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Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario

 
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Autor Mensaje
Guadalupe Gómez
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Mensajes: 2115
Ubicación: Argentina

MensajePublicado: Dom Nov 18, 2007 3:07 am    Asunto: Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario
Tema: Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario
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Reflexiones para la Santa Misa del Dies Domini
www.ducinaltum.info



Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario


“El que persevere hasta el fin se salvará”

I. LA PALABRA DE DIOS
II. APUNTES
III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA
IV. PADRES DE LA IGLESIA
V. CATECISMO DE LA IGLESIA
VI. PALABRAS DE LUIS FERNANDO


I. LA PALABRA DE DIOS

Mal 3,19-20: “Sobre ustedes brillará el sol de justicia con la salud en sus rayos.”

«Pues he aquí que viene el Día, abrasador como un horno; todos los arrogantes y los que cometen impiedad serán como paja; y los consumirá el Día que viene, dice Yahveh Sebaot, hasta no dejarles raíz ni rama. Pero para vosotros, los que teméis mi Nombre, brillará el sol de justicia con la salud en sus rayos.»

Sal 97, 5-9: “El Señor llega para regir la tierra con justicia”

2 Tes 3, 7-12: “Trabajen con sosiego para comer su propio pan”

«Ya sabéis vosotros cómo debéis imitarnos, pues estando entre vosotros no vivimos desordenadamente, ni comimos de balde el pan de nadie, sino que día y noche con fatiga y cansancio trabajamos para no ser una carga a ninguno de vosotros. No porque no tengamos derecho, sino por daros en nosotros un modelo que imitar.

Además, cuando estábamos entre vosotros os mandábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado que hay entre vosotros algunos que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A ésos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan.»

Lc 21,5-19: “Con vuestra perseverancia, salvaréis vuestras almas”

«Como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, él dijo: “Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida”. Le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?”

El dijo: “Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: “Yo soy” y “el tiempo está cerca”. No les sigáis. Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato”. Entonces les dijo: “Se levantará nación contra nación y reino contra reino. Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo”.

“Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre; esto os sucederá para que deis testimonio. Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa, porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y seréis odiados de todos por causa de mi nombre. Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.»

II. APUNTES

La construcción del segundo Templo de Jerusalén había sido iniciada el año 19 a.C. por Herodes el Grande. Se alzaba sobre las ruinas del primer Templo, construido por el rey Salomón casi 10 siglos antes sobre la colina más alta de Jerusalén, el monte Moria, y destruido en el siglo VI a.C. por los babilonios. Para el momento en que los discípulos de Jesús comentan sobrecogidos de asombro la grandiosidad y belleza de esta construcción, el imponente Templo llevaba ya 46 años en obras.

Pero más allá del espectáculo impresionante que ofrecía la vista de la construcción, el significado del Templo era para el pueblo de Israel de una trascendencia mucho mayor. El Templo de Jerusalén era la “casa de Yahveh”, el lugar de la presencia de Dios en medio de su pueblo, allí donde se encontraba el Sancta Sanctorum, y como tal era el centro del culto divino para Israel y el lugar de peregrinación de todo judío fiel que con su familia acudía «todos los años a Jerusalén a la fiesta de la Pascua» (Lc 2,41).

En aquel Templo el Niño Jesús fue presentado y consagrado a Dios por sus padres cuarenta días después de su nacimiento (Lc 2,22s). Los evangelistas dan cuenta que sus padres anualmente lo llevaban al Templo para la fiesta de la Pascua judía (Lc 2,41). Fue allí, en la «casa de mi Padre» (Lc 2,49), donde María y José lo encontraron robando la admiración de los doctores de la ley por su precoz sabiduría, cuando a los doce años “se perdió” en Jerusalén (Lc 2,42 ss).

Para cuando el Señor, siempre fiel a la costumbre de subir anualmente a Jerusalén para la celebración de la pascua judía, ya adulto se encuentra en el Templo seguido de sus discípulos, aquella obra maestra de la arquitectura arrancó palabras de encomio y admiración de algunos. Mas ante semejante comentario el Señor no responde como era de esperar, alabando la majestuosidad del Templo, sino que lanza su mirada al futuro y anuncia su completa y total destrucción: «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida». Esta predicción la lanza el Señor en el contexto de su ya próxima Pascua. En efecto, “su hora”, el momento de su Pasión, Muerte y Resurrección, se hallaba ya cercano. No es de sorprender, pues, que el pensamiento del Señor estuviese puesto en las cosas que habían de venir, en lo esencial, no en lo pasajero y en la apariencia.

