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Comentario al Evangelio de Hoy
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scarlett
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MensajePublicado: Mar Jun 12, 2007 1:23 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Martes X del tiempo ordinario
Texto del Evangelio (Mt 5,13-16): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».
Cita:
Comentario: Rev. D. Francesc Perarnau i Cañellas (Girona, España) «Vosotros sois la sal de la tierra. Vosotros sois la luz del mundo»

Hoy, san Mateo nos recuerda aquellas palabras en las que Jesús habla de la misión de los cristianos: ser sal y luz del mundo. La sal, por un lado, es este condimento necesario que da gusto a los alimentos: sin sal, ¡qué poco valen los platos! Por otro lado, a lo largo de los siglos la sal ha sido un elemento fundamental para la conservación de los alimentos por su poder de evitar la corrupción. Jesús nos dice: —Debéis ser sal en vuestro mundo, y como la sal, dar gusto y evitar la corrupción.

En nuestro tiempo, muchos han perdido el sentido de su vida y dicen que no vale la pena; que está llena de disgustos, dificultades y sufrimientos; que pasa muy deprisa y que tiene como perspectiva final —y bien triste— la muerte.

«Vosotros sois la sal de la tierra» (Mt 5,13). El cristiano ha de dar el gusto: mostrar con la alegría y el optimismo sereno de quien se sabe hijo de Dios, que todo en esta vida es camino de santidad; que dificultades, sufrimientos y dolores nos ayudan a purificarnos; y que al final nos espera la vida de la Gloria, la felicidad eterna.

Y, también como la sal, el discípulo de Cristo ha de preservar de la corrupción: donde se encuentran cristianos de fe viva, no puede haber injusticia, violencia, abusos hacia los débiles... Todo lo contrario, ha de resplandecer la virtud de la caridad con toda la fuerza: la preocupación por los otros, la solidaridad, la generosidad...

Y, así, el cristiano es luz del mundo (cf. Mt 5,14). El cristiano es esta antorcha que, con el ejemplo de su vida, lleva la luz de la verdad a todos los rincones del mundo, mostrando el camino de la salvación... Allá donde antes sólo había tinieblas, incertidumbres y dudas, nace la claridad, la certeza y la seguridad.

Cita:
P. José-Fernando Rey Ballesteros. LA SAL Y EL SALERO

En español, la palabra “sal” ha adquirido una expresividad que quizá no tenga en ningún otro idioma. Porque, además de designar ese condimento que sazona nuestras comidas y nos pone la tensión por las nubes, la empleamos para referirnos a esa cualidad del carácter que lo hace agradable a los demás. Una persona “salada” no es, obviamente, un enfermo de hipertensión, sino alguien con quien “da gusto estar” porque te hace sonreír; porque tiene un sentido del humor sano; porque guarda una buena cara para cada racha de mal tiempo; porque le miras, le escuchas, y sientes un cosquilleo de alegría… Y, sin embargo, la persona salada no es, como podría parecer, la que tiene “sal”. A la cualidad que atesora este tipo de personas se la llama, más bien, “salero”. Es como decir que sal tienen muchos; pero un buen salero para espolvorearla es privilegio de unos pocos, los “salados”, o, en cañí, los “salaos”. La siguiente pirueta lingüística consistirá en llamarles “salerosos”, es decir, gente con “salero”. Y, por último, lo contrario de una persona “salerosa” es un “soso”, “sosainas”, “cafre”, “petardo”, “cazo”, “plasta”, “pesado”… (¿sigo?)
Quizá a algunos -que son poco “salerosos”- les resulten inútiles estas disquisiciones.

Pero cada vez que, recorriendo el Sermón de la Montaña, leo “vosotros sois la sal de la tierra”, se me antoja que el Señor nos está pidiendo “salero”. Por favor, que nadie me escriba diciendo que Jesús hablaba en arameo y era completamente ajeno a estos devaneos de la España cañí… Ya lo sé. Pero la misma sal que inspiró a Jesús aquella imagen nos ha inspirado a nosotros ésta; por algo será.

Al grano: no basta “tener sal”, saber rezar, conocer la doctrina, creer… Todo eso es necesario, desde luego, pero “si la sal se vuelve sosa…” Además hay que tener “salero”.

Un cristiano debería ser alguien con quien “diera gusto” estar; una persona agradable, optimista, sonriente, llena de un sano y sobrenatural sentido del humor que alegrara a cuantos se acercaran a él aún antes de pronunciar el nombre de Cristo. Los hombres reciben el anuncio de Jesús más fácilmente si viene de labios de alguien “salao” que si viene de un “soso”, de un temperamento “avinagrado” y rancio, que siempre parece estar sumido en una seriedad antipática. No es una cuestión de segundo orden, porque los santos han sido siempre personas muy simpáticas, que han hecho las delicias de quienes se acercaron a ellos. Así fue Santa Teresa; así fue San Francisco de Sales… Eran dos “salaos” de calibre superior, y despertaron tantas risas como lágrimas e iras…

Sí; hoy le voy a pedir a la Santísima Virgen un salero; un salero divino que espolvoree sonrisas por toda la faz de la tierra, para que el nombre de Cristo sea pronunciado en voz muy alta por apóstoles muy alegres, muy valientes, y muy “salados”.

Paz y bien. (Comentario de Laura Aguilar Ramírez)

Estas frases de Jesús son muy conocidas y usadas "Vosotros sois la sal y la luz del mundo". O sea para guardarla de la corrupción, darle sabor y alumbrarlo. ¿cómo? con la palabra de Dios, con nuestro ejemplo.
Y me hizo pensar el P. Ballesteros en la alegría del servicio.
Cuanto más se conoce a Dios, más alegre se está, es una cualidad que se nota. Pensaba ayer en una prima que dice conocer a Dios, todo el día oye música cristiana, va al servicio los días que le corresponde, hace oración diario, hace servicio en el templo cristiano al que asiste. Todo bien.
Pero en su cara no se refleja la alegría, en sus obras no se refleja Jesús. Vive con mi tía de 85 años (su mamá) y no es capaz de ayudarle ni a tender su cama. A mi tía le gustan las plantas, los árboles, mi prima se los corta. Mi tía es alegre, sufre sí, pero sonríe. Mi prima es seca, la sonrisa pocas veces se dibuja en su rostro. Creo yo, que es cierto debemos servir a Dios en todos lados donde estemos, empezando por nuestra propia familia. Me duele tanto ver que mi tía sufre por cosas que su hija puede evitarle.
No sólo por ser su madre, por ser una persona mayor, sino por caridad. La tiene a unos pasos y no es capaz de voltear a verla. Mi tía come sóla, su hija sólo se digna a llevarle una probadita de su comida. Mi tía tenía 3 perritos que le hacían compañía, se los echó a la calle. Ahora ya no tiene ni perros que le ladren, porque de su hija no puede esperar ni el saludo de buenos días.
También dice Jesús: "No todo el que me dice "Señor, Señor entrará en el Reino de Dios".
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scarlett
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MensajePublicado: Mie Jun 13, 2007 1:16 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Miércoles X del tiempo ordinario 2Co 3, 4-11: Nos ha hecho servidores de una alianza nueva
Salmo responsorial 98: Santo eres, Señor, Dios nuestro.
Texto del Evangelio (Mt 5,17-19):
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda. Por tanto, el que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos; en cambio, el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos».
Cita:
Comentario: Rev. D. Miquel Masats i Roca (Girona, España) «No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento»
Hoy escuchamos del Señor: «No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas; (...), sino a dar cumplimiento» (Mt 5,17). En el Evangelio de hoy, Jesús enseña que el Antiguo Testamento es parte de la Revelación divina: Dios primeramente se dio a conocer a los hombres mediante los profetas. El Pueblo escogido se reunía los sábados en la sinagoga para escuchar la Palabra de Dios. Así como un buen israelita conocía las Escrituras y las ponía en práctica, a los cristianos nos conviene la meditación frecuente —diaria, si fuera posible— de las Escrituras.

En Jesús tenemos la plenitud de la Revelación. Él es el Verbo, la Palabra de Dios, que se ha hecho hombre (cf. Jn 1,14), que viene a nosotros para darnos a conocer quién es Dios y cómo nos ama. Dios espera del hombre una respuesta de amor, manifestada en el cumplimiento de sus enseñanzas: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos» (Jn 14,15).

Del texto del Evangelio de hoy encontramos una buena explicación en la Primera Carta de san Juan: «En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados» (1Jn 5,3). Guardar los mandamientos de Dios garantiza que le amamos con obras y de verdad. El amor no es sólo un sentimiento, sino que —a la vez— pide obras, obras de amor, vivir el doble precepto de la caridad.

Jesús nos enseña la malicia del escándalo: «El que traspase uno de estos mandamientos más pequeños y así lo enseñe a los hombres, será el más pequeño en el Reino de los Cielos» (Mt 5,19). Porque —como dice san Juan— «quien dice: ‘Yo le conozco’ y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él» (1Jn 2,4).

A la vez enseña la importancia del buen ejemplo: «El que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos» (Mt 5,19). El buen ejemplo es el primer elemento del apostolado cristiano.

Cita:
P. José-Fernando Rey Ballesteros.DENTRO DEL LABERINTO13-06-2007
2Cor 3, 4-11; Sal 98; Mt 5, 17-19

Nunca daré suficientes gracias a Dios por haber recibido formación cristiana durante la adolescencia. No me faltaba, cada semana, aquella “charla” en que, sin miedo, se llamaba a las cosas por su nombre, y se nos enseñaba a discernir entre el bien y el mal.
Quienes asistíamos éramos provocados de continuo por nuestros compañeros de clase, entre risas burlonas y secretas curiosidades, y acabábamos enzarzados en discusiones morales -casi siempre sobre sexo- que pretendíamos sacar adelante como “paladines de la ortodoxia”. Recuerdo a uno de aquellos “compañeros de charla” que era “experto en anticonceptivos”. Cuando la discusión llegaba a tan resbaladizo terreno, los demás callábamos, y mi amigo explicaba con tanta claridad el pecado que latía en aquellas técnicas, que nuestros “adversarios” no podían oponerle sino la risa.

Hace no mucho tuve la ocasión de reencontrarme con aquel amigo. Está casado y tiene un hijo, después de seis años de matrimonio. Como si quisiera adelantarse a una pregunta que yo no tenía intención de hacer, comenzó a hablar sobre la natalidad.

Hablaba con la misma claridad y fogosidad de entonces, pero, pasados estos años, todos sus argumentos estaban destinados a convencerme de la bondad natural de los métodos anticonceptivos. “Entonces no nos afectaba” -me decía- “pero luego te casas, tocas tierra, te encuentras con el mundo real, y descubres que la Iglesia vive en una nube. Los curas no os casáis y no sabéis lo que es esto. Por eso seguís predicando lo de siempre”.

Llegué a casa, me volví a sentar en el confesonario, volví a escuchar las mismas cosas, y entendí. Entendí que si alguien sabe “lo que esto” somos precisamente los sacerdotes. Desde el confesonario te das cuenta de algo que muchos ignoran: los pecados se advierten con toda claridad hasta el momento en que los comete uno. A partir de entonces, la entrada en el laberinto provoca una pérdida de perspectiva irreparable para quien no use la memoria o no quiera dejarse guiar por quien aún está fuera. La primera caída, aquella en que se pierde la inocencia, provoca un inmenso remordimiento. La segunda produce un gran dolor. La tercera despierta la duda… Y, cuando se ha caído quince veces en el mismo pecado, lo fácil es pensar que a uno le han engañado, y que lo que le presentaban como pecado era realmente algo maravilloso y muy aconsejable. El siguiente paso es aconsejarlo, y lanzarse a la apología de lo que antes se condenaba como horrible…. Por eso me parece un don del Cielo el celibato sacerdotal: mientras estemos fuera, aún podemos orientar a quien se deje.

“El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos”. Le he pedido a la Virgen, para mí y para ti, que nos libre de todo pecado. Pero, si nos obstinamos en caer, que no permita que nos ceguemos hasta el punto de no saber distinguir el bien del mal. Que no perdamos la perspectiva.

Paz y bien. (Comentario de Laura Aguilar Ramírez)
«No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento Estas palabras pueden causar un poco de confusión, puesto que en varias ocasiones, Jesús acusó a los fariseos (sacerdotes de los templos) de no realizar la voluntad de Dios y en éste pasaje nos habla de cumplir la ley dada a conocer por Dios a Moisés tal y cual.En varios pasajes más adelante, menciona por ejemplo cuando se le cuestiona el porqué Moisés permitía determinadas actitudes y El rechazó que Moisés las permitió por la terqeudad de los hombres para entender la palabra y llevarla a cabo. Leyendo el comentario del P. Ballesteros no pude evitar el sorprenderme un poco y no estar de acuerdo con El. Es cierto que para aquellos que desde pequeños recibieon instrucción religiosa no hay motivo de duda, sin embargo mucha de ésta instrucción se les dió en escuelas donde se permitía la enseñanza religiosa, normalmente de paga (porque no existen escuelas públicas donde se dé formación religiosa) y por lo tanto fuera del alcance de las mayorías. En las iglesias no se habla de temas como planificación familiar, aborto, relaciones sexuales, etc. Tal vez en algunos lugares en donde funcionan grupos de MFC se hable de ello, pero no siempre muy informados, pero no se acostumbra hablar de ello en los sermones de la misa dominical a la cual asisten la mayoría de los fieles. Ahora con los medios de información en algunos espacios se habla de ello, es cierto, pero durante mucho tiempo no se hacia así. Entonces el ejemplo que pone en cierta forma es también un reproche hacia él mismo. Varias veces me he puesto a pensar que si Dios permitió que determinadas personas conocieran más de su palabra, no es para que simplemente se limiten a oir confesiones y dar gracias a Dios de que ellos son diferentes, sino que su función principal es darla a conocer a todos, a ser ejemplos. Esto sucede mucho también entre los laicos, que simplemente dan gracias a Dios por haber tenido oportunidades que otros no tuvieron, pero no hacen nada con los dones que Dios les dió o si los usan, los usan para ellos y los suyos y después critican a los que no cumplen con la ley, sin fijarse que es por ignorancia y que los encargados de darla a conocer son precisamente aquellos que recibieron una educación en ése sentido.
Algunas veces cuando se me cuestiona sobre ésto, me pongo a pensar que yo no tuve ésa oportunidad, yo eduqué a mis hijos de acuerdo a lo que yo aprendí y los resultados están a la vista: ambos son universitarios, ambos hacen servicio a la comunidad, ambos son buenos hijos, amigos, primos, etc. Me pregunto que si yo hubiera recibido la educación que otros recibieron tal vez yo sería religiosa o mínimo alguno de mis hijos lo sería porque se educa con lo que a uno lo educaron, no se puede hacer con lo que uno ignora. En ése sentido, quienes fallan entonces son los que habiendo tenido oportunidades diferentes, no las capitalizan.
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scarlett
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MensajePublicado: Jue Jun 14, 2007 12:59 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Jueves X del tiempo ordinario
2Co 3,15-4,1.3-6: Dios ha brillado en nuestros corazones para que iluminemos
Salmo responsorial 84: La gloria del Señor habitará en nuestra tierra.
Texto del Evangelio (Mt 5,20-26
): En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos.

Habéis oído que se dijo a los antepasados: ‘No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal’. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano “bobo”, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame “renegado”, será reo de la gehenna de fuego.

Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. Ponte enseguida a buenas con tu adversario mientras vas con él por el camino; no sea que tu adversario te entregue al juez y el juez al guardia, y te metan en la cárcel. Yo te aseguro: no saldrás de allí hasta que no hayas pagado el último céntimo».
Cita:
Comentario: Rev. P. Julio César Ramos González SDB (Salta, Argentina) «Si vuestra justicia no es mayor (...) no entraréis en el Reino de los Cielos»

Hoy, Jesús nos invita a ir más allá de lo que puede vivir cualquier mero cumplidor de la ley. Aún, sin caer en la concreción de malas acciones, muchas veces la costumbre endurece el deseo de la búsqueda de la santidad, amoldándonos acomodaticiamente a la rutina del comportarse bien, y nada más. San Juan Bosco solía repetir: «Lo bueno, es enemigo de lo óptimo». Allí es donde nos llega la Palabra del Maestro, que nos invita a hacer cosas “mayores” (cf. Mt 5,20), que parten de una actitud distinta. Cosas mayores que, paradójicamente, pasan por las menores, por las más pequeñas. Encolerizarse, menospreciar y renegar del hermano no son adecuadas para el discípulo del Reino, que ha sido llamado a ser —nada más y nada menos— que sal de la tierra y luz del mundo (cf. Mt 5,13-16), desde la vigencia de las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12).

Jesús, con autoridad, cambia la interpretación del precepto negativo “No matar” (cf. Ex 20,13) por la interpretación positiva de la profunda y radical exigencia de la reconciliación, puesta —para mayor énfasis— en relación con el culto. Así, no hay ofrenda que sirva cuando «te acuerdas de que un hermano tuyo tiene algo contra ti» (Mt 5,23). Por eso, importa arreglar cualquier pleito, porque de lo contrario la invalidez de la ofrenda se volverá contra ti (cf. Mt 5,26).

Todo esto, sólo lo puede movilizar un gran amor. Nos dirá san Pablo: «En efecto lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rom 13,9-10). Pidamos ser renovados en el don de la caridad —hasta el mínimo detalle— para con el prójimo, y nuestra vida será la mejor y más auténtica ofrenda al Dios.

Cita:
Colaboración Servicio Bíblico Latinoamericano Mt 5,20-26: Deja la ofrenda ante el altar y ve a reconciliarte con tu hermano

Continúa hoy el tema de la justicia iniciado ayer en Mateo. Con la palabra “justicia” indica el evangelista la fidelidad de los discípulos a la ley de Dios como una fidelidad nueva. El discípulo de Jesús es fiel a la ley e incluso debe cumplirla hasta sus consecuencias más radicales (cf. Mt 5,17), pero no con el espíritu fariseo legalista y de cumplir con el mínimo.

Jesús propone una interpretación de la ley mucho más radical e interior, fundada en una relación personal con el Padre y desbordando las exigencias de la ley misma por un amor vivido en plenitud. La ira y las palabras ofensivas contra el hermano son equiparadas por Jesús al homicidio. No es una praxis judía más severa, sino un modo nuevo de comprender el mandamiento “no matar”. El precepto negativo de “no matar” se extiende también al ámbito de la reconciliación, como lo muestran las dos pequeñas parábolas del texto evangélico .

La primera muestra que la misericordia vale más que el culto, o mejor aun, que el culto de Dios no puede prescindir de una relación con el hermano basada en la caridad y en la justicia. La segunda parábola enfatiza la necesidad de la reconciliación: conviene reconciliarse con los demás, ponerse de acuerdo a través del dialogo y del perdón, antes que sea demasiado tarde y llegue el juicio definitivo de Dios.
Paz y bien. (Comentario de Laura Aguilar Ramírez)
Varias veces me ha sucedido que me enojó con alguien, muchas veces con razón y siempre soy la primera en disculparme. Hay ocasiones en que sinceramente me duele que sea así, que ni una sóla vez las personas que me ofenden me ofrezcan una disculpa y me resiento con ellas. Esto a lo largo de mi vida, me ha llevado a perder amistades o relaciones.
Finalmente creo que salgo ganando, porque aquél que no es capaz de aceptar sus errores y ofrecer disculpas por ellos no vale la pena.
A veces me he rebelado de que sea así, me he preguntado porqué si actúo de buena voluntad, haciendo bien, la mayoría de la gente contesta con mal. He llegado a la conclusión de que Dios es el que juzga, que finalmente da a cada quien lo que merece, que el daño que puedan hacerme de manera consciente, será a El al que le tengan que rendir cuentas. Que mi deber es perdonar. Cosa que finalmente siempre termino haciendo. Lo que he agregado es alejarme de ésas personas, porque no tiene caso insistir con personas que no son capaces de albergar en su corazón el perdón y al mismo tiempo la aceptación de sus errores. En éstos días, cuando Jesús les da indicaciones a sus discPpulos y los envía a evangelizar, les dice que ofrezcan su paz al llegar a un lado, si no es recibida, la paz les será devuelta, y les dice que si no son recibidos en algún lado, se limpien de los pies hasta el polvo de ésa casa y continúen su camino. Es lo que finalmente he terminado por hacer.
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MensajePublicado: Sab Jun 16, 2007 12:49 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Cita:
Día litúrgico: Sábado después del Domingo II después de Pentecostés: El Corazón Inmaculado de María


Texto del Evangelio (Lc 2,41-51): Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Cuando tuvo doce años, subieron ellos como de costumbre a la fiesta y, al volverse, pasados los días, el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin saberlo sus padres. Pero creyendo que estaría en la caravana, hicieron un día de camino, y le buscaban entre los parientes y conocidos; pero al no encontrarle, se volvieron a Jerusalén en su busca.

