Guadalupe Gómez Veterano
Registrado: 08 Sep 2006 Mensajes: 2115 Ubicación: Argentina
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Publicado:
Dom Oct 21, 2007 3:29 am Asunto:
Domingo XXIX del Tiempo Ordinario
Tema: Domingo XXIX del Tiempo Ordinario |
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Reflexiones para la Santa Misa del Dies Domini
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Domingo XXIX del Tiempo Ordinario
“Es preciso orar siempre sin desfallecer”
I. LA PALABRA DE DIOS
II. APUNTES
III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA
IV. PADRES DE LA IGLESIA
V. CATECISMO DE LA IGLESIA
VI. PALABRAS DE LUIS FERNANDO
I. LA PALABRA DE DIOS
Ex 17, 8-13: “Mientras Moisés tenía alzadas las manos, prevalecía Israel”
«Vinieron los amalecitas y atacaron a Israel en Refidim. Moisés dijo a Josué: “Elígete algunos hombres, y sal mañana a combatir contra Amalec. Yo me pondré en la cima del monte, con el cayado de Dios en mi mano”. Josué cumplió las órdenes de Moisés, y salió a combatir contra Amalec. Mientras tanto, Moisés, Aarón y Jur subieron a la cima del monte. Y sucedió que, mientras Moisés tenía alzadas las manos, prevalecía Israel; pero cuando las bajaba, prevalecía Amalec. Se le cansaron las manos a Moisés, y entonces ellos tomaron una piedra y se la pusieron debajo; él se sentó sobre ella, mientras Aarón y Jur le sostenían las manos, uno a un lado y otro al otro. Y así resistieron sus manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a Amalec y a su pueblo a filo de espada.»
Sal 120, 1-8: “El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra”
2 Tim 3,14-4,2: “Persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste”
«Tú, en cambio, persevera en lo que aprendiste y en lo que creíste, teniendo presente de quiénes lo aprendiste, y que desde niño conoces las Sagradas Letras, que pueden darte la sabiduría que lleva a la salvación mediante la fe en Cristo Jesús. Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para argüir, para corregir y para educar en la justicia; así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena.
Te conjuro en presencia de Dios y de Cristo Jesús que ha de venir a juzgar a vivos y muertos, por su Manifestación y por su Reino: Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina.»
Lc 18, 1-8: “Dios hará justicia a sus elegidos, que claman a él”
«Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer. “Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: ‘¡Hazme justicia contra mi adversario!’ Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: ‘Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme.’”
Dijo, pues, el Señor: “Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?”»
II. APUNTES
El Señor Jesús, en su camino a Jerusalén, continúa sus enseñanzas. En algún momento les empieza a hablar a sus discípulos de aquél día en que “el Hijo del hombre” habría de manifestarse (ver Lc 17,22-37). El título lo usaba para hablar de sí mismo y hacía explícita referencia a la visión del profeta Daniel: «He aquí que en las nubes del cielo venía uno como Hijo de hombre... se le dio imperio, honor y reino... su imperio es un imperio eterno que nunca pasará y su reino no será destruido jamás» (Dan 7,13-14). El día al que se refiere el Señor es el día en que El volverá glorioso al fina de los tiempos, el día del juicio final (ver Mt 25,31¬ss).
La parábola del juez inicuo y la viuda importuna (Evangelio) se enmarcan en este contexto. La intención del Señor es explícita: «Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre, sin desfallecer.»
¿Qué implica «orar siempre»? En el original griego el adverbio “pantote” quiere decir “en todo momento”, es decir, el discípulo no debe dejar de rezar en ningún momento, su oración ha de ser ininterrumpida. ¿Qué implica «sin desfallecer»? Sin desanimarse, sin cansarse, es decir, el discípulo ha de perseverar en la oración aunque parezca no tener el resul¬tado esperado, aunque las dificultades y obstáculos aparezcan en el camino.
Luego de establecer claramente la necesidad que tiene el discípulo de la oración continua y de la perseverancia en la misma, en vistas a aquél día, ofrece una comparación que busca salir al paso de una dificultad: el pensar que Dios no escucha o hace justicia, y por tanto, el abandono de la oración y con ello la pérdida de la fe.