El anuncio del Señor produjo una evidente inquietud: «¿Cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?» La pregunta de los discípulos es doble. En primer lugar preguntan cuando tendrá lugar la destrucción del Templo, e inmediatamente añaden la pregunta sobre el fin del mundo. La importancia del Templo para los judíos era tal que en la mente de los discípulos su destrucción debía ser como la antesala del fin del mundo y del advenimiento final del Mesías.

La respuesta del Señor no implicaba que uno y otro acontecimiento estuviesen estrechamente unidos en el tiempo, pero tampoco excluía la posibilidad. En su respuesta distingue el momento en que el Templo será arrasado y el fin del mundo: «es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato» (Lc 21,9). Y si para la destrucción del Templo el Señor anunciaba que «no pasará esta generación hasta que todo esto suceda» (Lc 21,32), para el fin del mundo y su vuelta gloriosa el Señor afirmaba: «de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre» (Mc 13,32).

El primero de los sucesos anunciados ocurrió el año 70 d.C., durante la primera generación de cristianos, tal y como lo había anunciado el Señor. Guerras y revoluciones precedieron a la destrucción del Templo. En Jerusalén se encendieron muchas agitaciones internas, azuzadas por mesías políticos que prometían liberar al pueblo elegido del dominio extranjero. Cansados de las continuas sediciones judías los romanos decidieron arrasar la ciudad santa de Jerusalén y destruir el Templo. Desde entonces en el judaísmo ya no hay Templo, ni holocausto, ni sacrificio. Lo único que subsistió a aquella terrible devastación fue una parte del fundamento de aquél magnífico edificio, conocido hoy como “el muro de los lamentos”.

Otros son los signos que precederán el fin del mundo: «Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria» (Lc 21,25-27).

Asimismo advierte el Señor a sus discípulos que antes del fin del mundo sufrirán una fuerte persecución por causa de su Nombre. La perseverancia será necesaria en medio de las duras pruebas: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».

III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

Ser cristiano o cristiana en el mundo de hoy no es cosa fácil. Quienes quieren ser de Cristo, quienes optan por tomar en serio sus enseñanzas y luchan por ser santos, experimentan inmediatamente la oposición, la burla, el desprecio, el rechazo o la persecución no sólo de quienes odian a Cristo, sino en ocasiones incluso de amigos y familiares.

A quien se atreve a pensar como el Señor e ir contra corriente viviendo una vida coherente con Su Evangelio se le acusa de “fanático”, “intolerante”, etc. Pocos hacen el esfuerzo de comprendernos y respetarnos. Se nos presiona de muchos modos para que nos acomodemos a la vida mundana que “todos” llevan, y es que la vida de un cristiano coherente cuestiona, «es un reproche de nuestros criterios, su sola presencia nos es insufrible, lleva una vida distinta de todas.» (Sab 2,14-15)

Muchos nos invitan continuamente a pensar y actuar como todos los demás, a confundirnos con el montón, a traicionar los anhelos más profundos del corazón, a silenciarlos llevando una vida superficial o inmoral, a vivir sumergidos en la borrachera que producen los placeres, el poder o el tener.

Ante la abierta o también sutil pero intensa e incesante persecución, tenemos dos posibilidades: o nos amoldamos al mundo y a sus criterios, haciendo “lo que todos hacen”, pensando como todos piensan, para pasar desapercibidos y experimentar nuevamente esa falsa “tranquilidad” de antes; o perseveramos firmes en la fe, confiados en el Señor, aunque ello nos cueste “sangre, sudor y lágrimas”, aunque nos cueste de momento la dolorosa incomprensión de nuestros familiares o amigos, para ganar con nuestra perseverancia la vida eterna que el Señor nos tiene prometida (ver Lc 21,19).

¿Cuál es mi opción? ¿Doy la cara o prefiero callarme y ocultarme, por vergüenza, por miedo, por no saber qué decir, o por sentirme más cómodo? ¿Persevero en mi vida cristiana?

IV. PADRES DE LA IGLESIA

San Ambrosio: «Era muy cierto que había de ser destruido el templo construido por los hombres; porque nada hay de lo hecho por los hombres que no sea destruido por la vejez, o derribado por la fuerza, o consumido por el fuego. Sin embargo, hay otro templo, a saber, la sinagoga, cuya obra antigua se destruyó al levantarse la Iglesia. También hay un templo en cada uno de nosotros, que se destruye cuando falta la fe y principalmente cuando alguno invoca en falso el nombre de Jesucristo, lo que violenta su conciencia».

San Gregorio: «El Señor dice los males que habrán de ocurrir antes del fin del mundo para que, anunciados así, se inquieten menos los hombres en lo futuro. Hieren menos las flechas que se previenen… Las guerras son propias de los enemigos, y las sediciones de los ciudadanos, para que sepamos, pues, que seremos turbados exterior e interiormente, dice que tendremos que sufrir de nuestros enemigos y de nuestros hermanos».

