de la mancha Esporádico
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Publicado:
Vie Mar 07, 2008 12:17 pm Asunto:
CORO DE PEREGRINOS
Tema: CORO DE PEREGRINOS |
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Si Roma es la ciudad del arte y Paris la del amor y el romanticismo, no cabe ninguna duda que Lourdes es la ciudad de la fé y de la esperanza. Y asó lo debimos de entender unas decenas de amigos y feligreses de nuestra Parroquia cuando agrupados por el entusiasmo de nuestro Párroco, nos dirigimos el pasado mes de Febrero en peregrinaje hacia Lourdes para visitar a Nuestra Señora.
Allí conocimos un poco más a Bernardita Soubirous nacida en Londres un 7 de Enero de 1844, hija de unos humildes aldeanos de Lourdes qué fue honrada por la Virgen tras aparecérsele varias veces desde 1.856. En su última aparición en el año 1.859 le ordenó que en ese mismo lugar se construyera un Santuario para su devoción. En ese mismo instante comenzó antes los ojos iluminados de Bernardita a manar agua de la tierra, agua que hoy en día sigue manando incesantemente. Por deseo de Bernardita que murió en 1.879 en Nevers tras ser canonizada por Pío XI el 8 de Diciembre de 1.933, el gobierno francés construyó una Basílica en 1.876 junto a la gruta de las apariciones. En este lugar a donde acuden millones de peregrinos de todo el mundo, la Virgen ha concedido infinidad de milagros de curación, testimoniados por las autoridades eclesiásticas y con la aprobación de científicos en medicina.
Nuestra primera visita la realizamos a la Gran Señora que desde su gruta, parece enviarnos su mensaje de esperanza amor y consuelo, porque sabe el dolor que supone la tragedia y la enfermedad.
Y en el respetado silencio del entorno de la gruta, cuantas promesas no arrancó de nuestro egoísta corazón Bernardita, para depositarlas a los pies de la Madre y cuantas lágrimas derramadas al contemplar esos enfermos que permanecían a nuestro lado y esa mujer que desde su camilla lloraba sin lágrimas tal vez por tenerla agotadas de tanto sufrir y que nos extiende su mano con un saludo de amor.
Por la noche presenciando la procesión de las antorchas y viendo pasar a tantos y tantos enfermos, me vino a la memoria las palabras del Evangelio “Hágase tu voluntad” y yo me preguntaba ¿Como podrán asumir estas personas esa voluntad de Dios. ¿Cómo podría repetir yo esa frase, de estar sobre alguna de aquellas centenares de camillas o en uno de aquellos sillones de ruedas olfateando mi difícil recuperación. ¿Cómo podría consolarles para que esa última esperanza de mejor vida que iban a pedir a la Señora, les diera ánimos para seguir adelante. ¿Cuál sería mi mejor deseo, para poder expresarles sin sentirme indigno, el dolor que sentía al verles pasar delante de mí y decirles con las palabras de la Biblia “que la misericordia y el amor de Dios a sus hijos, llenarán la tierra”.
No recuerdo lo que pasó por mi mente cuando mis ojos contemplaban aquella manifestación de fé, pero lo cierto es que sin apenas darme cuenta me encontré acompañando a ese coro de peregrinos que a una sola voz rezaban cantando el Santo Rosario, pidiéndole a la Virgen en cada Ave María que les enviara un rayo de esperanza.
Al término de la procesión, charlaba con Emilio un voluntario de Málaga que desde hace tiempo acude cada año acompañando a enfermos discapacitados mentales o minusválidos. Me comentaba que cada mañana tenían que levantarlos de la cama, bañarlos, lavarles los dientes, peinarlos, vestirlos y acompañarlos al comedor para desayunar para después conducirlos hacia los actos programados. Me decía sonriente que al principio tenía mucho miedo por si les hacía daño en sus cuidados, pero que poco a poco se fue relajando y empezó a disfrutar de su voluntariado.
Aunque recibía infinidad de muestras de agradecimiento de sus enfermos, jamás las aceptaba, porque entendía que era él, quien estaba totalmente agradecido a ellos por permitirle ayudarles, serles útil y ser su amigo. Y que la alegría de sus enfermos al sentirse un poco mejorados, era el regalo secreto de su solidaridad al estar cerca de los sufrimientos de aquellos con quienes compartían unos días de vida y así poder evitarles al encontrarse solos, la pregunta de saber si su vida valía la pena vivirla.
Me despedí con un abrazo de Emilio deseándole lo mejor y esa noche me dormí intentando poner en orden todo los vivido mi primer día de peregrino en Lourdes y pensando... ¡como envidio a Emilio!.
Al día siguiente, segundo de nuestra estancia en Lourdes, amaneció bonito y soleado. Un día de esos que a veces en el transcurso de nuestra vida tenemos la impresión de que el reloj de nuestro tiempo, marca los espacios con más lentitud. Y es precisamente hoy uno de Mayo, cuando ese día se convierte en especial, al asistir sin duda al acto principal de nuestro viaje, la celebración de la Santa Misa.
Se inició a las ocho y media de la mañana. Fue rezada en castellano y concelebrada por Nacho y D. Andrés junto a otros Sacerdotes que acompañaban a distintas peregrinaciones de habla hispana, en el altar situado en la misma gruta de las apariciones y junto al lugar donde brotó ese manantial que después de tantos años no ha dejado de manar agua convertida en vida y esperanza por deseo de Nuestra Señora.
