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La educación de los hijos - San Juan Crisóstomo

 
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clauabru
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MensajePublicado: Jue Sep 04, 2008 10:10 pm    Asunto: La educación de los hijos - San Juan Crisóstomo
Tema: La educación de los hijos - San Juan Crisóstomo
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La educación de los hijos,
según San Juan Crisóstomo





Fuente



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Transcribimos algunos de los pensamientos de San Juan Crisóstomo, extractados de su tratado sobre la “La Educación de los hijos y el Matrimonio”, en los que con su magnífica elocuencia, exhorta, ruega y suplica a los padres para que, antes de cualquier otra cosa, eduquen constantemente a sus hijos *
Si en un alma todavía tierna se imprimen las buenas enseñanzas, nadie podrá borrarlas cuando se queden duras como marcas; lo mismo pasa con la cera.

Tienes a tu hijo en tus manos cuando todavía tiembla, se espanta y tiene miedo de una mirada, una palabra y cualquier otra cosa. Sírvete del comienzo para hacer lo conveniente.
Si tienes un hijo virtuoso, tú eres el primero que goza con sus buenas cualidades y luego Dios.
Lo tierno se presta a todo dado que todavía no tiene fijada su forma propia; por eso se deja modificar cómodamente en todos los sentidos. Pero lo duro, como si hubiera recibido una disposición especial en lo que a dureza se refiere, no sale de ella fácilmente ni se muda en otra disposición.

Como pintores
Por tanto, cada uno de vosotros, padres y madres, así como vemos a los pintores trabajar sus pinturas y sus estatuas con gran minuciosidad, ocupémonos de estas admirables estatuas.
Los pintores, en efecto, ponen delante la tabla y día a día van aplicando colores según convenga. Los que esculpen la piedra hacen también lo mismo, suprimiendo lo que sobra y añadiendo lo que falta.

Así también vosotros: como unos fabricantes de estatuas, emplead en eso todo vuestro tiempo fabricando maravillosas estatuas de Dios. Suprimid lo que sobre, añadid lo que falte y examinadlas cada día; qué cualidades naturales tienen, para hacerlas crecer, qué defectos naturales, para suprimirlos. Y con gran meticulosidad desterrad de ellos, en primer lugar, lo que esté relacionado con la intemperancia, pues esta pasión perturba especialmente las almas de los jóvenes. O mejor, antes de que la haya experimentado, enséñale a ser sobrio, a estar despierto, a velar en oración, a marcar todo lo que diga y haga con el signo de la cruz.

El alma del niño como ciudad
Piensa que eres un rey que tiene una ciudad bajo su dominio: el alma de tu hijo. Porque una ciudad es, realmente, el alma.

Y como en la ciudad unos roban, otros practican la justicia, otros trabajan, otros simplemente hacen todo de cualquier manera, así también la inteligencia y los pensamientos en el alma.
Unos combaten contra quienes cometen injusticia, como los soldados en una ciudad; otros cuidan del conjunto, del cuerpo y de la casa, como los hombres de Estado en las ciudades; otros dan órdenes, como los magistrados. Unos hablan de impudicias, como los libertinos, otros de cosas santas, como los castos; otros tienen una conversación ininteligible, como los niños; a unos les dan órdenes como a criados.

Así pues, necesitamos leyes para desterrar a los malos, seleccionar a los buenos y no dejar que los malos se subleven contra los buenos.

Porque es como en una ciudad, que si alguien establece leyes que conceden gran impunidad a los ladrones, el conjunto da un vuelco. Si los soldados no utilizan su valor para lo conveniente, causan daño a la totalidad. Si cada uno abandona el rango que le corresponde para pasarse a otro, echa a perder el buen orden con su ambición. Así ocurre precisamente en nuestro caso.
Una ciudad es, por tanto, el alma del niño. Una ciudad recién fundada y organizada. Una ciudad que tiene como ciudadanos a extranjeros todavía sin experiencia. A este tipo de gente es muy fácil educarla. Los que han crecido con un mal régimen político, como son los ancianos, difícilmente podrían cambiar; no es imposible, sin embargo, porque existe la posibilidad de que también ellos den media vuelta si quieren. Pero los que no tienen ningún tipo de experiencia sí que llegarían a admitir fácilmente las leyes que les impusieras.