Por medio de esta parábola el Señor enseña a rezar paciente y persistentemente a Dios suplicando justicia en la segunda venida. La comparación la toma de la vida cotidiana. En la antigua sociedad judía las mujeres solían desposarse a los trece o catorce años de edad y muchas quedaban viudas ya jóvenes. Las viudas, junto con los huérfanos y los pobres, eran las personas más desprotegidas de la sociedad. Esta viuda no tenía cómo “comprar” al juez corrupto, un hombre duro que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Por más que su causa fuera justa, al juez no le interesaba dar una sentencia a su favor. Con un juez así ninguna viuda pobre tenía las de ganar. Sin embargo, ante una situación tan desalentadora, ella no se echa atrás sino que insiste y persiste en su súplica día y noche hasta que el juez decide hacerle justicia para liberarse de la molesta viuda. Por su terca perseverancia e insistencia en la súplica alcanzó su objetivo.
El Señor Jesús concluye: si aquél juez que es inicuo escuchó a la viuda y finalmente le hizo justicia, «Dios ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a Él día y noche?». Ante la tentación del desfallecimiento ante la espera, ante las injusticias sufridas por las pruebas y persecuciones a las que serán sometidos, los discípulos han de perseverar en la súplica, en la oración, con la certeza de que Dios «les hará justicia pronto.» La única cuestión que queda por saber es si los discípulos mantendrán su fe durante la espera: «Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?»
La necesidad y eficacia de la oración quedan de manifiesto en la batalla de Israel contra los amalecitas (1ª. lectura): Mien¬tras Moisés tenía elevadas las manos al Cielo -símbolo de la oración que se eleva a Dios-, Israel prevalecía contra sus enemigos. Pero cuando por el cansancio y la fatiga la oración de Moisés se debilitaba, haciéndose pesados sus brazos, prevalecía el enemigo. Solo la oración perseverante de Moisés, apoyada por Aarón y Jur, traen la victoria final de Israel. El triunfo final depende más que del combate ofrecido por los elegidos de esas manos ininterrumpidamente elevadas al Cielo.
En la espera, San Pablo exhorta a Timoteo (2ª. lectura): «Ante Dios y ante Cristo Jesús, que ha de juz¬gar a vivos y muertos, te conjuro por su venida en majestad: proclama la Pala¬bra, insiste a tiempo y a destiempo, re¬prende, reprocha, exhorta, con toda comprensión y pedagogía.» (2 Tim 4, 1 2) Aquí se halla sintetizado un programa preciso de acción, junto a la oración incesante y perseverante.
III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA
«Cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» La pregunta que lanza el Señor a sus apóstoles es un cuestionamiento dirigido hoy a cada uno de nosotros. Por ello, no puedo menos que preguntarme: si el Señor viniera en este momento, ¿encontraría fe en mi corazón? ¿Cómo es mi fe? ¿Es firme o es débil? ¿Se manifiesta mi fe en mi conducta cotidiana, o es que acaso digo que creo en el Señor, pero me comporto y actúo muchas veces como quien no cree? Recordemos que la fe es creer en Dios y creerle a Él, es adherirme a todo lo que Él me revela (ver Catecismo de la Iglesia Católica, 142-143; 176), una adhesión de mente y de corazón que se vuelca en la acción.
También nosotros, al reconocer que nuestra fe es pequeña, frágil, débil, a ver cómo tantas veces desconfiamos del Señor y del amor que nos tiene, cuantas veces dudamos o prescindimos de Dios en nuestras opciones cotidianas, podemos decir: «Señor, ¡aumenta mi fe!» Sí, también nosotros como los apóstoles hemos de suplicar al Señor la gracia de crecer cada día más en la fe que El mismo nos ha regalado ya como un don el día de nuestro Bautismo.
Pero si bien el nos da el don de poder creer en El y la gracia para poder crecer en esa fe, el Señor también nos enseña que para que esa fe se sostenga, crezca, madure y se fortalezca es preciso que oremos siempre, sin desfallecer. La fe se alimenta con la oración constante, perseverante, crece en el encuentro diario con el Señor, en la escucha y meditación de su palabra, se consolida cuando se traduce en obras concretas. En cambio, la fe se torna inconsistente, se marchita y muere en aquél o aquella que reza poco, mal o nunca.
