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Jose Lombo Esporádico
Registrado: 24 Oct 2006 Mensajes: 90 Ubicación: Valladolid, España
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Publicado:
Lun Feb 05, 2007 5:28 pm Asunto:
¿Qué opináis respecto de las apariciones marianas?
Tema: ¿Qué opináis respecto de las apariciones marianas? |
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saludos
Para mi es un tema apasionante.Y no sólo por sus manifestaciones ymensajes si no por su constante relación con los seres humanos.
Sabemos que no son dogmas de fe el creer o no en sus aparicioes. pero por lo que a mi respecta siempre creo en ellas por muchos motivos: Por ser Madre y cooredentora y por he tenido inumerables xperiencias de su intervención en mi vida.Los milagros no suelen ser hechos insólitos espectaculares.Se realizan de forma muy natural pero con una conciencia muy,pero que muy clara de la intervención divina porque los has pedido con fe y porquehe intuído que vienen de fuera.No voy a contarlos por ser muy personales y difíciles de narrar, pero los he tenido.
Objetivamente hablando, parece que las apariciones son son perfectamente extratérgicas en la Tierra para que todos nos salvemos.
También sabemos que Juan Pablo II, tenía gran fe en ellas.
Una de las apariciones ,quizás por estar más cerca de donde vivo, que más me llaman la atención son las de "Garabandal",pueblecito situado en la sierra de la provincia de Santander.¿Alguien puede decirme algo respecto a estas apariciones?!Gracias! |
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Juan de Austria Invitado
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Publicado:
Lun Feb 05, 2007 5:47 pm Asunto:
Tema: ¿Qué opináis respecto de las apariciones marianas? |
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“Pero no podemos ciertamente impedir que Dios hable a nuestro tiempo... Las apariciones que la Iglesia ha aprobado oficialmente ocupan un lugar preciso en el desarrollo de la vida de la Iglesia en el último siglo. Por otra parte, uno de los signos de nuestro tiempo es que la noticia sobre apariciones marianas se está multiplicando en el mundo.”
(Joseph Ratzinger, Ex Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Hoy, Papa Benedicto XVI)
El presente movimiento mariano no se entendería si no se tiene en cuenta el fenómeno absolutamente singular y decisivo de las apariciones de la Santísima Virgen que se han multiplicado de manera extraordinaria en los últimos años. Si bien es cierto que en las épocas remotas de la historia de la Iglesia se hablan de manifestaciones o revelaciones de Nuestra Señora y que han dado origen a ciertas devociones y santuarios (la Virgen del Pilar en Zaragoza; la del Carmen a San Simón Stock con la entrega del escapulario en el año 1251; la de la Merced a San Pedro Nolasco en 1218, etc.), es patente, sin embargo, que en la época moderna, en los últimos 80 años, han adquirido carta de naturalización en la vida del pueblo de Dios. Por su número, trascendencia, difusión e impacto espiritual en las almas, puede decirse que han dado a la piedad mariana en nuestro tiempo un carácter típicamente aparicionista. Se diría que las apariciones son el gran sello o señal que el cielo ha puesto en estos tiempos, y que positivamente han contribuido y consolidado el gran auge mariano en las almas.
Especial atención tienen las apariciones marianas a partir del año de 1830, entre las que se destaca la aparición a Santa Catalina Labouré en la Capilla de la rue du Bac en París, cuya proyección en la Iglesia se reflejó a través de la Medalla Milagrosa; Asimismo la aparición de alcance apocalíptico de La Salette, Francia, (1846); la famosísima aparición de la Virgen de Lourdes (1858); la de Nuestra Señora de Pontmain, Francia (1871); la de Fátima, Portugal (1917); la de Beauring, Bélgica (1932); y la Virgen de los Pobres en Banneux, cerca de Lieja, Bélgica (1933), y otras muchas manifestaciones marianas que se han incrementado a partir de la segunda mitad de este siglo XX.
Su Importancia
La importancia histórica de estas apariciones en la vida de la Iglesia, especialmente en el presente movimiento mariano, salta a la vista; los que asisten a estas manifestaciones reciben un fuerte impulso de fe y de espiritualidad: su vida cambia profundamente hacia Dios en una honda conversión interior. Personas que no rezaban nunca, rezan ahora diariamente el Santo Rosario. Quienes no iban a la Iglesia ahora lo hacen regularmente: frecuentan los sacramentos de la Confesión y la Eucaristía. Las apariciones les han producido, en una palabra, una renovación de vida cristiana y mueven a una austeridad evangélica, señal inequívoca de que la mano de nuestro Señor está ahí presente y que la providencia divina se vale de María Santísima para rescatar a las almas del mundo del pecado y de las tinieblas.
Naturaleza
En el lenguaje teológico, entendemos como aparición toda manifestación sensible de un ser, cuya presencia, en las circunstancias en que se produce, es material y científicamente inexplicable. Por su parte, hay que distinguir entre aparición y visión, ya que la aparición supone la existencia real del objeto percibido; la visión no la implica necesariamente, ya que se puede presentar interiormente, ya sea por los sentidos o la inteligencia.
Ahora bien, las apariciones marianas son aquellas manifestaciones sensibles en las que la Santísima Virgen se muestra visiblemente a uno o varios videntes y les comunica algún deseo de parte de Dios en orden al bien espiritual de las almas.
Es indudable que las apariciones no sólo no están excluidas del pensamiento bíblico, sino que juegan un papel importantísimo en el curso de la historia de la salvación. Las apariciones, pues, tienen su propio fundamento en la Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento y cuya realidad atestigua la historia como acontecimientos sólidamente comprobados. Además, pretender negar el hecho de las apariciones, es negarle a Dios mismo el derecho de manifestarse a quien quiera y al momento que sea, y de este modo iluminar a sus siervos para consolarlos y dirigirlos, produciendo así el fruto de bendición para toda la Iglesia.
Revelaciones Privadas
Hay que distinguir entre la llamada revelación oficial pública de la Iglesia, que está contenida en lo que se conoce como el depósito de la fe, es decir, en las Sagradas Escrituras y en la Tradición de los Apóstoles, y las revelaciones privadas posteriores que en estricto sentido ya no pueden aportar ninguna nueva verdad que se imponga a la fe de la Iglesia. De tal forma, que las únicas comunicaciones sobrenaturales que hay obligación de creer como revelación auténticamente divina, son las que presenta la Iglesia en las llamadas Fuentes de la Revelación: Sagrada Escritura, Tradición Apostólica y Magisterio de la Iglesia. Dios nuestro Señor ya nos ha transmitido, por medio de dicha revelación, todo lo que tenía que comunicar para que le conociéramos y le amáramos en esta vida y pudiéramos alcanzar la salvación en la otra vida. En suma, la Revelación ha llegado a su plenitud con Jesucristo; Él mismo es la Revelación. Jesucristo ha cumplido plenamente su función salvadora y maestra, consumando en la cruz la obra que el Padre le había encomendado y nadie ni nada pueden completar su obra de salvación con un nuevo magisterio ni con una nueva redención.
No obstante lo anterior, la Iglesia reconoce la posibilidad de que Dios hable todavía directamente a algunas almas y las instruya al bien, ya particular o colectivamente; no con la finalidad de revelar un hecho hasta entonces desconocido, sino para recordar algo un tanto olvidado, o no explícitamente deducido, o no puesto tan de relieve como lo exige el provecho espiritual de las almas. Y la Iglesia lejos de negar esa posibilidad de comunicación, supone que de hecho se está dando hoy en día a través del estudio de diversas apariciones de la Santísima Virgen y que caen dentro del rubro de revelaciones privadas.
Sobre este tema, el Cardenal J. Ratzinger, Ex Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en entrevista que le concedió al periodista italiano Vittorio Messori, declaró lo siguiente:
“Pero no podemos ciertamente impedir que Dios hable a nuestro tiempo a través de personas sencillas y valiéndose de signos extraordinarios que denuncian la insuficiencia de las culturas que nos dominan, contaminadas de racionalismo y de positivismo. Las apariciones que la Iglesia ha aprobado oficialmente ocupan un lugar preciso en el desarrollo de la vida de la Iglesia en el último siglo. Muestra, entre otras cosas, que la revelación - aun siendo única, plena, por consiguiente, insuperable - no es algo muerto; es viva y vital. Por otra parte, uno de los signos de nuestro tiempo es que las noticias sobre “apariciones marianas” se están multiplicando en el mundo. A nuestra sección disciplinar llegan informes de África, por ejemplo, y de otros continentes.” (Informe Sobre la Fe. Bac Popular, Madrid, 1985).
En los Santos Padres y en la historia de la Iglesia es constante la opinión de que existen tales revelaciones privadas. Teólogos las han reconocido unánimemente; los sumos pontífices en diferentes documentos han mencionado o enseñado el hecho de estas apariciones y revelaciones. Así por ejemplo, el Papa Juan XXII menciona la aparición a San Simón Stock (1251) sobre el escapulario carmelita y el privilegio sabatino. Los Papas Benedicto XV y Pío XI reconocieron las apariciones del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque. El Papa Pío XII habló de las apariciones de la Medalla Milagrosa a Santa Catalina Labouré en la homilía de su canonización y la de Lourdes a Santa Bernardita, en la Encíclica “Fulgens Corona” de 1953. Asimismo, no raras ocasiones, las apariciones han sido el origen de la institución de algunas festividades litúrgicas, como la fiesta de Corpus Christi con motivo de las revelaciones a Santa Juliana de Cornillón. La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, según las revelaciones a Santa Margarita María Alacoque; y más recientemente, la fiesta de la Divina Misericordia, y cuya festividad se celebra el domingo siguiente al de resurrección, según las revelaciones a la Polaca santa Faustina Kowalska, por mencionar sólo algunas.
Asentimiento
De acuerdo con la enseñanza al magisterio de la Iglesia, las revelaciones privadas no tienen el mismo carácter que la revelación pública que ya terminó con el último apóstol, y por tanto no sirven ni pueden servir de fundamento a la fe católica. Sin embargo, San Agustín dice “que aunque a las revelaciones privadas no se les pueda dar asentimiento de la fe católica, no obstante, una vez estudiadas, se deben creer con fe humana.”
Por su parte, San Pablo nos dice: “No apaguéis el espíritu. No despreciéis las profecías. Probadlo todo y quedaos con lo bueno.” (I Tes 5, 19-21). Esa idea es concretada posteriormente por el futuro Papa Benedicto XIV en su tratado sobre “Las Beatificaciones y Canonizaciones de los Santos” (II, 32, 9):
“Aprobadas las revelaciones- dice – aunque no se les deba ni pueda dar asentimiento de fe Católica, no obstante se les debe dar asentimiento de fe humana, según las reglas de la prudencia, una vez que tales revelaciones son probables y piadosamente creíbles”.
Las apariciones marianas han sido un saludable recordatorio de Dios a vivir la vida evangélica de oración y penitencia, principalmente en estos tiempos difíciles en que el obstinado rechazo a Dios por parte de las almas se ha hecho costumbre. El mensaje de María Santísima es una invitación maternal y apremiante a la conversión de vida, a dejar decididamente todo aquello que nos aparte del camino de la salvación eterna, es decir, del pecado. Digámoslo claramente, lo principal y esencial de toda aparición, no son, por tanto, ni los videntes, ni los seguidores, ni las manifestaciones en sí de tipo sobrenaturales; lo verdaderamente importante es el mensaje de salvación, de arrepentimiento, de volver a la senda de la cruz, de los sacramentos, de la oración humilde y contrita, del amor a Dios, que hoy por desgracia está sumamente olvidado en las almas, y que por esta misma indiferencia a las cosas de Dios muchos miles se condenan diariamente en el fuego eterno.
Criterios de Discernimiento
¿Y cuáles son los criterios de discernimiento que la Iglesia toma en consideración con respecto a las apariciones y revelaciones privadas? Podemos decir que los criterios son los siguientes:
1. Concordancia con la doctrina de la fe tradicional de la Iglesia Católica, tal como se ha desarrollado a través de los siglos y ha sido expuesta por ella.
2. Concordancia con las normas morales de la misma Iglesia.
3. Existencia de signos objetivamente comprobables y comprobados que confirmen las afirmaciones hechas por los videntes o las personas favorecidas con la manifestación supuestamente sobrenatural. Para la misma canonización de los santos, aunque se haya demostrado la heroicidad de las virtudes de la persona que se trate, se requiere la presencia de milagros que confirmen la santidad de la persona.
4. Esta comprobación en cuanto sea posible debe ser científicamente demostrada, por ejemplo, con las curaciones milagrosas de Lourdes.
5. Existencia de frutos sobrenaturales, conversiones, vida de oración, frecuencia de sacramentos, especialmente de la penitencia y de la Eucaristía; cambios de vida que sean permanentes y que no sean meramente frutos de un emocionalismo, fantasía o fanatismos pasajeros.
6. Obediencia a la autoridad de la Iglesia, especialmente al magisterio; sobre todo, obediencia al Papa, su enseñanza, y a su persona como vicario de Cristo.
Rechazo actual a Revelaciones y Apariciones
No obstante todo lo que hemos venido mencionando, hoy existe un rechazo sistemático a todo lo que huela a revelación privada, aparición mariana, mensajes, visiones, profecías, etc. y constantemente se hacen varias objeciones a las mismas: Se afirma que siempre repiten lo mismo; que no son necesarias para la salvación: que basta el Evangelio y que tenemos ya suficientemente con las enseñanzas de la Iglesia; que ¿para qué más?; que la Iglesia no las ha aprobado y por tanto no se deben difundir; que no son de Dios, puesto que hablan mal de los sacerdotes, obispos y cardenales y que la Virgen Santísima no puede hablar así de ellos. Se dice que son catastrofistas y tremendistas y que Dios no puede hablar así pues Él es amor y misericordia; que no vienen de Dios porque causan inquietud y no la paz que debieran dejar en el alma; que entre las apariciones hay mucha confusión con falsas profecías; y hay otros que gratuitamente las niegan y atribuyen este fenómeno a una consecuencia del fin e inicio del nuevo milenio, pero que no tienen ninguna base, que no son ciertas.
A todas estas objeciones hay una respuesta contundente. En primer lugar, encontramos repeticiones en muchos mensajes de hoy: la razón la da nuestro Señor mismo y la Santísima Virgen en muchas de sus manifestaciones: hasta que la humanidad no comprenda, hasta que los hombres no cambien y entren por los caminos de Dios, Él insistirá en llamarnos la atención sobre ello. Es tanta la dureza de corazón entre los hombres de hoy, que es al mismo tiempo la causa de la necesidad de repetir muchas veces el mismo llamado, la misma urgente advertencia de Dios al hombre.
Además de lo anterior, el Señor no dice nada sustancialmente diferente del Evangelio, pues si hubiera otra Evangelio distinto al que tenemos, sería anatema (Gal 1, . Los mensajes son un recordar de lo que Él ya nos ha dicho (Jn 14, 26), es decir, llevarnos a la plenitud de la verdad, convencer al mundo de su pecado. El Señor viene, pues, a recordar sus palabras, su llamado, su único Evangelio; y viene a repetirnos una y mil veces la verdad siempre antigua y siempre nueva, hasta que la comprendamos, pero por encima de todo, hasta que la vivamos. Y es verdad que el hombre de hoy se empeña en hacer oídos sordos al mensaje del cielo.
Es increíble que hoy en día los hombres presten más atención a las vanidades del mundo, a escándalos diversos de las personalidades de la farándula; a los best sellers musicales, literarios o cinematográficos - muchas veces tergiversando la verdad de Cristo; o a un espectáculo deportivo como pueden ser los Juegos Olímpicos o un Campeonato Mundial de Fútbol, que al mensaje de Dios que por medio de su Madre Santísima, nuestra madre, nos urge a un cambio de vida del negocio más importante que tenemos en nuestras manos y que es la salvación eterna de nuestra alma. No cabe duda que el demonio o Satanás, que existe, ha sabido confundir a los hombres de este tiempo para distraerlos en las vanidades del mundo, la fama, el poder, el dinero, el placer, alejándolos total y absolutamente de su primera obligación que es buscar el Reino de Dios y su justicia, que es buscar el ser santos. Pero es una realidad que el mundo sigue su alucinante trayectoria hacia un abismo del que no hay vuelta atrás, y que se ha vuelto sordo y ciego a la voz del Todopoderoso.
Ahora bien, si bien es cierto que hay una constante llamada a la conversión y hay una reiteración de su mismo mensaje, que es el cambio de vida y la santidad que Dios espera de nosotros, también es cierto que Dios nunca repite; su mensaje siempre es nuevo, cada manifestación es única e irrepetible, aunque toda manifestación de Dios tiene un mismo propósito general, cada aparición tiene un propósito específico distinto. Así, la austeridad de Fátima nunca será el encanto de Lourdes, ni la sencillez de la rue du Bac será el Apocalipsis de La Salette; lo eucarístico y sacerdotal de Garabandal no se asemeja al llamado de paz y de amor de Medjugorie. Y en el mismo sentido San Francisco de Asís no es San Ignacio de Loyola, ni las intuiciones de San Agustín son la estructura de Santo Tomás de Aquino; Vassula no es el Padre Gobbi, la Madre Teresa no es Maximiliano Kolbe. Santo Padre Pío se diferencia mucho de San Josemaría Escrivá. Cada uno pues representa un aspecto distinto, una gracia, un carisma, una riqueza de Cristo, una faceta del Evangelio. Cada aparición de la Virgen, cada profeta actual, tiene su gracia propia, su nota específica, su riqueza única. Dios no hace nada en serie; cada obra, cada persona, cada mensaje es irrepetible. Al leerlos nos damos cuenta de que cada página es única.