Establece, pues, para esta ciudad y para sus ciudadanos, leyes y aplícalas escrupulosamente. Conviértete en juez de quienes las transgredan, porque de nada sirve establecer leyes si, además, no las sigue el castigo.

Nuestra legislación se extiende a toda la tierra habitada y una ciudad es lo que fundamos hoy.
Sean, entonces, las murallas y las puertas los cuatro sentidos. El resto del cuerpo sea igual a una fortaleza que tenga como puertas los ojos, la lengua, el oído, el olfato y, si quieres, también el tacto.

En efecto, a través de estas puertas entran y salen los ciudadanos de la ciudad, esto es, a través de estas puertas los pensamientos lo mismo se echan a perder como que siguen el camino recto.


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*“La Educación de los hijos y el Matrimonio”, San Juan Crisóstomo, Biblioteca de Patrística, Ed. Ciudad Nueva, Madrid-Buenos Aires, 1997, págs. 40-44)
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MensajePublicado: Vie Sep 05, 2008 4:03 pm    Asunto:
Tema: La educación de los hijos - San Juan Crisóstomo
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En la educación de los hijos establece leyes y aplícalas escrupulosamente porque una ciudad es la que fundamos hoy. Sean entonces las murallas y las puertas los cuatro sentidos. El resto del cuerpo sea igual que una fortaleza que tenga como puertas los ojos, la lengua, el oído, el olfato y, si quieres, también el tacto.

En efecto, a través de estas puertas entran y salen los habitantes de la ciudad, esto es, a través de estas puertas los pensamientos lo mismo se echan a perder como que siguen el camino recto.

Vigilar la entrada de la lengua

¡Vamos! Dirijámonos en primer lugar a la entrada de la lengua, pues ella es muy amiga de relacionarse. Y, antes de cualquier otra cosa, equipémosla con puertas y trancas, no de madera ni de hierro, sino de oro. Pues de oro es, verdaderamente, la ciudad que de esta manera vamos construyendo.

Porque no es un hombre, sino el propio Rey del universo quien va a habitar esta ciudad cuando esté dispuesta.

Equipémosla, pues, con puertas y trancas de oro, las palabras de Dios, como dice el profeta. “Las palabras de Dios son para mi boca más que la miel y el panal; muy por encima del oro y la piedra preciosa” (Sal. 19, 18, 11). Enseñémosle a tener estas palabras siempre en los labios, también en sus idas y venidas, no superficialmente ni de pasada ni de vez en cuando, sino continuamente.

Las hojas de la puerta no deben estar sólo revestidas con láminas de oro, sino que hay que hacerlas enteramente de oro, sólidas y macizas, y deben contener piedras preciosas en vez de piedras incrustadas por fuera nada más. Que la tranca de estas puertas sea la cruz de Cristo, fabricada toda ella con piedras preciosas y atravesada en la mitad de las dos hojas.

Cuando hayamos construido así las puertas, prepararemos también dignos ciudadanos. Son éstos las palabras santas y piadosas que enseñamos al niño a pronunciar. Y expulsemos a los hombres perniciosos que son las palabras ofensivas e injuriosas, las insensatas, las desvergonzadas, las mundanas, las frívolas. Expulsémoslas a todas.

Y para que ninguno atraviese estas puertas sino el Rey, para Él y para todos los suyos permanezca abierta esta puerta: acción de gracias sean sus palabras (Ef. 5, 3-4), himnos sagrados. Que se hable de Dios siempre, de la filosofía de lo alto.

