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Comentario al Evangelio de Hoy
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scarlett
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MensajePublicado: Jue Ago 02, 2007 3:34 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
Responder citando

Día litúrgico: Jueves XVII del tiempo ordinario
Ex 40,16-21.34-38: La gloria del Señor llenó el santuario
Salmo responsorial 83: ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos!
Texto del Evangelio Mt 13,47-53
: En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases; y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan, y recogen en cestos los buenos y tiran los malos. Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. ¿Habéis entendido todo esto?» Dícenle: «Sí». Y Él les dijo: «Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo». Y sucedió que, cuando acabó Jesús estas parábolas, partió de allí.
Comentario: Rev. D. Ferran Jarabo i Carbonell (Agullana-Girona, España) «Recogen en cestos los buenos y tiran los malos»

Hoy, el Evangelio constituye una llamada vital a la conversión. Jesús no nos ahorra la dureza de la realidad: «Saldrán los ángeles, separarán a los malos de entre los justos y los echarán en el horno de fuego» (Mt 13,49-50). ¡La advertencia es clara! No podemos quedarnos dormidos.

Ahora debemos optar libremente: o buscamos a Dios y el bien con todas nuestras fuerzas, o colocamos nuestra vida en el precipicio de la muerte. O estamos con Cristo o estamos contra Él. Convertirse significa, en este caso, optar totalmente por pertenecer a los justos y llevar una vida digna de hijos. Sin embargo, tenemos en nuestro interior la experiencia del pecado: vemos el bien que deberíamos hacer y en cambio obramos el mal; ¿cómo intentamos dar una verdadera unidad a nuestras vidas? Nosotros solos no podemos hacer mucho. Sólo si nos ponemos en manos de Dios podremos lograr hacer el bien y pertenecer a los justos.

«Por el hecho de no estar seguros del tiempo en que vendrá nuestro Juez, debemos vivir cada jornada como si nos tuviera que juzgar al día siguiente» (San Jerónimo). Esta frase es una invitación a vivir con intensidad y responsabilidad nuestro ser cristiano. No se trata de tener miedo, sino de vivir en la esperanza este tiempo que es de gracia, alabanza y gloria.

Cristo nos enseña el camino de nuestra propia glorificación. Cristo es el camino del hombre, por tanto, nuestra salvación, nuestra felicidad y todo lo que podamos imaginar pasa por Él. Y si todo lo tenemos en Cristo, no podemos dejar de amar a la Iglesia que nos lo muestra y es su cuerpo místico. Contra las visiones puramente humanas de esta realidad es necesario que recuperemos la visión divino-espiritual: ¡nada mejor que Cristo y que el cumplimiento de su voluntad!

Comentario de Archimadrid ¡VAYA SI EXISTE!

A lo largo de mi vida, he escuchado ya muchas tonterías acerca del Infierno, salidas de labios de quienes se confiesan “creyentes”: desde quienes niegan llanamente su existencia, a quienes recubren su incredulidad con metáforas intelectuales al uso: “el infierno es este mundo”, “el infierno está dentro de nosotros”, “el infierno es un mito”… Pasando por quienes, admitiendo su existencia, aseguran, con la misma certeza de quien lo ha visto, que está vacío.
Seamos honrados: para asegurar semejantes postulados, haría falta romper más de la mitad de las páginas de la Biblia. Con sus distintos nombres (Infierno, Seol, Gehenna, Abismo, Horno, Fuego eterno…) el lugar de condena habitado por los demonios y preparado para quienes mueren en pecado aparece en la Escritura de manera constante. Toda la Revelación parece advertirnos de que la condena, como la santidad, es una posibilidad real y cercana para cada uno.

“Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes”. No es la parábola (relatada en el párrafo anterior), sino la explicación que Jesús hace de ella; debemos descartar, por tanto, cualquier carácter metafórico en estas palabras. Habrá un “final del tiempo”, y, entonces, los ángeles de Dios separarán a los hombres: culminados ya los plazos de purificación, unos irán al Cielo, y otros, al Infierno. No se trata de una lotería, sino de la confirmación de una elección realizada en esta tierra por mí.

Sé que es incómodo admitir la existencia de una condena eterna. Sé que semejante posibilidad nos sitúa ante la existencia con el peso de una gravísima responsabilidad, y convierte los actos más ordinarios de la vida en momentos cargados de dramatismo, en los que absolutamente todo está en juego. Sé que ya no se quiere hablar del Infierno a los niños, para no “provocarles pesadillas”… Pero también sé que sería yo un necio y un insensato si no fuera consciente de que puedo condenarme y arruinar mi vida para siempre. Por otra parte, confieso que no me cuesta trabajo creer en la Gehenna o en la existencia de Satanás, como tampoco me cuesta trabajo creer en el Cielo o en Dios. Más me costaría no creer en esa lucha terrible entre el bien y el mal, en medio de la cual estoy situado como un soldado que cruzara a paso ligero un campo de batalla. Tanto las gracias del Espíritu como las tentaciones me sacuden por ambos lados a cada momento.

Si ahora mismo extiendo ambos brazos, con uno de ellos toco el Cielo y con el otro toco el Infierno… ¿Cómo no creer en ellos?

Con todo, no tengo miedo. Sé que la misericordia de Dios, la Cruz de Cristo y la intercesión poderosa de María me aseguran, en esperanza, mi salvación eterna. Pero sé también que yo podría echar a perder sus planes si vendara mis ojos y me lanzase al abismo que tengo a mi lado. Porque, digan lo que digan, desde luego ese abismo terrible existe… ¡Vaya si existe!

Autor: P. Clemente González Fuente: Catholic.net Que nuestra red se encuentre llena de buenas obras.

Ni es bueno ser un rancio anquilosado en lo antiguo, ni ser una veleta que se deja llevar por la última moda. Como el dueño de la casa, de quien Cristo nos habla, debemos sacar de las arcas lo nuevo y lo viejo. Para ello se requiere la virtud humana y cristiana del discernimiento. Es decir, la persona sabia es la que, de lo antiguo, sabe quedarse con lo bueno y, de lo actual, escoge nada más aquello que es bueno.

Dos pasos se deben dar. Si es antiguo o si es nuevo no es el criterio de elección, sino el distinguir lo bueno de lo malo, como el pescador que distingue el buen pescado de aquel que no reúne las cualidades para ser vendido. Pero no es suficiente hacer la distinción. Una vez que se sabe qué es lo bueno debemos optar por ello desechando lo malo. Como el pescador que habiendo diferenciado los peces, separa los malos de los buenos para que estos no queden contagiados por aquellos.

Por otro lado, nuestra mayor garantía es saber que Jesucristo es un pescador experimentado. Y por ello, cuando nos presentemos ante Él, sabrá valorar nuestras buenas obras e invitarnos a su Reino. Pero también puede ocurrir lo contrario... Eso depende de cada uno.
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***¡ Dulce Jesús, dad descanso eterno a las benditas almas del Purgatorio !
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scarlett
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MensajePublicado: Vie Ago 03, 2007 3:28 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
Responder citando

Día litúrgico: Viernes XVII del tiempo ordinario
Lv 23,1.4-11.15-16.27.34b-37: En las festividades del Señor se reunirán en asamblea
Salmo responsorial 80: Aclamad a Dios, nuestra fuerza.
Texto del Evangelio (Mt 13,54-5: En aquel tiempo, Jesús viniendo a su patria, les enseñaba en su sinagoga, de tal manera que decían maravillados: «¿De dónde le viene a éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? Y sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? Entonces, ¿de dónde le viene todo esto?». Y se escandalizaban a causa de Él. Mas Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio». Y no hizo allí muchos milagros, a causa de su falta de fe.

Comentario: Rev. D. Jordi Pou i Sabaté (Sant Jordi Desvalls-Girona, España) «Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio»

Hoy, como ayer, hablar de Dios a quienes nos conocen desde siempre resulta difícil. En el caso de Jesús, san Juan Crisóstomo comenta: «Los de Nazaret se admiran de Él, pero esta admiración no les lleva a creer, sino a sentir envidia, es como si dijeran: ‘¿Por qué Él y no yo?’». Jesús conocía bien a aquellos que en vez de escucharle se escandalizaban de Él. Eran parientes, amigos, vecinos a quienes apreciaba, pero justamente a ellos no les podrá hacer llegar su mensaje de salvación.

