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Preciosa joya de familia

 
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Leandro del Santo Rosario
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MensajePublicado: Jue Mar 01, 2007 6:07 am    Asunto: Preciosa joya de familia
Tema: Preciosa joya de familia
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Seleccionaré y transcribiré algunos capítulos de esta preciosa obra de San José Manyanet, el promotor de la devoción a la Sagrada Familia y «el profeta de la familia», como lo definió Juan Pablo II cuando lo elevó a los altares. El santo fundó dos familias religiosas: Hijos de la Sagrada Familia, y las Misioneras Hijas de la Sagrada Familia de Nazaret.

¡San José Manyanet, ruega por nosotros! Very Happy



§



PRECIOSA JOYA DE FAMILIA

O SEA

MANOJITO DE SALUDABLES INSTRUCCIONES, DIRIGIDAS PRINCIPALMENTE A LOS PADRES DE FAMILIA PARA VIVIR ELLOS EN SANTA PAZ Y SABER EDUCAR A SUS HIJOS SEGÚN LA DOCTRINA Y EJEMPLOS DE LA SANTA CASA DE NAZARET.




PRÓLOGO

Es una verdad innegable que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, imprimiendo en su entendimiento la idea de un Ser supremo, como lo dice David: Signatum est super nos lumen vultus tui, Domine (1); y esto fue para que le conociera, le amase y le sirviese de todo corazón en esta vida, no según su propio entender o capricho, sino según la divina voluntad, prometiéndole, en recompensa de este amor y servicio, bienestar en esta vida y después fidelidad eterna.

De esto se infiere que el principal deber de todo hombre es hacer cumplir acá la santísima voluntad del Creador, considerándole además como amable, conservador, misericordioso Redentor y larguísimo Remunerador.

Para el buen cumplimiento de este ineludible deber es de necesidad indispensable que el hombre sepa cuáles son las cosas que agradan y complacen a este soberano Señor, lo que quiere o no quiere, lo que manda cumplir y lo que prohibe se haga.

A este fin dotó Dios al hombre de una razón noble y recta para discernir el bien y el mal, entre lo justo y lo injusto, como lo indican aquellos sentimientos naturales de: No quieras para los otros lo que no quieras para ti, ama a tu prójimo como tú deseas ser de él amado (3), etc. Empero, como esta razón quedó enferma y debilitada por efecto del pecado original, fue preciso que el mismo Creador le manifestara clara y detalladamente su voluntad, a fin de que no cayera en groseros e indignos errores.

Esta clara manifestación de Dios al hombre es lo que llamamos divina revelación (4). Toda ella se presenta apoyada y confirmada con hechos extraordinarios, con innumerables milagros de primer orden, por multitud de testigos irrefutables y por el asenso histórico de todos los siglos; siendo lo más ridículo y fuera de razón que algunos impíos y no pocos dominados de sus vicios y pasiones hagan burla de ella, dándose tono de despreocupados y con esa careta poder correr más libremente por los caminos de perdición.

Evitar estos escollos y señalar cuál es la ley de Dios para cumplirla, éstas son nuestras miras con este nuestro pequeño trabajo. Porque sabido es, y lo confirma la cotidiana experiencia, que los padres creyentes que se entregan con ciega obediencia y procuran con un corazón recto y magnánimo el buen cumplimiento de los divinos preceptos e imitan lo más y mejor posible los ejemplos de la Familia Santa de Nazaret, Jesús, María y José, son los únicos que disfrutan paz estable en esta vida de destierro; y por tanto, muy dichosos y afortunados los hijos a los cuales la divina Providencia tales padres concede, ya que, siguiendo desde niño sus sanas enseñanzas e imitando sus buenos ejemplos, se les hace suave el yugo del Señor (5) y a su tiempo darán frutos de justicia y santidad en la tierra (6), a la par que se harán ricos de méritos para la vida eterna (7).

De lo dicho se deduce también cuán grande sea la misión de los padres cristianos: es grande su autoridad y representación en la familia; de manera que, después de la de Dios, es la mayor y más respetable acá en el suelo. Pero entiendan bien y no se eche en el olvido que si mucha es su autoridad dentro de la propia familia, es grandísima su responsabilidad si no se cumple su misión (espinosa y delicada) fiel y debidamente. ¡Ojalá que muchos padres, aun de aquellos que se creen buenos, comprendieran bien su magisterio y poderoso influjo en el porvenir de la sociedad y no se dejaran seducir por un amor falso, demasiado tierno y sensible hacia sus hijos, ni les fascinaran tanto los bienes materiales, las grandezas imaginarias del mundo, sus contentos, falsos, impuros y de corta duración! Si así lo hiciesen, su casa sería en realidad una morada de paz y de bendición, cumpliéndose lo que dice Dios por boca del Profeta-Rey: Colocad todo vuestro gusto y toda vuestra alegría en servir y alabar al Señor (8 ) y os llenará de sus bendiciones.

Para mayor claridad y buen orden, se dividirá este libro en tres partes. La primera tratará de los deberes de los casados para consigo mismos y para con sus hijos. En la segunda se hablará de cómo los padres vienen estrictamente obligados a enseñar a los hijos ya desde muy niños el santo amor y temor de Dios, para que, cuando mayores, sean útiles para sí y ejemplares a los demás; y, por fin, en la tercera se darán algunas reglas prácticas de cristiana conducta y otras devotas oraciones.

Sea todo para mayor gloria de Dios, honra de la Sagrada Familia y provecho de nuestras almas.



(1) Sal 4, 7.
(2) Tb 4, 15.
(3) Mt 22, 39.
(4) Hb 1, 1-2.
(5) Mt 11, 20.
(6) St 3, 18.
(7) Rm 2, 6.
(8 ) Sal 100, 2.

_________________

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Leandro del Santo Rosario
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MensajePublicado: Vie Mar 02, 2007 2:04 am    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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¡San José Manyanet, ruega por nosotros! Very Happy

§

PRIMERA PARTE

Deberes de los padres para consigo mismos y para con sus hijos.



CAPÍTULO I

Que los padres no deben olvidar cuánto les interesa procurar la salud de su alma y la de sus hijos.

Todos los estados son buenos y en cualquiera de ellos puede uno santificarse con tal al mismo sea llamado por Dios y cumpla en él sus deberes con fidelidad. Es cierto que la mayor parte de los hombres son llamados al estado del matrimonio, y por más que no pide tanta perfección como otros, por ejemplo el de religioso, no por eso debe tenerse en poco y llamar menos su seria atención hacia el fin principal por que han sido criados, que es la eterna salvación.

De aquí resulta que salvada el alma, todo está salvado, pero perdida ésta, todo se pierde irreparablemente y por toda una eternidad. Esta verdad nos dice con claridad meridiana que entre todas las cosas de este mundo nada importa tanto como la salvación del alma.

Las dignidades, las riquezas, que tanto apetece al corazón; ese lujo en que tanta satisfacción encuentra el alma disipada, esas delicias en que se quiere vivir engolfado; esa sabiduría en que uno se precia y que en realidad es ignorancia delante de Dios; esa frágil hermosura tan expuesta a la corrupción y que ha de ser un día pasto de gusanos en el sepulcro; esa gloria, ese honor y esa fama que alucina hasta el punto de despreciar la vida y la salud, nada de eso es necesario; antes bien, todo ello es nocivo y sirve de impedimento para el negocio principal.

Dios creó al hombre para sí (1) y por esta razón nada es tan amable a este soberano y bondadoso Señor, nada tan precioso y deseado como la salud de nuestras almas. ¿Y qué diremos si nos paramos y atentamente reflexionamos las diligencias que este buen Dios ha practicado para proporcionarnos la consecución de tan noble fin? Nada ha omitido por su parte para enseñarnos el camino de la salud: no ha escaseado sus auxilios y gracias para que pudiésemos amarle libres de asechanzas y peligros (2); ha enviado a su Hijo unigénito al mundo para merecernos gracias (3) y darnos ejemplo de lo que debíamos saber y de lo que habíamos de practicar (4), y todo esto ¿no ha de bastarnos a formar un alto concepto del sumo aprecio y estimación con que Dios mira el negocio de nuestra dicha eterna? Y si Dios tanto en ello se interesa, ¿qué debemos hacer nosotros, que al fin y al cabo somos los únicos que perdemos o ganamos?

En efecto, nada hay en el cielo ni en la tierra que pueda interesar tanto como el negocio de la propia salvación (5). Es preciso no olvidar que en este punto no se trata de un bien terreno, cuya pérdida desconcierta más o menos nuestras ambiciones, nuestros planes o nuestras dichas transitorias, sino que se trata de un bien que reúne todos los bienes, de un bien que nos hace eternamente felices o para siempre desdichados.

Así pues, de nada aprovecha saber y creer todos los misterios de la Religión y dar firme asenso a las verdades reveladas si esta creencia no se ve confirmada por las obras, en un todo conformes a la doctrina que Jesucristo enseñó y practicó. Es necesario persuadirse de que no de otra manera se consigue el reino de los cielos, que es preciso hacerse violencia y combatir nuestras pasiones y apetitos desordenados (6), que no basta para la justificación el no hacer mal, sino que es necesario obrar bien (7). De consiguiente, los padres que son descuidados en la sana educación e instrucción de los hijos, por más que por otra parte no cometan actos malos y hagan algunas obras de sí buenas, no cumplen con su deber ni pueden esperar recompensa en el cielo; antes bien, al tener que comparecer a la presencia del supremo Juez para dar cuenta de su misión que como padres tenían confiada, serán juzgados, según expresión del real Profeta (8 ), al igual que los obradores de iniquidad, puesto que no cumplieron con una de sus principales obligaciones.

Véase, pues, cuánto importa que los padres, si desean salvarse, velen de continuo, no sólo sobre sí mismos, sino también por la completa educación religiosa y por la católica instrucción de sus hijos; porque, precisados unos y otros a formar sociedad con los demás hombres y tener que tratar una multitud de negocios que pueden ser motivo de nuestra salvación eterna o de condenación, conviene mirar siempre y en todo caso el provecho que puede traernos para el alma. Por este medio se logra dirigir al fin más interesante de la vida, hasta las cosas más mínimas, al contrario de aquellos padres descuidados y necios que, perdiendo el sueño y la comodidad por adquirir los bienes del mundo y dejar ricos a los hijos, desprecian lo que tanto o mejor dicho únicamente les interesa.

(1) Is 43, 7
(2) Dt 30, 10
(3) 1 Jn 4, 9
(4) Jn 13, 15
(5) Mt 16, 26
(6) Mt 11, 12
(7) St 4, 7
(8 ) Sal 125, 5
_________________

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Lula
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Mensajes: 3995

MensajePublicado: Vie Mar 02, 2007 6:10 am    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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Leandro:

Muchìsimas gracias por tu generosidad de compartir esto con nosotros.

¡¡Verdaderamente....una joya!!

Dios te bendiga.

_________________
¿Ya platicaste hoy con tu Angel Custodio?
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monik
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MensajePublicado: Vie Mar 02, 2007 12:19 pm    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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Cita:

Que los padres no deben olvidar cuánto les interesa procurar la salud de su alma y la de sus hijos.

Todos los estados son buenos y en cualquiera de ellos puede uno santificarse con tal al mismo sea llamado por Dios y cumpla en él sus deberes con fidelidad. Es cierto que la mayor parte de los hombres son llamados al estado del matrimonio, y por más que no pide tanta perfección como otros, por ejemplo el de religioso, no por eso debe tenerse en poco y llamar menos su seria atención hacia el fin principal por que han sido criados, que es la eterna salvación.

De aquí resulta que salvada el alma, todo está salvado, pero perdida ésta, todo se pierde irreparablemente y por toda una eternidad. Esta verdad nos dice con claridad meridiana que entre todas las cosas de este mundo nada importa tanto como la salvación del alma. Las dignidades, las riquezas, que tanto apetece al corazón; ese lujo en que tanta satisfacción encuentra el alma disipada, esas delicias en que se quiere vivir engolfado; esa sabiduría en que uno se precia y que en realidad es ignorancia delante de Dios; esa frágil hermosura tan expuesta a la corrupción y que ha de ser un día pasto de gusanos en el sepulcro; esa gloria, ese honor y esa fama que alucina hasta el punto de despreciar la vida y la salud, nada de eso es necesario; antes bien, todo ello es nocivo y sirve de impedimento para el negocio principal.


Efectivamente nada debe interesarnos más en nuestra familia que obtener la salvación, esa debe ser nuestra meta. Gracias Leandro por compartir esta joya que con seguridad nos orientará para conseguir ese propósito.


Ultima edición por monik el Vie Mar 02, 2007 1:52 pm, editado 1 vez
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siempreMaria
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Registrado: 06 Jun 2006
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MensajePublicado: Vie Mar 02, 2007 12:55 pm    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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Hola! Me gustaría mucho conseguir este librito. ¿Dónde se puede comprar?
Muchas gracias de antemano!
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Con Dios y Mamita.

"Callad mientras duerme y descansa el Señor y Dios mío porque muy pronto lo despertarán los pecados de los hombres"

http://anti-zeitgeist.blogspot.com/2008/11/hola-todos.html
http://todocatolico.blogspot.com/
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Leandro del Santo Rosario
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Registrado: 24 Mar 2006
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MensajePublicado: Vie Mar 02, 2007 6:06 pm    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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siempreMaria escribió:
Hola! Me gustaría mucho conseguir este librito. ¿Dónde se puede comprar?
Muchas gracias de antemano!