Rezar siempre implica, por un lado, tener momentos fuertes de oración a lo largo del día, y todos los días. Esto implica separar un tiempo adecuado para el diálogo interior con Dios, así como para la meditación, profundización y asimilación de las lecciones que el Señor Jesús nos da en los Evangelios, ya sea con sus enseñanzas o con el ejemplo de su Vida.
Pero rezar siempre implica asimismo rezar sin interrupción, es decir, no dejar de rezar en ningún momento. ¿Pero es esto posible? Obviamente que no es posible, si nos dedicásemos únicamente a rezar. Pero sí es posible si logramos hacer de nuestras mismas actividades una oración continua. ¿Pero cómo puede la acción convertirse en oración? ¿No se oponen acaso oración y acción? Pues no. La oración y la acción están llamadas a integrarse y fecundarse mutuamente: oración para la vida y acción; acción y vida hechas oración. Toda mi actividad se hace oración cuando con ella busco cumplir el Plan de Dios, la misión que El me confía en el mundo, cuando busco hacer todas mis actividades -desde las más sencillas y ordinarias hasta las más complejas- para el Señor y por el Señor. Si hago eso, estaré rezando siempre.
Rezar sin desfallecer es una invitación del Señor a no abandonar jamás los momentos fuertes de oración, bajo ninguna circunstancia o pretexto. Y es que para la oración perseverante encontraremos muchos obstáculos que nos desalientan o se convierten en excusa para abandonar la oración, primero un día, luego dos, luego definitivamente. Rezar sin desfallecer implica no dejarse vencer por argumentos como: “no tengo tiempo para rezar porque tengo tantas cosas que hacer”, “no siento nada”, “me da pereza”, “Dios no me escucha”, “rezo al final del día”, etc., etc.
Siguiendo la admonición del Señor, que nos invita entender la necesidad de rezar siempre y sin desfallecer, debo proponerme acudir a El cada día en la oración, nunca abandonarla o retomarla de inmediato si por alguna razón la he descuidado por un día o más. Ninguna excusa será válida para relegar el encuentro cotidiano con el Señor, con el Amigo cada día. Organízate bien, dedícale un tiempo a la oración, no te dejes vencer por la pereza, no la dejes para el final del día cuando ya estas fatigado y lleno de bulla, busca el momento más adecuado para ella y de ser posible, que sea lo primero que hagas al empezar tu jornada, aunque para ello tengas que hacer un esfuerzo de levantarte un poco antes. ¡Verás cuánto te ayuda una oración bien hecha cada día!
IV. PADRES DE LA IGLESIA
San Juan Crisóstomo: «El que te redimió y el que quiso crearte, fue quien lo dijo. No quiere que cesen tus oraciones; quiere que medites los beneficios cuando pides y quiere que por la oración recibas lo que su bondad quiere concederte. Nunca niega sus beneficios a quien los pide y por su piedad excita a los que oran a que no se cansen de orar. Admite, pues, con gusto las exhortaciones del Señor: debes querer lo que manda y debes no querer lo que el mismo Señor prohíbe. Considera, finalmente, cuánta es la gracia que se te concede: tratar con Dios por la oración y pedir todo lo que deseas. Y aunque el Señor calla en cuanto a la palabra, responde con los beneficios. No desdeña lo que le pides, no se hastía sino cuando callas.»
San Agustín: «Si algo acontece en contra de lo que hemos pedido, tolerémoslo con paciencia y demos gracias a Dios por todo, sin dudar en lo más mínimo de que lo más conveniente para nosotros es lo que acaece según la voluntad de Dios y no según la nuestra. De ello nos dio ejemplo aquel divino mediador, el cual dijo en su pasión: Padre, si quieres, aparta de mí este cáliz, pero, con perfecta abnegación de la voluntad humana que recibió al hacerse hombre, añadió inmediatamente: Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Por lo cual, entendemos perfectamente que por la obediencia de uno solo todos quedarán constituidos justos. »
San Juan Crisóstomo: «Nada hay mejor que la oración y coloquio con Dios, ya que por ella nos ponemos en contacto inmediato con Él; y, del mismo modo que nuestros ojos corporales son iluminados al recibir la luz, así también nuestro espíritu, al fijar su atención en Dios, es iluminado con su luz inefable. Me refiero, claro está, a aquella oración que no se hace por rutina, sino de corazón, que no que¬da circunscrita a unos determinados momentos, sino que se prolonga sin cesar día y noche.»