Las apariciones marianas aunque no son necesarias, resultan ser muy convenientes en un tiempo donde se ha olvidado el amor de Dios y se han olvidado verdades fundamentales de la fe. Por tanto, perseguir las apariciones, apagar los mensajeros de Dios, como hoy hace lamentablemente un gran sector de la Iglesia es pecar contra el Espíritu Santo y sus obras providenciales. Pretender que Dios se esconda en el silencio, esté mudo, no hable, no haga nada en un mundo que se precipita en el abismo, es desconocer absolutamente el gran amor de Dios que tiene por los hombres, que hace todo, aún lo más extraordinario para salvarnos; y si es preciso que mande a su Madre, nuestra madre María Santísima, a cada hogar, a cada familia, para recordarnos la necesidad urgente de la conversión y vivir en estos tiempos una vida de santidad, lo hará sin dudar. Así pues, quienes afirman que no son necesarias, no se dan cuenta de la profunda oscuridad en que está el mundo sumergido respecto a las cosas de Dios y de su salvación.
Se cuestiona muchas veces el hecho de que la Iglesia no ha aprobado una aparición y por tanto no se puede dar a conocer. Sin embargo, es preciso aclarar este hecho. Por lo que se refiere a los fieles laicos o seglares, es decir, que no pertenecen a ninguna orden religiosa, ellos deben obediencia a la Iglesia en comunión con el Obispo de Roma, pero esta obediencia se circunscribe a la fe y a las disposiciones disciplinarias que legítimamente mande la propia Iglesia. Por tanto, si existen supuestas apariciones marianas y sus mensajes nos recuerdan las enseñanzas del Evangelio, los laicos estamos en todo nuestro derecho de difundir tales mensajes, con tal de que existan dos condiciones:
1. Que sea bajo nuestra propia responsabilidad y sin pretender adelantarnos al juicio de la Iglesia.;
2. Que una vez que Roma se pronuncie al respecto, sea imperativo obedecer a dicho pronunciamiento.
El legítimo derecho que tenemos los seglares de difundir los mensajes marianos, no es con la finalidad de probar la veracidad de las mismas – cuya competencia queda reservada a la autoridad eclesiástica correspondiente – sino con el objeto de transmitir el mensaje de la salvación eterna, que como ya hemos insistido, hoy en día por desgracia se encuentra muy olvidado.
Por lo que se refiere a sacerdotes y religiosos, en principio no debieran promover directamente apariciones que aún no hayan sido reconocidas por la Iglesia; esto con el objeto de evitar confusión entre los mismos fieles. Sin embargo, debe quedar claro que los pastores de la Iglesia, sean sacerdotes u obispos, tienen el deber de insistir – con o sin apariciones – en la necesidad de la conversión y lucha por la santidad personal, sobre todo en este tiempo de terrible confusión y angustia espiritual, y que en esencia es lo que la Santísima Virgen recuerda en sus múltiples apariciones.
Por cuanto a que el mensaje de María Santísima denuncia la mala vida de sacerdotes, obispos y cardenales, y en cuanto a la objeción que Ella, como Madre, no puede hablar así, sería conveniente recordar un sinnúmero de pasajes de la Sagrada Escritura donde el Señor Dios llama la atención sobre la vida de santidad y celo apostólico que deben llevar, principalmente, los pastores que guían a las ovejas. Así, por ejemplo, Jeremías dice
: “Es que han sido torpes los pastores y no han buscado a Yahvé; así no obraron cuerdamente, y toda su grey fue dispersada.” (10, 21). “¡Hay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos! – Oráculo de Yahvé – pues así dice Yahvé, el Dios de Israel, tocante a los pastores que apacientan a mi pueblo: vosotros habéis dispersado las ovejas mías, las empujasteis y no las atendisteis. Mirad que voy a pasaros revistas por vuestras malas obras – dice Yahvé” (23, 1).
La Santísima Virgen no sólo menciona en múltiples apariciones que sacerdotes, obispos y cardenales van por el camino de la perdición, y que por su mala vida, su apego al dinero, a los honores y a los placeres, se convierten en aliados del enemigo, y que incluso corren el riesgo de perder sus almas si no se arrepienten y llevan una vida intensa de oración, sacrificio y penitencia; si no que también María como Madre y formadora, menciona que debemos rezar por los sacerdotes, sus hijos predilectos, y ayudarlos pues ellos representan a su Hijo Jesucristo. De tal forma que así como María, con gran dolor en su corazón menciona el deterioro de vida espiritual de los pastores del rebaño, de la misma manera y preocupación señala la necesidad de estar unidos a ellos, de rezar por ellos y ayudarlos para que puedan cumplir fielmente el encargo y la vocación excelsa de su sacerdocio.
También se llega a objetar en cuanto a los mensajes de la Santísima Virgen que están llenos de un contenido apocalíptico y tremendista, y que esto no coincide con la Misericordia infinita de Dios que por esencia es Amor. A este respecto conviene recordar que efectivamente Dios es infinitamente misericordioso y quiere que todos los hombres se salven; pero Dios también es infinitamente Justo y dará a cada uno según sus obras. Es decir, que la Misericordia y la Justicia son un mismo y un solo atributo de Dios.
Los mensajes de María Santísima no son tremendistas sino reales y objetivos acorde con la realidad actual en que vive el hombre de hoy, la cual sí es tremenda, con tanta ignorancia religiosa, relajación de costumbres, abuso de la misericordia de Dios, oscurecimiento de la fe y pérdida de la conciencia de pecado. En esta confusión, las almas se precipitan al infierno eterno sin que nadie haya rezado por ellas. Hoy en día existe una profunda indiferencia a las cosas de Dios, y lo que es más grave, la desorientación diabólica que invade al mundo. Todo esto lo sabe la Virgen Santísima y como Madre de todos los hombres nos advierte sobre las consecuencias de nuestros actos si no volvemos con urgencia al amor de Dios nuestro Señor.
Además de lo anterior, la Virgen no viene a amenazar a nadie, sino a advertirnos que cambiemos de vida. Cuando un mal físico o moral nos acecha a nuestra vida y alguien nos lo dice, no es que nos quiera asustar, sino por el contrario, por el amor que nos tiene, nos lo comunica para que lo evitemos. Por tanto, más amor es anunciar a los hombres un hecho insuprimible para que estemos preparados y nos libremos de él, que tratar de ignorarlo o tergiversarlo o suavizarlo como hoy en día hacen ciertos sectores religiosos.
Finalmente, hay momentos y circunstancias, como las actuales, en que el Santo Temor de Dios – como don del Espíritu Santo – puede ser un excelente medio de conversión, puesto que el Temor de Dios es el principio de la sabiduría, de la salud y de la virtud de los pecadores. Además de esto, la conducta del hombre de hoy, como ya hemos dicho, evidencia que ha llegado al extremo de burlarse de la Misericordia de Dios. Nunca como ahora se ha perdido el sentido del pecado y la indiferencia religiosa ha suscitado una incomprensión del Honor, Majestad y Poder que a Dios le es debido. Así pues, para muchos que están alejados de Dios, el Santo Temor de Dios puede ser el inicio de la conversión y el comienzo del verdadero amor.
Por lo que se refiere a que hay confusión en sus mensajes y que existen profecías que no se han cumplido, conviene mencionar siempre, que donde Dios actúa el Diablo estará rondando para destruir y confundir las obras de Dios. Es decir, muchas ocasiones ha sucedido que Dios se manifiesta a los hombres y fruto de esa presencia las conversiones se hacen presentes y el cambio de vida es inmediato y notable; pero, por una serie de razones, como puede ser falta de dirección espiritual del vidente o falta de atención pastoral de los obispos, o por culpa de los seguidores de una determinada aparición, o por falta de correspondencia a la gracia del propio vidente, lo que empieza bien, termina por acabar mal; y donde Dios se hizo presente a través de una aparición de su Santísima Madre, termina siendo oscurecida por la presencia del príncipe de este mundo, Satanás, que también tiene el poder de revestirse como ángel de luz para confundir, e incluso inspirar mensajes llenos de confusión con parte de verdad y de mentira. Esto ha traído un descrédito en el tema de las apariciones que a muchos les lleva a no tomarlas en cuenta, y así surgen libros y falsos videntes que confunden lo verdadero con lo falso, lo místico con lo esotérico, la gracia divina con la vibración cósmica, los ángeles buenos con los ángeles malos, el karma con la libertad del hombre, el Espíritu Santo con la energía universal, etc.
De tal forma, que si bien es cierto existen apariciones auténticas de la Santísima Virgen María y que están identificadas por sus frutos de conversión permanentes, por sus signos sobrenaturales, por los milagros que existen, por su coincidencia con la fe y con el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo; no es menos cierto que también existen falsas apariciones que pretenden desvirtuar lo auténtico, pero que no es sino consecuencia de la convivencia del trigo y la cizaña y de la obra del Diablo para remedar la obra de Dios, y desvirtuar la acción santificadora del Espíritu Santo. Por eso es conveniente pedir don de discernimiento de espíritus para poder descubrir el mensaje verdadero de Dios.
En conclusión, hoy existe un relajamiento tal para lo divino que por donde quiera se oye hablar de mensajes vanos y superficiales pero que no llevan a la auténtica conversión de vida. Por eso, la señal cierta de que María Santísima está presente, es que en sus mensajes pedirá oración, pedirá penitencia, pedirá sacrificio, con especial atención al ayuno, y particularmente una vida centrada en la Eucaristía.
Propósito de la Apariciones Marianas
Podríamos explicar didácticamente que son cuatro las principales funciones, razones o propósitos de las apariciones de la Santísima Virgen María en el mundo actual.
1. En primer lugar María viene como Madre nuestra para llamar a todos los hombres a una urgente conversión de vida, recordándonos el Evangelio y enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo en tiempos donde el hombre ha perdido el sentido de su vocación como hijo de Dios. En este contexto María Santísima nos señala el camino que debemos de asumir en nuestra vida personal para poder avanzar en un crecimiento espiritual hacia el amor de Dios; para poder cumplir el fin para el cual hemos sido creados. Este llamado tiene carácter de urgente por la gravedad de los tiempos.
2. En segundo lugar María Santísima como Reina de los profetas y Madre del Apocalipsis es decir Madre de la Revelación, viene a poner en relieve profecías que están destinadas a cumplirse en los días de hoy. Particularmente la llegada del fin de los tiempos, y que Ella distingue clara y perfectamente del fin del mundo, como un tiempo breve donde habrá de acentuarse la falta de fe y la apostasía en el mundo y que abrirá la puerta a acontecimientos dolorosos tanto en el orden espiritual como en el físico para el mundo y para la Iglesia; y que nos preparará a la Gran Tribulación anunciada en las Sagradas Escritura y al advenimiento del último y personal Anticristo, así como su derrota frente a la Parusía del Señor.
3. En tercer lugar María Santísima viene como Reina de los Apóstoles a hacer un llamado a hombres y mujeres para que fruto de una vocación divina estén dispuestos a poner a Dios como prioridad de vida, y siendo apóstoles de los últimos tiempos, coadyuven a la labor de María Santísima de aplastar la cabeza de la serpiente - tal y como está profetizado en el libro del Génesis-, y ser parte de una nueva estirpe que sea semilla de las futuras generaciones que poblarán la tierra.
4. La cuarta función de María Santísima sería entonces preparar el advenimiento de su Hijo Jesucristo, ya que María, desde su Concepción Inmaculada ha precedido la venida del Señor. Y el plan providencial de la Santísima Trinidad es que María sea la “Estrella de la Mañana” que preceda al Sol de Justicia; que a través de Ella se haga realidad en la tierra el Reino de Cristo, por el cual pedimos cuando rezamos la oración del Padre Nuestro: “Venga a nosotros tu reino”. |
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Juan de Austria Invitado
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Publicado:
Lun Feb 05, 2007 5:47 pm Asunto:
Tema: ¿Qué opináis respecto de las apariciones marianas? |
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“Pero no podemos ciertamente impedir que Dios hable a nuestro tiempo... Las apariciones que la Iglesia ha aprobado oficialmente ocupan un lugar preciso en el desarrollo de la vida de la Iglesia en el último siglo. Por otra parte, uno de los signos de nuestro tiempo es que la noticia sobre apariciones marianas se está multiplicando en el mundo.”
(Joseph Ratzinger, Ex Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Hoy, Papa Benedicto XVI)
El presente movimiento mariano no se entendería si no se tiene en cuenta el fenómeno absolutamente singular y decisivo de las apariciones de la Santísima Virgen que se han multiplicado de manera extraordinaria en los últimos años. Si bien es cierto que en las épocas remotas de la historia de la Iglesia se hablan de manifestaciones o revelaciones de Nuestra Señora y que han dado origen a ciertas devociones y santuarios (la Virgen del Pilar en Zaragoza; la del Carmen a San Simón Stock con la entrega del escapulario en el año 1251; la de la Merced a San Pedro Nolasco en 1218, etc.), es patente, sin embargo, que en la época moderna, en los últimos 80 años, han adquirido carta de naturalización en la vida del pueblo de Dios. Por su número, trascendencia, difusión e impacto espiritual en las almas, puede decirse que han dado a la piedad mariana en nuestro tiempo un carácter típicamente aparicionista. Se diría que las apariciones son el gran sello o señal que el cielo ha puesto en estos tiempos, y que positivamente han contribuido y consolidado el gran auge mariano en las almas.
Especial atención tienen las apariciones marianas a partir del año de 1830, entre las que se destaca la aparición a Santa Catalina Labouré en la Capilla de la rue du Bac en París, cuya proyección en la Iglesia se reflejó a través de la Medalla Milagrosa; Asimismo la aparición de alcance apocalíptico de La Salette, Francia, (1846); la famosísima aparición de la Virgen de Lourdes (1858); la de Nuestra Señora de Pontmain, Francia (1871); la de Fátima, Portugal (1917); la de Beauring, Bélgica (1932); y la Virgen de los Pobres en Banneux, cerca de Lieja, Bélgica (1933), y otras muchas manifestaciones marianas que se han incrementado a partir de la segunda mitad de este siglo XX.
Su Importancia
La importancia histórica de estas apariciones en la vida de la Iglesia, especialmente en el presente movimiento mariano, salta a la vista; los que asisten a estas manifestaciones reciben un fuerte impulso de fe y de espiritualidad: su vida cambia profundamente hacia Dios en una honda conversión interior. Personas que no rezaban nunca, rezan ahora diariamente el Santo Rosario. Quienes no iban a la Iglesia ahora lo hacen regularmente: frecuentan los sacramentos de la Confesión y la Eucaristía. Las apariciones les han producido, en una palabra, una renovación de vida cristiana y mueven a una austeridad evangélica, señal inequívoca de que la mano de nuestro Señor está ahí presente y que la providencia divina se vale de María Santísima para rescatar a las almas del mundo del pecado y de las tinieblas.
Naturaleza
En el lenguaje teológico, entendemos como aparición toda manifestación sensible de un ser, cuya presencia, en las circunstancias en que se produce, es material y científicamente inexplicable. Por su parte, hay que distinguir entre aparición y visión, ya que la aparición supone la existencia real del objeto percibido; la visión no la implica necesariamente, ya que se puede presentar interiormente, ya sea por los sentidos o la inteligencia.
Ahora bien, las apariciones marianas son aquellas manifestaciones sensibles en las que la Santísima Virgen se muestra visiblemente a uno o varios videntes y les comunica algún deseo de parte de Dios en orden al bien espiritual de las almas.
Es indudable que las apariciones no sólo no están excluidas del pensamiento bíblico, sino que juegan un papel importantísimo en el curso de la historia de la salvación. Las apariciones, pues, tienen su propio fundamento en la Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento y cuya realidad atestigua la historia como acontecimientos sólidamente comprobados. Además, pretender negar el hecho de las apariciones, es negarle a Dios mismo el derecho de manifestarse a quien quiera y al momento que sea, y de este modo iluminar a sus siervos para consolarlos y dirigirlos, produciendo así el fruto de bendición para toda la Iglesia.
Revelaciones Privadas
Hay que distinguir entre la llamada revelación oficial pública de la Iglesia, que está contenida en lo que se conoce como el depósito de la fe, es decir, en las Sagradas Escrituras y en la Tradición de los Apóstoles, y las revelaciones privadas posteriores que en estricto sentido ya no pueden aportar ninguna nueva verdad que se imponga a la fe de la Iglesia. De tal forma, que las únicas comunicaciones sobrenaturales que hay obligación de creer como revelación auténticamente divina, son las que presenta la Iglesia en las llamadas Fuentes de la Revelación: Sagrada Escritura, Tradición Apostólica y Magisterio de la Iglesia. Dios nuestro Señor ya nos ha transmitido, por medio de dicha revelación, todo lo que tenía que comunicar para que le conociéramos y le amáramos en esta vida y pudiéramos alcanzar la salvación en la otra vida. En suma, la Revelación ha llegado a su plenitud con Jesucristo; Él mismo es la Revelación. Jesucristo ha cumplido plenamente su función salvadora y maestra, consumando en la cruz la obra que el Padre le había encomendado y nadie ni nada pueden completar su obra de salvación con un nuevo magisterio ni con una nueva redención.
No obstante lo anterior, la Iglesia reconoce la posibilidad de que Dios hable todavía directamente a algunas almas y las instruya al bien, ya particular o colectivamente; no con la finalidad de revelar un hecho hasta entonces desconocido, sino para recordar algo un tanto olvidado, o no explícitamente deducido, o no puesto tan de relieve como lo exige el provecho espiritual de las almas. Y la Iglesia lejos de negar esa posibilidad de comunicación, supone que de hecho se está dando hoy en día a través del estudio de diversas apariciones de la Santísima Virgen y que caen dentro del rubro de revelaciones privadas.
