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Pastoral Vocacional

 
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Autor Mensaje
Luis Mansilla
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Registrado: 10 Ene 2006
Mensajes: 1

MensajePublicado: Mie Ene 11, 2006 10:14 am    Asunto: Pastoral Vocacional
Tema: Pastoral Vocacional
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CUIDADO DE LAS VOCACIONES

¿Qué virtudes debe fomentar el Orientador Vocacional?
Al reflexionar esta interrogante a cerca de las virtudes de un orientador vocacional, no podemos dejar de pensar axiológicamente el tema y desde nuestro propio carisma: “Vivir según la forma del Santo Evangelio” fue el carisma específico, revelado por el Señor a Francisco. Desde estos principios la acción del cuidado pastoral de las vocaciones está orientada, por su propia naturaleza, al discernimiento vocacional personal, pues su objetivo último es ayudarnos a descubrir el camino concreto de nuestro propio proyecto de vida al que Dios nos llama, ser santo.

Hombre de Dios: la santidad.
El punto clave en todo orientador franciscano lo constituye la santidad desde la minoridad, testigos de Cristo en el mundo. Quien verdaderamente desea convertirse en hermano menor, deberá luchar por conquistar la santidad personal desde la fraternidad local, como provincial.

El aspirante a la orden de hermanos menores, debe agradarle hablar con su orientador vocacional por lo que es y lo que representa, también por sus cualidades de liderazgo, pero sobre todo, por los dones espirituales provenientes de ser un hombre de Dios. Sus palabras, su comportamiento, su presencia deben demostrarlo.

El orientador-acompañante vocacional, no puede contentarse con adquirir una buena preparación curricular, por encima de ésta, tendrá que convencerse de su necesidad de santidad. El Evangelio habla a este respecto, “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos”. (Jn.15, 5).

¿Qué dará un sarmiento separado de la vid? ¿Podrá tener fruto? No vale sino para echarlo al fuego. Un orientador vocacional, si no vive unido al tronco de Cristo, y recibe su savia, nunca producirá verdaderos frutos de santidad, ni en su propia vida ni a la hora de acompañar en su proceso de discernimiento vocacional a los demás.

Dios es la fuente de toda santidad, por tanto, llegaremos a la santidad en la medida en que permanezcamos unidos a Él, en la medida en que participemos de su misma vida. De poco sirven la mucha inteligencia o cualidades que tengamos, todos los esfuerzos aunque los multipliquemos, nunca alcanzaremos el más mínimo grado de santidad fuera de Dios.
La santidad no se encuentra en muchos rezos, en suspiros, en bonitas promesas, en buenos y hermosos propósitos. La verdadera santidad radica en participar de la vida de Dios, y esta participación, aunque requiere la libre aceptación del hombre, se obtiene sólo por don de Dios. Como hemos dicho antes, nadie fuera de Dios puede santificar, ni San Francisco de Asís, ni ningún otro santo, ni siquiera la Santísima Virgen María, pues Ella, santa, inmaculada y perfecta, lo es en la medida en que Dios la hizo partícipe, en grado sumo e irrepetible, de su misma santidad.

Así pues, el camino para la santidad pasa necesariamente por el conocimiento experiencial de Dios, de tal forma que el hombre se adhiera totalmente a Dios con su inteligencia, su corazón y su voluntad.

Por tanto, el orientador vocacional deberá ser una persona espiritual, que irradie a Dios. Lo cual implica trabajar sinceramente por vivir unido a Dios, por cumplir en todo momento su voluntad santísima. No se trata de fingir, sino de dar todo cuanto se tiene, aunque lo que se posea no sea todo lo que se debiera tener.
“La razón de todo esto es porque nadie puede dar lo que no tiene ni más de lo que tiene. Y, estando desprovisto el maestro espiritual de espíritu interior o poseyéndolo muy débil y enfermizo, está radicalmente incapacitado para llevar a mayor altura el espíritu de su discípulo”.

Por tanto, quien orienta a jóvenes debe forjarse en la virtud. En lugar de conformarse con el conocimiento teórico y abstracto de las virtudes, deberá esforzarse por crecer en ellas con la gracia de Dios. De otra manera recibiríamos la recriminación de Cristo: “Atan pesadas cargas y las ponen sobre los hombros de los otros, pero ellos ni con un dedo hacen nada por moverlas”.(Mt.23,4).

Profunda vida de oración.

Cuanto más unido esté a Cristo el orientador vocacional, más frutos espirituales producirá la gracia de Dios en el vida de sus dirigidos. De ahí la importancia de ejercitarse en la oración, de buscar crecer en el amor e identificación con Cristo al modo del carisma franciscano, y de sacrificarse por las responsabilidad encomendadas.

