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El Padrenuestro, por los santos

 
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Albert
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Registrado: 03 Oct 2005
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MensajePublicado: Mie Mar 07, 2007 10:06 pm    Asunto: El Padrenuestro, por los santos
Tema: El Padrenuestro, por los santos
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PARÁFRASIS DEL PADRENUESTRO

La Paráfrasis del Padre Nuestro, no es otra cosa que un Padre nuestro comentado o amplificado. No era extraño encontrarse en el medioevo con este tipo de oraciones. Este texto contiene una gran profundidad teológica sin perder por esto el modo simple y sencillo en el que Francisco expresa la sabiduría de de Dios.

¡Santísimo PADRE NUESTRO: creador, redentor, consolador y salvador nuestro!

QUE ESTÁS EN LOS CIELOS: en los ángeles y en los santos; iluminándolos para conocer, porque tú, Señor, eres la luz; inflamándolos para amar, porque tú, Señor, eres el amor; habitando en ellos y colmándolos para gozar, porque tú, Señor, eres el bien sumo, eterno, de quien todo bien procede, sin quien no hay bien alguno.
SANTIFICADO SEA TU NOMBRE: clarificada sea en nosotros tu noticia, para que conozcamos cuál es la anchura de tus beneficios, la largura de tus promesas, la altura de la majestad y la hondura de los juicios (Ef 3,1Cool.
VENGA A NOSOTROS TU REINO: para que reines tú en nosotros por la gracia y nos hagas llegar a tu reino, donde se halla la visión manifiesta de ti, el perfecto amor a ti, tu dichosa compañía, la fruición de ti por siempre.
HÁGASE TU VOLUNTAD, COMO EN EL CIELO, TAMBIÉN EN LA TIERRA: para que te amemos con todo el corazón (cf. Lc 10,27), pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, empleando todas nuestras energías y los sentidos del alma y del cuerpo en servicio, no de otra cosa, sino del amor a ti; y para que amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos, atrayendo a todos, según podamos, a tu amor, alegrándonos de los bienes ajenos como de los nuestros y compadeciéndolos en los males y no ofendiendo a nadie (cf. 2 Cor 6,3).

EL PAN NUESTRO DE CADA DÍA: tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, DÁNOSLE HOY: para que recordemos, comprendamos y veneremos el amor que nos tuvo y cuanto por nosotros dijo, hizo y padeció.
Y PERDÓNANOS NUESTRAS DEUDAS: por tu inefable misericordia, por la virtud de la pasión de tu amado Hijo y por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tus elegidos.

Así COMO NOSOTROS PERDONAMOS A NUESTROS DEUDORES: y lo que no perdonamos plenamente, haz tú, Señor, que plenamente lo perdonemos, para que por ti amemos de verdad a los enemigos y en favor de ellos intercedamos devotamente ante ti, no devolviendo a nadie mal por mal (cf. lTes 5,15), y para que procuremos ser en ti útiles en todo.

Y NO NOS DEJES CAER EN TENTACIÓN: oculta o manifiesta, imprevista o insistente.

MAS LÍBRANOS DEL MAL: pasado, presente y futuro. Gloria al Padre...

(Fuente: http://www.geocities.com/sitesanfranciscodeasis)
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Transfíge, dulcíssime Dómine Jesu
Albert González Villanueva, OFS
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Leandro del Santo Rosario
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MensajePublicado: Jue Mar 08, 2007 6:00 pm    Asunto:
Tema: El Padrenuestro, por los santos
Responder citando

Cuando los discípulos le pidieron a Jesús que les enseñara a rezar, les enseñó esta oración, que contiene todo lo que necesitamos, ¡lo demás es pura vanidad!

¡Gracias Albert! Propongo que en este tema que has abierto, publiquemos los comentarios de los santos al Padrenuestro. Los santos nos ayudan a meditar en las palabras de esta oración, para que contemplemos mejor la riqueza del contenido de lo que estamos pidiendo.
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Leandro del Santo Rosario
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Ubicación: Buenos Aires, Argentina.

MensajePublicado: Vie Mar 09, 2007 1:53 am    Asunto:
Tema: El Padrenuestro, por los santos
Responder citando

De El secreto admirable del Santísimo Rosario, de San Luis de Montfort.



12a. Rosa

El Padrenuestro: Comienzo



[36] El Padrenuestro u oración dominical saca toda su excelencia de su autor, que no es hombre ni Ángel, sino el Rey de los Ángeles y de los hombres, Jesucristo. «Era necesario –dice San Cipriano[35]– que quien venía como Salvador a darnos la vida de la gracia, nos enseñara también, como celestial maestro, el modo de orar».

