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Cartas de santa Clara de Asís a santa Inés de Bohemia

 
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clauabru
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MensajePublicado: Sab Jul 07, 2007 6:13 pm    Asunto: Cartas de santa Clara de Asís a santa Inés de Bohemia
Tema: Cartas de santa Clara de Asís a santa Inés de Bohemia
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Cartas de santa Clara de Asís a santa Inés de Bohemia



Santa Clara de Asís tuvo un dialogo epistolar con la hija del Rey Ottocaro I de Bohemia, Inés que, en la fiesta de Pentecostés de 1234, después de haber rechazado la boda con Enrique VII, hijo del emperador Federico II, y luego con Enrique II de Inglaterra, vistió el hábito de hermana pobre en el Monasterio de Praga que ella misma había fundado.

Inés (canonizada por Juan Pablo II el 12 de noviembre de 1989) debe haber escrito más veces a Clara, pero lamentablemente ninguna de ellas se han conservado. Se conservan en cambio cuatro de las respuestas dadas por Santa Clara.
El codice (codices: rollos que contenían los folios que eran hechos de piel de animal y escritos con arte y devoción) más autorevelador es aquel que fue escrito hacia el año 1283 y 1322 en Praga (ahora se encuentran en la Biblioteca de San Ambrocio en la ciudad de Milano, Italia) que contiene una vida de Santa Inés de Praga y las cuatro cartas de Santa Clara. Hoy estas cartas, compuestas en un periodo largo con un latino muy elegante y vibrante, muchas veces poético, son reconocidas como autenticas por la crítica de las fuentes.

La primera carta a Inés escrita más o menos en el 1234 tiene como tema del ciento por uno que se recibe desde el cielo con todo aquello que se es capaz de dejar en este mundo por amor a quien nos ha dado todo:

"Es magnifico verdaderamente y digno de todo honor este intercambio: rechazar los bienes de la tierra para tener aquellos del Cielo, desear los bienes celester en vez de los terrenos, recibir il ciento por uno y poseer la vida santa por la eternidad"(1Cta.Ines 30).

La Segunda Carta, escrita entre los años 1234 y 1238, durante el generalato de Fray Elías, (1232-1239), alaba a Inés como aquella imitadora del Padre, en quien está toda perfección" y la anima a continuar por el camino elegido. Quizá contra los ofrecimientos del Papa de alivianar la austeridad de vida, en cada modo contra las presiones y las dificultades internas Clara le dice:

"No te dejes seducir de ninguno que tentase desviarte de este propósito o ponerte algunos obstáculos en esta via, para impedirte de reportar al Altísimo tus promesas con aquella perfección a la cual te invitó el Espíritu del Señor" (2Cta.Inés 14).

La Tercera Carta, escrita al inicio del año 1238, marece aludir a la esperiencia triste vividas por Inés. En la Bula "Angelis Gaudium" (1238) se viene confirmada su regla muy cercana a aquella que se vivía en San Damián. Inés, quizá, comunicó el hecho a Clara la cual responde con una repetitiva invitación al gozo che lleva a un vivencia de la perfecta alegría como lo habia también enseñado San Francisco.

"... gozate tambien tu en el Señor siempre, o queridisima. No permitir que ninguna sombra envuelva tu corazón, oh Señora en Cristo privilegiada, canto de los angeles y corona de tus hermanas..." (3Cta.Ines 10-11).

La cuarta carta nos lleva hacia el final de la vida de Clara (1253) que, aprovechandose de dos frailes que parten hacia Bohemia, escribe todavía una vez más "A aquella que es la mitad de su alma y santuario de un singular e cordial amor, a la ilustre reina, esposa del Angel y Rey Eterno, a la Señora Inés, madre amadísima e hija entre las más amadas..." (v.1). Esta carta exalta la vida contemplativa en anela al Dios del Cielo:

"Déjate, o reina y esposa del rey celestial, quemarte siempre más fuertemente por este ardor de amor. Contempla aún más lo indecibles de sus delicias, las riquezas y los honores eternos, y grita con todo el ardor de tu deseo y de tu amor: Atraeme a tí, o Celeste esposo..." (4CtaInes 27-28 ).