La Biblioteca de Autores Cristianos ha editado sus obras: http://www.bac-editorial.com/
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Guadalupe Gómez
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Registrado: 08 Sep 2006
Mensajes: 2115
Ubicación: Argentina

MensajePublicado: Vie Mar 02, 2007 7:01 pm    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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¡Qué hermoso conocer a un autor que nos relate, traduzca y ayude a hacer carne el ejemplo de la mejor familia! ¡De la Sagrada Familia! Very Happy Very Happy Very Happy
Hay que procurar que cada hogar sea una humilde casita de Nazaret, la cual que florecía y rebozaba de santidad Very Happy

¡Que Jesús, María y José iluminen, guarden y santifiquen a todas las familias!

Gracias Leandro por compartir este escrito tan hermoso, seguí adelante. Very Happy
Es imprescindible fundar las familias sobre los cimientos sólidos de un profundo amor a Dios, criando hijos santos; porque solo así Cristo, reinando primero en los corazones, en el seno de las familias, va a reinar en el mundo. ¡Viva Cristo Rey! Very Happy

¡San José Manyanet, ruega por nosotros!
_________________
¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que cierran a los hombres el Reino de los Cielos! Ni entran ustedes, ni dejan entrar a los que quisieran... Lc. 11, 13-15

En la Iglesia hay un lugar para todos, pero en vos, ¿Hay un lugar para la Iglesia?
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Leandro del Santo Rosario
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MensajePublicado: Sab Mar 03, 2007 1:51 am    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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Gracias por sus comentarios. Espero que todos lean este libro preciosísimo, iré publicando los capítulos periódicamente. Les prometo que vendrán páginas maravillosas y plenas del llamado a la santidad para las familias, sobre los esposos entre ellos, y como padres. Very Happy

¡San José Manyanet, ruega por nosotros! Very Happy
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Leandro del Santo Rosario
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Registrado: 24 Mar 2006
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Ubicación: Buenos Aires, Argentina.

MensajePublicado: Sab Mar 03, 2007 2:45 am    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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¡San José Manyanet, ruega por nuestras familias! Very Happy

§

CAPÍTULO II

Dignidad del santo matrimonio, y cómo este estado no es impedimento para el ejercicio de grandes virtudes

La alta dignidad del matrimonio se comprende fácilmente considerando que fue instituido por el mismo Dios allá en el paraíso terrenal entre nuestros primeros padres, Adán y Eva (1). Al presentar el Señor a Adán la mujer que acababa de formar para compañera y consuelo, sacada de una costilla del varón, díjoles entre otras cosas: Crescite et multiplicamini, creced y multiplicaos, y luego les bendijo (2). Resulta, pues, que si bien por muchos siglos y en algunos pueblos tuvo sólo el carácter de simple contrato natural la unión justa y honesta del hombre y la mujer, es cierto que este enlace tiene por autor al mismo Creador, cuyo fin fue la propagación del género humano hasta la consumación de los siglos y, por consiguiente, que es de sí un estado santo y no lo que pretenden hacer de él los necios y carnales, que lo consideran únicamente como un medio de placer, olvidando que Dios ha impuesto a los casados leyes de moderación, de honestidad y temperancia. Siguiendo estas leyes, fue siempre grato al Creador el matrimonio y en él encontramos que se santificaron muchos; pero después que Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, bajó del cielo a la tierra para redimir al hombre caído y abrirle otra vez las puertas de la eterna gloria que le habían sido cerradas a consecuencia del pecado de nuestros primeros padres, quiso no sólo restaurar la primitiva dignidad del matrimonio, sino que se dignó elevarlo a la categoría de Sacramento de la nueva Ley de gracia, a fin de conferirle mayores auxilios y frutos espirituales y temporales. (3).

Por esta razón, escribiendo San Pablo a los fieles de Éfeso, les decía: «El Sacramento del matrimonio es un Sacramento grande, mirando a Cristo y a su Iglesia, cuya unión en él se significa.» (4); de consiguiente, grande es su santidad, y tan amable y respetable, que para conseguirlo merece de parte de todos los casados las más delicadas y escrupulosas diligencias y cuidados.

Deberes de los casados de imitar a Cristo y de seguir en todo y con humilde rendimiento todas y cada una de las enseñanzas de la santa Iglesia católica, apostólica, romana, dado que fuera de ello no hay salvación.

Indicado queda que Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, al elevar el matrimonio a la dignidad de Sacramento, le confirió gracias particulares para suavizar las molestias consiguientes a este estado, para fortalecer los corazones, para sostener la paz y unir las almas, y así poderse cumplir en verdad lo que se dice en el santo Evangelio: Erunt duo in carne una; esto es, dos almas en un solo cuerpo (5).

Véase, pues, la sinrazón, por no decir excusa o mala fe, de aquellos casados que, olvidándose de que su estado es instituido por el mismísimo Dios y que es un Sacramento enriquecido con los méritos infinitos y la sangre preciosísima de Jesucristo, suelen alegar que las atenciones y cuidados de su casa y familia les son un fuerte embarazo para servir a Dios y practicar las virtudes.

Sin duda estos que así hablan se engañan miserablemente, porque si bien es verdad que el estado del matrimonio es más distraído y no tan perfecto como el del religioso, puesto que el casado ha de dividir sus cuidados entre las atenciones del mundo, las cosas de Dios, de la consorte, de los hijos y demás familia, llevando por tanto inmensa ventaja a todo eso el estado de total pureza y consagración de sí mismo al Creador (6); sin embargo, si en el estado del matrimonio se aplican las debidas atenciones, si el alma se emplea de veras en buscar a Dios en todo, puede ciertamente hacerse muy virtuosa, hasta llegar al punto de hacer ventaja a muchos religiosos, como lo demuestra el caso que trae Casiano y quiero referir aquí para ejemplo de los buenos casados y serio reproche de cuantos quieren excusar su pereza y fría voluntad para obrar la virtud.

Escribe pues, Casiano que yendo un sencillo labrador a ofrecer las primicias de sus frutos al abad Juan, varón venerado como santo en aquellos desiertos, halló a éste que hacía algún tiempo batallaba para echar del cuerpo de un pobre hombre al maligno espíritu. Por más que el santo abad repetía los preceptos, las oraciones y los exorcismos, con todo, el demonio permanecía terco y rebelde. Durante esta prolongada contienda, llegó el labrador con su ofrenda y siendo éste saludado por los circunstantes con su propio nombre, al oírlo el demonio se estremeció, y temblando, al mismo tiempo que daba un horrible alarido, salió del cuerpo donde estaba, dejando sano y tranquilo al que antes tan cruel y rabioso atormentaba. Asombrado el abad de este prodigio, preguntó al labrador qué estado tenía, qué ejercicios hacía y qué virtudes practicaba. A lo que respondió el sencillo labriego: «Soy casado y me ocupo en la humilde y trabajosa vida del campo.» Bien está eso, replicó el abad, pero dime: ¿qué virtudes son las que ejercitas? «Yo no sé -contestó- de mí nada bueno sino que no voy al campo sin ir primero a la iglesia a pedir a Dios su favor, ni vuelvo del trabajo sin ir otra vez a darle las gracias por sus beneficios, ni jamás uso de mis cosechas sin pagar a Él primero sus primicias, y tengo gran cuidado en no hacer el menor agravio ni daño a mis vecinos». No quedando satisfecho aún el santo abad Juan con lo dicho por parecerle poco, le rogó otra vez que le manifestara mejor su interior; y él, acudiendo a sus instancias, añadió: «Once años ha que soy casado y he vivido en paz, amor y quietud con mi mujer, no pasando un día que juntos no hagamos alguna cosa del agrado del Señor: finalmente hemos de común acuerdo ofrecido a Dios nuestra castidad y vivimos como hermanos, sin haber faltado aún en lo más leve a la pureza».

Por donde se ve que no es el estado de matrimonio el que embaraza el ejercicio de las virtudes, sino más bien el poco amor y temor de Dios, o sea el poco o ningún aprecio que se hace de la salvación del alma. Casados eran los patriarcas (7) y profetas (8 ), casado fue un Moisés (9), casados algunos de los mismos apóstoles (10) y muchos reyes y emperadores, y en ese estado, ¿qué grado de virtud y santidad no alcanzaron? ¿Y por qué? Porque su primero y principal cuidado fue siempre cumplir lo mejor posible la ley santa de Dios sin excusas ni frívolos pretextos, añadiendo a ese cumplimiento la mutua solicitud que deben tener los desposados así en los recíprocos obsequios en lo tocante a sus personas como también en lo que se refiere a los bienes de su casa y familia. Éste y no otro es el proceder que constituye la completa unión y verdadera felicidad del matrimonio, y es ésta una verdad que nos confirma la cotidiana experiencia; por cuya razón la Escritura Santa llama venturoso al varón que logró tener por esposa una mujer honesta y laboriosa, a la cual enaltece con los nombres de fuerte y de precio inestimable (11).

Ciertamente, entre todas las delicias del mundo ninguna es comparable a la satisfacción que experimenta un esposo cuando, además de la honestidad y hermosura que le inclinan el corazón en obsequio de su esposa, ve que sus virtudes mantienen en orden y santa paz toda su familia y que sus disposiciones económicas y solícitos cuidados alejan de sus umbrales la indigencia. Si a estas cualidades se añade una alegría de semblante y que apacigüe la ira, unos modales pacíficos y blandos que forman de la casa una mansión de paz, y un trato dulce y amistoso que atrae en beneficio de sus hijos y de su esposo a cuantos pueden prestarles favor y utilidad, manifiestas quedan las condiciones que deben adornar a los desposados para ser todos felices acá en la tierra y a la vez conquistar la corona de gloria en el cielo.

(1) Gn 2, 24.
(2) Gn 1, 22.
(3) Mt 19, 8-9.
(4) Ef 5, 32.
(5) Mt 19, 6.
(6) 1 Co 7, 32-34.
(7) Gn 12, 5.
(8 ) Os 1, 2.
(9) Ex 2, 21.
(10) Mc 1, 30.
(11) Pr 31, 10.
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Leandro del Santo Rosario
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MensajePublicado: Mie Mar 07, 2007 2:06 am    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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¡San José Manyanet, ruega por nosotros! Very Happy

§

CAPÍTULO III

Importa mucho que antes de tomar el estado de matrimonio se reflexione maduramente y se consulte con instancias a Dios nuestro Señor, y en todo caso se procure la igualdad de clase y condición.

No porque el estado de matrimonio sea el más común entre los hombres es menos indispensable pensarlo con toda seriedad y sin pasión. Y en verdad se trata de un asunto de los más graves de la vida, y tanto es así, que ya el dicho vulgar de: antes no te cases, mira lo que haces. En efecto; es asunto este del que depende en gran parte la salvación o condenación eterna, y de vivir una vida de paz y tranquilidad o de inquietud y sinsabores continuos, y esto solo indica suficientemente ser el negocio de suma importancia y que no debe procederse a la ligera. Pero ¡ay!... Por desgracia son muchos que entran en el matrimonio con tan diferentes miras de las que Dios manda y del fin que se propuso al instituirlo allá en el paraíso terrenal, que fue el racional consuelo y alivio del hombre (1) y la propagación del género humano (2), al objeto de que tuviera acá en la tierra muchos amadores y servidores.

Los que han de contraer su matrimonio han de atender a fijarse mucho más que en riquezas y honores en aquellas cualidades que hacen los desposorios más conformes a aquel decreto divino con que Dios estableció como condición necesaria la semejanza entre los consortes.

Génesis 2, 18. Y el poeta: Signa volens apta nubere, nube pari. Por más que el matrimonio consista en un contrato bilateral o mutuo consentimiento, no hay que perder de vista que Jesucristo lo elevó a la alta dignidad de Sacramento, por más que los impíos y revolucionarios de nuestros días vomiten y blasfemen contra su carácter religioso, llevados únicamente de su diabólica intención de convertirlo en un acto puramente civil, o lo que es lo mismo, a lo menos entre católicos, en un concubinato legalizado.

Jesucristo no vino a la tierra para destruir los derechos naturales ni rebajar la dignidad del hombre, sino que se dignó descender del cielo y morar entre nosotros para enmendar lo que se había vaciado, corregir abusos, conceder mayores gracias (3), y reintegrar al que había formado a imagen y semejanza suya, así como a la que le había dado por compañera en su antigua dignidad, afeada y debilitada por la culpa (4).

Las pasiones y aberración de los hombres habían llegado hasta el extremo de no considerar a la débil mujer más que como un simple objeto de lujo y de carnal placer y fue preciso que el divino Legislador no tan sólo recordara lo que había sido el primer matrimonio, bendecido por Dios en el paraíso, sino que quiso ennoblecerlo y elevarlo a la categoría de Sacramento de la ley de gracia. Por eso el grande Apóstol en su carta a los Hebreos, hablándoles de este Sacramento, les decía: Honorabile connubium in omnibus, et totus immaculatus; estado merecedor de honra por todo lado, por todas partes lleno de decoro, y digno de gran veneración (5).

Despréndese de lo dicho que no se debe andar precipitado o, como vulgarmente se dice, a tontas y a locas para contraer matrimonio, sino que debe pensarse mucho, consultarlo con los propios superiores y otras personas graves y virtuosas que nos consta querernos bien, encomendarlo mucho a Dios, pidiéndoles luces y auxilios para el mejor acierto, considerando con toda calma y sin pasión el paso que se va a dar y las obligaciones que es forzoso asumir. ¡Ojalá que a la inmensa mayoría de los casamientos precedieran estos preparativos, que de seguro no se verían tantos matrimonios desacertados y por lo mismo divididos y desdichados! Mas, ¿qué extraño? En lugar de buscar a Dios en ese estado y consultarle para el acierto, ¿qué se hace y a quién se consulta? Unos, llevados de su codicia, atienden tan sólo a los intereses materiales, a la buena posición social de la persona que se pretende, sin cuidarse gran cosa de sus condiciones morales, de su educación, y del genio y carácter a propósito para vivir en buena paz y cristiana armonía. Otros, tocados de la vanidad y orgullo, quieren subirse más altos y pretenden salirse de su clase y esfera, siendo todo su afán procurar conquistar a quien se les antoja, sea como fuere y cueste lo que costare. No pocos, ¡vergüenza causa el decirlo!, atienden únicamente a la hermosura del cuerpo, y su mayor afán es llegar luego, a manera de jumentos, al único fin que se han propuesto, esto es, dar rienda suelta a sus carnales apetitos. De matrimonios contraídos tan sin consideración y sobre todo con tan groseros propósitos, ¿qué ha de resultar más o menos tarde? Lo que no puede menos de venir y la experiencia nos lo confirma cada día. En semejantes contratos no se llama a Dios para nada, y, como es sabido, donde no entra Dios está el diablo como en casa propia, y como éste es el mayor perturbador y fomentador de discordias, no debemos extrañarnos haga de las suyas en la casa y familia que se fundó con pecado y sin la bendición de Dios.

