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Ayuda práctica para las mamás, del libro: madres con sonrisa
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*Primavera
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MensajePublicado: Mie May 23, 2007 8:27 am    Asunto:
Tema: Ayuda práctica para las mamás, del libro: madres con sonrisa
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31º. Día

DRAMA EN CASA DE LOS MANSO

Jornada trágica. La señora de Manso está completamente desalentada. Veinte veces ha estado a punto de faltar a su resolución y renunciar a un método en el que ya no cree. ¡Ah! Resulta muy cómodo aconsejar a los demás que dominen sus nervios y se traguen cuantas observaciones se les vienen a la punta de la lengua. Todavía, ¡si diera algún resultado!

¡Caramba! La paciencia de la señora de Manso no es otra cosa que debilidad. ¿Cómo va a aplicar un método de dulzura con los temperamentos de que se halla rodeada? La jornada no ha sido más que un interminable tejido de querellas. Los varoncitos no han sabido hacer cosa mejor que jugarle unas cuantas trastadas a Lidia, la cual, que por cierto tiene un carácter de perro, reaccionaba a cada trastada, sacando las uñas y con los cabellos alborotados dispuesta a largar un mordisco. Pero como es la más débil, no ha tenido valor para atacar a fondo, y se ha vengado de otra manera que encierra mucha mayor malicia. Ha escondido, bien escondiditos, los libros de sus hermanos, poniéndoles en la imposibilidad de estudiar sus lecciones para el día siguiente; de manera que aquella noche han tenido que quedarse a velar para aprenderse la lección, una vez que han conseguido encontrar sus cartapacios. Y estaban en un estado tal de cólera, que el aire de la casa se hacía irrespirable.

Por suerte no estaba allí papá, y no ha podido ser testigo del pequeño drama familiar que ha echado a perder la jornada de todos.

A fuerza de resolución, la señora de Manso se ha mantenido firme. No ha intervenido ni una sola vez en la pelea entre Lidia y sus hermanos y ha esperado tranquilamente la hora de acostarse en el momento acostumbrado. Resolución rápida, rapidísima, pero lamentable.

Al señor Manso no le gusta mezclarse en los dramas familiares. Su mujer resulta mucho más débil que él para disiparlos. Pero, por una vez…

Héle aquí, al lado de la camita de la niña, la cual tiene sus brazos para estrechar contra su rostro la cabeza querida de papá.

.- ¿Por qué no viene mamá a darme un beso?

Pero papá se resiste:

.- Mamá te envía decir por mi conducto que esta noche no vendrá. He podido darme cuenta que estaba muy apenada. ¿Qué es lo que ha ocurrido? Ella no ha querido decírmelo.

Lidia se incorpora en el lecho, presta de nuevo a la lucha. Pero se encuentra con una calma tan grande en la actitud de papá y con una expresión de tan viva energía en aquel rostro varonil, que comprende que no podrá convencerle de nada.

.- He reñido con los gemelos, y he sido yo – reconoce con voz apagada – la que no ha querido besarles esta noche.

Papá no ha dicho una palabra. Pero sus ojos se han llenado de tristeza, e inmediatamente se ha marchado, sin besar él tampoco a su hijita.

Dos horas más tarde, ha tenido que volver a su lado, porque su Lidia no se dormía, y con un poco de atención se podían oír sus gemidos ahogados bajo las mantas. Pero mamá se ha mantenido firme y no ha ido. Y hoy, aunque Lidia no haya pedido perdón a sus hermanos por la maliciosa jugarreta que les había hecho, ha estado, en cambio, tan paciente con ellos y les ha prestado con tanta amabilidad los pequeños servicios de siempre sin hacer el menor alarde de ello, que aquella noche recibirá, con la bendición de mamá, aquel segundo beso, sin el cual no es capaz de dormirse una hija amante.




¿Qué piensa usted, mi querida amiga, de la señora de Manso? Lo que me agrada, y lo que a ti te agradará sin duda de ella, es que, en lugar de tomar sobre sí toda la carga y todas las responsabilidades de aquel pequeño asunto, ha tenido la habilidad de mezclar en él a su marido. ¿No es, al fin y al cabo, responsable, lo mismo que ella, de a educación de sus pequeños?