La sabiduría del divino Maestro se manifiesta claramente en el orden, dulzura y fuerza de esta divina plegaria. Es corta, pero rica en enseñanzas. Es accesible a los ignorantes, pero llena de misterios para los sabios.

El Padrenuestro encierra todos los deberes que tenemos para con Dios, los actos de todas las virtudes y la petición para todas nuestras necesidades espirituales y materiales. «Es el compendio del Evangelio», dice Tertuliano[36]. «Aventaja –dice Tomás de Kempis[37]– a los deseos de los santos». Compendia todas las dulces expresiones de los salmos y cantos, implora cuanto necesitamos, alaba a Dios de manera excelente, eleva el alma de la tierra al Cielo y la une íntimamente con Él.

[37] Dice San Juan Crisóstomo[38] que quien no ora como lo ha hecho y enseñado el divino Maestro, no es discípulo suyo. Y que Dios Padre no escucha con agrado las oraciones que elabora el espíritu humano, sino la que su Hijo nos ha enseñado.

Debemos recitar la oración dominical con la certeza de que el Padre eterno la escuchará por ser la oración de su Hijo, a quien Él escucha siempre[39] y cuyos miembros somos[40]. ¿Podría acaso un Padre tan bueno rechazar una súplica tan bien fundada, apoyada como ésta, en los méritos e intercesión de Hijo tan digno?

Asegura San Agustín[41] que el Padrenuestro bien rezado borra los pecados veniales. El justo cae siete veces por día[42], pero con las siete peticiones del Padrenuestro puede remediar sus caídas y fortificarse contra sus enemigos. Es oración corta y fácil, a fin de que, frágiles como somos y sometidos como estamos a tantas miserias, recibamos auxilio más rápidamente, rezándola con mayor frecuencia y devoción.

[38] Desengáñate, pues, alma piadosa, que desprecias la oración compuesta y ordenada por el Hijo mismo de Dios a todos los creyentes. Tú que aprecias solamente las oraciones compuestas por los hombres, ¡como si el hombre, por esclarecido que sea, supiera mejor que Jesús cómo debemos orar! Tú que buscas en libros humanos el método de alabar y orar a Dios, como si te avergonzaras de utilizar el que su Hijo nos ha prescrito, y vives persuadida de que las oraciones contenidas en los libros son para los sabios y ricos, mientras que el Rosario es bueno solamente para las mujeres, los niños y la gente del pueblo, como si las alabanzas y oraciones que lees en tu devocionario fueran más bellas y agradables a Dios que la oración dominical. ¡Dejar de lado la oración recomendada por Jesucristo para apegarnos a las compuestas por los hombres es una tentación peligrosa!

No desaprobamos con esto las oraciones compuestas por los santos para excitar a los fieles a alabar a Dios. Pero no podemos admitir que haya quienes las prefieran a la que brotó de los labios de la Sabiduría encarnada, dejen el manantial para correr tras los arroyos y desdeñen el agua viva para ir a beber la turbia. Porque, al fin y al cabo, el Rosario, compuesto de la oración dominical y de la salutación angélica, es el agua limpia y eterna que mana de la fuente de la gracia. Mientras que las demás oraciones, que buscas y rebuscas en los libros, no son más que arroyos que derivan de ella.

[39] ¡Dichoso quien recita la plegaria enseñada[43] por el Señor, meditando atentamente cada palabra! Encuentra en ella cuanto necesita y puede desear.

Cuando rezamos esta admirable plegaria, cautivamos desde el primer momento el corazón de Dios, invocándolo con el dulce nombre de Padre.

«Padre nuestro». El más tierno de todos los padres, omnipotente en la creación, admirable en la conservación de las creaturas, sumamente amable en su providencia e infinitamente bueno en la obra de la Redención. ¡Dios es nuestro Padre! ¡Entonces, todos somos hermanos y el Cielo es nuestra patria y nuestra herencia! ¿No bastará esto para inspirarnos, a la vez, amor a Dios y al prójimo, y desapego de todas las cosas de la tierra?

Amemos, pues, a un Padre como éste y digámosle millares de veces: «Padre nuestro que estás en los Cielos». Tú, que llenas el Cielo y la tierra con la inmensidad de tu esencia y estás presente en todas partes. Tú, que moras en los santos con tu gloria, en los condenados con tu justicia, en los justos por tu gracia, en los pecadores por tu paciencia comprensiva: haz que recordemos siempre nuestro origen celestial, vivamos como verdaderos hijos tuyos y avancemos siempre hacia Ti solo, con todo el ardor de nuestros anhelos.