Para escarmiento de muchos y a fin de que sirva de saludable ejemplo a los padres, creo oportuno traer aquí lo acaecido con la esposa de Tobías el joven, según nos lo refiere la Sagrada Escritura (6). Era Sara, hija de Ragüel, muy hermosa, rica y la única en la familia. Así que tuvo la edad, fueron muchos sus pretendientes, si bien todos ellos llevados por la codicia y deseo carnal. Siete consiguieron ser sus esposos, mas los siete la primera noche del desposorio, sin que pudieran llegarse a ella, el demonio les arrebataba la vida; ¿y por qué estas súbitas y repentinas muertes? El mismo arcángel Rafael nos da la clave de estos desgraciados sucesos con la respuesta que dio al joven Tobías, al que acompañaba en su viaje, enviado expresamente por Dios para este fin. Temía el joven que si pedía a Sara por esposa no le aconteciera lo que a los siete anteriores; mas díjole el arcángel: «No será así como te imaginas (7). Has de saber que todos los que se casan por fines ruines y ambiciones desordenadas, apartando a Dios de sí y de su entendimiento y para entregarse a la pasión carnal cual si fueran caballos o mulos, con éstos el demonio tiene gran poder. Mas tú, para alcanzar las bendiciones del cielo, tres días seguidos ayunarás y harás oración a Dios con Sara y el demonio huirá de vosotros»(8 ); como así fue en efecto y vivieron muchos años prósperos y felices.

Resulta de lo dicho que los matrimonios verificados por sólo motivos torcidos y deseos carnales son guiados y conducidos por Satanás, padre de toda maldad y despotismo, y así ¿qué extraño se vean tantos de ellos mal avenidos, tantas lástimas, tantos lamentos, tantas ofensas de Dios y tantas almas condenadas?

Entérense bien los padres de esta doctrina y si aman de veras a sus hijos, procuren desde muy niños instruirlos en el santo amor y temor de Dios, que es el principio de la verdadera sabiduría (9), y luego que se aproximen a la edad de elegir estado y se sientan inclinados al del matrimonio no les hagan injustas presiones, llevados tal vez de miras puramente terrenas, sino más bien déjenles una prudente libertad, instruyéndoles convenientemente en los cargos y obligaciones de tal estado, cuyas obligaciones vienen a reducirse a tres principales, que son: el amor conyugal, cuyo verdadero amor no estriba sólo en aquellos afectos y demostraciones carnales propias únicamente de las gentes que ignoran a Dios, sino en el aprecio de corazón y debida reverencia. Desde luego viene la fidelidad que deben guardarse mutuamente los desposados, acompañada de una sincera confianza de su recíproca conducta, fundada en sus virtudes y en sus santos designios. Por fin, a la tercera se reducen todos aquellos oficios de amor, de trabajo y de obsequio que deben tener los casados entre sí, vigilándose de continuo uno a otro para prestarse auxilios tanto en las necesidades pertenecientes al cuerpo como aquellas que miran al espíritu.

Persuádanles además de que el matrimonio es el manantial y origen de todos los bienes de la sociedad, cuando se contrae con madurez, recto fin y según la ordenación de Dios. Mas si, por el contrario, se entra en él faltándole estas indispensables disposiciones y bondades, lejos de servir el matrimonio de beneficio y provecho a la sociedad, le causa muchos y temibles daños y perjuicios; porque prescindiendo de los que se originan de las discordias, del mal ejemplo con que se contaminan las familias y del mal verdadero que les resulta para siempre a los desposados, hay que añadir el inmenso de males en los hijos de un mal matrimonio, cuya maldad por lo ordinario se propaga a las futuras generaciones. ¡Cuánto pudiera decirse sobre este importantísimo asunto!... Pero basta lo indicado para que los padres sepan lo que deben enseñar y a qué deben atenerse en este punto, explorando con exquisito cuidado e interés cuál sea la voluntad de Dios al tener que tomar estado cada uno de sus hijos para no exponerse temerariamente a que un amor mal entendido les aconseje la ruina e infelicidad temporal y tal vez eterna de sus seres más queridos.

Para evitar en lo posible los inconvenientes de un matrimonio proyectado y resuelto a la ligera y con miras puramente terrenas o de sola conveniencia material, es preciso e indispensable que los padres y principales interesados en el acierto se dirijan primero a Dios, que es el dador de todo bien y ordenador de todo lo justo y santo. Conviene que así los padres como los hijos, y éstos principalmente, pidan al Señor con viva fe y recta intención que los ilumine y dirija sus pasos en asunto de tanta trascendencia y que aparte como Padre amoroso de esta delicada empresa todo aquello que no vaya encaminado a su santo servicio y mayor gloria.

A este fin deben evitarse con todo empeño y prudente vigilancia por parte de los padres y superiores los largos cortejos (festeig) y las mutuas y frecuentes visitas y donecillos, al objeto de evitar los inconvenientes y peligros de alma y cuerpo que de ordinario suelen originarse en estos casos por el descuido y falta de vigilancia. Es cosa natural y hasta conveniente que los jóvenes pretendientes se vean y se hablen por algún tiempo para conocerse mejor y afianzar más sus simpatías; empero, estas visitas y conversaciones ténganlas siempre delante de alguno de los padres o de otra persona respetable e interesada, pero jamás a solas y sin ser vistos.

De lo dicho se deduce el grave abuso y escándalo que cometen aquellos que, bajo pretexto de estar prometidos, viven en una misa casa, esto es, el «prometido» en la morada de la «prometida», o ésta en la del «prometido». Semejante proceder es contrario a la prudencia y al decoro social y es además ocasión próxima de graves pecados.

Una vez concordadas las partes, hechos ya los preparativos convenientes y determinado el día para la celebración del enlace; instruidos convenientemente en la doctrina cristiana y demás deberes que les va a imponer su nuevo estado, será preciso que los contrayentes, cada uno por su parte, se preparen para recibir dignamente no sólo tan gran sacramento, sino también la virtud y gracias especiales del mismo, con unos días de santos ejercicios espirituales o por lo menos con una confesión general de toda la vida, y así disponerse por su parte a impetrar las bendiciones de Dios, a fin de que aparte de ellos al espíritu de discordia, de vanidades, de celos infundados y de apego a lo terreno con detrimento del alma.

(1) Gn 2, 18.
(2) Gn 1, 28.
(3) Mt 5, 17.
(4) 1 Jn 4, 10.
(5) Hb 13, 4.
(6) Tb 6, 7.
(7) Tb, 6, 16.
(8 ) Tb 6, 17 (Vulgata).
(9) Pr 1, 7.
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Guadalupe Gómez
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MensajePublicado: Mie Mar 07, 2007 6:17 am    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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¡Qué hermoso! ¡Realmente una joya! Very Happy Gracias Leandro por tomarte este trabajo.

¡Cuantos temas importantes!
Ayer estaba re leyendo el libro de Tobías; es una hermosa historia, y que no pierde actualidad, ya que cuantos buscan el matrimonio, no mirando al fin de tener hijos santos, sino mirando sus propias complacencias y carnalidades.
Siempre hay que refugiarse fuertemente en la oración. Y prepararse bien, si es la propia vocación, a recibir el sacramento del matriminio, en el que se puede ser santos (buscando imágenes de santos me llevé la gratísima sorpresa de ver muchos santos y beatos unidos en santo matrimonio Very Happy) y en el que se debe tener conciencia de la gran responsabilidad que se tienen sobre los hijos, que le son "prestados" a los padres, ya que es a Dios a quien pertenecen. Con cuantas gracias se deben contar en una familia para mantenerse fieles a Dios los esposos, siendo una sola carne, y sabiendo educar sus hijos en el santo temor de Dios.
Bueno, mejor no hablo más... el texto hermoso habla por sí solo; es que es tan bello que dan ganas de hablar sobre él y sobre todos los temas que desarrolla Very Happy

Me tomo el atrevimiento de colocar un aviso en el foro de solteros, para que tomen conocimiento que tienen a disposición este hermosísimo, sencillo y provechoso material. Smile
Leandro, que la Virgen te guarde siempre Very Happy ¡Gracias otra vez! y ¡Adelante!
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Leandro del Santo Rosario
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MensajePublicado: Lun Mar 12, 2007 4:55 am    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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¡San José Manyanet, ruega por nosotros! Very Happy

§

CAPÍTULO IV

Deberes entre marido y esposa

Es una verdad de todos reconocida que si los pueblos son desmoralizados y malos es porque la mayoría de los padres de familia no son tan buenos como debieran ni cuidan lo suficiente la educación de sus hijos. De donde se sigue que, siendo malos los pueblos, más lo serán las ciudades, y si lo son las ciudades, con mucha más razón los reinos.

Pues si de los malos padres resultan ordinariamente los malos hijos, la experiencia así lo demuestra que de padres buenos y santos se forman buenos y santos hijos.

Esto sentado o dadas ya en los capítulos anteriores las noticias generales de lo que es el matrimonio, de su dignidad de sacramento entre los cristianos y de lo que es más prudente hacer y practicar antes de contraerlo, preciso es que se reseñen más en particular las obligaciones a que mutuamente se sujetan el hombre y la mujer por medio de este contrato.

La Iglesia católica, que como madre tierna y solícita ha velado siempre por la salud espiritual y bien temporal de todos sus hijos, ha manifestado su ardiente celo para que el matrimonio sea lo que Dios quiere que sea, y en prueba de ello, al momento de efectuarse el matrimonio, dirigiéndose a los contrayentes, puestos de rodillas al pie del altar santo, les dirige cariñosamente la amonestación que copiamos aquí como documento que deben tener siempre presente los casados.

Dice así el Ritual Romano: «Atended, hermanos que celebráis el Sacramento del Matrimonio, que es para la conservación del género humano necesario; y a todos, si no tienen impedimento, les es concedido.

»El santo Matrimonio fue instituido por Dios nuestro Señor en el paraíso terrenal, y santificado con la real presencia de Cristo Redentor nuestro.

»Es uno de los siete Sacramentos; en la significación grande y en la virtud y dignidad no pequeño.

»Da gracia a los que lo contraen con puras conciencias para vencer las dificultades y pesadumbres a que los casados están sujetos por todo el tiempo de su vida mortal: y para que cumplan el oficio de casados cristianos y satisfagan a la obligación que han tomado a su cargo.

»Habéis de considerar diligentemente el fin a que habéis de enderezar todas las obras de la vida humana. Porque este Sacramento se instituyó para tener sucesión y procuréis dejar herederos; no tanto de vuestros bienes cuanto de vuestra fe, religión y virtud; y para que os ayudéis el uno al otro a llevar las incomodidades de la vida y flaquezas de la vejez.

»Ordenad de tal modo la vida que os seáis de descanso y alivio el uno al otro, teniendo el marido a su mujer y la mujer a su marido.

»Por lo cual os habéis de guardar mucho de no estragar el santo casamiento, trocando la confesión de la flaqueza en solo deleite; no apeteciéndola fuera de los fines del matrimonio como lo demanda la fe y palabra que el uno al otro os habéis dado.

»Porque, celebrado el matrimonio, como dice el Apóstol, ni el varón ni la mujer tiene señorío sobre su cuerpo, sino el marido en el de la mujer y la mujer en el de su marido (1).

»Y así antiguamente los adúlteros eran castigados con severísimas penas; y ahora lo serán de Dios, que es vengador de los agravios y desacatos que se hacen a la pureza de los Sacramentos de su santa Iglesia.

»Pide la dignidad de este Sacramento, que significa la comunicación de Cristo con la Iglesia, que os améis el uno al otro, como Cristo ama a la Iglesia.

»Vos, varón, compadeceos de vuestra mujer, como de vaso más frágil; compañera os damos y no sierva.

»Así Adán, nuestro primer padre, a Eva, formada de su lado, en argumento de esto la llamó compañera.

»Os ocuparéis en ejercicios honestos para sustentar vuestra familia, así para conservar vuestro patrimonio como para huir la ociosidad, que es la fuente y raíz de todos los males.

»Vos, esposa, habéis de estar sujeta a vuestro marido en todo. Despreciaréis el demasiado y superfluo ornato del cuerpo, en comparación de la hermosura de la virtud.

»Con gran diligencia habéis de guardar la hacienda. No saldréis de casa sino con necesidad, y esto con licencia de vuestro marido.

»Habéis de ser como vergel cerrado, fuente sellada por la virtud de la castidad.

»A nadie, después de Dios, ha de amar ni estimar más la mujer que a su marido, ni el marido más que a su mujer. Y así, en todas las cosas que no contradicen a la piedad cristiana, se procuren amar el uno al otro.

»La mujer condescendiendo con su marido, y siga su parecer; y el varón, por tener paz, muchas veces pierda de su derecho y autoridad.

»Sobre todo pensad cómo habéis de dar cuenta a Dios de vuestra vida y de la de vuestros hijos y de toda la familia.

»Tened el uno y el otro gran cuidado de enseñar a los de vuestra casa el santo temor de Dios.