Nosotros —que no podemos hacer milagros ni tenemos la santidad de Cristo— no provocaremos envidias (aun cuando en ocasiones pueda suceder si realmente nos esforzamos por vivir cristianamente). Sea como sea, nos encontraremos a menudo, como Jesús, con que aquellos a quienes más amamos o apreciamos son quienes menos nos escuchan. En este sentido, debemos tener presente, también, que se ven más los defectos que las virtudes y que aquellos a quienes hemos tenido a nuestro lado durante años pueden decir interiormente: —Tú que hacías (o haces) esto o aquello, ¿qué me vas a enseñar a mí?

Predicar o hablar de Dios entre la gente de nuestro pueblo o familia es difícil pero necesario. Hace falta decir que Jesús cuando va a su casa está precedido por la fama de sus milagros y de su palabra. Quizás nosotros también necesitaremos, un poco, establecer una cierta fama de santidad fuera (y dentro) de casa antes de “predicar” a los de casa.

San Juan Crisóstomo añade en su comentario: «Fíjate, te lo ruego, en la amabilidad del Maestro: no les castiga por no escucharle, sino que dice con dulzura: ‘Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio’ (Mt 13,57)». Es evidente que Jesús se iría triste de allí, pero continuaría rogando para que su palabra salvadora fuera bien recibida en su pueblo. Y nosotros (que nada habremos de perdonar o pasar por alto), lo mismo tendremos que orar para que la palabra de Jesús llegue a aquellos a quienes amamos, pero que no quieren escucharnos.

Comentario de Archimadrid: “CORRUPTIO OPTIMI PESSIMA”
“¿De dónde saca éste esa sabiduría y esos milagros? ¿No es el hijo del carpintero? ¿No es su madre Maria, y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿No viven aquí todas sus hermanas? Entonces, ¿de dónde saca todo eso?”. La familia, la patria, la tribu, el grupo de amigos, es sin duda uno de los entornos más sagrados y bendecidos por Dios. En comunión con dicho entorno, puede el hombre sacar a relucir lo mejor de sí mismo… Pero cuando la familia, el grupo de amigos, la tribu, se pervierten, pueden llegar a ser una verdadera cárcel, una red ansiosa de devorar cuanto cae en ella. El mito de Saturno devorando a sus hijos no responde a la originalidad de un excéntrico: muestra, antes bien, la crueldad que reside en la corrupción de los ámbitos más nobles.

Los paisanos de Jesús quisieron despeñarlo por un barranco. Sus parientes quisieron encerrarlo en un manicomio. Les hubiera gustado haberlo mantenido encerrado en la carpintería familiar, donde podían tener al Mesías bajo control como se posee un bien material en propiedad. Puesto que no pudieron hacerlo, decidieron acabar con Él… Tras la visita que hoy nos narra el evangelio de Mateo, Jesús rompió definitivamente con su familia y con la ciudad que lo vio crecer. De no haberlo hecho, jamás hubiera podido mostrar al mundo el Reino de Dios. El Maestro no volvió a poner sus pies en Nazareth. Hay lugares a los que no se debe volver jamás.

Imagino el terrible sufrimiento de María. Imagino los dimes y diretes, los chismes, las injurias soterradas vertidas en tertulias bajo los portales. Imagino aquellas silenciosas lágrimas de Madre, y oro para que Ella nos conceda estar en guardia siempre. Somos depositarios de tesoros maravillosos… ¡Cuánto tenemos que velar!
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MensajePublicado: Dom Ago 05, 2007 1:28 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Domingo XVIII (C) del tiempo ordinarioEcle 1,2; 2,21-23: ¿Qué saca el hombre de sus trabajos y afanes?
Salmo responsorial 89: Señor, tú has sido nuestro refugio de generación en generación.
Col 3,1-5.9-11: Busquen los bienes de arriba, donde está Cristo
Texto del Evangelio (Lc 12,13-21):
En aquel tiempo, uno de la gente le dijo: «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo». Él le respondió: «¡Hombre!, ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?». Y les dijo: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes».

Les dijo una parábola: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto; y pensaba entre sí, diciendo: ‘¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?’. Y dijo: ‘Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes, y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea’. Pero Dios le dijo: ‘¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?’. Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios».


Comentario: Rev. D. Jordi Pascual i Bancells (Celrà-Girona, España) «La vida de uno no está asegurada por sus bienes»

Hoy, Jesús nos sitúa cara a cara con aquello que es fundamental para nuestra vida cristiana, nuestra vida de relación con Dios: hacerse rico delante de Él. Es decir, llenar nuestras manos y nuestro corazón con todo tipo de bienes sobrenaturales, espirituales, de gracia, y no de cosas materiales.

Por eso, a la luz del Evangelio de hoy, nos podemos preguntar: ¿de qué llenamos nuestro corazón? El hombre de la parábola lo tenía claro: «Descansa, come, bebe, banquetea» (Lc 12,19). Pero esto no es lo que Dios espera de un buen hijo suyo. El Señor no ha puesto nuestra felicidad en herencias, buenas comidas, coches último modelo, vacaciones a los lugares más exóticos, fincas, el sofá, la cerveza o el dinero. Todas estas cosas pueden ser buenas, pero en sí mismas no pueden saciar las ansias de plenitud de nuestra alma, y, por tanto, hay que usarlas bien, como medios que son.

Es la experiencia de san Ignacio de Loyola, cuya celebración tenemos tan cercana. Así lo reconocía en su propia autobiografía: «Cuando pensaba en cosas mundanas, se deleitaba, pero, cuando, ya aburrido lo dejaba, se sentía triste y seco; en cambio, cuando pensaba en las penitencias que observaba en los hombres santos, ahí sentía consuelo, no solamente entonces, sino que incluso después se sentía contento y alegre». También puede ser la experiencia de cada uno de nosotros.

Y es que las cosas materiales, terrenales, son caducas y pasan; por contraste, las cosas espirituales son eternas, inmortales, duran para siempre, y son las únicas que pueden llenar nuestro corazón y dar sentido pleno a nuestra vida humana y cristiana.

Jesús lo dice muy claro: «¡Necio!» (Lc 12,20), así califica al que sólo tiene metas materiales, terrenales, egoístas. Que en cualquier momento de nuestra existencia nos podamos presentar ante Dios con las manos y el corazón llenos de esfuerzo por buscar al Señor y aquello que a Él le gusta, que es lo único que nos llevará al Cielo.

Coomentario de Archimadrid. EL FILETE Y LAS PATATAS
Ecl 1, 2. 2, 21-23; Sal 89; Col 1, 1-5. 9-11; Lc 12, 13-21

Cuando, siendo niño, me servían un filete acompañado de patatas fritas, no dudaba en comenzar el banquete hartándome de patatas. Lógicamente, después ya no me quedaba hambre para el filete, que, como decía mi madre, “es lo que alimenta”. Mi padre me enseñó a comer primero la carne, y dejar el manjar para después. Ya soy mayor, y no necesito esos “trucos” para ser bueno. Además, los filetes me chiflan…
Pero, por alguna extraña razón, lo sigo haciendo. Y cuando tengo un helado de chocolate y vainilla, comienzo por la vainilla y termino por el chocolate. Mientras escribo, tengo preparada una pipa, y sólo cuando termino de escribir la enciendo mientras repaso lo escrito. El razonamiento de mi padre estaba lleno de sabiduría: dividía el tiempo en dos, como un partido de fútbol, y me hacía comprender que es mejor sufrir en el primer tiempo y acabar alegre el segundo que entusiasmarse con la primera parte y terminar saboreando la hiel de la derrota. Lo dulce sabe mejor al final.

El personaje de la parábola parecía educado por mi padre: “Hombre, tienes bienes acumulados para muchos años; túmbate, come, bebe y date buena vida”. Ha dividido su vida en dos partes y ve llegado el fin de la primera: “con este golpe de suerte -parece decirse- ha concluido la primera etapa: trabajo, sudor, sacrificio… Ahora, ¡a comerme las patatas!”. Sin embargo, erró en sus cálculos. Lo que él creyó ser el fin del primer tiempo era el fin del partido. Había perdido la contienda, y Dios le llamó “necio”…

Salomón tuvo más suerte. Cuando se sumergió en las aguas de la lujuria y la ambición, aún tenía por delante muchos años de “buena vida”… Comió con ansia, sin levantar la cabeza del plato; devoró sin paladear, esperando al último trago para tomar aire y percibir el sabor de los manjares. Y, cuando ese último trago llegó, tragó saliva, se paseó la lengua por los labios… Y sintió nauseas. “Vanidad de vanidades, todo es vanidad”. Las patatas no estaban tan buenas.