Favorable disposición del niño

La disposición del niño es, ciertamente, muy favorable. No lucha por las riquezas ni por la gloria. Siendo así, ¿qué motivo tendría para la injuria y la maledicencia? Con los de su edad es toda su lucha.

Establece inmediatamente una ley: no injuriar a nadie, no hablar mal de nadie, no jurar, ser pacífico. Y si ves que transgrede la ley, castígalo. No obstante, cuando veas que ha sacado provecho, afloja, porque nuestra naturaleza necesita una cierta relajación.
Enséñale a ser bondadoso y amable. Si ves que se muestra insolente con el sirviente, no hagas la vista gorda, pues quien sabe que no puede ser insolente con su propio criado, mucho menos calumniará e injuriará al que tiene su mismo rango.

Si lo ves acusando a alguien, pon freno en su boca y háblale de sus propios pecados.
Aconseja también a la madre que diga estas cosas al niño, así como a sus educadores, de manera que sean guardianes todos por igual y vigilen que ninguno de aquellos malos pensamientos salga del pequeño, de esa boca que son puertas de oro.

Y no me vengas pensando que es un asunto que requiere mucho tiempo. Si desde el principio te aplicas a ello con rigor, basta con dos meses y todo está encarrilado, tomando las cosas la solidez de lo natural.

Esta puerta podría así llegar a ser digna del Señor, cuando no se pronuncie ni desvergüenza, ni chocarrería ni necedad, ni ninguna otra cosa, sino todo lo que sea conforme al Amo.
Porque si los que instruyen a sus hijos en la milicia terrenal les enseñan bien pronto a hacer campaña, a manejar el arco, a vestir el mando militar y a montar a caballo, y la edad no es impedimento alguno, con mucha más razón es preciso que quienes militan en el ejército del cielo se revistan con todo este adorno real.

Que aprenda, entonces, a entonar salmos a Dios para no perder el tiempo con canciones vergonzosas y relatos inoportunos.

Que esta puerta se fortifique así y que se elija entre aquellos ciudadanos. A los restantes, como las abejas a los zánganos, no los dejemos salir fuera ni zumbar.


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Ultima edición por clauabru el Sab Sep 06, 2008 4:41 pm, editado 1 vez
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MensajePublicado: Sab Sep 06, 2008 4:39 pm    Asunto:
Tema: La educación de los hijos - San Juan Crisóstomo
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El oído

Si el oído no consiente que nada pernicioso y corrupto cruce sus umbrales, no causa grandes dificultades a la lengua. Porque quien no oye desvergüenzas y maldades tampoco pronuncia desvergüenzas. Si esta puerta queda abierta a todos, dañará a la otra (la lengua) y sembrará confusión entre todos los de dentro.

Así, pues, que los niños no oigan nada inconveniente de nadie que esté próximo de ellos, ni de los hermanos, ni de los maestros ni de las empleadas. Téngase en cuenta que los niños, así como las plantas, necesitan de un mayor cuidado precisamente cuando están tiernos. De manera que preocupémonos por tener buenas personas que los rodeen para, desde la base, echarles buenos cimientos y, en una palabra, para que desde el principio no reciban ninguna mala influencia.

Historias con moralejas

Que no oigan, por tanto, necias historias. Al contrario, que oigan otros relatos de gran sencillez, por ejemplo, narraciones del Antiguo Testamento. Aunque el sentido profundo del relato supere el entendimiento del pequeño, adaptándolo a su nivel puede implantarse en la tierna mente infantil con tal de que manejemos bien el lenguaje. Que la madre, a su vez, le relate las mismas cosas. Luego, cuando las haya oído a menudo, pídasele: “Cuéntame la historia”. Y es entonces, una vez que haya retenido la historia, cuando le explicarás también su moraleja. Esto es posible por parte de quienes están cerca de los niños, pero no de todos. Porque no a todos ha de estarles permitido mezclarse con ellos. Antes bien, deben ser personas sobresalientes, como son sobresalientes los que se acercan a una estatua, quienes colaboren con nosotros en esta obra de arte.

