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Ayuda práctica para las mamás, del libro: madres con sonrisa
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*Primavera
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MensajePublicado: Mie May 23, 2007 7:46 am    Asunto: Ayuda práctica para las mamás, del libro: madres con sonrisa
Tema: Ayuda práctica para las mamás, del libro: madres con sonrisa
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MADRES… CON SONRISA
MARIE FRANCE


MADRES… CON SONRISA
MADRES… CON ALEGRÍA
MADRES… CON TERNURA
MADRES… CON MENOS CANSANCIO
MADRES… CON LEALTAD


Estos cinco tomitos, cortos, de gratísima lectura y bien presentados, pueden parecer a primera vista una colección de amenos y pequeños acontecimientos, recogidos en la vida misma. Pero su objeto es profundamente serio y práctico; y sus efectos pueden ser de incalculable valor para quien sepa leerlos y ponerlos en práctica.

La autora MARIE FRANCE, es una madre de familia y una educadora, perfectamente competente en cuestiones de niños y de adolescentes, tanto en el campo de la enseñanza como en el de las organizaciones asistenciales y recreativas. Con estos libritos, se ha propuesto educar y reeducar a las madres. Su método, fruto de la experiencia y de largas meditaciones, fue estudiado por ella con el mayor cariño, para ponerlo al alcance de todas las mujeres de buena voluntad.

Cada capítulo se abre con la narración de un hecho real, de un caso en la vida de las madres y de los hijos. Al episodio, en que la madre resuelve -o no sabe resolver- algunos de sus diarios problemas, sigue siempre amable crítica que explica porque la madre procede bien o procede mal, y cuáles fueron las consecuencias, con frecuencia de grandísima importancia, de su comportamiento; consecuencias que difícilmente podía ella prever. Se concluye el capítulo con la receta del día; las reglas y normas que se pueden deducir del caso observado.

El método práctico consiste en dedicar cinco minutos al día a la atenta lectura de cada capítulo, leyendo no solo el día y aplicando la receta a los casos adecuados. La autora asegura –y parece imposible dudarlo- que las madres que han seguido su sistema con constancia, han obtenido resultados sorprendentes para la felicidad propia y de toda la familia. No hay ni una sola madre joven que no pueda encontrar en estos libritos guías seguras, capaces de sostenerla en las más diversas dificultades y pruebas; y hasta aquellas que han errado el camino en la educación de sus hijos, podrán, con la ayuda de Marie France, reeducarse a sí mismas y reeducar a sus hijos, llevando a su casa la serenidad.

Escritos en años recientísimos, en medio de todas las dificultades de la postguerra y del difícil período que venimos atravesando, estos modernos libritos, de grata lectura y nacidos al calor de la experiencia, están destinados a dirigir, a confortar y desde luego a transformar la vida de todas las madres jóvenes, que los podrán leer de conformidad con sus deseos y con el amor que por sus hijos sientan.

Marzo de l.957









MI QUERIDA AMIGA:

Nunca te he visto ni he cruzado contigo la palabra; a pesar de lo cual, te conozco perfectamente. Eres una madre. ¿Necesito saber más? Me basta mirar a mi pobre corazón –que es maternal como todo corazón de mujer- para saberlo todo de ti.

En primer lugar, ¡que cansada estás a determinadas horas de tanto trabajar, qué decepcionada por tu falta de éxito, que agobiada por el desaliento!

¡Tienes tantas preocupaciones!... Y a veces, ¡las cosas van tan mal!

Desde aquí te estoy oyendo decir: “¿Los niños? ¡Es preciso estar siempre encima de ellos, repetirles continuamente las mismas cosas, reñirles o castigarles sin cesar! ¡Son tan descuidados, tan desordenados, tan ligeros, tan ardientes y tan desobedientes!...”

Bueno, no continúes. Lo sé… y aún no hemos dicho lo peor. Algunos días, las cosas van tan mal, que nos echaríamos a llorar.

Es que tenemos en el corazón una gran ambición. Querríamos hacer de nuestros hijos algo muy bueno. Querríamos hacer de ellos pequeños mozos de quienes pudiéramos estar orgullosos ante Dios y ante los hombres.

Lo malo es que en manera alguna se nos ha enseñado nuestro hermoso oficio de madre. En el colegio, nos fueron revelados los secretos de la regla de tres y del análisis gramatical. En el curso casero –si hemos tenido la suerte de seguir alguno- se nos enseñó el modo de preparar la carne a la borgoñesa y la salsa mayonesa. Pero ¿Quién nos ha enseñado la forma de hacer hombres de nuestros hijos?

Reconozcámoslo, querida amiga. Tú, y yo, y la mayor parte de las madres, somos terriblemente ignorantes o terriblemente torpes en el arte de la educación que para nosotras, mujeres, es a la vez el arte más delicado y el más útil. Es indudable que en nuestro amoroso corazón de madre encontramos algo de esa ciencia que nadie nos ha enseñado y que nos sería de una utilidad infinitamente mayor que la geografía o que la química. Pero, ¡cuánto mejores resultados obtendríamos –con mucho menos trabajo- si alguien nos diera a conocer un día los medios de triunfar en nuestra tarea de madres; algo así como fórmulas, si se puede emplear esta palabra, para una cosa tan delicada como es la educación de un niño!

Esto es lo que he intentado hacer en tu favor, al escribir este pequeño libro. Yo sé que lo has abierto con interés y confianza. Sientes confusamente que tu vida se verá tal vez completamente transformada, que tu tarea será más fácil y que serán más grandes las alegrías que te den tus pequeños, si yo no te he engañado y resultan buenas las fórmulas que hoy te entrego.

Las he ido espigando poco a poco para ti; las he estudiado y las he experimentado. Y te digo sin vacilar: “Ten confianza; estas fórmulas te facilitarán con seguridad tu misión, y hasta muy probablemente te permitirán obtener sorprendentes resultados, sin excluir a tus hijos de más difícil carácter”.

Pero… - ¡siempre ha de haber algún pero! Ello ha de ser con tres condiciones:

1ª.- Que si lo empiezas hoy, no te leas de un tirón – ni aún en una semana, en diversas veces- este librito.

2º.- Que no leas una fórmula al azar cuando abras el libro, sino que las vayas revisando una tras otra en el orden en que yo las he puesto.

¿Sabría guisar la carne a la borgoñesa conforme a la fórmula, el ama de casa que leyera dicha fórmula en la página 153 de su libro de cocina antes de haber aprendido en la página 27 cómo se hace un asado?

Las formulas para obtener éxito con los niños, son como las fórmulas de cocina. Es preciso comenzar por el Principio y por cosas muy sencillas.

3ª.- y última condición…

Pero déjame que te cuente antes un cuento: el cuento de “la mujercita a la que le faltaba tiempo para todo”.

Había una vez una mujercita que estaba siempre tan ocupada, tan ocupada, que nunca tenía tiempo para hacerlo todo: el arreglo de la casa, la colada de la ropa, el cosido de la misma, la compra, fregar los platos… Todo ello con cinco niños pequeños… y sin contar algún trabajillo de modista que hacia en casa para conseguir equilibrar su presupuesto.

Estaba tan cansada, tan abatida y tan falta de tiempo que no sabía cómo salir del aprieto, ¡Ah, si los días tuvieran siquiera cuarenta y ocho horas!...

No pudiendo más, marchó un día a casa de su madre, la cual había educado nada menos que nueve hijos sin que tan pesada tarea pareciera en manera alguna haberla agobiado; su madre, a la que la hija recordaba haber visto siempre llena de actividad, sin dejarse nunca abatir y en todo momento tan sosegada y sonriente: “¡Mamá, mamá, dime tu secreto! ¿Cómo te las arreglas para salir de apuros? Yo tengo demasiado que hacer y estoy que estallo. ¿Qué podría suprimir en la vida para que no me falte tiempo para todo?”

La anciana madre reflexionó un momento, no muy largo, y en seguida le dijo: “¡Mira, es muy sencillo! Pero, ¿tendrás el valor de hacerlo? Tómate cinco minutos todos los días, a ser posible por la mañana, en el rato en que tengas más probabilidades de estar sola y no ser molestada por los niños, y durante esos cinco minutos, no hagas nada, absolutamente nada”.

La hija encontró a primera vista aquel consejo extraordinariamente gracioso. Pero como tenía ciega confianza en su madre, hizo lo que le decía.

Y se encontró con que, al cabo de algún tiempo, las cosas iban de tal manera mejor que nunca se encontraba apurada; que sus pequeños la proporcionaban toda clase de alegrías; y que el buen papá se quedaba turulato al ver cómo había cambiado la casa.

¿Qué era lo que había ocurrido?

¿Por qué aquellos cinco minutos “perdidos” por la mañana habían transformado hasta tal punto la vida de la pequeña madre? Era que los había empleado en reflexionar y que, al hacerlo así había adquirido mucha mayor habilidad para desempeñar su papel de madre.

¿Y tú?

¿Estás dispuesta a tomarte (conste que no digo perder) cinco minutos todos los días?

Y no me digas “No tengo tiempo”. Cuanto más ocupada estés, más necesario resulta que sepas tomarte esos cinco minutos.

Si no estás decidida a hacerlo, cierra inmediatamente este libro y tíralo al fuego (o más bien dáselo a cualquiera amiga que tal vez sepa sacar provecho de él) y no sigas adelante. Perderías el tiempo, o poco menos.

Pero estás decidida. Has comprendido en qué grado pueden transformar tu vida esos cinco minutos, ayudándote a triunfar en tu hermosa misión de madre.

Si es así, piensa inmediatamente en qué momento del día te tomarás cinco minutos, cualquiera que sea la urgencia de tu trabajo, para leer una fórmula, y solamente una.

Bien entendido que habrás de elegir el momento más favorable. El momento en que menos probabilidades tengas de ser interrumpida. Y que a toda costa, mantendrás tu propósito.

Si al cabo de un mes no has sacado provecho alguno, si sigues teniendo las mismas preocupaciones con tus pequeños, habrás de pensar que yo estoy equivocada y abandonarás la partida.

Pero estoy bien tranquila. Es imposible que no obtengas resultados apreciables, aun en un solo mes, siempre a condición de que guardes una fidelidad a toda prueba a tus cinco minutos diarios de lectura.

¿No tienes confianza en los medicamentos que tomas? Y cuando comienzas un tratamiento, ¿no te impones como un deber seguirlo con exactitud?

Este librito no es como los otros libros. Es preciso seguir las instrucciones en él dadas, o cerrarlo para siempre.

Por grande que sea la curiosidad –que te impulsará tal vez a recorrer las páginas de la obra entera- lee la primera fórmula y no sigas adelante. Mañana leerás la segunda, con toda exactitud a la hora que para ello hayas fijado; y continúa haciéndolo así todos los días.

Al cabo de algún tiempo- claro está que no inmediatamente- comprobarás en tus pequeños una transformación tal, que no saldrás de tu asombro.

De acuerdo, pues, tú y yo en nuestro trabajo, estamos dispuestas a conseguir en nuestra misión de madres, éxitos tan asombrosos que se hablará de ellos, no solamente en nuestro país, sino hasta más allá de las fronteras. Y ello hará más a favor de la paz del mundo que todas las políticas de todos los partidos.

MARIE FRANCE




1º día

LA HISTORIA DE UNA MADRE
QUE SE PONÍA NERVIOSA

Estamos en la calle. Dos niños marchan juntos a la escuela, hablando de un gran paseo que querrían darse el jueves. El paseo será delicioso, pero es preciso obtener antes la autorización de las mamás.

PABLO.- La mía estoy seguro de que me deja, con la única condición de que no vuelva demasiado tarde. ¿Y la tuya?

PEDRO.- ¿La mía? ¡Mira chico! ¡Lo que es hoy, n o le pido permiso! ¡Hoy está nerviosa!...

He aquí toda la conversación. Y ten por seguro que no la he inventado yo.


Podemos, desde luego, reconocerlo, puesto que estamos entre mujeres, entre madres. Si de cuando en cuando, todo marcha mal a nuestro alrededor, si no nos desenvolvemos con mayor facilidad, es porque nos ponemos demasiado nerviosas.

La verdad es que para ello tenemos toda clase de pretextos. El cansancio, el trabajo, las preocupaciones, las inquietudes del mañana… las mil pequeñas dificultades de todos los días… ¡Y eso sin hablar de grandes disgustos!

Consecuencia de ello es que, con frecuencia, con demasiada frecuencia, son los nervios los que mandan en nosotras. Y el resultado son las impaciencias, los continuos regaños y chillerías, y, ¿quién sabe –reconozcámoslo muy bajito- si alguna que otra bofetada o pescozón?...

¡Pobres de nosotras! ¡Como si una madre no tuviera el deber de obedecer a su corazón y a su inteligencia, en lugar de obedecer a sus nervios, los más detestables consejeros, responsables de gran número de reveses y sufrimientos!

Estamos completamente de acuerdo, ¿no es verdad? Pues entonces, lo más urgente, si queremos tener éxito en el trato con nuestros pequeños, es no pedirles a ellos un esfuerzo sobre nosotras mismas; un esfuerzo sobre nuestros nervios.

.- ¡Es que mis nervios son más fuertes que yo! – me dirás.

¡Estás en un error! ¡En un completo error!

Los nervios se curan con mucha mayor facilidad que una tifoidea o una escarlatina. Y resulta tan indispensable curar la nerviosidad como el tratar cualquiera de estas enfermedades, porque, de la misma forma que ellas, la nerviosidad es extremadamente contagiosa.

Si existe en ti como enfermedad crónica –es decir, si te ataca más o menos a cada instante- es que, como dirían los médicos para ciertas enfermedades, hay una “fuente de microbios”.

¿Eres tú misma esa fuente de microbios? Busca bien, busca lealmente, manteniendo los ojos cerrados para ver mejor…

… … … … … … … … … … … … … … … …

(Cada vez que encuentres en una de nuestras fórmulas una línea de puntos como la presente, adopta la costumbre de suspender un instante la lectura ara meditar un poco. Es una de las condiciones más importantes del éxito en nuestra empresa).

… … … … … … … … … … … … … … … …


¿Reconoces que está dentro de ti misma la “fuente de microbios” de la nerviosidad? Mira, pues, lo urgente que es ponerte en cura.

Puede darse el caso de que la “fuente de microbios” sea alguna otra persona. ¿Tal vez tu marido, o una pariente que vive con vosotros, o aluno de tus niños? Y tú te has contaminado… Razón de más para reconquistar la dominación de tus nervios. Porque sólo tu calma podrá ir neutralizando poco a poco la acción nefasta de los “microbios”.

De cualquier manera que sea, comienza hoy mismo en ti el tratamiento y hazlo con la misma exactitud y conciencia que pondrías en el cumplimiento de una orden dada por el médico, si estuvieras enferma.

Para curar la nerviosidad, hay medios muy diversos. He aquí uno, el de más fácil aplicación para ti. Obsérvale desde hoy mismo.



RECETA DEL DIA

En el momento en que te encuentres nerviosa, que estés a punto de demostrarlo o de impacientarte, interrumpe durante algunos segundos tu trabajo o tu conversación y respira varias veces seguida a fondo, un poco como se hace en el transcurso de una lección de gimnasia, pero sin hacer gesto alguno. El aire, inspirado en mayor cantidad, revivificará tu sangre; tu sistema nervioso, beneficiado por este tratamiento, recobrará casi en el acto su equilibrio.

Ya ves lo sencillo que es.

Pero sobre todo, no te digas “eso es una estupidez”, porque se trate de una cosa muy sencilla. Estás decidida a seguir mis instrucciones. Ten confianza. Por lo demás, un médico te explicaría por qué es excelente esta primera receta. Gracias a ella, hoy mismo estarás ya un poco menos nerviosa, y sabrás entenderte un poco mejor con tus pequeños. Las cosas marcharán ya un poco mejor.

Pero deja que pase algún tiempo y… ¡ya verás! ¡ya verás!
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MensajePublicado: Mie May 23, 2007 7:47 am    Asunto:
Tema: Ayuda práctica para las mamás, del libro: madres con sonrisa
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2º día

¡QUE BURRO ERES!


Con los codos apoyados en la mesa, Santiago está pasándolas negras con su estudio. Por tres veces le ha explicado la mamá – a su manera- aquel problema de los robinetes. Santiago no ha comprendido gran cosa, como no sea el que a su parecer (y en ello no va descaminado), resulta una simpleza el hacer caer el agua en un depósito por un robinete que deja pasar diez litros por minuto, mientras que por otro robinete se deja salir el agua a razón de ocho litros por minuto. ¿A que conduce –piensa Santiago- tomarse tanto trabajo para calcular en cuántas horas se llenaría el depósito, cuando sería mucho más rápido y más económico el cerrar el robinete de abajo?

Entre tanto, se abre un tercer robinete; el de las lágrimas de Santiago… el cual no facilita en lo más mínimo la solución del problema.

Mamá está que le saltan los nervios; y al fin estalla:

.-¡Que burro eres! ¡No tienes mollera ni para hacer un miserable problema! ¡Nunca llegarás a ser nada, ¿me oyes?, nade de provecho…

El problema de los robinetes no ha quedado resuelto; pero en cambio el de las lágrimas se complica y Santiago se echa a llorar a rienda suelta. Y no es porque sienta mayor pena, no; en cierta forma, hasta se siente más consolado y aliviado de un gran peso. El peso del problema, el cual renuncia definitivamente a resolver. ¿Para qué molestarse, puesto que es un burro – mamá se lo acaba de decir – que en su vida llegará a ser nada?

En vista de ello, y llorando a lágrima viva, puesto que es conveniente llorar cuando mamá se enfada, Santiago se repite para sus adentros lo que mamá le ha dicho: Yo no llegaré nunca a ser nada, nunca a ser nada, nunca… Y a fuerza de repetírselo, acaba por creérselo con absoluta seguridad.

x x x

He aquí una pequeña historia que va a llevarnos como de la mano a una fórmula de extraordinaria importancia, a una fórmula muy fácil de aplicar y de grandes resultados:

Supongamos que la mamá de Santiago, en lugar de dejarse dominar por los nervios, hubiera tenido el acierto de hablarle de otra manera: - ¡Vamos, querido, si tú lo comprendes!... veo que lo estás comprendiendo… eres completamente capaz de comprenderlo… un buen mozo de tanto talento como tú, no puede menos que comprenderlo…

¿Qué se habría dicho Santiago? De seguro que habría pensado: - ¡Vaya, no soy tan tonto!...

