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San Francisco de Asís - 4 de octubre

 
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clauabru
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Registrado: 04 Oct 2005
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Ubicación: Buenos Aires, Argentina

MensajePublicado: Mie Oct 04, 2006 7:50 pm    Asunto: San Francisco de Asís - 4 de octubre
Tema: San Francisco de Asís - 4 de octubre
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Yo , Francisco de Asís, les narraré algo de mi vida. Es una experiencia sencilla pero vivida con gran gran sinceridad conmigo mismo, con los demás y con Dios.

Por ello, El Señor me concedió la fecundidad.

En pocas palabras mi vida es la siguiente:
Nací en la ciudad de Asís (Italia) el año de 1182. Aquí transcurrió mi niñez y juventud.

Mi papá se llamaba Pedro Bernardone. Comerciante de telas finas. Tenía negocios en los mejores mercados del mundo del siglo trece. Su carácter férreo le hacía exigente en su trabajo. En realidad era próspero, pero ambicionaba más. Quería que yo siguiera sus pasos y fuera así uno de los grandes de su tiempo.

El nombre de mi mamá era Juana, a quien llamaban Madona Pica. Era oriunda de Francia. Le gustaba la música, la poesía y los torneos de caballería. Era muy noble y de grandes virtudes cristianas. Me enseñó a hablar en francés y deseaba que yo fuera un gran caballero. De ella aprendí muchas cosas.

La juventud la pasé de lo mejor. Fui alegre quizá un poco desordenado. Tenía un carácter jovial, comunicativo, expresivo y abierto a los demás.

Con los amigos derrochábamos tiempo y dinero. Corríamos a caballo por todos lados y vestíamos a la moda. Por las noches íbamos a cantarles canciones a las chicas más guapas de Asís.

La casa de los amigos era casa de todos. Aquí las bromas, los chistes y las carcajadas eran parte de nuestra juventud sin proyecto. Quería que mis amigos fueran plenamente felices, por ello me esforzaba por contagiarles optimismo y espíritu de fiesta. ¡De nadie me dejé ganar en vanidades! Por ello la gente de mi pueblo me llamaba "El Rey de la Juventud".

En plena Juventud me armé de "Caballero" y me adentré a la conquista de fama y gloria. Mi pueblo entró en conflicto con la ciudad de Perusa. La Caballería de mi pueblo fue a defender sus intereses, pero fuimos derrotados. Un año estuvimos en prisión. Al regresar a mi casa enfermé. Tuve un sueño en el que se me preguntaba: "Francisco, Francisco: ¿ A quien es mejor servir: al Señor o al criado?". Yo contesté: "Al Señor "¿Porqué entonces te pones a servir al criado ?". Yo no comprendí aquel sueño, pero les confieso que a partir de ese tiempo sucedió algo en mí. Sólo sé que sentí la necesidad de reflexionar sobre mi vida cosa que no fue fácil. Me costó. Me dolió ¡Cuesta romper con algo que hasta hoy a movido nuestra vida. ¡No es fácil arrancar del alma lo que ella ha aprendido... pues con frecuencia el vicio se convierte, por repetición en naturaleza!

Por ese tiempo, hice la experiencia de caminar y: ver atentamente la realidad. Descubrí lo hermoso de la vida y del mundo,- y me dije - "es aquí donde debo vivir y descubrir el porqué de mi vida". Después hice la experiencia de vivir como pobre y mendigué de puerta en puerta. Un día me encontré con un leproso ¡Qué horror! ¡Su presencia me causó asco y repugnancia! ¡Quise huir, abandonarlo! pero opté por vencerme y no sólo le di pan sino también un beso.
El encuentro que tuve con el leproso, marcó un momento decisivo en mi vida. Esta experiencia nunca la olvidé.

El cambio que se había iniciado en mí, lo notó mi papá, pero no me comprendió.