Y sucedió que, al cabo de tres días, le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros, escuchándoles y preguntándoles; todos los que le oían, estaban estupefactos por su inteligencia y sus respuestas. Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando». Él les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón.


Comentario: Rev. D. Jordi Pascual i Bancells (Salt-Girona, España)

«Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón»

Hoy celebramos la memoria del Corazón Inmaculado de María. Un corazón sin mancha, lleno de Dios, abierto totalmente a obedecerle y escucharle. El corazón, en el lenguaje de la Biblia, se refiere a lo más profundo de la persona, de donde emanan todos sus pensamientos, palabras y obras. ¿Qué emana del corazón de María? Fe, obediencia, ternura, disponibilidad, espíritu de servicio, fortaleza, humildad, sencillez, agradecimiento, y toda una estela inacabable de virtudes.

¿Por qué? La respuesta la encontramos en las palabras de Jesús: «Donde está tu tesoro allí estará tu corazón» (Mt 6,21). El tesoro de María es su Hijo, y en Él tiene puesto todo su corazón; los pensamientos, palabras y obras de María tienen como origen y como fin contemplar y agradar al Señor.

El Evangelio de hoy nos da una buena muestra de ello. Después de narrarnos la escena del niño Jesús perdido y hallado en el templo, nos dice que «su madre guardaba todas estas cosas en su corazón» (Lc 2,51). San Gregorio de Nisa comenta: «Dios se deja contemplar por los que tienen el corazón purificado». ¿Qué guarda María en su corazón? Desde la Encarnación hasta la Ascensión de Jesús al cielo, pasando por las horas amargas del Calvario, son tantos y tantos recuerdos meditados y profundizados: la alegría de la visita del ángel Gabriel manifestándole el designio de Dios para Ella, el primer beso y el primer abrazo a Jesús recién nacido, los primeros pasos de su Hijo en la tierra, ver cómo iba creciendo en sabiduría y en gracia, su “complicidad” en las bodas de Caná, las enseñanzas de Jesús en su predicación, el dolor salvador de la Cruz, la esperanza en el triunfo de la Resurrección...

Pidámosle a Dios tener el gozo de amarle cada día de un modo más perfecto, con todo el corazón, como buenos hijos de la Virgen.www.evangeli.net




Cita:


Quién mejor que una madre como María sabe lo que significa “perder” al Hijo de Dios, y a su propio hijo. Si en eso momentos Dios Padre le hubiese pedido cuentas a María de la educación de su hijo ¿qué hubiese respondido María? ¿Se me perdió y no lo encuentro o está cumpliendo tu voluntad? Por lo angustiada que estaba parecería que respondería “se me perdió”. Con esto no hay otra prueba más convincente de que María amaba a Jesús como tantas otras madres posiblemente amaban sus hijos. Era su hijo y como tal lo amaba y lo cuidaba. Sin embargo, el mismo amor de madre le llevó a callarse ante la respuesta de Jesús: “tenía que ocuparme de las cosas de mi padre.” ¿Que Jesús no sabía que María estaba dando su vida por Él? ¿No sabía que sin la ayuda de una madre no hubiese podido sobrevivir? ¿Y que si no moría de hambre moriría asesinado por los hombres de Herodes? Posiblemente lo sabía pero también tenía bien claro la misión que debía cumplir, y debía comenzar cuanta antes.

Pero detengamos por más tiempo nuestra mirada en María. Una madre que ha cuidado durante 12 años a su hijo y ahora su hijo le sale con esta respuesta tan desconcertante. Son los riesgos de una madre. A más amor por el hogar más sacrificios que debe afrontar.

Ojalá que en nuestra vida también se cumplan estas palabras que dijo Juan Pablo II de ella: “toda su vida fue una peregrinación de fe. Porque caminó entre sombras y esperó en lo invisible, y conoció las mismas contradicciones de nuestra vida terrena”. Que como María también nuestra vida sea un peregrinar en la fe cuando no entendamos los por qué de la vida. Colaboración del Servicio Bíblico Latinoamericano

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Mirad que ninguno devuelva a otro mal por mal, sino procurad siempre lo bueno los unos para con los otros, y para con todos.

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MensajePublicado: Dom Jun 17, 2007 7:48 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Cita:

Texto del Evangelio (Lc 7,36-8,3): Un fariseo le rogó que comiera con él, y, entrando en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Había en la ciudad una mujer pecadora pública, quien al saber que estaba comiendo en casa del fariseo, llevó un frasco de alabastro de perfume, y poniéndose detrás, a los pies de Él, comenzó a llorar, y con sus lágrimas le mojaba los pies y con los cabellos de su cabeza se los secaba; besaba sus pies y los ungía con el perfume.

Al verlo el fariseo que le había invitado, se decía para sí: Si éste fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que le está tocando, pues es una pecadora. Jesús le respondió: «Simón, tengo algo que decirte». Él dijo: «Di, maestro». «Un acreedor tenía dos deudores: uno debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían para pagarle, perdonó a los dos. ¿Quién de ellos le amará más?». Respondió Simón: «Supongo que aquel a quien perdonó más». Él le dijo: «Has juzgado bien», y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: «¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra».

Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados». Los comensales empezaron a decirse para sí: «¿Quién es éste que hasta perdona los pecados?». Pero Él dijo a la mujer: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz».

Y sucedió a continuación que iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando la Buena Nueva del Reino de Dios; le acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que les servían con sus bienes.


Comentario: Fr. Eusebio Martinez (Brownsville-Texas, USA)

«No me diste agua para los pies (…), no me diste el beso (…), no ungiste mi cabeza con aceite»

Hoy, el Evangelio nos explica aquel que encuentra a Jesús no puede hacerlo con indiferencia. ¿Por qué el rabino lo invita a compartir su comida para tratarlo luego con descortesía descuidando atenderlo con las muestras de respeto y honor acostumbradas?

Lucas dibuja un agudo contraste entre el arrogante e incorrupto fariseo, que sigue todas las normas pero carece de la sensibilidad de aplicar las más elementales acciones de amabilidad hacia un huésped, y la mujer que -teniendo una reputación de pecadora- recibe, en cambio, a Jesús con una atención amorosa (cf. Lc 7,45-46). No hay duda que ella entiende la importancia de esa amorosa atención al tiempo que el fariseo carece totalmente de esa sensibilidad. Los Fariseos evitaban la compañía de los "pecadores públicos" y, al hacerlo, descuidaban darles la ayuda que necesitaban para que encontrasen su curación y su integridad.

Como humanos, es muy difícil amar de verdad y saber perdonar a las personas, y caemos en la tentación de preocuparnos de las apariencias para adquirir así la reputación de una vida virtuosa mientras continuamos cultivando nuestra tendencia a juzgar y a no perdonar. Muchas de las narraciones del Evangelio nos hablan de la actitud de los fariseos frente a los publicanos. Si ahora quisiésemos describir lo que los Fariseos harían si viviesen en nuestra sociedad actual, podríamos ver, por ejemplo, que ciertamente irían a Misa y la seguirían debidamente pero, en su camino de vuelta a casa, no dudarían en criticar negativamente a los demás. Desde luego es laudable asistir a Misa y observar las normas de la conducta cristiana, pero toda esa cuidadosa observancia carece de valor si no va acompañada de un genuino espíritu de amor y perdón.
Según Benedicto XVI, «el nuevo culto cristiano abarca todos los aspectos de la vida, transfigurándola (...). La Eucaristía, al implicar la realidad humana concreta del creyente, hace posible día a día la transfiguración progresiva del hombre, llamado a ser por gracia imagen del Hijo de Dios».

www.evangeli.net


Cita:
Una mujer -¡y qué mujer!- se atreve a estropear una sobremesa cuidadosamente preparada. La arrogante entrometida no sólo quebranta las leyes de la buena educación, sino que, además, comete una infracción de tipo religioso: un ser impuro no debe manchar la casa de un hombre socialmente puro (un fariseo).

De un momento a otro Cristo pierde su dignidad de profeta a los ojos de su anfitrión: “Si éste fuera profeta, sabría quién es esta mujer que le está tocando, y lo que es: una pecadora”.

Ante la situación que se ha presentado, Jesús utiliza el recurso de los sabios: el método socrático de inducir la conclusión correcta a partir de argumentos correctos. En vez de corregir a su anfitrión, lo invita a salir de su ignorancia y a reconocer que el verdadero pecador es él; el fariseo que se cree puro.

La mujer, a nadie ha engañado: ha repetido los gestos de su oficio; la misma actitud sensual que ha tenido con todos sus amantes. Pero esta tarde sus gestos no tienen el mismo sentido . Ahora expresan su respeto y el cambio de su corazón. El perfume lo ha comprado con sus ahorros, que son el precio de su “pecado”. Y sin dudarlo rompe el vaso (cf. Mc 14,3), para que nadie pueda recuperar ni un gramo del precioso perfume. Una vez más, el gesto fino y elegante .

Salen aquí a la luz dos dimensiones de la salvación. Por una parte, estalla la libertad propia del amor. En esta comida el fariseo tenía todo previsto y preparado. Pero basta con que una mujer empujada por su corazón entre sin haber sido invitada, y la sobremesa cambia del todo. Por otra parte, el episodio revela la liberación ofrecida por Jesús. El Mesías proclama con sus actos y palabras que el hombre ya no está condenado a la esclavitud de la ley y de una religión alienante. El cristiano es un ser liberado sobre la base de esa fe hecha amor práctico que predica Jesús: “tu fe te ha salvado”.

En la antigüedad las prostitutas eran consideradas esclavas; socialmente no existían. Sin embargo, esta tarde una prostituta escucha las palabras de absolución y de canonización, porque ha hecho el gesto sacramental, ha expresado su decisión de cambiar de vida. Así se coloca a la cabeza del Evangelio. ¿Qué otra cosa pueden significar las palabras de Cristo “tus pecados están perdonados”? Es lo mismo que decir: “María, eres una santa”.

Para la revisión de vida
- ¿Qué puesto ocupa el amor en mi vida interior, en mi vida espiritual, en el sentido de mi vida?


Para la reunión de grupo
- ¿Qué significa que «sus muchos pecados están perdonados porque tiene mucho amor»?
- ¿Qué pensar de aquella expresión de san Agustín, que dice que «ama y haz lo que quieras»?
- Si el perdón de los pecados lo consigue el amor, ¿cuál es el papel del sacramento de la confesión?
- ¿A qué se debe que el sacramento de la confesión parezca que hoy se encuentra «colapsado»?
- ¿Qué reformas propondría nuestra comunidad cristiana si se le pidiera elaborar un plan pastoral para reformar la administración del sacramento de la confesión de forma que se convirtiera en un gesto creíble, no controlador, amable, comunitario, gozoso?
Colaboración del Servicio Bíblico Latinoamericano


Cita:
Domingo XI: Ama y serás perdonado

17 de junio
“Por eso te digo, sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor: pero al que poco se le perdona poco ama” (Lc 7, 47)
La maravillosa escena de la pecadora que perfuma los pies del Maestro es de un gran consuelo para nosotros. También nosotros somos pecadores y también podemos aspirar a escuchar de Jesús esas esperanzadoras palabras: “mucho se te ha perdonado, porque mucho has amado”. Se trata de amar para ser perdonado. Se trata de no pecar, por supuesto, pero también de tener las manos llenas de obras buenas y el corazón rebosante de gratitud hacia alguien que, sin merecerlo, nos quiere, nos perdona, no nos abandona.
El problema hoy en día está, sin embargo, en una condición previa que puede hacer inútil el regalo del perdón: los pecadores no son conscientes de que lo son y si alguien se atreve a decirles que lo que hacen está mal, se indignan y atacan al que les corrige. Si esto hubiera sido así entonces, habríamos visto a la pecadora levantarse airada y decirle a Jesús que Él no tenía nada de que perdonarla, porque ella no había hecho nada malo. El agradecimiento por el perdón, el agradecimiento por la misericordia divina, ya no se producen y no porque no se crea en esa misericordia, sino porque no se cree que se necesite, ya que no hay nada que perdonar porque no se ha hecho nada malo. Por lo mismo, la búsqueda del perdón ya no sirve de estímulo para hacer el bien, a fin de conseguir que el Señor te dé lo que necesitas (“mucho se le ha perdonado porque mucho ha amado”). No tengo que conseguir de Dios nada porque no necesito de Él nada; o, en todo caso, no necesito que me perdone porque no he pecado. Si fuera verdad, sería estupendo, pero no es así: somos pecadores y lo mejor que podemos hacer es reconocerlo .
Propósito: Ser conscientes de que necesitamos ser perdonados porque somos pecadores. Por ello, intentar compensar a Dios con nuestro amor por el daño que le hemos hecho con nuestro pecado.
http://www.frmaria.org/palabra/index.htm#6

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MensajePublicado: Lun Jun 18, 2007 1:47 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Lunes XI del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mt 5,38-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Ojo por ojo y diente por diente’. Pues yo os digo: no resistáis al mal; antes bien, al que te abofetee en la mejilla derecha ofrécele también la otra: al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto; y al que te obligue a andar una milla vete con él dos. A quien te pida da, y al que desee que le prestes algo no le vuelvas la espalda».


Comentario: Rev. D. Joaquim Meseguer i García (Sant Quirze del Vallès-Barcelona, España)

«Pero yo os digo: no resistáis al mal»

Hoy, Jesús nos enseña que el odio se supera en el perdón. La ley del talión era un progreso, pues limitaba el derecho de venganza a una justa proporción: sólo puedes hacer al prójimo lo que él te ha hecho a ti, de lo contrario cometerías una injusticia; esto es lo que significa el aforismo de «ojo por ojo, diente por diente». Aun así, era un progreso limitado, ya que Jesucristo en el Evangelio afirma la necesidad de superar la venganza con el amor; así lo expresó Él mismo cuando, en la cruz, intercedió por sus verdugos: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34).

No obstante, el perdón debe acompañarse con la verdad. No perdonamos tan sólo porque nos vemos impotentes o acomplejados. A menudo se ha confundido la expresión “poner la otra mejilla” con la idea de la renuncia a nuestros derechos legítimos. No es eso. Poner la otra mejilla quiere decir denunciar e interpelar a quien lo ha hecho, con un gesto pacífico pero decidido, la injusticia que ha cometido; es como decirle: «Me has pegado en una mejilla, ¿qué, quieres pegarme también en la otra?, ¿te parece bien tu proceder?». Jesús respondió con serenidad al criado insolente del sumo sacerdote: «Si he hablado mal, demuéstrame en qué, pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23).

Vemos, pues, cuál debe ser la conducta del cristiano: no buscar revancha, pero sí mantenerse firme; estar abierto al perdón y decir las cosas claramente. Ciertamente no es un arte fácil, pero es el único modo de frenar la violencia y manifestar la gracia divina a un mundo a menudo carente de gracia. San Basilio nos aconseja: «Haced caso y olvidaréis las injurias y agravios que os vengan del prójimo. Podréis ver los nombres diversos que tendréis uno y otro; a él lo llamarán colérico y violento, y a vosotros mansos y pacíficos. Él se arrepentirá un día de su violencia, y vosotros no os arrepentiréis nunca de vuestra mansedumbre».

www.evangeli.net




Cita:
Comentario:

Es cierto que hay que poner límites a las personas que desbordan agresividad y no se detienen a la hora de aplicar violencia a las relaciones humanas. Somos seres racionales y debemos movernos dentro de los parámetros propios de una inteligencia sana. La ley del talión no quería ser una invitación a la venganza, sino un freno a la agresividad, a la arbitrariedad emocional, al desbordamiento de la violencia.

Vivimos tiempos de mucha agresividad. Hemos sido testigos de situaciones limite que nos han llenado de perplejidad. El terrorismo indiscriminado ha llenado nuestras ciudades de victimas inocentes, sin que pudieran defenderse. ¡Cuántas lágrimas derramadas por culpa de la violencia doméstica, las luchas fratricidas y las guerras indiscriminadas!

Jesús nos invita a dar un paso adelante en la terapia infalible del perdón y de la reconciliación. No se logran grandes propósitos oponiendo mal al mal, violencia a la violencia, agresión a la agresividad. De esta manera se abultan de una manera desconsiderada, la lamentable serie de desgracias producidas por la violencia.

Pablo nos recuerda que “no hay que devolver mal por mal” (I Tes 5,15) Es cierto que “no hay que dejarse vencer por el mal, sino que el mal se vence con el bien”. (Rom 12,21) La mística evangélica nos lleva por caminos de luz que nos permiten entender la vida de otra manera. Nos encontramos a menudo con un ejercito de muertos vivientes que pregonan la fuerza del poder, el triunfo de la maldad por encima de la dinamita evangélica de la sencillez o la savia provechosa de la bondad.

La bondad es efectiva por si misma, ya que proyecta luz y verdad sobre la existencia humana. Las personas buenas dejan una estela luminosa de obras positivas que hacen un mundo más feliz y habitable. Poner la otra mejilla al que te abofetea, es simplemente una demostración de dominio de uno mismo y una prueba de fortaleza que dignifica la naturaleza humana. Por el contrario, contestar con agresividad es el principio de una batalla en la que nadie saldrá ganando.
No hay que esperar a que nos quiten la túnica; es mejor compartir lo que somos y tenemos, con los más necesitados, para darnos cuenta de la inmensa felicidad que se encuentra en el ejercicio de dar con generosidad y sin pedir nada a cambio. El egoísmo es el principio lamentable de batallas injustificadas en un mundo de grandes injusticias.

Acompañar al que se encuentra solo, caminar con el que va sin rumbo, dar al que te pide ayuda son algunas de las formas de practicar el mandamiento fundamental de nuestra fe: el amor a los amigos y a los enemigos, a los que están cerca y a los que están lejos, a los que nos agradan y a los que nos disgustan...

Yo sé que estamos hablando de algo tan hermoso como la caridad, que supera el entramado viscoso de tantos intereses materiales que ciegan a buena parte de la gente. Pero es verdad que ha llegado con Cristo la hora de superar el desenfreno alocado de la pasión y del odio.

Nuestra racionalidad y el ejemplo y la doctrina de Jesús de Nazaret tiene que cambiar nuestros esquemas interesados para sumergirnos en los cielos de un amor incondicional.

Siempre al servicio de los hermanos, especialmente los más débiles y necesitados. (Padre Gregorio Mateu)


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MensajePublicado: Mar Jun 19, 2007 8:09 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Martes XI del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mt 5,43-48): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Habéis oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo’. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial».


Comentario: Rev. D. Iñaki Ballbé i Turu (Rubí-Barcelona, España)

«Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial»

Hoy, Cristo nos invita a amar. Amar sin medida, que es la medida del Amor verdadero. Dios es Amor, «que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos» (Mt 5,45). Y el hombre, chispa de Dios, ha de luchar para asemejarse a Él cada día, «para que seáis hijos de vuestro Padre celestial». ¿Dónde encontramos el rostro de Cristo? En los otros, en el prójimo más cercano. Es muy fácil compadecerse de los niños hambrientos de Etiopía cuando los vemos por la TV, o de los inmigrantes que llegan cada día a nuestras playas. Pero, ¿y los de casa? ¿Y nuestros compañeros de trabajo? ¿Y aquella parienta lejana que está sola y que podríamos ir a hacerle un rato de compañía? Los otros, ¿cómo los tratamos? ¿Cómo los amamos? ¿Qué actos de servicio concretos tenemos con ellos cada día?
Es muy fácil amar a quien nos ama. Pero el Señor nos invita a ir más allá, porque «si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener?» (Mt 5,46). ¡Amar a nuestros enemigos! Amar aquellas personas que sabemos —con certeza— que nunca nos devolverán ni el afecto, ni la sonrisa, ni aquel favor. Sencillamente porque nos ignoran. El cristiano, todo cristiano, no puede amar de manera “interesada”; no ha de dar un trozo de pan, una limosna al del semáforo. Se ha de dar él mismo. El Señor, muriéndose en la Cruz, perdona a quienes le crucifican. Ni un reproche, ni una queja, ni un mal gesto...
Amar sin esperar nada a cambio. A la hora de amar tenemos que enterrar las calculadoras. La perfección es amar sin medida. La perfección la tenemos en nuestras manos en medio del mundo, en medio de nuestras ocupaciones diarias. Haciendo lo que toca en cada momento, no lo que nos viene de gusto. La Madre de Dios, en las bodas de Caná de Galilea, se da cuenta de que los invitados no tienen vino. Y se avanza. Y le pide al Señor que haga el milagro. Pidámosle hoy el milagro de saberlo descubrir en las necesidades de los otros.www.evangeli.net





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Comentario:

La doctrina de Jesús es radical, incisiva, determinante. No se queda en las medias tintas ni ofrece paños calientes para contentar a los que quieren oír cosas agradables. ¿Qué es eso de amar a los enemigos? ¿Acaso tenemos que agradar y tratar con cariño a los que nos han lastimado? ¿Cómo es posible amar a los que nos marginan o, peor, siguen hiriendo cruelmente nuestra sensibilidad?