En lugar de hacerlo así, la mamá le ha dicho en todos los tonos que era un burro. Y Santiago se ha resignado a creerlo, aun cuando ello nunca resulte grato, porque, provisionalmente, le hacía el servicio de justificar su pereza. A pesar de lo cual, tal cosa no es verdad. Santiago no es un bobo, y está muy lejos de serlo. (Y si tú o yo le dijéramos a su madre que lo era, ya te puedes imaginar lo que nos respondería).

Conclusión:

Con repetir a los niños que tienen un defecto, les quitamos todo deseo de corregirse de él, puesto que les persuadimos de que “así son, y no hay remedio”.

Asegurándoles, en cambio, que tienen una buena cualidad – o por lo menos que les sería muy fácil adquirirla y desarrollarla hasta un alto grado, - estimulamos su buena voluntad y provocamos en ellos un esfuerzo casi espontáneo.

Y esto es tan verdad para ellos, como para nosotros mismos. Vamos a experimentarlo hoy mismo, a propósito de ese nerviosismo, el cual solamente ayer hemos comprobado que era el primero y el más grande obstáculo para obtener éxito con nuestros hijos.

RECETA DEL DIA

En lugar de repetir sin cesar: - ¡Estoy toda nerviosa… no puedo más!... – Lo que da como resultado el ponerse más nerviosa todavía, esfuérzate en repetir hoy – y ni que decir tiene que todos los días en adelante – con toda calma y con la mayor flema, en el momento en que te das cuenta de que tus nervios se alborotan: - Estoy tranquila…, estoy muy tranquila… la verdad es que estoy completamente tranquila.

Lo cual no habrás de impedir el que recurras de cuándo en cuándo a la receta de ayer, respirando repetidas veces a fondo.

Se trata de un pequeño truco de ninguna importancia y que, según las apariencias, nada tiene que ver con la educación de nuestros hijos. Y sin embargo, desde el momento en que aprendemos a dominarnos, hemos ya resueltamente encaminados por las vías del éxito.
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MensajePublicado: Mie May 23, 2007 7:49 am    Asunto:
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3º día.

UNA CUCHARADA CADA VEZ



Inesilla, con sus buenos seis añitos, era la desesperación de sus padres. Un verdadero manojo de nervios. No era posible hacerla la menor observación. Y además, unas rabietas… ¡No os digo más!

Adivináis, sin duda, la atmósfera en que vivía la pobre mamá, al lado de una Inesilla que mucho más se parecía a una pila eléctrica que a una niña.

No sabiendo ya que hacer y temiendo que el estado de su hija fuera resultado de una enfermedad, la madre la llevó un día a casa de un gran médico, que auscultó rápidamente a la pequeña nerviosa e hizo muchas preguntas a la madre y a la hija.

.- Me doy cuenta de lo que es – dijo al fin -. Inesilla está, en efecto, enferma; y por esta razón es por lo que no consigue dominar su temperamento. Pero voy a recetarla una poción que la hará un efecto extraordinario y que la permitirá curarse con rapidez -. Y después de escribir la receta, se la entregó a la niña, diciéndola: - Aquí la tienes, pequeña. Cuando te des cuenta de que te va dominando la cólera, pide a tu mamá que te cuente en un vaso de agua de veinticinco gotas de esta poción. En seguida, coges el vaso y te vas a beberlo sola a otra habitación. Pero no vuelvas inmediatamente de tomarla. Cierra los ojos durante el tiempo necesario para contar hasta cincuenta, o para rezar un “Ave María”. Hecho esto, puedes salir de la habitación. Te encontrarás completamente calmada.

Asombrada, la madre y la hija corrieron a la farmacia y comenzaron el tratamiento, cumpliendo con absoluta exactitud lo que el médico había ordenado. Y al cabo de muy poco tiempo, nuestra pequeña Inés se sintió menos nerviosa, mientras que la madre, que iba recuperando la confianza, se mostraba menos impaciente…

Terminada al fin, la botella, la madre cogió la receta para ordenar que se la hiciera de nuevo. Muy intrigada, quiso saber de qué estaba compuesta aquella poción tan eficaz. Pero como la escritura de los médicos resulta totalmente ilegible, cosa bien sabida, nada le fue posible comprender, mucho menos si se tiene en cuenta que estaba escrita en latín: Aqua simplex.

Pero yo voy a ser indiscreta, y os lo voy a traducir. Aqua simplex quiere decir sencillamente agua pura.

¿Cómo era posible que el agua pura hubiera producido tan poderoso efecto sobre la pequeña Inés? Pues, sencillísimo:

1º. La niña, persuadida de que la poción la ayudaría a dominar su nerviosismo, se creía dueña de sí misma aun antes de tomarla.

2º. Habiendo puesto el médico como condición que la niña marchara a tomar su “medicamento” sola en una habitación y que permaneciera sola un momento, Inés se ponía en cada ocasión en las condiciones favorables para la calma; soledad, silencio, alejamiento de la causa momentánea de excitación.

En fin – lo que no resulta nada despreciable – la madre, en lugar de excitarse ella misma después de haberse excitado Inesilla, tenía que hacer en aquel momento un trabajo exacto (contar 25 gotas justas, y no 24 ó 26) lo cual la distraía igualmente su atención de las causas de excitación.

Todo lo cual nos lleva hasta una tercera receta, que nos ayudará en gran manera a dominarnos:



RECETA DEL DIA

Cuando sientas excitados hoy tus nervios – y ni que decir tiene que cualquier otro día – cuenta hasta cincuenta (o reza un “Ave María” por los tuyos, lo que resultará más útil).

Lo que en nada habrá de impedir el que pongas en práctica la receta de ayer; sino que, por el contrario, deberás insistir en ella, repitiendo varias veces y con fe intensa: - Estoy tranquila, estoy muy tranquila, estoy cada vez más tranquila.
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4º día

MOSCAS Y CARACTERES QUE PICAN



¡Cuarenta grados a la sombra! ¡Es cosa de ahogarse literalmente! Pican las moscas, pican los caracteres. Y en la atmósfera se siente una tormenta, una tormenta que viene forjándose desde por la mañana y de la cual se escuchan algunos ecos bajo la forma de sordos bramidos; una tormenta que no estalla, ni estallará seguramente, pero que tiene cargadas de electricidad a las cosas, a los animales y a las personas.

Mucho cuidado, pues, con entrar en la pequeña casa de los Vázquez, si no quieres correr el riesgo de ser electrocutada. Los unos gritan, los otros disputan, y hasta algunos se sacuden el polvo. Los nervios de todos están que arden, sin excluir, por su puesto, los de la señora Vázquez.

No pudiendo más – y la verdad es que hay motivos para ello – la pobre mamá, cuyas sienes se sienten taladradas por una formidable jaqueca, ha echado mano de los grandes recursos. Acaba de infligir a los pequeños el más terrible castigo que puede existir para un niño. Magda, Colasa y Juan Pedro, han sido sentados, cada uno en una silla, con la terminante prohibición de hablar, de jugar y hasta de moverse durante una hora, lo cual les calmará, ¿no es verdad? Y durante este período, la madrecita podrá disfrutar de un poco de paz.

¡Con que sí, eh!... ¡Pobre señora Vázquez, qué mal ha arreglado usted sus asuntos! ¿No sabe que un niño es incapaz, físicamente incapaz, de permanecer inmóvil y silencioso nada menos que durante una hora sin fin, a menos que esté enfermo? ¡Y que si esto es cierto un día normal, se hace mucho más cierto todavía en un día de tormenta! El esperar que se sometieran sin rechistar a tal castigo, equivaldría a exigirles que le pusieran a usted la luna en la mano! ¡Y ahora grita porque no la han obedecido! ¡Vamos!, ¡reflexione un poquitín! Lo que ocurre es que usted misma ha obrado en un momento de excitación; y como no es dueña de sí misma, ha exigido de los demás una cosa imposible.

.- Pero, ¿cómo soportar tal alboroto? ¿Cómo calmar a los niños?

.- Si le he de decir la verdad, yo creo que en el día de hoy era absolutamente imposible conseguir la calma y el silencio. Fíjese usted en las moscas, señora Vázquez, ¿no están desencadenadas y pican que es un primor? ¡Mírese así misma en el espejo! ¿No se da cuenta de que hay días en que es preciso resignarse y aceptar lo inevitable?

Entonces, ¿usted admite que yo les deje desobedecer? ¿A dónde iría a parar mi autoridad?

.- Una madre nunca debe tolerar que se la desobedezca; lo que ocurre que hay días en que el único medio de no ser desobedecida, consiste en no mandar nada – y en todo caso, no mandar cosas imposibles. Mire, ¿sabe lo que yo habría hecho en su lugar? Pues habría organizado yo misma un poco de alboroto. ¡No se asuste! ¿Por qué no? Debe tener en cuenta, señora Vázquez, que desde el momento en que era yo la organizadora del alboroto, ya no había disciplina, sino que el armarlo era obedecer. Tranquilícese, el alboroto duraría poco. Esté segura de que ordenada la bulla, los pequeños sentirían mucha menos gana de armarla, hasta el punto de que al cabo de poco rato, conseguiría usted restablecer la calma, sin que lo pareciera, organizando juegos entretenidos y calmantes; por ejemplo, un concurso que consistiera en hacerse entender durante una hora, solamente por medio de gestos y sin pronunciar una palabra. Magnífica ocasión para suscitar sanas risas llenas de placer que restablecerían el buen humor general y darían a los niños la ocasión de dominar sus propios nervios, sin que llegaran ni aun a darse cuenta de que se les pedía un esfuerzo.



RECETA DEL DIA

Cuando te apercibas de que los niños, sobreexcitados por una causa cualquiera y a veces simplemente por una depresión atmosférica (proximidad de una tempestad, de lluvia o nieve), tienen ganas de hacer los locos, haz tú también la loca con ellos durante un rato. Claro está que esto es un modo de hablar que no significa sino que sepas reír, jugar y bromear; es decir, que tomes en tus manos la dirección de la excitación.
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5º día

MUCHO RUIDO Y POCAS NUECES



Esto ocurre en casa de los señores de Candil – ya les conoces, los Candiles de la calle del Árbol Seco. Excelentes personas. Vamos de visita a su casa.

Llamamos. Nadie de la menor señal de oír. Volvemos a llamar. La puerta sigue cerrada. Sin embargo, dentro de la casa hay gente, a juzgar por el ruido que hace. ¿Pero qué digo gente?; lo que allí hay es una verdadera multitud que aúlla a través del altavoz de la radio. Se está jugando en el Estadio la final del Campeonato de fútbol. Más de cien mil personas gritan entusiasmadas dentro del pequeño comedor de los Candil. Lo cual resulta demasiadas personas para una habitación de dieciséis metros cuadrados.

Descargamos unos cuantos puñetazos en la puerta, y al fin durante una pequeña calma del micrófono, somos oídos y se nos abre. Pero, ¡santo Dios!; para hacernos oír allí dentro, necesitaríamos a nuestra vez de un altavoz de gran potencia.

En un rincón de la estancia, Julito y Pepita – los dos Candil infantiles – se entretienen jugando a la guerra con el molinillo de café de la familia, transformado en ametralladora: “Tac, - tac, - tac, tac, tac…”

La señora Candil se da cuenta del peligro que corre su precioso utensilio casero. Y en el tono más agudo del que es capaz su garganta, tratando en vano de hacerse oír a través del estruendo de los cien mil espectadores del Estadio, de la voz del señor Candil y del tac – tac de la ametralladora:

.- ¿Pero queréis dejar en su sitio el molinillo?

Y como Julito y Pepita, que no lo han oído, continúan barriendo con sus ráfagas de ametralladora a un enemigo imaginario, la señora Candil cae sobre ellos, largándoles una cachetina que, de cualquier cosa tiene menos de imaginaria.

Y como es natural, los dos mocitos unen sus aullidos a los de la multitud…

El señor Candil y yo tratamos de sostener una conversación a grito pelado. Nuestra charla se parece más a una conferencia pública contradictoria que a un amigable cambio de impresiones; de tal manera nos es preciso elevar la voz. Siento que un terrible jaquecazo se apodera de mí a paso de carga. Resulta agotador el sostener una conversación en tales condiciones.

Al fin un estruendo de bravos y de aullidos de triunfo cubre en absoluto nuestras voces, los regaños de la señora Candil, y los desgarradores sollozos de Julito y Pepita. La emisión ha terminado.

.- ¡Carraspita! – exclama el señor Candil -. ¡No he podido oír nada! Y tendría mucho interés en saber si es el Atlético el que ha ganado. Iba delante por dos tantos a uno…

Me quedo anonadada. De manera que hemos tenido que aguantar aquel estruendo para nada, puesto que el señor Candil no se ha enterado de lo que quería. ¡Al menos, aquello ha terminado! El señor Candil se dispone a dar media vuelta al botoncito; sabremos de una vez lo que es el silencio – el magnífico silencio – el silencio que calma y nos da el descanso de que tanta necesidad física sentíamos.

¡Sí, sí! ¡que te crees tú eso!... Los cinco Magos del Acordeón inician un concierto de música ligera. El aparato receptor del señor Candil no sabe lo que es la jornada de ocho horas, ni la semana inglesa, ni lo que son los días festivos. Funciona desde que la familia se levanta por la mañana hasta la hora en que se acuesta, sin descansar ni aun durante las comidas.

Y cuando me permito indicar con toda amabilidad que tal vez se podría dar media vuelta al botoncito, puesto que el partido ha terminado, la señora de Candil me contesta toda asombrada:

.- ¡Ah!, ¿Qué más da? Ni siquiera lo oímos; estamos ya acostumbrados…

x x x


Este sencillo episodio vivido en casa de los Candil, ¿no creéis que podría ser observado – tal vez un poco menos exagerado, pero idéntico – en las casas de muchas otras familias?

Pues bien; la cosa es grave, mi querida amiga, y tienes que reconocerlo, como yo. ¿Qué por qué es grave? Pues porque el ruido es excitante, querámoslo o no lo queramos. Y sobre todo, los ruidos discordantes, como lo son la mayor parte de los que nos proporcionan las emisiones radiofónicas.

Debes comprender que es imposible tener éxito en la educación de los niños, si dejas entrar en tu casa a todas horas del día o de la noche a una multitud de extraños introducidos por las ondas de la radio. El menor mal que nos hacen, es el excitarnos a todos inútilmente con sus batahola, incluso a las madres, y eso aun en el caso de que no los escuchemos.



RECETA DEL DIA

Esta receta es válida para los días sucesivos:

A partir de hoy mismo, no pondrás en funcionamiento tu aparato de radio más que cuando te parezca que el escucharlo ha de ser útil, interesante o calmante.

Y ten en cuenta que ha dicho escucharla. Lo cual significa que nunca habrá de estar en marcha sin ton ni son. Con ello te economizarás electricidad, no gastarás lámparas, y lo que es mejor aun, no arruinarás los nervios de todos.

Y aun podría ser que, escuchándola tú… Pero esto es otro cuento. Otro día hablaremos de él.
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6º día

LA SEÑORA DONCEL NO LO SABE



Desde hace algunos meses, la familia Doncel anda dolorosamente dislocada. El abuelo ha muerto en el pueblecito en que vivía; y la abuela, privada bruscamente del viejo compañero de su vida, se ha derrumbado por completo. La activa viejecita de ayer que parecía una ardilla, se ha convertido en una lastimosa ruina. No es posible dejarla sola y tiene el corazón demasiado cansado para que pueda pensar en hacerla salir de su casita, ni del pueblo, ni de la triste vecindad del cementerio.

La señora Doncel no ha tenido más remedio que marchar a hacerla compañía, dejando a grandes y pequeños en manos del padre, y confiando al padre a los cuidados de los grandes y de los pequeños. La vida de la casa ha ido delante renqueando a tropezones. Y la cosa va durando más de lo que pensaba.

De cuando en cuando, una vieja parienta va a instalarse algunos días al lado de la enferma. Ni que decir tiene que la maleta de la señora Doncel no se está quieta. La pobre madre, tan dolorosamente compartida por dos grandes deberes, se apresura a hacer su hatillo y coge el tren para pasar unos días con los suyos.

Se produce una gran alegría cuando llega el inesperado telegrama que anuncia su llegada. Las hijas mayores preparan aquel día una comida extraordinaria, y los pequeños ponen en orden sus juguetes. Pedrito corre a casa del peluquero para que mamá no se dé cuenta de la exagerada longitud de su cabellera. Papá lleva un ramo de flores… y aquella tarde todos están en la estación una buena media hora antes de la llegada del tren.

Allí está mamá… ¡Todo se vuelven abrazos y besos! La familia está contenta. ¿Qué digo contenta? La gente se siente en la cumbre de la felicidad, ya que nadie se preocupa de pensar en la próxima e inevitable partida.

¡Magnifico, estupendo! Pero que no se ocurra, ¡por favor!, pasar por casa de los Doncel al día siguiente o a los dos días. Porque la señora Doncel, con su pequeño hogar y con los suyos, ha recuperado todas sus viejas costumbres… ¡Todo sea por Dios!...

.- ¡Rosita!, ¿pero te has creído que la sala es una pista de hielo para que patines por ella?

.- ¿Qué hace aquí esta butaca? ¡Ya sabéis que su sitio es aquel!

.- ¿Por qué habéis comenzado la mermelada de fresa sin decirme nada? ¡Había que comenzar por la de albaricoque! ¡Todo lo estropeáis!

.- ¡Muy bonito! ¡Pedro no ha llegado todavía!... ¡Pues peor para él, porque tendrá que comer en la cocina!...

Las observaciones llueven como un diluvio. Los pequeños no se atreven a mirarse los unos a los otros. Todos están siempre temblando, resultan de cuando en cuando harto más torpes… y desde luego están de pésimo humor. Llenos de prudencia, dejan de contarse mutuamente sus pequeños negocios: “¿Qué dirá mamá?” Y se guardan, como de la peste, de reírse y de bromear en el tono acostumbrado. ¡Y ni hablar de hacer de cuando en cuando alguna pequeña locura, contando con la bondadosa complicidad de papá!

¡Oh!, ¡aquella voz de mamá que les persigue con observaciones tan frecuentemente inútiles o con críticas desagradables, hagan lo que hagan! ¡Y si no fuera más que la voz!... ¡Es que detrás viene la mano, tan lista, tan lista, que… ¡caracoles!

