cuerpo muerto, sino del hombre vivo, el cual, si consiente a la gracia, puede obrar el bien, y rebelándose contra ella, obra el mal. En el texto que has aducido: El cuerpo que se corrompe agrava el alma, la Escritura no dice que le quita el libre albedrío.

Y del mismo modo rebate las demás razones, tanto que fray Gerardino vuelve a decir la culpa, pero esta vez reconoce sinceramente que la criatura puede algo.

-- Ahora sí que has dicho bien la culpa -exclamó fray Gil-. ¿Quieres que te muestre aún más claramente cómo la criatura puede algo?

Y subiéndose sobre un arca, grita:

-- ¡Oh mísero condenado que yaces en el infierno!

Y al responder en persona del condenado, con voz fuerte, terrible y espantosa, dice entre alaridos y lamentos:

-- ¡Ay! ¡Ay! ¡¡¡Desgraciado de mí!!!...

-- Dinos -pregunta fray Gil-, ¿por qué te has ido al infierno?

-- Porque los males que podía evitar no los evité; y el bien que pude hacer, no lo hice.

-- ¿Qué harías, infeliz condenado, si te diesen tiempo de penitencia?

Y responde en persona del mismo:

-- Poco a poco desecharía de mí todo el mundo para librarme de las penas eternas; porque aquél ha de tener fin, pero mi condenación ¡jamás!, ¡jamás lo tendrá!...

Vuélvese entonces hacia fray Gerardino, y dice:

-- ¿Has oído, fray Gerardino, cómo la criatura puede algo? Dime ahora: si cae en el mar una gota de agua, ¿le da su nombre al mar o el mar a la gota?

Y respondió que queda absorbida gota y nombre, y todo se llama mar.

En esto fray Gil, arrebatado en éxtasis a vista de todos los presentes, entiende que la naturaleza humana, respecto a la divina, fue absorbida como gota en el piélago infinito de la divinidad, al encarnarse Nuestro Señor Jesucristo, el cual sea bendito por los siglos de los siglos.
Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Vie Abr 11, 2008 4:21 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo XII
Cómo, al dudar un fraile Predicador
acerca de la virginidad de María,
fray Gil hizo nacer tres lirios


En tiempo de fray Gil hubo un gran maestro de Teología de la Orden de Predicadores que padeció durante muchos años fuertes dudas acerca de la virginidad de la Madre de Cristo, pues le parecía imposible que pudiese ser madre y virgen a un tiempo. Pero, como verdadero católico, se dolía mucho de su duda y deseaba hallar algún varón iluminado de Dios que le librase de ella. Tuvo noticia de la santidad de fray Gil, y cómo muchas veces era arrebatado en éxtasis y permanecía elevado en el aire, por lo cual se determinó a ir en busca de él.

Estaba fray Gil de noche en oración, y le manifestó Dios la tentación de aquel fraile y cómo a la mañana vendría a declarársela. Fray Gil tomó un báculo en que solía apoyarse, porque era ya muy anciano, y salió a su encuentro. En cuanto le vio venir, sin darle tiempo a que saludase ni dijese palabra, hirió la tierra con el báculo, diciendo:

-- Hermano Predicador, ¡virgen antes del parto!

Y en el mismo sitio donde dio con el báculo brotó al instante un lirio hermosísimo.

Dio luego otro golpe y dijo:

-- Hermano Predicador, ¡virgen en el parto!

Y nació otro lirio blanquísimo.

Tercera vez hirió el suelo diciendo:

-- Hermano Predicador, ¡virgen después del parto!

E inmediatamente brotó un tercer lirio. Después de esto fray Gil huyó.




El maestro Predicador, sintiéndose repentinamente libre de su duda y tentación, preguntó, muy asombrado, si aquél era fray Gil, y le dijeron que sí. Desde entonces le tuvo siempre grandísima devoción, y lo mismo a toda la Orden.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Lun Abr 14, 2008 12:07 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo XIII
Consejo que dio fray Gil a fray Jacobo de la Massa

Fray Jacobo de la Massa, que era lego y un santo hombre, y había estado con Santa Clara y con muchos de los compañeros de San Francisco, fue muy devoto; y muy favorecido con la gracia del éxtasis, quiso tomar consejo de fray Gil, y le preguntó cómo debía conducirse al sentir esta gracia.

-- Ni añadas ni disminuyas -le respondió fray Gil- y huye de la multitud cuanto puedas.