Fíjate en una cosa. Aquel pequeño drama, tan semejante a muchos que de cuanto en cuanto se plantean en gran número de familias, se resolvió sin gritos y sin otro drama suplementario. Con calma perfecta, pero llena de energía, la madre supo hacer ceder a su hija.




RECETA DEL DIA

Si no tienes la costumbre de ir a dar a tus hijos el último beso de la noche, tan pronto como se meten en su camita, hazlo desde hoy, mi querida amiga. Esta costumbre llegará a ser tan necesaria, que te proporcionará un gran medio de influencia sobre ellos en el porvenir, suprimiendo alguna vez, no con demasiada frecuencia, el beso de la noche, sin decirles una palabra. Este hecho tan sencillo, tendrá más valor que todos los sermones del mundo.
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MensajePublicado: Mie May 23, 2007 8:29 am    Asunto:
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32º. Día

MIS VEINTICUATRO HIJAS

El tren acaba de entrar en la estación. Mis “hijas” asomadas a las ventanillas, hacen grandes aspavientos y gritan a todo pulmón: “¡Papá!... ¡Abuelita!... ¡Juanito!... ¡Por aquí!... ¡Coged las maletas!”

Los papás, más prácticos, tienden sus brazos a las maletas, mientras que las mamás, menos dueñas de sus emociones, tienden a su vez los brazos a sus hijas.

Se acabó; he dejado de ser una “madre”. Las veinticuatro hijas, pequeñas y mayorcitas, de mi colonia de vacaciones, han vuelto a encontrar a su madre. Esta noche ya no seré yo la que se acerque a su camita para embozarlas bien, darles un beso, animarlas y bendecirlas.

Pero ante la alegría de las verdaderas madres que palpan los brazos más redonditos y se entusiasman ante las mejillas más sonrosadas de sus hijas, olvido una cierta angustia que me aprieta el corazón.

¡Ah, queridas madres!, los próximos días os reservan muchas más sorpresas que un aumento de peso o un mejor aspecto. Vais a ver cuánto han cambiado mis “hijas” – perdón, vuestras hijas. Carmelita que ni en broma probaba el cacao con leche, pide ahora una segunda taza; Juanita devora con verdadero deleite el arroz que antes detestaba; Micaela casi nunca pone morritos…, Petra… Pero me falta espacio para contaros todo… ¡Os digo que una verdadera transformación!

Y ello es tan evidente y tan sorprendente que, desde el día de nuestro regreso, las madres hacen cola a la puerta de mi despacho.

“Yo no la conozco y su padre no vuelve de su asombro! ¿Cómo se las han arreglado ustedes, sus señoritas y usted, para conseguir en tan pocos días un cambio tan grande? ¡Y con veinticuatro, nada menos! Yo, que no tengo más que a mi Juanita, me vuelvo loca todo el día tras ella, sin conseguir el menor resultado.




¡Pobre señora Cienfuegos! ¿Qué no daría ella para conocer mi secreto? Y tú también darías algo bueno, ¿no es verdad, querida amiga?

¡Pues mira! Antes de seguir adelante, lee lo que me dijo la madre de Juanita.

… … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … … …

Te pongo entre comillas las palabras que más claramente me explican su fracaso. ¿No las habrías subrayado tú también?

He aquí, y ello está bien claro, que esta madre”se vuelve loca todo el día tras de su hija”, como ella misma lo reconoce:

“¡Juanita, ponte derecha!”
“¡Juanita, no arrastres los pies!”
“¡Juanita, date prisa!”

Estas observaciones son tan frecuentes y tan continuas, que Juanita no les presta ya más atención que el molinero al ruido de su molino. Se deslizan sobre ella, como el agua sobre una lisa superficie de cristal. Porque nuestra Juanita, a la que conozco muy bien, es de naturaleza muy calmosa, tal vez un poco excesivamente calmosa.