Pues, han oído bien, la doctrina de Jesús nos exige amar a nuestros enemigos sin poner condiciones, deseándoles lo mejor y cuidando que nuestro trato sea cariñoso, agradable, por más que sintamos repulsión o rechazo. No hay excepciones ni rebajas a la hora de amar. Aunque haya habido persecución, calumnias u otras vejaciones, tenemos que devolver bien por mal.

La realidad es que cuando nos han lastimado, hiriendo nuestra despierta sensibilidad, experimentamos una repulsión que condiciona nuestro comportamiento. Incluso, a veces, nos saca de quicio el trato agresivo que hemos recibido sin que hayamos tenido la culpa. Pero, por encima de todo, tenemos que perdonar, acoger, amar.

La actitud de mostrar amor a los enemigos supone un cambio radical en nuestra forma de ser y de actuar. Es preciso que nuestra mente trabaje intensamente para dar sentido a lo que nos resulta tan desagradable. El otro es mi hermano, es hijo de Dios, puede que muy lastimado por la vida, imagen viva de Cristo, a quien debo dar lo mejor de mí mismo para que descubra que el amor es posible aun en medio de la oscuridad.

Dando amor evitamos conflictos familiares, luchas fratricidas, guerras entre personas y vamos labrando poco a poco un cielo de quereres inacabables en un clima de saludable convivencia. El amor incondicional es un arma siempre invencible, una estrategia segura de reconciliación. No hay batallas si no hay contendientes. Jesús dio testimonio claro de amor a los enemigos. Perdonó a los que le crucificaban, acogió sin condiciones a los pecadores, dio la autoridad a Pedro que le había traicionado y se mantuvo fiel al compromiso de salvar lo que estaba perdido. Amar a los enemigos es imitar a Dios.

Pero, cabe recordarlo, este mandamiento supone una madurez extraordinaria. Solamente podemos llevarlo a la práctica con el don de la fortaleza que recibimos del Espíritu Santo. En el odio, en el rencor, en la venganza se manifiestas nuestras más bajas pasiones. Se desata con toda su furia el hombre viejo, amigo del pecado, con todas las consecuencias negativas de una relación agresiva.

No solamente tenemos que perdonar, sino movernos en el terreno luminoso de la fe, orando por nuestros enemigos, imitando a un Dios que derrama abundantes bendiciones sobre todos, independientemente de su conducta.

Esta persona que tú desprecias, cuenta con la ayuda de Dios. Este hermano que te cae tan mal, es acogido delicadamente por la misericordia divina. Esta hermana que te produce repulsión, es aceptada incondicionalmente por el mismo Dios. Haz tu lo mismo. (Padre Gregorio Mateu)

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MensajePublicado: Mie Jun 20, 2007 11:33 am    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Miércoles XI del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mt 6,1-6.16-1Cool: En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

»Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».


Comentario: Rev. D. Antoni Carol i Hostench (Sant Cugat del Vallès-Barcelona, España)

«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos»

Hoy, Jesús nos invita a obrar para la gloria de Dios, con el fin de agradar al Padre, que para eso mismo hemos sido creados. Así lo afirma el Catecismo de la Iglesia: «Dios creó todo para el hombre, pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y para ofrecerle toda la creación». Éste es el sentido de nuestra vida y nuestro honor: agradar al Padre, complacer a Dios. Éste es el testimonio que Cristo nos dejó. Ojalá que el Padre celestial pueda dar de cada uno de nosotros el mismo testimonio que dio de su Hijo en el momento de su bautizo: «Éste es mi Hijo amado en quien me he complacido» (Mt 3,17).

La falta de rectitud de intención sería especialmente grave y ridícula si se produjera en acciones como son la oración, el ayuno y la limosna, ya que se trata de actos de piedad y de caridad, es decir, actos que —per se— son propios de la virtud de la religión o actos que se realizan por amor a Dios.

Por tanto, «cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial» (Mt 6,1). ¿Cómo podríamos agradar a Dios si lo que procuramos de entrada es que nos vean y quedar bien —lo primero de todo— delante de los hombres? No es que tengamos que escondernos de los hombres para que no nos vean, sino que se trata de dirigir nuestras buenas obras directamente y en primer lugar a Dios. No importa ni es malo que nos vean los otros: todo lo contrario, pues podemos edificarlos con el testimonio coherente de nuestra acción.

Pero lo que sí importa —¡y mucho!— es que nosotros veamos a Dios tras nuestras actuaciones. Y, por tanto, debemos «examinar con mucho cuidado nuestra intención en todo lo que hacemos, y no buscar nuestros intereses, si queremos servir al Señor» (San Gregorio Magno).

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Comentario:

Lo que cuenta para Dios no son las apariencias, lo que podemos ver con los ojos, sino lo que sucede en la mente y en el corazón donde no puede penetrar la mirada humana. La mentira tiene muchas formas de expresarse sin que se den cuenta los que observan superficialmente el comportamiento humano. Las más abominables intenciones surgen de la mente y del corazón, aunque, luego, se revistan con atractivos oropeles en sus manifestaciones externas.

Lo curioso es que quienes hacen las cosas por agradar, al final ni agradan a los demás ni se sienten contentos ellos mismos. Contentar a todos resulta imposible, ya que el engaño suele lastimar la sensibilidad de quienes buscan la verdad por encima de todo, y que se sienten incomodas ante la desfachatez de la mentira.

Hay muchas recompensas humanas que se convierten en esclavitudes incómodas. La gente se intercambia regalos casi siempre inútiles y que, a la larga, comprometen de una forma vergonzante. Es un juego de compromisos adquiridos que muy poco tienen de espontánea simpatía o de agradecimiento sincero.

El mejor regalo es la presencia amistosa del amigo, la ayuda incondicional en los momentos difíciles, el recuerdo agradecido en la distancia. la escucha atenta de sus preocupaciones o una simple mirada de cariño y de ternura. La consecuencia lógica de nuestra unión con el amigo, el familiar o el conocido produce una satisfacción interior a la persona amada que se siente acogida y valorada.

La limosna ostentosa, se convierte a menudo en una ofensa velada a la persona necesitada. Hay que dar, no porque seamos unos seres perfectos, sino porque el oto merece compartir lo mucho que Dios me ha dado. Cuando das una limosna no es el otro quien sale más beneficiado, eres tú mismo el que disfruta de la oportunidad única de dar felicidad, de brindar ayuda, de valorar la dignidad del ser humano.

Si rezamos para llamar la atención, para mostrar nuestra supuesta santidad, cerramos las compuertas de comunicación con un Dios que acoge al humilde, al pequeño, al que apenas llama la atención. Cierra de una vez por todas la puesta fastuosa de una aparente grandeza espiritual, de una falsa santidad siempre amanerada.

Los santos suelen ser simpáticos, abiertos, agradables, muy humanos, profundamente comprometidos y, sobre todo, alegres. Poseen la alegría del Espíritu que supera la carne y los intereses humanos.

La lección evangélica de hoy, abre de par en par las puertas a tantas personas sencillas, sin espectaculares biografías, que viven y sienten la presencia de Dios en sus vidas. Convierten en santidad luminosa los pequeños trabajos de cada hora y dignifican los deberes más elementales con la magia de la fidelidad. (Padre Gregorio Mateu)


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MensajePublicado: Lun Jun 25, 2007 11:47 am    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Lunes XII del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mt 5,38-42): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: ‘Deja que te saque la brizna del ojo’, teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu hermano».


Comentario: Rev. D. Jordi Pou i Sabaté (Sant Jordi Desvalls-Girona, España)

«Con el juicio con que juzguéis seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá»

Hoy, el Evangelio me ha recordado las palabras de la Mariscala en El caballero de la Rosa, de Hug von Hofmansthal: «En el cómo está la gran diferencia». De cómo hagamos una cosa cambiará mucho el resultado en muchos aspectos de nuestra vida, sobre todo, la espiritual.

Jesús dice: «No juzguéis, para que no seáis juzgados» (Mt 7,1). Pero Jesús también había dicho que hemos de corregir al hermano que está en pecado, y para eso es necesario haber hecho antes algún tipo de juicio. San Pablo mismo en sus escritos juzga a la comunidad de Corinto y san Pedro condena a Ananías y a su esposa por falsedad. A raíz de esto, san Juan Crisóstomo justifica: «Jesús no dice que no hemos de evitar que un pecador deje de pecar, hemos de corregirlo sí, pero no como un enemigo que busca la venganza, sino como el médico que aplica un remedio». El juicio, pues, parece que debiera hacerse sobre todo con ánimo de corregir, nunca con ánimo de venganza.

Pero todavía más interesante es lo que dice san Agustín: «El Señor nos previene de juzgar rápida e injustamente (...). Pensemos, primero, si nosotros no hemos tenido algún pecado semejante; pensemos que somos hombres frágiles, y [juzguemos] siempre con la intención de servir a Dios y no a nosotros». Si cuando vemos los pecados de los hermanos pensamos en los nuestros, no nos pasará, como dice el Evangelio, que con una viga en el ojo queramos sacar la brizna del ojo de nuestro hermano (cf. Mt 7,3).

Si estamos bien formados, veremos las cosas buenas y las malas de los otros, casi de una manera inconsciente: de ello haremos un juicio. Pero el hecho de mirar las faltas de los otros desde los puntos de vista citados nos ayudará en el cómo juzguemos: ayudará a no juzgar por juzgar, o por decir alguna cosa, o para cubrir nuestras deficiencias o, sencillamente, porque todo el mundo lo hace. Y, para acabar, sobre todo tengamos en cuenta las palabras de Jesús: «Con la medida con que midáis se os medirá» (Mt 7,2).

www.evangeli.net



Cita:
El texto se inserta en el “Sermón de la Montaña”, que condensa toda la enseñanza de Jesús y marca una diferencia definitiva entre la actitud intolerante y las consecuencias del amor fraterno. Jesús nos enseña que la historia no es campo para ostentar la omnipotencia y el celo divino, sino ámbito del futuro donde Dios es esperanza. De igual modo reflexiona el relato evangélico, aunque bajo formas y perspectivas diferentes. Aquí nos estamos moviendo en dos planos: la tierra y el cielo, el hombre y Dios, el juicio presente y el juicio futuro, la condenación o la salvación. Con ello no sólo se esclarece el comportamiento moral del creyente, sino que se devela en profundidad el contenido del texto: la concepción de la historia personal en relación con la divina. La historia personal y la divina son una misma historia que no limita las acciones futuras de Dios, sino que ensancha las acciones humanas hacia Dios.

Con el recurso literario del uso de contrarios, el texto nos invita a descubrir que Dios se compromete con las personas y la comunidad. El juicio no es condenación, sino oportunidad para ser misericordioso.El Señor nos muestra con su propio ejemplo el corazón misericordioso de un Dios que más bien se conmueve con las miserias humanas antes que condenarlas. De igual modo debemos actuar nosotros. Porque “con la vara que midamos, seremos medidos”.

Al juzgar a otro partiendo de un criterio legalista, el discípulo se da cuenta en forma repentina de que Dios podría juzgarle a él de la misma forma. Entonces viene a comprender también que si subsiste ante Dios con una viga en el ojo (v.3-4) es porque Dios no le aplica su misma escala de valores. Dios ve realmente a la humanidad con ojos de misericordia a través de su propio Hijo.

Colaboración Servicio Bíblico Latinoamericano



Cita:
Comentario:

Jesús avisa para ponernos al tanto de las consecuencias de nuestros actos. Las palabras que salen de nuestra boca suelen dejar huella en las mentes y en los corazones de quienes nos escuchan. Si son palabras inútiles, nos hacen perder el tiempo; Sin son palabras ofensivas lastiman a quienes las reciben; Si son palabras de bendición llenan de gozo a nuestros interlocutores.

Nos avisa Isocrátes: “Habla solamente en dos circunstancias: Cuando se trate de cosas que conoces bien, o cuando la necesidad así lo exige. Sólo en estos dos casos es preferible la palabra al silencio; en todos los demás es preferible callar que hablar”. Muchas personas se hunden en los pozos de la imprudencia hablando demasiado, o diciendo lo que deberían callar.

Nadie tiene derecho a juzgar, censurar o condenar a otra persona, porque en realidad muy poco sabemos de prójimo. Y lo poco que sabemos, puede inducirnos a engaño por la sencilla razón de que no juzgamos por lo que sabemos sino por lo que imaginamos. Para juzgar con veracidad se necesitan personas grandes y nobles, bien alejadas de toda forma de competencia o de envidia.

Solemos ser más duros e implacables con los demás que con nosotros mismos. Incluso a veces nos creemos pequeños dioses con juicios más negativos y apresurados que los que hace nuestro Dios. No hay duda que pagaremos las consecuencias de nuestra agresiva actitud verbal hacia aquellos que viven cerca de nosotros. Aparte de hacernos antipáticos e insoportables, seremos juzgados duramente por el Señor. Tenemos que ser justos, leales, amigables si queremos que nuestra vida sea una hermosa experiencia de paz y de solidaridad. Miremos con lupa de aumento nuestras debilidades para asumirlas y luego corregirlas, intentando siempre justificar las debilidades de los demás. Jesús nos hace una evidente invitación a la tolerancia.

Si nosotros tenemos el tejado de cristal, cometemos un grave error tirando piedras al tejado del vecino. Miremos el lado bueno de las personas para estimularlas a vivir cada día mejor. Demos la mano al descarriado para llevarlo por sendas de bondad.

Procura pasar siempre tus juicios por el crisol del amor y advertirás que la gente es mejor de lo que habías imaginado. El amor es como un bálsamo poderoso que nos permite tener ojos nuevos para detectar la bondad de las personas.

Dedica tu tiempo a mejorarte como persona, a ser más fiel como creyente, a superar tus debilidades como ser frágil y limitado, y observarás que la felicidad toma cuerpo en tu vida.

La sabiduría de las palabras de Cristo no solamente nos ayuda en nuestra vida espiritual, sino que nos permite vivir con más desahogo nuestra relación con los demás. (Padre Gregorio Mateu)


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MensajePublicado: Mar Jun 26, 2007 1:45 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Martes XII del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mt 7,6.12-14): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen. Por tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas. Entrad por la entrada estrecha; porque ancha es la entrada y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la entrada y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y poco son los que lo encuentran».


Comentario: +Rev. D. Lluís Roqué i Roqué (Manresa-Barcelona, España)

«Entrad por la puerta estrecha»

Hoy, Jesús nos hace tres recomendaciones importantes. No obstante, centraremos nuestra atención en la última: «Entrad por la entrada estrecha» (Mt 7,13), para conseguir la vida plena y ser siempre felices, para evitar ir a la perdición y vernos condenados para siempre.

Si echas un vistazo a tu alrededor y a tu misma existencia, fácilmente comprobarás que todo cuanto vale cuesta, y que lo que tiene un cierto nivel está sujeto a la recomendación del Maestro: como han dicho con gran profundidad los Padres de la Iglesia, «por la cruz se cumplen todos los misterios que contribuyen a nuestra salvación» (San Juan Crisóstomo). Una vez me decía, en el lecho de su agonía, una anciana que había sufrido mucho en su vida: «Padre, quien no saborea la cruz no desea el cielo; sin cruz no hay cielo».

Todo lo dicho contradice a nuestra naturaleza caída, aunque haya sido redimida. Por eso, además de enfrentarnos con nuestro natural modo de ser, tendremos que ir a contracorriente a causa del ambiente de bienestar que se fundamenta en el materialismo y en el goce incontrolado de los sentidos, que buscan —al precio de dejar de ser— tener más y más, obtener el máximo placer.

Siguiendo a Jesús —que ha dicho «Yo soy la luz del mundo. El que me siga no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12)—, nos damos cuenta que el Evangelio no nos condena a una vida oscura, aburrida e infeliz, sino todo lo contrario, pues nos promete y nos da la felicidad verdadera. No hay más que repasar las Bienaventuranzas y mirar a aquellos que, después de entrar por la puerta estrecha, han sido felices y han hecho dichosos a los demás, obteniendo —por su fe y esperanza en Aquel que no defrauda— la recompensa de la abnegación: «El ciento por uno en el presente y la vida eterna en el futuro» (Lc 18,30). El “sí” de María está acompañado por la humildad, la pobreza, la cruz, pero también por el premio a la fidelidad y a la entrega generosa.

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Cita:
Comentario:

En pocas palabras, recibimos hoy grandes lecciones que cabe meditar detenidamente para lograr las metas a las que hemos sido llamados. La doctrina de Jesús nos compromete hasta las últimas consecuencias. No es una filosofía edulcorada con perfumes de comodidad para paladares sofisticados. Es un compromiso vital que nos lleva de la mano a compromisos sólidos de entrega sin condiciones.

Es muy dura la frase: “No deis lo santo a los perros ni le echéis vuestras perlas a los cerdos”. Me evoca la idea de quienes no saben ver la belleza de un paisaje, la magia de una puesta de sol, el encanto de la mirada limpia de un niño, la ternura de los brazos de una madre, el sacrifico del trabajo de un padre, el encanto de una familia unida... Es preciso abrir los ojos y despertar los oídos para captar el milagro de todo cuanto Dios ha puesto a nuestro alcance.

Que amarga la situación de quien no ha sabido valorar debidamente los aspectos espirituales de una vida cerca de Dios. Valoramos el dinero, los bienes materiales, el placer, los honores. ¿Damos la debida importancia al don inapreciable de la Eucaristía? ¿Nos hemos detenido alguna vez en valorar debidamente el sacramento del perdón? ¿Deseamos con ansia los dones del Espíritu Santo? La lista de dones espirituales es interminable. Puede que todo esto nos suene a música celestial que sólo saben valorar los ángeles del cielo o los santos que ya disfrutan de la gloria de Dios. Y la realidad es que aquí y ahora podemos vivir la maravillosa experiencia del amor de Dios y de la herencia que ha dejado para los que quieran seguirle. El don de su Hijo, que vino a redimirnos y el regalo de su Espíritu que sigue actuando en nuestras vidas son el mejor privilegio que podemos disfrutar en este mundo.

La “puerta estrecha” no es más que un amoroso aviso de que, para pasar la frontera de una eternidad feliz, necesitamos muy pocas cosas. Bastan un alma limpia y un corazón amoroso. De muy poco sirve llevar las alforjas repletas de bienes, honores, placeres, ya que no pueden pasar por la puerta. Es preciso dejarlos afuera. Es necesario estar llenos por dentro, pero viajando ligeros de equipaje.

Es cierto que los reclamos del mundo son insistentes a la hora de recordarnos el último producto de consumo, las maravillas de unas vacaciones paradisíacas, la utilidad del vehículo del año, la conveniencia de gozar sin limitaciones del sexo sin responsabilidad... Por el contrario, los valores del reino no suelen tener buena prensa. Es preciso tener una sensibilidad especial para valorar debidamente tantas cosas hermosas que Dios pone a nuestro alcance, sin necesidad de gastar altas cantidades de dinero. Mirar arriba, deletrear el lenguaje de Dios escrito en la propia naturaleza o simplemente gozar de un rato de contemplación pueden proporcionarnos una hermosa experiencia de felicidad. Vivir en contacto con la Palabra, sentir el palpitar de su mensaje, disfrutar de todos los días del Evangelio nos permite detectar la increíble belleza de los valores del espíritu. Vale la pena aprovecharlos. (Padre Gregorio Mateu)


Cita:
En la primera sentencia de Jesús en este evangelio, lo santo se contrapone a los perros, las perlas a los cerdos, y de ello extrae el narrador una aplicación: la predicación de los discípulos no debe dirigirse a quienes rechazarán de plano el mensaje evangélico. El juego de imágenes contrapuestas (puerta ancha - puerta estrecha, camino de salvación – camino de perdición), de clara alusión al destino final, busca captar la atención del lector y motivarlo a la conquista del reino, directamente relacionado con el comportamiento ético. La vida nos enseña que las cosas hermosas, lo que es justo y lo que perdura, son algo escaso y difícil de conseguir.
La justicia es una puerta estrecha, exigente, inevitable. Y aunque son demasiadas las injusticias que sufren tantas personas, grupos humanos, países enteros, y es también excesivo el cinismo con que en lo individual y en lo colectivo se discursea aprovechándose de la situación, el cristiano debe saber que la única alternativa para una sociedad diferente es la justicia y el respeto entre los seres humanos. Porque toda actuación, individual o de un pueblo en particular, no se queda en lo inmediato, sino que lo trasciende y llega hasta el ámbito divino. Por eso al mirar los acontecimientos, con sus causas y consecuencias, no podemos considerarlos como predeterminados, así como lo trascendente tampoco lo está. El cristiano ha de ser sagaz al mirar al mundo, a su comunidad o a sí mismo. Porque la historia no siempre ha dado la razón al más poderoso ni al que vive aprovechándose de los demás. Dios es el Señor de la Historia, y su reino de justicia y paz triunfará. Pero con nuestro aporte, esencial para la construcción de ese reino.

