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Mística Ciudad de Dios
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Christifer
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MensajePublicado: Jue Sep 18, 2008 7:16 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 4

Continúa el Altísimo los beneficios de María santísima en el día cuarto.

38. Continuábanse los favores del Altísimo en nuestra Reina y Señora con los eminentes sacramentos con que el brazo poderoso la iba disponiendo para la vecina dignidad de Madre suya. Llegó el cuarto día de esta preparación y, en correspondencia de los precedentes, fue a la misma hora elevada a la visión de la divinidad en la forma dicha abstractiva, pero con nuevos efectos y más altas iluminaciones de aquel purísimo espíritu. En el poder divino y su sabiduría no hay límite ni término; solamente se le pone nuestra voluntad con sus obras o con la corta capacidad que tiene como criatura finita. En María santísima no halló el poder divino impedimento por parte de las obras, antes fueron todas con plenitud de santidad y agrado del Señor, obligándole y –como él mismo dice –hiriendo su corazón de amor. Sólo por ser María pura criatura pudo hallar el brazo del Señor alguna tasa, pero dentro de la esfera de pura criatura obró en ella sin tasa ni limitación y sin medida, comunicándole las aguas de la sabiduría, para que las bebiese purísimas y cristalinas en la fuente de la divinidad.

39. Manifestósele el Altísimo en esta visión con especialísima luz y declaróle la nueva ley de gracia que el Salvador del mundo había de fundar, con los sacramentos que contiene y el fin para que los establecería y dejaría en la nueva Iglesia evangélica y los auxilios, dones y favores que prevenía para los hombres, con deseo de que todos fuesen salvos y se lograse en ellos el fruto de la redención. Y fue tanta la sabiduría que en estas visiones deprendió María santísima, enseñada por el sumo Maestro, enmendador de los sabios, que, si por imposible algún hombre o ángel lo pudiera escribir, de sola la ciencia de esta Señora se formaran más libros que cuantos se han escrito en el mundo de todas las artes y ciencias y facultades inventadas. Y no es maravilla, siendo la mayor de todas en pura criatura; porque en el corazón y mente de nuestra Princesa se derramó y explayó el océano de la divinidad que los pecados y poca disposición de las criaturas tenían embarazado y represado en sí mismo. Sólo se le ocultaba siempre, hasta su tiempo, que ella era la escogida para Madre del Unigénito del Padre.

40. Entre la dulzura de esta ciencia divina tuvo este día nuestra Reina un amoroso pero íntimo dolor que la misma ciencia le renovó. Conoció por parte del Altísimo los indecibles tesoros de gracias y beneficios que prevenía para los mortales y aquel peso de la divinidad tan inclinado a que todos le gozasen eternamente, y junto con esto conoció y advirtió el mal estado del mundo y cuán ciegamente se impedían los mortales y privaban de la participación de la misma divinidad. De aquí le resultó un nuevo género de martirio con la fuerza que se dolía de la perdición humana, y el deseo de reparar tan lamentable ruina. Sobre esto hizo altísimas oraciones, peticiones, ofrecimientos, sacrificios, humillaciones y heroicos actos de amor de Dios y de los hombres, para que ninguno, si fuera posible, se perdiese de allí adelante y todos conociesen a su Criador y Reparador y le confesasen, adorasen y amasen. Todo esto le pasaba en la misma visión de la divinidad; y porque estas peticiones fueron al modo de otras dichas, no me alargo en referirlas.

41. Luego le manifestó el Señor en la misma ocasión las obras de la creación del cuarto día, y conoció la divina princesa María cuándo y cómo fueron formados en el firmamento los luminares del cielo para dividir el día de la noche y para que señalasen los tiempos, los días y los años; y para este fin tuvo ser el mayor luminar del cielo, que es el sol, como presidente y señor del día, y junto con él fue formada la luna, que es el menor luminar y alumbra en las tinieblas de la noche; cómo fueron formadas las estrellas en el octavo cielo, para que con su brillante luz alegrasen la noche y en ella y en el día presidieran con sus varias influencias. Conoció la materia de estos orbes luminosos, su forma, sus calidades, su grandeza, sus varios movimientos, con la uniforme desigualdad de los planetas. Conoció el número de las estrellas y todos los influjos que le comunican a la tierra, a sus vivientes y no vivientes, los efectos que en ellos causan, cómo los alteran y mueven.

42. Y no es esto contra lo que dijo el profeta, salmo 146, que conoce Dios el número de las estrellas y las llama por sus nombres; porque no niega David que puede conceder Su Majestad con su poder infinito a la criatura por gracia lo que tiene Su Alteza por naturaleza. Y claro está que, siendo posible comunicar esta ciencia y redundando en mayor excelencia de María Señora nuestra, no le había de negar este beneficio, pues le concedió otros mayores, y la hizo Reina y Señora de las estrellas como de las demás criaturas. Y venía a ser este beneficio como consiguiente al dominio y señorío que la dio sobre las virtudes, influjos y operaciones de todos los orbes celestiales, mandando a todos ellos la obedeciesen como a su Reina y Señora.

43. De este como precepto que puso el Señor a las criaturas celestes y el dominio que dio a María santísima sobre ellas, quedó Su Alteza con tanta potestad, que si mandara a las estrellas dejar su asiento en el cielo la obedecieran al punto y fueran a donde esta Señora les ordenara. Lo mismo hicieran el sol y los planetas, y todos detuvieran su curso y movimiento, suspendieran sus influjos y dejaran de obrar al imperio de María. Ya dije arriba que alguna vez usaba Su Alteza de este imperio; porque –como adelante veremos – le sucedió algunas en Egipto, donde los calores son muy destemplados, mandar al sol que no diese su ardor tan vehemente, ni molestase ni fatigase con sus rayos al niño Dios y Señor suyo, y le obedecía el sol en esto, afligiendo y molestándola a ella, porque así lo quería, y respetando al Sol de justicia que tenía en sus brazos. Lo mismo sucedía con otros planetas, y detenía alguna vez al sol, como hablaré en su lugar.

44. Otros muchos sacramentos ocultos manifestó el Altísimo a nuestra gran Reina en esta visión, y cuanto he dicho y diré de todos me deja el corazón como violento, porque puedo decir poco de lo que entiendo, y conozco entiendo mucho menos de lo que sucedió a la divina Señora; y muchos de sus misterios están reservados para manifestarlos su Hijo santísimo el día del juicio universal, porque ahora no somos capaces de todos. Salió María santísima de esta visión más inflamada y transformada en aquel objeto infinito y en sus atributos y perfecciones que había conocido, y con el progreso de los favores divinos los hacía ella en las virtudes y multiplicaba los ruegos, las ansias, fervores y los méritos con que aceleraba la encarnación del Verbo divino y nuestra salud.

Doctrina que me dio la divina Reina.

45. Carísima hija mía, quiero que hagas mucha ponderación y aprecio de lo que has entendido que yo hice y padecí cuando el Altísimo me dio conocimiento tan alto de su bondad, inclinada con infinito peso a enriquecer a los mortales, y la mala correspondencia y tenebrosa ingratitud de parte de ellos. Cuando de aquella liberalísima dignación descendí a conocer y penetrar la estulta dureza de los pecadores, era traspasado mi corazón con una flecha de mortal amargura que me duró toda la vida. Y te quiero manifestar otro misterio: que muchas veces el Altísimo, para sanar la contrición y quebranto de mi corazón en este dolor, solía responderme y me decía: Recibe tú, Esposa mía, lo que el mundo ignorante y ciego desprecia como indigno de recibirlo y conocerlo.–Y en esta respuesta y promesa soltaba el Atlísimo el corriente de sus tesoros, que letificaban mi alma más que la capacidad humana puede alcanzar ni toda lengua explicar.

46. Quiero, pues, ahora que tú, amiga mía, seas mi compañera en este dolor, tan poco advertido de los vivientes, que yo padecí por ellos. Y para que me imites en él y en los efectos que te causará tan justa pena, debes negarte y olvidarte de ti misma en todo y coronar tu corazón de espinas y dolores contra lo que hacen los mortales. Llora tú lo que ellos se ríen y deleitan en su eterna damnación, que éste es el oficio más legítimo de las que son con verdad esposas de mi Hijo santísimo, y sólo se les permite que se deleiten en las lágrimas que derraman por sus pecados y por los del mundo ignorante. Prepara tu corazón con esta disposición para que te haga el Señor participante de sus tesoros, y esto no tanto porque tú quedes rica, cuanto porque Su Majestad cumpla su liberal amor de comunicártelos y justificar las almas. Imítame en todo lo que yo te enseño, pues conoces ser ésta mi voluntad para contigo.
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MensajePublicado: Vie Sep 19, 2008 3:43 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 5

Manifiesta el Altísimo a María santísima nuevos misterios y sacramentos con las obras del quinto día de la creación, y pide Su Alteza de nuevo la encarnación del Verbo.

47. Llegó el quinto día de la novena que la beatísima Trinidad celebraba en el templo de María santísima, para tomar en ella el Verbo eterno nuestra forma de hombre, y, corriendo más el velo de los ocultos secretos de la infinita sabiduría, este día le descubrió otros de nuevo, elevándola a la visión abstractiva de la divinidad, como en los días antecedentes que queda declarado; pero siempre las disposiciones e iluminaciones se renovaban con mayores rayos de luz y de carismas que de los tesoros de la infinidad se derivaban en su alma santísima y en sus potencias, con que la divina Señora se iba allegando y asimilando más al ser de Dios y transformándose más y más en él, para llegar a ser digna Madre del mismo Dios.

48. En esta visión habló el Altísimo a la divina Reina para manifestarla otros secretos, y mostrándosele con increíble caricia la dijo: Esposa mía y paloma mía, en lo escondido de mi pecho has conocido la inmensa liberalidad a que me inclina el amor que tengo al linaje humano y los tesoros ocultos que tengo prevenidos para su felicidad; y puede tanto este amor conmigo, que quiero darles a mi Unigénito para su enseñanza y remedio. También has conocido algo de su mala correspondencia y torpísima ingratitud y el desprecio que hacen los hombres de mi clemencia y amor. Pero aunque te he manifestado parte de su malicia, quiero, amiga mía, que de nuevo conozcas en mi ser el pequeño número de los que me han de conocer y amar como escogidos y cuán dilatado y grande es el de los ingratos y réprobos. Estos pecados sin número y las abominaciones de tantos hombres inmundos y tenebrosos, que con mi ciencia infinita tengo previstos, detienen mi liberal misericordia y han echado candados fuertes por donde han de salir los tesoros de mi divinidad y hacen indigno al mundo para recibirlos.

49. Conoció la princesa María en estas palabras del Altísimo grandes sacramentos del número de los predestinados y de los réprobos y también la resistencia y óbice que causaban todos los pecados de los hombres juntos en la mente divina para que viniese al mundo el Verbo eterno humanado; y admirada la prudentísima Señora con la vista de la infinita bondad y equidad del Criador y de la inmensa iniquidad y malicia de los hombres, inflamada toda en la llama del divino amor, habló a Su Majestad y le dijo:

50. Señor mío y Dios infinito, de sabiduría y santidad incomprensible, ¿qué misterio es éste, bien mío, que me habéis manifestado? No tienen medida ni término las maldades de los hombres, pues sola vuestra sabiduría las comprende, pero todas ellas, y otras muchas y mayores, ¿pueden por ventura extinguir vuestra bondad y amor o competir con él? No, Señor y Dueño mío, no ha de ser así; la malicia de los mortales no ha de detener vuestra misericordia. Yo soy la más inútil de todo el linaje humano, pero de su parte os pongo la demanda de vuestra fidelidad. Verdad infalible es que faltará el cielo y la tierra primero que la verdad de vuestras palabras; y también es verdad que la tenéis dada al mundo muchas veces por boca de vuestros profetas santos y por la vuestra a ellos mismos que les daréis su redentor y vuestra salud. Pues ¿cómo, Dios mío, se dejarán dé cumplir esas promesas acreditadas con vuestra infinita sabiduría para no ser engañado y con vuestra bondad para no engañar al hombre? Para hacerles esta promesa y ofrecerles su eterna felicidad en vuestro Verbo humanado, de parte de los mortales no hubo merecimientos, ni os pudo obligar alguna criatura; y si este bien se pudiera merecer, no quedara tan engrandecida vuestra infinita y liberal clemencia; de solo vos mismo os disteis por obligado, que para hacerse Dios hombre sólo en Dios puede haber razón que le obligue; en solo vos está la razón y motivo de habernos criado, y de habernos de reparar después de caídos. No busquéis, Dios mío y Rey altísimo, para la encarnación más méritos ni más razón que vuestra misericordia y la exaltación de vuestra gloria.

51. Verdad es, Esposa mía –respondió el Altísimo– que por mi bondad inmensa me obligué a prometer a los hombres me vestiría de su naturaleza y habitaría con ellos, y que nadie pudo merecer conmigo esta promesa; pero desmerece la ejecución el ingratísimo proceder de los mortales, tan odioso en mi equidad y presencia, pues cuando yo sólo pretendo el interés de su felicidad eterna en retorno de mi amor, conozco y hallo su dureza y que con ella han de malograr y despreciar los tesoros de mi gracia y gloria, y su correspondencia ha de ser dando espinas en lugar de fruto, grandes ofensas por los beneficios y torpe ingratitud por mis largas y liberales misericordias, y el fin de todos estos males será para ellos la privación de mi vista en tormentos eternos. Atiende, amiga mía, a estas verdades escritas en el secreto de mi sabiduría y pondera estos grandes sacramentos; que para ti patente está mi corazón, donde conoces la razón de mi justicia.

52. No es posible manifestar los ocultos misterios que conoció María santísima en el Señor, porque vio en él todas las criaturas presentes, pasadas y futuras, con el orden que habían de tener todas las almas, las obras buenas y malas que habían de hacer, el fin que todas habían de tener; y si no fuera confortada con la virtud divina, no pudiera conservar la vida entre los efectos y afectos que causaban en ella esta ciencia y vista de tan recónditos sacramentos y misterios. Pero como en estos nuevos milagros y beneficios disponía Su Majestad tan altos fines, no era escaso sino liberalísimo con su amada y escogida para Madre suya. Y como esta ciencia la deprendía nuestra Reina a los pechos del mismo Dios, con ella se derivaba el fuego de la misma caridad eterna, que la enardecía en amor del mismo Dios y de los prójimos; y continuando sus peticiones, dijo:

53. Señor y Dios eterno, invisible e inmortal, confieso vuestra justicia, engrandezco vuestras obras, adoro vuestro ser infinito, y reverencio vuestros juicios. Mi corazón se resuelve todo en afectos amorosos, conociendo vuestra bondad sin límite para los hombres y su pesada ingratitud y grosería para vos. Para todos queréis, Dios mío, la vida eterna, pero serán pocos los que agradezcan este inestimable beneficio y muchos los que le perderán por su malicia. Si por esta parte, bien mío, os desobligáis, perdidos somos los mortales, pero si con vuestra ciencia divina tenéis previstas las culpas y malicia de los hombres que tanto os desobligan, con la misma ciencia estáis mirando a vuestro Unigénito humanado y sus obras de infinito valor y aprecio en vuestra aceptación, y éstas sobreabundan a los pecados y sin comparación los exceden. De este hombre y Dios se debe obligar vuestra equidad y por él mismo dárnosle luego a él mismo; y para pedirle otra vez en nombre del linaje humano, yo me visto del mismo espíritu del Verbo hecho hombre en vuestra mente y pido su ejecución y la vida eterna por su mano para todos los mortales.

54. Representósele al eterno Padre en esta petición de María purísima –a nuestro modo de hablar– cómo su Unigénito había de bajar al virginal vientre de esta gran Reina, y rindiéronle sus amorosos y humildes ruegos. Y aunque siempre se le mostraba indeciso, era industria de su regalado amor para oír más la voz de su querida y que sus labios dulces destilaran miel suavísima y sus emisiones fuesen del paraíso. Y para más alargar esta regalada contienda, la respondió el Señor: Esposa mía dulcísima y mi paloma electa, mucho es lo que me pides y muy poco lo que los hombres me obligan, pues ¿cómo a los indignos se ha de conceder tan raro beneficio? Déjame, amiga mía, que los trate conforme su mala correspondencia.–Respondía nuestra poderosa y piadosa Abogada: No, Dueño mío, no os dejaré con mi porfía; si mucho es lo que pido, a vos lo pido, que sois rico en misericordias, poderoso en las obras, verdadero en las palabras. Mi padre David dijo de vos y del Verbo eterno: Juró el Señor y no le pesará de haber jurado; tú eres sacerdote según el orden de Melquisedec. Venga, pues, este sacerdote que juntamente ha de ser sacrificio por nuestro rescate, venga, pues no os puede pesar de la promesa, porque no prometéis con ignorancia; dulce amor mío, vestida estoy de la virtud de este Hombre-Dios, no cesará mi porfía si no me dais la bendición como a mi padre Jacob.

55. Fuele preguntado a nuestra Reina y Señora en esta lucha divina, como a Jacob, cuál era su nombre. Dijo: Hija soy de Adán, fabricada por vuestras manos de la materia humilde del polvo.Y el Altísimo la respondió: De hoy más será tu nombre la escogida para Madre del Unigénito.–Pero estas últimas palabras entendiéronlas los cortesanos del cielo, y a ella se le ocultaron hasta su tiempo„ percibiendo sola la razón de escogida. Y habiendo perseverado esta contienda amorosa el tiempo que disponía la sabiduría divina y que convenía para enardecer el fervoroso corazón de la escogida, toda la santísima Trinidad dio su real palabra a María purísima nuestra Reina que luego enviaría al mundo el Verbo eterno hecho hombre. Con este fiat, alegre y llena de incomparable júbilo, pidió la bendición y se la dio el Altísimo. Salió esta mujer fuerte victoriosa más que Jacob de luchar con Dios, porque ella quedó rica, fuerte y llena de despojos y el herido y enflaquecido –a nuestro modo de entender– fue el mismo Dios, quedando ya rendido del amor de esta Señora para vestirse en su sagrado tálamo de la flaqueza humana de nuestra carne pasible, en que disimulase y encubriese la fortaleza de su divinidad para vencer siendo vencido y darnos la vida con su muerte. Vean y conozcan los mortales cómo María santísima es la causa de su salud después de su benditísimo Hijo.

56. Luego en esta misma visión se le manifestaron a nuestra gran Reina las obras del quinto día de la creación del mundo en la misma forma que sucedieron; y conoció cómo con la fuerza de la divina palabra fueron engendrados y producidos de las aguas de debajo del firmamento los imperfectos animales reptiles que andan sobre la tierra, volátiles que corren por el aire y los natátiles que discurren y habitan en las aguas; y de todas estas criaturas conoció el principio, materia, forma y figura en su género, todas las especies de estos animales silvestres, sus condiciones, calidades, utilidades y armonía; las aves del cielo –que así llamamos el aire-con la variedad y forma de cada especie, su adorno, sus plumas, su ligereza; los innumerables peces del mar y de los ríos, la diferencia de ballenas, su compostura, calidades, cavernas, alimento que les administra el mar, los fines para que sirven, la forma y utilidad que cada una tiene en el mundo. Y Su Majestad mandó singularmente a todo este ejército de criaturas que reconociesen y obedeciesen a María santísima, dándola potestad para que a todas las mandase y de ellas se sirviese; como sucedió en muchas ocasiones, de que diré algunas en sus lugares. Y con esto salió de la visión de este día, y le ocupó en los ejercicios y peticiones que la mandó el Señor.

Doctrina que me dio la divina Señora.

57. Hija mía, el más copioso conocimiento de las obras maravillosas que hizo conmigo el brazo del Altísimo, para levantarme con las visiones de la divinidad abstractivas a la dignidad de Madre, está reservado para que los predestinados lo conozcan en la celestial Jerusalén. Allí lo entenderán y verán en el mismo Señor con especial gozo y admiración, como la tuvieron los ángeles cuando el Altísimo se lo manifestaba, por lo que le magnificaban y alababan. Y porque en este beneficio se ha mostrado Su Majestad contigo entre todas las generaciones tan liberal y amoroso, dándote la noticia y luz que de estos sacramentos tan ocultos recibes, quiero, amiga mía, que sobre todas las criaturas te señales en alabar y engrandecer su santo nombre por lo que la potencia de su brazo obró conmigo.

58. Y luego debes atender con todo tu cuidado a imitarme en las obras que yo hacía con estos grandes y admirables favores. Pide y clama por la salud eterna de tus hermanos y para que el nombre de mi Hijo sea engrandecido y conocido de todo el mundo. Y para estas peticiones has de llegar con una constante determinación, fundada en fe viva y en segura confianza, sin perder de vista tu miseria, con profunda humildad y abatimiento. Con esta prevención has de pelear con el mismo amor divino por el bien de tu pueblo, advirtiendo que sus victorias más gloriosas es dejarse vencer de los humildes que con rectitud le aman; levántate a ti sobre ti y dale gracias por tus especiales beneficios y por los del linaje humano y convertida a este divino amor merecerás recibir otros de nuevo para ti y tus hermanos; y pide al Señor su bendición siempre que te hallares en su divina presencia.
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MensajePublicado: Sab Sep 20, 2008 12:49 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 6

Manifiesta el Altísimo a María Señora nuestra otros misterios con las obras del día sexto de la creación.

59. Perseveraba el Altísimo en disponer de próximo a nuestra divina Princesa para recibir el Verbo eterno en su virginal vientre, y ella continuaba sin intervalo sus fervientes afectos y oraciones para que viniese al mundo; y llegando la noche del día sexto de los que voy declarando, con la misma voz y fuerza que arriba dije, fue llamada y llevada en espíritu y, precediendo más intensos grados de iluminaciones, se le manifestó la divinidad con visión abstractiva con el orden que otras veces, pero siempre con efectos más divinos y conocimiento de los atributos del Altísimo más profundo. Gastaba nueve horas en esta oración y salía de ella a la hora de tercia. Y aunque cesaba entonces aquella levantada visión del ser de Dios, no por eso se despedía María santísima de su vista y oración, antes quedaba en otra, que si respecto de la que dejaba era inferior, pero absolutamente era altísima y mayor que la suprema de todos los santos y justos. Y todos estos favores y dones eran más deificados en los días últimos y próximos a la encarnación, sin que para esto la impidiesen las ocupaciones activas de su estado, porque allí no se querellaba Marta que María la dejaba sola en sus ministerios.

60. Habiendo conocido la divinidad en aquella visión, se le manifestaron luego las obras del día sexto de la creación del mundo, como si se hallara presente. Conoció en el mismo Señor cómo a su divina palabra produjo la tierra el ánima viviente en su género, según lo dice Moisés; entendiendo por este nombre los animales terrestres que por más perfectos que los peces y aves en las operaciones y vida animal se llaman por la parte principal ánima viviente. Conoció y penetró todos estos géneros y especies de animales que fueron criados en este sexto día; y cómo se llamaban unos jumentos, por lo que sirven y ayudan a los hombres, otros bestias, como más fieros y silvestres, otros reptiles, porque se levantan de la tierra poco o nada, y de todos conoció y alcanzó las calidades, iras, fuerzas, ministerios, fines y todas sus condiciones distinta y singularmente. Sobre todos estos animales se le dio imperio y dominio, y a ellos precepto que la obedeciesen; y pudiera sin recelo hollar y pisar sobre el áspid y basilisco, que todos se rindieran a sus plantas, y muchas veces lo hicieron a su mandato algunos animales, como sucedió en el nacimiento de su Hijo santísimo, que el buey y la jumentilla se postraron y calentaron con su aliento al niño Dios, porque se lo mandó la divina Madre.

61. En esta plenitud de ciencia conoció y entendió nuestra divina Reina con suma perfección el oculto modo de encaminar Dios todo lo que criaba para servicio y beneficio del género humano, y en la deuda en que por este beneficio quedaba a su Hacedor. Y fue convenientísimo que María santísima tuviese este género de sabiduría y comprensión, para que con ella diese el retorno de agradecimiento digno de tales beneficios, cuando ni los hombres ni los ángeles no lo dieron, faltando a la debida correspondencia o no llegando a todo lo que debían las criaturas. Todos estos vacíos llenó la Reina de todas ellas y satisfizo por lo que nosotros no podíamos o no quisimos. Y con la correspondencia que ella dio, dejó como satisfecha a la equidad divina, mediando entre ella y las criaturas, y por su inocencia y agradecimiento se hizo más aceptable que todas ellas, y el Altísimo se dio por más obligado de sola María santísima que de todo el resto de las demás criaturas. Por este modo tan misterioso se iba disponiendo la venida de Dios al mundo, porque se removía el óbice con la santidad de la que había de ser su Madre.

62. Después de la creación de todas las criaturas incapaces de razón, conoció en la misma visión cómo para complemento y perfección del mundo dijo la beatísima Trinidad: Hagamos al hombre a imagen y semejanza nuestra; y cómo con la virtud de este divino decreto fue formado el primer hombre de tierra para origen de los demás. Conoció profundamente la armonía del cuerpo humano y el alma y sus potencias, creación e infusión en el cuerpo, la unión que con él tiene para componer el todo; y en la fábrica del cuerpo humano conoció todas las partes singularmente, el número de los huesos, venas, arterias, nervios y ligación con el concurso de los cuatro humores en el temperamento conveniente, la facultad de alimentarse, alterarse, nutrirse y moverse localmente y cómo por la desigualdad o mutación de toda esta armonía se causaban las enfermedades y cómo se reparaban. Todo lo entendió y penetró sin engaño nuestra prudentísima Virgen más que todos los filósofos del mundo y más que los mismos ángeles.

63. Manifestóle asimismo el Señor el feliz estado de la justicia original en que puso a nuestros primeros padres Adán y Eva, y conoció las condiciones, hermosura y perfección de la inocencia y de la gracia, y lo poco que perseveraron en ella; entendió el modo cómo fueron tentados y vencidos con la astucia de la serpiente y los efectos que hizo el pecado, el furor y el odio de los demonios contra el linaje humano. A la vista de todos estos objetos hizo nuestra Reina grandes y heroicos actos de sumo agrado para el Altísimo: reconoció ser hija de aquellos primeros padres, descendiente de una naturaleza tan ingrata a su Criador y en este conocimiento se humilló en la divina presencia, hiriendo el corazón de Dios y obligándole a que la levantase sobre todo lo criado. Tomó por su cuenta llorar aquella primera culpa con todas las demás que de ella resultaron, como si de todas fuera ella la delincuente. Por esto se pudo ya llamar "feliz culpa" a aquella que mereció ser llorada con tan preciosas lágrimas en la estimación del Señor, que comenzaron a ser fiadoras y prenda cierta de nuestra redención.

64. Rindió dignas gracias al Criador por la ostentosa obra de la creación del hombre. Consideró atentamente su desobediencia y la seducción y engaño de Eva, y en su mente propuso la perpetua obediencia que aquellos primeros padres negaron a su Dios y Señor; y fue tan acepto en sus ojos este rendimiento, que ordenó Su Majestad se cumpliese y ejecutase este día en presencia de los cortesanos del cielo la verdad figurada en la historia del rey Asuero, de quien fue reprobada la reina Vasti y privada de la dignidad real por su desobediencia, y en su lugar fue levantada por reina la humilde y graciosa Ester.

65. Correspondíanse en todo estos misterios con admirable consonancia. Porque el sumo y verdadero Rey, para ostentar la grandeza de su poder y tesoros de su divinidad, hizo el gran convite de la creación y, prevenida la mesa franca de todas las criaturas, llamó al convidado, el linaje humano, en la creación de sus primeros padres. Desobedeció Vasti, nuestra madre Eva, mal rendida al divino precepto, y con aprobación y admirable alabanza de los ángeles mandó el verdadero Asuero en este día que fuese levantada a la dignidad de Reina de todo lo criado la humildísima Ester, María santísima, llena de gracia y hermosura, escogida entre todas las hijas del linaje humano para su Restauradora y Madre de su Criador.

66. Y para la plenitud de este misterio infundió el Altísimo en el corazón de nuestra Reina en esta visión nuevo aborrecimiento con el demonio, como le tuvo Ester con Amán, y así sucedió que le derribó de su privanza, digo, del imperio y mando que tenía en el mundo, y le quebrantó la cabeza de su soberbia, llevándole hasta el patíbulo de la cruz, donde él pretendió destruir y vencer al Hombre-Dios, para que allí fuese castigado y vencido; que en todo intervino María santísima, como diremos en su lugar. Y así como la enemiga de este gran dragón comenzó desde el cielo contra la mujer que vio en él vestida del sol, que dijimos era esta divina Señora, así también duró la contienda hasta que por ella fue privado de su tirano dominio; y como en lugar de Amán soberbio fue honrado el fidelísimo Mardoqueo, así fue puesto el castísimo y fidelísimo José que cuidaba de la salud de nuestra divina Ester y continuamente la pedía rogase por la libertad de su pueblo –que éstas eran las continuas pláticas del santo José y de su esposa purísima– y por ella fue levantado a la grandeza de santidad que alcanzó y a tan excelente dignidad, que le dio el supremo Rey el anillo de su sello, para que con él mandase al mismo Dios humanado, que le estaba sujeto, como dice el Evangelio. Con esto, salió de esta visión nuestra Reina.

Doctrina que me dio la divina Señora.

67. Admirable fue, hija mía, este don de la humildad que me concedió el Altísimo en este suceso que has escrito; y pues no desecha Su Majestad a quien le llama, ni su favor se niega al que se dispone a recibirlo, quiero que tú me imites y seas mi compañera en el ejercicio de esta virtud. Yo no tenía parte en la culpa de Adán, que fui exenta de su inobediencia, mas porque tuve parte de su naturaleza, y por sola ella era hija suya, me humillé hasta aniquilarme en mi estimación. Pues con este ejemplo ¿hasta dónde se debe humillar quien tuvo parte no sólo en la primera culpa, pero después ha cometido otras sin número? Y el motivo y fin de este humilde conocimiento, no ha de ser tanto remover la pena de estas culpas, cuanto restaurar y recompensar la honra que en ellas se le quitó y negó al Criador y Señor de todos.

68. Si un hermano tuyo ofendiera gravemente a tu padre natural, no fueras tú hija agradecida y leal de tu padre, ni hermana verdadera de tu hermano, si no te dolieras de la ofensa y lloraras como propia la ruina, porque al padre se debe toda reverencia y al hermano debes el amor como a ti misma; pues considera, carísima, y examina con la luz verdadera cuánta diferencia hay de vuestro Padre que está en los cielos al padre natural y que todos sois hijos suyos y unidos con vínculo de estrecha obligación de hermanos y siervos de un Señor verdadero; y como te humillarías y llorarías con grande confusión y vergüenza, si tus hermanos naturales cometieran alguna culpa afrentosa, así quiero que lo hagas por las que cometen los mortales contra Dios, doliéndote con vergüenza como si a ti te las atribuyeras. Esto fue lo que yo hice conociendo la inobediencia de Adán y Eva y los males que de ella se siguieron al linaje humano; y se complació el Altísimo de mi reconocimiento y caridad, porque es muy agradable a sus ojos el que llora los pecados de que se olvida quien los comete.

69. Junto con esto, estarás advertida que por grandes y levantados que sean los favores que recibes del Altísimo, no por esto te descuides del peligro, ni tampoco desprecies el acudir y descender a las obras de obligación y de caridad. Y esto no es dejar a Dios; pues la fe te enseña y la luz te gobierna para que le lleves contigo en toda ocupación y lugar y sólo te dejes a ti misma y a tu gusto por cumplir el de tu Señor y esposo. No te dejes llevar en estos afectos del peso de la inclinación, ni de la buena intención y gusto interior, que muchas veces se encubre con esta capa el mayor peligro; y en estas dudas o ignorancias siempre sirve de contraste y de maestro la obediencia santa, por la que gobernarás tus acciones seguramente sin hacer otra elección, porque están vinculadas grandes victorias y progresos de merecimientos al verdadero rendimiento y sujeción del dictamen propio al ajeno. No has de tener jamás querer o no querer, y con eso cantarás victorias0 y vencerás los enemigos.
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MensajePublicado: Dom Sep 21, 2008 11:47 am    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 7

Celebra el Altísimo con la Princesa del cielo nuevo desposorio para las bodas de la encarnación y adórnala para ellas.

70. Grandes son las obras del Altísimo, porque todas fueron y son hechas con plenitud de ciencia y de bondad, en equidad y mesura. Ninguna es manca, inútil ni defectuosa, superflua ni vana; todas son exquisitas y magníficas, como el mismo Señor que con la medida de su voluntad quiso hacerlas y conservarlas, y las quiso como convenían, para ser en ellas conocido y magnificado. Pero todas las obras de Dios ad extra, fuera del misterio de la encarnación, aunque son grandes, estupendas y admirables, y más admirables que comprensibles, no son más de una pequeña centella despedida del inmenso abismo de la divinidad. Sólo este gran sacramento de hacerse Dios hombre pasible y mortal es la obra grande de todo el poder y sabiduría infinita y la que excede sin medida a las demás obras y maravillas de su brazo poderoso; porque en este misterio, no una centella de la divinidad, pero todo aquel volcán del infinito incendio, que Dios es, bajó y se comunicó a los hombres, juntándose con indisoluble y eterna unión a nuestra terrena y humana naturaleza.

71. Si esta maravilla y sacramento del Rey se ha de medir con su misma grandeza, consiguiente era que la mujer, de cuyo vientre había de tomar forma de hombre, fuese tan perfecta y adornada de todas sus riquezas, que nada le faltase de los dones y gracias posibles y que todas fuesen tan llenas, que ninguna padeciese mengua ni defecto alguno. Pues como esto era puesto en razón y convenía a la grandeza del Omnipotente, así lo cumplió con María santísima, mejor que el rey Asuero con la graciosa Ester, para levantarla al trono de su grandeza. Previno el Altísimo a nuestra Reina María con tales favores, privilegios y dones nunca imaginados de las criaturas, que cuando salió a vista de los cortesanos de este gran Rey de los siglos inmortal, conocieron todos y alabaron el poder divino y que, si eligió una mujer para Madre, pudo y supo hacerla digna para hacerse Hijo suyo.

72. Llegó el día séptimo y vecino de este misterio y, a la misma hora que en los pasados he dicho, fue llamada y elevada en espíritu la divina Señora, pero con una diferencia de los días precedentes; porque en éste fue llevada corporalmente por mano de sus santos ángeles al cielo empíreo, quedando en su lugar uno de ellos que la representase en cuerpo aparente. Puesta en aquel supremo cielo, vio la divinidad con abstractiva visión como otros días, pero siempre con nueva y mayor luz y misterios más profundos, que aquel objeto voluntario sabe y puede ocultar y manifestar. Oyó luego una voz que salía del trono real, y decía: Esposa y paloma electa, ven, graciosa y amada nuestra, que hallaste gracia en nuestros ojos y eres escogida entre millares y de nuevo te queremos admitir por nuestra Esposa única, y para esto queremos darte el adorno y hermósura digna de nuestros deseos.

73. A esta voz y razones, la humildísima entre los humildes se abatió y aniquiló en la presencia del Altísimo, sobre todo lo que alcanza la humana capacidad, y toda rendida al beneplácito divino, con agradable encogimiento respondió: Aquí está, Señor, el polvo, aquí este vil gusanillo, aquí está la pobre esclava vuestra, para que se cumpla en ella vuestro mayor agrado. Servíos, bien mío, del instrumento humilde de vuestro querer, gobernadle con vuestra diestra.–Mandó luego el Altísimo a dos serafines, de los más allegados al trono y excelentes en dignidad, que asistiesen a aquella divina mujer, y acompañados de otros se pusieron en forma visible al pie del trono, donde estaba María santísima más inflamada que todos ellos en el amor divino.

74. Era espectáculo de nueva admiración y júbilo para todos los espíritus angélicos ver en aquel lugar celestial, nunca hollado de otras plantas, una humilde doncella consagrada para Reina suya y más inmediata al mismo Dios entre todas las criaturas, ver en el cielo tan apreciada y valorada aquella mujer que ignoraba el mundo y como no conocida la despreciaba, ver a la naturaleza humana con las arras y principio de ser levantada sobre los coros celestiales y ya interpuesta en ellos. ¡Oh qué santa y dulce emulación pudiera causarles esta peregrina maravilla a los cortesanos antiguos de la superior Jerusalén! ¡Oh qué conceptos formaban en alabanza del Autor! ¡Oh qué afectos de humildad repetían, sujetando sus elevados entendimientos a la voluntad y ordenación divina! Reconocían ser justo y santo que levante a los humildes y que favorezca a la humana humildad y la adelante a la angélica.

75. Estando en esta loable admiración los moradores del cielo, la beatísima Trinidad –a nuestro bajo modo de entender y de hablar– confería entre sí misma cuán agradable era en sus ojos la princesa María, cómo había correspondido perfecta y enteramente a los beneficios y dones que se le habían fiado, cuánto con ellos había granjeado la gloria que adecuadamente daba al mismo Señor y cómo no tenía falta ni defecto, ni óbice para la dignidad de Madre del Verbo para que era destinada. Y junto con esto, determinaron las tres divinas personas que fuese levantada esta criatura al supremo grado de gracia y amistad del mismo Dios, que ninguna otra pura criatura había tenido ni tendrá jamás, y en aquel instante la dieron a ella sola más que tenían todas juntas. Con esta determinación la beatísima Trinidad se complació y agradó de la santidad suprema de María, como ideada y concebida en su mente divina.

76. Y en correspondencia de esta santidad y en su ejecución, y en testimonio de la benevolencia con que el mismo Señor la comunicaba nuevas influencias de su divina naturaleza, ordenó y mandó que fuese María santísima adornada visiblemente con una vestidura y joyas misteriosas, que señalasen los dones interiores de las gracias y privilegios que le daban como a Reina y Esposa. Y aunque este adorno y desposorio se le concedió otras veces, como queda dicho, cuando fue presentada al templo, pero en esta ocasión fue con circunstancias de nueva excelencia y admiración, porque servía de más próxima disposición para el milagro de la encarnación.

77. Vistieron luego los dos serafines por mandado del Señor a María santísima una tunicela o vestidura larga, que como símbolo de su pureza y gracia era tan hermosa y de tan rara candidez y belleza refulgente, que sólo un rayo de luz de los que sin número despedía, si apareciera al mundo, le diera mayor claridad sólo él que todo el número de las estrellas si fueran soles; porque en su comparación toda la luz que nosotros conocemos pareciera oscuridad. Al mismo tiempo que la vestían los serafines, le dio el Altísimo profunda inteligencia de la obligación en que la dejaba aquel beneficio de corresponder a Su Majestad con la fidelidad y amor y con un alto y excelente modo de obrar, que en todo conocía, pero siempre se le ocultaba el fin que tenía el Señor de recibir carne en su virginal vientre. Todo lo demás reconocía nuestra gran Señora, y por todo se humillaba con indecible prudencia y pedía el favor divino para corresponder a tal beneficio y favor.

78. Sobre la vestidura la pusieron los mismos serafines una cintura, símbolo del temor santo que se le infundía; era muy rica, como de piedras varias en extremo refulgentes, que la agraciaban y hermoseaban mucho. Y al mismo tiempo la fuente de la luz que tenía presente la divina Princesa la iluminó e ilustró para que conociese y entendiese altísimamente las razones por que debe ser temido Dios de toda criatura. Y con este don de temor del Señor quedó ajustadamente ceñida, como convenía a una criatura pura que tan familiarmente había de tratar y conversar con el mismo Criador, siendo verdadera Madre suya.

79. Conoció luego que la adornaban de hermosísimos y dilatados cabellos recogidos con un rico apretador, y ellos eran más brillantes que el oro subido y refulgente. Y en este adorno entendió se le concedía que todos sus pensamientos toda la vida fuesen altos y divinos, inflamados en subidísima caridad, significada por el oro. Y junto con esto se le infundieron de nuevo hábitos de sabiduría y ciencia clarísima, con que quedasen ceñidos y recogidos varia y hermosamente estos cabellos en una participación inexplicable de los atributos de ciencia y sabiduría del mismo Dios. Concediéronla también para sandalias o calzado que todos los pasos y movimientos fuesen hermosísimos y encaminados siempre a los más altos y santos fines de la gloria del Altísimo. Y cogieron este calzado con especial gracia de solicitud y diligencia en el bien obrar para con Dios y con los prójimos, al modo que sucedió cuando con festinación fue a visitar a santa Isabel y san Juan; con que esta hija del Príncipe salió hermosísima en sus pasos.

80. Las manos las adornaban con manillas, infundiéndola nueva magnanimidad para obras grandes, con participación del atributo de la magnificencia, y así las extendió siempre para cosas fuertes. En los dedos la hermosearon con anillos, para que con los nuevos dones del Espíritu divino en las cosas menores o en materias más inferiores obrase superiormente con levantado modo, intención y circunstancias, que hiciesen todas sus obras grandiosas y admirables. Añadieron juntamente a esto un collar o banda que le pusieron lleno de inestimables y brillantes piedras preciosas y pendiente una cifra de tres más excelentes, que en las tres virtudes fe, esperanza y caridad correspondía a las tres divinas personas. Renováronle con este adorno los hábitos de estas nobilísimas virtudes para el uso que de ellas había menester en los misterios de la encarnación y redención.

81. En las orejas le pusieron unas arracadas de oro con gusanillos de plata, preparando sus oídos con este adorno para la embajada que luego había de oír del santo arcángel Gabriel, y se le dio especial ciencia para que la oyese con atención y respondiese con discreción, formando razones prudentísimas y agradables a la voluntad divina; y en especial para que del metal sonoro y puro de la plata de su candidez resonase en los oídos del Señor y quedasen en el pecho de la divinidad aquellas deseadas y sagradas palabras: Fiat mihi secundum verbum tuum.

82. Sembraron luego la vestidura de unas cifras que servían como de realces o bordaduras de finísimos matices y oro, que algunas decían: Maria, Madre de Dios, y otras, María, Virgen y Madre; mas no se le manifestaron ni descifraron entonces estas cifras misteriosas a ella sino a los ángeles santos; y los matices eran los hábitos excelentes de todas las virtudes en eminentísimo grado y los actos que a ellas correspondían sobre todo lo que han obrado todas las demás criaturas intelectuales. Y para complemento de toda esta belleza la dieron por agua de rostro muchas iluminaciones y resplandores, que se derivaron en esta divina Señora de la vecindad y participación del infinito ser y perfecciones del mismo Dios; que para recibirle real y verdaderamente en su vientre virginal, convenía haberle recibido por gracia en el sumo grado posible a pura criatura.

83. Con este adorno y hermosura quedó nuestra princesa María tan bella y agradable, que pudo el Rey supremo codiciarla. Y por lo que en otras partes he dicho de sus virtudes, y será forzoso repetir en toda esta divina Historia, no me detengo más en explicar este adorno, que fue con nuevas condiciones y efectos más divinos. Y todo cabe en el poder infinito y en el inmenso campo de la perfección y santidad, donde siempre hay mucho que añadir y entender sobre lo que nosotros alcanzamos a conocer. Y llegando a este mar de María purísima, quedamos siempre muy a las márgenes de su grandeza; y mi entendimiento de lo que ha conocido queda siempre con gran preñez de conceptos que no puede explicar.

Doctrina que me dio la Reina santísima María.

84. Hija mía, las ocultas oficinas y recámaras del Altísimo son de Rey divino y Señor omnipotente y por esto son sin medida y número las ricas joyas que en ellas tiene para componer el adorno de sus esposas y escogidas. Y como enriqueció mi alma, pudiera hacer lo mismo con otras innumerables y siempre le sobrara infinito. Y aunque a ninguna otra criatura dará tanto su liberal mano como me concedió a mí, no será porque no puede o no quiere, sino porque ninguna se dispondrá para la gracia como yo lo hice; pero con muchas es liberalísimo el Todopoderos y las enriquece grandemente, porque le impiden menos y se disponen más que otras.

85. Yo deseo, carísima, que no pongas impedimento al amor del Señor para ti, antes quiero te dispongas para recibir los dones y preseas con que te quiere prevenir, para que seas digna de su tálamo de esposo. Y advierte que todas las almas justas reciben este adorno de su mano, pero cada una en su grado de amistad y gracia de que se hace capaz. Y si tú deseas llegar a los más levantados quilates de esta perfección y estar digna de la presencia de tu Señor y Esposo, procura crecer y ser robusta en el amor; pero éste crece, cuando crece la negación y mortificación. Todo lo terreno has de negar y olvidar y todas tus inclinaciones a ti misma y a lo visible se han de extinguir en ti, y sólo en el amor divino has de crecer y adelantarte. Lávate y purifícate en la sangre de Cristo tu reparador y aplícate este lavatorio muchas veces, repitiendo el amoroso dolor de la contrición de tus culpas. Con esto hallarás gracia en sus ojos y tu hermosura le será de codicia y tu adorno estará lleno de toda perfección y pureza.

86. Y habiendo tú sido tan favorecida y señalada del Señor en estos beneficios, razón es que sobre muchas generaciones seas agradecida y con incesante alabanza le engrandezcas por lo que contigo se ha dignado. Y si este vicio de la ingratitud es tan feo y reprensible en las criaturas que menos deben, cuando luego como terrenas y groseras olvidan con desprecio los beneficios del Señor, mayor será la culpa de esta villanía en tus obligaciones. Y no te engañes con pretexto de humillarte, porque hay mucha diferencia entre la humildad agradecida y la ingratitud humillada con engaño; y debes advertir que muchas veces hace grandes favores el Señor a los indignos, para manifestar su bondad y grandeza y para que no se alce nadie con ellos, conociendo su propia indignidad, que ha de ser de contrapeso y triaca contra el veneno de la presunción; pero siempre se compadece con esto el agradecimiento, conociendo que todo don perfecto es y viene del Padre de las lumbres y nunca por sí le pudo merecer la criatura, sino que se le da por sola su bondad, con que debe quedar rendida y cautiva del agradecimiento.
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MensajePublicado: Lun Sep 22, 2008 7:26 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 8

Pide nuestra gran Reina en la presencia del Señor la ejecución de la encarnación y redención humana y concede Su Majestad la petición.

87. Estaba la divina princesa María santísima tan llena de gracia y hermosura y el corazón de Dios estaba tan herido de sus tiernos afectos y deseos, que ya ellos le obligaban a volar del seno del eterno Padre al tálamo de su virginal vientre y a romper aquella larga rémora que le detenía por más de cinco mil años para no venir al mundo. Pero como esta nueva maravilla se había de ejecutar con plenitud de sabiduría y equidad, dispúsola el Señor de tal suerte, que la misma Princesa de los cielos fuese Madre digna del Verbo humanado y juntamente medianera eficaz de su venida, mucho más que lo fue Ester del rescate de su pueblo. Ardía en el corazón de María santísima el fuego que el mismo Dios había encendido en él, y pedía sin cesar su salud para el linaje humano, pero encogíase la humildísima Señora, sabiendo que por el pecado de Adán estaba promulgada la sentencia de muerte y privación eterna de la cara de Dios para los mortales.

88. Entre el amor y la humildad había una divina lucha en el corazón purísimo de María, y con amorosos y humildes afectos repetía muchas veces: ¡Oh quién fuera poderosa para alcanzar el remedio de mis hermanos! ¡Oh quién sacara del seno del Padre a su Unigénito y le trasladara a nuestra mortalidad! ¡Oh quién le obligara para que a nuestra naturaleza le diera aquel ósculo de su boca que le pidió la Esposa! Pero ¿cómo lo podemos solicitar los mismos hijos y descendientes del malhechor que cometió la culpa? ¿Cómo podremos traer a nosotros al mismo que nuestros padres alejaron tanto? ¡Oh amor mío, si yo os viese a los pechos de vuestra madre la naturaleza! ¡Oh lumbre de la lumbre, Dios verdadero de Dios verdadero, si descendieseis inclinando vuestros cielos y dando luz a los que viven de asiento en las tinieblas! ¡Si pacificaseis a vuestro Padre, y si al soberbio Amán, nuestro enemigo el demonio, le derribase vuestro divino brazo, que es vuestro Unigénito! ¿Quién será medianera para que saque del altar celestial, como la tenaza de oro, aquella brasa de la divinidad, como el serafín sacó el fuego que nos dice vuestro profeta, para purificar al mundo?

89. Esta oración repetía María santísima en el día octavo de los que voy declarando, y a la hora de media noche, elevada y abstraída en el Señor, oyó que Su Majestad la respondía: Esposa y paloma mía, ven, escogida mía, que no se entiende contigo la común ley; exenta eres del pecado y libre estás de sus efectos desde el instante de tu concepción; y cuando te di el ser, desvió de ti la vara de mi justicia y derribé en tu cuello la de mi gran clemencia, para que no se extendiese a ti el general edicto del pecado. Ven a mí, y no desmayes en tu humildad y conocimiento de tu naturaleza; yo levanto al humilde, y lleno de riquezas al que es pobre; de tu parte me tienes y favorable será contigo mi liberal misericordia.

90. Estas palabras oyó intelectualmente nuestra Reina, y luego conoció que por mano de sus santos ángeles era llevada corporalmente al cielo, como el día precedente, y que en su lugar quedaba uno de los mismos de su guarda. Subió de nuevo a la presencia del Altísimo, tan rica de tesoros de su gracia y dones, tan próspera y tan hermosa, que singularmente en esta ocasión admirados los espíritus soberanos decían unos a otros en alabanza del Altísimo: ¿Quién es ésta, que sube del desierto tan afluente de delicias? ¿Quién es ésta que estriba y hace fuerza a su amado, para llevarle consigo a la habitación terrena? ¿Quién es la que se levanta como aurora, más hermosa que la luna, escogida como el sol? ¿Cómo sube tan refulgente de la tierra llena de tinieblas? ¿Cómo es tan esforzada y valerosa en tan frágil naturaleza? ¿Cómo tan poderosa, que quiere vencer al Omnipotente? Y ¿cómo estando cerrado el cielo a los hijos de Adán, se le franquea la entrada a esta singular mujer de aquella misma descendencia?

91. Recibió el Altísimo a su electa y única esposa María santísima en su presencia, y aunque no fue por visión intuitiva de la divinidad sino abstrativa, pero fue con incomparables favores de iluminaciones y purificaciones que el mismo Señor la dio, cuales hasta aquel día había reservado; porque fueron tan divinas estas disposiciones que –a nuestro entender– el mismo Dios que las obraba se admiró, encareciendo la misma hechura de su brazo poderoso; y como enamorado de ella, la habló y la dijo: Revertere, revertere Sunamitis, ut intueamur te; Esposa mía, perfectísima paloma y amiga mía, agradable a mis ojos, vuélvete y conviértete a nosotros para que te veamos y nos agrademos de tu hermosura; no me pesa de haber criado al hombre, deléitome en su formación, pues tú naciste de él; vean mis espíritus celestiales cuán dignamente he querido y quiero elegirte por mi Esposa y Reina de todas mis criaturas; conozcan cómo me deleito con razón en tu tálamo, a donde mi Unigénito, después de la gloria de mi pecho, será más glorificado. Entiendan todos que si justamente repudié a Eva, la primera reina de la tierra, por su inobediencia, te levanto y te pongo en la suprema dignidad, mostrándome magnífico y poderoso con tu humildad purísima y desprecio.

92. Fue para los ángeles este día de mayor júbilo y gozo accidental que otro alguno había sido desde su creación. Y cuando la beatísima Trinidad eligió y declaró por Reina y Señora de las criaturas a su Esposa y Madre del Verbo eterno, la reconocieron y admitieron los ángeles y todos los espíritus celestiales por Superiora y Señora y la cantaron dulces himnos de gloria y alabanza del Autor. En estos ocultos y admirables misterios estaba la divina reina María absorta en el abismo de la divinidad y luz de sus infinitas perfecciones; y con esta admiración disponía el Señor que no atendiese a todo lo que sucedía, y así se le ocultó siempre el sacramento de ser elegida por Madre del Unigénito hasta su tiempo. No hizo jamás el Señor tales cosas con nación alguna, ni con otra criatura se manifestó tan grande y poderoso, como este día con María santísima.

93. Añadió más el Altísimo, y díjola con extremada dignación: Esposa y electa mía, pues hallaste gracia en mis ojos, pídeme sin recelo lo que deseas y te aseguro como Dios fidelísimo y poderoso Rey que no desecharé tus peticiones ni te negaré lo que pidieres. Humillóse profundamente nuestra gran Princesa, y debajo de la promesa y real palabra del Señor, levantándose con segura confianza, respondió y dijo: Señor mío y Dios altísimo, si en vuestros ojos hallé gracia, aunque soy polvo y ceniza, hablaré en vuestra real presencia y derramaré mi corazón.–Aseguróla otra vez Su Majestad y la mandó pidiese todo lo que fuese su voluntad en presencia de todos los cortesanos del cielo, aunque fuese parte de su reino. No pido, Señor mío –respondió María purísima– parte de vuestro reino para mí, pero pídole todo entero para todo el linaje humano, que son mis hermanos. Pido, altísimo y poderoso Rey, que por vuestra piedad inmensa nos enviéis a vuestro Unigénito y Redentor nuestro, para que satisfaciendo por todos los pecados del mundo alcance vuestro pueblo la libertad que desea, y quedando satisfecha vuestra justicia se publique la paz en la tierra a los hombres y se les haga franca la entrada de los cielos que por sus culpas están cerrados. Vea ya toda carne vuestra salud, dense la paz y la justicia aquel estrecho abrazo y el ósculo que pedía David, y tengamos los mortales maestro, guía y reparador, cabeza que viva y converse con nosotros; llegue ya, Dios mío, el día de vuestras promesas, cúmplanse vuestras palabras y venga nuestro Mesías por tantos siglos deseado. Esta es mi ansia y a esto se alientan mis ruegos con la dignación de vuestra infinita clemencia.

94. El altísimo Señor, que para obligarse disponía y movía las peticiones de su amada Esposa, se inclinó benigno a ellas, y la respondió con singular clemencia: Agradables son tus ruegos a mi voluntad y aceptas son tus peticiones; hágase como tú lo pides; yo quiero, hija y esposa mía, lo que tú deseas; y en fe de esta verdad, te doy mi palabra y te prometo que con gran brevedad bajará mi Unigénito a la tierra y se vestirá y unirá con la naturaleza humana, y tus deseos aceptables tendrán ejecución y cumplimiento.

95. Con esta certificación de la divina palabra sintió nuestra gran Princesa en su interior nueva luz y seguridad de que se llegaba ya el fin de aquella larga y prolija noche del pecado y de las antiguas leyes y se acercaba la nueva claridad de la redención humana. Y como le tocaban tan de cerca y tan de lleno los rayos del sol de justicia que se acercaba para nacer de sus entrañas, estaba como hermosísima aurora abrasada y refulgente con los arreboles –dígolo así– de la divinidad, que la transformaba toda en ella misma, y con afectos de amor y agradecimiento del beneficio de la próxima redención daba incesantes alabanzas al Señor en su nombre y de todos los mortales. Y en esta ocupación gastó aquel día, después que por los mismos ángeles fue restituida a la tierra. Duélome siempre de mi ignorancia y cortedad en explicar estos arcanos tan levantados, y si los doctos y letrados grandes no podrán hacerlo adecuadamente, ¿cómo llegará a esto una pobre y vil mujer? Supla mi ignorancia la luz de la piedad cristiana y disculpe mi atrevimiento la obediencia.

Doctrina que me dio la Reina María santísima.

96. Hija mía carísima, ¡y qué lejos están de la sabiduría mundana las obras admirables que conmigo hizo el poder divino en estos sacramentos de la encarnación del Verbo eterno en mi vientre! No los puede investigar la carne, ni la sangre, ni los mismos ángeles y serafines más levantados por sí a solas, ni pueden conocer misterios tan escondidos y fuera del orden de la gracia de las demás criaturas. Alaba tú, amiga mía, por ellos al Señor con incesante amor y agradecimiento, y no seas ya tarda en entender la grandeza de su divino amor y lo mucho que hace por sus amigos y carísimos, deseando levantarlos del polvo y enriquecerlos por diversos modos. Si esta verdad penetras, ella te obligará al agradecimiento y te moverá a obrar cosas grandes como fidelísima hija y esposa.

97. Y para que más te dispongas y alientes, te advierto que el Señor a sus escogidas las dice muchas veces aquellas palabras: Revertere, revertere, ut intueamur te; porque recibe tanto agrado de sus obras, que como un padre se regala con su hijo muy agraciado y hermoso que sólo tiene, mirándole muchas veces con caricia, y como un artífice con la obra perfecta de sus manos y un rey con la ciudad rica que ha ganado y un amigo con otro que mucho ama, más sin comparación que todos estos se recrea el Altísimo y se complace con aquellas almas que elige para sus delicias, y al paso que ellas se disponen y adelantan, crecen también los favores y beneplácito del mismo Señor. Si esta ciencia alcanzaran los mortales que tienen luz de fe, por solo este agrado del Altísimo debían no sólo no pecar, pero hacer grandes obras hasta morir, por servir y amar a quien tan liberal es en premiar, regalar y favorecer.

98. Cuando en este día octavo que has escrito me dijo el Señor en el cielo aquellas palabras: Revertere, revertere, que le mirase para que los espíritus celestiales me viesen, fue tanto el agrado que conocí recibía Su Majestad divina, que sólo él excedió a todo cuanto le han agradado y complacerán todas las almas santas en lo supremo de su santidad, y se complació en mí su dignación más que en todos los apóstoles, mártires, confesores y vírgenes, y todo el resto de los santos. Y de este agrado y aceptación del Altísimo redundaron en mi espíritu tantas influencias de gracias y participación de la divinidad, que ni lo puedes conocer ni explicar perfectamente estando en carne mortal. Pero te declaro este secreto misterioso, para que alabes a su autor y trabajes disponiéndote para que, en mi lugar y nombre, mientras te durare el destierro de la patria, extiendas y dilates tu brazo a cosas fuertes y des al Señor el beneplácito que de ti desea, procurándole siempre con granjear sus beneficios y solicitarlos para ti y tus prójimos con perfecta calidad.
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MensajePublicado: Mar Sep 23, 2008 5:57 pm    Asunto:
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CAPITULO 9

Renueva el Altísimo los favores y beneficios en María santísima y dale de nuevo la posesión de Reina de todo lo criado por última disposición para la encarnación.