Y si fuera de otro temperamento, ¿qué sucedería? ¡Pues bien sencillo! Que las continuas exhortaciones de la madre la irritarían hasta sacarla de quicio, y las cosas no marcharían mejor.

Se dice que el molinero no oye su molino más que cuando se para; lo cual será un tanto exagerado, pero resulta una gran verdad.

Precisamente para que mis “hijas” pudieran al fin escuchar las observaciones de que tuvieran necesidad, fue por lo que, de pleno acuerdo con mis colaboradoras, decidimos todas andar lo menos posible tras de ellas durante la colonia.

Y hasta llevamos el experimento más lejos, ya que tomamos la resolución de no hacer nunca una observación (salvo en caso de peligro, como algún camino arriesgado, la proximidad de alguna poza, o cosa semejante) aun cuando en algún momento observáramos que las cosas no iban bien. Pero entonces – me dirás – había usted abdicado de su autoridad y las chicas no hacían más que lo se les antojaba.

¡Que te crees tú eso!... Pero eso es ya otro cuento. No seas demasiado curiosa, que ya te contaré mañana. Entre tanto, vas a hacer un acto de voluntad, a ver lo que de él resulta. Pero nos vamos a contentar con que te hagas una pregunta:

El 99 por 100 de las madres hacen a sus hijos demasiadas observaciones para que tengan resultado. Una sola, bien hecha y en el momento oportuno, haría infinitamente más efecto que cincuenta, mal planteadas.

¿Eres tú una de esas 99 madres? ¿O serás, por ventura, la centésima?... Pregúntatelo, y responde con toda lealtad…

Y si te encuentras entre las 99, adopta a todo escape la receta del día.




RECETA DEL DIA

Decide hoy:

1.º Si eres lo suficientemente valiente, te vas a pasar un día entero sin hacer una sola observación a ninguno de tus hijos.

Lo cual no ha de impedir el que procures hacerles comprender por otro medio y en alguna ocasión, lo que tengas que decirles. En lugar, por ejemplo, de decir: “¡Vamos, date prisa!” dirás sencillamente: “¡Mira, es ya la una menos diez!” O, lo que será mejor todavía te darás prisa tú misma.

2.º Si temes que te falte el valor – porque, ¿sabes? Es precisa una gran dosis de paciencia y de calma para tragarse un chillido que se escapa, concédete el derecho de dar, como máximo, un par de chillidos o tres a cada uno de tus hijos. Pero como no debes sobrepasar la cifra que te has concedido, sé prudente, y reserva tus gritos para algo que valga la pena.

Pero yo te conozco bien, querida amiga. Tú tienes un gran deseo de intentar el primer experimento, el más audaz. La fidelidad con que consagras cada día cinco minutos a tu pequeña lectura desde que venimos ensayando juntas nuestras pequeñas recetas, me prueba que te hallas ya entre las madres que siguen el buen camino. Y estoy segura de que, si no ha ocurrido ya, muy pronto conseguirás resultados muy estimables.
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MensajePublicado: Mie May 23, 2007 8:31 am    Asunto:
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33º. Día

GUIJARROS SURTIDOS

Te prometí la continuación, y yo soy persona que cumple su palabra. Hela aquí.

Volvamos a la colonia de vacaciones con sus veinticuatro “hijas” y sus tres madres provisionales.

Bueno, pues durante un mes bien completo, ninguna de nosotras había hecho la menor observación aun cuando hubiera ocasión de ello - ¡y bien sabe Dios que las ocasiones se presentaban con frecuencia!

¡Bien entendido que en caso de peligro – por ejemplo si una niña quería prolongar demasiado su baño –interveníamos inmediatamente; pero siempre con tan buen humor, que no tenía el menor aspecto de una observación.

Pero, aun cuando no decíamos una palabra, no por eso dejábamos de pensar en las cosas que ocurrían, y las anotábamos con mucho cuidado en nuestra memoria… para la noche.

Porque por la noche, era la hora del “guijarro”

“¿El guijarro?” ¿Y que podían tener que ver los guijarros con aquel asunto?… Pues sí Señor, tenían que ver, y mucho.