Nuestro tercer personaje de hoy: San Pablo. “Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba.” Cristo ha resucitado. Somos dueños del tiempo y de la eternidad. Pero el tiempo, al lado de la eternidad, es muy breve. Y el más placentero de los manjares terrenos es amargo en comparación de más ínfimo de los bienes celestiales, cuya dulzura escapa a nuestros sueños. “Sabiendo que la vida terrena es corta -parece decirnos- ¿Por qué querer saciar aquí todas las ansias de consuelo con las “patatas amargas” de Salomón, dejando el sufrimiento para un segundo tiempo que es eterno? Pon tu vista en los bienes del Cielo, y apura aquí el Cáliz de la Cruz -”el que alimenta”, según mi madre-, porque después te saciarás de gozo eternamente”. Es una maravillosa noticia y la sublimación más sabia de la doctrina de mi padre. En mi oración de hoy, habré de coronarla con las palabras de la Madre de Dios: “a los hambrientos los colma de bienes, y a los ricos los despide vacíos”.

Comentario de Laura Aguilar Ramírez-Scarlett
Me llama la atención una cosa, aparte de lo señalado por los sacerdotes: Jesús no juzga, les pregunta "Hombre ! ¿Quén me ha constituido juez o repartidor entre vosotros? ¡¡Jjesús mismo, el hijo de Dios!! Y nosotros ¿cuántas veces juzgamos? y no sólo juzgamos, condenamos además.
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scarlett
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Registrado: 07 Jun 2006
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MensajePublicado: Lun Ago 06, 2007 2:08 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: 6 de Agosto: La Transfiguración del Señor
Dn 7,9-10.13-14: Su vestido era blanco como nieve
Salmo responsorial 96: El Señor reina, altísimo sobre la tierra
2P 1,16-19: Esta voz del cielo la oímos en la montaña sagrada
Texto del Evangelio (Mc 9,2-10):
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y los lleva, a ellos solos, aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos, y sus vestidos se volvieron resplandecientes, muy blancos, tanto que ningún batanero en la tierra sería capaz de blanquearlos de ese modo. Se les aparecieron Elías y Moisés, y conversaban con Jesús. Toma la palabra Pedro y dice a Jesús: «Rabbí, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» —pues no sabía qué responder ya que estaban atemorizados—.

Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: «Éste es mi Hijo amado, escuchadle». Y de pronto, mirando en derredor, ya no vieron a nadie más que a Jesús solo con ellos. Y cuando bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos observaron esta recomendación, discutiendo entre sí qué era eso de «resucitar de entre los muertos».


Comentario: Rev. D. Joan Serra i Fontanet (Barcelona, España) «Este es mi Hijo amado»
Hoy, el Evangelio nos habla de la Transfiguración de Jesucristo en el monte Tabor. Jesús, después de la confesión de Pedro, empezó a mostrar la necesidad de que el Hijo del hombre fuera condenado a muerte, y anunció también su resurrección al tercer día. En este contexto debemos situar el episodio de la Transfiguración de Jesús. Atanasio el Sinaíta escribe que «Él se había revestido con nuestra miserable túnica de piel, hoy se ha puesto el vestido divino, y la luz le ha envuelto como un manto». El mensaje que Jesús transfigurado nos trae son las palabras del Padre: «Éste es mi Hijo amado; escuchadle» (Mc 9,7). Escuchar significa hacer su voluntad, contemplar su persona, imitarlo, poner en práctica sus consejos, tomar nuestra cruz y seguirlo.

Con el fin de evitar equívocos y malas interpretaciones, Jesús «les ordenó que no contaran a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre hubiera resucitado de entre los muertos» (Mc 9,9). Los tres apóstoles contemplan a Jesús transfigurado, signo de su divinidad, pero el Salvador no quiere que lo difundan hasta después de su resurrección, entonces se podrá comprender el alcance de este episodio. Cristo nos habla en el Evangelio y en nuestra oración; podemos repetir entonces las palabras de Pedro: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí!» (Mc 9,5), sobre todo después de ir a comulgar.

El prefacio de la misa de hoy nos ofrece un bello resumen de la Transfiguración de Jesús. Dice así: «Porque Cristo, Señor, habiendo anunciado su muerte a los discípulos, reveló su gloria en la montaña sagrada y, teniendo también la Ley y los profetas como testigos, les hizo comprender que la pasión es necesaria para llegar a la gloria de la resurrección». Una lección que los cristianos no debemos olvidar nunca.

Comentario de Archimadrid: UN DARDO DE LUZ CLAVADO EN LA NOCHE

Aquella tarde, en la cima del monte Tabor, Santiago, Pedro, y Juan, que habían subido allí en compañía del Maestro, fueron invadidos por una atmósfera sobrenatural.

Los vestidos de Jesús se volvieron blancos como la nieve, y su rostro brillaba como el sol. La paz era inmensa; por unos instantes, pareció que todos los sufrimientos y problemas habían sido dejados atrás. Nada pesaba, y una dulce y densa suavidad llenaba todo mientras aquellos tres contemplaban, saciados de gozo, la Faz luminosa del Maestro. Parecía un sueño, pero no había lugar a la duda: nunca habían estado más cerca de la Verdad.

Aparecieron dos hombres, y, sin necesidad de presentación alguna, como si hubieran estado con ellos siempre, les reconocieron y fueron reconocidos: Moisés y Elías, la Ley y los profetas. También ellos se mostraban llenos de gozo. Parecía un sueño, pero no había lugar a la duda: la densidad de lo real se cortaba más que nunca.

Sintieron aquellos tres, por vez primera en su vida, que ya nada necesitaban en este mundo: no había hambre, ni sed, ni cansancio, y la gloria de Dios bastaba para llenarlo todo. “Maestro, ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres tiendas!”. Tanta paz asustaba y calmaba, hería y vendaba la herida, todo a un tiempo. Y, entonces, la voz del Padre llenó la nube: “Este es mi Hijo amado; escuchadlo”. Cuerpos y almas fueron recorridos por un escalofrío de gozo, mientras los ojos se clavaban en el Rostro de Cristo. Parecía un sueño, pero no había lugar a la duda: el cielo existía.

Habían sido apenas unos segundos, pero un dardo de luz se había clavado para siempre en aquellos corazones. Días más tarde, aquel cuerpo y aquel Rostro se mostrarían ante el mundo ensangrentados y desfigurados… Y tendrían que recordar.

Tras la Ascensión, la Faz del Maestro sería retirada de sus vidas hasta el último día… Y tendrían que recordar. Más tarde, sus propios cuerpos serían rasgado por el martirio… Y tendrían que recordar. Pedro, hoy, nos lo atestigua: recordaron siempre aquellos segundos de luz.
También a nosotros nos ha dado Cristo, en nuestra vida, breves momentos de luz; quizá han sido pocos, y han durado apenas segundos, pero hemos sentido a Dios tan cerca que casi lo tocábamos… ¿Recordaremos? ¿Tendremos memoria durante la noche? Quiero pedirle hoy a la Santísima Virgen que, hasta que cumpla nuestra súplica: “muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre”, reavive en nuestra memoria las ascuas de esos dardos de luz que un día se clavaron en nosotros. ¡Que recordemos, Madre, que recordemos, porque cuanto entonces vimos aún sigue allí, y no ha de moverse por los siglos!
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MensajePublicado: Mar Ago 07, 2007 6:00 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Martes XVIII del tiempo ordinario Nm 12,1-13: Moisés, el más fiel de todos mis siervos
Salmo responsorial 50: Misericordia, Señor: hemos pecado
Texto del Evangelio (Mt 14,22-36):«Señor, si eres tú, mándame ir adonde tú sobre las aguas
En aquellos días, cuando la gente hubo comido, Jesús obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí.

La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino Él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Animo!, que soy yo; no temáis». Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde tú sobre las aguas». «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!». Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?». Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios».

Terminada la travesía, llegaron a tierra en Genesaret. Los hombres de aquel lugar, apenas le reconocieron, pregonaron la noticia por toda aquella comarca y le presentaron todos los enfermos. Le pedían que tocaran siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron salvados.

