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Domingo IV de Adviento

 
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Autor Mensaje
Guadalupe Gómez
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Registrado: 08 Sep 2006
Mensajes: 2115
Ubicación: Argentina

MensajePublicado: Lun Ene 07, 2008 3:00 am    Asunto: Domingo IV de Adviento
Tema: Domingo IV de Adviento
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Reflexiones para la Santa Misa del Dies Domini
www.ducinaltum.info



Domingo IV de Adviento


“La Virgen concebirá y dará a luz un Hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel”

I. LA PALABRA DE DIOS
II. APUNTES
III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA
IV. PADRES DE LA IGLESIA
V. CATECISMO DE LA IGLESIA
VI. PALABRAS DE LUIS FERNANDO


I. LA PALABRA DE DIOS

Is 7,10-14: “La Virgen concebirá”

«Volvió Yahveh a hablar a Ajaz diciendo:
“Pide para ti una señal de Yahveh tu Dios en lo profundo del seol o en lo más alto”.

Dijo Ajaz: “No la pediré, no tentaré a Yahveh”.

Dijo Isaías:
“Oíd, pues, casa de David:
¿Os parece poco cansar a los hombres,
que cansáis también a mi Dios?
Pues bien, el Señor mismo
va a daros una señal:
He aquí que una doncella está encinta
y va a dar a luz un hijo,
y le pondrá por nombre Emmanuel.»

Sal 23,1-6: “Va a entrar el Señor; Él es el Rey de la Gloria”

Rom 1,1-7: “Jesucristo, de la estirpe de David, Hijo de Dios”

«Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios,
que había ya prometido por medio de sus profetas en las Escrituras Sagradas,
acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne,
constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos,
Jesucristo Señor nuestro,
por quien recibimos la gracia y el apostolado,
para predicar la obediencia de la fe a gloria de su nombre
entre todos los gentiles,
entre los cuales os contáis también vosotros, llamados de Jesucristo,
a todos los amados de Dios que estáis en Roma,
santos por vocación,
a vosotros gracia y paz,
de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.»

Mt 1,18-24: “Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David”

«La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. Su marido José, como era justo y no quería revelar (su misterio), resolvió separarse en secreto. Así lo tenía planeado, cuando el Angel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer aunque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados”. Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta:

Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo,
y le pondrán por nombre Emmanuel,

que traducido significa: “Dios con nosotros”. Despertado José del sueño, hizo como el Angel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer.»

II. APUNTES

El Evangelio de este Domingo dirige la mirada a Aquella de cuyo seno nacerá el Reconciliador y Salvador del mundo: Santa María, la madre del Señor.

En esta Mujer se cumple aquella promesa que Dios había hecho a los primeros padres, en la escena misma de la caída original: «Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar» (Gén 3,15). Se trata del protoevangelio, es decir, del primer anuncio de la buena nueva, de la reconciliación, del triunfo final y definitivo sobre el mal, sobre el pecado y sus terribles consecuencias. Dios promete un reconciliador, que nacerá de una misteriosa mujer.

«Al llegar la plenitud de los tiempos, -dirá San Pablo- envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Gál 4,4-5). Jesucristo es el Hijo de Dios, enviado por El para pisar la cabeza de la antigua serpiente, signo del triunfo total sobre el demonio, sobre el poder del mal y de la muerte, y María la mujer pensada desde antiguo y elegida por Dios para ser la madre de su Hijo. Por ello, faltando ya pocos días para celebrar el nacimiento de Jesucristo, la Iglesia fija su mirada en Aquella que está pronta a darlo a luz, de Aquella que como una bella aurora anuncia el ya cercano nacimiento del Sol de Justicia.