»Sed vosotros santos y toda vuestra casa, pues es santo vuestro Dios y Señor, y después de esta vida mortal, os dé la eterna felicidad el que con el Padre y con el Espíritu Santo vive y reina en los siglos de los siglos. Amén.»

En vista de la exhortación transcrita, ¿quién no ve el cuidado que se toma la Iglesia para que los llamados al estado de matrimonio sean felices y dichosos temporal y eternamente, puesto que ésta, en nombre de Dios y representada allí por su sagrado ministro, al tiempo de presenciar, bendecir y ratificar tan santo y solemne contrato, con toda caridad y benevolencia les advierte e inculca sus deberes para que, guardándolos fielmente, disfruten de completa paz y felicidad, sin menoscabo de sus intereses materiales?

Importa mucho que todos los casados recuerden estos tan saludables avisos, pues es cierto que del culpable olvido de esta tan católica doctrina nacen comúnmente las discordias entre ellos, y no pocas veces otros males peores e irremediables.

(1) 1 Co 7, 4.
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MensajePublicado: Lun Mar 12, 2007 5:18 am    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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Leandro del Santo Rosario escribió:
¡San José Manyanet, ruega por nosotros! Very Happy

Deberes entre marido y esposa

»Habéis de considerar diligentemente el fin a que habéis de enderezar todas las obras de la vida humana. Porque este Sacramento se instituyó para tener sucesión y procuréis dejar herederos; no tanto de vuestros bienes cuanto de vuestra fe, religión y virtud; y para que os ayudéis el uno al otro a llevar las incomodidades de la vida y flaquezas de la vejez.

»Ordenad de tal modo la vida que os seáis de descanso y alivio el uno al otro, teniendo el marido a su mujer y la mujer a su marido.

»Pide la dignidad de este Sacramento, que significa la comunicación de Cristo con la Iglesia, que os améis el uno al otro, como Cristo ama a la Iglesia.

»Vos, varón, compadeceos de vuestra mujer, como de vaso más frágil; compañera os damos y no sierva.

»Vos, esposa, habéis de estar sujeta a vuestro marido en todo. Despreciaréis el demasiado y superfluo ornato del cuerpo, en comparación de la hermosura de la virtud.

»Con gran diligencia habéis de guardar la hacienda. No saldréis de casa sino con necesidad, y esto con licencia de vuestro marido.

»Habéis de ser como vergel cerrado, fuente sellada por la virtud de la castidad.

»A nadie, después de Dios, ha de amar ni estimar más la mujer que a su marido, ni el marido más que a su mujer. Y así, en todas las cosas que no contradicen a la piedad cristiana, se procuren amar el uno al otro.

»Sobre todo pensad cómo habéis de dar cuenta a Dios de vuestra vida y de la de vuestros hijos y de toda la familia.

»Tened el uno y el otro gran cuidado de enseñar a los de vuestra casa el santo temor de Dios.

»Sed vosotros santos y toda vuestra casa, pues es santo vuestro Dios y Señor, y después de esta vida mortal, os dé la eterna felicidad el que con el Padre y con el Espíritu Santo vive y reina en los siglos de los siglos. Amén.»


¡Hermoso! Very Happy
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Leandro del Santo Rosario
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MensajePublicado: Dom Mar 18, 2007 5:06 pm    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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¡San José Manyanet, ruega por nosotros! Very Happy



§

(Transcribo un fragmento del capítulo V)

Conviene, pues, que los recién casados estén prevenidos para no privarse de las gracias y auxilios espirituales, sin que se dejen seducir, para no obrar como buenos cristianos, de las reprobables teorías y malas costumbres de lo que, titulándose a sí mismos buenos, viven sin embargo y obran en punto a religión a lo mundano. Antes bien, busquen primero a Dios, cumplan con exactitud su santa y soberana ley, que de seguro no les faltarán sus bendiciones (5). Mas, ¡oh miserable condición de los hombres!... Causa lástima y pesar ver por lo común a la mayor parte de los mortales desvelarse y fatigarse hasta con peligro de su propia vida por adquirir intereses materiales y perecederos, empero para conseguir los bienes espirituales, que son los verdaderos, todo se les vuelve pereza, dilaciones y descuidos. Por esto dijo Jesucristo: Los hijos de este siglo se manifiestan más prudentes y astutos para sus negocios temporales que los hijos de la luz (que son los que están dentro de la Iglesia católica) para sus ganancias espirituales (6). Mas entiendan todos esos tibios y perezosos que en el tribunal de Dios, donde es preciso comparecer un día, no les servirán las fútiles excusas que suelen acá alegarse, esto es, que son muchas y precisas las obligaciones del matrimonio, etc.; pero ¡válgame Dios! ¿No es esto en cierto modo querer afirmar que en este estado no se puede ser del todo bueno? No, no es embarazoso para servir y agradar a Dios el estado noble y decente que el mismo Señor determina para la criatura racional. Téngase buena voluntad y menos pereza y se hallará el tiempo suficiente para todo. Aquel que ha sido llamado al estado del matrimonio, en el mismo estado puede servirle con mucha perfección, puesto que no le faltarán sus gracias al que en Él confía y gustoso se someten todo a su divina voluntad. ¿Por ventura no son innumerables los santos, así hombres como mujeres, que la Iglesia venera en los altares y se santificaron en el estado del matrimonio?

(5) Mt 6, 36.
(6) Lc 16, 8.
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MensajePublicado: Jue Abr 05, 2007 8:01 pm    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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§

CAPÍTULO VI

Amor mutuo que se deben los casados entre sí

Aunque generalmente se dé por supuesto que al contraerse el santo matrimonio se realiza aquel solemne y trascendental acto movidos del amor mutuo que existe entre los contrayentes y las simpatías que se han manifestado, con todo no deja de llamar poderosamente la atención el que tan repetidas veces advierta la Escritura sagrada que los casados tengan mucha paz entre sí y se amen sin interrupción (1) a fin de que su casa comience y continúe agradable a Dios y edifique al pueblo.

En efecto, desde el principio del mundo dijo Dios que el hombre dejaría a su padre y a su madre, y se iría con su mujer (2), significando con esto el grande Sacramento entre Cristo y su Iglesia, por la cual descendió del seno de su Padre para reunirse con ella, honrarla, asistirla y defenderla hasta su fin; y en este sentido dijo el Apóstol que el marido debía amar a su mujer como Cristo amó y estimó a su santa Iglesia, que se entregó a la muerte por ella para santificarla y purificarla. (3)

Por esta sublime comparación podrán conocer los casados la estimación grande que deben hacer de sus esposas, y el amor afectuoso con que las deben estimar. La razón de esto estriba en que el amor hace suaves y hasta dulces los trabajos, y como en la vida conyugal suelen ofrecerse muchos y no pequeños, de ahí resulta que, si falta el amor entre ellos, las dichas penas se vuelven intolerables, cuando si hay el amor, se hacen más llevaderas.

La misma misteriosa formación de nuestra primera madre Eva indica claramente el mutuo amor y estimación con que deben atenderse uno a otro los casados. Dios no formó a Eva de los pies de Adán, para que el marido entendiese que no debía esclavizar ni maltratar a su mujer; pero tampoco la formó de la cabeza, para que entendiera a su vez la mujer que no debía dominar ni imponerse a su marido; sino que la formó de una costilla del lado del corazón (4), que es la oficina del amor, para que nunca echen en olvido, los que se hallan ya unidos con el vínculo indisoluble del santo matrimonio, que deben estimarse de veras y obsequiarse uno a otro con recíprocas demostraciones de respetuoso cariño.

Sin embargo, no hay que olvidar que en estas mutuas demostraciones exteriores de cariñosos afectos es menester portarse con la mayor discreción y delicada prudencia, para que lo que es lícito entre ellos, no sea motivo de escándalo a los pequeñuelos o maliciosos, sean de dentro o fuera de casa, según aquella doctrina del Apóstol cuando nos advierte: Que no todo lo que es lícito es conveniente (5). Son muchas las cosas lícitas y decentes a los casados privadamente que no lo son en público, sobre todo si son criaturas, en quienes se despierta muy luego la malicia y dado que antes aprenden lo malo que lo bueno.

El amor que deben profesarse mutuamente los casados no debe ser solamente de palabra o exterior, sino de verdad y de corazón, como lo advierte el apóstol San Juan (6). Y entiendan, además, que ese recíproco amor no debe ser simplemente carnal, como animales irracionales, pues tales amores suelen luego flaquear; duran poco y casi siempre degeneran y pasan a aborrecimiento, como lo testifica por desgracia la triste experiencia. La verdadera causa de todo eso y de sus fatales consecuencias está en que el amor no se halla fundado en el santo amor y temor de Dios y por lo mismo no tiene estabilidad (7): se funda únicamente en la criatura y ésta da de sí lo que le es propio: veleidad, capricho e inconstancia.

Otra condición indispensable debe tener el amor y bienquerencia de los casados, y es que nunca debe excederse de los límites de lo lícito y honesto, por aquello de que también puede uno emborracharse con el vino de la propia cuba. Jamás el marido por complacer a su esposa debe hacer cosa que sea ofensa de Dios, ni la mujer ha de pedir a su marido lo que éste no puede hacer en buena conciencia. Complázcanse en buena hora cuanto les pareciere, pero que sea siempre atendiendo primero a la salvación del alma, que es lo que más importa, sin que por ningún concepto se atropelle ni quebrante en lo más mínimo la santa ley de Dios, ni se abuse del fin único por el que fue instituido el matrimonio (8 ).

(1) Sal 122, 7.
(2) Gn 2, 24.
(3) Ef 5, 25-27.
(4) Gn 2, 21-22.
(5) 1 Co 6, 12.
(6) 1 Jn 3, 18.
(7) Si 1, 12.
(8 ) 1 Co 7, 5.
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MensajePublicado: Dom May 06, 2007 7:23 pm    Asunto:
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§

CAPÍTULO VII

Prudencia del marido en complacer a su esposa

No es cosa tan llana y fácil como parece a primera vista dirigir y gobernar a una mujer, de sí menos reflexiva y constante, y tenerla al mismo tiempo contenta y satisfecha. Mucha discreción y prudencia es menester en el marido para llegar a obtener ese precioso y consolador resultado, para cuyo logro es preciso que acuda a Dios con frecuencia y lo pida de corazón.

Será diligencia discretísima que desde los primeros días de su unión procuren los esposos conocerse uno a otro, esto es, fijarse, pero sin manifestar recelos ni desconfianza, en el genio, ideas, costumbres, deseos y tendencias de cada uno, porque, con estos antecedentes, podrá el marido, como cabeza de la casa (1), disponer con mejor acierto su trato racional y afectuoso, de manera que, si contra lo que pensaba, halla menos de lo que en su juicio y cálculos se había figurado, sepa acomodarse a la disposición, genio y condición que ha descubierto, procurando resignarse y conformarse con la voluntad de Dios, cuyos juicios son inescrutables, persuadiéndose además de que eso debía convenirle para el bien de su alma. Para más animarse y consolarse, recuerde con frecuencia las vidas de los santos Job (2) y Tobías el viejo (3), cuyas esposas tanto les dieron que sufrir con sus impertinencias molestas y ofensivas, con otros no pequeños pesares; de modo que el venerable Tobías llegó al extremo de suplicar a Dios le llevase de esta vida mortal y recibiese en paz su inmortal espíritu (4).

Infiérese de lo dicho cuánto conviene que el esposo prudente se arme de paciencia cristiana y que disimule muchas cosas en obsequio de la paz y tranquilidad doméstica, tan estimable y necesaria. Por eso dice el refrán: No sabe bien gobernar quien no sabe con prudencia disimular; mas entienda también que no conviene disimularlo todo, ni corregirlo todo, sino usar de uno y otro, aprovechando oportunidad y circunstancias, procurando además no aturdir ni apocar el espíritu.

Cuando el marido note que su esposa es dada a lujos y vanidades, a diversiones inconvenientes, a visitas innecesarias, a gastos superfluos, etc., adviértale amigablemente, haciéndole entender los disgustos y aun los peligros a que con frecuencia conduce todo eso y lo contrario que es semejante proceder a la conservación de los intereses y buen cuidado de los hijos y domésticos.

Asimismo deberá advertirla con dulzura y caridad, si la viere inclinada a devociones espirituales indiscretas, o que la absorben demasiado tiempo, siendo ello causa de que falte a sus precisas obligaciones respecto de la casa y familia, persuadiéndola de que la devoción bien entendida se acomoda perfectamente con el cumplimiento del propio deber y que cuando se quiere y hay decidida y buena voluntad se halla tiempo y oportunidad para todo. Empero, por lo que a este punto atañe, sea muy cauto y prudente el varón, no sea que, queriendo corregirla en lo que tenga de exceso en sus ejercicios de devoción, contribuya a hacerla indevota, amiga de libertades y poco temerosa de Dios, ya que esto sería muchísimo peor y más trascendental: la prudencia está en evitar los dos extremos, siguiendo el justo medio. Pero si bueno es y acertado que el esposo advierta y procure corregir las demasiadas devociones espirituales de su esposa, justo es y muy conforme que la siga y acompañe en las reguladas como los buenos y ejemplares cristianos, porque si ambos se aplican uniformes a seguir un camino santo, se animarán y fortalecerán uno a otro, harán más feliz su unión y prosperarán la casa, puesto que el Señor estará con ellos (5).

Otra de las reglas de prudencia que debe guardar el marido para que no disminuya, antes bien aumente el amor, obsequio y paz con su esposa, es el admitir y asistir con ánimo generoso y complaciente a los parientes de ésta cuando vienen a su casa, visto lo cual la esposa hará lo propio con los parientes del esposo, y con este proceder se evitarán muchas quejas, murmuraciones y rencillas, que por lo común acaban de matar la caridad y sembrar disensiones entre unos y otros.