Colaboración Servicio Bíblico Latinoamericano


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MensajePublicado: Mie Jun 27, 2007 12:01 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Miércoles XII del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mt 7,15-20): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis».


Comentario: Rev. D. Antoni Oriol i Tataret (Vic-Barcelona, España)

«Por sus frutos los reconoceréis»

Hoy, se nos presenta ante nuestra mirada un nuevo contraste evangélico, entre los árboles buenos y malos. Las afirmaciones de Jesús al respecto son tan simples que parecen casi simplistas. ¡Y justo es decir que no lo son en absoluto! No lo son, como no lo es la vida real de cada día.

Ésta nos enseña que hay buenos que degeneran y acaban dando frutos malos y que, al revés, hay malos que cambian y acaban dando frutos buenos. ¿Qué significa, pues, en definitiva, que «todo árbol bueno da frutos buenos (Mt 7,17)»? Significa que el que es bueno lo es en la medida en que no desfallece obrando el bien. Obra el bien y no se cansa. Obra el bien y no cede ante la tentación de obrar el mal. Obra el bien y persevera hasta el heroísmo. Obra el bien y, si acaso llega a ceder ante el cansancio de actuar así, de caer en la tentación de obrar el mal, o de asustarse ante la exigencia innegociable, lo reconoce sinceramente, lo confiesa de veras, se arrepiente de corazón y... vuelve a empezar.
¡Ah! Y lo hace, entre otras razones, porque sabe que si no da buen fruto será cortado y echado al fuego (¡el santo temor de Dios guarda la viña de las buenas vides!), y porque, conociendo la bondad de los demás a través de sus buenas obras, sabe, no sólo por experiencia individual, sino también por experiencia social, que él sólo es bueno y puede ser reconocido como tal a través de los hechos y no de las solas palabras.

No basta decir: «Señor, Señor!». Como nos recuerda Santiago, la fe se acredita a través de las obras: «Muéstrame tu fe sin las obras, que yo por las obras te haré ver mi fe» (Sant 2,1Cool.

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Cita:
Durante muchos siglos los pueblos han tenido la experiencia de un Dios cuya ira había que aplacar cumpliendo sus leyes. Los pueblos y las personas concretas sentían apaciguadas sus conciencias con sacrificios, oraciones y obras. Israel no fue la excepción. Pero al mismo tiempo, la historia ha ido develando los aciertos y desventuras de estas experiencias. Al leer los textos que hoy se nos proponen, algo importante podemos comprender de nuestra propia vida y las de quienes caminan junto a nosotros.

Cuando éramos niños desplegábamos nuestras sonrisas por la tarea bien hecha, cuando así era reconocida por quienes tenían autoridad sobre nosotros. Mas el paso del tiempo nos ha puesto en guardia ante quienes intentan apoderarse de nuestra alma de niños, a veces porque la soledad, las injusticias o incluso la falta de salidas se han adueñado de nuestros corazones. Sentimos que no basta sonreír y que nos sonrían. El reconocimiento justo y real al aporte respectivo de las personas y de los grupos sociales es elemento esencial del bien común en toda sociedad. Y es de toda justicia exigirlo cuando es denegado.

En nuestra vida diaria suele haber maestros cuya ciencia nos desborda o aplasta. Emplean palabras grandilocuentes, a menudo corroboradas por los puestos que ocupan en la sociedad, en la Iglesia o en nuestras comunidades. Sin embargo, Jesús afirma “por sus frutos los reconocerán”. El seguimiento y el testimonio tienen que ver no sólo con palabras bonitas, sino sobre todo con las acciones de las personas. Son ellas las que deben hablar de nuestra fidelidad a lo que predicamos. Colaboración Servicio Bíblico Latinoamericano

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Comentario:

Vivimos en una sociedad egoísta, opulenta, centrada en si misma y muy alejada de la verdad que Cristo nos enseñó. Nos sentimos bombardeados por los medios de comunicación en los que aparecen falsos profetas que, con palabras de seda, engañan a las mentes débiles sometiéndolas al dominio opresor de la mentira.

Hay una explosión de información que representa una forma de adoctrinamiento que a menudo resulta negativo. Recibimos noticias de todo el mundo, casi en el tiempo que se producen. A través de la radio, del teléfono móvil, de la prensa, de los correos electrónicos se nos intenta adoctrinar produciéndonos confusión y desasosiego.

En medio de tanto información no suelen figurar las creencias cristianas, mas bien se ridiculizan de una forma reiterativa. El sentido de la vida ha desaparecido para muchos. Piensan que hay que disfrutar, vivir el momento presente, dejando a un lado toda forma de trascendencia.

Hay que ser perspicaces para distinguir el bien del mal, los pregoneros de falsas promesas de los verdaderos profetas. Incluso tenemos que convertirnos en profetas de Cristo en un mundo descreído y despistado. ¡Que significativas resultan hoy las palabras de Santa Catalina de Siena: “No calléis mas, chillad, veo que por callar, el mundo se empobrece y la Iglesia no es mas joven y bella”. La pasividad de muchos cristianos es una grave rémora para que la doctrina de Cristo llegue a todos los enclaves del mundo y mueva miles de corazones. Vale recordar que el mejor sermón de los creyentes es su propia vida. No interesa tanto lo que decimos cuanto lo que hacemos.

¿Cuáles son los frutos que Dios espera de nosotros? Basta recordar los frutos del Espíritu que nos propone Pablo: “Lo que el Espíritu produce es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio”. (Gal. 5, 22-23). Un sencillo examen de conciencia nos permitirá conocer la verdad profunda de nuestras vidas. Cuando perdemos el dominio de nosotros mismos, corremos el peligro de caer en los peores vicios. Tenemos mucho trabajo que realizar si deseamos vivir en plenitud nuestra hermosa vocación cristiana: Dominar nuestro carácter, vencer las tendencias negativas y poner freno a las ansias desmedidas de placer.

Hay que saber nadar contra corriente. El mundo nos impulsa cuesta abajo, por la senda peligrosa de la comodidad, del menor esfuerzo. Si nos dejamos llevar por los criterios del mundo, difícilmente podremos dar testimonio fiel del Evangelio. Los valores cristianos son exigentes, comprometedores. Por ello, valoramos constantemente el sacrificio como prueba irrefutable de amor. Por el sacrificio de la cruz llegó nuestra salvación. (Padre Gregorio Mateu)


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MensajePublicado: Mar Jul 03, 2007 3:38 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: 3 de Julio: Santo Tomás, apóstol


Texto del Evangelio (Jn 20,24-29): Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré».

Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: «La paz con vosotros». Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío». Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».


Comentario: Rev. D. Joan Serra i Fontanet (Barcelona, España)

«Señor mío y Dios mío»

Hoy, la Iglesia celebra la fiesta de santo Tomás. El evangelista Juan, después de describir la aparición de Jesús, el mismo domingo de resurrección, nos dice que el apóstol Tomás no estaba allí, y cuando los Apóstoles —que habían visto al Señor— daban testimonio de ello, Tomás respondió: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré» (Jn 20,25).

Jesús es bueno y va al encuentro de Tomás. Pasados ocho días, Jesús se aparece otra vez y dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente» (Jn 20,27).

—Oh Jesús, ¡qué bueno eres! Si ves que alguna vez yo me aparto de ti, ven a mi encuentro, como fuiste al encuentro de Tomás.

La reacción de Tomás fueron estas palabras: «Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28). ¡Qué bonitas son estas palabras de Tomás! Le dice “Señor” y “Dios”. Hace un acto de fe en la divinidad de Jesús. Al verle resucitado, ya no ve solamente al hombre Jesús, que estaba con los Apóstoles y comía con ellos, sino su Señor y su Dios.

Jesús le riñe y le dice que no sea incrédulo, sino creyente, y añade: «Dichosos los que no han visto y han creído» (Jn 20,28). Nosotros no hemos visto a Cristo crucificado, ni a Cristo resucitado, ni se nos ha aparecido, pero somos felices porque creemos en este Jesucristo que ha muerto y ha resucitado por nosotros.Por tanto, oremos: «Señor mío y Dios mío, quítame todo aquello que me aparta de ti; Señor mío y Dios mío, dame todo aquello que me acerca a ti; Señor mío y Dios mío, sácame de mí mismo para darme enteramente a ti» (San Nicolás de Flüe).

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Cita:
Juan ha redactado todo su evangelio con el claro deseo de manifestar la relación que existe entre fe y signos. Su última frase es ésta: “Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de los discípulos, que no están escritas en este libro; y éstas fueron escritas para que crean que Jesús es el Mesías, hijo de Dios, a fin de que creyendo tengan vida en su nombre” (Jn 20,30-31). Y para que no nos equivoquemos respecto a su intención, el evangelista, antes de llegar a esta conclusión, nos ha narrado la aparición de Cristo a sus apóstoles en presencia de Tomás el incrédulo. La clave del relato es, sin duda, la última declaración de Jesús: “Porque me has visto, Tomás, has creído. Felices todos aquéllos que creen sin haber visto. La bienaventuranza de la fe se dirige a todos aquéllos que creen sin haber visto; su fe se apoya solamente en los signos; y los signos solamente se comprenden con los ojos de la fe. Para Juan, la fe que se nutre únicamente en la visión de los hechos extraordinarios o milagrosos sería generalmente deficiente. Recordemos como ejemplo el episodio de la multiplicación de los panes, y las reacciones de aquella multitud que había sido saciada.

La cuestión de los signos de la fe no es, ante todo, una cuestión primordial de apologética; es interior a la propia fe. Porque la fe es un principio-fuente, capaz de integrar en la unidad de su manantial la vida entera de una persona, Y recíprocamente, esta vida es su manifestación, su signo..

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Comentario:

Siempre he recordado con agradecimiento el consejo que mi padre me repetía cuando yo era muy pequeño: “Es bueno, hijo, decir y hacer lo que es oportuno, en el momento oportuno y estando en el sitio oportuno”. La acción, el momento y el lugar marcan las vidas de las personas para bien o para mal.

Tomás no estaba con los demás apóstoles cuando reciben la visita de Jesús resucitado. Posiblemente la soledad le había jugado una mala pasada, llenando su corazón de dudas, y sin la ayuda de los que habían compartido con él y con Jesús tan hermosas experiencias. La Pasión y la Muerte de Jesús habían derrumbado la mente y el corazón de los seguidores de Jesús. Lo único que le quedaba, ahora mismo, era un grupo de amigos asustados que esperaban días mejores.

Primero, Tomás pierde el estímulo de la comunidad, quedándose a la intemperie de su propia frustración. Necesitaba a los amigos y se había alejado de ellos. Luego, no había estado con ellos cuando reciben la visita de Jesús. Y como consecuencia de todo ello, quedan las dudas, la desconfianza y la frustración.

Somos dueños de nuestros actos y, en ningún caso, debemos repartir culpas a destajo, ocultando la verdad que palpita muy adentro. No somos propietarios de la verdad en exclusiva. Debemos buscarla constantemente, advirtiendo que los demás –mis hermanos, mis compañeros de comunidad, mis maestros, mis amigos- pueden ayudarme a encontrarla.

La verdad suele posarse en la mente y el corazón de las personas humildes que son capaces de seguir caminando aún en medio de sus debilidades y que buscan sinceramente la ayuda de los demás. Priva en nuestra sociedad la ruptura de la verdadera solidaridad. Nos reunimos sin estar unidos. Estalla en nuestras reuniones demasiado ruido que nos impide escuchar al otro. El diálogo de sordos se repite entre personas bien formadas, capaces de oír, pero sin apenas saber escuchar.

Al final, ante la evidencia, Tomás confiesa su error y pronuncia un acto de fe muy hermoso que todos hemos pronunciado infinidad de veces. Juzgar las actitudes de Tomás con nuestra critica negativa resulta muy fácil para nosotros, mientras pasamos por alto nuestras deficiencias a la hora de aceptar y confesar la presencia de Cristo en medio de nosotros.

Nos impresiona un animado retiro espiritual, nos mueve el corazón una buena prédica, elevamos nuestra voz escuchando una melodía de alabanza, pero apenas sabemos ver a Dios en el trabajo, en la calle, en el seno de nuestro hogar. Queremos “tocar” a Dios. Queremos experimentarlo en el entramado de un suceso extraordinario. Y lo realmente sugerente es buscarlo en nuestro corazón, en la vivencia de nuestra comunidad de fe.

El Dios de la vida, de mi vida, palpita en los acontecimientos más sencillos de nuestro diario quehacer. Podemos tocar sus llagas en la miseria ofensiva del pobre, en la angustia inacabable del deprimido, en la soledad espantosa del niño abandonado. Cristo vive en la angustia del que busca sin encontrar, en el clamor inmisericorde del que se debate en la duda permanente del sin-sentido. Es preciso estar atentos para lograr que Cristo vivo esté presente con más intensidad en el corazón atormentado de tantas personas que buscan apasionadamente nuevas formas de fe. (Padre Gregorio Mateu)


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MensajePublicado: Mie Jul 04, 2007 10:06 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Miércoles XIII del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mt 8,28-34): En aquel tiempo, Jesús al llegar a la otra orilla, a la región de los gadarenos, vinieron a su encuentro dos endemoniados que salían de los sepulcros, y tan furiosos que nadie era capaz de pasar por aquel camino. Y se pusieron a gritar: «¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo?». Había allí a cierta distancia una gran piara de puercos paciendo. Y le suplicaban los demonios: «Si nos echas, mándanos a esa piara de puercos». Él les dijo: «Id». Saliendo ellos, se fueron a los puercos, y de pronto toda la piara se arrojó al mar precipicio abajo, y perecieron en las aguas. Los porqueros huyeron, y al llegar a la ciudad lo contaron todo y también lo de los endemoniados. Y he aquí que toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, en viéndole, le rogaron que se retirase de su término.


Comentario: Rev. D. Antoni Carol i Hostench (Sant Cugat del Vallès-Barcelona, España)

«Le rogaron que se retirase de su término»

Hoy contemplamos un triste contraste. “Contraste” porque admiramos el poder y majestad divinos de Jesucristo, a quien voluntariamente se le someten los demonios (señal cierta de la llegada del Reino de los cielos). Pero, a la vez, deploramos la estrechez y mezquindad de las que es capaz el corazón humano al rechazar al portador de la Buena Nueva: «Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, en viéndole, le rogaron que se retirase de su término» (Mt 8,34). Y “triste” porque «la luz verdadera (...) vino a los suyos, pero los suyos no le recibieron» (Jn 1,9.11).

Más contraste y más sorpresa si ponemos atención en el hecho de que el hombre es libre y esta libertad tiene el “poder de detener” el poder infinito de Dios. Digámoslo de otra manera: la infinita potestad divina llega hasta donde se lo permite nuestra “poderosa” libertad. Y esto es así porque Dios nos ama principalmente con un amor de Padre y, por tanto, no nos ha de extrañar que Él sea muy respetuoso de nuestra libertad: Él no impone su amor, sino que nos lo propone.

Dios, con sabiduría y bondad infinitas, gobierna providencialmente el universo, respetando nuestra libertad; también cuando esta libertad humana le gira las espaldas y no quiere aceptar su voluntad. Al contrario de lo que pudiera parecer, no se le escapa el mundo de las manos: Dios lo lleva todo a buen término, a pesar de los impedimentos que le podamos poner. De hecho, nuestros impedimentos son, antes que nada, impedimentos para nosotros mismos.

Con todo, uno puede afirmar que «frente a la libertad humana Dios ha querido hacerse “impotente”. Y puede decirse asimismo que Dios está pagando por este gran don [la libertad] que ha concedido a un ser creado por Él a su imagen y semejanza [el hombre]» (Juan Pablo II). ¡Dios paga!: si le echamos, Él obedece y se marcha. Él paga, pero nosotros perdemos. Salimos ganando, en cambio, cuando respondemos como Santa María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,3Cool.

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Comentario:

El mal suele hacer mucho ruido, mientras el bien pasa desapercibido. ¿No habrá llegado el momento de que hagamos oír la voz del Espíritu en medio de una sociedad que tiende a marginar a Dios? Los adultos debemos ofrecer a los jóvenes una opción de fe comprometida que les anime a seguir en los caminos del Espíritu.

Laicos y laicas, religiosos y religiosas, deben mostrar con claridad que la fe es plenamente posible en la sociedad, siguiendo con radicalidad y fidelidad el mensaje de Jesús. Nos impresionan el ruido, los gritos, el alboroto del diablo en la mente y el corazón de los dos endemoniados del evangelio. Daban miedo, inquietaban la paz de la comunidad, pero la gente se alejaba del lugar, sin tomar decisiones.

Ha sido siempre así: Nos quejamos de que las cosas no funcionan, pero evitamos arreglarlas. Lamentamos situaciones injustas pero, luego, miramos hacia otro lado. Y cuando Jesús actúa, nos sentimos escandalizados y clamamos contra los que intentan hacer algo. Así le paso a Jesús al sacar los demonios de los dos poseídos.

Es preciso hoy dejarnos interpelar por el Espíritu. Necesitamos valor para luchar contra los malos espíritus que pululan en nuestros ambientes. Atrevámonos a cuestionar nuestras cobardías, a lograr que los planes de Dios se impongan en nuestras comunidades. Atrévete a plantearte que quiere Dios de tu vida aquí y ahora, sin miedo, poniendo todo el valor en la decisión.
Me dan miedo los gritos desaforados de tantos “endemoniados” que pregonan sin descanso el imperio del mal. Es urgente, por tanto, que los cristianos de esta hora vivan con valor su identidad de fe, siendo testigos de esperanza, sabiendo que es posible hacer un mundo mejor. Hay que ir mar adentro, hundiendo en el fondo del mar todo lo malo, llevando a buen puerto el mensaje que Cristo nos dejó para lograr la salvación de la humanidad.

¿Por qué no hemos sabido conectar el mensaje evangélico con las inquietudes de la gente? El problema de fondo es que la gente, sumergida en la sociedad del bienestar, sabe muy poco de compromisos y de esfuerzos. La sociedad del bienestar está en lucha contra la cruz del deber. Tiene bastante con permanecer ocupada en hacer dinero, en aumentar el placer y conseguir cosas y más cosas para ser más feliz. Es una actitud enfermiza en la que falta el espíritu de sacrificio para implantar la verdad sin tapujos.

Resulta muy triste la invitación a Jesús para que se marche de nuestras escuelas. Molesta su doctrina, enerva su compromiso con el pecador. Mientras tanto, damos la bienvenida a los ases del deporte, a los lideres políticos, a los pregoneros de la mentira, a las estrellas de la pantalla, se rechaza a Jesús debido a que su mensaje compromete y exige entrega a favor de los demás. (Padre Gregorio Mateu)


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MensajePublicado: Sab Jul 07, 2007 1:17 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Sábado XIII del tiempo ordinario

Texto del Evangelio ( (Mt 9,14-17): En aquel tiempo, se le acercan los discípulos de Juan y le dicen: «¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos, y tus discípulos no ayunan?». Jesús les dijo: «Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán. Nadie echa un remiendo de paño sin tundir en un vestido viejo, porque lo añadido tira del vestido, y se produce un desgarrón peor. Ni tampoco se echa vino nuevo en pellejos viejos; pues de otro modo, los pellejos revientan, el vino se derrama, y los pellejos se echan a perder; sino que el vino nuevo se echa en pellejos nuevos, y así ambos se conservan».


Comentario: Rev. D. Joaquim Fortuny i Vizcarro (Cunit-Tarragona, España)

«Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán»

Hoy notamos cómo con Jesús comenzaron unos tiempos nuevos, una doctrina nueva, enseñada con autoridad, y cómo todas las cosas nuevas chocaban con la praxis y el ambiente dominante. Así, en las páginas que preceden al Evangelio que estamos contemplando, vemos a Jesús perdonando los pecados al paralítico y curando su enfermedad, mientras que los escribas se escandalizan; Jesús llamando a Mateo, cobrador de impuestos y comiendo con él y otros publicanos y pecadores, y los fariseos “subiéndose por las paredes”; y en el Evangelio de hoy son los discípulos de Juan quienes se acercan a Jesús porque no comprenden que Él y sus discípulos no ayunen.

