Foros de discusión de Catholic.net :: Ver tema - Déjala! Una vida de pobreza, castidad y obediencia
Foros de discusión
El lugar de encuentro de los católicos en la red
Ir a Catholic.net


Importante: Estos foros fueron cerrados en julio de 2009, y se conservan únicamente como banco de datos de todas las participaciones, si usted quiere participar en los nuevos foros solo de click aquí.


Déjala! Una vida de pobreza, castidad y obediencia

 
Publicar nuevo tema   Responder al tema    Foros de discusión -> Religiosas
Ver tema anterior :: Ver tema siguiente  
Autor Mensaje
Catholic.net
Staff de Catholic.net


Registrado: 23 Sep 2005
Mensajes: 1144

MensajePublicado: Vie Jun 02, 2006 4:22 pm    Asunto: Déjala! Una vida de pobreza, castidad y obediencia
Tema: Déjala! Una vida de pobreza, castidad y obediencia
Responder citando

Maleny Medina escribió:
De una manera muy hermosa y profunda, cierra Juan Pablo II la exhortación Vita Consecrata refiriéndose a aquel pasaje evangélico en el que Cristo defiende a la mujer que gastó un perfume muy caro en su Persona cuando a Judas le pareció un despilfarro… “¡Déjala!”… Cuando se levantan las voces para ridiculizar o diluir, o callar la vida consagrada, por encima de ellas podemos escuchar ese “¡Déjala!” de Cristo, esa Palabra firme y llena a la vez de infinito amor que mira al ser humano y le dice: “hombre y mujer de hoy, deja que la vida de los que se han consagrado a mí responda al vacío, la inseguridad y la gran necesidad que se oculta bajo tus formas de desafío”.

Sí, nos lo decía hace poco el Santo Padre Benedicto XVI, el mundo, “la Iglesia necesita vuestro testimonio; necesita una vida consagrada que afronte con valentía y creatividad los desafíos de nuestro tiempo” (Benedicto XVI, mensaje a las personas consagradas presentes en la diócesis de Roma).

Y en nuestro tiempo, hoy, encontramos la presencia de un nuevo tipo de ateísmo: el ateísmo de la indiferencia. Es el ateísmo de Narciso, el hombre que, enamorado de su belleza, se mira continuamente en un espejo sin preocuparle nada más. El resultado es un nuevo modelo de cultura y de civilización edificada sobre lo que el Papa Juan Pablo II llamó la meta-tentación, una tentación que aparece por encima de todas las demás y que es mucho más insidiosa: la de querer concebir un mundo sin Dios, la de prescindir del Creador tomando al hombre como absoluto… Parece que Dios no tiene sitio en esta sociedad postmoderna que ha roto con toda trascendencia y quiere definirse por la autonomía. Por otro lado, es generalizado el rechazo de todo tipo de compromiso, más si es de por vida, según la concepción actual de la libertad. Y en este mismo sentido, el rechazo de toda autoridad que quiera colocarse sobre la razón humana, incluso, sobre la sensibilidad humana.

¿Cómo responder en nuestro tiempo con el don de la consagración? Ser consagrado, consagrada es sentir en lo más profundo del ser la mano amorosa de Dios que te aparta del mundo y te dice: “tú eres posesión mía...” La consagración es antes que un acto nuestro, UNA ACCIÓN DIVINA, UN ACTO SAGRADO, es Dios quien elige y, en la fe, aceptamos consciente y libremente este don. Es un creer a fondo que Dios existe, que Dios es amor, que Él puede saciarnos completamente.

A veces podemos sentir temor ante los retos que el mundo presenta y que chocan con el estilo de Cristo casto, pobre y obediente; pero bajo esa apariencia de desafío, se esconde una enfermedad que desvía al hombre de la verdad del amor, de la verdad del bien y de la verdad de la libertad. Tomando las mismas palabras de Juan Pablo II: «Así, aquellos que siguen los consejos evangélicos, al mismo tiempo que buscan la propia santificación, proponen, por así decirlo, una “terapia espiritual” para la humanidad, puesto que rechazan la idolatría de las criaturas y hacen visible de algún modo al Dios viviente. La vida consagrada, especialmente en los momentos de dificultad, es una bendición para la vida humana y para la misma vida eclesial» (Vita Consecrata, 87).