Las cuatro cartas a Inés de Praga contienen un programa ascetico contemplativo en linea continua, y sostienen una gran fe a Inés, a la cual Clara la llama como "madre e Hija", este recuerdo le está impreso en el profundo de su corazón (4CtaInes 34). La aprecia por el tenaz amor al Crucifijo pobre, que por todos nosotros sostiene el suplicio de la cruz, salvándonos del poder del principe de las tinieblas, que nos poseia encadenados con las cadenas del pecado del primer hombre, y reconciliandonos con Dios Padre (1CtaInes 13-14).

A las cartas, sobretodo, es entregado el secreto de Clara "Señora encerrada", su mensaje, un tanto simple en apariencia, más una revelación en contenido: oración, pobreza, gozo. Un empujarse, humilde y pobre, a la persona de Cristo: humilde y pobre para ser en él y con él, sustento de la Iglesia, su inafable cuerpo y gozar con él la santa promesa a los pobres: plenitúd del Padre y del Hijo, en el Espíritu Santo.
Estas cuatro cartas son hoy objeto di serios y profundos estudios sobre el lenguaje (perfil retórico, apelativos, citaciones) de la santa, sobre la cuestión si Clara es una mística o bien sobre la relación entre Clara e Inés que sin conocerse se empeñan por el mismo ideal franciscano, también los estudios se concentran en la relación que tiene Clara y Fray Elías, en fin es un itinerario ascetico místico escondido en las cartas.

La importancia de Clara en la Orden Franciscana es cada vez reconocida como "fundamental", pues en ella se concentraron de modo vivo los ideales de San Francisco de Asís. Ella, la primera franciscana en seguir a Cristo Pobre y Crucificado, se sintió con la fuerza para poder enfrentar los obstáculos que el desarrollo de la espiritualidad se venía viviendo, así ella pudo ser las portadora de la imagen de Jesús Pobre y Crucificado.

Fuente: www.franciscanos.cl

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Ultima edición por clauabru el Sab Jul 07, 2007 6:23 pm, editado 1 vez
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MensajePublicado: Sab Jul 07, 2007 6:19 pm    Asunto:
Tema: Cartas de santa Clara de Asís a santa Inés de Bohemia
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CARTA I A SANTA INÉS DE PRAGA [CtaCla1]

A la venerable y santísima virgen, doña Inés, hija del excelentísimo e ilustrísimo rey de Bohemia, Clara, indigna servidora de Jesucristo y sierva inútil de las damas encerradas del monasterio de San Damián, súbdita y sierva suya en todo, se le encomienda de manera absoluta con especial reverencia y le desea que obtenga la gloria de la felicidad eterna.

Al llegar a mis oídos la honestísima fama de vuestro santo comportamiento religioso y de vuestra vida, que se ha divulgado egregiamente, no sólo hasta mí, sino por casi toda la tierra, me alegro muchísimo en el Señor y salto de gozo; a causa de eso, no sólo yo personalmente puedo saltar de gozo, sino todos los que sirven y desean servir a Jesucristo. Y el motivo de esto es que, cuando vos hubierais podido disfrutar más que nadie de las pompas y honores y dignidades del siglo, desposándoos legítimamente con el ínclito Emperador con gloria excelente, como convenía a vuestra excelencia y a la suya, desdeñando todas esas cosas, vos habéis elegido más bien, con entereza de ánimo y con todo el afecto de vuestro corazón, la santísima pobreza y la penuria corporal, tomando un esposo de más noble linaje, el Señor Jesucristo, que guardará vuestra virginidad siempre inmaculada e ilesa.

Cuando lo amáis, sois casta; cuando lo tocáis, os volvéis más pura; cuando lo aceptáis, sois virgen. Su poder es más fuerte, su generosidad más excelsa, su aspecto más hermoso, su amor más suave y toda su gracia más elegante. Ya estáis vos estrechamente abrazada a Aquel que ha ornado vuestro pecho con piedras preciosas y ha colgado de vuestras orejas margaritas inestimables, y os ha envuelto toda de perlas brillantes y resplandecientes, y ha puesto sobre vuestra cabeza una corona de oro marcada con el signo de la santidad.

