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Cómo debe ser el DIÁLOGO ecuménico

 
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Luis Fernando
Veterano


Registrado: 04 Dic 2005
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MensajePublicado: Sab Ene 21, 2006 10:37 am    Asunto:
Tema: Cómo debe ser el DIÁLOGO ecuménico
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Yanke, ¿tienes el link a esa entrevista o la has copiado de un archivo de texto que tenías?

Si lo sacas de un link, ponlo acá, por favor

Gracias
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Sólo la Iglesia Católica puede salvar al hombre ante la destructora y humillante esclavitud de ser hijo de su tiempo.
G.K. Chesterton
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Luis Fernando
Veterano


Registrado: 04 Dic 2005
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MensajePublicado: Sab Ene 21, 2006 10:48 am    Asunto:
Tema: Cómo debe ser el DIÁLOGO ecuménico
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Esto lo copio del Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre el ecumenismo, publicado en 1993 por el Pontificio Consejo para la promoción de la unidad de los cristianos.

Creo que es bastante ilustrativo para saber cuál es la postura de la Iglesia Católica acerca de este tema.

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Los católicos mantienen la firme convicción de que la única Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia Católica, “gobernada por el sucesor de Pedro y por los Obispos en comunión con él”. Confiesan que la plenitud de la verdad revelada, de los sacramentos y del ministerio, que Cristo dio para la construcción de su Iglesia y para el cumplimiento de su misión, se halla en la comunión católica de la Iglesia. Saben ciertamente los católicos que personalmente no han vivido ni viven en plenitud los medios de gracia de que está dotada la Iglesia. Pero nunca pierden, a pesar de ello, la confianza en la Iglesia. Su fe les asegura que ella sigue siendo “la digna esposa del Señor” y “se renueva de continuo bajo la acción del Espíritu Santo, hasta que llegue, por la cruz, a la luz que no tiene ocaso”. Así pues, cuando los católicos emplean las expresiones “Iglesias”, “otras Iglesias”, “otras Iglesias y Comuniones eclesiales”, etc., para designar a quienes no están en plena comunión con la Iglesia católica, debe tenerse siempre en cuenta esta firme convicción y confesión de fe.
Las divisiones entre cristianos y el restablecimiento de la unidad

Sin embargo, la sinrazón y el pecado humanos se han opuesto en ocasiones a la voluntad unificante del Espíritu Santo, debilitando esta fuerza del amor que supera las tensiones inherentes a la vida eclesial. Desde el comienzo de la Iglesia se han producido escisiones. Más tarde aparecieron disensiones más graves, y hubo Comunidades eclesiales en Oriente que dejaron de estar en plena comunión con la Sede de Roma y con la Iglesia de Occidente. Después otras divisiones más profundas hicieron nacer en Occidente diversas Comunidades eclesiales. Estas rupturas se referían a cuestiones doctrinales o disciplinarias, e incluso a la naturaleza misma de la Iglesia. El Decreto del Concilio Vaticano II sobre el Ecumenismo reconoce que han aparecido disensiones “a veces por culpa de personas de ambas partes”. A pesar de ello, y por gravemente que la culpabilidad humana haya podido dañar la comunión, ésta nunca ha sido aniquilada. En efecto, la plenitud de la unidad de la Iglesia de Cristo se ha mantenido en la Iglesia católica, mientras otras Iglesias y Comunidades eclesiales, aun no estando en plena comunión con la Iglesia católica, conservan en realidad una cierta comunión con ella. El Concilio afirma esto: “Creemos que ella (esta unidad) subsiste de forma inamisible en la Iglesia católica, y esperamos que se acrecentará de día en día hasta la consumación de los siglos”. Algunos textos conciliares indican los elementos compartidos por la Iglesia católica y las Iglesias orientales por un lado, y por la Iglesia católica y las demás Iglesias y Comunidades eclesiales por otro. “El Espíritu de Cristo no deja de servirse de ellas como medio de salvación“.

[ 19] No obstante, ningún cristiano ni cristiana puede sentirse satisfecho con estas formas imperfectas de comunión. No corresponden a la voluntad de Cristo, y debilitan a su Iglesia en el ejercicio de su misión. La gracia de Dios ha llevado a los miembros de muchas Iglesias y Comunidades eclesiales, sobre todo en nuestro siglo, a esforzarse por superar las divisiones heredadas del pasado y por construir de nuevo una comunión de amor por la oración, el arrepentimiento y la petición recíproca de perdón por los pecados de desunión del pasado y del presente, mediante encuentros para acciones de cooperación y de diálogo teológico. Tales son los objetivos y las actividades de lo que se ha dado en llamar el movimiento ecuménico.