¿Pero cómo se hizo hombre el Verbo divino? ¿Cómo llegó a ser “linaje de mujer” Aquél que desde toda la eternidad era ya Hijo de Dios? San Mateo en su evangelio afirma que el Verbo divino se encarnó no por obra o intervención de varón, es decir, por contacto sexual alguno, sino «por obra del Espíritu Santo.» San Lucas, que probablemente escuchó el relato de la milagrosa concepción de labios de la misma Virgen, describe detalladamente cómo sucedió esto (ver Lc 1,26-38). De la dificultad que María ofrece al ángel ante el anuncio de que ella concebirá y dará a luz a un Hijo a quien habrá de poner por nombre Jesús, «¿cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (Lc 1,34), se deduce que María tenía el propósito de guardar su virginidad incluso dentro del matrimonio con José. No se entiende cómo pudiese plantear tal dificultad quien desposada ya con José pronto pasaría a vivir con él (ver Mt 1,18). El término griego que se traduce como “no conozco varón”, abarca también el pasado y el futuro, de modo que debe entenderse así: “no he conocido, no conozco actualmente ni tampoco tengo intención de conocer a varón”, significando este “conocer a varón” el mantener relaciones conyugales.

Los primeros cristianos que se encontraron ante el hecho milagroso de la concepción virginal del Señor Jesús descubrieron que estaba ya anunciado desde antiguo en las Escrituras (1ª. lectura). El evento les permitió comprender que el signo ofrecido por Dios a Acaz, a través de su profeta Isaías, constituía una profecía que se realizó en María: «He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel.» (Traducción de la Biblia de Jerusalén, tomada de la versión hebrea) La versión de la Escritura usada por el evangelista Mateo -usada también por el Señor Jesús y los demás apóstoles- es la traducción griega llamada “de los Setenta”, utiliza explícitamente el término “virgen” (ver Mt 1,23). El hecho extraordinario de que una mujer conciba siendo y permaneciendo virgen es justamente lo que se constituye como “signo” de la venida del Emmanuel, «que traducido significa: “Dios con nosotros”.» (Mt 1,23)

El título Emmanuel coincide con el nombre que llevará tal Niño, nombre que expresa su ser y manifiesta su misión: Jesús, que traducido significa, “Dios salva” (ver Catecismo de la Iglesia Católica, 430). En otras palabras, El es el Emmanuel, Dios con nosotros, Dios que viene en persona a salvar a su pueblo de sus pecados (ver Mt 1,21). Es en El en quien Dios dará cumplimiento a su antigua promesa (ver Gen 3,15).

¿Y cuál es el papel de José en los designios divinos de reconciliación? Aquél signo divino dado por Isaías a Acaz quería asegurarle que la descendencia de David no sería exterminada, como era su temor. Más aún, Dios promete que de la descendencia de David nacería un gran Rey, el caudillo de Israel, el Mesías. El Cristo sería «hijo de David» (Mt 1,1) y José, siendo de la descendencia de David (Mt 1,20), era quien debía asegurar la descendencia davídica a este Niño mediante una paternidad legal.

Sobre la reacción de José ante la noticia de que María estaba encinta, noticia que sin duda le fue comunicada por María misma, dice el Evangelista: «resolvió repudiarla en secreto.» Repudiarla es una expresión idiomática que significa no seguir adelante con el desposorio. ¿Le creyó José a María de que llevaba un Niño milagrosamente concebido en su seno? Podríamos pensar que no, que dudó de su integridad, pero que aún así no quiso denunciarla públicamente. Pero conociendo José a María, conociendo su amor a Dios y su propósito de guardar la virginidad por amor a Dios, y siendo él mismo un hombre justo, un hombre de Dios, ¿no podríamos pensar que sí le creyó? Si es así, entendemos que su confusión obedecería a un temor reverencial y a una indecisión acerca de lo que él debía hacer en una situación así. Dado que el hijo de María era el Hijo de Dios, ¿no era lo propio hacerse a un lado, apartarse? José habría decidido retirarse, porque, a causa de su justicia, no quería apropiarse de una descendencia sagrada que no era suya. Así se entiende lo que el ángel le dijese en sueños: «no temas tomar contigo a María, tu mujer, aunque [es la traducción precisa] lo engendrado en ella es del Espíritu Santo». José obedece cuando comprende que Dios mismo le pide permanecer con su mujer y asumir la paternidad del Niño para darle la descendencia davídica.