Por tanto, hermana carísima, o más bien, señora sumamente venerable, porque sois esposa y madre y hermana de mi Señor Jesucristo, tan esplendorosamente distinguida por el estandarte de la virginidad inviolable y de la santísima pobreza, confortaos en el santo servicio comenzado con el deseo ardiente del pobre Crucificado, el cual soportó la pasión de la cruz por todos nosotros, librándonos del poder del príncipe de las tinieblas, poder al que estábamos encadenados por la transgresión del primer hombre, y reconciliándonos con Dios Padre.

¡Oh bienaventurada pobreza, que da riquezas eternas a quienes la aman y abrazan! ¡Oh santa pobreza, que a los que la poseen y desean les es prometido por Dios el reino de los cielos, y les son ofrecidas, sin duda alguna, hasta la eterna gloria y la vida bienaventurada! ¡Oh piadosa pobreza, a la que el Señor Jesucristo se dignó abrazar con preferencia sobre todas las cosas, Él, que regía y rige cielo y tierra, que, además, lo dijo y las cosas fueron hechas! Pues las zorras, dice Él, tienen madrigueras, y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre, es decir, Cristo, no tiene donde reclinar la cabeza (cf. Mt 8,20), sino que, inclinada la cabeza, entregó el espíritu (cf. Jn 19,30).

Por consiguiente, si tan grande y tan importante Señor, al venir al seno de la Virgen, quiso aparecer en el mundo, despreciado, indigente y pobre, para que los hombres, que eran paupérrimos e indigentes, y que sufrían una indigencia extrema de alimento celestial, se hicieran en Él ricos mediante la posesión del reino de los cielos, saltad de gozo y alegraos muchísimo, colmada de inmenso gozo y alegría espiritual, porque, por haber preferido vos el desprecio del siglo a los honores, la pobreza a las riquezas temporales, y guardar los tesoros en el cielo antes que en la tierra, allá donde ni la herrumbre los corroe, ni los come la polilla, ni los ladrones los desentierran y roban, vuestra recompensa es copiosísima en los cielos, y habéis merecido dignamente ser llamada hermana, esposa y madre del Hijo del Altísimo Padre y de la gloriosa Virgen.

Pues creo firmemente que vos sabíais que el Señor no da ni promete el reino de los cielos sino a los pobres, porque cuando se ama una cosa temporal, se pierde el fruto de la caridad; que no se puede servir a Dios y al dinero, porque o se ama a uno y se aborrece al otro, o se servirá a uno y se despreciará al otro; y que un hombre vestido no puede luchar con otro desnudo, porque es más pronto derribado al suelo el que tiene de donde ser asido; y que no se puede permanecer glorioso en el siglo y luego reinar allá con Cristo; y que antes podrá pasar un camello por el ojo de una aguja, que subir un rico al reino de los cielos. Por eso vos os habéis despojado de los vestidos, esto es, de las riquezas temporales, a fin de evitar absolutamente sucumbir en el combate, para que podáis entrar en el reino de los cielos por el camino estrecho y la puerta angosta. Qué negocio tan grande y loable: dejar las cosas temporales por las eternas, merecer las cosas celestiales por las terrenas, recibir el ciento por uno, y poseer la bienaventurada vida eterna.

Por lo cual consideré que, en cuanto puedo, debía suplicar a vuestra excelencia y santidad, con humildes preces, en las entrañas de Cristo, que os dignéis confortaros en su santo servicio, creciendo de lo bueno a lo mejor, de virtudes en virtudes, para que Aquel a quien servís con todo el deseo de vuestra alma, se digne daros con profusión los premios deseados.

Os ruego también en el Señor, como puedo, que os dignéis encomendarnos en vuestras santísimas oraciones, a mí, vuestra servidora, aunque inútil, y a las demás hermanas, tan afectas a vos, que moran conmigo en este monasterio, para que, con la ayuda de esas oraciones, podamos merecer la misericordia de Jesucristo, y merezcamos igualmente gozar junto con vos de la visión eterna.

