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Domingo II de Adviento

 
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Autor Mensaje
Guadalupe Gómez
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Registrado: 08 Sep 2006
Mensajes: 2115
Ubicación: Argentina

MensajePublicado: Mie Dic 12, 2007 5:49 am    Asunto: Domingo II de Adviento
Tema: Domingo II de Adviento
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Reflexiones para la Santa Misa del Dies Domini
www.ducinaltum.info



Domingo II de Adviento


“¡Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas!”

I. LA PALABRA DE DIOS
II. APUNTES
III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA
IV. PADRES DE LA IGLESIA
V. CATECISMO DE LA IGLESIA
VI. PALABRAS DE LUIS FERNANDO


I. LA PALABRA DE DIOS

Is 11,1-10: “Saldrá un vástago del tronco de Jesé… Reposará sobre él el espíritu de Yahveh”

«Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el espíritu de Yahveh:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y temor de Yahveh.
Y le inspirará en el temor de Yahveh.
No juzgará por las apariencias,
ni sentenciará de oídas.
Juzgará con justicia a los débiles,
y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra.
Herirá al hombre cruel con la vara de su boca,
con el soplo de sus labios matará al malvado.
Justicia será el ceñidor de su cintura,
verdad el cinturón de sus flancos.

Serán vecinos el lobo y el cordero,
y el leopardo se echará con el cabrito,
el novillo y el cachorro pacerán juntos,
y un niño pequeño los conducirá.
La vaca y la osa pacerán,
juntas acostarán sus crías,
el león, como los bueyes, comerá paja.
Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid,
y en la hura de la víbora
el recién destetado meterá la mano.
Nadie hará daño, nadie hará mal
en todo mi santo Monte,
porque la tierra estará llena de conocimiento de Yahveh,
como cubren las aguas el mar.

Aquel día la raíz de Jesé
que estará enhiesta para estandarte de pueblos,
las gentes la buscarán,
y su morada será gloriosa.»

Sal 71,2.7-8.12-13.17: “Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente”

Rom 15,4-9: “Acogeos mutuamente como os acogió Cristo para gloria de Dios”

«En efecto todo cuanto fue escrito en el pasado, se escribió para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza. Y el Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo.

Por tanto, acogeos mutuamente como os acogió Cristo para gloria de Dios. Pues afirmo que Cristo se puso al servicio de los circuncisos a favor de la veracidad de Dios, para dar cumplimiento a las promesas hechas a los patriarcas, y para que los gentiles glorificasen a Dios por su misericordia, como dice la Escritura: Por eso te bendeciré entre los gentiles y ensalzaré tu nombre.»

Mt 3,1-12: “Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos”

«Por aquellos días aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: “Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos”. Este es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice:

Voz del que clama en el desierto:
Preparad el camino del Señor,
enderezad sus sendas.

Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre. Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: “Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior: ‘Tenemos por padre a Abraham’; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga”.»

II. APUNTES

San Juan Bautista es el personaje central en el Evangelio de este Domingo. El profeta que aparece en el desierto proclamando el ya próximo advenimiento del Reino de Dios e invitando a todos a recibir un bautismo para el perdón de los pecados era el hijo de Isabel, parienta de Santa María. Él es aquél que en el seno materno saltó de gozo en el encuentro de las dos madres (ver Lc 1,44).

Este niño milagrosamente concebido (ver Lc 1,5-7) estaba llamado a cumplir una singular misión: «a muchos de los hijos de Israel, les convertirá al Señor su Dios, e irá delante de él con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y a los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto» (Lc 1,15-17). Zacarías, su padre, inspirado por el Espíritu Santo anunció: «serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos» (Lc 1,76).

Con el tiempo «el niño crecía y su espíritu se fortalecía». Vivió en el desierto hasta que llegó «el día de su manifestación a Israel» (Lc 1,80). «En el año quince del imperio de Tiberio César… fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados» (Lc 3,1ss). Es así como lo vemos en el Evangelio de este Domingo, proclamando a viva voz: «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos.»

El Bautista invita de ese modo a “preparar el camino” al Señor que viene, como antiguamente se nivelaban los caminos que debía recorrer un rey cuando visitaba una ciudad. La conversión, en griego metánoia, implica hacer transitable el camino del Señor al corazón del hombre enderezando los caminos, haciendo recta toda conducta humana a la luz de la Ley divina.

Al hacer este fuerte llamado a la conversión el Bautista usa de algunas imágenes muy familiares en el lenguaje sapiencial del Antiguo Testamento. Una primera comparación es la del hombre que obra el mal con el árbol que no da buen fruto, o que lo da malo. Usando esta figura Juan exhorta y advierte: «Dad el fruto que pide la conversión, pues todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado al fuego». La conversión implica dar buen fruto, y eso sólo es posible en la medida en que el hombre se vuelve a Dios, se “arraiga” en Él, en su Ley y en su Palabra. Un hombre que confía en Dios y que en Él pone su esperanza será como «un árbol plantado junto a las aguas y que extiende sus raíces a la corriente… no temerá cuando venga el calor, sus hojas se mantendrán verdes. En el año de sequía no se inquietará, ni dejará de dar fruto.» (Jer 17,8)

En efecto, el Espíritu divino es para el hombre lo que el agua para la planta. El agua, absorbida por las raíces para convertirse en savia, alimenta la planta, le da vida, le posibilita dar fruto. Para el ser humano separarse de Dios es condenarse a la esterilidad, a la sequedad y finalmente a la muerte (ver Jn 15,1ss).