Al fin la vieja parienta Teresa escribe que su permanencia al lado de la abuela toca a su término, y la señora Doncel vuelve a hacer con tristeza su maleta. La familia entera toma de nuevo el camino de la estación. Y Pedrito murmura al oído de Rosita: .- ¡Tiene gracia! Cuando llega mamá todos nos ponemos muy contentos; pero nos ponemos más contentos todavía cuando se vuelve a marchar.

x x x




¡Qué pena causa, querida amiga, esta observación puesta en labios de un niño, que me fue contada hace algunos años, pero que me consta que fue efectivamente hecha…

Y sobre todo, ¡qué pena le causaría a la pobre señora Doncel si la oyera!

Y sin embargo, se trata de una excelente mujer y de una madre modelo, la abnegación en persona, entregada por completo a su misión de madre de familia y capaz de los mayores sacrificios, que ama a sus hijos y es amada por ellos.

Lo malo es que por su carácter y a causa de su extremo nerviosismo que no procura dominar, hace sufrir a sus seres queridos, choca con sus propios hijos y desalienta todos sus buenos deseos.

¿Qué ha conseguido con ello? Ya lo sabéis, como lo sé yo. Ha conseguido la frase cruel: “Nos ponemos más contentos todavía cuando se vuelve a marchar”.

Lo que ocurre, mi querida amiga, es que nos conocemos poco a nosotras mismas. Si alguien, con mala idea, hubiera informado a la señora Doncel de la idea que se le había escapado a su hijo, la pobre señora se habría quedado completamente asombrada.

Quiero tener la confianza de que no habrá muchas mujeres que sean tan nerviosas como ella. Pero, ¿tendremos tú o yo, querida amiga, la desgracia de parecernos en alguna ocasión a la señora Doncel? Afrontemos con valor la verdad. Es lo esencial. Para triunfar, lo primero de todo es ver con claridad. Todo ello nos conduce a la receta del día.



RECETA DEL DIA

Tómate hoy cinco minutos más, aún cuando tu jornada esté excepcionalmente sobrecargada de ocupaciones, y hazte las siguientes preguntas a las cuales habrás de responder con lealtad:

“¿Qué es lo que mis hijos pueden pensar de mí?”

… … … … … … … … … … … … … … … … … … …

(Te recuerdo que la línea de puntos indica una pausa para reflexionar).

“¿Qué dirían de mí al acompañarme a la estación si, encontrándome en el caso de la señora Doncel, tuviera que alejarme de ellos de cuando en cuando?”

… … … … … … … … … … … … … … … … … … …

Este ejemplo, mi querida amiga, nos puede llevar a muy dolorosas comprobaciones. Una madre amante sufre mucho cuando se da cuenta de que ha hecho sufrir a sus seres queridos.

Pero, sobre todo, ¡no hay que desanimarse!

¿No hemos sido como hubiéramos querido y como hubiéramos debido ser? Pues es preciso que la cosa cambie. Y cambiará, porque en el corazón de una madre hay tantos recursos que, por amor a los suyos, es bien capaz de transformarse por completo y con toda rapidez.

Para triunfar con nuestros hijos, es necesario ante todo que tengamos la firme voluntad de triunfar con nosotras mismas. Y de este triunfo puedes estar segura, porque nadie te puede impedir el que cambies si estás resuelta a hacerlo.
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7º día

CINCO MINUTOS
ANTE LA CUBIERTA DE ESTE LIBRO

(En la foto de la portada se ven dos cabezas muy juntas, la de una guapa y buena madre, que sonríe dulcemente apoyando su cara a la de su hijita de unos dos años, que está enfadada y hace “morritos”)



Un día en una reunión de personajes importantísimos, uno de los hombres más ocupados de Francia se encontró con la redactora de “Ames Vaillantes” (Almas Valientes), una conocidísima revista ilustrada de niños. Y como le fuera presentada, Monseñor… (calla, lengua pecadora, que se te escapa el nombre) exclamó:

.- ¡Ah!, ¿es usted, señorita, la que me hace perder cinco minutos todas las semanas?

Y como la pobre redactora, sin comprender nada, abriera mucho los ojos, toda asombrada, el prelado la explicó:

.- Pues, sí, señorita, sí. ¿Cómo quiere usted, que cuando recibo todos los jueves su delicioso periodiquillo, deje de abandonar lo que estoy haciendo para precipitarme a seguir las aventuras de Perlín y Piín?



Esta pequeña historia, cuya autenticidad garantizo en absoluto, prueba que a todos nos gustan las figuras ante las que nos quedamos con la boca abierta como niños grandes – y que nadie tiene por qué avergonzarse de ello, puesto que nos da el ejemplo un príncipe de la Iglesia.

Hagamos lo que él. Interrumpamos, por la mañana, nuestros urgentes trabajos, y miremos una figura; pero no una figura cualquiera, sino la figura que ilustra la cubierta de este librito.

Tú la conoces bien. Y sin embargo, es bien posible que nunca la hayas mirado con la suficiente atención… ¡y sería una lástima! Porque constituye, sin necesidad de una sola palabra, la mejor receta que se pueda sacar de esta obrita de la cual es un maravilloso resumen.

Mírala una vez más, mi querida amiga, con ojos completamente nuevos como si nunca la hubieras visto.

… … … … … … … … … … … … … … … … … … …

A bien seguro que adivinas como yo la pequeña escena que el dibujante ha querido representar. Lulú (llamémosla Lulú) es presa de un arrebato de cólera… porque sí, porque le da la gana, sin el menor motivo. La mamá es una mamá que sabe lo que se trae entre manos. No se pone a gritar coma harían tantas otras madres: “¡O te callas, o te doy una azotaina para que llores por algo!... Dios mío, qué pecado horrible habré cometido para tener una criatura tan insoportable!”

No; dominando sus nervios, la joven madre sonríe. Y cogiendo en sus brazos a la pequeña, la muestra un cucurucho lleno de bombones, y la dice con el más encantador de los acentos: “Que ricos son los bombones para mi Lulú que está tan guapa riéndose! ¡Está más guapa que un sol, cuando se rie1”

Al cabo de unos segundos Lulú, calmada por la calma y la sonrisa de la madre, olvidará su cólera. Y la olvidará, porque en lugar de hablarla en tono airado, la han hablado de una cosa completamente diferente. Lulú se sonreirá al fin, mientras dos grandes lágrimas, las últimas, se deslizan a lo largo de sus sonrosadas mejillas. Y todo habrá terminado.

Lulú montará en cólera cada vez con menos frecuencia, porque la mamá nunca se pone colérica. De la misma manera que la madre, se irá acostumbrando a aceptarlo todo, hasta las cosas más molestas, con una sonrisa.

¡Qué lección nos da, querida amiga, la mamá de Lulú! ¡Ah, si supiéramos hacer lo que ella!... ¡Cómo cambiaría nuestra vida, y la vida de cuantos nos rodean!

Lo dicho nos da el secreto de una famosa receta:



RECETA DEL DIA

En el día de hoy… - ¡y procura guardarlo para siempre! – cada vez que tengas que hacer una observación a cualquiera de tus pequeños, esfuérzate en hacerla manteniendo una dulce sonrisa… aun cuando para tus adentros te sientas un tanto nerviosa…
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8º día

LA SONRISA DE LA NOCHE ETERNA



Charito no había dejado de refunfuñar en todo el día, aun cuando sin dejar de prestar a la familia múltiples servicios, pues en manera alguna le falta abnegación. Pero el caso era que, como todos los servicios los prestaba gruñendo, sus hermanos y hermanas que son numerosos, sus padres, y yo que estaba en la casa, nos sentíamos todos, los unos un tanto fastidiados y los otros, bien a su pesar, notablemente entristecidos.

Y sin embargo, ¡qué hermoso día hacía! ¡Uno de esos días esplendorosos del corazón del verano, en que las flores parecían derramar sus aromas con mayor intensidad, en que todos los colores fulguraban con la mayor viveza, el cielo estaba más azul y los árboles frutales se inclinaban bajo el peso de los más ubérrimos frutos.

Y yo, que no soy otra cosa que una vieja habitante de la gran ciudad, gozaba intensamente de tanta belleza como a mi alrededor se difundía; al paso que Charito, que vive todo el año en el campo, ni quería ver nada, ni cesaba de refunfuñar.

.- ¡Bueno; a ver si es posible que nos dejes en paz! – exclamó uno de los hermanos.

.- ¡La verdad es que ya nos estás haciendo un poco la currusca!... – gruñó a su vez una de sus hermanas.

La cosa comenzaba a torcerse… En vista de ello, eché mano de mi colección de “sonrisas”, a fin de distraer un poco la atención y dar de paso mi pequeña lección sin hacer el menor alarde de ello.

Porque yo hago colección de sonrisas, enteramente igual que otras personas hacen colección de sellos de coreos. Es una manía, ¡que queréis!; una manía inocente… aun cuando no tan fácil de satisfacer como parece, ya que las sonrisas verdaderamente bellas son harto más raras que los más raros sellos de correos.

Pero en todo caso, mi manía no me cuesta un céntimo. Un par de tijeretazos en cualquier vieja revista o periódico ilustrado, y heme aquí enriquecida con un nuevo documento.

Una de las piezas más preciosas de mi colección, es la sonrisa de una pobre niña cieguecita. No tengo el placer de conocer a la desgraciada criatura… Pero, ¡cuánto bien me ha hecho sin conocerme!

Aquel día, saqué, pues mi colección. Charito y sus hermanas se lanzaron sobre ella como una bandaba de pájaros. Restablecido el buen humor general, quise tener el placer de ofrecer una fira a cada uno de los presentes:

.- Vamos a ver, amiguitos. Puesto que os gustan, cada uno de vosotros va a elegir una, de la cual le daré una reproducción fotográfica. Pero tenéis que hacer una cosa; que es elegir con mucho cuidado, tomando cada uno, no la sonrisa que le parezca más bonita, sino aquella a la que encuentre mayor mérito.

Hubo no pocas dudas y se produjo una animada discusión.

.- ¡Esta de ninguna manera! – declaró Miguel -. Es una estrella de Hollywood y tiene aire de tonta perdida con su sonrisa de a dos reales…

.- Yo elijo la sonrisa de esta Santa Virgen… ¡Verdad es que la Virgen era también madre!

Charito, muda, no había hecho su elección. Yo la tendí “la sonrisa de la noche eterna”:

.- Mira, querida; ¿Qué te parece de ésta?

Sus hermanos y hermanas se habían marchado ya para colgar sus imágenes en las paredes de su habitación. Ante la pequeña ciega sonriente, quedamos solas la gruñona Charito y yo. Y como Charito, pensativa, nada decía, concluí yo por ella:

.- ¿Sabes, querida, lo que yo haría si estuviera en tu lugar? Pues elegiría esta sonrisa. Y después, cuando sintieras ganas de gruñir – lo que me parece que te ocurre alguna vez y hasta con demasiada frecuencia – lanzaría una mirada a la desgraciada niña que, aun cuando no ve, tiene el valor de sonreírse. Y me sentiría tan dichosa ante el pensamiento de que el buen Dios me ha dejado mis ojos, que jamás volvería a tener el triste valor de gruñir. ¿Estamos de acuerdo?

Charito inclinó la cabeza en señal de afirmación, mientras que en su rostro se dibujaba una pálida sonrisa en la que de un golpe brillaba un montón de remordimientos. Y después de haberme dado un beso, se marchó llevándose su pequeña ciega.

Siempre he pensado, querida amiga, que este emocionante relato, sería capaz de hacer mucho bien a gran número de niños, y a la vez a personas mayores.

Por eso te lo he contado hoy. Si quieres guardar un recuerdo de él, busca entre periódicos o revistas un relato de una niña ciega para recortarlo y conservarlo.

Y si no lo encuentras, créalo con tu imaginación. Crea con tu alma la imagen de la niña cieguecita que, a pesar de estar sumida en la oscuridad de una noche eterna e implacable, es capaz de dibujar en su rostro una sonrisa de celestial felicidad…



RECETA DEL DIA

Haz una colección de sonrisas, o – si lo consideras demasiado infantil para una persona seria como tú – haz que la reúnan tus pequeños.

De cuando en cuando, póntela a la vista para aumentarla. Papá ayudará a pegar las sonrisas, bien ordenadas, en un cuaderno. Mientras se trabaja, se discutirá el mérito de las diferentes sonrisas. Si podéis hallar un grabado que represente a nuestra pequeña amiga ciega, habrá de obtener en vuestra casa los honores de un modesto cuadro. Y de él os serviréis, como yo lo hice con Charito, para con una sola mirada y sin pronunciar una palabra, hacer que nazca de nuevo la sonrisa en los labios y en los ojos de vuestros seres queridos, cuando por desventura haya desaparecido con demasiada rapidez.

Y estad seguros de que, cuando hayan adquirido la costumbre de sonreír a las contrariedades como nuestra amiga cieguecita sonríe a la noche eterna, habréis obtenido un progreso de incalculable importancia.
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9 día

UNA MADRE QUE EXAGERA



La señora de Mirat está muy contenta. Acaba de asistir a una reunión de padres de familia organizada por la dirigente del grupo “Ames Vaillantes” (Almas valientes) del cual forma parte su pequeña y en el cual ha aprendido el secreto de la asombrosa transformación que, desde hace algunos meses, viene observando en su hija. Porque, creáislo o no, Fernanda, la chica más mohína de todas las chicas mohínas del mundo y la más gruñona de todas las gruñonas, se ha convertido – no os diré en un ángel, porque resultaría exagerado -, pero la verdad es que se ha hecho mucho más amable y de carácter mucho más flexible. Una verdadera transformación que hace que a la mamá se le caiga la baba.

¡Ah! ¿Por qué no habría conocido antes la señora Mirat el secreto de tal éxito? Porque el secreto resulta la cosa más sencilla del mundo. Todo él se reduce a una pequeña fórmula absolutamente mágica. No hay más que decir – o gritar: “la sonrisa…”. Las Almas Valientes responden: “¡Siempre!” y después de haberlo dicho, lo prueban. El truquillo ha triunfado, y la sonrisa ha reaparecido.

La cosa resulta de un interés abrumador. Y como Fernanda no es todavía una perfección, y la verdad es que está muy lejos de serlo, pues su carácter de perrillo rabioso tiene frecuentes altibajos, la mamá podrá llamarla al orden, como con tanto éxito lo ha hecho en el Grupo de Almas Valientes.

Fernanda gruñe porque ha llegado la hora de marchar a clase.

“¡La sonrisa!...”

Fernanda pone morros porque la tintorería no ha tenido a tiempo su vestido del domingo que había sido enviado para una limpieza…

“¡La sonrisa!...”

El asunto hasta la fecha va marchando. Y hasta va marchando tan bien, que la señora de Mirat comienza a buscar de la mágica fórmula, sin darse la menor cuenta de ello. Por un sí o por un no, a la menor sombra que se presenta, saca a relucir la famosa palabrita, poniéndola en todas las salsas, ¡valga la comparación!, lo cual no es una buena manera de hacer un buen guisado ni de aplicar una buena fórmula.

Durante toda la tarde de aquel domingo, no se le ha caído de la boca la “sonrisita” para recordar a la hija su deber.

A las primeras veces, Fernanda, con más o menos valor, ha respondido “siempre”, tratando de mostrar en sus labios una valiente sonrisa. Pero bien pronto la sonrisa exigida con demasiada frecuencia, se ha ido convirtiendo en una mueca y al cabo de un largo rato no le ha dado ya la gana de presentarse. Y al fin, como la jornada termina en una atmósfera de drama, cuando la mamá lanza por centésima vez su famosa divisa “La sonrisa…”, Fernanda, que está ya de ella hasta más arriba de la coronilla, responde – cierto que con la mayor insolencia -: “¡Jamás!...”

¡Oh querida señora Mirat! La verdad es que se tiene usted un tanto merecida la insolencia de su hija, y hasta diría que es usted la que la ha provocado. Vamos a ver; si le sirvieran a usted todos los días y en todas las comidas “setas a la provenzal” con el pretexto de que le gustan mucho, ¿seguiría usted comiéndolas con el mismo placer que la primera vez? Casi, casi, me atrevería a asegurar que no tardaría mucho en sentir un terrible cólico de setas.

Pues exactamente lo mismo ocurre con las fórmulas de educación. Las mejores, no son buenas más que con la condición de que no se abuse de ellas. Y usted ha abusado hasta el más extremo grado de un pequeño sistema que en sí es excelente; pero cuyo funcionamiento ha impedido usted misma con su pertinaz insistencia.



RECETA DEL DIA

Y tú, mi querida amiga, ¿Qué piensas de todo esto? Ya sé que estás de completo acuerdo conmigo. Y con ello me es suficiente para hacerte un amable saludo, dejándote que encuentres por ti misma la receta de hoy, para la cual estoy segura de que no encontrarás grandes dificultades.
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10º. Día

EL NIÑO QUE NO SABIA SONREIR




Este era un mozalbete pequeño, muy pequeño, entre los dos y los cinco añitos; es decir, de la edad del nido maternal.

Y el pequeño asistía a la escuela, su nido infantil, en la que parecía un chaval como todos los demás. Pero – y aquí es donde empieza el drama – no era como todos los demás, porque era el niño que nunca se había sonreído.

Cuando digo que nunca se había sonreído, no lo digo por ganas de hablar. Por extraño que pueda pareceros, aquellos labios, hechos para la sonrisa como la flor está hecha para dar su perfume, jamás se habían entreabierto sobre las dos hileras de pequeños y blancos dientes.

¡Pobre chiquito, salido de quién sabe dónde y educado Dios sabe como, en cualquier zaquizamí de los suburbios, pálido, delgado, raquítico! ¡Y a todo esto, con sus dos ojos siempre tristemente fijos en el vacío, como si miraran a una dolorosa imagen!

La maestrita no podía menos que experimentar un sentimiento de dolor al mirar allá abajo, casi en el fondo de la clase aquella carita angustiada y sin alegría, aquellos endebles hombros que parecían tan poco adecuados para soportar el peso del humano dolor.

Era preciso hacer cambiar aquello. Y tal fue lo que un buen día intentó la maestrilla. Llamó con dulzura al niño y le estrechó maternalmente contra su pecho. Pero no le dijo nada. ¿Qué razones invocar para hacer que floreciera aquella pobre carita tan trágicamente cerrada?

Entonces, y no sabiendo qué decirle, se quedó mirándole un largo rato con rostro sonriente y lleno de ternura… El pequeño la miraba a su vez a ella. ¡Era algo conmovedor el ver aquel duelo entablado entre la maestrita y el niño, duelo mudo del que la joven no estaba muy segura de salir victoriosa!