Si fuéramos arquitectos y construyésemos una casa para un gran señor, no dejaríamos sin más que todos nuestros servidores se acercaran a la obra, ahora que construimos para el Rey del cielo una ciudad, ¿cómo no va a ser anormal que confiemos el trabajo a cualquiera?
Así pues, que no oigan historias inconvenientes. Pero cuando esté apesadumbrado por las fatigas del estudio -pues el alma gusta de entretenerse con los relatos de tiempos pasados- háblale apartándolo de todo tipo de niñería. Porque educas a un filósofo, a un atleta, a un ciudadano del cielo. Y endulza las historias, de manera que para el niño sean también algo placentero y que no se le canse el ánimo.

Una barrera en su oído

A través de las historias, muéstrale al niño que está mal pensar que uno puede esconderse de Dios, porque Él lo ve todo, también lo que se hace a escondidas. Si siembras en tu hijo esta doctrina, no tendrás necesidad de un pedagogo, porque este temor de Dios guarda a tu hijo más que cualquier otro temor y sacude su alma. Pero no es esto sólo. Llévalo también de la mano a la Iglesia. Y apresúrate a llevarlo especialmente cuando se lea la misma historia que le contaste. Verás que está radiante de alegría, que da saltos y se regocija porque él sabe lo que todos ignoran y que se adelanta a la lectura, la reconoce y saca gran provecho. De ahora en más deposita el asunto en su memoria.

Cuando haya crecido, que oiga también historias del Nuevo Testamento y además del Antiguo como lo de la gracia de Dios, lo del diluvio, lo de Sodoma, lo de Egipto, muy por extenso.
Con estas historias y otras miles alza una barrera en su oído.

Si alguien le cuenta cosas innobles, no consintamos en modo alguno que un tal se acerque a él. Si ves que en su presencia alguien dice obscenidades, castígalo inmediatamente y conviértete en severo y duro censor de las faltas.

De este modo no dirá nada inconveniente, si no oye nada inconveniente y es educado en estos principios.

Importancia del nombre

Inmediatamente con el nombre que les pongamos, infundamos celo por la virtud.
Entonces también os pido: que pongáis a vuestros hijos nombres de santos.

¡Qué gran ejemplo de virtud y qué estímulo es el nombre! Pues no encontraremos otro motivo para darle el nombre que el ser un recuerdo de la virtud. Tú -dice- serás llamado Cefas, que significa Pedro. ¿Por qué? Porque me has confesado. Y tú serás llamado Abraham. ¿Por qué? Porque serás padre de pueblos.

Partiendo entonces de aquí emprendamos también nosotros el cuidado de nuestros hijos y dirijamos su educación.



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MensajePublicado: Dom Sep 07, 2008 5:01 pm    Asunto:
Tema: La educación de los hijos - San Juan Crisóstomo
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La vista

Hay también otra puerta más hermosa que éstas pero difícil de guardar: la de los ojos. Y por eso se encuentra en lo alto, está abierta y es bella. Tiene muchos ventanillos, no sólo para mirar, sino también para que la miren si está bellamente torneada.

Aquí hacen falta leyes severas y una en primer lugar: no mandar nunca al niño al teatro [se refiere evidentemente a las piezas obscenas o embebidas de paganismo, comparables a nuestra televisión actual]. Que también en las plazas públicas el pedagogo esté atento a esto de manera muy especial, evitándolas a través de calles estrechas, y dé consejos en este sentido para que nunca reciba aquel daño.

Pensar en muchas cosas

Para que no reciba daño al ser mirado hay que pensar en muchas cosas. Hay que suprimir la mayor parte del aderezo, cortando el cabello que cubra su cabeza hasta darle un grave aspecto. Y si el niño se muestra descontento porque, según él, lo han despojado de un adorno, que aprenda en primer lugar que el mayor ornamento consiste en ésto.