Además, con frecuencia suele causar cierto rubor y pena a la mujer casada ver que se tarda la deseada sucesión de su casa: en este caso, el varón prudente, lejos de entristecerla y mucho menos improperarla, debe animarla y consolarla, diciéndole que el don de la fecundidad depende exclusivamente de Dios, cuyas disposiciones es preciso y justo acatar con rendida sumisión, sin que por eso se haya de perder la confianza, antes bien acudir con más instancia y fervor al Señor, imitando a aquellas dos grandes santas matronas, ambas llamadas Ana, a las cuales concedió Dios en su vejez y a pesar de su esterilidad la altísima gracia de ser madres, la primera del gran profeta Samuel (6), y la segunda de la Santísima Virgen María, elegida nada menos que para Madre de Jesucristo nuestro Divino Redentor (7).

Importa mucho asimismo que el varón casado, si quiere vivir en su casa y continuar fiel en el servicio de Dios, no olvide aquel saludable consejo dado por el Eclesiastés, a saber: Que tenga sus entretenimientos honestos y decentes con su mujer; que se deje de otras vanidades y distracciones, que al fin y al cabo sólo le proporcionan amargas pesadumbres. (8 )

(1) 1 Co 10, 2.
(2) Jb 1, 8.
(3) Tb 2, 1-14.
(4) Tb 3, 6.
(5) Sal 127, 1.
(6) 1 S 1, 19-20.
(7) Lc 2, 6-7.
(8 ) Qo 9, 9.
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Leandro del Santo Rosario
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MensajePublicado: Lun May 21, 2007 2:36 am    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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§

CAPÍTULO VIII

Afectuosa obediencia y sumisión de la esposa cristiana a su esposo

Mucho se ha errado en todos tiempos sobre la misión de la mujer y su verdadero destino en la familia y en la sociedad, pero tal vez nunca como hoy día en que la moderna civilización pretende hacer de esta noble criatura humana, si bien débil por naturaleza, un ser independiente del hombre, o a lo menos, contra la ordenación divina, igual a él así en la familia como en los asuntos y negocios graves de la marcha social.

La mujer fue formada por Dios para que fuera compañera y cabal consuelo del hombre, su ayuda y como el ángel tutelar de la familia (1), mas no para que ella dirigiera y gobernara, sino para ser dirigida y gobernada por el hombre, no con imperio y rigidez, pero sí con superioridad y derecho.

Despréndese claramente lo dicho de las palabras que le dijo Dios allá en el paraíso después que desgraciadamente se hubo dejado dominar y seducir por las falsas y halagüeñas palabras del demonio disfrazado bajo la figura de la serpiente: Sepas, le dijo el Señor, que, en pena de tu pecado, estarás siempre sujeta a tu marido, él te mandará y tendrá dominio sobre ti, y tú vivirás bajo su potestad (2). No puede darse sentencias más categórica ni puede decirse con palabras más claras y terminantes.

Mas si para alguno no fueran todavía bastantes aquellas solemnes palabras del mismo Dios, oiga lo que en la misma Ley de gracia dice el divino Maestro por boca de su gran apóstol San Pablo, el cual, escribiendo a los de Corinto y dando avisos a las mujeres casadas, manda a éstas que no quieran hacerse doctoras, sino que estén sujetas a su varón (3), conforme a la ley divina. En su carta a los de Éfeso, dice también que las mujeres casadas estén sujetas a sus maridos, como lo están al Señor; porque el varón es la cabeza de su mujer, así como Cristo nuestro Señor es cabeza de su santa Iglesia: y de la manera que la Iglesia está sujeta a Cristo, así también las mujeres han de estar sujetas a sus maridos en todas las cosas (4).

El varón ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer ame y tema a su varón (5). Y como si lo dicho no le bastara al santo Apóstol, y a fin de inculcar todavía más esta doctrina, en su carta a los Colosenses repite: las mujeres estén sujetas en el Señor a sus maridos, así como conviene que los varones no sean amargos con sus mujeres (6), sino que las amen y las consuelen en todo lo que sea posible, sin faltar al bien de sus almas. Todavía insiste más el Apóstol sobre el asunto, pues, dirigiéndose a su amado discípulo Timoteo, le encarga con interés predique y exhorte a las mujeres jóvenes para que sean prudentes y amen a sus maridos, que sean honestas y discretas, cuidadosas de su casa, benignas y subordinadas a sus varones, para que el nombre santo del Señor no sea blasfemado (7).

Quiere además San Pablo que las mujeres en la iglesia lleven cubiertas con modestia sus cabezas (todo lo contrario de lo que hoy día se observa en muchas y grandes poblaciones) (8 ); que en ella guarden absoluto silencio (9); que sean muy fieles a sus maridos; que les paguen el débito sin excusa ni repugnancia (10); que sean oficiosas y cuidadosas de su casa y familia; trabajadoras y hacendosas de puertas adentro; que se muestren diligentes y no perezosas ni ociosas, porque la ociosidad en la mujer es indicio de torpeza y otros vicios que en gran manera la desacreditan y afean.

El Espíritu Santo, en el libro de los Proverbios, haciendo el elogio de la mujer fuerte y prudente, dice que su precio es incalculable porque sabe privarse del reposo y descanso de la noche para vigilar y atender a su familia, repartiendo a sus domésticos, esposo, hijos y criados las ocupaciones convenientes, dando a cada uno lo necesario para su buen cumplimiento. Fija su mirada en el campo dilatado de su casa y familia, y discurre cómo podrá aumentar sus bienes espirituales y temporales con su asidua vigilancia y el trabajo de sus manos (11).

Y ciertamente, la misma experiencia nos enseña que una esposa laboriosa, buena, juiciosa y callada, a la par que hace feliz y dichoso al esposo, es la que anima, sostiene y aumenta la casa (12).

A la verdad, ¿de qué servirá que el marido se esfuerce, sude y gane mucho, si su esposa no lo sabe discretamente guardar para distribuirlo a su tiempo con prudencia según las circunstancias? Vemos que la mujer juiciosa y de buen gobierno, de lo poco sabe hacer mucho, y de sus ahorros, sin menoscabo de la virtud y de su casa, tiende su mano para socorrer al pobre y necesitado, porque es propio de la mujer magnánima, prudente y casera el ser compasiva y dadivosa con los pobres de Cristo, confiada siempre en las bendiciones celestiales. Apenas abre su boca sino para las cosas de Dios; tiene siempre en su lengua la ley de la clemencia; atiende a las cosas de su casa, acredita a su marido, procura quitarle disgustos y pesadumbres y no come el pan estando ociosa. No deja engañarse por la falsa teoría del mundo que juzga erróneamente por gracia y buenas dotes la hermosura, el donaire y lenguaje amanerado, sino que, temerosa de Dios, enseña a temerle a los demás, que es lo que merece únicamente alabanza de Dios y de los hombres.

Si todas estas dotes son menester para que la mujer casada cumpla, cual Dios quiere y demanda su estado, sus deberes de cristiana y buena esposa, no son menos graves y sagradas las obligaciones a que viene sujeto también el marido, así en lo que se refiere a Dios como en lo que mira a su mujer. Debe ser afable y generoso, compñasivo y aun condescendiente en lo que no se oponga a la virtud e intereses de la casa y familia. Debe huir del juego y apartarse de todo trato y reunión que pueda contristar a la esposa o darle ocasión de sospecha con el amor y fidelidad; por cuya razón el apóstol San Pedro enseña y encarga con mucho empeño que los varones sean muy prudentes y se compadezcan de sus mujeres, como de vasos más frágiles, honrándolas como a compañeras suyas, herederas de la vida de la gracia, a fin de que no se impidan las oraciones de entrambos (13).

Como se ve, el principal cuidado de una mujer discreta y temerosa de Dios debe ser atender a su esposo y respetarle como a cabeza; persuadiéndose de que por medio del jefe de la familia dispone de ordinario Dios el buen gobierno de ella; y tenemos magnífico ejemplo de esta verdad en la Sagrada Familia de Nazaret, que con ser el Niño Jesús verdadero Dios y María su Madre muy superior en méritos y santidad a su esposo José, sin embargo el aviso del ángel de que marchasen pronto a Egipto y el de su vuelta de allá a Galilea no lo dio el Altísimo por su ángel directamente ni al Hijo ni a la Madre, sino a José (14) como cabeza que era de familia tan divina y con ello dar ejemplar lección a todos los mortales de lo mucho que le place que todas las cosas sigan y se gobiernen según el orden natural y ordinario que su altísima bondad y providencia tiene dispuesto; de lo cual se infiere que los inferiores deben siempre y en toda ocasión obedecer en las cosas justas y razonables y rendirse a los que son superiores y prelados en lo exterior, por más que en otras cosas sean muy favorecidos y más aventajados (15).

(1) Gn 2, 18.
(2) Gn 3, 16.
(3) 1 Co 14, 34.
(4) Ef 5, 21-24.
(5) Ef 5, 33.
(6) Col 3, 18-19.
(7) 1 Tm 2, 9-10.
(8 ) 1 Co 11, 5-6.
(9) 1 Tm 2, 11-12.
(10) 1 Co 7, 5.
(11) Pr 31, 10-31.
(12) Pr 12, 4.
(13) 1 P 3, 7.
(14) Mt 2, 13-14.
(15) Ef 6, 5-8.
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MensajePublicado: Mie May 23, 2007 6:24 am    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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Querido Leandro:

Muchísimas gracias por tu labor de darnos a conocer las palabras santas de los santos que nos ayudarán a nuestra santidad. ¡Dios te bendiga por ello, amigo mío!

¡Dios es maravilloso!

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Leandro del Santo Rosario
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MensajePublicado: Sab May 26, 2007 7:30 pm    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
Responder citando

*Primavera escribió:
Querido Leandro:

Muchísimas gracias por tu labor de darnos a conocer las palabras santas de los santos que nos ayudarán a nuestra santidad. ¡Dios te bendiga por ello, amigo mío!

¡Dios es maravilloso!


¡Gracias a Dios! Very Happy
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scarlett
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MensajePublicado: Sab May 26, 2007 7:55 pm    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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Paz y bien.

Hola, Leandro: ¡Qué hermoso trabajo! Por acá me tendrás con todo y batea Laughing pendiente de lo siguiente. Nunca es tarde para remendar, nunca es tarde para fomentar, más cuando se ama a la persona con la que está una casada. Gracias por tu hermoso trabajo.

Espero te guste ésta joya para adornar tu trabajo. Creo que es la más bella joya.
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Leandro del Santo Rosario
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MensajePublicado: Sab May 26, 2007 8:30 pm    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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¡San José Manyanet, ruega por nosotros! Very Happy

§

CAPÍTULO IX

Cómo debe portarse la esposa cristiana para complacer a su marido

A la mujer casada le será de gran provecho y consuelo recordar lo que nos dice Dios por boca del santo Job, a saber: Que nuestra vida es una lucha continua sobre la tierra (1). No faltan enemigos interiores, y abundan en demasía los peligros y las ocasiones de caer que en lo exterior se presentan. Concebidos en pecado (2), somos flacos y débiles y de ahí que debamos estar en continua vigilancia para sostenernos en la gracia de Dios. Es difícil encontrarse dos personas que se hallen en todo tiempo y ocasión enteramente acordes, y por decirlo así, como identificadas en todos sus deseos, en sus aspiraciones y modos de obrar, siendo por lo común esta diversidad de pareceres origen de sensibles disensiones y altercados entre los casados, inconvenientes y males que tan sólo los previene y aleja la cristiana práctica de las virtudes de paciencia y abnegación de la propia voluntad en obsequio de la paz y concordia entre unos y otros. Una de las grandes obras de caridad y misericordia que nos enseñó nuestro divino Salvador Jesucristo es soportar con paciencia las flaquezas y molestias de nuestro prójimos. (3) Si esto lo ordena el Señor a todos los cristianos para cada uno de sus prójimos, ¿cuánto más directo no va este precepto a los casados, y sobre todo a la mujer, que ha de hacerse, por decirlo así, una misma cosa con su marido, dado que con él ha de vivir, participando así de sus glorias como de sus infortunios y esto por toda su vida?

El Espíritu Santo dice que la mujer buena y diligente es corona y gloria de su varón, y que en su mano prosperan todas las cosas (4); de lo cual se deduce que si la casada es ociosa, descuidada y negligente en el buen cumplimiento de sus obligaciones, en vez de ser la corona de honra y estimación de su marido, lo será de pena e ignominia.

Se lee en las revelaciones de la venerable Sor María de Jesús de Ágreda en su «Mística Ciudad de Dios» que al despedirse María Santísima de su prima santa Isabel le dijo estas memorables palabras, a saber: «que temiese a Dios, amase a su marido y fuese caritativa con los pobres, con lo cual haría la verdadera felicidad de su casa y familia».

Este bien conseguirá la casada si después de rogar a Dios, pidiendo su auxilio y abandonándose confiada en su Providencia, procura con diligencia y sin ahogos de ninguna clase cumplir sus deberes lo mejor posible; si cuida y atiende a su esposo con amor y cordial afecto, mayormente cuando advierte que está pensativo o afligido por algún contratiempo, cuando le ve enojado o diferente con ella misma; si le sirve, consuela y anima en los casos de enfermedad, en la contrariedad de sus negocios o empresas; si no deja brotar en su corazón el vicio de la altanería ni se deja sorprender de los malditos celos en que con reprensible facilidad suelen caer algunas imprudentes casadas, asquerosa enfermedad que tantos males acarrea a las almas y a la familia toda; si en la inesperada pérdida de intereses temporales o de personas estimadas, de los hijos y aun de su propio esposo sabe ser sufrida y paciente, sin entregarse a tristezas ni desahogos excesivos; en fin, si en todo, así en las prosperidades como en los infortunios (5), procura guardar una fortaleza e igualdad de ánimo y de resignación a la divina voluntad, tal cual nos la recomienda Jesucristo en su santo Evangelio (6).