¿Le faltaban los músculos a aquella pequeña carita, marchita antes de tiempo? ¿O era que la pobre criatura, falta de experiencia, no sabía utilizarlos para sonreír?

Así permanecieron un largo minuto… un siglo, durante el cual la joven maestra continuó ofreciendo al desheredado entre los desheredados una sonrisa que era para él, nada más que para él.

De repente, una pequeña llama surgió en los ojos del chicuelo, seguida de otra… su demacrada carita perdió por un momento su tensión… Y al fin, con trabajo, con lentitud, como venida de muy lejos, una débil sonrisa – la primera – se difundió por aquel pequeño rostro dolorido, lo invadió, lo transformó, dándole de un golpe la juventud y la belleza de que carecía. La maestrita con corazón de madre, había conseguido la victoria sin decir una palabra… con la sonrisa.

Esta primera sonrisa de un niño de los suburbios, la vi, mi querida amiga, en la pantalla, el día en que fui a ver “La Maternelle” de León Frapié.

Una bellísima película, muy realista, muy dolorosamente realista. Aunque ponga en escena a muchos niños, una madre juiciosa, como tú lo eres, se guardará de llevar a sus niños a verla. ¡Demasiado tiempo les habrá de quedar para llegar a saber que hay madres que no son dignas de respeto, como tú!

En canto a mí, no he retenido de la película más que una figura emocionante. La de aquel pilluelo que no sabía sonreír y al que una sonrisa de mujer sacó de su inconsciente miseria.

Desde que estoy escribiendo para ti, mi querida amiga, aquella historia me persigue como una lección viva. Me parece que cada rostro de un niño es como un espejo en que las madres deberían mirarse de cuando en cuando.

¿Has sorprendido alguna vez en el rostro de alguno de tus hijos una expresión desagradable, cerrada, sombría, triste, tal vez dolorosa? No me respondas desde luego: “¡Vamos! ¡Que cosas tiene esa señora!”… sino que piensa: “¿Cómo soy yo misma?” y si no lo juzgas conveniente, mírate al espejo.

Sean las que sean las contrariedades, los trabajos, las inquietudes, o las penas reales de tus hijos, es necesario - ¿me entiendes bien? – es necesario que sepas sonreír; aun cuando sólo sea porque la sonrisa, que en ocasiones puede ser hasta heroica, es una condición de su felicidad.

Pero no podemos devolver la sonrisa a quienes la han perdido, dándoles unos cachetes, gritándoles o regañándoles, sino permaneciendo siempre iguales a nosotras mismas, suceda lo que suceda; tan fielmente sonrientes, que no puedan vivir a nuestro lado sin sentirse, poco a poco, contaminados por un bellísimo y excelente contagio.





RECETA DEL DIA

Busca en tu ambiente familiar, o alrededor de él, una persona que tenga la mala costumbre de ser excesivamente seria. Y hazte contigo misma la siguiente apuesta: ¡A que consigo que esta persona – niño o adulto – se haga mucho más sonriente de lo que es, sin emplear otro medio que mi buen humor personal!

Lo primero de todo, es que no me vengas diciendo que tal cosa es “imposible”. La palabra imposible no existe en nuestro idioma. Se trata de un problema de voluntad y perseverancia por tu parte. Quieres conseguirlo, y lo conseguirás.

Bien comprendo que podrás responderme: - Pero, ¿de qué me he de servir para triunfar con mis pequeños el que yo consiga hacer sonreír a una vecina que siempre parece que está comiendo limones?

Pues es sencillísimo. Al proponerte ser tú misma más sonriente, tus hijos se sonreirán con más frecuencia aun cuando no te preocupes en lo más mínimo de ello.
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11º. Día

POR EL LADO BUENO



José María y Pablo están de vacaciones. Lo cual no cabe duda de que es un momio… ¡Con tal que las vacaciones duraran un rato largo!...

En el gran calendario colgado de la pared, los pequeños tachan todas las noches con un trazo rojo el día transcurrido. Y un buen día se dan cuenta, los dos a la vez, de que han llegado exactamente a la mitad de las vacaciones.

José María, al verlo, exclama con el aire de quien presencia una catástrofe: - ¡Cataplún!... ¡Ya no nos quedan más que ocho cochinos días de diversión! – En cambio Pablo observa con aire de satisfacción: - ¡Caramba!... ¡Todavía nos quedan ocho días buenos!

¡En los dos casos, son ocho días justos! José María y Pablo volverán a clase juntos la semana próxima. Pero, ¡qué diferencia hay en su actitud!

José María es un pesimista; es decir un jovencito que toma las cosas por el lado malo. Y se hecha a perder el final de sus vacaciones, con la idea de que se van a terminar a escape.

Pablo es un optimista. En lugar de pararse a lamentar lo que ya no tiene, se regocija con la idea de lo bueno que todavía le queda. Toma las cosas por el lado bueno.



Tus niños, querida amiga, ¿a quién se parecen? ¿A José María o a Pablo?

De ti depende, en gran parte, el que se parezcan a Pablo.

Porque nuestros hijos nos ven vivir todos los días e, inconscientemente, hacen lo que nosotros hacemos.

¿Somos de aquellas que se desconsuelan por todo y por nada?

¿Te desesperas cuando llueve, porque tienes tendida a secar la ropa blanca? ¿Te lamentas cuando no llueve, porque tendrás que regar los guisantes? ¿Suspiras la víspera de los exámenes, porque bien podría ocurrir que el pequeño se equivocara mañana al resolver el problema?

Si así lo haces, has sido hasta el día de hoy una pesimista; pero esto tiene que cambiar. Verdad es que tienes muchas atenuantes, acaso nadie te haya dicho nunca que un carácter optimista, es decir, un carácter confiado, era una condición absolutamente indispensable para tener éxito con los niños.

Los pesimistas son todos ellos personas destinadas al fracaso.

Quien tiene confianza en sí mismo y en la vida, tiene grandes posibilidades y hasta la certeza de obtener grandes éxitos.

¿Tienes el carácter un tanto sombrío? ¿Te sientes inclinada perfectamente a ver el lado malo de las cosas? No te desconsueles. Esta tendencia se puede corregir por completo y con bastante rapidez. Depende solamente de ti. ¿Qué cómo? Muy sencillo. Aplica la receta.



RECETA DEL DÍA

Cuando te encuentres bajo una impresión penosa o desagradable, en lugar de dejárselo comprender a tus hijos, adopta la costumbre de expresar en alta voz alguna reflexión optimista; es decir, de afirmar con toda claridad tu confianza:

“Esto saldrá bien. Las cosas se presentan bien. Todo se arreglará. No tiene importancia”.
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12º Día

EL JUEGO DE SABER CONTENTARSE


¿Sabes el cuento de Serafina? ¿No lo sabes? Pues escúchalo, porque es delicioso.

A Serafina le había sido prometida una muñeca; una muñeca grande, muy grande, que cerraba los ojos y decía papá y mamá. Te puedes imaginar la impaciencia con que la pequeña mamá esperaba a su “hijita”. Y he aquí que un día llevan una larga caja a casa de la niña que, armada de tijeras, se precipita a cortar los bramantes y a romper los papeles de envoltura.

¡Gran Dios! ¡Qué muñeca ni que niños muertos! Lo que llega en la caja es un par de muletas, destinadas a una vecinita enferma, y que por error, han sido entregadas en casa de Serafina.

La niña se queda de piedra y su desolación no tiene límites. Su papá la coge y la sienta sobre sus rodillas. Con mucha amabilidad la hace ver que, en lugar de llorar, debería llenarse de regocijo al pensar que aquellas muletas no son para ella que tiene la fortuna de poder andar, saltar, correr y bailar.

Y cuando Serafina ha secado, al fin, sus lágrimas, el papá la propone que, desde aquel momento en adelante, y en medio de todas las desventuras que la puedan ocurrir, busque siempre una razón para mantener, por lo menos, el buen humor. No otra cosa es el “juego de saber contentarse” – un juego al que la niña continuó jugando toda la vida, consiguiendo mantener con valor el ánimo sereno ante las dificultades, las decepciones y los sufrimientos.



¿No te parece, querida amiga, que el papá de Serafina era un señor que sabía lo que se traía entre manos? Pienso en muchos otros padres y madres que conozco, y procuro imaginarme lo que habrían dicho:

La mamá de Paulita, se habría encogido de hombros “¡Qué tonta eres, pobre hija mía, que te pones así por tan poca cosa!”

El papá de Juanita, habría refunfuñado: “¡Oh!, ¡delicioso!”

El papá de Luciana no habría dicho una palabra; pero se abría marchado de casa dando un portazo, porque no es capaz de aguantar lloriqueos.

La mamá de Luisa, la habría amenazado con unos azotes: “¡Si continúas poniendo esa cara, te quedarás sin muñeca!”

Y yo te pregunto: ¿Qué provecho habría sacado cualquiera de esas niñas de su desilusión?

Lo ha sacado, en cambio, Serafina, porque tiene un padre que sabe tener paciencia y que procuró ser primero comprensivo y después hábil. Gracias a ello, Serafina sacó de su decepción una gran lección que ha ejercido una feliz influencia en toda su vida.

A decir verdad, en el mundo no hay más que dos clases de personas: las personas dichosas y las personas desdichadas. Pero hay que contar con una tercera clase: la de las personas que saben ser dichosas.

¿No te gustaría, querida amiga, que tus hijos fueran de estos últimos? Puesto que estás tan poco segura de poder proporcionarles la felicidad que tan ardientemente les desearías, enséñales, por lo menos, a ser felices en todas las circunstancias, aun en el caso de que las cosas marchen mal.

Pero para ello sería preciso que jugaras tú misma al “Juego de saber contentarse”. Una madre no puede exigir a sus hijos más que lo que ella habitualmente hace.



RECETA DEL DÍA

Cada vez que experimentes una contrariedad, piensa en el cuento de las muletas de Serafina y busca un motivo para seguir estando alegre a pesar de todo.
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13º Día

HISTORIA DE UN SACO DE MAIZ,
DE UNA MAMA Y SU HIJO MANITO


Había una vez – y no en los tiempos de las hadas, sino muy recientemente durante los duros años de la posguerra, - una madre que, como todas las demás madres, no tenía gran cosa que dar de comer a sus hijos.

Pero como tenía la fe en la promesa del “Padre nuestro” que está en los cielos, pedía todas las mañanas “el pan nuestro de cada día”, y la verdad era que todas lo encontraba.

Cierta mañana, el pan se presentó bajo la forma de un saco de maíz – de ese maíz que se reserva de ordinario para las aves del corral; pero que, molido, produce una excelente sopa para los niños y para las personas mayores.

“Manito” – contracción del nombre Emiliano de un mozuelo de ocho años que jamás había visto aquella comida – Manito, digo, husmeó el saco con su varicilla, y encontrando graciosísimo el hecho de que tuviera que comer lo mismo que comen las gallinas, decidió que era preciso bajar sin pérdida de tiempo a casa de la abuela que vivía en el piso de abajo, para hacerla ver aquella extraña comida, para él desconocida.

Y sin decir a nadie ni pío, aquí tenéis a manito con el saco al hombro y bajando los escalones de cuatro en cuatro. ¡Pum, catapum, pin, pam!... Allá va mi Manito rodando por la escalera, lo cual no tendría otra importancia que la de los coscorrones que se ha dado que, por lo demás, son cosa leve, puesto que se levanta a escape por sí mismo… Pero lo malo es que, si él se levanta, quedan en cambio por tierra, a lo largo de toda la escalera, los cinco kilos de maíz… ¡una friolera!... millones de pequeños granos redondos como perdigones que, apenas se han visto en libertad, - los muy sinvergonzones – han emprendido una loca carrera de saltos y de brincos y de desbandada por los escalones… ¡la catástrofe!...

La mamá, que acude a los gritos de Manito, comprueba al primer golpe de vista la magnitud del desastre y el tiempo que va a ser necesario perder para recoger los granos de maíz. Y se trata de una madre que no tiene un minuto libre, porque tiene que trabajar fuera de casa desde que el padre querido se marchó al lado del Buen Dios para preparar a los suyos la gran felicidad… la que nunca tiene fin.

Pero la madre de Manito está harto habituada a hacer frente con valor a las grandes dificultades, para que vaya a sentir terror ante las pequeñas. Rechazando a toda prisa el mal humor que pretende apoderarse de ella, hace aparecer en sus labios la sonrisa de quienes jamás aceptan la derrota.

“¡Mira, Manito, esto ha sido una trastada del diablo! El diablo se ha propuesto hacernos rabiar a ti y a mí. ¡Pues bueno! ¡Se va a ver negro, porque ni tú ni yo haremos un solo gesto de impaciencia! ¡Corre a buscar la escoba y el recogedor! Y al trabajo… ¡sin dejar de reír por la ocurrencia!”

Y he aquí como aquella mamá y su pequeño Manito, recogieron millones de pequeños granos de maíz, riéndose de cuando en cuando como locuelos, dándole un soberano chasco al diablo.





No te parecen simbólicos, querida amiga, esos granos de maíz desparramados por la escalera?

¡Cuántas pequeñas catástrofes se acumulan de la misma manera a nuestro alrededor, como otras tantas trampas que el demonio nos prepara para arruinar nuestra paciencia y la de nuestros hijos, sumiendo a la familia entera en una atmósfera de ira, de reproches y de recriminaciones!

Y porque un saco de maíz se haya caído por la mañana, nos ponemos estúpidamente en el peligro de que toda una jornada se haga penosa, quede malbaratada y pueda considerarse perdida para nuestra misión educadora.

¡Bueno, bueno!... ¿por qué no hemos de hacerle nosotras alguna jugarreta al muy “tunante”, a ese amigo del mal que algunos llaman Exterminador – al diablo, en resumen?

Y eso sin tener en cuenta que, si propones a tus pequeños que le armen una jugarreta a cualquiera, puedes estar segura de que jamás dejarán de darte su conformidad, aun cuando ello hubiera de costarles algún pequeño sacrificio. ¡Resulta tan divertido el armar jugarretas cuando se tiene menos de doce años!...



RECETA DEL DIA

Cuando sientas la tentación de perder la paciencia u observes que tus hijos están a punto de perderla, repite varias veces con la más amable sonrisa de que seas capaz: ¡Pues, no señor, no! Ni yo, ni ninguno de nosotros queremos encolerizarnos. ¡Por esta vez, Belcebú va a verse negro, ea!... Esto, o cualquiera otra fórmula por el estilo.

Por lo demás – y no debes olvidarlo – cuando nos repetimos varias veces una misma cosa, acabamos por estar convencidos de ella. Y confío en que continuarás utilizando este excelente sistema en toda clase de circunstancias.
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14º Día

UNA BANDA DE PEQUEÑOS GRANUJAS


El cardenal Tosti estaba completamente desolado. Pero me olvidaba de deciros que esta historia ocurre en Roma, en el año 1.858. Por las calles de Roma corrían bandadas y bandadas de granujillas que eran la desesperación de la policía que consideraba imposible conseguir hacer de ellos buenos ciudadanos, y la desesperación de su Eminencia que temía, con razón, no conseguir hacer jamás de ellos buenos cristianos.

¿Tenéis alguna idea de cómo podría empezarse la educación de aquellos golfillos? ¿No sería necesario, desde luego acercarse a ellos, hablarles, convencerles, haciéndoles descubrir y amar el bien? Pero el caso era que habían vuelto de tal manera al estado salvaje – en plena ciudad de Roma y en pleno siglo XIX – que, por el momento, no se podía ver en aquellos pequeños bandidos que vivían de la rapiña, otra cosa que futuros criminales. Y eran centenares.

Sí; aquello preocupaba profundamente a su Eminencia, el Cardenal Tosti, el cual confió sus inquietudes a un joven amigo suyo, el Padre Juan Bosco.

El Padre Bosco, no era por su parte pesimista. Sí, señor; claro estaba que se podía hacer algo por aquellos granujillas. Y hasta era relativamente muy fácil. Nada menos que llegó a hacer una apuesta con el Cardenal.

Y henos aquí con los dos sacerdotes que van en coche… Han dado al cochero una dirección; la de la Plaza del Pueblo. El caballo se detiene y Juan Bosco desciende solo del coche, mientras que el Cardenal observa incrédulo detrás de los cristales. ¿Cómo se las va a arreglar el insignificante sacerdote.

¡Pues muy sencillo! Juan Bosco se recoge la sotana, y sin la menor vacilación, se mezcla en los violentos juegos de los muchachos, poniéndose a su cabeza como quien sabe perfectamente lo que hace.

Y una vez terminado el juego, se sienta en medio de aquellos golfillos que, conquistados por aquel nuevo amigo, le escuchan con toda su alma y están dispuestos a lanzarse al fuego por él.

El Cardenal ha perdido la apuesta… ¡podéis imaginaros con cuanta alegría! Sí; con la sola condición de conquistar su amistad, se hará lo que se quiera con los granujillas de Roma.




¿Por qué Juan Bosco, el gran educador, triunfó aquel día como siempre habría de triunfar?

Porque supo comprender la necesidad de jugar que tienen los muchachos. ¿Podemos nosotros decir otro tanto?

¿No son debidos algunos de nuestros fracasos a que consideramos que el juego como tiempo perdido, como algo que perjudica al trabajo, como algo que no es serio ni útil?

¡Grave error!

Procuremos acordarnos de nuestra propia infancia. Y comprobaremos que el niño tiene necesidad de juego, tanto como el aire, de alimento y de calor.

Y conste que entiendo por juego, las grandes competiciones a que se entrega con ardor la juventud y que tan de moda están en nuestros tiempos, aun cuando tal vez se exagere un poco la importancia de las mismas.

Son de interés todos los juegos a que los niños se entregan a la caída de la tarde en los jardines, en la calle y en la plaza pública, con sus hermanos y hermanas y con los pequeños de la vecindad. Todos esos juegos cuyos gritos y alboroto cansan tal vez a las personas mayores como nosotros, lo que nos hace considerarlos como enemigos de nuestra misión educadora.

El juego no es un enemigo para nosotros, ni una mala tentación para los niños. El juego es o debe ser nuestro aliado, un recurso con el que hemos de contar para nuestro éxito. Volveremos sobre ello, porque vale la pena. Pero, entre tanto, empieza a poner en práctica la siguiente receta.