III. LUCES PARA LA VIDA CRISTIANA

«Llamada a ser la Madre de Dios, María vivió plenamente su maternidad desde el día de la concepción virginal, culminándola en el Calvario a los pies de la Cruz» (S.S. Juan Pablo II, Incarnationis Mysterium, 14).

María culmina su maternidad en el Calvario a los pies de la Cruz. No quiere esto decir que allí su maternidad toca a su fin, sino que al pie de la Cruz su amor es abierto a una nueva maternidad: «cuando Jesús dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”, abrió de un modo nuevo el corazón de su Madre, el Corazón Inmaculado, y le reveló la nueva dimensión y el nuevo alcance del amor al que era llamada en el Espíritu Santo, en virtud del sacrificio de la Cruz. (...) El corazón de María ha sido abierto por el mismo amor al hombre y al mundo, con el que Cristo amó al hombre y al mundo, ofreciéndose a Sí mismo por ellos en la Cruz» (S.S. Juan Pablo II ).

Relacionando la Anunciación-Encarnación con el Calvario, el Beato Guillermo Chaminade dice: «Ella se convierte en Madre de los cristianos en el sentido de que los engendra al pie de la Cruz, aunque ya era su Madre por la Maternidad Divina... Oh, cuánta fortuna para nosotros que el golpe que hiere su alma con la espada del dolor dé nacimiento a la familia de los elegidos». Es así que María no sólo dio a luz a Jesús: el Calvario fue para Ella el tiempo de darnos a luz a cada uno de nosotros, sus hijos e hijas en el Hijo. Dentro de los amorosos designios divinos su vocación a la maternidad divina es al mismo tiempo una vocación a la maternidad espiritual. María es la Madre del Cristo Total: de la Cabeza, el Señor Jesús, y del Cuerpo, su descendencia, “la descendencia de mujer”.

En obediencia a este Plan divino, los cristianos «sentimos la necesidad de poner de relieve la presencia singular de la Madre de Cristo en la historia» (S.S. Juan Pablo II), así como también en nuestras propias vidas: Ella, la mujer elegida por Dios para tomar un lugar preciso dentro de su Plan de reconciliación, cooperando desde su libertad plenamente poseída, llegó a ser la Madre de Cristo y devino en Madre de todos los que somos de Cristo. Su función maternal dentro de los designios divinos sigue vigente hoy y es eminentemente dinámica. Por tanto, amar a María no es una opción, sino una necesidad para todo buen cristiano. Amar a María con el mismo amor de Jesús es un deber y una tarea para cada uno de nosotros, es obedecer a Dios y adherirnos con fe a su divino Plan.

¿Me esfuerzo en amar a María como Jesús mismo la amó? ¿Acudo a Ella como madre mía que es? ¿Le rezo? ¿Imploro su intercesión? ¿Me esfuerzo en conocerla cada día un poco más, para dejarme educar por ella, para aprender de su pureza, de su amor a Dios, de su fidelidad a prueba de todo, de su humildad, de su reverencia, de su disposición para servir a los demás, etc.?

IV. PADRES DE LA IGLESIA

San Juan Crisóstomo: «Le explica luego lo admirable de este nacimiento, porque Dios es quien envía desde el cielo, por ministerio de un ángel, el nombre que había de ponerse al Niño. Y éste no es un nombre cualquiera, sino un nombre tesoro de bienes infinitos. Y así lo interpreta el ángel y funda en él las mejores esperanzas, induciéndole con esto a la fe de lo que le decía, pues para creer otras cosas solemos ser más dóciles.»

San Jerónimo: «Jesús en hebreo significa Salvador. Luego da a entender la etimología del nombre, cuando dice: “Porque él salvará a su pueblo de los pecados de ellos”.»

