Alejap Asiduo
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Publicado:
Lun Ago 21, 2006 10:56 pm Asunto:
Si estas en Argentina Discernimiento vocacional (mes de agos
Tema: Si estas en Argentina Discernimiento vocacional (mes de agos |
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arquidiocesis de buenos aires
seminario metropolitano
El —llamado~
una propuesta vocacional mensual via mail
Desde mediados del año pasado estamos ofreciéndoles, via mail, una propuesta vocacional: el «llamado» del mes.
Es un material para discernimiento vocacional pensado para jóvenes de 17 a 30 años (aproximadamente) y que estén en busca de un proyecto de vida vocacional.
El material lo enviamos mensualmente en torno al día 19.
Va dirigido en primer lugar a los sacerdotes, seminaristas, consagrados/as y agentes de pastoral, a fin de que cada uno lo reenvíe a quien cada uno considere oportuno.
Como la propuesta incluye un seguimiento por parte de algún acompañante espiritual, será conveniente asegurar este acompañamiento a los jóvenes que reciben el «llamado».
El material es susceptible de cualquier tipo de adaptación según las necesidades.
Por supuesto, recibimos toda sugerencia que pueda mejorar la propuesta y quedamos a su disposición.
Todo el material ofrecido lo pueden encontrar en nuestra página web:
http://www.sembue.org.ar/xsiteinte-llamados.htm
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Elllamadodelmes
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de agosto
«Sólo te falta una cosa»
1 ¿Qué dice Jesús?....(...para escucharO)
17 Cuando se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?».
18 Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno.
19 Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no
robarás, no darás falso testimonio,
no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre».
20 El hombre le respondió:
«Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud».
21 Jesús lo miró con amor y le dijo: «Sólo te falta una cosa: ve, vende lo
que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después,
ven y sígueme».
(Mc.10, 17-21)
2 ¿Qué me dice Jesús? (...para pensarI)
En el llamado de este mes reflexionamos con las palabras de Juan Pablo II en la Carta a los Jóvenes del ’85 (obviamos por tanto la «Lectura sugerida» mensual)
«Este coloquio es sin duda el encuentro más completo y más rico de contenido (entre un joven y Jesús). Cristo habla así con un joven, con un muchacho o muchacha; conversa en diversos lugares de la tierra en medio a las diversas naciones, razas y culturas. Cada uno de vosotros es un potencial interlocutor en este coloquio...»
· «Maestro bueno ¿que debo hacer para heredar la Vida eterna?»
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¿Qué he de hacer para que la vida tenga valor, tenga sentido? ...está claro que, cuando nos ponemos ante Cristo, cuando Él se convierte en el confidente de los interrogantes de nuestra juventud, no podemos hacer una pregunta diversa...
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En efecto, Cristo no sólo es el «maestro bueno» que indica los caminos de la vida sobre la tierra. Él es el testigo de la inmortalidad del hombre. El Evangelio que Él anunciaba con su voz está sellado definitivamente con la cruz y la resurrección en el misterio pascual. Cristo repite constantemente: «Yo soy la resurrección y la vida».
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Por tanto, si tú, querido hermano y querida hermana, quieres hablar con Cristo adhiriéndote a toda la verdad de su testimonio, por una parte has de «amar al mundo»; porque Dios «tanto amó al mundo, que le dio su Hijo Unigénito»; y al mismo tiempo, has de conseguir el desprendimiento interior respecto a toda esta realidad rica y apasionante que es «el mundo». Has de decidirte a plantearte la pregunta sobre la vida eterna. En efecto, «pasa la apariencia de este mundo», y cada uno de nosotros estamos sometidos a este pasar.
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Ésta es la pregunta que los hombres se plantean desde hace tiempo, y no sólo en el ámbito del mundo cristiano, sino también fuera de él. Vosotros debéis tener también el valor de hacerla como el joven del Evangelio.
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...también durante la juventud se hace indispensable la pregunta sobre el final. Cristo dice: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá». Preguntad por tanto a Cristo, como el joven del Evangelio: «¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?».