RECETA DEL DIA

Esta noche, durante la cena, haz hablar a tus hijos de los juegos con que se entretienen en las reuniones del grupo de que formen parte. Hazles que te expliquen las reglas de sus juegos. Pero lo principal es que, cuando te lo cuenten, no les estés escuchando como quien oye llover, sino que te tomes un real interés en sus explicaciones.

Mientras los niños hablan, obsérvales con atención y te darás cuenta de la confianza que aquella conversación les infunde. Preguntándoles con frecuencia sobre lo que constituye una de sus grandes preocupaciones, tu influencia sobre ellos aumentará de día en día.

Pero tampoco dejes de tener bien en cuenta que esta receta no es de las que dan resultados inmediatos. Ponla en práctica preferentemente los días que tus pequeños hayan tenido ocasión de jugar. Al cabo de algunas semanas, comenzarás a observar una real transformación en la actitud de los muchachos con respecto a ti.
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15º Día

UN DÍA SIN RECETA


¡Un día sin receta! “¡Un día de vacaciones!” – pensarás con toda seguridad - . “¡Hoy me podré pasar sin mis cinco minutos de lectura diaria y cerrar el librito!”

Poco a poco, amiguita…

Hace ya algún tiempo, decidiste sacrificar cinco minutos cada día a nuestro librito de recetas.

El primer día te prometí que obtendrías tales resultados, que no podrías menos de quedarte asombrada. Detengámonos un poco está mañana, para ver juntos en que punto nos encontramos, y observar si puedes registrar ya algún éxito.

Vamos a hacernos algunas preguntas a las cuales vas a responder con absoluta sinceridad desde el fondo de tu corazón.

Lo primero son estas dos preguntitas, que en manera algunas debes hacerte:

“¿Se han convertido mis hijos en unos santitos?”

(Nadie se hace santo en ocho días).

“¿Son ahora más obedientes mis hijos?”

Ten en cuenta que todavía no hemos intentado hacerles obedientes. No hay que asombrarse, por lo tanto, de que, en muchas ocasiones, sigan haciendo lo que se les mete en la cabecita).

Y he aquí ahora las preguntas que debemos hacernos. (No olvides que las líneas de puntos en el libro, representan una invitación a que reflexiones durante un momento).

1ª - Durante estos días, ¿he estado un poco menos nerviosa de lo acostumbrado?

… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …

(Observa que no he dicho mucho menos nerviosa).

2ª - De entre las recetas que he puesto en práctica, ¿cuál es la que mejores resultados me ha dado?

¡Ahí lo tienes! ¡Eso es todo!

No te preguntes hoy si tus pequeños te han cambiado ya. Sería muy posible que te vieras obligada a responder que han sido más difíciles que nunca. Y en tal caso correrías el riesgo de sentirte completamente desalentada y de cerrar para siempre el librito porque no tendrías fe en las recetas que propone y te dirías: “¡Me han engañado!”

Precisamente porque yo no quiero engañarte, es por lo que te digo: Es necesario aplicar “el método de los cinco minutos” durante mucho más tiempo de una o dos semanas, para comprobar que en los niños se han producido resultados sensibles.

Pero, en cambio, es muy posible que en sólo algunos días hayas podido obtener ya algunas victorias apreciables sobre esa especie de nerviosismo femenino que es, en todas las madres, uno de los más grandes obstáculos para el éxito.

¿Estás contenta de ti misma? ¡Magnifico! Sigue adelante. Estás en el camino del triunfo.

¿Continúas, por el contrario, muy nerviosa todavía? No deduzcas con excesivo apresuramiento que las recetas no sirven para nada. Cualquier médico te dirá que los tratamientos más eficaces no producen casi ningún efecto en quienes no creen en tal eficacia.

En todo caso, estoy segura de que eres demasiado inteligente para que no seas capaz de encontrar por ti misma uno o dos pequeños “trucos” que te ayuden a dominar tus nervios. Poco importa el sistema que utilices. con tal de que lo consigas.
De todas maneras, si no eres tan dueña de tus nervios como tú querrías, no vaciles. Antes de seguir adelante con este librito, vuelve atrás para repasar el capítulo o los capítulos que más te hayan interesado; la receta o las recetas con las que mayor éxito hayas obtenido.

Y sobre todo, permanece fiel a nuestros cinco minutos diarios, sin faltar a ellos un solo día, suceda lo que suceda.
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16º Día

LA CARRETA DELANTE DE LOS BUEYES



Hace ya quince días que Gertrudis no aparece por el jardín de recreo. Lo cual me inquieta. ¿Estará enferma? No puede ser, puesto que va a clase. Como causa de su ausencia, les ha dado a sus compañeras unas razones un tanto estrafalarias: que tiene que aprender las lecciones, que tiene que preparar las redacciones… Yo conozco bien a mi Gertrudis. No se vuelve loca estudiando. La cosa me parece un poco turbia. Iré a ver a su mamá.

.-¿Gertrudis? Soy yo la que la tengo encerrado. Está castigada. ¡Mire, mire su librito de notas! ¡Una vergüenza, ni más ni menos! Volverá al jardín cuando obtenga mejores notas. Hasta entonces, nada de recreos…

La mamá de Gertrudis se ha parado ante la niña que, un tanto avergonzada, inclina la cabeza sobre su atlas geográfico:

.- ¡Está bonito! ¡Mire usted qué cara pone! ¿Por
qué no estudias?, ¡vaga, más que vaga!... ¡Estoy harta de conocerla! ¡Se estará así toda la tarde, bostezando sobre los libros y balanceando las piernas por debajo de a mesa. ¿Querrás dejar tus piernas tranquilas? ¡No es capaz de estarse un momento quieta! ¡La vuelve a una loca! ¡Toma!, ¡para que aprendas!...

Una bofetada. Gertrudis se hecha a llorar, hundiendo la varicilla en su atlas. He cometido un error viviendo esta tarde – un jueves – a casa de aquella mamá. Volveré mañana.

Y el viernes, mientras Gertrudis está en el colegio, heme aquí de nuevo en su casa.




¿Qué es lo que le he dicho a la mamá de Gertrudis? Seguramente lo adivinas, querida amiga. La mamá de Gertrudis está llena de buenas intenciones y se cree que hace muy bien encerrando a la niña en casa todos los jueves para hacerla estudiar durante toda la tarde.

Pero con toda su buena fe, se equivoca. Su receta es absolutamente desastrosa. Con tal procedimiento, no llegará probablemente a otro resultado que al de embrutecer a la pobre Gertrudis, a hacerla odioso el trabajo escolar a hacer, tal vez, que caiga enferma.

Porque yo he fijado mi atención en la pequeña, y he podido comprobar:

1.º Que tiene una cara que da miedo. Evidentemente, está falta de aire, de luz, de sol.

2.º Que tiene la necesidad de moverse. ¿Para qué estaría balanceando sin cesar las piernas bajo la mesa, si no fuera para dar satisfacción a esta necesidad?

¡Créame, señora! Ha adoptado usted un mal sistema al privar a Gertrudis de sus tardes de sano recreo. Cuanto más la encierre con el pretexto de hacerla trabajar, menos capaz será de trabajar de verás. Conseguirá usted con absoluta seguridad, hacerle odiosos sus deberes y darle al juego el atractivo de la fruta prohibida. Pedir un esfuerzo suplementario a Gertrudis, que está cansada por cinco días de inmovilidad en clase, es querer poner la carreta delante de los bueyes.

¿No eres de la misma opinión mi querida amiga?

Para nosotras, que casadas de nuestras tareas, apreciamos tanto la horita de descanso que, sin dejar de trabajar por supuesto, podemos estar sentadas haciendo cualquier arreglo en la ropa, ¡qué difícil resulta el comprender que el descanso de nuestros pequeños consiste precisamente en entregarse a toda clase de carreras, de saltos, de bailes, de gritos, de juegos!...

¡Y cuánto mejor marcharían nuestros asuntos, si admitiéramos esta verdad de una vez para siempre!

Pues aquí tienes una pequeña receta:



RECETA DEL DIA

Cuando un niño comienza a rascarse la cabeza y a bostezar ante sus cuadernos, en lugar de regañarle, dale cinco minutos de verdadera distracción. Pero ten mucho cuidado de no presentarle este descanso como una recompensa (que no ha merecido, si voluntariamente se hace el remolón), ni como debilidad tuya.

“¡Ale! ¡A jugar un rato, que ya tendrás tiempo de estudiar después!”

Hacerle ver que no se trata más que un medio de conseguir que, al cabo de un rato, trabaje mucho mejor y con mayor rapidez:

“¡Vamos! ¡Me parece que esta lección se te ha atascado! ¡Corre a dar unas vueltas por el jardín! ¡Verás cómo después te la aprendes en un abrir y cerrar de ojos!”

Y cuando el niño regrese jadeante después de haberse dado unas cuantas carreras: “¡Así me gusta! ¡Ya tienes la cabeza despejada! ¡apuesto cualquier cosa a que dentro de un cuarto de hora te sabes al dedillo la lección!”

Ventajas de esta receta:

1.ª Has permitido que el niño satisfaga su necesidad de movimiento, que para él es tan grande como para nosotras la de comer o dormir. Además, al moverse por consejo tuyo, ha cumplido la ley de la obediencia, mientras que, cuando se revolvía sobre la silla en lugar de trabajar, estaba desobedeciendo.

2.ª Has convencido al niño de que, después de su rato de juego, necesitaría menor esfuerzo para aprender la lección. Reanimado y lleno ahora de confianza, se pondrá a estudiar con todo su entusiasmo, y por consiguiente, con muchas mayores probabilidades de éxito.
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17º Día

A VECES CONVIENE CANTAR…
… DIOS NO LO PROHIBE


Pedrito es un chaval de siete años – todo un hombrecito… ¡Bueno!, pues a la más revoltosa de las chicuelas de su edad, no se le habría ocurrido hacer lo que él ha hecho. ¿Sabéis lo que se le ha ocurrido hacer a Pedrito? Nada menos que colgar de unas pesas del reloj del comedor a Mimí, la muñeca de su hermana Brígida.

Fácil es adivinar la desesperación de la pequeña mamá de la muñeca, su desconsolado llanto y la tragedia que de ello se ha derivado.

Y mientras la tragedia se desarrolla, llega la mamá (la mamá de Pedrito y Brígida)… Ni que decir tiene que Pedrito desaparece a todo escape, escondiéndose detrás de una butaca, ¡Aquella sí que va a ser gorda!

Lo primero que hace la mamá, es cortar la cuerda que no ha proporcionado la menor felicidad ni a Mimí, ni a su amita Brígida; pero que le va a proporcionar una catástrofe - ¡es tan claro como el día! - , al criminal autor del atentado.

En seguida, se dedica a consolar a la pequeña que siente lleno de dolor su maternal corazoncito. Después la manda jugar al jardín, y con la mayor tranquilidad, se sienta en la misma habitación con su trabajo de ganchillo en la mano, cortándole así toda posibilidad de huida a Pedrito.

¡Diantre!... ¿cómo escurrirse? A paso de zorro taimado, el muchacho intenta una prudente retirada. ¡Maldita sea!... El entarimado ha producido un desastroso crujido. Mamá ha alzado la cabeza. Ha llegado la hora de las explicaciones. Y de que van a ser tempestuosas, no puede caber la menor duda.

¡Pues, no, señor!, ¡nada de eso! La mamá se pone a cantar como si nada hubiera ocurrido y como si el culpable Pedrito no estuviera detrás de sus espaldas, dispuesto a emprender la fuga.

Pero la mamá no está cantando una cosa cualquiera. Lo que canta es precisamente una cancioncilla relacionada con la horca que él ha aplicado a la muñeca:

Por ahorcar a una muñeca
No ahorcarán a Pedrito.
Que la muñeca no siente,
Y Pedro, en cambio, es mi hijito…

Al oír aquello, Pedrito, vencido y conmovido, en lugar de escaparse sobre las puntas de los pies, corre a echarse en brazos de su madre.

Y la madre le explica con la mayor ternura, por qué, aun sin pensar en ello, ha sido un muchacho muy malo. Y Pedrito que ha comprendido perfectamente, no volverá a “ahorcar” nunca a ninguna muñeca.




Tal vez pensarás, querida amiga, que la mamá de Pedrito tenía mucha paciencia. ¿Pero cómo? El pequeño estaba allí detrás d la butaca, y ella lo sabía, y se ha estado esperando un buen rato ¿para qué? Ni siquiera para regañarle…, ¡para ponerse a cantar!...

Naturalmente, ¡no se nos va a pedir que nos pongamos a cantar siempre que tenemos que corregir a nuestros hijos! En muchas ocasiones, podría ser considerado por ellos como una señal de indiferencia o de debilidad.

Pero,¿por qué no hemos de utilizar alguna vez el canto? Ello nos permitiría hacer, en tono de broma, cualquier observación que, presentada en forma de bronca, haría perder al niño la serenidad, le irritaría y tal vez le impulsaría a la resistencia.

“¡No chilles, mujer!”… Desde aquí te estoy oyendo protestar, diciendo que “eso es imposible, y que tú no sabes música, y que aunque la supieras, no te ibas a poner a cantar a cada triquitraque para hacer una observación a tus chavales… y que además de todo eso, no tienes la menor noticia de esa clase de canciones”.

La idea te parece tan nueva, tan original y, ¿por qué no decirlo? Tan ridícula, que te habrías echado a reír, si no te hubieras encogido de hombros.

Conozco a madres que han hecho lo mismo que tú, la primera vez que les hablé de esta curiosa receta educativa. Pero no faltaron algunas que, en broma, en broma, la ensayaron… sin abusar, por supuesto. Pues mira, les ha ido tan bien que no dejan de repetirla siempre que se les presenta la ocasión.

El canto que utilizan la mayor parte de las veces, es una cancioncilla que permita justamente decir a los niños todo lo que se les quiera decir, pero siempre en plan de broma. Vamos a ver un ejemplo:

Tu pequeño remolonea ante una rica ensalada de lechuga y tomate, que no le hace mucha gracia. Pues, en lugar de ordenarle: - ¡Juanito, a comer la ensalada! - ponte a canturrear:

El comer es una cosa necesaria
Puesto que el mismo Dios nos lo mandó.
¡Hay que comer lechugas y tomates,
pues el Señor para eso los creó!

Tu pequeña Jacinta tarda un siglo en vestirse y acicalarse, por lo que va a llegar tarde al colegio. ¿Debes enfadarte? De ninguna manera. Ponte a cantar esta otra coplita:

Es preciso darse prisa,
Pues así quiso el cielo disponer.
¿Para qué te dio los nervios,
si no eres capaz nunca de correr?

Cantando se puede decir lo que se quiera. ¿Por qué no? Es lo que hacen en la Opera. Lo que tiene es que, como allí no hacen otra cosa que cantar, ya nadie les hace caso.




RECETA DEL DIA

Si te consideras capaz de componer y aprenderte algunas de estas cancioncillas, hazlo; y sin miedo alguno, empléalas.

Si no encuentras posible tanta agudeza, canta igualmente, pero de otra manera. Cuando creas que hay motivo para hacer una observación, no la hagas en seguida. Canturrea antes, para tus adentros, por lo menos una estrofa de cualquiera bonita canción alegre. Ten la seguridad de que, cuando interrumpas tu canto interior para hacer la observación, te resultará imposible hacerla en un tono desagradable.
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18º Día

LA JAULA DE LOS CANARIOS

El ya un tanto viejo campesino Esteban, tenía ciertamente derecho a un poco de descanso. Pero como se acaban de llevar al nieto mayor a prestar el servicio militar, no han tenido más remedio que agarrarse a la mancena de su arado y emprender, por su sola cuenta, el cultivo de sus tierrucas.

Por ello está sombrío. ¿Qué digo sombrío? Taciturno, silencioso, hecho una lástima. Ya no se le oye silbotear, como lo hacía anteriormente; jamás ilumina una sonrisa su rostro arrugado que, con la alegría, ha perdido de un golpe la juventud que la alegría le seguía prestando.

En cambio Toñito continúa siendo el alegre rapazuelo, al que a cada paso le sale de los labios una alegre cancioncilla. ¡Es tan bello cantar cuando se tienen diez años y una salud a prueba de bomba; y se vive en un ambiente en el que todo canta, desde la alondra a la salida del sol, hasta el ruiseñor en las hermosas noches de verano!

Cantamos a la vida, que es ideal,
Porque nuestra alegría es inmortal.
Para la gloria nos creó el Señor
Y siempre nos protege con amor.

.- ¿Querrás callarte, galopín?

El abuelo Esteban golpea la mesa con su gran puño nudoso; y su cólera, que desde hace tres días se viene incubando en su pecho a causa de la alegría de Toñito, estalla de repente. Cantar, cuando casi se oyen todavía los cañonazos de la guerra, cuando todo va de cabeza y el padre está todavía prisionero en un campo de concentración…

.- ¡Lárgate de aquí, rapazuelo sin corazón!

Cuando el abuelo habla, no hay otro remedio que callarse. Toñito corta en el acto su canción y pone cara de duelo.

Pero un domingo, Luisona, la hija de los vecinos, ha atisbado a Toñito que se escurría a escondidas por las tierras de sus padres. Listo como una ardilla, el muchacho había trepado a la copa de un gran nogal; y Luisa se siente llena de preocupaciones: “¿Qué irá a hacer allá arriba? ¿Será capaz de haber ido a robar nueces?” A lo largo del seto, se desliza igualmente la joven hasta las proximidades del nogal, y allí se queda observando en silencio. Y he aquí que en el árbol suena una canción, otra después y en seguida una tercera. Durante largo rato, el muchacho lanza sus trinos como un pajarillo que ha recobrado su libertad. La joven campesina, que no comprende lo que está presenciando, acaba por acercarse al nogal y gritarle al pequeño:

.- ¿Qué estás haciendo ahí?

.- ¡Pues ya lo ves! ¡Estoy cantando!

Y descendiendo de su encumbrado trono, le explica a la vecina:

.- El abuelo no quiere que cante en casa, por eso de la guerra. Y yo, la verdad… ¡ya no podía más!




Dime la verdad, querida amiga, ¿quién tenía razón? ¿El abuelo Esteban que hacía frente a la tristeza de los tiempos y a sus reales sufrimientos con el alma de luto? ¿O el muchachillo, que para resistir con valor a los desastres, mantenía su alma llena de canciones? Estoy segura de que tomas partido por Toñito, y tienes mucha razón.

Lo mismo que los pajaritos que tienen la sabiduría de seguir cantando cuando se les encierra en una jaula – que para ellos es el campo de concentración – nuestros queridos prisioneros han resistido meses y meses, precisamente porque han continuado cantando.