San Beda: «Debe decirse también que ora siempre y no falta el que no deja nunca el oficio de las horas canónicas. Y todo lo demás que el justo hace o dice en conformidad con el Señor, debe considerarse como oración.»
San Agustín: «La perseverancia del que ruega debe durar hasta que se consiga lo que se pida en presencia del injusto juez. Por tanto, deben estar bien seguros los que ruegan a Dios con perseverancia, porque El es la fuente de la justicia y de la misericordia.»
San Agustín: «Esto lo añade el Señor [“¿hallará fe en la tierra?”] para dar a conocer que si la fe falta, la oración es inútil. Por tanto, cuando oremos, creamos y oremos para que no falte la fe. La fe produce la oración y la oración produce a su vez la firmeza de la fe.»
V. CATECISMO DE LA IGLESIA
Tres parábolas el Señor sobre la oración
2613: San Lucas nos ha transmitido tres parábolas principales sobre la oración:
La primera, «el amigo importuno», invita a una oración insistente: «Llamad y se os abrirá». Al que ora así, el Padre del cielo «le dará todo lo que necesite», y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones.
La segunda, «la viuda importuna», está centrada en una de las cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de la fe. «Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?»
La tercera parábola, «el fariseo y el publicano», se refiere a la humildad del corazón que ora. «Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador». La Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: «¡Kyrie eleison!».
La vida de oración para el cristiano
2697: La oración es la vida del corazón nuevo. Debe animarnos en todo momento. Nosotros, sin embargo, olvidamos al que es nuestra Vida y nuestro Todo. Por eso, los Padres espirituales, en la tradición del Deuteronomio y de los profetas, insisten en la oración como un «recuerdo de Dios», un frecuente despertar la «memoria del corazón»: «Es necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar» (S. Gregorio de Nisa). Pero no se puede orar «en todo tiempo» si no se ora, con particular dedicación, en algunos momentos: son los tiempos fuertes de la oración cristiana, en intensidad y en duración.
2698: La Tradición de la Iglesia propone a los fieles unos ritmos de oración destinados a alimentar la oración continua. Algunos son diarios: la oración de la mañana y la de la tarde, antes y después de comer, la Liturgia de las Horas. El Domingo, centrado en la Eucaristía, se santifica principalmente por medio de la oración. El ciclo del año litúrgico y sus grandes fiestas son los ritmos fundamentales de la vida de oración de los cristianos.
2699: El Señor conduce a cada persona por los caminos que El dispone y de la manera que El quiere. Cada fiel, a su vez, le responde según la determinación de su corazón y las expresiones personales de su oración. No obstante, la tradición cristiana ha conservado tres expresiones principales de la vida de oración: la oración vocal, la meditación y la oración de contemplación. Tienen en común un rasgo fundamental: el recogimiento del corazón. Esta actitud vigilante para conservar la Palabra y permanecer en presencia de Dios hace de estas tres expresiones tiempos fuertes de la vida de oración.
La oración supone siempre un esfuerzo
2725: La oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con El nos enseñan que la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios. Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitualmente en su Nombre. El «combate espiritual» de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración.
Objeciones a la oración
2726: En el combate de la oración, tenemos que hacer frente en nosotros mismos y en torno a nosotros a conceptos erróneos sobre la oración. Unos ven en ella una simple operación psicológica, otros un esfuerzo de concentración para llegar a un vacío mental. Otros la reducen a actitudes y palabras rituales. En el inconsciente de muchos cristianos, orar es una ocupación incompatible con todo lo que tienen que hacer: no tienen tiempo. Hay quienes buscan a Dios por medio de la oración, pero se desalientan pronto porque ignoran que la oración viene también del Espíritu Santo y no solamente de ellos.