Jesús, que no deja nunca a nadie sin respuesta, les dirá: «Pueden acaso los invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán» (Mt 9,15). El ayuno era, y es, una praxis penitencial que contribuye a «adquirir el dominio sobre nuestros instintos y la libertad del corazón» (Catecismo de la Iglesia, n. 2043) y a impetrar la misericordia divina. Pero en aquellos momentos, la misericordia y el amor infinito de Dios estaba en medio de ellos con la presencia de Jesús, el Verbo Encarnado. ¿Cómo podían ayunar? Sólo había una actitud posible: la alegría, el gozo por la presencia del Dios hecho hombre. ¿Cómo iban a ayunar si Jesús les había descubierto una manera nueva de relacionarse con Dios, un espíritu nuevo que rompía con todas aquellas maneras antiguas de hacer?

Hoy Jesús está: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20), y no está porque ha vuelto al Padre, y así clamamos: ¡Ven, Señor Jesús!

Estamos en tiempos de expectación. Por esto, nos conviene renovarnos cada día con el espíritu nuevo de Jesús, desprendernos de rutinas, ayunar de todo aquello que nos impida avanzar hacia una identificación plena con Cristo, hacia la santidad. «Justo es nuestro lloro —nuestro ayuno— si quemamos en deseos de verle» (San Agustín).

A Santa María le suplicamos que nos otorgue las gracias que necesitamos para vivir la alegría de sabernos hijos amados.

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Cita:
Teniendo con ellos al novio, los invitados celebran

La disciplina que Jesús impone a sus discípulos escandaliza a las masas porque en nada se parece a la de los demás rabinos. Mientras que los partidarios del Bautista y de los fariseos observan ciertos días de ayuno, los discípulos de Jesús parecen dispensarse de ello. Lo que aquí se plantea es el problema de la independencia de Jesús y los suyos con respecto a ciertas observancias (sábado, reglas sobre la ablución, sobre el ayuno…). Jesús justifica esta actitud por medio de una declaración sobre la presencia del esposo, y de dos breves parábolas. Las parábolas del vestido y de los odres proporcionan otra respuesta a la extrañeza de los discípulos de Juan y de los fariseos: inaugurador de los tiempos mesiánicos, Jesús tiene conciencia de aportar al mundo una realidad sin medida común con todo lo que los hombres han poseído hasta entonces.

Las dos parábolas no formulan juicios de valor como queriendo afirmar que lo viejo sea mejor que lo nuevo (cual es el caso del vino), o lo nuevo mejor que lo antiguo (como ocurre con el vestido). No pretenden una comparación, sino que se contentan con subrayar una incompatibilidad: no hay que querer asociar lo nuevo con lo viejo, bajo pena de perjudicar a lo uno y a lo otro; porque el vestido remendado no va a quedar bien, y el odre viejo se arruinará irremediablemente, perdiéndose con él también el vino.

La lección moral que se desprende de la respuesta de Cristo es clara: Hay que renunciar a los compromisos que llevan a perderlo todo.
Colaboración del Servicio Bíblico Latinoamericano

Cita:
Comentario:

Lo tenemos que repetir muchas veces: la verdadera religiosidad está en la mente y el corazón y se expresa, luego, en una conducta correcta y en unas convicciones maduradas en el crisol del sacrificio. Los apóstoles mostraban una alegría especial, vivían con una gran libertad, seguían a Jesús con plena responsabilidad y actuaban de acuerdo a sus convicciones. Habían aprendido la verdad del corazón.

La práctica externa de ciertas fórmulas establecidas, no dice de verdad lo que significa ser creyente. Es preciso un cambio interior, una nueva forma de vida que se transparente en comportamientos cada vez más comprometidos con la causa del Evangelio.

Estamos de fiesta con Jesús, le sentimos cerca de nuestras vidas. Por ello, estamos contentos. Tenemos que saber, de una vez por todas, que nuestra fe católica no es una amarga experiencia de personas tristes, carradas a toda manifestación de gozo, sino una hermosa experiencia de felicidad. Y no de una felicidad pasajera, ruidosa, superficial; es la felicidad que brota de dentro y se expresa en una satisfacción que ni el dolor ni la muerte la pueden bloquear.

Vivimos todos los días como invitados a la boda, manifestada en el encuentro de la criatura con el Creador, de la miseria con el poder, la de tristeza con la alegría. No tenemos derecho a estar triste mientras el Espíritu Santo siga actuando en nuestras vidas.

Sus dones y sus frutos alumbran en nuestro corazón y, por tanto, desbordan todos los dinteles de la tristeza.

Vivimos a diario una “cita de amor” con un Dios que está siempre dispuesto a atendernos. Él permanece atento a nuestra llamada. Vale la pena tomar conciencia del inmenso privilegio que supone disfrutar de la amistad de Dios. Tenemos derecho a pregonar a los cuatro vientos la enorme alegría de nuestra fe. Sabemos de quién nos hemos fiado y seguimos con paso firme sus pisadas.

Vivamos la hermosa herencia de ser siempre jóvenes ante Dios. Se es joven de nuevo cuando almacenamos algún sueño, un proyecto de vida o una ilusión. Y con Cristo estallan en el corazón del ser humano raudales de gozosas esperanzas. Estamos en permanente fiesta que nadie nos podrá quitar. No interesa un ayuno exterior, circunstancial, sino la actitud profunda del corazón que nos lleva a proclamar sin descanso que Cristo vive, que Él es el único Salvador. (Padre Gregorio Mateu)


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MensajePublicado: Lun Jul 09, 2007 12:38 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Lunes XIV del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mt 9,18-26): En aquel tiempo, Jesús les estaba hablando, cuando se acercó un magistrado y se postró ante Él diciendo: «Mi hija acaba de morir, pero ven, impón tu mano sobre ella y vivirá». Jesús se levantó y le siguió junto con sus discípulos. En esto, una mujer que padecía flujo de sangre desde hacía doce años se acercó por detrás y tocó la orla de su manto. Pues se decía para sí: «Con sólo tocar su manto, me salvaré». Jesús se volvió, y al verla le dijo: «¡Animo!, hija, tu fe te ha salvado». Y se salvó la mujer desde aquel momento.

Al llegar Jesús a casa del magistrado y ver a los flautistas y la gente alborotando, decía: «¡Retiraos! La muchacha no ha muerto; está dormida». Y se burlaban de Él. Mas, echada fuera la gente, entró Él, la tomó de la mano, y la muchacha se levantó. Y la noticia del suceso se divulgó por toda aquella comarca.


Comentario: Rev. D. Antoni Carol i Hostench (Sant Cugat del Vallès-Barcelona, España)

«Tu fe te ha salvado»

Se podría afirmar que Dios, incluso, se deja “manipular” de buen grado por nuestra buena fe. Lo que no admite es que le tentemos por desconfianza. Éste fue el caso de Zacarías, quien pidió una prueba al arcángel Gabriel: «Zacarías dijo al ángel: ‘¿En qué lo conoceré?’» (Lc 1,18). El Arcángel no se arredró ni un pelo: «Yo soy Gabriel, el que está delante de Dios (...). Mira, te vas a quedar mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas, porque no diste crédito a mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo» (Lc 1,19-20). Y así fue.

Es Él mismo quien quiere “obligarse” y “atarse” con nuestra fe: «Yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá» (Lc 11,9). Él es nuestro Padre y no quiere negar nada de lo que conviene a sus hijos.

Pero es necesario manifestarle confiadamente nuestras peticiones; la confianza y connaturalidad con Dios requieren trato: para confiar en alguien le hemos de conocer; y para conocerle hay que tratarle. Así, «la fe hace brotar la oración, y la oración —en cuanto brota— alcanza la firmeza de la fe» (San Agustín). No olvidemos la alabanza que mereció Santa María: «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1,45).

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Cita:
Mt 9,18-26: Mi hija ha muerto. Pero ven, y vivirá

Estos episodios de la curación de la hija de aquel jefe –quien según Marcos (5,21-43) lo era de la sinagoga– y de la mujer hemorroísa son complementarios. Las dos están unidas por la necesidad de ser reintegradas a la ‘vida’ en todo el sentido de la palabra.

La hemorroísa era una mujer mayor y había sido privada de toda participación en la vida de la comunidad debido a su enfermedad. En la cultura hebrea de la época, todo contacto con la sangre humana era causa inmediata de impureza ritual. Esta mujer no podía ni siquiera poner un pie en un lugar público; mucho menos en la sinagoga. La jovencita, en cambio, llevaba doce años (Mc 5,42) perfectamente integrada a la vida religiosa y familiar; pero tal vez al despertar su cuerpo con la pubertad, creyó morir. Todos los lazos de afecto que la aproximaban a su padre se podían romper a partir de ese momento, porque comenzaba a tener contacto frecuente con su propia sangre.

Jesús rompe esos moldes sociales al entrar en contacto directo, piel a piel, con estas mujeres y darles un lugar en la vida de la comunidad. Cuál no sería la sorpresa de Jairo, el jefe de la sinagoga, al ver que la mujer enferma era conducida por el mismo Jesús al interior de la comunidad. Es de suponer que la crisis de su hija sería en definitiva un afortunado episodio que le permitiría darse cuenta de la condena a la muerte social que desde su cargo imponía él a quienes no cumplían ciertas disposiciones legales meramente superfluas.

Colaboración Servicio Bíblico Latinoamericano



Cita:
Comentario:

La eficacia de la oración está más que probada en el Evangelio. Pedir ayuda a Jesús se convierte en una forma de alcanzar lo que el ser humano no puede conseguir por su propia mano. Hay un adagio antiguo que conviene recordar de vez en cuando: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Tenemos que trabajar y conseguir con nuestro esfuerzo lo que está a nuestro alcance.

Dios ha puesto en el hombre y la mujer una gran cantidad de cualidades que le permiten al ser humano desarrollar su propia vocación y servir a la sociedad con eficacia. Podemos pedir fuerza de voluntad, buen ánimo y constancia para afrontar nuestras responsabilidades, sabiendo que de nosotros depende la buena marcha de nuestra familia y, en general, de la sociedad.
La mejor ayuda para una oración eficaz es la fe. Cuando todo nos falla y nos sentimos impotentes para lograr nuestros objetivos, ha llegado el momento de acudir a Dios en busca de auxilio. Sigue siendo verdad que todo es posible para el que cree. Dios está siempre atento a la voz de nuestra súplica.

Si bien, cabe recordar que Dios no es un simple pararrayos, o un refuerzo fácil para conseguir beneficios. Y mucho menos, un cooperador generoso de nuestra vagancia. Hay que bendecir a Dios en todo momento, dándole gracias y glorificándole por su infinita bondad. La verdadera oración comienza con la alabanza y la acción de gracias, y continúa con la meditación, la contemplación, la petición, etc. Cuando el personaje toma conciencia de su condición de persona, se hace plenamente capaz de recibir las gracias del Todopoderoso. Este personaje baja de su posición privilegiada, admite sus precariedades y se arrodilla humildemente ante Jesús para solicitar “vida” para su hija.

Jesús le escucha atentamente y se pone en camino hacia su casa. Pero, por donde pasa, va dejando huella de su poder sanador y de su amor inacabable. Tocar a Jesús, esperando que su poder sanador llegue hasta la causa de la enfermedad, es otra prueba de fe que no necesita palabras, ni lágrimas, ni suspiros. La fe actúa simplemente por el contacto con el manto de Jesús.

Jesús lee la verdad del corazón y mide con exactitud las intenciones de las personas. Por ello, dice unas palabras certeras: “Tu fe te ha curado, mujer”. Y sigue su camino para “despertar” a la niña que estaba “dormida”. Muerta, a lo material, pero preparada para que la acción poderosa de Jesús la vuelva a la vida.

Todos necesitamos, de alguna manera, que Jesús nos coja de la mano para devolvernos la vida verdadera. Demasiadas personas han perdido la vida, sumergiéndose lamentablemente en los surcos peligrosos del vicio, dando suelta las más bajas pasiones, dejando a un lado obligaciones y responsabilidades.

Con el arma poderosa de le fe y la ayuda inapreciable de la oración podemos conseguir de Dios todo lo mejor para nuestras vidas. Aprovechemos la ocasión. (Padre Gregorio Mateu)


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MensajePublicado: Jue Jul 12, 2007 12:36 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Jueves XIV del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mt 10,7-15): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus Apóstoles: «Id proclamando que el Reino de los Cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, purificad leprosos, expulsad demonios. Gratis lo recibisteis; dadlo gratis. No os procuréis oro, ni plata, ni calderilla en vuestras fajas; ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero merece su sustento. En la ciudad o pueblo en que entréis, informaos de quién hay en él digno, y quedaos allí hasta que salgáis. Al entrar en la casa, saludadla. Si la casa es digna, llegue a ella vuestra paz; mas si no es digna, vuestra paz se vuelva a vosotros. Y si no se os recibe ni se escuchan vuestras palabras, salid de la casa o de la ciudad aquella sacudiendo el polvo de vuestros pies. Yo os aseguro: el día del Juicio habrá menos rigor para la tierra de Sodoma y Gomorra que para aquella ciudad».


Comentario: Rev. D. David Compte i Verdaguer (Manlleu-Barcelona, España)

«No os procuréis oro, ni plata... para el camino»

Hoy, hasta lo imprevisto queremos tenerlo previsto. Hoy triunfan los servicios a domicilio. Y si hoy hablamos tanto de paz, quizá es porque estamos muy necesitados de ella. El Hoy del Evangelio toca de lleno estos distintos "hoy". Vayamos por partes.

Queremos prever hasta lo imprevisible: pronto haremos un seguro por si el seguro nos falla. O cuando uno compra unos pantalones, ¡el dependiente nos ofrece el modelo con manchas o descoloridos incluidos! El Evangelio de hoy, con la invitación a ir desprovistos de equipaje («No os procuréis oro ni plata...»), nos invita a la confianza, a la disponibilidad. Pero alerta, ¡esto no es dejadez! Tampoco improvisación. Vivir esta realidad sólo es posible cuando nuestra vida está enraizada en lo fundamental: en la persona de Cristo. Como decía el Papa Juan Pablo II, «es necesario respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia (...). No se ha de olvidar que, sin Cristo, ‘no podemos hacer nada’ (cf. Jn 15,5)».

También es cierto que proliferan los servicios a domicilio: nada de catering; ahora te hacen la tortilla de patatas en casa. Sirve de icono de una sociedad donde las personas tendemos fácilmente a ir a la nuestra, a organizarnos la vida prescindiendo de los demás. Hoy Jesús nos dice «id»; salid. Esto es, tened en cuenta aquellos que tenéis a vuestro lado. Tengámoslos, pues, realmente en cuenta, abiertos a sus necesidades.

¡Vacaciones, un paisaje tranquilo..., ¿son sinónimos de paz? Parece que tenemos motivos serios para dudar de ello. Quizá muchas veces son un letargo de las zozobras interiores; éstas, más adelante, volverán a despertar. Los cristianos sabemos que somos portadores de paz, es más, que esta paz impregna todo nuestro ser -también cuando a nuestro alrededor encontramos un ambiente hostil- en la medida que seguimos de cerca de Jesús.

¡Dejémonos tocar, pues, por la fuerza del Hoy de Cristo! Y..., «quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo» (Juan Pablo II).
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Cita:
Comentario:

Nuestra presencia como cristianos en el mundo está marcada por una especial llamada de Jesús: Proclamad el Evangelio, curad enfermos, limpiad leprosos, resucitad muertos, dad gratis lo que habéis recibido gratis. Son algunas de las formas que nos indica para que nuestra actividad apostólica sea eficaz.

Así como Jesucristo puso al mismo nivel a los que tienen hambre o sed, a los enfermos, a los extranjeros, a los presos, todos estamos llamados a aportar lo mejor de nosotros mismos a favor de todos los que necesitan nuestra ayuda. El ejercicio eclesial de la caridad, en sus múltiples formas, constituye un reto inaplazable para todos los creyentes en Cristo Jesús.

Hay en nuestra sociedad una necesidad de verdad, de convivencia, de justicia y de esperanza. Por eso, los discípulos de Cristo debemos prestar una especial atención a las necesidades espirituales de la gente a través de la escucha atenta y de la comunicación del mensaje evangélico. Tenemos que trabajar por la justicia, pero no debemos olvidar la salud interior de las personas.

En nuestra acción pastoral tenemos que llevar a cabo actividades de oración, estudio del evangelio, grupos de reflexión, tiempos de ocio, talleres ocupacionales, sabiendo que Dios pone calidad a todas las acciones humanas. Lo que no podemos hacer es quedarnos con los brazos cruzados dejando de hacer lo que Dios nos pide a favor de los demás.

El apóstol debe tener un estilo especial, marcado especialmente por la pobreza. Uno debe darlo todo gratuitamente. Todo lo que tenemos es de Dios y cabe devolvérselo a Dios a través de las criaturas más vulnerables.
Para poder proclamar a los demás la bondad, la proximidad de Dios, primero tenemos que haber vivido en carne propia esa misma experiencia. Hablar de lo que has vivido, sentido, experimentado es mucho mejor que proclamar lo que solamente has oído. Para proclamar eficazmente los valores del Reino debes tener a Dios en tu boca, pero sobre todo, en tu mente, en tu corazón y en tus obras.
Nuestra responsabilidad es muy grande, ya que hemos recibido mucho y tenemos que ofrecer mucho. Aunque arrecien las dificultades y nos atraigan las cosas del mundo, tenemos que entrar dentro de nosotros mismos y valorar en su justa medida el privilegio de la fe recibida. Nada ni nadie nos puede ofrecer la felicidad que recibimos estando con Cristo. El colma todas nuestras aspiraciones y nos abre el camino a la VIDA verdadera que nunca acaba. Hay que decirlo con toda claridad: la felicidad que viene de Dios no admite comparación con las promesas falsas que nos ofrece el mundo. Con Cristo nuestra dicha es completa. (Padre Gregorio Mateu)


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MensajePublicado: Vie Jul 13, 2007 1:12 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Viernes XIV del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mt 10,16-23): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Mirad que yo os envío como ovejas en medio de lobos. Sed, pues, prudentes como las serpientes, y sencillos como las palomas. Guardaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y os azotarán en sus sinagogas; y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para que deis testimonio ante ellos y ante los gentiles. Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar. Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros. Entregará a la muerte hermano a hermano y padre a hijo; se levantarán hijos contra padres y los matarán. Y seréis odiados de todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, ése se salvará. Cuando os persigan en una ciudad huid a otra, y si también en ésta os persiguen, marchaos a otra. Yo os aseguro: no acabaréis de recorrer las ciudades de Israel antes que venga el Hijo del hombre».


Comentario: P. Josep de Calasanç Laplana OSB (Monje de Montserrat, Cataluña-España)

«Seréis odiados de todos por causa de mi nombre»

Hoy, el Evangelio remarca las dificultades y las contradicciones que el cristiano habrá de sufrir por causa de Cristo y de su Evangelio, y como deberá resistir y perseverar hasta el final. Jesús nos prometió: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20); pero no ha prometido a los suyos un camino fácil, todo lo contrario, les dijo: «Seréis odiados de todos por causa de mi nombre» (Mt 10,22).

La Iglesia y el mundo son dos realidades de “difícil” convivencia. El mundo, que la Iglesia ha de convertir a Jesucristo, no es una realidad neutra, como si fuera cera virgen que sólo espera el sello que le dé forma. Esto habría sido así solamente si no hubiese habido una historia de pecado entre la creación del hombre y su redención. El mundo, como estructura apartada de Dios, obedece a otro señor, que el Evangelio de san Juan denomina como “el señor de este mundo”, el enemigo del alma, al cual el cristiano ha hecho juramento —en el día de su bautismo— de desobediencia, de plantarle cara, para pertenecer sólo al Señor y a la Madre Iglesia que le ha engendrado en Jesucristo.

Pero el bautizado continúa viviendo en este mundo y no en otro, no renuncia a la ciudadanía de este mundo ni le niega su honesta aportación para sostenerlo y para mejorarlo; los deberes de ciudadanía cívica son también deberes cristianos; pagar los impuestos es un deber de justicia para el cristiano. Jesús dijo que sus seguidores estamos en el mundo, pero no somos del mundo (cf. Jn 17,14-15). No pertenecemos al mundo incondicionalmente, sólo pertenecemos del todo a Jesucristo y a la Iglesia, verdadera patria espiritual, que está aquí en la tierra y que traspasa la barrera del espacio y del tiempo para desembarcarnos en la patria definitiva del cielo.

Esta doble ciudadanía choca indefectiblemente con las fuerzas del pecado y del dominio que mueven los mecanismos mundanos. Repasando la historia de la Iglesia, Newman decía que «la persecución es la marca de la Iglesia y quizá la más duradera de todas».

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Comentario:

El programa de acción que nos ofrece Jesús, está lleno de escollos. No quiere engañarnos con falsas promesas de goces materiales extraordinarios o de éxitos pasajeros que fascinan de momento, pero que dejan huellas de amargura en el corazón. Quien sigue a Cristo sabe que tiene que hacerlo con todas sus consecuencias.