Un día observé la pobreza de mis paisanos y me acordé de las bodegas repletas de mercancías de mi padre. ¡Corrí y entré en casa!... ¡Regalé mucha ropa, aquel día!. Mi padre se enteró y me dio una buena paliza y me encarceló. Mi mamá me sacó de la cárcel y aunque no comprendía mi actitud prefería hacerme feliz dejándome en libertad. Después de esto me retiré al bosque.
Un día regresé a mi pueblo, la gente y los amigos que antes me adulaban como el "Rey de la Juventud", se burlaron de mí, me tiraron piedras y gritaban ¡Está loco! ¡Es un tonto!

Mi papá al darse cuenta de mi propósito acudió al Señor Obispo para que él hiciera justicia. Ante él me desheredó y ya no quiso que fuera su hijo.

Yo que con anterioridad había renunciado a todo lo material, ante el Obispo tuve la osadía de desnudarme y entregar a mi papá la ropa que me cubría y le dije: "Hasta ahora te llamaba, padre mío, Pedro Bernardone, pero de hoy en adelante ya puedo decir la verdad: "Padre nuestro que estás en los cielos". Y entonces me retiré a vivir entre los pobres.

Un día caminaba por los bosques de Asís y encontré una iglesia abandonada. Era la Ermita de San Damián. En medio de sus ruinas me puse a orar frente a un crucifijo abandonado. Estaba en oración cuando escuché: "Francisco, Francisco, anda y repara mi iglesia que como ves está en ruinas . Al instante me puse a repararla.

¡ Qué experiencia! ¡jamás había tocado mezcla y no sabia de albañilería! con buena voluntad y entusiasmo, realicé aquella obra. Aún no había comprendido que Cristo no me llamaba a reparar iglesias, edificios sino a reconstruir la iglesia viva que formamos todos.

Era el tercer año de mi conversión cuando terminé de reparar otra iglesia, la ermita de Santa María de los Ángeles. Aquí me encontraba participando, un día, de la Eucaristía (Misa) y escuché el Evangelio que narraba cómo Jesús había enviado a sus discípulos a predicar el Reino de Dios. Al terminar la lectura, no comprendí lo que el Señor me decía. Después de la eucaristía busqué al sacerdote y le pedí de favor que me explicara el Evangelio que había leído. El me explicó ordenadamente la Palabra del Señor, y me dijo:
"Que los discípulos de Cristo no debían poseer oro ni plata, ni dinero en los cinturones, que no debían llevar alforjas, ni bastón, ni calzado, ni dos túnicas, porque el que trabaja tiene derecho a comer "(Mt. 10, 9-10). También me leyó el pasaje de san Lucas 9, 3. Después me dijo que Jesús decía que el que quisiera ir en pos de él, tenía que tomar su cruz y seguirle (Mt. 16, 24).

Cuando escuché estas palabras, salté de alegría y dije:
¡Esto es lo que yo quiero!
¡Esto es lo que yo busco!
¡Esto es lo que yo quiero practicar con todo el corazón!

Y salí dispuesto a servir a mis hermanos y hermanas más pobres. Me entregué en cuerpo y alma a esta tarea. Vivir el Evangelio a la letra, sin acomodaciones. Ella fue mi norma, mi guía, mi luz, mi fuente de inspiración.

La cualidad que tenía desde joven me ayudó a vivir el Evangelio. Seguí al Señor y serví a los hombres con todo lo que fui capaz: con alegría, con entusiasmo, con dedicación y sobre todo con creatividad.

El Señor transformó mi vida. El me hizo sensible a las interrogantes concretas de mi tiempo. El me enseñó el respeto a la persona y el amor a toda la creación. El me condujo a vivir católicamente el Evangelio. El me llevó a vivir dentro de la iglesia viva y a reconstruirla por la bondad, por el amor, por la sencillez, por el ejemplo, por la pobreza y por la alegría.

Les amigos de mi juventud vinieron a visitarme un día. Quisieron vivir su cristianismo como yo lo estaba haciendo. Primero vino Bernardo, después León, más adelante Rufino, Ángel y otros... con ellos formamos una comunidad y experimentamos vivir el evangelio.

