Alejap Asiduo
Registrado: 26 Feb 2006 Mensajes: 109
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Publicado:
Lun Sep 25, 2006 6:16 pm Asunto:
Si estas en Argentina discernimiento vocacional
Tema: Si estas en Argentina discernimiento vocacional |
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arquidiocesis de buenos aires
seminario metropolitano
El —llamado~
una propuesta vocacional mensual via mail
Desde mediados del año pasado estamos ofreciéndoles, via mail, una propuesta vocacional: el «llamado» del mes.
Es un material para discernimiento vocacional pensado para jóvenes de 17 a 30 años (aproximadamente) y que estén en busca de un proyecto de vida vocacional.
El material lo enviamos mensualmente en torno al día 19.
Va dirigido en primer lugar a los sacerdotes, seminaristas, consagrados/as y agentes de pastoral, a fin de que cada uno lo reenvíe a quien cada uno considere oportuno.
Como la propuesta incluye un seguimiento por parte de algún acompañante espiritual, será conveniente asegurar este acompañamiento a los jóvenes que reciben el «llamado».
El material es susceptible de cualquier tipo de adaptación según las necesidades.
Por supuesto, recibimos toda sugerencia que pueda mejorar la propuesta y quedamos a su disposición.
Todo el material ofrecido lo pueden encontrar en nuestra página web:
http://www.sembue.org.ar/xsiteinte-llamados.htm
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Elllamadodelmes
ïÈlamadoð
de septiembre
«Un hombre sensato
y un hombre insensato»
1 ¿Qué dice Jesús?....(...para escucharO)
24Dijo Jesús a sus discípulos:
«Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir
y las pone en práctica,
puede compararse a un hombre sensato
que edificó su casa sobre roca.
25Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes,
soplaron los vientos y sacudieron la casa;
pero esta no se derrumbó
porque estaba construida sobre roca.
26Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica,
puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena.
27Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes,
soplaron los vientos y sacudieron la casa:
esta se derrumbó, y su ruina fue grande».
(Mt.7, 24-27)
2 ¿Qué me dice Jesús? (...para pensarI)
· «...el que escucha las palabras que acabo de decir...». ¿Cuáles son esas «palabras» que Jesús acaba de decir y que hay que poner en práctica para ser un hombre sensato ? Jesús se está refiriendo aquí a todo lo que acaba de enseñarles a sus discípulos en el maravilloso Sermón del Monte que comienza con la proclamación de las Bienaventuranzas (capítulos 5 a 7 del Evangelio de San Mateo). Jesús resume aquí lo más importante de la «Buena Noticia» que viene a traernos. El hombre sensato, el hombre cuya vida tiene sentido, sensatez, sabiduría es aquel que, en primer lugar, sabe escuchar esas palabras que salen de la boca y el corazón del Hijo de Dios. El hombre sensato es, pues, el hombre «atento» a lo que Dios le va susurrando al corazón a través de Su Palabra. Es el hombre que sabe hacer lugar a la Palabra de Dios en su interior, el que sabe hacer silencio en su corazón para que Dios le hable.
· «...y las pone en práctica...». ¡Cuántas veces Jesús nos dice en el Evangelio que no se trata tan solo de escuchar y hablar sino fundamentalmente de vivir Su Palabra! ¡Cómo cuesta llevar a la vida cotidiana, a la vida concreta de todos los días, lo que Jesús nos enseña! Antes que nada esto es un don, una gracia, que necesitamos pedir cada día. Confiamos, sabemos que el Señor nunca nos niega esa gracia, todo lo contrario, quiere regalárnosla «para que tengamos vida en abundancia» (Jn.10,10).
· «...un hombre sensato que edificó su casa sobre roca». La imagen que usa Jesús es la de la roca, que nos sugiere algo firme, fuerte, resistente, que puede soportar mucho peso, que puede sostener. Sin duda que es la traducción de la fortaleza cristiana. El hombre sensato es el hombre fuerte, es el hombre cuyo cimiento es la Palabra de Dios que intenta escuchar y vivir cada día (es el «pan nuestro de cada día»). Pero si damos un paso más, podemos ver que Jesús usa la imagen de la roca, también en otra ocasión: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt.16,1 . ¿A qué se está refiriendo aquí Jesús con la palabra piedra? Está aludiendo a la fe de Pedro que, por gracia de Dios, acaba de profesar delante de todos y que será el fundamento de la fe de la Iglesia. Por tanto, el hombre sensato es el hombre de fe. Y esa fe, pura gracia de Dios, pero también tarea cotidiana de cada uno, es la que lo hace sensato: lo que le da el sentido de su vida...
