Beatriz Veterano
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Publicado:
Dom Jul 20, 2008 4:53 pm Asunto:
El Teólogo y el sano progreso dogmático
Tema: El Teólogo y el sano progreso dogmático |
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EL TEÒLOGO Y EL SANO PROGRESO DOGMATICO
El teólogo es la persona que al estudiar las Sagradas Escrituras “busca siempre un modo más apropiado de comunicar la doctrina a los hombres de su época” (GS 65). La revelación de Dios en Jesucristo constituye el fundamento y el centro de su estudio. Es, ante todo, un creyente, que busca entender para creer más profundamente. Grandes teólogos como san Agustín, santo Tomás de Aquino, san Juan de la Cruz, santa Teresa de Ávila, por nombrar tan solo algunos, han enriquecido grandemente a la Iglesia, algunos de ellos sin contar con estudios formales de teología. Su contribución ha sido muy grande y con justa razón nombrados Doctores de la Iglesia. Todos ellos poseen un común denominador: amor y fidelidad a las sagradas escrituras, a la tradición, y al magisterio de la Iglesia.
La Libertad del Teólogo
La Iglesia reconoce a la ciencia teológica y a aquellas personas que se dedican a esta ciencia la debida libertad (iusta libertas) de investigación y de manifestación de la propia opinión como derecho del hombre y del cristiano.(1)
Sin embargo, una teología “liberada” de la “tutela” eclesiástica “es en sí no menos contradictorio que lo que sería una teología cristiana “liberada” de la fe eclesial. Una concepción de la ciencia de la fe que mirara básicamente la eclesialidad como traba o impedimento para el libre desarrollo de la teología sería, pues, una contradictio in adjecto. Con ello se pagaría la independencia así conseguida con la pérdida de la propia identidad teológica. Al mismo tiempo, semejante “teología” perdería el peso específico que precisamente le corresponde…” (2)
Esta libertad de investigación se inscribe dentro de un saber racional cuyo objeto ha sido dado por la Revelación, transmitida e interpretada en la Iglesia bajo la autoridad del Magisterio y acogida por la fe. Desatender estos datos, que tienen valor de principio, equivaldría a dejar de hacer teología. (3)
El Dogma no cambia, la Interpretación si ¿esto es verdad?
Una de las tareas del teólogo es ciertamente la de interpretar correctamente los textos del Magisterio, y para ello dispone de reglas hermenéuticas, entre las que figura el principio según el cual la enseñanza del Magisterio --gracias a la asistencia divina-- vale más que la argumentación de la que se sirve, en ocasiones deducida de una teología particular. (4)
Surge entonces una pregunta: ¿hay un progreso dogmático? Si lo hay y siempre lo hubo pero hay que delimitar bien qué es un sano progreso en la fe para así poder distinguir cuál no lo es.
Santo Tomás de Aquino señala lo siguiente:
De este modo hemos de concluir que, en cuanto a la sustancia de los artículos de la fe, en el transcurso de los tiempos no se ha dado aumento de los mismos: todo cuanto creyeron los últimos estaba incluido, aunque de manera implícita, en la fe de los Padres que les habían precedido. Más en cuanto a la explicación de los mismos, creció el número de los artículos, ya que los últimos Padres conocieron de manera explícita cosas desconocidas para los primeros. Por eso dice el Señor a Moisés: Yo soy Yahveh. Me aparecí a Abrahán, a Isaac y a Jacob como El-Sadday; pero no me di a conocer a ellos con mi nombre Adonai (Ex 6,2-3; cf. 3,6; 4,5). David, por su parte, afirma: Poseo más cordura que los viejos (Sal 118,100). Y el Apóstol escribe: en generaciones pasadas no fue dado a conocer a los hombres, como ha sido revelado a sus santos apóstoles y profetas (el misterio de Cristo) (Ef 3,5). (5)
Mucho antes que el doctor angélico, hace aproximadamente 1400 años un Padre de la Iglesia, San Vincent de Lerins, señaló perfectamente qué es un sano progreso:
“¿No habría allí, entonces, ningún progreso de la religión en la Iglesia de Cristo? La hay ciertamente, y la más grande. ¿Quién habrá tan mezquino para con los hombres y tan aborrecible a Dios que trate de impedirlo? Pero es verdadero progreso y no un cambio de fe. El significado de progreso es que algo avanza dentro de sí mismo; por el cambio, algo se transforma de una cosa en otra. Por consiguiente, es necesario que esa comprensión, conocimiento y sabiduría crezcan y avancen fuerte y poderosamente. . . y esto debe tomar lugar precisamente dentro de su propio género, es decir, en la misma enseñanza, en el mismo significado, y en la misma opinión.”
Llegados a este punto podemos ver claramente cuál es el principio básico del sano progreso dogmático o sana interpretación del dogma: “en el mismo sentido, en la misma sentencia del dogma”.
Por ejemplo, si el dogma de la Asunción de la Virgen dice que la Madre de Dios fue llevada en cuerpo y alma y en una “nueva” interpretación se insinuara que solo el alma y no el cuerpo, éste no sería un sano progreso porque no se estaría interpretando “en el mismo sentido” en que ha sido definido y proclamado: en cuerpo y alma. El dogma del pecado original enseña que éste se propaga de Adán a sus descendientes por generación y no por imitación, si alguien enseñara que se propaga por imitación nos daremos cuenta que éste no es un sano progreso en la fe, todo lo contrario.