Que os vaya bien en el Señor, y orad por mí.

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MensajePublicado: Lun Jul 09, 2007 5:20 pm    Asunto:
Tema: Cartas de santa Clara de Asís a santa Inés de Bohemia
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CARTA II A SANTA INÉS DE PRAGA [CtaCla2]

A la hija del Rey de reyes, sierva del Señor de señores, esposa dignísima de Jesucristo y, por eso, reina nobilísima, señora Inés, Clara, sierva inútil e indigna de las Damas Pobres, le desea salud y que viva siempre en suma pobreza.

Doy gracias al espléndido dispensador de la gracia, de quien sabemos que procede toda dádiva óptima y todo don perfecto, porque te ha adornado con tantos títulos de virtud y te ha hecho brillar con las insignias de tanta perfección, para que, convertida en diligente imitadora del Padre perfecto, merezcas llegar a ser perfecta, a fin de que sus ojos no vean en ti nada imperfecto.

Ésta es la perfección por la que el mismo Rey te asociará a sí en el tálamo celestial, donde se asienta glorioso en el solio de estrellas, porque, menospreciando las grandezas de un reino terrenal y estimando poco dignas las ofertas de un matrimonio imperial, convertida en émula de la santísima pobreza en espíritu de gran humildad y de ardentísima caridad, te has adherido a las huellas de Aquel a quien has merecido unirte en matrimonio.

Como he sabido que estás colmada de virtudes, renuncio a ser prolija en la expresión y no quiero cargarte de palabras superfluas, aunque a ti no te parezca superfluo nada que pueda proporcionarte algún consuelo. Sin embargo, porque una sola cosa es necesaria, ésta sola te suplico y aconsejo por amor de Aquel a quien te ofreciste como hostia santa y agradable: que acordándote de tu propósito, como otra Raquel, y viendo siempre tu punto de partida, retengas lo que tienes, hagas lo que haces, y no lo dejes, sino que, con andar apresurado, con paso ligero, sin que tropiecen tus pies, para que tus pasos no recojan siquiera el polvo, segura, gozosa y alegre, marcha con prudencia por el camino de la felicidad, no creyendo ni consintiendo a nadie que quiera apartarte de este propósito o que te ponga algún obstáculo en el camino para que no cumplas tus votos al Altísimo en aquella perfección a la que te ha llamado el Espíritu del Señor.

Y en esto, para que recorras con mayor seguridad el camino de los mandamientos del Señor, sigue el consejo de nuestro venerable padre, nuestro hermano Elías, ministro general; antepónlo a los consejos de los demás y considéralo como más preciado para ti que cualquier otro don. Y si alguien te dijera otra cosa o te sugiriera otra cosa, que impida tu perfección o que parezca contraria a la vocación divina, aunque debas venerarlo, no quieras, sin embargo, seguir su consejo, sino, virgen pobre, abraza a Cristo pobre.

Míralo hecho despreciable por ti y síguelo, hecha tú despreciable por Él en este mundo. Reina nobilísima, mira atentamente, considera, contempla, deseando imitarlo, a tu Esposo, el más hermoso de los hijos de los hombres, que, por tu salvación, se ha hecho el más vil de los hombres, despreciado, golpeado y flagelado de múltiples formas en todo su cuerpo, muriendo en medio de las mismas angustias de la cruz.

Si sufres con Él, reinarás con Él; si lloras con Él, gozarás con Él; si mueres con Él en la cruz de la tribulación, poseerás con Él las mansiones celestes en el esplendor de los santos, y tu nombre será inscrito en el libro de la vida, y será glorioso entre los hombres. Por lo cual, participarás para siempre y por los siglos de los siglos, de la gloria del reino celestial a cambio de las cosas terrenas y transitorias, de los bienes eternos a cambio de los perecederos, y vivirás por los siglos de los siglos.

Que te vaya bien, carísima hermana y señora, por el Señor tu esposo; y procura encomendarnos al Señor en tus devotas oraciones, a mí y a mis hermanas, que nos alegramos de los bienes del Señor que Él obra en ti por su gracia. Recomiéndanos también, y mucho, a tus hermanas.

