Relato: El Perdón de Asís

[susana riquelme]

El Perdón de Asís
6 de agosto de 2006

El día 1 de agosto comencé el Taller de Oración y Vida del padre Ignacio Larrañaga. Desde días anteriores había rondado la idea de confesarme lo más bien posible, pues sentía que para obtener mejor provecho del taller mi alma debería estar bien dispuesta. Como la primera reunión fue solo para presentarnos y conocer la temática de la actividad me propuse hacer la confesión antes de la primera sesión del Taller propiamente tal.

El viernes de esa semana un amigo me comentó acerca de la Indulgencia Plenaria de la Porciúncula, concedida a san Francisco de Asís para la humanidad. Esa noche y el día siguiente leí todo cuanto hallé sobre esta Indulgencia o perdón de Asís y me enteré que el Papa Honorio III había pedido ciertas condiciones a quienes la solicitaran. Las condiciones eran las siguientes: concurrir a la Porciúncula (o actualmente a cualquier templo franciscano) hacer una buena confesión, asistir a misa, comulgar, rezar un Credo, un Padrenuestro, orar por el Papa y sus intenciones y hacer alguna obra de caridad. La indulgencia plenaria puede solicitarse una vez al año y es la remisión de Dios de las penas y culpas de los pecados desde el día de bautizo hasta el día en que se asistió al templo franciscano para pedirla.

Conociendo que Dios está dispuesto a regalarnos este maravilloso tesoro, el día siguiente, domingo 6 de agosto, precisamente incluido dentro de los plazos de la Indulgencia, y Día de la Transfiguración del Señor, acudí temprano al Templo de San Francisco en la calle Alameda, para asistir a la primera misa. Estaba muy dispuesta a cumplir con lo solicitado para obtener la Indulgencia Plenaria, por lo que llevaba anotados en un papelito todos los pecados que recordaba que debía confesar.

Al llegar me di cuenta que la primera misa ya había comenzado hace mucho. Los horarios que había averiguado no calzaban, así es que pensé en quedarme hasta la misa siguiente. Traté de hallar un confesor, y como no había ninguno me dirigí al Cristo de la Agonía y le pedí que me pusiese un sacerdote y me ayudase a hacer una buena confesión y a obtener de Dios la Indulgencia Plenaria. Y le dije lo mucho que confío en El, desde que me pidió que dejara siempre todo en sus manos.

Como aún quedaba tiempo para la misa siguiente caminé hacia la tienda que está en el patio del Templo, que es la tienda donde hallé el libro perdido de mi amigo oscar. Grata fue mi sorpresa al encontrar a la misma vendedora. Me reconoció de inmediato, estaba muy feliz de verme y me preguntó si tenía mas vivencias que contarle. Lo medité un poco y decidí contarle otra experiencia celestial. Repentinamente mientras le contaba, sentí que un grupo grande de personas entraba en la tienda y se colocaban atrás de mí. Venían muy contentos y escuché como reían y percibí que hablaban. Como no entendía las palabras pensé que eran extranjeros que visitaban el lugar. Entonces me di vuelta para mirarlos, pero extrañamente no vi a nadie. En el gran espacio de la tienda sólo estábamos la vendedora y yo. Al proseguir la narración noté que la joven estaba desconcertada y que sus ojos se movían de un extremo a otro dentro del lugar y entendí que algo quería decirme pero que no podía. Enseguida oí que se corrían muebles y escuché carcajadas de felicidad y copas que brindaban. Miré hacia los costados de la sala, pues desde allí provenían las risas y no vi a nadie, solo vi unos asientos de madera muy largos y antiquísimos que estaban a ambos costados. Eran asientos como los que se usan junto al altar.

Noté que se aproximaba la hora de la misa siguiente y le dije a la joven que debía irme, pero ella me rogó que volviera después de misa. Para tranquilizarla le dejé mi libro de san Francisco de Sales, como garantía de que volvería en cuanto terminara la Eucaristía.

Al entrar en el templo vi a un sacerdote en el confesionario. Me dirigí de inmediato hacia él y le dije si podía confesarme a lo que asintió de inmediato.

Siempre he sido muy nerviosa al tratar con personas que no conozco, pero esta vez mis palabras fluyeron naturalmente. Cuando había terminado de confesar mi segundo pecado, el sacerdote comenzó a darme consejos y me pidió repetir una oración. Entonces lo detuve y le dije que tenía mas pecados anotados y que venía por la Indulgencia Plenaria de la Porciúncula y me dijo “Ah! El Perdón de Asís!”. Si -le contesté- y quiero saber si aunque ahora quizás no haya tiempo de detallarlos usted me los perdonaría, porque yo vengo con toda la intención de confesarlos y no volverlos a cometer. Entonces me contestó “Desde ahora todos tus pecados han quedado absueltos” y me dio la penitencia correspondiente.

Luego me reintegré a la misa que ya había comenzado y la disfruté como nunca. En realidad algo sucede en el alma, pues sabía que esta había sido una gracia de Dios, que yo pudiera haber conocido de esta indulgencia plenaria, precisamente cuando deseaba que mi espíritu estuviera lo más bien dispuesto para hacer el Taller de Oración y Vida.

Terminada la misa me devolví a la tienda, pues sabía que la vendedora me estaría esperando para terminar el relato pendiente. Al concluir, la joven me dice muy conmocionada, que mientras le contaba mi experiencia, antes de ir a misa, ella vio aparecer tras de mi un grupo de siluetas blancas que se dirigieron hacia un extremo de la tienda a sentarse y a escuchar lo que le estaba contando. Me dice que algunas veces ha sentido personas que la acompañan, pero que esta vez se ha impresionado de haberlas visto. Sin contarle nada de lo que sospechaba, pensé que aquellas siluetas que ella vio fueron precisamente las personas que oí entrar tras de mí y las mismas que reían y brindaban felices mientras hacía mi relato. La joven quedó tan impresionada que me confidenció que ella aún no ha hecho su primera comunión, pero después de las cosas que ha vivido conmigo, allí dentro de esa sala, quiere esta misma semana inscribirse en catequesis. Y me pidió que volviese a visitarla lo mas pronto posible.

De regreso a mi casa, pensando en lo ocurrido, encontré una relación entre lo sucedido y las experiencias místicas que había leído de Catalina Rivas, una vidente extranjera, donde explicaba que Jesús le hizo saber que un alma deseosa de hacer una buena confesión es escoltada por ángeles y santos que se preocupan de protegerla mientras hace el sacramento, para que ella pueda confesar abiertamente sus pecados y pueda ser absuelta de todos ellos. Asimismo las almas que no se confiesan con sinceridad o no lo hacen con la intención de no volver a caer en el mismo pecado son desprovistas de esta protección, mientras demonios y espíritus malignos la rodean y se satisfacen de ver como ella no es absuelta.

Deduje, a mi entender, dada la férrea intención que tuve de hacer una buena confesión, y de seguir las palabras del padre Ignacio, en el sentido de dar muestras de un ferviente deseo de superar mis defectos, que al ir a pedir a Jesús que me ayudase, El había enviado a algunos ángeles y santos a acompañarme en este santo sacramento de reconciliación con nuestro Padre Dios.
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Dios con nosotros

[Lula]

[Profesora]

Susana, gracias por el relato que nos compartes, me gusta mucho leer lo que nos escribes no cabe duda que eres una persona muy bendecida por Dios.


SALUDOS Y QUE DIOS TE BENDIGA
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A JESUS POR MARIA.