-- ¿Qué quieres decir con eso? -repuso fray Jacobo-; explícamelo, reverendo padre.

Y contestó:

-- Cuando la mente está dispuesta para ser introducida en aquella gloriosísima luz de la bondad divina, no añadas por presunción ni disminuyas por negligencia, y ama la soledad cuanto puedas para guardar la gracia.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Lun Abr 14, 2008 12:12 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

VIDA DE FRAY JUNÍPERO

[Estas florecillas de la vida de fray Junípero, que originariamente no forman parte de las "Florecillas de San Francisco", están tomadas de la edición preparada por Juan R. de Legísima y Lino Gómez Canedo: San Francisco de Asís. Sus escritos. Las Florecillas..., y publicada por la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC 4), Madrid, 1971 (5ª ed.), págs. 206-221]



Capítulo I
Cómo cortó una pata a un cerdo,
sólo por dársela a un enfermo


Uno de los primeros y más escogidos discípulos y compañeros de San Francisco fue fray Junípero, hombre de profunda humildad y de gran caridad y fervor. De él dijo una vez San Francisco a sus santos compañeros:

-- Será buen fraile Menor aquel que se haya vencido a sí y al mundo como fray Junípero.

En una ocasión, en Santa María de los Angeles, fue a visitar, encendido todo en caridad divina, a un fraile enfermo, y le preguntó con mucha compasión:

-- ¿Podría yo hacerte algún servicio?

-- Mucho consuelo me darías -le respondió- si pudieras hacerme con una pata de cerdo.

-- Déjalo de mi cuenta -dijo al instante fray Junípero-, que inmediatamente la encontraré.

Marchó, y se hizo con un cuchillo, creo que en la cocina; salió con mucho fervor al bosque donde comían unos cerdos, y echándose a uno, le cortó una pata y huyó, dejándolo con el pie cortado. De vuelta ya en el convento, lavó, arregló y coció la pata, y después de aderezarla muy diligentemente, se la llevó al enfermo con mucha caridad. El enfermo la comió con avidez, no sin mucho consuelo y alegría de fray Junípero, el cual, para contentarlo más, le refería, muy gozoso, todas las circunstancias del asalto que había dado al cerdo.





Mientras tanto, el porquero, que había visto al fraile cortar el pie, se fue con mucha indignación a contar a su amo toda la historia según había sucedido. Y éste, informado del hecho, vino al convento llamando a los frailes hipócritas, ladronzuelos, engañadores, criminales y gente perdida, porque habían cortado la pata a su cerdo. Al gran alboroto que hacía, acudió San Francisco, y en pos de él los otros frailes. El Santo, como ignorante del hecho, los excusaba, con mucha humildad, y para aplacarle prometía reparar todo el daño que había recibido. Mas ni por eso se calmaba, antes prorrumpía con mucha ira en villanías y amenazas, irritándose más contra los frailes, e insistía siempre en que con toda malicia le habían cortado la pata a su cerdo; y, por fin, se marchó escandalizado, sin querer admitir excusa ni promesa alguna.

Lleno de prudencia San Francisco, mientras todos los otros frailes estaban estupefactos, pensó y dijo para sí: «¿Habrá hecho esto fray Junípero por celo indiscreto?» Y haciéndole llamar secretamente, le preguntó:

-- ¿Cortaste acaso tú la pata a un cerdo en el bosque?

Fray Junípero, no como quien ha cometido una falta, sino como el que cree haber hecho una grande obra de caridad, respondió muy alegre:

-- Dulce Padre mío, así es; corté un pie a dicho cerdo, y si quieres saber el motivo, Padre mío, escúchame con sosiego. Fui a visitar al enfermo fray N...

Y le refirió exactamente todo el hecho, añadiendo después:

-- En vista del consuelo de nuestro hermano y de lo bien que le sentó, te aseguro que, si como se lo corté a un cerdo se lo hubiera cortado a cien, lo habría dado Dios por bien hecho.

A lo que San Francisco, con celo de justicia y con gran amargura, respondió:

-- ¡Oh fray Junípero! ¿Por qué has hecho tan gran escándalo? No sin razón se queja aquel hombre y está tan irritado contra nosotros, y acaso anda ahora difamándonos en la ciudad por tan grande culpa, y tiene mucho motivo. Te mando, por santa obediencia, que corras en busca de él hasta que le alcances, y échate por tierra y confiésale tu culpa, prometiéndole que le darás tan entera y cumplida satisfacción, que no tenga motivo para quejarse de nosotros, pues ciertamente ha sido un exceso demasiado grande.