Sobre este tema, el Cardenal J. Ratzinger, Ex Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en entrevista que le concedió al periodista italiano Vittorio Messori, declaró lo siguiente:
“Pero no podemos ciertamente impedir que Dios hable a nuestro tiempo a través de personas sencillas y valiéndose de signos extraordinarios que denuncian la insuficiencia de las culturas que nos dominan, contaminadas de racionalismo y de positivismo. Las apariciones que la Iglesia ha aprobado oficialmente ocupan un lugar preciso en el desarrollo de la vida de la Iglesia en el último siglo. Muestra, entre otras cosas, que la revelación - aun siendo única, plena, por consiguiente, insuperable - no es algo muerto; es viva y vital. Por otra parte, uno de los signos de nuestro tiempo es que las noticias sobre “apariciones marianas” se están multiplicando en el mundo. A nuestra sección disciplinar llegan informes de África, por ejemplo, y de otros continentes.” (Informe Sobre la Fe. Bac Popular, Madrid, 1985).
En los Santos Padres y en la historia de la Iglesia es constante la opinión de que existen tales revelaciones privadas. Teólogos las han reconocido unánimemente; los sumos pontífices en diferentes documentos han mencionado o enseñado el hecho de estas apariciones y revelaciones. Así por ejemplo, el Papa Juan XXII menciona la aparición a San Simón Stock (1251) sobre el escapulario carmelita y el privilegio sabatino. Los Papas Benedicto XV y Pío XI reconocieron las apariciones del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque. El Papa Pío XII habló de las apariciones de la Medalla Milagrosa a Santa Catalina Labouré en la homilía de su canonización y la de Lourdes a Santa Bernardita, en la Encíclica “Fulgens Corona” de 1953. Asimismo, no raras ocasiones, las apariciones han sido el origen de la institución de algunas festividades litúrgicas, como la fiesta de Corpus Christi con motivo de las revelaciones a Santa Juliana de Cornillón. La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, según las revelaciones a Santa Margarita María Alacoque; y más recientemente, la fiesta de la Divina Misericordia, y cuya festividad se celebra el domingo siguiente al de resurrección, según las revelaciones a la Polaca santa Faustina Kowalska, por mencionar sólo algunas.
Asentimiento
De acuerdo con la enseñanza al magisterio de la Iglesia, las revelaciones privadas no tienen el mismo carácter que la revelación pública que ya terminó con el último apóstol, y por tanto no sirven ni pueden servir de fundamento a la fe católica. Sin embargo, San Agustín dice “que aunque a las revelaciones privadas no se les pueda dar asentimiento de la fe católica, no obstante, una vez estudiadas, se deben creer con fe humana.”
Por su parte, San Pablo nos dice: “No apaguéis el espíritu. No despreciéis las profecías. Probadlo todo y quedaos con lo bueno.” (I Tes 5, 19-21). Esa idea es concretada posteriormente por el futuro Papa Benedicto XIV en su tratado sobre “Las Beatificaciones y Canonizaciones de los Santos” (II, 32, 9):
“Aprobadas las revelaciones- dice – aunque no se les deba ni pueda dar asentimiento de fe Católica, no obstante se les debe dar asentimiento de fe humana, según las reglas de la prudencia, una vez que tales revelaciones son probables y piadosamente creíbles”.
Las apariciones marianas han sido un saludable recordatorio de Dios a vivir la vida evangélica de oración y penitencia, principalmente en estos tiempos difíciles en que el obstinado rechazo a Dios por parte de las almas se ha hecho costumbre. El mensaje de María Santísima es una invitación maternal y apremiante a la conversión de vida, a dejar decididamente todo aquello que nos aparte del camino de la salvación eterna, es decir, del pecado. Digámoslo claramente, lo principal y esencial de toda aparición, no son, por tanto, ni los videntes, ni los seguidores, ni las manifestaciones en sí de tipo sobrenaturales; lo verdaderamente importante es el mensaje de salvación, de arrepentimiento, de volver a la senda de la cruz, de los sacramentos, de la oración humilde y contrita, del amor a Dios, que hoy por desgracia está sumamente olvidado en las almas, y que por esta misma indiferencia a las cosas de Dios muchos miles se condenan diariamente en el fuego eterno.
Criterios de Discernimiento
¿Y cuáles son los criterios de discernimiento que la Iglesia toma en consideración con respecto a las apariciones y revelaciones privadas? Podemos decir que los criterios son los siguientes:
1. Concordancia con la doctrina de la fe tradicional de la Iglesia Católica, tal como se ha desarrollado a través de los siglos y ha sido expuesta por ella.
2. Concordancia con las normas morales de la misma Iglesia.
3. Existencia de signos objetivamente comprobables y comprobados que confirmen las afirmaciones hechas por los videntes o las personas favorecidas con la manifestación supuestamente sobrenatural. Para la misma canonización de los santos, aunque se haya demostrado la heroicidad de las virtudes de la persona que se trate, se requiere la presencia de milagros que confirmen la santidad de la persona.
4. Esta comprobación en cuanto sea posible debe ser científicamente demostrada, por ejemplo, con las curaciones milagrosas de Lourdes.
5. Existencia de frutos sobrenaturales, conversiones, vida de oración, frecuencia de sacramentos, especialmente de la penitencia y de la Eucaristía; cambios de vida que sean permanentes y que no sean meramente frutos de un emocionalismo, fantasía o fanatismos pasajeros.
6. Obediencia a la autoridad de la Iglesia, especialmente al magisterio; sobre todo, obediencia al Papa, su enseñanza, y a su persona como vicario de Cristo.
Rechazo actual a Revelaciones y Apariciones
No obstante todo lo que hemos venido mencionando, hoy existe un rechazo sistemático a todo lo que huela a revelación privada, aparición mariana, mensajes, visiones, profecías, etc. y constantemente se hacen varias objeciones a las mismas: Se afirma que siempre repiten lo mismo; que no son necesarias para la salvación: que basta el Evangelio y que tenemos ya suficientemente con las enseñanzas de la Iglesia; que ¿para qué más?; que la Iglesia no las ha aprobado y por tanto no se deben difundir; que no son de Dios, puesto que hablan mal de los sacerdotes, obispos y cardenales y que la Virgen Santísima no puede hablar así de ellos. Se dice que son catastrofistas y tremendistas y que Dios no puede hablar así pues Él es amor y misericordia; que no vienen de Dios porque causan inquietud y no la paz que debieran dejar en el alma; que entre las apariciones hay mucha confusión con falsas profecías; y hay otros que gratuitamente las niegan y atribuyen este fenómeno a una consecuencia del fin e inicio del nuevo milenio, pero que no tienen ninguna base, que no son ciertas.
A todas estas objeciones hay una respuesta contundente. En primer lugar, encontramos repeticiones en muchos mensajes de hoy: la razón la da nuestro Señor mismo y la Santísima Virgen en muchas de sus manifestaciones: hasta que la humanidad no comprenda, hasta que los hombres no cambien y entren por los caminos de Dios, Él insistirá en llamarnos la atención sobre ello. Es tanta la dureza de corazón entre los hombres de hoy, que es al mismo tiempo la causa de la necesidad de repetir muchas veces el mismo llamado, la misma urgente advertencia de Dios al hombre.
Además de lo anterior, el Señor no dice nada sustancialmente diferente del Evangelio, pues si hubiera otra Evangelio distinto al que tenemos, sería anatema (Gal 1, . Los mensajes son un recordar de lo que Él ya nos ha dicho (Jn 14, 26), es decir, llevarnos a la plenitud de la verdad, convencer al mundo de su pecado. El Señor viene, pues, a recordar sus palabras, su llamado, su único Evangelio; y viene a repetirnos una y mil veces la verdad siempre antigua y siempre nueva, hasta que la comprendamos, pero por encima de todo, hasta que la vivamos. Y es verdad que el hombre de hoy se empeña en hacer oídos sordos al mensaje del cielo.
Es increíble que hoy en día los hombres presten más atención a las vanidades del mundo, a escándalos diversos de las personalidades de la farándula; a los best sellers musicales, literarios o cinematográficos - muchas veces tergiversando la verdad de Cristo; o a un espectáculo deportivo como pueden ser los Juegos Olímpicos o un Campeonato Mundial de Fútbol, que al mensaje de Dios que por medio de su Madre Santísima, nuestra madre, nos urge a un cambio de vida del negocio más importante que tenemos en nuestras manos y que es la salvación eterna de nuestra alma. No cabe duda que el demonio o Satanás, que existe, ha sabido confundir a los hombres de este tiempo para distraerlos en las vanidades del mundo, la fama, el poder, el dinero, el placer, alejándolos total y absolutamente de su primera obligación que es buscar el Reino de Dios y su justicia, que es buscar el ser santos. Pero es una realidad que el mundo sigue su alucinante trayectoria hacia un abismo del que no hay vuelta atrás, y que se ha vuelto sordo y ciego a la voz del Todopoderoso.
Ahora bien, si bien es cierto que hay una constante llamada a la conversión y hay una reiteración de su mismo mensaje, que es el cambio de vida y la santidad que Dios espera de nosotros, también es cierto que Dios nunca repite; su mensaje siempre es nuevo, cada manifestación es única e irrepetible, aunque toda manifestación de Dios tiene un mismo propósito general, cada aparición tiene un propósito específico distinto. Así, la austeridad de Fátima nunca será el encanto de Lourdes, ni la sencillez de la rue du Bac será el Apocalipsis de La Salette; lo eucarístico y sacerdotal de Garabandal no se asemeja al llamado de paz y de amor de Medjugorie. Y en el mismo sentido San Francisco de Asís no es San Ignacio de Loyola, ni las intuiciones de San Agustín son la estructura de Santo Tomás de Aquino; Vassula no es el Padre Gobbi, la Madre Teresa no es Maximiliano Kolbe. Santo Padre Pío se diferencia mucho de San Josemaría Escrivá. Cada uno pues representa un aspecto distinto, una gracia, un carisma, una riqueza de Cristo, una faceta del Evangelio. Cada aparición de la Virgen, cada profeta actual, tiene su gracia propia, su nota específica, su riqueza única. Dios no hace nada en serie; cada obra, cada persona, cada mensaje es irrepetible. Al leerlos nos damos cuenta de que cada página es única.
Las apariciones marianas aunque no son necesarias, resultan ser muy convenientes en un tiempo donde se ha olvidado el amor de Dios y se han olvidado verdades fundamentales de la fe. Por tanto, perseguir las apariciones, apagar los mensajeros de Dios, como hoy hace lamentablemente un gran sector de la Iglesia es pecar contra el Espíritu Santo y sus obras providenciales. Pretender que Dios se esconda en el silencio, esté mudo, no hable, no haga nada en un mundo que se precipita en el abismo, es desconocer absolutamente el gran amor de Dios que tiene por los hombres, que hace todo, aún lo más extraordinario para salvarnos; y si es preciso que mande a su Madre, nuestra madre María Santísima, a cada hogar, a cada familia, para recordarnos la necesidad urgente de la conversión y vivir en estos tiempos una vida de santidad, lo hará sin dudar. Así pues, quienes afirman que no son necesarias, no se dan cuenta de la profunda oscuridad en que está el mundo sumergido respecto a las cosas de Dios y de su salvación.
Se cuestiona muchas veces el hecho de que la Iglesia no ha aprobado una aparición y por tanto no se puede dar a conocer. Sin embargo, es preciso aclarar este hecho. Por lo que se refiere a los fieles laicos o seglares, es decir, que no pertenecen a ninguna orden religiosa, ellos deben obediencia a la Iglesia en comunión con el Obispo de Roma, pero esta obediencia se circunscribe a la fe y a las disposiciones disciplinarias que legítimamente mande la propia Iglesia. Por tanto, si existen supuestas apariciones marianas y sus mensajes nos recuerdan las enseñanzas del Evangelio, los laicos estamos en todo nuestro derecho de difundir tales mensajes, con tal de que existan dos condiciones:
1. Que sea bajo nuestra propia responsabilidad y sin pretender adelantarnos al juicio de la Iglesia.;
2. Que una vez que Roma se pronuncie al respecto, sea imperativo obedecer a dicho pronunciamiento.
El legítimo derecho que tenemos los seglares de difundir los mensajes marianos, no es con la finalidad de probar la veracidad de las mismas – cuya competencia queda reservada a la autoridad eclesiástica correspondiente – sino con el objeto de transmitir el mensaje de la salvación eterna, que como ya hemos insistido, hoy en día por desgracia se encuentra muy olvidado.
Por lo que se refiere a sacerdotes y religiosos, en principio no debieran promover directamente apariciones que aún no hayan sido reconocidas por la Iglesia; esto con el objeto de evitar confusión entre los mismos fieles. Sin embargo, debe quedar claro que los pastores de la Iglesia, sean sacerdotes u obispos, tienen el deber de insistir – con o sin apariciones – en la necesidad de la conversión y lucha por la santidad personal, sobre todo en este tiempo de terrible confusión y angustia espiritual, y que en esencia es lo que la Santísima Virgen recuerda en sus múltiples apariciones.
Por cuanto a que el mensaje de María Santísima denuncia la mala vida de sacerdotes, obispos y cardenales, y en cuanto a la objeción que Ella, como Madre, no puede hablar así, sería conveniente recordar un sinnúmero de pasajes de la Sagrada Escritura donde el Señor Dios llama la atención sobre la vida de santidad y celo apostólico que deben llevar, principalmente, los pastores que guían a las ovejas. Así, por ejemplo, Jeremías dice
: “Es que han sido torpes los pastores y no han buscado a Yahvé; así no obraron cuerdamente, y toda su grey fue dispersada.” (10, 21). “¡Hay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos! – Oráculo de Yahvé – pues así dice Yahvé, el Dios de Israel, tocante a los pastores que apacientan a mi pueblo: vosotros habéis dispersado las ovejas mías, las empujasteis y no las atendisteis. Mirad que voy a pasaros revistas por vuestras malas obras – dice Yahvé” (23, 1).
La Santísima Virgen no sólo menciona en múltiples apariciones que sacerdotes, obispos y cardenales van por el camino de la perdición, y que por su mala vida, su apego al dinero, a los honores y a los placeres, se convierten en aliados del enemigo, y que incluso corren el riesgo de perder sus almas si no se arrepienten y llevan una vida intensa de oración, sacrificio y penitencia; si no que también María como Madre y formadora, menciona que debemos rezar por los sacerdotes, sus hijos predilectos, y ayudarlos pues ellos representan a su Hijo Jesucristo. De tal forma que así como María, con gran dolor en su corazón menciona el deterioro de vida espiritual de los pastores del rebaño, de la misma manera y preocupación señala la necesidad de estar unidos a ellos, de rezar por ellos y ayudarlos para que puedan cumplir fielmente el encargo y la vocación excelsa de su sacerdocio.
También se llega a objetar en cuanto a los mensajes de la Santísima Virgen que están llenos de un contenido apocalíptico y tremendista, y que esto no coincide con la Misericordia infinita de Dios que por esencia es Amor. A este respecto conviene recordar que efectivamente Dios es infinitamente misericordioso y quiere que todos los hombres se salven; pero Dios también es infinitamente Justo y dará a cada uno según sus obras. Es decir, que la Misericordia y la Justicia son un mismo y un solo atributo de Dios.
Los mensajes de María Santísima no son tremendistas sino reales y objetivos acorde con la realidad actual en que vive el hombre de hoy, la cual sí es tremenda, con tanta ignorancia religiosa, relajación de costumbres, abuso de la misericordia de Dios, oscurecimiento de la fe y pérdida de la conciencia de pecado. En esta confusión, las almas se precipitan al infierno eterno sin que nadie haya rezado por ellas. Hoy en día existe una profunda indiferencia a las cosas de Dios, y lo que es más grave, la desorientación diabólica que invade al mundo. Todo esto lo sabe la Virgen Santísima y como Madre de todos los hombres nos advierte sobre las consecuencias de nuestros actos si no volvemos con urgencia al amor de Dios nuestro Señor.
Además de lo anterior, la Virgen no viene a amenazar a nadie, sino a advertirnos que cambiemos de vida. Cuando un mal físico o moral nos acecha a nuestra vida y alguien nos lo dice, no es que nos quiera asustar, sino por el contrario, por el amor que nos tiene, nos lo comunica para que lo evitemos. Por tanto, más amor es anunciar a los hombres un hecho insuprimible para que estemos preparados y nos libremos de él, que tratar de ignorarlo o tergiversarlo o suavizarlo como hoy en día hacen ciertos sectores religiosos.
Finalmente, hay momentos y circunstancias, como las actuales, en que el Santo Temor de Dios – como don del Espíritu Santo – puede ser un excelente medio de conversión, puesto que el Temor de Dios es el principio de la sabiduría, de la salud y de la virtud de los pecadores. Además de esto, la conducta del hombre de hoy, como ya hemos dicho, evidencia que ha llegado al extremo de burlarse de la Misericordia de Dios. Nunca como ahora se ha perdido el sentido del pecado y la indiferencia religiosa ha suscitado una incomprensión del Honor, Majestad y Poder que a Dios le es debido. Así pues, para muchos que están alejados de Dios, el Santo Temor de Dios puede ser el inicio de la conversión y el comienzo del verdadero amor.
