Hay que quitar los zapatos.

[*Primavera]

Mis tan querid@s herman@s tod@s:

Ay.

¡Estoy enferma! ¡Tengo fiebre! Me duelen todos los huesos, tengo tos,... y yo soy la culpable.

Vino hace quince días, una de mis amadas hijas, y me dice:

.-“Madre, ¿podemos ir varios hermanos, paseando, hasta el riachuelo?”.

Me pareció buena idea, y dije que sí. Todo contenta yo, y ellos.

¡Me gusta que se lo pasen bien y disfruten de las cosas sencillas como es pasear y disfrutar de la naturaleza.

Pero… ay, no solo pasearon; sino que se descalzaron y se metieron en el agua.

Sí; eso hicieron.

Dice mi amado esposo:

.-“¡Es lógico!; son niños; y niños con agua es mojarse”.

Pues yo no lo pensé. Con tantos años de experiencia en niños y ¡no lo pensé!

Luego vinieron las lluvias, el cambio climático y empezaron ellos, “los mojados”, a ponerse enfermos; y hemos ido cayendo casi todos. Todos aun no, y ¡menos mal!.

Estoy que me duelen todos los huesos y tengo tos y fiebre.

He ido a decirle a mi amada hija; protagonista de la historia; que se de cuenta de todo lo que a pasado por mojarse; que lo medite.

Ay.

Ya el otro día, cuando quise entrar en su dormitorio, como tienen una pequeñísima salita, antes de entrar, y estaba a oscuras; y una enferma dejo los zapatos en medio; tropecé, pero es que no hacia ni tres segundos, (uno, dos, tres) que por allí había pasado mi amada hija, y se lo dije:

.-“Cariño; por no recoger los zapatos; que se que los has debido ver, (cara de culpable en ella) casi me caigo. Ves porque tenemos que cumplir con nuestro deber. Tu deber, al vivir en una familia, es ayudar, y si has visto estos zapatos, por Dios, y no por mi, haces un sacrificio y los recoges y los pones en su sitio. Dios hubiera estado contento contigo y yo no habría tropezado. Ya se que hay cosas que parecen sin importancia; pero para Dios todo es Providencial; incluso unos zapatos dejados en medio de la oscuridad. No es tuya la culpa, cariño, es de tu hermana más pequeña que los dejó, pero tú tienes el deber y tenías la posibilidad de cambiar el destino, el mal de ella, por no ser ordenada, en un bien. Y así es en todas las cosas de la vida. Porque no es en las grandes cosas, es en las pequeñas y con las pequeñas que nos santificamos; que Dios nos va perfeccionando el carácter y ayudamos a Dios a ayudarnos. Te quiero mucho, se que eres muy buena, cada día más, y en muchas cosas eres fantástica. Se que es complicado y muy cansado en una familia numerosa ir recogiendo cosas y cosas, pero es lo que Dios espera de ti y de mi y de todos, un día recoges unos zapatos y otro día, unas lagrimas o una falta grave en una de tus hermanas. Tienes mucha suerte de haber nacido en el seno de una familia numerosa, porque aprendes por amor. Y al igual en los hermanos cristianos, en la sociedad mundana, en todas las circunstancias de la vida; hay que ir recogiendo “los zapatos” para que otros no tropiecen y ayudar a los más pequeños en la fe. ¿Lo comprendes mi amada?”.

Me dijo que sí, con la cabeza y su mirada llena de arrepentimiento y tristeza, también me dieron su si; sí, que ofrecí a Dios, para el bien de toda la familia; incluida yo misma y la dueña de los zapatos; que también estaba allí y me dio la razón.

Nos besamos.

Porque “los pequeños”; es por su ignorancia: La ignorancia de tantos hermanos, que no saben aún, que Dios es quien nos Ama y quien por amor Salva.

Y nos necesitan; necesitan de nuestras obras y palabras.

Debemos quitar “los zapatos” para que nadie tropiece.

¿Verdad queridos hermanos?

¡Dios es maravilloso!

*Primavera
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*Primavera
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[enriqueellena]

Calma Primavera que Dios por allí tironea de la oreja para que nos acordemos que puede ayudarnos siempre. Tu con tu tropiezo pudiste diste una lección en la familia, claro que ahora debes soportar los dolores, pero ya pasaran.
Dios no permite nada mas allá de lo somos capaces de soportar.

Que Dios te Bendiga.

[llazcano13]

Primavera, he orado por ti y por tu salud. Que Dios te de la fuerza para salir adelante como siempre lo has hecho. Gracias por tu reflexión, está muy buena.
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El día de la Asunción del año 1583, al recibir la sagrada comunión en la iglesia de los padres jesuitas, de Madrid, oyó una voz que le decía: «Luis, ingresa en la Compañía de Jesús»