[20] En el Concilio Vaticano II la Iglesia católica se ha comprometido solemnemente a trabajar por la unidad de los cristianos. El Decreto Unitatis Redintegratio especifica que la unidad querida por Cristo para su Iglesia se realiza “por medio de la fiel predicación del Evangelio por los Apóstoles y por sus sucesores ‑los Obispos con su cabeza que es el sucesor de Pedro, por la administración de los sacramentos y por el gobierno en el amor”. El decreto define esta unidad como consistente “en la profesión de una sola fe [...], en la celebración común del culto divino [...], en la concordia fraternal de la familia de Dios”; esta unidad, que exige, por su misma naturaleza, una plena comunión visible de todos los cristianos, es el fin último del movimiento ecuménico. El Concilio afirma que esta unidad no exige en modo alguno el sacrificio de la rica diversidad de espiritualidad, de disciplina, de ritos litúrgicos y de elaboración de la verdad revelada que se han desarrollado entre los cristianos, en la medida en que esta diversidad permanece fiel a la Tradición apostólica.
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Luis Fernando
Veterano


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MensajePublicado: Sab Ene 21, 2006 5:12 pm    Asunto:
Tema: Cómo debe ser el DIÁLOGO ecuménico
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Vale, gracias
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Luis Fernando
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MensajePublicado: Sab Ene 21, 2006 5:13 pm    Asunto:
Tema: Cómo debe ser el DIÁLOGO ecuménico
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Una llamada a la conversión


La predicación de Jesús se resume en una llamada a la conversión: “Convertíos y creed en el Evangelio” (Marcos 1, 15). La aceptación por la fe de la Buena Noticia exige la conversión, el cambio de mentalidad, la reorientación completa de la propia vida hacia Dios. La llamada a la conversión es parte esencial del anuncio del Reino, de la proclamación de la salvación. Jesucristo es, en persona, el Reino de Dios. Convertirse consiste en aceptarle a Él como Salvador y como salvación. Él es el nuevo Jonás, enviado al mundo para mostrar la misericordia sin límites del Padre.

La vuelta a Dios comporta la ruptura con el pecado y el arrepentimiento de nuestras malas acciones (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 1431). El libro de Jonás narra cómo la predicación del profeta suscitó la fe y la penitencia de los habitantes de Nínive. Los ninivitas se convirtieron de su mala vida, y la ciudad no fue arrasada (cf Jonás 3, 1-5.10). Donde reina el pecado Cristo no puede reinar, porque el pecado es lo contrario del amor, y el reino de Cristo se define, precisamente, por ser el reino de la justicia, del amor y de la paz.

El pecado introduce siempre la discordia y la destrucción. Se levanta contra el amor de Dios y aparta de Él nuestros corazones (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 1850). El desprecio de Dios que entraña el pecado lleva consigo la insolidaridad y el desprecio del prójimo. Frente a la red del amor, que reconoce a Dios y deja espacio al otro, la red del pecado nos envuelve en una espiral de odio que se plasma incluso en situaciones sociales y en instituciones contrarias a la bondad divina; situaciones e instituciones que hacen a los hombres cómplices unos de otros, induciendo a cometer el mal, a dejarse dominar por la concupiscencia, la violencia y la injusticia (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 1869).

Una ciudad dominada por el pecado es una ciudad que camina hacia su aniquilamiento. Como Nínive, la gran capital, la ciudad enorme, nuestra sociedad necesita profetas que, al igual que Jonás, denuncien el mal y llamen a la conversión. Cuando la Iglesia repite las palabras de Jesús: “Convertíos y creed la Buena Nueva”, está sirviendo a la sociedad, colaborando a su regeneración, a su revitalización, a que sea de verdad una sociedad digna del hombre.

¿No es acaso un signo preocupante de aniquilamiento, entre otros que se podrían mencionar, el desprecio creciente ante la vida humana que percibimos en nuestro continente europeo? Debemos recordar las palabras de los Obispos de Europa, que hacía suyas el Papa Juan Pablo II: “El Sínodo de los Obispos europeos anima a las comunidades cristianas a ser evangelizadoras de la vida. Anima a los matrimonios y familias cristianas a ayudarse mutuamente a ser fieles a su misión de colaboradores de Dios en la procreación y educación de nuevas criaturas; aprecia todo intento de reaccionar al egoísmo en el ámbito de la transmisión de la vida, fomentado por falsos modelos de seguridad y felicidad; pide a los Estados y a la Unión Europea que actúen políticas clarividentes que promuevan las condiciones concretas de vivienda, trabajo y servicios sociales, idóneas para favorecer la constitución de la familia, la realización de la vocación a la maternidad y a la paternidad, y, además, aseguren a la Europa de hoy el recurso más precioso: los europeos del mañana” (Ecclesia in Europa, 96).

Jesucristo es la Buena Noticia para el mundo. Abriéndonos al misterio de su persona, aceptando la nueva vida que Él nos ofrece, es posible, comenzando por nosotros mismos, transformar el mundo para que sea cada día más conforme al Reino de Dios. Cuando el hombre, por la fe y la conversión, se hace discípulo de Cristo comienza a ser libre de la esclavitud del pecado para impregnar de sentido moral la cultura y el trabajo humano (cf Lumen gentium, 36), construyendo, junto a todos los hombres de buena voluntad, la civilización del amor.

La Iglesia es, sobre la tierra, “el germen y el comienzo” del reino de Dios (Lumen gentium, 5). En ella se realiza la reunión de todos los hombres en torno a Jesucristo para que puedan participar de la vida de Dios. De ahí la importancia de que los que somos miembros de la Iglesia estemos de verdad unidos, superando las divisiones que nuestros pecados causan cada día. La conversión del corazón, para llevar una vida más pura, según el Evangelio (cf Unitatis redintegratio, 821), se perfila como el camino a recorrer para realizar la deseada unión de los cristianos. De este modo, cuando Dios lo tenga establecido, podremos compartir juntos, todos los bautizados, el banquete de la mesa del Señor, el sacramento de piedad, el signo de la unidad, el vínculo de la caridad.




Guillermo Juan Morado, doctor en teología.
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