· «Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa...». El hombre sensato no es el que no tiene ningún problema, el que vive tranquilo sin preocupaciones. Muchas veces la fe nos pone en situaciones difíciles. La vida de la fe es la vida de un discípulo que quiere seguir a Jesús, que sabe renunciar a sí mismo y cargar su cruz cada día (Cf.Lc.9,23). «Agua» y «viento» son signos aquí de todo aquello que ablanda o sacude la fe. La tentación o la prueba para nuestra fe puede ser el rechazo, la burla, la crítica o la oposición abierta. Esto puede sacudirnos y hacernos temblar. Pero también podemos sufrir una tentación más sutil: es la que nos ablanda nuestra fe con falsas excusas, con autoengaños, con medias tintas, etc...
· «...pero ésta no se derrumbó...». Es el mismo Jesús (la auténtica Roca: cf. 1 Co.10,4) quien da firmeza a nuestra vida. El hombre sensato es el que confía en que Jesús no dejará derrumbar jamás su casa, por más torrentes, aludes, huracanes y tempestades que sobrevengan. Es el hombre de fe: «¿Quién podrá separarlo del amor de Cristo?» (Rom.8, 35). Por eso el hombre sensato es un hombre de paz. Vive en paz. Transmite paz.
· «...un hombre insensato que edificó su casa sobre arena...; esta se derrumbó...». Hoy día vemos con dolor que hay muchas vidas derrumbadas, arruinadas. Y muchas de éstas son vidas jóvenes. Es la cultura de la muerte que devora vidas jóvenes en la violencia, la droga, la pobreza, la injusticia, la falta de oportunidades, etc. Es esa cultura de la muerte que contagia insensatez, es decir, falta de sentido. Y cuando falta el sentido de la vida, la vida se derrumba. Jesús desde la Cruz sigue gritando que la Vida con mayúscula es la Última y definitiva Palabra sobre la vida del hombre. Él puede vencer cualquier otro poder que la amenace...
3 ¿Qué le digo a Jesús? (...para rezarÖ)
Aquí estoy Señor, ¡quiero escucharte!
Con oídos atentos, con corazón disponible,
con manos abiertas,
con paz y alegría;
también con temor e incertidumbre,
con ansia, vacilación y esperanza.
Aquí estoy Señor, ¡quiero seguirte!
en el camino de la Vida,
en el camino de la Verdad,
en el camino de la Entrega,
en el camino de la Renuncia,
en el camino de la Cruz,
en el camino de la Pascua,
en tu camino de Luz.
Dame sensatez
para que pueda vivir de la fe,
para que pueda ser fuerte en la debilidad,
estar sereno en la vacilación,
ser un hombre de paz en medio de la violencia,
ser un hombre de luz entre tanta oscuridad,
ser un hombre de unidad en los enfrentamientos,
ser un hombre de certezas ante tanta confusión.
Señor, construye mi casa
para que pueda albergar a muchos,
que se sienten insensatos,
porque perdieron el sentido de sus vidas.
Señor, construye en mí Tu Casa
donde haya espacio para los que se derrumban,
donde haya espacio para los que vacilan,
para los que vagan sin sentido,
para los que dudan,
para los que desesperan,
para los que ya no confían en nadie –ni en sí mismos-
para los que aún no llegaron a escucharte
a conocerte
a amarte...
(seguí rezando vos, mirando el texto del Evangelio)
4 ¿Qué quiero hacer por Jesús? (...para vivirP)
o En algún momento tranquilo, hacé una lista de todos los hombres y mujeres de fe (sensatos) que le dieron sentido a tu vida: en tu familia, escuela, amigos, parroquia, etc. De cada uno, tratá de reconocer una virtud o valor que te transmitieron (por ejemplo: alegría, sentido de responsabilidad, creatividad, optimismo, libertad, etc.)
o Compartí lo que pensaste con algún sacerdote amigo, con tu acompañante espiritual, con alguien que te quiera y te aconseje bien. Y también consultále con quién podés hacer esto que sigue:
o Tratá de ir a charlar con algún conocido o conocida tuyo que sepas que no tiene claro el sentido de su vida y preguntále lo mismo: cuáles son las personas que le transmitieron valores...
5 Lectura sugerida (para leer en cualquier momento, tranquilo...§)
Carta a Jesús. Escribo temblando.
Card. Albino Luciani (Juan Pablo I)
Querido Jesús:
He sido objeto de algunas críticas. «Es obispo, es cardenal –dicen-, ha trabajado agotadoramente escribiendo cartas en todas direcciones: a M.Twain, a Péguy, a Casella, a Penélope, a Dickens, a Marlowe, a Goldoni y a no sé cuántos más. ¡Y ni una sola línea a Jesucristo!».