San Jerónimo: «A las palabras aducidas del profeta, preceden estas otras: “El mismo Señor os dará una señal”. Esta señal debe ser cosa nueva y admirable. Ahora bien, si —como pretenden los judíos—, quien ha de parir es una muchacha, una jovencita, no una virgen, ¿qué señal puede llamarse tal suceso, cuando el nombre de jovencita o muchacha no indica más que la edad y no integridad? Cierto que la palabra virgen se expresa en hebreo por la de bethula, y que no está consignada en la profecía, sino que se pone la de almah (1), que las versiones —con excepción de los Setenta— han vertido por la de “jovencita”. Pero la voz almah entre los hebreos tiene dos significaciones “jovencita” y “ocultada”, luego la voz almah no sólo expresa una muchacha o virgen cualquiera, sino una virgen escondida y retirada, jamás expuesta a las miradas de los hombres, antes bien, guardada por sus padres con el mayor cuidado. Además, la lengua fenicia, derivada del hebreo, da con propiedad a la voz almah el significado de virgen, y nuestro idioma el de santa. A pesar de que los hebreos emplean en su lengua vocablos de casi todas las otras no recuerdo, por más que torturo mi memoria, haber leído jamás la palabra almah para expresar una mujer casada, sino siempre la que es virgen. Y no simplemente virgen, sino en los años de la adolescencia, porque también una vieja puede ser virgen; una virgen en los años de la pubertad, no una muchacha incapaz todavía de conocer varón.»

(1) La palabra 'almah' es un sustantivo que aparece en la versión en hebreo del pasaje de Isaías. Aparece en otros 8 lugares. Se suele traducir como jovencita o doncella. (Vines, Unger, White). Sin embargo en el Cantar 6,8 algunos traducen 'almah' en el sentido de virgen. 'Almah' se suele usar para designar a una doncella no casada. En la venerable versión del Antiguo Testamento en griego, los LXX, se dice parthénos, esto es, explícitamente virgen. (Kittel V, 826ss.) Aun cuando la palabra puede tener también una variedad de sentidos en el griego, como joven, por ejemplo en Gen 34,3. Los autores de las Escrituras canónicas neotestamentarias suelen citar según la autoridad de los LXX, más que según la versión hebrea. El p. Benoit (en ¿Está inspirada la versión de los Setenta?) destaca la evolución teológica que se percibe en la versión de los LXX de la que cita San Mateo el pasaje de Isaías, y se pregunta “¿es legítimo preguntarnos si ese progreso en materia dogmática ha podido realizarse sin una intervención especial del Espíritu Santo?” El profeta Isaías, e incluso la misma versión de los LXX, emplean unas palabras que sólo la posterior evolución de la revelación divina, especialmente recogida en el Evangelio según San Mateo, para explicar el “maravilloso acontecimiento” del nacimiento virginal, da un pleno sentido de profecía.

San León Magno: «Fue, sin duda, concebido del Espíritu Santo, dentro del útero de su Madre Virgen, que lo dio a luz, salvando su virginidad, igual como concibió sin detrimento de ésta.»

San Juan Crisóstomo: «En realidad aquí se pone nombre a un hecho. Acostumbra la Escritura poner por nombre los hechos mismos que se verifican. Así, al decir: “Llamarán su nombre Emmanuel”, es como si dijera: “Verán a Dios entre los hombres”. Por eso no dice “lo llamarás”, sino “lo llamarán”, es decir, así lo llamarán las gentes y así lo confirmarán los hechos.»

V. CATECISMO DE LA IGLESIA

437: El ángel anunció a los pastores el nacimiento de Jesús como el del Mesías prometido a Israel: «Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor» (Lc 2, 11). Desde el principio él es «a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo» (Jn 10, 36), concebido como «santo» (Lc 1, 35) en el seno virginal de María. José fue llamado por Dios para «tomar consigo a María su esposa» encinta «del que fue engendrado en ella por el Espíritu Santo» (Mt 1, 20) para que Jesús «llamado Cristo» nazca de la esposa de José en la descendencia mesiánica de David (Mt 1, 16).