Después de la cena, a la caída de la tarde, que es la hora más favorable para juzgar las cosas con calma y aceptar la verdad sin discusiones – nuestras veinticuatro hijas y sus mamás “artificiales” (como maliciosamente nos llamaba Lola), nos sentábamos en círculo en una paradera. Y la cosa comenzaba por un cuento en muchos episodios, que se llamaba, me parece, “El escarabajo rojo”.

A continuación venía la crítica de la jornada. Pero lo que tenía de original, era que no la hacíamos nosotras, las profesoras. Con mucha habilidad, hacíamos que las mismas niñas fueran diciendo que cosas eran las que no habían marchado debidamente dentro de nuestra pequeña comunidad: servicios domésticos mal organizados, objetos dejados fuera de su sitio, mal humor en determinadas circunstancias, faltas de caridad… ¿Qué se yo?...

Una vez terminado este pequeño examen de conciencia colectivo, se pasaba a la elección de los guijarros. ¡Era una cosa sencillísima!

En una caja habíamos seleccionado guijarros blancos, grises y negros, recogidos a la orilla del río. Los guijarros blancos estaban destinados a marcar las jornadas muy buenas, aquellas en que la niña había quedado verdaderamente satisfecha de sí misma; los grises representaban los días menos buenos, y los negros los días francamente malos.

Y cada niña, después de elegir el guijarro que mejor correspondía al color de su jornada, lo depositaba en un pequeño cestito de cobre.

¡Qué alegría cuando dominaban los guijarros blancos y que sensación de malestar cuando eran los guijarros negros los que llevaban la batuta!

De esta manera, y para poder elegir por la noche un guijarro de buen color, un buen número de muchachas se mantenía en regla todo el día, observándose a sí mismas; es decir, haciéndose personalmente un montón de observaciones.

Diferenciándonos por completo de la madre de Juanita, no estábamos de continuo tras de nuestras hijas; bien al contrario, no estábamos nunca. Y tal era tal vez por esto – y no tan sólo por el guijarro -, por lo que ellas se vigilaban a sí mismas.




He aquí, mi querida amiga, un sistema original y que nada tiene de complicado. ¿Quién no puede durante un paseo, proveerse de unos cuantos guijarros de colores diferentes?

Y ahora, saca tú misma las consecuencias.




RECETA DEL DÍA

Esta noche, a la hora de acostarte, es decir, a la hora más favorable – o bien cuando vayas a besar a tus pequeños en sus camitas – aprovecha unos momentos para hablar con ellos. ¿Qué les tienes que decir?

Busca un elogio que hacer a cada uno, aun cuando, a la verdad, no hayan hecho en todo el día más que tonterías. Busca bien; algún punto tiene que haber, en el cual puedas apoyarte para felicitarles y animarles.

Luego que con esto les hayas inspirado confianza en ti, y situado en buena disposición para que te escuchen, anunciarles tu propósito de depositar tu confianza en ellos durante algún tiempo.

“Ahora sois ya mayorcitos (cualquiera que sea su edad) y perfectamente capaces de vigilaros vosotros solitos. ¡Bueno!, pues se me ha ocurrido no haceros mañana ninguna observación durante el día entero.

“Mañana por la noche, a esta misma hora, os diré los esfuerzos que en vosotros haya observado, y también las cosillas que tal vez no habrán marchado del todo bien. Vosotros me diréis si estáis conformes. ¡Buenas noches, preciosos!”

En aquel momento, harías muy bien en proponer a tus niños que antes de dormirse rezaran contigo una oracioncita - ¡oh! Una oración muy cortita. Por ejemplo, un hermoso “Padre Nuestro”, sin dejar de hacerles notar que la oración termina con una petición muy útil para su caso: “Y no nos dejes caer en la tentación”.
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MensajePublicado: Mie May 23, 2007 8:33 am    Asunto:
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34º. Día

UNA MADRE QUE SABE ARREGLARSELAS

Hay madres que han levantado los brazos al cielo y han protestado a grandes voces, cuando se les ha pedido que se tomaran cinco minutos al día, de preferencia por las mañanas, para dedicarse a esta pequeña lectura diaria. El prever lo que su difícil misión de madre habrá de exigirles durante el día, y elegir una pequeña receta sencillísima para obtener mayores probabilidades de triunfar, les ha parecido de mucha menor urgencia que hacer la limpieza de la casa, marchar a la compra y fregar los platos.

