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Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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MensajePublicado: Sab Sep 27, 2008 5:16 pm    Asunto: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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TERCER ABECEDARIO ESPIRITUAL

San Francisco de Osuna

1492 - 1541





DEDICATORIA


Dirigido al ilustrísimo y muy magnífico señor don Diego López Pacheco, duque de Escalona, marqués de Villena, conde de San Esteban, mayordomo mayor de la Casa Real de Castilla.

Así como en aquel acabado fin que todos esperamos consiste la felicidad del hombre, así en el cumplido fin de la buena obra que comienza consiste su virtuoso y alegre descanso; porque en los medios ninguno debe descansar, sino animarse prometiéndose holganza y gozo en el fin bueno que siempre debe creer que dará nuestro Señor a la buena obra que comenzare.

Pienso que ha dado nuestro soberano Dios buen fin a esta obra de vuestra ilustrísima señoría; y no se debe maravillar si la llamo suya, porque el gran amor que le tiene se la ha con justa razón apropiado; ca costumbre es del amor hacer suyo lo que ama; donde, según dice Ricardo: “no despojando a ninguno, hace suyas todas las cosas la caridad con sólo alegrarse con ellas; y ésta es una posesión maravillosa del derecho divino que la concede, diciendo: Todo lugar en que pusiereis el pie será vuestro (Dt 11, 24)”.

Nuestro pie espiritual es nuestra afición, que debe carecer de polvo, porque esté muy lavada y limpia para nos aficionar puramente a las cosas santas, aunque sean ajenas, y hacerlas escalera con que subamos al cielo.

Hasta hoy son las cosas espirituales y las obras de virtud comunes entre los buenos, como lo eran las temporales entre los varones de la nueva Iglesia. Y no se le haga a nadie de mal creer que con amar solamente la obra de virtud ajena la hace en alguna manera propia; pues que con amar el ajeno pecado lo hace suyo; con no buscar la caridad lo que es suyo, se enseñorea de todos los bienes.

Ningún buen amor ama en tal manera sus cosas que las quiera retener sin las comunicar, y por esta franqueza, recibiendo ciento por uno, posee todos los bienes aun con más seguridad que los propios; porque acaece tomar hombre vanagloria en la buena obra que hace, y no la suele hombre tomar en las buenas obras ajenas que hizo suyas amándolas.
Si, según hemos dicho, el amor hace suyo el bien que ama, síguese que lo que más amare más lo hará suyo; de lo cual se puede concluir que podrá aficionarse alguno tanto a la buena obra ajena, que mereciese más por hacerla de esta manera suya que el mismo que la obró. Y esto no carece de autoridad, porque la Escritura dice ser mejor el varón sabio que no el fuerte; dando a entender que el amor de Dios, que se llama honorable sabiduría (Eclo 1, 14), puede ser tan prudente que, amando holgadamente el bien ajeno, merezca tanto como el varón fuerte que a fuerza de brazos lo hizo.

Aquel soberano amor en que se comunican el Padre y el Hijo, pienso que ordenó esta manera de merecer en la tierra para consolación de los muy enfermos y delicados, como vuestra señoría, que puede restaurar por vía de amor lo que le niegan las fuerzas; así que ni se puede quejar ni excusar delante de Dios, que mira más al amor que a otra cosa ninguna.

Muchas personas de estima han amado el presente libro; empero, porque siento que el amor que vuestra señoría le tiene excede al de todos, y aun al mío, se lo presento; pues que el amor mayor se lo ha más apropiado, y miro en el presente negocio más al amor que a otra cosa ninguna, conformándome en algo a David (2 Sam 12,25), que, entre todos los que pensaban heredar su reino, quiso escoger al que tenía más amor de Dios, para que se asentase sobre su silla real. Y aun lo mismo hizo el Salvador del mundo con San Pedro, ca olvidando todas las otras excelencias del santo apóstol, solamente lo examinó del amor, porque para lo dejar en su lugar fue menester que más que los otros estuviese transformado en su amor, porque mejor representase a Cristo, cuyo lugar tenía.