Fray Junípero se admiró mucho de estas palabras, y estaba asombrado de que una acción tan caritativa pudiese causar la mínima turbación, porque le parecía que las cosas temporales nada valen sino en cuanto se comunican caritativamente por el prójimo. Respondió, por fin, fray Junípero:

-- No te dé cuidado, Padre mío, que inmediatamente le pagaré y le contentaré. ¿Por qué ha de estar así turbado, si al fin el cerdo era más de Dios que de él, y se hizo una obra de caridad tan grande?

Corrió, pues, y alcanzó al hombre, que estaba sobremanera airado y no le había quedado pizca de paciencia. Fray Junípero se puso a contarle cómo había cortado la pata al cerdo y por qué motivo lo había hecho; y se lo decía con tanto fervor, entusiasmo y gozo, cual si en ello le hubiese prestado un grande servicio que debiese ser muy bien recompensado. El hombre, arrebatado y vencido de la ira, dijo a fray Junípero muchas villanías; le llamó extravagante, ladronzuelo, estúpido y malandrín perverso.

Nada se le dio a fray Junípero por semejantes palabras, pues en recibir injurias se recreaba; pero estaba maravillado, y pensó que no le había entendido bien, porque a él le parecía asunto de alegría y no de ira, por lo cual le repitió toda la dicha historia, se le echó al cuello, le abrazó y besó, le dijo cómo todo se había hecho por caridad, y le invitó con muchas súplicas a que hiciese lo mismo con el resto del cerdo. Le hablaba con tanta caridad, simplicidad y humildad, que, volviendo en sí aquel hombre, se postró en tierra, arrepintiéndose y derramando muchas lágrimas por las injurias que había dicho y hecho a tan santos frailes; después mató el cerdo, lo coció y vino a traerlo, llorando de devoción, a Santa María de los Angeles y se lo dio a comer a aquellos santos frailes, en compensación de las injurias que les había dicho y hecho.

Al ver San Francisco en este santo fray Junípero su simplicidad, grandísima paciencia y admirable sufrimiento en las adversidades, dijo a los compañeros y a los demás circunstantes:

-- Hermanos míos, ¡pluguiera a Dios que de tales Juníperos tuviera yo un gran bosque!

En alabanza de Cristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Mie Abr 16, 2008 4:54 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo II
Ejemplo del grande poder de fray Junípero contra el demonio


No podían sufrir los demonios la pureza, inocencia y humildad profunda de fray Junípero, como se ve por el siguiente caso:

En cierta ocasión un endemoniado se echó fuera del camino, con mucha agitación y contra su costumbre, y huyó repentina y velozmente, recorriendo en diferentes direcciones siete millas. Siguiéronle sus parientes con mucho sentimiento, y cuando le alcanzaron le preguntaron por qué había huido con tanto furor.

-- Venía -contestó- por aquel camino el necio de Junípero, y no puedo sufrir su presencia ni esperarlo; por eso huí a este lugar.

Al comprobar la verdad, supieron que fray Junípero había pasado en aquella hora que decía el demonio.

Por eso San Francisco, cuando le traían endemoniados para que los sanase, y el demonio no salía pronto, le decía:

-- Si no dejas luego a esta criatura, llamaré contra ti a fray Junípero.

Y el demonio, con temor de la presencia de éste y sin poder sufrir la virtud y humildad de San Francisco, partía inmediatamente.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Sab Abr 19, 2008 4:21 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo III
Cómo por artificio del demonio
fue condenado a la horca fray Junípero


Quiso una vez el demonio mover escándalo y persecución contra fray Junípero, y se fue a un cruelísimo tirano, llamado Nicolás, que a la sazón estaba en guerra con la ciudad de Viterbo, y le dijo:

-- Señor, guarda bien tu castillo, porque ha de llegar aquí muy pronto un gran traidor, mandado por los de Viterbo para matarte y prenderle fuego. En prueba de ello te doy estas señas: viene como un pobrecillo, con los vestidos del todo rotos y remendados, y la capucha rasgada y vuelta hacia la espalda; trae una lezna para matarte y un eslabón para poner fuego al castillo. Si no resulta verdad, dame el castigo que quieras.