Una segunda imagen que utiliza el Bautista se refiere a la habitual tarea campesina de separar el trigo de la paja. «Él tiene el bieldo en la mano: aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga», dice el precursor del Señor.

Esta imagen es también muy usada en la Escritura y se toma de la recolección de las mieses. En estas ocasiones se siega el trigo, se lleva en gavillas a una explanada donde se procede a triturarla para desgranar el trigo. Luego, para separar el trigo de la paja, el labrador espera a que sople un viento suave. Entonces toma el bieldo en su mano para lanzar al aire la paja revuelta con el trigo. El grano, por su peso, cae a los pies del labrador y va formando un montículo de trigo limpio, mientras que la paja es llevada por el viento junto con una nube de polvo.

La paja viene a ser símbolo de inconsistencia, así como también de sequedad y esterilidad. No sirve más que para ser arrojada al fuego. En cambio el grano es símbolo de consistencia y de fecundidad, por ser el germen del que brota una nueva vida.

Esta comparación, frecuentemente usada en el Antiguo Testamento, expresa con la plasticidad de la analogía que en el caso del hombre el camino del pecado le lleva a la inconsistencia, a la sequedad, a la esterilidad y a la autodestrucción. Y para la criatura humana no hay nada más necio que seguir un camino “inconsistente” que culminará en su propia destrucción, por toda la eternidad. Quien se descubre en este camino resbaladizo puede evitar el dramático fin con su arrepentimiento: puede convertirse, volverse al Señor de la Vida, para dar en adelante frutos de conversión.

III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

El tiempo de adviento es un tiempo en el que la Iglesia nos invita a una mayor conversión. A través de quien es la «voz que clama en el desierto» nos urge a preparar el camino del Señor, enderezar las sendas y permitir así que Él llegue hasta nosotros y habite continuamente en nuestros corazones.

El Señor no viene ni permanece en un corazón que se aferra al pecado. Él viene y mora en un corazón puro y limpio. ¿Cuántas veces nos quejamos porque “no sentimos la presencia del Señor”, porque lo experimentamos “lejano, distante, ausente”, y así llegamos a dudar de Él? ¿Se debe a que Él esté lejos? ¡No! ¡No está lejos el Señor! ¡Él se ha hecho uno como nosotros y ha habitado en nuestro suelo! ¡Él viene cada día a nosotros en su Iglesia, en los sacramentos! ¡Él nos garantiza su presencia todos los días, hasta el fin del mundo (ver Mt 28,20)! Por tanto, ¡somos nosotros quienes le cerramos el corazón, quienes huimos de su presencia y lo mantenemos a distancia! No es que el Señor no nos escuche o no nos hable, ¡somos nosotros quienes no escuchamos al Señor cuando nos habla, quienes por nuestras continuas opciones por el pecado nos volvemos sordos a sus constantes llamadas, ciegos e insensibles a las continuas manifestaciones de su amor para con nosotros! Él no deja de estar allí, llamando y llamando a la puerta del corazón para que le abras, para poder entrar y permanecer en tu intimidad (ver Ap 3,20).

No te sorprendas si no experimentas la presencia suave del Señor en tu corazón, si te sientes lejos del Señor, si experimentas que tu corazón se ha endurecido. En vez de dudar del Señor, de su presencia e incluso de su existencia, pregúntate más bien: ¿Qué actitud mía impide que el Señor me visite? ¿Qué obstáculo le pongo yo en el camino? ¿A qué pecado o vicio me aferro? Una vez descubierto el obstáculo, ¡trabaja seriamente por quitarlo de en medio! ¡Renuncia al pecado! ¡Rechaza con firmeza toda tentación! ¡Endereza el mal camino! Si implorando continuamente la gracia del Señor purificas tu corazón, esforzándote en amar más al Señor que a tu propio pecado, ten la certeza de que el Señor no tardará en visitar tu humilde morada con su amorosa presencia: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Jn 14,23).

IV. PADRES DE LA IGLESIA

San Agustín: «Como es difícil discernir entre la Palabra y la voz, los hombres creyeron que Juan era Cristo. Tomaron a la voz por la Palabra. Pero Juan se reconoció como la voz para no usurparle los derechos a la Palabra. Dijo: No soy el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. Le preguntaron: ¿Qué dices de tu persona? Y él respondió: Yo soy la voz del que clama en el desierto: “Preparad el camino del Señor.” La voz del que clama en el desierto, la voz del que rompe el silencio. Preparad el camino del Señor, como si dijera: “Soy la voz cuyo sonido no hace sino introducir la Palabra en el corazón; pero, si no le preparáis el camino, la Palabra no vendrá adonde yo quiero que ella entre.”»