Obligación es de la mujer casada, según enseña el Apóstol, dividir sus cuidados, primero para con Dios y luego para con su esposo (7). Debe, pues, atender cómo podrá darle gusto y complacerle en todo, hasta en el vestir, con tal no se aparte de las reglas de cristiana honestidad. Si no encuentra en su marido aquellas dotes de talento, de buen genio y carácter y ciertas conveniencias temporales que ella se había figurado, no se desconsuele por ello, ni lo dé a conocer de ningún modo; así como tampoco se resienta ni mucho menos acrimine a los que con buenos fines aconsejaron el enlace: piense y persuádase que fue disposición de Dios para mejor disponer su salvación eterna, porque ciertamente llevando con resignación y paciencia aquella cruz puede adquirir tanto o más mérito para la gloria que muchos anacoretas en el desierto.

Dirija siempre su lengua la virtud de la prudencia, y por lo tanto no sea fácil en referir a otros, por más que sean parientes o amigos, lo que ocurre y pasa en su casa, porque suele ser esto causa de muchos y graves inconvenientes y trastornos; tampoco refiera ligeramente a su marido lo que tal vez oirá y sabrá no favorable a su honra y prestigio, porque de ahí suelen originarse pleitos, riñas y no pocas muertes. Nunca pida cosa al marido que éste no pueda buenamente hacer sin faltar a Dios y a su conciencia, porque la esposa que así procede busca seguramente su ruina espiritual, no pocas veces la corporal y pérdida de los bienes, precipitando en ella al condescendiente marido.

Ni en presencia de su esposo, ni delante de otras personas, por más amigas que se manifiesten, alabe con mucho interés a otro hombre, no sea que el demonio, que nunca se duerme, aproveche esta ocasión para sembrar sospechas de mal género y de ahí encienda horrible incendio que venga a dar en tierra con toda la casa y familia.

Confórmese en lo posible con el gusto y querer del esposo, siga su voluntad en todo aquello que no haya ofensa de Dios, déle gusto en cuanto entienda agradarle, jamás haga chanza de sus virtudes y buenas obras, vuelva siempre por su honor y buen nombre, sin dejar de advertirle a su tiempo y con prudencia si algún defecto o falta hubiese notado, imitando así a la previsora y juiciosa Abigail, esposa del avaro y duro Nabal (8 ) de Carmelo, la cual al ver que su marido iba a causar la ruina de toda la casa por negarse a socorrer al santo rey David que se hallaba en gran necesidad injustamente perseguido de Saúl, supo ella evitar el conflicto y aplacar el justo enojo del santo rey enviándole con reverente agasajo cuanto necesitaba, salvando con este acto de generosidad y atención la vida de su esposo, evitando al mismo tiempo la inminente ruina y destrucción de su casa y familia.

Cuando reciba algún agravio o falta de atención, si puede ocultarlo, no lo cuente a su marido y sufra aquel desdén con paciencia y por amor de Dios, con lo cual ganará en virtud y mérito; mas si no pudiera evitar que lo sepa, procure no agravar la cosa con palabras de resentimiento, antes bien, sepa con buenas razones quitar importancia a lo ocurrido, a fin de evitar chismerías y consecuencias desagradables, siempre opuestas a la caridad cristiana. Si por el contrario fue el marido quien recibió el agravio de otras personas y por esa causa le ve enojado, esté prevenida y use de exquisita prudencia, no sea que con sus palabras excite más su cólera y acabe por precipitarle; óigale con calma y serenidad, dejando que se desahogue y dé lugar a la ira, y luego después, con finura y destreza santa, persuádale de que tal vez el agravio no fue intencionado o que no es tan grave como se lo imagina, y que en todo caso es más noble y provechoso el perdonar que el vengarse. Aunque le parezca que por el momento nada consigue, no por eso se dé por vencida; espere otra ocasión oportuna, porque una vez pasada aquella furia, de seguro se amansará y se dejará convencer con más facilidad.

Cuando el marido advierte o corrige alguna cosa a su esposa, nunca debe ésta poner mala cara ni manifestarse de ello resentida; antes bien, debe significarle estimación y agradecimiento de su interés y buen afecto, y aque de no hacerlo así da claro indicio de altivez y soberbia, lo cual disgusta mucho a Dios y suele castigarlo ya en esta vida, a la par que desagrada y contrista al esposo que para utilidad y provecho suyo y de toda la casa le da cristianos y amigables avisos.

De ninguna manera conviene que la mujer se inquiete ni enfade con su marido; empero, si alguna vez por desgracia aconteciere, en tal caso y si tan grave le pareciere la cosa que creyera conveniente consultarla, mírese mucho con quién lo hace, no sea que, queriendo acertar, enrede y agrave mucho más la disensión. ¡Son tan contadas las personas juiciosas y prudentes! ¡Oh, a cuántas casadas ha separado de sus esposos y ha privado de su bienestar y felicidad temporal y quién sabe si también de la eterna un mal consejo, dado por amigas indiscretas o amigos faltos de juicio y poco temerosos de Dios!

Tampoco conviene que sostenga altercados ni porfías con el esposo: la mujer debe ser siempre la primera en callar y desistir en su empeño, dando la razón al que Dios ha designado como superior inmediato, no olvidando que no pocas veces, por frioleras de escaso interés o que poco o nada importan, suelen levantarse grandes disgustos y pesadumbres. La mujer prudente y sufrida vale un imperio (9); sabe callar y sabe hablar a su debido tiempo, aprovechando el más oportuno para decir lo que importa. No debe olvidar que, después de Dios, a ninguna otra persona debe estar tan sujeta y rendida como a su marido, y por consiguiente, que ha de seguir y procurar conformarse con él en toda buena o mala fortuna y que tan sólo en lo que es contra la santa ley de Dios y bien de su alma ha de discordar del parecer y voluntad de su marido, no consintiendo jamás en cosa alguna contra conciencia, así en lo referente al uso del santo matrimonio como en todo lo demás que pueda ofrecerse, puesto que para complacer ciertos irrazonables caprichos del marido no ha de ofender a Dios y condenar su alma. Todo lo que por estos o parecidos motivos toleran o sufren las almas verdaderamente timoratas*, entiendan que estas mortificaciones se les convierten en aumentos de gloria eterna.

En toda familia, por más que esté bien regida y gobernada, es difícil o casi imposible el que no se cometan descuidos y faltas: cuando esto ocurra, guárdese la mujer de oponerse al marido mientras éste corrige a los hijos o criados, ni mucho menos los defienda, porque de ahí suelen originarse graves inconvenientes, a saber: que los males no se enmienden y que los hijos se críen veleidosos e indisciplinados. Si el uno edifica y el otro destruye, sólo se consigue aflicción y dolor, como nos lo advierte el Espíritu Santo (10). Además, la esposa no debe ser jamás imprudente ni porfiada en querer saber los secretos del esposo; y cuando alguno le descubra, guarde fidelidad en callarlo, no sea que de allí se siga más daño del que puede imaginar, según suele acontecer con demasiada frecuencia. Guárdese asimismo de darle a comprender ser ella quien lleva la dirección y el mayor peso de la casa, que ella hace y deshace o que es como el timón del marido, etc. Semejante ligereza y vanidad rebajan la autoridad y estima del marido, y ella misma, en lugar de adquirir honra y prestigio, se rebaja y sirve de ridículo a los demás. En lo que debe atender principalmente, y le dará verdadera honra y provecho, es en que las cosas de su casa estén bien ordenadas y aseadas, que las ropas y vestidos de los hijos, en particular las del esposo, estén limpias y decentes; que la comida sea bien preparada y a tiempo, más a gusto del esposo que no al suyo propio; que ayude a éste en sus trabajos; en fin, que en lo posible no deje su labor ni se ausente de la casa sin necesidad, y si es menester salir, no detenerse más de lo conveniente, sin hacer paradas inútiles ni admitir conversaciones vanas, porque la misma experiencia enseña que la mujer callejera, ventanera y entregada a visitas innecesarias, ni cuida mucho del esposo, ni de los hijos y criados, si los hay, ni aumenta la casa como debiera.

Bienaventurada la esposa que quiera regirse y gobernarse conforme a los consejos que acaban de indicarse, porque se parecerá a la mujer fuerte que nos describe el Espíritu Santo, la cual durante su vida alabó al Señor, fue la corona de su esposo, la paz y la alegría de la familia y la que aumentó considerablemente su casa (11).

* Que tiene temor de Dios, y se gobierna por él en sus operaciones.

(1) Jb 7, 1.
(2) Sal 51, 7.
(3) Ef 4, 2.
(4) Pr 12, 4.
(5) 2 Co 6, 8.
(6) Mt 26, 42.
(7) 1 Co 7, 33-34.
(8 ) 1 S 25, 14-42.
(9) Pr 31, 10-11.
(10) Si 34, 23.
(11) Pr 31, 10 y ss.
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scarlett
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MensajePublicado: Mar May 29, 2007 1:36 am    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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Leandro del Santo Rosario escribió:
¡San José Manyanet, ruega por nosotros! Very Happy

Cómo debe portarse la esposa cristiana para complacer a su marido

Cita:
Dirija siempre su lengua la virtud de la prudencia, y por lo tanto no sea fácil en referir a otros, por más que sean parientes o amigos, lo que ocurre y pasa en su casa, porque suele ser esto causa de muchos y graves inconvenientes y trastornos; tampoco refiera ligeramente a su marido lo que tal vez oirá y sabrá no favorable a su honra y prestigio, porque de ahí suelen originarse pleitos, riñas y no pocas muertes. Nunca pida cosa al marido que éste no pueda buenamente hacer sin faltar a Dios y a su conciencia, porque la esposa que así procede busca seguramente su ruina espiritual, no pocas veces la corporal y pérdida de los bienes, precipitando en ella al condescendiente marido.

¿Han sentido un terremoto? Yo sí. Y así se siente cuando se leen éstas palabras. Dice Santiago que la lengua es el peor instrumento y es cierto. Es tan difícil callar, si lo supiera yo. Gracias a Dios en cuanto a lo que sucede de la puerta de mi casa para adentro, sólo lo arreglamos mi esposo y yo.
Cita:
Cuando reciba algún agravio o falta de atención, si puede ocultarlo, no lo cuente a su marido y sufra aquel desdén con paciencia y por amor de Dios, con lo cual ganará en virtud y mérito; mas si no pudiera evitar que lo sepa, procure no agravar la cosa con palabras de resentimiento, antes bien, sepa con buenas razones quitar importancia a lo ocurrido, a fin de evitar chismerías y consecuencias desagradables, siempre opuestas a la caridad cristiana. Si por el contrario fue el marido quien recibió el agravio de otras personas y por esa causa le ve enojado, esté prevenida y use de exquisita prudencia, no sea que con sus palabras excite más su cólera y acabe por precipitarle; óigale con calma y serenidad, dejando que se desahogue y dé lugar a la ira, y luego después, con finura y destreza santa, persuádale de que tal vez el agravio no fue intencionado o que no es tan grave como se lo imagina, y que en todo caso es más noble y provechoso el perdonar que el vengarse. Aunque le parezca que por el momento nada consigue, no por eso se dé por vencida; espere otra ocasión oportuna, porque una vez pasada aquella furia, de seguro se amansará y se dejará convencer con más facilidad.
Normalmente siempre he tratado de actuar como recomienda San José Manyanet, pero como siempre sucede, nunca falta que la riegue uno y un día me sucedió que debido a sentirme sola cuando llegamos por acá, a sentirme desubicada y fuera de mi ambiente, bajé las defensas y ante algunas acciones en contra mía que en otro momento no me hubieran afectado tanto, caí en el error de comentarselos a mi esposo cuando nos alcanzó (nos venimos primero mis hijos y yo, quedando con mi esposo que después nos alcanzaría, cosa que hizo, pero mientras llegaba, sufrí algunas acciones en mi contra y cèmo me hizo falta mi esposo para sostenerme como siempre lo ha hecho, cuando llegó le platiqué todo (lo cual no está mal) pero falté a una de mis reglas: no echar tierra a otros, y mi esposo ha tardado mucho en olvidar las ofensas que nos hicieron a mis hijos y a mí cuando estabamos sólos. Debí haberme quedado callada. Embarassed
Hay mucho que comentar. Es un documento bellísimo, Leandro. Gracias por compartirlo.

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Leandro del Santo Rosario
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MensajePublicado: Lun Jun 04, 2007 1:33 am    Asunto:
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§

CAPÍTULO X

Preciosos frutos que se cosechan de la verdadera paz entre los casados, y lamentables males que se siguen de no tenerla

Así como la discordia disgusta a todo corazón noble, por el contrario la paz y la concordia, sobre todo entre casados, es lo más hermoso y agradable que puede darse. Una verdadera paz y cordial armonía conyugal es la suma felicidad de los esposos y la edificación de la sociedad. A este propósito dice el Espíritu Santo por el Eclesiástico: Que el varón y la mujer que viven con una voluntad y un querer es una de las tres principales cosas que agradan a Dios y a los hombres (1); y en los Proverbios se lee que esta virtuosa paz es la que prospera en las casas (2), hace felices a las familias y el Señor las llena de bendiciones (3), y añade además el Sabio que los padres proporcionan a los hijos las conveniencias y riquezas, pero que el dar a un hombre una mujer prudente y virtuosa, con la cual viva con verdadera paz y concordia santa, procede tan sólo de la bondad y misericordia del Altísimo (4).