Por lo que se refiere a que hay confusión en sus mensajes y que existen profecías que no se han cumplido, conviene mencionar siempre, que donde Dios actúa el Diablo estará rondando para destruir y confundir las obras de Dios. Es decir, muchas ocasiones ha sucedido que Dios se manifiesta a los hombres y fruto de esa presencia las conversiones se hacen presentes y el cambio de vida es inmediato y notable; pero, por una serie de razones, como puede ser falta de dirección espiritual del vidente o falta de atención pastoral de los obispos, o por culpa de los seguidores de una determinada aparición, o por falta de correspondencia a la gracia del propio vidente, lo que empieza bien, termina por acabar mal; y donde Dios se hizo presente a través de una aparición de su Santísima Madre, termina siendo oscurecida por la presencia del príncipe de este mundo, Satanás, que también tiene el poder de revestirse como ángel de luz para confundir, e incluso inspirar mensajes llenos de confusión con parte de verdad y de mentira. Esto ha traído un descrédito en el tema de las apariciones que a muchos les lleva a no tomarlas en cuenta, y así surgen libros y falsos videntes que confunden lo verdadero con lo falso, lo místico con lo esotérico, la gracia divina con la vibración cósmica, los ángeles buenos con los ángeles malos, el karma con la libertad del hombre, el Espíritu Santo con la energía universal, etc.
De tal forma, que si bien es cierto existen apariciones auténticas de la Santísima Virgen María y que están identificadas por sus frutos de conversión permanentes, por sus signos sobrenaturales, por los milagros que existen, por su coincidencia con la fe y con el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo; no es menos cierto que también existen falsas apariciones que pretenden desvirtuar lo auténtico, pero que no es sino consecuencia de la convivencia del trigo y la cizaña y de la obra del Diablo para remedar la obra de Dios, y desvirtuar la acción santificadora del Espíritu Santo. Por eso es conveniente pedir don de discernimiento de espíritus para poder descubrir el mensaje verdadero de Dios.
En conclusión, hoy existe un relajamiento tal para lo divino que por donde quiera se oye hablar de mensajes vanos y superficiales pero que no llevan a la auténtica conversión de vida. Por eso, la señal cierta de que María Santísima está presente, es que en sus mensajes pedirá oración, pedirá penitencia, pedirá sacrificio, con especial atención al ayuno, y particularmente una vida centrada en la Eucaristía.
Propósito de la Apariciones Marianas
Podríamos explicar didácticamente que son cuatro las principales funciones, razones o propósitos de las apariciones de la Santísima Virgen María en el mundo actual.
1. En primer lugar María viene como Madre nuestra para llamar a todos los hombres a una urgente conversión de vida, recordándonos el Evangelio y enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo en tiempos donde el hombre ha perdido el sentido de su vocación como hijo de Dios. En este contexto María Santísima nos señala el camino que debemos de asumir en nuestra vida personal para poder avanzar en un crecimiento espiritual hacia el amor de Dios; para poder cumplir el fin para el cual hemos sido creados. Este llamado tiene carácter de urgente por la gravedad de los tiempos.
2. En segundo lugar María Santísima como Reina de los profetas y Madre del Apocalipsis es decir Madre de la Revelación, viene a poner en relieve profecías que están destinadas a cumplirse en los días de hoy. Particularmente la llegada del fin de los tiempos, y que Ella distingue clara y perfectamente del fin del mundo, como un tiempo breve donde habrá de acentuarse la falta de fe y la apostasía en el mundo y que abrirá la puerta a acontecimientos dolorosos tanto en el orden espiritual como en el físico para el mundo y para la Iglesia; y que nos preparará a la Gran Tribulación anunciada en las Sagradas Escritura y al advenimiento del último y personal Anticristo, así como su derrota frente a la Parusía del Señor.
3. En tercer lugar María Santísima viene como Reina de los Apóstoles a hacer un llamado a hombres y mujeres para que fruto de una vocación divina estén dispuestos a poner a Dios como prioridad de vida, y siendo apóstoles de los últimos tiempos, coadyuven a la labor de María Santísima de aplastar la cabeza de la serpiente - tal y como está profetizado en el libro del Génesis-, y ser parte de una nueva estirpe que sea semilla de las futuras generaciones que poblarán la tierra.
4. La cuarta función de María Santísima sería entonces preparar el advenimiento de su Hijo Jesucristo, ya que María, desde su Concepción Inmaculada ha precedido la venida del Señor. Y el plan providencial de la Santísima Trinidad es que María sea la “Estrella de la Mañana” que preceda al Sol de Justicia; que a través de Ella se haga realidad en la tierra el Reino de Cristo, por el cual pedimos cuando rezamos la oración del Padre Nuestro: “Venga a nosotros tu reino”. |
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Juan de Austria Invitado
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Publicado:
Lun Feb 05, 2007 5:48 pm Asunto:
Tema: ¿Qué opináis respecto de las apariciones marianas? |
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“Pero no podemos ciertamente impedir que Dios hable a nuestro tiempo... Las apariciones que la Iglesia ha aprobado oficialmente ocupan un lugar preciso en el desarrollo de la vida de la Iglesia en el último siglo. Por otra parte, uno de los signos de nuestro tiempo es que la noticia sobre apariciones marianas se está multiplicando en el mundo.”
(Joseph Ratzinger, Ex Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Hoy, Papa Benedicto XVI)
El presente movimiento mariano no se entendería si no se tiene en cuenta el fenómeno absolutamente singular y decisivo de las apariciones de la Santísima Virgen que se han multiplicado de manera extraordinaria en los últimos años. Si bien es cierto que en las épocas remotas de la historia de la Iglesia se hablan de manifestaciones o revelaciones de Nuestra Señora y que han dado origen a ciertas devociones y santuarios (la Virgen del Pilar en Zaragoza; la del Carmen a San Simón Stock con la entrega del escapulario en el año 1251; la de la Merced a San Pedro Nolasco en 1218, etc.), es patente, sin embargo, que en la época moderna, en los últimos 80 años, han adquirido carta de naturalización en la vida del pueblo de Dios. Por su número, trascendencia, difusión e impacto espiritual en las almas, puede decirse que han dado a la piedad mariana en nuestro tiempo un carácter típicamente aparicionista. Se diría que las apariciones son el gran sello o señal que el cielo ha puesto en estos tiempos, y que positivamente han contribuido y consolidado el gran auge mariano en las almas.
Especial atención tienen las apariciones marianas a partir del año de 1830, entre las que se destaca la aparición a Santa Catalina Labouré en la Capilla de la rue du Bac en París, cuya proyección en la Iglesia se reflejó a través de la Medalla Milagrosa; Asimismo la aparición de alcance apocalíptico de La Salette, Francia, (1846); la famosísima aparición de la Virgen de Lourdes (1858); la de Nuestra Señora de Pontmain, Francia (1871); la de Fátima, Portugal (1917); la de Beauring, Bélgica (1932); y la Virgen de los Pobres en Banneux, cerca de Lieja, Bélgica (1933), y otras muchas manifestaciones marianas que se han incrementado a partir de la segunda mitad de este siglo XX.
Su Importancia
La importancia histórica de estas apariciones en la vida de la Iglesia, especialmente en el presente movimiento mariano, salta a la vista; los que asisten a estas manifestaciones reciben un fuerte impulso de fe y de espiritualidad: su vida cambia profundamente hacia Dios en una honda conversión interior. Personas que no rezaban nunca, rezan ahora diariamente el Santo Rosario. Quienes no iban a la Iglesia ahora lo hacen regularmente: frecuentan los sacramentos de la Confesión y la Eucaristía. Las apariciones les han producido, en una palabra, una renovación de vida cristiana y mueven a una austeridad evangélica, señal inequívoca de que la mano de nuestro Señor está ahí presente y que la providencia divina se vale de María Santísima para rescatar a las almas del mundo del pecado y de las tinieblas.
Naturaleza
En el lenguaje teológico, entendemos como aparición toda manifestación sensible de un ser, cuya presencia, en las circunstancias en que se produce, es material y científicamente inexplicable. Por su parte, hay que distinguir entre aparición y visión, ya que la aparición supone la existencia real del objeto percibido; la visión no la implica necesariamente, ya que se puede presentar interiormente, ya sea por los sentidos o la inteligencia.
Ahora bien, las apariciones marianas son aquellas manifestaciones sensibles en las que la Santísima Virgen se muestra visiblemente a uno o varios videntes y les comunica algún deseo de parte de Dios en orden al bien espiritual de las almas.
Es indudable que las apariciones no sólo no están excluidas del pensamiento bíblico, sino que juegan un papel importantísimo en el curso de la historia de la salvación. Las apariciones, pues, tienen su propio fundamento en la Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento y cuya realidad atestigua la historia como acontecimientos sólidamente comprobados. Además, pretender negar el hecho de las apariciones, es negarle a Dios mismo el derecho de manifestarse a quien quiera y al momento que sea, y de este modo iluminar a sus siervos para consolarlos y dirigirlos, produciendo así el fruto de bendición para toda la Iglesia.
Revelaciones Privadas
Hay que distinguir entre la llamada revelación oficial pública de la Iglesia, que está contenida en lo que se conoce como el depósito de la fe, es decir, en las Sagradas Escrituras y en la Tradición de los Apóstoles, y las revelaciones privadas posteriores que en estricto sentido ya no pueden aportar ninguna nueva verdad que se imponga a la fe de la Iglesia. De tal forma, que las únicas comunicaciones sobrenaturales que hay obligación de creer como revelación auténticamente divina, son las que presenta la Iglesia en las llamadas Fuentes de la Revelación: Sagrada Escritura, Tradición Apostólica y Magisterio de la Iglesia. Dios nuestro Señor ya nos ha transmitido, por medio de dicha revelación, todo lo que tenía que comunicar para que le conociéramos y le amáramos en esta vida y pudiéramos alcanzar la salvación en la otra vida. En suma, la Revelación ha llegado a su plenitud con Jesucristo; Él mismo es la Revelación. Jesucristo ha cumplido plenamente su función salvadora y maestra, consumando en la cruz la obra que el Padre le había encomendado y nadie ni nada pueden completar su obra de salvación con un nuevo magisterio ni con una nueva redención.
No obstante lo anterior, la Iglesia reconoce la posibilidad de que Dios hable todavía directamente a algunas almas y las instruya al bien, ya particular o colectivamente; no con la finalidad de revelar un hecho hasta entonces desconocido, sino para recordar algo un tanto olvidado, o no explícitamente deducido, o no puesto tan de relieve como lo exige el provecho espiritual de las almas. Y la Iglesia lejos de negar esa posibilidad de comunicación, supone que de hecho se está dando hoy en día a través del estudio de diversas apariciones de la Santísima Virgen y que caen dentro del rubro de revelaciones privadas.
Sobre este tema, el Cardenal J. Ratzinger, Ex Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en entrevista que le concedió al periodista italiano Vittorio Messori, declaró lo siguiente:
“Pero no podemos ciertamente impedir que Dios hable a nuestro tiempo a través de personas sencillas y valiéndose de signos extraordinarios que denuncian la insuficiencia de las culturas que nos dominan, contaminadas de racionalismo y de positivismo. Las apariciones que la Iglesia ha aprobado oficialmente ocupan un lugar preciso en el desarrollo de la vida de la Iglesia en el último siglo. Muestra, entre otras cosas, que la revelación - aun siendo única, plena, por consiguiente, insuperable - no es algo muerto; es viva y vital. Por otra parte, uno de los signos de nuestro tiempo es que las noticias sobre “apariciones marianas” se están multiplicando en el mundo. A nuestra sección disciplinar llegan informes de África, por ejemplo, y de otros continentes.” (Informe Sobre la Fe. Bac Popular, Madrid, 1985).
En los Santos Padres y en la historia de la Iglesia es constante la opinión de que existen tales revelaciones privadas. Teólogos las han reconocido unánimemente; los sumos pontífices en diferentes documentos han mencionado o enseñado el hecho de estas apariciones y revelaciones. Así por ejemplo, el Papa Juan XXII menciona la aparición a San Simón Stock (1251) sobre el escapulario carmelita y el privilegio sabatino. Los Papas Benedicto XV y Pío XI reconocieron las apariciones del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque. El Papa Pío XII habló de las apariciones de la Medalla Milagrosa a Santa Catalina Labouré en la homilía de su canonización y la de Lourdes a Santa Bernardita, en la Encíclica “Fulgens Corona” de 1953. Asimismo, no raras ocasiones, las apariciones han sido el origen de la institución de algunas festividades litúrgicas, como la fiesta de Corpus Christi con motivo de las revelaciones a Santa Juliana de Cornillón. La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, según las revelaciones a Santa Margarita María Alacoque; y más recientemente, la fiesta de la Divina Misericordia, y cuya festividad se celebra el domingo siguiente al de resurrección, según las revelaciones a la Polaca santa Faustina Kowalska, por mencionar sólo algunas.
Asentimiento
De acuerdo con la enseñanza al magisterio de la Iglesia, las revelaciones privadas no tienen el mismo carácter que la revelación pública que ya terminó con el último apóstol, y por tanto no sirven ni pueden servir de fundamento a la fe católica. Sin embargo, San Agustín dice “que aunque a las revelaciones privadas no se les pueda dar asentimiento de la fe católica, no obstante, una vez estudiadas, se deben creer con fe humana.”
Por su parte, San Pablo nos dice: “No apaguéis el espíritu. No despreciéis las profecías. Probadlo todo y quedaos con lo bueno.” (I Tes 5, 19-21). Esa idea es concretada posteriormente por el futuro Papa Benedicto XIV en su tratado sobre “Las Beatificaciones y Canonizaciones de los Santos” (II, 32, 9):
“Aprobadas las revelaciones- dice – aunque no se les deba ni pueda dar asentimiento de fe Católica, no obstante se les debe dar asentimiento de fe humana, según las reglas de la prudencia, una vez que tales revelaciones son probables y piadosamente creíbles”.
Las apariciones marianas han sido un saludable recordatorio de Dios a vivir la vida evangélica de oración y penitencia, principalmente en estos tiempos difíciles en que el obstinado rechazo a Dios por parte de las almas se ha hecho costumbre. El mensaje de María Santísima es una invitación maternal y apremiante a la conversión de vida, a dejar decididamente todo aquello que nos aparte del camino de la salvación eterna, es decir, del pecado. Digámoslo claramente, lo principal y esencial de toda aparición, no son, por tanto, ni los videntes, ni los seguidores, ni las manifestaciones en sí de tipo sobrenaturales; lo verdaderamente importante es el mensaje de salvación, de arrepentimiento, de volver a la senda de la cruz, de los sacramentos, de la oración humilde y contrita, del amor a Dios, que hoy por desgracia está sumamente olvidado en las almas, y que por esta misma indiferencia a las cosas de Dios muchos miles se condenan diariamente en el fuego eterno.
Criterios de Discernimiento
¿Y cuáles son los criterios de discernimiento que la Iglesia toma en consideración con respecto a las apariciones y revelaciones privadas? Podemos decir que los criterios son los siguientes:
1. Concordancia con la doctrina de la fe tradicional de la Iglesia Católica, tal como se ha desarrollado a través de los siglos y ha sido expuesta por ella.
2. Concordancia con las normas morales de la misma Iglesia.
3. Existencia de signos objetivamente comprobables y comprobados que confirmen las afirmaciones hechas por los videntes o las personas favorecidas con la manifestación supuestamente sobrenatural. Para la misma canonización de los santos, aunque se haya demostrado la heroicidad de las virtudes de la persona que se trate, se requiere la presencia de milagros que confirmen la santidad de la persona.
4. Esta comprobación en cuanto sea posible debe ser científicamente demostrada, por ejemplo, con las curaciones milagrosas de Lourdes.
5. Existencia de frutos sobrenaturales, conversiones, vida de oración, frecuencia de sacramentos, especialmente de la penitencia y de la Eucaristía; cambios de vida que sean permanentes y que no sean meramente frutos de un emocionalismo, fantasía o fanatismos pasajeros.
6. Obediencia a la autoridad de la Iglesia, especialmente al magisterio; sobre todo, obediencia al Papa, su enseñanza, y a su persona como vicario de Cristo.
Rechazo actual a Revelaciones y Apariciones
No obstante todo lo que hemos venido mencionando, hoy existe un rechazo sistemático a todo lo que huela a revelación privada, aparición mariana, mensajes, visiones, profecías, etc. y constantemente se hacen varias objeciones a las mismas: Se afirma que siempre repiten lo mismo; que no son necesarias para la salvación: que basta el Evangelio y que tenemos ya suficientemente con las enseñanzas de la Iglesia; que ¿para qué más?; que la Iglesia no las ha aprobado y por tanto no se deben difundir; que no son de Dios, puesto que hablan mal de los sacerdotes, obispos y cardenales y que la Virgen Santísima no puede hablar así de ellos. Se dice que son catastrofistas y tremendistas y que Dios no puede hablar así pues Él es amor y misericordia; que no vienen de Dios porque causan inquietud y no la paz que debieran dejar en el alma; que entre las apariciones hay mucha confusión con falsas profecías; y hay otros que gratuitamente las niegan y atribuyen este fenómeno a una consecuencia del fin e inicio del nuevo milenio, pero que no tienen ninguna base, que no son ciertas.
A todas estas objeciones hay una respuesta contundente. En primer lugar, encontramos repeticiones en muchos mensajes de hoy: la razón la da nuestro Señor mismo y la Santísima Virgen en muchas de sus manifestaciones: hasta que la humanidad no comprenda, hasta que los hombres no cambien y entren por los caminos de Dios, Él insistirá en llamarnos la atención sobre ello. Es tanta la dureza de corazón entre los hombres de hoy, que es al mismo tiempo la causa de la necesidad de repetir muchas veces el mismo llamado, la misma urgente advertencia de Dios al hombre.