2728: Por último, en este combate hay que hacer frente a lo que es sentido como fracasos en la oración: desaliento ante la sequedad, tristeza de no entregarnos totalmente al Señor, porque tenemos «muchos bienes»; decepción por no ser escuchados según nuestra propia voluntad; herida de nuestro orgullo que se endurece en nuestra indignidad de pecadores, alergia a la gratuidad de la oración... La conclusión es siempre la misma: ¿Para qué orar? Es necesario luchar con humildad, confianza y perseverancia, si se quieren vencer estos obstáculos.
VI. PALABRAS DE LUIS FERNANDO (transcritas de textos publicados)
Llamados a la vida activa y con una intensa vocación que nos hace clamar con el Apóstol «Ay de mí si no evangelizare» (1Cor 9,16), la espiritualidad sodálite en su recorrido de fe va mirando a la Inmaculada Virgen para comprender mejor cómo seguir a Jesús hoy. Madre y Maestra, María va enseñándonos el sendero con sus intercesiones y amor maternal. Ya lo enseñó el Concilio Vaticano II en ese magnífico capítulo octavo de la Lumen gentium. Entre nosotros surge la conciencia de un proceso de amorización. Éste se nutre de la iluminación de la fe. Parte del Testamento de Cristo en el Gólgota. Desde lo alto de la Cruz Cristo nos señala a María como Madre. Como consecuencia de ello nos adherimos con amor filial a Ella. Al profundizar por este piadoso camino de hijos en el Inmaculado Corazón nos vemos remitidos amorosamente al Sacratísimo Corazón de Jesús. Él nos muestra misericordioso sus tres grandes amores: al Padre en el Espíritu, a María, su Madre y nuestra, y a nuestros hermanos humanos. Todo este proceso de amorización se realiza en espíritu y praxis de fe y oración. Es ciertamente un camino de amor, lo es también de fe y esperanza.
Desde un primer momento escuchábamos aquello que el Señor Jesús busca inculcar: que es «preciso orar siempre sin desfallecer» (Lc 18,1). Y lo que el Espíritu decía por el Apóstol: «Orad sin cesar» (1Tes 5,17). Miramos a la historia de la Iglesia para ver cómo otros hermanos en la fe habían respondido a la invocación a no desfallecer en la oración en la vida activa, cotidiana. Escuchamos la invitación a permanecer en comunión con Dios, orando siempre. Y con la gracia recibida procuramos responder, con constancia, con fidelidad.
Así fuimos llegando a una cada vez más hermosa experiencia de fe. La vida hecha oración, acción de gracias, pedido de auxilio en el caminar, glorificación a Dios con toda nuestra existencia. Vivir en un estado de oración. ¡Toda la vida hecha oración!
En la Carta a los Colosenses encontramos una preciosa guía: «todo cuanto hagáis hacedlo en nombre del Señor Jesús, dando gracias al Padre por medio de Él» (ver Col 3,17). Todo un magnífico programa que permite entender la vida como oración continua. “Oración para la vida y el apostolado, vida y apostolado hechos oración”. Son palabras intensas que condensan un estilo de vida, fundado en el amor, señala el horizonte de vida cristiana, un sendero hacia la santidad. Ellas nacen de la espiritualidad sodálite y la manifiestan.
La oración se internaliza. La vigilia a la que somos invitados no termina pues hasta el sueño mismo es consagrado a Dios. «De noche pronuncio tu nombre, Señor, y velando, tu voluntad» (Sal 119,55). En el Prólogo al libro de los Salmos —como lo llamaba San Jerónimo (331-420)—, que es el Salmo 1 sobre los dos caminos, se dice igualmente: «su gozo es la ley del Señor y medita su ley día y noche» (Sal 1,2). En otro salmo se lee: «la ley de Dios está en su corazón, sus pasos no vacilan» (Sal 37,1). La fe interiorizada y hecha oración, echada como semilla en la tierra del corazón, germina noche y día, estando uno dormido o despierto, pues es un don de Dios.
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En la Iglesia hay un lugar para todos, pero en vos, ¿Hay un lugar para la Iglesia? |
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