99. El último y noveno día de los que más de cerca preparaba el Altísimo su tabernáculo para santificarle con su venida, determinó renovar sus maravillas y multiplicar las señales, recopilando los favores y beneficios que hasta aquel día había comunicado a la princesa María. Pero de tal manera obraba en ella el Altísimo, que, cuando sacaba de sus tesoros infinitos cosas antiguas, siempre añadía muchas nuevas; y todos estos grados y maravillas caben entre humillarse Dios a ser hombre y levantar una mujer a ser su Madre. Para descender Dios al otro extremo de ser hombre, ni se pudo en sí mudar, ni lo había menester, porque quedándose inmutable en sí mismo, pudo unir a su persona nuestra naturaleza, mas para llegar una mujer de cuerpo terreno a dar su misma sustancia con quien se uniese Dios y fuese hombre, parecía necesario pasar un infinito espacio y venir a ponerse tan distante de las otras criaturas, cuanto llegaba a avecindar con el mismo Dios.

100. Llegó, pues, el día en que María santísima había de quedar en esta última disposición tan próxima a Dios como ser Madre suya; y aquella noche, a la misma hora del mayor silencio, fue llamada por el mismo Señor, como en las precedentes se dijo. Respondió la humilde y prudente Reina: Aparejado está mi corazón, Señor y Rey altísimo, para que en mí se haga vuestro divino beneplácito.–Luego fue llevada en cuerpo y alma, como los días antecedentes, por mano de sus ángeles al cielo empíreo y puesta en presencia del trono real del Altísimo, y Su Majestad poderosa la levantó y colocó a su lado, señalándole el asiento y lugar que para siempre había de tener en su presencia, y fue el más alto y más inmediato al mismo Dios, fuera del que se reservaba para la humanidad del Verbo; porque excedía sin comparación al de todos los demás bienaventurados y a todos juntos.

101. De aquel lugar vio luego la divinidad con abstractiva visión, como las otras veces antecedentes, y, ocultándole la dignidad de Madre de Dios, le manifestó Su Majestad tan altos y nuevos sacramentos que por su profundidad y por mi ignorancia no puedo declararlos. Vio de nuevo la divinidad, todas las cosas criadas y muchas posibles y futuras; y las corpóreas se le manifestaron, dándoselas Dios a conocer en sí mismas por especies corpóreas y sensibles, como si las tuviera todas presentes a los sentidos exteriores, y como si en la esfera de la potencia visiva las percibiera con los ojos corporales. Conoció junta toda la fábrica del universo, que antes había conocido por sus partes, y las criaturas que en él se contienen, con distinción y como si las tuviera presentes en un lienzo. Vio toda su armonía, orden, conexión y dependencia que tienen entre sí, y todas de la voluntad divina que las cría, gobierna y conserva a cada una en su lugar y en su ser. Vio de nuevo todos los cielos y estrellas, elementos y sus moradores, el purgatorio, limbo, infierno, con todos cuantos vivían en aquellas cavernas. Y como el puesto donde estaba la Reina de las criaturas era eminente a todas y sólo a Dios era inferior, así lo fue también la ciencia que la dieron, porque sola era inferior del mismo Señor y superior a todo lo criado.

102. Estando la divina Señora absorta en la admiración de lo que el Altísimo le manifestaba y dándole por todo el retorno de alabanza y gloria que se debía a tal Señor, la habló Su Majestad, y la dijo: Electa mía y paloma mía, todas las criaturas visibles que conoces, las he criado y las conservo con mi providencia en tanta variedad y hermosura sólo por el amor que tengo a los hombres. Y de todas las almas que hasta ahora he criado, y las que hasta el fin he determinado criar, se ha de elegir y entresacar una congregación de fieles, que sean segregados y lavados en la sangre del Cordero que quitará los pecados del mundo. Estos serán el fruto especial de la redención que ha de obrar y gozarán de sus efectos por medio de la nueva ley de gracia y sacramentos que en ella les dará su Reparador; y después llegarán, los que perseveraren, a la participación de mi eterna gloria y amistad. Por estos escogidos en primer intento he criado tantas y maravillosas obras, y si todos me quisieran servir, adorar y conocer mi santo nombre, cuanto es de mi parte, para todos y para cada uno singularmente criara tantos tesoros y los ordenara a la posesión de cada uno.

103. Y cuando hubiera criado sola una de las criaturas que son capaces de mi gracia y de mi gloria, a sola ella la hiciera dueña y señora de todo lo criado, pues todo es menos que hacerla participante de mi amistad y felicidad eterna. Tú, Esposa mía, eres mi escogida y hallaste gracia en mi corazón, y así te hago señora de todos estos bienes y te doy la posesión y dominio de todos ellos, para que, si fueres esposa fiel, como te quiero, los distribuyas y dispenses a quien por tu mano o intercesión me los pidiere; que para esto los deposito en las tuyas.–Púsole la santísima Trinidad a María nuestra princesa una corona en la cabeza, consagrándola por suprema Reina de todo lo criado, y estaba sembrada y esmaltada con unas cifras que decían: Madre de Dios; pero sin entenderlas ella por entonces, porque solos las conocían los divinos espíritus, admirados de la magnificencia del Señor con esta doncella dichosísima y bendita entre las mujeres, a quien ellos reverenciaron y veneraron por su Reina legítima y Señora suya y de todo lo criado.

104. Todos estos portentos obraba la diestra del Altísimo con muy conveniente orden de su infinita sabiduría; porque antes de bajar a tomar carne humana en el virginal vientre de esta Señora, convenía que todos los cortesanos de este gran Rey reconociesen a su Madre por Reina y Señora y por esto la diesen debida reverencia. Y era justo y conveniente al buen orden que primero la hiciera Dios Reina y después Madre del Príncipe de las eternidades, pues quien había de parir al Príncipe de necesidad había de ser Reina y reconocida por sus vasallos; pues en que la conociesen los ángeles no había inconveniente ni necesidad de ocultársela, antes era como deuda del Altísimo a la majestad de su divinidad, que su tabernáculo escogido para morada suya fuese prevenido y calificado con todas excelencias de dignidad y perfección, alteza y magnificencia que se le pudiesen comunicar, sin que se le negase alguna; y así la recibieron y reconocieron los santos ángeles, dándole honor de Reina y Señora.

105. Para poner la última mano en esta prodigiosa obra de María santísima, extendió el Señor su brazo poderoso y por sí mismo renovó el espíritu y potencias de esta gran Señora, dándole nuevas iluminaciones, hábitos y cualidades, cuya grandeza y condiciones no caben en términos terrenos. Era éste el último retoque y pincel de esta imagen viva del mismo Dios, para formar en ella y de ella misma la forma que había de vestirse el Verbo eterno, que por esencia era imagen del Padre eterno y figura de su sustancia. Pero quedó todo este templo de María santísima mejor que el de Salomón, vestido dentro y fuera del oro purísimo de la divinidad, sin que por alguna parte se pudiese descubrir en ella algún átomo de terrena hija de Adán. Toda quedó deificada con divisas de divinidad, porque habiendo de salir el Verbo divino del seno del eterno Padre para bajar al de María, la preparó de suerte que hallase en ella la similitud posible entre madre y padre.

106. No me quedan nuevas razones para decir como quisiera los efectos que todos estos favores hicieron en el corazón de nuestra gran Reina y Señora. No llega el juicio humano a concebirlos, ¿cómo llegarán las palabras a explicarlos? Pero lo que mayor admiración me hace de la luz que se me ha dado en estos tan altos misterios es la humildad de esta divina mujer y la porfía entre ella y el poder divino. ¡Raro prodigio y milagro de humildad es ver a esta doncella, María santísima, levantada a la suprema dignidad y santidad después de Dios y que entonces se humille y aniquile a lo más ínfimo de todas las criaturas, y que a fuerza de esta humildad no entrase en el pensamiento de esta Señora que pudiese ser madre del Mesías! Y no sólo esto, pero ni imaginó de sí cosa grande, ni admirable sobre sí. No se levantaron sus ojos ni corazón, antes bien cuanto la ensalzaban más las obras del brazo del Señor, tanto sentía humildemente de sí misma. Justo fue, por cierto, que atendiese a su humildad el todopoderoso Dios y que por ella la llamen todas las generaciones dichosa y bienaventurada.

Doctrina que me dio la Reina y Señora del cielo.

107. Hija mía, no es digna esposa del Altísimo la que tiene amor interesado y servil, porque la esposa no ha de amar ni temer como la esclava, ni tampoco ha de servir por el jornal del estipendio. Pero aunque su amor ha de ser filial y generoso por el agrado y bondad inmensa de su esposo, con todo eso se ha de obligar mucho para esto de verle tan rico y liberal; y que por el amor que tiene a las almas haya criado tanta variedad de bienes visibles, para que sirvan todos a quien sirve a Su Majestad, y sobre todo por los tesoros ocultos que tiene prevenidos en abundancia de dulzura para los que le temen, como hijos de esta verdad. Quiero, que te des por muy obligada a tu Señor y Padre, Esposo y Amigo, conociendo cuán ricas son las almas que por gracia llegan a ser hijas y carísimas suyas; pues, como poderoso padre, tiene prevenidos tantos y tan diversos bienes para sus hijos, y todos para cada uno, si fueren necesarios. No tiene descargo el desamor de los hombres en medio de tantos motivos e incentivos, ni su ingratitud admite disculpa a vista de tantos beneficios y estándolos recibiendo sin medida.

108. Advierte, pues, carísima, que no eres advenediza ni extraña en esta casa del Señor, que es su Iglesia santa, pero eres doméstica y esposa de Cristo entre los santos, alimentada con sus favores y regalos de esposa. Y porque todos los tesoros y riquezas que son del esposo pertenecen a la legítima esposa considera de cuántos te hace participante y señora. Goza, pues, de todos como doméstica y cela su honra como hija y esposa tan favorecida y agradece todas estas obras y beneficios, como si para ti sola fueran criados por tu Señor, y ámale y reverénciale por ti y por los demás prójimos, para quienes fue tan liberal. Y en todo esto imita con tus flacas fuerzas lo que has entendido que yo hacía, y advierte, hija, que será muy de mi agrado que engrandezcas y alabes al Todopoderoso, con fervoroso afecto, por lo que su diestra divina me favoreció y enriqueció esta novena, que fue sobre toda ponderación humana.
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MensajePublicado: Mie Sep 24, 2008 9:33 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 10

Despacha la beatísima Trinidad al santo arcángel Gabriel que anuncie y evangelice a María santísima cómo es elegida para Madre de Dios.

109. Determinado estaba por infinitos siglos, pero escondido en el secreto pecho de la sabiduría eterna, el tiempo y hora conveniente en que oportunamente se había de manifestar en la carne el gran sacramento de piedad, justificado en el espíritu, predicado a los hombres, declarado a los ángeles y creído en el mundo.Llegó, pues, la plenitud de este tiempo, que hasta entonces, aunque lleno de profecías y promesas, estaba muy vacío, porque le faltaba el lleno de María santísima, por cuya voluntad y consentimiento habían de tener todos los siglos su complemento, que era el Verbo eterno humanado, pasible y reparador. Estaba predestinado este misterio antes de los siglos, para que en ellos se ejecutase por mano de nuestra divina doncella; y estando ella en el mundo, no se debía dilatar la redención humana y venida del Unigénito del Padre, pues ya no andaría como de prestado en tabernáculos o ajenas casas, mas viviría de asiento en su templo y casa propia, edificada y enriquecida con sus mismas anticipadas expensas, mejor que el templo de Salomón con las de su padre David.

110. En esta plenitud de tiempo prefinito determinó el Altísimo enviar su Hijo unigénito al mundo, y confiriendo –a nuestro modo de entender y de hablar– los decretos de su eternidad con las profecías y testificaciones hechas a los hombres desde el principio del mundo, y todo esto con el estado y santidad a que había levantado a María santísima, juzgó convenía todo esto así para la exaltación de su santo nombre y que se manifestase a los santos ángeles la ejecución de esta su eterna voluntad y decreto y por ellos se comenzase a poner por obra. Habló Su Majestad al santo arcángel Gabriel con aquella voz o palabra que les intima su santa voluntad; y aunque el orden común de ilustrar Dios a sus divinos espíritus es comenzar por los superiores y que aquéllos purifiquen e iluminen a los inferiores por su orden hasta llegar a los últimos, manifestando unos a otros lo que Dios reveló a los primeros, pero en esta ocasión no fue así, porque inmediatamente recibió este santo arcángel del mismo Señor su embajada.

111. A la insinuación de la voluntad divina estuvo presto san Gabriel, como a los pies del trono, y atento al ser inmutable del Altísimo, y Su Majestad por sí le mandó y declaró la legacía que había de hacer a María santísima y las mismas palabras con que la había de saludar y hablar; de manera que su primer autor fue el mismo Dios, que las formó en su mente divina, y de allí pasaron al santo arcángel, y por él a María purísima. Reveló junto con estas palabras el Señor muchos y ocultos sacramentos de la encarnación al santo príncipe Gabriel, y la santísima Trinidad le mandó fuese anunciase a la divina doncella cómo la elegía entre las mujeres para que fuese Madre del Verbo eterno y en su virginal vientre le concibiese por obra del Espíritu Santo, y ella quedando siempre virgen; y todo lo demás que el paraninfo divino había de manifestar y hablar con su gran Reina y Señora.

112. Luego declaró Su Majestad a todo el resto de los ángeles cómo era llegado el tiempo de la redención humana y que disponía bajar al mundo sin dilación, pues ya tenía prevenida y adornada para Madre suya a María santísima, como en su presencia lo había hecho, dándole esta suprema dignidad. Oyeron los divinos espíritus la voz de su Criador y, con incomparable gozo y hacimiento de gracias por el cumplimiento de su eterna y perfecta voluntad, cantaron nuevos cánticos de alabanza, repitiendo siempre en ellos aquel himno de Sión: Santo, santo, santo eres, Dios y Señor de Sabaot. Justo y poderoso eres, Señor Dios nuestro, que vives en las alturas y miras a los humildes de la tierra. Admirables son todas tus obras, Altísimo, encumbrado en tus pensamientos.

113. Obedeciendo con especial gozo el soberano príncipe Gabriel al divino mandato, descendió del supremo cielo, acompañado de muchos millares de ángeles hermosísimos que le seguían en forma visible. La de este gran príncipe y legado era, como de un mancebo elegantísimo y de rara belleza: su rostro tenía refulgente y despedía muchos rayos de resplandor, su semblante grave y majestuoso, sus pasos medidos, las acciones compuestas, sus palabras ponderosas y eficaces y todo él representaba, entre severidad y agrado, mayor deidad que otros ángeles de los que había visto la divina Señora hasta entonces en aquella forma. Llevaba diadema de singular resplandor y sus vestiduras rozagantes descubrían varios colores, pero todos refulgentes y muy brillantes, y en el pecho llevaba como engastada una cruz bellísima que descubría el misterio de la encarnación a que se encaminaba su embajada, y todas estas circunstancias solicitaron más la atención y afecto de la prudentísima Reina.

114. Todo este celestial ejército con su cabeza y príncipe san Gabriel encaminó su vuelo a Nazaret, ciudad de la provincia de Galilea, y a la morada de María santísima, que era una casa humilde y su retrete un estrecho aposento desnudo de los adornos que usa el mundo, para desmentir sus vilezas y desnudez de mayores bienes. Era la divina Señora en esta ocasión de edad de catorce años, seis meses y diecisiete días, porque cumplió los años a ocho de septiembre, y los seis meses y diecisiete días corrían desde aquél hasta éste en que se obró el mayor de los misterios que Dios obró en el mundo.

115. La persona de esta divina Reina era dispuesta y de más altura que la común de aquella edad en otras mujeres, pero muy elegante del cuerpo, con suma proporción y perfección: el rostro más largo que redondo, pero gracioso, y no flaco ni grueso, el color claro y tantico moreno; la frente espaciosa con proporción; las cejas en arco perfectísimas; los ojos grandes y graves, con increíble e indecible hermosura y columbino agrado, el color entre negro y verde oscuro; la nariz seguida y perfecta; la boca pequeña y los labios colorados y sin extremo delgados ni gruesos; y toda ella en estos dones de naturaleza era tan proporcionada y hermosa que ninguna otra criatura humana lo fue tanto. El mirarla causaba a un mismo tiempo alegría y reverencia, afición y temor reverencial; atraía el corazón y le detenía en una suave veneración; movía para alabarla y enmudecía su grandeza y muchas gracias y perfecciones; y causaba en todos los que advertían divinos efectos que no se pueden fácilmente explicar; pero llenaba el corazón de celestiales influjos y movimientos divinos que encaminaban a Dios.

116. Su vestidura era humilde, pobre y limpia, de color plateado, oscuro o pardo que tiraba a color de ceniza, compuesto y aliñado sin curiosidad, pero con suma modestia y honestidad. Cuando se acercaba la embajada del cielo, ignorándolo ella, estaba en altísima contemplación sobre los misterios que había renovado el Señor en ella con tan repetidos favores los nueve días antecedentes. Y por haberla asegurado el mismo Señor, como arriba dijimos, que su Unigénito descendería luego a tomar forma humana, estaba la gran Reina fervorosa y alegre en la fe de esta palabra y, renovando sus humildes y encendidos afectos, decía en su corazón: ¿Es posible que ha llegado el tiempo tan dichoso en que ha de bajar el Verbo del eterno Padre a nacer y conversar con los hombres y, que le ha de tener el mundo en posesión, que le han de ver los mortales con ojos de carne, que ha de nacer aquella luz inaccesible, para iluminar a los que están poseídos de tinieblas? ¡Oh quién mereciera verle y conocerle! ¡Oh quién besara la tierra donde pusiera sus divinas plantas!

117. Alegraos, cielos, y consuélese la tierra, y todos eternamente le bendigan y alaben, pues ya su felicidad eterna está vecina. ¡Oh hijos de Adán afligidos por la culpa, pero hechuras de mi amado, luego levantaréis la cabeza y sacudiréis el yugo de vuestra antigua cautividad! Ya se acerca vuestra redención, ya viene vuestra salud. ¡Oh padres antiguos y profetas, con todos los justos que esperáis en el seno de Abrahán detenidos en el limbo, luego llegará vuestro consuelo, no tardará vuestro deseado y prometido Redentor! Todos le magnifiquemos y cantemos himnos de alabanza. ¡Oh quién fuera sierva de sus siervas! ¡Oh quién fuera esclava de aquella que Isaías le señaló por Madre! ¡Oh Emmanuel, Dios y hombre verdadero! ¡Oh llave de David, que has de franquear los cielos! ¡Oh Sabiduría eterna! ¡Oh Legislador de la nueva Iglesia! Ven, ven, Señor, a nosotros y libra de la cautividad a tu pueblo, vea toda carne tu salud.

118. En estas peticiones y operaciones, y muchas que no alcanza mi lengua a explicar, estaba María santísima en la hora que llegó el ángel san Gabriel. Estaba purísima en el alma, perfectísima en el cuerpo, nobilísima en los pensamientos, eminentísima en santidad, llena de gracias y toda divinizada y agradable a los ojos de Dios, que pudo ser digna Madre suya y eficaz instrumento para sacarle del seno del Padre y traerle a su virginal vientre. Ella fue el poderoso medio de nuestra redención y se la debemos por muchos títulos, y por esto merece que todas las naciones y generaciones la bendigan y eternamente la alaben3. Lo que sucedió con la entrada del embajador celestial diré en el capítulo siguiente:

119. Sólo advierto ahora una cosa digna de admiración, que para recibir la anunciación del santo arcángel y para el efecto de tan alto misterio como se había de obrar en esta divina Señora, la dejó Su Majestad en el ser y estado común de las virtudes que dije en la primera parte. Y esto dispuso el Altísimo porque este misterio se había de obrar como sacramento de fe, interviniendo las operaciones de esta virtud con las de la esperanza y caridad, y así la dejó el Señor en ellas para que creyese y esperase en las divinas palabras. Y precediendo estos actos se siguió lo que luego diré con la cortedad de mis términos y limitadas razones; y la grandeza de los sacramentos me hace más pobre de ellas para explicarlos.

Doctrina de la Reina y Señora del cielo.

120. Hija mía, con especial afecto te manifiesto ahora mi voluntad y el deseo que tengo de que te hagas digna del trato íntimo y familiar con Dios, y que para esto te dispongas con gran desvelo y solicitud, llorando tus culpas y olvidando y negando todo lo visible, de suerte que para ti no imagines ya otra cosa fuera de Dios. Para esto te conviene poner en ejecución toda la doctrina que hasta ahora te he enseñado, y en lo que adelante hubieres de escribir te manifestaré. Yo te encaminaré y guiaré para cómo te has de gobernar en esta familiaridad y trato con los favores que de su dignación recibieres, concibiéndole en tu pecho por la fe, por la luz y gracia que te diere. Y si primero no te dispones con esta amonestación, no alcanzarás el cumplimiento de tus deseos, ni yo el fruto de mi doctrina que te doy como tu maestra.

121. Pues hallaste sin merecerlo el tesoro escondido y la preciosa margarita de mi enseñanza y doctrina, desprecia cuanto pudieras poseer, para apropiarte sola esta prenda de inestimable precio; que con ella recibirás todos los bienes juntos y te harás digna de la amistad íntima del Señor y de su habitación eterna en tu corazón. En recambio de esta gran dicha, quiero mueras a todo lo terreno y ofrezcas tu voluntad deshecha en afectos de agradecido amor, y que a imitación mía de tal manera seas humilde, que de tu parte quedes persuadida y reconocida que nada vales, ni puedes, ni mereces, ni eres digna de ser admitida por esclava de las siervas de Cristo.

122. Advierte qué lejos estaba yo de imaginar la dignidad que el Altísimo me prevenía de Madre suya; y esto era en ocasión que ya me había prometido la brevedad de su venida al mundo y me obligaba a desearla con tantos afectos de amor, que el día antes de este maravilloso sacramento me pareció hubiera muerto, resuelto mi corazón en estas congojas amorosas, si la divina providencia no me confortara. Dilataba mi espíritu con la seguridad de que luego descendería del cielo el Unigénito del eterno Padre, y por otra parte mi humildad me inclinaba a pensar si por vivir yo en el mundo se retardaría su venida. Considera, pues, carísima, el sacramento de mi pecho y qué ejemplar es éste para ti y para todos los mortales. Y porque es dificultoso que recibas y escribas tan alta sabiduría, mírame en el Señor, donde a su divina luz meditarás y entenderás mis acciones perfectísimas; sígueme por su imitación y camina por mis huellas.
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MensajePublicado: Jue Sep 25, 2008 9:41 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 11

Oye María santísima la embajada del santo ángel; ejecútase el misterio de la encarnación, concibiendo al Verbo eterno en su vientre.

123. Confesar quiero en presencia del cielo y de la tierra y sus moradores y del Criador universal de todo y Dios eterno que, llegando a tomar la pluma para escribir el arcano misterio de la encarnación, desfallecen mis flacas fuerzas, enmudece mi lengua y se hielan mis discursos, se pasman mis potencias y me hallo toda atajada y sumergido el entendimiento, encaminándole a la divina luz que me gobierna y enseña. En ella se conoce todo sin engaño, se entiende sin rodeos, y veo mi insuficiencia y conozco el vacío de las palabras y la cortedad de los términos, para llenar los conceptos de un sacramento que en epílogo comprende al mismo Dios y a la mayor obra y maravilla de su omnipotencia. Veo en este misterio la divina y admirable armonía de la infinita providencia y sabiduría, con que desde su eternidad lo ordenó y previno y desde la creación del mundo lo ha venido encaminando, para que todas sus obras y criaturas viniesen a ser medio ajustado para el fin altísimo de bajar Dios al mundo hecho hombre.

124. Veo cómo para descender el Verbo eterno del seno de su Padre aguardó y eligió por tiempo y la hora más oportuna el silencio de la media noche de la ignorancia de los mortales, cuando toda la posteridad de Adán estaba sepultada y absorta en el sueño del olvido y en la ignorancia de su Dios verdadero, sin haber quien abriese su boca para confesarle y bendecirle, salvo algunos pocos de su pueblo. Todo el resto del mundo estaba con silencio y lleno de tinieblas, habiendo corrido una larga noche de cinco mil y casi doscientos años, sucediendo unos siglos y generaciones a otras, cada cual en el tiempo prefinido y determinado por la eterna sabiduría, para que todos pudiesen conocer a su Criador y topar con él, pues le tenían tan cerca que en sí mismo les daba vida, ser y movimiento. Pero como no llegaba el claro día de la luz inaccesible, aunque de los mortales andaban algunos como ciegos, tocando las criaturas, no atinaban con la divinidad, y sin conocerla, se la daban a las cosas sensibles y más viles de la tierra.

125. Llegó, pues, el dichoso día en que despreciando el Altísimo los largos siglos de tan pesada ignorancia, determinó manifestarse a los hombres y dar principio a la redención del linaje humano, tomando su naturaleza en las entrañas de María santísima, prevenida para este misterio, como queda dicho. Y para mejor declarar lo que de él se me manifiesta, es forzoso anticipar algunos sacramentos ocultos que sucedieron al descender el Unigénito del pecho de su eterno Padre. Supongo que entre las divinas personas, como la fe lo enseña, aunque hay distinción personal, no hay desigualdad en la sabiduría, omnipotencia, ni en los demás atributos, como tampoco la puede haber en la sustancia de la divina naturaleza; y como en dignidad y perfección infinita son iguales, así también lo son en las operaciones que llaman ad extra, porque salen fuera del mismo Dios a producir alguna criatura o cosa temporal. Estas operaciones son indivisas entre las tres divinas personas, porque no las hace una sola persona, sino todas tres en cuanto son un mismo Dios y tienen una sabiduría, un entendimiento y una voluntad; y así como sabe el Hijo y quiere y obra lo que sabe y quiere el Padre, así también el Espíritu Santo sabe y quiere y obra lo mismo que el Padre y el Hijo.

126. Con esta indivisión ejecutaron y obraron todas tres personas con una misma acción la obra de la encarnación, aunque sola la persona del Verbo recibió en sí a la naturaleza de hombre, uniéndola hipostáticamente a sí mismo; y por esto decimos que fue enviado el Hijo por el eterno Padre, de cuyo entendimiento procede, y que le envió su Padre por obra del Espíritu Santo, que intervino en esta misión. Y como la persona del Hijo era la que venía a humanarse al mundo, antes que sin salir del seno del Padre descendiese de los cielos y en aquel divino consistorio, en nombre de la misma humanidad que había de recibir en su persona, hizo una proposición y petición, representando los merecimientos previstos, para que por ellos se le concediese a todo el linaje humano su redención y el perdón de los pecados, por quienes había de satisfacer a la divina justicia. Pidió el fiat de la beatísima voluntad del Padre que le enviaba, para aceptar el rescate por medio de sus obras y pasión santísima y de los misterios que quería obrar en la nueva Iglesia y ley de gracia.

127. Aceptó el eterno Padre esta petición y méritos previstos del Verbo y le concedió todo lo que propuso y pidió para los mortales, y él mismo le encomendó a sus escogidos y predestinados como herencia o heredad suya; y por esto dijo el mismo Cristo nuestro Señor por san Juan que no perdió ni perecieron los que su Padre le dio, porque los guardó todos, salvo el hijo de perdición, que fue Judas. Y otra vez dijo que de sus ovejas nadie le arrebataría alguna de su mano, ni de su Padre. Y lo mismo fuera de todos los nacidos, si como fue suficiente la redención se ayudaran ellos para que fuera eficaz para todos y en todos; pues a ninguno excluyó su divina misericordia, si todos la admitieran por medio de su Reparador.

128. Todo esto –a nuestro entender– precedía en el cielo en el trono de la beatísima Trinidad, antes del fiat de María santísima, que luego diré. Y al tiempo de descender a sus virginales entrañas el Unigénito del Padre, se conmovieron los cielos y todas las criaturas. Y por la unión inseparable de las tres divinas personas, bajaron todas con la del Verbo, que sólo había de encarnar; y con el Señor y Dios de los ejércitos salieron todos los de la celestial milicia, llenos de invencible fortaleza y resplandor. Y aunque no era necesario despejar el camino, porque la divinidad lo llena todo y está en todo lugar y nada le puede estorbar, con todo eso, respetando los cielos materiales a su mismo Criador, le hicieron reverencia y se abrieron y dividieron todos once con los elementos inferiores: las estrellas se innovaron en su luz, la luna y sol con los demás planetas apresuraron el curso al obsequio de su Hacedor, para estar presentes a la. mayor de sus obras y maravillas.

129. No conocieron los mortales esta conmoción y novedad de todas las criaturas, así porque sucedió de noche, como porque el mismo Señor quiso que sólo fuese manifiesta a los ángeles, que con nueva admiración le alabaron, conociendo tan ocultos como venerables misterios escondidos a los hombres, que estaban lejos de tales marayillas y beneficios admirables para los mismos espíritus angélicos, a quienes por entonces solos se remitía el dar gloria, alabanza y veneración por ellos a su Hacedor. Sólo en el corazón de algunos justos infundió el Altísimo en aquella hora un nuevo movimiento e influjo de extraordinario júbilo, a cuyo sentimiento atendieron todos y fueron conmovidos a atención, formaron nuevos y grandes conceptos del Señor; y algunos fueron inspirados, sospechando si aquella novedad que sentían era efecto de la venida del Mesías a redimir el mundo, pero todos callaron, porque cada cual imaginaba que sólo él había tenido aquella novedad y pensamiento, disponiéndolo así el poder divino.

130. En las demás criaturas hubo también su renovación y mudanza. Las aves se movieron con cantos y alborozo extraordinario, las plantas y los árboles se mejoraron en sus frutos y fragancia y respectivamente todas las demás criaturas sintieron o recibieron alguna oculta vivificación y mudanza. Pero quien la recibió mayor, fueron los padres y santos que estaban en el limbo, a donde fue enviado el arcángel san Miguel para que les diese tan alegres nuevas y con ellas los consoló y dejó llenos de júbilo y nuevas alabanzas. Sólo para el infierno hubo nuevo pesar y dolor, porque al descender el Verbo eterno de las alturas sintieron los demonios una fuerza impetuosa del poder divino, que les sobrevino como las olas del mar y dio con todos ellos en lo más profundo de aquellas cavernas tenebrosas, sin poderlo resistir ni levantarse. Y. después que lo permitió la voluntad divina, salieron al mundo y discurrieron por él, inquiriendo si había alguna novedad a que atribuir la que en sí mismos habían sentido, pero no pudieron rastrear la causa, aunque hicieron algunas juntas para conferirla; porque el poder divino les ocultó el sacramento de su encarnación y el modo de concebir María santísima al Verbo humanado, como adelante veremos, y sólo en la muerte y en la cruz acabaron de conocer que Cristo era Dios y hombre verdadero, como allí diremos.

131. Para ejecutar el Altísimo este misterio entró el santo arcángel Gabriel, en la forma que dije en el capítulo pasado, en el retrete donde estaba orando María santísima, acompañado de innumerables ángeles en forma humana visible y respectivamente todos refulgentes con incomparable hermosura. Era jueves a las siete de la tarde al oscurecer la noche. Viole la divina Princesa de los cielos y miróle con suma modestia y templanza, no más de lo que bastaba para reconocerle por ángel del Señor, y conociéndole, con su acostumbrada humildad quiso hacerle reverencia; no lo consintió el santo Príncipe, antes él la hizo profundamente como a su Reina y Señora, en quien adoraba los divinos misterios de su Criador, y junto con eso reconocía que ya desde aquel día se mudaban los antiguos tiempos y costumbre de que los hombres adorasen a los ángeles, como lo hizo Abrahán, porque levantada la naturaleza humana a la dignidad del mismo Dios en la persona del Verbo, ya quedaban los hombres adoptados por hijos suyos y compañeros o hermanos de los mismos ángeles, como se lo dijo al evangelista san Juan el que no le consintió adoración.

132. Saludó el santo arcángel a nuestra Reina y suya, y la dijo: Ave gratia plena, Dominus tecum, benedicta tu in mulieribus. Turbóse sin alteración la más humilde de las criaturas, oyendo esta nueva salutación del ángel. Y la turbación tuvo en ella dos causas: la una, su profunda humildad con que se reputaba por inferior a todos los mortales, y oyendo, al mismo tiempo que juzgaba de sí tan bajamente, saludarla y llamarla bendita entre todas las mujeres, le causó novedad. La segunda causa fue que, al mismo tiempo cuando oyó la salutación y la confería en su pecho como la iba oyendo, tuvo inteligencia del Señor que la elegía para Madre suya, y esto la turbó mucho más, por el concepto que de sí tenía formado. Y por esta turbación prosiguió el ángel declarándole el orden del Señor, y diciéndola: No temas, María, porque hallaste gracia con el Señor; advierte que concebirás un hijo en tu vientre y le parirás y le pondrás por nombre Jesús; será grande y será llamado Hijo del Altísimo. Y lo demás que prosiguió el santo arcángel.

133. Sola nuestra prudentísima y humilde Reina pudo entre las puras criaturas dar la ponderación y magnificencia debida a tan nuevo y singular sacramento, y como conoció su grandeza, dignamente se admiró y turbó. Pero convirtió su corazón humilde al Señor, que no podía negarle sus peticiones, y en su secreto le pidió nueva luz y asistencia para gobernarse en tan arduo negocio; porque –como dije en el capítulo pasado– la dejó el Altísimo para obrar este misterio en el estado común de la fe, esperanza y caridad, suspendiendo otros géneros de favores y elevaciones interiores que frecuente o continuamente recibía. En esta disposición replicó y dijo a san Gabriel lo que prosigue san Lucas: ¿Cómo ha de ser esto de concebir y parir hijo, porque ni conozco varón ni lo puedo conocer? Al mismo tiempo representaba en su interior al Señor el voto de castidad que había hecho y el desposorio que Su Majestad había celebrado con ella.

134. Respondióla el santo príncipe Gabriel: Señora, sin conocer varón, es fácil al poder divino haceros madre; y el Espíritu Santo vendrá con su presencia y estará de nuevo con vos, y la virtud del Altísimo os hará sombra para que de vos pueda nacer el Santo de los Santos, que se llamará Hijo de Dios. Y advertid que vuestra deuda Elisabet también ha concebido un hijo en su estéril senectud, y éste es el sexto mes de su concepción; porque nada es imposible para con Dios, y el mismo que hace concebir y parir a la que era estéril, puede hacer que vos, Señora, lleguéis a ser su Madre quedando siempre Virgen y más consagrada vuestra gran pureza; y al Hijo que pariéredeis le dará Dios el trono de su padre David, y su reino será eterno en la casa de Jacob. No ignoráis, Señora, la profecía.de Isaías, que concebirá una virgen y parirá un hijo que se llamará Emmanuel, que es Dios con nosotros. Esta profecía es infalible y se ha de cumplir en vuestra persona. Asimismo sabéis el gran misterio de la zarza que vio Moisés ardiendo sin ofenderla el fuego, para significar en esto las dos naturalezas divina y humana, sin que ésta sea consumida de la divina, y que la Madre del Mesías le concebirá y parirá sin que su pureza virginal quede violada. Acorrdaos también, Señora, de la promesa que hizo nuestro Dios eterno al patriarca Abrahán, que después del cautiverio de su posteridad en Egipto a la cuarta generación volverían a esta tierra; y el misterio de esta promesa era que en esta cuarta generación por vuestro medio rescataría Dios humanado a todo el linaje de Adán de la opresión del demonio. Y aquella escala que vio Jacob dormido, fue una figura expresa del camino real que el Verbo eterno en carne humana abriría, para que los mortales subiesen a los cielos y los ángeles bajasen a la tierra, a donde bajaría el Unigénito del Padre para conversar en ella con los hombres y comunicarles los tesoros de su divinidad con la participación de las virtudes y perfecciones que están en su ser inmutable y eterno.

135. Con estas razones y otras muchas informó el embajador del cielo a María santísima, para quitarla la turbación de su embajada con la noticia de las antiguas promesas y profecías de la Escritura y con la fe y conocimiento de ellas y del poder infinito del Altísimo. Pero como la misma Señora excedía a los mismos ángeles en sabiduría, prudencia y toda santidad, deteníase en la respuesta para darla con el acuerdo que la dio; porque fue tal cual convenía al mayor de los misterios y sacramentos del poder divino. Ponderó esta gran Señora que de su respuesta estaba pendiente el desempeño de la beatísima Trinidad, el cumplimiento de sus promesas y profecías, el más agradable y acepto sacrificio de cuantos se le habían ofrecido, el abrir las puertas del paraíso, la victoria y triunfo del infierno, la redención de todo el linaje humano, la satisfacción y recompensa de la divina justicia, la fundación de la nueva ley de gracia, la gloria de los hombres, el gozo de los ángeles y todo lo que se contiene en haberse de humanar el Unigénito del Padre y tomar forma de siervo en sus virginales entrañas.

136. Grande maravilla por cierto, y digna de nuestra admiración, que todos estos misterios, y los que cada uno encierra, los dejase el Altísimo en mano de una humilde doncella y todo dependiese de su fiat. Pero digna y seguramente lo remitió a la sabiduría y fortaleza de esta mujer fuerte, que pensándolo con tanta magnificencia y altura no le dejó frustrada su confianza que tenía en ella. Las obras que se quedan dentro del mismo Dios no necesitan de la cooperación de criaturas, que no pueden tener parte en ellas, ni Dios puede esperarlas para obrar ad intra; pero en las obras ad extra contingentes, entre las cuales la mayor y más excelente fue hacerse hombre, no la quiso ejecutar sin la cooperación de María santísima y sin que ella diese su libre consentimiento; para que con ella y por ella diese este complemento a todas sus obras, que sacó a luz fuera de sí mismo, para que le debiésemos este beneficio a la Madre de la sabiduría y nuestra Reparadora.

137. Consideró y penetró profundamente esta gran Señora el campo tan espacioso de la dignidad de Madre de Dios para comprarle con un fiat; vistióse de fortaleza más que humana y gustó y vio cuán buena era la negociación y comercio de la divinidad. Entendió las sendas de sus ocultos beneficios, adornóse de fortaleza y hermosura; y habiendo conferido consigo misma y con el paraninfo celestial Gabriel la grandeza de tan altos y divinos sacramentos, estando muy capaz de la embajada que recibía, fue su purísimo espíritu absorto y elevado en admiración, reverencia y sumo intensísimo amor del mismo Dios; y con la fuerza de estos movimientos y afectos soberanos, como con efecto connatural de ellos, fue su castísimo corazón casi prensado y comprimido con una fuerza que le hizo destilar tres gotas de su purísima sangre y, puestas en el natural lugar para la concepción del cuerpo de Cristo Señor nuestro, fue formado de ellas por la virtud del divino y santo Espíritu; de suerte que la materia de que se fabricó la humanidad santísima del Verbo para nuestra redención, la dio y administró el Corazón de María purísima a fuerza de amor, real y verdaderamente. Y al mismo tiempo con la humildad nunca harto encarecida, inclinando un poco la cabeza y juntas las manos, pronunció aquellas palabras que fueron el principio de nuestra reparación: Ecce ancilla Domini, fíat mihi secundum verbum tuum.

138. Al pronunciar este fiat tan dulce para los oídos de Dios y tan feliz para nosotros, en un instante se obraron cuatro cosas: la primera, formarse el cuerpo santísimo de Cristo Señor nuestro de aquellas tres gotas de sangre que administró el corazón de María santísima; la segunda, ser criada el alma santísima del mismo Señor, que también fue criada como las demás; la tercera, unirse el alma y cuerpo y componer su humanidad perfectísima; la cuarta, unirse la divinidad en la persona del Verbo con la humanidad, que con ella unida hipostáticamente hizo en un supuesto la encarnación, y fue formado Cristo Dios y hombre verdadero, Señor y Redentor nuestro. Sucedió esto viernes a 25 de marzo al romper del alba, o a los crepúsculos de la luz, a la misma hora que fue formado nuestro primer padre Adán, y en el año de la creación del mundo de cinco mil ciento noventa y nueve, como lo cuenta la Iglesia romana en el Martirologio, gobernada por el Espíritu Santo. Esta cuenta es la verdadera y cierta, y así se me ha declarado, preguntándolo por orden de la obediencia. Y conforme a esto, el mundo fue criado por el mes de marzo, que corresponde a su principio de la creación; y porque las obras del Altísimo todas son perfectas y acabadas, las plantas y los árboles salieron de la mano de Su Majestad con frutos, y siempre los tuvieran sin perderlos si el pecado no hubiera alterado a toda la naturaleza, como lo diré de intento en otro tratado, si fuere voluntad del Señor, y lo dejo ahora por no pertenecer a éste.

139. En el mismo instante de tiempo que celebró el Todopoderoso las bodas de la unión hipostática en el tálamo virginal de María santísima, fue la divina Señora elevada a la visión beatífica y se le manifestó la divinidad intuitiva y claramente y conoció en ella altísimos sacramentos, de que hablaré en el capítulo siguiente. Especialmente se le mostraron patentes los secretos de aquellas cifras que recibió en el adorno que dejo dicho la pusieron en el capítulo 7, y también las que traían sus ángeles. El divino niño iba creciendo naturalmente en el lugar del útero con el alimento, sustancia y sangre de la Madre santísima, como los demás hombres, aunque más libre y exento de las imperfecciones que los demás hijos de Adán padecen en aquel lugar y estado; porque de algunas accidentales y no pertenecientes a la sustancia de la generación, que son efectos del pecado, estuvo libre la Emperatriz del cielo, y de las superfluidades imperfectas que en las mujeres son naturales y comunes, de que los demás niños se forman, sustentan y crecen; pues para dar la materia que le faltaba de la naturaleza infecta de las descendientes de Eva, sucedía que se la administraba, ejercitando actos heroicos de las virtudes, y en especial de la caridad. Y como las operaciones fervorosas del alma y los afectos amorosos naturalmente alteran los humores y sangre, encaminábala la divina Providencia al sustento del niño divino, con que era alimentada naturalmente la humanidad de nuestro Redentor y la divinidad recreada con el beneplácito de heroicas virtudes. De manera que María santísima administró al Espíritu Santo, para la formación del cuerpo, sangre pura, limpia, como concebida sin pecado, y libre de sus pensiones. Y la que en las demás madres, para ir creciendo los hijos, es imperfecta e inmunda, la Reina del cielo daba la más pura, sustancial y delicada, porque a poder de afectos de amor y de las demás virtudes se la comunicaba, y también la sustancia de lo mismo que la divina Reina comía. Y como sabía que el ejercicio de sustentarse ella era para dar alimento al Hijo de Dios y suyo, tomábale siempre con actos tan heroicos, que admiraba a los espíritus angélicos que en acciones humanas tan comunes pudiese haber realces tan soberanos de merecimiento y de agrado del Señor.

140. Quedó esta divina Señora en la posesión de Madre del mismo Dios con tales privilegios, que cuantos he dicho hasta ahora y diré adelante no son aún lo menos de su excelencia, ni mi lengua lo puede manifestar; porque ni al entendimiento le es posible debidamente concebirlo, ni los más doctos ni sabios hallarán términos adecuados para explicarlos. Los humildes, que entienden el arte del amor divino, lo conocerán por la luz infusa y por el gusto y sabor interior con que se perciben tales sacramentos. No sólo quedó María santísima hecha cielo, templo y habitación de la santísima Trinidad y transformada, elevada y deificada con la especial y nueva asistencia de la divinidad en su vientre purísimo, pero también aquella humilde casa y pobre oratorio quedó todo divinizado y consagrado por nuevo santuario del Señor. Y los divinos espíritus, que testigos de esta maravilla asistían a contemplarla, con nuevos cánticos de alabanza y con indecible júbilo engrandecían al Omnipotente y en compañía de la felicísima Madre le bendecían en su nombre, y del linaje humano, que ignoraba el mayor de sus beneficios y misericordias.

Doctrina de la Reina santísima María.

141. Hija mía, admirada te veo, con razón, por haber conocido con nueva luz el misterio de humillarse la divinidad a unirse con la naturaleza humana en el vientre de una pobre doncella como yo lo era. Quiero, pues, carísima, que conviertas la atención a ti misma y ponderes que se humilló Dios viniendo a mis entrañas, no para mí sola, mas también para ti misma como para mí. El Señor es infinito en misericordias y su amor no tiene límite; y de tal manera atiende y asiste a cualquiera de las almas que le reciben y se regala con ella, como si sola aquélla hubiera criado y por ella se hubiera hecho hombre. Por esta razón debes considerarte como sola en el mundo, para agradecer con todas tus fuerzas de afecto la venida del Señor a él; y después le darás gracias, porque juntamente vino para todos. Y si con viva fe entiendes y confiesas que el mismo Dios, infinito en atributos y eterno en la majestad, que bajó a tomar carne humana en mis entrañas, ese mismo te busca, te llama, te regala, acaricia y se convierte a ti todo, como si fueras tú sola criatura suya, pondera bien y considera a qué te obliga tan admirable dignación y convierte esta admiración en actos vivos de fe y de amor; pues todo lo debes a tal Rey y Señor, que se dignó de venir a ti, cuando no le pudiste buscar ni alcanzar.

142. Todo cuanto este Señor te puede dar fuera de sí mismo te pareciera mucho, mirándolo con luz y afecto humano, sin atender a lo superior. Y es verdad que de la mano de tan eminente y supremo Rey cualquiera dádiva es digna de estimación. Pero si atiendes al mismo Dios y le conoces con luz divina y sabes que te hizo capaz de su divinidad, entonces verás que si ella no se te comunicara y viniera Dios a ti todo lo criado fuera nada y despreciable para ti, y sólo te gozarás y quietarás con saber que tienes tal Dios, tan amoroso, amable, tan poderoso, suave, rico, y que siendo tal y tan infinito, se digna de humillarse a tu bajeza para levantarte del polvo y enriquecer tu pobreza y hacer contigo oficio de pastor, de padre, de esposo y amigo fidelísimo.

143. Atiende, pues, hija mía, en tu secreto a los efectos de esta verdad. Pondera bien y confiere el amor dulcísimo de este gran Rey para contigo en su puntualidad, en sus regalos y caricias, en los favores que recibes, en los trabajos que de ti fía, en la lucerna que ha encendido su divina ciencia en tu pecho para conocer altamente la infinita grandeza de su mismo ser, lo admirable de sus obras y misterios más ocultos, la verdad de todo y el no ser de lo visible. Esta ciencia es el primer ser y principio, la base y fundamento de la doctrina que te he dado para que llegues a conocer el decoro y magnificencia con que has de tratar los favores y beneficios de este Señor y Dios, tu verdadero bien, tesoro, luz y guía. Mírale como a Dios infinito, amoroso y terrible. Oye, carísima, mis palabras, mi enseñanza y disciplina, que en ella está la paz y lumbre de los ojos.
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MensajePublicado: Vie Sep 26, 2008 9:59 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 12

De las operaciones que hizo el alma santísima de Cristo Señor nuestro en el primer instante de su concepción, y lo que obró entonces su Madre purísima.

144. Para entender mejor las primeras operaciones del alma santísima de Cristo nuestro Señor, suponemos lo que en el capítulo pasado, núm. 138, queda advertido: que todo lo sustancial de este divino misterio, como es la formación del cuerpo, creación e infusión del alma y la unión de la individua humanidad con la persona del Verbo, sucedió y se obró en un instante; de manera que no podemos decir que en algún instante de tiempo fue Cristo nuestro bien hombre puro, porque siempre fue hombre y Dios verdadero; pues cuando había de llegar la humanidad a llamarse hombre ya era y se halló Dios y así no se pudo llamar hombre solo ni en un instante, sino Hombre–Dios y Dios–Hombre. Y como al ser natural, siendo operativo se puede seguir luego la operación y acción de sus potencias, por esto en el mismo instante que se ejecutó la encarnación fue beatificada el alma santísima de Cristo nuestro Señor con la visión y amor beatífico, topando luego –a nuestro modo de entender– sus potencias de entendimiento y voluntad con la misma divinidad que su ser de naturaleza había topado, uniéndose a ella por su sustancia y las potencias por sus operaciones perfectísimas al mismo ser de Dios, para que en el ser y obrar quedase todo deificado.

145. La grande admiración de este sacramento es que tanta gloria, y de más a más toda la grandeza de la divinidad inmensa, estuviesen resumidas en tan pequeño epílogo, como un cuerpecito no mayor que una abeja o una almendra no muy grande, porque no era mayor que esto la cuantidad del cuerpo santísimo de Cristo Señor nuestro, cuando se celebró la concepción y unión hipostática; y que asimismo quedase aquella gran pequeñez con suma gloria y pasibilidad, porque juntamente fue su humanidad gloriosa y pasible, fue comprensor y viador. Pero el mismo Dios, que en su poder y sabiduría es infinito, pudo estrechar tanto y encoger su misma divinidad siempre infinita, que sin dejar de serlo la encerrase en la corta esfera de un cuerpo tan pequeño por admirable y con nuevo modo de estar en él. Y con la misma omnipotencia hizo que aquella alma santísima de Cristo nuestro Señor en la parte superior de las más nobles operaciones fuese gloriosa y comprensora, y que toda aquella gloria sin medida quedase como represada en lo supremo de su alma, y suspensos los efectos y dotes que había de comunicar consiguientemente a su cuerpo, para que según esta razón fuese juntamente pasible y viador, sólo para dar lugar a nuestra redención por medio de su cruz, pasión y muerte.

146. Para obrar todas estas operaciones y las demás que había de hacer la santísima humanidad, se le infundieron en el mismo instante de su concepción todos los hábitos que convenían a sus potencias y eran necesarios para las acciones y operaciones, así de comprensor como de pasible y viador; y así tuvo ciencia beata e infusa, tuvo gracia justificante y los dones del Espíritu Santo que, como dice Isaías, descansaron en Cristo. Tuvo todas las virtudes, excepto la fe y esperanza, que no se compadecían con la visión y posesión beatífica. Y si alguna otra virtud hay que suponga alguna imperfección en el que la tiene, no podía estar en el Santo de los santos, que ni pudo hacer pecado ni se halló dolo en su boca. De la dignidad y excelencia de la ciencia y gracia, virtudes y perfecciones de Cristo nuestro Señor, no es necesario hacer aquí más relación, porque esto enseñan los sagrados doctores y los maestros de teología largamente. Basta para mí saber que todo fue tan perfecto cuanto pudo extenderse el poder divino y a donde no alcanza el juicio humano, porque donde estaba la misma fuente, que es la divinidad, había de beber aquella alma santísima de Cristo del torrente sin límite ni tasa, como dice David. Así tuvo plenitud de todas las virtudes y perfecciones.

147. Deificada y adornada el alma santísima de Cristo nuestro Señor con la divinidad y sus dones, el orden que tuvieron sus operaciones fue éste: la primera, ver y conocer la divinidad intuitivamente como es en sí y como estaba unida a su humanidad santísima; luego, amarla con sumo amor beatífico; tras de esto, reconocer el ser de la humanidad inferior al ser de Dios; y se humilló profundísimamente, y con esta humillación dio gracias al inmutable ser de Dios por haberle criado y por el beneficio de la unión hipostática, con que le levantó al ser de Dios, juntamente siendo hombre. Conoció también cómo su humanidad santísima era pasible y el fin de la redención, y con este conocimiento se ofreció en sacrificio acepto por Redentor del linaje humano y admitiendo el ser pasible en nombre suyo y de los hombres dio gracias al eterno Padre. Reconoció la compostura de su humanidad santísima, la materia de que había sido formada y cómo María purísima se la administró a fuerza de caridad y de ejercitar heroicas virtudes. Tomó la posesión de aquel santo tabernáculo y morada, agradóse de él y de su hermosura eminentísima y complacióse y adjudicóse por propiedad suya para in aeternum el alma de la más perfecta y pura criatura. Alabó al eterno Padre porque la había criado con tan excelentísimos realces de gracias y dones y porque la había hecho exenta y libre de la común ley del pecado en que todos los descendientes de Adán habían incurrido, siendo hija suya. Oró por la purísima Señora y por san José, pidió la salud eterna para ellos. Todas estas obras y otras que hizo fueron altísimas, como de hombre y Dios verdadero y, fuera de las que tocan a la visión y amor beatífico, con todas y con cualquiera de ellas mereció tanto que con su valor y precio se pudieran redimir infinitos mundos, si fuera posible que los hubiera.

148. Y con solo el acto de obediencia que hizo la santísima humanidad unida al Verbo, de admitir la pasibilidad y que la gloria de su alma no resultase al cuerpo, fuera superabundante nuestra redención. Mas aunque sobreabundaba para nuestro remedio, no saciaba su amor inmenso para los hombres, si con voluntad efectiva no nos amara hasta el fin del amor que era el mismo fin de su vida, entregándola por nosotros con las demostraciones y condiciones de mayor afecto que el entendimiento humano y angélico pudo imaginar. Y si al primer instante que entró en el mundo nos enriqueció tanto, ¡qué tesoros, qué riquezas de merecimientos nos dejaría cuando salió de él, por su pasión y muerte de cruz, después de treinta y tres años de trabajos y operaciones tan divinas! ¡Oh inmenso amor!, ¡oh caridad sin término!, ¡oh misericordia sin medida!, ¡oh piedad liberalísima! y ¡oh ingratitud y olvido torpísimo de los mortales a la vista de tan inaudito como importante beneficio! ¿Qué fuera de nosotros sin él? Y ¿qué hiciéramos con este Señor y Redentor nuestro, si él hubiera hecho menos por nosotros, pues no nos obliga y mueve haber hecho todo lo que pudo? Si no le correspondemos como Redentor que nos dio vida y libertad eterna, oigámosle como maestro, sigámosle como capitán, corno luz y caudillo que nos enseña el camino de nuestra verdadera felicidad.

149. No trabajó este Señor y Maestro para sí, ni merecía el premio de su alma santísima, ni los aumentos de su gracia, mereciéndolo todo para nosotros; porque él no lo había menester, ni podía recibir aumento de gracia ni de gloria, que de todo estaba lleno, como dijo el evangelista, porque era Unigénito del Padre, junto con ser hombre. No tuvo en esto símil ni lo puede tener, porque todos los santos y puras criaturas merecieron para sí mismos y trabajaron con fin de su premio; sólo el amor de Cristo fue sin interés todo para nosotros. Y si estudió y aprovechó en la escuela de la experiencia, eso mismo hizo también para enseñarnos y enriquecernos con la experiencia de la obediencia y con los méritos infinitos que alcanzó y con el ejemplo que nos dio para que fuésemos doctos y sabios en el arte del amor; que no se aprende perfectamente con solos los afectos y deseos, si no se pone en práctica con obras verdaderas y efectivas. En los misterios de la vida santísima de Cristo nuestro Señor no me alargaré, por mi incapacidad, y me remitiré a los evangelistas, tomando sólo aquello que fuere necesario para esta divina Historia de su Madre y Señora nuestra; porque estando tan juntas y encadenadas las vidas del Hijo y Madre santísimos, no puedo excusarme de tomar algo de los evangelios y añadir también otras cosas que ellos no dijeron, porque no era necesario para su historia, ni para los primeros tiempos de la Iglesia católica.

150. A todas las operaciones dichas, que obró Cristo Señor nuestro en el instante de su concepción, se siguió en otro instante la visión beatífica de la divinidad que tuvo su Madre santísima, como queda dicho en el capítulo pasado, núm. 139; y en un instante de tiempo puede haber muchos que llaman de naturaleza. En esta visión conoció la divina Señora con claridad y distinción el misterio de la unión hipostática de las dos naturalezas divina y humana en la persona del Verbo eterno, y la beatísima Trinidad la confirmó en el título, nombre y derecho de Madre de Dios, como en toda verdad y rigor lo era, siendo madre natural de un hijo que era Dios eterno, con la misma certeza y verdad que era hombre. Y aunque esta gran Señora no cooperó inmediatamente a la unión de la divinidad con la humanidad, no por esto perdía el derecho de Madre verdadera de Dios, pues concurrió administrando la materia y cooperando con sus potencias, en cuanto le tocaba como madre; y más madre que las otras, pues en aquella concepción y generación concurría ella sola sin obra de varón. Y como en las otras generaciones se llaman padre y madre los agentes que concurren con el concurso natural que a cada uno le dio la naturaleza, aunque no concurran inmediatamente a la creación del alma ni infusión de ella en el cuerpo del hijo, así también y con mayor razón María santísima se debía llamar y se llama Madre de Dios, pues en la generación de Cristo, Dios y hombre verdadero, sola ella concurrió como Madre sin otra causa natural y mediante este concurso y generación nació Cristo hombre y Dios.

151. Conoció asimismo en esta visión la Virgen Madre todos los misterios futuros de la vida y muerte de su Hijo dulcísimo y de la redención del linaje humano y nueva ley del evangelio que con ella se había de fundar, y otros grandiosos y ocultos secretos que a ningún otro santo se le manifestaron. Viéndose la prudentísima Reina en la presencia clara de la divinidad y con la plenitud de ciencia y dones que como a Madre del Verbo se le dieron, humillóse ante el trono de Su Majestad inmensa y toda deshecha en su humildad y amor adoró al Señor en su ser infinito y luego en la unión de la humanidad santísima. Diole gracias por el beneficio y dignidad de Madre que había recibido y por el que hacía Su Majestad a todo el linaje humano. Diole alabanzas y gloria por todos los mortales. Ofrecióse en sacrificio acepto, para servir, criar y alimentar a su Hijo dulcísimo y para asistirle y cooperar, cuanto de su parte fuese posible, a la obra de la redención, y la santísima Trinidad la admitió y señaló por coadjutora para este sacramento. Pidió nueva gracia y luz divina para esto y para gobernarse en la dignidad y ministerio de Madre del Verbo humanado y tratarle con la veneración y magnificencia debida al mismo Dios. Ofreció a su Hijo santísimo todos los hijos de Adán futuros, con los padres del limbo, y en nombre de todos y de sí misma hizo muchos actos heroicos de virtudes y grandes peticiones, que no me detengo en referirlas por haber dicho otras en diferentes ocasiones, de que se puede colegir lo que haría la divina Reina en ésta que excedía tanto a todo lo demás, hasta aquel dichoso y feliz día.

152. En la petición que hizo para gobernarse dignamente como Madre del Unigénito del Padre, fue más instante y afectuosa con el Altísimo, porque a esto le obligaba su humilde corazón y estaba más de próximo la razón de su encogimiento y deseaba ser gobernada en este oficio de madre para todas sus acciones. Respondióla el Todopoderoso: Paloma mía, no temas, que yo te asistiré y gobernaré, ordenándote todo lo que hubieres de hacer con mi Hijo unigénito. Con esta promesa volvió y salió del éxtasis en que había sucedido todo lo que he dicho, y fue el más admirable que tuvo. Restituida a sus sentidos, lo primero que hizo fue postrarse en tierra y adorar a su Hijo santísimo, Dios y hombre, concebido en su virginal vientre; porque esta acción no la había hecho con las potencias y sentidos corporales y exteriores, y ninguna de las que pudo hacer en obsequio de su Criador, dejó pasarle ni de ejecutarla la prudentísima Madre. Desde entonces reconoció y sintió nuevos efectos divinos en su alma santísima y en todas sus potencias interiores y exteriores. Y aunque toda su vida había tenido nobilísimo estado en la disposición de su alma y cuerpo santísimo, pero desde este día de la encarnación del Verbo quedó más espiritualizada y divinizada con nuevos realces de gracia y dones indecibles.