«Santificado sea tu Nombre». El Nombre del Señor es santo y terrible, dice el profeta rey[44], el Cielo resuena con las alabanzas incesantes de los serafines a la santidad del Señor Dios de los ejércitos –exclama Isaías[45]–. Con estas palabras pedimos que toda la tierra reconozca y adore los atributos de un Dios tan grande y santo. Que sea conocido, amado y adorado por los paganos, los turcos, los hebreos, los bárbaros y todos los infieles. Que todos los hombres le sirvan y glorifiquen con fe viva, con esperanza firme, con caridad ardiente, renunciando a todos los errores: en una palabra que todos los hombres sean santos porque Él mismo lo es[46].

«Venga a nosotros tu Reino». Es decir, reina, Señor en nuestras almas con tu gracia en esta vida a fin de que merezcamos reinar contigo después de la muerte, en tu reino que es la suprema felicidad, en la cual creemos, esperamos y la cual deseamos. Felicidad que la bondad del Padre nos ha prometido, los méritos del Hijo nos han adquirido, y la luz del Espíritu Santo nos ha revelado.

«Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo». Nada ciertamente escapa a las disposiciones de la Divina Providencia que lo ha previsto y dispuesto todo antes que suceda. Ningún obstáculo puede apartarla de su fin que se ha propuesto, y cuando pedimos que se haga su voluntad, no es porque temamos –dice Tertuliano– que alguien se oponga eficazmente a la ejecución de sus designios; sino que aceptamos humildemente cuanto ha querido ordenar respecto a nosotros. Y que cumplamos siempre y todo su santísima voluntad, manifestada en sus mandamientos, con la misma prontitud, amor y constancia con las que los Ángeles y santos le obedecen en el Cielo.

[40] «Danos hoy nuestro pan de cada día». Jesucristo nos enseña a pedir a Dios lo necesario para la vida del cuerpo y del alma. Con estas palabras, confesamos humildemente nuestra miseria y rendimos homenaje a la Providencia, declarando que creemos y queremos recibir de su bondad todos los bienes temporales. Con la palabra “pan”, pedimos a Dios lo estrictamente necesario para la vida: excluimos lo superfluo. Este pan lo pedimos “hoy” es decir, limitamos al presente nuestras solicitudes, confiando a la Providencia el mañana. Pedimos el pan “de cada día”, confesando así nuestras necesidades siempre renovadas y proclamamos la continua dependencia en que nos hallamos de la protección y socorros divinos.

«Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Nuestros pecados –dicen San Agustín y Tertuliano– son deudas que contraemos con Dios, y su justificación exige el pago hasta el último céntimo. Y ¡todos tenemos esas tristes deudas! Pero, no obstante nuestras numerosas culpas, acerquémonos a Él confiadamente, y digámosle con verdadero arrepentimiento: «Padre nuestro, que estás en los cielos», perdona los pecados de nuestro corazón y nuestra boca, los pecados de acción y omisión, que nos hacen infinitamente culpables a los ojos de la justicia. Porque, como hijos de un Padre tan clemente y misericordioso, perdonamos por obediencia y caridad a cuantos nos han ofendido.

«No nos dejes –por infidelidad a tu gracia– caer en la tentación» del mundo y de la carne.

«Y líbranos del mal» que es el pecado, del mal de la pena temporal y eterna que hemos merecido.

«¡Amén!» Expresión muy consoladora –dice San Jerónimo–. Es como el sello que Dios pone al final de nuestra súplica para asegurarnos que nos ha escuchado. Es como si nos respondiera: “¡Amén!” Sí, hágase como ha pedido; lo han conseguido. Porque esto es lo que significa el término: “Amén”.


13a. Rosa

El Padrenuestro (continuación)



[41] Al recitar cada una de las palabras de la oración dominical, honramos las perfecciones divinas. Honramos su fecundidad llamándolo «Padre»: Padre que desde la eternidad engendras un hijo igual que tú, eterno y consustancial, que es una misma esencia, una misma potencia, una misma bondad, una misma sabiduría contigo. Padre e Hijo que al amarse producen al Espíritu Santo, que es Dios como Uds. ¡Tres adorables personas que son un solo Dios!

«¡Padre nuestro!». Es decir, Padre de los hombres por la creación, la conservación y la redención. Padre misericordioso de los pecadores; Padre amigo de los justos; Padre magnífico de los bienaventurados.