La predestinación de María

488: «Dios envió a su Hijo» (Gal 4, 4), pero para «formarle un cuerpo» quiso la libre cooperación de una criatura. Para eso desde toda la eternidad, Dios escogió para ser la Madre de su Hijo, a una hija de Israel, una joven judía de Nazaret en Galilea, a «una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María» (Lc l, 26-27):

El Padre de las misericordias quiso que el consentimiento de la que estaba predestinada a ser la Madre precediera a la encarnación para que, así como una mujer contribuyó a la muerte, así también otra mujer contribuyera a la vida.

«Hágase en mí según tu palabra...»

494: Al anuncio de que ella dará a luz al «Hijo del Altísimo» sin conocer varón, por la virtud del Espíritu Santo. María respondió por «la obediencia de la fe» (Rom 1, 5), segura de que «nada hay imposible para Dios»: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 37-38). Así dando su consentimiento a la palabra de Dios, María llegó a ser Madre de Jesús y, aceptando de todo corazón la voluntad divina de salvación, sin que ningún pecado se lo impidiera, se entregó a sí misma por entero a la persona y a la obra de su Hijo, para servir, en su dependencia y con él, por la gracia de Dios, al Misterio de la Redención:

Ella, en efecto, como dice S. Ireneo, «por su obediencia fue causa de la salvación propia y de la de todo el género humano». Por eso, no pocos Padres antiguos, en su predicación, coincidieron con él en afirmar: «el nudo de la desobediencia de Eva lo desató la obediencia de María. Lo que ató la virgen Eva por su falta de fe lo desató la Virgen María por su fe». Comparándola con Eva, llaman a María "Madre de los vivientes" y afirman con mayor frecuencia: «la muerte vino por Eva, la vida por María» (LG 56).

La virginidad de María

496: Desde las primeras formulaciones de la fe, la Iglesia ha confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de este suceso: Jesús fue concebido «absque semine ex Spiritu Sancto», esto es, sin semilla de varón, por obra del Espíritu Santo. Los Padres ven en la concepción virginal el signo de que es verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la nuestra:

Así, S. Ignacio de Antioquía (comienzos del siglo II): «Estáis firmemente convencidos acerca de que nuestro Señor es verdaderamente de la raza de David según la carne, Hijo de Dios según la voluntad y el poder de Dios, nacido verdaderamente de una virgen... Fue verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato... padeció verdaderamente, como también resucitó verdaderamente».

497: Los relatos evangélicos presentan la concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda comprensión y toda posibilidad humanas: «Lo concebido en ella viene del Espíritu Santo», dice el ángel a José a propósito de María, su desposada (Mt 1, 20). La Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa divina hecha por el profeta Isaías: «He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un hijo» (Is 7, 14 según la traducción griega de Mt 1, 23).

498: A veces ha desconcertado el silencio del Evangelio de S. Marcos y de las cartas del Nuevo Testamento sobre la concepción virginal de María. También se ha podido plantear si no se trataría en este caso de leyendas o de construcciones teológicas sin pretensiones históricas. A lo cual hay que responder: la fe en la concepción virginal de Jesús ha encontrado viva oposición, burlas o incomprensión por parte de los no creyentes, judíos y paganos; no ha tenido su origen en la mitología pagana ni en una adaptación de las ideas de su tiempo. El sentido de este misterio no es accesible más que a la fe que lo ve en ese «nexo que reúne entre sí los misterios», dentro del conjunto de los Misterios de Cristo, desde su Encarnación hasta su Pascua. S. Ignacio de Antioquía da ya testimonio de este vínculo: «El príncipe de este mundo ignoró la virginidad de María y su parto, así como la muerte del Señor: tres misterios resonantes que se realizaron en el silencio de Dios».

María, la «siempre Virgen»

499: La profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua de María incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre. En efecto, el nacimiento de Cristo «lejos de disminuir consagró la integridad virginal» de su madre. La liturgia de la Iglesia celebra a María como la «Aeiparthenos», la «siempre-virgen».