153. Pero nadie piense que todos estos favores y unión con la divinidad y humanidad de su Hijo santísimo lo recibió la purísima Madre para que viviese siempre en delicias espirituales, gozando y no padeciendo. No fue así, porque a imitación de su dulcísimo Hijo, en el modo posible, vivió esta Señora gozando y padeciendo juntamente, sirviéndole de instrumento penetrante para su corazón la memoria y noticia tan alta que había recibido de los trabajos y muerte de su Hijo santísimo. Y este dolor se medía con la ciencia y con el amor que tal Madre debía y tenía a tal Hijo y frecuentemente se le renovaba con su presencia y conversación. Y aunque toda la vida de Cristo y de su Madre santísimos fue un continuado martirio y ejercicio de la cruz, padeciendo incesantes penalidades y trabajos, pero en el candidísimo y amoroso corazón de la divina Señora hubo este linaje especial de padecer: que siempre traía presente la pasión, tormentos, ignominias y muerte de su Hijo. Y con el dolor de treinta y tres años continuados celebró la vigilia tan larga de nuestra redención, estando oculto este sacramento en su pecho solo, sin compañía ni alivio de criaturas.

154. Con este doloroso amor, llena de dulzura amarga, solía muchas veces atender a su Hijo santísimo, y antes y después de su nacimiento, hablándole en lo íntimo del corazón, le repetía estas razones: Señor y Dueño de mi alma, hijo dulcísimo de mis entrañas, ¿cómo me habéis dado la posesión de madre con la dolorosa pensión de haberos de perder quedando huérfana, sin vuestra deseable compañía? Apenas tenéis cuerpo donde recibir la vida, cuando ya conocéis la sentencia de vuestra dolorosa muerte para rescate de los hombres. La primera de vuestras obras fuera de sobreabundante precio y satisfacción de sus pecados. ¡Oh si con esto se diera por satisfecha la justicia del eterno Padre, y la muerte y los tormentos se ejecutaran en mí! De mi sangre y de mi ser habéis tomado cuerpo, sin el cual no fuera posible padecer vos, que sois Dios impasible e inmortal. Pues si yo administré el instrumento o el sujeto de los dolores, padezca yo también con vos la misma muerte. ¡Oh inhumana culpa, cómo siendo tan cruel y causa de tantos males has merecido llegar a tanta dicha, que fuese su Reparador el mismo que por ser el sumo bien te pudo hacer feliz! ¡Oh dulcísimo Hijo y amor mío, quién te sirviera de resguardo, quién te defendiera de tus enemigos! ¡Oh si fuera voluntad del Padre que yo te guardara y apartara de la muerte y muriera en tu compañía y no te apartaras de la mía! Pero no sucederá ahora lo que al patriarca Abrahán, porque se ejecutará lo determinado. Cúmplase la voluntad del Señor.–Estos suspiros amorosos repetía muchas veces nuestra Reina, como diré adelante, aceptándolos el eterno Padre por sacrificio agradable y siendo dulce regalo para el Hijo santísimo.

Doctrina que me dio nuestra Reina y Señora.

155. Hija mía, pues con la fe y luz divina llegaste a conocer la grandeza de la divinidad y su inefable dignación en descender del cielo para ti y para todos los mortales, no recibas estos beneficios para que en ti sean ociosos y sin fruto. Adora el ser de Dios con profunda reverencia y alábale por lo que conoces de su bondad. No recibas la luz y gracia en vano, y sírvate de ejemplar y estímulo lo que hizo mi Hijo santísimo, y yo a su imitación, como lo has conocido; pues siendo verdadero Dios, y yo Madre suya, porque en cuanto hombre era criada su humanidad santísima, reconocimos nuestro ser humano y nos humillamos y confesamos la divinidad más que ninguna criatura puede comprender. Esta reverencia y culto has de ofrecer a Dios en todo tiempo y lugar sin diferencia, pero más especialmente cuando recibes al mismo Señor sacramentado. En este admirable sacramento vienen y están en ti por nuevo modo incomprensible la divinidad y humanidad de mi Hijo santísimo y se manifiesta su magnífica dignación, poco advertida y respetada de los mortales para dar el retorno de tanto amor.

156. Sea, pues, tu reconocimiento con tan profunda humildad, reverencia y culto, cuanto alcanzaren todas tus fuerzas y potencias, pues aunque más se adelanten y extiendan será menos de lo que tú debes y Dios merece. Y para que suplas en lo posible tu insuficiencia, ofrecerás lo que mi Hijo santísimo y yo hicimos, y juntarás tu espíritu y afecto con el de la Iglesia triunfante y militante, y con él pedirás, ofreciendo para esto tu misma vida, que todas las naciones vengan a conocer, confesar y adorar a su verdadero Dios humanado por todos; y agradece los beneficios que ha hecho y hace a todos los que le conocen y le ignoran, a los que le confiesan y niegan. Y sobre todo quiero de ti, carísima, lo que al Señor será muy acepto, y a mí será muy agradable, que te duelas y con dulce afecto te lastimes de la grosería e ignorancia, tardanza y peligro de los hijos de los hombres, de la ingratitud de los fieles hijos de la Iglesia, que han recibido la luz de la fe divina y viven tan olvidados en su interior de estas obras y beneficios de la encarnación, y aun del mismo Dios, que sólo parece se diferencian de los infieles en algunas ceremonias y obras del culto exterior; pero éstas hacen sin alma y sentimiento del corazón y muchas veces en ellas ofenden y provocan la divina justicia que debían aplacar.

157. Esta ignorancia y torpeza les nace de no se disponer para adquirir y alcanzar la verdadera ciencia del Altísimo, y así merecen que se aparte de ellos la divina luz y los deje en la posesión de sus pesadas tinieblas, con que se hacen más indignos que los mismos infieles y su castigo será mayor sin comparación. Duélete de tanto daño de tus prójimos y pide el remedio con lo íntimo de tu corazón. Y para que te alejes más de tan formidable peligro, no niegues los favores y beneficios que recibes, ni con color de ser humilde los desprecies ni olvides. Acuérdate y confiere en tu corazón cuán lejos tomó la corrida la gracia del Altísimo para llamarte. Considera cómo te ha esperado consolándote, asegurándote en tus dudas, pacificando tus temores, disimulando y perdonando tus faltas, multiplicando favores, caricias y beneficios. Y te aseguro, hija mía, que debes confesar de corazón que no hizo el Altísimo tal con ninguna otra generación, pues tú nada valías ni podías, antes eras pobre y más inútil que otras. Sea tu agradecimiento mayor que de todas las criaturas.
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MensajePublicado: Sab Sep 27, 2008 9:35 am    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 13

Declárese el estado en que quedó María santísima después de la encarnación del Verbo divino en su virginal vientre.

158. Cuanto voy descubriendo más los divinos efectos y disposición que resultaron en la Reina del cielo después de concebir al Verbo eterno, tantas más dificultades se me ofrecen para continuar esta obra, por hallarme anegada en altos y encumbrados misterios y con razones y términos tan desiguales a lo que de ellos entiendo. Pero siente mi alma tal suavidad y dulzura en este propio defecto, que no me deja arrepentir de todo lo intentado, y la obediencia me anima y aun me compele para vencer lo que en un ánimo débil de mujer fuera muy violento, si me faltara la seguridad y fuerza de este apoyo para explicarme; y más en este capítulo, que se me han propuesto los dotes de gloria que los bienaventurados gozan en el cielo, con cuyo ejemplo manifestaré lo que entiendo del estado que tuvo la divina emperatriz María, después que fue Madre del mismo Dios.

159. Dos cosas considero para mí intento en los bíenaventurados: la una de parte suya, la otra de parte del mismo Dios. De esta parte del Señor hay la divinidad clara y manifiesta con todas sus perfecciones y atributos, que se llama objeto beatífico, gloria y felicidad objetiva y último fin donde se termina y descansa toda criatura. De parte de los santos se hallan las operaciones beatíficas de la visión y amor y otras que se siguen a éstas en aquel estado felicísimo que ni ojos vieron, ni oídos oyeron, ni pudo caer en pensamiento de los hombres. Entre los dones y efectos de esta gloria que tienen los santos, hay algunos que se llaman dotes, y se los dan, como a la Esposa, para el estado del matrimonio espiritual que han de consumar en el gozo de la eterna felicidad. Y como la esposa temporal adquiere el dominio y señorío de su dote y el usufructo es común a ella y al esposo, así también en la gloria estos dotes se les dan a los santos como propios suyos y el uso es común a Dios, en cuanto se glorifica en sus santos, y a ellos, en cuanto gozan de estos inefables dones, que según los méritos y dignidad de cada uno son más o menos excelentes. Pero no los reciben más de los santos, que son de la naturaleza del Esposo, que es Cristo nuestro bien, que son los hombres y no los ángeles; porque el Verbo humanado no hizo con los ángeles el desposorio que celebró con la humana naturaleza, juntándose con ella en aquel gran sacramento que dijo el Apóstol, en Cristo y en la Iglesia. Y como el esposo Cristo en cuanto hombre consta, como los demás, de alma y cuerpo, y todo se ha de glorificar en su presencia, por eso los dotes de gloria pertenecen al alma y cuerpo. Tres tocan al alma, que se llaman visión, comprensión y fruicíón; y cuatro al cuerpo: claridad, impasibilidad, sutilidad y agilidad, y éstos son propiamente efectos de la gloria que tiene el alma.

160. De todos estos dotes tuvo nuestra reina María alguna participación en esta vida, especialmente después de la encarnación del Verbo eterno en su vientre virginal. Y aunque es verdad que a los bienaventurados se les dan los dotes como a compresores, en prendas y arras de la eterna felicidad inamisible y como en firmeza de aquel estado que jamás se ha de mudar, y por esto no se conceden a los viadores, pero con todo eso, se le concedieron a María santísima en algún modo, no como comprensora sino como viadora, no de asiento pero como a tiempos y de paso y con la diferencia que diremos. Y para que se entienda mejor la conveniencia de este raro beneficio con la soberana Reina, se advierta lo que dijimos en el capítulo 7 y en los demás hasta el de la encarnación; que en ellos se declara la disposición y desposorio con que previno el Altísimo a su Madre santísima para levantarla a esta dignidad. Y el día que en su virginal vientre tomó carne humana el divino Verbo se consumó este matrimonio espiritual en algún modo, en cuanto a esta divina Señora, con la visión beatífica tan excelente y levantada que se le concedió aquel día, como queda dicho; aunque para todos los demás fieles fue como desposorio que se consumará en la patria celestial.

161. Tenía otra condición nuestra gran Reina y Señora para estos privilegios: que estaba exenta de toda culpa actual y original y confirmada en gracia con impecabilidad actual; y con estas condiciones estaba capaz para celebrar este matrimonio en nombre de la Iglesia militante y comprometer todos en ella, para que en el mismo punto que fue Madre del Reparador se estrenasen en ella sus merecimientos previstos, y con aquella gloria y visión transeúnte de la divinidad quedase como por fiadora abonada de que no se les negaría el mismo premio a todos los hijos de Adán, si se disponían a merecerlo con la gracia de su Redentor. Era asimismo de mucho agrado para el divino Verbo humanado que luego su ardentísimo amor y merecimientos infinitos se lograsen en la que juntamente era su Madre, su primera Esposa y tálamo de la divinidad, y que el premio acompañase al mérito donde no se hallaba impedimento. Y con estos privilegios y favores que hacía Cristo nuestro bien a su Madre santísima, satisfacía y saciaba en parte el amor que la tenía, y con ella a todos los mortales; porque para el amor divino era plazo largo esperar treinta y tres años para manifestar su divinidad a su misma Madre. Y aunque otras veces le había hecho este beneficio –como se dijo en la primera parte– pero en esta ocasión de la encarnación fue con diferentes condiciones, como en imitación y correspondencia de la gloria que recibió el alma santísima de su Hijo, aunque no de asiento sino de paso, en cuanto se compadecía con el estado común de viadora.

162. Conforme a esto, el día que María santísima tomó la posesión real de Madre del Verbo eterno, concibiéndole en sus entrañas, en el desposorio que celebró Dios con nuestra naturaleza, nos dio derecho a nuestra redención, y en la consumación de este matrimonio espiritual, beatificando a su Madre santísima y dándole los dotes de la gloria, se nos prometió lo mismo por premio de nuestros merecimientos, en virtud de los de su Hijo santísimo nuestro Reparador. Pero de tal manera levantó el Señor a su Madre sobre toda la gloria de los santos en el beneficio que este día le hizo, que todos los ángeles y hombres no pudieron llegar en lo supremo de su visión y amor beatífico al que tuvo esta divina Señora; y lo mismo fue en los dotes que redundan de la gloria del alma al cuerpo, porque todo correspondía a la inocencia, santidad y méritos que tenía, y éstos correspondían a la suprema dignidad entre las criaturas de ser Madre de su Criador.

163. Y llegando a los dotes en particular, el premio del alma es la clara visión beatífica, que corresponde al conocimiento oscuro de la fe de los viadores. Esta visión se le concedió a María santísima las veces y en los grados que dejo declarado y diré adelante. Fuera de esta visión intuitiva tuvo otras muchas abstractivas de la divinidad, como arriba se ha dicho. Y aunque todas eran de paso, pero de ellas le quedaban en su entendimiento tan claras aunque diferentes especies, que con ellas gozaba de una noticia y luz de la divinidad tan alta, que no hallo términos para explicarla; porque en esto fue singular esta Señora entre las criaturas, y en este modo permanecía en ella el efecto de este dote compatible con ser viadora. Y cuando tal vez se le escondía el Señor, suspendiendo el uso de estas especies para otros altos fines, usaba de sola la fe infusa, que en ella era sobreexcelente y eficacísima. De manera que, por un modo o por otro, jamás perdió de vista aquel objeto divino y sumo bien, ni apartó de él los ojos del alma por un solo instante; pero en los nueve meses que tuvo en su vientre al Verbo humanado, gozó mucho más de la vista y regalos de la divinidad.

164. El segundo dote es comprensión o tención o aprensión, que es tener conseguido el fin que corresponde a la esperanza y le buscamos por ella para llegar a poseerle inamisiblemente. Esta posesión y comprensión tuvo María santísima en los modos que corresponden a las visiones dichas, porque como veía a la divinidad así la poseía. Y cuando quedaba en la fe sola y pura, era en ella la esperanza más firme y segura que lo fue ni será en pura criatura, como también era mayor su fe. Y a más de esto, como la firmeza de la posesión se funda mucho de parte de la criatura en la santidad segura y en no poder pecar, por esta parte venía a ser tan privilegiada nuestra divina Señora, que su firmeza y seguridad en poseer a Dios competía en algún modo, siendo ella viadora, con la firmeza y seguridad de los bienaventurados; porque por parte de la inculpable e impecable santidad tenía seguro el no poder perder jamás a Dios, aunque la causa de esta seguridad en ella, viadora, no era la misma que en ellos gloriosos. En los meses de su preñado tuvo esta posesión de Dios por varios modos de gracias especiales y milagrosas, con que el Altísimo se le manifestaba y unía con su alma purísima.

165. El tercero dote es fruición y corresponde a la caridad que no se acaba, pero se perfecciona en la gloria; porque la fruición consiste en amar al sumo Bien poseído, y esto hace la caridad en la patria, donde así como le conoce y tiene como él es en sí mismo, así también le ama por sí mismo. Y aunque ahora, cuando somos viadores, le amamos también por sí mismo, pero es grande la diferencia: que ahora le amamos con deseo y le conocemos no como él está en sí, mas como se nos representa en especies ajenas o por enigmas, y así no perfecciona nuestro amor, ni con él nos quietamos, ni recibimos la plenitud de gozo, aunque tengamos mucho en amarle. Pero a su vista clara y posesión verémosle como él es en sí mismo y por sí mismo y no por enigmas, y por eso le amaremos como debe ser amado y cuanto podemos amarle respectivamente, y perfeccionará nuestro amor, quietados con su fruición, sin dejarnos qué desear.

166. De este dote tuvo María santísima más condiciones que de todos en algún modo; porque su amor ardentísimo, dado que en alguna condición fuese inferior al de los bienaventurados, cuando estaba sin visión clara de la divinidad, fue superior en otras muchas excelencias, aun en el estado común que tenía, Nadie tuvo la ciencia divina que esta Señora, y con ella conoció cómo debía ser Dios amado por sí mismo; y esta ciencia se ayudaba de las especies y memoria de la misma divinidad que había visto y gozado en más alto grado que los ángeles. Y como el amor le medía con este conocimiento de Dios, era consiguiente que en él se aventajase a los bienaventurados en todo lo que no era la inmediata posesión y estar en el término para no crecer ni aumentarse. Y si por su profundísima humildad permitía el Señor o condescendía con dar lugar a que obrando como viadora temiese con reverencia y trabajase por no disgustar a su amado, pero este receloso amor era perfectísimo y por el mismo Dios, y en ella causaba incomparable gozo y delectación correspondiente a la condición y excelencia del mismo amor divino que tenía.

167. En cuanto a los dotes del cuerpo que redundan en él de la gloria y dotes del alma, y son parte de la gloria accidental de los bienaventurados, digo que sirven para la perfección de los cuerpos gloriosos en el sentido y en el movimiento, para que en todo lo posible se asimilen a las almas y sin impedimento de su terrena materialidad estén dispuestos para obedecer a la voluntad de los santos, que en aquel estado felicísimo no puede ser imperfecta ni contraria a la voluntad divina. Para los sentidos han menester dos dotes: uno que disponga para recibir las especies sensitivas, y esto perfecciona el dote de la claridad; otro para que el cuerpo no reciba las acciones o pasiones nocivas y corruptibles, y para esto sirve la impasibilidad. Otros ha menester para el movimiento: uno para vencer la resístencia o tardanza de parte de su misma gravedad, y para esto se le concede el dote de agilidad; otro ha menester para vencer la resistencia ajena de los otros cuerpos, y para esto sirve la sutilidad. Y con estos dotes vienen a quedar los cuerpos gloriosos, claros, incorruptibles, ágiles y sutiles.

168. De todos estos privilegios tuvo parte en esta vida nuestra gran Reina y Señora. Porque el dote de la claridad hace capaz al cuerpo glorioso de recibir la luz y despedirla juntamente de sí mismo, quitándole aquella oscuridad opaca e impura y dejándole más transparente que un cristal clarísimo. Y cuando María santísima gozaba de la visión clara y beatífica participaba su virginal cuerpo de este privilegio sobre todo lo que alcanza el entendimiento humano. Y después de estas visiones le quedaba un linaje de esta claridad y pureza que fuera admiración rara y peregrina, si se pudiera percibir con el sentido. Algo se le manifestaba en su hermosísimo rostro, como diré adelante, en especial en la tercera parte, aunque no todos la conocieron ni la vieron de los que la trataban, porque el Señor le ponía cortina y velo, para que no se comunicase siempre ni indiferentemente. Pero en muchos efectos sentía ella misma el privilegio de este dote, que en otros estaba como disimulado, suspenso y oculto, y no reconocía el embarazo de la opacidad terrena que los demás sentimos.

169. Conoció algo de esta claridad santa Isabel, cuando viendo a María santísima exclamó con admiración y dijo: ¿De dónde me vino a mí que venga la Madre de mi Criador adonde yo estoy? No era capaz el mundo de conocer este sacramento del Rey, ni era tiempo oportuno de manifestarle, pero en algo tenía siempre el rostro más claro y lustroso que otras criaturas, y lo restante tenía una disposición sobre todo orden natural de los demás cuerpos y causaba en ella una como complexión delicadísima y espiritualizada, y como un cristal suave animado que para el tacto no tuviera aspereza de carne, sino una suavidad como de seda floja muy blanda y fina; que no hallo otros ejemplos con que darme a entender. Pero no parecerá mucho esto en la Madre del mismo Dios, porque le traía en su vientre y le había visto tantas veces, y muchas cara a cara; pues a Moisés, de la comunicación que tuvo en el monte con Dios, mucho más inferior que la de María santísima, no podían los hebreos mirarle cara a cara ni sufrir su resplandor cuando bajó del monte. Y no hay duda que si con especial providencia no ocultara el Señor y detuviera la claridad que la cara y el cuerpo de su purísima Madre despidiera de sí, ilustrara el mundo más que mil soles juntos y ninguno de los mortales pudiera naturalmente sufrir sus refulgentes resplandores, pues aun estando ocultos y detenidos descubría en su divino rostro lo que bastaba para causar en todos cuantos la miraban el efecto que en san Dionisio Areopagita, cuando la vio.

170. La impasibilidad causa en el cuerpo glorioso una disposición por la cual ningún agente, fuera del mismo Dios, lo puede alterar ni mudar, por más poderosa que sea su virtud activa. De este privilegio participó nuestra Reina en dos maneras: la una, en cuanto al temperamento del cuerpo y sus humores, porque los tuvo con tal peso y medida, que no podía contraer ni padecer enfermedades, ni otras pensiones humanas que nacen de la desigualdad de los cuatro humores, y por esta parte era casi impasible; la otra fue por el dominio e imperio poderoso que tuvo sobre todas las criaturas, como arriba se dijo, porque ninguna la ofendiera sin su consentimiento y voluntad. Y podemos añadir otra tercera participación de la impasibilidad, que fue la asistencia de la virtud divina correspondiente a su inocencia. Porque si los primeros padres en el paraíso no padecieran muerte violenta si perseveraran en la justicia original, y este privilegio gozaran no por virtud intrínseca o inherente –porque si les hiriera una lanza pudieran morir–, sino por virtud asistente del Señor que los guardara de no ser heridos, con mayor título se le debía esta protección a la inocencia de la soberana María, y así le gozaba como Señora, y los primeros padres le tuvieron, y tuvieran sus descendientes como siervos y vasallos.

171. No usó de estos privilegios nuestra humilde Reina, porque los renunció para imitar a su Hijo santísimo y merecer y cooperar a nuestra redención; que por todo esto quiso padecer y padeció más que los mártires. Y con razón humana no se puede ponderar cuántos fueron sus trabajos, de los cuales diremos en toda esta divina Historia dejando mucho más, porque no alcanzan las razones y términos comunes a ponderarlo. Pero advierto dos cosas: la una, que el padecer de nuestra Reina no tenía relación a las culpas propias, que en ella no las había, y así padecía sin la amargura y acedia que está embebida en las penas que padecemos con memoria y atención a nuestros propios pecados y en sujetos que los han cometido; la otra es que para padecer María santísima fue confortada divinamente en correspondencia de su ardentísimo amor, porque no pudiera sufrir naturalmente el padecer tanto como su amor le pedía, y por el mismo amor la concedía el Altísimo.

172. La sutilidad es un privilegio que aparta del cuerpo glorioso la densidad o impedimento que tiene por su materia cuantitiva para penetrarse con otro semejante y estar en un mismo lugar con él; y así el cuerpo sutilizado del bienaventurado queda con condiciones de espíritu que puede sin dificultad penetrar otro cuerpo de cuantidad y sin dividirle ni apartarle se pone en el mismo lugar, como lo hizo el cuerpo de Cristo Señor nuestro saliendo del sepulcro y entrando a los apóstoles cerradas las puertas y penetrando los cuerpos que cerraban aquellos lugares. Participó este dote María santísima no sólo mientras gozaba de las visiones beatíficas, pero después le tuvo como a su voluntad para usar de él muchas veces, como sucedió en algunas apariciones que hizo corporalmente en su vida, como adelante diremos, porque en todas usó de esta sutilidad penetrando otros cuerpos.

173. El último dote de la agilidad sirve al cuerpo glorioso de virtud tan poderosa para moverse de un lugar a otro que sin impedimento de la gravedad terrestre se moverá de un instante a otro a diferentes lugares, al modo de los espíritus, que no tienen cuerpo y se mueven por su misma voluntad. Tuvo María santísima una admirable y continua participación de esta agilidad, que especialmente le resultó de las visiones divinas; porque no sentía en su cuerpo la gravedad terrena y pesada que los demás, y así caminaba sin la tardanza que los demás y sin molestia pudiera moverse velocísimamente sin sentir quebranto y fatiga como nosotros. Y todo esto era consiguiente al estado y condiciones de su cuerpo tan espiritualizado y bien formado. Y en el tiempo de los nueve meses que estuvo preñada, sintió menos el gravamen del cuerpo, aunque, para padecer lo que convenía, daba lugar a las molestias para que obrasen en ella y la fatigasen. Con tan admirable modo y perfección tenía todos estos privilegios y usaba de ellos, que yo me hallo sin palabras para explicar lo que se me ha manifestado, porque es mucho más que cuanto he dicho y puedo decir.

174. Reina del cielo y Señora mía, después que vuestra dignación me adoptó por hija, quedó vuestra palabra en empeño de ser mi guía y mi maestra. Con esta fe me atrevo a proponeros una duda en que me hallo: ¿Cómo, Madre y Dueña mía, habiendo llegado vuestra alma santísima a ver y gozar de Dios las veces que Su Majestad altísima lo dispuso, no quedó siempre bienaventurada? Y ¿cómo no decimos que siempre lo fuisteis, pues no había en vos culpa alguna ni otro óbice para serlo, según la luz que de vuestra excelente dignidad y santidad se me ha dado?

Respuesta y doctrina de la misma Reina y Señora nuestra.

175. Hija mía carísima, tú dudas como quien me ama y preguntas como quien ignora. Advierte, pues, que la perpetuidad y duración es una de las partes de felicidad y bienaventuranza destinada para los santos, porque ha de ser del todo perfecta; y si fuera sólo por algún tiempo, faltárale el complemento y adecuación necesaria para ser suma y perfecta felicidad. Y tampoco es compatible por ley común y ordinaria que la criatura sea gloriosa y esté juntamente sujeta a padecer, aunque no tenga pecado. Y si en esto se dispensó con mi Hijo santísimo, fue porque siendo hombre y Dios verdadero no debía carecer de la visión beatífica su alma santísima unida a la divinidad hipostaticamente; y siendo juntamente Redentor del linaje humano, no pudiera padecer ni pagar la deuda del pecado, que es la pena, si no fuera pasible en el cuerpo. Pero yo era pura criatura y no siempre había de gozar de la visión debida al que era Dios, ni tampoco me podía llamar siempre bienaventurada, porque sólo de paso lo era. Y con estas condiciones estaba bien dispuesto que padeciese a tiempos y gozase a otros, y que fuese más continuo el padecer y merecer que aquel gozar, porque era viadora y no comprensora.

176. Y dispuso el Altísimo con justa ley que las condiciones de la vida eterna no se gocen en la mortal y que el venir a la inmortalidad sea pasando por la muerte corporal. y precediendo los merecimientos en estado pasible, cual es el de la vida presente de los hombres. Y aunque la muerte en todos los hijos de Adán fue estipendio y castigo del pecado, y por este título yo no tenía parte en la muerte ni en los otros efectos y castigos del pecado, pero el Altísirno ordenó que yo también entrase en la vida y felicidad eterna por medio de la muerte corporal, como lo hizo mi Hijo santísimo; porque en esto no había inconveniente para mí y había muchas conveniencias en seguir el camino real de todos y granjear grandes frutos de merecimientos y gloria por medio del padecer y morir. Otra conveniencia había en esto para los hombres, que conociesen cómo mi Hijo santísimo y yo, que era su Madre, éramos de verdadera naturaleza humana como los demás, pues éramos mortales como ellos. Y con este conocimiento venía a ser más eficaz el ejemplo que dejábamos a los hombres para imitar en la carne pasible las obras que nosotros habíamos hecho en ella, y todo redundaba en mayor gloria y exaltación de mi Hijo y Señor, y mía. Y todo esto se evacuara en mucha parte, si fueran continuas en mí las visiones de la divinidad. Pero después que concebí al Verbo eterno, fueron más frecuentes y mayores los beneficios y favores, como de quien ya le tenía por más propio y más vecino.

177. Con esto respondo a tus dudas. Y por mucho que hayas entendido y trabajado para manifestar los privilegios y efectos que yo gozaba en la vida mortal, no será posible que alcances todo lo que en mí obraba el brazo poderoso del Altísimo. Y mucho menos de lo que entiendes podrás declarar con palabras materiales. Advierte ahora a la doctrina consiguiente a la que te enseñé en los capítulos precedentes. Si yo fui el ejemplar que debes imitar, recibiendo la venida del mismo Dios a las almas y al mundo con la reverencia, culto, humildad y agradecimiento y amor que se le debe, consiguiente será que, si tú lo haces a imitación mía, y lo mismo las demás almas, venga a ti el Altísimo para comunicarte y obrar efectos divinos, como en mí lo hizo, aunque en ti y en las demás sean inferiores y menos eficaces. Porque si la criatura desde el principio que tiene uso de razón comenzase a caminar al Señor como debe, enderezando sus pasos por las sendas derechas de la salud y vida, Su Majestad altísima, que ama a sus hechuras, le saldría al encuentro, anticipando sus favores y comunicación; que le parece largo el plazo de aguardar al fin de la peregrinación para manifestarse a sus amigos.

178. Y de aquí nace que, por medio de la fe, esperanza y caridad y por el uso de los sacramentos dignamente recibidos, se les comuniquen a las almas muchos y divinos efectos que su dignación les da, unos por el modo común de la gracia y otros por orden más sobrenatural y milagroso, y cada uno más o menos, conforme a su disposición y a los fines del mismo Señor, que no luego se conocen. Y si las almas no pusieran óbice de su parte, fuera tan liberal con ellas el amor divino como lo es con algunas que se disponen, a quienes da mayor luz y noticia de su ser inmutable y con un ilapso divino y dulcísimo las transforma en sí mismo y las comunica muchos efectos de la bienaventuranza; porque se deja tener y gozar por aquel oculto abrazo que sintió la esposa, cuando dijo: Téngole y no le dejaré, habiéndolo hallado. Y de esta presencia y posesión le da el mismo Señor muchas prendas y señales para que le posea en amor quieto como los santos, aunque sea por tiempo limitado. Tan liberal como esto es Dios, nuestro Dueño y Señor, en remunerar los afectos de amor y los trabajos que recibe la criatura por obligarle, tenerle y no perderle.

179. Y con esta violencia suave del amor desfallece y muere la criatura a todo lo terreno, que por esto se llama el amor fuerte como la muerte. Y de esta muerte resucita a nueva vida espiritual, donde se hace capaz de recibir nueva participación de la bienaventuranza y de sus dotes, porque goza más frecuente de la sombra y de los dulces frutos del sumo bien que ama. Y de estos ocultos sacramentos redunda a la parte inferior y animal un género de claridad que la purifica de los efectos de las tinieblas espirituales, hácela fuerte y como impasible para sufrir y padecer todo lo adverso a la naturaleza de la carne y con una sed sutilísima apetece todas las dificultades y violencias que padece el reino de los cielos, queda ágil y sin la gravedad terrena, de suerte que muchas veces siente este privilegio el mismo cuerpo, que de suyo es pesado, y con esto se le facilitan los trabajos que antes le parecían graves. De todos estos efectos, elija mía, tienes ciencia y experiencia, y te los he declarado y representado para que más te dispongas y trabajes y procedas de manera que el Altísimo, como agente divino y poderoso, te halle materia dispuesta y sin resistencia ni óbice para obrar en ti su beneplácito.
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MensajePublicado: Vie Oct 03, 2008 9:31 pm    Asunto:
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CAPITULO 14

De la atención y cuidado que María santísima tenía con su preñado y algunas cosas que le sucedieron con él.

180. Luego que nuestra Reina y Señora volvió en sus sentidos de aquel éxtasis que tuvo en la concepción del Verbo eterno humanado, se postró en tierra y le adoró en su vientre, como queda dicho en el capítulo 12, núm. 152. Esta adoración continuó toda su vida, comenzándola cada día a media noche, y hasta la otra siguiente solía repetir las genuflexiones trescientas veces y más, si tenía oportunidad, y en esto fue más diligente los nueve meses de su divino preñado. Y para cumplir con plenitud las nuevas obligaciones en que se hallaba, sin faltar a las de su estado, con el nuevo depósito del eterno Padre que tenía en su virginal tálamo, puso toda su atención sobre muchas y fervorosas peticiones para guardar el tesoro del cielo que se le había fiado. Dedicó para esto de nuevo su alma santísirna y sus potencias, ejercitando todos los actos de las virtudes en grado tan heroico y supremo, que causaba nueva admiración a los mismos ángeles. Dedicó también y consagró todas las demás acciones corporales para obsequio y servicio del Dios y hombre infante que traía en su virgíneo cuerpo. Si comía, dormía, trabajaba y descansaba, todo lo encaminaba a la nutrición y conservación de su dulcísimo Hijo y en todas estas obras se enardecía en amor divino.

181. El día siguiente a la encarnación se le manifestaron en forma corpórea los mil ángeles que la asistían y con profunda humildad adoraron en el vientre de la Madre a su Rey humanado, y a ella la reconocieron de nuevo por Reina y Señora y la dieron debido culto y reverencia y la dijeron: Ahora, Señora, sois la verdadera arca del testamento que encerráis al mismo Legislador y la ley y guardáis el maná del cielo, que es nuestro pan verdadero. Recibid, Reina nuestra, la enhorabuena de vuestra dignidad y suma dicha, que por ella engrandecemos al Altísimo, porque justamente os eligió por su Madre y tabernáculo. Ofrecémonos de nuevo a vuestro obsequio y servicio, para obedeceros como vasallos y siervos del Rey supremo y todopoderoso, de quien sois Madre verdadera. Este ofrecimiento y nueva veneración de los santos ángeles renovó en la Madre de la sabiduría incomparables efectos de humildad, agradecimiento y amor divino. Porque en aquel prudentísimo corazón, donde estaba el peso del santuario para dar a todas las cosas el valor y precio que se debe, hizo gran ponderación el verse reverenciada y reconocida por Señora y Reina de los espíritus angélicos; y aunque era más el verse Madre del mismo Rey y Señor de todo lo criado, pero todos estos beneficios y dignidad se le manifestaban más por las demostraciones y obsequio de los santos ángeles.

182. Cumplían ellos estos ministerios como ejecutores y ministros de la voluntad del Altísimo y, cuando su Reina y Señora nuestra estaba sola, todos la asistían en forma corpórea y la servían en sus acciones y ocupaciones corporales, y si trabajaba de manos la administraban lo que era necesario. Si acaso comía alguna vez en ausencia de san José, la servían de maestresalas en su pobre mesa y humildes manjares. A cualquiera parte la acompañaban y hacían escolta y en el servicio de san José la ayudaban. Y con todos estos favores y socorros no se olvidaba la divina Señora de pedir licencia al Maestro de los maestros para todas las acciones y obras que había de hacer y pedirle su dirección y asistencia. Tan acertados y tan bien gobernados eran todos sus ejercicios con la plenitud que sólo el mismo Señor puede comprender y ponderar.

183. A más de esta enseñanza ordinaria en el tiempo que tuvo en su vientre santísimo al Verbo humanado, sentía su presencia divina por diversos modos, todos admirables y dulcísimos. Unas veces se le manifestaba por visión abstractiva, como arriba he dicho. Otras le conocía y veía en el modo que estaba en su virginal templo, unido hipostáticamente a la naturaleza humana. Otras se le manifestaba la humanidad santísima como si por un viril cristalino la mirara, sirviendo para esto el mismo vientre y cuerpo purísimo; materno, y este género de visión era de especial consuelo y júbilopara la gran Reina. Otras veces conocía que de la divinidad resultaba en el cuerpo del niño Dios algún influjo de la gloria de su alma santísima, con que le comunicaba algunos efectos de bienaventurado y glorioso, especialmente la claridad y luz que del cuerpo natural del Hijo resultaba en la Madre con un ilapso inefable y divino. Y este favor la transformaba toda en otro ser, inflamando su corazón y causando en toda ella tales efectos, que ninguna capacidad de criaturas los puede explicar. Extiéndase y dilátese el juicio más levantado de los supremos serafines y quedará oprimido de esta gloria porque toda esta divina Reina era un cielo intelectual y animado y en ella sola estaba epilogada la grandeza y gloria que no pueden abarcar ni ceñir los dilatados fines de los mismos cielos.

184. Alternábanse y sucedíanse estos beneficios y otros con los ejercicios de la divina Madre, con la variedad y diferencia de operaciones que ejercitaban, unas espirituales, otras manuales y corporales; unas en servir a su esposo, otras en beneficio de los prójimos; y todo esto junto y gobernado por la sabiduría de una doncella hacía armonía admirable y dulcísima para los oídos del Señor y admirable para todos los espíritus angélicos. Y cuando entre esta variedad quedaba la Señora del mundo más en su natural estado porque así lo disponía el Altísimo, padecía un deliquio causado de la fuerza y violencia de su mismo amor; porque con verdad pudo decir lo que por ella dijo Salomón en nombre de la esposa: Socorredme con flores, porque estoy enferma de amor; y así sucedía que con la herida penetrante de esta dulcísima flecha llegaba al extremo de la vida, pero luego la confortaba el brazo poderoso del Altísimo por modo sobrenatural.

185. Y tal vez para darla algún aliento sensible, por el mismo imperio del Señor venían a visitarla muchas avecillas, y como si tuvieran discurso la saludaban con sus meneos y la daban concertadísima música a coros y aguardaban su bendición para despedirse de ella. Señaladamente sucedió esto luego que concibió al Verbo divino, como dándole la enhorabuena de su dignidad, después que lo hicieron los santos ángeles. Y este día les habló la Señora de las criaturas, mandando a diversos géneros de aves que con ella estaban reconociesen a su Criador, y en agradecimiento del ser y hermosura que las había dado, y de su conservación, le cantasen y alabasen. Y luego la obedecieron como a Señora y de nuevo hicieron coros y cantaron con muy dulce armonía y humillándose hasta el suelo hicieron reverencia al Criador y a su Madre, que le tenía en su vientre. Solían otras veces traerle flores en los picos y se las ponían en las manos, aguardando que les mandase cantar o callar a su voluntad. También sucedía que con las inclemencias de los tiempos venían algunas avecillas al amparo de su divina Señora, y Su Alteza las admitía y sustentaba con admirable afecto de su inocencia y glorificando al Criador de todo.

186. Y no debe extrañar nuestra tibia ignorancia estas maravillas, pues aunque la materia en que se obraban pudiera estimarse por pequeña, pero las obras del Altísimo todas son grandes y venerables en sus fines, y también eran grandiosas las obras de nuestra prudentísima Reina en cualquiera materia que las hiciese. ¿Y quién hay tan ignorante o temerario que no conozca cuán digna acción de la criatura racional es conocer la participación del ser de Dios y de sus perfecciones en todas las criaturas, buscarle y hallarle, bendecirle y magnificarle en todas ellas, por admirable poderoso, liberal y santo, como lo hacía la santísima María, sin haber tiempo ni lugar ni criatura visible que para ella fuese ociosa? ¿Y cómo también no se confundirá nuestro ingratísimo olvido? ¿Cómo no se ablandará nuestra dureza? ¿Cómo no se encenderá nuestro tibio corazón, hallándonos reprendidos y enseñados de las criaturas irracionales, que sólo por aquella participación de su ser recibido de ser Dios le alaban sin ofenderle y los hombres que han participado la imagen y semejanza del mismo Dios, con capacidad de conocerle y gozarle eternamente, le olvidan sin conocerle, si le conocen no le alaban y sin quererle servir le ofenden? Con ningún derecho se han de preferir éstos a los animales brutos, pues vienen a ser peores que ellos.

Doctrina de la santísima Reina y Señora nuestra.

187. Hija mía, prevenida estás de mi doctrina hasta ahora, para desear y procurar la ciencia divina, que deseo mucho aprendas, para que con ella entiendas y conozcas profundamente el decoro y reverencia con que has de tratar con Dios. Y de nuevo te advierto que entre los mortales esta ciencia es muy dificultosa y de pocos codiciada, con mucho daño suyo, por su ignorancia; porque de ella nace que, cuando llegan a tratar con el Altísimo y de su culto y servicio, no hacen el concepto digno de su grandeza infinita, ni se desnudan de las imágenes tenebrosas y operaciones terrenas, que los hacen torpes y carnales, indignos e improporcionados para el magnífico trato de la divinidad soberana. Y a esta grosería se sigue otro desorden, que si tratan con los prójimos se entregan sin orden, sin medida y sin modo a las acciones sensitivas, perdiendo totalmente la memoria y atención de su Criador, y con el mismo furor de sus pasiones se entregan a todo lo terreno.

188. Quiero, pues, carísima, que te alejes de este peligro y deprendas la ciencia cuyo objeto es el inmutable ser de Dios y sus infinitos atributos, y de tal manera le has de conocer y unirte con él, que ninguna cosa criada se interponga entre tu espíritu y alma y entre el verdadero y sumo bien. En todo tiempo, lugar, ocupación y operaciones le has de tener a la vista, sin soltarle de aquel íntimo abrazo de tu corazón. Y para esto te advierto y te mando que le trates con magnificencia, con decoro, con reverencia y temor íntimo de tu pecho. Y cualquiera cosa de las que tocan a su divino culto, quiero que la trates con toda atención y aprecio. Y sobre todo, para entrar en su presencia por la oración y deprecaciones, desnúdate de toda imagen sensible y terrena. Y porque la humana fragilidad no puede siempre ser estable en la fuerza del amor, ni sufrir sus movimientos violentos para el ser terreno, admite algún alivio decente y tal que en él halles también al mismo Dios: como alabarle en la hermosura de los cielos y estrellas, en la variedad de las yerbas, en la apacible vista de los campos, en la fuerza de los elementos y más en la naturaleza de los ángeles y en la gloria de los santos.

189. Pero siempre estarás advertida, sin olvidar jamás este documento, que por ningún suceso ni trabajo busques alivio, ni admitas divertimiento con criaturas humanas; y entre ellas menos con los hombres, porque en tu natural flaco e inclinado a no dar pena, puedes tener peligro de exceder y pasar la raya de lo que es lícito y justo, introduciéndose el gusto sensible más de lo que conviene a las religiosas esposas de mi Hijo santísimo. En todas las criaturas humanas corre riesgo este descuido, porque si a la naturaleza frágil se le da rienda, ella no atiende a la razón ni a la verdadera luz del espíritu, mas olvidándolo todo sigue a ciegas el ímpetu de la pasión y ésta su deleite. Contra este general peligro se ordenó el encerramiento y retiro de las almas consagradas a mi Hijo y Señor, para cortar de raíz las ocasiones infelices y desgraciadas de aquellas religiosas que de voluntad las buscan y se entregan a ellas. Tus alivios, carísima, y de tus hermanas no han de ser tan llenos de peligro y de mortal veneno, y siempre has de buscar de intento los que hallarás en el secreto de tu pecho y en el retrete de tu Esposo, que es fiel en consolar al triste y asistir al atribulado.
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MensajePublicado: Vie Nov 07, 2008 10:15 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 15

Conoció María santísima la voluntad del Señor para visitar a santa Isabel; pide licencia a san José, sin manifestarle otra cosa.

190. Por la relación del embajador del cielo san Gabriel conoció María santísima cómo su deuda Isabel –que se tenía por estéril– había concebido un hijo y que ya estaba en el sexto mes de su preñado. Y después, en unas de las visiones intelectuales que tuvo, la reveló el Altísimo que el hijo milagroso que pariría santa Isabel sería grande delante del mismo Señor y sería profeta y precursor del Verbo humanado que ella traía en su virginal vientre, y otros misterios grandes de la santidad y ministerios de san Juan. En esta misma visión y en otras conoció también la divina Reina el agrado y beneplácito del Señor, en que fuese a visitar a su deuda Isabel, para que ella y su hijo que tenía en el vientre fuesen santificados con la presencia de su Reparador; porque disponía Su Majestad estrenar los efectos de su venida al mundo y sus merecimientos en su mismo Precursor, comunicándole el corriente de su divina gracia, con que fuese como fruto temporáneo y anticipado de la redención humana.

191. Por este nuevo sacramento que conoció la prudentísima Virgen, hizo gracias al Señor con admirable júbilo de su espíritu, porque se dignaba de hacer aquel favor al alma del que había de ser su profeta y precursor y a su madre Isabel. Y ofreciéndose al cumplimiento del divino beneplácito, habló con Su Majestad y le dijo: Altísimo Señor, principio y causa de todo bien, eternamente sea glorificado vuestro nombre y de todas las naciones sea conocido y alabado. Yo, la menor de las criaturas, os doy humildes gracias por la misericordia que tan liberal queréis mostrar con vuestra sierva Isabel y con el hijo de su vientre. Si es beneplácito de vuestra dignación que me enseñéis de que yo os sirva en esta obra, aquí estoy preparada, Señor mío, para obedecer con prontitud a vuestros divinos mandatos.–Respondióla el Altísimo: Paloma mía y amiga mía, escogida entre las crituras, de verdad te digo que por tu intercesión y por tu amor atenderé como Padre y Dios liberalísimo a tu prima Isabel y al hijo que de ella ha de nacer, eligiéndole por mi profeta y precursor del Verbo en ti hecho hombre, y los miro como a cosas propias y allegadas a ti. Y así quiero que vaya mi Unigénito y tuyo a visitar a la madre y a rescatar al hijo de la prisión de la primera culpa, para que antes del tiempo común y ordinario de los otros hombres suene la voz de sus palabras y alabanza en mis oídos y santificando su alma les sean revelados los misterios de la encarnación y redención. Y para esto quiero, esposa mía, que vayas a visitar a Isabel, porque todas las tres Personas divinas elegimos a su hijo para grandes obras de nuestro beneplácito.

192. A este mandato del Señor respondió la obedientísima Madre: Bien sabéis, Dueño y Señor mío, que todo mi corazón y mis deseos se encaminan a vuestro divino beneplácito y quiero con diligencia cumplir lo que mandáis a vuestra humilde sierva. Dadme, bien mío, licencia para que la pida a mi esposo José y que haga esta jornada con su obediencia y gusto. Y para que del vuestro no me aparte, gobernad en ella todas mis acciones y enderezad mis pasos a la mayor gloria de vuestro santo nombre, y recibid para esto el sacrificio de salir en público y dejar mi retirada soledad. Y quisiera yo, Rey y Dios de mi alma, ofrecer más que mis deseos en esto, hallando que padecer por vuestro amor todo lo que fuere de mayor servicio y agrado vuestro, para que no estuviera ocioso el afecto de mi alma.

193. Salió de esta visión nuestra gran Reina y, llamando a los mil ángeles de su guarda, se le manifestaron en forma corpórea, y declaróles el mandato del Altísimo, pidiéndoles que en aquella jornada la asistiesen muy cuidadosos y solícitos, para enseñarla a cumplir aquella obediencia con el mayor agrado del Señor y la defendiesen y guardasen de los peligros, para que en todo lo que se le ofreciese en aquel viaje ella obrase perfectamente. Ofreciéronse los santos príncipes a obedecerla y servirla con admirable rendimiento. Esto mismo solía hacer en otras ocasiones la Maestra de toda prudencia y humildad, que siendo ella más sabia y más perfecta en el obrar que los mismos ángeles, con todo eso, por el estado de viadora y por la condición de la inferior naturaleza que tenía, para dar a sus obras toda plenitud de perfección, consultaba y llamaba a sus santos ángeles, que siendo inferiores en santidad la guardaban y asistían, y con su dirección disponía las acciones humanas, gobernadas todas por otra parte con el instinto del Espíritu Santo. Y los divinos espíritus la obedecían con la presteza y puntualidad propia a su naturaleza y debida a su misma Reina y Señora. Y con ella hablaban y conferían coloquios dulcísimos y alternaban cánticos de sumo honor y alabanza del Altísimo. Y otras veces trataba de los misterios soberanos del Verbo encarnado, de la unión hipostática, del sacramento de la redención humana, de los triunfos que alcanzaría, de los frutos y beneficios que de sus obras recibirían los mortales. Y sería alargarme mucho, si hubiera de escribir todo lo que en esta parte se me ha manifestado.

194. Determinó luego la humilde esposa pedir licencia a san José para poner por obra lo que la mandaba el Altísimo y sin manifestarle este mandato, siendo en todo prudentísima, un día le dijo estas palabras: Señor y esposo mío, por la divina luz he conocido cómo la dignación del Altísimo ha favorecido a Isabel mi prima, mujer de Zacarías, dándole el fruto que pedía en un hijo que ha concebido, y espero en su bondad inmensa que siendo mi prima estéril, habiéndole concedido este singular beneficio, será para mucho agrado y gloria del Señor. Yo juzgo que en tal ocasión como ésta me corre obligación decente de ir a visitarla y tratar con ella algunas cosas convenientes a su consuelo y su bien espiritual. Si esta obra, señor, es de vuestro gusto, haréla con vuestra licencia, estando sujeta en todo a vuestra disposición y voluntad. Considerad vos lo mejor y mandadme lo que debo hacer.

195. Fue para el Señor muy agradable esta discreción y silencio de María santísima, llena de tan humilde rendimiento como digna de su capacidad para que se depositasen en su pecho los grandes sacramentos del Rey. Y por esto y por la confianza en su fidelidad con que obraba esta gran Señora, dispuso Su Majestad el corazón purísimo del santo José, dándole su luz divina para lo que debía hacer conforme a la voluntad del mismo Señor. Este es premio del humilde que pide consejo, hallarle seguro y con acierto, y también es consiguiente al santo y discreto celo dar e prudente cuando se le piden. Con esta dirección respondió el santo esposo a nuestra Reina: Ya sabéis, Señora y esposa mía, que mis deseos todos están dedicados para serviros con toda mi atención y diligencia, porque de vuestra gran virtud confío, como debo, no se inclinará vuestra rectísima voluntad a cosa alguna que no sea de mayor agrado y gloria del Altísimo, como creo lo será esta jornada. Y porque no extrañen que vais en ella sin la compañía de vuestro esposo, yo iré con mucho gusto para cuidar de vuestro servicio en el camino. Determinad el día para que vayamos juntos.

196. Agradeció María santísima a su prudente esposo José el cuidadoso afecto y que tan atentamente cooperase a la voluntad divina en lo que sabía era de su servicio y gloria; y determinaron entrambos partir luego a casa de Isabel, previniendo sin dilación la recámara para el viaje, que toda se vino a resumir en alguna fruta, pan y pocos pececillos que le trajo el santo José y en una humilde bestezuela que buscó prestada, para llevar en ella toda la recámara y a su Esposa y Reina de todo lo criado. Con esta prevención partieron de Nazaret para Judea, y la jornada proseguiré en el capítulo siguiente. Pero al salir de su pobre casa la gran Señora del mundo hincó las rodillas a los pies de su esposo san José y le pidió su bendición para dar principio a la jornada en el nombre del Señor. Encogióse el santo viendo la humildad tan rara de su esposa, que ya con tantas experiencias tenía muy conocida, y deteníase en bendecirla, pero la mansedumbre y dulce instancia de María santísima le venció y el santo la bendijo en nombre del Altísimo. Y a los primeros pasos levantó la divina Señora los ojos al cielo y el corazón a Dios, enderezándolos a cumplir el divino beneplácito, llevando en su vientre al Unigénito del Padre y suyo para santificar a Juan en el de su madre Isabel.

Doctrina que me dio la divina Reina y Señora.

197. Hija mía carísima, muchas veces te fío y manifiesto el amor de mi pecho, porque deseo grandemente que se encienda en el tuyo y te aproveches de la doctrina que te doy. Dichosa es el alma a quien manifiesta el Altísimo su voluntad santa y perfecta, pero más feliz y bienaventurada es quien conociéndola pone en ejecución lo que ha conocido. Por muchos medios enseña Dios a los mortales el camino y sendas de la vida eterna: por los evangelios y santas Escrituras, por los sacramentos y leyes de la santa Iglesia, por otros libros y ejemplos de los santos, y especialmente por medio de la doctrina y obediencia de sus ministros, de quienes dijo Su Majestad: Quien a vosotros oye, a mí me oye; que el obedecerlos a ellos es obedecer al mismo Señor. Cuando por alguno de estos caminos llegares a conocer la divina voluntad, quiero de ti que con ligerísimo vuelo, sirviéndote de alas la humildad y la obediencia, o como un rayo prestísimo, así seas pronta en ejercitarla y en cumplir el divino beneplácito.

198. Fuera de estos modos de enseñanza, tiene otros el Altísimo para encaminar las almas, intimándoles su voluntad perfecta sobrenaturalmente, por donde les revela muchos sacramentos. Este orden tiene sus grados y muy diferentes, y no todos son ordinarios ni comunes a las almas, porque dispensa el Altísimo su luz con medida y peso: unas veces habla el corazón y sentidos interiores con imperio, otras corrigiendo, otras amonestando y enseñando, otras veces mueve al corazón para que él lo pida y otras le propone claramente lo que el mismo Señor desea, para que se mueva el alma a ejecutarlo, y otras suele proponer en sí mismo, como en un claro espejo, grandes misterios que vea y conozca el entendimiento y ame la voluntad. Pero siempre este gran Dios y sumo bien es dulcísimo en mandar, poderoso en dar fuerzas para obedecer, justo en sus órdenes y presto en disponer las cosas para ser obedecido y eficaz en vencer los impedimentos, para que se cumpla su santísima voluntad.

199. En recibir esta luz divina te quiero, hija mía, muy atenta, y en ejecutarla muy presta y diligente; y para oír al Señor y percibir esta voz tan delicada y espiritualizada es necesario que las potencias del alma estén purgadas de la grosería terrena y que toda la criatura viva según el espíritu, porque el hombre animal no percibe las cosas levantadas y divinas. Atiende, pues, a tu secreto y olvida todo lo de fuera; oye, hija mía, e inclina tu oído despedida de todo lo visible. Y para que seas diligente, ama; que el amor es fuego y no sabe dilatar sus efectos donde halla dispuesta la materia, y tu corazón siempre le quiere dispuesto y preparado. Y cuando el Altísimo te mandare o enseñare alguna cosa en beneficio de las almas, y más para su salud eterna, ofrécete con rendimiento, porque son el precio más estimable de la sangre del Cordero y del amor divino. No te impidas para esto con tu misma bajeza ni encogimiento, pero vence el temor que te acobarda, que si tú vales poco y eres inútil para todo, el Altísimo es rico, poderoso, grande, y por sí mismo hizo todas las cosas, y no carecerá de premio tu prontitud y efecto, aunque sólo quiero que te mueva el beneplácito de tu Señor.
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MensajePublicado: Sab Nov 08, 2008 10:53 pm    Asunto:
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CAPITULO 16

La jornada de María santísima a visitar a santa Isabel y la entrada en casa de Zacarías.

200. Levantándose en aquellos días –dice el texto sagrado- María santísima caminó con mucha diligencia a las montañas y ciudad de Judá. Este levantarse nuestra divina Reina y Señora no fue sólo disponerse exteriormente y partir de Nazaret a su jornada, porque también significa el movimiento de su espíritu y voluntad con que por el divino impulso y mandato se levantó interiormente de aquel humilde retiro y lugar que con su mismo concepto y estimación tenía. De allí se levantó como de los pies del Altísimo, cuya voluntad y beneplácito esperaba para cumplirle, como la más humilde sierva que dijo David tiene puestos los ojos en las manos de su señora, aguardando que la mande. Y levantándose con la voz del Señor encaminó su afecto dulcísimo a cumplir su voluntad santísima, en apresurar sin dilación la santificación del Precursor del Verbo humanado, que estaba en el vientre de Isabel como encarcelado con las prisiones del primer pecado. Este era el término y el fin de esta feliz jornada; para él se levantó la Princesa de los cielos y caminó con la presteza y diligencia que dice el evangelista san Lucas.

201. Dejando, pues, la casa de sus padres y olvidando su pueblo, tomaron el camino los castísimos esposos María y José y le enderezaron a casa de Zacarías en las montañas de Judea, que distaba veintisiete leguas de Nazaret, y gran parte de él era áspero y fragoso para tan delicada y tierna doncella. Toda la comodidad para tan desigual trabajo era un humilde jumentillo, en que comenzó y prosiguió el viaje y aunque iba destinado sólo para su alivio y servicio, pero la más humilde y modesta de las criaturas se apeaba de él muchas veces y rogaba a su esposo José partiesen el trabajo y comodidad y que fuese el santo con algún alivio, sirviéndose de la bestezuela para esto. Nunca lo admitió el prudente esposo y, por condescender en algo con los ruegos de la divina Señora, consentía que algunos ratos fuese con él a pie, mientras le parecía lo podía sufrir su delicadeza, sin fatigarse demasiado, y luego con gran decoro y reverencia la pedía no rehusase el admitir aquel pequeño alivio, y la Reina celestial obedecía, prosiguiendo a caballo lo restante.

202. Con estas humildes competencias continuaban sus jornadas María santísima y José, y en ellas distribuían el tiempo sin dejar ocioso sólo un punto. Caminaban en soledad, sin compañía de criaturas humanas, pero asistíanlos en todo los mil ángeles que guardaban el lecho de Salomón, María santísima, que aunque iban en forma visible sirviendo a su gran Reina y a su Hijo santísimo en su vientre, sola ella los veía; y atendiendo a los ángeles y a José su esposo, caminaba la Madre de la gracia, llenando los campos y los montes de fragancia suavísima con su presencia y con los divinos loores en que sin intervalo alguno se ocupaba. Unas veces hablaba con sus ángeles y alternativamente hacían cánticos divinos, con motivos diferentes de los misterios de la divinidad y de las obras de la creación y encarnación, con que de nuevo se enardecía en divinos afectos el cándido corazón de la purísima Señora. Y a todo esto ayudaba san José su esposo con el templado silencio que guardaba, recogiendo su espíritu en sí mismo con alta contemplación y dando lugar para que, a su entender, hiciera lo mismo su devota esposa.