Comentario: Fray Lluc Torcal OSB cist (Monje de Santa María de Poblet, España) «Señor, si eres tú, mándame ir donde a tú sobre las aguas»

Hoy no veremos a Jesús durmiendo en la barca mientras ésta se hunde, ni calmando la tormenta con una sola palabra increpatoria, suscitando así la admiración de los discípulos (cf. Mt 8,22-23). Pero la acción de hoy no deja de ser menos desconcertante: tanto para los primeros discípulos como para nosotros.

Jesús había obligado a los discípulos a subir a la barca e ir hacia la otra orilla; había despedido a todo el mundo después de haber saciado a la multitud hambrienta y había permanecido Él sólo en la montaña, inmerso profundamente en la oración (cf. Mt 14,22-23). Los discípulos, sin el Maestro, avanzan con dificultades. Fue entonces cuando Jesús se acercó a la barca caminando sobre las aguas.

Como corresponde a personas normales y sensatas, los discípulos se asustan al verle: los hombres no suelen caminar sobre el agua y, por tanto, debían estar viendo un fantasma. Pero se equivocaban: no se trataba de una ilusión, sino que tenían delante suyo al mismo Señor, que les invitaba —como en tantas otras ocasiones— a no tener miedo y a confiar en Él para desvelar en ellos la fe. Esta fe se exige, en primer lugar, a Pedro, quien dijo: «Señor, si eres tú, mándame ir donde tú sobre las aguas» (Mt 14,2Cool. Con esta respuesta, Pedro mostró que la fe consiste en la obediencia a la palabra de Cristo: no dijo «haz que camine sobre las aguas», sino que quería seguir aquello que el mismo y único Señor le mandara para poder creer en la veracidad de las palabras del Maestro. Sus dudas le hicieron tambalearse en la incipiente fe, pero condujeron a la confesión de los otros discípulos, ahora con el Maestro presente: «Verdaderamente eres Hijo de Dios» (Mt 14,33). «El grupo de aquellos que ya eran apóstoles, pero que todavía no creen, porque vieron que las aguas jugaban bajo los pies del Señor y que en el movimiento agitado de las olas los pasos del Señor eran seguros, (...) creyeron que Jesús era el verdadero Hijo de Dios, confesándolo como tal» (San Ambrosio).

Comentario de Archimadrid: DUELO ENTRE PROFETAS

La primera lectura nos presenta hoy un curioso duelo entre profetas: Ananías profetiza la pronta liberación de los judíos, desterrados y sometidos a Nabucodonosor, rey de Babilonia, mientras Jeremías profetiza la continuidad del destierro. Como era de esperar, dos profetas batiéndose en duelo no necesitan pistolas ni sables, sino palabras y símbolos, que son las armas del predicador. En este caso, un yugo será el arma, y Yahweh y Satanás los padrinos de tan singular justa. Tras romper Ananías el yugo que Jeremías llevaba sobre su cuello, y con el cual simbolizaba la larga esclavitud que les esperaba a los judíos, éste volverá armado con un irrompible yugo de hierro. Así, a cambio de una considerable tortícolis, Jeremías resultó claro triunfador en la tenida.
Ananías murió a los siete meses (los símbolos no matan tan rápido como las pistolas).
Tras esta memorable escena, precursora en muchos siglos de los mejores duelos de los westerns de Holywood, se desvelan las intenciones de ambos profetas: Ananías no pretendía sino halagar los oídos del pueblo en nombre de Dios, diciéndoles exactamente aquello que querían escuchar. Su objetivo, por tanto, era ganar popularidad y estima entre sus paisanos, a costa de ocultar la dura verdad: si no se producía una auténtica conversión, el pueblo elegido no saldría de aquel destierro. De este modo, para conseguir alabanzas y honores, privaba a sus hermanos de raza de la posibilidad de liberarse. Jeremías, sin embargo, ya lo tenía todo perdido: era un hombre odiado y reprobado, pero verdadero amante de su pueblo. No teme enfrentar a los suyos con toda la dureza de la realidad: no hay liberación, no hay salvación posible, porque los judíos no aman a Yahweh. Mientras el pueblo no se convierta, permanecerá esclavizado y desterrado.

No lo olvidemos: no siempre nos quieren más quienes halagan nuestros oídos; ni tampoco somos más benevolentes por decir siempre cosas agradables y ser muy apreciados. El verdadero amor va siempre de la mano de la verdad, y la Verdad conlleva muchas veces persecución y siempre valentía. Por eso, amar a los demás significa regalarles el preciado don de la Verdad, aunque sea dura, y aunque a causa de ello nos quedemos solos. Le pediremos hoy a Santísima Virgen unos oídos recios como los suyos, que no temblaron al escuchar al anciano Simeón profetizar cómo una espada rasgaría su alma; unos oídos que no se dejen seducir por falsas promesas, y unos labios valientes y amantes, que lleven a todos los hombres el don de la Verdad sin reparar en gastos.
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MensajePublicado: Mie Ago 08, 2007 1:41 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
Responder citando

Día litúrgico: Miércoles XVIII del tiempo ordinario
Domingo de Guzmán

Nm 13,1-2.25—14,1.26-30.34-35: ¿Hasta cuándo este pueblo murmurará contra mí?
Salmo responsorial 105: Acuérdate de mí, Señor, por amor a tu pueblo.
Texto del Evangelio (Mt 15,21-28
): En aquel tiempo, Jesús se retiró hacia la región de Tiro y de Sidón. En esto, una mujer cananea, que había salido de aquel territorio, gritaba diciendo: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada». Pero Él no le respondió palabra. Sus discípulos, acercándose, le rogaban: «Concédeselo, que viene gritando detrás de nosotros». Respondió Él: «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel». Ella, no obstante, vino a postrarse ante Él y le dijo: «¡Señor, socórreme!». Él respondió: «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos». «Sí, Señor —repuso ella—, pero también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos». Entonces Jesús le respondió: «Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas». Y desde aquel momento quedó curada su hija.

Comentario: Rev. D. Jordi Castellet i Sala (Sant Hipòlit de Voltregà-Barcelona, España) «Mujer, grande es tu fe»

Hoy escuchamos a menudo expresiones como “ya no queda fe”, y lo dicen personas que piden a nuestras comunidades el bautizo de sus hijos o la catequesis de los niños o el sacramento del matrimonio. Esta palabra ve el mundo en negativo, muestra el convencimiento de que cualquier tiempo pasado fue mejor y que ahora estamos al final de una etapa en la que no hay nada nuevo que decir, ni tampoco nada nuevo por hacer. Evidentemente, se trata de personas jóvenes que, en su mayoría, ven con un cierto tono de tristeza que el mundo ha cambiado tanto, desde sus padres, que quizás vivían una fe más popular, que ellos no se han sabido adaptar. Esta experiencia les deja insatisfechos y sin capacidad de reacción cuando, de hecho, quizás están a la entrada de una nueva etapa que conviene aprovechar.

Este pasaje del Evangelio capta la atención de aquella madre cananea que pide una gracia para su hija, reconociendo en Jesús al Hijo de David: «¡Ten piedad de mí, Señor, hijo de David! Mi hija está malamente endemoniada» (Mt 15,22). El Maestro queda sorprendido: «Mujer, grande es tu fe», y no puede hacer otra cosa que actuar a favor de aquellas personas: «que te suceda como deseas» (Mt 15,2Cool, aunque parezca que no entran en sus esquemas. No obstante, en la realidad humana se manifiesta la gracia de Dios.

La fe no es patrimonio de unos cuantos, ni tampoco es propiedad de los que se creen buenos o de los que lo han sido, que tienen esta etiqueta social o eclesial. La acción de Dios precede a la acción de la Iglesia y el Espíritu Santo está actuando ya en personas de las que no hubiéramos sospechado que nos traerían un mensaje de parte de Dios, una solicitud a favor de los más necesitados. Dice san León: «Amados míos, la virtud y la sabiduría de la fe cristiana son el amor a Dios y al prójimo: no falta a ninguna obligación de piedad quien procura dar culto a Dios y ayudar a su hermano».

Colaboración Servicio Bíblico Latinoamericano ¡Qué grande es tu fé, mujer!
Este episodio nos plantea un dilema singular: a Jesús parece no interesarle la suerte de los “gentiles”, es decir, de quienes no pertenecían étnicamente al pueblo israelita. Sin embargo, conviene interpretar esta escena desde las claves misioneras y culturales que nos proporciona el Evangelio.