Además de lo anterior, el Señor no dice nada sustancialmente diferente del Evangelio, pues si hubiera otra Evangelio distinto al que tenemos, sería anatema (Gal 1, . Los mensajes son un recordar de lo que Él ya nos ha dicho (Jn 14, 26), es decir, llevarnos a la plenitud de la verdad, convencer al mundo de su pecado. El Señor viene, pues, a recordar sus palabras, su llamado, su único Evangelio; y viene a repetirnos una y mil veces la verdad siempre antigua y siempre nueva, hasta que la comprendamos, pero por encima de todo, hasta que la vivamos. Y es verdad que el hombre de hoy se empeña en hacer oídos sordos al mensaje del cielo.
Es increíble que hoy en día los hombres presten más atención a las vanidades del mundo, a escándalos diversos de las personalidades de la farándula; a los best sellers musicales, literarios o cinematográficos - muchas veces tergiversando la verdad de Cristo; o a un espectáculo deportivo como pueden ser los Juegos Olímpicos o un Campeonato Mundial de Fútbol, que al mensaje de Dios que por medio de su Madre Santísima, nuestra madre, nos urge a un cambio de vida del negocio más importante que tenemos en nuestras manos y que es la salvación eterna de nuestra alma. No cabe duda que el demonio o Satanás, que existe, ha sabido confundir a los hombres de este tiempo para distraerlos en las vanidades del mundo, la fama, el poder, el dinero, el placer, alejándolos total y absolutamente de su primera obligación que es buscar el Reino de Dios y su justicia, que es buscar el ser santos. Pero es una realidad que el mundo sigue su alucinante trayectoria hacia un abismo del que no hay vuelta atrás, y que se ha vuelto sordo y ciego a la voz del Todopoderoso.
Ahora bien, si bien es cierto que hay una constante llamada a la conversión y hay una reiteración de su mismo mensaje, que es el cambio de vida y la santidad que Dios espera de nosotros, también es cierto que Dios nunca repite; su mensaje siempre es nuevo, cada manifestación es única e irrepetible, aunque toda manifestación de Dios tiene un mismo propósito general, cada aparición tiene un propósito específico distinto. Así, la austeridad de Fátima nunca será el encanto de Lourdes, ni la sencillez de la rue du Bac será el Apocalipsis de La Salette; lo eucarístico y sacerdotal de Garabandal no se asemeja al llamado de paz y de amor de Medjugorie. Y en el mismo sentido San Francisco de Asís no es San Ignacio de Loyola, ni las intuiciones de San Agustín son la estructura de Santo Tomás de Aquino; Vassula no es el Padre Gobbi, la Madre Teresa no es Maximiliano Kolbe. Santo Padre Pío se diferencia mucho de San Josemaría Escrivá. Cada uno pues representa un aspecto distinto, una gracia, un carisma, una riqueza de Cristo, una faceta del Evangelio. Cada aparición de la Virgen, cada profeta actual, tiene su gracia propia, su nota específica, su riqueza única. Dios no hace nada en serie; cada obra, cada persona, cada mensaje es irrepetible. Al leerlos nos damos cuenta de que cada página es única.
Las apariciones marianas aunque no son necesarias, resultan ser muy convenientes en un tiempo donde se ha olvidado el amor de Dios y se han olvidado verdades fundamentales de la fe. Por tanto, perseguir las apariciones, apagar los mensajeros de Dios, como hoy hace lamentablemente un gran sector de la Iglesia es pecar contra el Espíritu Santo y sus obras providenciales. Pretender que Dios se esconda en el silencio, esté mudo, no hable, no haga nada en un mundo que se precipita en el abismo, es desconocer absolutamente el gran amor de Dios que tiene por los hombres, que hace todo, aún lo más extraordinario para salvarnos; y si es preciso que mande a su Madre, nuestra madre María Santísima, a cada hogar, a cada familia, para recordarnos la necesidad urgente de la conversión y vivir en estos tiempos una vida de santidad, lo hará sin dudar. Así pues, quienes afirman que no son necesarias, no se dan cuenta de la profunda oscuridad en que está el mundo sumergido respecto a las cosas de Dios y de su salvación.
Se cuestiona muchas veces el hecho de que la Iglesia no ha aprobado una aparición y por tanto no se puede dar a conocer. Sin embargo, es preciso aclarar este hecho. Por lo que se refiere a los fieles laicos o seglares, es decir, que no pertenecen a ninguna orden religiosa, ellos deben obediencia a la Iglesia en comunión con el Obispo de Roma, pero esta obediencia se circunscribe a la fe y a las disposiciones disciplinarias que legítimamente mande la propia Iglesia. Por tanto, si existen supuestas apariciones marianas y sus mensajes nos recuerdan las enseñanzas del Evangelio, los laicos estamos en todo nuestro derecho de difundir tales mensajes, con tal de que existan dos condiciones:
1. Que sea bajo nuestra propia responsabilidad y sin pretender adelantarnos al juicio de la Iglesia.;
2. Que una vez que Roma se pronuncie al respecto, sea imperativo obedecer a dicho pronunciamiento.
El legítimo derecho que tenemos los seglares de difundir los mensajes marianos, no es con la finalidad de probar la veracidad de las mismas – cuya competencia queda reservada a la autoridad eclesiástica correspondiente – sino con el objeto de transmitir el mensaje de la salvación eterna, que como ya hemos insistido, hoy en día por desgracia se encuentra muy olvidado.
Por lo que se refiere a sacerdotes y religiosos, en principio no debieran promover directamente apariciones que aún no hayan sido reconocidas por la Iglesia; esto con el objeto de evitar confusión entre los mismos fieles. Sin embargo, debe quedar claro que los pastores de la Iglesia, sean sacerdotes u obispos, tienen el deber de insistir – con o sin apariciones – en la necesidad de la conversión y lucha por la santidad personal, sobre todo en este tiempo de terrible confusión y angustia espiritual, y que en esencia es lo que la Santísima Virgen recuerda en sus múltiples apariciones.
Por cuanto a que el mensaje de María Santísima denuncia la mala vida de sacerdotes, obispos y cardenales, y en cuanto a la objeción que Ella, como Madre, no puede hablar así, sería conveniente recordar un sinnúmero de pasajes de la Sagrada Escritura donde el Señor Dios llama la atención sobre la vida de santidad y celo apostólico que deben llevar, principalmente, los pastores que guían a las ovejas. Así, por ejemplo, Jeremías dice
: “Es que han sido torpes los pastores y no han buscado a Yahvé; así no obraron cuerdamente, y toda su grey fue dispersada.” (10, 21). “¡Hay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos! – Oráculo de Yahvé – pues así dice Yahvé, el Dios de Israel, tocante a los pastores que apacientan a mi pueblo: vosotros habéis dispersado las ovejas mías, las empujasteis y no las atendisteis. Mirad que voy a pasaros revistas por vuestras malas obras – dice Yahvé” (23, 1).
La Santísima Virgen no sólo menciona en múltiples apariciones que sacerdotes, obispos y cardenales van por el camino de la perdición, y que por su mala vida, su apego al dinero, a los honores y a los placeres, se convierten en aliados del enemigo, y que incluso corren el riesgo de perder sus almas si no se arrepienten y llevan una vida intensa de oración, sacrificio y penitencia; si no que también María como Madre y formadora, menciona que debemos rezar por los sacerdotes, sus hijos predilectos, y ayudarlos pues ellos representan a su Hijo Jesucristo. De tal forma que así como María, con gran dolor en su corazón menciona el deterioro de vida espiritual de los pastores del rebaño, de la misma manera y preocupación señala la necesidad de estar unidos a ellos, de rezar por ellos y ayudarlos para que puedan cumplir fielmente el encargo y la vocación excelsa de su sacerdocio.
También se llega a objetar en cuanto a los mensajes de la Santísima Virgen que están llenos de un contenido apocalíptico y tremendista, y que esto no coincide con la Misericordia infinita de Dios que por esencia es Amor. A este respecto conviene recordar que efectivamente Dios es infinitamente misericordioso y quiere que todos los hombres se salven; pero Dios también es infinitamente Justo y dará a cada uno según sus obras. Es decir, que la Misericordia y la Justicia son un mismo y un solo atributo de Dios.
Los mensajes de María Santísima no son tremendistas sino reales y objetivos acorde con la realidad actual en que vive el hombre de hoy, la cual sí es tremenda, con tanta ignorancia religiosa, relajación de costumbres, abuso de la misericordia de Dios, oscurecimiento de la fe y pérdida de la conciencia de pecado. En esta confusión, las almas se precipitan al infierno eterno sin que nadie haya rezado por ellas. Hoy en día existe una profunda indiferencia a las cosas de Dios, y lo que es más grave, la desorientación diabólica que invade al mundo. Todo esto lo sabe la Virgen Santísima y como Madre de todos los hombres nos advierte sobre las consecuencias de nuestros actos si no volvemos con urgencia al amor de Dios nuestro Señor.
Además de lo anterior, la Virgen no viene a amenazar a nadie, sino a advertirnos que cambiemos de vida. Cuando un mal físico o moral nos acecha a nuestra vida y alguien nos lo dice, no es que nos quiera asustar, sino por el contrario, por el amor que nos tiene, nos lo comunica para que lo evitemos. Por tanto, más amor es anunciar a los hombres un hecho insuprimible para que estemos preparados y nos libremos de él, que tratar de ignorarlo o tergiversarlo o suavizarlo como hoy en día hacen ciertos sectores religiosos.
Finalmente, hay momentos y circunstancias, como las actuales, en que el Santo Temor de Dios – como don del Espíritu Santo – puede ser un excelente medio de conversión, puesto que el Temor de Dios es el principio de la sabiduría, de la salud y de la virtud de los pecadores. Además de esto, la conducta del hombre de hoy, como ya hemos dicho, evidencia que ha llegado al extremo de burlarse de la Misericordia de Dios. Nunca como ahora se ha perdido el sentido del pecado y la indiferencia religiosa ha suscitado una incomprensión del Honor, Majestad y Poder que a Dios le es debido. Así pues, para muchos que están alejados de Dios, el Santo Temor de Dios puede ser el inicio de la conversión y el comienzo del verdadero amor.
Por lo que se refiere a que hay confusión en sus mensajes y que existen profecías que no se han cumplido, conviene mencionar siempre, que donde Dios actúa el Diablo estará rondando para destruir y confundir las obras de Dios. Es decir, muchas ocasiones ha sucedido que Dios se manifiesta a los hombres y fruto de esa presencia las conversiones se hacen presentes y el cambio de vida es inmediato y notable; pero, por una serie de razones, como puede ser falta de dirección espiritual del vidente o falta de atención pastoral de los obispos, o por culpa de los seguidores de una determinada aparición, o por falta de correspondencia a la gracia del propio vidente, lo que empieza bien, termina por acabar mal; y donde Dios se hizo presente a través de una aparición de su Santísima Madre, termina siendo oscurecida por la presencia del príncipe de este mundo, Satanás, que también tiene el poder de revestirse como ángel de luz para confundir, e incluso inspirar mensajes llenos de confusión con parte de verdad y de mentira. Esto ha traído un descrédito en el tema de las apariciones que a muchos les lleva a no tomarlas en cuenta, y así surgen libros y falsos videntes que confunden lo verdadero con lo falso, lo místico con lo esotérico, la gracia divina con la vibración cósmica, los ángeles buenos con los ángeles malos, el karma con la libertad del hombre, el Espíritu Santo con la energía universal, etc.
De tal forma, que si bien es cierto existen apariciones auténticas de la Santísima Virgen María y que están identificadas por sus frutos de conversión permanentes, por sus signos sobrenaturales, por los milagros que existen, por su coincidencia con la fe y con el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo; no es menos cierto que también existen falsas apariciones que pretenden desvirtuar lo auténtico, pero que no es sino consecuencia de la convivencia del trigo y la cizaña y de la obra del Diablo para remedar la obra de Dios, y desvirtuar la acción santificadora del Espíritu Santo. Por eso es conveniente pedir don de discernimiento de espíritus para poder descubrir el mensaje verdadero de Dios.
En conclusión, hoy existe un relajamiento tal para lo divino que por donde quiera se oye hablar de mensajes vanos y superficiales pero que no llevan a la auténtica conversión de vida. Por eso, la señal cierta de que María Santísima está presente, es que en sus mensajes pedirá oración, pedirá penitencia, pedirá sacrificio, con especial atención al ayuno, y particularmente una vida centrada en la Eucaristía.
Propósito de la Apariciones Marianas
Podríamos explicar didácticamente que son cuatro las principales funciones, razones o propósitos de las apariciones de la Santísima Virgen María en el mundo actual.
1. En primer lugar María viene como Madre nuestra para llamar a todos los hombres a una urgente conversión de vida, recordándonos el Evangelio y enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo en tiempos donde el hombre ha perdido el sentido de su vocación como hijo de Dios. En este contexto María Santísima nos señala el camino que debemos de asumir en nuestra vida personal para poder avanzar en un crecimiento espiritual hacia el amor de Dios; para poder cumplir el fin para el cual hemos sido creados. Este llamado tiene carácter de urgente por la gravedad de los tiempos.
2. En segundo lugar María Santísima como Reina de los profetas y Madre del Apocalipsis es decir Madre de la Revelación, viene a poner en relieve profecías que están destinadas a cumplirse en los días de hoy. Particularmente la llegada del fin de los tiempos, y que Ella distingue clara y perfectamente del fin del mundo, como un tiempo breve donde habrá de acentuarse la falta de fe y la apostasía en el mundo y que abrirá la puerta a acontecimientos dolorosos tanto en el orden espiritual como en el físico para el mundo y para la Iglesia; y que nos preparará a la Gran Tribulación anunciada en las Sagradas Escritura y al advenimiento del último y personal Anticristo, así como su derrota frente a la Parusía del Señor.
3. En tercer lugar María Santísima viene como Reina de los Apóstoles a hacer un llamado a hombres y mujeres para que fruto de una vocación divina estén dispuestos a poner a Dios como prioridad de vida, y siendo apóstoles de los últimos tiempos, coadyuven a la labor de María Santísima de aplastar la cabeza de la serpiente - tal y como está profetizado en el libro del Génesis-, y ser parte de una nueva estirpe que sea semilla de las futuras generaciones que poblarán la tierra.
4. La cuarta función de María Santísima sería entonces preparar el advenimiento de su Hijo Jesucristo, ya que María, desde su Concepción Inmaculada ha precedido la venida del Señor. Y el plan providencial de la Santísima Trinidad es que María sea la “Estrella de la Mañana” que preceda al Sol de Justicia; que a través de Ella se haga realidad en la tierra el Reino de Cristo, por el cual pedimos cuando rezamos la oración del Padre Nuestro: “Venga a nosotros tu reino”. |
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Juan de Austria Invitado
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Publicado:
Lun Feb 05, 2007 5:50 pm Asunto:
Tema: ¿Qué opináis respecto de las apariciones marianas? |
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“Pero no podemos ciertamente impedir que Dios hable a nuestro tiempo... Las apariciones que la Iglesia ha aprobado oficialmente ocupan un lugar preciso en el desarrollo de la vida de la Iglesia en el último siglo. Por otra parte, uno de los signos de nuestro tiempo es que la noticia sobre apariciones marianas se está multiplicando en el mundo.”
(Joseph Ratzinger, Ex Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Hoy, Papa Benedicto XVI)
El presente movimiento mariano no se entendería si no se tiene en cuenta el fenómeno absolutamente singular y decisivo de las apariciones de la Santísima Virgen que se han multiplicado de manera extraordinaria en los últimos años. Si bien es cierto que en las épocas remotas de la historia de la Iglesia se hablan de manifestaciones o revelaciones de Nuestra Señora y que han dado origen a ciertas devociones y santuarios (la Virgen del Pilar en Zaragoza; la del Carmen a San Simón Stock con la entrega del escapulario en el año 1251; la de la Merced a San Pedro Nolasco en 1218, etc.), es patente, sin embargo, que en la época moderna, en los últimos 80 años, han adquirido carta de naturalización en la vida del pueblo de Dios. Por su número, trascendencia, difusión e impacto espiritual en las almas, puede decirse que han dado a la piedad mariana en nuestro tiempo un carácter típicamente aparicionista. Se diría que las apariciones son el gran sello o señal que el cielo ha puesto en estos tiempos, y que positivamente han contribuido y consolidado el gran auge mariano en las almas.
Especial atención tienen las apariciones marianas a partir del año de 1830, entre las que se destaca la aparición a Santa Catalina Labouré en la Capilla de la rue du Bac en París, cuya proyección en la Iglesia se reflejó a través de la Medalla Milagrosa; Asimismo la aparición de alcance apocalíptico de La Salette, Francia, (1846); la famosísima aparición de la Virgen de Lourdes (1858); la de Nuestra Señora de Pontmain, Francia (1871); la de Fátima, Portugal (1917); la de Beauring, Bélgica (1932); y la Virgen de los Pobres en Banneux, cerca de Lieja, Bélgica (1933), y otras muchas manifestaciones marianas que se han incrementado a partir de la segunda mitad de este siglo XX.
Su Importancia
La importancia histórica de estas apariciones en la vida de la Iglesia, especialmente en el presente movimiento mariano, salta a la vista; los que asisten a estas manifestaciones reciben un fuerte impulso de fe y de espiritualidad: su vida cambia profundamente hacia Dios en una honda conversión interior. Personas que no rezaban nunca, rezan ahora diariamente el Santo Rosario. Quienes no iban a la Iglesia ahora lo hacen regularmente: frecuentan los sacramentos de la Confesión y la Eucaristía. Las apariciones les han producido, en una palabra, una renovación de vida cristiana y mueven a una austeridad evangélica, señal inequívoca de que la mano de nuestro Señor está ahí presente y que la providencia divina se vale de María Santísima para rescatar a las almas del mundo del pecado y de las tinieblas.