«Que estás». Con estas palabras admiramos la inmensidad, la grandeza y plenitud de la esencia divina, que se llama con verdad EL QUE ES[47], es decir, el que existe esencial, necesaria y eternamente, que es el Ser de los seres, la Causa de todo ser. Que contiene en sí mismo, forma eminente, las perfecciones de todos los seres. Que está en todos con su esencia, presencia y potencia sin ser por ellos abarcado.

Honramos su sublimidad, gloria y majestad con las palabras que estás en los Cielos, es decir, como sentado en su trono para ejercer justicia sobre todos los hombres.

Adoramos su santidad, al desear que su Nombre sea santificado. Reconocemos su soberanía y la justicia de sus leyes, anhelando la llegada de su reino, y ansiando que le obedezcan los hombres en la tierra como le obedecen los Ángeles en el Cielo. Pidiéndole que nos dé el pan de cada día, creemos en su Providencia. Al rogarle que no nos deje caer, en la tentación, reconocemos su poder. Esperando que nos libre del mal, nos confiamos a su bondad.

El Hijo de Dios glorificó siempre al Padre con sus obras y vino al mundo para enseñar a los hombres a glorificarlo. Y les ha enseñado la forma de honrarlo con esta oración que se dignó dictarles. Debemos, pues, rezarla con frecuencia y atención, y con el mismo espíritu con que Él la compuso.



14a. Rosa

El Padrenuestro (conclusión)



[42] Cuando rezamos devotamente esta divina oración, realizamos tantos actos de las más nobles virtudes cristianas como palabras pronunciamos.

Al decir «Padre nuestro que estás en los Cielos», hacemos actos de fe, adoración y humildad.

Al desear que su Nombre sea santificado y glorificado, manifestamos celo ardiente por su gloria.

Al pedir la posesión de su reino, hacemos un acto de esperanza.

Al desear que se cumpla su voluntad en la tierra como en el Cielo, mostramos espíritu de perfecta obediencia.

Pidiéndole que nos dé el pan de cada día, practicamos la pobreza según el espíritu y el desapego de los bienes de la tierra.

Al rogarle que perdone nuestros pecados, hacemos un acto de contrición.

Al perdonar a quienes nos han ofendido, ejercitamos la misericordia en la más alta perfección.

Al implorar ayuda en la tentación, hacemos actos de humildad, prudencia, fortaleza.

Al implorar que nos libre del mal, practicamos la paciencia. Finalmente, al pedir todo esto no sólo para nosotros, sino también para el prójimo y para todos los miembros de la Iglesia, nos comportamos como verdaderos hijos de Dios, lo imitamos en la caridad que abraza a todos los hombres y cumplimos el mandamiento de amar al prójimo.

[43] Detestamos, además, todos los pecados y practicamos los mandamientos de Dios, cuando al rezar esta oración, nuestro corazón sintoniza con la lengua y no mantenemos intenciones contrarias a estas divinas palabras. Puesto que, cuando reflexionamos en que Dios está en el Cielo, es decir, infinitamente por encima de nosotros por la grandeza de su majestad, entramos en los sentimientos del más profundo respeto en su presencia y, sobrecogidos de temor, huimos del orgullo y nos abatimos hasta el anonadamiento. Al pronunciar el nombre de Padre, recordamos que de Dios hemos recibido la existencia por medio de nuestros padres y la instrucción por medio de nuestros maestros. Todos los cuales representan para nosotros a Dios, cuya viva imagen constituyen. Por ello nos sentimos obligados a honrarlos, o mejor dicho, a honrar a Dios en sus personas y nos guardamos mucho de despreciarlos y afligirlos.

Cuando deseamos que el Santo Nombre de Dios sea glorificado, estamos bien lejos de profanarlo. Cuando consideramos el reino de Dios como nuestra herencia, renunciamos a todo apego desordenado a los bienes de este mundo. Cuando pedimos con sinceridad para nuestro prójimo los bienes que deseamos para nosotros, renunciamos al odio, la disensión y la envidia.

Al pedir a Dios el pan de cada día, detestamos la gula y la voluptuosidad, que se nutren en la abundancia. Al rogar a Dios con sinceridad que nos perdone, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, reprimimos la cólera y la venganza, devolvemos bien por mal y amamos a nuestros enemigos. Al pedir a Dios que no nos deje caer en el pecado en el momento de la tentación, manifestamos huir de la pereza y buscar los medios para combatir los vicios y salvarnos. Al rogar a Dios que nos libre del mal, tenemos su justicia y nos alegramos porque el temor de Dios es el principio de la sabiduría[48]: el temor de Dios hace que el hombre evite el pecado[49].