Pero al lado de éstas, hay también madres que saben “arreglárselas”. Son las madres que encuentran la forma de disponer de otros cinco minutos por la noche, no para pasárselos leyendo su libro, sino para emplearlos en ponerse completamente solas frente a sus propios pensamientos, sentadas durante algunos momentos con los ojos cerrados, y dejando a un lado su trabajo.




¡Dios mío, que reposante y bienhechor es este pequeño alto después de una dura jornada de trabajo! ¿En que están pensando? Pues, sencillamente en el día que acaba de pasar. Y hacen gran número de preguntas:

.- ¿He estado tan tranquila como había resuelto?
.- ¿He estado sonriente?...
.- ¿He sabido, no ya disimular las dificultades – porque es conveniente que los niños se den cuenta de que las hay – pero sí acogerlas con serenidad?...
.- ¿He sabido hacer menos observaciones?...
.- ¿He conseguido contenerme un poco antes de hacerlas?...
.- ¿Las he hecho con habilidad?...
.- ¿Y los niños han estado – no menos vivaces (porque es conveniente que los niños se muevan) – pero sí menos nerviosos y más sonrientes?...
.- ¿Hay más alegría en la casa?...
.- Y hasta tal vez, ¿hay mayor felicidad?...

Así hacen las madres que saben hablar consigo mismas en la calma de la noche que se viene encima. Y cuando, por imposibilidad absoluta, no han encontrado medio de entregarse a esos cinco minutos de conversación consigo mismas, las tales madres sagaces no dejarán de esforzarse por repasar dentro de su espíritu la jornada que termina, sin dejar por ello de ocuparse de sus cacerolas o de sus zurcidos.

¿Con qué guijarro podré marcar la jornada?, se preguntan. ¿Blanco, gris, o negro?

Cualquiera que sea la respuesta, no te desanimes. Estamos consagradas a una gran empresa, y obtendremos el triunfo. Con indomable valentía, hemos de estar resueltas a que mañana las cosas vayan mejor.




RECETA DEL DIA

Procura, mi querida amiga, encontrar todas las noches algunos momentos para hacer este pequeño examen de conciencia acerca de tu jornada; y sobre todo, no levantes los brazos al cielo, diciendo que exagero. Vamos, y dicho sea en confianza; ¿no hay un buen número de madres que, sin dejar de ser activas y decididas, pierden muy buenos ratos en leer un folletín del periódico, o en dar media vuelta al botoncito de la radio y hasta en charlotear un ratito en el descansillo de la escalera con una vecina?... ¡No, no!, ¡no se trata de una censura, pues bien comprendo que también las mamás tienen el derecho a expansionarse un poquitillo! Pero, puesto que saben encontrar unos minutos para esto o para aquello, ¿Por qué no han encontrado igualmente para este esfuerzo de inspeccionar su jornada, que tan provechoso ha de ser para la educación de sus pequeños?
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MensajePublicado: Mie May 23, 2007 8:34 am    Asunto:
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35º. Día

HISTORIA DE UNA MANCHA DE TINTA QUE SE CONVIERTE EN MARIPOSA

Esta historia me fue contada por la hermana Margarita, que ha educado a varias generaciones de niñas y que es una gran educadora.

La cosa ocurre en su propia clase. Las niñas se aplican en silencio a desarrollar un “deber” – y más atenta que ninguna está la pequeña María, que aquella mañana estrena un cuaderno nuevo.

De repente, la niña estalla en sollozos. En la bonita cubierta azul, fresca e impecable, la pequeña María acaba de dejar caer una hermosa gota de tinta.

.- Tráeme pronto tu cuaderno, pequeña. Yo te lo arreglaré.

