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Dios, la política y el señor Sant-Iago

 
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Autor Mensaje
Luis Fernando
Veterano


Registrado: 04 Dic 2005
Mensajes: 1072

MensajePublicado: Jue Jul 27, 2006 10:48 am    Asunto: Dios, la política y el señor Sant-Iago
Tema: Dios, la política y el señor Sant-Iago
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Dios, la política y el señor Sant-Iago

La celebración de la solemnidad del Apóstol Santiago, el 25 de julio, en la catedral compostelana ha sido una ocasión desencadenante, este año, de cierta polémica: ¿Ha hecho bien el BNG al abstenerse de participar en la Misa en la que, en nombre del Rey de España, un delegado suyo realizaba la ofrenda al Apóstol? ¿Va en contra de la sana laicidad del Estado la presencia de las autoridades políticas en un acto religioso? ¿Es acorde con la santidad de la Eucaristía admitir en la celebración a personas que no comparten la fe católica?

Las perspectivas desde las que se puede analizar este asunto son múltiples. No faltan quienes, a favor o en contra, citan aquella frase de Jesús que dice: “Dad, pues al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios? (Mateo 22, 21). En la sentencia de Jesús está claro que hay distinción entre el César y Dios: el César no es Dios y Dios no es el César. E igualmente parece deducirse de la afirmación del Señor que hay cosas que son del César y cosas que son de Dios. Pero el problema radica en determinar qué es lo propio del César y qué es lo propio de Dios.

La doctrina católica, al abordar esta problemática, defiende la “autonomía de lo temporal” (cf Gaudium et spes, 36). “Autonomía” significa, en este contexto, algo así como consistencia propia. Lo temporal, lo terreno, lo mundano está dotado de propia consistencia, gozando de sus propias leyes y valores. Si lo aplicamos a la comunidad política, o al Estado, o al César, por seguir con la sentencia de Jesús, esto significa que, con relación a la Iglesia, la comunidad política es, en su propio terreno, independiente y autónoma. La Iglesia no es el Estado, no puede sustituir al Estado, y el Estado no es la Iglesia ni puede sustituirla.

Pero autonomía no significa, para un católico, independencia de la realidad creada con respecto a Dios (cf Gaudium et spes, 36). Y aquí es imposible no constatar un desnivel entre el César y Dios. Sólo Dios es Dios. Y el César, en cuanto no es Dios, en cuanto es criatura, está referido necesariamente a Dios. Por más autónoma e independiente que sea la comunidad política con relación a la Iglesia, eso no significa que sea absolutamente independiente de Dios, porque nada de cuanto existe lo es.

El César puede sucumbir a la tentación de jugar a ser Dios. No se trata de una hipótesis inverificable, sino de una experiencia más que corroborada a lo largo de la historia. El César juega a ser Dios cuando dispone del hombre, de la persona humana, como si Dios no existiese; es decir, cuando olvida que la persona no es del César, sino de Dios. Dar a Dios lo que es de Dios exige no suplantar a Dios como origen y destino del hombre, como referencia básica y finalidad esencial de la persona. Pensar la autonomía de la comunidad política prescindiendo de Dios, convirtiendo a Dios en mero asunto privado de interés sólo para un sector de la población, es falsear la verdad sobre el hombre y equivaldría a imponer a todos, en nombre de la laicidad, la propia ideología laicista, dando además falsamente por supuesto que la mayoría de los ciudadanos no reconocen a Dios.

Donde están en juego los derechos fundamentales de la persona, donde se cuestiona su carácter trascendente, allí tiene que hacerse presente la Iglesia para recordar que ese ámbito nunca puede ser del César, sino que siempre es de Dios.

Todo esto, quizá, debe ser tenido en cuenta a la hora de debatir sobre la ofrenda al Apóstol. En sí misma esa tradición puede servir, tal vez, de recordatorio de que, sin Dios o contra él, el César corre el riesgo de convertirse en un tirano. ¡No lo permita el señor Sant-Iago!

Guillermo Juan Morado.


Fuente: http://blogs.periodistadigital.com/predicareneldesierto.php/2006/07/27/dios_la_politica_y_el_senor_sant_iago
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Sólo la Iglesia Católica puede salvar al hombre ante la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo.
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