Tú lo sabes. Yo me esfuerzo por mantener contigo un coloquio continuo. Pero traducido en carta me resulta difícil: son cosas personales. ¡Y tan insignificantes! Además ¿qué voy a escribirte a Ti, de Ti, después de tantos libros como se han escrito sobre Ti?
Por otra parte, tenemos el Evangelio. Como el rayo supera cualquier fuego, y el radio todos los demás metales; como un misil supera en velocidad la flecha del pobre salvaje, así el Evangelio supera todos los libros.
No obstante, he aquí mi carta. La escribo temblando, sintiéndome como un pobre sordomudo que hace enormes esfuerzos para hacerse entender, y con el mismo estado de ánimo que Jeremías, cuando, enviado a predicar, te decía, lleno de repugnancia: «¡No soy más que un niño, Señor, y no sé hablar!».
Pilato, al presentarte al pueblo, dijo: ¡He aquí al Hombre! Creía conocerte, pero no conocía siquiera una sola brizna de tu corazón, cuya ternura y misericordia mostraste cien veces de cien maneras diferentes.
Tu madre. Pendiente de la cruz, no quisiste marchar de este mundo sin darle un segundo hijo que se cuidase de ella, y dijiste a Juan: He ahí a tu madre.
Los apóstoles. Vivías día y noche con ellos, tratándolos como verdaderos amigos, soportando sus defectos. Les instruiste con paciencia inagotable. La madre de dos de ellos te pide un puesto privilegiado para sus hijos y Tú le respondes: «A mi lado no han de buscarse honores, sino sufrimientos». También los otros anhelan los primeros puestos y Tú les enseñas: «Hay que hacerse pequeños, ponerse en el último lugar, servir».
En el cenáculo les pusiste en guardia: «¡Tendréis miedo y huiréis!». Protestan. El primero y el que más, Pedro, quien luego te negaría tres veces. Tú perdonas a Pedro y le dices tres veces: Apacienta mis ovejas.
En cuanto a los demás apóstoles, tu perdón resplandece sobre todo en el capítulo 21 de Juan. Pasan toda la noche en la barca. Antes de clarear el día, Tú, el Resucitado, estás a la orilla del lago. Y les haces de cocinero, de sirviente, encendiendo el fuego, cocinando y preparándoles pescado asado y pan.
Los pecadores. Tú eres el pastor que va en busca de la oveja descarriada y se alegra al encontrarla y lo celebra cuando la devuelve al redil. Tú eres aquél padre bueno que, cuando regresa el hijo pródigo, se le arroja al cuello y lo abraza durante largo tiempo. Escena repetida en todas las páginas del Evangelio: Tú te acercas a los pecadores y pecadoras, comes con ellos, te invitas Tú mismo, si ellos no se atreven a invitarte. Das la impresión –es la que yo tengo- de preocuparte más de los sufrimientos que el pecado causa a los pecadores que de la ofensa que hace a Dios. Infundiéndoles la esperanza del perdón, parece que les dices: « ¡Ni siquiera os imagináis la alegría que me produce vuestra conversión!».
Además del corazón, brilla en Ti la inteligencia práctica.
Apuntabas siempre al interior del hombre. Los fariseos tenían la cara demacrada a causa de los prolongados ayunos religiosos y Tú manifestaste: «No me gustan esos rostros. El corazón de estos hombres está lejos de Dios. Los impulsos nacen del interior y, por ello, el corazón sirve de módulo para juzgar a los hombres. De dentro del corazón humano salen los malos pensamientos: liviandades, latrocinios, asesinatos, adulterios, codicias, orgullo, vanidad».
Tenías horror a las palabras inútiles: Sea vuestro hablar, sí, sí; no, no; todo lo que pasa de esto, procede del mal. Cuando oréis, no multipliquéis las palabras.
Querías hechos reales y moderación: Si ayunas, lávate la cara y perfúmate la cabeza. Cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha. Al leproso curado le ordenaste: No lo digas a nadie. A los padres de la muchacha resucitada les mandaste enérgicamente que no fueran anunciando a bombo y platillo el milagro ocurrido. Solías decir: Yo no busco mi gloria. Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre.
En la cruz, antes de morir, dijiste: Todo está cumplido. Pero siempre te cuidaste de que las cosas no se hicieran a medias. Cuando los apóstoles te sugirieron: La gente nos sigue hace tiempo; enviémosla a su casa para que coman, Tú respondiste: No, démosle nosotros de comer. Cuando terminaron de comer los panes y los peces milagrosamente multiplicados, añadiste: Recoged las sobras; no está bien que se pierdan.
Querías que, al hacer el bien, se cuidaran hasta los menores detalles. Al resucitar a la hija de Jairo, aconsejaste: Ahora, dadle de comer. La gente proclamaba de Ti: ¡Ha hecho bien todas las cosas!