Pero, nos ofrece algo maravilloso: la asistencia permanente del Espíritu Santo. Él nos dará fuerza, hablará por nosotros, se convertirá en nuestro defensor. Ni los lobos rapaces, ni los políticos aprovechados, ni los comerciantes de la mentira podrán contra nosotros. Sabemos muy bien de quien nos hemos fiado.

Pero, tenemos que poner el acento en ciertos aspectos importantes para vivir en plenitud nuestra hermosa vocación de discípulos. La sagacidad recomendada por Jesús no es más que la mirada atenta para estar al tanto de lo que sucede a nuestro alrededor. Los encantadores de ingenuos proliferan por doquier. Con palabras suaves, con gestos bien estudiados, intentan llevarnos a su terreno. Pero, Cristo puede más.

La sencillez evangélica nos abrirá las puertas de los corazones, ya que los humildes brillan con luz propia. No necesitamos cualidades espectaculares ni medios extraordinarios para decir el mensaje salvador. Nosotros mismos podemos convertirnos en un mensaje vivo, aleccionador, mostrando a Cristo, manso y humilde de corazón.

Nuestra fe no es una simple idea, una atractiva doctrina o una colección de hábiles estrategias; es un seguimiento fiel de Jesús. Adoptar los modos, las formas, el estilo de Jesús es la labor fundamental del creyente. Mirarse en el espejo de sus virtudes es la tarea imprescindible que debemos iniciar ya desde ahora mismo.

Estar disponibles para servir, aprender a perdonar, dejar actuar al Espíritu, ser fieles a los compromisos, amar sin condiciones, dar hasta la vida por los demás son actitudes fundamentales de los servidores del Reino.

Hay que destacar, de una forma especial, la fidelidad a Cristo hasta el último instante. ¡Que difícil resulta hoy adoptar compromisos para siempre! Se quiere probar todo, buscar nuevas experiencias, cambiar de personalidad. Permanecer fieles a la amistad, mantener estable la familia, seguir adelante por encima de fracasos y quebrantos, son actitudes que definen a la persona madura y responsable.

Con Cristo no valen los amaños de conveniencia ni las posturas ambiguas. No se puede servir a dos señores. No tiene sentido poner una vela a Dios y otra al diablo. No se puede vivir en la luz y en la oscuridad en el mismo instante. Es preciso mantener la fidelidad a nuestras convicciones y recordar que el Evangelio no admite componendas interesadas.

(Padre Gregorio Mateu)


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MensajePublicado: Vie Jul 20, 2007 1:06 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Viernes XV del tiempo ordinario


Texto del Evangelio (Mt 12,1-8): En aquel tiempo, Jesús cruzaba por los sembrados un sábado. Y sus discípulos sintieron hambre y se pusieron a arrancar espigas y a comerlas. Al verlo los fariseos, le dijeron: «Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado». Pero Él les dijo: «¿No habéis leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la Presencia, que no le era lícito comer a él, ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes? ¿Tampoco habéis leído en la Ley que en día de sábado los sacerdotes, en el Templo, quebrantan el sábado sin incurrir en culpa? Pues yo os digo que hay aquí algo mayor que el Templo. Si hubieseis comprendido lo que significa aquello de: ‘Misericordia quiero y no sacrificio’, no condenaríais a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado».


Comentario: Rev. D. Josep Ribot i Margarit (Tarragona, España)

«Misericordia quiero y no sacrificio»

Hoy el Señor se acerca al sembrado de tu vida, para recoger frutos de santidad. ¿Encontrará caridad, amor a Dios y a los demás?. Jesús, que corrige la casuística meticulosa de los rabinos, que hacía insoportable la ley del descanso sabático: ¿tendrá que recordarte que solo le interesa tu corazón, tu capacidad de amar?

«Mira, tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado» (Mt 12,2). Lo dijeron convencidos, eso es lo increíble. ¿Cómo prohibir hacer el bien, siempre? Algo te recuerda que ningún motivo te excusa de ayudar a los demás. La caridad verdadera respeta las exigencias de la justicia, evitando la arbitrariedad o el capricho, pero impide el rigorismo, que mata al espíritu de la ley de Dios, que es una invitación continua a amar, a darse a los demás.
«Misericordia quiero y no sacrificio» (Mt 12,7). Repítelo muchas veces, para grabarlo en tu corazón: Dios, rico en misericordia, nos quiere misericordiosos. «¡Qué cercano está Dios de quien confiesa su misericordia! Sí; Dios no anda lejos de los contritos de corazón» (San Agustín). ¡Y qué lejos estás de Dios cuando permites que tu corazón se endurezca como una piedra!

Jesucristo acusó a los fariseos de condenar a los inocentes. Grave acusación. ¿Y tú? ¿te interesas de verdad por las cosas de los demás? ¿los juzgas con cariño, con simpatía, como quien juzga a un amigo o a un hermano? Procura no perder el norte de tu vida.

Pídele a la Virgen que te haga misericordioso, que sepas perdonar. Sé benévolo. Y si descubres en tu vida algún detalle que desentone de esta disposición de fondo, ahora es un buen momento para rectificar, formulando algún propósito eficaz.



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Comentario:

Me siento especialmente motivado a la hora de considerar la verdadera religiosidad ya que me molestan sobre manera las actitudes de ciertos puristas de la religión que rinden culto a las formas dejando a un lado el fondeo de lo que significa de verdad seguir a Cristo.

Los judíos critican a los apóstoles. Aprovechan la menor ocasión para derribar la doctrina de Jesús, pues la consideran muy alejada de la Ley a la que ellos rinden culto. El conocimiento teórico se ha hecho más importante que la práctica sincera del culto y de la adoración al verdadero Dios. Sobre todo han abandonado las actitudes interiores –las del corazón- que inciden en unos comportamientos que superan la ley.

Jesús pone las cosas en su sitio. Justifica la actitud de sus apóstoles recordando, una vez más, los parámetros de la verdadera religiosidad. Poco importan las formas externas, los cumplimientos legales, si no están informados por la verdadera entrega a la causa de Dios. La moral de actitudes debe impregnar la vida de los seguidores de Jesús.

Moisés había escrito: “Si pasas por el sembrado de tu vecino puedes arrancar unas espigas con la mano, pero no deberás usar la hoz en el trigal de tu prójimo”. (Dt. 23,25)

Lo que les inquietaba era la práctica del sábado o, mejor, la aprovechan para poder atacar a Jesús. No querían defender a Dios, sino atacar a un Hombre que pregonaba la verdad sin mixturas.

Es una excelente ocasión para revisar nuestras posturas religiosas, nuestros comportamientos éticos, nuestras prácticas de adoración. ¿Cuántos se muestran como católicos de nombre, pero son como paganos de hecho? ¿No consideran, acaso, algunos el hecho religioso como una práctica caduca? ¿Qué es eso de eso de que “soy creyente pero no practico?”

La misericordia de Dios aparece como tema central de todo el evangelio. La misericordia de Dios alcanza a todos los que de verdad se arrepienten de sus pecados y buscan con intensidad los caminos del perdón. Los pecados más grandes mueven con fuerza el corazón de un Dios que desborda su bondad a favor de los que acuden a Él con confianza.El gran pecado de la sociedad actual es haber perdido la conciencia de pecado, es decir, revestir el mal con formas de bien aparente, mostrarse como justos cuando somos pecadores. Confesar nuestros pecados, arrepentirnos de ellos e iniciar un cambio significativo de vida, es la tarea que nos recomienda el Evangelio.

Dejemos una vez más las apariencias de santidad, las formas estereotipadas de falsa virtud para introducirnos en la santidad de Cristo que esta revestida de sencillez, humildad y amor. (Padre Gregorio Mateu)


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MensajePublicado: Mar Jul 24, 2007 1:00 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Martes XVI del tiempo ordinario
PRIMERA LECTURA
Los israelitas entraron en medio del mar a pie enjuto
Lectura del libro del Éxodo 14,21-15, 1
Salmo responsorial Ex 15, 8-9. 10 y 12. 17
TEXTO DEL EVANGELIO:Mateo 12,46-50. Los que hagan la voluntad de mi Padre... esos son mis hermanos y mi madre.

En aquel tiempo, todavía estaba hablando Jesús a la muchedumbre, cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera y trataban de hablar con Él. Alguien le dijo: ¡Oye! ahí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte. Pero él respondió al que se lo decía: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y, extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.

Reflexión: Autor: Edgar Pérez | Fuente: Catholic.net
¿Quién es mi madre y quiénes mis hermanos? Es una pregunta que aún hoy Cristo lanza a cada uno de los que le siguen por el camino de la donación total en el cristianismo. En aquella oportunidad Cristo no predicaba sólo a sus apóstoles sino a cuantos lo seguían y querían aprender de Él. Por tanto no se trata de una pregunta a alguno exclusivamente consagrados a su seguimiento sino que está dirigida a todos los bautizados. Es allí cuando de pronto llega la dulce madre y algunos de sus “hermanos” que en la usanza de esa cultura significaba los parientes y no únicamente los hermanos carnales. (Así se les decía a los primos hermanos)

Quieren hablar con Jesús. Se lo comunican. Cualquiera hubiera pensado que el Señor, como buen hijo, hubiera dejado todo para atender a los suyos. Realmente nada impide pensar que debió atender a su madre con premura y atención. Sin embargo, el texto evangélico no nos señala una gracia que sólo correspondía a los suyos sino que nos reporta la enseñanza que quiere sacar el Señor de eso tan banal como dejar la conversación y hablar con su mamá.

¿Quién es mi madre y quiénes mis hermanos?, preguntará a los atentísimos auditores. Nadie se lo esperaba. Ni siquiera nosotros si nos lo preguntara hoy, y, de hecho, nos lo pregunta porque el Evangelio es palabra viva de Cristo. Cuantos hicieren la voluntad de mi Padre... esos son mis hermanos y mis hermanas y mi madre. Nada más significativo ni más lógico. Si el Señor se hizo hombre para redimirnos, nosotros los hombres nos asemejaremos a Él en la medida en que nos igualemos en lo que más amó Cristo, como fue en cumplir la Voluntad de su Padre que está en los cielos.

Entonces, la pregunta sigue siendo viva y operante en cada uno de los que profesamos el nombre de cristianos: ¿Somos al presente hermanos verdaderamente de Cristo en el cumplimiento exquisito de la Voluntad Santísima de su Padre Celestial?

Comentario: P. Pere Suñer i Puig SJ (Barcelona, España) «El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es (...) mi madre»

Hoy, el Evangelio se nos presenta, de entrada, sorprendente: «¿Quién es mi madre» (Mt 12,4Cool, se pregunta Jesús. Parece que el Señor tenga una actitud despectiva hacia María. No es así. Lo que Jesús quiere dejar claro aquí es que ante sus ojos —¡ojos de Dios!— el valor decisivo de la persona no reside en el hecho de la carne y de la sangre, sino en la disposición espiritual de acogida de la voluntad de Dios: «Extendiendo su mano hacia sus discípulos, dijo: ‘Éstos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre’» (Mt 12,49-50). En aquel momento, la voluntad de Dios era que Él evangelizara a quienes le estaban escuchando y que éstos le escucharan. Eso pasaba por delante de cualquier otro valor, por entrañable que fuera. Para hacer la voluntad del Padre, Jesucristo había dejado a María y ahora estaba predicando lejos de casa.

Pero, ¿quién ha estado más dispuesto a realizar la voluntad de Dios que María? «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,3Cool. Por esto, san Agustín dice que María, primero acogió la palabra de Dios en el espíritu por la obediencia, y sólo después la concibió en el seno por la Encarnación.

Con otras palabras: Dios nos ama en la medida de nuestra santidad. María es santísima y, por tanto, es amadísima. Ahora bien, ser santos no es la causa de que Dios nos ame. Al revés, porque Él nos ama, nos hace santos. El primero en amar siempre es el Señor (cf. 1Jn 4,10). María nos lo enseña al decir: «Ha puesto los ojos en la humildad de su esclava» (Lc 1,4Cool. A los ojos de Dios somos pequeños; pero Él quiere engrandecernos, santificarnos.

Comentario de Archimadrid. LA MÁS BELLA
La Virgen María es la criatura más bella que ha salido de las manos de Dios. Al pensar en ella nos alegramos por todas las gracias con que Dios la ha adornado. Es por eso que sabemos entender las palabras que hoy escuchamos en el Evangelio. Algunos, temerariamente, las leen como si fuera un reproche que Jesús hace a su Madre, pero no es así.

Dice el Señor: ¿Quién es mi madre y quienes son mis hermanos?” Los Padres de la Iglesia incidieron en subrayar que Jesús ponía la relación espiritual por encima de la carnal. San Agustín fue más lejos indicando que por ello María no quedaba fuera de la pregunta ya que ella había concebido por la fe en su corazón antes de recibir al Verbo en su seno. Y cada vez son más los autores que no leen este texto como un dicho antimariano sino que, por el contrario, toman a la Virgen como clave para entenderlo bien.

Personalmente a mí me parece un texto entrañable porque lo leo en el sentido de que Jesús nos dice: Cuidado con mirar a María sólo como mujer, por más excelente que sea, porque lo más admirable que hay en ella es el reflejo de la voluntad de Dios. Todo lo que Dios, desde toda la eternidad había dispuesto para su persona ella lo ha cumplido. Resuena aquí el “Hágase” con que María respondió al ángel. Es decir, la Virgen Madre, abrió las puertas para que el designio de Dios se cumpliera íntegramente en ella. No puso ninguna condición ni actuó con reserva de ninguna clase. Un simple “hágase” que nos conmueve no sólo por lo que la palabra implica sino por la absoluta conciencia con que fue pronunciado.

María no respondió como conformándose porque no había más remedio. Tampoco lo hizo para quitarse al ángel del medio y volver así a sus ocupaciones. Respondió anhelante de que lo que decía se llevara a término. Es decir, deseban ardientemente que la voluntad de Dios se cumpliera en ella. Por eso precedió su respuesta con las palabras “soy la esclava del Señor”.

Por eso al escuchar hoy las palabras de Jesús entendemos mejor el misterio de la Anunciación. María es Madre biológica del Señor, pero también por su fe. Es más, en esa fe, vemos como la maternidad divina se extiende sobre todos nosotros. Y así podemos tratarla como hijos. Y es a ella que acudimos para pedirle que nos ayude a ser hermanos de Jesús. Como Él mismo nos pide para ello hemos de cumplir la voluntad del Padre del cielo. ¿Cómo nos cuesta cada día someternos a lo que Él desea para nosotros? ¿La palabra hágase sale pocas veces de nuestros labios? Pero es una palabra maravillosa en la que se condensa la absoluta primacía de la gracia divina y la total disponibilidad del corazón del hombre. Madre, ayúdanos a ser libres como Tú para poder cumplir la voluntad de Dios.
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MensajePublicado: Mar Jul 24, 2007 8:56 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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MensajePublicado: Mie Jul 25, 2007 4:27 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: 25 de Julio: Santiago apóstol, patrón de España.
2Co 4,7-15: Nos entregan a la muerte por causa de Jesús
Salmo responsorial 125
Mateo 20: 20-28 : Mi caliz lo bebereis
En aquel tiempo, se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos, y se postró como para pedirle algo. Él le dijo: «¿Qué quieres?». Dícele ella: «Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda, en tu Reino». Replicó Jesús: «No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber?». Dícenle: «Sí, podemos». Díceles: «Mi copa, sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre.

Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos. Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».


Comentario: Rev. D. Antoni M. Oriol i Tataret (Vic-Barcelona, España) «No sabéis lo que pedís. Sentarse a mi derecha o a mi izquierda es para quienes está preparado por mi Padre»

Hoy, en el fragmento del Evangelio de San Mateo encontramos múltiples enseñanzas. Me limitaré a subrayar una, la que se refiere al absoluto dominio de Dios sobre la historia: tanto la de todos los hombres en su conjunto (la humanidad), como la de todos y cada uno de los grupos humanos (en nuestro caso, por ejemplo, el grupo familiar de los Zebedeos), como la de cada persona individual. Por esto, Jesús les dice claramente: «No sabéis lo que pedís» (Mt 20,22).

Se sentarán a la derecha de Jesucristo aquellos para quienes su Padre lo haya destinado: «Sentarse a mi derecha o mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre» (Mt 20,23). Así de claro, tal como suena. Precisamente decimos en español: «No se mueve la hoja en el árbol sin la voluntad del Señor». Y así es porque Dios es Dios. Digámoslo también a la inversa: si no fuera así, Dios no sería Dios.

Ante este hecho, que se sobrepone ineludiblemente a todo condicionamiento humano, a los hombres sólo nos queda, en un principio, la aceptación y la adoración (porque Dios se nos ha revelado como el Absoluto); la confianza y el amor mientras caminamos (porque Dios se nos ha revelado, a la vez, como Padre); y al final... al final, lo más grande y definitivo: sentarnos junto a Jesús (a su derecha o a su izquierda, cuestión secundaria en último término).

El enigma de la elección y la predestinación divinas sólo se resuelve, por nuestra parte, con la confianza. Vale más un miligramo de confianza depositada en el corazón de Dios que todo el peso del universo presionando sobre nuestro pobre platillo de la balanza. De hecho, «Santiago vivió poco tiempo, pues ya en un principio le movía un gran ardor: despreció todas las cosas humanas y ascendió a una cima tan inefable que murió inmediatamente» (San Juan Crisóstomo).

Reflexión Autor: José Fernández de Mesa | Fuente: Catholic.net. ¿Estamos listos para cargar nuestra cruz?

Ellos aún no comprendían el modo extraordinario con el que Cristo iniciaba la preparación del Reino de Dios. Quizás ellos también como los otros discípulos imaginaron que antes o después Cristo reivindicaría el poder sobre los hombres, para después administrarlo con aquella infinita sabiduría y compasión que demostró en las muchas regiones de Israel. Pero, una vez más, después de la rara intercesión de la madre de los hijos de Zebedeo, Jesús habla de una "copa que beber".

Si el que ha creado el universo ha asumido la naturaleza de sus mismas criaturas para quererlas, servirlas y salvarlas, humillándose hasta la muerte de cruz, del mismo modo quien elige seguir las huellas del Maestro tendrá que aprender a servir, a dejar que el poder del mundo lo humille y lo desprecie.

Quien quiere de verdad beber la copa de Cristo, acompañarlo a llevar la cruz del dolor a este mundo y aliviar los sufrimientos de sus hermanos, tiene que conocer lo que significa realmente sufrir y servir con generosidad. ¿Estamos listos también a hacer nuestra parte? Consolidemos nuestra fe en el ruego sincero a Dios antes de afrontar nuestra pequeña gran cruz.

Colaboración.Servicio Bíblico Latinoamericano
La respuesta de Jesús a los dos hermanos muestra que éstos no habían comprendido su realeza y su mesianismo. La forma cabal de asociarse a éstos es participar de su pasión y muerte; “pasar el trago”, o literalmente “beber la copa”, locución semítica figurativa (Is 51,17, Lm 4,21) que, como la castellana, grafica una prueba dolorosa. El concepto es “pasar la prueba”, pero la expresión “pasar un trago” es más rica por la metáfora misma del “beber”.

Esta copa ofrecerá Jesús a los suyos en la cena. Y la misma reaparecerá en Getsemaní, donde él padecerá enorme dificultad en aceptar la prueba. El será rey en la cruz con su pasión y muerte, y ellos deben asociarse a su suerte; es el sentido extensivo de la expresión “el Hijo de Hombre”.

Los dos discípulos están dispuestos a dar la vida por el poder. Pero Jesús propone dar la vida como servicio, y esto ellos lo rechazan. Jesús les asegura que pasarán por su misma prueba, según el compromiso de todo discípulo; pero ocupar los primeros puestos no depende de él, sino del Padre. No porque éste tenga predestinados para ello; la razón es otra. Seguir a Jesús significa para el discípulo avanzar en la condición de hijo de Dios; según sigue a Jesús, el Espíritu lo va convirtiendo en hijo. Sólo el Padre puede apreciar el punto en que cada uno se encuentra en su relación con él; por eso los puestos están preparados para aquéllos que sólo él conoce
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MensajePublicado: Mie Jul 25, 2007 4:51 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Idea
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MensajePublicado: Jue Jul 26, 2007 6:17 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Jueves XVI del tiempo ordinario
Santoral: 26 de Julio: San Joaquín y santa Ana, padres de la Virgen María
Primera Lectura: Exodo 19:1-2, 9-11-16-20
Salmo Responsorial: Interlec.Daniel 3: 52-56
Evangelio: Mateo 13:16-17

"En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron:
-¿Por qué les hablas en parábolas?
Él les contestó: -A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”. Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron".


Reflexión. Autor: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net

Cuando un médico quiere poner una vacuna, necesita que el paciente relaje sus músculos y sea dócil, porque si no, la aguja le hará daño y puede quedarse sin recibir la medicina.

