Héctorsdb Nuevo
Registrado: 16 Mar 2007 Mensajes: 5 Ubicación: México Distrito Federal
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Publicado:
Vie Mar 16, 2007 12:27 am Asunto:
Reflexión sobre la consagración
Tema: Reflexión sobre la consagración |
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VOCACIÓN: EXPERIENCIA DE CRISTO EL SEÑOR
La vocación es una invitación al seguimiento. A la invitación corresponde el don. El don de sí y para sí.
Es esencialmente el don de sí a Aquel que llama. La dedicación a la casa del Reino brotará, como consecuencia lógica de mi donación hecha ante todo a Dios. El consagrado, se dice, que se dedica al servicio de los hermanos. Hay que corregir esta afirmación. El consagrado se entrega a Dios y se entrega a Dios por medio de los hermanos.
La primera idea clara que debe tener el que quiere seguir una vocación religiosa, es si de verdad quiere consagrarse a Dios. El resto cómo, cuándo, dónde, con qué medios se realiza en la propia consagración, es cosa secundaria y vendrá por añadidura. Lo principal es consagrarse. La misión concreta ocupa un lugar subordinado, pero no deja de ser importante.
Consagrarse es entregarse a Cristo. La vida se le consagra a El. La donación que se hace es una exigencia del amor, que a su vez es su apoyo. Amor de caridad, para que lo entendamos claramente.
“Consagración es amor del hombre que responde.”
Uno no debería entregarse parcialmente. Se debería entregar sin reservas. San Benito decía “Interrógate si verdaderamente buscas a Dios.” Dios solo. Dios no debe tener rivales en el misterio de tu personal llamada. Jesucristo es el inspirador del principio y la meta final de la vocación. De El parte la dinámica en el proceso de desarrollo de toda vocación consagrada. Jesucristo es el fin elegido y buscado.
Cuando se siente la inspiración de la voz que llama y uno se pone en camino, la interpretación del cuadro vocacional expuesto debe ser, en el sujeto llamado, extremadamente clara, aunque haya que tener siempre presente la diversa madurez de cada persona. No se podrá exigir en su elección a un adolescente lo mismo que a un joven; pero la valoración profunda, de la propia vocación debe apoyarse en el único criterio de orientación y de evaluación: Jesucristo.
Se impone, pues, la necesidad de impulsar al llamado a lograr una auténtica vivencia estética o mejor conocida como experiencia y no cualquier experiencia, sino una experiencia de Cristo. Experiencia: palabra de la cual todos hablan y quieren hablar. Se dice que solo puede opinar el que tiene experiencia. Y es cierto. Nosotros, los jóvenes, tenemos necesidad de entrar en experiencia de vida con Cristo. Los encargados de la formación vocacional asumen esta grande responsabilidad, hacer que los llamados logren la experiencia de Cristo. Tal experiencia es, ciertamente, un hecho muy personal, pero todos tenemos necesidad de ser introducidos al misterio de la Persona divina de Cristo, por medio del Espíritu Santo y por el director espiritual, todo esto se da en el principio de la pasividad ¡dejarse conducir! y ¡creer en la experiencia de los otros!
Experiencia, que quiere decir conocer a Jesucristo, entendido como el conocimiento pasado por el corazón, transmitido con este gusto a la vida concreta y de ésta al testimonio vivo, edificante, convincente. Jesucristo no es un problema, es una persona. Es una persona divina. Una persona, en mente crítico, elaborado por el conocimiento. A una persona se le conoce por medio del contacto, por el hecho de ser en sí y porque existe una interpelación, a través de una experiencia de comunión personal profunda y diaria.
Adquiero experiencia de una persona cuando todo mi ser se abre a la misma; yo la acojo, ella me acoge. Una persona no es totalmente aceptada hasta que no se le ame profundamente. He aquí por qué en la experiencia entre personas sólo el amor es el que sirve de introducción. Yo conozco a Jesucristo porque le he recibido en lo profundo del corazón. La puerta de la fe es el amor. La llave de la vocación es la experiencia del amor de Cristo. Tenía razón Pascal: “No se penetra en los misterios sino amando”. Mucho menos el misterio de Cristo, maestro que llama en su seguimiento.
Por eso, nosotros religiosos, debemos dar a conocer el sentido de Dios. Hay que introducir a las almas en la experiencia de Cristo; para anhelar como nuestro padre Don Bosco “Dahimi animas coetera tolle”. Somos pocos los que nos dejamos a traer por las obras, e incluso las obras de caridad las hacen también los seglares y en ocasiones mejor que los religiosos. Cualquiera puede estarse en casa y consagrarse a un trabajo apostólico más apropiado, más libre, más responsable, más estimulante.
A Cristo se le sirve por sí mismo. Porque se le ama. Pero es preciso saber actualizar esta experiencia viva de amor. La única que permite la pervivencia de una vocación. La única que la impulsa, la fortifica, la hace capaz de superar todas las previsibles tentaciones, los inevitables cansancios, los desmayos imprevistos.
A sí pues, hay que amar a Cristo. Solamente. No se quiere a una persona sin amor. Cultiva el amor y la vocación estará firme. Pero tú sabes que querer a Jesús, significa elegirle. De este modo aprenderás que vivir es elegir; elegir es renunciar; vivir de un modo significa morir a cien modos diversos de vivir. Esto no asusta, al contrario entusiasma. Nuestra libertad es elegir a Jesucristo y desde Él la ejercemos en el amor, sólo así creo que podemos llegar hasta el final con pleno sentido de responsabilidad en la personal experiencia de Cristo Jesús, Señor nuestro. _________________ "Que el Señor que da la vida te bendiga y te acompañe en tu búsqueda" |
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