Cuanto mayores dificultades se nos presentan, es cuando más empeño debemos poner en sostener en nuestras almas el amor al canto.

¡Cuánto me complace y cuánto debería complacerte a ti, la bella canción que termina con esta resolución: “¡Puede venir a nuestro encuentro el dolor, que nosotros seguiremos cantando con más fuerza!...”




RECETA DEL DIA

Cuando sientas que la tristeza inunda tu corazón, no la hagas caso, querida amiga. Ten el valor de seguir cantando, o por lo menos, canturreando. Y verás como todo marcha mejor, tanto dentro de ti misma, como a tu alrededor.
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19º Día

RECETA DE BELLEZA

Se trata de una madrecita que no es ya excesivamente joven, una madrecita que tiene toda clase de motivos para sentirse cansada – y que debe estarlo, en efecto, aun cuando jamás lo diga, y en manera alguna lo aparente.

Pues bien; la señora de Valdés, que se gasta un montón de dinero en cremas para la piel, en lociones de belleza y en coloretes de diversas categorías, sin obtener, por lo demás, grandes resultados, está muy intrigada por conocer el secreto de su vecina:

.- ¡Vamos a ver, amiga mía, ¿me querrá decir cómo se las arregla para mantener impecable la apariencia de los veinte años? ¿Usa usted, por casualidad, la crema Tokalón de la que los periódicos cuentan maravillas?

La madrecita de juvenil aspecto se sonríe – con la sonrisa que nunca se aparta de su rostro – y no responde. Y la señora de Valdés, que por su desgracia no es muy inteligente, se queda a media miel.




Bien segura estoy de que este no es tu caso, mi querida amiga. Tú has adivinado el “secreto de belleza” de esta madre, con sólo darte cuenta de su sonrisa.

Porque es precisamente esta sonrisa, fija desde siempre como una crema refrescante en el rostro de la mujer joven, que sigue manteniéndose en el de la mujer madura hasta el día de hoy y que no habrá de faltar en el de la anciana de mañana, la que la conserva de tan buen aspecto, casi bella todavía a pesar de su vida de abnegación y de sacrificios.

¡Y qué serie de abnegaciones es la vida de una madre!

Sacrificio constante de su corazón, entregado siempre a sus seres queridos.

Sacrificios ocasionados por la maternidad que, a veces, son agotadores.

Sacrificio de las pequeñas atenciones diarias del hogar que no permiten un momento de reposo. Los platos para la comida que a las pocas horas de fregarlos vuelven a la mesa y la ropa blanca de los manoncillos, que apenas puesta está de nuevo se ensucia, son los humildes símbolos de su ininterrumpido esfuerzo.

¿Cómo ha sido usted capaz de pensar, señora de Valdés, que a fuerza de cremas de belleza o de leches de tocador o de afeites de cualquier especie, sería posible conservar intacto su rostro que un día fue joven y fresco? ¡Créame a mí; tan sólo la sonrisa es el mágico remedio que evita las arrugas!

Y nos evita, además, otras muchas cosas.

Sí, mi querida amiga. Sepamos ocultar tras una amable sonrisa nuestro cansancio, nuestro viejo cansancio que nunca nos abandonará, que por la mañana se levanta con nosotras, que en todo el día no se separa de nuestro lado y que, a veces, durante la noche, nos mantiene en vela con las sienes apretadas como en un torno.

A veces es difícil, muy difícil, desde luego. ¡Pero resulta tan provechoso para nuestro equilibrio y para el equilibrio de nuestros seres queridos!

Porque sabemos sonreír, sentimos un poco menos nuestro cansancio.

Porque sabemos sonreír, la ira, que está siempre a nuestro acecho, rondando alrededor de cuantos están cansados por considerarles fácil presa, la ira – repito – queda disuelta como en un baño neutralizador.

Porque sabemos reír en el momento en que nuestro pobre rostro desconcertado revela una fuerte jaqueca, nuestra jaqueca no resulta la catástrofe que de cuando en cuando esparce por toda la casa un helado desaliento.

¡Sí, sonreír… sonreír siempre… y sobre todo cuando estamos bajo las garras del cansancio. Es una receta de belleza y es al mismo tiempo una receta de felicidad.





RECETA DEL DIA

¿Te haría, mi querida amiga, la ofensa de explicármela? Te considero demasiado inteligente, para no creer que por ti sola la has encontrado.
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20º Día

QUIEN PIERDE, GANA

¡Qué de gente, qué de gente! Es la temporada en que todo el mundo se marcha de vacaciones. Los trenes están atestados hasta reventar. Por fortuna yo, que viajo mucho, tengo mi plaza reservada. ¡Sí, sí!... Cuando llego a ella minutos antes de la salida, la encuentro ocupada. Claro está que me dispongo a reclamarla sin descortesía, pero de repente, me detengo. La persona que la ocupa es una mamá joven con un pequeño bebé en sus brazos. ¿Cómo voy a hacerla levantar? Que siga sentada la joven señora; yo iré a ver si en algún otro departamento encuentro un sitio. Heme aquí, ya colocada nada más que así, así, en otro departamento, entre otras madres y otros niños, exactamente dos familias. Aplicando mis ojos y mis oídos, voy a poder enriquecer un poco mi experiencia. Porque a mi derecha hay una familia (a la que llamaré la familia Agudo) y a mi izquierda otra (¡pues llamémosla la familia Romo!)

Apenas instalada, lo primero que hace la señora Romo es sacar de su cesta una buena ración de artículos comestibles, aun cuando está bastante lejos la hora de la comida, y distribuirlos entre sus pequeños que se precipitan para tragar el mejor bocado.

La Romo más pequeña, que responde al nombre de Petrita, es a su vez, una pequeña mamá. Sostiene con amor entre sus brazos una alta y voluminosa muñeca, a la cual, acto seguido, emprende la tarea de desnudar. Pero, a causa de su poca habilidad, no consigue despojar a “su hijita” de la ropa que le está un tanto ceñida.

.- ¡Mira, mamá! ¡No la puedo desnudar!

La señora Romo desnuda sin poner gran atención a su “nietecilla” de trapo. Pero la ha despeinado; y la pobre Petrita, que decididamente no es un prodigio de habilidad, se desespera. Como a la muñeca no la han hecho la ondulación permanente, sus bucles se han convertido en un hermoso laberinto de pelos.

.- ¡Mamá, déjame tu peine!

La mamá se impacienta. Acaba de enfrascarse en la lectura de una novela de la “Biblioteca de Sucesos Extraordinarios”, que acaba de adquirir por tres pesetas en un kiosco de la estación y que se titula “Tres hombres para una mujer”. (Magnifica idea para una madre que tiene todo el aspecto de una mujercita formal, la de elegir tal libro que no inspira excesiva confianza).

En aquel momento Petrita, que ha sacado su labor de punto de malla – una toquilla par Lulú, que así se llama su hermosa muñeca – se afana en recoger dos puntos que se le han escapado.

Con mucha discreción, tira a su madre de la manga:

.- ¡Mamá, se me han escapado dos puntos!

La impaciencia, que vine germinando en el corazón de la señora Romo, estalla de repente. Durante todo el viaje le ocurrirá de cuando en cuando lo mismo, provocada de continuo por chiquillerías:

.- ¡Cuidado que eres pelmazo, hijita! ¡No puedes dejarme un momento tranquila! etc. …

Entre tanto, he venido observando a la familia Agudo; son el padre, la madre y dos muchachos de diez y doce años. Se instalaron armar el menor alboroto. Durante un buen rato los dos hermanos estuvieron jugando a las cartas sobre una maleta que se pusieron encima de las rodillas; después se cansaron. El más pequeño, acaricia zalamero a la mamá…

.- ¿Por qué no jugamos los cuatro al tute?

La madre se sonríe. Coloca la maleta sobre las piernas y con mucha amabilidad le dice el marido:

.- ¡Vamos maridito!

El señor Agudo dobla el periódico que estaba leyendo. Y soy testigo de una escena llena de emoción. La de un papá y una mamá que, durante más de una hora, ponen cara de encontrar un gran placer en una partida de cartas que para ellos no puede tener ningún atractivo. Veo bien claro que están ingeniándose cuanto les es posible – sobre todo la señora – para perder, con la única intención de proporcionar a sus hijos la alegría de ganar. Sin predisposición de ninguna clase, me veo obligada a hacer constar el hecho siguiente: Los pequeños Agudo se han mostrado tan encantadores durante todo el viaje, es decir, tres horas bien corridas, que no se encontraría posibilidad de hacerles la más pequeña observación. Mientras que por la parte de los Romo… ¡había habido de todo lo imaginable!...




Y he aquí, mi querida amiga, lo que observé en un tren y me propuse contarte lo más pronto que me fuera posible.

Son insignificancias; cosillas de nada. La verdad es que yo no conozco ni a la señora Romo, y a pesar de ello quedó perfectamente formada mi opinión. La primera es una buena educadora que sabe comprender a sus hijos y participa con ellos en sus juegos. Abandonado su trabajo de punto, ha perdido una hora, es verdad. Pero en ciertos juegos el que pierde, gana. Y tú has adivinado que la señora Agudo ha sabido ganar desde hace mucho tiempo y continúa mereciendo la alegre docilidad de sus dos hijos.




RECETA DEL DIA

Tómate la libertad de cuando en cuando – y sobre todo los domingos – de abandonar durante algún rato tus ocupaciones, aun las de mayor interés, para ponerte a jugar con tus hijos.

Será, tal vez, tiempo perdido para tu trabajo; pero no te olvides de que hay juegos en que “quien pierde, gana”.
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21º. Día

MADRES EN CIERNES


En un rincón del comedor, Mimí se mueve apresurada alrededor de sus doce pequeños - ¡sí, señora, sí, doce, ha leído usted bien! Porque si bien es verdad que Mimí no tiene más que ocho añitos, durante ellos ha podido reunir a su alrededor una docena de hijos, contando a Juanito, el bañero de celuloide, y a Paquita, la más joven, que resulta, cosa extraña, ser el más grande de doce niños de Mimí.

¡Vaya problema el entenderse con una familia tan numerosa! Juanito no deja de gritar desde hace una hora - ¿cómo es que tú no le oyes? Sofía, la muñeca de trapo, se ha desrizado su permanente. Arturo, el marido que navega en un barco de papel, se ha embarcado contra el gusto de su madre desolada. En cuanto a Zimba, la negra, es la criatura más insolente…

Mimí se agita. Mimí se enrabieta, Mimí grita. Poco a poco se ha ido elevando su tono. No se la oye más que a ella, y se la oye sin cesar. Es como para taparse los oídos. De seguro que si Paquita, Juanito, Sofía y todos sus camaradas pudieran, se habrían escapado a todo correr… ¡Dichoso Arturo, al que, como está navegando por el Océano, no le alcanzan los chillidos de su madre!

En el otro rincón del comedor la señora de Andrés – que, con menos de treinta años, es la abuela feliz de toda la chiquillería de Mimí – está haciendo unos zurcidos; y aun involuntariamente, no puede menos de escuchar a su hija. Pero… ¡qué chillona y qué poco sensata le está resultando la pequeña! ¡la verdad es que no tiene la menor idea de tratar a sus “chicos! Con amabilidad y pedirles un esfuerzo empleando una sonrisa. Si ella fuera Zinmba, la negra, se encogería de hombros, daría media vuelta, y se reiría a mandíbula batiente de los regaños de su pequeña madre blanca.

De repente, aquella madre, la verdadera y no la supuesta madrecita de las muñecas, se estremece y no puede evitar el ponerse un poquito colorada. Acaba de reconocer en la boquita de su hija exactamente sus mismas expresiones, las mismas frases y el mismo tono que ella usa cuando regaña a Mimí. Aquella es absolutamente su voz con la sola diferencia de un timbre infantil; aquellas son sus mismísimas palabras con el mismo tono de irritación.

Juanito, Paquita y Arturo, y toda su cuadrilla, nada han hecho los pobres, en verdad. Y Mimí no está en manera alguna enfadada. Está jugando. Y como juega a la madre, habla como habla su madre.

¡Qué lección!




Conocemos muy mal nuestra voz, mi querida amiga. Es fama que las cantantes y los artistas, cuando hacen grabar su voz en discos de gramófono, se quedan totalmente asombrados cuando escuchan el primer disco.

Escuchemos hablar a quienes están a nuestro alrededor, sobre todo a nuestros hijos. Con el acento de la región, con los giros fraseológicos propios de aquel pedazo de la patria, han tomado algo de nuestra manera de decir las cosas.

¿Qué manera es ésta? Preguntémoslo con toda lealtad.

Si en algunas ocasiones tenemos tan poco éxito, ¿no será porque no sabemos decir o pedir las cosas?

El saber hablar a nuestros hijos, es un verdadero arte – muy fácil, por lo demás – para quien quiere aprenderlo. En menos de ocho días puedes dominarlos y corregir todo lo que acaso no está bien en tu manera de hablar. Es cuestión de voluntad, y yo sé que voluntad, a ti no te falta.

La receta para ello es muy sencilla.




RECETA DEL DIA

Conténtate por hoy con escuchar; pero lo que se dice escuchar con interés:

Escúchate primero a ti misma

Y después, escucha a las personas de tu casa,

Haciéndote la cuenta de que eres una persona extraña.

¿Qué pensaría esa persona extraña de tu tono?

… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …

¿Le resultaría simpático?

… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …

¿Sería para ella alentador?

… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …

Si sabes escuchar bien, esta misma noche habrás cambiado ya un poco tu manera de hablar. Y como en días sucesivos iremos dando otras recetas todavía más eficaces, dentro de muy poco tiempo estarás en condiciones de conseguir muy importantes progresos de tus pequeños, porque habrás sabido la manera de pedírselos.


NOTA: Una idea es usar una grabadora y grabarse y luego escucharse… ¡Aaayyyy mamááá, socorro!
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22º. Día

UNA ABUELITA QUE SABIA LO QUE SE TRAIA ENTRE MANOS

He leído esta historieta en el bonito libro de André Lichtenberg, titulado “Los cuentos de Mariquita”.

Mariquita es una niña de carácter muy difícil, que unca está contenta. Ha ido a pasar las vacaciones a casa de la abuela, y no hace otra cosa que quejarse; “Que está completamente sola, que se aburre como una ostra, que la sopa está que abrasa, que para cenar hay arroz que a ella no le gusta…” y así una serie inacabable de lamentaciones. Por todo lo cual Mariquita pone unos morritos de media vara, gruñe, o responde con un tantillo de grosería, y la abuelita está muy apenada. Pero en vez de armarle un escándalo a la pequeña, se entristece y se calla. Pero a la larga, su silencio resultaría una abdicación. Y un buen día, se decide. Aquella tarde, a la hora en que comienza a caer la noche y antes de encender la lámpara, dentro de la semiobscuridad que tan favorable resulta para las sanas emociones, llama a Mariquita a su lado con gran dulzura.

Bien querría reproducir aquí toda la conversación de la buena abuelita; haceros escuchar su voz como yo misma me he hecho la ilusión de escuchar. Era una voz sin cólera, sin severidad… una voz tranquila que sonaba llena de humildad y que, en resumen, vino a decirme lo siguiente:

“Pobre Mariquita mía, estoy desconsolada por ti! No eres feliz aquí, entre tu vieja abuela y su no menos vieja criada. Tienes que perdonarnos el que no seamos capaces de darte gusto. ¡Ya somos viejas! ¡Acaso ya sea éste el último año que pases en mi casa! ¡Yo no tardaré en marcharme a casa del buen Dios que está en los cielos! ¿Por qué no tienes un poco de paciencia?...”

Así habla la abuela en un tono muy dulce y como si pidiera perdón. Y Mariquita, tocada en lo más hondo del corazón, no siente el menor deseo de contestar mal o con grosería, os lo aseguro. Se siente muy poco a gusto. Y bien pronto, ante la idea de la marcha al cielo de su buena abuelita, estalla en lágrimas, completamente vencida. Y too termina con grandes sollozos de remordimiento en los brazos de la excelente anciana.




Hay mi querida amiga, una manera irresistible de hablar a los niños en un tono tan dulce que no sean capaces de haceros frente – y sin perjuicio, claro está, de mantenerse firme cuando resulte necesario.

Si nos irritamos, el niño se irrita su vez.

Si chillamos, el niño se pone a la defensiva.

Si atacamos, el niño se pone a escape en posición de combate. Y entre nosotros se entabla un verdadero duelo, disputándonos quién será el último que hable.

Cuanto menos razón tiene el niño, con más dificultad acepta el no tenerla. La abuela de la niña egoísta, sabía esto muy bien. Por ello procedió con gran sabiduría:

1.º Sabiendo, en primer lugar, callarse durante horas, y aun durante días, a pesar de la pena que le causaba la actitud de Mariquita. Al no hacer observar a la niña todas sus faltas, hizo aumentar enormemente las probabilidades de ser escuchada en el momento en que hablara.

2.º Eligiendo bien el momento de hablar, por la tarde, a la hora en que la noche va cayendo, cuando Mariquita, cansada, estaba en mejores condiciones para escuchar y en peor estado para defenderse.

3.º Hablando con gran dulzura, sin arrebatarse, como quien trata de comprender los puntos de Mariquita.

¿Por qué no hemos de hacer lo mismo que hizo la abuelita?




Nunca hagas una observación:

1.º En el momento que te sientas llena de cólera;

2.º En el momento en que te des cuenta de que el niño está colérico.

En cualquier de los dos casos, la harías mal.




RECETA DEL DIA

Durante el día de hoy, cada vez que tengas una observación que hacer, pregúntate antes a ti misma:

¿Es este el momento favorable?

Es decir:

¿La haré bien?

¿Se encuentra mi hijo en condiciones de hacerse cargo de ella?

Si no crees que es así, renuncia pura y sencillamente a hacerla. Ocasionará más mal que bien.

Y sobre todo, no tengas temor de que, con callarte, abdicas de tu autoridad. El novena y nueve por ciento de las madres, hacen demasiadas observaciones, lo cual constituye un enorme perjuicio para su éxito.




NOTA: Antes de hablar, rezar: “Jesús ayúdame”.
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23º. Día

CUARENTA DEMONIOS QUE PODIAN SER ANGELES

Esta historia no me la ha contado nadie. La he vivido yo misma hace algunos años. Y no una sola vez, sino más de cien veces, todos los jueves.