San Cipriano: «Éste es el precepto de nuestro Señor y Maestro: El que persevere hasta el fin se salvará… Es necesario, hermanos muy queridos, tener paciencia y perseverar, para que, después de haber sido admitidos a la esperanza de la verdad y de la libertad, podamos alcanzar esa misma verdad y libertad; porque el hecho de ser cristianos nos exige la fe y la esperanza; pero, para que esta fe y esta esperanza puedan obtener su fruto, nos es necesaria la paciencia. Pues nosotros no buscamos la gloria presente, sino la futura… La esperanza y la paciencia son necesarias para llevar a buen término lo que hemos empezado, y para alcanzar lo que esperamos y creemos apoyados en la promesa divina».

V. CATECISMO DE LA IGLESIA

Jesús y el templo

583: Como los profetas anteriores a El, Jesús profesó el más profundo respeto al Templo de Jerusalén. Fue presentado en él por José y María cuarenta días después de su nacimiento. A la edad de doce años, decidió quedarse en el Templo para recordar a sus padres que se debía a los asuntos de su Padre. Durante su vida oculta, subió allí todos los años al menos con ocasión de la Pascua; su ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén con motivo de las grandes fiestas judías.

584: Jesús subió al Templo como al lugar privilegiado para el encuentro con Dios. El Templo era para El la casa de su Padre, una casa de oración, y se indigna porque el atrio exterior se haya convertido en un mercado. Si expulsa a los mercaderes del Templo es por celo hacia las cosas de su Padre: «No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado. Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: “El celo por tu Casa me devorará” (Sal 69, 10)» (Jn 2, 16-17). Después de su Resurrección, los apóstoles mantuvieron un respeto religioso hacia el Templo.

585: Jesús anunció, no obstante, en el umbral de su Pasión, la ruina de ese espléndido edificio del cual no quedará piedra sobre piedra. Hay aquí un anuncio de una señal de los últimos tiempos que se van a abrir con su propia Pascua. Pero esta profecía pudo ser deformada por falsos testigos en su interrogatorio en casa del sumo sacerdote y serle reprochada como injuriosa cuando estaba clavado en la cruz.

VI. PALABRAS DE LUIS FERNANDO (transcritas de textos publicados)

«La persecución adquiere muchas expresiones. El “misterio de la iniquidad” se manifiesta con una oscura multiformidad. La oposición al Reino no ceja en sus muchas mutaciones. Y al paso de los siglos las palabras del Señor Jesús siguen bendiciendo a quienes sufren persecución por causa de la justicia, calificándolos de bienaventurados.

»El caso de los cristianos japoneses es un testimonio impresionante. A través de las muchas persecuciones que sufrió aquella porción de la Iglesia se percibe el esplendor de la perseverancia. Tras siglos de acoso y de todo tipo de amenazas, aún en el Japón del siglo XIX existían millares de cristianos.

»Es admirable la perseverancia de estos creyentes que transmitían la herencia de la fe de padres a hijos. A principios del siglo XVII se había proscrito el cristianismo. Los sacerdotes y misioneros habían sido martirizados o deportados. Millares de laicos habían sufrido igual suerte. Numerosas comunidades japonesas tuvieron que mantener la fe en la clandestinidad, sin auxilio de sacerdotes, animadas tan sólo por una especie de doctrineros laicos. Claro, la comunión eclesial, con su realidad misteriosa estaba presente.

»Las persecuciones nacidas de las intrigas, de las bajas pasiones, de una ideología del estado nacional y otras más no lograron apagar del todo el fuego ardiente de la fe en tierra japonesa. Ciertamente hicieron mella, y no poca. Sin esas persecuciones quién podría decir si el Japón no sería una nación cristiana como Filipinas. El hecho es que por más arteras y constantes que fueron las medidas de los shogunes para acabar con el cristianismo en el Japón, no lo consiguieron.

»Tan pronto que por intereses comerciales o políticos las rígidas medidas represivas del gobierno del shogunato fueron aflojándose, los cristianos fueron apareciendo. Hacia 1858 se reconoció la libertad religiosa a los extranjeros residentes, para lo cual se autorizó la construcción de iglesias en algunas ciudades, bajo el cuidado de misioneros franceses.

»Primero decenas, luego centenares y millares de cristianos fueron reconociendo las iglesias y aflorando de las “catacumbas” sociales en que habían sobrevivido. No dejo de admirarme de la perseverancia en Jesús de estas personas. Sin duda en medio de su fragilidad y su sencillez campesina, fueron fuertes con la fuerza de Dios e ilustrados con su sabiduría. Hoy en día, tiempo de incoherencias increíbles, parece importante recordar la perseverancia cristiana de estos hombres y mujeres. Aun cuando su fe tuviese que ser purificada».



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