[36] Himno Pange Lingua 1, 1255.

[37] Kempis, Enchiridium Monachorum, c.3.

[38] PG 57, 278.

[39] Jn 11,42 y Heb 5,7.

[40] Ef 5,30.

[41] PL 41, 748.

[42] Prov 24,16.

[43] Mt 6,9-13.

[44] Sal 98,3.

[45] Is 6,3.

[46] Lev 11,44,-45... y 1 Pe 1,16.

[47] Ex 3,14.

[48] Sal 100,10; Prov 1,7...

[49] Prov 15,27; Eclo 1,27.
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Leandro del Santo Rosario
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MensajePublicado: Lun Mar 12, 2007 5:41 pm    Asunto:
Tema: El Padrenuestro, por los santos
Responder citando

De corazones.org:

Padre Nuestro
Reflexión de Juan Pablo II, 23 mayo 1999.



Padre Nuestro que estás en el cielo

2. La Iglesia es misionera porque anuncia incansablemente que Dios es Padre, lleno de amor a todos los hombres. Todo ser humano y todo pueblo busca, a veces incluso sin darse cuenta, el rostro misterioso de Dios que, sin embargo, sólo el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, nos ha revelado plenamente (cf. Jn 1, 18 ). Dios es «Padre de nuestro Señor Jesucristo», y «quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tm 2, 4). Los que acogen su gracia descubren con estupor que son hijos del único Padre y se sienten deudores hacia todos del anuncio de la salvación.

Sin embargo, en el mundo contemporáneo muchos no reconocen aún al Dios de Jesucristo como Creador y Padre. Algunos, a veces también por culpa de los creyentes, han optado por la indiferencia y el ateísmo; otros, cultivando una vaga religiosidad, se han construido un Dios a su propia imagen y semejanza; y otros lo consideran un ser totalmente inalcanzable.

Los creyentes tienen la misión de proclamar y testimoniar que, aunque «habita en una luz inaccesible» (I Tm 6, 16), el Padre celeste, en su Hijo, encarnado en el seno de María, la Virgen, muerto y resucitado, se ha acercado a cada hombre y le hace capaz «de responderle, de conocerlo y de amarlo» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 52).

Santificado sea tu nombre

3. La conciencia de que el encuentro con Dios promueve y exalta la dignidad del hombre lleva al cristiano a orar así: «Santificado sea tu nombre», es ,decir: «Que se haga luminoso en nosotros tu conocimiento, para que podamos conocer la amplitud de tus beneficios, la extensión de tus promesas, la sublimidad de tu majestad y la profundidad de tus juicios» (San Francisco, Fuentes Franciscanas, 268 ).

El cristiano pide a Dios que sea santificado en sus hijos de adopción, así como también en to os los que no han recibido su revelación, co vencí o de que mediante la santidad Dios salva a la creación entera.

Para que el nombre de Dios sea santificado en las naciones, la Iglesia se esfuerza por insertar a la humanidad y a la creación en el designio que el Creador, «en su benevolencia, se propuso de antemano», «para ser santos e inmaculados en su presencia en el amor» (Ef 1, 9. 4).

Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad

4. Con estas palabras los creyentes invocan la venida del reino divino y el retorno glorioso de Cristo. Este deseo, sin embargo, no los aparta de su misión diaria en el mundo; al contrario, los compromete aún más. La venida del reino ahora es obra del Espíritu Santo, que el Señor envió «a fin de santificar todas las cosas, llevando a la plenitud su obra en el mundo» (Misal romano, Plegaria eucarística IV).

En la cultura moderna se ha difundido un sentido e espera de una nueva era dé paz, bienestar, solidaridad, respeto de los derechos y amor universal. La Iglesia, iluminada por el Espíritu, anuncia que este reino de justicia, de paz y de amor, ya proclamado en el Evangelio, se realiza misteriosamente en el curso de los siglos gracias a personas, familias y comunidades que optan por vivir de modo radical las enseñanzas de Cristo, según el espíritu de las bienaventuranzas. Con su esfuerzo, estimulan a la sociedad temporal hacia metas de mayor justicia y solidaridad.

La Iglesia proclama también que la voluntad del Padre es «que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tm 2, 4) mediante la adhesión a Cristo, cuyo mandamiento, que resume todos los demás y que nos manifiesta toda su voluntad, es que nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 2822).