Palideció a estas palabras el tirano Nicolás y se llenó de estupor y miedo, porque le pareció persona de importancia la que le avisaba. Dio orden para que las guardias se hiciesen con diligencia, y que si llegaba un hombre con las señas dichas se lo presentasen inmediatamente.

En esto venía fray Junípero sin compañero, pues por su mucha virtud tenía licencia para andar y estar solo, según le pareciese. Unos jovenzuelos que le encontraron le hicieron muchas burlas y desprecios, pero, bien lejos de turbarse, él mismo los inducía a que le hiciesen mayores afrentas. De esta suerte llegó a la puerta del castillo, y viéndole los guardias tan astroso, en traje estrecho, todo rasgado, pues me parece que en el camino el hábito lo había dado en parte a los pobres por amor de Dios, como ya no tenía apariencia de fraile Menor, y las señas dadas recaían manifiestamente en él, le llevaron con furor a la presencia del tirano Nicolás.

Registráronle los criados, por ver si traía armas ofensivas, y le encontraron en la manga una lezna, con que cosía las suelas, y un eslabón para encender fuego, porque, cuando hacía buen tiempo, muchas veces habitaba en bosques y desiertos.

Al ver Nicolás las señas que le había dado el demonio, mandó que le agarrotasen la cabeza, y lo hicieron con tanta crueldad, que la cuerda se le entraba en la carne. Después le aplicó el tormento de la cuerda, haciéndole estirar y torturar los brazos y descoyuntar todo el cuerpo, sin ninguna compasión. Preguntado fray Junípero quién era, respondió:

-- Soy un grandísimo pecador.

Preguntado si quería entregar el castillo a los de Viterbo, dijo:

-- Soy un pésimo traidor, indigno de todo bien.

Preguntándole si intentaba matar con aquella lezna a Nicolás e incendiar el castillo, contestó:

-- Muchos mayores y peores males haría, si Dios me lo permitiese.

Arrebatado Nicolás de la ira, no quiso hacer más indagaciones, y sin la menor dilación condenó con furor a fray Junípero como traidor y homicida, y le sentenció a ser atado a la cola de un caballo, arrastrado por tierra hasta el patíbulo y ahorcado inmediatamente.

A todo esto, fray Junípero ni se excusaba, ni mostraba la menor tristeza, antes bien, como quien por amor de Dios se consuela con las tribulaciones, estaba muy alegre y satisfecho.

En cumplimiento de la orden del tirano, ataron a fray Junípero por los pies a la cola de un caballo y le llevaron a rastras; él no se quejaba ni se dolía, e iba con mucha humildad, como cordero manso llevado al matadero. A este espectáculo y repentina ejecución corrió todo el pueblo para ver cómo le ajusticiaban con tal precipitación y crueldad, y nadie le conocía. Pero quiso Dios que un buen hombre, que había visto prender a fray Junípero y veía que en seguida le ajusticiaban, corrió al convento de los frailes Menores para decirles:

-- Os ruego por Dios que vengáis presto, porque prendieron atropelladamente a un pobrecillo y le condenaron y llevan a la muerte; venid para que pueda, al menos, entregar el alma en vuestras manos, que me parece una buena persona y no tuvo tiempo para confesarse; le llevan a la horca y no parece que se cuide de la muerte ni de la salvación de su alma; venid pronto.

El Guardián, como hombre piadoso, acudió inmediatamente a procurar la salvación de aquella alma, y cuando llegó se había aglomerado tanta gente para ver la ejecución, que le fue imposible acercarse y tuvo que detenerse y esperar coyuntura favorable. En esto oyó una voz de entre la gente que decía:

-- No hagáis eso, infelices, no hagáis eso; que me hacéis daño en las piernas.

Al punto sospechó el Guardián si sería aquél fray Junípero, y metiéndose con fervor y resolución por entre la gente, apartó el lienzo que le cubría el rostro, y vio que, efectivamente, era fray Junípero. Por compasión, quiso quitarse el hábito para vestírselo a fray Junípero, pero éste le dijo con alegre semblante y casi riendo:

-- No, P. Guardián, que estás grueso y parecería mal tu desnudez; no quiero.