Naturaleza
En el lenguaje teológico, entendemos como aparición toda manifestación sensible de un ser, cuya presencia, en las circunstancias en que se produce, es material y científicamente inexplicable. Por su parte, hay que distinguir entre aparición y visión, ya que la aparición supone la existencia real del objeto percibido; la visión no la implica necesariamente, ya que se puede presentar interiormente, ya sea por los sentidos o la inteligencia.
Ahora bien, las apariciones marianas son aquellas manifestaciones sensibles en las que la Santísima Virgen se muestra visiblemente a uno o varios videntes y les comunica algún deseo de parte de Dios en orden al bien espiritual de las almas.
Es indudable que las apariciones no sólo no están excluidas del pensamiento bíblico, sino que juegan un papel importantísimo en el curso de la historia de la salvación. Las apariciones, pues, tienen su propio fundamento en la Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento y cuya realidad atestigua la historia como acontecimientos sólidamente comprobados. Además, pretender negar el hecho de las apariciones, es negarle a Dios mismo el derecho de manifestarse a quien quiera y al momento que sea, y de este modo iluminar a sus siervos para consolarlos y dirigirlos, produciendo así el fruto de bendición para toda la Iglesia.
Revelaciones Privadas
Hay que distinguir entre la llamada revelación oficial pública de la Iglesia, que está contenida en lo que se conoce como el depósito de la fe, es decir, en las Sagradas Escrituras y en la Tradición de los Apóstoles, y las revelaciones privadas posteriores que en estricto sentido ya no pueden aportar ninguna nueva verdad que se imponga a la fe de la Iglesia. De tal forma, que las únicas comunicaciones sobrenaturales que hay obligación de creer como revelación auténticamente divina, son las que presenta la Iglesia en las llamadas Fuentes de la Revelación: Sagrada Escritura, Tradición Apostólica y Magisterio de la Iglesia. Dios nuestro Señor ya nos ha transmitido, por medio de dicha revelación, todo lo que tenía que comunicar para que le conociéramos y le amáramos en esta vida y pudiéramos alcanzar la salvación en la otra vida. En suma, la Revelación ha llegado a su plenitud con Jesucristo; Él mismo es la Revelación. Jesucristo ha cumplido plenamente su función salvadora y maestra, consumando en la cruz la obra que el Padre le había encomendado y nadie ni nada pueden completar su obra de salvación con un nuevo magisterio ni con una nueva redención.
No obstante lo anterior, la Iglesia reconoce la posibilidad de que Dios hable todavía directamente a algunas almas y las instruya al bien, ya particular o colectivamente; no con la finalidad de revelar un hecho hasta entonces desconocido, sino para recordar algo un tanto olvidado, o no explícitamente deducido, o no puesto tan de relieve como lo exige el provecho espiritual de las almas. Y la Iglesia lejos de negar esa posibilidad de comunicación, supone que de hecho se está dando hoy en día a través del estudio de diversas apariciones de la Santísima Virgen y que caen dentro del rubro de revelaciones privadas.
Sobre este tema, el Cardenal J. Ratzinger, Ex Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en entrevista que le concedió al periodista italiano Vittorio Messori, declaró lo siguiente:
“Pero no podemos ciertamente impedir que Dios hable a nuestro tiempo a través de personas sencillas y valiéndose de signos extraordinarios que denuncian la insuficiencia de las culturas que nos dominan, contaminadas de racionalismo y de positivismo. Las apariciones que la Iglesia ha aprobado oficialmente ocupan un lugar preciso en el desarrollo de la vida de la Iglesia en el último siglo. Muestra, entre otras cosas, que la revelación - aun siendo única, plena, por consiguiente, insuperable - no es algo muerto; es viva y vital. Por otra parte, uno de los signos de nuestro tiempo es que las noticias sobre “apariciones marianas” se están multiplicando en el mundo. A nuestra sección disciplinar llegan informes de África, por ejemplo, y de otros continentes.” (Informe Sobre la Fe. Bac Popular, Madrid, 1985).
En los Santos Padres y en la historia de la Iglesia es constante la opinión de que existen tales revelaciones privadas. Teólogos las han reconocido unánimemente; los sumos pontífices en diferentes documentos han mencionado o enseñado el hecho de estas apariciones y revelaciones. Así por ejemplo, el Papa Juan XXII menciona la aparición a San Simón Stock (1251) sobre el escapulario carmelita y el privilegio sabatino. Los Papas Benedicto XV y Pío XI reconocieron las apariciones del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque. El Papa Pío XII habló de las apariciones de la Medalla Milagrosa a Santa Catalina Labouré en la homilía de su canonización y la de Lourdes a Santa Bernardita, en la Encíclica “Fulgens Corona” de 1953. Asimismo, no raras ocasiones, las apariciones han sido el origen de la institución de algunas festividades litúrgicas, como la fiesta de Corpus Christi con motivo de las revelaciones a Santa Juliana de Cornillón. La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, según las revelaciones a Santa Margarita María Alacoque; y más recientemente, la fiesta de la Divina Misericordia, y cuya festividad se celebra el domingo siguiente al de resurrección, según las revelaciones a la Polaca santa Faustina Kowalska, por mencionar sólo algunas.
Asentimiento
De acuerdo con la enseñanza al magisterio de la Iglesia, las revelaciones privadas no tienen el mismo carácter que la revelación pública que ya terminó con el último apóstol, y por tanto no sirven ni pueden servir de fundamento a la fe católica. Sin embargo, San Agustín dice “que aunque a las revelaciones privadas no se les pueda dar asentimiento de la fe católica, no obstante, una vez estudiadas, se deben creer con fe humana.”
Por su parte, San Pablo nos dice: “No apaguéis el espíritu. No despreciéis las profecías. Probadlo todo y quedaos con lo bueno.” (I Tes 5, 19-21). Esa idea es concretada posteriormente por el futuro Papa Benedicto XIV en su tratado sobre “Las Beatificaciones y Canonizaciones de los Santos” (II, 32, 9):
“Aprobadas las revelaciones- dice – aunque no se les deba ni pueda dar asentimiento de fe Católica, no obstante se les debe dar asentimiento de fe humana, según las reglas de la prudencia, una vez que tales revelaciones son probables y piadosamente creíbles”.
Las apariciones marianas han sido un saludable recordatorio de Dios a vivir la vida evangélica de oración y penitencia, principalmente en estos tiempos difíciles en que el obstinado rechazo a Dios por parte de las almas se ha hecho costumbre. El mensaje de María Santísima es una invitación maternal y apremiante a la conversión de vida, a dejar decididamente todo aquello que nos aparte del camino de la salvación eterna, es decir, del pecado. Digámoslo claramente, lo principal y esencial de toda aparición, no son, por tanto, ni los videntes, ni los seguidores, ni las manifestaciones en sí de tipo sobrenaturales; lo verdaderamente importante es el mensaje de salvación, de arrepentimiento, de volver a la senda de la cruz, de los sacramentos, de la oración humilde y contrita, del amor a Dios, que hoy por desgracia está sumamente olvidado en las almas, y que por esta misma indiferencia a las cosas de Dios muchos miles se condenan diariamente en el fuego eterno.
Criterios de Discernimiento
¿Y cuáles son los criterios de discernimiento que la Iglesia toma en consideración con respecto a las apariciones y revelaciones privadas? Podemos decir que los criterios son los siguientes:
1. Concordancia con la doctrina de la fe tradicional de la Iglesia Católica, tal como se ha desarrollado a través de los siglos y ha sido expuesta por ella.
2. Concordancia con las normas morales de la misma Iglesia.
3. Existencia de signos objetivamente comprobables y comprobados que confirmen las afirmaciones hechas por los videntes o las personas favorecidas con la manifestación supuestamente sobrenatural. Para la misma canonización de los santos, aunque se haya demostrado la heroicidad de las virtudes de la persona que se trate, se requiere la presencia de milagros que confirmen la santidad de la persona.
4. Esta comprobación en cuanto sea posible debe ser científicamente demostrada, por ejemplo, con las curaciones milagrosas de Lourdes.
5. Existencia de frutos sobrenaturales, conversiones, vida de oración, frecuencia de sacramentos, especialmente de la penitencia y de la Eucaristía; cambios de vida que sean permanentes y que no sean meramente frutos de un emocionalismo, fantasía o fanatismos pasajeros.
6. Obediencia a la autoridad de la Iglesia, especialmente al magisterio; sobre todo, obediencia al Papa, su enseñanza, y a su persona como vicario de Cristo.
Rechazo actual a Revelaciones y Apariciones
No obstante todo lo que hemos venido mencionando, hoy existe un rechazo sistemático a todo lo que huela a revelación privada, aparición mariana, mensajes, visiones, profecías, etc. y constantemente se hacen varias objeciones a las mismas: Se afirma que siempre repiten lo mismo; que no son necesarias para la salvación: que basta el Evangelio y que tenemos ya suficientemente con las enseñanzas de la Iglesia; que ¿para qué más?; que la Iglesia no las ha aprobado y por tanto no se deben difundir; que no son de Dios, puesto que hablan mal de los sacerdotes, obispos y cardenales y que la Virgen Santísima no puede hablar así de ellos. Se dice que son catastrofistas y tremendistas y que Dios no puede hablar así pues Él es amor y misericordia; que no vienen de Dios porque causan inquietud y no la paz que debieran dejar en el alma; que entre las apariciones hay mucha confusión con falsas profecías; y hay otros que gratuitamente las niegan y atribuyen este fenómeno a una consecuencia del fin e inicio del nuevo milenio, pero que no tienen ninguna base, que no son ciertas.
A todas estas objeciones hay una respuesta contundente. En primer lugar, encontramos repeticiones en muchos mensajes de hoy: la razón la da nuestro Señor mismo y la Santísima Virgen en muchas de sus manifestaciones: hasta que la humanidad no comprenda, hasta que los hombres no cambien y entren por los caminos de Dios, Él insistirá en llamarnos la atención sobre ello. Es tanta la dureza de corazón entre los hombres de hoy, que es al mismo tiempo la causa de la necesidad de repetir muchas veces el mismo llamado, la misma urgente advertencia de Dios al hombre.
Además de lo anterior, el Señor no dice nada sustancialmente diferente del Evangelio, pues si hubiera otra Evangelio distinto al que tenemos, sería anatema (Gal 1, . Los mensajes son un recordar de lo que Él ya nos ha dicho (Jn 14, 26), es decir, llevarnos a la plenitud de la verdad, convencer al mundo de su pecado. El Señor viene, pues, a recordar sus palabras, su llamado, su único Evangelio; y viene a repetirnos una y mil veces la verdad siempre antigua y siempre nueva, hasta que la comprendamos, pero por encima de todo, hasta que la vivamos. Y es verdad que el hombre de hoy se empeña en hacer oídos sordos al mensaje del cielo.
Es increíble que hoy en día los hombres presten más atención a las vanidades del mundo, a escándalos diversos de las personalidades de la farándula; a los best sellers musicales, literarios o cinematográficos - muchas veces tergiversando la verdad de Cristo; o a un espectáculo deportivo como pueden ser los Juegos Olímpicos o un Campeonato Mundial de Fútbol, que al mensaje de Dios que por medio de su Madre Santísima, nuestra madre, nos urge a un cambio de vida del negocio más importante que tenemos en nuestras manos y que es la salvación eterna de nuestra alma. No cabe duda que el demonio o Satanás, que existe, ha sabido confundir a los hombres de este tiempo para distraerlos en las vanidades del mundo, la fama, el poder, el dinero, el placer, alejándolos total y absolutamente de su primera obligación que es buscar el Reino de Dios y su justicia, que es buscar el ser santos. Pero es una realidad que el mundo sigue su alucinante trayectoria hacia un abismo del que no hay vuelta atrás, y que se ha vuelto sordo y ciego a la voz del Todopoderoso.
Ahora bien, si bien es cierto que hay una constante llamada a la conversión y hay una reiteración de su mismo mensaje, que es el cambio de vida y la santidad que Dios espera de nosotros, también es cierto que Dios nunca repite; su mensaje siempre es nuevo, cada manifestación es única e irrepetible, aunque toda manifestación de Dios tiene un mismo propósito general, cada aparición tiene un propósito específico distinto. Así, la austeridad de Fátima nunca será el encanto de Lourdes, ni la sencillez de la rue du Bac será el Apocalipsis de La Salette; lo eucarístico y sacerdotal de Garabandal no se asemeja al llamado de paz y de amor de Medjugorie. Y en el mismo sentido San Francisco de Asís no es San Ignacio de Loyola, ni las intuiciones de San Agustín son la estructura de Santo Tomás de Aquino; Vassula no es el Padre Gobbi, la Madre Teresa no es Maximiliano Kolbe. Santo Padre Pío se diferencia mucho de San Josemaría Escrivá. Cada uno pues representa un aspecto distinto, una gracia, un carisma, una riqueza de Cristo, una faceta del Evangelio. Cada aparición de la Virgen, cada profeta actual, tiene su gracia propia, su nota específica, su riqueza única. Dios no hace nada en serie; cada obra, cada persona, cada mensaje es irrepetible. Al leerlos nos damos cuenta de que cada página es única.
Las apariciones marianas aunque no son necesarias, resultan ser muy convenientes en un tiempo donde se ha olvidado el amor de Dios y se han olvidado verdades fundamentales de la fe. Por tanto, perseguir las apariciones, apagar los mensajeros de Dios, como hoy hace lamentablemente un gran sector de la Iglesia es pecar contra el Espíritu Santo y sus obras providenciales. Pretender que Dios se esconda en el silencio, esté mudo, no hable, no haga nada en un mundo que se precipita en el abismo, es desconocer absolutamente el gran amor de Dios que tiene por los hombres, que hace todo, aún lo más extraordinario para salvarnos; y si es preciso que mande a su Madre, nuestra madre María Santísima, a cada hogar, a cada familia, para recordarnos la necesidad urgente de la conversión y vivir en estos tiempos una vida de santidad, lo hará sin dudar. Así pues, quienes afirman que no son necesarias, no se dan cuenta de la profunda oscuridad en que está el mundo sumergido respecto a las cosas de Dios y de su salvación.
Se cuestiona muchas veces el hecho de que la Iglesia no ha aprobado una aparición y por tanto no se puede dar a conocer. Sin embargo, es preciso aclarar este hecho. Por lo que se refiere a los fieles laicos o seglares, es decir, que no pertenecen a ninguna orden religiosa, ellos deben obediencia a la Iglesia en comunión con el Obispo de Roma, pero esta obediencia se circunscribe a la fe y a las disposiciones disciplinarias que legítimamente mande la propia Iglesia. Por tanto, si existen supuestas apariciones marianas y sus mensajes nos recuerdan las enseñanzas del Evangelio, los laicos estamos en todo nuestro derecho de difundir tales mensajes, con tal de que existan dos condiciones:
1. Que sea bajo nuestra propia responsabilidad y sin pretender adelantarnos al juicio de la Iglesia.;
2. Que una vez que Roma se pronuncie al respecto, sea imperativo obedecer a dicho pronunciamiento.
El legítimo derecho que tenemos los seglares de difundir los mensajes marianos, no es con la finalidad de probar la veracidad de las mismas – cuya competencia queda reservada a la autoridad eclesiástica correspondiente – sino con el objeto de transmitir el mensaje de la salvación eterna, que como ya hemos insistido, hoy en día por desgracia se encuentra muy olvidado.
Por lo que se refiere a sacerdotes y religiosos, en principio no debieran promover directamente apariciones que aún no hayan sido reconocidas por la Iglesia; esto con el objeto de evitar confusión entre los mismos fieles. Sin embargo, debe quedar claro que los pastores de la Iglesia, sean sacerdotes u obispos, tienen el deber de insistir – con o sin apariciones – en la necesidad de la conversión y lucha por la santidad personal, sobre todo en este tiempo de terrible confusión y angustia espiritual, y que en esencia es lo que la Santísima Virgen recuerda en sus múltiples apariciones.
Por cuanto a que el mensaje de María Santísima denuncia la mala vida de sacerdotes, obispos y cardenales, y en cuanto a la objeción que Ella, como Madre, no puede hablar así, sería conveniente recordar un sinnúmero de pasajes de la Sagrada Escritura donde el Señor Dios llama la atención sobre la vida de santidad y celo apostólico que deben llevar, principalmente, los pastores que guían a las ovejas. Así, por ejemplo, Jeremías dice
: “Es que han sido torpes los pastores y no han buscado a Yahvé; así no obraron cuerdamente, y toda su grey fue dispersada.” (10, 21). “¡Hay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos! – Oráculo de Yahvé – pues así dice Yahvé, el Dios de Israel, tocante a los pastores que apacientan a mi pueblo: vosotros habéis dispersado las ovejas mías, las empujasteis y no las atendisteis. Mirad que voy a pasaros revistas por vuestras malas obras – dice Yahvé” (23, 1).
La Santísima Virgen no sólo menciona en múltiples apariciones que sacerdotes, obispos y cardenales van por el camino de la perdición, y que por su mala vida, su apego al dinero, a los honores y a los placeres, se convierten en aliados del enemigo, y que incluso corren el riesgo de perder sus almas si no se arrepienten y llevan una vida intensa de oración, sacrificio y penitencia; si no que también María como Madre y formadora, menciona que debemos rezar por los sacerdotes, sus hijos predilectos, y ayudarlos pues ellos representan a su Hijo Jesucristo. De tal forma que así como María, con gran dolor en su corazón menciona el deterioro de vida espiritual de los pastores del rebaño, de la misma manera y preocupación señala la necesidad de estar unidos a ellos, de rezar por ellos y ayudarlos para que puedan cumplir fielmente el encargo y la vocación excelsa de su sacerdocio.