203. Otras veces hablaban los dos y conferían muchas cosas de la salud de sus almas y de las misericordias del Señor, de la venida del Mesías y de las profecías que de él estaban anunciadas a los antiguos padres, y otros misterios y sacramentos del Altísimo. Sucedió en este viaje una cosa admirable para el santo esposo José: amaba tiernamente a su esposa con el amor santo y castísimo, ordenado con especial gracia y dispensación del mismo amor divino; y a más de este privilegio era el santo, por otro no pequeño, de condición nobilísima, cortés, agradable y apacible; y todo esto obraba en él una solicitud prudentísima y amorosa a que le movía desde el principio la misma santidad y grandeza. que conocía en su divina esposa, como objeto próximo de aquellos dones del cielo. Con esto iba el santo cuidando de María santísima y preguntándole muchas veces si se fatigaba y cansaba y en qué la podía aliviar y servir. Pero como ya la Reina del cielo llevaba en su tálamo virginal el divino fuego del Verbo humanado, sentía el santo José –ignorando la causa nuevos efectos en su alma por las palabras y conversación de su amada esposa, con que se reconocía más inflamado en el amor divino y con altísimo conocimiento de estos misterios que hablaban, con una llama interior y nueva luz que le espiritualizaba y le renovaba todo. Y cuanto más proseguían el camino y las pláticas celestiales, tanto más crecían estos favores, de que conocía ser instrumento las palabras de su esposa que penetraban su corazón e inflamaban la voluntad al divino amor.

204. Era tan grande esta novedad, que no pudo dejar de atender mucho a ella el discreto esposo José; y aunque conoció le venía todo por medio de María santísima, y con la admiración se consolara con saber la causa e inquirirla sin curiosidad, con todo esto por su gran modestia no se atrevió a preguntarle cosa alguna, disponiéndolo así el Señor, porque no era tiempo de que conociese entonces el sacramento del Rey, que en el vientre virginal estaba escondido. Miraba la divina Princesa a su esposo, conociendo todo cuanto pasaba en el secreto de su pecho, y discurriendo con su prudencia se le representó que naturalmente era forzoso venir a manifestarse su preñado sin podérselo ocultar a su carísimo y castísimo esposo. No sabía entonces la gran Señora el modo con que Dios gobernaría este sacramento; pero aunque no había recibido orden ni mandato suyo para que le ocultase, su divina prudencia y discreción la enseñaron cuán bueno era esconderle como sacramento grande y el mayor de todos los misterios; y así le tuvo oculto y secreto sin hablar palabra de él con su esposo, ni en esta ocasión, ni antes en la anunciación del ángel, ni después en los cuidados que adelante diremos, cuando llegó el caso de conocer el santo José el preñado.

205. ¡Oh discreción admirable y prudencia más que humana! Dejóse toda la gran Reina en la divina providencia, esperando lo que disponía, pero sintió algún cuidado y pena, previniendo la que su esposo santo podía recibir, y considerando que no podía anticipadamente sacarle de ella o divertirla. Y crecíale más este cuidado, atendiendo al que tenía el santo en servirla y en cuidar de ella con tanto amor y solicitud, a que se debía igual correspondencia en todo lo que prudentemente fuera posible. Por esto hizo especial oración al Señor, representándole su cuidadoso afecto y deseos del acierto, y el que san José había menester en la ocasión que esperaba, pidiendo para todo la asistencia y dirección divina. Y con esta suspensión ejercító Su Alteza grandes y heroicos actos de fe, esperanza, caridad, prudencia, humildad, paciencia y fortaleza, dando plenitud de santidad a todo lo que se ofrecía; porque en cada cosa obraba lo más perfecto.

206. Esta jornada fue la primera peregrinación que hizo el Verbo humanado en el mundo, cuatro días después de haber entrado en él; que no pudo sufrir mayor dilación ni tardanza su ardentísimo amor en comenzar a encender el fuego que venía a derramar en él, dando principio a la justificación de los mortales en su divino precursor. Y esta presteza comunicó a su Madre santísima, para que con festinación se levantase y fuese a visitar a Isabel. Y la divinísima Señora sirvió en esta ocasión de carroza al verdadero Salomón, pero más rica, más adornada y ligera que la del primero, a que la comparó el mismo Salomón en sus Cantares; y así fue más gloriosa esta jornada y con mayor júbilo y magnificencia del Unigénito del Padre, porque caminaba con descanso en el tálamo virginal de su Madre y gozando de sus delicias amorosas, con que le adoraba, le bendecía, le miraba, le hablaba, le oía y respondía, y sola ella, que entonces era el archivo real de este tesoro y la secretaria de tan magnífico sacramento, le veneraba y agradecía por sí y por todo el linaje humano, mucho más que los hombres y los ángeles juntos.

207. En el discurso del camino, que les duró cuatro días, ejercitaron los pregrinos María santísima y José, no sólo las virtudes que miran a Dios como objeto y otras interiores, pero muchos actos de caridad con los prójimos; porque no podía estar ociosa en presencia de los necesitados de socorro. No hallaban en todas las posadas igual acogida, porque algunos como rústicos los despedían dejados en su natural inadvertencia, otros los admitían con amor movidos de la divina gracia. Pero a ninguno negaba la Madre de la misericordia la que podía ejercitar con él, y para esto iba cuidadosa si decentemente podía visitar o topar pobres, enfermos y afligidos, y a todos los socorría y consolaba, o sanaba de sus dolencias. No me detengo en referir todos los casos que en esto sucedieron. Sólo digo la buena dicha de una pobre doncella enferma que topó nuestra gran Reina en un lugar por donde pasaba el día primero del viaje. Viola Su Majestad y movióla a ternura y compasión la enfermedad, que era gravísima; y usando de la potestad de Señora de las criaturas, mandó a la fiebre que dejase a aquella mujer y a los humores que se compusiesen y ordenasen, reducidos a su natural estado y temperamento. Y con este mandato y la dulcísima presencia de María purísima, quedó al punto la enferma libre y sana de su dolencia en el cuerpo y mejorada en el espíritu; y después fue creciendo hasta llegar a ser perfecta y santa, porque le quedó estampada en el pecho la memoria y las especies imaginarias de la autora de su bien, y en el corazón le quedó un íntimo amor, aunque no vio más a la divina Señora, ni se divulgó el milagro.

208. Prosiguiendo sus jornadas llegaron María santísima y José su esposo el cuarto día a la ciudad de Judá, que era donde vivían Isabel y Zacarías. Y éste era el nombre propio y particular de aquel lugar, donde a la sazón vivían los padres de san Juan, y así lo especificó el evangelista san Lucas llamándola Judá; aunque los expositores del Evangelio comúnmente han creído que este nombre no era propio de la ciudad donde vivían Isabel y Zacarías, sino común de aquella provincia que se llama Judá o Judea, como también por esto se llamaban montañas de Judea aquellos montes que de la parte austral de Jerusalén corren hacia el mediodía. Pero lo que a mí se me ha manifestado es que la ciudad se llamaba Judá y que el evangelista la nombró por su propio nombre, aunque los doctores y expositores han entendido por el nombre de Judá la provincia a donde pertenecía. Y la razón de esto ha resultado de que aquella ciudad que se llamaba Judá se arruinó por años después de la muerte de Cristo Señor nuestro, y como los expositores no alanzaron la memoria de tal ciudad, entendieron que san Lucas por nombre Judá había dicho la provincia y no el lugar, y de aquí ha resultado la variedad de opiniones sobre cuál era la ciudad donde sucedió la visitación de María santísima a santa Isabel.

209. Y porque la obediencia me ha ordenado que declare más exactamente este punto por la novedad que puede causar y habiendo hecho lo que sobre esto se me ha mandado, digo que la casa de Zacarías e Isabel, donde sucedió la visitación, fue en el mismo puesto donde ahora son venerados estos misterios divinos por los fieles y peregrinos que acuden o viven en los Santos Lugares de Palestina. Y aunque la ciudad de Judá, donde estaba la casa de Zacarías, fue derruida, no permitió el Señor que se olvidase y borrase la memoria de tan venerables lugares donde tantos misterios se habían obrado, quedando consagrados con las plantas de María santísima, de Cristo Señor nuestro y del Bautista y sus santos padres. Y así tuvieron luz divina los antiguos fieles que edificaron aquellas iglesias y repararon los Lugares Santos para conocer con ella y con alguna tradición la verdad de todo y renovar la memoria de tan admirables sacramentos, y que gozásemos del beneficio de venerarlos y adorarlos los fieles que ahora vivimos, protestando y confesando la fe católica en los lugares sagrados de nuestra redención.

210. Para mayor noticia de esto se advierta que el demonio, después que en la muerte de Cristo Señor nuestro conoció que era Dios y Redentor de los hombres, pretendió con increíble furor borrar la memoria, como dice Jeremías0, de la tierra de los vivientes, y lo mismo de su Madre santísima. Y así, procuró una vez que se ocultase y soterrase la santísima cruz, otra que fuese cautiva en Persia, y con este intento procuró que fuesen arruinados y extinguidos muchos de los Lugares Santos. De aquí resultó que los ángeles santos trasladasen tantas veces la venerable y santa casa de Loreto; porque el mismo dragón que perseguía a esta divina Señora, tenía ya reducidos los ánimos de los moradores de la tierra para que extinguiesen y arruinasen aquel sagrado oratorio que había sido la oficina donde se obró el altísimo misterio de la encarnación. Y por esta misma astucia del enemigo se arruinó la antigua ciudad de Judá, ya por negligencia de los moradores que se fueron acabando, ya por desgracias e infortunos sucesos; aunque no dio lugar el Señor para que pereciese y se arruinase del todo la casa de Zacarías, por los sacramentos que allí se habían celebrado.

211. Distaba esta ciudad, como he dicho, veintisiete leguas de Nazaret, y de Jerusalén dos leguas poco más o menos, hacia la parte donde tiene su principio el torrente Sorec en las montañas de Judea. Y después del nacimiento de san Juan y despedidos María santísima y José para volverse a Nazaret, tuvo santa Isabel una revelación divina que amenazaba de próximo una gran ruina y calamidad para los niños de Belén y su comarca. Y aunque esta revelación fue con esta generalidad, sin más claridad ni especificación, movió a la madre de san Juan para que con Zacarías su marido se retirase a Hebrón, que estaba ocho leguas poco más o menos de Jerusalén, y así lo hicieron; porque eran ricos y nobles, y no sólo en Judá y en Hebrón pero en otros lugares tenían casas y hacienda. Y cuando María santísima y José, huyendo de Herodes, se fueron peregrinando a Egipto algunos meses después de la natividad del Verbo y más de la del Bautista, entonces santa Isabel y Zacarías estaban en Hebrón; y Zacarías murió cuatro meses después que nació Cristo Señor nuestro, que serían diez después del nacimiento de su hijo san Juan. Esto me parece suficiente ahora para declarar esta duda, y que la casa de la visitación ni fue en Jerusalén, ni en Belén, ni en Hebrón, sino en la ciudad que se llamaba Judá. Y así lo he entendido con la luz del Señor que los demás misterios de esta divina Historia, y después de nuevo me lo declaró el santo ángel en virtud de la nueva obediencia que tuve para preguntárselo otra vez.

212. A esta ciudad de Judá y casa de Zacarías llegaron María santísima y José. Y para prevenirla se adelantó algunos pasos el santo esposo, y llamando saludó a los moradores, diciendo: El Señor sea con vosotros, y llene vuestras almas de su divina gracia.–Estaba ya prevenida santa Isabel, porque el mismo Señor la había revelado que María de Nazaret su deuda partía a visitarla; aunque sólo había conocido por esta visión cómo la divina Señora era muy agradable en los ojos del Altísimo, pero el misterio de ser Madre de Dios no se le había revelado hasta que las dos se saludaron a solas. Pero salió luego Isabel con algunos de su familia a recibir a María santísima, la cual previno en la salutación, como más humilde y menor en años, a su prima, y la dijo: El Señor sea con vos, prima y carísima mía.–El mismo Señor, respondió Isabel, os premie el haber venido a darme este consuelo.–Con esta salutación subieron a la casa de Zacarías, y retirándose las dos primas a solas, sucedió lo que diré en el capítulo siguiente.

Doctrina que me dio nuestra Reina y Señora.

213. Hija mía, cuando la criatura hace digno aprecio de las buenas obras y de la obediencia del Señor que se las manda para gloria suya, de aquí le nace gran facilidad en obrarlas, grande y suavísima dulzura en emprenderlas y una presteza diligente en continuarlas y proseguirlas; y estos efectos dan testimonio de la verdad y utilidad que hay en ellas. Mas no puede el alma sentir este efecto y experiencia, si no está muy rendida al Señor, mirando y levantando los ojos a su divino beneplácito para oírlo con alegría y ejecutarlo con presteza, olvidándose de su propia inclinación y comodidad, como el siervo fiel, que sólo quiere hacer la voluntad de su señor y no la suya. Este es el modo de obedecer fructuoso que deben todas las criaturas a Dios, y mucho más las religiosas que así lo prometieron. Y para que tú, carísima, le consigas perfectamente, advierte con qué aprecio habla David en muchas partes de los preceptos del Señor, de sus palabras y de su justificación y efectos que causaron en el profeta, y ahora en las almas; pues confiesa que a los niños hacen sabios, que alegran el corazón humano, que iluminan los ojos de las almas, que para sus pies eran, luz clarísima, que son más dulces que la miel y más deseables y estimables que el oro y que las piedras más preciosas. Esta prontitud y rendimiento a la divina voluntad y su ley hizo a David conforme al corazón de Dios, porque tales quiere Su Majestad a sus siervos y amigos.

214. Atiende, pues, hija mía, con todo aprecio a las obras de virtud y perfección que conoces son del beneplácito de tu Señor, y ninguna desprecies, ni resistas, ni la dejes de emprender por más violencia que sientas en tu inclinación y flaqueza. Fía del Señor y aplícate a la ejecución, que luego vencerá su poder todas las dificultades, y luego conocerás con feliz experiencia cuán ligera es la carga y suave el yugo del Señor9 y que no fue engaño el decirlo Su Majestad, como lo quieren suponer los tibios y negligentes, que con su torpeza y desconfianza tácitamente redarguyen esta verdad. Quiero también que para imitarme en esta perfección adviertas el beneficio que me hizo la dignación divina, dándome una piedad y afecto suavísimo con las criaturas, como hechuras y participantes de la bondad y ser divino. Con este afecto deseaba consolar, aliviar y animar a todas las almas, y con una natural compasión les procuraba todo bien espiritual y corporal, y a ninguno por grande pecador que fuese le deseaba mal ninguno, antes a éstos me inclinaba con grande fuerza de mi compasivo corazón para solicitarles su salud eterna. Y de aquí me resultó el cuidado de la pena que mi esposo José había de recibir con mi preñado, porque a él le debía más que a todos. Esta suave compasión teníala también muy particular con los afligidos y enfermos, y a todos procuraba granjearles algún alivio. Y en esta condición quiero de ti que usando de ella prudentemente me imites como lo conoces.
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MensajePublicado: Mar Nov 11, 2008 8:19 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 17

La salutación que hizo la Reina del cielo a santa Isabel y la santificación de Juan.

215. Cumplido el sexto mes del preñado de santa Isabel, estaba en la caverna de su vientre el Precursor futuro de Cristo nuestro bien, cuando llegó la madre santísima María a la casa de Zacarías, La condición del cuerpo del niño Juan era en el orden natural muy perfecta, y más que otras, por el milagro que intervino en su concepción de madre estéril y porque se ordenaba para depositar en él la santidad mayor entre los nacidos, que Dios le tenía prevenida. Pero entonces su alma estaba poseída de las tinieblas del pecado que había contraído en Adán, como los demás hijos de este primero y común padre del linaje humano. Y como por ley común y general no pueden los mortales recibir la luz de la gracia antes de salir a esta luz material del sol, por esto, después del primer pecado que se contrae con la naturaleza, viene a servir el vientre materno como de cárcel o calabozo de todos los que fuimos reos en nuestro padre y cabeza Adán. A su gran profeta y precursor determinó Cristo Señor nuestro adelantar en este gran beneficio, anticipándole la luz de la gracia y justificación a los seis meses que santa Isabel le había concebido, para que su santidad fuese privilegiada como lo había de ser el oficio de precursor y bautista.

216. Después de la primera salutación que hizo María santísima a su prima santa Isabel, se retiraron las dos a solas, como dije en el fin del capítulo pasado. Y luego la Madre de la gracia saludó de nuevo a su deuda, y la dijo: Dios te salve, prima y carísima mía, y su divina luz te comunique gracia y vida.–Con esta voz de María santísima quedó santa Isabel llena del Espíritu Santo y tan iluminado su interior, que en un instante conoció altísimos misterios y sacramentos. Estos efectos y los que sintió al mismo tiempo el niño Juan en el vientre de su madre resultaron de la presencia del Verbo humanado en el tálamo de María, donde sirviéndose de su voz como de instrumento comenzó a usar de la potestad que le dio el Padre eterno para salvar y justificar las almas como su Reparador. Y como la ejecutaba como hombre, estando en el mismo vientre virginal aquel cuerpecito de ocho días concebido –¡cosa maravillosa!– se puso en forma y postura humilde de orar y pedir al Padre, y oró y pidió la justificación de su Precursor futuro y la alcanzó de la santísima Trinidad.

217. Fue san Juan en el vientre materno el tercero por quien en particular hizo oración nuestro Redentor, estando también en el de María santísima; porque ella fue la primera por quien dio gracias y pidió y oró al Padre, y por esposo suyo entró san José en el segundo lugar en las peticiones que hizo el Verbo humanado, como dijimos en el capítulo 12; y el tercero entró el precursor Juan entre las peticiones particulares por personas determinadas y nombradas por el mismo Señor; tanta fue la felicidad y privilegios de san Juan. Presentó Cristo Señor nuestro al eterno Padre los méritos y pasión y muerte que venía a padecer por los hombres, y en virtud de esto pidió la santificación de aquella alma, y nombró y señaló al niño que había de nacer santo para precursor suyo y que diese testimonio de su venida al mundo y preparase los corazones de su pueblo, para que le conociesen y recibiesen, y que para tan alto ministerio se le concediesen a aquella persona elegida todas las gracias, dones y favores convenientes y proporcionados; y todo lo concedió el Padre, como lo pidió su Unigénito humanado.

218. Esto precedió a la salutación y voz de María santísima. Y al pronunciar la divina Señora las palabras referidas, miró Dios al niño en el vientre de santa Isabel y le dio uso de razón perfectísimo, ilustrándole con especiales auxilios de la divina luz, para que se preparase, conociendo el bien que le hacían. Y con esta disposición fue santificado del pecado original y constituido hijo adoptivo del Señor y lleno del Espíritu Santo con abundantísima gracia y plenitud de dones y virtudes, y sus potencias quedaron santificadas con la gracia, sujetas y subordinadas a la razón; con que se cumplió lo que había dicho el ángel san Gabriel a Zacarías, que su hijo sería lleno del Espíritu Santo y desde el vientre de su madre. Al mismo tiempo el dichoso niño desde su lugar vio al Verbo encarnado, sirviéndole como de vidriera las paredes de la caverna uteral y de cristales purísimos el tálamo de las virgíneas entrañas de María santísima, y adoró puesto de rodillas a su Redentor y Criador. Y éste fue el movimiento y júbilo que su madre santa Isabel reconoció y sintió en su infante y en su vientre. Otros muchos actos hizo el niño Juan en este beneficio, ejercitando todas las virtudes de fe, esperanza, caridad, culto, agradecimiento, humildad, devoción y las demás que allí podría obrar. Y desde aquel instante comenzó a merecer y crecer en santidad, sin perderla jamás ni dejar de obrar con todo el vigor de la gracia.

219. Conoció santa Isabel al mismo tiempo el misterio de la encarnación, la santificación de su hijo propio y el fin y sacramentos de esta nueva maravilla; conoció también la pureza virginal y dignidad de María santísima. Y en aquella ocasión, estando la divina Reina toda absorta en la visión de estos misterios y de la divinidad que los obraba en su Hijo santísimo, quedó toda divinizada y llena de luz y claridad de los dotes que participaba; y santa Isabel la vio con esta majestad, y como por viril purísimo vio al Verbo humanado en el tálamo virginal, como en una litera de encendido y animado cristal. De todos estos admirables efectos fue instrumento eficaz la voz de María santísima, tan fuerte y poderosa como dulce en los oídos del Altísimo; y toda esta virtud era como participada de la que tuvo aquella poderosa palabra: Fiat mihi secundum verbum tuum, con que trajo al eterno Verbo del pecho del Padre a su mente y a su vientre

220. Admirada santa Isabel con lo que sentía y conocía en tan divinos sacramentos, fue toda conmovida con espiritual júbilo del Espíritu Santo y, mirando a la Reina del mundo y a lo que en ella veía, con alta voz prorrumpió en aquellas palabras que refiere san Lucas: Bendita eres tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre; ¿y de dónde a mí esto que venga la Madre de mi Señor adonde yo estoy? Pues luego que llegó a mis oídos la voz de tu salutación, se exultó y alegró el infante en mi vientre. Bienaventurada eres tú que creíste, porque en ti se cumplirán perfectamente todas las cosas que el Señor te dijo. En estas palabras proféticas recopiló santa Isabel grandes excelencias de María santísima, conociendo con la divina luz lo que había hecho el poder divino en ella y lo que de presente hacía y después en lo futuro había de suceder. Y todo lo conoció y entendió ef niño Juan en su vientre, que percibía las palabras de su madre, y ella era ilustrada por la ocasión de su santificación; y engrandeció ella a María santísima por entrambos como al instrumento de su felicidad a quien él no podía por su boca bendecir ni alabar desde el vientre.

221. A las palabras de santa Isabel, con que engrandeció a nuestra gran Reina, respondió la Maestra de la sabiduría y humildad, remitiéndolas todas a su Autor mismo y con dulcísima y suavísima voz entonó el cántico de la Magnificat que refiere san Lucas, y dijo:Magnifica mi alma al Señor, y mi espíritu se alegró en Dios que es mi salud; porque atendió a la humildad de su sierva, y por eso todas las generaciones me dirán bienaventurada. Porque el Poderoso hizo conmigo grandes cosas, y su santo nombre. Y su misericordia se extenderá de generación en generaciones para los que le temen. En su brazo manifestó su potencia; destruyó a los soberbios con el espíritu de su corazón. Derribó a los poderosos de su silla y levantó a los humildes. A los que tenían hambre llenó de bienes, y dejó vacíos a los que estaban ricos. Recibió a su siervo Israel, y se acordó de su misericordia, como lo dijo a nuestros padres Abrahán y su generación por todos los siglos.

222. Como santa Isabel fue la primera que oyó este dulce cántico de la boca de María santísima, así también fue la primera que le entendió y con su infusa inteligencia le comentó. Entendió en él grandes misterios de los que encerró su autora en tan pocas razones. Magnificó el espíritu de María santísima al Señor por la excelencia de su ser infinito; refirió y dio a él toda la gloria y alabanza, como a principio y fin de todas sus obras, conociendo y confesando que sólo en Dios se debe gloriar y alegrar toda criatura, pues él solo es todo su bien y su salud. Confesó asimismo la equidad y magnificencia del Altísimo en atender a los humildes y poner en ellos su divino amor y espíritu con abundancia, y cuán digna cosa es que los mortales vean, conozcan y ponderen que por esta humildad alcanzó ella que todas las naciones la llamasen bienaventurada; y con ella merecerán también esta misma dicha todos los humildes, cada uno en su grado. Manifestó también en sola una palabra todas las misericordias, beneficios y favores que hizo con ella el Todopoderoso y su santo y admirable nombre llamándolas grandes cosas, porque ninguna fue pequeña en capacidad y disposición tan inmensa como la de esta gran Reina y Señora.

223. Y como las misericordias del Altísimo redundaron de la plenitud de María santísima para todo el linaje humano y ella fue la puerta del cielo por donde todas salieron y salen y por donde todos hemos de entrar a la participación de la divinidad, por esto confesó que la misericordia del Señor con ella se extendería por todas las generaciones para comunicarse a los que le temen. Y así como las misericordias infinitas levantan a los humildes y buscan a los que temen, también el poderoso brazo de su justicia disipa y destruye a los soberbios con la mente de su corazón y los derriba de su silla para colocar en ella a los pobres y humildes. Esta justicia del Señor se estrenó con admiración y gloria en la cabeza de los soberbios Lucifer y en sus secuaces, cuando los disipó y derribó el brazo poderoso del Altísimo –porque ellos mismos se precipitaron– de aquel lugar y asiento levantado de la naturaleza y de la gracia, que tenían en la primera voluntad de la mente divina y de su amor, con que quiere que sean todos salvos; y su precipitación fue su desvanecimiento con que intentaron subir adonde ni podían ni debían, y con esta arrogancia toparon contra los justos e investigables juicios del Señor, que disiparon y derribaron el soberbio ángel y todos los de su séquito, y en su lugar fueron colocados los humildes por medio de María santísima, madre y archivo de las antiguas misericordias.

224. Por esta misma razón dice y confiesa también esta divina Señora que enriqueció Dios a los pobres, llenándolos de la abundancia de sus tesoros de gracia y gloria, y a los ricos de propia estimación, presunción y arrogancia, y a los que llenan su corazón de los falsos bienes que tiene el mundo por riquezas y felicidad, a éstos los despidió y despide el Altísimo de sí mismo, vacíos de la verdad, que no puede caber en corazones tan ocupados y llenos de mentira y falacia. Recibió a su siervo y a su niño Israel, acordándose de su misericordia, para enseñarle dónde está la prudencia, dónde está la verdad, dónde está el entendimiento, dónde la vida larga y su alimento, dónde está la lumbre de los ojos y la paz. A éste enseñó el camino de la prudencia y las ocultas sendas de la sabiduría y disciplina, que se escondió de los príncipes de las gentes y no la conocieron los poderosos que predominan sobre las bestias de la tierra y se entretienen y juegan con las aves del cielo y amontonan los tesoros de plata y oro; ni la alcanzaron los hijos de Agar y los habitadores de Teman, que son los sabios y prudentes soberbios de este mundo. Pero entrégasele el Altísimo a los que son hijos de luz y de Abrahán por la fe, por la esperanza y obediencia, porque así se io prometió a él y a su posteridad y generación espiritual, por el bendito y dichoso fruto del vientre virginal de la santísima María.

225. Entendió santa Isabel estos escondidos misterios, oyendo a la Reina de las criaturas; y no sólo eso, que yo puedo manifestar, entendió la dichosa matrona, pero muchos y mayores sacramentos que no alcanza mi entendimiento; ni tampoco me quiero alargar en todo lo que se me ha declarado, porque me dilataría demasiado en este discurso. Pero en las dulces pláticas y conferencias divinas que tuvieron estas dos señoras y mujeres santas y prudentes, María purísima y su prima Isabel, me acordaron los dos serafines que vio Isaías sobre el trono del Altísimo, alternando aquel cántico divino y siempre nuevo: Santo, Santo, Santo, etc., cubriendo con dos alas su cabeza, con dos los pies y volando con otras dos. Claro está que el encendido amor de estas divinas Señoras excedía a todos los serafines, y sola María santísima amaba más que todos ellos. En este divino incendio se abrasaban, extendiendo las alas de los pechos para manifestárselos una a otra y para volar a la más levantada inteligencia de los misterios del Altísimo. Con otras dos alas de rara sabiduría cubrían su cabeza, porque entrambas propusieron y concertaron el secreto del sacramento del Rey y guardarle para sí solas toda la vida, y porque también cautivaron y sujetaron su discurso, creyendo con rendimiento, sin altivez ni curiosidad. Cubrieron asimismo los pies del Señor y suyos con alas de serafines, estando humilladas y aniquiladas en su baja estimación a la vista de tanta Majestad. Y si María santísima encerraba en su virginal vientre al mismo Dios de la majestad, con razón y toda verdad diremos que cubría el trono donde el Señor tenía su asiento.

226. Cuando fue hora que saliesen las dos Señoras de su retiro, santa Isabel ofreció a la Reina del cielo su persona por esclava y a toda su familia y casa para su servicio, y que para su quietud y recogimiento admitiese un aposento de que ella misma usaba para la oración, por más retirado y acomodado para esta ocupación. La divina Princesa con rendido agradecimiento admitió el aposento y le señaló para su recogimiento y para dormir; y nadie entró en él fuera de las dos primas. Y en lo demás se ofreció a servir y asistir a santa Isabel como sierva, pues para esto dijo había venido a visitarla y consolarla. ¡Oh qué amistad tan dulce, tan verdadera e inseparable, unida con el mayor vínculo del amor divino! Admirable veo al Señor en manifestar este gran sacramento de su encarnación a tres mujeres primero que a otro ninguno del linaje humano; porque la primera fue santa Ana, como queda dicho en su lugar 6, la segunda fue su Hija y Madre del Verbo, María santísima, la tercera fue santa Isabel y su Hijo con ella, pero en el vientre de su madre, que no se reputa por otra persona a que fue manifesto; que lo estulto de Dios es más sabio que los hombres, como dijo san Pablo.

227. Salieron María santísima e Isabel de su retiro entrada ya la noche, habiendo estado grande rato en él, y la Reina vio a Zacaraís que estaba con su mudez y le pidió su bendición como a sacerdote del Señor, y el santo se la dio. Pero aunque le vio con piedad y ternura de que estaba mudo, como sabía el sacramento que había encerrado en aquel trabajo, no se movió a remediarle por entonces, pero hizo oración por él. Santa Isabel, que ya conocía la buena dicha del castísimo esposo José, aunque entonces la ignoraba él, le acarició y regaló con grande reverencia y estimación. Y después de tres días que había estado en casa de Zacarías, pidió licencia a su divina esposa María para volverse a Nazaret, dejándola en compañía de santa Isabel para que la asistiese en su preñado. Despidióse el santo esposo con acuerdo que volvería por la Reina cuándo le diese aviso; y santa Isabel le ofreció algunos dones que llevase a su casa, pero de todo recibió muy poco, y esto por la instancia que le hizo, porque era el varón de Dios no sólo amador de la pobreza, pero de corazón magnánimo y generoso. Con esto caminó la vuelta de Nazaret con la bestezuela que había traído. Y en su casa le sirvió en ausencia de su esposa una mujer vecina y deuda, que solía acudir a las cosas que se le ofrecían traer de fuera cuando estaba en su casa María santísima Señora nuestra.

Doctrina que me dio la misma Reina y Señora nuestra.

228. Hija mía, para que en tu corazón más se encienda la llama del deseo con que te veo siempre de conseguir la gracia y amistad de Dios, deseo yo mucho que conozcas la dignidad y excelencia y felicidad grande de un alma, cuando llega a recibir esta hermosura; pero es tan admirable y de tanto valor, que no la podrás comprender aunque yo te la manifieste, y mucho menos es posible que lo expliques con tus palabras. Atiende al Señor y mírale con su divina luz que recibes, y en ella conocerás cómo es más gloriosa obra para el Señor justificar sola un alma, que haber criado todos los orbes del cielo y de la tierra con el complemento y perfección natural que tienen. Y si por estas maravillas que perciben las criaturas en mucha parte por los sentidos corporales conocen a Dios por grande y poderoso, ¿qué dirían y qué juzgarían, si viesen con los ojos del alma lo que vale y monta la hermosura de la gracia en tantas criaturas capaces de recibirla?

229. No hay términos ni palabras con que adecuar lo que en sí es aquella participación del Señor y perfecciones de Dios que contiene la gracia santificante: poco es llamarla más pura y blanca que la nieve, más refulgente que el sol, más preciosa que el oro y que las piedras, más apacible, más amable y agradable que todos los deleitables regalos y caricias y más hermosa que todo cuanto puede imaginar el deseo de las criaturas. Atiende asimismo a la fealdad del pecado, para que por su contrario vengas en mayor conocimiento de la gracia, porque ni las tinieblas, ni la corrupción, ni lo más horrible, espantable y feo, llega a compararse con ella y con su mal olor. Mucho conocieron de esto los mártires y los santos que, por conseguir esta hermosura y no caer en aquella infeliz ruina, no temieron el fuego, ni las fieras, las navajas, tormentos, cárceles, ignominias, penas, dolores, ni la misma muerte, ni el prolongado y perpetuo padecer; que todo esto es menos, pesa menos y vale más poco y no se debe estimar por conseguir un solo grado de gracia; y éste y muchos puede tener un alma, aunque sea la más desechada del mundo. Y todo esto ignoran los hombres, que sólo estiman y codician la fugitiva y aparente hermosura de las criaturas, y lo que no la tiene es para ellos vil y contenible.

230. Por esto conocerás algo del beneficio que hizo el Verbo humanado a su precursor Juan en el vientre de su madre; y él lo conoció, y con este conocimiento saltó en él de alegría y júbilo. Conocerás asimismo cuánto debes tú hacer y padecer para conseguir esta felicidad y no perder ni manchar tan estimable hermosura con culpa alguna, por leve que sea, ni retardarla con ninguna imperfección. Y quiero que, a imitación de lo que yo hice con Isabel mi prima, no admitas ni introduzcas amistad con humana criatura y sólo trates con quien puedes y debes hablar de las obras del Altísimo y sus misterios y que te pueda enseñar el camino verdadero de su divino beneplácito. Y aunque tengas grandes ocupaciones y cuidados, no dejes ni olvides los ejercicios espirituales y el orden de vida perfecta, porque éste no sólo se ha de conservar y guardar en la comodidad, pero también en la mayor contradicción, dificultad y ocupaciones, porque la naturaleza imperfecta con poca ocasión se relaja.
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MensajePublicado: Mar Nov 25, 2008 8:18 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 18

Ordena María santísima sus ejercicios en casa de Zacarías, y algunos sucesos con santa Isabel.

231. Santificado ya el precursor Juan y renovada su madre santa Isabel con mayores dones y beneficios, que fue todo el principal intento de la visitación de María santísima, determinó la gran Reina disponer las ocupaciones que había de tener en casa de Zacarías, porque no en todo podían ser uniformes a las que tenía en la suya. Para encaminar su deseo con la dirección del Espíritu divino se recogió y postró en presencia del Altísimo y le pidió, como solía, la gobernase y ordenase lo que debía hacer el tiempo que estuviese en casa de sus siervos Isabel y Zacarías, para que en todo fuese agradable y cumpliese enteramente el mayor beneplácito de su altísima Majestad. Oyó su petición el Señor y la respondió, diciéndola: Esposa y paloma mía, yo gobernaré todas tus acciones y encaminaré tus pasos a mi mayor servicio y agrado y te señalaré el día que quiero que vuelvas a tu casa; y mientras estuvieres en la de mi sierva Isabel, tratarás y conversarás con ella, y en lo demás continúa tus ejercicios y peticiones, en especial por la salud de los hombres y para que no use con ellos de mi justicia por las incesantes ofensas que contra mi bondad multiplican. Y en esta petición me ofrecerás por ellos el Cordero sin mancilla que tienes en tu vientre, que quita los pecados del mundo. Estas serán ahora tus ocupaciones.

232. Con este magisterio y nuevo mandato del Altísimo, ordenó la Princesa de los cielos todas las ocupaciones que había de tener en casa de su prima Isabel. Levantábase a media noche, continuando siempre este ejercicio, y en él vacaba a la incesante contemplación de los misterios divinos, dando a la vigilia y al sueño lo que perfectísimamente y con proporción correspondía al estado natural del cuerpo. En cada uno de estos tiempos y en todos recibía nuevos favores, ilustraciones, elevaciones y regalos del Altísimo. Tuvo en aquellos tres meses muchas visiones de la divinidad por el modo abstractivo, que era el más frecuente, y más lo era la visión de la humanidad santísima del Verbo con la unión hipostática, porque su virginal tálamo, donde le traía, era su perpetuo altar y oratorio. Mirábale con los aumentos que cada día iba recibiendo aquel sagrado cuerpo, y en esta vista, y los sacramentos que cada día se le manifestaban en el campo interminable de la divinidad y poder divino, crecía también el espíritu de esta gran Señora; y muchas veces con el incendio del amor y sus ardientes afectos llegara a desfallecer y morir, si no fuera confortada por la virtud del Señor. Acudía entre estos disimulados oficios a todos los que se ofrecían del servicio y consuelo de su prima santa Isabel, aunque sin darles un momento más de lo que la caridad pedía. Volvía luego a su retiro y soledad, donde con mayor libertad se derramaba el espíritu en la presencia del Señor.

233. Tampoco estaba ociosa por ocuparse en el interior, que al mismo tiempo trabajaba en algunas obras de manos muchos ratos. Y fue tan feliz en todo el precursor Juan, que esta gran Reina con las suyas le hizo y labró los fajos y mantillas en que se envolvió y crió, porque le solicitó esta buena dicha la devoción y atención de su madre santa Isabel, que con la humildad de sierva que la tenía se lo suplicó a la divina Señora, y ella con increíble amor y obediencia lo hizo por ejercitarse en esta virtud y obedecer a quien quería servir como la más inferior de sus criadas; que siempre en humildad y obediencia vencía María santísima a todos. Y aunque santa Isabel procuraba anticiparse en muchas cosas a servirla, pero ella con su rara prudencia y sabiduría incomparable se anticipaba y lo prevenía todo para ganar siempre el triunfo de la virtud.

234. Tenían sobre esto las dos primas grandes y dulces competencias de sumo agrado para el Altísimo y admiración de los ángeles; porque santa Isabel era muy solícita y cuidadosa en servir a nuestra Señora y gran Reina y en que lo hiciesen todos los de su familia; pero la que era maestra de las virtudes, María santísima, más atenta y oficiosa prevenía y divertía los cuidados de su prima, y la decía: Amiga y prima mía, yo tengo mi consuelo en ser mandada y obedecer toda mi vida; no es bien que vuestro amor me prive del que yo recibo en esto, siendo la menor; la misma razón pide que sirva no sólo a vos como a mi madre, pero a todos los de vuestra casa; tratadme como a vuestra sierva mientras estuviere en vuestra compañía.–Respondió santa Isabel: Señora y amada mía, antes me toca a mí obedeceros y a vos mandarme y gobernarme en todas las cosas; y esto os pido yo con más justicia, porque si vos, Señora, queréis ejercitar la humildad, yo debo el culto y reverencia a mi Dios y Señor que tenéis en vuestro virginal vientre, y conozco vuestra dignidad digna de toda honra y reverencia.–Replicaba la prudentísima Virgen: Mi Hijo y mi Señor no me eligió por Madre para que en esta vida me diesen tal veneración como a Señora, porque su reino no es de este mundo, ni viene a él a ser servido, más a servir y padecer y enseñar a obedecer y humillarse los mortales, condenando su soberbia y fausto. Pues si esto me enseña Su Majestad altísima, y se llama oprobio de los hombres, ¿cómo yo, que soy su esclava, y no merezco la compañía de las criaturas, consentiré que me sirvan las que son formadas a su imagen y semejanza?

235. Instaba siempre santa Isabel, y decía: Señora y amparo mío, eso será para quien ignora el sacramento que en vos se encierra, pero yo, que sin merecerlo recibí del Señor esta noticia, seré muy reprensible en su presencia, si no le doy en vos la veneración que debo como a Dios y a vos como a su Madre; que a entrambos es justo sirva como esclava a sus señores.–Respondió a esto María santísima: Amiga y hermana mía, esa reverencia que debéis y deseáis dar, débese al Señor que tengo en mis entrañas, que es verdadero y sumo bien y nuestro Salvador, pero a mí que soy pura criatura y entre ellas un pobre gusanillo, miradme como lo que soy por mí, aunque adoréis al Criador que me eligió por pobre para su morada, y con la misma luz de la verdad daréis a Dios lo que se debe y a mí lo que me toca, que es servir y ser inferior a todos; y esto os pido yo por mi consuelo y por el mismo Señor que traigo en mis entrañas.

236. En estas felicísimas y dichosas emulaciones gastaban algunos ratos María santísima y su deuda santa Isabel. Pero la sabiduría divina de nuestra Reina la hacía tan estudiosa e ingeniosa en materias de humildad y obediencia, que siempre quedaba victoriosa, hallando medios y caminos con que obedecer y ser mandada; y así lo hizo con santa Isabel todo el tiempo que estuvieron juntas, pero de tal suerte que entrambas respectivamente trataban con magnificencia el sacramento del Señor que en su pecho estaba oculto y depositado en María santísima, como Madre y Señora de las virtudes y de la gracia, y su prima Isabel como matrona prudentísima y llena de la divina luz del Espíritu Santo. Y con ella dispuso cómo proceder con la Madre del mismo Dios, dándole gusto y obedeciéndola en lo que podía y juntamente reverenciando su dignidad, y en ella a su Criador. Propuso en su corazón que si alguna cosa ordenase a la Madre de Dios, sería por obedecerla y satisfacer a su voluntad; y cuando lo hacía pedía licencia y perdón al Señor, y junto con esto no la ordenaba cosa alguna con imperio sino rogándola; y sólo en lo que era para algún alivio de la Reina, como para que durmiese y comiese, la hacía mayor fuerza; y también la pidió hiciese alguna labor de manos para ella, y las hizo; pero nunca santa Isabel usó de ellas, porque las guardó con veneración.

237. Por estos modos conseguía María santísima la práctica de la doctrina que venía a enseñar el Verbo humanado, humillándose el que era forma del Padre eterno, figura de su sustancia y Dios verdadero de Dios verdadero, para tomar la forma y ministerio de siervo. Madre era esta Señora del mismo Dios, Reina de todo lo criado, superior en excelencia y dignidad a todas las criaturas y siempre fue sierva humilde de la menor de ellas y jamás admitió obsequio ni servicio suyo como porque se le debiese, ni jamás se engrió ni dejó de hacer humildísimo juicio. ¿Qué dirá aquí ahora nuestra execrable presunción y soberbia, pues muchos llenos de abominables culpas somos tan insensatos, que con aborrecible demencia juzgamos se nos debe el obsequio y veneración de todo el mundo? Y si nos le niegan, perdemos tan aprisa el poco seso que las pasiones nos han dejado. Toda esta divina Historia es una estampa de humildad y una sentencia contra nuestra soberbia. Y porque a mí no me toca de oficio enseñar ni corregir, pero ser enseñada y gobernada, ruego y pido a todos los fieles, hijos de la luz, que pongamos este ejemplar delante de los ojos, para humillarnos en su presencia.

238. No fuera dificultoso para el Señor retraer a su Madre santísima de tantos extremos de humildad y de muchas acciones con que la ejercitaba, y pudiera engrandecerla con las criaturas, ordenando que fuera aclamada, honrada y respetada de todas con las demostraciones que sabe hacerlo el mundo con aquellos que quiere honrar y celebrar, como lo hizo Asuero con Mardoqueo. Y por ventura, si esto lo hubiera de gobernar el juicio de los hombres, ordenara que una mujer más santa que todos los órdenes del cielo y que en su vientre tenía al Criador de los mismos ángeles y cielos estuviera siempre guardada, retirada y adorada de todos; y les pareciera cosa indigna que se ocupara en cosas humildes y serviles y que dejara de mandarlo todo y admitir toda reverencia y autoridad. Hasta aquí llega la humana sabiduría, si puede llamarse sabiduría la que tan poco alcanza. Pero no cabe este engaño en la ciencia verdadera de los santos, participada de la sabiduría infinita del Criador, que pone el nombre y precio justo a las honras y no trueca las suertes de las criaturas. Mucho le quitara y poco le diera el Altísimo a su querida Madre en esta vida, si la privara y retrajera de las obras de profundísima humildad y la levantara en el aplauso exterior de los hombres; y mucho le faltara al mundo, si no tuviera esta doctrina y escuela en que aprender y este ejemplo con que humillar y confundir su soberbia.

239. Fue santa Iasbel muy favorecida del Señor desde el día que le tuvo por huésped en su casa, en el vientre de su Madre Virgen. Y con las continuas pláticas y trato familiar de esta divina Reina, como sabía y conocía los misterios de la encarnación, fue creciendo la gran matrona en todo género de santidad, como quien la bebía en su fuente. Algunas veces merecía ver a María santísima en oración arrebatada y levantada del suelo y toda llena de divinos resplandores y hermosura, que no podía verle el rostro ni pudiera sufrir su presencia si no la confortara la virtud divina. En estas ocasiones y en otras, cuando a excusa de María santísima podía mirarla, se postraba y se ponía de rodillas delante y en presencia suya y adoraba al Verbo encarnado en el templo del virginal vientre de la beatísima Madre. Todos los misterios que conoció por la divina luz y por el trato de la gran Reina los guardó santa Isabel en su pecho, como depositaria fidelísima y secretaria muy prudente de lo que se le había fiado. Sólo con su hijo Juan y con Zacarías, en lo que vivió después del nacimiento del hijo, pudo santa Isabel conferir algo de los sacramentos que todos conocieron; pero en todo fue mujer fuerte, sabia y muy santa.

Doctrina que me dio la Reina santísima María.

240. Hija mía, los beneficios del Altísimo y la noticia de sus divinos misterios en las almas atentas engendran un linaje de inclinación y aprecio de la humildad que con fuerza eficaz y suave las lleva, como la ligereza al fuego y la gravedad a la piedra, a su lugar legítimo y natural. Esto hace la verdadera luz, que coloca y pone a la criatura en el conocimiento claro de sí misma y a las obras de la gracia las reduce a su origen, de donde viene todo perfecto don, y así constituye en su centro a cada uno. Y éste es el orden rectísimo de la buena razón, que turba y casi violenta la falsa presunción de los mortales; por esto la soberbia, y el corazón donde vive, no sabe apetecer el desprecio ni consentirle, ni sufre superior y aun de los iguales se ofende y todo lo violenta por ser solo y sobre todos. Pero el corazón humilde con los beneficios mayores se aniquila más y de ellos le nace una codicia y un afán ardiente en su quietud, para abatirse y buscar el último lugar, y se halla violentado cuando no le tiene inferior a todos y cuando le falta la humillación.

241. En mí conocerás, carísima, la práctica verdadera de esta doctrina; pues ninguno de los favores y beneficios que obró la divina diestra conmigo fue pequeño, pero nunca mi corazón se elevó ni anduvo sobre sí con presunción, ni supo codiciar más que el abatimiento y último lugar de todas las criaturas. Esta imitación quiero de ti con especial deseo y que tu solicitud sea ser menos entre todos y ser mandada, abatida y reputada por inútil; y en la presencia del Señor y de los hombres te has de juzgar por menos que el mismo polvo de la tierra. No puedes negar que ninguna generación ha sido más beneficiada que lo eres tú y ninguna lo ha merecido menos; pues ¿cómo recompensarás esta gran deuda si no te humillas a todos, y más que todos los hijos de Adán, y si no engendras conceptos altos y afectos amorosos de la humildad? Bueno es obedecer a tus prelados y maestros y así lo debes hacer siempre, pero yo quiero de ti que te adelantes más y obedezcas al más pequeño en todo lo que no fuere culpable, como obedecieras al mayor superior; y en esto es mi voluntad que seas muy estudiosa, como yo lo era.

242. Sólo con tus súbditas advertirás a dispensar este rendimiento con más cuidado, para que conociendo tu deseo de obedecer, no quieran que alguna vez lo hagas en lo que no conviene. Pero sin que pierdan ellas su rendimiento, puedes tú granjear mucho dándoles ejemplo con tenerle siempre en lo justo, sin derogar a la autoridad de prelada. Cualquier disgusto o injuria, si alguna se hiciere sola a ti, admítela con gran aprecio, sin mover tus labios para defenderte ni querellarte, y las que fueren contra Dios repréndelas, sin mezclar tu causa con la de Su Majestad, porque para defenderte jamás has de hallar causa y para la honra de Dios siempre; pero ni para la una ni para la otra no has de moverte con ira ni enojo desordenado. También quiero que tengas gran prudencia en disimular y ocultar los favores del Señor, porque el sacramento del Rey no se ha de manifestar livianamente, ni los hombres carnales son capaces ni dignos de los misterios del Espíritu Santo. En todo me imita y sigue, pues deseas ser mi hija carísima, que con obedecerme lo conseguirás y obligarás al Todopoderoso para que te fortalezca y enderece tus pasos a lo que quiere obrar en ti; no le resistas, sino dispón y prepara tu corazón suave y presto para obedecer a su luz y gracia; no esté en ti vacía, sino obra diligente y vayan llenas de perfección tus acciones.
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MensajePublicado: Jue Nov 27, 2008 9:52 pm    Asunto:
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CAPITULO 19

Algunas conferencias que tenía María santísima con sus santos ángeles en casa de santa Isabel y otras con ella misma.

243. La plenitud de la sabiduría y gracia de María santísima con su inmensa capacidad no podían dejar vacío ningún tiempo, ni lugar, ni ocasión a que no diese el lleno de la mayor perfección, obrando en todo tiempo y sazón lo que pedía y podía, sin faltar a lo más santo y excelente de la virtud. Y como en todas partes era peregrina en la tierra y moradora del cielo, y ella misma era el cielo intelectual y más glorioso, y el templo vivo de la habitación del mismo Dios, siempre traía consigo el oratorio y el sagrario, y no hacía diferencia en esto de su casa propia a la de Isabel su prima, ni otra ninguna no le impedía lugar ni tiempo ni ocupación. A todo era superior y sin embarazo vacaba incesantemente a la vista y fuerza del amor; y entre todo esto a tiempos oportunos confería con las criaturas y trataba con ellas lo que pedía la ocasión y lo que la prudentísima Señora podía y convenía dar a cada cosa. Y porque su conversación más continua en estos tres meses que estuvo en casa de Zacarías era con santa Isabel y con los santos ángeles de su guarda, diré en este capítulo algo de lo que confería con ellos y otras cosas que con la misma Santa le sucedieron.

244. En hallándose libre y sola nuestra divina Princesa, pasaba muchos ratos abstraída y elevada en las contemplaciones y visiones divinas que tenía, y unas veces en ellas y otras fuera de ellas solía conferir con sus santos ángeles los misterios y sacramentos de su amoroso pecho. Un día, luego que estuvo en casa de Zacarías, les habló y dijo: Espíritus celestiales, custodios y compañeros míos, embajadores del Altísimo y luceros de su divinidad, venid y alentad mi corazón preso y herido de su divino amor, que le aflige su misma limitación, porque no puede corresponder con obras a la debida deuda que reconoce y adonde se extienden sus deseos. Venid, príncipes soberanos, y alabad conmigo el admirable nombre del Señor y engrandezcámosle por sus santísimos pensamientos y obras. Ayudad a este pobre gusanillo para que bendiga a su Hacedor, que se dignó piadoso de mirar esta pequeñez. Hablemos de las maravillas de mi Esposo, tratemos de la hermosura de mi Señor, de mi Hijo amantísimo, desahóguese este corazón, hallando a quién manifestar sus íntimos suspiros con vosotros, amigos y compañeros míos, que conocéis mi secreto y mi tesoro que depositó el Altísimo en la estrecheza de este vaso frágil y limitado. Grandes son estos sacramentos divinos y admirables son estos misterios y, aunque con afectos dulces los contemplo, pero su grandeza soberana me aniquila, su profundidad me anega, la misma eficacia de mi amor me desfallece y me renueva. Nunca mi abrasado corazón se satisface, no alcanza entero reposo, porque mi deseo se adelanta a mis obras y mi obligación a mis deseos, y me querello de mí misma, porque no obro lo que deseo, ni deseo todo lo que debo, y siempre me hallo vencida y limitada en el retorno. Serafines soberanos, oíd mis ansias amorosas; enferma estoy de amor, abridme vuestros pechos, donde reverbera la hermosura de mi Dueño, para que los resplandores de su luz, las señas de su belleza entretengan la vida que desfallece por su amor.

245. Madre de nuestro Criador y Señora nuestra –respondieron los santos ángeles–, vos tenéis en posesión verdadera al todopoderoso y sumo bien, y pues le tenéis con tan estrecho lazo y sois su verdadera Esposa y Madre, gozadle y tenedle eternamente. Esposa y Madre sois del Dios de amor, y si en vos está la causa única y la fuente de la vida, nadie vivirá con ella como vos, Reina y Señora nuestra. Mas no queráis en vuestro amor tan encendido hallar descanso, pues la condición y estado de viadora no permite ahora que vuestros afectos lleguen a su término, ni se retarden en adquirir nuevos aumentos de mayores méritos y corona. A todas las naciones exceden sin comparación vuestras obligaciones, pero siempre han de crecer y ser mayores, y nunca vuestro amor tan encendido se adecuará con el objeto, porque es eterno y en perfecciones infinito y sin medida, y siempre de su grandeza quedaréis dichosamente vencida; pues nadie le puede comprender, sino él a sí mismo se comprende y se ama cuanto debe ser amado. Y siempre vos, Señora, hallaréis en él que desear más y más que amar, y esto pertenece a su grandeza y nuestra gloria.

246. Con estos coloquios y conferencias se encendía más el fuego del divino amor en el corazón de María santísima, porque en ella se cumplió legítimamente el mandato del Señor: que en su tabernáculo y altar ardiese continuamente el fuego del holocausto y que le fomentase el antiguo sacerdote para que fuese perpetuo. Esta verdad se ejecutó en María santísima, donde estaban juntos el tabernáculo, el altar y el sumo y nuevo sacerdote Cristo nuestro Señor, que conservaba este divino incendio y le acrecentaba cada día administrando nueva materia de favores, beneficios e influjos de su divinidad; y la muy excelsa Señora asimismo administraba sus continuas obras, sobre cuyo incomparable valor caían los nuevos dones del Señor, que acrecentaban su santidad y gracia. Y después que esta Señora entró en el mundo, se encendió el fuego de su amor divino, para no extinguirse en aquel altar por toda la eternidad del mismo Dios. Tan perpetuo fue y continuo, y será, el fuego de este vivo santuario.

247. Otras veces hablaba y conversaba con los santos ángeles, manifestándosele en forma humana, como en diversas partes he dicho; y la más repetida conversación era de los misterios del Verbo humanado, y en esto era tan profunda, hablando de las Escrituras y profetas, que causaba admiración a los mismos ángeles. En una ocasión confiriendo con ellos estos sacramentos venerables, les dijo: Señores míos y siervos del Altísimo y sus amigos, lastimado está mi corazón y penetrado con flechas dolorosas, considerando lo que de mi Hijo santísimo dicen las Escrituras santas, y lo que escribieron Isaías y Jeremías de los acerbísimos dolores y tormentos que le esperan, y Salmón dice que le condenarán a torpísimo género de muerte, y siempre hablan los profetas con grande ponderación y exageración de su pasión y muerte y todo ha de venir a ejecutarse en él. ¡Oh si fuera la voluntad de Su Alteza que yo viviera entonces para entregarme a la muerte por el autor de mi vida! Aflígese mi espíritu, confiriendo en mi pecho estas verdades infalibles, y que de mis entrañas ha de salir mi bien y mi Señor a padecer. ¡Oh quién le guardara y le defendiera de sus enemigos! Decidme, príncipes soberanos, ¿con qué obras o por qué medios obligaré al eterno Padre para que se convierta contra mí el rigor de su justicia y quede libre el inocente que no puede tener culpa? Bien conozco que para satisfacer a Dios infinito, ofendido de los hombres, se piden obras de Dios humanado; pero con la primera que hizo mi Hijo santísimo ha merecido más que pudo perder y ofender el linaje humano. Pues si esto es suficiente, decidme: ¿será posible que yo muera por excusar su muerte y sus tormentos? No se desgraciará por mis deseos humildes, no le disgustarán mis angustias. Pero ¿qué digo y a dónde me lleva la pena y el afecto? Pues en todo quiero que se cumpla la voluntad divina a que estoy rendida.

248. Estos y otros semejantes coloquios tenía María santísima con sus ángeles, especialmente en el tiempo de su preñado; y los divinos espíritus la respondían a todos sus cuidados con grande reverencia y la confortaban y consolaban renovándole la memoria de los mismos sacramentos que ella conocía y proponiéndole las razones y conveniencias de que muriese Cristo nuestro Señor para rescate del linaje humano, para vencer al demonio y privarle de su tiranía y para la gloria del eterno Padre y exaltación del santísimo y altísimo Señor, Hijo suyo. Fueron tantos y tan altos los misterios de esta gran Reina con sus ángeles, que ni lengua humana los puede referir, ni nuestra capacidad en esta vida puede percibir tantas cosas. En el Señor veremos las que ahora no alcanzamos cuando le gocemos. Y por lo poco que he dicho puede nuestra piedad venir a la consideración de otras cosas mayores.

249. Era también santa Isabel muy capaz e ilustrada en las divinas Escrituras, y lo fue mucho más desde la hora de la visitación, y así confería con ella nuestra Reina los misterios divinos que conocía y entendía la santa matrona, y fue más informada y enseñada por la doctrina de María santísima, por cuya intercesión recibió grandes beneficios y dones del cielo. Admirábase muchas veces de ver y oír la profunda sabiduría de la Madre de Dios y de nuevo la volvía a bendecir, y le decía: Bendita seáis, Señora mía y Madre de mi Señor, entre todas las mujeres, y todas las naciones engrandezcan vuestra dignidad y la conozcan. Dichosísima sois por el tesoro riquísimo que portáis en vuestro virginal vientre; yo os doy humildes y afectuosas enhorabuenas del gozo que tendréis en vuestro espíritu, cuando el sol de justicia esté en vuestros brazos y le alimentéis a vuestros virgíneos pechos. Acordaos entonces, Señora mía, de vuestra sierva y ofrecedme a vuestro Hijo santísimo y mi Dios verdadero en la carne humana, para que reciba mi corazón en sacrificio. ¡Oh quién mereciera serviros desde ahora y asistiros! Pero si desmerezco conseguir esta dicha, tenga yo la de que llevéis mi corazón en vuestro pecho, pues no sin causa temo se me ha de dividir cuando me aparte de vos.–Otros dulcísimos afectos de amor tiernísimo tenía santa Isabel en compañía y presencia de María santísima; y la prudentísima Señora la consolaba, renovaba y vivificaba con sus divinas y eficaces razones. Y entre estas acciones tan excelentes y soberanas interponía otras muchas de humildad y abatimiento, sirviendo no sólo a su prima santa Isabel, pero a las criadas de su casa. Y cuando alcanzaba ocasión barría la casa de su deuda, y siempre el oratorio donde estaba de ordinario, y con las criadas lavaba los platos, y otras cosas obraba de profunda humildad. Y no se extrañe que particularice estas acciones tan pequeñas, porque la grandeza de nuestra gran Reina las engrandece para nuestra enseñanza y que a su vista se desvanezca nuestra soberbia y se abata nuestra villantez. Cuando santa Isabel sabía los oficios humildes que ejercitaba la Madre de piedad, lo sentía y la impedía, y por esto la divina Señora se ocultaba cuanto le era posible de su prima.

