Luis Fernando Veterano
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Publicado:
Sab Sep 16, 2006 9:44 pm Asunto:
La opinión y la fe
Tema: La opinión y la fe |
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La opinión y la fe
El Evangelio según San Marcos (8, 27-35) recoge una doble pregunta que Jesús dirige a los suyos: “¿Quién dice la gente que soy yo?”, “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”. La respuesta al primer interrogante recoge las opiniones de muchos judíos piadosos. Seguramente esas personas habían oído hablar a Jesús, habían visto sus obras y milagros, y el juicio que se habían formado sobre el Señor no podía ser más favorable: un profeta, un hombre de Dios, semejante a Juan Bautista o a Elías. Es la opinión del mundo, al menos de los hombres de buena voluntad. También hoy, si hiciésemos una encuesta, posiblemente la mayor parte de la gente emitiría un juicio similar. Uno de los filósofos que más ha atacado el cristianismo, Friedrich Nietzsche, admiraba, sin embargo, a Jesús: “Este ‘buen mensajero’ murió tal como vivió, tal como enseñó”, escribió en El Anticristo.
La segunda pregunta de Jesús: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”, marca una diferencia. Una cosa es lo que “la gente” dice y otra lo que “vosotros”, los discípulos, decís. La cuestión nos afecta directamente, nos concierne de modo personal. Se trata de definir quién es Jesús para nosotros, para mí, lo cual es inseparable de definirnos a nosotros mismos ante Jesús. La respuesta a este segundo interrogante la da Pedro: “Tú eres el Mesías”. Ya no se trata de una opinión, sino de una auténtica profesión de fe. Pedro, al confesar la fe en Jesucristo, asiente libremente a la verdad que Dios ha revelado enviando a su Hijo amado. Pero este asentimiento no es fruto “de la carne y de la sangre” (cf Mateo 16, 17); es decir, no se fundamenta en motivos humanos, sino que se apoya en la revelación del Padre y en el auxilio interior del Espíritu Santo que “nos precede y despierta en nosotros la fe” (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 683).
Para ser cristiano no basta con tener una buena opinión sobre Jesús; para ser cristiano hace falta creer. Y creer implica aceptar lo que viene de Dios, sin poner reservas o condiciones, superando las pruebas que aparecen contra la fe. Al mismo Pedro se le presenta, justo después de su profesión, una de esas pruebas: la prueba de la Cruz. Cuando el Señor explica en qué sentido Él es el Mesías, y “con toda claridad” muestra como incluida en su mesianismo la pasión y la cruz, Pedro, por un momento, deja que su propia opinión se imponga a su fe, hasta el punto de llegar a increpar a Jesús. El Señor tiene que decirle entonces: “¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!”.
La Cruz se alza, en el camino de fe de Pedro, y en nuestro propio itinerario de creyentes, como el gran obstáculo, como la piedra de escándalo. La Cruz, la entrega de uno mismo, la abnegación, es el criterio que nos permite discernir la autenticidad de nuestra fe. Mientras ser cristiano no nos cueste nada, no sabremos si somos hombres de fe o solamente personas que mantienen una buena opinión sobre Jesús.
De algún modo, la Carta del Apóstol Santiago incide en esta misma idea; en la necesidad de verificar la fe en la práctica: “¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras?”. Porque la fe sin obras está muerta por dentro, y no salva (cf Santiago 2, 14-18; Gálatas 5, 6).
La fe muerta, la fe sin obras, es la fe separada de la caridad; porque el que cree no permanece inactivo, sino que se esfuerza por conocer y hacer la voluntad de Dios: “Permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor” (Juan 15, 9-10). Es este amor dinámico el que se expresa en la entrega de Cristo. Es este amor el que vence la prueba del sufrimiento, del temor y de la duda, pues nos une a aquel Mesías, el único Salvador, “que nos ama hasta el punto de dejarse clavar por nosotros en la Cruz, para llevar los sufrimientos de la humanidad hasta el corazón de Dios” (Benedicto XVI).
En medio del sufrimiento que comporta el amor verdadero, dejemos de lado nuestras “opiniones”, forjadas tantas veces en la comodidad del egoísmo, “y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe” (Hebreos 12, 1-2).
Guillermo Juan Morado.
Fuente: http://blogs.periodistadigital.com/predicareneldesierto.php/2006/09/16/la_opinion_y_la_fe _________________ Sólo la Iglesia Católica puede salvar al hombre ante la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo.
G.K. Chesterton |
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