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MensajePublicado: Vie Jul 13, 2007 12:37 am    Asunto:
Tema: Cartas de santa Clara de Asís a santa Inés de Bohemia
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CARTA III A SANTA INÉS DE PRAGA [CtaCla3]

A la hermana Inés, su reverendísima señora en Cristo y la más digna de ser amada de todos los mortales, hermana del ilustre rey de Bohemia, pero ahora hermana y esposa del supremo Rey de los cielos, Clara, humildísima e indigna esclava de Cristo y sierva de las Damas Pobres, le desea los gozos de la salvación en el autor de la salvación y todo lo mejor que pueda desearse.

Reboso de alegría por tu buena salud, por tu estado feliz y por los prósperos acontecimientos con los que entiendo que te mantienes firme en la carrera emprendida para obtener el premio celestial, y respiro saltando de tanto gozo en el Señor, por cuanto he sabido y compruebo que tú suples maravillosamente lo que falta, tanto en mí como en mis otras hermanas, en la imitación de las huellas de Jesucristo pobre y humilde.

Verdaderamente puedo alegrarme, y nadie podría privarme de tanta alegría, cuando, teniendo ya lo que deseé ardientemente bajo el cielo, veo que tú, sostenida por una admirable prerrogativa de la sabiduría que procede de la boca del mismo Dios, echas por tierra de manera terrible e inopinada las astucias del taimado enemigo, y la soberbia que arruina la naturaleza humana, y la vanidad que vuelve fatuos los corazones humanos, y cuando veo que abrazas estrechamente con la humildad, con la fuerza de la fe y con los brazos de la pobreza, el incomparable tesoro escondido en el campo del mundo y de los corazones humanos, con el que se compra a Aquel por quien fueron hechas todas las cosas de la nada; y, para usar con propiedad las palabras del mismo Apóstol, te considero colaboradora del mismo Dios y apoyo de los miembros vacilantes de su Cuerpo inefable (cf. 1 Cor 3,9).

¿Quién, por consiguiente, me dirá que no goce de tantas alegrías admirables? Alégrate, pues, también tú siempre en el Señor, carísima, y que no te envuelva la amargura ni la oscuridad, oh señora amadísima en Cristo, alegría de los ángeles y corona de las hermanas; fija tu mente en el espejo de la eternidad, fija tu alma en el esplendor de la gloria, fija tu corazón en la figura de la divina sustancia, y transfórmate toda entera, por la contemplación, en imagen de su divinidad, para que también tú sientas lo que sienten los amigos cuando gustan la dulzura escondida que el mismo Dios ha reservado desde el principio para quienes lo aman. Y dejando absolutamente de lado a todos aquellos que, en este mundo falaz e inestable, seducen a sus ciegos amantes, ama totalmente a Aquel que por tu amor se entregó todo entero, cuya hermosura admiran el sol y la luna, cuyas recompensas y su precio y grandeza no tienen límite; hablo de aquel Hijo del Altísimo a quien la Virgen dio a luz, y después de cuyo parto permaneció Virgen. Adhiérete a su Madre dulcísima, que engendró tal Hijo, a quien los cielos no podían contener, y ella, sin embargo, lo acogió en el pequeño claustro de su sagrado útero y lo llevó en su seno de doncella.

¿Quién no aborrecerá las insidias del enemigo del género humano, el cual, mediante el fausto de glorias momentáneas y falaces, trata de reducir a la nada lo que es mayor que el cielo? En efecto, resulta evidente que, por la gracia de Dios, la más digna de las criaturas, el alma del hombre fiel, es mayor que el cielo, ya que los cielos y las demás criaturas no pueden contener al Creador, y sola el alma fiel es su morada y su sede, y esto solamente por la caridad, de la que carecen los impíos, como dice la Verdad: El que me ama, será amado por mi Padre, y yo lo amaré, y vendremos a él, y moraremos en él (Jn 14,21.23).