Los dirigidos deberán experimentar la autenticidad de cuanto se les dice en la dirección espiritual como fruto de la experiencia personal vivida por el propio orientador, no como un descubrimiento leído en un libro, o una lección recibida en algún curso.




La prudencia.

La virtud de la prudencia nos permite conocer la realidad tal como es, para luego “ordenar” el querer y el obrar; es decir, la prudencia dispone a la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios para realizarlo.
En la vida de todo ser humano se presentan encrucijadas, dudas, dificultades, y la virtud de la prudencia nos ayuda a discernir “te recomiendo esto” o “te conviene lo otro…”.

La prudencia igualmente se define como el pensar bien, para aconsejar bien, para decidir bien y para actuar bien.
Enumeramos algunos medios para incrementar nuestra prudencia:
- Pedirle a Dios la gracia; meditar en el ejemplo de Cristo prudente pidiéndole nos comunique algo de su prudencia.
- Antes de impartir alguna orientación vocacional, rezar la oración al Espíritu Santo que sugerimos a continuación:

“Espíritu Santo,
inspírame lo que debo pensar,
lo que lo que debo callar,
lo que debo escribir,
lo que debo hacer,
cómo debo obrar para procurar el bien de los hombres, el cumplimiento de mi misión
y el triunfo del Reino de Cristo. Amén”


- Reflexionar siempre antes de tomar alguna determinación, sin dejarse llevar por el ímpetu de la pasión o del capricho, sino por la luz serena de la razón iluminada por la fe. “¿Qué le ayudará más para cumplir lo que Dios le pide?”
- Combatir la ligereza o la precipitación ponderando los pro y contra y las consecuencias que se pueden seguir de tal acción.
- Ser valiente para obrar siempre conforme a la verdad y vigilar atentamente contra “la prudencia de la carne” que busca, con pretextos, caminos más fáciles para no comprometerse por cobardía o respeto humano.
- Esforzarse en el ejercicio del hábito de la reflexión y de la consulta en las fuentes de la verdad: “¿Qué me dice Cristo en el Evangelio? ¿Qué me dice la Iglesia? ¿Qué me dicen las Orientaciones para el Cuidado Pastoral de las Vocaciones?

Se recomienda al orientador vocacional, después del acompañamiento espiritual, analizar cómo escuchó y respondió; que se auto-critique, y juzgue si el consejo fue prudente. Si se genera alguna duda al respecto, podrá leer sobre el tema, aclarar mejor sus puntos de vista, y si es necesario, en la siguiente encuentro o jornada comentar con toda sencillez: “en el encuentro anterior te dije esto, pero he reflexionado más sobre está situación y...”


Fe y confianza en la misión.

Quizá tras haber estudiado las cualidades requeridas en un orientador vocacional franciscano, puede surgir el pensamiento de no cumplir plenamente las expectativas; sentirse sin la preparación adecuada, los conocimientos, la vida espiritual necesaria. Puede pensar, tal vez, que está orientando mal, y creer que otro hermano podría hacerlo mucho mejor. Estas ideas llevarán al orientador vocacional al desaliento y al abandono ante posibles contrariedades.

Debemos afrontar estas inquietudes con la fe y con la confianza de sabernos responsables en esta misión no por gusto propio, sino por indicación de quienes representan a Dios en la Orden y Provincia. Por tanto, no debemos sentirnos incapaces o desanimarnos, sino confiar en la providencia divina como lo hizo nuestro hermano Francisco de Asís.

Humanamente nunca se tendrá la suficiente preparación, pues nuestra misión tiene un aspecto sobrenatural; sin embargo, Dios no escoge a los preparados, elige a los que Él quiere y nos asegura su auxilio. ¡Confiemos! Dudar equivaldría a desconfiar de Dios mismo.

Un gran celo apostólico.

Después de la resurrección, Cristo se encontró con Pedro junto al lago de Tiberíades, y volvió a confirmarle en su misión:”Si me amas, apacienta a mis ovejas”. (Jn 21, 17). Es imposible ser pastor de las personas y guía de nuestros hermanos aspirantes, sin amor a Cristo y sin amor a los demás. Ahora bien, cuando este amor es verdadero, supera la timidez y nunca condesciende con el mal, pues no desear del amado lo mejor es indiferencia, todo lo contrario del amor.