Para que no mire son suficientes como custodia las historias aquellas: la de los hijos de Dios que cayeron sobre las hijas de los hombres, la de los sodomitas, el infierno y todas las demás.
Aquí especialmente debe tener mucho cuidado el pedagogo. Pero muéstrale otras bellezas y apartarás de allí sus ojos, por ejemplo, el cielo, el sol, las estrellas, las flores de la tierra, los prados, las lindezas de los libros. Que con esto deleite sus ojos. Hay también muchas otras cosas que no conllevan perjuicio.

En efecto, es difícil de guardar esta puerta ya que alberga fuego en su interior y, por decirlo así, una necesidad de orden natural.

Que aprenda canciones divinas. Si desde dentro no se despierta su atención, no desea tampoco mirar hacia fuera.

Matrimonio y castidad

Que oiga constantemente todo lo de José. Por lo demás, que aprenda lo relativo al reino de los cielos, cuán grande es la recompensa reservada a los castos.

Promete darle una linda esposa y hacerlo su heredero. Dirígele todo tipo de advertencias si ves que hace lo contrario y dile: "Hijo, no encontraremos una mujer virtuosa si no demuestras gran cautela y progreso en la virtud. Y para que perseveres, te casaré rápidamente".

Especialmente si es educado para no decir desvergüenzas, tiene echados desde el principio los cimientos de la circunspección.

Háblale de la belleza del alma. Haz nacer en él nobles sentimientos en relación con las mujeres. Dile que un hombre libre cuyo comportamiento es reprobado por una esclava es indigno de su condición. El joven libre debe poner cuidado en mantener una postura circunspecta y distante frente a las mujeres.

En efecto, el que habla se pone de manifiesto, pero el que mira no se pone de manifiesto -pues es rápido este sentido- y, aún sentado en medio de mucha gente, puede con sus miradas seducir a la que desee.

Que no entre en él nada vergonzoso. Que desprecie el lujo y demás cosas por el estilo.

El tacto

Hay todavía otra puerta, no del mismo tipo que éstas sino que se extiende por todo el cuerpo, a la que denominamos tacto. Parece cerrada, pero es como si estuviera abierta, dejando pasar así todo al interior.

A ésta no le permitamos el contacto ni con vestidos delicados ni con cuerpos. Hagámosla dura. Criamos un atleta, esto es lo que debemos pensar. Que no use, entonces, ni camas ni vestidos delicados.

El genio

Dicen que el lugar y la morada del genio es el pecho y el corazón que está en el pecho; el del deseo físico el hígado; el de la razón el cerebro.

El primero posee una virtud y un vicio. La virtud es el dominio de sí y la moderación, el vicio es la insolencia y la brusquedad. A su vez, el segundo tiene como virtud la castidad y como vicio la lujuria. La virtud de la razón es la prudencia y el vicio la insensatez.

Ocupémonos, entonces, de que en estos lugares no nazcan las virtudes y den a luz ciudadanos como ellas, pero no malos. Porque estas facultades del alma son como madres de pensamientos.




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clauabru
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MensajePublicado: Mar Sep 09, 2008 4:50 pm    Asunto:
Tema: La educación de los hijos - San Juan Crisóstomo
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El genio

Al genio ni hay que amputarlo completamente del joven ni hay que consentir que se abandone a él en todo momento. Eduquémosle, más bien, desde la primera infancia para, cuando son ellos víctimas de una injusticia, soportarlo, pero si ven que se comete una injusticia contra alguien, salir gallardamente y defender al abatido con la conveniente mesura.

¿Cómo será eso posible? Si se entrenan con quienes le son más cercanos, soportan que no les hagan caso y no se enfadan cuando son desobedecidos, sino que analizan concienzudamente las faltas que ellos cometen contra otros.