En efecto, la misma experiencia manifiesta que la paz y armonía entre los casados es el primer factor para vivir vida feliz en este estado. Vale más, según dice el Eclesiastés, un pedazo de pan con paz y armonía, que las dos manos llenas de riquezas con inquietud y pesadumbres (5). Con paz lo poco es mucho; y sin ella, lo mucho es nada. Reina la paz en la casa, y de seguro no faltará la bendición del Señor y por añadidura vendrá la salud y la abundancia.

Mas si tales son los frutos que afortunadamente nacen de la perfecta unión y conformidad entre los esposos, la disensión y antipatía entre ellos es señal evidente de su malestar y de su inevitable ruina. Nada extraño que así suceda, porque, siendo Dios el dispensador de todos los bienes y el autor de todo buen orden, no gusta de disensiones, sino de paz y alegría inocente, pues, como nos dice San Juan, Dios es caridad y sólo los que viven en caridad están en Dios, y Dios en ellos (6).

La casa donde no hay paz y unión, y por el contrario son frecuentes los litigios y discordias, se convierte en morada insufrible y más bien que pacífica habitación de cristianos se parece a una reunión de orates, energúmenos o condenados, ya que no otra cosa puede llamarse a una familia cristiana que, en vez de rendir a Dios el honor y darle la debida alabanza por medio de la paciencia y otros actos y ejemplos de virtud, no se ven ni se oyen más que denuestos, juramentos, blasfemias y maldiciones. Entonces acontece que el marido airado e impaciente pelea contra la mujer, y la mujer, llena de impaciencia y como fuera de sí, se las ha contra el marido, llegando su alteración y alboroto al extremo de no atender a lo que se dice ni a lo que se hace, siendo el escándalo de los hijos, mal ejemplo de la familia y vecinos, inquietud de los parientes, que lo saben y lamentan sin que puedan remediar tan graves males, cumpliéndose aquella sentencia de Jesucristo que dice: La casa que se divide en discordia se arruinará sin remedio (7).

Puede en verdad afirmarse que no hay pena ni presidio más intolerable que la vida de un matrimonio en donde no reina la paz y concordia de buenos cristianos, porque si se sientan a la mesa, todo son miradas sospechosas y malas caras; si se retiran para el descanso, les siguen el mal humor y a veces los temores; en fin, en todas partes acritud, rencor y despecho.

En semejantes circunstancias, el demonio, enemigo rabioso de nuestras almas, procura por todos medios atizar la tea de la discordia, exagerando y fomentando sospechas infundadas y faltas que tal vez no existen. Unas veces las sugiere a la mujer contra el marido, otras al marido contra la mujer, que es lo más común y frecuente. Y es tanta la malicia y terquedad del infernal enemigo, que jamás se da por vencido, pues cuando no le sale bien un ardid, luego apela a otro, y si no ha podido conseguir victoria con aquella tentación, prepara otra mucho más sutil y engañosa.

El infernal enemigo suele acometer al hombre para seducirle, a fin de introducir la cizaña en su casa persudiéndole de que su esposa no tiene aquellas buenas cualidades que él se había imaginado antes del matrimonio, ni aquellas prendas personales y conveniencias temporales que se había creído; y lo que es peor, más humillante y ofensivo, sospechar que al casarse con ella, su recato y honestidad tal vez dejaban algo que desear y ser eso causa de no tener sucesión, y si la tienen, porque no son hijos varones, y otras imaginaciones ridículas, pues como se ve, no está en poder de la mujer dar a luz lo que desea, sino que eso depende únicamente de la divina voluntad. ¡Desgraciado el hombre que se deja llevar de esas sospechas y juicios temerarios, porque al fin y al cabo, como malignas astucias que son del demonio, sólo le proporcionarán amarguras y horribles pesadumbres!

Pues ¿qué remedio queda para prevenir o reparar tamaños males y de tan pésimas consecuencias? Todo estriba en el querer de los esposos; todo depende de amor y temor de Dios, que oye y bendice a los que de veras a Él acuden y le piden socorro. En estos casos más que en otros es menester la paciencia cristiana acompañada de una entera conformidad a la voluntad divina que permitió su santa unión, sin duda para que, tolerándose mutuamente sus defectos y amándose con caridad, procurasen su santificación y asegurasen mejor la salvación eterna. A todo esto ayuda poderosamente la frecuencia de los sacramentos de penitencia y Eucaristía recibidos con devoción y con el firme propósito de imitar en lo posible a nuestro maestro y redentor Jesucristo, que por amor nuestro llevó la pesada cruz hasta el Calvario y en ella fue bárbara e ignominiosamente crucificado (8 ).

(1) Si 25, 1.
(2) Pr 15, 6.
(3) Pr 14, 11.
(4) Pr 19, 14.
(5) Qo 4, 6; Pr 17, 1.
(6) 1 Jn 4, 16.
(7) Lc 11, 17.
(8 ) Jn 13, 1.
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Leandro del Santo Rosario
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MensajePublicado: Dom Jul 15, 2007 8:39 pm    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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¡San José Manyanet, ruega por nosotros! Very Happy

§

CAPÍTULO XI

Necesaria conformidad y resignación de los casados para sobrellevar con mérito las molestias de su estado y los infortunios de familia.

No hay estado alguno en esta vida de peregrinación y de prueba que no lleve anejas sus penas y molestias. Por consiguiente, el estado del matrimonio no está exento de esta ley general, antes bien, mirada la cosa a la luz de la experiencia, las tiene mayores y frecuentes. Hablando el santo Apóstol del estado del matrimonio dice que, aparte de las mortificaciones ordinarias, tendrán las de la carne (1), o sea las de los cuidados de familia e intereses terrenales, cuyas palabras comenta San Jerónimo diciendo: «que si en lo que han de tener satisfacción hallaran molestia, ¿qué será en otras muchas cosas que de sí mismas son ya pesadas y desabridas?»

De ordinario suelen celebrarse los matrimonios con extraordinarios regocijos y mucha asistencia de parientes y amigos; pero estos transportes y muchas veces excesos de alegría suelen durar poco; porque los que se casan, a manera de aquellos que se embarcan para alta mar, que no piensan ni prevén las mareas y tormentas hasta tanto que se presentan y ponen en pruebas difíciles, así los que se unen en matrimonio, por el instante todo son satisfacciones y enhorabuenas, mas al poco tiempo vienen los lamentos, los cuidados, los recelos, las mayores obligaciones, las necesidades de la casa, las discordias de varias maneras, y entonces si los esposos no son verdaderamente virtuosos, si no hay conformidad cristiana entre ellos, el santo matrimonio se convierte en cruz pesadísima, que se ha de llevar por fuerza, pero sin mérito de vida eterna.

De lo cual debe deducirse que en todo matrimonio, por acertado que sea, no han de faltar motivos y ocasiones de padecer y no pocas de tolerarse mutuamente, siempre con discreción y prudencia, sus descuidos y faltas. Por esto no han de olvidar los casados que el matrimonio se llama vínculo, esto es, atadura, y que esta atadura es indisoluble, que sólo Dios puede desatar (3). Importa, pues, a ambos andar perfectamente unidos para que este nudo no les apriete y atormente en demasía, ya que sabida cosa es que la carga bien repartida y llevada con gusto ni desagrada ni fatiga tanto.

Ayudará mucho a guardar este equilibrio si se sigue aquel aviso del Espíritu Santo que dice: El varón no sea como el león en su casa (4); y a la mujer la exhorta a que no sea impertinente, ni porfiada, ni iracunda, ni importuna (5). A este propósito cita oportunamente San Basilio, instruyendo a los casados, el ejemplo admirable de la víbora y de la murena marina, según vulgarmente se cree y ponemos aquí por lo que nos sirve de comparación. Es la víbora un animal sumamente venenoso y de perversas intenciones; no obstante, este reptil ponzoñoso, con su silbato llama para su consorte a la murena, y ésta, sin pararse en la malicia y venenosas propiedades de quien la llama, acude a sus voces, y entonces la víbora vomita antes su pestífero veneno para no dañar con él a su consorte. Del mismo modo, prosigue el santo, debe conducirse la mujer con su esposo, y el esposo debe hacer otro tanto con su esposa. Tan pronto como ésta oye la voz de su marido, ha de obedecerle, y por ninguna causa ni motivo, no siendo contra lo que Dios manda, debe dejar de obedecer ni de él apartarse. Si el marido es poco atento y de no muy agradable condición, acuérdese que está casada con él; si es disparatado y poco amoroso, no olvide que el santo matrimonio los hizo en cierto modo una misma cosa, que ya no es dueña y señora de sí misma, sino que es de su esposo tal cual es y no de otro; empero el marido entienda también que viene estrictamente obligado a respetar en todo tiempo y ocasión a su consorte, a tolerar sus faltas y defectos en obsequio y provecho de la casa y familia.

Es preciso no olvidar que la unión del matrimonio se corrobora y consolida por la concordia de voluntad entre los esposos, de manera que mientras no se quiebra esta feliz armonía de afectos todo se soporta, todo se disimula y se sufre, dado que el amor es fuerte como la muerte (5). De consiguiente, el varón nunca debe agriar ni repeler a su mujer por más que en ella note algunos defectos, sino que debe amonestarla y corregirla con amor y caridad, esperando que el Señor le dará auxilios convenientes para que sepa y pueda enmendarse. De igual modo la mujer ha de saber soportar los defectos y faltas de su marido (7). Querer andar por otro camino y seguir cada uno por su vereda nada de provecho se consigue y todo redunda en perjuicio del alma, del cuerpo y de la casa. Y si no, dígase, ¿qué consigue el marido teniendo a la esposa de mal humor y destemplada? No otra cosa que llenar la casa de temor, de malas caras, y que las cosas no se hagan a su tiempo. A propósito de esto, dirigiéndose al marido, San Gregorio le dice: «Si tu mujer es pobre, no la entristezcas con lo que antes debías haber mirado; si es ligera, poco advertida o precavida, así era antes que se casase contigo; si es golosa o ebriosa, no la curará tu impaciencia; si es iracunda, compadécete de ella: y en todos estos defectos considera, armándote de cristiana conformidad y paciencia, que es ya tu mujer y que no puede ser otra, y adora en ella los altísimos juicios de Dios, que sin duda así lo permite para tu mayor provecho espiritual.»

Igual conducta debe observar la mujer prudente con los defectos de su marido: éstos se han de corregir o se han de tolerar. Pero ¿cómo hacerlo? Aquí de la prudencia de la casada (8 ). Para conseguir la enmienda ha de valerse de santas industrias y oportunas amonestaciones, que siempre sabe encontrar una esposa fiel y cariñosa, pero ante todo y sobre todo encomiende el negocio a Dios, en cuya mano poderosa está principalmente la victoria que desea: mas si con todo eso no consigue lo que tanto anhela, no se aflija ni pierda el ánimo, ni mucho menos la esperanza, sino más bien, armándose de una inalterable paciencia, espere y confíe en la bondad del Todopoderoso, que sabe y puede convertir en un instante los más carniceros lobos en mansísimos corderos.

(1) 1 Co 7, 28.
(2) 1 Co 7, 27.
(3) Mt 19, 6.
(4) Si 4, 30.
(5) Si 26, 13-15.
(6) 1 Co 13, 4-7.
(7) Si 26, 1.
(8 ) Si 26, 3.
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Luciana Belén
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MensajePublicado: Jue Jul 19, 2007 3:04 am    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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Leandro del Santo Rosario escribió:
¡San José Manyanet, ruega por nosotros! Very Happy

§

CAPÍTULO XI

Necesaria conformidad y resignación de los casados para sobrellevar con mérito las molestias de su estado y los infortunios de familia.

No hay estado alguno en esta vida de peregrinación y de prueba que no lleve anejas sus penas y molestias. Por consiguiente, el estado del matrimonio no está exento de esta ley general, antes bien, mirada la cosa a la luz de la experiencia, las tiene mayores y frecuentes. Hablando el santo Apóstol del estado del matrimonio dice que, aparte de las mortificaciones ordinarias, tendrán las de la carne (1), o sea las de los cuidados de familia e intereses terrenales, cuyas palabras comenta San Jerónimo diciendo: «que si en lo que han de tener satisfacción hallaran molestia, ¿qué será en otras muchas cosas que de sí mismas son ya pesadas y desabridas?»

De ordinario suelen celebrarse los matrimonios con extraordinarios regocijos y mucha asistencia de parientes y amigos; pero estos transportes y muchas veces excesos de alegría suelen durar poco; porque los que se casan, a manera de aquellos que se embarcan para alta mar, que no piensan ni prevén las mareas y tormentas hasta tanto que se presentan y ponen en pruebas difíciles, así los que se unen en matrimonio, por el instante todo son satisfacciones y enhorabuenas, mas al poco tiempo vienen los lamentos, los cuidados, los recelos, las mayores obligaciones, las necesidades de la casa, las discordias de varias maneras, y entonces si los esposos no son verdaderamente virtuosos, si no hay conformidad cristiana entre ellos, el santo matrimonio se convierte en cruz pesadísima, que se ha de llevar por fuerza, pero sin mérito de vida eterna.

De lo cual debe deducirse que en todo matrimonio, por acertado que sea, no han de faltar motivos y ocasiones de padecer y no pocas de tolerarse mutuamente, siempre con discreción y prudencia, sus descuidos y faltas. Por esto no han de olvidar los casados que el matrimonio se llama vínculo, esto es, atadura, y que esta atadura es indisoluble, que sólo Dios puede desatar (3). Importa, pues, a ambos andar perfectamente unidos para que este nudo no les apriete y atormente en demasía, ya que sabida cosa es que la carga bien repartida y llevada con gusto ni desagrada ni fatiga tanto.