La apertura a los gentiles, o sea a los creyentes de nacionalidades diferentes a la judía, fue gradual. El Evangelio partió de Galilea y Jerusalén en diferentes direcciones, y por la predicación y testimonio de los apóstoles y demás discípulos/as fue creciendo el número de creyentes. Pero esto no ocurrió sin cierta resistencia de las comunidades originales, las que veían con aprensión cómo cada día había más extranjeros que israelitas en las asambleas cristianas. Mateo nos dice que si bien la prioridad inicial de la misión fueron las ovejas perdidas de Israel -es decir, todos los excluidos por el aparato religioso, étnico y social-, pronto los creyentes de otras naciones comenzaron a ser reconocidos como auténticos seguidores de Jesús. Ya el propio Maestro había manifestado su admiración por la fe de los paganos. Esto llevó a sus seguidores a cambiar poco a poco de mentalidad y a convertirse a un cristianismo más ecuménico y pluricultural.

Puesta a prueba en su fe, la cananea –o sirofenicia- se conforma con las migajas caídas de la mesa. Pero el Señor les abre a ella y a todos los extranjeros de similar fe toda la plenitud de su reino.

Comentario de Archimadrid. DIOS, LOS RICOS CONSENTIDOS, Y YO
Nm 13, 1-2.25 - 14,1. 26-29. 34-35; Sal 105; Mt 15, 21-28

Vemos de forma natural la desproporción entre lo que el común de los mortales ganan con su esfuerzo, y lo que otros (famosos del deporte, artistas, etc.), se embolsan en sus arcas. Son cosas que justificamos con demasiada facilidad y, en cambio, arremetemos con otro tipo de circunstancias que necesitarían, por nuestra parte de una mayor comprensión.

Estos golpes de sensatez, que de vez en vez me acosan y me hacen despreciar un fortunón que nunca conseguiría, son parte de lo que podríamos llamar la “prudencia del mundo”: conforme uno va creciendo, se familiariza con ella, y aprende a ser cada vez más “sensato”… Vaya por delante que semejante sabiduría la considero una riqueza. El apóstol llamado a transformar el mundo desde dentro debe conocer sus reglas, aprender a jugar con ellas, respetarlas en todo lo posible, y también romperlas, en el momento justo, en nombre de una lógica superior. Pero, dicho esto, dejemos claro que constituye un error gravísimo y una transposición sacrílega el aplicar la prudencia humana a las cosas de Dios.

Cuando los hebreos llegaron a la tierra prometida, se situaron ante ella con el mismo sentido sobrenatural con que se hubiera situado una empresa constructora. La exploraron, ponderaron pros y contras, y llegaron a una conclusión: “es imposible conquistarla”. He visto a muchos darse la vuelta ante el ideal de la santidad cometiendo la misma torpeza: “¿Yo… santo? ¿Acaso me ha visto usted cara de santo? ¡Bastante tengo con ser medio-bueno!”…

Dios tiene su propia lógica, y para jugar con Él debemos conocer sus reglas, llamadas en la Escritura “Sabiduría”. La primera es que Él, Dios, se reserva el derecho a pedir imposibles a sus hijos; la segunda es que, a quien, volviéndose “insensato” según el mundo, le dice a Dios que sí, su Providencia le dará lo mismo que su Autoridad le pide. Si yo tengo 1.000 pesetas (6,0101210438 euros) y Dios me pide 10.000, bastará que de corazón le diga a Dios que deseo dárselas para que encuentre en mis manos las 10.000 que me pide. San Agustín tradujo estas dos reglas en una plegaria: “Dame, Señor, lo que mandas, y manda lo que quieras”. De acuerdo con esta nueva lógica, puede insistir en su grito la mujer del evangelio de hoy, a quien Jesús parece despreciar.

Una joven puede ser Inmaculada y Madre de Dios; y yo puedo, porque de verdad lo quiero, ser santo. Que se quede Ziddanne con su camiseta, y Florentino con sus millones.
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MensajePublicado: Jue Ago 09, 2007 2:29 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Jueves XVIII del tiempo ordinario
Santoral: 9 de Agosto: Santa Teresa Benedicta de la Cruz, patrona de Europa
Nm 20,1-13: Sacarás agua de la roca para darles de beber
Salmo responsorial 94: Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor: "No endurezcáis vuestro corazón."
Texto del Evangelio (Mt 16,13-23):
En aquellos días, llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?». Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas». Díceles Él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que Él era el Cristo.

Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que Él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: «¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!». Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!».


Comentario: Rev. D. Joaquim Meseguer i García (Sant Quirze del Vallès-Barcelona, España) «Tus pensamientos no son los de Dios, sino de los hombres»

Hoy Jesús proclama afortunado a Pedro por su atinada declaración de fe: «Simón Pedro contestó: ‘Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo’. Replicando Jesús le dijo: ‘Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos’» (Mt 16,16-17). En esta felicitación Jesús promete a Pedro el primado en su Iglesia; pero poco después ha de hacerle una reconvención por haber manifestado una idea demasiado humana y equivocada del Mesías: «Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: ‘¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!’. Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: ‘¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!’» (Mt 16,22-23).

Hay que agradecer a los evangelistas que nos hayan presentado a los primeros discípulos de Jesús tal como eran: no como unos personajes idealizados, sino gente de carne y hueso, como nosotros, con sus virtudes y defectos; esta circunstancia los aproxima a nosotros y nos ayuda a ver que el perfeccionamiento en la vida cristiana es un camino que todos debemos hacer, pues nadie nace enseñado.

Dado que ya sabemos cómo fue la historia, aceptamos que Jesucristo haya sido el Mesías sufriente profetizado por Isaías y haya entregado su vida en la cruz. Lo que más nos cuesta aceptar es que nosotros tengamos que continuar haciendo presente su obra a través del mismo camino de entrega, renuncia y sacrificio. Imbuidos como estamos en una sociedad que propugna el éxito rápido, aprender sin esfuerzo y de modo divertido, y conseguir el máximo provecho con el mínimo de labor, es fácil que acabemos viendo las cosas más como los hombres que como Dios. Una vez recibido el Espíritu Santo, Pedro aprendió por dónde pasaba el camino que debía seguir y vivió en la esperanza. «Las tribulaciones del mundo están llenas de pena y vacías de premio; pero las que se padecen por Dios se suavizan con la esperanza de un premio eterno» (San Efrén).

Reflexión: P. Clemente González . Aceptemos todo con humildad y fe para no apartarnos del camino que nos conduce hacia Dios.

Este evangelio nos confirma una vez más que ante Cristo no hay privilegios. No escogió a los ricos y poderosos según el mundo, sino a aquellos que de verdad buscan el Reino de Dios. Este es el caso de Simón Pedro. Un pescador, quizá con poca formación intelectual comparado con los escribas de su tiempo. Y, sin embargo, a la hora de responder a la pregunta quién es el hijo del hombre, sabe más que cualquier fariseo o doctor de la ley. “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios”.

En Pedro también se repite la historia de la Virgen María. Dios escoge un instrumento débil para una misión desproporcionada. En Pedro esta misión es ser Cabeza de la Iglesia. Así también nos sucede en nuestra vida. Dios nos llama a una misión concreta, una misión intransferible, como la de Pedro, una misión desproporcionada. Pero sobre todo a una misión en la que tenemos de antemano asegurada la victoria. Las puertas del infierno no prevalecerán.

A veces podemos sentir a Cristo muy distante en nuestra vida, cuando nos asechan los problemas, cuando surgen las dificultades, cuando por ser fieles al Señor parece que se nos viene el mundo encima. Y, sin embargo, podemos constatar en la realidad cómo Cristo era, es y seguirá siendo fiel. Hemos visto cómo la promesa que Cristo le hizo a Pedro aquel día en la región de Cesarea de Filipo se cumple hoy en el Papa. A pesar de las innumerables dificultades que la Iglesia ha tenido, nunca ha prevalecido sobre ella el poder del maligno.

Ante el primer anuncio de su Pasión que hace el Señor, Pedro pasa de la inspiración de Dios a expresarse según sus propios criterios. Jesús que acaba de llamarle bienaventurado, lo identifica en este momento con Satanás. Esto debe ser un recordatorio para nosotros de nuestra propia humanidad. ¡Que fácil es confundirnos y no escuchar su palabra y dejarnos llevar por nuestra soberbia y nuestra autosuficiencias!