En casos semejantes el padre es en todo momento el señor; severo cuando se transgreden las leyes, pero cuando se observan dulce y bondadoso amigo de obsequiar al niño con muchas recompensas. Porque así gobierna el mundo también Dios, con el miedo al infierno y la promesa del Reino de los cielos. Hagamos así también nosotros con nuestros hijos.

Ejercitarlo como los atletas

Igual que en la palestra los atletas se ejercitan antes de las luchas con gente de casa para, una vez que han tenido éxito con aquellos, ser invencibles frente a sus adversarios, así también hay que educar al niño en casa.

Cuando se encolerice, recuérdale sus propias pasiones; cuando se enfade con un empleado, que mire a sí mismo si él mismo no ha cometido ninguna falta y cómo se sentiría él en tales circunstancias. Si ves que golpea o insulta a un empleado, pídele cuentas.

Que no sea ni blando ni brutal para ser, además de un hombre, un hombre moderado. Muchas veces, en efecto, necesitará el auxilio de su genio; por ejemplo, si un día él mismo tiene hijos o empleados.

La humildad

En toda ocasión es útil el genio. Solamente es inútil cuando nos defendemos a nosotros mismos. Es por ello que San Pablo no lo usa nunca en provecho propio, sino solo en interés de quienes han sido víctimas de una injusticia. Moisés se dejó llevar por su genio al ver que se cometía una injusticia contra un hermano, y además muy noblemente él, que era el más humilde de todos los hombres (Nm. 12, 3). Pero en cuanto lo insultaron, ya no se defendió, sino que huyó.

Así pues, que tenga esta única ley: no defenderse nunca a sí mismo cuando lo insulten o esté sufriendo daño, y no mirar nunca con indiferencia que otro soporte este trato.

También el padre...

También el padre será mucho mejor al enseñar estos principios y educándose a sí mismo. Porque, sino por otro motivo, siquiera por no echar a perder su ejemplo, se hará mejor.

De esta manera, que el niño aprenda a ser despreciado y humillado. Que no exija a ninguno de sus criados lo que suele hacer un señor, sino que en la mayoría de las cosas se sirva a sí mismo. Que sólo lo asistan los criados en aquellas cosas en que no es posible servirse a sí mismo para que no se entregue a ocupaciones que le obliguen a dejar de lado las tareas que le son propias.

Saber gobernar

Suaviza su genio, ordenándole que trate a los criados como a hermanos.

¿Acaso te parece que San Pablo dice sólo de pasada que el que no sabe gobernar su casa tampoco saber gobernar la Iglesia? (Cf. 1, Tm. 3, 5)

Dile, por tanto: "Si ve un algo estropeado por un criado, no te enfades ni le insultes, sino sé comprensivo". Así, partiendo de cosas sin importancia, soportará también los daños graves, ya sea la rotura de una correa o de una cadena de bronce. Es que los niños son difíciles cuando se trata de este tipo de pérdidas y antes darían la vida a dejar marchar impune al que se ha portado mal en esto.

Pues bien, es ahora cuando hay que ablandar la rudeza de su genio. Que sepas que quien ante estas cosas se muestra impasible y moderado, cuando se haya hecho un hombre también soportará con buen temple cualquier daño.

Por tanto, cuando el criado pierda o estropee una tablilla hecha de hermosa madera no le compres otra inmediatamente para apaciguar su ánimo; antes bien hazlo cuando veas que ya no la pide ni sufre por ello, cura entonces su irritación.

No se trata de menudencias; hablamos de medidas de gobierno para toda la Tierra.

Ablanda, pues, su genio para que nos dé a luz pensamientos moderados. Porque cuando no se deja llevar por la pasión frente a nadie, cuando soporta una pérdida, cuando no requiere servidumbre, cuando no se indigna si honran a otro, ¿qué motivo le queda para irritarse?
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