1) La castidad, expresión de un corazón bello

La vida consagrada es una bendición porque «Ante el avance del hedonismo se nos pide el testimonio valiente de la castidad, como expresión de un corazón que conoce la belleza y el precio del amor de Dios» (Benedicto XVI, mensaje a las personas consagradas presentes en la diócesis de Roma). Con nuestra castidad consagrada curamos a los hombres y mujeres de hoy de la carencia afectiva tan grande que padecen y saciamos su sed de verdadero amor.

    Hemos sido creados para un amor a la medida de Dios; amor llamado a ser fecundo y difusivo, universal y delicado, generoso, abierto... Pero en general hemos reducido el amor a la medida del propio yo: la persona se cierra sobre sí misma y se vuelve egoísta, a lo mucho sólo filantrópica; y será capaz de “amar” solamente hasta donde se lo permita el propio temperamento, el gusto o el disgusto, el propio criterio, la necesidad emotiva, el placer sensual...

    Quienes nos hemos consagrado a Dios, en este campo del amor, sentimos más que nunca, quizá, las continuas provocaciones e incitaciones que bombardean de forma continúa y violenta nuestros sentidos. Y ahondando un poco más, las experiencias negativas en el campo del amor, del afecto que podamos haber tenido, pueden llevarnos a la tentación de pensar que no es posible un amor limpio, fiel, un amor exclusivo y personal, fecundo a Dios… que realice plenamente, íntegramente a la persona. Otra posible tentación sería para nosotras, mujeres, dejarnos mentalizar por esas corrientes que afirman que la mujer sólo es mujer en el matrimonio y en la maternidad física…

    Y más que nunca también necesitamos experimentar y hacer experimentar esta verdad que expresa la Beata Angela de Foligno: «Si un hijo de Dios conociera y gustara el amor divino, Dios increado, Dios encarnado, Dios que padece la pasión, que es el sumo bien, le daría todo; no sólo dejaría las otras criaturas, sino a sí mismo, y con todo su ser amaría este Dios de amor hasta transformarse totalmente en el Dios-hombre, que es el sumamente Amado» (Il libro della Beata Angela da Foligno, Grottaferrata 1985, 683).

2) Dios es la verdadera riqueza

La vida consagrada es una bendición en segundo lugar porque «Ante la sed de dinero, que hoy domina casi por doquier, nuestra vida sobria y consagrada al servicio de los más necesitados recuerda que Dios es la riqueza verdadera que no perece» (Benedicto XVI, mensaje a las personas consagradas presentes en la diócesis de Roma). Con nuestra pobreza consagrada respondemos a la necesidad de los bienes verdaderos que dan seguridad en la vida.
    El hombre, que fue creado como guardián y rey de la creación, llamado a leer en ella como libro abierto, a Dios su Creador, se hace esclavo de los bienes de la tierra, se queda en las criaturas sin llegar al creador, se embota de tierra y ¡cuánto se aleja de poder gustar los bienes del cielo…! Pone su seguridad en tener y no en ser. Se desenfrena en la carrera de tener, se aferra a la seguridad que dan las cosas y al fin y al cabo, no es feliz…

    Pero a nosotros consagrados, los halagos de esta sociedad tecnificada, materialista, pueden también, en cierto modo, fascinarnos. ¿No hemos sentido la tentación de una vida más placentera, más cómoda, más llena de productos que crean necesidades nuevas…?

    Se impone la necesidad de renovar la opción de ser como Cristo pobre con radicalidad. Sí es posible ser pobres y ser felices, privarnos libremente de tantas cosas que hoy se hacen o se presentan como “necesarias”; nos privamos pero no nos vaciamos… La pobreza no es un estado social, sino una apertura interior a Dios que se traduce luego en un género de vida pobre, según diferentes matices, carismas. Y que se traduce en la donación a los demás, los necesitados de pan y los necesitados de Dios… La donación a los más pobres en todos los sentidos. “Quien a Dios tiene, nada le falta; sólo Dios basta”: es verdad y es posible dar este testimoniarlo hoy.

