Maellus haereticorum Veterano
Registrado: 03 Oct 2005 Mensajes: 1775
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Publicado:
Jue Nov 03, 2005 9:03 pm Asunto:
Tema: En realidad tiene esa esperanza? |
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Cita: | Por mucho tiempo he escuchado "Cristianos" ya sea Catolicos o de otras denominaciones llenarse de una pena y amargura tal cuando muere un ser querido que me parace increible que prediquen algo en lo que OVIAMENTE NO CREEN |
Cely:
Gracias a Cristo, la muerte cristiana tiene un sentido positivo. “Para mí, la vida es Cristo y morir una ganancia” (Flp 1, 21). “Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con él, también viviremos con él” (2 Tim 2, 11). La novedad esencial de la muerte cristiana está ahí: por el Bautismo, el cristiano está ya sacramentalmente “muerto con Cristo”, para vivir una vida nueva; y si morimos en la gracia de Cristo, la muerte física consuma este “morir con Cristo” y perfecciona así nuestra incorporación a El en su acto redentor:
"Para mí es mejor morir en Cristo Jesús que reinar de un extremo a otro de la tierra. Lo busco a El, que ha muerto por nosotros; lo quiero a El, que ha resucitado por nosotros. Mi parto se aproxima... Dejadme recibir la luz pura; cuando yo llegue allí, seré un hombre". (San Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, 6,1-2)
En la muerte, Dios llama al hombre hacia sí. Por eso, el cristiano puede experimentar hacia la muerte un deseo semejante al de san Pablo: “Deseo partir y estar con Cristo” (Flp 1, 23); y puede transformar su propia muerte en un acto de obediencia y de amor hacia el Padre, a ejemplo de Cristo:
"Mi deseo terreno ha sido crucificado...; hay en mí un agua viva que murmura y que dice desde dentro de mí “ven al Padre”. (San Ignacio de Antioquia, Carta a los Romanos, 7,2)
"Yo quiero ver a Dios y para verlo es necesario morir. Yo no muero, entro en la vida." (Santa Teresa de Jesús, Vida, 1)
La visión cristiana de la muerte (ver 1 Tes 4,13-14) se expresa de modo privilegiado en la liturgia de la Iglesia:
"La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo". (Misal Romano, Prefacio de la Misa de Difuntos).
La muerte es el fin de la peregrinación terrena del hombre, del tiempo de gracia y de misericordia que Dios le ofrece para realizar su vida terrena según el designio divino y para decidir su último destino. Cuando ha tenido fin el único curso de nuestra vida terrena, ya no volveremos a otras vidas terrenas. “Está establecido que los hombres mueran una sola vez” (Heb 9, 27). No hay “reencarnación” después de la muerte.
La Iglesia nos anima a prepararnos para la hora de nuestra muerte (“De la muerte repentina e imprevista, líbranos Señor”:Letanías de los santos), a pedir a la Madre de Dios que interceda por nosotros “en la hora de nuestra muerte” (Avemaría), y a confiarnos a san José, patrono de la buena muerte:
"Habrías de ordenarte en toda cosa como si luego hubieses de morir. Si tuvieses buena conciencia no temerías mucho la muerte. Mejor sería huir de los pecados que de la muerte. Si hoy no estás aparejado, ¿cómo lo estarás mañana?" (Imitación de Cristo, I,23,1)
"Y por la hermana muerte, ¡loado mi Señor! Ningún viviente escapa de su persecución; ¡ay si en pecado grave sorprende al pecador! ¡Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios!" (San Francisco de Asís, Cántico de las Criaturas).
¿Qué decir de la Salvación que nos trajo Cristo? Por cierto que la obra salvadora de Cristo produce, para el que cree, la cancelación de la muerte ética del alma, es decir, del pecado, y en consecuencia conlleva también la cancelación de la "muerte segunda", es decir, de la condenación eterna. Pero Cristo no devolvió al género humano el don preternatural (del que gozaban nuestros primeros padres antes de la caída) de la inmortalidad física (ver Rom 5,17ss). Por el Bautismo, sin embargo, la muerte pierde su valor de castigo, ya que en los justificados no queda nada que merezca la condenación. El Concilio de Trento lo enseña de este modo:
"Dios por cierto nada aborrece en los que han renacido; pues cesa absolutamente la condenación respecto de aquellos, que sepultados en realidad por el bautismo con Jesucristo en la muerte (Rom 6,4), no viven según la carne (Rom 8,1), sino que despojados del hombre viejo, y vestidos del nuevo, que está creado según Dios (Ef 4,22ss; Col 3,9s), pasan a ser inocentes, sin mancha, puros, sin culpa, y amigos de Dios, sus herederos y partícipes con Jesucristo de la herencia de Dios (Rom 8,17)." (Denzinger-Shönmetzer 1515)
Pablo proclama: "No hay condenación alguna para los que están en Cristo Jesús" (Rom 8,1)
¡Pero los justificados en Cristo Jesús también mueren! Si, pero la muerte en ellos no es el castigo de sus pecados, sino que adquiere el carácter de "consecuencia" de la situación actual de pecado: Dios no los libra de la muerte física por un sabio designio de su voluntad para prueba y purificación de sus elegidos. Solo en Cristo y María la muerte no tuvo ni el carácter de castigo por el pecado ni tampoco fue una consecuencia del mismo.
Pero.....¿Por que a pesar de lo anterior sentimos dolor por nuestros seres querdios que han muerto?
Recordemos algo:
La Escritura nos enseña que la muerte es castigo-consecuencia del pecado. Esta es una doctrina claramente enseñada por la Iglesia ya en los primeros siglos: nuestros primeros padres, en la situación paradisíaca, estaban dotados de inmortalidad física; la muerte les fue dada como castigo por el pecado cometido. (Se puede ver Denzinger-Shönmetzer 222 y 372; también 1512 y 1521).
Así aparece claramente en las Escrituras. Dios advirtió a nuestros primeros padres que, de transgredir ellos el mandato que les había dado, morirían (ver Gen 2,17 y 3,19). "Dios no creó la muerte" (Sab 1,13), sino que esta entró en el mundo "por la envidia del diablo" (Sab 2,24). Dado que el pecado de nuestros primeros padres implicó a todo el género humano, por ello pudo decir San Pablo que "por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado, la muerte" (Rom 5,12). Por ello "el salario del pecado es la muerte" (Rom 6,23). En otras palabras, "en Adán todos murieron" (1 Cor 15,22).
Una consecuencia del pecado es el dolor: la muerte, como consecuencia del pecado, trae consigo mucho dolor, no por falta de fe, sino como consecuencia de la desobediencia de nuestros primeros padres. Cuando un ser querido muere, sentimos dolor por que esto ya está en nuestra naturaleza humana. Inclusive, Jesús, el que no conoció el pecado, lloró por la muerte de su amigo Lázaro, y es muy conmovedro leer en las Confesiones de san Agustín, la vivencia que él tuvo al morir su madre, Mónica.
El dolor que provoca la muerte de un ser querido, puede ser una prueba muy fuerte si se es cristiano, pero, con la fuerza que nos da Cristo, podemos superar esos momentos. _________________
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