El orientador vocacional franciscano, ciertamente, pasa por momentos de sufrimiento íntimo, sobre todo cuando no ve revestirse de Cristo a quienes le han sido confiados; pero en virtud de su amor infatigable, no se desalienta y continúa ayudándolos e impulsándolos hacia la santidad.

Entusiasmo fervoroso por la santificación de los cristianos y en especial a los que aspiran a la vida consagrada a la manera de Francisco. Esta cualidad es una consecuencia inevitable de la anterior. Si la piedad del orientador vocacional es profunda y ardiente, su celo por la santificación de los hermanos debe alcanzar la misma intensidad, ya que el entusiasmo, según Santo Tomás, es una consecuencia del amor intenso. El amor a Dios nos impulsa a trabajar en extender su reinado sobre las personas, y el amor a las personas hace que uno se olvide de sí mismo para no pensar más que en santificarlas ante Dios y para Dios. Este celo es el que impulsaba a San Pablo a “Hacerse todo para todos a fin de ganarlos a todos” (I Cor 9, 22)”. Espíritu generoso y de plena disponibilidad hacia el aspirante en su proceso de discernimiento.

Un aspecto esencial del orientador vocacional, es su espíritu de disponibilidad. Consiste en estar siempre listo a ayudar a sus dirigidos sacrificando, incluso, el propio descanso. La orientación vocacional representa un momento sagrado. Siempre debemos mostrarnos accesibles. Esta actitud brota de la magnanimidad de corazón. Nunca debe haber malos humores, bostezos, enojos, etc., ni mostrar cansancio, mirar continuamente el reloj o decir estoy tan ocupado ven otro día.

Por otra parte, el orientador vocacional debe poseer la cualidad moral del perfecto desinterés personal y el total desprendimiento en el trato con las personas. No desprecia el agradecimiento, pero tampoco lo busca. Sólo desea cooperar con el Espíritu Santo. Se despreocupa, por ejemplo, cuando después de haber ayudado a un aspirante por un tiempo, al cambiar de acompañante no le agradece su ayuda. Tampoco se envanece en el caso contrario, cuando el dirigido alaba sus consejos y su dedicación, en el fondo de su corazón, alaba a Dios por haber sido su instrumento, y dice como el siervo del Evangelio “no he hecho más que lo que tenía que hacer” (Lc.17,10).

Esto nos permite mantener la libertad interior y no desvirtuar nuestra noble labor. Y de parte de la Orden y provincia no debe esperar recompensas materiales o afectivas, ni sentirse acreedor de algún privilegio especial. La satisfacción, el gusto de poder participar en esta labor tan delicada e importante se convierte, como en cualquier otro apostolado, en un motivo para dar gracias a Dios, no es una ocasión para buscar recompensas. Aprendamos a cumplir con los hermanos aspirantes, no por satisfacción humana, sino por amor a Dios. Aunque en ocasiones se nos asigne un aspirante de trato hosco y formas duras, o una líder difícil, no debemos tener miedo, sino dedicarnos a él con el mismo esmero con el que atendemos a los demás aspirantes. Con frecuencia, los jóvenes menos atrayentes necesitan más la dirección vocacional y espiritual.

Paciencia.

La paciencia conforma otro de los aspectos más importantes del orientador vocacional. Se caracterizará por su capacidad de esperar a largo plazo, y se comportará al modo del educador, que no espera que con sólo un día de clase, el niño entienda todo al día siguiente. Jesús nos enseña cómo cultivar la paciencia en el modo de formar a sus apóstoles. Sabía esperar, se daba tiempo; no quemaba etapas; conocía el camino personal que cada uno debía recorrer para alcanzar su progreso. Por eso fue un gran educador.
El cuidado pastoral de las vocaciones no tiene nada de “espectacular”; por el contrario, exige mucho esfuerzo. Con frecuencia se convierte en algo agotador e ingrato, pues no se recogen de inmediato los frutos. A veces pueden darse ante nuestros ojos milagros extraordinarios de la gracia, pero ordinariamente, nos requerirá una gran dosis de confianza en Dios. Los frutos vendrán con el tiempo. El labrador no mira atrás cuando siembra la semilla para ver si ésta crece o no. Así, el orientador vocacional sabrá esperar y tener paciencia, colaborará con la gracia de Dios con el convencimiento de que como consecuencia del acompañamiento vocacional germinan una mayor entrega en la vivencia de su vocación de hombre consagrado.

El orientador o acompañante vocacional vive situado en la realidad; la persona orientada por él tiene similitud con un bloque de mármol sobre el cual debe esculpir poco a poco, a imitación de un artista, golpeando a veces suavemente el cincel, otras veces golpeando con firmeza. Una persona constituye una obra de arte cuya perfección se alcanza con el tiempo. Quien no tenga paciencia, no podrá ser artista.