· «Sólo Dios es bueno»
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Cristo responde a su joven interlocutor del Evangelio. «Maestro bueno ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?». ¿Cómo actuar, a fin de que mi vida tenga sentido, pleno sentido y valor? Nosotros podemos traducir así su pregunta en el lenguaje de nuestro tiempo. En este contexto la respuesta de Cristo quiere decir: sólo Dios es el último fundamento de todos los valores; sólo Él da sentido definitivo a nuestra existencia humana.
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¿Por qué sólo Dios es bueno? Porque Él es amor. Cristo da esta respuesta con las palabras del Evangelio, y sobre todo con el testimonio de la propia vida y muerte: «Porque tanto amó Dios al mundo, que lo dio su unigénito Hijo». Dios es bueno porque «es amor».
ª
La pregunta sobre el valor, la pregunta sobre el sentido de la vida forma parte de la riqueza particular de la juventud. Brota de lo más profundo de las riquezas y de las inquietudes, que van unidas al proyecto de vida que se debe asumir y realizar. Más todavía cuando la juventud es probada por el sufrimiento personal o es profundamente consciente del sufrimiento ajeno; cuando experimenta una fuerte sacudida ante las diversas formas del mal que existe en el mundo; y finalmente cuando se pone frente al misterio del pecado, de la iniquidad humana.
ª
...sólo Dios es bueno, sólo Dios es amor. Ruego insistentemente, a fin de que vosotros, jóvenes amigos, escuchéis esta respuesta de Cristo de modo verdaderamente personal, para que encontréis el camino interior que os ayude a comprenderla, para aceptarla y hacerla realidad.
Así habla Cristo, maestro y amigo, Cristo crucificado y resucitado; el mismo ayer, hoy y por los siglos.
· «Tú conoces los mandamientos...»
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El joven que habla con Cristo conoce naturalmente de memoria los mandamientos del Decálogo; es más, puede decir con alegría: «Todo esto lo he guardado desde mi juventud».
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Hemos de suponer que en este diálogo que Cristo sostiene con cada uno de vosotros, jóvenes, se repita la misma pregunta: ¿Sabes los mandamientos? Ésta se repetirá infaliblemente, porque los mandamientos forman parte de la Alianza entre Dios y la humanidad. Los mandamientos deciden el valor moral de los actos humanos, permanecen en relación con la vocación del hombre a la vida eterna. Su ápice se encuentra en el Evangelio: en el sermón de la montaña y en el mandamiento del amor.
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Este código de moralidad (se) encuentra al mismo tiempo inscrito en la conciencia moral de la humanidad...
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...la conciencia se presenta como testigo de aquella ley...Cada uno sabe hasta qué punto estas palabras corresponden a nuestra realidad interior; cada uno de nosotros desde la juventud experimenta la voz de la conciencia.
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¡Queridos jóvenes amigos! La respuesta que Jesús da a su interlocutor del Evangelio se dirige a cada uno y a cada una de vosotros. Cristo os interroga sobre el estado de vuestra sensibilidad moral y pregunta al mismo tiempo sobre el estado de vuestras conciencias. Es ésta una pregunta clave para el hombre; es el interrogante fundamental de vuestra juventud, válido para todo el proyecto de vida que, precisamente, ha de construirse durante la juventud. El valor de este proyecto depende en modo esencial de la autenticidad y de la rectitud de vuestra conciencia. Depende también de su sensibilidad.
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Aquí encuentra su fundamento la esencial grandeza del hombre; su dignidad auténticamente humana. Éste es el tesoro interior con el que el hombre se supera constantemente a sí mismo en dirección a la eternidad.
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...en la verdad interior de nuestros actos se halla, en un cierto sentido, constantemente presente la dimensión de la vida eterna. Y a la vez la misma conciencia, a través de los valores morales, imprime el sello más expresivo en la vida de las generaciones, en la historia y en la cultura de los ambientes humanos, de la sociedad, de las naciones y de la humanidad entera.
¡Cuánto depende en este campo de cada uno y cada una de vosotros!