250. ¡Oh Reina y Señora de los cielos y de la tierra, amparo y abogada nuestra!, aunque sois maestra de toda santidad y perfección, con admiración de vuestra humildad me atrevo, Madre mía, a preguntaros: ¿cómo sabiendo que en vuestro virginal vientre estaba el Unigénito del Padre humanado y que como Madre suya os queríadeis gobernar en todo, se humillaba vuestra grandeza a tan bajas acciones como barrer el suelo y las demás obras, pues, a nuestro entender, por la reverencia de vuestro Hijo santísimo las podíades excusar sin faltar a vuestro deseo? El mío, Señora, es entender cómo se gobernaba en esto Vuestra Majestad.

Respuesta y doctrina de la Reina del cielo.

251. Hija mía, para responder a tu duda, a más de lo que dejas escrito en el capítulo precedente, debes advertir que ninguna ocupación o acto exterior en materia de virtud, por más humilde que sea, puede impedir, si se ordena bien, para dar el culto, reverencia y alabanza al Criador de todas las cosas; porque estas virtudes no se excluyen unas a otras antes son todas compatibles en la criatura, y más en mi, que siempre tuve presente al sumo bien sin perderle de vista por un medio o por otro. Y así le adoraba y respetaba en todas las acciones, refiriéndolas siempre a su mayor gloria; y el mismo Señor, que hizo y ordenó todas las cosas, ninguna desprecia, ni tampoco le ofenden ni le tocan las cosas ínfimas. Y el alma que le ama de veras no extraña cosa alguna de estas humildes en su divina presencia, porque todas le buscan y le hallan como principio y fin de toda criatura. Y porque no puede vivir la que es terrena sin estas acciones humildes, y otras que son inseparables de la condición frágil y de la conservación de la naturaleza, es necesario entender bien esta doctrina para gobernarse en ellas; porque si acudiendo a estas acciones y pensiones no atendiese a su Criador, haría muchos y largos intervalos en las virtudes y méritos y en el uso de las interiores, y todo es mengua y defecto reprensible y poco advertido de las criaturas terrenas.

252. Por esta doctrina debes regular tus acciones terrenas, cualesquiera que sean, para que no pierdas el tiempo, que jamás se recompensa; y sea comiendo, trabajando, descansando, durmiendo y velando, en cualquiera tiempo, lugar y ocupación, en todas adora, reverencia y mira a tu Señor grande y poderoso, que todo lo llena y lo conserva. Y quiero que entiendas ahora, que a mí lo que más me movía y excitaba para hacer todos los actos de humildad, era la consideración de que mi Hijo santísimo venía humilde para enseñar con doctrina y con ejemplo esta virtud en el mundo y desterrar la vanidad y soberbia de los hombres y arrancar esta semilla que sembró Lucifer entre los mortales con el primer pecado. Y diome Su Majestad tan alto conocimiento de lo que se agrada de esta virtud, que por hacer sólo un acto de los que has referido, como barrer el suelo o besar los pies a un pobre, padeciera los mayores tormentos del mundo. Y no hallarás tú palabras con que ponderar este afecto que yo tuve, ni tampoco la excelencia y nobleza de la humildad. En el Señor lo conocerás y entenderás lo que no puedes manifestar con razones.

253. Pero escribe esta doctrina en tu corazón y guárdala por arancel de tu vida, y ejercitándote siempre en todo lo que desprecia la vanidad humana, despréciala tú a ella como execrable y odiosa en los ojos del Altísimo. Y con este proceder humilde sean siempre tus pensamientos nobilísimos y tu conversación en los cielos y con los espíritus angélicos; trata y conversa con ellos, que te darán nueva luz de la divinidad y misterios de Cristo mi Hijo santísimo. Con las criaturas sean tus conversaciones tales que de ellas quedes siempre más fervorosa, y tú a ellas las despiertes y muevas a la humildad y amor divino. Toma el último lugar en tu interior entre todas las criaturas, y cuando llegue la ocasión y tiempo de ejercitar los actos de humildad, te hallarás pronta para ellos; y serás señora de tus pasiones, si primero en tu concepto te has conocido por la menor y más débil e inútil de las criaturas.
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MensajePublicado: Lun Dic 08, 2008 4:13 pm    Asunto:
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CAPITULO 20

Algunos beneficios singulares que hizo María santísima en casa de Zacarías a particulares personas.

254. Conocida condición del amor es ser oficioso y activo como el fuego, si halla materia en que obrar; y esto más tiene este fuego espiritual, que si no la tiene la busca. Este Maestro ha enseñado tantas invenciones y artes de las virtudes a los amadores de Cristo, que no los deja estar ociosos. Y como no es ciego ni insano, conoce bien la condición de su nobilísimo objeto y sólo sabe tener celos de que no le amen todos, y así le procura comunicar sin emulación y envidia. Y si en el limitado amor que en comparación de María santísima todos tienen a Dios, aunque sean más fervorosos y santos, fue tan admirable y poderoso el celo de las almas, como sabemos de lo que por ellas hicieron, ¿qué sería lo que esta gran Reina obró en beneficio de los prójimos, pues ella era la Madre del amor divino y traía consigo al mismo fuego vivo y verdadero que se venía a encender en el mundo?. En toda esta divina Historia conocerán los mortales cuánto deben a esta Señora; y aunque sería imposible referir los casos particulares y beneficios que hizo a muchas almas, con todo eso, para que por algunos se conozcan otros, diré en este capítulo algo de lo que sucedió en esta materia, estando la Reina en casa de su prima santa Isabel.

255. Servía en aquella casa una criada de inclinaciones siniestras, inquieta, de condición iracunda y acostumbrada a jurar y maldecir. Con estos vicios y otros desórdenes que hacía, guardando el aire a sus dueños, estaba tan rendida al demonio, que fácilmente la movía este tirano a cualquiera miseria y desacierto, y por espacio de catorce años la asistían y acompañaban muchos demonios, sin dejarla un punto, para asegurar la presa de su alma; sólo cuando esta mujer estaba en presencia de la señora del cielo María santísima se retiraban los enemigos, porque –como otras veces he dicho– la virtud de nuestra Reina los atormentaba, y más en esta ocasión que tenía en su virginal relicario al Señor poderoso y Dios de las virtudes. Y como desviándose aquellos crueles exactores no sentía la criada los malos efectos de su compañía y, por otra parte, la dulce vista y trato de la Reina iba obrando en ella nuevos beneficios, comenzó la mujer a inclinarse y aficionarse mucho a su Reparadora y procuraba asistirla con mucho afecto y ofrecérsele a su servicio y granjear todo el tiempo que podía para ir a donde estaba Su Alteza, y la miraba con reverencia; porque entre sus torcidas inclinaciones tenía una buena, que era un linaje de natural piedad y compasión de los necesitados y humildes y se inclinaba a ellos y a hacerles bien.

256. La divina Princesa, que conocía y veía las inclinaciones todas de aquella mujer, el estado de su conciencia, el peligro de su alma y la malicia de los demonios contra ella, convirtió los ojos de su misericordia y miróla con piadoso afecto de madre. Y aunque aquella asistencia y dominio de los demonios conoció Su Majestad que era justa pena de los pecados de aquella mujer, con todo eso, hizo oración por ella y le alcanzó el perdón, el remedio y la salvación. Luego mandó a los demonios, con el poder que tenía, dejasen aquella criatura libre y no volviesen más a turbarla y molestarla. Y como no podían resistir al imperio de nuestra gran Reina, se rindieron y atemorizados huyeron ignorando la causa de aquel poder de María santísima; pero conferían entre sí mismos con indignada admiración y decían: ¿Quién es esta mujer que sobre nosotros tiene tan extraordinario imperio? ¿De dónde le viene tan exquisito poder, que obra todo lo que quiere? Concibieron por esto los enemigos nueva indignación y saña contra la que les quebrantaba la cabeza. Pero aquella feliz pecadora quedó libre de sus uñas, y María santísima la amonestó, corrigió y enseñó el camino de la salud y la trocó en otra mujer blanda de corazón y sin condición. Y en esta renovación perseveró toda la vida, reconociendo que todo le había venido por mano de nuestra Reina, aunque no supo ni penetró el misterio de su dignidad, pero fue humilde, agradecida y acabó su vida santamente.

257. No era de mejor condición que esta criada otra mujer vecina de casa de Zacarías, que por serlo solía entrar en ella y acudir a la conversación de los de la familia de santa Isabel. Vivía licenciosamente en la guarda de la honestidad, y como entendió la llegada de nuestra gran Reina a aquella ciudad, su compostura y recato, dijo con liviandad y curiosidad: ¿Quién es esta forastera que nos ha venido por huéspeda y vecina, tan a lo santo y retirado? Y con el deseo vano y curioso de inquirir novedades, que tales personas suelen tener, procuró ver a la divina Señora y reconocer el traje y la cara que tenía impertinente Y ocioso era este fin, mas no lo fue en el efecto; porque habiéndolo conseguido quedó esta mujer tan herida en el corazón, que con la presencia y vista de María santísima se trocó en otra y transformó en nuevo ser. Mudó sus inclinaciones, y sin conocer la virtud de aquel eficaz instrumento, la sintió, produciendo sus ojos arroyos de lágrimas copiosísimos con íntimo dolor de sus pecados. Y sólo con haber puesto la vista con atención curiosa en la Madre de la pureza virginal, sacó esta feliz mujer en recambio la virtud de la castidad, quedando libre de los hábitos e inclinaciones sensuales. Retiróse entonces con este dolor a llorar su mala vida, y después solicitó el ver y hablar a la Madre de la gracia, y Su Alteza se lo concedió para confirmarla en ella, como quien sabía y conocía el suceso y que tenía el origen de la gracia en su divino vientre, que hace santos y justifica; en cuya virtud obraba la Abogada de los pecadores. Admitió a ésta con maternal afecto de piedad, la amonestó y catequizó en la virtud, y con esto la dejó mejorada y esforzada para la perseverancia.

258. Por este modo hizo nuestra gran Señora muchas obras y conversiones admirables de gran número de almas, aunque siempre con silencio y raro secreto. Toda la familia de santa Isabel y Zacarías quedó santificada de su trato y conversación. A los que eran justos los mejoró y acrecentó en nuevos dones y favores, a los que no lo eran los justificó su intercesión e ilustró y a todos los rindió su reverencial amor con tanta fuerza, que cada uno a porfía la obedecía y reconocía por Madre, por amparo y consuelo en todas las necesidades. Y estos efectos obraba su vista y con pocas palabras, aunque nunca negaba las necesarias para tales obras. Como a todos penetraba el secreto del corazón y conocía el estado de la conciencia, aplicaba a cada uno su más oportuna medicina. Algunas veces, aunque no era esto siempre, le manifestaba el Señor si los que veía eran de los escogidos o réprobos, del número de los predestinados o prescitos. Pero uno y otro hacía en su corazón admirables efectos de virtud perfectísima; porque a los justos y predestinados que conocía les echaba muchas bendiciones –y esto mismo hace ahora desde el cielo– y el Señor le daba la enhorabuena, y ella pedía los conservase en su gracia y amistad; y por esto hacía incomparables diligencias y peticiones. Cuando veía alguno en pecado, clamaba con afecto íntimo por su justificación y de ordinario la conseguía; y si era réprobo lloraba con amargura y se humillaba en la presencia del Altísimo por la pérdida de aquella imagen y obra de la divinidad; y porque otras no se condenasen hacía profundas oraciones, ofrecimientos y humillaciones y toda era una llama del divino amor que jamás descansaba ni sosegaba en obrar cosas grandes.

Doctrina que me dio la divina Reina y Señora.

259. Hija mía carísima, en dos puntos como dos polos se ha de mover toda la armonía de tus potencias y cuidados; y éstos han de ser: estar tú en amistad y gracia del Altísimo y procurar la misma para otras almas. En esto se resuelva toda tu vida y ocupaciones. Y por conseguir tan altos fines, si necesario fuere, no quiero que perdones trabajo ni diligencia alguna, pidiéndolo al Señor y ofreciéndote a padecer hasta la muerte y padeciendo con ejecución todo lo que se ofreciere y tus fuerzas alcanzaren. Y aunque para solicitar el bien de las almas no has de hacer demostraciones extraordinarias con las criaturas, porque a tu sexo no son convenientes, pero has de buscar y aplicar prudentemente todos los medios ocultos y más eficaces que conocieres. Si eres hija mía y esposa de mi Hijo santísimo, considera que la hacienda de nuestra casa son las criaturas racionales, a quien como prendas ricas compró con el precio de su vida, de su muerte y de su misma sangre; porque se le perdieron por su inobediencia, habiéndolas él mismo criado y encaminado para sí mismo.

260. Pues cuando el Señor te enviare o encaminare alguna alma necesitada y te diere a conocer su estado, trabaja con fidelidad por su remedio, llora y clama con afecto íntimo y fervoroso por alcanzar de Dios el reparo de tanto daño y peligro y no regatees medio alguno divino y humano, en la forma que a ti te toca, para conseguir la salud y vida del alma que se te entregare. Y con la prudencia y medida que te tengo advertida, no te encojas en amonestar y rogar lo que entendieres le conviene, y con todo secreto trabaja por beneficiarla. Y asimismo quiero que, cuando fuere necesario, mandes a los demonios con todo imperio en nombre del omnipotente Dios y mío que se alejen y desvíen de las almas que conocieres oprimidas por ellos; y pasando esto en secreto, bien puedes desencogerte y dilatarte para ejecutarlo. Y considera que te ha puesto el Señor y te pondrá en ocasiones que puedas obrar esta doctrina. No la olvides ni malogres, que obligada te tiene Su Majestad, como a hija, para que cuides de la hacienda y casa de tu padre, y no debes sosegar mientras no lo haces con toda diligencia. No temas, que todo lo podrás en el que te conforta, y su poder divino corroborará tu brazo para grandes obras.
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CAPITULO 21

Pide santa Isabel a la Reina del cielo la asista a su parto y tiene luz del nacimiento de Juan.

261. Corrían ya más de dos meses después de la venida de la Princesa del cielo a casa de santa Isabel, y la discreta matrona prevenía ya su mismo dolor con la partida y ausencia de la gran Señora del mundo. Temía, con razón, perder la posesión de tanta dicha y conocía que no podía caer debajo de merecimientos humanos, y como humilde y santa ponderaba más en su corazón sus propias culpas, recelándose si por ellas se le ausentaría aquella hermosa luna con el sol de justicia que encerraba en su tálamo virginal. Lloraba algunas veces a solas con suspiros porque no hallaba medios para detener el sol, que tan claro día de gracia y luz le había causado. Suplicaba al Señor con muchas lágrimas pusiera en el corazón de su prima y señora María santísima no la dejase sola; a lo menos, que no la privase tan presto de su amable compañía. Servíala con gran veneración, asistencia y cuidado. Meditaba qué haría para obligarla; y no era maravilla que tan grande santa y tan advertida y prudente mujer solicitase lo que pudieran codiciar los mismos ángeles, pues a más de la luz divina que con grande plenitud había recibido del Espíritu Santo, para conocer la suprema santidad y dignidad de la Virgen Madre, ella por sí misma, con su dulcísima y divina conversación y con los efectos que santa Isabel sentía de su trato, la había robado el corazón; de suerte que sin especial favor no pudiera vivir, apartándose de ella, después que la conoció y trató.

262. Para consolarse en esta pena, determinó santa Isabel manifestársela a la divina Señora, que no estaba ignorante en ella, y con gran rendimiento y veneración la dijo: Prima y Señora mía, por el respeto y atención con que os debo servir, no me he atrevido hasta ahora a manifestaros mi deseo y una pena que tiene poseído mi corazón; dándome licencia para que yo busque el alivio con manifestaron mis cuidados, los referiré, pues sólo vivo con la esperanza de lo que deseo. El Señor por su divina dignación me hizo singular misericordia de traeros a donde yo tuviese la dicha, que no pude merecer, de trataros y conocer los misterios que en vos, Señora mía, tiene encerrados la divina providencia. Yo indigna, por este beneficio le alabo eternamente. Vos sois el templo vivo de la gloria del Altísimo, el arca del Testamento que guardáis el maná con que viven los mismos ángeles; vois sois las tablas de la ley verdadera, escrita con el mismo ser de Dios. Considero mi bajeza y cuán rica me hizo Su Majestad en un instante, hallándome, sin merecerlo, con el tesoro de los cielos en mi casa y con la que eligió por Madre suya entre las mujeres; temo ya con razón que desobligada vos y el fruto de vuestro vientre con mis pecados, desamparéis esta pobre esclava, dejándome desierta y sola de tan grande bien que ahora gozo. Posible es para el Señor, si fuese también voluntad vuestra, que yo alcanzase la felicidad de serviros y no apartarme de vos en lo que me resta de vida; y si el ir a vuestra casa tiene más dificultad, más fácil será quedaros en la mía y llamar a vuestro santo esposo José, para que los dos viváis en ella como dueños y señores, a quienes serviré como sierva y con el afecto que mueve mi deseo. Y aunque no merezco lo que pido, os suplico no despreciéis mi humilde petición, pues el Altísimo excedió con sus favores a mis merecimientos y deseos.

263. Oyó María santísima con dulcísimo agrado la proposición y súplica de su prima santa Isabel, y respondióla diciendo: Carísima amiga de mi alma, vuestros afectos santos y piadosos serán aceptos al Altísimo y vuestros deseos agradables a sus ojos. Yo los agradezco de corazón, pero en todos nuestros cuidados y propósitos es debido que acudamos a la voluntad divina y a ella subordinemos con todo rendimiento la nuestra. Y aunque ésta es obligación de todos los nacidos, bien sabéis, amiga mía, que yo le debo más que todos, pues con el poder de su brazo me levantó del polvo y con piedad inmensa miró a mi bajeza. Todas mis palabras y movimientos se han de gobernar por la voluntad de mi Señor e Hijo, no he de tener querer ni no querer, más de su divina disposición. Presentaremos a Su Majestad vuestros deseos, y aquello que ordenare de su mayor beneplácito eso ejecutaremos. A mi esposo José debo también obedecer, y sin su orden y disposición no puedo yo, carísima, elegir mis ocupaciones, ni lugar y casa para vivir, y es razón estemos a la obediencia de los que son nuestras cabezas y superiores.

264. A estas razones tan eficaces de la Princesa del cielo sujetó santa Isabel su dictamen y deseos, y con humilde rendimiento dijo: Señora mía, yo quiero obedecer a vuestra voluntad y reverencio vuestra doctrina. Sólo os represento de nuevo el amor íntimo de mi corazón rendido a vuestro servicio; y si lo que de mis deseos he propuesto no puedo conseguirlo, ni es conforme a la divina voluntad, a lo menos, si posible fuese, deseo, Reina mía, que no me desamparéis antes que salga a luz el hijo que tengo en mis entrañas, para que así como en ellas ha conocido y adorado a su Redentor en las vuestras, goce de su divina presencia y luz antes que de ninguna otra criatura, y reciba vuestra bendición, que dé principio a los pasos de su vida, a la vista del que se los ha de encaminar rectamente. Y vos, que sois la Madre de la gracia, le presentéis a su Criador y le alcancéis de su bondad inmensa la perseverancia de la que por medio de vuestra voz dulcísima recibió, cuando yo sin merecerlo la sentí en mis oídos. Permitidme, pues, amparo mío, que yo vea a mi hijo en vuestros brazos, donde se ha de reclinar el mismo Dios que crió y formó el cielo y tierra y por su mandato permanecen. No se estreche ni coarte por mis culpas la grandeza de vuestra maternal piedad, ni a mí me neguéis este consuelo y a mi hijo tan gran dicha, que como madre se la solicito y la deseo sin merecerla.

265. No quiso María santísima negar esta última petición a su santa prima y ofreció pedir al Señor el cumplimiento de su deseo; y a ella le encargó lo hiciese, para saber su santísima voluntad. Con este acuerdo las dos madres de los mejores dos hijos que han nacido en el mundo se retiraron al oratorio de la divina Princesa y puestas en oración presentaron al Altísimo sus peticiones. María purísima tuvo un éxtasis, donde conoció con nueva luz divina el misterio, vida y méritos del precursor san Juan y lo que había de obrar, preparando con su predicación los caminos de los corazones humanos para recibir a su Redentor y Maestro; y de estos grandes sacramentos sola a santa Isabel manifestó aquello que convenía entendiese. Conoció también la gran santidad de la misma Santa su prima, y que su muerte sería breve, y antes la de Zacarías. Y con el amor que tenía nuestra piadosa Madre a su deuda, la presentó al Señor y le pidió la asistiese en su muerte, y también presentó sus deseos en lo que había pedido del parto de su hijo. En lo demás de quedarse Su Alteza en casa de Zacarías, nada pidió la prudentísima Virgen, porque con la divina ciencia que tenía conoció luego no era conveniente, ni voluntad del Altísimo, que viviese siempre en casa de su prima, como ella lo deseaba.

266. Respondióla Su Majestad a estas peticiones: Esposa y paloma mía, mi beneplácito es que asistas y consueles a mi sierva Isabel, acudiéndola en su parto, que ya está muy vecino, porque sólo le faltan ocho días; y después que se haya circuncidado el hijo que pariere, te volverás a tú casa con José tu esposo. Y me presentarás a mi siervo Juan después que haya nacido, que para mí será aceptable sacrificio; y persevera, amiga mía, en pedirme la salud eterna para las almas.–Al mismo tiempo acompañaba santa Isabel con sus peticiones a las de la Reina del cielo y tierra, y suplicaba al Señor mandase a su santísima Madre y Esposa que no la desamparase en su parto; y le fue revelado cómo ya estaba muy cerca, y otras cosas de gran alivio y consuelo en sus cuidados.

267. Volvió María santísima de su rapto y acabada la oración confirieron las dos madres cómo ya se acercaba el parto de santa Isabel, según el aviso del Señor que entrambas habían tenido; y con el ardiente deseo de su buena dicha preguntóle luego la santa matrona a nuestra Reina: Señora mía, decidme, os suplico, si mereceré el bien que os he pedido de teneros conmigo al suceso de parto, ya tan inmediato.–Respondió Su Majestad: Amiga y prima mía, el Altísimo ha oído y admitido nuestras peticiones y se ha dignado mandarme que cumpla vuestro deseo y os sirva en esta ocasión, como lo haré, aguardando no sólo a vuestro parto, pero también a que vuestro infante quede circuncidado según la ley; que todo se ejecutará en quince días.–Con esta determinación de María santísima se renovó el júbilo de su santa prima Isabel, y reconociendo este gran beneficio, dio por él humildes gracias al Señor y también a la Reina santísima. Y habiéndose recreado y vivificado con sus avisos y advertencias, trató la santa matrona de prevenirse para el parto y para la partida de su soberana prima.

Doctrina que me dio la divina Reina y Señora María santísima.

268. Hija mía, cuando el deseo de la criatura nace de afecto pío y devoto, encaminado con intención recta a santos fines, no se desagrada el Altísimo de que se le proponga, como sea con rendimiento a su mayor agrado y con resignación, para ejecutar lo que su divina Providencia dispusiere de todo. Y cuando las almas se ponen en presencia del Señor con esta conformidad e igualdad de ánimo, como piadoso padre las mira y siempre las concede lo que es justo y las niega y desvía lo que no lo es, o no les conviene para su salud verdadera. De celo piadoso y bueno nació el deseo que mi prima Isabel tenía, de acompañarme toda su vida y no alejarse de mí, pero no era esto conveniente, conforme a la determinación del Altísimo que tenía de todas mis operaciones, peregrinaciones y sucesos que me esperaban. Y aunque se le negó esta petición, no desagradó al Señor en ella, pero se le concedió lo que no impedía a los decretos de su santa voluntad y sabiduría infinita, y resultaba en beneficio suyo y de su hijo Juan. Y por el amor que a mí me tuvieron hijo y madre y por mi intercesión, los enriqueció el Todopoderoso de grandes bienes y favores. Siempre es medio eficacísimo con Su Majestad pedirle con buena voluntad e intención por medio de mi intercesión y devoción.

269. Todas tus peticiones y ruegos quiero que los ofrezcas en nombre de mi Hijo santísimo y en el mío, y confía sin recelo que serán admitidos, si con rectísima intención del agrado de Dios los encaminares. Mírame con afecto amoroso como a Madre, amparo y refugio tuyo y entrégate a mi devoción y amor; y advierte, carísima, que el deseo que tengo de tu mayor bien me obliga a enseñarte el medio más poderoso y eficaz por donde con la divina gracia llegues a conseguir grandes tesoros y beneficios de la liberalísima mano del Señor. No te indispongas para ellos, ni los retardes por tu remisión temerosa. Y si deseas granjearme para que te ame como a hija muy querida, desvélate en imitar lo que de mí te manifiesto y enseño; y en esto emplea tus fuerzas y cuidado, dando por bien empleado cuanto trabajares por conseguir el efecto de mi enseñanza y doctrina.
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CAPITULO 22

La natividad del precursor de Cristo y lo que hizo en su nacimiento la soberana Señora María santísima.

270. Llegó la hora de nacer al mundo el lucero que prevenía al claro sol de justicia y anunciaba el deseado día de la ley de gracia. Era tiempo oportuno de que saliese a luz el gran profeta del Altísimo, y más que profeta, Juan, que preparando los corazones de los hombres señalase con su dedo al Cordero que había de remediar y santificar el mundo. Y primero que saliese del materno vientre, manifestó el Señor al bendito niño que se llegaba la hora de su nacimiento para comenzar la carrera de todos los mortales en la común luz de todos. Tenía el infante uso perfecto de razón, elevado con la divina luz y ciencia infusa que de la presencia del Verbo humanado había recibido, y con ella conoció y atendió que llegaba a tomar puerto en una tierra maldita y llena de peligrosas espinas y a poner los pies en un mundo lleno de lazos y sembrado de maldades, donde muchos padecían naufragio y perecían.

271. Entre este conocimiento y el orden divino y natural de nacer, estaba el grande niño como suspenso y dudoso; porque de una parte las cauasas naturales habían conseguido su término en formar y alimentar el cuerpo hasta su perfección, con que naturalmente era compelido con fuerza para nacer, y él lo conocía y sentía que le despedía y arrojaba la posada materna; juntábase a la eficacia de la naturaleza la voluntad expresa del Señor que se lo mandaba, y por otra parte conocía y ponderaba el riesgo de la peligrosa carrera de la vida mortal; y entre el temor y la obediencia se detenía con el miedo y se movía con prontitud. Quisiera resistir y quería obedecer, y decía consigo mismo: ¿A dónde voy, si entro en el conflicto del peligro de perder a Dios? ¿Cómo me entregaré a la conversación de los mortales, donde tantos se deslumbran, pierden el seso y camino de la vida? En tinieblas estoy en el vientre de mi madre, pero a otras paso de mayor peligro. Oprimido estaba desde que recibí la luz de la razón, pero más me aflige el ensanche y libertad de los mortales. Pero vamos, Señor, con vuestra voluntad al mundo, que siempre el ejecutarla es lo mejor, y si en vuestro servicio, oh Rey altísimo, se puede emplear mi vida y mis potencias, esto sólo me facilitará salir a luz y admitir la carrera. Dadme, Señor, vuestra bendición para pasar al mundo.

272. Mereció con esta petición el precursor de Cristo que Su Majestad al punto del nacer le diese de nuevo su bendición y gracia. Y así lo conoció el dichoso niño, porque tuvo presente a Dios en su mente y que le enviaba a obrar cosas grandes en su servicio y le prometía su gracia para ejecutarlas. Y antes de referir el parto felicísimo de santa Isabel, para ajustar el tiempo en que sucedió con el texto de los sagrados evangelistas, advierto que el preñado de esta admirable concepción duró nueve meses menos nueve días; porque, en virtud del milagro con que se le dio fecundidad a la madre estéril, se perfeccionó el concepto en este tiempo y llegó al estado de nacer; y cuando san Gabriel dijo a María santísima que su prima Isabel estaba preñada en el sexto mes, hase de entender que no era cumplido, porque faltaba de ocho a nueve días. Dije también arriba, capítulo 16, que al cuarto día después de la encarnación del Verbo partió la divina Señora a visitar a santa Isabel; y porque no fue luego inmediatamente, dijo san Lucas que salió María santísima en aquellos días y fue con diligencia a la montaña, y en el camino gastaron otros cuatro días, como queda dicho en el mismo lugar, núm. 207.

273. Advierto asimismo que, cuando el mismo evangelista dice que María santísima estuvo casi tres meses en casa de santa Isabel, sólo faltaron de dos a tres días para cumplirse, porque en todo fue puntual el texto del evangelio. Y conforme a esta cuenta es forzoso que María santísima, Señora nuestra, se hallase no sólo en el parto de santa Isabel y nacimiento de san Juan, pero también en la circuncisión y determinación de su misterioso nombre, como luego diré. Porque contando ocho días después que encarnó el Verbo, llegó nuestra Señora con san José a casa de Zacarías a dos de abril, conforme nuestra cuenta de los meses solares, y llegó aquel día por la tarde; añadiendo ahora otros tres meses menos dos días, que se comienzan de tres de abril, se cumple este término a primero de julio inclusive, que es el día octavo de la natividad de san Juan y el de su circuncisión; y a otro día de mañana partió María santísima para volverse a Nazaret. Y aunque el evangelista san Lucas cuenta y dice la vuelta de nuestra Reina a su casa primero que el parto de santa Isabel, no fue antes sino después; y el texto sagrado anticipó la narración de la jornada de la divina Reina, por acabar todo lo que a ella tocaba y proseguir la historia del nacimiento del precuror, sin interrumpir otra vez el hilo de su discurso; y así se me ha dado a entender para escribirlo.

274. Acercándose, pues, la hora del deseado parto, sintió la madre santa Isabel que se movía en su vientre el niño, como si se pusiera en pie; y todo era efecto de la misma naturaleza y de la obediencia del infante. Y con algunos dolores moderados que sobrevinieron a la madre, dio aviso a la princesa María, pero no la llamó para que asistiese presente al parto, porque la digna reverencia debida a la excelencia de María y al fruto que tenía en su virginal vientre la detuvo prudentemente para no pedir lo que no parecía decencia. Tampoco fue la gran Señora en persona a donde estaba su prima, pero envióle las mantillas y fajos que tenía prevenidos para envolver al dichoso infante. Nació luego muy perfecto y crecido, testificando en la limpieza de su cuerpo la que traía en su alma, porque no tuvo tantas impuridades como otros niños. Envolviéronle en las mantillas, que antes eran grandes reliquias dignas de veneración. Y dentro de algún conveniente espacio, estando ya santa Isabel compuesta y aliñada, salió María santísima de su oratorio, mandándoselo el Señor, y fue a visitar al niño y a la madre y darle la norabuena.

275. Recibió la Reina en sus brazos al recién nacido a petición de su madre y le ofreció como oblación nueva al eterno Padre, y Su Majestad la recibió con aprobación y agrado y como primicias de las obras del Verbo humanado y ejecución de sus divinos decretos. El felicísimo niño, que lleno del Espíritu Santo conoció a su legítima Reina y Señora, la hizo reverencia no sólo interior, sino exterior, con una disimulada inclinación de la cabeza, y de nuevo adoró al Verbo divino hecho hombre en el tálamo de su Madre purísima, donde se le manifestó entonces con especialísima luz. Y como también conocía el beneficio que entre los mortales había recibido, hizo el reconocido infante grandes actos de agradecimiento, amor, humildad y veneración a Dios hombre y a su Madre Virgen. Y ofreciéndole la divina Señora al Padre eterno, hizo por ésta esta oración: Altísimo Señor y Padre nuestro, santo y poderoso, recibid en vuestro servicio las estrenas y temporáneo fruto de vuestro Hijo santísimo y mi Señor. Este es el santificado y rescatado por vuestro Unigénito del poder y efectos del pecado y de vuestros antiguos enemigos. Recibid este sacrificio matutino e infundid en él con vuestra santa bendición vuestro divino Espíritu, para que sea fiel dispensador del misterio a que le destináis en honra vuestra y de vuestro Unigénito.–Fue en todo eficaz esta oración de nuestra Reina y Señora, y conoció cómo el Altísimo enriquecía al niño señalado y escogido para su precursor, y él también sintió en su espíritu el efecto de tan admirables beneficios.

276. Mientras la gran Reina y Señora del universo tuvo en sus brazos al infante Juan, estuvo disimuladamente en un éxtasis dulcísimo por algún breve espacio, y en él hizo la oración y ofrecimiento por el niño, teniéndole reclinado en su pecho, donde en breve espacio había de reclinar al Unigénito del Padre y suyo. Esta fue singularísima prerrogativa y excelencia del gran precursor, no alcanzada de otro alguno de los santos. Y no es mucho que el ángel le predicase por grande en la presencia del Señor, pues antes de nacer le visitó y santificó, y en naciendo fue levantado y puesto en el trono de la gracia y estrenó los brazos en que se había de reclinar el mismo Dios humanado, y dio motivo a su madre dulcísima para que desease recibir en ellos a su mismo Hijo y Señor y que esta memoria le causase regalados afectos con su precursor, niño recién nacido. Conoció santa Isabel estos divinos sacramentos, porque se los manifestaba el Señor, mirando a su milagroso hijo en los brazos de la que era más Madre que ella misma; pues a santa Isabel le debía la naturaleza y a María purísima el ser de tan excelente gracia. Todo esto hacía una suavísima consonancia en el pecho de las dos felicísimas y dichosas madres, y del niño, que también tenía luz de tan venerables misterios; y con las demostraciones párvulas de sus tiernos miembros declaraba el júbilo de su espíritu y se inclinaba a la divina Señora y solicitaba sus caricias y no apartarse de ella. Regalábale la dulcísima Señora, pero con tanta majestad y templanza, que jamás le besó, como suele permitir tal edad, porque sus castísimos labios los guardó y reservó intactos para su Hijo santísimo. Ni tampoco miró con atención a la cara del niño, porque toda la puso en la santidad de su alma, y apenas le conociera por las especies de sus ojos. Tal era la prudencia y modestia de la gran Reina del cielo.

277. Luego se divulgó el nacimiento de Juan, como dice san Lucas, y toda la parentela y vecindad vinieron a dar la norabuena a Zacarías y a santa Isabel, porque su casa era rica, noble y estimada por toda la comarca, y la santidad de los dos tenía granjeados los corazones de cuantos los conocían. Y por estas razones, y haberlos visto tantos años sin sucesión de hijos, y haber llegado santa Isabel a edad provecta y estéril, causó en todos mayor novedad y admiración y suma alegría, conociendo que aquél era más hijo de milagro que de naturaleza. El santo sacerdote Zacarías estaba siempre mudo para manifestar su júbilo, porque no era llegada la hora en que tan misteriosamente se había de soltar su lengua. Pero con otras demostraciones daba señales del gozo interior que tenía y al Altísimo ofrecía afectuosas alabanzas y repetidas gracias por el beneficio tan raro que ya reconocía después de su incredulidad, de que diré en el capítulo siguiente.

Doctrina que me dio la Reina y Señora del cielo.

278. Hija mía carísima, no te admires de que mi siervo Juan temiese y dificultase salir al mundo, porque no saben amarle tanto los hijos ignorantes del siglo, cuanto saben los sabios aborrecerle y temer sus peligros con ciencia divina y luz de lo alto. Esta tenía en eminente grado el que nacía para precursor de mi Hijo santísimo, y por esta parte, conociendo el detrimento, era consiguiente el temor de lo que conocía. Pero sirvióle para entrar en el mundo felizmente, porque el que más le conoce y aborrece, navega más seguro en sus encumbradas olas y profundo golfo. Con tanto enojo, contradicción y aborrecimiento de lo terreno comenzó el dichoso niño su carrera, que jamás dio treguas a esta enemistad. No ajustó las paces, ni admitió las venenosas lisonjas de la carne, ni dio sus sentidos a la vanidad, ni se abrieron sus ojos para verla, y en esta demanda de aborrecer al mundo y todo lo que hay en él, dio la vida por la justicia. No puede ser pacífico y confederado con Babilonia el ciudadano de la verdadera Jerusalén, ni es compatible solicitar la gracia del Altísimo, estar en ella y juntamente en amistad de sus declarados enemigos; porque nadie pudo ni puede servir a dos señores encontrados, ni estar juntas la luz y las tinieblas, Cristo y Belial.

279. Guárdate, carísima, más que del fuego de los que viven poseídos de las tinieblas y son amadores del mundo, porque la sabiduría de los hijos del siglo es carnal y diabólica y sus caminos tenebrosos llevan a la muerte. Y cuando fuere necesario encaminar alguno a la vida verdadera, aunque para esto debes ofrecer la tuya natural, siempre has de reservar la paz de tu interior. Tres lugares te señalo para que en ellos vivas y de donde nunca salgas con la atención, y si alguna vez te mandare el Señor acudir a las necesidades de las criaturas, quiero que sea sin perder este refugio; como el que vive en un castillo rodeado de enemigos, que para negociar lo forzoso sale a la puerta y de allí dispone lo que conviene con tanta circunspección, que más atiende al camino por donde volverse a retirar y esconder que a los negocios de fuera, y siempre está cuidadoso y sobresaltado del peligro. Esto mismo debes atender tú, si quieres vivir segura, porque no dudes te rodean enemigos crueles y venenosos más que áspides y basiliscos.

280. Los lugares de tu habitación han de ser la divinidad del Altísimo, la humanidad de mi Hijo santísimo y el secreto de tu interior. En la divinidad has de vivir como la perla encerrada en su concha y el pez en el mar, en cuyos espacios interminables dilatarás tus afectos y deseos. La humanidad santísima será el muro que te defienda, y su pecho patente el tálamo donde te reclines y descanses debajo de la sombra de sus alas. Tu interior te dará pacífica alegría con el testimonio de la conciencia, y ella te facilitará, si la conservas pura, el trato amigable y dulce de tu Esposo. Para que a todo esto te ayudes con el retiro corporal y sensible, gusto y quiero que le guardes en tu tribuna o celda y que sólo salgas de ella cuando la fuerza de la obediencia o el ejercicio de la caridad te compelieren. Y te manifiesto un secreto, y es que hay demonios destinados por Lucifer, con expreso orden suyo, para que aguarden a los religiosos y religiosas cuando salen fuera de su recogimiento, para embestirles luego y darles batería con tentaciones que los derriben. Y éstos no entran fácilmente en las celdas, porque allí no hay tanta ocasión de hablar, ver y de usar mal de los sentidos, en que de ordinario hacen ellos presa y se ceban como lobos carniceros. Y por esto los atormenta el retiro y el recato que en él guardan los religiosos y le aborrecen, porque desconfían de vencerlos mientras no los cogen entre el peligro de la conversación humana.

281. Y generalmente es cierto que los demonios no tienen poder sobre las almas, cuando por alguna culpa venial o mortal respectivamente no se le sujetan y no les dan entrada; porque el pecado mortal les da un derecho como expreso sobre quien le comete para atraerlo a otros, y el venial, así como enflaquece las fuerzas del alma, se le aumentan al enemigo para tentar, y con las imperfecciones se retarda el mérito y progreso de la virtud a lo más perfecto, y también esto anima al adversario. Y cuando conoce que el alma sufre su propia tibieza, o se pone livianamente al peligro con una ociosa liviandad y olvido de su daño, entonces la astuta serpiente la acecha y sigue para tocarla con su mortal veneno, y como a una simple avecilla la lleva inadvertida, hasta que caiga en algún lazo de muchos que siembra para este fin.

282. Admírate, pues, hija mía de lo que sobre esto conoces con la divina luz y llora con íntimo dolor la ruina de tantas almas absortas en este peligroso sueño. Ellas viven oscurecidas con sus pasiones y depravadas inclinaciones, olvidadas del peligro, insensibles en el daño, inadvertidas en las ocasiones; y en vez de prevenirlas y temerlas, las buscan con ignorancia ciega, siguen con ímpetu furioso sus torcidas inclinaciones a lo deleitable, no ponen freno a las pasiones y deseos, ni advierten dónde ponen los pies, arrójanse a cualquiera peligro y precipicio. Los enemigos son innumerables, su astucia diabólica e insaciable, su vigilancia sin treguas, su ira incansable, su diligencia sin descuido; pues ¿qué mucho si de semejantes extremos o, por mejor decir, de tan disímiles y desiguales, se siguen tan irreparables daños en los vivientes, y que siendo infinito el número de los necios, sean sin número el de los réprobos, y el demonio se ensoberbezca con tantos triunfos como le dan los mortales con su propia y formidable perdición? Guárdete Dios eterno de tanta desdicha, y llora y duélete de la de tus hermanos y pide siempre el remedio en cuanto fuere posible.
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MensajePublicado: Jue Dic 11, 2008 8:34 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 23

Las advertencias y doctrina que dio María santísima a santa Isabel por petición suya; circuncidan y le ponen nombre a su hijo y profetiza Zacarías.

283. Era inexcusable la vuelta de María santísima para Nazaret, habiendo ya nacido el precursor de Cristo; y aunque santa Isabel como prudente y sabia se conformaba en esto con la divina disposición, y con ella moderaba en parte su dolor, con todo eso deseaba recompensar en algo su soledad con la enseñanza y doctrina de la Madre de la sabiduría. Con este intento la habló, y la dijo: Señora mía y Madre de mi Criador, yo conozco que ya disponéis vuestra partida y mi soledad, en que me ha de faltar vuestra amable compañía, amparo y protección. Suplícoos, prima mía, que en ausencia vuestra merezca yo quedar con alguna instrucción que me ayude a gobernar todas mis acciones para mayor agrado del Altísimo. En vuestro virginal tálamo tenéis al maestro que enmienda a los sabios y a la misma fuente de la luz y por él venís a participarla para todos; comunicad a vuestra sierva alguno de los rayos que reverberan en vuestro purísimo espíritu, para que el mío sea ilustrado y encaminado por las sendas rectas de la justicia, hasta llegar a ver el Dios de los dioses en Sión.

284. Estas razones de santa Isabel movieron en María santísima alguna ternura y compasión, y con ella respondió, dándole a su prima celestiales documentos para gobernarse en lo que le restaba de vida y que sería breve; pero que el Altísimo cuidaría del niño, y también la misma Reina se lo pediría a Su Majestad. Y aunque no es posible referir todo lo que la divina Señora advirtió y aconsejó a santa Isabel en estas dulcísimas pláticas para despedirse, diré algo, como se me ha manifestado, o como alcanzan mis cortos términos, de lo que entiendo. Dijo María santísima: Prima y amiga mía, el Señor os eligió para sus obras y sacramentos altísimos, de que se dignó comunicaros tanta luz y que yo os manifestase mi corazón. En él os llevo escrita para presentaros ante su grandeza, y no me olvidaré de vuestra piedad humilde que habéis mostrado con la más inútil de las criaturas; pero de mi Hijo santísimo y mi Señor espero recibiréis copiosa remuneración.

285. Levantad siempre vuestro espíritu y mente a las alturas y con la luz de la gracia que tenéis no perdáis de vista al inmutable ser de Dios eterno e infinito y la dignación de su bondad inmensa con que se movió a criar, hacer de nada las criaturas, para levantarlas a su gloria y enriquecerlas con sus dones. Esta deuda común de toda criatura la hizo más propia para nosotras la misericordia del Altísimo, cuando nos adelantó en esta noticia y luz, para que nos dilatemos hasta recompensar con nuevo agradecimiento la ciega ingratitud de los mortales, que con ella están más lejos de conocer y magnificar a su Criador. Y éste ha de ser nuestro oficio, desembarazando el corazón, porque libre y suelto camine a su dichoso fin. Para esto, amiga mía, os encargo mucho le alejéis y desviéis de todo lo terreno, aunque sea de las cosas propias, para que desasida de los impedimentos de la tierra os levantéis a los divinos llamamientos y esperando la venida del Señor, y que cuando llegue respondáis con alegría y sin violencia dolorosa, que el alma siente cuando es tiempo de dividirse del cuerpo y de todo lo demás que ama con demasía. Ahora que es el tiempo de padecer y de adquirir la corona, procuremos merecerla y caminar con velocidad para llegar a la íntima unión de nuestro verdadero y sumo bien.

286. A Zacarías, vuestro marido y cabeza, el tiempo que tuviere de vida, procurad con especial rendimiento obedecerle, amarle y servirle. A vuestro milagroso hijo ofrecedle siempre a su Criador, y en Su Majestad y para él, podéis amarle como madre, porque será gran profeta, y con el celo de Elías que le dará el Altísimo defenderá su ley y su honor, procurando la exaltación de su santo nombre. Y mi Hijo santísimo, que le ha elegido por su precursor y embajador de su venida y doctrina, le favorecerá como a su privado y llenará de dones de su diestra y le hará grande y admirable en las generaciones y generaciones y manifestará al mundo su grandeza y santidad.

287. En toda vuestra casa y familia procurad con ardiente celo que sea temido, venerado y reverenciado el santo nombre de nuestro Dios y Señor de Abrahán, Isaac y Jacob. Y sobre este cuidado le tendréis grande de favorecer a los necesitados y pobres cuanto fuere posible; enriquecedlos con los bienes temporales que con abundante mano os concedió el Altísimo, para que con la misma liberalidad los dispenséis con los menesterosos, pues son más suyos que vuestros cuando todos somos hijos de un Padre que está en los cielos, cuyo es todo lo criado; y no es razón que siendo el padre rico, quiera un hijo ser y estar sobrado para que su hermano viva pobre y desvalido, y en eso seréis muy aceptable al Dios de las misericordias inmortal. Continuad lo que hacéis y ejecutad lo que tenéis pensado, pues Zacarías lo remite a vuestra disposición; con este permiso podéis ser liberal. Con todos los trabajos que el Señor os diere confirmaréis vuestra esperanza y con las criaturas seréis benigna, mansa, humilde, apacible y muy paciente, con interior júbilo del alma, aunque sean algunas instrumento de vuestro ejercicio y corona. Por los altísimos misterios que el Señor os ha manifestado, le bendecid eternamente y pedidle la salud de las almas con incesante amor y celo; y por mí rogaréis a su grandeza me gobierne y encamine para que yo dispense dignamente y con su agrado el sacramento que de tan humilde y pobre sierva ha fiado su bondad inmensa. Enviad por mi esposo que me acompañe, y en el ínterin disponed la circuncisión de vuestro niño y ponedle por nombre Juan; porque éste le ha dado el Altísimo y es decreto de su inmutable voluntad.

288. Este razonamiento, con otras palabras de vida eterna que habló María santísima, hicieron en el corazón de santa Isabel efectos tan divinos, que quedó la santa matrona por un rato absorta y enmudecida con la fuerza del espíritu que la iluminaba, enseñaba y la levantaba en pensamientos y afectos de tan celestial doctrina; porque el Altísimo, mediante las palabras de su Madre purísima como instrumento vivo, vivificaba y renovaba el corazón de su sierva. Y después de moderadas algo sus lágrimas, habló y dijo: Señora mía y Reina de todo lo criado, entre mi dolor y mi consuelo estoy enmudecida. Oíd las palabras de lo íntimo de mi corazón, que allí se forman las que no puedo manifestar. Mis afectos os dirán lo que mi lengua no puede pronunciar. Al Todopoderoso remito el retorno de lo que me favorecéis, que es el remunerador de lo que los pobres recibimos. Sólo os pido que, pues en todo sois mi amparo y causa de mi bien, me alcancéis gracia y fuerzas para ejecutar vuestra doctrina y tolerar la ausencia de vuestra dulce compañía, que es grande mi dolor.

289. Trataron luego de la circuncisión del niño de Isabel, porque ya se llegaba el tiempo determinado por la ley. Y conforme a la costumbre de los judíos, en especial de los nobles, se juntaron en casa de Zacarías muchos deudos de su linaje y otros conocidos y llegaron a conferir qué nombre se le daría al infante; porque a más de que en esto solían hacer grandes reparos y consultas y era costumbre en ellos ventilar el nombre que se había de poner a los hijos, en esta ocasión la razón era extraordinaria, por la calidad de Zacarías y santa Isabel y porque todos ponderaban mucho la maravilla de haber concebido y parido siendo vieja y estéril y en ello suponían algún misterio grande. Estaba mudo Zacarías, y así fue necesario que su mujer santa Isabel presidiese en aquella junta; y sobre el concepto y veneración que de ella todos hacían, estaba tan renovada y realzada en santidad, después de la visita y conocimiento de la Reina del cielo y de sus misterios y larga conversación, que todos los deudos y vecinos y otros muchos conocieron esta mudanza; porque hasta en el rostro manifestaba un linaje de resplandor que la hacía venerable y admirable, y se conoció en ella la reverberación de los rayos de la divinidad, en cuya vecindad vivía.

290. Hallóse presente a esta junta la divina Señora María santísima, porque santa Isabel se lo pidió con mucha instancia, y la venció para esto, interponiendo un género de mandato muy reverencial y humilde. Obedeció la gran Señora, pero alcanzando primero del Altísimo que no la diese a conocer ni manifestase cosa alguna de sus ocultos beneficios por donde fuese aplaudida y celebrada. Consiguió su deseo la humildísima entre los humildes. Y como los del mundo dejan humillar a los que con ostentación no se manifiestan y señalan, no hubo quien reparase en ella con atención particular, más que sola santa Isabel, que la miraba con interior y exterior veneración y reconocía que por su dirección se gobernaba el acierto de aquella determinación. Sucedió luego lo que se refiere en el evangelio de san Lucas, que unos llamaban al niño Zacarías como a su padre, pero la prudente madre, asistida de la Maestra santísima, dijo: Mi hijo se ha de llamar Juan.–Replicaron los deudos que nadie de su linaje había tenido tal nombre; porque siempre se ha hecho grande estimación de los nombres de los más ilustres antecesores para imitarlos en algo. Santa Isabel hizo nueva instancia que el niño se llamase Juan.

291. Aunque estaba mudo Zacarías, desearon los parientes saber por señas lo que sentía sobre esto, y pidiendo con ellas la pluma escribió: Joannes est nomen ejus. Al mismo tiempo que lo escribía, usando María santísima de la potestad que tenía de Reina, concedida por Dios sobre las cosas naturales criadas, mandó a la mudez de Zacarías que le dejase libre y a su lengua que se desatase y bendijese al Señor, que era ya tiempo. Y a este divino imperio se halló libre y comenzó a hablar con admiración y temor de todos los presentes, como el evangelio dice. Y aunque es verdad que el santo arcángel Gabriel, como parece del mismo evangelio, le dijo a Zacarías que por su incredulidad quedaría mudo hasta que se cumpliese lo que le anunciaba, pero esto no es contrario de lo que aquí digo; porque el Señor, cuando revela algún decreto de su divina voluntad, aunque sea eficaz y absoluto, no siempre declara los medios por donde lo ha de ejecutar como los tiene previstos en su ciencia infinita; y así el Angel declaró a Zacarías la pena de su incredulidad en la mudez, mas no le dijo que se la quitaría por intercesión de María santísima, aunque así lo tenía previsto y determinado.

292. Pues así como la voz de María Señora nuestra fue instrumento para santificar al niño Juan y a su madre Isabel, también su imperio oculto y su oración fueron instrumentos del beneficio de Zacarías en soltarse su lengua, y que fuese también lleno de Espíritu Santo y del don de la profecía con que habló, y dijo

Bendito es el Señor Dios de Israel, porque ha visitado y hecho la redención de su pueblo.

Y levantó para nosotros la fuerza de la salud en la casa de su siervo David.

Así como lo tenía dicho por la boca de sus santos, que fueron sus profetas de los pasados siglos.

La salud desde nuestros enemigos, y de mano de todos aquellos que nos aborrecieron.

Para usar de su misericordia con nuestros padres, y hacer memoria de su santo Testamento.

El juramento, que juró a nuestro padre Abrahán, que se nos daría a nosotros;

Para que sin temor, quedando libres de las manos de nuestros enemigos, le sirvamos,

En santidad y justicia en su presencia todos los días de nuestra vida.

Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo; porque irás delante de su cara para preparar sus caminos,

Para dar ciencia y noticia de salud a su pueblo en la remisión de sus pecados;

Por las entrañas de la misericordia de nuestro Dios, en las cuales nos visitó naciendo de las alturas,

Para dar luz a los que de asiento viven en tinieblas y sombra de la muerte; y enderezar nuestros pies en el camino de la paz.


293. En este divino cántico recopiló Zacarías los altísimos misterios que los antiguos profetas habían dicho por más extenso de la divinidad, humanidad y redención de Cristo, que todos profetizaron; y en pocas palabras encerró muchos y grandes sacramentos y los entendió con la copiosa gracia que iluminó su espíritu y le levantó con ardentísimo fervor en presencia de todos los que habían concurrido a este acto de la circuncisión de su hijo; porque todos vieron el milagro de desatársele la lengua y profetizar tan divinos misterios; cuya inteligencia, como la tuvo el santo sacerdote, no fácilmente puedo yo explicar.

294. Bendito sea el Señor Dios de Israel, dice, conociendo que pudo el Altísimo con solo su querer o su palabra hacer la redención de su pueblo y darle la salud eterna; pero no se valió de solo su poder, sino también de su inmensa bondad y misericordia, bajando el mismo Hijo del eterno Padre a visitar su pueblo y hacer oficio de Hermano en la naturaleza humana, de Maestro en la doctrina y ejemplo y de Redentor en la vida, pasión y muerte de cruz. Conoció entonces Zacarías la unión de las dos naturalezas en la persona del Verbo y con claridad sobrenatural vio este gran misterio ejecutado en el tálamo virginal de María santísima. Entendió asimismo la exaltación de la humanidad del Verbo con el triunfo que había de alcanzar Cristo Dios y hombre, dando salud eterna al linaje humano, conforme a las promesas divinas hechas a David, su padre y ascendiente. Y que esta misma promesa estaba hecha al mundo por las profecías de los santos y profetas, desde su principio y primero ser; porque desde la creación y primera formación comenzó Dios a encaminar la naturaleza y la gracia para su venida al mundo, encaminando desde Adán todas sus obras para este dichoso fin.

295. Entendió cómo el Altísimo ordenó que por estos medios alcanzásemos la salud de la gracia y vida eterna, que nuestros enemigos perdieron por su soberbia y pertinaz inobediencia, por lo cual fueron derribados al profundo; y las sillas que les tocaran, si fueran obedientes, quedaron destinadas para los que lo fuesen entre los mortales. Y desde entonces se convirtió contra ellos la enemistad y odio de la antigua serpiente concebida contra el mismo Dios, en cuya mente divina estábamos entonces encerrados y decretados por su eterna y santa voluntad; y que habiendo caído de su amistad y gracia nuestros primeros padres Adán y Eva, los levantó y puso en lugar y estado de esperanza y no los dejó ni castigó como a los rebeldes ángeles, antes para asegurar a sus descendientes de la misericordia que con ellos tenía, envió y destinó los vaticinios y figuras en que dispuso el Antiguo Testamento que había de ratificar y cumplir en el Nuevo con la venida del Reparador y Redentor. Y para que tuviese mayor firmeza esta esperanza, se lo prometió a nuestro padre Abrahán con la fuerza de su juramento que hizo de hacerle padre de su pueblo y de la fe. Y para que asegurados de tan admirable y poderoso beneficio, como prometernos y darnos a su mismo Hijo hecho hombre, con la libertad de hijos de adopción en que por él éramos reengendrados, sirviésemos al mismo Dios sin temor de nuestros enemigos, que ya por nuestro Redentor estaban rendidos y vencidos.

296. Y para que entendiésemos lo que nos había granjeado con su venida el Verbo eterno para servir con libertad al Altísimo, dice que fue la justicia y santidad con que renovó al mundo y fundó su nueva ley de gracia por todos los días del siglo presente y por los de cada uno de los hijos de la Iglesia, en donde han de vivir en santidad y justicia, si como todos pueden, todos lo hicieran. Y porque conoció Zacarías en su hijo Juan el principio de la ejecución de tantos sacramentos como le mostraba la divina luz, convirtiéndose a él le dio la norabuena y le intimó y profetizó su dignidad, santidad y ministerio, diciendo: Y tú, niño, te llamarás profeta del Altísimo, porque irás delante de su cara, que es su divinidad, aparejando sus caminos con la luz que darás a su pueblo de la venida de su Reparador, para que con su predicación tengan los judíos noticia y ciencia de su salud eterna, que es Cristo nuestro Señor su prometido Mesías; y le reciban disponiéndose con el bautismo de la penitencia y remisión de los pecados y conozcan que viene a perdonar a los suyos y los de todo el mundo; pues a todo esto le movieron las entrañas de su misericordia, por la cual, y no por nuestros merecimientos, se dignó de visitarnos, naciendo y descendiendo de lo alto del seno de su eterno Padre para dar luz a los que, ignorando la verdad por tan largos siglos, han estado y están como asentados en las tinieblas y sombra de la eterna muerte, y enderezando sus pasos y los nuestros en el camino de la verdadera paz que aguardamos.

297. Todos estos misterios con mayor plenitud y profundidad entendió Zacarías por divina revelación, y los comprendió en su profecía. Y algunos de los que presentes le oyeron, fueron también ilustrados con los rayos de la luz del Altísimo, para conocer cómo era ya llegado el tiempo del Mesías y cumplimiento de las profecías antiguas. Y con la noticia y vista de tan nuevas maravillas y prodigios, admirados decían: ¿Quién será este niño con quien la mano del Señor se manifiesta tan poderosa y admirable? El infante fue circuncidado y le pusieron Juan por nombre, en que su padre y madre milagrosamente concurrieron, y cumplieron en todo con la ley; y en las montañas de Judea se divulgaron estas maravillas.

298. Reina y Señora de todo lo criado, admirada de estas maravillosas obras que por vuestra intervención hizo el brazo poderoso en vuestros siervos Isabel, Juan y Zacarías, considero el diferente modo que tuvo en ellas la divina Providencia y vuestra rara discreción. Porque al hijo y a la madre sirvió de instrumento vuestra dulcísima palabra, para ser santificados con plenitud del Espíritu Santo, y esta obra fue oculta y en secreto; y para que hablase Zacarías y fuese asimismo ilustrado, sólo intervino vuestra oración e imperio oculto, y este beneficio fue manifiesto a los circunstantes, que conocieron la gracia del Señor en el santo sacerdote. Ignoro la razón de estos prodigios, y presento a vuestra dignación todas mis ignorarncias, para que como maestra mía me gobernéis.

Respuesta y doctrina de la Reina y Señora del mundo.