Reciba, pues, vuestra ilustre señoría aqueste libro que con tanta razón le es por mí ofrecido; porque allende de la sobredicha posesión que tiene de él por título de caridad, que es el mayor de los títulos, porque se extiende a más y a mejores cosas, tendrá otra por título de perpetuo establecimiento que a sólo él podrá convenir; mediante el cual título pienso que tendrá vuestra señoría igual parte con el autor en la obra presente si la hace estable y perpetua; porque, según se dice, no es menos virtud guardar las cosas ganadas que adquirirlas.

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MensajePublicado: Sab Sep 27, 2008 5:24 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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COMIENZA EL PRÓLOGO
DEL LIBRO LLAMADO «ABECEDARIO ESPIRITUAL»



PRÓLOGO



Habiendo medianamente concluido las dos partes, es menester que para el tercer libro me sea dado nuevo favor de la beatísima Trinidad, a quien todos tres se ofrecen; porque sin él no digo escribir más, ni aun amar no se puede aqueste santo ejercicio que aquí se trata; de manera que amar solamente aqueste ejercicio del recogimiento no es sino don de Dios; porque aun el deseo de la sabiduría (Sab 6,21) se dice que lleva al reino perdurable, lo cual parece convenir a sólo ella. Nunca creo que está solo el amor del recogimiento sin algún otro bien; ni parecer el menos bueno está sin otros errores (Lc 10,20).

Aquesta vía en que ninguna criatura se ha de saludar admitiéndola en el corazón, bien conocemos que no es para todos; mas pues que nuestro Señor Dios lleva algunos por ella, y también otros con sólo desearla de todas entrañas se han hallado en ella, y otros que siempre se esfuerzan a lo más escondido, la buscan menos discretamente que deben, y también que muchos santos escribieron de ella para consuelo de los que la siguiesen; por estas causas y otras muchas es muy loable traer esto a la memoria, y también porque aquí como en cosa más sutil suelen los no avisados errar con más peligro, y de hecho han errado muchos, no por seguir el recogimiento, sino porque, pensando que lo seguían, se apartaron de él a otras sendillas algo deleitosas, no mirando los documentos que acerca de esto escribieron los santos para las evitar, los más de los cuales se contienen en aqueste Abecedario, según en la glosa se verá.

Empero, porque algunas cosas de la mística teología puestas en plática común no encajan bien ni caben en el entendimiento no ejercitado en ellas, notaremos que la sacratísima humanidad de Cristo, nuestro Dios y Señor, cuanto es de su parte, no impide ni estorba el recogimiento por apurado y alto que sea; porque si su propiedad fuera impedirlo, en toda parte lo impidiera, y siempre fuera de ella estorbo, teniendo consigo su propiedad como cosa natural; mas como la Virgen Nuestra Señora no haya sido impedida sirviendo al niño Jesús, ni su presencia le causaba alguna distracción que derramase su memoria, apartándola de aquella muy recogida atención a sólo Dios que ella tuvo siempre en perfecto grado más que otro santo alguno, síguese que la sacratísima humanidad del Señor no impide el alto recogimiento de la ánima a sólo Dios; de manera que imperfección nuestra es tener necesidad de nos apartar de los santos pensamientos de cosas criadas, para nos levantar a sólo Dios más enteramente.

Es, empero, de notar que aquesta imperfección o falta que ponemos en los varones muy allegados a Dios es mejor que nuestra común perfección, porque no se dice ser imperfección sino en respecto de otro estado más perfecto; y así se podría decir en el caso presente que es mejor la maldad del varón que la mujer que hace bien (Eclo 42,14).

Esta imperfección nunca la tuvo Cristo nuestro Redentor, ni se halló en su madre, y puede ser que algunos santos no la tuviesen algún tiempo; empero, tanto podían en ellos crecer las gracias y dones divinales, que fuese menester ajenarse de los sentidos y no usar de ellos, por ser mucha la influencia que robó el ánima y la hace salir de sí; lo cual vemos cumplido en Adán (Gen 2,19), el cual, sin distracción alguna que lo apartase de estar actualmente todo atento a Dios, puso nombre a todas las especies de las cosas. Empero, como dice San Bernardo, desde que Dios lo quiso levantar a cosas puramente espirituales, echóle una manera de sueño, arrobándolo y sacando su ánima en sublimada operación fuera de las cosas sensibles, y esto no para que no sintiese el dolor de la costilla, porque para esto, si no se hiciera por milagro, no bastara sueño; mas echóle esta manera de sueño por que, cesando la imaginación y los sentidos, recibiese más puramente las cosas espirituales de la divinidad.