Por consiguiente, así como la gloriosa Virgen de las vírgenes lo llevó materialmente, así también tú, siguiendo sus huellas, ante todo las de la humildad y pobreza, siempre puedes, sin duda alguna, llevarlo espiritualmente en tu cuerpo casto y virginal, conteniendo a Aquel que os contiene a ti y a todas las cosas, poseyendo aquello que, incluso en comparación con las demás posesiones de este mundo, que son pasajeras, poseerás más fuertemente. En esto se engañan algunos reyes y reinas del mundo, pues aunque su soberbia se eleve hasta el cielo y su cabeza toque las nubes, al fin se reducen, por así decir, a basura.

Y en cuanto a las cosas que me has pedido que te aclare, a saber, cuáles serían las fiestas que tal vez nuestro gloriosísimo padre san Francisco nos aconsejó que celebráramos especialmente con variedad de manjares, como creo que hasta cierto punto has estimado, me ha parecido que tenía que responder a tu caridad. Tu prudencia ciertamente se habrá enterado de que, exceptuadas las débiles y las enfermas, para con las cuales nos aconsejó y mandó que tuviéramos toda la discreción posible respecto a cualquier género de alimentos, ninguna de nosotras que esté sana y fuerte debería comer sino alimentos cuaresmales sólo, tanto los días feriales como los festivos, ayunando todos los días, exceptuados los domingos y el día de la Natividad del Señor, en los cuales deberíamos comer dos veces al día. Y también los jueves, en el tiempo ordinario, según la voluntad de cada una, es decir, que la que no quisiera ayunar, no estaría obligada. Sin embargo, las que estamos sanas ayunamos todos los días, exceptuados los domingos y el día de Navidad.

Mas en todo el tiempo de Pascua, como dice el escrito del bienaventurado Francisco, y en las fiestas de santa María y de los santos Apóstoles, no estamos tampoco obligadas a ayunar, a no ser que estas fiestas caigan en viernes; y, como queda dicho más arriba, las que estamos sanas y fuertes comemos siempre alimentos cuaresmales.

Pero como nuestra carne no es de bronce, ni nuestra fortaleza es la de la roca, sino que más bien somos frágiles y propensas a toda debilidad corporal, te ruego, carísima, y te pido en el Señor que desistas con sabiduría y discreción de una cierta austeridad indiscreta e imposible en la abstinencia que, según he sabido, tú te habías propuesto, para que, viviendo, alabes al Señor, ofrezcas al Señor tu obsequio racional y tu sacrificio esté siempre condimentado con sal.

Que te vaya siempre bien en el Señor, como deseo que me vaya bien a mí, y encomiéndanos en tus santas oraciones tanto a mí como a mis hermanas.

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MensajePublicado: Sab Jul 14, 2007 5:47 pm    Asunto:
Tema: Cartas de santa Clara de Asís a santa Inés de Bohemia
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CARTA IV A SANTA INÉS DE PRAGA [CtaCla4]

A quien es la mitad de su alma y relicario de su amor entrañable y singular, a la ilustre reina, a la esposa del Cordero, el Rey eterno, a doña Inés, su madre carísima e hija suya especial entre todas las demás, Clara, indigna servidora de Cristo e sierva inútil de las siervas de Cristo que moran en el monasterio de San Damián de Asís, le desea salud, y que cante, con las otras santísimas vírgenes, un cántico nuevo ante el trono de Dios y del Cordero, y que siga al Cordero dondequiera que vaya.

¡Oh madre e hija, esposa del Rey de todos los siglos!, aunque no te haya escrito con frecuencia, como tu alma y la mía lo desean y anhelan por igual, no te extrañes, ni creas de ninguna manera que el incendio de la caridad hacia ti arde menos suavemente en las entrañas de tu madre. Este ha sido el impedimento: la falta de mensajeros y los peligros manifiestos de los caminos. Pero ahora, al escribir a tu caridad, me alegro mucho y salto de júbilo contigo en el gozo del Espíritu, oh esposa de Cristo, porque tú, como la otra virgen santísima, santa Inés, habiendo renunciado a todas las vanidades de este mundo, te has desposado maravillosamente con el Cordero inmaculado, que quita los pecados del mundo.