Viendo el ejemplo de fe de Pedro y de toda la Iglesia, sigámoslo también en nuestra vida, sabiendo que Dios no nos pide más de lo que podemos dar, y que cuando nos llama a una misión nos da las fuerzas necesarias para llevarla a cabo. Aceptemos todo lo que necesitamos oir con humildad y fe para no apartarnos del camino que nos conduce hacia Él.
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MensajePublicado: Vie Ago 10, 2007 4:03 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: 10 de Agosto: San Lorenzo, diácono y mártir
2Co 9,6-10: Dios ama al que da de buena gana
Salmo responsorial 111
Texto del Evangelio (Jn 12,24-26):
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará».

Comentario: Rev. D. Antoni Carol i Hostench (Sant Cugat del Vallès-Barcelona, España) «Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor»

Hoy, la Iglesia —mediante la liturgia eucarística que celebra al mártir romano san Lorenzo— nos recuerda que «existe un testimonio de coherencia que todos los cristianos deben estar dispuestos a dar cada día, incluso a costa de sufrimientos y de grandes sacrificios» (Juan Pablo II).
La ley moral es santa e inviolable. Esta afirmación, ciertamente, contrasta con el ambiente relativista que impera en nuestros días, donde con facilidad uno adapta las exigencias éticas a su personal comodidad o a sus propias debilidades. No encontraremos a nadie que nos diga: —Yo soy inmoral; —Yo soy inconsciente; —Yo soy una persona sin verdad... Cualquiera que dijera eso se descalificaría a sí mismo inmediatamente.

Pero la pregunta definitiva sería: ¿de qué moral, de qué conciencia y de qué verdad estamos hablando? Es evidente que la paz y la sana convivencia sociales no pueden basarse en una “moral a la carta”, donde cada uno tira por donde le parece, sin tener en cuenta las inclinaciones y las aspiraciones que el Creador ha dispuesto para nuestra naturaleza. Esta “moral”, lejos de conducirnos por «caminos seguros» hacia las «verdes praderas» que el Buen Pastor desea para nosotros (cf. Sal 23,1-3), nos abocaría irremediablemente a las arenas movedizas del “relativismo moral”, donde absolutamente todo se puede pactar y justificar.

Los mártires son testimonios inapelables de la santidad de la ley moral: hay exigencias de amor básicas que no admiten nunca excepciones ni adaptaciones. De hecho, «en la Nueva Alianza se encuentran numerosos testimonios de seguidores de Cristo que (...) aceptaron las persecuciones y la muerte antes que hacer el gesto idolátrico de quemar incienso ante la estatua del Emperador» (Juan Pablo II).

En el ambiente de la Roma del emperador Valeriano, el diácono «san Lorenzo amó a Cristo en la vida, imitó a Cristo en la muerte» (San Agustín). Y, una vez más, se ha cumplido que «el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna» (Jn 12,25). La memoria de san Lorenzo, afortunadamente para nosotros, quedará perpetuamente como señal de que el seguimiento de Cristo merece dar la vida, antes que admitir frívolas interpretaciones de su camino.

Comentario de Archimadrid. ABRASADO EN AMOR

La imagen de San Lorenzo, recostado en una parrilla, sufriendo pacientemente el martirio y sumergido en una oración pacífica y profunda mientras sus miembros se consumían, es una parábola viva del divino apasionamiento de los santos. Está claro que no me refiero ahora a esa pasión que esclaviza al hombre, le destruye, y le lleva a querer poseer a los demás; esa pasión es la profanación con la que el Hombre ha manchado la obra excelsa de Dios.
Me refiero ahora a la misma Pasión que ya ardía en el Corazón de Cristo, y se ha propagado, como una hoguera divina e inextinguible, a través de muchos corazones, incendiando en Amor la Tierra.
Nuestro Señor Jesucristo, que amaba ardientemente a su Padre y a los hombres, deseó, más que ninguna otra cosa en este mundo, entregarse del todo, consumirse del todo, arder como una tea de Amor en la Cruz hasta morir en alabanza a Dios y en entrega rendida por nosotros, los hombres. Y así, se encendió en el Calvario una hoguera divina a la que se han arrojado, como locos, tantos santos a través de los siglos. Digo “como locos” porque esta civilización educada ante el televisor y sometida a la lírica de la música moderna; esta civilización que se siente capaz de crear lo increado y “hacer el amor” en busca de sensaciones, ayudada de pastillas y artefactos, está incapacitada para entender el martirio. Ante sus ojos, el suplicio de San Lorenzo es una solemne estupidez: los suyos no ganaron nada con su muerte, él lo perdió todo, y el mismo Dios no puede complacerse en ver morir a sus hijos. Ante semejantes objeciones, lo único que yo sé hacer es sacar el crucifijo del bolsillo y mostrarlo. El verdadero Amor es otra cosa.

Lo peor que podemos hacer ante esa hoguera es entrar en ella como “cuerdos y prudentes”, sin entregarnos del todo: entonces, la vida se vuelve una queja y un lamento permanente, porque los miembros sanos quieren vendar a los heridos sin lograrlo: a la hoguera del Amor divino hay que arrojarse por entero, dándolo todo por perdido y dejando que Jesús “se viva” nuestra vida. Pero cuando así lo hacemos, cuando ya nada queremos para nosotros, cuando nuestra existencia se consume en la entrega del Calvario, entendemos que esa llama, de muerte para el mundo, tiene un humo que huele a Vida. Consumidos por el mismo fuego en que ardió el Inmaculado Corazón de María, abrasados por la misma llama que incendió el alma de San Lorenzo, hechos unos locos ante el mundo, también nosotros podemos ser, hoy, unos “pirómanos de la Vida”.
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MensajePublicado: Sab Ago 11, 2007 3:12 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Sábado XVIII del tiempo ordinario
Dt 6,4-13: Amarás al señor con todo tu corazón
Salmo responsorial 17: Amarás al señor con todo tu corazón
Texto del Evangelio (Mt 17,14-20):
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un hombre que, arrodillándose ante Él, le dijo: «Señor, ten piedad de mi hijo, porque es lunático y está mal; pues muchas veces cae en el fuego y muchas en el agua. Se lo he presentado a tus discípulos, pero ellos no han podido curarle». Jesús respondió: «¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo acá!». Jesús le increpó y el demonio salió de él; y quedó sano el niño desde aquel momento.

Entonces los discípulos se acercaron a Jesús, en privado, y le dijeron: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?». Díceles: «Por vuestra poca fe. Porque yo os aseguro: si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: “Desplázate de aquí allá”, y se desplazará, y nada os será imposible».


Comentario: Rev. D. Fidel Catalan i Catalan (Cardedeu-Barcelona, España) «Si tenéis fe como un grano de mostaza (...) nada os será imposible»

Hoy, una vez más, Jesús da a entender que la medida de los milagros es la medida de nuestra fe: «Yo os aseguro: si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: “Desplázate de aquí allá”, y se desplazará» (Mt 17,20). De hecho, como hacen notar san Jerónimo y san Agustín, en la obra de nuestra santidad (algo que claramente supera a nuestras fuerzas) se realiza este “desplazarse el monte”. Por tanto, los milagros ahí están y, si no vemos más es porque no le permitimos hacerlos por nuestra poca fe.

Ante una situación desconcertante y a todas luces incomprensible, el ser humano reacciona de diversas maneras. La epilepsia era considerada como una enfermedad incurable y que sufrían las personas que se encontraban poseídas por algún espíritu maligno.

El padre de aquella criatura expresa su amor hacia el hijo buscando su curación integral, y acude a Jesús. Su acción es mostrada como un verdadero acto de fe. Él se arrodilla ante Jesús y lo impreca directamente con la convicción interior de que su petición será escuchada favorablemente. La manera de expresar la demanda muestra, a la vez, la aceptación de su condición y el reconocimiento de la misericordia de Aquél que puede compadecerse de los otros.

Aquel padre trae a colación el hecho de que los discípulos no han podido echar a aquel demonio. Este elemento introduce la instrucción de Jesús haciendo notar la poca fe de los discípulos. Seguirlo a Él, hacerse discípulo, colaborar en su misión pide una fe profunda y bien fundamentada, capaz de soportar adversidades, contratiempos, dificultades e incomprensiones. Una fe que es efectiva porque está sólidamente enraizada. En otros fragmentos evangélicos, Jesucristo mismo lamenta la falta de fe de sus seguidores. La expresión «nada os será imposible» (Mt 17,20) expresa con toda la fuerza la importancia de la fe en el seguimiento del Maestro.

La Palabra de Dios pone delante de nosotros la reflexión sobre la cualidad de nuestra fe y la manera cómo la profundizamos, y nos recuerda aquella actitud del padre de familia que se acerca a Jesús y le ruega con la profundidad del amor de su corazón.