Jesús nos invita a orar por esta intención y nos enseña que no se entra en el reino de lbs cielos diciendo «Señor, Señor», sino haciendo «la voluntad de su Padre que está en el cielo» (cf. Mt 7, 21).

Danos hoy nuestro pan de cada día

5. En nuestro tiempo es muy fuerte la convicción de que todos tienen derecho al «pan de cada día», es decir, a lo necesario para vivir. Se siente igualmente a exigencia de una debida equidad y de una solidaridad compartida, que una entre sí a los seres humanos. No obstante, muchísimos de ellos no viven aún de modo conforme a su dignidad de personas. Basta pensar en la miseria y el analfabetismo que existen en algunos continentes, en la carencia de viviendas y en la falta de asistencia sanitaria y de trabajo, en las opresiones políticas y en las guerras, que destruyen pueblos de enteras regiones de la tierra.

¿Cuál es el cometido de los cristianos frente a esas dramáticas situaciones? ¿Qué relación guarda la fe en el Dios vivo y verdadero con la solución de los problemas que atormentan a la humanidad? Como escribí en la encíclicaRedemptoris missio, «el desarrollo de un pueblo no deriva primariamente ni del linero, ni de las ayudas materiales, ni de las estructuras técnicas, sino más bien de la formación de las conciencias, de la madurez de la mentalidad y de las costumbres. Es el hombre el protagonista del desarrollo, no el dinero ni la técnica. La Iglesia educa las conciencias revelando a los pueblos al Dios que buscan, pero que no conocen; la grandeza del hombre creado a imagen de Dios y amado por él; la igualdad le todos los hombres como hijos de Dios ... »(n. 58 ). La Iglesia, anunciando que los hombres son hijos del mismo Padre, y por consiguiente hermanos, da su contribución a la construcción de un mundo caracterizado por la fraternidad auténtica.

La comunidad cristiana está llamada a cooperar en el desarrollo y la paz con obras de promoción humana, con instituciones de educación y de formación al servicio de los jóvenes, con la constante denuncia de las opresiones e injusticias de todo tipo.Sin embargo, la aportación específica de la Iglesia es el anuncio del Evangelio, la formación cristiana de las personas, de las familias y de las comunidades; está convencida de que su misión «no es actuar directamente en el plano económico, técnico, político o contribuir materialmente al desarrollo, sino que consiste esencialmente en ofrecer a los pueblos no un "tener rnás", sino un "ser más», despertando las conciencias con el Evangelio. El desarrollo humano auténtico debe hundir sus raíces en una evangelización cada vez más profunda» (ib.).

Perdona nuestras ofensas

6. El pecado está presente en la historia de la humanidad desde los inicios. Resquebraja la vinculación originaria de la criatura con Dios, con graves consecuencias para su vida y para la de los demás. Y hoy, asimismo, ¡cómo no subrayar que las múltiples manifestaciones del mal y del pecado encuentran con frecuencia un aliado en los medios de comunicación social! Y ¡cómo no observar que «para muchos el principal instrumento informativo y formativo, de orientación e inspiración para los comportamientos individuales, familiares y sociales» (Redemptoris missio, 37), son precisamente los diversos medios de comunicación!

La actividad misionera está destinada a llevar a individuos y pueblos el gozoso anuncio de la bondad misericordiosa del Señor. El Padre que está en el cielo, como demuestra claramente la parábola del hijo pródigo, es bueno y perdona al pecador arrepentido, olvida la culpa y devuelve la serenidad y la paz. Ese es el auténtico rostro de Dios, Padre lleno de amor, que da fuerza para vencer el mal con el bien y hace capaz, a quien corresponde a su amor, de contribuir a la redención del mundo.

Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden

7. La Iglesia está llamada, con su misión, a hacer la confortante realidad de la paternidad divina no sólo con palabras, sino sobre todo con la santidad de los misioneros y del pueblo de Dios. «El renovado impulso hacia la misión ad gentes --escribí en la encíclica Redemptoris missio exige misioneros santos. No basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un os nuevo "anhelo de santidad" entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana» (n. 90).

Frente a las terribles y múltiples consecuencias del pecado, los creyentes tienen el deber de brindar signos de perdón y de amor. Sólo si en su vida han experimentado ya el amor de Dios pueden ser capaces de amar a los demás de manera generosa y transparente. El perdón es una elevada expresión de la caridad divina, dada como don a quien la pide con insistencia.