Feliz ciertamente aquella a quien se le concede gozar de este banquete sagrado, para que se adhiera con todas las fibras del corazón a Aquel cuya hermosura admiran sin cesar todos los bienaventurados ejércitos celestiales, cuyo afecto conmueve, cuya contemplación reconforta, cuya benignidad sacia, cuya suavidad colma, cuya memoria ilumina suavemente, a cuyo perfume revivirán los muertos, y cuya visión gloriosa hará bienaventurados a todos los ciudadanos de la Jerusalén celestial: puesto que Él es el esplendor de la eterna gloria, el reflejo de la luz eterna y el espejo sin mancha. Mira atentamente a diario este espejo, oh reina, esposa de Jesucristo, y observa sin cesar en él tu rostro, para que así te adornes toda entera, interior y exteriormente, vestida y envuelta de cosas variadas, adornada igualmente con las flores y vestidos de todas las virtudes, como conviene, oh hija y esposa carísima del supremo Rey. Ahora bien, en este espejo resplandece la bienaventurada pobreza, la santa humildad y la inefable caridad, como, con la gracia de Dios, podrás contemplar en todo el espejo.

Considera, digo, el principio de este espejo, la pobreza de Aquel que es puesto en un pesebre y envuelto en pañales (cf. Lc 2,12). ¡Oh admirable humildad, oh asombrosa pobreza! El Rey de los ángeles, el Señor del cielo y de la tierra es acostado en un pesebre. Y en medio del espejo, considera la humildad, al menos la bienaventurada pobreza, los innumerables trabajos y penalidades que soportó por la redención del género humano. Y al final del mismo espejo, contempla la inefable caridad, por la que quiso padecer en el árbol de la cruz y morir en el mismo del género de muerte más ignominioso de todos.

Por eso, el mismo espejo, puesto en el árbol de la cruz, advertía a los transeúntes lo que se tenía que considerar aquí, diciendo: ¡Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante a mi dolor! (Lam 1,12); respondamos, digo, a una sola voz, con un solo espíritu, a quien clama y se lamenta con gemidos: ¡Me acordaré en mi memoria, y mi alma se consumirá dentro de mí! (Lam 3,20). ¡Ojalá, pues, te inflames sin cesar y cada vez más fuertemente en el ardor de esta caridad, oh reina del Rey celestial!

Además, contemplando sus indecibles delicias, sus riquezas y honores perpetuos, y suspirando a causa del deseo y amor extremos de tu corazón, grita: ¡Llévame en pos de ti, correremos al olor de tus perfumes (Cant 1,3), oh esposo celestial! Correré, y no desfalleceré, hasta que me introduzcas en la bodega, hasta que tu izquierda esté debajo de mi cabeza y tu diestra me abrace felizmente, hasta que me beses con el ósculo felicísimo de tu boca. Puesta en esta contemplación, recuerda a tu pobrecilla madre, sabiendo que yo he grabado indeleblemente tu feliz recuerdo en la tablilla de mi corazón, teniéndote por la más querida de todas.

¿Qué más? En cuanto al amor que te profeso, que calle la lengua de la carne, digo, y que hable la lengua del espíritu. ¡Oh hija bendita!, porque la lengua de la carne no podría en absoluto expresar más plenamente el amor que te tengo, ha dicho esto que he escrito de manera semiplena. Te ruego que lo recibas con benevolencia y devoción, considerando en estas letras al menos el afecto materno por el que, a diario, ardo de caridad hacia ti y tus hijas, a las cuales encomiéndanos mucho en Cristo a mí y a mis hijas. También estas mismas hijas mías, y principalmente la prudentísima virgen Inés, nuestra hermana, se encomiendan en el Señor, cuanto pueden, a ti y a tus hijas.

Que os vaya bien, carísima hija, a ti y a tus hijas, y hasta el trono de gloria del gran Dios, y orad por nosotras.

Por las presentes recomiendo a tu caridad, en cuanto puedo, a los portadores de esta carta, nuestros carísimos el hermano Amado, querido por Dios y por los hombres, y el hermano Bonagura. Amén.

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MensajePublicado: Lun Ago 11, 2008 5:12 pm    Asunto:
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