Discreción.

Este aspecto requiere de una exquisita delicadeza por parte del orientador vocacional. El dirigido tiene derecho a la intimidad de su persona. Su intimidad debe ser respetada, y su nombre no debe ser manchado o afectado con comentarios impropios.

Humildad.

La humildad consiste en sentirse instrumento de Dios. En el triángulo de la orientación vocacional y espiritual: “El Espíritu Santo, el dirigido y el orientador”, el menos importante es el orientador. El orientador no puede protagonizar el papel principal, no necesita lucir las propias cualidades o conocimientos. Su función no consiste en atraer hacia sí al dirigido, sino en dirigirlo hacia Dios, único santificador de la persona humana.

Todas las virtudes se fundamentan sobre la base de la humildad, ahí radica su importancia. La humildad nace del conocimiento personal, es la verdad con que nos vemos a nosotros mismos. Nos conduce a vaciarnos de nosotros mismos para llenarnos de Dios, porque Él sólo hará eficaz nuestro acompañamiento y consejo.

Por tanto, debemos cimentar la propia vida en la humildad, a ejemplo de Cristo: “Aprended de mí porque soy manso y humilde de corazón”. (Mt 2, 29).

Cuando Dios encuentra un corazón humilde, lo bendice. Sólo el hermano humilde agrada a Dios, y alcanza gracias especiales de su mano Providente.

“Nada soy, nada tengo, nada valgo, por la gracia de Dios soy lo que soy, qué tengo yo que no haya recibido, y si lo he recibido de qué me glorío, como si no lo hubiera recibido”. (1Cor. 15,10)

Quien quiera erradicar de su vida toda discusión, necesita la humildad. Un orientador nunca discute; no impone una doctrina, la propone, aconseja un camino. Si tiene necesidad de llamar la atención sobre algún punto, lo hace con humildad para no herir al dirigido, sino hacerle sentirse auxiliado. Si lo hacemos con soberbia o altanería, humillaría al dirigido y restaría eficacia a los consejos orientados a su proceso de discernimiento.

Para que el orientador pueda llevar a cabo su cometido como instrumento dócil en manos del Espíritu Santo, tiene que ser muy humilde. Y para que el acompañado colabore con su orientador y se abra como tierra blanda y buena, dispuesta a acoger la semilla y hacerla fructificar, ha de ser humilde. El trabajo resulta maravilloso cuando hay humildad en las relaciones, pues la obra de la transformación pertenece ante todo al Espíritu santo.

La integración.

El éxito como orientador se afirma en portar con autenticidad el genuino espíritu del carisma franciscano; en buscar ser apóstol de los hermanos confiadas por Dios; en formarlos como auténticos cristianas en el llamado que Dios ha hecho a cada uno de ellos en la Orden. Para ello, necesita desarrollar su liderazgo espiritual viviendo honestamente su vocación de hermano consagrado.

Formación actualizada y permanente.

Quien ha meditado profundamente en la trascendencia de su misión, adquiere conciencia de la importancia de la propia formación. No podemos conformarnos con una formación de barniz; nuestra preparación debe incluir la teología espiritual, la moral católica, los documentos de la Iglesia y de la Orden de Hermanos Menores, temas de particular actualidad; así como sólidos conocimientos de psicología, sociología, conocimiento de las técnicas de la entrevista y otras ramas del saber humanista.

Conclusión:

Ciertamente impresiona la cantidad de virtudes y disposiciones necesarias para un orientador vocacional. Sin embargo, no nos podemos considerar incapacitados para dar ayuda, a quien no llegue a poseer todas estas virtudes. Un aspirante puede alcanzar la santidad aunque su orientador espiritual no posea todas las cualidades descritas; del mismo modo, el orientador puede desempeñar una labor eficaz si tiene el celo de llevar a las personas a Dios por el camino de la liberación personal que se ara realidad si es que permanece dócil a la gracia e inspiraciones del Espíritu Santo.

Hno. Luis Mansilla R.,ofm.

Bibliografía:
1.- Royo Marín A: “Teología de la perfección cristiana”, BAC.6 Edic., Madrid.1988.
2.- Documento de la Orden de Hnos. Menores: “Orientaciones para el Cuidado Pastoral de las Vocaciones” Roma 2002.
3.- Bravo Donoso N. “Valores Humanos” Ediciones Mataquito – Chile 1999
Cita:

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Luismans. Gracias por permitirme participar.
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