San Agustín: «¿Qué significa: Preparad el camino, sino: “Rogad insistentemente”? ¿Qué significa: Preparad el camino, sino: “Sed humildes en vuestros pensamientos”? Imitad el ejemplo de humildad del Bautista. Lo toman por Cristo, pero él dice que no es lo que ellos piensan ni se adju¬dica el honor que erróneamente le atribuyen. Si hubiera dicho: “Soy Cristo”, con cuánta facilidad lo hubieran creído, ya que lo pensaban de él sin haberlo dicho. No lo dijo: reconoció lo que era, hizo ver la diferencia entre Cristo y él, y se humilló. Vio dónde estaba la salvación, comprendió que él era sólo una antorcha y temió ser apagado por el viento de la soberbia.»

V. CATECISMO DE LA IGLESIA

Los preparativos

522: La venida del Hijo de Dios a la tierra es un acontecimiento tan inmenso que Dios quiso prepararlo durante siglos. Ritos y sacrificios, figuras y símbolos de la «Primera Alianza» (Hb 9, 15), todo lo hace converger hacia Cristo; anuncia esta venida por boca de los profetas que se suceden en Israel. Además, despierta en el corazón de los paganos una espera, aún confusa, de esta venida.

523: S. Juan Bautista es el precursor inmediato del Señor, enviado para prepararle el camino. «Profeta del Altísimo» (Lc 1, 76), sobrepasa a todos los profetas, de los que es el último, e inaugura el Evangelio, desde el seno de su madre saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría en ser «el amigo del esposo» (Jn 3, 29) a quien señala como «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29). Precediendo a Jesús «con el espíritu y el poder de Elías» (Lc 1, 17), da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión y finalmente con su martirio.

524: Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (ver Ap 22, 17). Celebrando la natividad y el martirio del Precursor, la Iglesia se une al deseo de éste: «Es preciso que él crezca y que yo disminuya» (Jn 3, 30).

Juan el Bautista, el Precursor del Señor

717: «Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan» (Jn 1, 6). Juan fue «lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre» (Lc 1, 15.41) por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo. La «visitación» de María a Isabel se convirtió así en «visita de Dios a su pueblo» (Lc 1, 68).

718: Juan es «Elías que debe venir» (Mt 17, 10-13): El fuego del Espíritu lo habita y le hace correr delante [como «precursor»] del Señor que viene. En Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de «preparar al Señor un pueblo bien dispuesto» (Lc 1, 17).

719: Juan es «más que un profeta» (Lc 7, 26). En él, el Espíritu Santo consuma el «hablar por los profetas». Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías. Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es la «voz» del Consolador que llega (Jn 1, 23). Como lo hará el Espíritu de Verdad, «vino como testigo para dar testimonio de la luz» (Jn 1, 7). Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las «indagaciones de los profetas» y el ansia de los ángeles: «Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo... Y yo lo he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios... He ahí el Cordero de Dios» (Jn 1, 33-36).

720: En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la «semejanza» divina. El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento.

VI. PALABRAS DE LUIS FERNANDO (transcritas de textos publicados)

La conversión, aunque pueda tener un momento o momentos fuertes, es un proceso. Cristo llama y no deja de llamar a la conversión: “¡Convertíos!”. La opción por responder al Plan de Dios es sostenida y nutrida por la gracia que es amorosamente derramada en los corazones por el Espíritu Santo y que impulsa a la persona a aspirar continuamente a una vida nueva. En ese sentido se da un combate en lo íntimo del ser humano. “Esta lucha es la de la conversión con miras a la santidad y la vida eterna a la que el Señor no cesa de llamarnos”.

Por el sacramento de la Confesión el pecador recurre a la misericordia divina, y reconociéndose frágil se abre a Dios que sale a su encuentro con el perdón, y a la Iglesia que lo recibe amorosa. La conversión como proceso de continua respuesta a la gratuita invitación de Dios a la reconciliación, alcanza en el sacramento un auxilio fundamental y con el perdón recibe también un don de gracia que impulsa a responder con mayor coherencia al divino designio de Amor.

La conversión y renovación personales, avanzando por los caminos que dispone el designio divino, es tarea de todos en el Pueblo de Dios. Con precisión señala el Catecismo que: “en su peregrinación, la Iglesia experimenta también hasta qué punto distan entre sí el mensaje que ella proclama y la debilidad humana de aquellos a quienes se confía el Evangelio”. Y, refiriéndose al proceso de conversión que llama “segunda conversión”, dice también que “es una tarea ininterrumpida para toda la Iglesia que ‘recibe en su propio seno a los pecadores’ y que siendo ‘santa al mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la penitencia y la renovación’. Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del ‘corazón contrito’, atraído y movido por la gracia a responder al amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero”.



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