Ayudará mucho a guardar este equilibrio si se sigue aquel aviso del Espíritu Santo que dice: El varón no sea como el león en su casa (4); y a la mujer la exhorta a que no sea impertinente, ni porfiada, ni iracunda, ni importuna (5). A este propósito cita oportunamente San Basilio, instruyendo a los casados, el ejemplo admirable de la víbora y de la murena marina, según vulgarmente se cree y ponemos aquí por lo que nos sirve de comparación. Es la víbora un animal sumamente venenoso y de perversas intenciones; no obstante, este reptil ponzoñoso, con su silbato llama para su consorte a la murena, y ésta, sin pararse en la malicia y venenosas propiedades de quien la llama, acude a sus voces, y entonces la víbora vomita antes su pestífero veneno para no dañar con él a su consorte. Del mismo modo, prosigue el santo, debe conducirse la mujer con su esposo, y el esposo debe hacer otro tanto con su esposa. Tan pronto como ésta oye la voz de su marido, ha de obedecerle, y por ninguna causa ni motivo, no siendo contra lo que Dios manda, debe dejar de obedecer ni de él apartarse. Si el marido es poco atento y de no muy agradable condición, acuérdese que está casada con él; si es disparatado y poco amoroso, no olvide que el santo matrimonio los hizo en cierto modo una misma cosa, que ya no es dueña y señora de sí misma, sino que es de su esposo tal cual es y no de otro; empero el marido entienda también que viene estrictamente obligado a respetar en todo tiempo y ocasión a su consorte, a tolerar sus faltas y defectos en obsequio y provecho de la casa y familia.

Es preciso no olvidar que la unión del matrimonio se corrobora y consolida por la concordia de voluntad entre los esposos, de manera que mientras no se quiebra esta feliz armonía de afectos todo se soporta, todo se disimula y se sufre, dado que el amor es fuerte como la muerte (5). De consiguiente, el varón nunca debe agriar ni repeler a su mujer por más que en ella note algunos defectos, sino que debe amonestarla y corregirla con amor y caridad, esperando que el Señor le dará auxilios convenientes para que sepa y pueda enmendarse. De igual modo la mujer ha de saber soportar los defectos y faltas de su marido (7). Querer andar por otro camino y seguir cada uno por su vereda nada de provecho se consigue y todo redunda en perjuicio del alma, del cuerpo y de la casa. Y si no, dígase, ¿qué consigue el marido teniendo a la esposa de mal humor y destemplada? No otra cosa que llenar la casa de temor, de malas caras, y que las cosas no se hagan a su tiempo. A propósito de esto, dirigiéndose al marido, San Gregorio le dice: «Si tu mujer es pobre, no la entristezcas con lo que antes debías haber mirado; si es ligera, poco advertida o precavida, así era antes que se casase contigo; si es golosa o ebriosa, no la curará tu impaciencia; si es iracunda, compadécete de ella: y en todos estos defectos considera, armándote de cristiana conformidad y paciencia, que es ya tu mujer y que no puede ser otra, y adora en ella los altísimos juicios de Dios, que sin duda así lo permite para tu mayor provecho espiritual.»

Igual conducta debe observar la mujer prudente con los defectos de su marido: éstos se han de corregir o se han de tolerar. Pero ¿cómo hacerlo? Aquí de la prudencia de la casada (8 ). Para conseguir la enmienda ha de valerse de santas industrias y oportunas amonestaciones, que siempre sabe encontrar una esposa fiel y cariñosa, pero ante todo y sobre todo encomiende el negocio a Dios, en cuya mano poderosa está principalmente la victoria que desea: mas si con todo eso no consigue lo que tanto anhela, no se aflija ni pierda el ánimo, ni mucho menos la esperanza, sino más bien, armándose de una inalterable paciencia, espere y confíe en la bondad del Todopoderoso, que sabe y puede convertir en un instante los más carniceros lobos en mansísimos corderos.

(1) 1 Co 7, 28.
(2) 1 Co 7, 27.
(3) Mt 19, 6.
(4) Si 4, 30.
(5) Si 26, 13-15.
(6) 1 Co 13, 4-7.
(7) Si 26, 1.
(8 ) Si 26, 3.


Esa sujeción al marido parece ser tan dificil de entenderla hoy día! Y pensar que es bíblica.

El amor es sacrificio.

En unión de oraciones!

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"Aspira a lo celeste que siempre dura, fiel y rico en promesas Dios no se muda."
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Leandro del Santo Rosario
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MensajePublicado: Vie Jul 20, 2007 4:27 pm    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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CAPÍTULO XII

Perniciosos efectos de los celos entre los casados.

Antes de indicar los males graves y sin cuento que se originan entre los casados por razón de los celos y de su difícil remedio, bueno será indicar qué clase de enfermedad sea y en qué consiste. Pues bien, ¿qué son los celos entre los esposos? Puede decirse que los celos tienen su raíz y toman savia en la idea falsa y extremadamente egoísta e irracional que se forma el esposo de la esposa, o ésta del esposo, dudando de su amor y fidelidad. Ésta es la causa que engendra y la base que sostiene tan grave mal y que produce tan terribles explosiones. Por esto dice el Espíritu Santo: que así como el amor y dilección es fuerte como la muerte (1), la emulación de los celos es dura como el infierno.

Y en efecto, el marido celoso y la mujer que está infeccionada de esta ponzoñosa dolencia se ven a menudo atormentados de olas sumamente violentas: se desordenan las pasiones, y el mismo dolor de los celos les produce efectos contrarios, ya de ira, ya de furor y envidia contra la misma persona que se ama, o sea contra el consorte que en su alborotada fantasía cree impedirle el retorno del mutuo y sincero amor, y de ahí se levantan las horrorosas tempestades de imaginaciones locas y sospechas adelantadas, engendradas por las mismas pasiones, originándose de ahí también veleidades indignas ya de estimación, ya de aborrecimiento, ya de querer y de no querer, confundiéndose a la vez encontrados pensamientos, sin razón ni prudencia que los sujete, ya que semejante enfermedad ofusca el entendimiento, pervierte la razón y aparta de sí toda regla de sensatez y prudencia.

Es una verdad palpable que en la casa donde por desgracia han penetrado los amargos y turbulentos celos, allí se encuentran reunidos en lamentable consorcio el mal humor, la disensión y la discordia, la inconstancia y el desorden, y por consiguiente el continuo pecado. Así que no es extraño que, faltada la casa de la gracia divina, o sea de aquella sabiduría y auxilio que viene de lo alto (2), la cual inspira y fomenta la honestidad, la paciencia, la docilidad, que está llena de misericordia y de buenos frutos, que no hace juicios temerarios ni echa a mala parte las cosas sin verdadero conocimiento y certeza ni consiente la simulación ni la hipocresía; nada extraño, repetimos, que en lugar de las bendiciones celestiales vengan sobre los desdichados esposos las disensiones y discordias, las iras y fierezas, las inquietudes y venganzas, la perdición de los hijos, el escándalo de los criados y vecinos, en fin, la fábula de sus émulos y el ridículo de la población.

¡Tristísima situación la de un esposo o esposa que se deja llevar de la pasión de los celos! Lo peor y más grave de esta enfermedad consiste en la dificultad de remediarla, porque tiene ella su raíz en el corazón y precisamente procede de él el amor o el odio. El celoso empieza por poco, mas si da rienda a la imaginación, ésta crece como la espuma y viene a parar en un laberinto de penosos enredos, que sin darse cuenta de ello viene a dar en tierra con la honra propia, con la de su consorte, y no pocas veces acaba con la vida.

La Sagrada Escritura advierte al varón que sea discreto y prudente con su mujer (3), para que ésta no dé mal ejemplo, ya que si sus pasos no fueren con el debido juicio y honestidad, resultará el deshonor y confusión de entrambos; pero debe asimismo tener entendido que semejante vigilancia y cuidado no debe ser en ningún tiempo nimio en extremo, ni desconfiado, porque el enemigo de nuestras almas, que acecha de continuo nuestra perdición, no tenga ocasión de introducir, so pretexto de cuidado y vigilancia, motivos de desconfianza u otras manifestaciones, más bien propias para dividir que no para unir y estrechar los lazos de amor y cariño entre los mismos. El apóstol Santiago dice: Todo hombre racional esté pronto para oír, pero sea tardo y detenido para hablar, y más tardo aún para inquietarse con ira (4). El marido prudente no debe inquietarse ni decir cosa en contra o en desdoro de su esposa por leves indicios, sino que antes de formar juicio y manifestarlo es preciso considere atentamente el fin que le mueve, las razones en que se apoya y la caridad que le acompaña. De lo contrario, sucederá que de una palabra inconsiderada, nacida de los celos, encenderá tal fuego de discordia que difícilmente podrá apagarse, pues aunque trabajen en ella cien hombres doctos y virtuosos apenas sacarán provecho.

Conviene que el marido, al sentirse picado de celos, si piensa comunicar la espina que empieza a molestarle, hágalo con un varón docto, virtuoso y muy experimentado (5), sin indicar nada a la mujer, mirándose mucho en elegir consejero, no sea que dé con algún imprudente que en lugar de procurar la paz fomente más y encienda la guerra. Importa que el marido, si no tiene una completa evidencia de los hechos reprensibles que de su esposa sospecha, deseche de sí enteramente todo pensamiento que tienda a disminuir el mutuo amor y confianza (6), porque de lo contrario de todo se piensa mal, todo son juicios temerarios, y como en tal situación cada palabra que sale de la boca del esposo es como una saeta que hiere el corazón de la pobre esposa, ésta se llena de angustías y sustos mortales, sin tener sosiego de día ni de noche, porque si sale de casa, mal, y mal si se queda en ella; si quiere hablar, mal, y si se calla peor, sin que le sea posible, hallar el justo medio para dar gusto a su receloso marido, agravando muchas veces estas desdichas las imprudencias de los criados y parientes o falsos amigos con sus chismerías, de todo lo cual suele resultar el prolongado martirio de la mujer y el completo olvido de la buena educación de los hijos y domésticos (7).

Lo que se dice del marido celoso entiéndase asimismo de la mujer en cuyo corazón ha penetrado tan asquerosa peste, advirtiendo que son tanto más terribles las consecuencias que causa en la mujer, por cuanto ella es más sensible y está dotada de una imaginación vivísima y de un corazón en extremo ardiente. Entonces el amor de la tierna y cariñosa esposa se convierte en ira y despecho, y así como a la mujer buena la llama el Espíritu Santo el gran tesoro (8 ), de la mujer airada dice: «que no hay malicia en el mundo como la de la mujer enojada» (9); y además añade: que «el habitar con un león y con un dragón se le hace más tolerable al hombre prudente y juicioso que el vivir con una mujer fatua, astuta, perversa, impaciente, litigiosa y deslenguada» (10). ¡Tristes y repugnantes condiciones que de ordinario acompañan a la mujer de que hablamos. No descansa ni sosiega; a lo mejor desahoga su cólera con palabras altaneras y, como dice el Texto sagrado, inmuta su faz y ciega su rostro como el oso (11), sin atender la razón y sin darse cuenta de que pierde su alma y que cierra los caminos de la divina misericordia con su mal ejemplo y anticristiana temeridad.

Así es que todo cuanto se le dice lo toma como una nueva prueba en confirmación de lo que ella cree realidad. Si el marido le habla con afabilidad, se cree que es ficción y que disimula para engañarla; si la advierte o dice algo con firmeza, le parece más cierto lo que imagina de que el marido tiene puesto el corazón en otra persona, de manera que no hay medio de aquietarla ni persuadirla, porque, así como las arañas venenosas extraen ponzoña hasta de las flores preciosas y puras, así la mujer celosa todo lo tira a mala parte por más que resulte en propio tormento.

Sirva lo dicho para que los casados se persuadan del sumo cuidado y prudencia que conviene guardar para no darse uno a otro motivo alguno de sospecha, a fin de que los celos no asomen su repugnante cabeza en la casa, puesto que sería la mayor de las calamidades que pudieran sobrevenirles. Mas si por desgracia alguno de los esposos se sintiere tocado de este mal (muy difícil de persuadírselo), haga seria reflexión sobre la ruina espiritual y temporal que padece y que ocasiona. Sepa que vive una vida de pecado y que se halla en eminente peligro de condenación eterna; que sus confesiones y comuniones son sacrílegas si no tiene verdadero y firme propósito de enmendar sus juicios temerarios y de restituir la honra ajena caso de haberla mancillado con su mal reprimida lengua, cosa tan fácil y demasiado frecuente en semejante estado de agitación.

En tan apuradas circunstancias, tomen ejemplo los esposos de los santos Job (12) y Tobías el viejo (13), de quienes antes hemos hablado; y las mujeres en particular imiten la conducta de la Santísima Virgen con su castísimo esposo San José cuando la veía padecer por el celestial misterio que observaba en ella, pero que le era desconocido hasta la revelación del santo ángel (14); así como también el de otras virtuosas y santas mujeres de las cuales nos hablan con frecuencia los Libros Santos, que con su resignación y paciencia supieron sufrir con gran mérito de sus almas los genios díscolos y celos infundados de sus esposos. En este género de tentaciones, el mejor remedio es acudir a Dios por medio de la oración y tomar con empeño y decisión grandes dosis de paciencia y conformidad cristiana.

(1) Ct 8, 6.
(2) Pr 15, 6.
(3) Pr 15, 32-33.
(4) St 1, 19-20.
(5) Si 8, 19.
(6) Si 9, 1.
(7) Pr 6, 34-35.
(8 ) Pr 12, 4.
(9) Si 25, 19.
(10) Si 25, 26.
(11) Si 25, 17.
(12) Sb 1, 8.
(13) Tb 2, 1-14.
(14) Mt 1, 19.
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siempreMaria
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MensajePublicado: Dom Sep 21, 2008 12:27 am    Asunto:
Tema: Preciosa joya de familia
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Una preguntita, ¿aquí acaba el librito?
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Con Dios y Mamita.

"Callad mientras duerme y descansa el Señor y Dios mío porque muy pronto lo despertarán los pecados de los hombres"

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