¡Sí, sí!... La tinta ha corrido como corre una lágrima, y la mancha se ha hecho mucho mayor. Ahora, en su lugar de ser una circunferencia, tiene todo el aspecto de un gusano que se retuerce. Ni pensar en que desaparezca a fuerza de frotar con la goma de borrar, o raspando la cartulina; antes se haría un agujero. Por lo demás, ¿no será mejor esperar a que se seque?

Sor Margarita siente también por su parte bastante malhumor porque el bonito cuaderno haya quedado un tanto guarro. La pequeña María ha andado, ciertamente un poco torpe. A pesar de todo, la religiosa no se enfada: “Déjame aquí tu cuaderno, pequeña, y no llores. Ya verás cómo los angelitos arreglan el estropicio”.

Por la noche – me dice mi querida monja – una vez que terminé de corregir los deberes, me estuve un rato contemplando la cochina mancha negra. De repente, su forma misma me inspiró una idea. Cogiendo pluma y lapiceros de colores, me puse a trabajar alrededor de la mancha… Y cuando al día siguiente le devolví el cuaderno a Marujilla, la fea mancha se había convertido en una mariposa. ¡Imposible de explicar el regocijo de la pequeña!




Con frecuencia he pensado, mi querida amiga, en esta historia; en esta deliciosa historia que me ha dado una grande, muy grande lección.

Muy a menudo ocurren entre nosotras pequeños incidentes de esta clase, debidos a un instante de torpeza. El autor de tal estropicio, muy contrariado, se pone mohíno, gruñe y hasta se hecha a llorar. Impacientes, desahogamos nuestro mal humor con llantos y reproches. Y la cosa, que va haciéndose larga, se va envenenando. El incidente lamentable se convierte en un accidente, y el accidente en drama. ¿Pasa a vecina? Se da cuenta del asunto. ¿Entra en casa papá? Se le repite la historia. Algunas veces, el día entero se ha convertido en polvo.

De una mancha de tinta, la mamá ha hecho un día triste. ¡Cuan preferible es el sistema de la hermana Margarita que de otra mancha de tinta supo hacer una mariposa!

Cuando uno de nuestros hijos ponga morritos, gruña o llore porque algo le ha contrariado, guárdate bien de poner morros a tu vez, y mucho menos todavía de gruñir o de regañar.

Afírmate personalmente en el buen humor; y en seguida, con la mayor dulzura, busca en unión del afligido niño, qué partido se puede sacar de la desgracia que él deplora.

Está bien segura de que habrás hecho mucho más por la felicidad de los tuyos y por la tuya misma, cuando consigas inculcar a todos e inculcarte a ti misma la costumbre de no dramatizar los pequeños incidentes. Muchos de los grandes sufrimientos comienzan por pequeñas contrariedades que se van dejando envenenar.




RECETA DEL DIA

Cada vez que te sientas contrariada por cualquier pequeño incidente, piensa en la historia de la mancha de tinta que se convirtió en mariposa, y procura poner alas a tu contrariedad.

Y cuando tus hijos sean víctimas de cualquier pequeño desastre, busca en unión de ellos el medio de hacer del desastre una pequeña ventura.





NOTA: Todo es providencial, para un bien. ¡Seguro! Sin la mancha, Sor Margarita no habría podido dibujar una mariposa.
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MensajePublicado: Mie May 23, 2007 8:36 am    Asunto:
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36º. Día

EL BROCHE DE CORAL

El caso del broche de coral fue un asunto serio. Casi un asunto policiaco, como vais a ver.

Lina, en una comedia cuyo nombre había sido he olvidado, tenía que hacer un papel de princesa – lo que resulta una perspectiva harto grata para una niña de trece años.

Así es que Lina, desde que había sido promovida al rango de princesa de la sangre, no soñaba más que en vestidos de brocado, escarpines de raso, diademas y joyas. Desgraciadamente, el guardarropa teatral del patronato, si bien es verdad que contenía un vestido de cola cortado de la vieja colcha de una cama, no incluía en sus tesoros la más pequeña joya.