Dios regaló a su pueblo una Ley e hizo con él una Alianza. De esta manera le preparó para la venida de su Hijo. Sin embargo, algunos endurecieron el corazón y no fueron capaces de acoger la Revelación. Por eso Jesús se muestra triste en este pasaje evangélico, porque Él era el cumplimiento de lo que anunciaron los profetas y justos y muchos no supieron recibirle.

Las palabras desconcertantes: “al que tiene se le dará de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene” se refieren al aumento o disminución de la capacidad para entender el mensaje de Cristo. Unos comprenderán y se alegrarán con esa luz, pero los que se endurecen voluntariamente quedarán más confundidos.

Jesús nos pide docilidad, sencillez de corazón, apertura para poder acoger sus palabras. Aunque es posible que no nos sintamos capacitados para ello. En este caso, debemos pedirle confiadamente: “Señor, ayúdame, haz que vea, que comprenda lo que quieres decirme”.

Comentario: Rev. D. Manuel Mallol i Pratginestós (Terrassa-Barcelona, España) «¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!»

Hoy, recordamos la “alabanza” dirigida por Jesús a quienes se agrupaban junto a Él: «¡dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!» (Mt 10,16). Y nos preguntamos: ¿Van dirigidas también a nosotros estas palabras de Jesús, o son únicamente para quienes lo vieron y escucharon directamente? Parece que los dichosos son ellos, pues tuvieron la suerte de convivir con Jesús, de permanecer física y sensiblemente a su lado. Mientras que nosotros nos contaríamos más bien entre los justos y profetas —¡sin ser justos ni profetas!— que habríamos querido ver y oír.

No olvidemos, sin embargo, que el Señor se refiere a los justos y profetas anteriores a su venida, a su revelación: «Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron» (Mt 10,17). Con Él llega la plenitud de los tiempos, y nosotros estamos en esta plenitud, estamos ya en el tiempo de Cristo, en el tiempo de la salvación. Es verdad que no hemos visto a Jesús con nuestros ojos, pero sí le hemos conocido y le conocemos. Y no hemos escuchado su voz con nuestros oídos, pero sí que hemos escuchado y escuchamos sus palabras. El conocimiento que la fe nos da, aunque no es sensible, es un auténtico conocimiento, nos pone en contacto con la verdad y, por eso, nos da la felicidad y la alegría.

Agradezcamos nuestra fe cristiana, estemos contentos de ella. Intentemos que nuestro trato con Jesús sea cercano y no lejano, tal como le trataban aquellos discípulos que estaban junto a Él, que le vieron y oyeron. No miremos a Jesús yendo del presente al pasado, sino del presente al presente, estemos realmente en su tiempo, un tiempo que no acaba. La oración —hablar con Dios— y la Eucaristía –recibirle– nos aseguran esta proximidad con Él y nos hacen realmente dichosos al mirarlo con ojos y oídos de fe. «Recibe, pues, la imagen de Dios que perdiste por tus malas obras» (San Agustín).
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MensajePublicado: Vie Jul 27, 2007 2:54 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Viernes XVI del tiempo ordinario
Ex 20,1-17: La ley se dio por medio de Moisés
Salmo responsorial 18: Señor, tú tienes palabras de vida eterna.
Mt 13,18-23:
El que escucha la palabra y la entiende, ése da fruto
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador. Sucede a todo el que oye la Palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino. El que fue sembrado en pedregal, es el que oye la Palabra, y al punto la recibe con alegría; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la Palabra, sucumbe enseguida. El que fue sembrado entre los abrojos, es el que oye la Palabra, pero los preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la Palabra, y queda sin fruto. Pero el que fue sembrado en tierra buena, es el que oye la Palabra y la comprende: éste sí que da fruto y produce, uno ciento, otro sesenta, otro treinta».


Comentario: P. Josep de Calasanç Laplana OSB (Monje de Montserrat, Cataluña, España)«Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador»

Hoy contemplamos a Dios como un agricultor bueno y magnánimo, que siembra a manos llenas. No ha sido avaro en la redención del hombre, sino que lo ha gastado todo en su propio Hijo Jesucristo, que como grano enterrado (muerte y sepultura) se ha convertido en vida y resurrección nuestra gracias a su santa Resurrección.

Dios es un agricultor paciente. Los tiempos pertenecen al Padre, porque sólo Él conoce el día y la hora (cf. Mc 13,32) de la siega y la trilla. Dios espera. Y también nosotros debemos esperar sincronizando el reloj de nuestra esperanza con el designio salvador de Dios. Dice Santiago: «Ved como el labrador aguarda el fruto precioso de la tierra, esperando con paciencia las lluvias tempranas y tardías» (St 5,7). Dios espera la cosecha haciéndola crecer con su gracia. Nosotros tampoco podemos dormirnos, sino que debemos colaborar con la gracia de Dios prestando nuestra cooperación, sin poner obstáculos a esta acción transformadora de Dios.

El cultivo de Dios que nace y crece aquí en la tierra es un hecho visible en sus efectos; podemos verlos en los milagros auténticos y en los ejemplos clamorosos de santidad de vida. Son muchos los que, después de haber oído todas las palabras y el ruido de este mundo, sienten hambre y sed de escuchar la Palabra de Dios, auténtica, allí donde está viva y encarnada. Hay miles de personas que viven su pertenencia a Jesucristo y a la Iglesia con el mismo entusiasmo que al principio del Evangelio, ya que la palabra divina «halla la tierra donde germinar y dar fruto» (San Agustín); debemos, pues, levantar nuestra moral y encarar el futuro con una mirada de fe.

El éxito de la cosecha no radica en nuestras estrategias humanas ni en marketing, sino en la iniciativa salvadora de Dios “rico en misericordia” y en la eficacia del Espíritu Santo, que puede transformar nuestras vidas para que demos sabrosos frutos de caridad y de alegría contagiosa.

Mt 13,18-23: El que escucha la palabra y la entiende, ése da fruto. Colaboración Servicio Bíblico Latinoamericano
Jesús explica a los suyos la parábola del sembrador. Lo que siembra el sembrador es el mensaje del reino contenido en las bienaventuranzas, en particular en la primera y en la última: la opción que hace entrar en el reino, y la persecución que la fidelidad a ella comporta. Constituye el núcleo de “los secretos del reino”.

La semilla se define como “el mensaje del reino”, expresión sinónima de “buena noticia del reino”. Jesús, identificado como el Hijo del Hombre en Mt 13,37, es el sembrador, aunque en esta parábola el acento recae en la semilla y la tierra, esto es, en la Palabra y su recepción por parte de los oyentes.

La parábola y su explicación exponen, por tanto, las actitudes con que un hombre puede presentarse ante el mensaje. Son un aviso de Jesús: no da él por descontado el éxito; éste depende del hombre mismo. El reinado de Dios no va a implantarse sin la colaboración humana; no va a ser impuesto desde arriba ni de modo repentino; necesita ser acogido por el hombre y producir en él el fruto correspondiente. El mensaje no es aceptable sin más por todos; hace falta estar libre, en primer lugar, de la estima y la ambición del poder. En segundo lugar, necesita que el hombre lo haga suyo, de modo que sea inseparable de él, pase lo que pase. En tercer lugar, el hombre tiene que desprenderse de todo agobio por la subsistencia y del deseo de comodidad. Jesús indica, por tanto, las diversas causas del fracaso del mensaje, que pueden coexistir en el mismo individuo.
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MensajePublicado: Sab Jul 28, 2007 3:02 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Sábado XVI del tiempo ordinario. María Reina de la Paz - CelsoEx 24,3-8: Esta es la sangre de la alianza
Salmo responsorial 49: Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza.
Texto del Evangelio (Mt 13,24-30):
En aquel tiempo, Jesús propuso a las gentes otra parábola, diciendo: «El Reino de los Cielos es semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo. Pero, mientras su gente dormía, vino su enemigo, sembró encima cizaña entre el trigo, y se fue. Cuando brotó la hierba y produjo fruto, apareció entonces también la cizaña. Los siervos del amo se acercaron a decirle: ‘Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?’. Él les contestó: ‘Algún enemigo ha hecho esto’. Dícenle los siervos: ‘¿Quieres, pues, que vayamos a recogerla?’. Díceles: ‘No, no sea que, al recoger la cizaña, arranquéis a la vez el trigo. Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega. Y al tiempo de la siega, diré a los segadores: Recoged primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo recogedlo en mi granero’».

Comentario: Rev. D. Manuel Sánchez Sánchez (Sevilla, España) «Dejad que ambos crezcan juntos»

Hoy consideramos una parábola que es ocasión para referirse a la vida de la comunidad en la que se mezclan, continuamente, el bien y el mal, el Evangelio y el pecado. La actitud lógica sería acabar con esta situación, tal como lo pretenden los criados: «¿Quieres que vayamos a recogerla?» (Mt 13,2Cool. Pero la paciencia de Dios es infinita, espera hasta el último momento —como un padre bueno— la posibilidad del cambio: «Dejad que ambos crezcan juntos hasta la siega» (Mt 13,30).

Una realidad ambigua y mediocre, pero en ella crece el Reino. Se trata de sentirnos llamados a descubrir las señales del Reino de Dios para potenciarlo. Y, por otro lado, no favorecer nada que ayude a contentarnos en la mediocridad. No obstante, el hecho de vivir en una mezcla de bien y mal no debe impedir el avanzar en nuestra vida espiritual; lo contrario sería convertir nuestro trigo en cizaña. «Señor, ¿no sembraste semilla buena en tu campo? ¿Cómo es que tiene cizaña?» (Mt 13,27). Es imposible crecer de otro modo, ni podemos buscar el Reino en ningún otro lugar que en esta sociedad en la que estamos. Nuestra tarea será hacer que nazca el Reino de Dios.

El Evangelio nos llama a no dar crédito los a “puros”, a superar los aspectos de puritanismo y de intolerancia que puedan haber en la comunidad cristiana. Fácilmente se dan actitudes de este tipo en todos los colectivos, por sanos que intenten ser. Encarados a un ideal, todos tenemos la tentación de pensar que unos ya lo hemos alcanzado, y que otros están lejos. Jesús constata que todos estamos en camino, absolutamente todos.

Vigilemos para no dejar que el maligno se cuele en nuestras vidas, cosa que ocurre cuando nos acomodamos al mundo. Decía santa Ángela de la Cruz que «no hay que dar oído a las voces del mundo, de que en todas partes se hace esto o aquello; nosotras siempre lo mismo, sin inventar variaciones, y siguiendo la manera de hacer las cosas, que son un tesoro escondido; son las que nos abrirán las puertas del cielo». Que la Santísima Virgen María nos conceda acomodarnos sólo al amor.

Comentario de Archimadrid: CUANDO LO MEJOR ES ENEMIGO DE LO BUENO

El trigo y la cizaña es una imagen que expresa bien como conviven en el mundo el bien y el mal. Sirve para dibujar esa situación que nos cuesta entender, pero consuela saber que, al final, cuando Dios manifieste en plenitud su justicia, el mal será totalmente derrotado y el bien brillará con inigualable fulgor. Mientras, claro, nos cuesta aceptar la situación. Así les sucede a los personajes de la parábola, que piden arrancar la cizaña. Pero el amo pide paciencia. También a nosotros nos lo pide.

Santo Tomás de Aquino consideraba que el gobernante de la ciudad no tenía porqué perseguir todos los vicios. Ello no significaba que estuviera a favor, sino que era una medida prudencial para evitar males mayores. Nuestra vida parece que siempre se va a encontrar en esa tesitura: convive lo bueno con lo malo. En una película cuyo título no recuerdo, uno de los personajes dice que a veces hay que dejarse robar el vino. Se refería a que no siempre es posible el bien absoluto y que es mejor cerrar los ojos ante ciertos abusos pequeños.

Si ahondamos un poco más descubrimos que esa coexistencia entre el bien y el mal no se da solo fuera de nosotros sino también en nuestro interior. Ello produce una gran desazón. Pero, sin aceptar nada que sea pecado, hay que ser paciente también con uno mismo. Hay hábitos muy arraigados que, para quien los posee, resultan una humillación dolorosa. ¿Qué puede hacer esa persona? Sin duda, seguir luchando pero sin dejar de pedir a Dios la ayuda para perseverar en el bien. Hemos de aprender a convivir con nuestro mal carácter, nuestra falta de paciencia o nuestra irritabilidad. No son bienes, pero en sí mismos tampoco implican pecado. Son desagradables y el primero que experimenta sus molestias es quien los padece.

No siempre podemos luchar directamente contra ellos, porque la experiencia nos indica que cuando lo hemos intentado hemos fracasado. Es mejor descansar en el bien y seguir cultivando las virtudes. Poco a poco, con la ayuda de la gracia, nuestra fisonomía espiritual irá moldeando nuestro carácter. Quizás acabemos muriendo con alguno de esos defectos. Dios nos los quitará todos e la vida eterna.

En cualquier caso, la parábola de este día es muy consoladora porque señala el dominio total del Señor sobre la historia. Juan Pablo II, en su último libro, Memoria e identidad, señalaba cómo Dios había permitido el comunismo, un mal que en algún momento parecía definitivo pero acabó cayendo. Lo mismo ha sucedido con otros males que parecían insalvables. Hay males que creemos insalvables, pero que acaban quedando engullidas por la historia que Dios conduce a buen fin. Dios ha sembrado la buena semilla y no va a permitir que se pierda aunque a nosotros a veces nos cueste distinguir la hierba buena de la mala.

Pidamos a la Virgen María que nos ayude a no perder la confianza en Dios y a saber ser pacientes cuando nos enfrentamos a males que no comprendemos.
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MensajePublicado: Dom Jul 29, 2007 2:50 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Gn 18,20-32: ¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable?
Salmo responsorial 137: Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste
Col 2,12-14: Sepultados con Cristo, resucitaron con él
LECTURA DEL EVANGELIOLc 11,1-13: Cuando oren, digan así

Y sucedió que, estando Jesús en oración en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos. Él les dijo: Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino,
danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación. Les dijo también: Si uno de vosotros tiene un amigo y, acudiendo a él a medianoche, le dice: "Amigo, préstame tres panes, porque ha llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle", y aquél, desde dentro, le responde: "No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos", os aseguro, que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite. Yo os digo: Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!


Comentario: Rev. D. Jean Gottigny (Bruselas, Bélgica) «Jesús estaba en oración… ‘Señor, enséñanos a orar’»

Hoy, Jesús en oración nos enseña a orar. Fijémonos bien en lo que su actitud nos enseña. Jesucristo experimenta en muchas ocasiones la necesidad de encontrarse cara a cara con su Padre. Lucas, en su Evangelio, insiste sobre este punto.

¿De qué hablaban aquel día? No lo sabemos. En cambio, en otra ocasión, nos ha llegado un fragmento de conversación entre su Padre y Él. En el momento en que fue bautizado en el Jordán, cuando estaba orando, «y vino una voz del cielo: ‘Tú eres mi hijo; mi amado, en quien he puesto mi complacencia’» (Lc 3,22). Es el paréntesis de un diálogo tiernamente afectuoso.

Cuando, en el Evangelio de hoy, uno de los discípulos, al observar su recogimiento, le ruega que les enseñe a hablar con Dios, Jesús responde: «Cuando oráis, decid: ‘Padre, santificado sea tu nombre…’» (Lc 11,2). La oración consiste en una conversación filial con ese Padre que nos ama con locura. ¿No definía Teresa de Ávila la oración como "una íntima relación de amistad": «estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama»?

Benedicto XVI encuentra «significativo que Lucas sitúe el Padrenuestro en el contexto de la oración personal del mismo Jesús. De esta forma, Él nos hace participar de su oración; nos conduce al interior del diálogo íntimo del amor trinitario; por decirlo así, levanta nuestras miserias humanas hasta el corazón de Dios».

Es significativo que, en el lenguaje corriente, la oración que Jesucristo nos ha enseñado se resuma en estas dos únicas palabras: «Padre Nuestro». La oración cristiana es eminentemente filial.

La liturgia católica pone esta oración en nuestros labios en el momento en que nos preparamos para recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Las siete peticiones que comporta y el orden en el que están formuladas nos dan una idea de la conducta que hemos de mantener cuando recibamos la Comunión Eucarística.

Comentario de Archimadrid. DECÁLOGO DEL NIÑO LLORÓN “Pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá”… La presencia serena y gloriosa de Jesús resucitado en nuestras vidas, esa presencia que nos ha abierto de par en par las puertas del Cielo y nos ha hecho hijos de Dios, es la garantía más firme de que todas nuestras oraciones (todas, sin excepción) son escuchadas por Dios con una atención infinita. Sin embargo, la oración de petición, a la vez que es, quizá, la más frecuente, suele ser también la menos entendida. Por eso me vas a permitir que plantee mi comentario de este domingo en forma decálogo:

1.- Antes de pedir, mira hacia atrás en tu vida, y dime si, alguna vez, Dios te ha negado algo que le pidieras. Cuantas veces hago este ejercicio descubro que mi Señor jamás me ha negado nada. Las pocas cosas que no me ha concedido son para mí motivo de acción de gracias… ¡Ay de mí, si entonces hubiera obtenido lo que le pedía!
2.- Nunca digas “Dios no me escucha”. Dios te escucha siempre, aunque su respuesta se haga esperar.
3.- Antes de pedir, recuerda tus pecados y considera que eres indigno de ser escuchado. Pide con enorme humildad, confiando más en la misericordia de Dios que en tus méritos.
4.- Dios no es el conserje, ni el camarero de una cafetería: nunca le pidas las cosas “para ya mismo”. Déjale a Él decidir los plazos.
5.- Nunca pienses que todo se arregla con un “Padrenuestro”. A veces hacen falta dos mil. Persevera en tu oración todo el tiempo que Dios te pida, a semejanza del amigo inoportuno de la parábola de hoy.
6.- Nunca te de vergüenza pedir para ti; estás muy necesitado. Recuerda que no eres el ministro de asuntos sociales de Dios, sino un pobre leprosillo; quizá deberías pedir por ti antres que por los demás. Pero cuando pidas para ti algo material, termina siempre tu oración con la misma frase con que culminó el Señor la suya cuando lo hizo: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”.
7- Cuando pidas para los demás, haz como la mujer cananea o los amigos del paralítico: no le des tregua a Dios; hazle cambiar de opinión si es preciso. Sé muy “pesado”.
8.- Nunca pienses: “Estoy importunando a Dios”. A Dios le encanta que le despierten de la siesta.
9.-Cuando consigas lo que has pedido (lo conseguirás) emplea en dar gracias el mismo tiempo y las mismas energías que empleaste en pedir.
10.- Pon siempre, como intercesora de todas tus súplicas, a la Santísima Virgen María. Acuérdate de las bodas de Caná.
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MensajePublicado: Lun Jul 30, 2007 3:02 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Lunes XVII del tiempo ordinario
Ex 32,15-24.30-34: Han pecado en forma gravísima adorando un becerro
Salmo responsorial 105: Dad gracias al Señor porque es bueno.
Mt 13,31-35: Parábola del grano de mostaza y de la levadura

En aquel tiempo, Jesús propuso esta otra parábola a la gente: -«El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.» Les dijo otra parábola: -«El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente.» Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: «Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo.»

Comentario: Rev. D. Josep Mª Manresa i Lamarca (Les Fonts-Barcelona, España) «Nada les hablaba sin parábolas»

Hoy, el Evangelio nos presenta a Jesús predicando a sus discípulos. Y lo hace, tal como en Él es habitual, en parábolas, es decir, empleando imágenes sencillas y corrientes para explicar los grandes misterios escondidos del Reino. Así podía entender todo el mundo, desde la gente más formada hasta la que tenía menos luces.

«El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza...» (Mt 13,31). Los granitos de mostaza casi no se ven, son muy pequeños, pero si tenemos de ellos buen cuidado y se riegan... acaban formando un gran árbol. «El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina...» (Mt 13,33). La levadura no se ve, pero si no estuviera ahí, la pasta no subiría. Así también es la vida cristiana, la vida de la gracia: no se ve exteriormente, no hace ruido, pero... si uno deja que se introduzca en su corazón, la gracia divina va haciendo fructificar la semilla y convierte a las personas de pecadoras en santas.

Esta gracia divina se nos da por la fe, por la oración, por los sacramentos, por la caridad. Pero esta vida de la gracia es sobre todo un don que hay que esperar y desear con humildad. Un don que los sabios y entendidos de este mundo no saben apreciar, pero que Dios Nuestro Señor quiere hacer llegar a los humildes y sencillos.

Ojalá que cuando nos busque a nosotros, nos encuentre no en el grupo de los orgullosos, sino en el de los humildes, que se reconocen débiles y pecadores, pero muy agradecidos y confiados en la bondad del Señor. Así, el grano de mostaza llegará a ser un árbol grande; así la levadura de la Palabra de Dios obrará en nosotros frutos de vida eterna. Porque, «cuanto más se abaja el corazón por la humildad, más se levanta hacia la perfección» (San Agustín).