Entonces el Guardián, con grande llanto, pidió a los ejecutores y a todo el pueblo que, por piedad, esperasen un poco, mientras él iba a interceder con el tirano Nicolás y pedirle por gracia la vida de fray Junípero. Consintieron los verdugos y varios circunstantes, creyendo que sería pariente suyo, y el piadoso y devoto Guardián se fue al tirano Nicolás y le dijo con amargo llanto:

-- Señor, yo no sabré decirte el asombro y amargura en que me veo, porque me parece que se ha cometido hoy en esta tierra el mayor mal y más grande pecado que jamás se ha hecho en los tiempos de nuestros antepasados, y creo que se hizo por ignorancia.

Nicolás escuchó pacientemente al Guardián y le preguntó:

-- ¿Cuál es el pecado y el mal que se ha cometido hoy en esta tierra?

-- Que has condenado -dijo el Guardián- a cruel suplicio, y creo de cierto que sin razón, a uno de los más santos frailes que tiene hoy la Orden de San Francisco, de la que eres singularmente devoto.

-- Dime, Guardián -preguntó Nicolás-. ¿Quién es ése? Acaso por no conocerlo he cometido grande yerro.

-- El que has condenado a muerte es fray Junípero, compañero de San Francisco -contestó el Guardián.

Quedó estupefacto el tirano Nicolás, porque había oído la fama de la santa vida de fray Junípero, y, atónito y pálido, corrió con el Guardián, y al llegar a fray Junípero le desató de la cola del caballo, y a la vista de todo el pueblo se postró en tierra delante de él, y con mucho llanto reconoció su culpa y le pidió perdón por aquella injuria y villanía que había hecho cometer contra tan santo fraile, y añadió:

-- Yo creo verdaderamente que ya no puede tardar el fin de mi mala vida, por haber maltratado de esta manera sin razón alguna a este tan santo hombre. Y aunque lo hice por ignorancia, permitirá Dios que acabe luego con muerte desastrosa.

Fray Junípero perdonó espontáneamente a Nicolás; pero a los pocos días, por divina permisión, acabó este tirano su vida con muerte muy cruel.

Partió de allí fray Junípero y quedó todo el pueblo bien edificado.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Mar Abr 22, 2008 4:01 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo IV
Cómo fray Junípero daba a los pobres
cuanto podía por amor de Dios


Era tanta la piedad y compasión de fray Junípero para con los pobres, que cuando veía alguno mal vestido o desnudo, inmediatamente se quitaba la túnica o la capilla del hábito y se la daba; así es que el Guardián le mandó por santa obediencia que no diese a ninguno toda la túnica, ni parte del hábito.

Sucedió de allí a pocos días que encontró un pobre casi desnudo, el cual le pidió limosna por amor de Dios, y él le dijo con mucha compasión:

-- No tengo nada que pueda darte si no es la túnica, y me ha mandado el Superior que no la dé a nadie, ni parte del hábito; pero si tú me la quitas de encima, yo no te lo impido.

No lo dijo a un sordo, pues en un instante se la quitó el pobre y se marchó con ella, dejando despojado a fray Junípero. Cuando éste volvió al convento, le preguntaron por la túnica, y respondió:

-- Una buena persona me la quitó de encima y se fue con ella.

Crecía en él la virtud de la misericordia, y no se contentaba con dar la túnica, sino que cuanto le venía a las manos, libros, ornamentos, mantos, todo lo daba a los pobres. Por eso los frailes no dejaban las cosas en público, porque fray Junípero lo daba todo por amor y alabanza de Dios.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Dom Abr 27, 2008 2:34 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo V
Cómo fray Junípero cortó del altar unas campanillas y las dio


Hallábase una vez fray Junípero en Asís, el día de la Natividad del Señor, y puesto en oración delante del altar, que estaba muy bien arreglado y adornado, le rogó el sacristán que se quedase guardándolo, mientras él iba a comer un poco. Puesto allí fray Junípero en devota meditación, vino una pobrecita y le pidió limosna por Dios.

-- Espera un poco -le respondió- y veré si de este altar, tan adornado, te puedo dar alguna cosa.