Comentario de Archimadrid -LOS DONES DE DIOS Y EL DIOS DE LOS DONES

Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra que juró a tus padres (…), comerás hasta hartarte. Pero, cuidado: no olvides al Señor que te sacó de Egipto, de la esclavitud.
Sucede muchas veces. Llenos de cariño, unos padres compran a su hijo ese regalo con que tanto soñó. Ante la vista del regalo, el niño se fascina, lo abraza y, como si nada más existiera en el mundo, como si detrás de ese juguete no hubiera unas manos amorosas que lo entregan, lo toma, se da la vuelta sin apenas dar las gracias, se encierra en su habitación, y se olvida hasta de sus padres. Siendo yo un niño, mis padres cometieron la maravillosa torpeza de regalarme un radio-cassette (por aquel entonces, un radio-cassette era el equivalente a un potente ordenador de hoy). Creo que no volví a prestarles atención en dos meses. No había forma de que acudiera a comer cuando me llamaban; no había forma de ponerme a estudiar; no había forma de hacerme dormir por las noches… No recuerdo si les di las gracias; lo que recuerdo es que aquel radiocassette ya no existe, y mis padres sí.

Un amigo mío perdió, hace unos años, su puesto de trabajo. Le invité a orar para que Dios le ayudase a encontrar otra colocación, y durante aquellos días, mi amigo se acercó mucho a Dios; rezaba a diario, comulgaba y confesaba con frecuencia… Mientras rezábamos, recuerdo haberle advertido: “mira que, cuando Dios te conceda lo que le pides, deberás mantener esta vida espiritual que ahora tienes, porque ella es tu verdadero regalo”. Cuando encontró trabajo, volvió a ser el de antes; y me hizo pensar que más le hubiera servido estar desempleado y lleno de Dios que ser rico y no tener a un Dios con quien compartir su riqueza.
“¡Generación perversa e infiel! ¿Hasta cuándo tendré que estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar?” No hacía mucho, aquellos apóstoles habían recibido de Jesús el poder de realizar milagros. De dos en dos habían recorrido Israel, comprobando cómo hasta los demonios les quedaban sometidos… Y estaban fascinados.

Cuando aquel hombre les trae a su hijo enfermo, ya sólo piensan en deslumbrar a las multitudes con un nuevo milagro. Quieren jugar con su regalo, quieren ser admirados por los hombres… Pero han olvidado a Jesús. Y, claro, podía yo escuchar mi radiocassette sin necesidad de mis padres, y puede mi amigo ganar dinero sin entregarse a Dios. Pero, expulsar demonios… ¿Cómo expulsar demonios sin fe? “-«¿Y por qué no pudimos echarlo nosotros?» Les contestó: -«Por vuestra poca fe.»”

Madre Santa, cuyas blancas manos administran a los hombres los tesoros del Cielo: haz que los dones de Dios nunca nos hagan olvidar al Dios de los dones. Amén.
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MensajePublicado: Dom Ago 12, 2007 3:59 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Domingo XIX (C) del tiempo ordinario
Sb 18,6-9: Castigaste a los enemigos y nos honraste
Salmo responsorial 32:Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad.
Hb 11,1-2.8-19: La fe, seguridad de lo que se espera
Texto del Evangelio (Lc 12,32-4Cool:
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino. Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos! Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa. También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre».

Dijo Pedro: «Señor, ¿dices esta parábola para nosotros o para todos?». Respondió el Señor: «¿Quién es, pues, el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para darles a su tiempo su ración conveniente? Dichoso aquel siervo a quien su señor, al llegar, encuentre haciéndolo así. De verdad os digo que le pondrá al frente de toda su hacienda. Pero si aquel siervo se dice en su corazón: ‘Mi señor tarda en venir’, y se pone a golpear a los criados y a las criadas, a comer y a beber y a emborracharse, vendrá el señor de aquel siervo el día que no espera y en el momento que no sabe, le separará y le señalará su suerte entre los infieles. Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más».


Comentario: Rev. D. Melcior Querol i Solà (Ribes de Freser-Girona, España) «También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre»

Hoy, el Evangelio nos recuerda y nos exige que estemos en actitud de vigilia «porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre» (Lc 12,40). Hay que vigilar siempre, debemos vivir en tensión, “desinstalados”, somos peregrinos en un mundo que pasa, nuestra verdadera patria la tenemos en el cielo. Hacia allí se dirige nuestra vida; queramos o no, nuestra existencia terrenal es proyecto de cara al encuentro definitivo con el Señor, y en este encuentro «a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más» (Lc 12,4Cool. ¿No es, acaso, éste el momento culminante de nuestra vida? ¡Vivamos la vida de manera inteligente, démonos cuenta de cuál es el verdadero tesoro! No vayamos tras los tesoros de este mundo, como tanta gente hace. ¡No tengamos su mentalidad!

Según la mentalidad del mundo: ¡tanto tienes, tanto vales! Las personas son valoradas por el dinero que poseen, por su clase y categoría social, por su prestigio, por su poder. ¡Todo eso, a los ojos de Dios, no vale nada! Supón que hoy te descubren una enfermedad incurable, y que te dan como máximo un mes de vida,... ¿qué harás con tu dinero?, ¿de qué te servirán tu poder, tu prestigio, tu clase social? ¡No te servirá para nada! ¿Te das cuenta de que todo eso que el mundo tanto valora, en el momento de la verdad, no vale nada? Y, entonces, echas una mirada hacia atrás, a tu entorno, y los valores cambian totalmente: la relación con las personas que te rodean, el amor, aquella mirada de paz y de comprensión, pasan a ser verdaderos valores, auténticos tesoros que tú —tras los dioses de este mundo— siempre habías menospreciado.

¡Ten la inteligencia evangélica para discernir cuál es el verdadero tesoro! Que las riquezas de tu corazón no sean los dioses de este mundo, sino el amor, la verdadera paz, la sabiduría y todos los dones que Dios concede a sus hijos predilectos.

Comentario de Archimadrid. Sólo uno, o cinco mil.
Escribo este comentario la noche del 9 de agosto. He dado una vuelta rápida a los principales periódicos españoles en Internet y sólo uno habla del encuentro de unos 5.000 jóvenes madrileños con el Santo Padre esa mañana. Sí, es importante que tres jóvenes de raza blanca comprasen un televisor con una tarjeta de un ciudadano de raza negra, ¿pero para aparecer en primera plana y callar otras noticias? No debe extrañarnos, el bien –sobre todo si lo promueve la Iglesia Católica-, es bueno ocultarlo y que no exista. El problema de mucha parte de la sociedad de hoy no es que no tenga ideales, es que se le ofrecen patrañas por ideales, como ha dicho el Papa a los jóvenes de Madrid “ocurre también hoy, cuando a vuestro alrededor veis a muchos que lo han olvidado o que se desentienden de Él, cegados por tantos sueños pasajeros que prometen mucho pero que dejan el corazón vacío.”

“Donde está vuestro tesoro allí estará también vuestro corazón.” Acabo de volver de un campamento con cuarenta chicos y chicas, más de trece con quince años cumplidos. He hablado con ellos, los he confesado, los he visto vivir el día a día y, en la mayoría, no es que sigan un tesoro equivocado, es que no hay tesoro y no ponen el corazón en nada. Y el corazón (el espiritual, no el carnal), por falta de uso, se atrofia, y deja de saber lo que quiere. Tal vez sea esa la tragedia más grande nuestro tiempo, hemos enseñado a no querer. Cuando ves las noticias en la tele se te cae el alma a los pies, leer un periódico (excepto los deportivos, que te hablan de algunos que nunca serás tú), te desesperas. El bien es silenciado, los ideales capitidisminuidos, la vida se convierte en algo chato, sin sentido, amorfo, desagradable. No se pone el corazón en nada, nos acercamos a la vida con la premisa del desencanto y, nuestra frase final es “ya lo sabía yo.” El problema no es de los jóvenes, es de los que quieren hundirlos, que somos los mayores, y no confiamos en ellos. El Papa sí. Tal vez queramos dejarlos con el corazón vacío para que no nos digan que hemos malgastado la vida pensando en nosotros mismos (y para muchos padres han querido hacer su “otro yo” en sus hijos), y que hemos derrochado la vida. Tal vez nos de miedo que no lo digan, pero tienen derecho a hacerlo y a nosotros (aunque yo todavía me considero algo joven), nos hará mucho bien, pues nunca es tarde para cambiar.