También se llega a objetar en cuanto a los mensajes de la Santísima Virgen que están llenos de un contenido apocalíptico y tremendista, y que esto no coincide con la Misericordia infinita de Dios que por esencia es Amor. A este respecto conviene recordar que efectivamente Dios es infinitamente misericordioso y quiere que todos los hombres se salven; pero Dios también es infinitamente Justo y dará a cada uno según sus obras. Es decir, que la Misericordia y la Justicia son un mismo y un solo atributo de Dios.
Los mensajes de María Santísima no son tremendistas sino reales y objetivos acorde con la realidad actual en que vive el hombre de hoy, la cual sí es tremenda, con tanta ignorancia religiosa, relajación de costumbres, abuso de la misericordia de Dios, oscurecimiento de la fe y pérdida de la conciencia de pecado. En esta confusión, las almas se precipitan al infierno eterno sin que nadie haya rezado por ellas. Hoy en día existe una profunda indiferencia a las cosas de Dios, y lo que es más grave, la desorientación diabólica que invade al mundo. Todo esto lo sabe la Virgen Santísima y como Madre de todos los hombres nos advierte sobre las consecuencias de nuestros actos si no volvemos con urgencia al amor de Dios nuestro Señor.
Además de lo anterior, la Virgen no viene a amenazar a nadie, sino a advertirnos que cambiemos de vida. Cuando un mal físico o moral nos acecha a nuestra vida y alguien nos lo dice, no es que nos quiera asustar, sino por el contrario, por el amor que nos tiene, nos lo comunica para que lo evitemos. Por tanto, más amor es anunciar a los hombres un hecho insuprimible para que estemos preparados y nos libremos de él, que tratar de ignorarlo o tergiversarlo o suavizarlo como hoy en día hacen ciertos sectores religiosos.
Finalmente, hay momentos y circunstancias, como las actuales, en que el Santo Temor de Dios – como don del Espíritu Santo – puede ser un excelente medio de conversión, puesto que el Temor de Dios es el principio de la sabiduría, de la salud y de la virtud de los pecadores. Además de esto, la conducta del hombre de hoy, como ya hemos dicho, evidencia que ha llegado al extremo de burlarse de la Misericordia de Dios. Nunca como ahora se ha perdido el sentido del pecado y la indiferencia religiosa ha suscitado una incomprensión del Honor, Majestad y Poder que a Dios le es debido. Así pues, para muchos que están alejados de Dios, el Santo Temor de Dios puede ser el inicio de la conversión y el comienzo del verdadero amor.
Por lo que se refiere a que hay confusión en sus mensajes y que existen profecías que no se han cumplido, conviene mencionar siempre, que donde Dios actúa el Diablo estará rondando para destruir y confundir las obras de Dios. Es decir, muchas ocasiones ha sucedido que Dios se manifiesta a los hombres y fruto de esa presencia las conversiones se hacen presentes y el cambio de vida es inmediato y notable; pero, por una serie de razones, como puede ser falta de dirección espiritual del vidente o falta de atención pastoral de los obispos, o por culpa de los seguidores de una determinada aparición, o por falta de correspondencia a la gracia del propio vidente, lo que empieza bien, termina por acabar mal; y donde Dios se hizo presente a través de una aparición de su Santísima Madre, termina siendo oscurecida por la presencia del príncipe de este mundo, Satanás, que también tiene el poder de revestirse como ángel de luz para confundir, e incluso inspirar mensajes llenos de confusión con parte de verdad y de mentira. Esto ha traído un descrédito en el tema de las apariciones que a muchos les lleva a no tomarlas en cuenta, y así surgen libros y falsos videntes que confunden lo verdadero con lo falso, lo místico con lo esotérico, la gracia divina con la vibración cósmica, los ángeles buenos con los ángeles malos, el karma con la libertad del hombre, el Espíritu Santo con la energía universal, etc.
De tal forma, que si bien es cierto existen apariciones auténticas de la Santísima Virgen María y que están identificadas por sus frutos de conversión permanentes, por sus signos sobrenaturales, por los milagros que existen, por su coincidencia con la fe y con el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo; no es menos cierto que también existen falsas apariciones que pretenden desvirtuar lo auténtico, pero que no es sino consecuencia de la convivencia del trigo y la cizaña y de la obra del Diablo para remedar la obra de Dios, y desvirtuar la acción santificadora del Espíritu Santo. Por eso es conveniente pedir don de discernimiento de espíritus para poder descubrir el mensaje verdadero de Dios.
En conclusión, hoy existe un relajamiento tal para lo divino que por donde quiera se oye hablar de mensajes vanos y superficiales pero que no llevan a la auténtica conversión de vida. Por eso, la señal cierta de que María Santísima está presente, es que en sus mensajes pedirá oración, pedirá penitencia, pedirá sacrificio, con especial atención al ayuno, y particularmente una vida centrada en la Eucaristía.
Propósito de la Apariciones Marianas
Podríamos explicar didácticamente que son cuatro las principales funciones, razones o propósitos de las apariciones de la Santísima Virgen María en el mundo actual.
1. En primer lugar María viene como Madre nuestra para llamar a todos los hombres a una urgente conversión de vida, recordándonos el Evangelio y enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo en tiempos donde el hombre ha perdido el sentido de su vocación como hijo de Dios. En este contexto María Santísima nos señala el camino que debemos de asumir en nuestra vida personal para poder avanzar en un crecimiento espiritual hacia el amor de Dios; para poder cumplir el fin para el cual hemos sido creados. Este llamado tiene carácter de urgente por la gravedad de los tiempos.
2. En segundo lugar María Santísima como Reina de los profetas y Madre del Apocalipsis es decir Madre de la Revelación, viene a poner en relieve profecías que están destinadas a cumplirse en los días de hoy. Particularmente la llegada del fin de los tiempos, y que Ella distingue clara y perfectamente del fin del mundo, como un tiempo breve donde habrá de acentuarse la falta de fe y la apostasía en el mundo y que abrirá la puerta a acontecimientos dolorosos tanto en el orden espiritual como en el físico para el mundo y para la Iglesia; y que nos preparará a la Gran Tribulación anunciada en las Sagradas Escritura y al advenimiento del último y personal Anticristo, así como su derrota frente a la Parusía del Señor.
3. En tercer lugar María Santísima viene como Reina de los Apóstoles a hacer un llamado a hombres y mujeres para que fruto de una vocación divina estén dispuestos a poner a Dios como prioridad de vida, y siendo apóstoles de los últimos tiempos, coadyuven a la labor de María Santísima de aplastar la cabeza de la serpiente - tal y como está profetizado en el libro del Génesis-, y ser parte de una nueva estirpe que sea semilla de las futuras generaciones que poblarán la tierra.
4. La cuarta función de María Santísima sería entonces preparar el advenimiento de su Hijo Jesucristo, ya que María, desde su Concepción Inmaculada ha precedido la venida del Señor. Y el plan providencial de la Santísima Trinidad es que María sea la “Estrella de la Mañana” que preceda al Sol de Justicia; que a través de Ella se haga realidad en la tierra el Reino de Cristo, por el cual pedimos cuando rezamos la oración del Padre Nuestro: “Venga a nosotros tu reino”. |
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Juan de Austria Invitado
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Publicado:
Lun Feb 05, 2007 5:51 pm Asunto:
Tema: ¿Qué opináis respecto de las apariciones marianas? |
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“Pero no podemos ciertamente impedir que Dios hable a nuestro tiempo... Las apariciones que la Iglesia ha aprobado oficialmente ocupan un lugar preciso en el desarrollo de la vida de la Iglesia en el último siglo. Por otra parte, uno de los signos de nuestro tiempo es que la noticia sobre apariciones marianas se está multiplicando en el mundo.”
(Joseph Ratzinger, Ex Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Hoy, Papa Benedicto XVI)
El presente movimiento mariano no se entendería si no se tiene en cuenta el fenómeno absolutamente singular y decisivo de las apariciones de la Santísima Virgen que se han multiplicado de manera extraordinaria en los últimos años. Si bien es cierto que en las épocas remotas de la historia de la Iglesia se hablan de manifestaciones o revelaciones de Nuestra Señora y que han dado origen a ciertas devociones y santuarios (la Virgen del Pilar en Zaragoza; la del Carmen a San Simón Stock con la entrega del escapulario en el año 1251; la de la Merced a San Pedro Nolasco en 1218, etc.), es patente, sin embargo, que en la época moderna, en los últimos 80 años, han adquirido carta de naturalización en la vida del pueblo de Dios. Por su número, trascendencia, difusión e impacto espiritual en las almas, puede decirse que han dado a la piedad mariana en nuestro tiempo un carácter típicamente aparicionista. Se diría que las apariciones son el gran sello o señal que el cielo ha puesto en estos tiempos, y que positivamente han contribuido y consolidado el gran auge mariano en las almas.
Especial atención tienen las apariciones marianas a partir del año de 1830, entre las que se destaca la aparición a Santa Catalina Labouré en la Capilla de la rue du Bac en París, cuya proyección en la Iglesia se reflejó a través de la Medalla Milagrosa; Asimismo la aparición de alcance apocalíptico de La Salette, Francia, (1846); la famosísima aparición de la Virgen de Lourdes (1858); la de Nuestra Señora de Pontmain, Francia (1871); la de Fátima, Portugal (1917); la de Beauring, Bélgica (1932); y la Virgen de los Pobres en Banneux, cerca de Lieja, Bélgica (1933), y otras muchas manifestaciones marianas que se han incrementado a partir de la segunda mitad de este siglo XX.
Su Importancia
La importancia histórica de estas apariciones en la vida de la Iglesia, especialmente en el presente movimiento mariano, salta a la vista; los que asisten a estas manifestaciones reciben un fuerte impulso de fe y de espiritualidad: su vida cambia profundamente hacia Dios en una honda conversión interior. Personas que no rezaban nunca, rezan ahora diariamente el Santo Rosario. Quienes no iban a la Iglesia ahora lo hacen regularmente: frecuentan los sacramentos de la Confesión y la Eucaristía. Las apariciones les han producido, en una palabra, una renovación de vida cristiana y mueven a una austeridad evangélica, señal inequívoca de que la mano de nuestro Señor está ahí presente y que la providencia divina se vale de María Santísima para rescatar a las almas del mundo del pecado y de las tinieblas.
Naturaleza
En el lenguaje teológico, entendemos como aparición toda manifestación sensible de un ser, cuya presencia, en las circunstancias en que se produce, es material y científicamente inexplicable. Por su parte, hay que distinguir entre aparición y visión, ya que la aparición supone la existencia real del objeto percibido; la visión no la implica necesariamente, ya que se puede presentar interiormente, ya sea por los sentidos o la inteligencia.
Ahora bien, las apariciones marianas son aquellas manifestaciones sensibles en las que la Santísima Virgen se muestra visiblemente a uno o varios videntes y les comunica algún deseo de parte de Dios en orden al bien espiritual de las almas.
Es indudable que las apariciones no sólo no están excluidas del pensamiento bíblico, sino que juegan un papel importantísimo en el curso de la historia de la salvación. Las apariciones, pues, tienen su propio fundamento en la Sagrada Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento y cuya realidad atestigua la historia como acontecimientos sólidamente comprobados. Además, pretender negar el hecho de las apariciones, es negarle a Dios mismo el derecho de manifestarse a quien quiera y al momento que sea, y de este modo iluminar a sus siervos para consolarlos y dirigirlos, produciendo así el fruto de bendición para toda la Iglesia.
Revelaciones Privadas
Hay que distinguir entre la llamada revelación oficial pública de la Iglesia, que está contenida en lo que se conoce como el depósito de la fe, es decir, en las Sagradas Escrituras y en la Tradición de los Apóstoles, y las revelaciones privadas posteriores que en estricto sentido ya no pueden aportar ninguna nueva verdad que se imponga a la fe de la Iglesia. De tal forma, que las únicas comunicaciones sobrenaturales que hay obligación de creer como revelación auténticamente divina, son las que presenta la Iglesia en las llamadas Fuentes de la Revelación: Sagrada Escritura, Tradición Apostólica y Magisterio de la Iglesia. Dios nuestro Señor ya nos ha transmitido, por medio de dicha revelación, todo lo que tenía que comunicar para que le conociéramos y le amáramos en esta vida y pudiéramos alcanzar la salvación en la otra vida. En suma, la Revelación ha llegado a su plenitud con Jesucristo; Él mismo es la Revelación. Jesucristo ha cumplido plenamente su función salvadora y maestra, consumando en la cruz la obra que el Padre le había encomendado y nadie ni nada pueden completar su obra de salvación con un nuevo magisterio ni con una nueva redención.
No obstante lo anterior, la Iglesia reconoce la posibilidad de que Dios hable todavía directamente a algunas almas y las instruya al bien, ya particular o colectivamente; no con la finalidad de revelar un hecho hasta entonces desconocido, sino para recordar algo un tanto olvidado, o no explícitamente deducido, o no puesto tan de relieve como lo exige el provecho espiritual de las almas. Y la Iglesia lejos de negar esa posibilidad de comunicación, supone que de hecho se está dando hoy en día a través del estudio de diversas apariciones de la Santísima Virgen y que caen dentro del rubro de revelaciones privadas.
Sobre este tema, el Cardenal J. Ratzinger, Ex Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, en entrevista que le concedió al periodista italiano Vittorio Messori, declaró lo siguiente:
“Pero no podemos ciertamente impedir que Dios hable a nuestro tiempo a través de personas sencillas y valiéndose de signos extraordinarios que denuncian la insuficiencia de las culturas que nos dominan, contaminadas de racionalismo y de positivismo. Las apariciones que la Iglesia ha aprobado oficialmente ocupan un lugar preciso en el desarrollo de la vida de la Iglesia en el último siglo. Muestra, entre otras cosas, que la revelación - aun siendo única, plena, por consiguiente, insuperable - no es algo muerto; es viva y vital. Por otra parte, uno de los signos de nuestro tiempo es que las noticias sobre “apariciones marianas” se están multiplicando en el mundo. A nuestra sección disciplinar llegan informes de África, por ejemplo, y de otros continentes.” (Informe Sobre la Fe. Bac Popular, Madrid, 1985).
En los Santos Padres y en la historia de la Iglesia es constante la opinión de que existen tales revelaciones privadas. Teólogos las han reconocido unánimemente; los sumos pontífices en diferentes documentos han mencionado o enseñado el hecho de estas apariciones y revelaciones. Así por ejemplo, el Papa Juan XXII menciona la aparición a San Simón Stock (1251) sobre el escapulario carmelita y el privilegio sabatino. Los Papas Benedicto XV y Pío XI reconocieron las apariciones del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque. El Papa Pío XII habló de las apariciones de la Medalla Milagrosa a Santa Catalina Labouré en la homilía de su canonización y la de Lourdes a Santa Bernardita, en la Encíclica “Fulgens Corona” de 1953. Asimismo, no raras ocasiones, las apariciones han sido el origen de la institución de algunas festividades litúrgicas, como la fiesta de Corpus Christi con motivo de las revelaciones a Santa Juliana de Cornillón. La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, según las revelaciones a Santa Margarita María Alacoque; y más recientemente, la fiesta de la Divina Misericordia, y cuya festividad se celebra el domingo siguiente al de resurrección, según las revelaciones a la Polaca santa Faustina Kowalska, por mencionar sólo algunas.
Asentimiento
De acuerdo con la enseñanza al magisterio de la Iglesia, las revelaciones privadas no tienen el mismo carácter que la revelación pública que ya terminó con el último apóstol, y por tanto no sirven ni pueden servir de fundamento a la fe católica. Sin embargo, San Agustín dice “que aunque a las revelaciones privadas no se les pueda dar asentimiento de la fe católica, no obstante, una vez estudiadas, se deben creer con fe humana.”
Por su parte, San Pablo nos dice: “No apaguéis el espíritu. No despreciéis las profecías. Probadlo todo y quedaos con lo bueno.” (I Tes 5, 19-21). Esa idea es concretada posteriormente por el futuro Papa Benedicto XIV en su tratado sobre “Las Beatificaciones y Canonizaciones de los Santos” (II, 32, 9):
“Aprobadas las revelaciones- dice – aunque no se les deba ni pueda dar asentimiento de fe Católica, no obstante se les debe dar asentimiento de fe humana, según las reglas de la prudencia, una vez que tales revelaciones son probables y piadosamente creíbles”.
Las apariciones marianas han sido un saludable recordatorio de Dios a vivir la vida evangélica de oración y penitencia, principalmente en estos tiempos difíciles en que el obstinado rechazo a Dios por parte de las almas se ha hecho costumbre. El mensaje de María Santísima es una invitación maternal y apremiante a la conversión de vida, a dejar decididamente todo aquello que nos aparte del camino de la salvación eterna, es decir, del pecado. Digámoslo claramente, lo principal y esencial de toda aparición, no son, por tanto, ni los videntes, ni los seguidores, ni las manifestaciones en sí de tipo sobrenaturales; lo verdaderamente importante es el mensaje de salvación, de arrepentimiento, de volver a la senda de la cruz, de los sacramentos, de la oración humilde y contrita, del amor a Dios, que hoy por desgracia está sumamente olvidado en las almas, y que por esta misma indiferencia a las cosas de Dios muchos miles se condenan diariamente en el fuego eterno.