Cubría el altar un raro mantel, adornado con campanillas de plata de gran valor, y dijo fray Junípero: «Estas campanillas están de sobra»; y con un cuchillo las cortó todas del mantel y se las dio por caridad a la pobre. El sacristán, no bien comió tres o cuatro bocados, se acordó de las mañas de fray Junípero, y comenzó a sospechar fuertemente no le hiciese algún estropicio, por celo de caridad, en el altar tan adornado que le había encargado guardar. Se levantó, pues, apresuradamente y acudió a la iglesia a mirar si faltaba o habían quitado algo de los adornos. Cuando vio que habían cortado y llevado las campanillas del mantel, fue desmesurada su turbación y escándalo. Viéndole así agitado fray Junípero, le dijo:

-- No tengas pena por aquellas campanillas. Se las di a una pobre mujer que tenía grandísima necesidad, y aquí no hacían servicio ninguno, sino que eran una ostentación inútil y mundana.

Muy desconsolado el sacristán, echó a correr por la iglesia y la ciudad, por si acaso podía hallar a la mujer; pero ni la encontró a ella ni a nadie que la hubiese visto. Volvió al convento y arrebatadamente recogió el mantel y lo llevó al General, que estaba en Asís, y le dijo:

-- Padre General, vengo a pedirte justicia contra fray Junípero, que me echó a perder este mantel, el más precioso que había en la sacristía; mira cómo lo ha estropeado, quitándole todas las campanillas de plata, y dice que se las dio a una pobre.

-- No fue fray Junípero -respondió el General-, sino más bien tu locura quien hizo esto, porque demasiado debías saber sus manías; te aseguro que me admira cómo no dio todo lo demás; sin embargo, le corregiré bien por esta falta.

Convocó a Capítulo a todos los frailes, y a fray Junípero le reprendió muy ásperamente en presencia de toda la comunidad por causa de las dichas campanillas, y tanto se acaloró y esforzó la voz, que se puso ronco. Fray Junípero se cuidó poco o casi nada de aquellas palabras, porque se recreaba con las injurias cuando se veía bien despreciado; pero al notar la ronquera del General, comenzó a pensar en el remedio. Así que en cuanto recibió la reprensión, salió a la ciudad y se hizo preparar una escudilla de harina con manteca. Era ya muy entrada la noche cuando volvió, encendió luz, fue con la escudilla a la celda del General y llamó a la puerta. Abrió el General, y al verlo con la candela encendida y la escudilla en la mano le preguntó en voz baja:

-- ¿Qué es esto?

-- Padre mío -respondió fray Junípero-, cuando me reprendías hoy de mis defectos noté que la voz se te puso ronca, creo que por la mucha fatiga, y como remedio hice preparar esta harina; te ruego que la comas, porque te ha de ablandar el pecho y la garganta...

-- ¿Qué hora es ésta -dijo el General- para que inquietes a los demás?

Fray Junípero le contestó:

-- Mira que se hizo para ti; te ruego que la tomes sin ningún escrúpulo, porque te ha de hacer mucho bien.

Disgustado el General por lo intempestivo de la hora y por la importunidad, le mandó que se fuese de allí, diciéndole que no quería comer a semejante hora; y le despidió con palabras despectivas. Al ver fray Junípero que no valían ruegos ni halagos, le dijo:

-- Padre mío, ya que no quieres tomar esta harina que se hizo para ti, hazme siquiera el favor de tener la candela, y la comeré yo.

Entonces el General, como persona bondadosa y devota, considerando la piedad y simplicidad de fray Junípero y el buen afecto con que hacía estas cosas, le dijo:

-- Pues ya que tú lo quieres, comamos los dos juntos.

Y ambos comieron aquella escudilla de harina, por la importuna caridad de fray Junípero; y mucho más los recreó la devoción que la comida.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Mar Abr 29, 2008 3:27 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo VI
Cómo fray Junípero guardó silencio durante seis meses

Una vez determinó fray Junípero guardar silencio seis meses, de este modo: El primer día por amor del Padre celestial. El segundo por amor de su Hijo Jesucristo. El tercero por amor del Espíritu Santo. El cuarto por reverencia a la Virgen María, y prosiguiendo así, cada día por amor de algún santo siervo de Dios, estuvo seis meses sin hablar, por devoción.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Mar May 06, 2008 12:15 am    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo VII
Ejemplo contra las tentaciones de impureza


Estaban una vez reunidos fray Gil, fray Simón de Asís, fray Rufino y fray Junípero. Hablaban de Dios y de la salvación del alma, y dijo fray Gil a los demás:

-- ¿Cómo hacéis vosotros con las tentaciones de impureza?

Fray Simón respondió:

-- Yo considero la vileza y torpeza del pecado, y así concibo una grande abominación y me libro.