299. Hija mía, por dos razones fueron ocultos los efectos divinos que mi Hijo santísimo obró por mí en san Juan y en su madre Isabel, y no los de Zacarías. La una, porque Isabel mi sierva exclamó y habló con claridad en alabanza del Verbo humanado en mis entrañas y mía, y convenía que entonces no se manifestase tan expresamente el misterio ni mi dignidad, porque la venida del Mesías se había de manifestar por otros medios más convenientes. La otra razón fue, porque no todos los corazones estaban dispuestos como el de Isabel para recibir tan preciosa y nueva semilla, ni percibieran sacramentos tan altos con la veneración debida. Y fuera de esto, para manifestar entonces lo que convenía, era más a propósito el sacerdote Zacarías por su dignidad, de quien se pudiera recibir el principio de la luz con más aceptación que de santa Isabel en presencia de su marido; y lo que dijo ella se reservó para su tiempo. Y aunque las palabras del Señor ellas se llevan consigo la fuerza, con todo eso era más suave y acomodado modo aquel medio del sacerdote para los ignorantes y poco ejercitados en los misterios divinos.

300. Convenía asimismo acreditar y honrar la dignidad del sacerdote, de quien hace tanta estimación el Altísimo, que si en ellos halla la disposición debida siempre los engrandece y comunica su espíritu, para que el mundo los tenga en veneración como a sus escogidos y ungidos; y en ellos tienen menos peligros las maravillas del Señor, por mucho que se manifiesten; y si correspondieran a su dignidad, habían de ser sus obras de serafines y sus semblantes de ángeles entre las demás criaturas, su rostro había de resplandecer como el de Moisés cuando salió de la presencia y trato del Señor y por lo menos deben de comunicar con los demás hombres de manera que se hagan respetar y venerar después del mismo Dios. Y quiero, carísima, que entiendas está hoy el Altísimo muy indignado con el mundo, entre otras ofensas por las que recibe sobre esto, así de los sacerdotes como de los legos. Con los sacerdotes, porque olvidados de su altísima dignidad, la ultrajan con hacerse viles y contentibles y manuales, y escandalosos muchos, dando mal ejemplo al mundo, que ocasionan con el desprecio de su santificación. Y con los legos, porque son temerarios y atrevidos contra los cristos del Señor, a los cuales, aunque sean imperfectos y no de loable conversación, con todo eso los deben honrar y reverenciar en lugar de Cristo mi Hijo santísimo en la tierra.

301. Por esta veneración del sacerdote procedí yo también diferentemente que con santa Isabel. Porque si bien el Altísimo ordenó que fuese yo el conducto o instrumento para comunicarles su divino Espíritu, pero a Isabel de tal suerte la saludé que con la voz de mi salutación mostré alguna superioridad, para mandar al pecado original que su hijo tenía, y desde entonces se le había de perdonar por medio de mis palabras, dejando llenos de Espíritu Santo a hijo y madre. Y como yo no había contraído el pecado original, sino que fui libre y exenta de él, tuve imperio y dominio en aquella ocasión, mandándole como Señora que había triunfado de él por la preservación del Altísimo, y no como esclava, como lo quedan todos los hijos de Adán que en él pecaron. Pues para librar a mi siervo Juan de esta servidumbre y prisiones del pecado, quiso el Señor que imperase como quien jamás había estado sujeta a él. A Zacarías no le saludé por este modo de dominio, mas rogué por él, guardándole la reverencia y decoro que pedía su dignidad y mi recato. Y aun el mandar a su lengua que se desatase, aunque fue mental y ocultamente, no lo hiciera yo por el respeto del sacerdote, si no me lo mandara el Altísimo, dándome también a conocer que la persona del sacerdote no estaba bien dispuesta con la imperfección y defecto de la mudez; porque con todas sus potencias ha de estar expedito y dispuesto para el servicio y alabanza del Señor. Y porque en esta materia de respetar a los sacerdotes te diré más en otra ocasión, baste ahora esto para responderte a la duda que tenías.

302. La doctrina que ahora te doy sea, que con todas las personas que tratares, superiores o inferiores, de todas procures ser enseñada en el camino de la virtud y vida eterna. Y en esto imitarás lo que hizo conmigo mi sierva Isabel, pidiendo a todos, con el modo y prudencia que debes, te adiestren y encaminen; que por esta humildad dispone tal vez el Señor la buena dirección y acierto y envía su luz divina; y lo hará contigo, si procedes con sencilla discreción y celo de la virtud. Procura también arrojar de ti o no admitir ningún linaje o asomo de lisonjas de criaturas y las conversaciones donde las puedes oír, porque esta fascinación oscurece la luz y pervierte el sentido inadvertido. Y el Señor es tan celoso con las almas que mucho ama, que al punto se retira si ellas admiten alabanzas humanas y se pagan de sus lisonjas, porque con esta liviandad se hacen indignas de sus favores. Y no es posible concurrir juntos en un alma la adulación del mundo y los regalos del Altísimo, los cuales son verdaderos, santos, puros, estables, que humillan, limpian, pacifican e ilustran el corazón: y por el contrario las caricias, lisonjas de las criaturas son vanas, inconstantes, falaces, impuras y mentirosas, como salidas de la boca de aquellos que ninguno deja de mentir; y todo lo que es mentira es obra del enemigo.

303. Tu Esposo, hija mía carísima, no quiere que tus orejas se apliquen a oír ni admitir fabulaciones falsas y terrenas, ni que las adulaciones del mundo las inficionen ni manchen, y así quiero que para todos estos engaños venenosos las tengas cerradas y defendidas con fuerte custodia para que no los percibas. Y si tu Dueño y Señor se deleita de hablarte al corazón palabras de vida eterna, razón será que para oír sus caricias y atender a su amor te hagas insensible, sorda y muerta a todo lo terreno, y que todo sea tormento y muerte para ti. Mira que le debes grande fineza y que todo el infierno junto, valiéndose de la blandura de tu natural, quiere pervertírtele, para que le tengas suave para las criaturas e ingrato a Dios eterno. Vela y cuida de resistirle fuerte en la fe1 de tu amado Dueño y Esposo.
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MensajePublicado: Vie Dic 12, 2008 10:14 pm    Asunto:
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CAPITULO 24

Despídese María santísima de casa de Zacarías para volverse a la suya propia en Nazaret.

304. Para volver María santísima a su casa de Nazaret, vino de ella su felicísimo esposo José, llamado por orden de santa Isabel. Y llegando a casa de Zacarías, donde le aguardaban, fue recibido y respetado con incomparable devoción y reverencia de Isabel y Zacarías; después que también el santo sacerdote conocía que el gran patriarca era depositario de los sacramentos y tesoros del cielo, que aun no le eran manifiestos. Recibióle su divina esposa con humilde y prudente júbilo y arrodillándose en su presencia le pidió la bendición, como solía, y que la perdonase lo que había faltado a servirle en aquellos casi tres meses que había estado asistiendo a Isabel su prima. Y aunque en esto ni había hecho culpa ni imperfección, antes había cumplido la voluntad divina con grande agrado y beneplácito del mismo Señor y conformidad de su esposo, con todo eso, con aquella cortés y cariciosa humildad quiso la prudentísima Señora recompensar a su esposo lo que con su ausencia le había faltado de consuelo. El santo José le respondió, que con haberla visto quedaba aliviado de la pena de su ausencia y lo que su presencia le hubiera dado de consuelo. Y habiendo descansado algún día, determinaron el de su partida.

305. Despidióse luego la princesa María del sacerdote Zacarías, que como estaba ya ilustrado con la ciencia del Señor y conocía la dignidad de su Madre–Virgen, la habló con suma reverencia como a sagrario vivo de la divinidad y humanidad del Verbo eterno. Señora mía –la dijo– alabad eternamente y bendecid a vuestro Hacedor que se dignó por su misericordia infinita de elegiros entre todas las criaturas para Madre suya, depositaria única de todos sus grandes bienes y sacramentos; y acordaos de mí, vuestro siervo, para pedir a nuestro Dios y Señor me envíe en paz de este destierro a ta seguridad del verdadero bien que esperamos; y que por vos merezca ser digno de llegar a ver su divino rostro, que es la gloria de los santos. Y acordaos también, Señora, de mi casa y familia, en especial de mi hijo Juan, y rogad al Altísimo por vuestro pueblo.

306. La gran Señora se puso de rodillas delante del sacerdote y le pidió con profunda humildad la bendijese. Retirábase de hacerlo Zacarías, y antes la suplicaba le diese ella su bendición a él. Pero nadie podía vencer en humildad a la que era maestra y madre de esta virtud y de toda la santidad, y así obligó al sacerdote a que le echase su bendición y él se la dio movido con la divina luz. Y tomando las palabras de las Escrituras sagradas la dijo: La diestra del todopoderoso y verdadero Dios te asista siempre y te libre de todo mal; tengas la gracia de su eficaz protección y llénete del rocío del cielo y de la grosura de la tierra, y te dé abundancia de pan y vino; sírvante los pueblos y adórente los tribus, porque eres tabernáculo de Dios; serás Señora de tus hermanos y los hijos de tu madre se arrodillarán en tu presencia. El que te magnificare y bendijere será engrandecido y bendito, y el que no te bendijere y alabare será maldito. Conozcan en ti a Dios todas las naciones y sea por ti engrandecido el nombre del Dios altísimo de Jacob.

307. En retorno de esta profética bendición, María santísima besó la mano del sacerdote Zacarías y le pidió la perdona se lo que pudiera haber causado y deservido en su casa. El santo viejo se enterneció mucho en esta despedida y con las razones de la más pura y amable de las criaturas, y guardó siempre en su pecho el secreto de los misterios que en presencia de María santísima le habían sido revelados. Sola una vez que se halló en una junta o congregación de los sacerdotes que solían juntarse en el templo, dándole la norabuena de su hijo y de haberse acabado el trabajo de su mudez en su nacimiento, movido con la fuerza de su espíritu y respondiendo a lo que se trataba, dijo: Creo con firmeza infalible que nos ha visitado el Altísimo, enviándonos ya al mundo el Mesías prometido que ha de redimir su pueblo.–Pero no declaró más lo que sabía del misterio. Pero de oírle estas razones el santo sacerdote Simeón, que estaba presente, concibió un gran afecto del espíritu, y con este impulso dijo: No permitáis, Señor Dios de Israel, que vuestro siervo salga de este valle de miserias, antes que vea vuestra salud y Reparador de su pueblo.–Y a estas razones aludieron las que dijo después en el templo, cuando recibió en sus palmas al niño Dios presentado, como adelante diremos. Y desde esta ocasión se fue más encendiendo su afectuoso deseo de ver al Verbo divino encarnado.

308. Dejando a Zacarías lleno de lágrimas y ternura, fue María Señora nuestra a despedirse de su prima santa Isabel, que como mujer de corazón más blando, como deuda y como quien había gozado tantos días de la dulce conversación de la Madre de la gracia y que por su intervención había recibido tantas de la mano del Señor, no era mucho desfalleciera con el dolor, ausentándose la causa de tantos bienes recibidos y la presencia y esperanza de recibir otros muchos. Dividíasele el corazón a la santa matrona llegando a despedirse la Señora del cielo y tierra, que amaba más que a su misma vida; y con pocas razones, porque no las podía formar, pero con copiosas lágrimas y sollozos, le descubría lo íntimo de su pecho. La serenísima Reina, como invicta y superior a todos los movimientos de las pasiones naturales, estuvo con severidad agradable dueña de sí misma, y hablando a santa Isabel, la dijo: Amiga y prima mía, no queráis afligiros tanto por mi partida, pues la caridad del Altísimo, en quien con verdad os amo, no conoce división ni distancia de tiempo ni lugar. En Su Majestad os miro y en él os tendré presente, y vos también siempre me hallaréis en él mismo. Breve es el tiempo que nos apartamos corporalmente, pues todos los días de la vida humana son tan breves, y alcanzando con la divina gracia victoria de nuestros enemigos, muy presto nos veremos y gozaremos eternamente en la celestial Jerusalén, donde no hay dolor, ni llanto, ni división. En el ínterin, carísima mía, todo el bien hallaréis en el Señor y también me tendréis y veréis a mí en él; quede en vuestro corazón y os consuele.–No alargó más la plática nuestra prudentísima Reina, por atajar el llanto de Isabel, y puesta de rodillas la pidió la bendición y perdón de lo que la podía haber molestado con su compañía. Hizo instancia hasta que se la dio, y la misma hizo santa Isabel para que la divina Señora la volviese el retorno con otra bendición, y por no negarla este consuelo, se la dio María santísima.

309. Llegó la Reina también a ver al niño Juan y recibiéndole en sus brazos le echó muchas bendiciones eficaces y misteriosas. El milagroso infante por dispensación divina habló a la Virgen Madre, aunque en voz baja y de párvulo. Madre sois del mismo Dios –la dijo– y Reina de todo lo criado, depositaria del tesoro inestimable del cielo, amparo y protectora de mí, vuestro siervo; dadme vuestra bendición y no me falte vuestra intercesión y vuestra gracia. Besó tres veces la mano de la Reina el niño y adoró en su virginal vientre al Verbo humanado y le pidió su bendición y gracia, y con suma reverencia se ofreció a su servicio. El niño Dios se mostró agradable y con benevolencia a su precursor; y todo esto lo conoció y miraba la felicísima madre María santísima. Y en todo procedía y obraba con plenitud de ciencia divina, dando a cada uno de estos grandes misterios la veneración y aprecio que pedía; porque trataba magníficamente a la sabiduría de Dios y sus obras.

310. Quedó toda la casa de Zacarías santificada de la presencia de María santísima y del Verbo humanado en sus entrañas, edifica a de su ejemplo, enseñada de su conversación y doctrina, aficiona a a su dulcísimo trato y modestia. Y llevándose los corazones de aquella dichosa familia, los dejó a todos en ella llenos de dones celestiales que les mereció y alcanzó de su Hijo santísimo. Su santo esposo José quedó en gran veneración con Zacarías, Isabel y Juan, que conocieron su dignidad, antes que a él mismo se le manifestase. Y despidiéndose el dichoso Patriarca de todos, alegre con su tesoro, aunque no del todo conocido, partió para Nazaret; y lo que sucedió en el viaje diré en el capítulo siguiente. Pero antes de comenzarle María santísima pidió la bendición de rodillas a su esposo, como en tales ocasiones lo hacía, y habiéndosela dado, principiaron la jornada.

Doctrina de la Reina María santísima.

311. Hija mía, aquella dichosa alma a quien Dios elige para su trato regalado y alta perfección, siempre debe tener el corazón preparado y no turbado, para todo lo que Su Majestad quisiere disponer y hacer en ella, sin resistencia; y de su parte debe ejecutarlo todo con prontitud. Yo lo hice así, cuando el Altísimo me mandó salir de mi casa y dejar mi amable retiro para venir a la de mi sierva Isabel, y lo mismo cuando me ordenó la dejase. Todo lo ejecuté con pronta alegría; y aunque de Isabel y su familia recibí tantos beneficios, y con el amor y benevolencia que has conocido, pero no obstante esto, en sabiendo la voluntad del Señor, aunque me hallé obligada, pospuse todo afecto propio, sin admitir más de lo que era compatible de caridad y compasión con la presteza de la obediencia que debía al divino mandato.

312. Hija mía carísima, ¡cómo procurarías esta verdadera y perfecta resignación, si del todo conocieras su valor y cuán agradable es a los ojos del Señor y útil y provechosa para el alma! Trabaja, pues, por conseguirla con mi imitación, a que tantas veces te convido y te persuado. El mayor impedimento para llegar a este grado de perfección es admitir afectos o inclinaciones particulares a cosas terrenas, porque éstas hacen indigna al alma de que el Señor la elija para sus delicias y la manifieste su voluntad. Y si la conocen las almas, las detiene el amor vil que han puesto en otras cosas, y con este asimiento no están capaces de la prontitud y alegría con que deben obedecer al gusto de su Señor. Reconoce, hija, este peligro y no admitas en tu corazón afecto alguno particular, porque te deseo muy perfecta y docta en este arte del amor divino y que tu obediencia sea de ángel y tu amor de serafín. Tal quiero que seas en todas tus acciones, pues a esto te obliga mi amor, y te lo enseña la ciencia y luz que recibes.

313. No te quiero decir que no has de ser sensible, que esto no es posible a la criatura naturalmente, pero cuando te sucediere alguna cosa adversa, o te faltare lo que te pareciere útil o necesario y apetecible, entonces con alegre igualdad te deja toda en el Señor y le hagas sacrificio de alabanza, porque se hace su voluntad santa en lo que a ti te tocaba. Y con tender sólo al beneplácito de su divina disposición y que todo lo demás es momentáneo, te hallarás pronta y fácil en la victoria de ti misma y lograrás todas las ocasiones de humillarte al poder de la mano del Señor. También te advierto que me imites en el respeto y veneración de los sacerdotes y que para hablarles y despedirte les pidas siempre la bendición; y esto mismo harás con el Altísimo para cualquiera obra que comenzares. A los superiores te muestra siempre con rendimiento y sumisión. A las mujeres que vinieren a pedirte consejo, amonéstalas si fueren casadas que sean obedientes a sus maridos, sujetas y pacíficas en sus casas y familias, recogidas en ellas y cuidadosas en cumplir con sus obligaciones. Pero que no se ahoguen ni entreguen totalmente a los cuidados con pretexto de necesidad, pues más se les ha de suplir por la bondad y liberalidad del Altísimo, que por su demasiada negociación. En los sucesos que a mí me tocaron en mi estado, hallarás para esto la doctrina y ejemplar verdadero, y toda mi vida lo será para que las almas compongan la perfección que deben en todos sus estados; por esto no te doy advertencias para cada uno.
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MensajePublicado: Sab Dic 13, 2008 11:46 am    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 25

La jornada de María santísima de casa de Zacarías a Nazaret.

314. Para dar la vuelta de la ciudad de Judá a la de Nazaret, salió María santísima, vivo tabernáculo de Dios vivo, caminando por las montañas de Judea en compañía de su fidelísimo esposo José. Y aunque los evangelistas no dicen la festinación y diligencia con que hizo esta jornada, como lo dijo san Lucas de la primera, por el misterio especial que aquella priesa encerraba, también este viaje y vuelta a Nazaret caminó la Princesa del cielo con gran presteza para los sucesos que la esperaban en casa. Y todas las peregrinaciones de esta divina Señora fueron una mística demostración de sus progresos espirituales e interiores; porque ella era el verdadero tabernáculo del Señor que nunca descansaba de asiento en la peregrinación de la vida mortal, antes procediendo y pasando cada día de un estado muy alto de sabiduría y gracia a otro más levantado y superior, siempre caminaba y siempre era única y peregrina en este camino de la tierra prometida, y siempre llevaba consigo misma el propiciatorio verdadero, donde sin intermisión, con aumentos de sus dones y favores propios, solicitaba y adquiría nuestra salud para nosotros.

315. Tardaron en esta jornada nuestra gran Reina y san José otros cuatro días, como en la venida, que dije en el capítulo 16. Y en el modo de caminar y en sus divinas pláticas y conversaciones que tenían en todo el viaje, sucedió lo mismo que allá dije, y no es necesario repetirlo ahora. En las contiendas ordinarias de humildad qué tenían, siempre vencía nuestra Reina salvo cuando interponía su santo esposo la obediencia de sus mandatos; que el rendirse obediente era la mayor humildad. Pero como iba ya preñada de tres meses, caminaba más atenta y cuidadosa, no porque le fuese grave ni pesado su preñado, que antes le era de alivio suavísimo, mas la prudente y atenta Madre cuidaba mucho de su tesoro, porque le miraba con los aumentos y progresos naturales que cada día iba recibiendo el cuerpo santísimo de su Hijo en su virginal vientre. Y no obstante la facilidad y ligereza del preñado, algunas veces la fatigaba el trabajo del camino y el calor, porque para no padecer, no se valía de los privilegios de Reina y Señora de las criaturas, antes daba lugar a las molestias y cansancio, para ser en todo maestra de perfección y estampa única de su Hijo santísimo.

316. Como su divino preñado era en la parte de la naturaleza tan perfecto y su persona elegantísima y delicada y todo sin defecto alguno, naturalmente le crecía el vientre y reconocía la discretísima esposa que sería imposible ocultarle muchos días a su castísimo y fidelísimo esposo. Con esta consideración le miraba ya con mayor ternura y compasión, por el sobresalto que de cerca le amenazaba, de que deseara excusarle, si conociera la voluntad divina. Pero el Señor no le respondió a estos cuidados, porque disponía el suceso por los medios más oportunos para gloria suya, merecimiento de san José y de su Madre Virgen. Con todo esto, en su secreto la gran Señora pedía a Su Majestad que previniese el corazón del santo esposo con la paciencia y sabiduría que había menester y le asistiese con su gracia, para que en la ocasión que esperaba obrase con beneplácito y agrado de la voluntad divina; porque siempre juzgaba había de recibir gran dolor, viéndola preñada.

317. Prosiguiendo el camino hizo en él la Señora del mundo algunas obras admirables, aunque siempre con modo oculto y secreto. Sucedió que llegaron a un lugar no lejos de Jerusalén, y en la misma posada concurrió aquella noche alguna gente de otro lugar pequeño que pasaban a la ciudad santa y llevaban una mujer moza y enferma a buscarle algún remedio, como en lugar más populoso y grande. Y aunque la conocían por muy enferma, ignoraban sus dolencias y la causa de ellas. Había sido aquella mujer muy virtuosa; y conociendo el común enemigo su natural y virtudes adelantadas, convirtióse contra ella, como lo hace siempre contra los amigos de Dios y enemigos suyos. Persiguiéndola, la hizo caer en algunas culpas, y para llevarla de un abismo en otro, la tentó con falsas ilusiones de desconfianza y desordenado dolor de su propia deshonra, y turbándole el juicio halló lugar este dragón de entrarse en la afligida mujer y poseerla con otros muchos demonios. Ya dije en la primera parte, que concibió grande ira el infernal dragón contra todas las mujeres virtuosas después que vio en el cielo aquella mujer vestida del sol, de cuya generación son las demás que la siguen, como del capítulo 12 del Apocalipsis se colige; y por este enojo estaba muy soberbio y ufano con la posesión de aquel cuerpo y alma de la afligida mujer y la trataba como tirano enemigo.

318. Vio nuestra divina Princesa en su posada a aquella mujer enferma y conoció su dolencia que todos ignoraban; y movida de su maternal misericordia, oró y pidió a su Hijo santísimo la diese salud de cuerpo y alma. Y conociendo la voluntad divina que se inclinaba a clemencia, y usando de la potestad de Reina, mandó a los demonios saliesen al punto de aquella mujer y la dejasen libre sin volver más a molestarla; que se fuesen a los profundos, como su legítima y propia habitación. Este mandato de nuestra gran Reina y Señora no fue vocal, sino mental o imaginario, de manera que lo pudieran percibir los inmundos espíritus; pero fue tan eficaz y poderoso, que sin dilación salieron Lucifer y sus compañeros de aquel cuerpo y fueron lanzados en las tinieblas del infierno. Quedó la dichosa mujer libre y suspensa de tan inopinado suceso, pero inclinóse con un movimiento del corazón a la purísima y santísima Señora, miróla con especial veneración y afecto, y con esta vista recibió otros dos beneficios: el uno, que se le movió el interior con íntimo dolor de sus pecados; el otro, que se le quitaban o deshacían los malos efectos y reliquias que le habían dejado en el cuerpo aquellos injustos poseedores que algún tiempo había sentido y padecido. Reconoció que aquella divina forastera, encontrada por su gran dicha en el camino, tenía parte en el bien que sentía y que había recibido del cielo. Habló con ella, y respondiéndola nuestra Reina al corazón, la exhortó y amonestó a la perseverancia, y también se la mereció para adelante. Los deudos que con ella iban conocieron también el milagro, pero atribuyéronlo a la promesa que iban cumpliendo de llevarla al templo de Jerusalén, ofreciendo en él alguna limosna. Y así lo hicieron alabando a Dios, pero ignorando el instrumento de aquel beneficio.

319. Fue grande y furiosa la turbación que recibió Lucifer, viéndose arrojado con solo el imperio de María santísima y desposeído de esta mujer, y con rabiosa indignación se admiraba y decía: ¿Quién es esta mujercilla que con tanta fuerza nos manda y nos oprime? ¿Qué novedad es ésta y cómo la sufre mi soberbia? Conviene que todos reparemos en esto y tratemos de aniquilarla. Y porque en el capítulo siguiente diré más en este punto, lo dejo ahora. Pero llegando nuestros caminantes divinos a otra posada, que era dueño de ella un hombre de mala condición y costumbres; y para comenzar a ser dichoso, ordenó Dios que recibiese con ánimo piadoso y benévolo a María santísima y a José su esposo; hízoles más cortesía y servicios de los que solía hacer a otros huéspedes; y porque el retorno fuese también más aventajado, la gran Reina, que conoció el estado de la conciencia estragado de su hospedero, oró por él y le dejó el fruto de esta oración en pago del hospedaje, dejándole justificada el alma, mejorada la vida y también la hacienda; que por un pequeño beneficio que hizo a sus huéspedes soberanos, se le acrecentó Dios de allí adelante. Otras muchas maravillas hizo la Madre de la gracia en este viaje, porque sus emisiones eran divinas y todo lo santificaba si hallaba disposición en las almas. Dieron fin a su jornada llegando a Nazaret, donde la Princesa del cielo aliñó y limpió su casa con asistencia y ayuda de sus santos ángeles, que en estos tan humildes ministerios siempre la acompañaban como émulos de su humildad y celosos de su veneración y culto. El santo José se ocupaba en su ordinario trabajo para sustentar a la Reina, y ella no frustraba la esperanza del corazón del santo. Ceñíase de nueva fortaleza para los misterios que aguardaba y extendía su mano a cosas fuertes, y en su secreto gozaba de la continua vista del tesoro de su vientre, y con ella de incomparables favores, delicias y regalos. Granjeaba grandiosos merecimientos e incomparable agrado de Dios.

Doctrina que me dio la Reina del cielo.

320. Hija mía, las almas fieles que conocen a Dios por la luz de la fe y son hijas de la Iglesia, para usar de esta virtud y de las que con ella se les infunden, no debían de hacer diferencia de tiempos, ni lugares ni ocupaciones; porque Dios está presente en todas las cosas y las llena de su ser infinito, y en cualquiera lugar y ocasión se halla la fe para adorarle y reconocerle en espíritu y verdad. Y así como a la creación, por donde recibe el alma el ser primero, se sigue la conservación, y a la vida la respiración, en que nunca admite intervalo, como tampoco en la nutrición y aumento, hasta llegar al término, a este modo la criatura racional, después de ser regenerada por la fe y la gracia, debía no interrumpir jamás el aumento de esta vida espiritual, obrando siempre obras de vida con la fe, esperanza y amor en todo tiempo y lugar. Y por el olvido y descuido que los hombres tienen en esto, y más los hijos de la Iglesia, vienen a tener la vida de la fe como si no la tuviesen, porque la dejan morir, perdiendo la caridad. Y son éstos los que recibieron en vano0 esta nueva alma, como lo dice David, porque no usan de ella más que si no la hubieran recibido.

321. Tu vida espiritual quiero yo, carísima, que no tenga más vacíos ni intervalos que la natural. Siempre has de obrar con la vida de la gracia y dones del Altísimo, orando, amando, alabando, creyendo, esperando y adorando a este Señor en espíritu y verdad, sin diferencia de tiempos, de ocupaciones ni de lugar. En todo está presente y de todas las criaturas racionales quiere ser amado y servido. Por lo que te encargo que, cuando llegaren a ti las almas con este olvido o con otras culpas y fatigadas del demonio, pide por ellas con viva fe y confianza; que si el Señor no obrare siempre al modo que lo deseas y ellas piden, harálo ocultamente, y tú conseguirás el haberle dado gusto, trabajando como fiel hija y esposa. Y si en todo procedes como quiere de ti, te aseguro que para el beneficio de las almas te concederá muchos privilegios de esposa. Atiende en esto a lo que yo hacía cuando miraba a las almas en desgracia del Señor y el cuidado y celo con que trabajaba por todas, y señaladamente por algunas. Y a imitación mía, y para obligarme cuando el Altísimo te manifestare el estado de algunas almas, o ellas te lo declararen, trabaja y pide por todas y amonéstalas con prudencia, humildad y recato; que el Todopoderoso no quiere obres tú con ruido, ni que los efectos de tu trabajo se manifiesten, sino que sean ocultos, que en esto se mide a tu natural encogimiento y deseo y quiere en ti lo más seguro. Y aunque por todas las almas has de pedir, más eficazmente por aquellas que conocieres ser más conforme a la voluntad divina.
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MensajePublicado: Dom Dic 14, 2008 11:58 am    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 26

Hacen los demonios un conciliábulo en el infierno contra María santísima.

322. En el instante que se ejecutó el inefable misterio de la encarnación, dije arriba en su lugar, capítulo 11, núm. 140, que Lucifer y todo el infierno sintieron la virtud del brazo poderoso del Altísimo, que los derribó a lo más profundo de las cavernas infernales. Estuvieron allí oprimidos algunos días, hasta que el mismo Señor con su admirable providencia dio permiso para que saliesen de aquella opresión, cuya causa ignoraban. Levantóse, pues, el dragón grande y salió al mundo para rodear la tierra, reconociendo en toda ella si había alguna novedad a que atribuir la que él y sus ministros habían sentido en sí mismos. Esta diligencia no la quiso fiar el soberbio príncipe de las tinieblas de solos sus compañeros, pero salió él mismo con ellos y, discurriendo por todo el orbe, con suma astucia y malignidad anduvo inquiriendo y acechando por varios modos para investigar lo que deseaba. Gastó en esta diligencia tres meses, y al fin de ellos volvió al infierno tan ignorante de la verdad como de él había salido; porque no eran tan divinos misterios para que él los entendiese por entonces, siendo tan tenebrosa su malignidad, que ni había de gozar de sus admirables efectos, ni por ellos había de glorificar ni bendecir a su Hacedor como nosotros, para quienes fue la redención.

323. Hallábase más confuso y congojoso el enemigo de Dios, sin saber a qué atribuir su nueva desdicha, y para consultar el caso convocó a todas las cuadrillas infernales, sin reservar demonio alguno. Y puesto en lugar eminente en aquel conciliábulo, le hizo este razonamiento: Bien sabéis, súbditos míos, la solicitud grande que he puesto, después que Dios nos arrojó de su casa y destruyó de nuestra potestad, en vengarme, procurando yo destruir la suya. Y aunque no le puedo tocar a él, pero en los hombres a quien ama no he perdido tiempo ni ocasión para traerlos a mi dominio, y con mis fuerzas he poblado mi reino y tengo tantas gentes y naciones que me siguen y obedecen, y cada día voy ganando innumerables almas y apartándolas del conocimiento y obediencia de Dios, para que no lleguen a gozar lo que nosotros perdimos, antes los he de traer a estas penas sempiternas que padecemos, pues han seguido mi doctrina y mis pisadas, y en ellas vengaré la ira que tengo concebida contra su Criador. Pero todo lo referido me parece poco, y siempre me tiene sobresaltado esta novedad que hemos sentido, porque no nos ha sucedido cosa como ésta después que nos arrojaron del cielo, ni tan gran fuerza nos ha oprimido y arruinado; y reconozco que vuestras fuerzas y las mías se han quebrantado mucho. Este efecto tan nuevo y extraordinario sin duda tiene nuevas causas, y en nuestra flaqueza siento gran temor que nuestro imperio se ha arruinado.

324. Este negocio pide nuestra advertencia, y mi furor está constante y la ira de mi venganza no está satisfecha. Yo he salido y rodeado todo el orbe, reconociendo a todos sus moradores con gran cuidado, y no he topado cosa notable. A las mujeres virtuosas y perfectas del género de aquella nuestra enemiga que conocimos en el cielo, a todas he observado y perseguido por encontrarla entre ellas, mas no hallo indicios de que haya nacido; porque ninguna hallo con las condiciones que me parece ha de tener la que ha de ser Madre del Mesías. Una doncella, que yo temía por sus grandes virtudes y la perseguí en el templo, ya está casada, y así no puede ser ella la que buscamos, porque Isaías dijo que había de ser virgen. Con todo eso la temo y aborrezco, porque será posible que siendo tan virtuosa nazca de ella la Madre del Mesías o algún gran profeta, y hasta ahora no la he podido sujetar en cosa alguna, y de su vida alcanzo menos que de las otras. Siempre me ha resistido invencible, y fácilmente se me borra de la memoria, y cuando me acuerdo, no puedo acercarme tanto a ella. Y no acabo de conocer si esta dificultad y olvido son misteriosos, o nacen de mi mismo desprecio que hago de una mujercilla. Pero yo volveré sobre mí, porque en dos ocasiones estos días me ha mandado y no hemos podido resistir a su imperio y magnanimidad, con que nos ha desterrado de nuestra posesión que teníamos en aquellas personas de donde nos arrojó. Esto es muy digno de reparo, y sólo por lo que se ha mostrado en estas ocasiones merece mi indignación. Determino perseguirla y rendirla y que vosotros me ayudéis en esta empresa con todas vuestras fuerzas y malicia; que quien se señalare en esta victoria, recibirá grandes premios de mi gran poder.

325. Toda la infernal canalla, que atentos oyeron a Lucifer, alabaron y aprobaron sus intentos, y le dijeron no tuviese cuidado que por aquella mujer se desharían ni menguarían sus triunfos, pues tan pujante estaba su poder y debajo de él tenía casi todo el mundo. Y luego fueron arbitrando los medios que tomarían para perseguir a María santísima, por mujer señalada y singular en santidad y virtudes, y no por Madre del Verbo humanado, que entonces, como he dicho, ignoraban los demonios el sacramento escondido. De este acuerdo se le siguió luego a la divina Princesa una larga contienda con Lucifer y sus ministros de maldad, para que muchas veces le quebrantase la cabeza a este dragón infernal. Y aunque ésta fue gran batalla contra él, y muy señalada en la vida de esta gran Señora, pero después tuvo otra mayor, cuando quedó en el mundo, después de la subida de su Hijo santísimo a los cielos. Y de ésta hablaré en la tercera parte de la divina Historia, para donde me han remitido; porque fue muy misteriosa, como ya era conocida de Lucifer por Madre de Dios, y de ella habló san Juan en el capítulo 12 del Apocalipsis, como diré en su lugar.

326. En la dispensación de los misterios incomparables de la encarnación, fue admirable la providencia del Altísimo, y ahora lo es en el gobierno de la Iglesia católica. Y no hay duda que a esta fuerte y suave providencia convenía ocultar a los demonios muchas cosas que no es bien las alcancen, así porque son indignos de conocer los sagrados misterios, por lo que arriba dije, como también porque en estos enemigos se ha de manifestar más el poder divino, para que estén debajo de él oprimidos. Y a más de esto, porque con la ignorancia de las obras que Dios les oculta, corre más suavemente el orden de la Iglesia y la ejecución de todos los sacramentos que Dios ha obrado en ella, y la ira desmedida del demonio se enfrena mejor en lo que Su Majestad no le quiere dar permiso. Y aunque siempre le puede y pudiera oprimir y detener, pero todo lo dispensa el Altísimo con el modo más conveniente a su bondad infinita. Por esto ocultó el Señor de estos enemigos la dignidad de María santísima y el modo milagroso de su preñado, su integridad virginal antes y después del parto; y con haberla dado esposo se disimulaba más esto. Tampoco conocieron la divinidad de Cristo nuestro Señor con infalible y firme juicio hasta la hora de su muerte, y desde entonces entendieron muchos misterios de la redención en que se habían aluzinado y deslumbrado; porque si entonces le hubieran conocido, antes hubieran procurado estorbar su muerte, como lo dijo el apóstol, que incitar a los judíos para que se la dieran más cruel, como adelante declararemos en su lugar, y pretendieran impedir la redención, y manifestar al mundo que era Cristo verdadero Dios. Y por esto, cuando le conoció y confesó san Pedro, le mandó a él y a los demás apóstoles que a nadie lo dijesen; y aunque por los milagros que hacía el Salvador, y por los demonios que expelía de los cuerpos, como refiere san Lucas, venían en sospechas de que era el Mesías y le llamaban Hijo de Dios altísimo, no consentía Su Majestad que dijesen esto; ni tampoco lo afirmaban con certeza que tuviesen, porque luego se les desvanecían las sospechas con ver a Cristo nuestro Señor pobre, despreciado y fatigado, porque nunca penetraron el misterio de la humildad del Salvador; su soberbia desvanecida se le deslumbraba.

327. Pues como Lucifer no conocía la dignidad de Madre de Dios en María santísima, cuando la previno esta persecución, aunque fue terrible como se verá, con todo eso fue más cruel otra que después padeció sabiendo quién era. Y si en esta ocasión de que voy hablando entendiera que ella era la que había visto en el cielo vestida del sol y que le había de quebrantar la cabeza, se enfureciera y deshiciera en su rabia, convirtiéndose en rayos de ira. Y si considerándola solamente mujer santa y perfecta se indignaron todos tanto, cierto es que si conocieran su excelencia, hubieran turbado toda la naturaleza, cuanto ellos pudieran para perseguirla y acabar con ella. Pero como el dragón y sus aliados ignoraban, por una parte, el oculto misterio de la divina Señora y, por otra, sentían en ella tan poderosa virtud y la santidad tan extremada, con esta confusión andaban atentando y conjeturando y se preguntaban unos a otros quién sería aquella mujer, contra quien tan flacas reconocían sus fuerzas, y si por ventura era la que entre las criaturas había de tener el preeminente lugar.

328. Otros respondían que no era posible ser aquella mujer Madre del Mesías que aguardaban los fieles, porque, a más de tener marido, ella y él eran muy pobres y humildes y poco celebrados en el mundo, y no se manifestaban con milagros y prodigios, ni se dejaban estimar ni temer de los hombres. Y como Lucifer y sus ministros son tan soberbios, no se persuadían que con la grandeza y dignidad de Madre de Dios eran compatibles tan extremado desprecio de sí misma y tan rara humildad; y todo lo que a él le había descontentado tanto, viéndose con menor excelencia, juzgaba que el que era poderoso no lo eligiera para sí. Al fin le engañó su misma arrogancia y desvanecida soberbia, que son los vicios más tenebrosos para cegar el entendimiento, y precipitar la voluntad. Por esto dijo Salomón que su propia malicia los había cegado, para que no conocieran que el Verbo eterno había de elegir tales medios para destruir la arrogancia y altivez de este dragón, cuyos pensamientos distaban de los juicios del altísimo Señor más que el cielo dista de la tierra; porque juzgaba que Dios bajaría al mundo contra él con grande aparato y ostentación ruidosa, humillando con potencia a los soberbios, a los príncipes y monarcas que el mismo demonio tenía desvanecidos; como se vio en tantos que precedieron a la venida de Cristo nuestro Señor, tan llenos de soberbia y presunción, que parecían haber perdido el seso y el conocimiento de ser mortales y terrenos. Todo esto lo medía Lucifer por su propia cabeza, y le parecía que Dios había de proceder en esta venida como procede él con su furor y condición contra las obras de nuestro Señor.

329. Pero Su Majestad, que es sabiduría infinita, lo hizo todo al contrario de lo que juzgó Lucifer, porque vino a vencerle, no con sola su omnipotencia, pero con la humildad, mansedumbre, obediencia y pobreza, que son las armas de su milicia, y no con ostentación, fausto y vanidad mundana, que se alimenta con las riquezas de la tierra. Vino disimulado y oculto en el aparato, eligió Madre pobre, y todo lo que el mundo aprecia vino a desestimar y a enseñar la ciencia de la vida con doctrina y con ejemplo; con que se halló el demonio engañado y vencido con los medios que más le oprimen y atormentan.

330. Ignorando todos estos misterios, anduvo Lucifer algunos días acechando y reconociendo la condición natural de María santísima, su complexión, compostura, sus inclinaciones y el sosiego de sus acciones, tan iguales y medidas, que era lo que a este enemigo no se le encubría. Y conociendo que todo esto era tan perfecto y la condición tan dulce y que todo junto era un muro invencible, volvió a consultar a los demonios, proponiéndoles la dificultad que sentía en aquella mujer para tentarla y que era empresa de gran cuidado. Fabricaron todos grandes y diversas máquinas de tentaciones con que acometerla, ayudándose unos a otros en esta demanda. Y de cómo lo ejecutaron hablaré en los capítulos siguientes, y del triunfo glorioso que alcanzó la soberana Princesa de todos estos enemigos y de sus dañados y malignos consejos fraguados con iniquidad.

Doctrina de la Reina del cielo María santísima.

331. Hija mía, deséote muy advertida y atenta para que no seas poseída de la ignorancia y tinieblas con que comúnmente están oscurecidos los mortales, olvidando su salud eterna, sin considerar su peligro, por la incesante persecución de los demonios para perderlos. Así duermen, descansan y se olvidan los hombres, como si no tuviesen enemigos fuertes y vigilantes. Este formidable descuido se origina de dos causas: la una, que los hombres están tan entregados a lo terreno, animal y sensible, que no saben sentir otras heridas más de las que tocan al sentido animal; todo lo demás interior no les ofende en su estimación. La otra razón es porque los príncipes de las tinieblas son invisibles y ocultos al sentido, y como los hombres carnales no los tocan, ni los ven, ni sienten, olvídanse de temerlos; siendo así que por eso mismo debían de estar más atentos y cuidadosos, porque los enemigos invisibles son más astutos y diestros en ofender a traición, y por eso el peligro es tanto más cierto cuanto es menos manifiesto, y las heridas tanto más mortales cuanto menos sensibles, imperceptibles y menos sentidas.

332. Oye, hija, las verdades más importantes para la vida verdadera y eterna. Atiende a mis consejos, ejecuta mi doctrina y recibe mis amonestaciones, porque si te dejas con descuido, enmudeceré contigo. Advierte, pues, lo que hasta ahora no has penetrado de la condición de estos enemigos: porque te hago saber que ningún entendimiento, ni lengua de hombres, ni de los ángeles, pueden manifestar la ira y furiosa saña que Lucifer y sus demonios tienen concebida contra los mortales, porque son imagen del mismo Dios y capaces de gozarle eternamente. Sólo el mismo Señor comprende la iniquidad y maldad de aquel pecho soberbio y revelado contra su santo nombre y adoración. Y si con su poderoso brazo no tuviera oprimidos a estos enemigos, en un momento destruyeran el mundo, y más que leones hambrientos, dragones y fieras despedazaran a todos los hombres y rasgaran sus carnes. Pero el Padre piadosísimo, padre de las misericordias, defiende y enfrena esta ira y guarda entre sus brazos a sus hijuelos para que no caigan en el furor de estos lobos infernales.

333. Considera, pues, ahora, con la ponderación que pudieres, si hay dolor tan lamentable como ver tantos hombres oscurecidos y olvidados de tal peligro, y que unos por liviandad, por ligeras causas, por un deleite breve y momentáneo, otros por negligencia y otros por sus apetitos desordenados, se arrojen todos voluntariamente, desde el refugio donde los pone el Altísimo, a las furiosas manos de tan impíos y crueles enemigos; y esto no para que una hora, un día, un mes o un año ejecuten en ellos su furor, sino para que lo hagan eternamente con tormentos indecibles e imponderables. Admírate, hija mía, y teme de ver tan horrenda y formidable estulticia de los mortales impenitentes, y que los fieles, que esto conocen por fe, hayan perdido el seso y los tenga el demonio tan dementados y ciegos en medio de la luz que les administra la fe verdadera y católica que profesan, que ni ven ni conocen el peligro, ni saben apartarse de él.

334. Y para que tú más le temas y te guardes, advierte que este dragón te reconoce y acecha desde la hora que fuiste criada y saliste al mundo, y noche y día te rodea sin descansar, para aguardar lance en que hacer presa en ti, y observa tus naturales inclinaciones, y aun los beneficios del Señor, para hacerte guerra con tus propias armas. Hace consulta con otros demonios sobre tu ruina y les promete premios a los que más la solicitaren; y para esto pesan tus acciones con grande desvelo y miden tus pasos y todos trabajan en arrojarte lazos y peligros para cada obra y acción que intentas. Todas estas verdades quiero veas en el Señor, donde conocerás a dónde llegan, y mídelas después con la experiencia que tienes, que careándolo entenderás si es razón que duermas entre tantos peligros. Y aunque a todos los nacidos les importa este desvelo, a ti más que a otro ninguno por especiales razones, que aunque no todas te las manifiesto ahora, no por eso dudes de que te conviene vivir vigilantísima y atenta; y basta que conozcas tu natural blando y frágil, de que se aprovecharán contra ti tus enemigos.
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MensajePublicado: Mar Dic 16, 2008 5:49 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 27

Previene el Señor a María santísima para entrar en la batalla con Lucifer y comienza el dragón a perseguirla.

335. El Verbo eterno, que humanado en el vientre de María Virgen la tenía ya por Madre y conocía los consejos de Lucifer, no sólo con la sabiduría increada en cuanto Dios, pero también con la ciencia criada en cuanto hombre, estaba atento a la defensa de su tabernáculo, más estimable que todo el resto de las otras criaturas. Y para vestir de nueva fortaleza a la invencible Señora contra la osadía loca de aquel alevoso dragón y sus cuadrillas, se movió la humanidad santísima y estuvo como en pie en el tabernáculo virginal, como en forma de quien se opone y ocurre a la batalla, indignado contra los príncipes de las tinieblas. En esta postura hizo oración al Padre eterno, pidiéndole renovase sus favores y gracias con su misma Madre, para que fortalecida de nuevo quebrantase la cabeza de la serpiente antigua, para que humillado y oprimido por una mujer quedasen frustrados sus intentos y debilitadas sus fuerzas, y la Reina de las alturas saliese victoriosa y triunfando del infierno, con gloria y alabanza del mismo ser de Dios y de la Madre y Virgen.

336. Como lo pidió Cristo Señor nuestro, así lo concedió y decretó la beatísima Trinidad. Y luego por un modo inefable se le manifestó a la Virgen Madre su Hijo santísimo que tenía en su vientre, y en esta visión se le comunicó una abundantísima plenitud de bienes, gracias y dones indecibles, y con nueva sabiduría conoció altísimos misterios y muy ocultos, que yo no puedo declarar. Especialmente entendió que Lucifer tenía fabricadas grandes máquinas y soberbios pensamientos contra la gloria del mismo Señor, y que la arrogancia de este enemigo se extendía a beberse las aguas puras del Jordán. Y dándole el Altísimo estas noticias, la dijo Su Majestad: Esposa y paloma mía, el sediento furor del dragón infernal es tan insaciable contra mi santo nombre y contra los que le adoran, que sin excepción de nadie a todos pretende derribar y borrar mi nombre de la tierra de los vivientes con osadía y presunción formidable. Yo quiero, amada mía, que tú vuelvas por mi causa y defiendas mi honor santo, peleando en mi nombre con este cruel enemigo; que yo estaré contigo en la batalla, pues estoy en tu virginal vientre. Y antes de salir al mundo, quiero que con mi virtud divina los destruyas y confundas, porque están persuadidos que se acerca la redención de los hombres y desean, primero que llegue, destruir a todos y ganar las almas del mundo sin reservar alguna. De tu fidelidad y amor fío esta victoria. Tú pelearás en mi nombre y yo en ti con este dragón y serpiente antigua.

337. Este aviso del Señor, y la noticia de tan ocultos sacramentos, hicieron en el corazón de la divina Madre tales efectos, que no hallo palabras con que manifestar lo que conozco. Y sabiendo que era voluntad de su Hijo santísimo que la celosísima Reina defendiera la honra del Altísimo, se inflamó tanto en su divino amor y se vistió de fortaleza tan invencible, que si cada uno de los demonios fuera un infierno entero con el furor y malicia de todos, fueran unas flacas hormigas y muy débiles para oponerse a la virtud incomparable de nuestra capitana; a todos los aniquilara y venciera con la menor de sus virtudes y celo de la gloria y honra del Señor. Ordenó este divino protector y amparador nuestro dar a su Madre santísima este glorioso triunfo del infierno, para que no se levantase más la soberbia arrogante de sus enemigos, cuando se apresuraban tanto a perder el mundo antes que llegase su remedio, y para que los mortales nos hallásemos obligados no sólo a tan inestimable amor de su Hijo santísimo, pero también a nuestra divina reparadora y defensora, que saliendo a la batalla le detuvo, le venció, le oprimió, para que no estuviese más incapaz y como imposibilitado el linaje humano de recibir a su Redentor.

338. ¡Oh hijos de los hombres de corazón tardo y pesado! ¿Cómo no atendemos a tan admirables beneficios? ¿Quién es el hombre que así le estimas y favoreces, Rey altísimo? ¿A tu misma Madre Reina y Señora nuestra ofreces a la batalla y al trabajo por nuestra defensa? ¿Quién oyó jamás ejemplo semejante? ¿Quién pudo hallar tal fuerza e ingenio de amor? ¿Dónde tenemos el juicio? ¿Quién nos ha privado del buen uso de la razón? ¿Qué dureza es la nuestra? ¿Quién tan fea ingratitud nos ha introducido? ¿Cómo no se confunden los hombres que tanto aman la honra y se desvelan en ella, cometiendo tal vileza y tan infame ingratitud, como olvidarse de esta obligación? El agradecerla y pagarla con la misma vida, fuera nobleza y honra verdadera de los mortales hijos de Adán.

339. A este conflicto y batalla contra Lucifer se ofreció la obediente Madre, por la honra de su Hijo santísimo y su Dios y nuestro. Respondió a lo que la mandaba, y dijo: Altísimo Señor y bien mío, de cuya bondad infinita he recibido el ser y gracia y la luz que confieso; vuestra soy toda, y vos, Señor, sois por vuestra dignación Hijo mío; haced de vuestra sierva lo que fuere de mayor gloria y agrado vuestro; que si vos, Señor, estáis en mí y yo en vos, ¿quién será poderoso contra la virtud de vuestra voluntad? Yo seré instrumento de vuestro brazo invencible; dadme vuestra fortaleza, y venid conmigo, y vamos contra el infierno y a la batalla con el dragón y todos sus aliados.–Mientras la divina Reina hacía esta oración, salió Lucifer de sus conciliábulos tan arrogante y soberbio contra ella, que a todas las demás almas, de cuya perdición está sediento, las reputaba por cosa de muy poco aprecio. Y si este furor infernal se pudiera conocer como él era, entendiéramos bien lo que dijo de él Dios al santo Job, que estimaba y reputaba el acero como pajuelas y el bronce como madero carcomido. Tal como ésta era la ira de este dragón contra María santísima; y no es menor ahora, respectivamente, contra las almas, que a la más santa, invicta y fuerte la desestima su arrogancia como una hojarasca seca. ¿Qué hará de los pecadores, que como cañas vacías y podridas no le resisten? Sola la fe viva y la humildad del corazón son armas dobles con que le vencen y rinden gloriosamente.

340. Para dar principio a la batalla, traía consigo Lucifer las siete legiones con sus principales cabezas, que señaló en su caída del cielo, para que tentasen a los hombres en los siete pecados capitales. Y a cada uno de estos siete escuadrones encargó la demanda contra la Princesa inculpable, para que en ella y contra ella estrenasen sus mayores bríos. Estaba la invencible Señora en oración y, permitiéndolo entonces el Señor, entró la primera legión para tentarla de soberbia, que era el especial ministerio de estos enemigos. Y para disponer las pasiones o inclinaciones naturales, alterando los humores del cuerpo –que es el modo común de tentar a otras almas– procuraron acercarse a la divina Señora, juzgando que era como las demás criaturas de pasiones desordenadas por la culpa; pero no pudieron acercarse a ella tanto como deseaban, porque sentían una invencible virtud y fragancia de su santidad, que los atormentaba más que el mismo fuego que parecían. Y con ser esto así, y que el semblante sólo de María santísima les penetraba con sumo dolor, con todo era tan furiosa y desmedida la rabia que concebían, que posponían este tormento, porfiando y forcejando para llegarse más, deseando ofenderla y alterarla.

341. Era grande el número de los demonios, y María santísima una sola y pura mujer, pero sola ella era tan formidable y terrible contra ellos como muchos ejércitos bien ordenados. Presentábansele cuanto podían estos enemigos con iniquísimas fabulaciones, pero la soberana Princesa, enseñándonos a vencer, no se movió, ni alteró, ni mudó el semblante ni el color; no hizo caso de ellos, ni los atendía más que si fueran debilísimas hormigas; despreciólos con invicto y magnánimo corazón; porque esta guerra, como se hace con las virtudes, no ha de ser con extremos, estrépito ni ruido, sino con serenidad, con sosiego, paz interior y modestia exterior. Tampoco pudieron alterarla las pasiones ni apetitos, porque esto no caía debajo de la jurisdicción del demonio en nuestra Reina, que estaba toda subordinada a la razón, y ésta a Dios, y no había tocado en la armonía de sus potencias el golpe de la primera culpa ni las había desconcertado, como en los demás hijos de Adán. Y por esto las flechas de estos enemigos eran, como dijo David, de párvulos y sus máquinas eran como tiros sin munición, y sólo contra sí mismos eran fuertes, porque les redundaba su flaqueza en vivo tormento. Y aunque ellos ignoraban la inocencia y justicia original de María santísima, y por eso no alcanzaban tampoco que no la podían ofender las comunes tentaciones, pero en la grandeza de su semblante y constancia conjeturaban su mismo desprecio y que la ofendían muy poco. Y no sólo era poco, pero nada; porque, como dijo el evangelista en el Apocalipsis, y en la primera parte advertí, la tierra ayudó a la mujer vestida del sol, cuando el dragón arrojó contra ella las impetuosas aguas de tentaciones; porque el cuerpo terreno de esta Señora no estaba viciado en sus potencias y pasiones, como los demás que tocó la culpa.

342. Tomaron estos demonios figuras corpóreas, terribles y espantosas, y añadiendo crueles aullidos y tremendas voces y bramidos, fingían grandes ruidos, amenazas y movimientos de la tierra y de la casa, que amenazaba ruina, y otros desatinos semejantes, para turbar, espantar o mover a la Princesa del mundo; que sólo con esto, o retraerla de la oración, se tuvieran por victoriosos. Pero el invencible y dilatado corazón de María santísima no se turbó, ni alteró, ni hizo mudanza alguna. Y se ha de advertir aquí que para entrar en esta batalla dejó el Señor a su Madre santísima en el estado común de la fe y virtudes que ella tenía y suspendió el influjo de otros favores y regalos que continuamente solía recibir fuera de estas ocasiones. Ordenó el Altísimo esto, porque el triunfo de su Madre fuese más glorioso y excelente, a más de otras razones que tiene Dios en este modo de proceder con las almas; que sus juicios, en cómo se avienen con ellas, son inescrutables lo y ocultos. Algunas veces solía pronunciar la gran Señora, y decir: ¿Quién como Dios que vive en las alturas y mira a los humildes en el cielo y en la tierra? Y con estas palabras arruinaba aquellas bisarmas que se le ponían delante.

343. Mudaron estos lobos hambrientos su piel y tomaron la de oveja, dejando las figuras espantosas y transformándose en ángeles de luz muy resplandecientes, hermosos. Y llegándose a la divina Señora, la dijeron: Venciste, venciste, fuerte eres, y venimos a asistirte y premiar tu invencible valor.–Y con estas lisonjas fabulosas la rodearon, ofreciéndola su favor, pero la prudentísima Señora recogió todos sus sentidos y, levantándose sobre sí por medio de las virtudes infusas, adoró al Señor en espíritu y en verdad y, despreciando los lazos de aquellas lenguas inicuas y fabulosas mentiras, habló a su Hijo santísimo y le dijo: Señor y mi Dueño, fortaleza mía, luz verdadera de la luz, sólo en vuestro amparo está toda mi confianza y la exaltación de vuestro santo nombre. A todos los que lo contradicen, anatematizo, aborrezco y detesto.–Perseveraban los obradores de la maldad en proponer insanias falsas a la Maestra de la ciencia y en ofrecer alabanzas fingidas sobre las estrellas a la que se humillaba más que las ínfimas criaturas; y dijéronla que la querían señalar entre las mujeres y hacerla un exquisito favor, que era elegirla en nombre del Señor por Madre del Mesías y que fuese su santidad sobre los patriarcas y profetas.

344. El autor de esta maraña fue el mismo Lucifer, cuya malicia se descubre en ella para que otras almas la conozcan; pero para la Reina del cielo era ridícula, ofrecerle lo que ella era, y ellos eran los engañados y alucinados no sólo en ofrecer lo que ni sabían ni podían dar, sino en ignorar los sacramentos del Rey del cielo que se encerraban en la dichosísima mujer que ellos perseguían. Con todo esto fue grande la iniquidad del dragón, porque sabía él que no podía cumplir lo que prometía, pero quiso rastrear si acaso nuestra divina Señora lo era, o si daba algún indicio de saberlo. No ignoró la prudencia de María santísima esta duplicidad de Lucifer, y despreciándola estuvo con admirable severidad y entereza. Y lo que hizo entre las adulaciones falsas fue continuar la oración y adorar al Señor postrándose,en la tierra y confesándole se humillaba a sí misma y se reputaba por la más despreciable de las criaturas y que el mismo polvo que pisaba; y con esta oración y humildad degolló la soberbia presuntuosa de Lucifer todo el tiempo que le duró esta tentación. Y en lo demás que en ella sucedió, la sagacidad de los demonios, su crueldad y fabulaciones mentirosas que intentaron, no me ha parecido referirlo todo, ni alargarme a lo que se me ha manifestado, porque basta lo dicho para nuestra enseñanza y no todo se puede fiar de la ignorancia de las criaturas terrenas y frágiles.

345. Desmayados y vencidos estos enemigos de la primera legión, llegaron los de la segunda, para tentar de avaricia a la más pobre del mundo. Ofreciéronla grandes riquezas, plata, oro y joyas muy preciosas: y porque no pareciesen promesas en el aire, le pusieron delante muchas cosas de todo esto, aunque aparentes, pareciéndoles que el sentido tiene gran fuerza para incitar a la voluntad a lo presente deleitable. Añadieron a este engaño otros muchos de razones dolosas, y la dijeron que Dios la enviaba todo aquello para que lo distribuyese a los pobres. Y como nada de esto admitiese, mudaron el ingenio y la dijeron que era injusta cosa estar ella tan pobre, pues era tan santa, y que más razón había para que fuese Señora de aquellas riquezas que otros pecadores y malos; que lo contrario fuera injusticia y desorden de la providencia del Señor, tener pobres a los justos y ricos, y prósperos a los malos y enemigos.