No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal

8. Con estas últimas peticiones, en el «Padre nuestro» pedimos a Dios que no permita que emprendamos el camino del pecado y que nos libre de un mal, inspirado con frecuencia por un ser personal, Satanás, que quiere estorbar el designio de Dios y la obra de salvación por él realizada en Cristo.
Conscientes de haber sido llamados a llevar el anuncio de la salvación a un mundo dominado por el pecado y por el maligno, los cristianos son invitados a dirigirse a Dios, pidiéndole que la victoria sobre el príncipe del mundo (cf. Jn 14, 30), lograda una vez para siempre por Cristo, se convierta en experiencia diaria de su vida. En ámbitos sociales fuertemente dominados por lógicas de poder y de violencia, la Iglesia tiene la misión de testimoniar el amor de Dios y la fuerza del Evangelio, que superan el odio y la violencia, el egoísmo y la indiferencia. El Espíritu de Pentecostés renueva al pueblo cristiano, rescatado por la sangre de Cristo. Esta pequeña grey es enviada por doquier, con escasos recursos humanos pero libre de condicionamientos, como fermento de una nueva humanidad.
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Leandro del Santo Rosario
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MensajePublicado: Lun Mar 12, 2007 5:43 pm    Asunto:
Tema: El Padrenuestro, por los santos
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De corazones.org:


El “Padre Nuestro”
San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el “Padre Nuestro”, 14 - 17.

"«Cúmplase tu voluntad en la tierra como en el cielo». No en el sentido de que Dios haga lo que quiere, sino en cuanto nosotros podamos hacer lo que Dios quiere. Pues ¿quién puede estorbar a Dios de que haga lo que quiera? Pero porque a nosotros se nos opone el diablo para que no esté totalmente sumisa a Dios nuestra mente y vida, pedimos y rogamos que se cumpla en nosotros la voluntad de Dios: y para que se cumpla en nosotros, necesitamos de esa misma voluntad, es decir, de su ayuda y protección, porque nadie es fuerte por sus propias fuerzas, sino por la bondad y misericordia de Dios. En fin, también el Señor, para mostrar la debilidad del hombre, cuya naturaleza llevaba, dice: Padre, si puede ser, que pase de mí este cáliz (Mt 26,39), y para dar ejemplo a sus discípulos de que no hicieran su propia voluntad, sino la de Dios, añadió lo siguiente:

Con todo, no se haga lo que yo quiero, sino lo que Tú quieres. Y en otro pasaje dice: No bajé del cielo para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me envió (lo 6,38 ). Por lo cual, si el Hijo obedeció hasta hacer la voluntad del Padre, cuánto más debe obedecer el servidor para cumplir la voluntad de su señor, como exhorta y enseña en una de sus epístolas Juan a cumplir la voluntad de Dios, diciendo: No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno amare al mundo, no hay en él amor del Padre, porque todo lo que hay en éste es concupiscencia de la carne, y concupiscencia de los ojos, y ambición de la vida, que no viene del Padre, sino de la concupiscencia del mundo; y el mundo pasará y su concupiscencia, mas el que cumpliere la voluntad de Dios permanecerá para siempre, como Dios permanece eternamente (1 lo 2,15-17). Los que queremos permanecer siempre, debemos hacer la voluntad de Dios, que es eterno. La voluntad de Dios es la que Cristo enseñó y cumplió: humildad en la conducta, firmeza en la fe, reserva en las palabras, rectitud en los hechos, misericordia en las obras, orden en las costumbres, no hacer ofensa a nadie y saber tolerar las que se le hacen, guardar paz con los hermanos, amar a Dios de todo corazón, amarle porque es Padre, temerle porque es Dios; no anteponer nada a Cristo, porque tampoco él antepuso nada a nosotros; unirse inseparablemente a su amor, abrazarse a su cruz con fortaleza y confianza; si se ventila su nombre y honor, mostrar en las palabras la firmeza con la que le confesamos; en los tormentos, la confianza con que luchamos; en la muerte, la paciencia por la que somos coronados. Esto es querer ser coherederos de Cristo, esto es cumplir el precepto de Dios, esto es cumplir la voluntad del Padre.

Pedimos que se cumpla la voluntad de Dios en el cielo y en la tierra; en ambos consiste el acabamiento de nuestra felicidad y salvación. En efecto, teniendo un cuerpo terreno y un espíritu que viene del cielo, somos a la vez tierra y cielo, y oramos para que en ambos, es decir, en el cuerpo y en el espíritu. se cumpla su voluntad. Por eso debemos pedir con cotidianas y aun continuas oraciones que se cumpla sobre nosotros la voluntad de Dios tanto en el cielo como en la tierra; porque ésta es la voluntad de Dios, que lo terreno se posponga a lo celestial, que prevalezca lo espiritual y divino.