3) La obediencia responde a la verdadera libertad del hombre

Y en tercer lugar, la vida consagrada es una bendición para el mundo de hoy porque «Ante el individualismo y el relativismo, que inducen a las personas a ser norma única para sí mismas, nuestra vida fraterna, capaz de dejarse coordinar y por tanto capaz de obediencia, confirma que ponemos en Dios nuestra realización (Benedicto XVI, mensaje a las personas consagradas presentes en la diócesis de Roma). Nuestra obediencia consagrada responde a la verdadera identidad del hombre: antes que libre, soy criatura, dependiente de Aquel que me ha dado el ser.

    Hemos sido creados, no nos hemos hecho a nosotros mismos, pero hemos sido hechos para ser felices… El hombre desconfía de este propósito de Dios, como en el Paraíso.

    Nosotros, consagrados, también podemos ser acosados por la tentación de construir nuestras vidas en una total desvinculación de quienes ejercen la legítima autoridad, en nuestro instituto o congregación, en la Iglesia. Siempre ha sido difícil vivir en un régimen de obediencia, porque en todo tiempo el hombre ha llevado la pasión del orgullo, de la soberbia, de la rebeldía, y la tendencia a una completa independencia y autonomía.

    Pero quizá hoy experimentamos más vivamente la dificultad, al contemplar cómo en el campo civil la sociedad avanza legítimamente por una parte hacia formas de participación y democracia en sectores cada vez más amplios de la vida social, política y administrativa, y por otra, hacia un mayor respeto de la libertad individual en todo aquello que no afecta al bien común. Esta mentalidad, justificada en el ámbito civil, puede llevarnos a reinterpretar la obediencia consagrada al modo terreno, a falsearla o vaciarla de contenido.


Más que nunca hoy, necesitamos decir al mundo que sí es posible la oblación de la propia libertad que renuncia libremente a tomar sus propias decisiones para acatar únicamente la voluntad de Dios expresada en las decisiones de los legítimos superiores. Una oblación que pone al servicio de esa voluntad de Dios, colaborando con ella, toda la persona: inteligencia, amor, voluntad, capacidades y aptitudes humanas, etc. Que es posible edificar nuestra vida sobre ese plan eterno, que se concreta hoy en unas Constituciones, reglas, superiores… y no tanto en nuestros proyectos personales.

Sí; es necesario oír hoy aquella defensa que hace Cristo cuando María rompe el frasco de nardo puro, muy caro, y le unge, esparciéndose su aroma en toda la casa. Escoger esta vida consagrada, a algunos les parecerá despilfarro; a otros, infantilismo o complejo, falta de adecuación al mundo; a otros poca personalidad… He aquí la respuesta de Jesús: «Déjala».

Cristo puede y debe ser amado con corazón indiviso, podemos entregar a Él toda la vida, y no sólo algunos gestos, momentos o ciertas actividades. El ungüento precioso derramado como puro acto de amor, más allá de cualquier consideración «utilitarista», es signo de una sobreabundancia de gratuidad, tal como se manifiesta en una vida gastada en amar y servir al Señor, para dedicarse a su persona y a su Cuerpo místico. De esta vida «derramada» sin escatimar nada se difunde el aroma que llena toda la casa. La casa de Dios, la Iglesia, hoy como ayer, está adornada y embellecida por la presencia de la vida consagrada.

“Si sois lo que tenéis que ser prenderéis fuego al mundo entero” decía santa Catalina de Siena. Porque el mundo necesita testigos.

mmedina@inteducators.org?
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
Mostrar mensajes de anteriores:   
Publicar nuevo tema   Responder al tema    Foros de discusión -> Religiosas Todas las horas son GMT
Página 1 de 1

 
Cambiar a:  
Puede publicar nuevos temas en este foro
No puede responder a temas en este foro
No puede editar sus mensajes en este foro
No puede borrar sus mensajes en este foro
No puede votar en encuestas en este foro


Powered by phpBB © 2001, 2007 phpBB Group
© 2007 Catholic.net Inc. - Todos los derechos reservados