-- Yo me echo tendido por tierra -dijo fray Rufino- y estoy en oración para implorar la clemencia de Dios y de la Madre de Jesucristo, hasta que me siento del todo libre.

-- Cuando yo oigo venir -contestó a su vez fray Junípero- el ruido de la sugestión diabólica, acudo inmediatamente a cerrar la puerta de mi corazón, y pongo dentro, para seguridad de la fortaleza, mucha tropa de santos pensamientos y deseos, y cuando llega la sugestión carnal y llama a la puerta, respondo yo de dentro: «Afuera, que la casa está ya tomada y no cabe en ella más gente»; y así nunca dejo entrar el pensamiento impuro dentro de mi corazón, y viéndose vencido y derrotado, huye no sólo de mí, sino de toda la comarca.

Dijo entonces fray Gil:

-- Contigo estoy, fray Junípero; el enemigo carnal no se puede combatir de mejor manera que huyendo; porque tiene dentro al traidor apetito, y acomete además de fuera por los sentidos corporales, con tanta fuerza que sin huir no se puede vencer. El que de otra manera quiera combatir se fatigará en la batalla y pocas veces conseguirá victoria. Huye del vicio y serás vencedor.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Jue May 08, 2008 10:43 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo VIII
Cómo fray Junípero se humillaba a sí mismo en honra de Dios

El humilde fray Junípero quería una vez verse bien humillado; se despojó del hábito, y después de envolverlo y atarlo, se lo puso a la cabeza, y sosteniéndolo siempre con las manos entró en esta disposición en Viterbo y se fue a la plaza pública, a exponerse a la irrisión de la gente. Niños y mozalbetes, tomándole por loco, le hicieron muchas villanías, le echaron encima buena cantidad de lodo, le tiraban piedras, le daban empellones de un lado para otro y le decían muchas burlas. Él se estuvo allí sufriendo todo esto gran parte del día y después se volvió en aquella misma disposición al convento.

Cuando le vieron los frailes se escandalizaron, porque había venido por toda la ciudad en aquella forma, con su fardo a la cabeza; y le reprendieron muy ásperamente, con grandes amenazas.

Uno decía:

-- Metámosle en la cárcel.

-- Ahorcadle -exclamaba otro.

-- No hay castigo -decían algunos- que pueda bastar para tan mal ejemplo como hoy ha dado de sí y de toda la Orden.

Y fray Junípero, muy alegre, respondía con mucha humildad:

-- Muy bien dicho; todo eso y mucho más merezco yo.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Mar May 13, 2008 11:19 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo IX
Cómo fray Junípero se puso a jugar al columpio
para ser despreciado


Iba fray Junípero una vez a Roma, donde ya se había divulgado la fama de su santidad, y le salieron muchos al encuentro con gran devoción; y viendo él venir tanta gente, se le ocurrió convertir aquella devoción en burla y escarnio propio.

Estaban allí dos muchachos jugando al columpio. Habían atravesado un madero sobre otro, y, montados en los extremos, el uno subía mientras el otro bajaba. Fray Junípero quitó del palo a uno de los muchachos, y poniéndose él, empezó a columpiarse. En esto llegó la gente y se admiraban de encontrar a fray Junípero columpiándose. Sin embargo, le saludaron con gran devoción y esperaban a que dejase el juego del columpio para acompañarle honrosamente al convento.

Fray Junípero no hizo caso del saludo, ni de la devoción que le mostraban, ni se le dio porque le estuviesen esperando; y seguía columpiándose con mucho afán.

Después de esperarle largo espacio, algunos se cansaron y comenzaron a decir:

-- ¡Qué estúpido es este hombre!

Otros, que conocían la condición de fray Junípero, se movían más a devoción; pero, al fin, se marcharon, dejándole en su columpio.

Después que se fueron todos, fray Junípero quedó muy consolado, porque algunos habían hecho burla de él. Siguió entonces su camino, entró en Roma con mucha mansedumbre y humildad y se fue al convento de los frailes Menores.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
clauabru
Moderador
Moderador


Registrado: 04 Oct 2005
Mensajes: 6144
Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Lun May 19, 2008 10:56 pm    Asunto:
Tema: -Florecillas de San Francisco-
Responder citando

Capítulo X
Cómo una vez fray Junípero hizo la comida a los frailes

Estaba fray Junípero en un convento pequeño, y sucedió una vez que todos los frailes salieron afuera por cierto motivo razonable, y quedó él solo en casa. Dijo el Guardián:

-- Fray Junípero, nosotros salimos todos; cuando volvamos, procura tener hecho algo de comer para los frailes.