También puede darse otro sentido, hermanos amadísimos, que puesto que manda y amonesta el Señor que amemos hasta a los enemigos y oremos también por los que nos persiguen, pidamos igualmente por los que aún son terrenos y no han empezado todavía a ser celestes, para que asimismo se cumpla sobre ellos la voluntad de Dios, que Cristo cumplió conservando y reparando al hombre. Porque si ya no llama El a los discípulos tierra, sino sal de la tierra, y el Apóstol dice que el primer hombre salió del barro de la tierra y el segundo del cielo, nosotros, que debemos ser semejantes a Dios, que hace salir el sol sobre buenos y malos v llueve sobre justos e injustos (Mt 5, 45), con razón pedimos y rogamos, ante el aviso de Cristo, por la salud de todos, que como en el cielo, esto es, en nosotros, se cumplió la voluntad de Dios por nuestra fe para ser del cielo, así también se cumpla su voluntad en la tierra, esto es, en los que no creen, a fin de que los que todavía son terrenos por su primer nacimiento empiecen a ser celestiales por su nacimiento segundo del agua y del Espíritu."

Oración:
Señor Dios, Tú nos has revelado tu voluntad a través de las palabras y acciones de tu divino Hijo. Te suplicamos nos ayudes a seguir su ejemplo en nuestras vidas para poder contemplarte y cantarte para siempre en tus moradas eternas. Te lo pedimos por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

De Ateneo Pontificio "Regina Apostolorum"
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José Mauricio Altamirano
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MensajePublicado: Mar Mar 13, 2007 3:29 am    Asunto: El Padrenuestro, por los santos
Tema: El Padrenuestro, por los santos
Responder citando

"Que la paz de Nuestro Señor Jesucristo este con todos ustedes"
Obviamente si comentamos el Padre Nuestro por los Santos, no podía faltas San Agustín:
San Agustin, Obispo de Hipona, uno de Los Padres de La Iglesia, escribió lo siguiente sobre la oración(Oración que muchas veces la decimos hasta de una manera mecánica) que reune cualquier gracia o petición que podamos hacer:
Padre Nuestro que estas en los cielos, santificado sea tu nombre, al decir santificado sea tu nombre nos amonestamos a nosotros mismos para que deseemos que el nombre del Señor, que siempre es santo en si mismo, sea también tenido como santo por los hombres, es decir que no sea nunca despreciado por ellos; lo cual, ciertamente, redunda en bien de los mismos hombres y no en bien de Dios.
Y cuando añadimos venga tu reino, lo que pedimos es que crezca nuestro deseo de que este reino llegue a nosotros y que nosotros podamos reinar en él, pues el reino de Dios vendrá ciertamente, lo queramos o no.
Cuando decimos: Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo pedimos que el señor nos otorgue la virtud de la obediencia, para que así cumplamos su voluntad como la cumplen los ángeles en el cielo.

Cuando decimos: Danos hoy nuestro pan de cada día, con el hoy queremos significar el tiempo presente, para el cual, al pedir el alimento principal, pedimos ya lo suficiente, pues con la palabra pan significamos todo cuanto necesitamos, incluso el sacramento de los fieles, el cual nos es necesario en esta vida temporal, aunque no sea para alimentarla, sino para conseguir la vida eterna.

Cuando decimos: Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden nos obligamos a pensar tanto el que pedimos como en lo que debemos hacer, no sea que seamos indignos de alcanzar aquello por lo que oramos.

Cuando decimos: No nos dejes caer en tentación nos exortamos a pedir la ayuda de Dios, no sea que, privados de ella, nos sobrevenga la tentación y consintamos ante la seducción o cedamos ante la aflicción.

Cuando decimos: Y libranos del mal recapacitamos que aún no estamos en aquel sumo bien en donde no será posible que nos sobrevenga mal alguno. Y estas últimas palabras de la oración dominical abarcan tanto, que el cristiano, sea cual fuere la tribulación en que se encuentre, tiene en esta petición su modo de gemir, su manera de llorar, las palabras con que empezar su oración, la reflexión en la cual meditar y las expresiones con que terminar dicha oración.

Mauricio
"Cuando sientas que ya no sirves para nada, todavía puedes ser Santo"(San Agustín)
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