Lina, entonces, emprendió el asedio de la señora de Garay, su mamá, para conseguir que la prestase brazaletes, anillos y otros ornamentos preciosos. Pero la señora de Garay, procediendo con gran cordura, se negó a entregar sus recuerdos de primera Comunión, de petición de mano o matrimonio al azar del desorden y la confusión de los bastidores.

Entonces Lina - ¡la de tonterías que hace cometer la vanidad! – decidió obrar por su cuenta. Mamá, retenida por la enfermedad de Adelita, no podía asistir al espectáculo de su hija convertida en princesa; la cual en vista de ello, pensó que nada arriesgaba proporcionándose por sí misma las joyitas maternas, sin decir a nadie ni pío. Y cuando apareció en escena, estaba deslumbradora con el brillo de mil luces de piedras más o menos preciosas.

Pero cuando Su Alteza Real regresó a su casa, no era más que una pobre muchacha abatida y sollozante que llevaba un cofrecito de joyas, en el que faltaba el broche de coral de su mamá.

El broche de coral - ¿por qué había de haber sido precisamente aquella alhaja la perdida o robada? –era el objeto al que más amor tenía la señora Garay, la única joyita que llevaba siempre para sujetar el cuello de su vestido de los días de fiesta – una joya un poco pasada de moda; pero que la señora estimaba en el más alto grado, por haberla recibido en herencia de su madre, la cual la había heredado a su vez de la abuela de la señora.

Como todas las averiguaciones resultaron inútiles, fue necesario confesar la verdad.

¡Ay, amigas mías! ¡Qué terrible fue aquello! Porque mamá no armo un escándalo, lo que hubiera aliviado un poco la conciencia de Lina que sabía que lo tenía muy bien merecido. No, la mamá se limitó a llorar, de pena por la desaparición de su broche. Y el pensamiento de haber ocasionado una pena, una pena verdadera, hirió más a la hijita que una gran escena o un severo castigo.

De esta forma se pasaron quince días, quince días horrorosos. Al cabo de los cuales, una buena mañana, Sor Luisa, arreglando el guardarropa, se encontró el broche de coral clavado en los bucles de la peluca de estilo Luis XV. Y aquel día hubo una gran alegría en casa de los Garay.

Pero mi historia no ha terminado. La señora de Garay, con mucha habilidad, quiso aprovechar la ocasión para dar un golpe maestro. Y cuando la hija le ponía la joyita bajo el mentón la dijo:

“Mira, Lima; en adelante llevaré todos los días mi broche, y serás tú precisamente la que me lo pongas. Pero si algún día no estás contenta de ti misma, pero contenta por completo, dejarás esta querida joya vieja en su cofre. Este será nuestro castigo para las dos; para ti por haber obrado mal, y para mí, por no haber conseguido todavía hacer de mi pequeña Lima la insuperable criatura que yo querría que fuese”.

Yo os aseguro que el broche de coral no se queda a menudo en el cofre. Porque, si Lima no tiene excesivo miedo a los castigos por lo que a ella misma toca, desde que se trata de castigar a la mamá al mismo tiempo, lo piensa dos veces antes de hacerse verdaderamente odiosa.




Dime, mi querida amiga, ¿no opinas que la madre de Lima es una excelente educadora?

Tampoco ella está continuamente tras de la hija, con observaciones en la boca. Deja a Lina el cuidado de estar alerta sobre su pequeña conciencia de niña, lo que es mucho más hábil.

Pero una cosa hay que recordar de esta historia, lo mismo que de la de las velitas de la madre de Mauricio y de la de los guijarros. Y es que no es suficiente decir a un niño: “¡Vigílate a ti mismo!” Es necesario de toda necesidad el llevarle hasta a materializar, a expresar con un gesto o con un objeto sus progresos o sus retrocesos. Si no se hace así, en muy breve plazo, el niño, que es distraído, olvidará por completo sus buenos propósitos, y mil tonterías sin ni siquiera darse cuenta de ello.

Y entonces, ¡qué peligrosa resultará nuestra declaración de que no queremos hacer más observaciones!