¡Qué resplandor de inteligencia brotaba de tu predicación! Tus adversarios enviaron desde el templo de Jerusalén guardias para detenerte y éstos volvieron con las manos vacías. «¿Por qué no lo habéis detenido?». Los guardias respondieron: ¡Jamás hombre alguno ha hablado como él! Hechizabas a la gente, la cual afirmó de Ti desde los primeros días: ¡Este sí que habla con autoridad! ¡Lo contrario de lo que hacen los escribas!
¡Pobres escribas! Encadenados a los 634 preceptos de la Ley, andaban diciendo que el mismo Dios dedicaba cada día un rato al estudio de la Ley y, desde el cielo, pasaba revista a las opiniones de los escribas para estar al corriente de sus progresos.
Tú, por el contrario: Habéis oído que se dijo...Yo, en cambio, os digo...Reivindicabas el derecho y el poder de perfeccionar la Ley como señor de la Ley. Con extraordinario coraje afirmaste: Soy mayor que el templo de Salomón; el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.
Y no te cansabas nunca de enseñar en la sinagogas, en el templo, sentado en las plazas o sobre el campo, por los caminos, en las casas e incluso durante la comida.
Hoy, todo el mundo pide diálogo, diálogo. He contado tus diálogos en el Evangelio. Son 86: 37 con los discípulos, 22 con gentes del pueblo y 27 con tus adversarios. La pedagogía actual exige la actividad común en torno a los centros de interés. Cuando el Bautista envió, desde la cárcel, a sus discípulos para que te preguntaran quién eras, no perdiste tiempo en palabrerías. Curaste milagrosamente a todos los enfermos presentes y dijiste a los enviados: Id y decidle a Juan lo que habéis visto y oído.
Para los judíos de tu tiempo, Salomón, David y Jonás representaban lo que para nosotros son Dante, Garibaldi y Mazzini. Tú hablabas continuamente de David, Salomón, Jonás y otros personajes populares. Y siempre con valentía.
El día en que enseñaste: Bienaventurados los pobres, bienaventurados los perseguidos, yo no estaba allí. Si hubiera estado junto a Ti, te hubiera susurrado al oído: «Por favor, cambia, Señor, tu discurso, si quieres que alguien te siga. ¿No ves que todos aspiran a las riquezas y a las comodidades? Catón prometió a sus soldados los higos de África, y César las riquezas de la Galia, y, bien o mal, encontraron seguidores. Tú prometes pobreza, persecuciones. ¿Quién quieres que te siga?». Impertérrito, continúas y te oigo decir: Yo soy el grano de trigo que debe morir antes de fructificar. Es preciso que yo sea levantado sobre una cruz; desde ella atraeré a mí el mundo entero.
Ya se cumplió esta profecía: Te levantaron sobre la cruz. Tú la aprovechaste para extender los brazos y atraerte a la gente. ¿Quién podrá contar los hombres que han llegado hasta el pie de la cruz, para arrojarse en tus brazos?
Ante este espectáculo de las multitudes que, desde todas las partes del mundo y durante tantos siglos, acuden incesantemente al crucificado, surge la pregunta: ¿Se trata solamente de un hombre extraordinario y bienhechor o de un Dios? Tú mismo diste la respuesta, y quien no tiene los ojos cegados por los prejuicios, sino ávidos de luz, la acepta.
Cuando Pedro proclamó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, Tú no sólo aceptaste su confesión, sino que también la premiaste. Siempre reivindicaste para Ti lo que los judíos consideraban exclusivo de Dios. A pesar de su escándalo, perdonaste los pecados, te manifestaste señor del Sábado, enseñabas con suprema autoridad, y declaraste ser igual al Padre.
Muchas veces trataron de apedrearte como blasfemo, porque decías ser Dios. Finalmente, cuando te prendieron y te llevaron ante el Sanedrín, el sumo sacerdote te preguntó solemnemente: ¿Eres o no eres el Hijo de Dios? Tú respondiste: Lo soy. Y me veréis sentado a la diestra del Padre. Y aceptaste la muerte antes que retractar esta afirmación y negar tu esencia divina.
Estoy acabando de escribir esta carta. Nunca me he sentido tan descontento al escribir como en esta ocasión. Me parece que he omitido la mayoría de las cosas que podían decirse de Ti y que he dicho mal lo que debía haber dicho mucho mejor. Sólo me consuela esto: lo importante no es que uno escriba sobre Cristo, sino que muchos amen e imiten a Cristo.
Y, afortunadamente –a pesar de todo-, esto sigue ocurriendo también hoy.
Mayo 1974
(Albino Luciani. Ilustrísimos Señores, Cartas del patriarca de Venecia. BAC. Madrid. 1978)
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¡Nos vemos el mes que viene! |
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