Íbamos de dos en dos a predicar el Reino de Dios y no teníamos nada en propiedad. Cuidábamos enfermos, leprosos y necesitados. Trabajábamos con nuestras manos y éramos plenamente felices porque el Señor movía nuestras vidas.

Cuando éramos doce, visitamos al Señor Papa Inocencio Tercero y le presentamos nuestro proyecto de vida. Habíamos escrito unas pocas citas del Evangelio como norma de vida. El Señor Papa aprobó nuestro proyecto de vida y nos bendijo.

A partir de ese tiempo recorrimos todas las ciudades de Europa y Asia Menor. Predicábamos con brevedad de palabra, ayudábamos a los necesitados y éramos pobres y sencillos. El Señor nos hizo numerosos.

Un día vino a nosotros Clara Faverone, tenía 18 años y era muy bella. Pertenecía a la nobleza pero lo abandonó todo. La llevamos a la Iglesia de San Damián y allí el Señor le trajo muchas señoritas que quisieron seguir al Señor en extrema pobreza, trabajo y oración. (Hoy se llaman Hermanas Clarisas).

Todos querían venir a vivir con nosotros, pero nos dimos cuenta que no todos podían abandonar sus obligaciones en la sociedad, entonces fundamos la "Orden de Penitentes" para todos aquellos que quisieran vivir el Evangelio de la pobreza, obediencia, alegría, sin abandonar el hogar y sus trabajos en la sociedad ( Hoy se llama Orden Franciscana Seglar).

Lo que el Señor hizo progresivamente en mi vida no puedo explicarlo, sólo sé que me abrí sincera y sencillamente a Dios y El se me presentó en la vida concreta de mis hermanos, Amé y viví al Cristo total: al Cristo hecho Niño en Belén, Al Cristo que vivió y trabajó, al Cristo que nos amó y padeció en la Cruz, al Cristo que Resucitó y vive entre nosotros.

Me esforcé por descubrir la presencia de Dios en el corazón de los hombres, de las cosas y de toda la Creación. Cuando el Señor me dio hermanos, quise que fueran consecuentes con las cualidades y valores que Dios les había dado. Lo único que exigía era que fueran abiertos al Espíritu de Dios y a su santa operación ellos nos conducirían a la pluralidad convergente y así serviríamos mejor a la iglesia. Al observar la conflictividad de mi tiempo, imaginé que hay en el corazón de todos los hombres un porcentaje de bondad, por malos que sean. Por eso me acerque al ladrón al asesino, a los violentos y explotadores, y con la pedagogía del amor y la bondad los induje a un proceso de conversión.

Creíamos en la fuerza transformadora de la Fe, del amor, de la paz, de la sencillez y de la alegría por eso vivimos el Evangelio en Comunidad y en medio del pueblo, nuestro convento era el universo entero y vivimos como peregrinos en oración y trabajo. Hablé de Dios a tiempo y destiempo. Cuando ya no pude caminar de pueblo en pueblo me hice llevar en camilla a la plaza de los pueblos y así continué hablando de Dios a mis contemporáneos.

Y cuando ya ni esto pude, escribí cartas, poemas y consejos para que fuesen leídos en público.

Cuando el hermano cuerpo se quedó sin fuerzas y quedé completamente ciego, escribí un poema en el que invité a toda la creación a alabar al único Dios (hoy le llaman Cántico al Hermano Sol).

Dos años antes de morir, subí al Monte Alvernia, allí hablé íntimamente con Dios. El vio mi pequeñez e impregnó en mis manos, pies y costado, sus llagas y con ellas viví hasta morir.

Toda mi vida intenté ser hermano de todos, y a todos amé como hermanos. Cuando morí en octubre de 1,226, dije a mis seguidores.

He concluido mi tarea Cristo les enseña la de ustedes.

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