Durante la Santa Misa, que testimonios de amor y de alegría nos dieron los centenares de enfermos que nos acompañaban cuando nos deseaban la paz ofreciéndonos un beso de esperanza.
Al finalizar la Misa me preguntaba como volverían los enfermos después de su peregrinaje. Sin duda sus dolores serían mucho menores que cuando vinieron. La vida continuaría, pero ahora contaban con la
ayuda de la Señora a cuyos pies estuvieron tan felices y con la esperanza de que parte de sus sufrimientos.
habrían quedado en la gruta
Por la tarde por ese monte situado junto a la gruta y bendecido por la Virgen cuando puso sus pies en él, intentamos recordar con Ella ese Vía Crucis que recorrió acompañando a su Hijo, que por amor a los hombres fue condenado por Pilatos a morir en la cruz. Y recordamos a Jesús recibiendo esa cruz que nosotros fabricamos con nuestros pecados y nuestros fallos y que El soportó. Esa cruz que le hizo caer hasta tres veces, agotado y asfixiado, tal vez para demostrarnos que no debemos desanimarnos en nuestras caídas. Que no podemos cansarnos de seguirle y de ayudar y comprometernos con los demás.
Y recordamos a María cuando llora por el dolor que atraviesa su corazón de madre, al ver a su Hijo caminar torpemente, apenas sin fuerzas, soportando el madero que nosotros hemos cargado sobre sus espaldas. Y nos preguntamos el porqué de nuestra cobardía cuando a veces no nos atrevemos a confesar nuestra fe antes los demás saliendo al camino como la Verónica o el hombre de Cirene para ayudar a los que sufren, que precisamente en este día, están tan cerca de nosotros.
Y observamos a Jesús mirando a las mujeres que lloran al verle pasar, sin poder aceptar aquellas lágrimas sinceras, porque piensa que es fácil la piedad sensible, pero El prefiere la piedad sacrificada, la que hace de la entrega a los demás una situación heroica.
Y volvemos a contemplar a la Madre llorar de nuevo, cuando cae el martillo traspasando los clavos la carne del Hijo y cuando después de pedir al Padre el perdón para todos los hombres, dando una gran voz inclina su cabeza y expira.
No le quedan más lágrimas que derramar al recibir y contemplar en silencio sobre su seno el cadáver de Jesús. Ella nos lo dio hecho vida y se lo devolvemos muerto.
Sin embargo Ella sabe que el sepulcro de su Hijo, es para nosotros vida y esperanza. Son luces de nuestra razón para ponernos en manos de Dios. Es el refugio de los enfermos para alcanzar su salud maltrecha. Es la semilla para nuestra propia resurrección. Es el trampolín de vida eterna para los que desanimados han pensado tirar la toalla. En definitiva el sepulcro de Jesús es algo en lo que debemos de meditar despacio, muy despacio.
Había sido este segundo día de nuestra permanencia en Lourdes, vivido intensamente en emociones, promesas y reflexiones. Después de cenar quise volver de nuevo a la gruta para estar unos minutos más junto a la Virgen y con el recuerdo de Bernardita.
Y ante su imagen en mi despedida quedé con la Señora en volver a visitarla. Fue un acuerdo de última hora. Habían quedado muchos temas por concretar, y conversaciones mantenidas con Ella en el silencio de la noche, pendientes de ultimar. Con la alegría de mi promesa me marchaba hacía el hotel. Volví la cabeza hacía la gruta para dar mi último adiós a la Virgen y en el interior de mi corazón sentí que me despedía, con una sonrisa.
El tercer día de nuestro viaje salimos temprano con dirección a Zaragoza. Nuestros semblantes parecían distintos a los de la llegada a Lourdes un par de días antes. Se notaba en el ambiente, alegría, optimismo y felicidad. Nadie se acordaba de las doce horas que tardamos en llegar por algún despiste del conductor en las autovías ni del pequeño retraso en la salida de Lourdes por dificultades técnica en el autocar. Ni apenas se comentó si las comidas habían sido mejores o peores, porque entendíamos que sencillamente nos habían parecido distintas a las de España.
A nuestra llegada a Zaragoza, última visita de nuestro viaje, celebró la Santa Misa junto a un sacerdote de la Catedral, en el altar que preside la Virgen del Pilar. Su imagen bella, graciosa y diminuta, 30 cm. de altura, descansa sobre la misma columna y en el mismo lugar que el día 2 de Enero del año 40 se apareció a Santiago Apóstol. Después de la Misa besamos esa columna que sostiene a la Virgen y que se halla desgastada por los millones de fieles que han venerado y depositado su beso a la Patrona de Zaragoza.
Después de comer, sobre las cinco de la tarde salimos para cumplir la última etapa de nuestro viaje con destino a Madrid. Antes, naturalmente, dejamos constancia de nuestro agradecimiento a nuestro párroco por su constante preocupación para que todos nos sintiéramos cómodos y acompañados.
A nuestra llegada a Madrid y sin saber muy bien el porqué, recordé la leyenda que inspiró a Vagner para escribir su ópera Tannhauser, sobre aquel poeta alemán que peregrinó para solicitar del Papa Urbano IV el perdón de sus pecados. El Papa se lo negó hasta que un palo seco que le mostró no se cubriera de verde, prodigio que se cumplió al tercer día.
En esta ópera, un coro de peregrinos cantan felices a su regreso: “Feliz al fin / vuelvo Patria a mirarte / y al contemplarte / recordaré la verdad de lo vivido ...”
Quizás la historia se repetía. _________________ 2506 |
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