Estaba ocupada, por entonces en un establecimiento para la protección de niños en la periferia de París. Una cuarentena de pequeños pilluelos interesantes, inteligentes y vivos… ¡sobre todo, vivos hasta perderse de vista! Pero terribles, ¡terribles por encima de cuanto podáis imaginaros! De los “difíciles entre los difíciles”. Algunos estudiantes adelantados venían a ayudarme llenos de buena voluntad… ¡Pobrecillos! ¿Qué pecado habían cometido? No había cosa que resistiera a sus “gracias”. Ni los cristales de las ventanas, ni las tejas de los tejados… ¡y no hablemos de los bancos y de las mesas!... Una verdadera catástrofe! ¡Si hubierais oído el alboroto que armaban o presenciando su indisciplina!... ¡Como para volver loco a un santo de piedra!

Las madres venían con frecuencia a decirme: “Ganas tiene usted de ocuparse de esa banda. Yo no tengo más que uno, ¡y me veo negra para meterle en cintura!”

Y la verdad era – debo confesarlo -, que ya podían mis jóvenes estudiantes gritar y aullar hasta quedarse roncos. No conseguían lo más mínimo. Y yo di en la idea de pensar que lo que hacían, era precisamente gritar demasiado.

¿Qué hacer para disciplinar a aquellos golfillos? Llena de audacia, tomé una gran decisión. En otro local mucho más confortable (hasta con calefacción central, si no os parece mal) abrí una sala de lectura. Hermosos muebles de roble encerado, floreros con flores encima de las mesas, libros y álbumes bien seleccionados, forrados de vitela y colocados al alcance e la mano de los niños. Todos me precedían un desastre.

Cuando un buen jueves, después de cerrado el establecimiento e protección, llevé por vez primera a la sala de lectura a veinte de mis muchachos, me detuve un momento con la llave ya puesta en la cerradura de la puerta.

“Vamos a ver, muchachos; ¡aquí no estamos en un establecimiento de protección! Si queremos disfrutar de un verdadero placer, es necesario que podamos leer. De manera que – y en aquel instante bajé la voz hasta el punto de hablar muy bajito – antes de entrar, vamos a restregarnos los pies en el limpia barros y enseguida entraremos sobre la punta de los pies bien limpios. Quitaos la gorra, y antes de nada, vamos a lavarnos las manos. Después, cada uno de vosotros elegirá un libro y leeremos sin rechistar una sola palabra”.

¿Me querréis creer que mis veinte “demonios” entraron en la biblioteca como se entra en una iglesia? En toda la tarde no dijeron una sola palabra excepto el momento en que, al cabo de más de dos horas y cansados ya de mirar figuras, comenzaron a retirarse. Y ello se repitió todos los jueves… y los chicos eran tan amables y tan disciplinados que llegaban hasta a limpiar bien el lavabo, después de lavarse bien las manos. Les hubiera dado un beso…




¿Es que yo había hecho un milagro para convertir de negro en blanco hasta tal extremo, a mis dos docenas de pilluelos? No; les había calmado, les había hecho razonables, hablándoles sencillamente en voz muy baja, en lugar de gritarles como hacían mis jóvenes colaboradores.

Dime, mi querida amiga, ¿no te parece que muy frecuentemente gritamos con exceso?

¿Por qué lo hacemos así?

Sí, mujer; ¡de sobra lo has comprendido! Lo hacemos así, sencillamente, porque, una vez más, nos encontramos un poco nerviosas. ¡Ah! Estos malditos nervios, ¡qué daño nos hacen!

Los niños son en extremo inclinados a la imitación. Hablémosles más bajo, y harán por su parte menos ruido. Observación que nos da el secreto de una famosa receta:




RECETA DEL DIA

Cuando tengas que hacer una observación, pon mucho cuidado en hacerla en voz muy baja. Es necesario que aquel día los niños tengan casi hacer un esfuerzo para oírte.

Pero esta decisión que acabas de tomar, tienes que saber mantenerla en el porvenir. Aunque no lo parezca, es una receta de gran importancia para triunfar.
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MensajePublicado: Mie May 23, 2007 8:11 am    Asunto:
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24º. Día

DO, RE, MI, FA, SOL.

La joven señora Castillo está hecha una fiera. Tiene buenos motivos para ello. La “jefa” de sala del taller en que trabaja, es dura para las obreras. Las trata a la baqueta. Y en cuanto a su intolerancia… para no poderla aguantar. Por un sí o por un no, ordena rehacer el trabajo… ¡Bien entendido que en la casa se paga el destajo por la cantidad de piezas producidas! ¡Figuraos, pues!

Pero lo peor es la manera que tiene de hablar. ¡Es algo inaudito! Jamás una frase amable, ni “buenos días”ni “buenas tardes”. Y en cuanto a dar una sola vez las “gracias”… ¡es capaz de reventar antes!

.- Nos trata como a niños, exactamente como si fuéramos niños.





¡Qué pensativa me ha dejado, señora Castillo, su última reflexión!

Por lo visto, ¿piensa usted que tenemos derecho a tratar a los niños como su “jefa” trata a las obreras, sin decirles nunca una palabra amable?

¿Cómo van a aprender los pequeños a decir “¡muchas gracias!”, si los mayores no sabemos dárselas cuando nos hacen cualquier pequeño servicio?

¿Cómo van a aprender a decir “¡usted perdone!”, si no tenemos la menor idea de excusarnos cuando alguna vez les damos un pisotón?

¿Por qué una madre ha de sentir el menor temor a mostrarse educada en el trato con sus hijos? ¿Es que ello puede disminuir en lo más mínimo su autoridad? ¡Por Dios, si es todo lo contrario!

Pongámonos en el lugar del niño – siempre deberíamos ponernos en su lugar.

He aquí una orden, absolutamente la misma, dada por cinco madres diferentes, las señoras Do, Re, Mi, Fa y Sol, a unos pequeños alborotadores:

Señora Do: - ¡Oh, qué algarabía! ¿Queréis dejarnos en paz, siquiera cinco minutos?

Señora Re: - ¿Queréis callaros, si o no?

Señora Mi: - ¡No gritéis de esa manera!

Señora Fa: - ¡Vamos, queridos, ¿no podríais hacer un poco menos de ruido?

Señora Sol: - ¡Yo sé de unos niños que van a callarse un rato para que su hermanito se pueda dormir!

Y como para escuchar a estas madres que no hablan dando la misma nota – bien se puede expresar así – nos hemos convertido en niñas, preguntémonos a nosotras mismas, a cual de las cinco tendríamos más ganas de obedecer si fuéramos, en efecto niñas…




RECETA DEL DIA

En el día de hoy, te habrás de esforzar en hablar a tus pequeños de la manera que lo hace la señora Fa, o mejor todavía, como la señora Sol.

Porque estas dos señoras obtienen con este método tan alentadores resultados con sus niños, que no es posible que, aplicando el mismo método, dejéis vosotras de obtener el mismo resultado.
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25º. Día

COMIDAS ALEGRES Y COMIDAS TRISTES

¿Conoces la historia de las desventuras de Luisita? ¿No las conoces? Pues helas aquí.

A luisita le acaba de ocurrir una aventura de importancia. A su pequeño Juan Luis, le acaba de salir su primer diente a los ocho días – lo que para cualquier bebé es un raro acontecimiento; y para un bañero de celuloide, un verdadero prodigio.

Y sobre todo, no intentéis decirle a Luisita que este primer dientecillo de su hijito ha brotado en su fértil imaginación de niña, más bien que en las encías de Juan Luis. La causaría mucha pena… ¡y siente tanta alegría en su corazón de pequeña mamá!

Tanta alegría siente, en efecto, que arde en deseos de hacerla compartir a todo el que la rodea – exactamente como hizo la mamá cuando al pequeño hermano, Juanito, le salió el primer incisivo.

Pero aquí es donde empiezan las desventuras de Luisita. Escucha lo que le ha ido ocurriendo, hora por hora.

Son las 9, y está en el colegio, en el principio de la lección de aritmética. Luisita carraspea discretamente para llamar la atención de Guillermo, su vecina y amiga.

- ¿Sabes una cosa? A Juan Luis le…

Un golpe de regla aterrador, dado sobre la mesa de la Señorita, hace estremecerse a Luisita y hiela en sus labios la confidencia.

- ¿Qué es eso? ¡Luisita Ferrero! ¡Me parece que no es hora de estar charlando!

Profundamente decepcionada, pero obediente, la pequeña mamá se calla.

Han llegado las once y media, la hora de la clase de catecismo en la capilla del colegio.

Luisita está al lado de la hermana Celestina, una monja extraordinariamente amable que conoce a Juan Luis y se interesa mucho por él. Hasta le dio el otro día a Luisita durante la clase de costura, un ovillito de lana rosa y la empezó los primeros puntos para que le hiciera un par de zapatillas. Con seguridad que la hermana Celestina estará encantada de saber que a Juan Luis le ha salido el primer diente.

- ¡Hermana! – murmura Luisita en voz baja. - ¿No sabe usted que?...

La religiosa se lleva el dedo índice a los labios y la madrecita en vena de confidencias, comprende este mudo lenguaje. Le es preciso, pues, guardarse otra vez su secreto e intentar interesarse en las explicaciones del señor capellán que habla de la contrición.

Es la una y media, y estamos en la mesa, en casa de los Ferrero.

La sopa humea en los platos. Se halla reunida toda la familia y la mamá atiende a todo con afecto: “¡Vamos, Juanito, acaba la sopa, guapo! ¡Celestina, ponte derecha! ¡anda, Juan! (Juan es el papá) ¡Ponte otro poco de ensalada!... ¡Ah, esta ensalada me ha dado un pequeño disgusto! Estaba llena de pulgoncillos. Para prepararla hubiera sido necesaria una lupa… ¡los tenía a millones! Y mientras me entretenía en limpiarla, la manteca se me quemó… ¡Vamos, Juan, una hoja más de lechuga!... ¡Estoy furiosa! Este aceite debe ser de soja. Tengo que armarle una al tendero…”

Mamá no deja de hablar; Juanito que no la escucha, se pone a regañar con Cecilia, que tampoco escucha. El papá, al que estos detalles culinarios no le interesan en lo más mínimo, mira su reloj para que no pase la hora de las informaciones radiadas.

Luisita, por su parte, está esperando el momento en que la mamá se calle para dar al fin suelta su confidencia. Precisamente en aquel momento, la señora de Ferrero, que le está cortando la carne a Juanito, está callada. Y Luisita se lanza:

- ¿Sabes una cosa, mamá? A Juan Luis…

La mamá se le queda mirando, con el tenedor y el cuchillo en el aire:

- ¡Oye, Luisita! ¿Desde cuándo acá se les permite a los niños hablar en la mesa?

¡Pobre Luisita! Hunde la nariz en su plato, sin poder evitar que de su corazoncito surja una honda e inconsciente amargura contra aquellos que no han sabido escucharla. En adelante, la muchachita guardará para ella sus pequeños secretos de niña. Pero, ¡cuidado señora Ferrero! Mañana guardará igualmente sus grandes secretos de mujercita, sin excluir los que usted tendría necesidad de conocer para guiarla con amor maternal.




He aquí, querida amiga, la historia de las desventuras de Luisita. No te diré que la niña tuviera razón, cuando quería hacer sus confidencias durante la clase o la lección de catecismo. Evidentemente, había elegido mal su momento. Pero, puesto que la costumbre manda que un niño no pueda hablar ni en el colegio ni en la iglesia ¿cuándo va a hablar si tampoco puede hacerlo en la mesa?

Las comidas, al poner a todo en buena disposición si la mesa está bien provista, son unos de los momentos más favorables para crear aquella atmósfera de sana y sonriente alegría necesaria, tan necesaria para el éxito de tu misión educadora, como lo es un clima cálido para determinados cultivos.

Una comida durante la cual la madre cuenta sus pequeñas preocupaciones, es una comida fastidiosa.

Una comida durante la cual no se habla, es una comida triste.

Una comida durante la cual se disputa, es una comida que sienta mal.

Una comida, en cambio, en que los padres sepan:

1.º Interesarse por las pequeñas preocupaciones d sus hijos,

2.º Olvidar las preocupaciones propias;

3.º Interesar con habilidad a los pequeños en una conversación, y

4.º Finalmente, sonreír, reírse o bromear…

Una comida así es una comida buena, de estupenda calidad.

Y como hay dos comidas al día, y treinta días al mes, y doce meses al año, resulta aproximadamente un total de 5.400 horas, durante las cuales las madres – e igualmente los padres – pueden hacer algo que resulte mucho más útil todavía que el dar de comer a sus hijos. Pueden crear un ambiente familiar de alegre intimidad, sin el cual nos atrevemos a decir que la educación es imposible.




RECETA DEL DIA

A partir de hoy, te esforzarás durante las comidas:

1.º En contar lo menos posible tus preocupaciones caseras;

2.º De acuerdo con el padre, en hacer hablar a los hijos de las cosas que a ellos les interesan, aun cuando a ti no te interesen gran cosa.

3.º En hablar un poco – no demasiado – de cosas serias (la guerra, la falta de trabajo, tal o cual nueva ley) en forma muy sencilla; de manera que se consiga que los mayorcitos de tus hijos se interesen en algo más importante que su pequeña persona y sus pequeños asuntos.
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26º. Día

FELIPE Y COMPAÑÍA

¡Qué guapo muchacho es Felipe! Bien plantado y vivo… ¡Caracoles, si es vivo! No se está quieto ni un instante. ¡Lo cansadas que quedaríamos, tú y yo, sí tuviéramos que hacer la cuarta parte de las cosas que él hace, o recorrer la tercera parte del camino que él anda, sin salir del comedor! Y charlatán, ¡no digamos! ¿Quién pretende que la charlatanería es un defecto propio solamente de las niñas… o bueno, de las mujeres? Todas las jornadas se las pasa Felipe contando alguna cosa. Allí está mamá para escucharle; mamá que no tiene otra cosa que hacer… Tal es por lo menos la opinión de Felipe que está muy lejos de sospechar lo que el trabajo de una madre representa en sus delicadas misiones y en sus constantes cuidados.

Justamente, aquella tarde mamá debe estar libre - ¿cómo no lo va a estar si se ha sentado, lo que constituye un acontecimiento? Pero da la casualidad de que la silla en que se ha sentado está ante la máquina de coser. Sentada a ella, pedalea incansable. Tiene que terminar un vestidito para su pequeña Flora, y en cuanto lo termine, zurcir algunas camisas de papá. ¡Ah, qué prisa tiene! De ninguna manera podrá terminar su tarea, como alguien vaya a molestarla. ¡Pobre mamita!

Pero precisamente Felipe tiene que decir a la mamá una cosa de mucha importancia. ¿No conocéis su coche de carrera, su coche aerodinámico, que hace carreras de gran categoría través del comedor? Pues este coche acaba de aplastar a un perro. ¡A un perro, sí señor! ¡Qué ciegas son o qué distraídas están las personas mayores!

¿Pues qué? ¿No has comprendido que aquel pedacito de papel verde que rueda por el suelo y que Felipe a colocado expresamente para representar a la víctima, es un perro de pura raza? Como ves, el asunto es grave, por lo menos en el espíritu de Felipe; y la mamá, que vive en íntima relación con su pequeño y que procura buscar en él, su alma de niño, la mamá así lo ha comprendido perfectamente cuando Felipe la coge del brazo y la interrumpe en su urgente trabajo.

.- ¡Mamá!

.- ¿Qué quieres, guapo?

La madre se ha vuelto hacia el pequeño con una amable sonrisa. Una sonrisa tan acogedora y tan comprensiva que el pequeño hombrecito no ha sentido la menor vacilación en hacer su confidencia. El vestido de Flora será terminado con algún retraso, las camisas de papá no quedarán tal vez zurcidas aquella tarde; preciso es reconocer que mamá a perdido un rato en escuchar la historia del perro de papel verde y de su prematuro fin, es verdad. Pero a cambio de ello, ha ganado para siempre acaso, la confianza de su hijo; y más tarde, cuando sea un adolescente, cuando sea después un hombre en plena juventud y sienta que algo dentro de él no marcha, que algo se ha roto en su interior (y probablemente se tratará de un accidente mucho más grave que el del perro de papel) Felipe sabrá que puede coger a su madre del brazo, que puede llamar a la puerta de su corazón; y que su madre sabe escuchar, sonreír, comprender, en una palabra. Y bien podría ser que, gracias a ello, fueran evitadas grandes catástrofes en la vida de Felipe.




Esta sonrisa mi querida amiga, la he visto yo con mis propios ojos. ¡Y era tan bella la escena de aquella joven madre que se dejaba interrumpir en su trabajo, a veces harto fatigoso, por su pequeño Felipe, que he querido fijarla para ti, pensando que ella sola me ahorraría cualquier clase de comentario! ¿No te parece que he hecho bien?




RECETA DEL DIA

Anteriormente habíamos visto, querida amiga, que una madre debe saber hablar a sus hijos y que debe hacerlo sin apartar de sus labios la sonrisa. Pero hay otra receta para triunfar, que es la de saber escuchar, y de hacerlo igualmente con la sonrisa en los labios, aun cuando nos ocasione alguna molestia y aun cuando las confidencias de los pequeños no nos parezcan a nosotras de grande importancia. Es preciso saber interesarse en sus pequeñas desgracias, en sus pequeñas preocupaciones, en sus fantasías que a veces pueden ser la base de su vida. Porque es necesario hacerse cargo de que todo lo que a nosotras nos parece pequeño, es grande para ellos que lo ven en la escala de su pequeña estatura o de sus tiernos años.
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27º. Día

RECETA PARA UN DÍA DE DESALIENTO

.- que no deberá leerse más que aquel mismo día.



En el fondo del alma abrigo la confianza, querida amiga, de que tú podrás saltarte esta página, pensando con satisfacción que no ha sido escrita para ti – o por lo menos para el tipo de madre que tu has llegado ya a ser.

Pero acaso algún día recurras a ella si lo consideras necesario, y harás muy bien.

Y tal vez te encuentres en el número de las que prefieran leerla hoy mismo, si te sientes un poco tentada de desaliento.

Habías tenido gran confianza en que la lectura diaria de este librito te permitiría obtener resultados sorprendentes, rápidos y duraderos.

Pero he aquí que, después de algunos progresos que habían hecho nacer en ti una viva esperanza, las cosas van de nuevo bastante mal.

Te sientes otra vez nerviosa…

Estás cansada…

Los niños han estado odiosos, gruñones, peleadores….

¿Hay algo más aún?