Comentario de Archimadrid: LA FUENTE DE LA ROTONDA Y EL BECERRO DE NEÓN

Cerca del lugar donde me encuentro, junto a una rotonda, hay una fuente de tres caños. En torno a ella pueden aparcar, a lo sumo, dos automóviles, pero siempre hay gente recogiendo agua en bidones. Hemos convertido en un juego cotidiano el hacer apuestas, cuando nos acercamos, sobre cuántos automóviles habrá aparcados en doble fila atascando el tráfico para que sus ocupantes recojan agua de la fuente… ¡Y todos los días nos quedamos cortos! Ocho, nueve, diez… ¡Tendríais que ver los jaleos que se forman! He intentado averiguar el secreto de semejante agua (quizá sea la fuente de la eterna juventud, y yo no la he descubierto; o quizá cure alguna enfermedad terrible, como las hemorroides…), pero, con tanto gallego es imposible averiguarlo. Le pregunté a Vilma, la dueña del Hotel y la mejor cocinera de Galicia: “¿Por qué hay siempre tantas personas en esa fuente?”, y me respondió en “gallego”: “¡Para coger agua!”…

Sin embargo, la fuente me ha hecho rezar y soñar. He soñado que veía yo a los automóviles detenerse delante de las iglesias, y sus ocupantes salían para hacer una visita al Santísimo o para confesarse; he soñado con unos atascos maravillosos junto a las parroquias, las capillas, los santuarios… Junto a todas esas fuentes por las que mana el agua de Vida eterna… Y me he dado cuenta, leyendo las lecturas de hoy, de que aquel pecado de los hebreos es muy actual: el hombre sigue dando a las criaturas todo aquello que le niega a Dios.

Los jóvenes han empapelado sus dormitorios con pósters de cantantes y actores, a quienes por no rezar les cantan, pero en muchos de esos dormitorios no hay ni un Crucifijo ni una imagen de la Virgen. Miles de personas aguardan colas interminables durante toda la noche para asistir a un concierto de Rock o a un partido de fútbol, pero veo a la gente abandonar la cola del confesonario cuando hay que esperar más de diez minutos. Otros muchos pueden estar bailando hasta que amanezca, pero pocos de ellos estarían dispuestos a velar al Santísimo Sacramento una noche entera. Muchos madrugan para hacer footing y tener el cuerpo “en forma”, pero son menos quienes madrugan para alabar a Dios. Muchos hay que ayunan para no engordar, pero sólo unos pocos ayunan para reparar por los pecados. Muchos imitan a actores, actrices y cantantes (ellos “marcan la moda”), pero son menos quienes quieren imitar a Jesús o a su Madre Santísima. Muchos (¡muchísimos!) dedican varias horas al día a rendir culto al televisor… Y apenas unos minutos (¡si acaso!) a la oración.

“Cambiaron su gloria por la imagen de un toro que come hierba”… Lo que le niegan a Dios, se lo dan a un ser mostrenco que -para que me entiendas- “caga coles”.

Anda, vamos tú y yo, sin perder el buen humor, pero conscientes de la gravedad de cada pecado, a reparar unidos a María. Dejemos a los toros comer hierba en paz, y démosle a Dios el tributo que sólo a Él pertenece.

Colaboración Servicio Bíblico Latinoamericano.- Parábola del grano de mostaza y de la levadura

En tiempos de Jesús los campesinos galileos siembran en los predios las semillas de la cosecha que Roma está exigiendo, y las mujeres fermentan y amasan el pan que las casas de servidumbre requieren para su sostenimiento. Tales campesinos y tales mujeres ni se imaginan que un día podrán acopiar sus propias cosechas y disfrutar su propio pan junto con sus familias. Las parábolas de Jesús narran historias maravillosas que contradicen lo que está pasando en Galilea: En la parábola del grano de mostaza, el sembrador obtiene un resultado extraordinario de su siembra. En Galilea, los sembradores difícilmente obtienen tales resultados, y si los obtienen, no les pertenecen. En la parábola de la levadura, la mujer consigue fermentar toda la harina. En Galilea, la levadura no siempre fermenta, y cuando sucede, el pan es disfrutado por otros.

Las parábolas del reino logran lo que nadie había logrado en los tiempos de Jesús: que el campesinado y las mujeres imaginen otro mundo posible donde puedan acopiar sus propias cosechas y disfrutar su propio pan. Cuando esto sucede, vemos que el reino ya está actuando como una semilla o como la levadura entre hombres y mujeres a quienes se les han negado derechos fundamentales.
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Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
Responder citando

Día litúrgico: Martes XVII del tiempo ordinario
Ex 33,7-11;34,5b-9.28: El Señor hablaba con Moisés cara a cara
Salmo responsorial 102: El Señor es compasivo y misericordioso
Mt 13,36-43: El Hijo del Hombre sembró la semilla buena
Texto del Evangelio (Mt 13,36-43):

En aquel tiempo, Jesús despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo». Él respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.
»De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».


Comentario: Rev. D. Iñaki Ballbé i Turu (Rubí-Barcelona, España) «Explícanos la parábola de la cizaña del campo»
Hoy, mediante la parábola de la cizaña y el trigo, la Iglesia nos invita a meditar acerca de la convivencia del bien y del mal. El bien y el mal dentro de nuestro corazón; el bien y el mal que vemos en los otros, el que vemos que hay en el mundo.
«Explícanos la parábola» (Mt 13,36), le piden a Jesús sus discípulos. Y nosotros, hoy, podemos hacer el propósito de tener más cuidado de nuestra oración personal, nuestro trato cotidiano con Dios. -Señor, le podemos decir, explícame por qué no avanzo suficientemente en mi vida interior. Explícame cómo puedo serte más fiel, cómo puedo buscarte en mi trabajo, o a través de esta circunstancia que no entiendo, o no quiero. Cómo puedo ser un apóstol cualificado. La oración es esto, pedirle "explicaciones" a Dios. ¿Cómo es mi oración? ¿Es sincera?, ¿es constante?, ¿es confiada?

Jesucristo nos invita a tener los ojos fijos en el Cielo, nuestra casa para siempre. Frecuentemente vivimos enloquecidos por la prisa, y casi nunca nos detenemos a pensar que un día -lejano o no, no lo sabemos- deberemos dar cuenta a Dios de nuestra vida, de cómo hemos hecho fructificar las cualidades que nos ha dado. Y nos dice el Señor que al final de los tiempos habrá una tría. El Cielo nos lo hemos de ganar en la tierra, en el día a día, sin esperar situaciones que quizá nunca llegarán. Hemos de vivir heroicamente lo que es ordinario, lo que aparentemente no tiene ninguna trascendencia. ¡Vivir pensando en la eternidad y ayudar a los otros a pensar en ello!: paradójicamente, «se esfuerza para no morir el hombre que ha de morir; y no se esfuerza para no pecar el hombre que ha de vivir eternamente» (San Julián de Toledo).

Recogeremos lo que hayamos sembrado. Hay que luchar por dar hoy el 100%. Y que cuando Dios nos llame a su presencia le podamos presentar las manos llenas: de actos de fe, de esperanza, de amor. Que se concretan en cosas muy pequeñas y en pequeños vencimientos que, vividos diariamente, nos hacen más cristianos, más santos, más humanos

Comentario de Archimadrid- MISERICORDIOSO CASTIGO “Castiga la culpa de los padres en los hijos.”
El viernes pasado escuchamos en la primera lectura algo parecido: “castigo el pecado de los padres en los hijos”. A la salida de misa un hombre se dirigió a mí: “¿No cree que la Biblia está mal traducida?”. Yo, que tras dos semanas en Galicia algo he aprendido de los gallegos, contesté: “depende”.
No contento con mi respuesta (que tampoco quería contentarle) me dijo: “¿Cómo se puede decir hoy día que Dios castiga el pecado de los padres en los hijos? Deberían poner la Biblia en un lenguaje que podamos entender”… Aquel hombre no quería otra traducción, sino otra Biblia.Los hebreos nunca dudaron que el sufrimiento fuera un castigo de Dios a causa del pecado. Nada tiene ello que ver con esa forma burda de entender las realidades sagradas, según la cual Dios apalearía a sus hijos con padecimientos. Semejante concepción roza la blasfemia. El padre de todo dolor es el Diablo, a quien el Hombre se entregó desde el primer pecado. El triunfo de Yahweh consiste en haber arrebatado su obra al Enemigo, y haberla aprovechado, en forma de castigo, para nuestra salvación. Al igual que esas grandes centrales eléctricas convierten en luz la energía del agua, Dios, burlando al Maligno, ha recogido en la Cruz todo sufrimiento humano y lo ha transformado en una fuerza redentora poderosísima. Me resulta mucho más consolador, cuando sufro, escuchar que estoy ante un castigo amoroso de mi Padre Dios, que pensar que me hallo a merced de las fuerzas destructoras de Satanás con la impotencia con que una pluma es arrastrada por el viento.

En cuanto a la afirmación, “castigo el pecado de los padres en los hijos”, no me escandaliza en absoluto. Partiendo del concepto hebreo del “clan” y dirigiendo los ojos en un vuelo hacia la Cruz, la expresión resulta enormemente consoladora. Para el judío primitivo, la culpa tiene un carácter físico, y se transmite, como una mancha de nacimiento, de padres a hijos. Al igual que asumimos hoy que un heredero debe pagar las deudas que deja un difunto, entendían ellos que los hijos cargaran con las culpas de sus padres; nada más natural para aquellos judíos que aún no habían conocido a Montesquieu. Dios se sirve de aquella concepción para ir mucho más allá: habrá un Hijo, el “Hijo del Hombre”, que saldará definitivamente la terrible deuda que, a causa del pecado, la Humanidad ha contraído con Dios: Él (recordará Isaías en el canto del Siervo), soportará el castigo que nuestros pecados merecieron, y con ello nos obtendrá el perdón.

El plan redentor brotado de las entrañas de misericordia de Dios pasaba por que un Hijo de Adán cargara voluntariamente con las culpas de sus padres. Tal es el significado de esa frase tan repetida en el Antiguo Testamento, que escandaliza a tantos “intelectuales” y llena de gozo a quien, unido a María, no aparta su mirada de la Cruz y descubre el Amor en cada Palabra revelada. No necesitamos una traducción “a medida”; necesitamos un Espíritu conforme con el de Dios.
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MensajePublicado: Mar Jul 31, 2007 2:41 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Martes XVII del tiempo ordinario
Ex 33,7-11;34,5b-9.28: El Señor hablaba con Moisés cara a cara
Salmo responsorial 102: El Señor es compasivo y misericordioso
Mt 13,36-43: El Hijo del Hombre sembró la semilla buena
Texto del Evangelio (Mt 13,36-43):

En aquel tiempo, Jesús despidió a la multitud y se fue a casa. Y se le acercaron sus discípulos diciendo: «Explícanos la parábola de la cizaña del campo». Él respondió: «El que siembra la buena semilla es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los hijos del Reino; la cizaña son los hijos del Maligno; el enemigo que la sembró es el Diablo; la siega es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.
»De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga».


Comentario: Rev. D. Iñaki Ballbé i Turu (Rubí-Barcelona, España) «Explícanos la parábola de la cizaña del campo»
Hoy, mediante la parábola de la cizaña y el trigo, la Iglesia nos invita a meditar acerca de la convivencia del bien y del mal. El bien y el mal dentro de nuestro corazón; el bien y el mal que vemos en los otros, el que vemos que hay en el mundo.
«Explícanos la parábola» (Mt 13,36), le piden a Jesús sus discípulos. Y nosotros, hoy, podemos hacer el propósito de tener más cuidado de nuestra oración personal, nuestro trato cotidiano con Dios. -Señor, le podemos decir, explícame por qué no avanzo suficientemente en mi vida interior. Explícame cómo puedo serte más fiel, cómo puedo buscarte en mi trabajo, o a través de esta circunstancia que no entiendo, o no quiero. Cómo puedo ser un apóstol cualificado. La oración es esto, pedirle "explicaciones" a Dios. ¿Cómo es mi oración? ¿Es sincera?, ¿es constante?, ¿es confiada?

Jesucristo nos invita a tener los ojos fijos en el Cielo, nuestra casa para siempre. Frecuentemente vivimos enloquecidos por la prisa, y casi nunca nos detenemos a pensar que un día -lejano o no, no lo sabemos- deberemos dar cuenta a Dios de nuestra vida, de cómo hemos hecho fructificar las cualidades que nos ha dado. Y nos dice el Señor que al final de los tiempos habrá una tría. El Cielo nos lo hemos de ganar en la tierra, en el día a día, sin esperar situaciones que quizá nunca llegarán. Hemos de vivir heroicamente lo que es ordinario, lo que aparentemente no tiene ninguna trascendencia. ¡Vivir pensando en la eternidad y ayudar a los otros a pensar en ello!: paradójicamente, «se esfuerza para no morir el hombre que ha de morir; y no se esfuerza para no pecar el hombre que ha de vivir eternamente» (San Julián de Toledo).

Recogeremos lo que hayamos sembrado. Hay que luchar por dar hoy el 100%. Y que cuando Dios nos llame a su presencia le podamos presentar las manos llenas: de actos de fe, de esperanza, de amor. Que se concretan en cosas muy pequeñas y en pequeños vencimientos que, vividos diariamente, nos hacen más cristianos, más santos, más humanos

Comentario de Archimadrid- MISERICORDIOSO CASTIGO “Castiga la culpa de los padres en los hijos.”
El viernes pasado escuchamos en la primera lectura algo parecido: “castigo el pecado de los padres en los hijos”. A la salida de misa un hombre se dirigió a mí: “¿No cree que la Biblia está mal traducida?”. Yo, que tras dos semanas en Galicia algo he aprendido de los gallegos, contesté: “depende”.
No contento con mi respuesta (que tampoco quería contentarle) me dijo: “¿Cómo se puede decir hoy día que Dios castiga el pecado de los padres en los hijos? Deberían poner la Biblia en un lenguaje que podamos entender”… Aquel hombre no quería otra traducción, sino otra Biblia.Los hebreos nunca dudaron que el sufrimiento fuera un castigo de Dios a causa del pecado. Nada tiene ello que ver con esa forma burda de entender las realidades sagradas, según la cual Dios apalearía a sus hijos con padecimientos. Semejante concepción roza la blasfemia. El padre de todo dolor es el Diablo, a quien el Hombre se entregó desde el primer pecado. El triunfo de Yahweh consiste en haber arrebatado su obra al Enemigo, y haberla aprovechado, en forma de castigo, para nuestra salvación. Al igual que esas grandes centrales eléctricas convierten en luz la energía del agua, Dios, burlando al Maligno, ha recogido en la Cruz todo sufrimiento humano y lo ha transformado en una fuerza redentora poderosísima. Me resulta mucho más consolador, cuando sufro, escuchar que estoy ante un castigo amoroso de mi Padre Dios, que pensar que me hallo a merced de las fuerzas destructoras de Satanás con la impotencia con que una pluma es arrastrada por el viento.

En cuanto a la afirmación, “castigo el pecado de los padres en los hijos”, no me escandaliza en absoluto. Partiendo del concepto hebreo del “clan” y dirigiendo los ojos en un vuelo hacia la Cruz, la expresión resulta enormemente consoladora. Para el judío primitivo, la culpa tiene un carácter físico, y se transmite, como una mancha de nacimiento, de padres a hijos. Al igual que asumimos hoy que un heredero debe pagar las deudas que deja un difunto, entendían ellos que los hijos cargaran con las culpas de sus padres; nada más natural para aquellos judíos que aún no habían conocido a Montesquieu. Dios se sirve de aquella concepción para ir mucho más allá: habrá un Hijo, el “Hijo del Hombre”, que saldará definitivamente la terrible deuda que, a causa del pecado, la Humanidad ha contraído con Dios: Él (recordará Isaías en el canto del Siervo), soportará el castigo que nuestros pecados merecieron, y con ello nos obtendrá el perdón.

El plan redentor brotado de las entrañas de misericordia de Dios pasaba por que un Hijo de Adán cargara voluntariamente con las culpas de sus padres. Tal es el significado de esa frase tan repetida en el Antiguo Testamento, que escandaliza a tantos “intelectuales” y llena de gozo a quien, unido a María, no aparta su mirada de la Cruz y descubre el Amor en cada Palabra revelada. No necesitamos una traducción “a medida”; necesitamos un Espíritu conforme con el de Dios.
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MensajePublicado: Mie Ago 01, 2007 3:01 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Miércoles XVII del tiempo ordinario
Ex 34,29-35: Viendo el rostro de Moisés no se atrevieron a acercarse
Salmo responsorial 98: Santo eres, Señor, Dios nuestro.
Evangelio: Mt 13,44-46
:En aquel tiempo dijo Jesús a la gente: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.

Comentario: Rev. D. Enric Cases i Martín (Barcelona, España) «Vende todo lo que tiene y compra el campo»

Hoy, Mateo pone ante nuestra consideración dos parábolas sobre el Reino de los Cielos. El anuncio del Reino es esencial en la predicación de Jesús y en la esperanza del pueblo elegido. Pero es notorio que la naturaleza de ese Reino no era entendida por la mayoría. No la entendían los sanedritas que le condenaron a muerte, no la entendían Pilatos, ni Herodes, pero tampoco la entendieron en un principio los mismos discípulos. Sólo se encuentra una comprensión como la que Jesús pide en el buen ladrón, clavado junto a Él en la Cruz, cuando le dice: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino» (Lc 23,42). Ambos habían sido acusados como malhechores y estaban a punto de morir; pero, por un motivo que desconocemos, el buen ladrón reconoce a Jesús como Rey de un Reino que vendrá después de aquella terrible muerte. Sólo podía ser un Reino espiritual.

Jesús, en su primera predicación, habla del Reino como de un tesoro escondido cuyo hallazgo causa alegría y estimula a la compra del campo para poder gozar de él para siempre: «Por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel» (Mt 13,44). Pero, al mismo tiempo, alcanzar el Reino requiere buscarlo con interés y esfuerzo, hasta el punto de vender todo lo que uno posee: «Al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra» (Mt 13,46). «¿A propósito de qué se dice buscad y quien busca, halla? Arriesgo la idea de que se trata de las perlas y la perla, perla que adquiere el que lo ha dado todo y ha aceptado perderlo todo» (Orígenes).
El Reino es paz, amor justicia y libertad. Alcanzarlo es, a la vez, don de Dios y responsabilidad humana. Ante la grandeza del don divino constatamos la imperfección e inestabilidad de nuestros esfuerzos, que a veces quedan destruidos por el pecado, las guerras y la malicia que parecen insuperables. No obstante, debemos tener confianza, pues lo que parece imposible para el hombre es posible para Dios.

Colaboración Servicio Bíblico Latinoamericano-Vendieron todo por un tesoro y una gran perla
La propuesta de Jesús es clara: quien descubre el valor absoluto del reino debe sacrificarlo todo para poseerlo; ningún precio será demasiado alto.

Descubrir el proyecto del reino de los cielos es una feliz aunque exigente sorpresa. Implica de entrada renuncia e inseguridad: el descubridor tiene que despojarse de cuanto lo ata, “venderlo todo” para poseerlo, sin más seguridad que la de su fe en la conveniencia del negocio. Pero la felicidad de la compra resultará incomparable.

En otro momento Jesús ha exigido negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguirlo hacia el patíbulo (Mt 16,24;Lc 9,23). Es el camino de la renuncia, del dolor, del sacrificio y de la muerte. Pero el proyecto del Nazareno no es una oferta masoquista. Construir el reino implica ciertamente sufrimientos, despojo, negación propia. Pero, según las parábolas de hoy, es más bien el trueque de un goce por otro incomparablemente mayor.

El buscador de tesoros y el comerciante tenían bienes y recursos; disfrutaban los réditos de su campo y de sus perlas; gozaban de la vida. Pero lo dejan todo por algo mucho mejor. Cambiar las certezas a medias de hoy por la certeza absoluta de mañana, abre los horizontes hacia el reinado de Dios -el bien mayor, absoluto- que ha de realizarse transformando las innumerables estructuras injustas de nuestro mundo para que surja una nueva humanidad. Quienes han encontrado el sentido de sus vidas arriesgándose al cambio y a la novedad del reino, permutan gozos por bienaventuranza. Poniéndose en marcha “llenos de alegría” para construir el reino, optan por “otro mundo posible”, incomparable al que antes los cautivaba; comprometiéndose a afianzar los valores de la vida y la justicia, optan por construir la hermandad solidaria entre los seres humano. Y descubren así el mayor tesoro: la felicidad. Por algo los santos son felices. Es que “un santo triste es un triste santo”.
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