346. En vano se arroja la red –dice el Sabio– ante los ojos de las ligeras aves. En todas las tentaciones contra nuestra soberana Princesa era esto verdad; pero en esta de la avaricia era más desatinada la malicia de la serpiente, pues tendía la red en cosas tan terrenas y viles contra la fénix de la pobreza, que tan lejos de la tierra había levantado su vuelo sobre los mismos serafines. Nunca la prudentísima Señora, aunque estaba llena de sabiduría divina, se puso a razones con estos enemigos; como tampoco debe nadie hacerlo, pues ellos pugnan con la verdad manifiesta y no se darán por convencidos de ella aunque la conozcan. Y por esto se valió María santísima de algunas palabras de la Escritura, pronunciándolas con severa humildad, y dijo aquella del salmo 118: Hæreditate acquisivi testimonia tua in æternum. Yo elegí por heredad y riquezas guardar los testimonios y ley de ti, Señor mío. Y añadió otras, alabando y bendiciendo al Altísimo con hacimiento de gracias, porque a ella la había criado y conservado, sustentándola sin merecerlo. Y con este modo tan lleno de sabiduría venció y confundió la segunda tentación, quedando atormentados y confusos los obreros de la maldad.

347. Llegó la tercera legión con el inmundo príncipe que tienen en la flaqueza de la carne; y en ésta forcejaron más, porque hallaron más imposibilidad para ejecutar cosa alguna de las que deseaban; y así consiguieron menos, si menos puede haber en unas que en otras. Intentaron introducirle algunas sugestiones y representaciones feas y fabricar otras monstruosidades indecibles. Pero todo se quedó en el aire, porque la purísima Virgen, cuando reconoció la condición de este vicio, se recogió toda al interior y dejó suspendido todo el uso de sus sentidos sin operación ninguna, y así no pudo tocar en ellos sugestión de cosa alguna, ni entrar especie a su pensamiento, porque nada llegó a sus potencias. Y con la voluntad fervorosa renovó muchas veces el voto de castidad en la presencia interior del Señor, y mereció más en esta ocasión que todas las vírgenes que han sido y serán en el mundo. Y el Todopoderoso le dio en esta materia tal virtud, que no despide el fuego encerrado en el bronce la munición que está delante con tal fuerza y presteza, como eran arrojados los enemigos cuando intentaban tocar a la pureza de María santísima con alguna tentación.

348. La cuarta legión y tentación fue contra la mansedumbre y paciencia, procurando mover la ira de la mansísima paloma. Y esta tentación fue más molesta, porque los enemigos trasegaron toda la casa, rompieron y destrozaron todo cuanto había en ella, en ocasiones y con tal modo que más pudieran irritar a la mansísima Señora; y todo este daño repararon luego sus santos ángeles. Vencidos en esto los demonios, tomaron figuras de algunas mujeres conocidas de la serenísima Princesa y fueron a ella con mayor indignación y furor que si lo fueran verdaderas, y la dijeron exorbitantes contumelias, atreviéndose a amenazarla y quitarle de su casa algunas cosas de las más necesarias. Pero todas estas maquinaciones eran frívolas para quien los conocía como María santísima, que no hicieron ademán, ni acción alguna que no la penetrase, aunque se abstraía totalmente de ellas, sin moverse ni alterarse, sino con majestad de Reina lo despreciaba todo. Temieron los malignos espíritus que eran conocidos, y por eso despreciados, y tomaron otro instrumento de una mujer verdadera, de condición acomodada para su intento. A ésta la movieron contra la Princesa del cielo con una arte diabólica, porque tomó un demonio la forma de otra su amiga y la dijo que María la de José la había deshonrado en su ausencia, hablando de ella muchos desaciertos que fingió el demonio nuestro enemigo.

349. Esta engañada mujer, que por otra parte tenía muy ligera la ira, se fue toda muy enfurecida a nuestra mansísima cordera María santísima y la dijo en su rostro execrables injurias y vituperios. Pero dejándola poco a poco derramar el enojo concebido, la habló Su Alteza con palabras tan humildes y dulces, que la trocó toda y le puso blando el corazón. Y cuando estuvo más en sí, la consoló y sosegó, amonestándola se guardase del demonio, y dándola alguna limosna, porque era pobre, la despidió en paz; con que se desvaneció este enredo, como otros muchos de esta condición que fabricó el padre de la mentira Lucifer, no sólo para irritar a la mansísima Señora, sino también para de camino desacreditarla. Pero el Altísimo previno la defensa de la honra de su Madre santísima por medio de su misma perfección, humildad y prudencia, de tal suerte que jamás pudo el demonio desacreditarla en cosa alguna; porque ella obraba y procedía con todos tan mansa y sabiamente, que la multitud de máquinas que fraguaba el dragón se destruían sin tener efecto. La igualdad y mansedumbre, que en este género de tentaciones tuvo la soberana Señora, fue de admiración para los ángeles, y aun los mismos demonios se admiraban, aunque diferentemente, de ver tal modo de obrar en una criatura humana y mujer, porque jamás habían conocido otra semejante.

350. Entró la quinta legión con la tentación de gula; y aunque la antigua serpiente no le dijo a nuestra Reina que hiciera de las piedras pan, como después a su Hijo santísimo, porque no le había visto hacer milagros tan grandes por habérsele ocultado, pero tentóla como a la primera mujer con golosina; y pusiéronla delante grandes regalos que con la apariencia convidasen y despertasen el apetito, y procuraron alterarla los humores naturales, para que sintiese alguna hambre bastarda; y con otras sugestiones se cansaron en incitarla, para que atendiese a lo que la ofrecían. Pero todas estas diligencias fueron vanas y sin efecto alguno, porque de todos estos objetos tan materiales y terrenos estaba el corazón alto de nuestra Princesa y Señora tan lejos como el cielo de la tierra. Y tampoco empleó sus sentidos en atender a la golosina, que ni la percibió casi; porque en todo iba deshaciendo lo que había hecho nuestra madre Eva, que, incauta y sin atención al peligro, puso la vista en la hermosura del árbol de la ciencia y en su dulce fruto y luego alargó la mano y comió, dando principio a nuestro daño. No lo hizo así María santísima, que cerró y abstrajo sus sentidos, aunque no tenía el peligro que Eva; pero ella quedó vencida para nuestra perdición, y la gran Reina victoriosa para nuestro rescate y remedio.

351. Muy desmayada llegó la sexta tentación de la envidia, viendo el despecho de los antecedentes enemigos; porque si bien ellos no conocían toda la perfección con que obraba la Madre de la santidad, pero sentían su invencible fuerza, y la conocían tan inmóvil, que se desahuciaban de poderla reducir a ninguno de sus depravados intentos. Con todo eso, el implacable odio del dragón y su nunca reconocida soberbia no se rendían, antes añadieron nuevos ingenios para provocar a la amantísima del Señor y de los prójimos a que envidiase en otros lo que ella misma poseía, y lo que aborrecía como inútil y peligroso. Hiciéronla una relación muy larga de muchos bienes de gracias naturales que otras tenían, y la decían que a ella no se las había dado Dios. Y por si los dones sobrenaturales le fueran más eficaz motivo de la emulación, la referían grandes favores y beneficios que la diestra del Todopoderoso había comunicado a otros y a ella no. Pero estas mentirosas fabulaciones ¿cómo podían embarazar a la misma que era Madre de todas las gracias y dones del cielo? Y porque en todas las criaturas que la podían representar habían recibido los beneficios del Señor, eran todos menos que ser Madre del Autor de la gracia; y por la que le había Su Majestad comunicado, y el fuego de caridad que ardía en su pecho, deseaba con vivas ansias que la diestra del Altísimo los enriqueciese y los favoreciese liberalmente. Pues ¿cómo había de hallar lugar la envidia donde abundaba la caridad? Pero no desistían los crueles enemigos. Representaron luego a la divina Reina la felicidad aparente de otros que con riquezas y bienes de fortuna se juzgaban por dichosos en esta vida y triunfaban en el mundo, y movieron a diversas personas para que fuesen a María santísima, y le dijesen al mismo tiempo el consuelo que tenían en hallarse ricas y bien afortunadas; como si esta engañosa felicidad de los mortales no estuviera reprobada tantas veces en las divinas Escrituras, y era ciencia y doctrina que la Reina del cielo y su Hijo santísimo venían a enseñar con ejemplo al mundo.

352. A estas personas que llegaban a nuestra divina Maestra, las encaminaba a usar bien de los dones y riquezas temporales y dar gracias por ellos a su Hacedor, y ella misma lo hacía, supliendo el defecto de la ingratitud ordinaria de los hombres. Y aunque la humildísima Señora se juzgaba por no digna del menor de los beneficios del Altísimo, pero en hecho de verdad su dignidad y santidad eminentísima protestaban en ella lo que en su nombre dijeron los profetas: Conmigo están las riquezas y la gloria, los tesoros y la justicia. Mi fruto es mejor que la plata, oro y que las piedras muy preciosas. En mí está toda la gracia del camino y de la verdad, y toda la esperanza de la vida y de la virtud. Y con esta excelencia y superioridad vencía a sus enemigos, dejándolos como atónitos y confusos de ver que donde estrenaban todas sus fuerzas y astucia conseguían menos y se hallaban más arruinados.

353. Perseveró con todo esto su porfía hasta llegar con la séptima tentación de pereza; pretendiendo introducirla en María santísima con despertarle algunos achaques corporales y lasitud o cansancio y tristeza, que es un arte poco conocida, con que este pecado de la pereza hace grandes suertes en muchas almas y las impide su aprovechamiento en la virtud. Añadieron a esto más sugestiones, de que estando cansada dilatase algunos ejercicios para cuando estuviese más bien dispuesta; que no es menor astucia cuando nos engaña a los demás, y no la percibimos ni conocemos lo que es menester. Sobre toda esta malicia procuraron impedir a la santísima Señora en algunos ejercicios por medio de criaturas humanas, solicitando quien la fuese a estorbar en tiempos intempestivos, para retardarla en alguna de sus acciones y ocupaciones santas, que a sus horas y tiempos tenía destinadas. Pero todas estas maquinaciones conocía la, prudentísima y diligentísima Princesa, y las desvanecía con su sabiduría y solicitud, sin que jamás el enemigo consiguiese el impedirla en cosa alguna para que en todo no obrase con plenitud de perfección. Quedaron estos enemigos como desesperados y debilitados, y Lucifer furioso contra ellos y contra sí mismo. Pero renovando su rabiosa soberbia, determinaron acometer juntos, como diré en el capítulo siguiente.

Doctrina que me dio la Reina María santísima.

354. Hija mía, aunque has resumido en breve compendio la prolija batalla de mis tentaciones, quiero que de lo escrito, y de lo demás que en Dios has conocido, saques las reglas y doctrina de resistir y vencer al infierno. Y para esto el mejor modo de pelear es despreciar al demonio, considerándole enemigo del altísimo Dios, sin temor santo y sin esperanza de algún bien, desahuciado del remedio en su desdicha pertinaz y sin arrepentimiento de su maldad. Y con esta verdad infalible te debes mostrar contra él superior, magnánima e inmutable, tratándole como a despreciador de la honra y culto de su Dios. Y sabiendo que defiendes tan justa causa, no te debes acobardar, antes con todo esfuerzo y valentía le has de resistir y contradecir en todo cuanto intentare, como si estuvieses al lado del mismo Señor por cuyo nombre peleas; pues no hay duda que Su Majestad asiste a quien legítimamente pelea. Tú estás en lugar y estado de esperanza y ordenada para gloria eterna, si trabajas con fidelidad por tu Dios y Señor.

355. Considera, pues, que los demonios aborrecen con implacable odio lo que tú amas y deseas, que son la honra de Dios y tu felicidad eterna, y te quieren privar a ti de lo que ellos no pueden restaurar. Y al demonio le tiene Dios reprobado, y a ti ofrece su gracia, virtud y fortaleza para vencer a su enemigo y tuyo y conseguir tu dichoso fin del eterno descanso, si trabajares fielmente y observares los mandamientos del Señor. Y aunque la arrogancia del dragón es grande8, pero su flaqueza es mayor, y no supone más que un átomo debilísimo en presencia de la virtud divina. Pero como su astucia ingeniosa y su malicia excede tanto a los mortales, no le conviene al alma llegar a razones ni pláticas con él, ahora sea visible o invisiblemente, porque de su entendimiento tenebroso, como de un horno de fuego, salen tinieblas y confusión que oscurecen el juicio de los mortales; y si les escuchan, le llenan de fabulaciones y tinieblas, para que ni se conozca la verdad y hermosura de la virtud, ni la fealdad de sus engañosos venenosos, y con esto no saben apartar las almas lo precioso de lo vil, la vida de la muerte, ni la verdad de la mentira, y así caen en manos de este impío y cruel dragón.

356. Sea para ti regla inviolable, que en las tentaciones no atiendas a lo que te proponen, ni escuches ni discurras sobre ello. Y si pudieres sacudirte y alejarte de manera que no lo percibas, ni conozcas su mala condición, esto será lo más seguro; mirándolas de lejos, porque siempre envía el demonio delante alguna prevención para introducir su engaño, en especial a las almas que teme él le resistirán la entrada, si no la facilita primero. Y así suele comenzar por tristeza, caimiento de corazón, o con algún movimiento y fuerza que divierta y distraiga al alma de la atención y afecto del Señor, y luego llega con el veneno en vaso de oro, para que no cause tanto horror. Al punto que reconozcas en ti alguno de estos indicios, pues ya tienes experiencia, obediencia y doctrina, quiero que con alas de paloma levantes el vuelo y te alejes hasta llegar al refugio del Altísimo, llamándole en tu favor y presentándole los méritos de mi Hijo santísimo. Y también debes recurrir a mi protección como a tu Madre y Maestra y a la de tus ángeles devotos y a todos los demás del Señor. Cierra también tus sentidos con presteza y júzgate muerta a ellos, o como alma de la otra vida a donde no llega la jurisdicción de la serpiente y exactor tirano. Ocúpate más entonces en el ejercicio de los actos virtuosos contrarios a los vicios que te propone, y en especial en la fe y esperanza y en el amor, que echan fuera la cobardía y temor con que se enflaquece la voluntad para resistir.

357. Las razones para vencer a Lucifer has de buscar sólo en Dios, y no se las des a este enemigo, porque no te llene de fascinaciones confusas. Juzga por cosa indigna, a más de ser peligrosa, ponerte con él a razones, ni atender al enemigo de quien amas y tuyo. Muéstrate superior y magnánima contra él y ofrécete a la guarda de todas las virtudes para siempre, y contenta con este tesoro te retira en él; que la mayor destreza de los hijos de Dios en esta batalla es huir muy lejos, porque el demonio es soberbio y siente que le desprecien y desea que le oigan, confiado en su arrogancia y embustes. Y de aquí le nace la porfía para que le admitan en alguna cosa, porque el mentiroso no puede fiar en la fuerza de la verdad, pues no la dice, y así pone la confianza en ser molesto y en vestir el engaño con apariencia de bien y de verdad. Y mientras este ministro de maldad no se halla despreciado, nunca piensa que le han conocido, y como importuna mosca vuelve a la parte que reconoce más próxima a la corrupción.

358. Y no menos advertida has de ser cuando tu enemigo se valiere contra ti de otras criaturas, como lo hará por uno de dos caminos: moviéndolas a demasiado amor, o al contrario a aborrecimiento. Donde conocieres desordenado afecto en los que te trataren, guarda el mismo documento que en huir del demonio, pero con esta diferencia: que a él le aborrezcas y a las demás criaturas las consideres hechuras del Señor y no les niegues lo que en Su Majestad y por él les debes. Pero en retirarte, míralos a todos como a enemigos; pues para lo que Dios quiere de ti, y en el estado que estás, será demonio el que a las demás personas quiera inducir a que te aparten del mismo Señor y de lo que le debes. Si, por el otro extremo, te persiguieren con aborrecimiento, corresponde con amor y mansedumbre, rogando por los que te aborrecen y persiguen y esto sea con afecto íntimo del corazón. Y si necesario fuere quebrantar la ira de alguno con palabras blandas, o deshacer algún engaño en satisfacción de la verdad, haráslo, no por tu disculpa, sino por sosegar a tus hermanos y por su bien y paz interior y exterior; y con esto te vencerás de una vez a ti misma y a los que te aborrecieren. Para fundar todo esto es necesario cortar los vicios capitales por las raíces, arrancarlas del todo, muriendo a los movimientos del apetito en que se arrigan estos siete vicios capitales con que tienta el demonio; que todos los siembra en las pasiones y apetitos desordenados e inmortificados.
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MensajePublicado: Mie Dic 17, 2008 8:55 am    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 28

Persevera Lucifer con sus siete legiones en tentar a María santísima; queda vencido y quebrantada la cabeza de este dragón.

359. Si pudiera el príncipe de las tinieblas retroceder en su maldad, con las victorias que la Reina del cielo había alcanzado, quedara deshecha y humillada aquella exorbitante soberbia, pero como se levanta siempre contra Dios y nunca se sacia de su malicia, quedó vencido, mas no de voluntad rendido. Ardíase en las llamas de su inextinto furor hallándose vencido, y tan vencido, de una humilde y tierna mujer, cuando él y sus ministros infernales habían rendido a tantos hombres fuertes y mujeres magnánimas. Llegó a conocer este enemigo que María santísima estaba preñada, ordenándolo así Dios, aunque sólo conocieron era niño verdadero, porque la divinidad y otros misterios siempre les eran ocultos; con que se persuadieron no era el Mesías prometido, pues era niño como los demás hombres. Y este engaño les disuadió también que María santísima no era Madre del Verbo, de quien ellos temían les había de quebrantar la cabeza el Hijo y Madre santísimos. Con todo eso juzgaron que de mujer tan fuerte y victoriosa nacería algún varón insigne en santidad, y previniendo esto el dragón grande, concibió contra el fruto de María santísima aquel furor que san Juan dijo en el capítulo 12 del Apocalipsis –que otras veces he referido- esperando a que pariese para devorarle.

360. Sintió Lucifer una oculta virtud que le oprimía, mirando hacia aquel niño encerrado en el vientre de su Madre santísima, y aunque sólo conoció que en su presencia se hallaba flaco de fuerzas y como atado, esto le enfurecía para intentar cuantos medios pudiese en destrucción de aquel Hijo, para él tan sospechoso, y de la Madre, que reconocía tan superior en la batalla. Manifestósele a la divina Señora por varios modos, y tomando figuras espantosas visibles, como un fierísimo toro y como dragón formidable y en otras formas, quería llegarse a ella y no podía, acometía y hallábase impedido, sin saber de quién ni cómo. Forcejaba como una fiera atada y daba espantosos bramidos, que si Dios no los ocultara atemorizaran al mundo y muchos murieran de espanto; arrojaba por la boca fuego y humo de azufre con espumajos venenosos; y todo esto veía y oía la divina princesa María, sin inmutarse ni moverse más que si fuera un mosquito. Hizo otras alteraciones en los vientos, en la tierra y en la casa, trasegándolo y alterándolo todo, pero tampoco perdió por esto María santísima la serenidad y sosiego interior y exterior; que siempre estuvo invicta y superior a todo.

361. Hallándose Lucifer tan vencido, abrió su inmundísima boca y movió su lengua mentirosa y coinquinada y soltó la represa de su malignidad, proponiendo y pronunciando en presencia de la divina Emperatriz todas cuantas herejías y sectas infernales había fraguado con ayuda de sus depravados ministros. Porque después que fueron todos arrojados del cielo y conocieron que el Verbo divino había de tomar carne humana, para ser cabeza de un pueblo a quien regalaría con favores y doctrina celestial, determinó el dragón fabricar errores, sectas y herejías contra todas las verdades que iba conociendo en orden a la noticia, amor y culto del Altísimo. Y en esto se ocuparon los demonios muchos años que pasaron hasta la venida de Cristo nuestro Señor al mundo; y todo este veneno tenía represado Lucifer en su pecho, como serpiente antigua. Derramóle todo contra la Madre de la verdad y pureza y, deseando inficcionarla, dijo todos los errores que contra Dios y su verdad había fraguado hasta aquel día.

362. No conviene referirlas aquí –menos que las tentaciones del capítulo antecedente– porque no sólo es peligroso para los flacos, pero los muy fuertes deben temer este aliento pestífero de Lucifer; y todo lo arrojó y derramó en esta ocasión. Y por lo que he conocido, creo sin duda no quedó error, idolatría ni herejía de cuantas se han conocido hasta hoy en el mundo, que no se le representase este dragón a la soberana María; para que de ella pudiese cantar la Iglesia santa, gratificándole sus victorias con toda verdad, que degolló y ahogó todas las herejías ella sola en el mundo universo. Así lo hizo nuestra victoriosa Sunamitis, donde nada se hallaba que no fuesen coros de virtudes ordenadas en forma de escuadrones para oprimir, degollar y confundir los ejércitos infernales. A todas sus falsedades y a cada una de ellas singularmente, las fue contradiciendo, detestando, anatematizando con una invicta fe y confesión altísima, protestando las verdades contrarias y magnificando por ellas al Señor como verdadero, justo y santo, y formando cánticos de alabanza en que se encerraban las virtudes y doctrina verdadera, santa, pura y loable. Pidió con fervorosa oración al Señor que humillase la altiva soberbia de los demonios en esto y les enfrenase para que no derramasen tanta y tan venenosa doctrina en el mundo, y que no prevaleciese la que había derramado y la que adelante intentaría sembrar entre los hombres.

363. Por esta gran victoria de nuestra divina Reina, y por la oración que hizo, entendí que el Altísimo con justicia impidió al demonio para que no sembrase tanta cizaña de errores en el mundo como deseaba y los pecados de los hombres merecían. Y aunque por ellos han sido tantas las herejías y sectas, como hasta hoy se han visto, pero fueran muchas más si María santísima no hubiera quebrantado la cabeza al dragón con tan insignes victorias, oración y peticiones. Y lo que nos puede consolar entre el dolor y amargura de ver tan afligida a la santa Iglesia de tantos enemigos infieles, es un gran misterio que aquí se me ha dado a entender: que en este triunfo de María santísima, y otro que tuvo después de la ascensión de su Hijo santísimo a los cielos, de que hablaré en la tercera parte, le concedió Su Majestad a nuestra Reina en premio de estas batallas que por su intercesión y virtudes se habían de consumir y extinguir las herejías y sectas falsas que hay contra la santa Iglesia en el mundo. El tiempo destinado y señalado para este beneficio no le he conocido; pero aunque esta promesa del Señor tenga alguna condición tácita u oculta, estoy cierta que, si los príncipes católicos y sus vasallos obligaran a esta gran Reina del cielo y de la tierra y la invocaran como a su única patrona y protectora y aplicaran todas sus grandezas y riquezas, su poder y mando a la exaltación de la fe y nombre de Dios y de María purísima –ésta será por ventura la condición de la promesa– fueran como instrumentos suyos en destruir y debelar los infieles, desterrando las sectas y errores que tan perdido tienen al mundo, y contra ellos alcanzaran insignes y grandes victorias.

364. Antes que naciera Cristo Redentor nuestro, le pareció al demonio, como insinué en el capítulo pasado, que se retardaba su venida por los pecados del mundo; y para impedirla del todo pretendió aumentar este óbice y multiplicar más errores y culpas entre los mortales; y esta iniquísima soberbia confundió el Señor por mano de su Madre santísima con tan grandiosos triunfos como alcanzó. Después que nació Dios y hombre por nosotros y murió, pretendió el mismo dragón impedir y malograr el fruto de su sangre y el efecto de nuestra redención, y para esto comenzó a fraguar y sembrar los errores, que después de los apóstoles han afligido y afligen a la santa Iglesia. La victoria contra esta maldad infernal también la tiene remitida Cristo nuestro Señor a su Madre santísima, porque sola ella lo mereció y pudo merecerlo. Y por ella se extinguió la idolatría con la predicación del evangelio; por ella se consumieron otras sectas antiguas, como la de Arrio, Nestorio, Pelagio y otros; y también ha ayudado el trabajo y solicitud de los reyes, príncipes y padres y doctores de la Iglesia santa. Pues ¿cómo se puede dudar que, si ahora con ardiente celo hicieran los mismos príncipes católicos, eclesiásticos y legos la diligencia que les toca, ayudando –digámoslo así– a esta divina Señora, dejara ella de asistirlos y hacerlos felicísimos en esta vida y en la otra y degollara todas las herejías en el mundo? Para este fin ha enriquecido tanto el Señor a su Iglesia y a los reinos y monarquías católicas, porque si no fuera para esto, mejor estuvieran siendo pobres; pero no era conveniente hacerlo todo por milagros, sino con los medios naturales de que se podían valer con las riquezas. Pero si cumplen con esta obligación o no cumplen, no es para mí el juzgarlo; sólo me toca decir lo que el Señor me ha dado a conocer: de que son injustos poseedores de los títulos honrosos y potestad suprema que les da la Iglesia, si no la ayudan y defienden y solicitan con sus riquezas que no se malogre la sangre de Cristo nuestro Señor, pues en esto se diferencian los príncipes cristianos de los infieles.

365. Volviendo a mi discurso digo que el Altísimo con la previsión de su infinitia ciencia conoció la iniquidad del infernal dragón, y que ejecutando su indignación contra la Iglesia con la semilla de sus errores que tenía fabricados, turbaría muchos fieles y arrastraría con su extremidad las estrellas de este cielo militante, que eran los justos; con que la divina justicia sería más provocada y el fruto de la redención casi impedido. Determinó Su Majestad con inmensa piedad ocurrir a este daño que amenazaba al mundo. Y para disponerlo todo con mayor equidad y gloria de su santo nombre, ordenó que María santísima le obligase, porque sola ella era digna de los privilegios, dones y prerrogativas con que había de vencer al infierno, y sola esta eminentísima Señora era capaz para empresa tan ardua y de rendir al corazón del mismo Dios con su santidad, pureza, méritos y oraciones. Y porque redundaba en mayor exaltación de la virtud divina, que por todas las eternidades fuese manifiesto que había vencido a Lucifer y su séquito por medio de una pura criatura y mujer, como él había derribado al linaje humano por medio de otra, y para todo esto no había otra más idónea que su misma Madre a quien se lo debiese la Iglesia y todo el mundo; por estas razones y otras que conoceremos en Dios, le dio Su Majestad el cuchillo de su potencia en la mano a nuestra victoriosa capitana, para que degollase al dragón infernal; y que esta potestad no se le revocase jamás, antes con ella defendiese y amparase desde los cielos a la Iglesia militante, según los trabajos y necesidades que en los tiempos futuros se le ofreciesen.

366. Perseverando, pues, Lucifer en su infeliz contienda, como he dicho, en forma visible con sus cuadrillas infernales, la serenísima María jamás convirtió a ellos la vista, ni los atendió, aunque los oía, porque así convenía. Y porque el oído no se impide ni cierra como los ojos, procuraba no llegasen a la imaginativa ni al interior especies de lo que decían. Tampoco habló con ellos más palabra de mandarles algunas veces que enmudeciesen en sus blasfemias. Y este mandato era tan eficaz, que les compelía a pegar las bocas con la tierra; y en el ínterin hacía la divina Señora grandes cánticos de alabanza y gloria del Altísimo. Y con hablar sólo con Su Majestad y protestar las divinas verdades, eran tan oprimidos y atormentados, que se mordían unos a otros como lobos carniceros o como perros rabiosos; porque cualquiera acción de la Emperatriz María era para ellos una encendida flecha, cualquiera de sus palabras un rayo que los abrasaba con mayor tormento que el mismo infierno. Y no es esto encarecimiento, pues el dragón y sus secuaces pretendieron huir y apartarse de la presencia de María santísima que los confundía y atormentaba, pero el Señor con una fuerza oculta los detenía para engrandecer el glorioso triunfo de su Madre y Esposa y confundir más y aniquilar la soberbia de Lucifer. Y para esto ordenó y permitió Su Majestad que los mismos demonios se humillasen a pedir a la divina Señora los mandase ir y los arrojase de su presencia a donde ella quisiese. Y así los envió imperiosamente al infierno, donde estuvieron algún espacio de tiempo. Y la gran vencedora quedó toda absorta en las divinas alabanzas y nacimiento de gracias.

367. Cuando el Señor dio permiso para que Lucifer se levantase, volvió a la batalla, tomando por instrumentos unos vecinos de la casa de san José; y sembrando entre ellos y sus mujeres una diabólica zizaña de discordias sobre intereses temporales, tomó el demonio forma humana de una persona amiga de todos, y les dijo que no se inquietasen entre sí mismos, porque de toda aquella diferencia tenía la culpa María la de José. La mujer que representaba el demonio era de crédito y autoridad, y con eso les persuadió mejor. Y aunque el Señor no permitió que en cosa grave se violase el crédito de su Madre santísima, con todo eso dio permiso, para su gloria y mayor corona, que todas estas personas engañadas la ejercitasen en esta ocasión. Fueron de mancomún juntas a casa de san José y en presencia del santo esposo llamaron a María santísima y la dijeron palabras ásperas, porque las inquietaba en sus casas y no las dejaba vivir en paz. Este suceso fue para la inocentísima Señora de algún dolor, por la pena de san José, que ya en aquella ocasión había comenzado a reparar en el crecimiento de su virginal vientre, y ella le miraba su corazón y los pensamientos que comenzaban a darle algún cuidado. Con todo esto, como sabia y prudente procuró vencer y redimir al trabajo con humildad, paciencia y viva fe. No se disculpó ni volvió por su inocente proceder, antes se humilló y con sumisión pidió a aquellas engañadas vecinas, que si en algo las había ofendido la perdonasen y se aquietasen; y con palabras llenas de dulzura y ciencia las ilustró y pacificó con hacerles entender que ellos no tenían culpa unos contra otros. Y satisfechos de esto y edificados de la humildad con que los había respondido, se volvieron a sus casas en paz, y el demonio huyó, porque no pudo sufrir tanta santidad y sabiduría del cielo.

368. San José quedó algo triste y pensativo y dio lugar al discurso, como diré en los capítulos de adelante. Pero el demonio, aunque ignoraba el principal motivo de la pena de san José, se quiso valer de la ocasión –que ninguna pierde– para inquietarle. Mas conjeturando si la causa era algún disgusto que tuviese con su esposa o por hallarse pobre y con tan corta hacienda, a entrambas cosas tiró el demonio, aunque desatinó en ellas, porque envió algunas sugestiones de despecho a san José para que se desconsolase con su pobreza y la recibiese con impaciencia o tristeza; y asimismo le representó que María su esposa se ocupaba mucho tiempo en sus recogimientos y oraciones y no trabajaba, que para tan pobres era mucho ocio y descuido. Pero san José, como recto y magnánimo de corazón y de alta perfección, despreció fácilmente estas sugestiones y las arrojó de sí; y aunque no tuviera otra causa más que el cuidado que le daba ocultamente el preñado de su esposa, con éste ahogara todos los demás. Y dejándole el Señor en el principio de estos recelos, le alivió de la tentación del demonio por intercesión de María santísima, que estaba atenta a todo lo que pasaba en el corazón de su fidelísimo esposo y pidió a su Hijo santísimo se diese por servido y satisfecho de la pena que le daba verla preñada y le aliviase las demás.

369. Ordenó el Altísimo que la Princesa del cielo tuviese esta prolija batalla de Lucifer, y le dio permiso para que él, junto con todas sus legiones, acabasen de estrenar todas sus fuerzas y malicia, para que en todo y por todo quedasen hollados, quebrantados y vencidos, y la divina Señora consiguiese el mayor triunfo del infierno, que jamás pura criatura pudo alcanzar. Llegaron juntos estos escuadrones de maldad con su caudillo infernal y presentáronse ante la divina Reina; y con invencible furor renovaron todas las máquinas de tentaciones juntas, de que antes se habían valido por partes, y añadieron lo poco que pudieron, que no me ha parecido referirlas; porque todas casi quedan. dichas arriba en los dos capítulos. Estuvo tan inmóvil, superior y serena, como si fueran los coros supremos de los ángeles los que oían estas fabulaciones del enemigo; y ninguna impresión peregrina tocó ni alteró este cielo de María santísima, aunque los espantos, los terrores, las amenazas, las lisonjas, fabulaciones y falsedades fueron como de toda la malicia junta del dragón que derramó su corriente contra esta mujer invicta y fuerte, María santísima.

370. Estando en este conflicto, ejercitando actos heroicos de todas las virtudes contra sus enemigos, tuvo conocimiento de que el Altísimo ordenaba y quería que humillase y quebrantase la soberbia del dragón, usando del poder y potestad de Madre de Dios y de la autoridad de tan grande dignidad. Y levantándose con ferventísimo e invencible valor, se volvió a los demonios, y dijo: ¿Quién como Dios, que vive en las alturas?–Y repitiendo estas razones, añadió luego: Príncipe de las tinieblas, autor del pecado y de la muerte, en nombre del Altísimo te mando que enmudezcas, y –con tus ministros te arrojo al profundo de las cavernas infernales, para donde estáis deputados, de donde no salgáis hasta que el Mesías prometido os quebrante y sujete o lo permita.–Estaba la Emperadora divina llena de luz y resplandor del cielo, y el dragón soberbio pretendió resistirse algo a este imperio y convirtió a él la fuerza del poder que tenía, y le humilló más y con mayor pena; que por esto le alcanzó sobre todos los demonios. Cayeron al profundo juntos y quedaron apegados a lo ínfimo del infierno, al modo que arriba dije en el misterio de la encarnación, y diré adelante en la tentación y muerte de Cristo nuestro Señor. Y cuando volvió este dragón a la otra batalla, que tengo citada para la tercera parte, con la misma Reina del cielo, le venció tan admirablemente, que por ella y su Hijo santísimo he conocido fue quebrantada la cabeza de Lucifer, quedó inepto y desvalido y quebrantadas sus fuerzas, de manera que, si las criaturas humanas no se las dan con su malicia, le pueden muy bien vencer y resistir con la divina gracia.

371. Luego se le manifestó el Señor a su Madre santísima y en premio de tan gloriosa victoria la comunicó nuevos dones y favores; y los mil ángeles de su guarda con otros innumerables se le manifestaron corporalmente y le hicieron nuevos cánticos de alabanza del Altísimo y suya, y con celestial armonía de dulces voces sensibles le cantaron lo que de Judit, que fue figura de este triunfo y le aplica la Iglesia santa: Toda eres hermosa, toda eres hermosa, María Señora nuestra, y no hay en ti mácula de culpa; tú eres la gloria de Jerusalén la celestial, tú la alegría de Israel, tú la honra del pueblo del Señor, tú la que magnificas su santo nombre, y abogada de los pecadores, que los defiendes de su enemigo soberbio. ¡Oh María! llena eres de gracia y de todas las perfecciones.–Quedó la divina Señora llena de júbilo alabando al Autor de todo bien y refiriéndole los que recibía. Y volvió al cuidado de su esposo, como diré en los capítulos siguientes.

Doctrina que me dio la misma Reina y Señora nuestra.

372. Hija mía, el recato que debe tener el alma para no ponerse en razones con los enemigos invisibles, no le impide para que con autoridad imperiosa los mande en el nombre del Altísimo que enmudezcan y se desvíen y confundan. Así quiero yo que tú lo hagas en las ocasiones oportunas que te persiguieren, porque no hay armas tan poderosas contra la malicia del dragón, como mostrarse la criatura humana imperiosa y superior, en fe de que es hija de su Padre verdadero que está en los cielos, y de quien recibe aquella virtud y confianza contra él. La causa de esto es, porque todo el cuidado de Lucifer es, después que cayó del cielo, ponerle en desviar a las almas de su Criador y sembrar cizaña y división entre el Padre celestial y los hijos adoptados y entre la esposa y el Esposo de las almas. Y cuando conoce que alguna está unida con su Criador y como vivo miembro de su cabeza Cristo, cobra esfuerzo y autoridad en la voluntad para perseguirla con furor rabioso, y envidioso emplea su malicia y fabulaciones en destruirla; pero como ve que no lo puede conseguir, y que es refugio y protección verdadera e inexpugnable la del Altísimo para las almas, desfallece en sus conatos y se reconoce oprimido con incomparable tormento. Y si la esposa regalada con magisterio y autoridad le desprecia y arroja, no hay gusano ni hormiga más débil que este gigante soberbio.

373. Con la verdad de esta doctrina te debes animar y fortalecer, cuando el Todopoderoso ordenare que te halle la tribulación y te cerquen los dolores de la muerte en las tentaciones grandes como yo las padecí, porque ésta es la mejor ocasión para que el Esposo haga experiencia de la fidelidad de la verdadera esposa. Y si lo es, no se ha de contentar el amor con solos afectos sin dar otro fruto, porque sólo el deseo que nada cuesta al alma no es prueba suficiente de su amor, ni de la estimación que hace del bien que dice aprecia y ama. La fortaleza y constancia en el padecer con dilatado y magnánimo corazón en las tribulaciones, éstos son los testigos del verdadero amor. Y si tú deseas tanto hacer alguna demostración y satisfacer a tu Esposo, la mayor será que, cuando más afligida y sin recurso humano te hallares, entonces te muestres más invencible y confiada en tu Dios y Señor, y esperes, si fuere necesario, contra la esperanza, pues no duerme ni dormita el que se llama amparo de Israel, y cuando sea tiempo mandará al mar y a los vientos y hará tranquilidad.

374. Pero debes, hija mía, estar muy advertida en los principios de las tentaciones, donde hay grande peligro si el alma se comienza luego a conturbar con ellas, soltando a las pasiones de la concupiscible o irascible, con que se oscurece y ofusca la luz de la razón. Porque si el demonio reconoce esta alteración y que levanta tan grande polvareda y tempestad en las potencias, como su crueldad es tan implacable e insaciable, cobra mayor aliento y añade fuego a fuego, enfureciéndose más, juzgando y pareciéndole que no tiene el alma quien la defienda y libre de sus manos; y aumentándose más el rigor de la tentación, crece también el peligro de no resistir a lo más fuerte de ella quien se comenzó a rendir en el principio. Todo esto te advierto para que temas el riesgo de los primeros descuidos. Nunca le tengas en cosa que tanto importa, antes bien has de perseverar en la igualdad de tus acciones en cualquiera tentación que tengas, continuando en tu interior el dulce y devoto trato del Señor, y con los prójimos la suavidad y caridad y blandura prudente que con ellos debes tener, anteponiéndote con oración y templanza de tus pasiones al desorden que el enemigo quiere poner en ellas.
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MensajePublicado: Jue Dic 18, 2008 10:36 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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LIBRO IV



CONTIENE LOS RECELOS DE SAN JOSÉ, CONOCIENDO EL PREÑADO DE MARÍA SANTÍSIMA; EL NACIMIENTO DE CRISTO MUESTRO SEÑOR; SU CIRCUNCISIÓN; LA ADORACIÓN DE LOS REYES Y PRESENTACIÓN DEL INFANTE JESÚS EN EL TEMPLO; LA FUGA A EGIPTO, MUERTE DE LOS INOCENTES Y LA VUELTA A NAZARET.


CAPITULO 1

Conoce el santo José el preñado de su esposa María Virgen y entra en grande cuidado sabiendo que en él no tenía parte.

375. Del divino preñado de la Princesa del cielo corría ya el quinto mes cuando el castísimo José, esposo suyo, había comenzado a tener algún reparo en la disposición y crecimiento de su vientre virginal; porque en la perfección natural y elegancia de la divina esposa, como arriba dije, se podía ocultar menos y descubrirse más cualquiera señal y desigualdad que tuviera. Un día, saliendo María santísima de su oratorio, la miró con este cuidado san José y conoció con mayor certeza la novedad, sin que pudiese el discurso desmentir a los ojos en lo que les era notorio. Quedó el varón de Dios herido el corazón con una flecha de dolor que le penetró hasta lo más íntimo, sin hallar resistencia a las fuerzas de sus causas que a un mismo tiempo se juntaron en su alma. La primera el amor castísimo, pero muy intenso y verdadero, que tenía a su fidelísima esposa, donde desde el principio estaba su corazón más que en depósito, y con el agradable trato y santidad sin semejante de la gran Señora se había confirmado más este vínculo del alma de san José en obsequio suyo. Y como ella era tan perfecta y cabal en la modestia y humilde severidad, entre el respeto cuidadoso de servirla, tenía el santo José un deseo, como natural a su amor, de la correspondencia del de su esposa. Y esto ordenó así el Señor para que con el cuidado de esta recíproca satisfacción le tuviese mayor el santo en servir y estimar a la divina Señora.

376. Cumplía con esta obligación san José como fidelísimo esposo y dispensero del sacramento que aún le estaba oculto; y cuanto era más atento a servir y venerar a su esposa y su amor era purísimo y castísimo, santo y justo, tanto era mayor el deseo de que ella le correspondiese; aunque jamás se lo manifestó ni le habló en esto, así por la reverencia a que le obligaba la majestad humilde de su esposa, como porque no le había sido molesto aquel cuidado a vista de su trato y comunicación, conversación y pureza más que de ángel. Pero cuando se halló en este aprieto, testificándole la vista la novedad que no podía negarle, quedó su alma dividida con el sobresalto. Aunque satisfecho que en su esposa había aquel nuevo accidente, no dio al discurso más de lo que no pudo negar a los ojos, porque como era varón santo y recto, aunque conoció el efecto, suspendió el juicio de la causa; porque si se persuadiera a que su esposa tenía culpa, sin duda el santo muriera de dolor naturalmente.

377. Juntóse a esta causa la certeza de que no tenía parte en el preñado que conocía por sus ojos, y que la deshonra era por esto inevitable, cuando se llegase a saber. Y este cuidado era de tanto peso para san José, cuanto él era de corazón más generoso y honrado y con su gran prudencia sabía ponderar el trabajo de la infamia propia y de su esposa, si llegaban a padecerla. Y la tercera causa, que daba mayor torcedor al santo esposo, era el riesgo de entregar a su esposa para que conforme a la ley fuese apedreada –que era el castigo de las adúlteras– si fuese convencida de este crimen. Entre estas consideraciones, como entre puntas de acero, se halló el corazón de san José herido de una pena o de muchas juntas, sin hallar de improviso otro sagrado con que aliviarse más de la asentada satisfacción que tenía de su esposa. Pero como todas las señales testificaban la impensada novedad y no se le ofrecía al santo varón alguna salida contra ellas, ni tampoco se atrevía a comunicar su dolorosa aflicción con persona alguna, hallábase rodeado de los dolores de la muerte y sentía con experiencia que la emulación es dura como el infierno.

378. Quería discurrir a solas, y el dolor le suspendía las potencias. Si el pensamiento quería seguir al sentido en las sospechas, todas se desvanecían como el hielo a la fuerza del sol y como el humo en el viento, acordándose de la experimentada santidad de su recatada y advertida esposa. Si quería suspender el afecto de su castísimo amor, no podía, porque siempre la hallaba digno objeto de ser amado, y la verdad, aunque oculta, tenía más fuerzas para atraer que el engaño aparente de la infidelidad para desviarle. No se podía romper aquel vínculo asegurado con fiadores tan abonados de verdad, de razón y de justicia. Para declararse con su divina esposa, no hallaba conveniencia, ni tampoco se lo permitía aquella igualdad severa y divinamente humilde que en ella conocía. Y aunque veía la mudanza en el vientre, no correspondía el proceder tan puro y santo a tal descuido como se pudiera presumir, porque aquella culpa no se compadecía con tanta pureza, igualdad, santidad, discreción, y con todas las gracias juntas en que era manifiesto el aumento cada día en María santísima.

379. Apeló de sus penas el santo esposo José para el tribunal del Señor, por medio de la oración, y puesto en su presencia, dijo: Altísimo Dios y Señor eterno, no son ocultos a vuestra divina presencia mis deseos y gemidos. Combatido me hallo de las violentas olas que por mis sentidos han llegado a herir mi corazón. Yo le entregué seguro a la esposa que recibí de vuestra mano. De su grande santidad he confiado, y los testigos de la novedad que en ella veo me ponen en cuestión de dolor y temor de frustrarse mis esperanzas. Nadie que hasta hoy la ha conocido, pudo poner duda en su recato y excelentes virtudes, pero tampoco puedo negar que está preñada. Juzgar que ha sido infiel y que os ha ofendido, será temeridad a la vista de tan peregrina pureza y santidad; negar lo que la vista me asegura, es imposible; mas no lo será morir a fuerza de esta pena, si aquí no hay encerrado algún misterio que yo no alcanzo. La razón la disculpa, el sentido la condena. Ella me oculta la causa del preñado, yo le veo; ¿qué he de hacer? Conferimos al principio los votos de castidad que entrambos prometimos para vuestra gloria, y si fuera posible que hubiera violado vuestra fe y la mía, yo defendiera vuestra honra y por vuestro amor depusiera la mía. Pero ¿cómo tal pureza y santidad en todo lo demás se puede conservar, si hubiera cometido tan grave crimen? ¿Y cómo siendo santa y tan prudente me cela este suceso? Suspendo el juicio y me detengo, ignorando la causa de lo que veo. Derramo en vuestra presencia mi afligido espíritu, oh Dios de Abrahán, de Isaac y Jacob. Recibid mis lágrimas en acepto sacrificio, y si mis culpas merecieron vuestra indignación, obligaos, Señor, de vuestra propia clemencia y benignidad y no despreciéis tan vivas penas. No juzgo que María os ha ofendido, pero tampoco, siendo yo su esposo, puedo presumir misterio alguno de que no puedo ser digno. Gobernad mi entendimiento y corazón con vuestra luz divina, para que yo conozca y ejecute lo más acepto a vuestro beneplácito.

380. Perseveró en esta oración san José con muchos más afectos y peticiones; porque si bien se le representó que había algún misterio que él ignoraba en el preñado de María santísima, pero no se aseguraba en esto, porque no tenía más razones de las que por mayor se le ofrecían y para dar salida al juicio de que tenía culpa en el preñado, respetando la santidad de la divina Señora; y así no llegó al pensamiento del santo que podía ser Madre del Mesías. Suspendía las sospechas algunas veces, y otras se las aumentaban y arrastraban las evidencias, y así fluctuando padecía impetuosas olas por una y otra parte; y de mareado y rendido solía quedarse en una penosa calma, sin determinarse a creer cosa alguna con que vencer la duda y aquietarse el corazón y obrar conforme la certeza que de una parte u otra tuviera para gobernarse. Por, esto fue tan grande el tormento de san José, que pudo ser evidente prueba de su incomparable prudencia y santidad, y merecer con este trabajo que le hiciera Dios idóneo para el singular beneficio que le prevenía.

381. Todo lo que pasaba por el corazón de san José en secreto era manifiesto a la Princesa del cielo, que lo estaba mirando con ciencia divina y luz que tenía; y aunque su santísimo corazón estaba lleno de ternura y compasión de lo que padecía su esposo, no le hablaba palabra en ello, pero servíale con sumo rendimiento y cuidado. Y el varón de Dios al descuido la miraba con mayor cuidado que otro hombre jamás ha tenido; y como sirviéndole a la mesa y en otras ocupaciones domésticas la gran Señora, aunque el preñado no era grave ni penoso, hacía algunas acciones y movimientos con que era forzoso descubrirse más, atendía a todo san José y certificábase más de la verdad con mayor aflicción de su alma. Y no obstante que era santo y recto, pero después que se desposó con María santísima, se dejaba respetar y servir de ella, guardando en todo la autoridad de cabeza y varón, aunque lo templaba con rara humildad y prudencia. Pero mientras ignoró el misterio de su esposa juzgó que debía mostrarse siempre superior con la templanza conveniente, a imitación de los padres antiguos y patriarcas, de quienes no debía degenerar, para que las mujeres fuesen obedientes y rendidas a sus maridos. Y tenía razón en este modo de gobernarse, si María santísima, Señora nuestra, fuera como las demás mujeres. Mas aunque era tan diferente, ninguna hubo ni habrá jamás tan obediente, humilde y sujeta a su marido como lo estuvo la Reina eminentísima a su esposo. Servíale con incomparable respeto y puntualidad; y aunque conocía sus cuidados y atención a su preñado, no por eso se excusó de hacer todas las acciones que le tocaban, ni cuidó de disimular ni excusar la novedad de su divino vientre; porque este rodeo y artificio o duplicidad no se compadecía con la verdad y candidez angélica que tenía, ni con la generosidad y grandeza de su nobilísimo corazón.

382. Bien pudiera la gran Señora alegar en su abono la verdad de su inocencia inculpable y la testificación de su prima santa Isabel y Zacarías, porque en aquel tiempo era cuando san José, si sospechara culpa en ella, se la podía mejor atribuir; y por este modo, o por otros, aunque no le manifestara el misterio, se podía disculpar y sacar de cuidado a san José. Pero nada hizo la Maestra de la prudencia y humildad, porque no se compadecía con estas virtudes volver por sí y fiar la satisfacción de tan misteriosa verdad de su propio testimonio; todo lo remitió con gran sabiduría a la disposición divina. Y aunque la compasión de su esposo y el amor que le tenía la inclinaban a consolarle y despenarle, no lo hizo disculpando se ni ocultando su preñado, sino sirviéndole con mayores demostraciones y procurando regalarle y preguntándole lo que deseaba y quería que ella hiciese y otras demostraciones de rendimiento y amor. Muchas veces le servía de rodillas, y aunque algo consolaba esto a san José, por otra parte le daba mayores motivos de afligirse, considerando las muchas causas que tenía para amar y estimar a quien no sabía si le había ofendido. Hacía la divina Señora continua oración por él y pedía el Altísimo le mirase y consolase; y remitíase toda a la voluntad de Su Majestad.

383. No podía san José ocultar del todo su acerbísima pena, y así estaba muchas veces pensativo, triste, suspenso; y llevado de este dolor hablaba a su divina esposa con alguna severidad más que antes, porque éste era como efecto inseparable de su afligido corazón y no por indignación ni venganza; que esto nunca llegó a su pensamiento, como se verá adelante. Pero la prudentísima Señora no mudó su semblante ni hizo demostración alguna de sentimiento, antes por esto cuidaba más del alivio de su esposo. Servíale a la mesa, dábale el asiento, traíale la comida, administrábale la bebida, y después de todo esto, que hacía con incomparable gracia, la mandaba san José que se asentase y cada hora se iba asegurando más en la certeza del preñado. No hay duda que fue esta ocasión una de las que más ejercitaron no sólo a san José, pero a la Princesa del cielo, y que en ella se manifestó mucho la profundísima humildad y sabiduría de su alma santísima, y dio lugar el Señor a ejercitar y probar todas sus virtudes; porque no sólo no le mandó callar el sacramento de su preñado, pero no le manifestó su voluntad divina tan expresamente como en otros sucesos. Todo parece lo remitió Dios y lo fió de la ciencia y virtudes divinas de su escogida esposa, dejándola obrar con ellas sin otra especial ilustración o favor. Daba ocasión la divina providencia a María santísima y a su fidelísimo esposo José, para que respectivamente cada uno ejercitase con heroicos actos las virtudes y dones que les había infundido, y deleitábase ––a nuestro entender– con la fe, esperanza y amor, con la humildad, paciencia, quietud y serenidad de aquellos cándidos corazones en medio de tan dolorosa aflicción, y para engrandecer su gloria y dar al mundo este ejemplar de santidad y prudencia y oír los clamores dulces de la Madre santísima y su castísimo esposo, que le eran gratos y agradables; y que se hacía como sordo –a nuestro entender– porque los repitiesen, y disimulaba el responderles hasta el tiempo oportuno y conveniente.

Doctrina de la santísima Reina y Señora nuestra.

384. Hija mía carísima, altísimos son los pensamientos y fines del Señor, y su providencia con las almas es fuerte y suave, y en el gobierno de todas admirable, especialmente de sus amigos y escogidos. Y si los mortales acabasen de conocer el amoroso cuidado con que atiende a dirigirlos y encaminarlos este Padre de las misericordias, descuidarían más de sí mismos y no se entregarían a tan molestos, inútiles y peligrosos cuidados con que viven afanados y solicitando varias dependencias de otras criaturas; porque se dejarían seguros a la sabiduría y amor infinito, que con dulzura y suavidad paternal cuidaría de todos sus pensamientos, palabras y acciones y de todo lo que les conviene. No quiero que tú ignores esta verdad; pero que entiendas del Señor cómo desde su eternidad tiene en su mente divina presentes a todos los predestinados que han de ser en diversos tiempos y edades, y con la invencible fuerza de su infinita sabiduría y bondad va disponiendo y encaminando todos los bienes que les convienen, para que al fin se consiga lo que de ellos tiene el Señor determinado.

385. Por esto le importa tanto a la criatura racional dejarse encaminar de la mano del Señor, entregándose toda a su disposición divina; porque los hombres mortales ignoran sus caminos y el fin que por ellos han de tener, y no pueden por sí mismos hacer elección con su insipiencia, si no es con grande temeridad y peligro de su perdición. Pero si se entregan de todo corazón a la providencia del Altísimo, reconociéndole por Padre y a sí mismos por hijos y hechuras suyas, Su Majestad se constituye por su protector, amparo y gobernador con tanto amor, que quiere conozca el cielo y la tierra cómo es oficio que le toca a él mismo gobernar a los suyos y gobernar a los que de él se fían y se le entregan. Y si fuera Dios capaz de recibir pena o de tener celos como los hombres, los tuviera de que otra criatura se hiciera parte en el cuidado de las almas, y de que ellas acudan a buscar cosa alguna de las que necesitan en otro alguno fuera del mismo Señor, que lo tiene por su cuenta. Y no pueden los mortales ignorar esta verdad, si consideran lo que entre ellos mismos hace un padre por sus hijos, un esposo por su esposa, un amigo con otro y un príncipe con el privado a quien ama y quiere honrar. Todo esto es nada en comparación del amor que Dios tiene a los suyos y lo que quiere y puede hacer por ellos.

386. Pero aunque por mayor y en general crean esta verdad los hombres, ninguno puede alcanzar cuál es el amor divino y sus efectos particulares con las almas que totalmente se resignan y dejan a su voluntad. Ni lo que tú, hija mía, conoces, lo puedes manifestar, ni conviene, mas no lo pierdas de vista en el Señor. Su Majestad dice0 que no perecerá un cabello de sus electos, porque todos los tiene numerados. El gobierna sus pasos a la vida y se los desvía de la muerte, atiende a sus obras, corrige sus defectos con amor, adelántase a sus deseos, anticípase en sus cuidados, defiéndeles en el peligro, los regala en la quietud, los conforta en la batalla, les asiste en la tribulación; defiéndelos del engaño con su sabiduría, santifícalos con su bondad, fortalécelos con su poder; y como infinito, a quien nadie puede resistir ni impedir su voluntad, así ejecuta lo que puede y puede todo lo que quiere y quiere entregarse todo al justo que está en gracia y se fía de sólo él. ¡Quién puede ponderar cuántos y cuáles serán los bienes que derrama en un corazón dispuesto de esta manera para recibirlos!

387. Si tú, amiga mía, quieres que te alcance esta buena dicha, imítame con verdadero cuidado y conviértelo todo desde hoy a conseguir con eficacia una verdadera resignación en la providencia divina. Y si te enviare tribulaciones, penas o trabajos, recíbelos y abrázalos con igual corazón y serenidad, con quietud de tu espíritu, paciencia, fe viva y esperanza en la bondad del Altísimo, que siempre te dará lo más seguro y conveniente para tu salvación. No hagas elección de cosa alguna, que Dios sabe y conoce tus caminos; fíate de tu Padre y Esposo celestial, que con amor fidelísimo te patrocina y ampara; atiende a mis obras, pues no se ocultan: y advierte que fuera de los trabajos que tocaron a mi Hijo santísimo, el mayor que padecí en mi vida fue el de las tribulaciones de mi esposo José y sus penas en la ocasión que vas escribiendo.
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MensajePublicado: Vie Dic 19, 2008 10:04 am    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 2

Aunméntanse los recelos a san José, determina dejar a su esposa y hace oración sobre ello.

388. En la tormenta de cuidados que combaban al rectísimo corazón de san José, procuraba tal vez con su prudencia buscar alguna calma y cobrar aliento en su afligida ahogo, discurriendo a solas y procurando reducir a duda el preñado de su esposa, pero de este engaño le sacaba cada día el aumento del vientre virginal, que con el tiempo se iba manifestando con mayores evidencias; y no hallaba otra causa el Santo glorioso adonde recurrir, y ésta se le frustraba y era poco constante, pues pasaba de la duda que buscaba a la certeza vehemente, cuanto más crecía el preñado. Y en sus aumentos estaba más agradable y sin sospecha de otros achaques la divina Princesa, que de todas maneras la iba perfeccionando en hermosura, salud, agilidad y belleza; cebos y motivos mayores de la sospecha y lazos de su castísimo amor y pena, sin poder apartar todos esos efectos a un tiempo con varias olas que le atormentaban y de manera le rindieron, que llegó a persuadirse del todo en la evidencía. Y aunque siempre se conformaba su espíritu con la voluntad de Dios, pero la carne enferma sintió lo sumo del dolor del alma, con que llegó a su punto, donde no halló salida alguna en la causa de su tristeza. Sintió quebranto o deliquio en las fuerzas del cuerpo, que aunque no llegó a ser enfermedad determinada, con todo eso se le debilitaron las fuerzas y puso algo macilento, y se le conocía en el rostro la profunda tristeza y melancolía que le afligía. Y como la padecía tan a solas sin buscar el alivio de comunicarla o desahogar por algún camino el aprieto de su corazón, como lo hacen ordinariamente los otros hombres, con esto venía a ser más grave y menos reparable naturalmente la tribulación que el Santo padecía.

389. No era menos dolor el que a María santísima penetraba el corazón; pero aunque era grandísimo, era también mayor el espacio de su dilatadísimo y generoso ánimo y con él disimulaba sus penas, pero no el cuidado que le daban las de san José su esposo; con que determinó asistirle más y cuidar de su salud y regalo. Pero como en la prudentísima Reina era inviolable ley el obrar todas las acciones en plenitud de sabiduría y perfección, callaba siempre la verdad del misterio que no tenía orden de manifestar, y aunque sola ella era la que pudiera aliviar a su esposo José por este camino, no lo hizo por respetar y guardar el sacramento del Rey celestial. Por sí misma hacía cuanto podía; hablábale en su salud y preguntábale qué deseaba hiciese ella para su servicio y alivio del achaque que tanto le desfallecía. Rogábale tomase algún descanso y regalo, pues era justo acudir a la necesidad y reparar las fuerzas desfallecidas del cuerpo para trabajar después por el Señor. Atendía san José a todo lo que su esposa divina hacía, y ponderando consigo aquella virtud y discreción y sintiendo los efectos santos de su Trato y presencia, dijo: ¿Es posible que mujer de tales costumbres y donde tanto se manifiesta la gracia del Señor, me ponga a mí en tal tribulación? ¿Cómo se compadece esta prudencia y santidad con las señales que veo de haber sido infiel a Dios, y a mí, que tan de corazón la amo? Si quiero despedirla o alejarme, pierdo su deseable compañía, todo mi consuelo, mi casa y mi quietud. ¿Qué bien hallaré como ella, si me retiro? ¿Qué consuelo, si me falta éste? Pero todo pesa menos que la infamia de tan infeliz fortuna y que de mí se entienda he sido cómplice en algún delito. Ocultarse el suceso, no es posible, porque todo lo ha de manifestar el tiempo, aunque yo ahora lo disimule y calle. Hacerme yo autor de este preñado, será mentira vil contra mi propia conciencia y reputación. Ni lo puedo reconocer por mío, ni atribuirlo a la causa que ignoro. Pues ¿qué haré en tal aprieto? El menor de mis males será ausentarme y dejar mi casa, antes que llegue el parto, en que me hallaré más confuso y afligido, sin saber qué consejo y determinación tomaré, viendo en mi casa hijo que no es mío.