“Los hijos piadosos de un pueblo justo ofrecían sacrificios a escondidas y, de común acuerdo, se imponían esta ley sagrada: que todos los santos serian solidarios en los peligros y en los bienes; y empezaron a entonar los himnos tradicionales.” Tal vez sea el momento de repetir a los jóvenes el grito de Juan Pablo II: ¡No tengáis miedo!. Valéis la pena, vuestras ilusiones, esperanzas, anhelos e inquietudes no pueden verse ahogadas por el desencanto de los mayores. Cada día veo a mis feligreses que asisten a la Santa Misa sin pasión, deseando salir, con cara de no tener nada que aprender ese día, como si Cristo no tuviera que decir nada hoy, como si la fe estuviese agonizante. Pero “La fe es seguridad de lo que se espera, y prueba de lo que no se ve.” Y es propio de la juventud andar con seguridad, sin los pasos renqueantes de un anciano que teme que le fallen las piernas. Ojalá los jóvenes cristianos de hoy puedan andar con seguridad, sin presunción y con humildad, pero con la seguridad de los que saben que el Señor volverá, que está aquí, en cada Sagrario, en cada alma en gracia, que tienen un tesoro que ni los ladrones (de noticias), ni las polillas (del desánimo) pueden destruir.

Sólo un periódico publica la noticia, sólo un informativo ha dado cuenta de ello. Espero que cinco mil gargantas en Madrid puedan decir como les ha dicho el Papa: “Como jóvenes, estáis por decidir vuestro futuro. Hacedlo a la luz de Cristo, preguntadle ¿qué quieres de mi? y seguid la senda que Él os indique con generosidad y confianza, sabiendo que, como bautizados, todos sin distinción estamos llamados a la santidad y a ser miembros vivos de la Iglesia en cualquier forma de vida que nos corresponda.” Y junto con María, nuestra Madre del cielo, de la que nunca sale una palabra de desaliento o de desánimo, podamos decir, jóvenes y mayores, “se puede,” aunque sólo uno nos lo diga.
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San José, patrono de la buena muerte, ruega por los que van a morir hoy ***

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scarlett
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MensajePublicado: Lun Ago 13, 2007 2:12 pm    Asunto:
Tema: Comentario al Evangelio de Hoy
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Día litúrgico: Lunes XIX del tiempo ordinario
Dt 10,12-22: El Señor será tu orgullo, él será tu Dios
Salmo responsorial 147: Glorifica al Señor, Jerusalén.
Texto del Evangelio (Mt 17,22-27):
En aquel tiempo, yendo un día juntos por Galilea, Jesús dijo a sus discípulos: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; le matarán, y al tercer día resucitará». Y se entristecieron mucho.

Cuando entraron en Cafarnaúm, se acercaron a Pedro los que cobraban el didracma y le dijeron: «¿No paga vuestro Maestro el didracma?». Dice Él: «Sí». Y cuando llegó a casa, se anticipó Jesús a decirle: «¿Qué te parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de sus hijos o de los extraños?». Al contestar Él: «De los extraños», Jesús le dijo: «Por tanto, libres están los hijos. Sin embargo, para que no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, y el primer pez que salga, cógelo, ábrele la boca y encontrarás un estárter. Tómalo y dáselo por mí y por ti».


Comentario: P. Joaquim Petit i Llimona LC (Barcelona, España) «Yendo un día juntos por Galilea»

Hoy, la liturgia nos ofrece diferentes posibilidades para nuestra consideración. Entre éstas podríamos detenernos en algo que está presente a lo largo de todo el texto: el trato familiar de Jesús con los suyos.

Dice san Mateo que Jesús y los discípulos iban «yendo un día juntos por Galilea» (Mt 17,22). Pudiera parecer algo evidente, pero el hecho de mencionar que iban juntos nos muestra cómo el evangelista quiere remarcar la cercanía de Cristo. Luego les abre su Corazón para confiarles el camino de su Pasión, Muerte y Resurrección, es decir, algo que Él lleva muy adentro y que no quiere que, aquellos a quienes tanto ama, ignoren. Posteriormente, el texto recoge el episodio del pago de los impuestos, y también aquí el evangelista nos deja entrever el trato de Jesús, poniéndose al mismo nivel que Pedro, contraponiendo a los hijos (Jesús y Pedro) exentos del pago y los extraños obligados al mismo. Cristo, finalmente, le muestra cómo conseguir el dinero necesario para pagar no sólo por Él, sino por los dos y no ser, así, motivo de escándalo.

En todos estos rasgos descubrimos una visión fundamental de la vida cristiana: es el afán de Jesús por estar con nosotros. Dice el Señor en el libro de los Proverbios: «Mi delicia es estar con los hijos de los hombres» (Prov 8,31). ¡Cómo cambia, esta realidad, nuestro enfoque de la vida espiritual en la que a veces ponemos sólo la atención y el acento en lo que nosotros hacemos, como si eso fuera lo más importante! La vida interior ha de centrase en Cristo, en su amor por nosotros, en su entrega hasta la muerte por mí, en su constante búsqueda de nuestro corazón. Muy bien lo expresaba Juan Pablo II en el encuentro que tuvo con los jóvenes en España en 1982. El Papa exclamaba con voz fuerte: «¡Miradle a Él!».

Comentario de Archimadrid: LOS IMPUESTOS

La mitad de los españoles están de vacaciones, y la otra mitad de puente. No es momento para hablar de impuestos y del IRPF. Pero ciertamente la palabra “impuestos” está muy bien buscada. Hasta al ciudadano más concienciado con la necesidad de contribuir al bien común los impuestos les son eso: impuestos. El estado es el que te dice cuánto, cómo y por qué has de pagar, y si no te gusta, te fastidias. En la vida nos vienen muchas cosas impuestas por nuestra naturaleza, nuestras limitaciones y carencias, pero procuramos asumirlas con paz; pero los impuestos procuramos evadirlos con alegría, a quién no le han preguntado: ¿Quiere una factura o le quito el IVA?.

“¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas?” Menos mal que el Señor pagó. El creador de cielos y tierra, el Señor de lo señores, paga los impuestos, si no tendríamos legión de moralistas evadiendo impuestos por todo el mundo mundial. ¿Pero es esta la lección del Evangelio de hoy? ¿Aprender a hacer la declaración de la Renta? No, hay que leer unas líneas antes: “En aquel tiempo, mientras Jesús y los discípulos recorrían juntos Galilea, les dijo Jesús: -«Al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres, lo matarán, pero resucitará al tercer día.» Ellos se pusieron muy tristes.” Esa es la verdadera deuda que Cristo vino a saldar, no dos pequeñas dracmas. Si hablamos en términos económicos podríamos decir que la vida de Cristo estaba embargada por el amor de Dios, se había expropiado su propia vida y le estaba impuesto el amor incondicional por los hombres, a los que venía para saldar nuestra deuda con Dios. Ahora que preocupa tanto los datos de la macro-economía la humanidad no se da cuenta de la mayor deuda que tiene contraída: con Jesucristo. Algunos querrán pagar la factura sin IVA y quitar importancia a la encarnación, vida, muerte y resurrección de Cristo como si fuese algo del pasado, pero esa deuda es tuya y mía, que seguimos beneficiándonos del don del Espíritu Santo en la Iglesia y en el mundo.

¿Cómo saldar esta deuda? “Temerás al Señor, tu Dios, le servirás, te pegarás a él, en su nombre jurarás. Él será tu alabanza, él será tu Dios, pues él hizo a tu favor las terribles hazañas que tus ojos han visto.” Pegarse al Señor, que expresión tan bonita. Al Señor no podemos pagarle con dinero, ni acepta un pagaré, a Dios sólo podemos corresponderle con una vida que se le entrega, amándole, alabándole. Cuando leo noticias de sacerdotes indignos pienso en mi propia indignidad y no me escandaliza por el pecado, me asusta más la impresión de que el que entrega su vida a Dios no es un hombre enamorado hasta el tuétano de Dios, pero de eso trataremos en otro comentario. Por eso peguémonos bien al Señor, démosle nuestra vida, nuestro tiempo, nuestra respiración, todo lo que somos. Vivir así no es sólo un arrebato místico, es un deber de justicia para con Dios, nuestro Padre.

Poner nuestra vida en manos de María es el camino más corto para que llegue hasta su Hijo. Confiémosela a ella, es algo que casi nos viene impuesto.
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