· Jesús lo miró con amor...
Y
Entramos ahora en otra fase (de este diálogo). Ésta es nueva y decisiva. El joven ha recibido la respuesta esencial y fundamental a su pregunta: «¿Qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?». Y esta respuesta coincide con todo el camino recorrido hasta ahora en su vida: «Todo esto lo he guardado desde mi juventud». ¡Cómo deseo ardientemente para cada uno de vosotros que la juventud os dé una base robusta de sanos principios; que vuestra conciencia consiga ya en estos años de la juventud aquella transparencia madura que en vuestra vida os permitirá a cada uno ser siempre «personas que inspiran confianza», esto es, que son creíbles. La personalidad moral así formada constituye a la vez la contribución más esencial que vosotros podréis aportar a la vida comunitaria, a la familia, a la sociedad, a la actividad profesional y también a la actividad cultural o política, y, finalmente, a la comunidad misma de la Iglesia con la que estáis o podréis estar ligados un día.
Y
Cada uno de vosotros debe contribuir de algún modo a la riqueza de estas comunidades, en primer lugar, mediante lo que él es. ¿No se abre en esta dirección la juventud que es la riqueza «personal» de cada uno de vosotros?.
Y
Os deseo que experimentéis, para el proyecto de toda la vida que se abre ante vosotros, aquello de que habla el Evangelio: «Jesús, poniendo en él los ojos, le amó». Deseo que experimentéis una mirada así. Deseo que experimentéis la verdad de que Cristo os mire con amor.
Y
Él mira con amor a todo hombre. El Evangelio lo confirma a cada paso. Se puede también decir que en esta «mirada amorosa» de Cristo está contenida casi como en resumen y síntesis toda la Buena Nueva. Si buscamos el principio de esta mirada, es necesario volver atrás al libro del Génesis, a aquel instante en que, tras la creación del hombre «varón y mujer» Dios vio que «era muy bueno».
Y
Sabemos que Cristo confirmará y sellará esta mirada con el sacrificio redentor de la Cruz, puesto que precisamente por medio de este sacrificio, aquella «mirada» ha alcanzado una particular profundidad de amor.
Y
Os deseo a cada uno y cada una de vosotros que descubráis esta mirada de Cristo y que la experimentéis hasta el fondo. No sé en qué momento de la vida. Pienso que el momento llegará cuando más falta haga; acaso en el sufrimiento, acaso también con el testimonio de una conciencia pura como en el caso del joven del Evangelio, o acaso precisamente en la situación opuesta: junto al sentimiento de culpa, con el remordimiento de conciencia. Cristo, de hecho, miró también a Pedro en la hora de su caída, cuando por tres veces había negado a su Maestro.
Y
Al hombre le es necesaria esta mirada amorosa; le es necesario saberse amado, saberse amado eternamente y haber sido elegido desde la eternidad. Al mismo tiempo, este amor eterno de elección divina acompaña al hombre durante su vida como la mirada de amor de Cristo. Y acaso con mayor fuerza en el momento de la prueba, de la humillación, de la persecución, de la derrota, cuando nuestra humanidad esté casi borrada a los ojos de los hombres, cuando sea ultrajada y pisoteada; entonces la conciencia de que el Padre nos ha amado siempre en su Hijo, de que Cristo ama a cada uno y siempre, se convierte en un sólido punto de apoyo para toda nuestra existencia humana. Cuando todo hace dudar de sí mismo y del sentido de la propia existencia, entonces, esta mirada de Cristo, esto es, la conciencia del amor que en Él se ha mostrado más fuerte que todo mal y que toda destrucción, dicha conciencia nos permite sobrevivir.
Os deseo, pues, que experimentéis lo que sintió el joven del Evangelio: «Jesús, poniendo en él los ojos, le amó».
· «Sígueme»
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Esa mirada fue, por así decirlo, la respuesta de Cristo al testimonio que el joven había dado de su vida hasta aquel momento, o sea, haber actuado según los mandamientos de Dios. «Todo esto lo he guardado desde mi juventud».