Pues, sí, señor; porque el papá está a su vez impaciente, inquieto, de mal humor.

Con no poco esfuerzo, habías conseguido poner la sonrisa un poco más de moda en tu casa, y poco a poco parecía que en ella se iba viviendo mejor. No se había llegado todavía a la perfección, claro está. Pero como tú estabas atenta a los menores progresos, te dabas cuenta de las menudencias de que la cosa iba mejor, y sobre todo de que iría mejorando de día en día.

Y he aquí que, de repente, todo tu trabajo se viene a tierra – o a ti te lo parece -. Y sin dejar de trabajar, vas rumiando tu desazón y calculando la medida de tu desencanto.

¡De buena cosa me ha servido el perder cada día cinco minutos en la lectura de este librito, sacrificio por el cual el autor me prometía montes y montañas!...





¡Vamos, querida amiga, sé justa! Yo no te he prometido nunca que de un golpe de varita mágica – tuya o mía – tus hijos se fueran a convertir en unos santitos con la rapidez con que la Cenicienta se convirtió en princesa, según el cuento que encantó nuestra infancia. Y hasta te he dicho que la obra que juntas emprendíamos, tendría sus altos y sus bajos y que exigiría tiempo, mucho tiempo.

Dime, ¿no te fueron necesarios meses y meses de un trabajo oscuro e inconsciente, para dar forma en tu seno a tus hijos? Y aquel largo trabajo, ¿no fue con frecuencia doloroso?

Pues no de otra forma se produce la gestación espiritual – salvo el hecho de que la gestación de una pequeña alma es de mucha mayor duración que la de un cuerpo.

Y este esfuerzo largo, paciente y valeroso es el que hace de ti una madre en toda la plenitud de la palabra.

¿Que las cosas van hoy mal? No dejes de poner manos a la obra. Perfecciónala con valor. Y responde lealmente a algunas preguntas que serán la receta del día.




RECETA DEL DIA

- ¿He sido fiel a mi rato de lectura diaria?

Si has faltado y encuentras excusas para ello, ten en cuenta que las tales excusas tienen noventa y nueve probabilidades entre ciento de ser malas; puesto que al principio habíamos resuelto en absoluto que el exceso de trabajo nunca te impediría el tomarte cinco minutos de lectura y reflexión.

- De todas las recetas que he visto, ¿cuál es la que me ha perecido mejor?

(En caso de necesidad, dedica algún rato a volver atrás y echar una ojeada sobre el conjunto de las recetas).

- ¿Las he puesto en práctica con convicción? ¿Con perseverancia?
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28º. Día

UNA CARTA INESPERADA

Aquella madre no sabía ya cómo arreglárselas de ninguna manera – pero lo que se dice de ninguna manera.

Había ensayado el estar siempre regañando, y se había dado cuenta de que ni aún se le escuchaba.

Había hablado fuerte, y su hijo se había mostrado rebelde.

Había hablado poco y con dulzura… y había fracasado.

Y entonces se había apoderado de ella un tan grande desaliento, que estaba siempre con las lágrimas en los ojos – esas lágrimas que una madre debe en todo caso saber ocultar.

Un día, no pudiendo más, se deslizó por entre las sombrías bóvedas de la iglesia, y fue a postrarse como una pequeña sombra sacudida por sollozos, a los pies de la Virgen, único lugar en el que una madre tiene derecho a llorar con toda su alma.

Poco a poco se fue calmando. Todavía no había rezado ninguna oración pues no se acordaba bien de ellas; pero había desahogado toda su pena, había reconocido su impotencia. Y aquello era desde luego, una plegaría; al menos así lo entendió la Santa Virgen que, por ser madre, todo lo comprende.

Y cuado la madre de Mauricio se separó de la Madre de Jesús con los ojos ya secos y el corazón lleno de valor, una curiosa idea se había apoderado de su espíritu. Aquella misma tarde la puso en ejecución: mojó su pluma en la tinta y escribió a aquel hijo que no sabía escucharla. Le escribió una buena carta, ni muy larga ni muy corta, justamente lo que era preciso – la cerró, la puso el sello y la dejó en un cajoncito del armario. Mañana, al ir a la compra la pondría en el correo y pasado mañana la llevaría el cartero.

Bien entendido que la astuta madre se las arregló para no estar en casa cuando llegara la carta.

Cuando el cartero llamó a la puerta, Mauricio gruñó. Me parece que hasta llegó a decir: “¡Caray!, ¿quién será el pelma?” porque estaba muy abstraído leyendo una novela policíaca y le fastidiaba tener que suspender la lectura para abrir.

A pesar de ello, en el momento en que, por curiosidad echó una ojeada a la dirección escrita en el sobre se puso rojo de placer. ¡Una carta para él, que bien podía decir que jamás las recibía! ¿Quién podía escribirle? Aun cuando la escritura se parecía mucho a la de su madre, ni por un momento se le ocurrió la idea de que pudiera ser de ella.

Después de haberla leído, se guardó la misiva en el fondo del bolsillo, cogió una gorra y se marchó de casa. Por nada del mundo hubiera querido estar en ella cuando la madre entrara, y en todo el día no apareció por allí, salvo un ratito a la hora de la comida.

Jamás se habló una palabra de la carta entre la buena madrecita y el mendrugo de su hijo. Pero desde aquel día, Mauricio ha cambiado mucho. Pronto volveremos a hablar de él, ¿no te agradará?




¡Qué extraña idea se le ocurrió a aquella madrecita, al principio tan desalentada! ¿Qué te parece de ella?

Yo, por mi parte, encuentro excelente esta receta – que, por supuesto, te guardarás muy bien de emplear hoy mismo, ni quién sabe en cuánto tiempo.

Y lo que la hace excelente, es precisamente que se trata de una idea nueva, original e inesperada.

La madre de Mauricio, incapaz de triunfar por medio de la palabra con aquel muchacho tan difícil, recurrió, por excepción a otro medio: le escribió. Y Mauricio, que de ordinario ni tiene ganas de escuchar ni escucha, Mauricio leyó la carta hasta el final y – te lo diré muy bajito al oído para que nadie se entere – la volvió a leer varias veces durante la jornada, sin testigos.

Y es que Mauricio, como todos los adolescentes, se avergüenza mucho de sus sentimientos, pero es un tantito orgulloso. No tiene inconveniente en reconocer todos sus defectos; pero a condición de ser él mismo el que lo haga, de que todo ello ocurra dentro de la máxima discreción, y sobre todo, de que se hable lo menos posible del asunto. ¿No te parece que tal es el caso de no pocos jovenzuelos, sobre todo de aquellos que tienen una personalidad bien definida y que son por naturaleza orgullosos? Por esto fue por lo que Mauricio leyó la carta de su madre, porque el medio era discreto.

La madre, sin embargo, no le ha vuelto a escribir desde entonces – por lo menos, cuando viven juntos. Con gran inteligencia ha comprendido que esta receta no es buena más que a condición de no ser empleada más que en un caso excepcional.

Tú también, querida amiga, guardarás este recurso para casos excepcionales. Es preciso no utilizar las cosas buenas, cuando no ha llegado el momento de hacerlo.

Pero la historia de la madre desalentada, te enseñará el secreto de una gran receta. ¿Acaso – y cordialmente te lo desearía – la has utilizado ya?




RECETA DEL DIA

Uno de los mejores medios que tiene una madre para triunfar en la educación de sus hijos, es el recurrir a aquella otra Madre que tuvo por Hijo a aquel cuya infancia entre sus padres pudo ser resumida con estas palabras: “Crecía en edad y en sabiduría y estaba sometido a sus padres”.

Hoy mismo, mientras estés limpiando la casa o fregando la vajilla, charla un rato con la Santa Virgen en lo secreto de tu corazón. Háblala, querida amiga, de tus pequeños. Y Ella será la que te inspire – como inspiró a la madre de Mauricio – la receta que mayores probabilidades tenga de permitirte triunfar con alguno de tus hijos particularmente difícil de transformar.
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MensajePublicado: Mie May 23, 2007 8:21 am    Asunto:
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29º. Día

DOS VELITAS

Estoy segura, mi querida amiga, de que darías algo bueno por saber lo que la madre de Mauricio, cuya historia que contamos ayer, pudo escribirle aquel día famoso de que ya tenemos noticia. ¡Pues mira! Como estamos entre madres y no ha de haber indiscreciones, vamos a ir leyendo por encima de sus palabras lo que ella escribe:

“Mi querido pequeño:

“Debería decirte mi querido grande, puesto que – desde hace algún tiempo lo vengo viendo – eres bien capaz de razonar y de comportarte como un hombre.

“Desde hace algún tiempo, vengo sintiendo una gran pena, porque hay algo que no marcha entre mi pequeño Mauricio y su madre. Pero, puesto que estás ya en la edad de comprender, te escribo para que pongamos las cosas en orden entre nosotros. Y he aquí lo que tengo que decirte:

“1.º Me doy cuenta de que soportas mal mis observaciones y de que, aun cuando sientes por mí una gran ternura, siempre tienes el capricho de hacer exactamente lo contrario de lo que yo te pido. ¿Es verdad, o no?

“2.º Por espíritu de contradicción – y con tal de no obedecer – haces un montón de cosas que, en el fondo de tu corazón tú mismo desapruebas.

“3.º Yo estoy segura de que tú quieres hacer de tu vida una cosa que valga la pena; de que quieres ser “alguien”; lo cual no será posible si no te vas acostumbrando poco a poco a hacer cosas difíciles sin perder la alegría ni la serenidad.

“Debe de haber algún medio de que nos entendamos. He aquí lo que te propongo.

“Durante algún tiempo, voy a procurar no decirte nada, cuando observe que algo no va bien. Pongo en ti mi confianza, para que te des cuenta de ello y reacciones inmediatamente.

“Sin embargo y con objeto de ayudarte un poco, te propongo utilizar entre nosotros una pequeña señal convencional, cuyo significado nadie ha de saber más que tú y yo. Casualmente, me he encontrado uno de estos días con las velitas que adornaban la tarta de tu último cumpleaños. He cogido dos, una blanca y otra verde.

“Todos los días pondré una de ellas en el pequeño candelero que tenemos en la chimenea delante de la imagen de la Virgen. Con una discreta ojeada te bastará para saber cuál es, en mi opinión, el color de tu jornada. La velita blanca indicará las jornadas buenas y la verde te dirá que espero algo mejor para el día siguiente.

“Y si algún día no hubiera vela ninguna, deberás comprender que las cosas no marchan, y con valor buscarás el porqué.

“He aquí todo lo que quería decirte.

“Tu madrecita, que tanto quiere a su hijo, y tanta confianza tiene en él”.




Bueno, mi querida amiga. Acaso te parezca inverosímil; pero lo cierto es que, durante meses enteros, Mauricio ha temido de tal manera el ver el candelero sin velita, que se ha impuesto a sí mismo una disciplina de hierro

No voy a decir que el procedimiento hubiera tenido éxito con cualquier niño, ni puesto en práctica por cualquier madre. No es aplicable más que por una madre que sea ya dueña de sus nervios y que esté dotada de una gran voluntad de triunfar.

Pero las ventajas de este sistema son inmensas, pues habitúa al niño a observarse a si mismo, en lugar de tener que aguantar observación sobre observación de la que, por lo demás, no hace el menor caso. ¿Te sientes capaz de hacer la prueba? No escribiendo a tus hijos para proponerles la utilización de velitas – o de cualquier otro objeto simbólico; - basta que lo propongas una tarde, durante una conversación grata e íntima.

Si no te sientes todavía lo suficientemente dueña de ti misma, no te desalientes. El dominio de sí mismo, no se consigue en un día. Y puesto que has conseguido y algún progreso, no hay razón alguna para que no llegues a ser una madre tranquila, equilibrada, reflexiva, como lo has decidido ser desde el momento en que has comprendido lo necesario que ello es para obtener pleno éxito con tus hijos.





RECETA DEL DIA

Si todavía no puedes intentar una gran experiencia, comienza desde hoy a ensayar una pequeña. Por ejemplo, cuando llegue la hora de que tus pequeños se pongan a estudiar – hora la más favorable acaso para las observaciones – anúnciales con una agradable sonrisa:

“Hoy voy a fiarme de vosotros. En toda la tarde no os diré una sola palabra. Que cada uno de vosotros se vigile a sí mismo”.

Bien entendido que, una vez que lo hayas anunciado, te guardarás muy bien de decir nada, aun en el caso de que no hicieran bien los deberes ni se aprendieran las lecciones. ¿Cómo van a aprender los niños a no echarnos de menos durante un día – lo cual es nuestro verdadero objetivo – si no les damos poco a poco la ocasión de obrar, sin estar sometidos a nuestra vigilancia?
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30º. Día

HISTORIA DEL PEQUEÑO REFAEL, DE SU PADRE Y DE SU GORRA

Rafael acaba de entrar en casa. Ha cerrado de un portazo, sin la menor consideración para los oídos de la familia. Ha dicho “buenas tardes” a todo escape, con su poquitín de chulería y sin la más pequeña efusión de ternura y, sin perder minuto, se ha lanzado a su merienda.

Papá le observa con el rabillo del ojo. ¡Caray con el pequeño! ¡Qué cabeza de chorlito, la cabeza cobijada por la gorra marrón de Rafael! Veinte veces, cien veces le ha dicho que …

Pero, ¿qué es lo que papá le ha dicho tantas veces? Pon un poco de atención y lo adivinarás antes que el mismo interesado.

.- ¡Rafael, Rafaelillo! – le dice su padre sin sulfurarse en lo más mínimo -. Detrás de la puerta te has dejado olvidada una cosa.

Con paso indolente, el pequeño vuelve hasta el vestíbulo. Busca en la penumbra. No, allí no hay nada, más que el perchero. Con idéntico aire de indolencia, regresa al comedor.

.- ¿Qué? ¿No has encontrado nada?

.- No, papá; allí no hay nada.

.- Te digo que sí. Te aseguro que has dejado olvidada una cosa.

Rafael comienza a sentirse intrigado por el aire misterioso de papá. ¿De que se puede tratar? ¿le habrán traído algún regalo para él? Encenderemos la luz del vestíbulo y miraremos mejor. ¡Bueno! En el vestíbulo no hay decididamente otra cosa que el perchero.

Y Rafael regresa afirmando con toda seguridad:

.- ¿Qué te apuestas a que sí?

¡Oh!, si papá se atreve a hacer una apuesta es que se trata de una cosa seria. Además, aquel pequeño juego de la puerta comienza a ser entretenido como un acertijo. Rafael está intrigado. Quiere encontrar lo que sea, y lo encontrará.

Esta vez abre la puerta y se fija con atención en los escalones de acceso, le da la vuelta al limpiabarros, desocupa el perchero y abre los paraguas de las hermanas. Nada, absolutamente nada.

Héle aquí que regresa a pedir informes, haciendo preguntas como se hacen en el juego:

“¿Es un objeto? ¿Es negro? ¿Es blanco? ¿Es largo? ¿Está en el suelo?... ¿o en el aire?...”

Al final papá le da una indicación. Lo que Rafael ha olvidado a la puerta, al entrar, está precisamente a la altura de su cabeza.

Maquinalmente, el niño se lleva la mano a los cabellos, sospechando que lo que está buscando en vano desde hace un cuarto de hora, se encuentra acaso encima de él mismo.

Y su mano se encuentra con su gorra, aquella gorra de la cual papá dice que la tiene atornillada al cráneo, porque jamás piensa en quitársela.

Rafael ha comprendido.

Pero no simplemente para el día de hoy. La divertida escena imaginada por papá, ha impresionado al muchacho. Toda aquella historia de busca y de adivinanza, le ha intrigado. Mañana, cuando traspase la puerta, pensará forzosamente en lo que allí no puede “olvidar”. Y a los pocos días, habiendo adquirido la costumbre, llegará a ser maquinal el acto de cortesía que se impone a un chico bien educado. Rafael se quitará espontáneamente la gorra.




Estoy viendo que lo primero que me dirás, querida amiga, es: ¡He aquí un padre que tiene mucho tiempo que perder! Pro, reflexionando un poco, convendrás conmigo en que, en realidad, ha ganado tiempo. Lo que aquella tarde importaba, no era que Rafael se quitara la gorra porque se le dijera, como todos los días, que lo hiciera; sino que aprendiera a hacerlo en adelante por su propia cuanta, sin que nadie se lo recordara.

¡He aquí un padre – me dirás también – que parece interesarse con eficacia en la educación de su pequeño! No todos los padres hacen otro tanto. ¡Cuantos padres dejan que la mujer se las entienda mejor o peor con los niños, contentándose con intervenir cuando las cosas marchan muy mal o el exceso de gritos les molesta!

Yo no sé, mi querida amiga, si tu niño o tus niños tienen todavía la fortuna de tener padre… Después de una guerra, tal pregunta nunca puede hacerse sin angustia. Pero si lo tienen, ¡cuánto aumentaría tal felicidad tus posibilidades de éxito, interesando a tu marido en nuestras pequeñas y grandes recetas, e inclinándole poco a poco – sin apariencia de hacerlo – a que las utilice como tú!

Es muy sencillo, y se doblarían tus probabilidades de éxito… ¿Qué digo se doblarían?... se harían por lo menos diez veces más grandes, porque nada hay más indispensable para el éxito en materia de educación, que el buen acuerdo de los educadores del niño sobre la forma de tratarle.




RECETA DEL DIA

Busca desde hoy – o lo más pronto que puedas – la ocasión de hablar de tus hijos algunos minutos a solas con tu marido. Explícale lo que haces para tener éxito. Pero guárdate bien de aconsejarle que haga otro tanto. A los hombres, en general no les agrada mucho que les aconsejen. Pídele su opinión, lo que será más hábil:

“Mira lo que estoy procurando hacer desde hace algún tiempo. ¿Te parece que los niños han hecho algunos progresos? ¿Quieres fijarte en ellos un poco más durante unos días y darme tu opinión? Porque fácilmente comprenderás que tengo necesidad de que alguien me anime en la tarea que por mi cuenta he emprendido y que en ocasiones resulta un tanto dificililla”.

Yo te prometo, querida amiga, que el querido papá abrirá el ojo, aunque no lo parezca. Y te apuesto cualquier cosa a que, al observarte a ti y a tus pequeños, se observará, aun inconscientemente, a sí mismo. Porque, después de todo, tal vez tenga como nosotras – y dicho sea sin ánimo de crítica – algún progreso que hacer en la manera a tratar a los niños.
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