Criterios de Discernimiento
¿Y cuáles son los criterios de discernimiento que la Iglesia toma en consideración con respecto a las apariciones y revelaciones privadas? Podemos decir que los criterios son los siguientes:
1. Concordancia con la doctrina de la fe tradicional de la Iglesia Católica, tal como se ha desarrollado a través de los siglos y ha sido expuesta por ella.
2. Concordancia con las normas morales de la misma Iglesia.
3. Existencia de signos objetivamente comprobables y comprobados que confirmen las afirmaciones hechas por los videntes o las personas favorecidas con la manifestación supuestamente sobrenatural. Para la misma canonización de los santos, aunque se haya demostrado la heroicidad de las virtudes de la persona que se trate, se requiere la presencia de milagros que confirmen la santidad de la persona.
4. Esta comprobación en cuanto sea posible debe ser científicamente demostrada, por ejemplo, con las curaciones milagrosas de Lourdes.
5. Existencia de frutos sobrenaturales, conversiones, vida de oración, frecuencia de sacramentos, especialmente de la penitencia y de la Eucaristía; cambios de vida que sean permanentes y que no sean meramente frutos de un emocionalismo, fantasía o fanatismos pasajeros.
6. Obediencia a la autoridad de la Iglesia, especialmente al magisterio; sobre todo, obediencia al Papa, su enseñanza, y a su persona como vicario de Cristo.
Rechazo actual a Revelaciones y Apariciones
No obstante todo lo que hemos venido mencionando, hoy existe un rechazo sistemático a todo lo que huela a revelación privada, aparición mariana, mensajes, visiones, profecías, etc. y constantemente se hacen varias objeciones a las mismas: Se afirma que siempre repiten lo mismo; que no son necesarias para la salvación: que basta el Evangelio y que tenemos ya suficientemente con las enseñanzas de la Iglesia; que ¿para qué más?; que la Iglesia no las ha aprobado y por tanto no se deben difundir; que no son de Dios, puesto que hablan mal de los sacerdotes, obispos y cardenales y que la Virgen Santísima no puede hablar así de ellos. Se dice que son catastrofistas y tremendistas y que Dios no puede hablar así pues Él es amor y misericordia; que no vienen de Dios porque causan inquietud y no la paz que debieran dejar en el alma; que entre las apariciones hay mucha confusión con falsas profecías; y hay otros que gratuitamente las niegan y atribuyen este fenómeno a una consecuencia del fin e inicio del nuevo milenio, pero que no tienen ninguna base, que no son ciertas.
A todas estas objeciones hay una respuesta contundente. En primer lugar, encontramos repeticiones en muchos mensajes de hoy: la razón la da nuestro Señor mismo y la Santísima Virgen en muchas de sus manifestaciones: hasta que la humanidad no comprenda, hasta que los hombres no cambien y entren por los caminos de Dios, Él insistirá en llamarnos la atención sobre ello. Es tanta la dureza de corazón entre los hombres de hoy, que es al mismo tiempo la causa de la necesidad de repetir muchas veces el mismo llamado, la misma urgente advertencia de Dios al hombre.
Además de lo anterior, el Señor no dice nada sustancialmente diferente del Evangelio, pues si hubiera otra Evangelio distinto al que tenemos, sería anatema (Gal 1, . Los mensajes son un recordar de lo que Él ya nos ha dicho (Jn 14, 26), es decir, llevarnos a la plenitud de la verdad, convencer al mundo de su pecado. El Señor viene, pues, a recordar sus palabras, su llamado, su único Evangelio; y viene a repetirnos una y mil veces la verdad siempre antigua y siempre nueva, hasta que la comprendamos, pero por encima de todo, hasta que la vivamos. Y es verdad que el hombre de hoy se empeña en hacer oídos sordos al mensaje del cielo.
Es increíble que hoy en día los hombres presten más atención a las vanidades del mundo, a escándalos diversos de las personalidades de la farándula; a los best sellers musicales, literarios o cinematográficos - muchas veces tergiversando la verdad de Cristo; o a un espectáculo deportivo como pueden ser los Juegos Olímpicos o un Campeonato Mundial de Fútbol, que al mensaje de Dios que por medio de su Madre Santísima, nuestra madre, nos urge a un cambio de vida del negocio más importante que tenemos en nuestras manos y que es la salvación eterna de nuestra alma. No cabe duda que el demonio o Satanás, que existe, ha sabido confundir a los hombres de este tiempo para distraerlos en las vanidades del mundo, la fama, el poder, el dinero, el placer, alejándolos total y absolutamente de su primera obligación que es buscar el Reino de Dios y su justicia, que es buscar el ser santos. Pero es una realidad que el mundo sigue su alucinante trayectoria hacia un abismo del que no hay vuelta atrás, y que se ha vuelto sordo y ciego a la voz del Todopoderoso.
Ahora bien, si bien es cierto que hay una constante llamada a la conversión y hay una reiteración de su mismo mensaje, que es el cambio de vida y la santidad que Dios espera de nosotros, también es cierto que Dios nunca repite; su mensaje siempre es nuevo, cada manifestación es única e irrepetible, aunque toda manifestación de Dios tiene un mismo propósito general, cada aparición tiene un propósito específico distinto. Así, la austeridad de Fátima nunca será el encanto de Lourdes, ni la sencillez de la rue du Bac será el Apocalipsis de La Salette; lo eucarístico y sacerdotal de Garabandal no se asemeja al llamado de paz y de amor de Medjugorie. Y en el mismo sentido San Francisco de Asís no es San Ignacio de Loyola, ni las intuiciones de San Agustín son la estructura de Santo Tomás de Aquino; Vassula no es el Padre Gobbi, la Madre Teresa no es Maximiliano Kolbe. Santo Padre Pío se diferencia mucho de San Josemaría Escrivá. Cada uno pues representa un aspecto distinto, una gracia, un carisma, una riqueza de Cristo, una faceta del Evangelio. Cada aparición de la Virgen, cada profeta actual, tiene su gracia propia, su nota específica, su riqueza única. Dios no hace nada en serie; cada obra, cada persona, cada mensaje es irrepetible. Al leerlos nos damos cuenta de que cada página es única.
Las apariciones marianas aunque no son necesarias, resultan ser muy convenientes en un tiempo donde se ha olvidado el amor de Dios y se han olvidado verdades fundamentales de la fe. Por tanto, perseguir las apariciones, apagar los mensajeros de Dios, como hoy hace lamentablemente un gran sector de la Iglesia es pecar contra el Espíritu Santo y sus obras providenciales. Pretender que Dios se esconda en el silencio, esté mudo, no hable, no haga nada en un mundo que se precipita en el abismo, es desconocer absolutamente el gran amor de Dios que tiene por los hombres, que hace todo, aún lo más extraordinario para salvarnos; y si es preciso que mande a su Madre, nuestra madre María Santísima, a cada hogar, a cada familia, para recordarnos la necesidad urgente de la conversión y vivir en estos tiempos una vida de santidad, lo hará sin dudar. Así pues, quienes afirman que no son necesarias, no se dan cuenta de la profunda oscuridad en que está el mundo sumergido respecto a las cosas de Dios y de su salvación.
Se cuestiona muchas veces el hecho de que la Iglesia no ha aprobado una aparición y por tanto no se puede dar a conocer. Sin embargo, es preciso aclarar este hecho. Por lo que se refiere a los fieles laicos o seglares, es decir, que no pertenecen a ninguna orden religiosa, ellos deben obediencia a la Iglesia en comunión con el Obispo de Roma, pero esta obediencia se circunscribe a la fe y a las disposiciones disciplinarias que legítimamente mande la propia Iglesia. Por tanto, si existen supuestas apariciones marianas y sus mensajes nos recuerdan las enseñanzas del Evangelio, los laicos estamos en todo nuestro derecho de difundir tales mensajes, con tal de que existan dos condiciones:
1. Que sea bajo nuestra propia responsabilidad y sin pretender adelantarnos al juicio de la Iglesia.;
2. Que una vez que Roma se pronuncie al respecto, sea imperativo obedecer a dicho pronunciamiento.
El legítimo derecho que tenemos los seglares de difundir los mensajes marianos, no es con la finalidad de probar la veracidad de las mismas – cuya competencia queda reservada a la autoridad eclesiástica correspondiente – sino con el objeto de transmitir el mensaje de la salvación eterna, que como ya hemos insistido, hoy en día por desgracia se encuentra muy olvidado.
Por lo que se refiere a sacerdotes y religiosos, en principio no debieran promover directamente apariciones que aún no hayan sido reconocidas por la Iglesia; esto con el objeto de evitar confusión entre los mismos fieles. Sin embargo, debe quedar claro que los pastores de la Iglesia, sean sacerdotes u obispos, tienen el deber de insistir – con o sin apariciones – en la necesidad de la conversión y lucha por la santidad personal, sobre todo en este tiempo de terrible confusión y angustia espiritual, y que en esencia es lo que la Santísima Virgen recuerda en sus múltiples apariciones.
Por cuanto a que el mensaje de María Santísima denuncia la mala vida de sacerdotes, obispos y cardenales, y en cuanto a la objeción que Ella, como Madre, no puede hablar así, sería conveniente recordar un sinnúmero de pasajes de la Sagrada Escritura donde el Señor Dios llama la atención sobre la vida de santidad y celo apostólico que deben llevar, principalmente, los pastores que guían a las ovejas. Así, por ejemplo, Jeremías dice
: “Es que han sido torpes los pastores y no han buscado a Yahvé; así no obraron cuerdamente, y toda su grey fue dispersada.” (10, 21). “¡Hay de los pastores que dejan perderse y desparramarse las ovejas de mis pastos! – Oráculo de Yahvé – pues así dice Yahvé, el Dios de Israel, tocante a los pastores que apacientan a mi pueblo: vosotros habéis dispersado las ovejas mías, las empujasteis y no las atendisteis. Mirad que voy a pasaros revistas por vuestras malas obras – dice Yahvé” (23, 1).
La Santísima Virgen no sólo menciona en múltiples apariciones que sacerdotes, obispos y cardenales van por el camino de la perdición, y que por su mala vida, su apego al dinero, a los honores y a los placeres, se convierten en aliados del enemigo, y que incluso corren el riesgo de perder sus almas si no se arrepienten y llevan una vida intensa de oración, sacrificio y penitencia; si no que también María como Madre y formadora, menciona que debemos rezar por los sacerdotes, sus hijos predilectos, y ayudarlos pues ellos representan a su Hijo Jesucristo. De tal forma que así como María, con gran dolor en su corazón menciona el deterioro de vida espiritual de los pastores del rebaño, de la misma manera y preocupación señala la necesidad de estar unidos a ellos, de rezar por ellos y ayudarlos para que puedan cumplir fielmente el encargo y la vocación excelsa de su sacerdocio.
También se llega a objetar en cuanto a los mensajes de la Santísima Virgen que están llenos de un contenido apocalíptico y tremendista, y que esto no coincide con la Misericordia infinita de Dios que por esencia es Amor. A este respecto conviene recordar que efectivamente Dios es infinitamente misericordioso y quiere que todos los hombres se salven; pero Dios también es infinitamente Justo y dará a cada uno según sus obras. Es decir, que la Misericordia y la Justicia son un mismo y un solo atributo de Dios.
Los mensajes de María Santísima no son tremendistas sino reales y objetivos acorde con la realidad actual en que vive el hombre de hoy, la cual sí es tremenda, con tanta ignorancia religiosa, relajación de costumbres, abuso de la misericordia de Dios, oscurecimiento de la fe y pérdida de la conciencia de pecado. En esta confusión, las almas se precipitan al infierno eterno sin que nadie haya rezado por ellas. Hoy en día existe una profunda indiferencia a las cosas de Dios, y lo que es más grave, la desorientación diabólica que invade al mundo. Todo esto lo sabe la Virgen Santísima y como Madre de todos los hombres nos advierte sobre las consecuencias de nuestros actos si no volvemos con urgencia al amor de Dios nuestro Señor.
Además de lo anterior, la Virgen no viene a amenazar a nadie, sino a advertirnos que cambiemos de vida. Cuando un mal físico o moral nos acecha a nuestra vida y alguien nos lo dice, no es que nos quiera asustar, sino por el contrario, por el amor que nos tiene, nos lo comunica para que lo evitemos. Por tanto, más amor es anunciar a los hombres un hecho insuprimible para que estemos preparados y nos libremos de él, que tratar de ignorarlo o tergiversarlo o suavizarlo como hoy en día hacen ciertos sectores religiosos.
Finalmente, hay momentos y circunstancias, como las actuales, en que el Santo Temor de Dios – como don del Espíritu Santo – puede ser un excelente medio de conversión, puesto que el Temor de Dios es el principio de la sabiduría, de la salud y de la virtud de los pecadores. Además de esto, la conducta del hombre de hoy, como ya hemos dicho, evidencia que ha llegado al extremo de burlarse de la Misericordia de Dios. Nunca como ahora se ha perdido el sentido del pecado y la indiferencia religiosa ha suscitado una incomprensión del Honor, Majestad y Poder que a Dios le es debido. Así pues, para muchos que están alejados de Dios, el Santo Temor de Dios puede ser el inicio de la conversión y el comienzo del verdadero amor.
Por lo que se refiere a que hay confusión en sus mensajes y que existen profecías que no se han cumplido, conviene mencionar siempre, que donde Dios actúa el Diablo estará rondando para destruir y confundir las obras de Dios. Es decir, muchas ocasiones ha sucedido que Dios se manifiesta a los hombres y fruto de esa presencia las conversiones se hacen presentes y el cambio de vida es inmediato y notable; pero, por una serie de razones, como puede ser falta de dirección espiritual del vidente o falta de atención pastoral de los obispos, o por culpa de los seguidores de una determinada aparición, o por falta de correspondencia a la gracia del propio vidente, lo que empieza bien, termina por acabar mal; y donde Dios se hizo presente a través de una aparición de su Santísima Madre, termina siendo oscurecida por la presencia del príncipe de este mundo, Satanás, que también tiene el poder de revestirse como ángel de luz para confundir, e incluso inspirar mensajes llenos de confusión con parte de verdad y de mentira. Esto ha traído un descrédito en el tema de las apariciones que a muchos les lleva a no tomarlas en cuenta, y así surgen libros y falsos videntes que confunden lo verdadero con lo falso, lo místico con lo esotérico, la gracia divina con la vibración cósmica, los ángeles buenos con los ángeles malos, el karma con la libertad del hombre, el Espíritu Santo con la energía universal, etc.
De tal forma, que si bien es cierto existen apariciones auténticas de la Santísima Virgen María y que están identificadas por sus frutos de conversión permanentes, por sus signos sobrenaturales, por los milagros que existen, por su coincidencia con la fe y con el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo; no es menos cierto que también existen falsas apariciones que pretenden desvirtuar lo auténtico, pero que no es sino consecuencia de la convivencia del trigo y la cizaña y de la obra del Diablo para remedar la obra de Dios, y desvirtuar la acción santificadora del Espíritu Santo. Por eso es conveniente pedir don de discernimiento de espíritus para poder descubrir el mensaje verdadero de Dios.
En conclusión, hoy existe un relajamiento tal para lo divino que por donde quiera se oye hablar de mensajes vanos y superficiales pero que no llevan a la auténtica conversión de vida. Por eso, la señal cierta de que María Santísima está presente, es que en sus mensajes pedirá oración, pedirá penitencia, pedirá sacrificio, con especial atención al ayuno, y particularmente una vida centrada en la Eucaristía.
Propósito de la Apariciones Marianas
Podríamos explicar didácticamente que son cuatro las principales funciones, razones o propósitos de las apariciones de la Santísima Virgen María en el mundo actual.
1. En primer lugar María viene como Madre nuestra para llamar a todos los hombres a una urgente conversión de vida, recordándonos el Evangelio y enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo en tiempos donde el hombre ha perdido el sentido de su vocación como hijo de Dios. En este contexto María Santísima nos señala el camino que debemos de asumir en nuestra vida personal para poder avanzar en un crecimiento espiritual hacia el amor de Dios; para poder cumplir el fin para el cual hemos sido creados. Este llamado tiene carácter de urgente por la gravedad de los tiempos.
2. En segundo lugar María Santísima como Reina de los profetas y Madre del Apocalipsis es decir Madre de la Revelación, viene a poner en relieve profecías que están destinadas a cumplirse en los días de hoy. Particularmente la llegada del fin de los tiempos, y que Ella distingue clara y perfectamente del fin del mundo, como un tiempo breve donde habrá de acentuarse la falta de fe y la apostasía en el mundo y que abrirá la puerta a acontecimientos dolorosos tanto en el orden espiritual como en el físico para el mundo y para la Iglesia; y que nos preparará a la Gran Tribulación anunciada en las Sagradas Escritura y al advenimiento del último y personal Anticristo, así como su derrota frente a la Parusía del Señor.
3. En tercer lugar María Santísima viene como Reina de los Apóstoles a hacer un llamado a hombres y mujeres para que fruto de una vocación divina estén dispuestos a poner a Dios como prioridad de vida, y siendo apóstoles de los últimos tiempos, coadyuven a la labor de María Santísima de aplastar la cabeza de la serpiente - tal y como está profetizado en el libro del Génesis-, y ser parte de una nueva estirpe que sea semilla de las futuras generaciones que poblarán la tierra.
4. La cuarta función de María Santísima sería entonces preparar el advenimiento de su Hijo Jesucristo, ya que María, desde su Concepción Inmaculada ha precedido la venida del Señor. Y el plan providencial de la Santísima Trinidad es que María sea la “Estrella de la Mañana” que preceda al Sol de Justicia; que a través de Ella se haga realidad en la tierra el Reino de Cristo, por el cual pedimos cuando rezamos la oración del Padre Nuestro: “Venga a nosotros tu reino”. |
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