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A la vez, esta «mirada de amor» fue la introducción a la fase conclusiva de la conversación. Siguiendo la redacción de Mateo, fue el mismo joven quien inició esta fase, dado que no sólo constató su fidelidad respecto a los mandamientos, sino que contemporáneamente formuló una nueva pregunta. De hecho preguntó: «¿Qué me queda aún?».
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En la conciencia moral del hombre y, concretamente del hombre joven, que forma el proyecto de toda su vida, está escondida la aspiración a «algo más». Este deseo se siente de diversos modos, y podemos advertirlo también entre aquellas personas que den la impresión de estar alejadas de nuestra religión.
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Entre los seguidores de las religiones no cristianas, sobre todo del Budismo, del Hinduismo y del Islamismo, encontramos, desde hace milenios, numerosos hombres «espirituales» que, a menudo, desde la juventud, abandonan todo para vivir en estado de pobreza y de pureza en la búsqueda del Absoluto que está por encima de la apariencia de las cosas sensibles, se esfuerzan por conquistar el estado de liberación perfecta, se refugian en Dios con amor y confianza e intentan someterse de todo corazón a los designios escondidos en Él. Se sienten como empujados por una misteriosa voz interior que resuena dentro de su espíritu, haciendo como eco a las palabras de San Pablo: «Pasa la apariencia de este mundo», y los conduce a la búsqueda de cosas más grandes y duraderas: «Buscad las cosas de arriba». Tienden con todas sus fuerzas hacia la meta, trabajando mediante un serio aprendizaje en la purificación de su espíritu, llegando a hacer a veces de la propia vida una donación de amor a la divinidad. Actuando de este modo, se convierten en un ejemplo viviente para sus contemporáneos, a los que indican con su conducta la primacía de los valores eternos sobre los fugaces y, a veces, ambiguos, ofrecidos por la sociedad en la que viven.
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El deseo a la perfección, a «algo más» encuentra su explícito punto de referencia en el Evangelio. Cristo, en el sermón de la montaña, confirma toda la ley moral, en cuyo centro están los diez mandamientos; pero al mismo tiempo da a estos mandamientos un sentido nuevo, evangélico. Todo esto se concentra alrededor de la caridad, no sólo como mandamiento, sino además como don: «... el amor de Dios se ha derramado en vuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado».
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En este contexto nuevo se hace comprensible asimismo el programa de las ocho bienaventuranzas, con el que comienza el sermón de la montaña en el Evangelio según San Mateo.
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En este mismo contexto el conjunto de los mandamientos, que constituyen el código fundamental de la moral cristiana, es completado por el conjunto de los consejos evangélicos, en los que se expresa y concreta, de modo especial, la llamada de Cristo a la perfección, que es una llamada a la santidad.
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Cuando el joven pregunta sobre el «algo más»: «¿Qué me queda aún?», Jesús lo mira con amor y este amor encuentra aquí un nuevo significado. El hombre es conducido interiormente por el Espíritu Santo desde una vida según los mandamientos a otra vida consciente del don, y la mirada plena de amor por parte de Cristo expresa este «paso» interior. Jesús añade: «Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme».
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¡Sí, mis queridos jóvenes! El hombre, el cristiano es capaz de vivir conforme a la dimensión del don. Más aún, esta dimensión no sólo es «superior» a la de las meras obligaciones morales conocidas por los mandamientos, sino que es también «más profunda» y fundamental. Esta dimensión testimonia una expresión más plena de aquel proyecto de vida que construimos ya en la juventud. La dimensión del don crea a la vez el perfil maduro de toda vocación humana y cristiana.