Cuanto más creciere en alguno y se ampliare la capacidad de su ánima, dilatado el amor, tanto será después menester mayor infusión de dones para lo privar de los sentidos; y de aquí es que, como en los contemplativos acaezca el arrobamiento, por tener él pequeña capacidad o por ser grande el don que recibe, mal hacen los que juzgan ser causa de tal privación lo primero y no lo segundo, aunque sea muy seguro al que recibe echarlo a su pequeñez.

En el cielo no habrá privación de sentidos ni arrobamientos; y aun ahora hay muchas personas muy allegadas a Dios que no los tienen; y la causa de esto es porque en los santos cada cosa ejercita lo que le conviene, sin estorbarse una a otra ni disminuir su fuerza; de forma que así como, estando Cristo en el huerto, su divina voluntad mandaba que muriese, y la voluntad del ánima racional obedecía, y la voluntad sensual de la carne rehuía morir sin impedir las dos primeras voluntades en sus enteras operaciones.

Esto digo, porque, en los varones imperfectos, cuando crece la voluntad de la carne, suele aflojar la razón, y cuando se fortalece la razón, se suele también disminuir el sentimiento de la carne; lo cual por entonces no fue en Cristo; y así de esta forma decimos que en los bienaventurados y en los varones perfectos no se impedirán las unas cosas a las otras, sino que cada potencia seguirá, sin perjuicio de la otra, lo que le conviene: la potencia corpórea seguirá la corporal, y la espiritual seguirá las cosas espirituales, porque la gracia no desordena ni destruye la naturaleza, antes la perfecciona en sus operaciones, como la medicina sanando al hombre enfermo.

De lo ya dicho se sigue que ni la sacra humanidad ni otra cosa criada impide, cuanto es de su parte, la contemplación por alta que sea. Y si queremos decir que las criaturas visibles impiden, porque nuestra poquedad no puede juntamente a todos, verdad es; empero, hase de conocer el defecto en nosotros y no en las cosas criadas; así como cuando Cristo se dice escándalo a los judíos y locura a los gentiles (1 Cor 1,23), que por ser todos perversos convertían el bien en mal, aunque ellos no podían dejar de pecar haciendo aquello; y en esto otro de que hablamos no haya pecado, sino menos bien, pues que somos impedidos de lo que de sí no impide; ca si impidiesen las criaturas la contemplación, no se diría que han de pelear el día del juicio contra los malos, poniéndose de la parte del Señor que las crió (Sab 5,20-23), no para que nos impidiesen, sino para que nos ayudasen; porque así como la mujer fue criada para que ayudase al varón, así lo corporal fue criado para que ayudase a lo espiritual, en especial a nuestra ánima, que de otra manera no puede comenzar a elevarse a las cosas invisibles de Dios.

Y no sólo ayudan a los hombres, mas también a los ángeles; los cuales, según San Agustín, cuando fueron criados, subieron al conocimiento del Criador, contemplando ordenadamente las obras de los seis días. Así que todos subimos y abajamos, cada uno en su manera, por la escalera, que es la orden de las cosas criadas. Suben al conocimiento del Criador y abajan al conocimiento de sí mismos; sólo Dios está inmutable a lo más alto del escalera, porque Él solo necesariamente resplandece a sí mismo: en sí mismo no desciende, porque en sí conoce todas las cosas; ni sube, porque no se favorece de ellas para se conocer.
Si todas las cosas criadas son escalera para que los pies de los sabios suban a Dios, mucho más lo será la sacra humanidad de Cristo, que es vía, verdad y vida, el cual vino por que tuviésemos vida en más abundancia (Jn 10,10), para que así, entrando a su divinidad y saliendo a su sacra humanidad, hallásemos pastos.