390. La Princesa del cielo, que con gran dolor miraba la determinación de su esposo san José en dejarla y ausentarse, convirtióse a los santos ángeles y custodios suyos, y díjoles: Espíritus bienaventurados y ministros del supremo Rey que os levantó a la felicidad de que gozáis y por su dignación me acompañáis como fidelísimos siervos suyos y centinelas mías, yo os pido, amigos míos, que presentéis a su clemencia las aflicciones de mi esposo José. Pedid que le consuele y mire como verdadero Dios y Padre. Y vosotros, que prestamente obedecéis a sus palabras, oíd también mis ruegos; por el que siendo infinito se quiso encarnar en mis entrañas, os lo pido, ruego y suplico, que sin dilación acudáis al aprieto en que se halla el corazón fidelísimo de mi esposo, y aliviándole de sus penas le quitéis del ánimo y pensamiento la determinación que ha tomado de ausentarse.–Obedecieron a su Reina los ángeles que destinó para este fin y luego ocultamente enviaron al corazón de san José muchas inspiraciones santas, persuadiéndole de nuevo que su esposa María era santa y perfectísima, que no se podía creer de ella cosa indigna, que Dios era incomprensible en sus obras y ocultísimo en sus rectos juicios y que siempre era fidelísimo en los que confían en él, que a nadie desprecia ni desampara en la tribulación.

391. Con estas y otras inspiraciones santas se sosegaba un poco el turbado espíritu de san José, aunque no sabía por el orden que le venían; pero como el objeto de su tristeza no se mejoraba, luego volvía a ella sin hallar salida de cosa fija y cierta en que asegurarse, y volvió a renovar los intentos de ausentarse y dejar a su esposa. Conociendo esto la divina Señora, juzgó que ya era necesario prevenir este peligro y pedir al Señor con más instancia el remedio. Convirtióse toda a su Hijo santísimo que tenía en su vientre, y con íntimo afecto y fervor le dijo: Señor y bien de mi alma, si me dais licencia, aunque soy polvo y ceniza, hablaré en vuestra presencia real y manifestaré mis gemidos que a vos no pueden esconderse. Justo es, Dueño mío, que yo no sea remisa en ayudar al esposo que me disteis de vuestra mano. Véolo en la tribulación que está puesto, por vuestra providencia, y no será piedad dejarle en ella. Si hallo gracia en vuestros ojos, suplícoos, Señor y Dios eterno, por el amor que os obligó a venir a las entrañas de vuestra esclava para remedio de los hombres, tengáis por bien de consolar a vuestro siervo José y disponerle para que ayude al cumplimiento de vuestras grandes obras. No estará bien vuestra esclava sin esposo que la ampare y patrocine y le sirva de resguardo. No permitáis, Dios y Señor mío, que ejecute su determinación y ausentándose me deje.

392. Respondió el Altísimo a esta petición: Paloma y amiga mía, yo acudiré con presteza al consuelo de mi siervo José y, en declarándole yo por medio de mi ángel el sacramento que ignora, le podrás hablar en él con claridad todo lo que contigo he obrado, sin que para adelante guardes en esto más silencio. Yo le llenaré de mi espíritu y le haré capaz de lo que debe hacer en estos misterios. Y él te ayudará en ellos y te asistirá a todo lo que te sucediere.–Con esta promesa del Señor quedó María santísima confortada y consolada, dando rendidas gracias al mismo Señor que con tan admirable orden disponía todas las cosas en medida y peso; porque a más del consuelo que tuvo la gran Señora, quedando sin aquel cuidado, conoció cuán conveniente era para su esposo José haber padecido aquella, tribulación en que se probase y dilatase su espíritu para las cosas grandes que se habían de fiar de él.

393. Al mismo tiempo estaba san José confiriendo sus dudas consigo mismo, habiendo ya pasado dos meses en esta gran tribulación; y vencido de la dificultad, dijo: Yo no hallo medio más oportuno a mi dolor que ausentarme. Mi esposa confieso que es perfectísima, y nada veo en ella que no la acredite por santa, pero al fin está preñada y no alcanzo este misterio. No quiero ofender su virtud con entregarla a la ejecución de la ley, pero tampoco puedo aguardar el suceso del preñado. Partiré luego y dejaréme a la providencia del Señor que me gobierne.–Determinó partir aquella noche siguiente, y para la jornada previno un vestido que tenía con alguna ropa que mudarse, y todo lo juntó en un fardelillo. Había cobrado un poco de dinero que de su trabajo le debían y con esta recámara dispuso partir a media noche. Pero por la novedad del caso, y por la costumbre, habiéndose recogido con este intento, hizo oración al Señor, y le dijo: Altísimo Dios eterno de nuestros padres Abrahán, Isaac y Jacob, verdadero y único amparo de los pobres y afligidos, manifiesto es a vuestra clemencia el dolor y aflicción de que mi corazón está poseído, y también, Señor, conocéis, aunque soy indigno, mi inocencia en la causa de mi pena y la infamia y peligro que me amenaza del estado de mi esposa. No la juzgo por adúltera, porque conozco en ella grandes virtudes y perfección, pero con certeza veo que está preñada. La causa y el modo del suceso yo lo ignoro, mas no le hallo salida en que quietarme. Determino por menor daño el alejarme de ella a donde nadie me conozca y entregado a vuestra providencia acabaré mi vida en un desierto. No me desamparéis, Señor mío y Dios eterno, porque sólo deseo vuestra mayor honra y servicio.

394. Postróse en tierra san José haciendo voto de llevar al templo de Jerusalén a ofrecer parte de aquel poco dinero que tenía para su viaje; y esto era porque Dios amparase y defendiese a su esposa María de las calumnias de los hombres y la librase de todo mal. Tanta era la rectitud del varón de Dios y el aprecio que hacía de la divina Señora. Después de esta oración se recogió a dormir un poco, para salirse a media noche a excusa de su esposa; y en el sueño le sucedió lo que diré en el capítulo siguiente. La gran Princesa del cielo, segura de la divina palabra, estaba desde su retiro mirando lo que san José hacía y disponía; que el Todopoderoso se lo mostraba. Y conociendo el voto que por ella había hecho y el fardillo y peculio tan pobre que había prevenido, llena de ternura y compasión, hizo nueva oración por él con hacimiento de gracias, alabando al Señor en sus obras y en el orden con que las dispone sobre todo el pensamiento de los hombres. Dio lugar Su Majestad para que entrambos, María santísima y san José, llagasen al extremo del aprieto y dolor interior, para que, a más de los meritos que con este dilatado martirio acumulaban, fuese más admirable y estimable el beneficio de la consolación divina. Y aunque la gran Señora estaba constantísima en la fe y esperanza de que el Altísimo acudiría oportunamente el remedio de todo, y por esto callaba y no manifestaba el sacramento del Rey, que no le había mandado declarar, con todo eso la afligió muchísimo la determinación de san José; porque se le representaron los grandes inconvenientes de dejarla sola, sin arrimo y compañía que la amparase y consolase por el orden común y natural, pues no todo se había de buscar por orden milagroso y sobrenatural. Pero todos estos ahogos no fueron bastantes a que faltase a ejercitar virtudes tan excelentes como la de la magnanimidad, tolerando las aflicciones, sospechas y determinaciones de san José; la de la prudencia, mirando que el sacramento era grande y que no era bien por sí determinarse en descubrirle; la del silencio, callando como mujer fuerte, señalándose entre todas, sabiendo detenerse en no decir lo que tantas razones humanas había para hablar; la paciencia, sufriendo; y la humildad, dando lugar a las sospechas de san José. Y otras muchas virtudes ejercitó admirablemente en este trabajo, con que nos enseñó a esperar el remedio del Altísimo en las mayores tribulaciones.

Doctrina que me dio.la Reina del cielo María santísima.

395. Hija mía, la doctrina que te doy, con el ejemplar que has escrito de mi silencio, sea que le tengas por arancel para gobernarte en los favores y sacramentos del Señor, guardándolos en el secreto de tu pecho. Y aunque te parezca conveniente para el consuelo de alguna alma manifestarlos, este juicio no le debes hacer por ti sola, sin primero consultarlo con Dios y después con la obediencia; porque estas materias espirituales no se han de gobernar por afecto humano, donde obran tanto las pasiones o inclinaciones de la criatura, y con ellas hay grande peligro de que juzgue por conveniente lo que es pernicioso y por servicio de Dios lo que es ofensa suya; y el discernir entre los movimientos interiores, conociendo cuáles son divinos que nacen de la gracia, y cuáles humanos, engendrados de afectos desordenados, esto no se alcanza con los ojos de la carne y de la sangre. Y aunque distan mucho estos dos afectos y sus causas, con todo eso, si la criatura no está muy ilustrada y muerta a las pasiones, no puede conocer esta diferencia ni separar lo precioso de lo vil. Y este peligro es mayor cuando concurre o interviene algún motivo temporal y humano, porque entonces el amor propio y natural se suele introducir a dispensar y gobernar las cosas divinas y espirituales con repetidas y peligrosos precipicios.

396. Sea, pues, documento general, que si no es a quien te gobierna, jamás sin orden mío declares cosa alguna. Y pues yo me he constituido por tu maestra, no faltaré a darte orden y consejo en esto y en todo lo demás, para que no te desvíes de la voluntad de mi Hijo santísimo. Pero advierte que hagas grande aprecio de los favores y beneficios del Altísimo. Trátalos con magnificencia, y prefiere su estimación, agradecimiento y ejecución a todas las cosas inferiores, y más a las que son de tu inclinación. A mí me obligó mucho al silencio el temor reverencial que tuve, juzgando como debía por tan estimable el tesoro que en mí estaba depositado. Y no obstante la obligación natural y el amor que tenía a mi señor y esposo san José y el dolor y compasión de sus aflicciones de que yo deseara sacarle, disimulé y callé, anteponiendo a todo el gusto del Señor y remitiéndole la causa que él reservaba para sí solo. Aprende también con esto a no disculparte jamás, aunque más inocente te halles, en lo que te imputan. Obliga al Señor, fiándolo de su amor. Pon por su cuenta tu crédito; y en el ínterin vence con paciencia, humildad y con obras y palabras blandas a quien te ofendiere. Sobre todo esto, te advierto que jamás de nadie juzgues mal, aunque veas a los ojos indicios que te muevan; que la caridad perfecta y sencilla te enseñará a dar salida prudente a todo y a deshacer las culpas ajenas. Y para esto puso Dios por ejemplo a mi esposo san José, pues nadie tuvo más indicios y ninguno fue más prudente en detener el juicio; porque en ley de caridad discreta y santa, prudencia es y no temeridad remitirse a causas superiores que no se alcanzan, antes que juzgar y culpar a los prójimos en lo que no es manifiesta culpa. No te doy aquí especial doctrina para los del estado del matrimonio, porque la tienen manifiesta en el discurso de mi vida; y de, ésta se pueden aprovechar todos, aunque ahora la enderezo a tu aprovechamiento, que deseo con especial amor. Oyeme, carísima, y ejecuta mis consejos y palabras de vida.
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MensajePublicado: Lun Dic 22, 2008 8:13 pm    Asunto:
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CAPITULO 3

Habla el ángel del Señor a san José en sueños y le declara el misterio de la encarnación, y los efectos de esta embajada.

397. El dolor de los celos es tan vigilante despertador a quien los tiene, que repetidas veces, en lugar de despertarle, le desvela y le quita el reposo y sueño. Nadie padeció esta dolencia como san José, aunque en la verdad ninguno tuvo menos causa para ellos, si entonces la conociera. Era dotado de grande ciencia y luz para penetrar y ver la santidad y condiciones de su divina esposa, que eran inestimables. Y encontrándose en esta noticia las razones que le obligaban a dejar la posesión de tanto bien, era forzoso que añadiendo ciencia de lo que perdía, añadiese el dolor de dejarlo. Por esta razón excedió el dolor de san José a todo lo que en esta materia han padecido los hombres, porque ninguno hizo mayor concepto de su pérdida, ni nadie pudo conocerla ni estimarla como él. Pero junto con esto hubo una gran diferencia entre los celos o recelos de este fiel siervo y los demás que suelen padecer este trabajo. Porque los celos añaden al vehemente y ferviente amor un gran cuidado de no perder y conservar lo que se ama, y a este afecto, por natural necesidad, se sigue el dolor de perderlo e imaginar que alguno se le puede quitar; y este dolor o dolencia es la que comúnmente llaman celos, y en los sujetos que tienen las pasiones desordenadas, por falta de prudencia y de otras virtudes, suele causar la pena y dolor efectos desiguales de ira, furor, envidia contra la misma persona amada, o contra el consorte que impide el retorno del amor, ahora sea mal o bien ordenado; y levántanse las tempestades de imaginaciones y sospechas adelantadas, que las mismas pasiones engendran, de que se originan las veleidades de querer y aborrecer, de amar y arrepentirse, y la irascible y concupiscible andan en continua lucha, sin haber razón ni prudencia que las sujete e impere, porque este linaje de dolencia oscurece el entendimiento, pervierte la razón y arroja de sí a la prudencia.

398. Pero en san José no hubo estos desórdenes viciosos, ni pudo tenerlos, no sólo por su insigne santidad, sino por la de su esposa, porque en ella no conocía culpa que le indignase, ni hizo concepto el santo que tenía empleado su amor en otro alguno, contra quien o de quien tuviese envidia para repelerle con ira. Y sólo consintieron los celos de san José en la grandeza de su amor una duda o sospecha condicionada de que si su castísima esposa le había correspondido en el amor; porque no hallaba cómo vencer esta duda con la razón determinada como lo eran los indicios del recelo. Y no fue menester más certeza de su cuidado para que el dolor fuese tan vehemente, porque en prenda tan propia como la esposa justo es no admitir consorte, y para que las experiencias obrasen tal dolencia bastaba que el amor vehemente y casto del santo poseyera todo el corazón a vista del menor indicio de infidelidad y de perder el más perfecto, hermoso y agradable objeto de su entendimiento y voluntad. Que cuando el amor tiene tan justos motivos, grandes y eficaces son los lazos y coyundas que le detienen, fortísimas las prisiones, y más, no habiendo contrarios de imperfecciones que las rompan. Que nuestra Reina en lo divino, ni natural, no tenía cosa que moderase y templase el amor de su santo esposo, sino que le fomentase por repetidos títulos y causas.

399. Con este dolor, que ya llegó a tristeza, se quedó un poco dormido san José después de la oración que arriba dije, seguro que se despertaría a su tiempo para salir de su casa a media noche, sin que a su parecer fuese sentido de su esposa. Estaba la divina Señora aguardando el remedio y solicitando con sus humildes peticiones el reparo, porque conocía que, llegando la tribulación de su turbado esposo a tal panto y a lo sumo del dolor, se acercaba el tiempo de la misericordia y del alivio de tan afligido corazón. Envió el Altísimo al santo arcángel Gabriel para que, estando san José durmiendo, le manifestase por divina revelación el misterio del preñado de su esposa María. Y el ángel, cumpliendo esta legacía, fue a san José, y le habló en sueños, como dice san Mateo, y le declaró todo el misterio de la encarnación y redención en las palabras que el evangelista refiere. Alguna admiración puede hacer –y a mí me la ha motivado– por qué el santo arcángel habló a san José en sueños y no en vela, pues el misterio era tan alto y no fácil de entender, y más en la disposición del santo tan turbada y afligida, y a otros se les manifestó el mismo sacramento, no durmiendo, sino estando despiertos.

400. En estas obras del Señor la última razón es de su divina voluntad en todo justa, santa y perfecta; pero de lo que he conocido diré algunas cosas, como pudiere, para nuestra enseñanza. La primera razón es porque san José era tan prudente y lleno de divina luz y tenía tan alto concepto de María santísima Señora nuestra, que no fue necesario persuadirle por medios más fuertes, para que se asegurase de su dignidad y de los misterios de la encarnación; porque en los corazones dispuestos se logran bien las inspiraciones divinas. La segunda razón fue porque su turbación había comenzado por los sentidos, viendo el preñado de su esposa, y fue justo que, si ellos dieron motivo al engaño o sospecha, fuesen como mortificados y privados de la visión angélica y de que por ellos entrase el desengaño de la verdad. La tercera razón es como consiguiente a ésta, porque san José, aunque no cometió culpa, padeció aquella turbación con que los sentidos quedaron como entorpecidos y poco idóneos para la vista y comunicación sensible del santo ángel; y así era conveniente que le hablase y diese la embajada en ocasión que los sentidos, escandalizados de antes, estuviesen entonces impedidos con la suspensión de sus operaciones; y después el santo varón, estando en ellos, se purificó y dispuso con muchos actos, como diré, para recibir el influjo del Espíritu Santo; que para todo impedía la turbación.

401. De estas razones se entenderá por qué Dios hablaba en sueños a los padres antiguos, más que ahora con los fieles hijos de la ley evangélica, donde es menos ordinario este modo de revelaciones en sueños y más frecuente hablar los ángeles con mayor manifestación y comunicación. La razón de esto es porque, según la divina disposición, el mayor impedimento y óbice que indispone para que las almas no tengan muy familiar trato y comunicación con Dios y sus ángeles, son los pecados, aunque sean leves, y aun las imperfecciones de nuestras operaciones. Y después que el Verbo divino se humanó y trató con los hombres, se purificaron los sentidos y se purifican cada día nuestras potencias, quedando santificadas con el buen uso de los sacramentos sensibles, con que en algún modo se espiritualizan y elevan, se desentorpecen y habilitan en sus operaciones para la participación de las influencias divinas. Y este beneficio debemos más que los antiguos a la sangre de Cristo nuestro Señor, en cuya virtud somos santificados por los sacramentos, recibiendo en ellos efectos divinos de gracias especiales y en algunos el carácter espiritual que nos señala y dispone para más altos fines. Pero cuando el Señor hablaba o habla ahora alguna vez en sueños, excluye a las operaciones de los sentidos, como ineptas o indispuestas para entrar en las bodas espirituales de su comunicación e influjos espirituales.

402. Colígese también de esta doctrina, que para recibir el alma los favores ocultos del Señor no sólo se requiere que esté sin culpa y que tenga merecimientos y gracia, sino que tenga también quietud y tranquilidad de paz; porque si está turbada la república de las potencias, como en el santo José, no está dispuesta para efectos tan divinos y delicados como los que recibe el alma con la vista del Señor y sus caricias. Y esto es tan ordinario, que por mucho que esté mereciendo la criatura con la tribulación y padeciendo aflicciones, cual estaba el esposo de la Reina, con todo eso, impide aquella alteración, porque en el padecer hay trabajo y conflicto con las tinieblas y el gozar es descansar en paz en la posesión de la luz, y no es compatible con ella estar a la vista de las tinieblas aunque sea para desterrarlas. Pero en medio del conflicto y pelea de las tentaciones, que es como en sueños o de noche, se suele sentir y percibir la voz del Señor por medio de los ángeles, como sucedió a nuestro santo José, que oyó y entendió todo lo que decía san Gabriel, que no temiese estar con su esposa María, porque era obra del Espíritu Santo lo que tenía en su vientre, y pariría un hijo, a quien llamaría Jesús, y sería Salvador de su pueblo, y en todo este misterio se cumpliría la profecía de Isaías, que dijo cómo concebiría una Virgen y pariría un hijo que se llamaría Emmanuel, que significa Dios con nosotros. No vio san José al ángel con especies imaginarias, sólo oyó la voz interior y en ella entendió el misterio. De las palabras que le dijo se colige que ya san José en su determinación había dejado a María santísima, pues le mandó que sin temor la recibiese.

403. Despertó san José capaz del misterio revelado y que su esposa era Madre verdadera del mismo Dios. Y entre el mismo gozo de su dicha y no pensada suerte y el nuevo dolor de lo que había hecho, se postró en tierra y con otra humilde turbación, temeroso y alegre, hizo actós heroicos de humildad y reconocimiento. Dio gracias al Señor por el misterio que le había revelado y por haberle hecho Su Majestad esposo de la que escogió por Madre, no mereciendo ser esclavo suyo. Con este conocimiento y acciones de las virtudes, quedó sereno el espíritu de san José y dispuesto para recibir nuevos efectos del Espíritu Santo. Y con la duda y turbación pasada se asentaron en él los fundamentos muy profundos de la humildad, que había de tener a quien se fiaba la dispensación de los más altos consejos del Señor; y la memoria de este suceso fue un magisterio que le duró toda la vida. Hecha esta oración a Dios, comenzó el santo varón a reprenderse a sí mismo a solas, diciendo: Oh esposa mía divina y mansísima paloma, escogida por el Muy Alto para morada y Madre suya, ¿cómo este indigno esclavo tuvo osadía para poner en duda tu fidelidad? ¿Cómo el polvo y ceniza dio lugar a que le sirviese la que es Reina del cielo y tierra y Señora de todo lo criado? ¿Cómo no he besado el suelo que tocaron tus plantas? ¿Cómo no he puesto todo el cuidado en servirte de rodillas? ¿Cómo levantaré mis ojos a tu presencia y me atreveré a estar en tu compañía y desplegar mis labios para hablarte? Señor y Dios eterno, dadme gracia y fuerzas para pedirla me perdone, y poned en su corazón que use de misericordia y no desprecie a este reconocido siervo, como lo merezco. ¡Ay de mí, que como estaba llena de luz y gracia, y en sí encierra el autor de la luz, le serían patentes todos mis pensamientos y, habiéndolos tenido de dejarla con efecto, atrevimiento será parecer delante sus ojos! Conozco mi grosero proceder y pesado engaño, pues a vista de tanta santidad admití indignos pensamientos y dudas de la fidelísima correspondencia que yo merecía. Y si en castigo mío permitiera vuestra justicia que yo ejecutara mi errada determinación, ¿cuál fuera ahora mi desdicha? Eternamente agradeceré, altísimo Señor, tan incomparable beneficio. Dadme, Rey poderosísimo, con qué volver alguna digna retribución. Iré a mi señora y esposa, confiado en la dulzura de su clemencia, y postrado a sus pies le pediré perdón, para que por ella, vos, mi Dios y Señor eterno, me miréis como Padre y perdonéis mi desacierto.

404. Con esta mudanza salió el santo esposo de su pobre aposento, hallándose despierto tan diferente, como dichoso, de cual se había recogido al sueño. Y como la Reina del cielo estaba siempre retirada, no quiso despertarla de la dulzura de su contemplación, hasta que ella quisiese. En el ínterin deslió el varón de Dios el fardelillo que había prevenido, derramando abundantes lágrimas con afectos muy contrarios de los que antes había sentido y llorado. Y comenzando a reverenciar a su divina esposa, previno la casa, limpió el suelo que habían de hollar las sagradas plantas y preparó otras hacenduelas que solía remitir a la divina Señora cuando no conocía su dignidad, y determinó mudar de intento y estilo en el proceder con ella, aplicándose a sí mismo el oficio de siervo y a ella de señora. Y sobre esto desde aquel día tuvieron entre los dos admirables contiendas sobre quién había de servir y mostrarse más humilde. Todo lo que pasaba por san José estaba mirando la Reina de los cielos, sin escondérsele pensamiento ni movimiento alguno. Y cuando fue hora, llegó el santo al aposento de Su Alteza, que le aguardaba con la mansedumbre, gusto y agrado que diré en el capítulo siguiente.

Doctrina que me dio la divina Señora María santísima.

405. Hija mía, en lo que has entendido sobre este capítulo, tienes un dulce motivo de alabar al Señor, conociendo el orden admirable de su sabiduría en afligir y consolar a sus siervos y escogidos; en lo uno y otro sapientísimo y piadosísimo para sacarlos de todo con mayores aumentos de merecimiento y gloria. Sobre esta advertencia quiero que tú recibas otra muy importante para tu gobierno y para el estrecho trato que quiere el Altísimo contigo. Esto es, que procures con toda atención conservarte siempre en tranquilidad y paz interior, sin admitir turbación que te la quite ni impida por ningún suceso de esta vida mortal, sirviéndote de ejemplo y doctrina lo que sucedió a mi esposo san José en la ocasión que has escrito. No quiere el Altísimo que con la tribulación se turbe la criatura, sino que merezca, no que desfallezca, sino que haga experiencias de lo que puede con la gracia. Y aunque los vientos fuertes de las tentaciones suelen arrojar al puerto de la mayor paz y conocimiento de Dios y de la misma turbación puede la criatura sacar su conocimiento y humillación, pero si no se reduce a la tranquilidad y sosiego interior, no está dispuesta para que la visite el Señor, la llame y levante a sus caricias; porque no viene Su Majestad en torbellino, ni los rayos de aquel supremo sol de justicia se perciben, mientras no hay sereno en las almas.

406. Y si la falta de este sosiego impide tanto para el trato íntimo del Altísimo, claro está que las culpas son mayor óbice para alcanzar este beneficio grande. En esta doctrina te quiero muy atenta y que no pienses tienes derecho para usar de tus potencias contra ella. Y pues tantas veces has ofendido al Señor, clama a su misericordia, llora y lávate ampliamente, y advierte que tienes obligación, pena de ser condenada por infiel, de guardar tu alma y conservarla para eterna morada del Todopoderoso, pura, limpia y serena, para que su Dueño la posea y dignamente habite en ella. El orden de tus potencias y sentidos ha de ser una armonía de instrumentos de música suavísima y delicada, y cuanto más lo son, tanto mayor es el peligro de destemplarse, y el cuidado ha de ser mayor, por esta razón, de guardarlos y conservarlos intactos de todo lo terreno; porque sólo el aire infecto de los objetos mundanos basta para destemplar, turbar e inficcionar las potencias tan consagradas a Dios. Trabaja, pues, y vive cuidadosa contigo misma y ten imperio sobre tus potencias y sus operaciones. Y si alguna vez te destemplares, turbares o desconcertares en este orden, procura atender a la divina luz, recibiéndola sin inmutación ni recelos y obrando con ella lo más perfecto y puro. Y para esto te doy por ejemplo a mi santo esposo José, que sin tardanza ni sospecha dio crédito al santo ángel y luego con pronta obediencia ejercitó lo que le fue mandado; con que mereció ser levantado a grandes premios y dignidad. Y si tanto se humilló, sin haber pecado en lo que hizo, sólo por haberse turbado con tantos fundamentos, aunque aparentes, considera tú, que eres un pobre gusanillo, cuánto debes reconocerte y pegarte con el polvo, llorando tus negligencias y culpas, hasta que el Altísimo te mire como Padre y como Esposo.
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MensajePublicado: Jue Dic 25, 2008 10:50 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 4

Pide san José perdón a María santísima su esposa, y la divina Señora le consuela con gran prudencia.

407. Aguardaba el reconocido esposo José que María santísima y esposa suya saliera del recogimiento y cuando fue hora abrió la puerta del pobre aposento donde habitaba la Madre del Rey celestial y luego el santo esposo se arrojó a sus pies y con profunda humildad y veneración la dijo: Señora y esposa mía, Madre verdadera del eterno Verbo, aquí está vuestro siervo postrado a los pies de vuestra clemencia. Por el mismo Dios y Señor vuestro, que tenéis en vuestro virginal vientre, os pido perdonéis mi atrevimiento. Seguro estoy, Señora, que ninguno de mis pensamientos es oculto a vuestra sabiduría y luz divina. Grande fue mi osadía en intentar dejaros y no ha sido menor la grosería con que hasta ahora os he tratado como a mi inferior, sin haberos servido como a Madre de mi Señor y Dios. Pero también sabéis que lo hice todo con ignorancia, porque no sabía el sacramento del Rey celestial y la grandeza de vuestra dignidad, aunque veneraba en vos otros dones del Altísimo. No atendáis, Señora mía, a las ignorancias de una vil criatura, que ya reconocida ofrece el corazón y la vida a vuestro obsequio y servicio. No me levantaré de vuestros pies, sin saber que estoy en vuestra gracia y perdonado de mi desorden, alcanzada vuestra benevolencia y bendición.

408. Oyendo María santísima las humildes razones de san José su esposo, sintió diversos efectos; porque con gran ternura se alegró en el Señor, de verle capaz de los misterios de la encarnación, que los confesaba y veneraba con tan alta fe y humildad. Pero afligióla un poco la determinación, que vio en el mismo esposo, de tratarla para adelante con el respeto y rendimiento que ofrecía, porque con esta novedad se le representó a la humilde Señora que se le iba de las manos la ocasión de obedecer y humillarse como sierva de su esposo. Y como el que de repente se halla sin alguna joya o tesoro que grandemente estimaba, así María santísima se contristó con aprehender que san José no la trataría como a inferior y sujeta en todo, por haberla conocido Madre del Señor. Levantó de sus pies al santo esposo y ella se puso a los suyos, y aunque procuró impedirla, no pudo, porque en humildad era invencible, y respondiendo a san José, dijo: Yo, señor y esposo mío soy la que debo pediros me perdonéis, y vos quien ha de remitir las penas y amarguras que de mí habéis recibido, y así os lo suplico puesta a vuestros pies, y que olvidéis vuestros cuidados, pues el Altísimo admitió vuestros deseos y las aflicciones que en ellos padecisteis.

409. Parecióle a la divina Señora consolar a su esposo, y para esto y no para disculparse, añadió y le dijo: Del oculto sacramento que en mí tiene encerrado el brazo del Altísimo, no pudo mi deseo daros noticia alguna por sola mi inclinación, porque como esclava de Su Alteza era justo aguardar su voluntad perfecta y santa. No callé porque no os estimo como a mi señor y esposo; siempre soy y seré fiel sierva vuestra, correspondo a vuestros deseos y afectos santos. Pero lo que con lo íntimo de mi corazón os pido por el Señor que tengo en mis entrañas, es que en vuestra conversación y trato no mudéis el orden y estilo que hasta ahora. No me hizo el Señor Madre suya para ser servida y ser señora en esta vida, sino para ser de todos sierva y de vos esclava, obedeciendo a vuestra voluntad. Este es, señor, mi oficio, y sin él viviré afligida y sin consuelo. Justo es que me le deis, pues así lo ordenó el Altísimo, dándome vuestro amparo y solicitud, para que yo a vuestra sombra esté segura y con vuestra ayuda pueda criar al fruto de mi vientre, a mi Dios y Señor. Con estas razones y otras llenas de suavidad eficacísima consoló y sosegó María santísima a san José y le levantó del suelo para conferir todo lo que era necesario. Y para esto, como la divina Señora no sólo estaba llena de Espíritu Santo, pero tenía consigo, como Madre, al Verbo divino de quien procede con el Padre, obró con especial modo en la ilustración de san José, y recibió el santo gran plenitud de las divinas influencias. Y renovado todo en fervor y espíritu dijo:

410. Bendita sois, Señora, entre todas las mujeres, dichosa y bienaventurada en todas las naciones y generaciones. Sea engrandecido con alabanza eterna el Criador de cielo y tierra, porque de lo supremo de su real trono os miró y eligió para su habitación y en vos sola nos cumplió las antiguas promesas que hizo a nuestros padres y profetas. Todas las generaciones le bendigan, porque con ninguna se magnificó tanto como lo hizo con vuestra humildad, y a mí, el más vil de los vivientes, por su divina dignación me eligió por vuestro siervo.–En estas bendiciones y palabras que habló san José estuvo ilustrado del Espíritu divino, al modo que santa Isabel cuando respondió a la salutación de nuestra Reina y Señora, aunque la luz y ciencia que recibió el santísimo esposo fue admirable, como para su dignidad y ministerio convenía. Y la divina Señora, oyendo las palabras del bendito Santo, respondió también con el cántico de Magnificat, que repitiéndolo como lo había dicho a santa Isabel, añadió otros nuevos, y en ellos fue toda inflamada y elevada en un éxtasis altísimo y levantada de la tierra en un globo de refulgente luz que la rodeaba, y toda quedó transformada como con dotes de gloria.

411. Con la vista de tan divino objeto quedó san José admirado y lleno de incomparable júbilo, porque nunca había visto a su benditísima esposa con semejante gloria y eminente excelencia. Y entonces la conoció con gran claridad y plenitud, porque se le manifestó juntamente la integridad y pureza de la Princesa del cielo y el misterio de su dignidad, y vio y conoció en su virginal tálamo a la humanidad santísima del niño Dios y la unión de las dos naturalezas en la persona del Verbo; y con profunda humildad y reverencia le adoró y reconoció por su verdadero Redentor y con heroicos actos de amor se ofreció a Su Majestad. Y el Señor le miró con benignidad y clemencia, cual a ninguna otra criatura, porque le aceptó y dio título de padre putativo, y para corresponder a tan nuevo renombre le dio tanta plenitud de ciencia y dones celestiales como la piedad cristiana puede y debe presumir. Y no me detengo en decir lo mucho que de las excelencias de san José se me ha declarado, porque sería menester alargame más de lo que pide el intento de esta Historia.

412. Pero si fue argumento de la grandeza del ánimo del glorioso san José y claro indicio de su insigne santidad, no morir o desfallecer con los celos de su amada esposa, de mayor admiración es que no le oprimiese el inopinado gozo que recibió con lo que le sucedió en este desengaño. En lo primero se descubrió su santidad; pero en lo segundo recibió tales aumentos y dones del Señor, que si no le dilatara Dios el corazón ni los pudiera recibir, ni resistir el júbilo de su espíritu, En todo fue renovado y elevado, para tratar dignamente con la que era Madre del mismo Dios y esposa propia suya y para dispensar juntamente con ella lo que era necesario al misterio de la encarnación y crianza del Verbo humanado, como adelante diré. Y para que en todo quedase gás capaz y reconociese las obligaciones de servir a su divina esposa, se le dio también noticia que todos los dones y beneficios recibidos de la mano del Altísimo le habían venido por ella y para ella y los de antes de ser su esposo, por haberlo elegido el Señor para esta dignidad, y los que entonces le daban, por haberlos ella granjeado y merecido. Y conoció la incomparable prudencia con que la gran Señora había procedido con el mismo santo, no sólo en servirle con tan inviolable obediencia y profunda humildad, pero consolándole en su tribulación, solicitándole la gracia y asistencia del Espíritu Santo, disimulando con suma discreción, y después pacificándole, quietándole y disponiéndole para que estuviese apto y capaz de recibir las influencias del divino Espíritu. Y así como la Princesa del cielo había sido el instrumento de la santificación del Bautista y de su madre santa Isabel, lo fue también para la plenitud de gracia que recibió san José con mayor abundancia. Y todo lo conoció y entendió el dichosísimo esposo y correspondió a todo como siervo fidelísimo y agradecido.

413. De estos grandes sacramentos y otros muchos que sucedieron a nuestra Reina y a su esposo san José, no hicieron memoria los sagrados evangelistas, no sólo porque ellos los guardaron en su pecho, sin que la humilde Señora ni san José a nadie los manifestasen, pero también porque no fue necesario introducir estas maravillas en la vida de Cristo nuestro Señor que escribieron, para que con su fe se defendiese la nueva Iglesia y ley de gracia; antes pudiera ser poco conveniente para la gentilidad en su primera conversión. Y la admirable providencia con sus ocultos juicios, secretos inescrutables, reservó estas cosas para sacar de sus tesoros las que son nuevas y son antiguas, en el tiempo más oportuno previsto con su divina sabiduría, cuando, fundada ya la Iglesia y asentada la fe católica, se hallasen los fieles necesitados de la intercesión, amparo y protección de su gran Reina y Señora. Y conociendo con nueva luz cuán amorosa madre y poderosa abogada tienen en los cielos con su Hijo santísimo, a quien el Padre tiene dada la potestad de juzgar, acudiesen a ella por el remedio como a único refugio y sagrado de los pecadores. Si han llegado estos afligidos tiempos a la Iglesia, díganlo sus lágrimas y tribulaciones, pues nunca fueron mayores que cuando sus mismos hijos, criados a sus pechos, ésos la afligen, la destruyen y disipan los tesoros de la sangre de su Esposo, y esto con mayor crueldad que los más conjurados enemigos. Pues cuando clama la necesidad, cuando da voces la sangre de los hijos derramada y mucho mayores las de la sangre de nuestro pontífice Cristo conculcada y poluta con varios pretextos de justicia, ¿qué hacen los más fieles, los más católicos y constantes hijos de esta afligida Madre? ¿Cómo callan tanto? ¿Cómo no claman a María santísima? ¿Cómo no la invocan y no la obligan? ¿Qué mucho que el remedio tarde, si nos detenemos en buscarle y en conocer a esta Señora por Madre verdadera del mismo Dios? Confieso se encierran magníficos misterios en esta ciudad de Dios y con fe viva y confesión los predicamos. Son tantos, que su mayor noticia queda reservada para después de la general resurrección y los santos los conocerán en el Altísimo. Pero en el ínterin atiendan los corazones píos y fieles a la dignación de esta su amantísima Reina y Señora en desplegar algunos de tantos y tan ocultos sacramentos por un vilísimo instrumento, que en su debilidad y encogimiento sólo pudiera alentarle el mandato y beneplácito de la Madre de piedad intimado repetidas veces.

Doctrina de la divina Reina y Señora nuestra.

414. Hija mía, con el deseo que te manifiesto de que compongas tu vida por el espejo de la mía, y mis obras sean el arancel inviolable de las tuyas, te declaro en esta Historia no sólo los sacramentos y misterios que escribes, pero otros muchos que no puedes declarar ni manifestar; porque todos han de quedar grabados en las tablas de tu corazón, y por eso renuevo en ti la memoria de la lección donde debes aprender la ciencia de la vida eterna, cumpliendo con el magisterio de maestra. Sé pronta en obedecer y ejecutar como obediente y solícita discípula, y sírvate ahora por ejemplo el humilde cuidado y desvelo de mi esposo san José, su sumisión y el aprecio que hizo de la divina luz y enseñanza, y cómo, por halarle el corazón preparado y con buena disposición para cumplir con presteza la voluntad divina, le trocó y reformó todo con tanta plenitud de gracia, como le convenía para el ministerio a que el Altísimo le destinaba. Sea, pues, el conocimiento de tus culpas para humillarte con rendimiento, y no para que con pretexto de que eres indigna impidas al Señor en lo que de ti se quisiere servir.

415. Pero en esta ocasión te quiero manifestar una justa queja y grave indignación del Altísimo con los mortales, para que la entiendas mejor con la divina luz a vista de la humildad y mansedumbre que yo tuve con mi esposo José. Esta queja del Señor y mía es por la inhumana perversidad que tienen los hombres en tratarse los unos a los otros sin caridad y humildad; en que concurren tres pecados que desobligan mucho al Altísimo y a mí para usar de misericordia con ellos. El primero es que, conociendo los hombres cómo todos son hijos de un Padre que está en los cielos, hechuras de su mano, formados de una misma naturaleza, alimentados graciosamente, vivificados con su providencia y criados a una mesa de los divinos misterios y sacramentos, en especial con su mismo cuerpo y sangre; que todo esto lo olviden y pospongan, atravesándose un liviano y terreno interés, y como hombres sin razón se turban, se indignan y llenan de discordias, de rencillas, de traiciones y murmuraciones y tal vez de impías e inhumanas venganzas y mortales odios de unos con otros. Lo segundo es que, cuando por la humana fragilidad y poca mortificación, turbados por la tentación del demonio, caigan en alguna culpa de éstas, no procuren luego arrojarla y reconciliarse entre sí mismos, como hermanos que están a la vista del justo juez, y le nieguen de padre misericordioso, solicitándole juez severo y rígido de sus pecados, pues ninguno más que los del odio y venganza irritan su justicia. Lo tercero, que mucho le indigna, es que tal vez cuando alguno quiere reconciliarse con su hermano, no lo admita el que se juzga por ofendido y pide más satisfacción de la que él mismo sabe que satisface al Señor, y aun de la que se quiere valer con Su Majestad; pues todos quieren que contritos y humillados los reciba, admita y perdone el mismo Dios, que fue más ofendido, y ellos, que son polvo y ceniza, piden la venganza de su hermano y no se dan por satisfechos con aquello que se contenta el supremo Señor para perdonarlos.

416. De todos los pecados que cometen los hijos de la Iglesia, ninguno es más aborrecible que éstos en los ojos del Altísimo; y así lo conocerás en el mismo Dios y en la fuerza que puso en su divina ley, mandando perdonar al hermano, aunque peque contra él setecientas veces; y aunque cada día sean muchas, como diga que le pesa de ello, manda el Señor que el hermano ofendido le perdone otras tantas veces sin número. Y contra el que no lo hiciere pone tan formidables penas, porque escandaliza a los demás, como se colige de decir el mismo Dios aquella amenaza: ¡Ay del que escandalizare, y por quien el escándalo viene y sucede! Mejor le fuera caer en el profundo del mar con una pesada muela de molino al cuello; que fue significar el peligro del remedio de estos pecados y su dificultad, como la tiene el que cayere en el mar con una rueda de molino al cuello, y también señala el castigo que tendrá en el profundo de las penas eternas; y por esto será sano consejo a los fieles que antes quieran sacarse los ojos y cortarse las manos, pues así lo mandó mi Hijo santísimo, que escandalizar a los pequeños con estos pecados.

417. Oh hija mía carísima, ¡cuánto debes llorar con lágrimas de sangre la fealdad y los daños de este pecado! El que contrista al Espíritu Santo, el que da soberbios triunfos al demonio, el que hace monstruos de las criaturas racionales y les borra la imagen de su Padre celestial. ¡Qué cosa más fea, más impropia y monstruosa que ver a un hombre de tierra, que sólo tiene corrupción y gusanos, levantarse contra otro como él con tanta soberbia y arrogancia! No hallarás palabras con que ponderar esta maldad, para persuadir a los mortales que la teman y se guarden de la ira del Señor. Pero tú, carísima, guarda tu corazón de este contagio y estampa y graba en él doctrina tan útil y provechosa para ejecutarla. Y nunca juzgues que en ofender a los prójimos y escandalizarlos hay culpa pequeña, porque todas pesan mucho eh la presencia de Dios. Enmudece y pon custodia fuerte a todas tus potencias y sentidos para la observancia rigurosa de la caridad con las hechuras del Altísimo. Dame a mí este agrado, que te quiero perfectísima en tan excelente virtud y te la impongo como precepto riguroso mío, y que jamás pienses, hables ni obres cosa alguna en ofensa de tus prójimos, ni por algún título consientas que tus súbditas lo hagan, si pudieres, ni otro alguno en tu presencia. Y pondera, carísima, lo que te pido, porque ésta es la ciencia más divina y menos entendida de los mortales. Sírvate de único y eficaz remedio para tus pasiones, y de ejemplo que te compela, mi humildad, mansedumbre, efecto del amor sencillo con que amaba no sólo a mi esposo, mas a todos los hijos de mi Señor y Padre celestial, que los estimé y miré como redimidos y comprados con tan alto precio. Con verdad y fidelidad, fineza y caridad, advierte a tus religiosas de que, aunque se ofende gravemente la divina Majestad de todos los que no cumplen este mandamiento que mi Hijo llamó suyo y nuevo, sin comparación es mayor la indignación contra los religiosos, que habiendo de ser ellos los hijos perfectos de su Padre y Maestro de esta virtud, hay muchos que la destruyen como los mundanos, y son éstos más odiosos que ellos.
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MensajePublicado: Lun Ene 12, 2009 9:45 pm    Asunto:
Tema: Mística Ciudad de Dios
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CAPITULO 5

Determina san José servir en todo con reverencia a María santísima, y lo que Su Alteza hizo, y otras cosas del modo de proccder de entrambos.

418. Quedó el fidelísimo esposo José con tan alto y digno concepto de su esposa María santísima, después que le fue revelada su dignidad y el sacramento de la encarnación, que le mudó en nuevo hombre, aunque siempre había sido muy santo y perfecto; con que determinó proceder con la divina Señora con nuevo estilo y reverencia, como diré adelante. Era esto conforme a la sabiduría del santo y debido a la excelencia de su esposa, pues él era siervo y ella Señora del cielo y tierra, y así lo conoció san José con divina luz. Y para satisfacer a su afecto y obligación, honrando y venerando a la que conocía por Madre del mismo Dios, cuando a solas la hablaba o pasaba por delante de ella la hincaba la rodilla con grande reverencia, y no quería consentir que ella le sirviese, ni administrase, ni se ocupase en otros ministerios humildes, como eran limpiar la casa y los platos y otras cosas semejantes, porque todas quería hacerlas el felicísimo esposo, por no derogar a la dignidad de la Reina.

419. Pero la divina Señora, que entre los humildes fue humildísima y nadie la podía vencer en humildad, dispuso las cosas de manera que siempre quedase en sus manos la palma de todas las virtudes. Pidió a san José que no la diese aquella reverencia de hincar la rodilla en su presencia, porque aunque aquella veneración se le debía al Señor que traía en su vientre, pero que mientras estaba en él y no se manifestaba no se podía distinguir en aquella acción la persona de Cristo de la suya. Y por esta persuasión el santo, se ajustó al gusto de la Reina dél cielo y sólo cuando ella no lo percibía daba aquel culto al Señor que tenía en sus entrañas, y a ella congo a Madre suya respectivamente, según a cada uno se le debía. Sobre ejercitar las demás acciones y obras serviles, tuvieron humildes contiendas, porque san José no se podía vencer en consentir que la gran Reina y Señora las hiciese, y por esto procuraba anticiparse. Lo mismo hacía la divina esposa, ganándole por la mano en cuanto podía. Pero como en el tiempo que ella estaba recogida tenía lugar san José de prevenir muchas de estas obras serviles, le frustraba sus anhelos continuados de ser sierva y que como a tal le perteneciese obrar lo poco y mucho doméstico de su casa. Herida de estos afectos acudió la divina Señora a Dios con humildes querellas y le pidió que con efecto obligase a su esposo para que no la impidiese el ejercitar como deseaba la humildad. Y como esta virtud es tan poderosa en el tribunal divino y tiene franca entrada, no hay súplica pequeña acompañada con ella, porque todas las hace grandes e inclina al ser inmutable de Dios a la clemencia. Oyó esta petición y dispuso que el santo ángel custodio del bendito esposo le hablase interiormente, y le dijese lo siguiente: No frustres los deseos humildes de la que es superior a todas las criaturas del cielo y tierra. En lo exterior da lugar a que te sirva y en lo interior guárdale suma reverencia, y en todo tiempo y lugar da culto al Verbo humanado, cuya voluntad es, con su divina Madre, venir a servir y no a ser servidos, para enseñar al mundo la ciencia de la vida y la excelencia de la humildad. En algunas cosas de trabajo puedes aliviarla, y siempre en ella reverencia al Señor de todo lo criado.

420. Con esta instrucción y mandato del Altísimo, dio lugar san José a los ejercicios humildes de la divina Princesa, y entrambos tuvieron ocasión de ofrecer a Dios sacrificio acepto de su voluntad: María santísima, logrando siempre su profundísima humildad y obediencia a su esposo en todos los actos de estas virtudes, que con heroica perfección obraba sin omitir alguno que pudiese hacer; y san José, obedeciendo al Altísimo con prudente y santa confusión, que le ocasionaba verse administrado y servido de la que reconocía por Señora suya y de todo lo criado y Madre del mismo Dios y Criador. Y con este motivo recompensaba el prudente santo la humildad que no podía ejercitar en otros actos que remitía a su esposa, porque esto le humillaba más y le obligaba a abatirse en su estimación con mayor temor reverencial, y con él miraba a María santísima, y en ella al Señor que portaba en su virginal tálamo, donde le adoraba, dándole magnificencia y gloria. Y algunas veces en premio de su santidad y reverencia, o para mayor motivo de todo, se le manifestaba el niño Dios humanado por admirable modo, y le miraba en el vientre de su Madre purísima como por un viril cristalino. Y la soberana Reina trataba y confería más familiarmente con el glorioso santo José los misterios de la encarnación, porque no se recelaba tanto de estas divinas pláticas después que el dichosísimo santo fue ilustrado e informado de los magníficos sacramentos de la unión hipostática de las dos naturalezas divina y humana en el virgíneo tálamo de su esposa.

421. Las conversaciones y pláticas celestiales que tenían María santísima y el bienaventurado san José, ninguna lengua humana es capaz de manifestarlas. Diré algo en los capítulos siguientes, como supiere. Pero ¿quién podrá declarar los efectos que hacía en el felicísimo y devoto corazón de este santo, verse no sólo esposo de la que era Madre verdadera de su Criador, pero hallarse también servido de ella, como si fuera una humilde esclava, y considerándola en grado de santidad y dignidad sobre todos los supremos serafines y sola a Dios inferior? Y si la divina diestra enriqueció con bendiciones la casa y la persona de Obededón por haber hospedado algunos meses la figurativa arca del Antiguo Testamento, ¿qué bendiciones daría a san José, de quien había hecho confianza del arca verdadera y del mismo Legislador que se encerraba en ella? Incomparable fue la dicha y fidelidad de este santo. Y no sólo porque en su casa tenía el arca del Nuevo Testamento viva y verdadera, el altar, sacrificio y templo, que todo se le entregó, mas porque le tuvo dignamente como fiel siervo y prudente fue constituido por el mismo Señor sobre su familia, para que a todo acudiese en oportuno tiempo, como dispensador fidelísimo. Todas las naciones y generaciones le conozcan y bendigan, le prediquen sus alabanzas, pues no hizo el Altísimo con ninguna otra lo que con san José. Yo, indigna y pobre gusanillo, en la luz de tan venerables sacramentos engrandezco y magnifico a este Señor Dios, confesándole por santo, justo, misericordioso, sabio y admirable en la disposición de todas sus grandes obras.

422. La humilde pero dichosa casa de José estaba distribuida en tres aposentos, en que casi toda ella se resolvía, para la ordinaria habitación de los dos esposos; porque no tuvieron criado ni criada alguna. En un aposento dormía san José, en otro trabajaba y tenía los instrumentos de su oficio de carpintero, en el tercero asistía de ordinario y dormía la Reina de los cielos, y en él tenía para esto una tarima hecha por mano de san José; y este orden guardaron desde el principio que se desposaron y vinieron a su casa. Antes de saber el santo esposo la dignidad de su soberana esposa y Señora, iba muy raras veces a verla, porque mientras no salía de su retiro, acudía él a sus labores, si no era en algún negocio que era muy necesario consultarla. Pero después que fue informado de la causa de su felicidad, estaba el santo varón más cuidadoso y, por renovar su consuelo, acudía muy de ordinario al retrete de la soberana Señora, para visitarla y saber qué le mandaba. Pero llegaba siempre con extremada humildad y reverencial temor, y antes de hablarla reconocía con silencio la ocupación que tenía la divina Reina; y muchas veces la veía en éxtasis elevada de la tierra y llena de refulgentísima luz, otras acompañada de sus santos ángeles en divinos coloquios con ellos, otras la hallaba postrada en tierra en forma de cruz y hablando con el Señor. De todos estos favores fue participante el felicísimo esposo José. Pero cuando la gran Señora estaba en esta disposición y ocupaciones, no se atrevía más que a mirarla con profunda reverencia, y merecía tal vez oír suavísima armonía de la música celestial que los ángeles daban a su Reina y una fragancia admirable que le confortaba, y todo lo llenaba de júbilo y alegría espiritual.

423. Vivían solos en su casa los dos santos esposos, porque no tenían criado alguno, como he dicho no sólo por su profunda humildad, mas también fue conveniente, porque no hubiese testigos de tantas visibles maravillas como sucedían entre ellos, de que no debían participar los de fuera. Tampoco la Princesa del cielo salía de su casa, si no es con urgentísima causa del servicio de Dios y beneficio de los prójimos; porque si otra cosa era necesaria, acudía a traerla aquella dichosa mujer su vecina, que dije sirvió a san José mientras María santísima estuvo en casa de Zacarías; y de estos servicios recibió tan buen retorno, que no sólo ella fue santa y perfecta, pero toda su casa y familia fue bien afortunada con el amparo de la Reina y Señora del mundo, que cuidó mucho de esta mujer, y por estar vecina la acudió a curar en algunas enfermedades, y al fin a ella y a todos sus familiares los llenó de bendiciones del cielo.

424. Nunca san José vio dormir a la divina esposa, ni supo con experiencia si dormía, aunque se lo suplicaba el santo para que tomase algún alivio, y más en el tiempo de su sagrado preñado. El descanso de la Princesa era la tarima que dije arribas, hecha por mano del mismo san José, y en ella tenía dos mantas entre las cuales se recogía para tomar algún breve y santo sueño. Su vestido interior era una túnica o camisa de tela como algodón, más suave que el paño común y ordinario. Y esta túnica jamás se la mudó después que salió del templo, ni se envejeció, ni manchó, ni la vio persona alguna, ni san José supo si la traía, porque sólo vio el vestido exterior que a todos los demás era manifiesto. Este vestido era de color de ceniza, como he dicho, y sólo éste y las tocas mudaba alguna vez la gran Señora del cielo, no porque estuviese nada manchado, antes porque siendo visible a todos excusase la advertencia de verle siempre en un estado. Porque ninguna cosa de las que llevaba en su purísimo y virginal cuerpo, se manchó ni ensució, porque ni sudaba, ni tenía las pensiones que en esto padecen los cuerpos sujetos a pecado de los hijos de Adán, antes era en todo purísima, y las labores de sus manos eran con sumo aliño y limpieza, y con el mismo administraba la ropa y lo demás necesario a san José. La comida era parvísima y limitada, pero cada día, y con el mismo santo, y nunca comió carne, aunque él la comiese y ella la aderezase. Su sustento era fruta, pescado, y lo ordinario pan y yerbas cocidas, pero de todo tomaba en medida y peso, sólo aquello que pedía precisamente el alimento de la naturaleza y el calor natural, sin que sobrase cosa alguna que pasase a exceso y corrupción dañosa; y lo mismo era de la bebida, aunque de los actos fervorosos le redundaba algún ardor preternatural. Este orden de la comida, en la cantidad siempre le guardó respectivamente, aunque en la calidad, con los varios sucesos de su vida santísima, se mudó y varió, como diré adelante.

425. En todo fue María purísima de consumada perfección, sin que le faltase gracia alguna y todas con el lleno de consumada perfección en lo natural y sobrenatural. Sólo a mis palabras les falta para explicarlo, porque jamás me satisfacen, viendo cuán atrás quedan de lo que conozco; cuánto más de lo que en sí mismo contiene tan soberano objeto. Siempre me recelo de mi insuficiencia y me quejo de mis limitados términos y coartadas razones. Temo de que soy más atrevida de lo que debo, prosiguiendo lo que tanto excede a mis fuerzas, pero las de la obediencia me llevan no sé con qué fuerza suave, que compele mi encogimiento y violenta el retiro, que me motiva mirar a buena luz la grandeza de la obra y la pequeñez de mi discurso. Por la obediencia obro, y por ella me salen al encuentro tantos bienes; ella saldrá a disculparme.

Doctrina de la Reina del cielo María santísima.

426. Hija mía, en la escuela de la humildad te quiero estudiosa y diligente, como te enseñará todo el proceso de mi vida; y éste ha de ser el primero y el último de tus cuidados, si quieres prevenirte para los dulces abrazos del Señor y asegurar sus favores y gozar de los tesoros de la luz ocultos a los soberbios, porque sin el fiador abonado de la humildad, a ninguna criatura se le pueden fiar tales riquezas. Todas tus competencias quiero que sean por humillarte más y más en tu reputación y estimación, y en las acciones exteriores sintiendo lo que obras, para que obres lo que sintieres de ti. Doctrina y confusión ha de ser para ti y para todas las almas, que tienen al Señor por Padre y Esposo, ver que pueda más la presunción y soberbia con los hijos de la sabiduría mundana, que no la humildad y conocimiento verdadero con los hijos de la luz. Advierte en el desvelo, en el estudio y solicitud infatigable de los hombres altivos y arrogantes. Mira sus competencias por valer en el mundo, sus pretensiones nunca satisfechas, aunque vanas, cómo obran conforme a lo que engañosamente de sí mismos presumen, cómo presumen lo que no son y con no serlo o por no serlo lo obran, para granjear los bienes que aunque terrenos no los merecen. Pues será confusión y afrenta para los escogidos, que pueda más con los hijos de perdición el engaño que en ellos la verdad, y que sean tan contados en el mundo los que quieren competir en el servicio de Dios y su Criador con los que sirven a la vanidad, que sean todos los llamados y pocos los escogidos.

427. Procura, pues, hija mía, ganar esta ciencia, y en ella la palma a los hijos de las tinieblas; y en contraposición de su soberbia atiende a lo que yo hice para vencerla en el mundo con estudio de la humildad. En esto te queremos el Señor y yo muy sabia y capaz. Nunca pierdas ocasión de hacer las obras humildes, ni consientas que nadie te las estorbe, y si te faltaren ocasiones de humillarte o no las tuvieres tan frecuentes, búscalas y pídelas a Dios que te las dé, porque gusta Su Majestad de ver esta solicitud y competencia en lo que tanto desea. Y sólo por este beneplácito debías ser muy oficiosa y solícita, como hija de su casa, doméstica y esposa suya; que también para esto te enseñará la ambición humana a no ser negligente. Atiende lo que se afana una mujer en su casa y familia por acrecentar y adelantar su hacienda: no pierden ocasión en que lograrla, nada les parece mucho y si alguna cosa, por menuda que sea, se les pierde, el corazón se les va tras ella. Todo esto enseña la codicia humana y no es razón que sea más estéril la sabiduría del cielo, por negligencia de quien la recibe. Y así quiero no se halle en ti descuido ni olvido en lo que tanto te importa, ni pierdas ocasión en que puedas humillarte y trabajar por la gloria de tu Señor; pero que las procures y solicites y todas como fidelísima hija y esposa las logres, para que halles gracia en los ojos del Señor y en los míos, como lo deseas.
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