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Sin embargo, en este momento deseo hablaros del significado particular de las palabras que Cristo dijo a aquel joven. Y hago esto convencido de que Cristo las dirige en la Iglesia a algunos jóvenes interlocutores suyos de cada generación. También de la nuestra. Aquellas palabras significan en este caso una vocación particular dentro de la comunidad del Pueblo de Dios. La Iglesia halla el «sígueme» de Cristo al comienzo de toda llamada al servicio en el sacerdocio ministerial, que en la Iglesia católica de rito latino está unida simultáneamente a la responsable y libre elección del celibato. La Iglesia encuentra el mismo «sígueme» de Cristo al comienzo de la vocación religiosa en la que, mediante la profesión de los consejos evangélicos (castidad, pobreza y obediencia), un hombre o una mujer reconocen como suyo el programa de vida que el mismo Cristo realizó en la tierra por el reino de Dios. Al emitir los votos religiosos, estas personas se comprometen a dar un testimonio concreto del amor de Dios por encima de cualquier cosa y, a la vez, de aquella llamada a la unión con Dios en la eternidad que se dirige a todos. No obstante esto, es necesario que algunos den un testimonio excepcional de tal llamada ante los demás.
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Ésta es la razón por la que deseo decir a todos vosotros, jóvenes, en esta importante fase del desarrollo de vuestra personalidad masculina o femenina: si tal llamada llega a tu corazón, ¡no la acalles! Deja que se desarrolle hasta la madurez de una vocación. Colabora con esa llamada a través de la oración y la fidelidad a los mandamientos. «La mies es mucha». Hay una gran necesidad de que muchos oigan la llamada de Cristo: «Sígueme». Hay una gran necesidad de que a muchos llegue la llamada de Cristo: «Sígueme». Hay una enorme necesidad de sacerdotes según el corazón de Dios. La Iglesia y el mundo actual tienen urgente necesidad de un testimonio de vida entregada sin reserva a Dios, del testimonio de este amor esponsal de Cristo, que de modo particular haga presente el Reino de Dios entre los hombres y lo acerque al mundo.
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Permitidme pues completar aún las palabras de Cristo el Señor sobre la mies que es abundante. Sí, es abundante la mies del Evangelio, la de la salvación... «pero los obreros son pocos». Tal vez hoy se note esto más que en el pasado, especialmente en algunos países, así como también en algunos Institutos de vida consagrada y similares.
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«Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies», continúa diciendo Cristo. Estas palabras, especialmente en nuestro tiempo, se convierten en un programa de oración y acción en favor de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Con este programa la Iglesia se dirige a vosotros, jóvenes. Rogad también vosotros. Y si el fruto de esta oración de la Iglesia nace en lo íntimo de vuestro corazón, escuchad al Maestro que os dice: «Sígueme».
3 ¿Qué le digo a Jesús? (...para rezarÖ)
Maestro Bueno ¿qué debo hacer?
¿Qué debo hacer para encontrar el tesoro de mi vida?
¿Qué debo hacer para ser feliz?
¿Qué debo hacer para cumplir el Sueño que Tú tienes sobre mi vida?
¿Qué debo hacer para ser constructor de esta sociedad, de mi país, de la humanidad?
Maestro Bueno, Tú sólo eres Bueno
Tú sólo eres mi fortaleza,
Tú sólo eres mi luz,
Tú sólo sabes el secreto de mi vida,
Tú sólo eres el Señor de mis días,
Tú sólo eres mi alegría, mi paz...
He tratado de crecer
de ser mejor,
de ser más generoso,
de ser más solidario,
de ser más bueno,
Y ¡me falta tanto!
Siento en mí tu mirada de amor
tu mirada de comprensión
tu mirada de paciencia
tu mirada de ternura
tu mirada de estímulo...
¿Qué me queda por hacer?...
(seguí rezando vos, mirando el texto del Evangelio)
4 ¿Qué quiero hacer por Jesús? (...para vivirP)
o Escribí una lista de los deseos más profundos de tu corazón y decíselos a Jesús delante de una imagen suya o de un crucifijo (que sea significativo para vos).
o En cada día de este mes, tratá de hacer una buena obra por alguien. Andá anotando los nombres de las personas a quienes hiciste esa buena obra diaria y cada domingo rezá por ellos en la misa.
o Compartí lo que viviste y rezaste con algún sacerdote amigo, con tu acompañante espiritual, con alguien que te quiera y te aconseje bien.
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¡Nos vemos el mes que viene! |
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