-- De muy buena gana -respondió él-; déjalo de mi cuenta.

Después que todos marcharon, se dijo fray Junípero: «¿A qué esta solicitud superflua de estarse un fraile metido en la cocina y apartado siempre de la oración? Por cierto que ahora que estoy de cocinero he de hacer de una vez tanta comida que les llegue para quince días a todos los frailes, y aunque fuesen más». Salió muy afanoso al pueblo, pidió varias ollas grandes de cocer, buscó carne fresca, ensalada, pollos, huevos y verdura; recogió bastante leña; y todo lo puso al fuego; los pollos sin desplumar, los huevos con cáscara, y por este estilo todo lo demás.




Luego que volvieron al convento los frailes, uno, que tenía bien conocida la simpleza de fray Junípero, se fue a la cocina, y al ver tantas y tan grandes ollas en aquella grandísima hoguera, se sentó sin decir nada, y observaba con admiración la solicitud con que fray Junípero hacía de comer. Como el fuego era mucho y no podía acercarse bien para revolver las ollas, buscó una tabla y con el cordón la ató bien apretada al cuerpo, y luego saltaba de una olla a otra, que era una delicia verlo. Como observase dicho fraile con mucho placer todas las particularidades, sale de la cocina, encuentra a los otros, y les dice:

-- Os aseguro que fray Junípero hace bodas.

Ellos creyeron que lo decía de burla.

Por fin, fray Junípero retiró del fuego sus ollas, e hizo tocar a comer. Estando ya los frailes por orden a la mesa, entra él en el refectorio con su comida, todo encendido por la fatiga y el calor del fuego, y les dice:

-- Comed bien, y después vamos todos a la oración, y nadie piense ya en hacer comida por esta temporada, porque tengo hecha tanta, que ha de llegar bien para más de quince días.

Al decir esto, pone en la mesa ante los frailes aquellos potajes, que no habría en el pueblo cerdo tan hambriento que los comiese. Alababa fray Junípero sus viandas para darles despacho, y como los otros no las comían, decía:

-- Estas gallinas son buenas para el cerebro; este cocido ha de refrescar el cuerpo; está muy rico.

Observaban los frailes con admiración y devoción la solicitud afectuosa y la simpleza de fray Junípero, cuando el Guardián, indignado por tanta fatuidad y tanto bien perdido, comenzó a reprenderle muy ásperamente. Fray Junípero se postró inmediatamente en tierra, y arrodillado ante el P. Guardián confesó su culpa a él y a todos los frailes mientras decía:

-- Soy un hombre pésimo; a tal hombre, porque cometió tal delito, le arrancaron los ojos; pero yo lo merecía mucho más que él; a tal otro ahorcaron por sus faltas, pero mucho más lo merezco yo por mis malas obras; ¡y ahora desperdicié tanto bien de Dios y de la Orden!

Y se retiró reprendiéndose amargamente, y en todo aquel día no apareció delante de ningún fraile. Y dijo entonces el Guardián a los otros:

-- Hermanos míos carísimos, de buena gana quisiera yo que este hermano desperdiciase cada día otro tanto como ahora, si lo tuviésemos, sólo por la edificación que nos da; porque todo fue obra de grande sencillez y caridad.

En alabanza de Jesucristo y del pobrecillo Francisco. Amén.

_________________

¿Rezás el rosario todos los días, querés hacerlo? Smile


Ultima edición por clauabru el Vie May 23, 2008 1:30 am, editado 2 veces
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
Mostrar mensajes de anteriores:   
Publicar nuevo tema   Este tema está cerrado y no puede editar mensajes o responder    Foros de discusión -> Vida y escritos de los Santos Todas las horas son GMT
Ir a página Anterior  1, 2, 3, 4  Siguiente
Página 3 de 4

 
Cambiar a:  
Puede publicar nuevos temas en este foro
No puede responder a temas en este foro
No puede editar sus mensajes en este foro
No puede borrar sus mensajes en este foro
No puede votar en encuestas en este foro


Powered by phpBB © 2001, 2007 phpBB Group
© 2007 Catholic.net Inc. - Todos los derechos reservados