No sin misterio canta la Iglesia que conocemos a Dios visiblemente para ser arrebatados en amor de las cosas invisibles; porque si las otras cosas visibles nos provocan al amor y contemplación de Dios, su sagrada humanidad nos arrebata y casi nos fuerza a ello. Y por esto se dice Cristo en el profeta Ezequiel (Ez 3,9) tener la faz como diamante, que es muy atractivo, y como pedernal, que a pequeño golpe de meditación da fuego de amor, con que se enciendan los corazones enjutos y aparejados para lo recebir.

De esto que hemos dicho dará testimonio Santo Tomás, apóstol, que, en tocando las llagas del Señor, recibió sanidad de las que tenía en el ánima, y vino en conocimiento de la divinidad, que entonces confesó, y así mereció ser bendito como fiel católico.

Aunque las cosas que viste tengan muy entera verdad, hallamos escrito que conviene a los que se quieren allegar a la alta y pura contemplación dejar las criaturas y la sacra humanidad para subir más alto y recibir más por entero la comunicación de las cosas puramente espirituales, conforme a lo que dice San Cipriano: La plenitud de la espiritual presencia no pudiera venir mientras la corporal de Cristo estaba presente al acatamiento de la carne apostólica. San Bernardo y San Gregorio y San Agustín y Gersón y todos los que han hablado sobre la ida del Señor al cielo para que viniese el Espíritu Santo, se conforman a San Cipriano, diciendo que los apóstoles estaban detenidos en el amor de la sacra humanidad, la cual era menester que les quitasen para que así volasen a mayores cosas, deseando la venida del Espíritu Santo, que les enseñase a conocer a Cristo, no según la carne, sino según el espíritu.

No impedía, por cierto, la humanidad de Cristo, formada por el Espíritu Santo, la venida del mismo Espíritu Santo; ca pudieran caber en el mundo los que cupieron en el pequeño vientre de la Virgen, donde sobrevino el Espíritu Santo a la formar, mas dícese que impedía, por la imperfección que entonces tenían los apóstoles; y de aquí es que no les dijo el Señor absolutamente que convenía que se partiese, sino que convenía a ellos, como a personas que aún no tenían capacidad para gozar de todo junto enteramente.

Pues que a los apóstoles fue cosa conveniente dejar algún tiempo la contemplación de la humanidad del Señor, para más libremente se ocupar por entero en la contemplación de la divinidad, bien parece convenir también aquesto algún tiempo a los que quieren subir a mayor estado; porque comúnmente no pasan los hombres del estado imperfecto al perfectísimo sin pasar por el medio que es el estado perfecto.

Conviene, pues, dejar el bien para mejor y más perfectamente poseerlo, por dejar con él nuestra imperfección; como el que deja las riquezas, que de sí no son malas, por dejar la avaricia y cuidado que se mezcla entre ellas y nuestra imperfección.

Quítasela presa al gavilán por que no se harte y deje de más volar; y quitan al niño la ------ por que coma el manjar duro; empero, el varón discreto puédelo comer todo sin se aficionar a alguna cosa más de lo que conviene. Y de esta manera los perfectísimos varones tienen en todo ordenada la caridad, y lo que a ellos da favor impide a otros.

Conforme a estas cosas dice San Bernardo: Dos amores hay: el uno es carnal y el otro espiritual, de los cuales se cogen cuatro maneras de amar, que son amar la carne carnalmente y el espíritu carnalmente, la carne espiritualmente y el espíritu espiritualmente, y en estas cuatro maneras se hace un aprovechamiento y subimiento de las cosas más bajas a las más altas, porque Dios se hizo carne para que los hombres, que sólo solían amar la carne carnalmente, aprovechasen hasta amar a Dios espiritualmente, y hablando y conversando con los hombres, primero fue de ellos amado carnalmente (Mt 16,22), mas cuando por sus amigos quiso poner su ánima, ya amaban el espíritu, mas aún carnalmente; donde San Pedro respondió al Señor, que hablaba de su pasión: Apártese de ti, Señor, no venga sobre ti esto; empero, como conociesen ser hecho por la misma pasión el misterio de la redención, en esta pasión amaban ya la carne espiritualmente; mas resucitando Él y subiendo a los cielos, amaban al espíritu espiritualmente; y alegres cantan: si conocimos a Cristo según la carne, ya ahora no lo conocemos según ella. Lo de suso es de San Bernardo.