El quid es desplazado por el quis
Se hace a veces teología o se enseña teología como se puede cumplir cualquier otra tarea docente o científica sin que el sujeto se sienta implicado plenamente en aquello y mucho menos implicado en el sujeto último de la fe, cuya inteligencia busca la teología; es decir, implicado en la Iglesia. Se puede llegar así a una cierta deseclesialización de la profesión teológica; o sea, a dejar de considerar la tarea del teólogo como una tarea esencialmente eclesial para colocarla en el mismo plano y al lado de otras tareas más o menos científicas, reconocidas socialmente como tales. Una de las consecuencias de esta postura (…) es una teología de mercado, de oferta y demanda, donde cada uno selecciona lo que le interesa. Selecciona el teólogo, selecciona el profesor de teología, selecciona el alumno, selecciona cualquiera. Se entra, lo queramos o no, en el juego del mercado y, como ocurre en el mercado cultural, no es excepción la teología, cada uno coge en este mercado lo que le apetece. El hecho es grave y arroja sobre las espaldas de los teólogos una gran responsabilidad. Ya no se piensa en la credibilidad de la cosa misma, sino sobre la credibilidad de los teólogos que tratan de la cosa. El quid es desplazado por el quis; no importa tanto lo que se dice cuanto quien lo dice. Se verifica así un corrimiento altamente preocupante en el objeto sobre el que versa el asentimiento de fe. (6)
Muchas veces se cae en el error de absolutizar la tesis del teólogo sin preocuparse en averiguar si lo que propone ha sido interpretado “en el mismo sentido” en que ha sido proclamado el dogma.
Por eso el magisterio de la Iglesia enseña:
De ahí que enseñando nuestro predecesor, de inmortal memoria, Pío IX, que el oficio nobilísimo de la teología es manifestar cómo la doctrina definida por la Iglesia está contenida en las fuentes de la revelación, no sin grave causa añadió estas palabras: “en el mismo sentido en que ha sido definida” (DS 3886)
SI HAY un sano progreso dogmático como la transubstanciación, la consustancialidad del Verbo, etc. En todas estas fórmulas se ha seguido el mismo sentido de la verdad revelada. Se puede encontrar referencias sobre la evolución de los Dogmas en el Vaticano I (DS 3020; cf. 1507; 1637) y en el Vaticano II (GS 62).
El ejercicio de la interpretación le compete sólo al magisterio de la Iglesia: “Dios dio a su Iglesia el magisterio vivo, aun para ilustrar y declarar lo que en el depósito de la fe se contiene sólo oscura e implícitamente. El divino Redentor no encomendó la auténtica interpretación de ese depósito a cada uno de los fieles ni a los mismos teólogos, sino sólo al magisterio de la Iglesia” (DS 3886). Eso quiere decir que el teólogo puede únicamente “proponer” –nunca absolutizar- una nueva interpretación a la espera de la aprobación del magisterio.
Estela des Morgens
Notas:
(1) Gaudium Spes 65: “los teólogos, guardando los métodos y las exigencias propias de la ciencia sagrada, están invitados a buscar siempre un modo más apropiado de comunicar la doctrina a los hombres de su época; porque una cosa es el depósito mismo de la fe, o sea, sus verdades, y otra cosa es el modo de formularlas conservando el mismo sentido y el mismo significado.”
can. 218: “Quienes se dedican a las ciencias sagradas gozan de una justa libertad para investigar, así como para manifestar prudentemente su opinión sobre todo aquello en lo que son peritos, guardando la debida sumisión al magisterio de la Iglesia.”
Lumen Gentium 37: “Los laicos, como todos los fieles cristianos, tienen el derecho de recibir con abundancia, de los sagrados pastores, de entre los bienes espirituales de la Iglesia, ante todo, los auxilios de la Palabra de Dios y de los sacramentos; y han de hacerles saber, con aquella libertad y confianza digna de Dios y de los hermanos en Cristo, sus necesidades y sus deseos. En la medida de los conocimientos, de la competencia y del prestigio que poseen, tienen el derecho y, en algún caso, la obligación de manifestar su parecer sobre aquellas cosas que dicen relación al bien de la Iglesia. Hágase esto, si las circunstancias lo requieren, mediante instituciones establecidas al efecto por la Iglesia, y siempre con veracidad, fortaleza y prudencia, con reverencia y caridad hacia aquellos que, por razón de su oficio sagrado, personifican a Cristo.”
(2) Diccionario de Teología Fundamental, Edic. Paulinas, 1421-1422.
(3) Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo – Congregación para la Doctrina de la Fe
(4) Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo – Congregación para la Doctrina de la Fe
(5) S.Th. II-II q. 1 a.7
(6)Informe de la Comisión Episcopal Española http://www.conferenciaepiscopal.es/doctrina/documentos/situacion_doctrinal_iglesia.htm#5) _________________ "Quien no ama, no conoce"
San Agustín
Ultima edición por Beatriz el Sab Ago 16, 2008 6:31 am, editado 2 veces |
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