RECETA DEL DIA

No ensayes hoy ninguna nueva receta. Continua experimentando la de ayer, o vuelve a adoptar cualquiera otra de las de los días precedentes, la que te haya parecido más afortunada. Porque ten en cuenta que es preciso estar siempre dispuesta a volver a empezar, cuando se quiere triunfar. Y las mejores recetas no pueden hacer su efecto en un solo día.
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E S C R I B I D M E . . .

He aquí terminado, querida amiga, el librito de “recetas” que un buen día prometí escribir para ti.

Conocedora de la inmensas dificultades de tu misión maternal, he querido prestarte mi ayuda. ¿Lo he conseguido?

¿Has leído mi librito hasta el final?

Y si lo has leído ¿cómo lo has hecho? ¿En algunas horas y de un tirón, como una novela, o poco a poco y día a día, como te pedí que lo hicieras?

Y desde que lo vienes diciendo, ¿te sientes más animosa en la misión que debes cumplir?

¿Más hábil en el trato con tus hijos?

¿Más alegre y paciente?

¿Has observado en ellos algún progreso?

En fin – y ésta es una pregunta de gran importancia para mí -, ¿sientes un poquitín de pesar, ante la idea de que el librito se ha terminado? ¿Desearías tener a mano otro del mismo tipo, por ejemplo: “MADRES… CON ENERGÍA” o “MADRES CON TERNURA”?

Pues están escritos y publicados. Todavía tengo otros en cabeza… o en el corazón. Pero, mira; para que encuentre con absoluta seguridad el tiempo necesario para escribirlos, es necesario que tú me ayudes.

Porque yo también, querida amiga, necesito que me ayuden.

Como tú, y contigo, me pregunto por qué, después de tantos siglos como hace que hay niños y madres que les eduquen, quedan todavía tantos hijos, pequeños o mayores, que hacen llorar a sus madres.

Me pregunto por que hay tantas madres nerviosas, desalentadas y que no saben a qué santo encomendarse.

Si el mundo va tan mal, es porque demasiado número de madres cree que ha cumplido con su misión con sudar, ¡las desgraciadas!, a fuerza de lavar sus ropas, hacer limpieza de la casa y fregar pucheros.

No se toman el tiempo necesario para pensar… y hasta están convencidas de que no disponen de él, sin tener en cuenta que cinco minutos de reflexión diaria, serían más útiles para el porvenir de sus hijos – no vacilo en afirmarlo – que el mismo pan de cada día.

Y esto, querida amiga, lo que me impulsa a preguntarte hoy: “¿He tenido éxito yo?”

Me es absolutamente necesario saberlo. ¡ESCRIBEME! ¡Pero en manera alguna una carta ceremoniosa, llena de vanas fórmulas de cortesía. Empieza con la misma palabra que yo vengo usando al dirigirme a ti, las únicas convenientes entre nosotras: “Mi querida amiga”.

Y después de escribir estas palabras, deja que hable tu corazón, sin sentir jamás el temor a causarme pena. Dime tus reacciones favorables o desfavorables, cuéntame tus éxitos, y tus fracasos.

Exponme con todo detalle cualquier experimento que hayas intentado, tal o cual incidente ocurrido, tal o cual reflexión que ha sido hecha por alguno de tus hijos – o acaso por su padre -. Y hasta por la buena vecina a la que tuviste la amabilidad de prestar mi libro.

Pero sobre todo, haz huir de tu espíritu el menor asomo de timidez. No te preocupes pensando: “Escribo tan pocas veces, que no voy a saber cómo arreglármelas…” y menos todavía: “Esa señora se va a burlar de mí…” Lo que yo espero, no son cartas bonitas y muy bien redactadas, sino cartas llenas de sencillez, cartas que digan la verdad, que broten del corazón de las madres como una confidencia.

Si sois bastante numerosas las madres que me digáis: “¡Continúa!” volveré a coger mi pluma… con la sonrisa en los labios.

Hasta muy pronto, pues, querida amiga. Que Dios bendiga tu hogar, y te ayude a hacer de tus hijos, seres de los que puedas estar orgullosa.

MARIE FRANCE
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