VI. PALABRAS DE LUIS FERNANDO (transcritas de textos publicados)

Miremos con el corazón abierto este 25 de diciembre que al tiempo que nos permite rememorar con gratitud el don de la Encarnación, nos abre también a profundizar en la experiencia de la reconciliación, ofreciéndonos un tiempo de reflexión, de examen de conciencia, de formulación de buenos propósitos para los meses y días advenientes.

Las antiguas profecías están por cumplirse. Más aún habría que decir que la realidad histórica reclamará a la profética. Así, lo que se lee en Isaías 7,14 «Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel», será transformado en la lectura griega de los Setenta, que tomará San Mateo como explicación del misterio acontecido, por: «Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel». Más allá de la tradición judía que lleva a traducir ‘almáh por parthénos, esto es mujer joven o doncella por virgen, "la virgen" como que singulariza el evento maravilloso que una virgen dará a luz sin concurso de varón.

De allí la palabra de Santa María que recoge San Lucas: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» (v. 34). Interesa destacar, una vez más, cómo es que María, siendo Virgen, interroga en anhelo de mayor entendimiento. No parece que duda. Pide mayores luces. A través de esa pregunta como que se corre un poco el velo del secreto propósito de virginidad de María. De la misma forma en que la palabra ‘almah y la palabra parthénos pueden señalar a una joven aún virgen, no casada, sin que signifique que seguirá siéndolo, la pregunta de María revela con extraordinario pudor y fineza esa secreta consagración de su corazón a Dios con el propósito de permanecer virgen. Es esto lo que San Mateo expresa en el Evangelio, revelando lo acontecido, la referencia de la joven virgen de la señal que se le ofrece a Acaz al misterio de "la Virgen" que da a luz. De un sentido genérico de "joven no casada" se pasa al literal de "virgen", y aun al más literalmente específico de "la Virgen". ¿No es eso lo que se lee? Así, el acontecimiento muestra el sentido pleno de la profecía, probablemente incomprendida hasta la Anunciación y su realización en el magno milagro de la Concepción por obra del Espíritu Santo y el Nacimiento en Belén.

Por obra del Espíritu Santo la Virgen concibe y da a luz y permanece siempre virgen. Nace un varón, de Aquella que no conoció varón. Y es llamado con toda justicia Hijo del Altísimo. Es el Emmanuel, Dios con nosotros.

«Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto… es el Hijo eterno de Dios hecho hombre», dice la fe de la Iglesia y cada uno de nosotros con ella.

La mente y el corazón viajan a Nazaret de Galilea, a aquel momento sublime en el que Dios irrumpe en la historia humana, en donde el Verbo Eterno se hace Hijo de Mujer para redimir y reconciliar a los seres humanos, para revelar a todo hombre y mujer, de todo lugar, con todas las características culturales, hasta el fin de los tiempos, la propia identidad y para abrir los caminos de amistad para el encuentro con el Padre en el Espíritu, y participar, alcanzando la realización plena, en la Comunión de Amor.

Nazaret es el lugar geográfico del inicio de la máxima bendición del ser humano después de haber sido creado: su reconciliación. Al principio de los tiempos, de la nada surgió la vida por sobreabundancia amorosa de Dios. A su Palabra la nada que nada podía se torna fructífera por la aparición de la vida. En la madurez de los tiempos ocurre otro magno misterio, Dios se hace hombre para reconciliar al hombre con Dios. «Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios mandó a su hijo, nacido de mujer» (Gál 4,4). El Papa Juan Pablo II dice admirado, en una ocasión en tierras americanas, y nosotros lo repetimos con hondo sobrecogimiento: «Dios ha entrado en la historia del hombre. Dios, que es en sí mismo el misterio insondable de la vida; Dios, que es Padre y se refleja a sí mismo desde la eternidad en el Hijo, consustancial a Él y por el que fueron hechas todas las cosas; Dios, que es unidad del Padre y del Hijo en el flujo de amor eterno que es el Espíritu Santo».



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¡Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que cierran a los hombres el Reino de los Cielos! Ni entran ustedes, ni dejan entrar a los que quisieran... Lc. 11, 13-15

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