Debemos, empero, parar mientes que el amor que dice carnal no es malo, ni se toma en el mal sentido que comúnmente lo solemos entender, porque en estas cuatro maneras de amar no ha hecho sino distinguir entre más y más acendrado amor, para nos enseñar que amemos más apuradamente a Cristo nuestro Señor, a ejemplo de los apóstoles.

En sólo este Abecedario sin glosa se abrevia la doctrina del recogimiento con mucho aviso, según han dicho algunos varones muy ejercitados en él; empero, en la glosa se verán algunas cosas que no se pudieron declarar en la brevedad del texto.

FIN DEL PRÓLOGO

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MensajePublicado: Sab Sep 27, 2008 5:34 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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SÍGUESE LA A DEL TERCERO ALFABETO

EL PRIMER TRATADO DE ESTE TERCER ABECEDARIO

HABLA DE LA CONTINUA VIGILANCIA QUE DEBE TRAER CONSIGO EL QUE EN PURO ESPÍRITU SE QUIERE LLEGAR A DIOS, DICIENDO: ANDEN SIEMPRE JUNTAMENTE LA PERSONA Y ESPÍRITU.




CAPÍTULO I


Antes que comencemos a declarar este Abecedario, será bien poner tres razones que parecen necesarias a toda persona que se quiere llegar a Dios, y a todo ejercicio espiritual comunes.

La primera es que la amistad y comunicación de Dios es posible en esta vida y destierro; no así pequeña, sino más estrecha y segura que jamás fue entre hermanos ni entre madre e hijo. Esta amistad o comunicación de Dios al hombre, no por llamarse espiritual deja de tener mucho tomo y certidumbre, y no hablo de aquella divina aceptación, ni de aquella duda que tienen los mortales ignorando si están en gracia o no, porque de ella hablaremos en otro lugar; mas hablo de la comunicación que buscan y hallan las personas que trabajan de llegar a la oración y devoción, la cual es tan cierta, que no hay cosa más cierta en el mundo, ni más gozosa, ni de mayor valor ni precio.

No pienses que los que andan llorosos y tristes al mundo, hambrientos y mal vestidos y alcanzados de sueño, menospreciados y perseguidos, los ojos sumidos y perdida la color, casi en los huesos, enemistados con los disolutos, no pienses que se contentan con estas asperezas, pues que a ti se te hace grave esta vida teniendo las cosas a tu voluntad; desfallecerían sin duda éstos en breve si no saliese Dios nuestro Señor a los recibir, abiertos los brazos de su amistad, con mayor alegría y consuelo verdadero que la madre recibe a su hijo chiquito que se viene a ella huyendo de las cosas que le afligen. Abre la madre sus brazos al niño, y allende de lo abrazar, ábrele sus pechos y mátale su hambre, y junta su rostro con el de su hijo, y cesa el gemir y lágrimas, perdido el miedo.

Es Dios nuestro Señor tan deseoso de tener amigos, que lo mismo se lee haber hecho con el pecador que vino de lejos tierra si su jornalero y aún más *; porque se dice que salió a recibir al que venía, y la madre no se suele levantar sino a abrir solamente los brazos para recibir al niño; empero, Dios, movido por misericordia, como escribe San Lucas (Lc 15,20), sale al camino del que viene y, echando los brazos de su amistad sobre el cuello, dale beso santo de paz en el rostro, y manda traer estola y ornamento nuevo, y ponerle un anillo en el dedo para conservación de la amistad, y no olvida de le dar calzado; muerta una gruesa ternera, hace convite y día festival con cantos de alegría.

Si estas cosas, en figura de las espirituales que hace con un gran pecador, se aplican a Dios, y de Él nos dijo su mismo hijo natural, ¿qué piensas que hará el mismo Dios con un justo que con estudio y continuación lo busca? Conozco, sin duda, que los justos tienen paraíso en esta vida y en la otra así como los pecadores, si miras en ello, tienen infierno en esta vida y en la otra. Date a ti el mundo lo que buscas, y tu vanidad te da el gozo que deseas, y ¿piensas que Dios duerme y se hace el sordo? Como tú eres malo, piensas de Dios mal y reduces a pereza y flojedad el cuidado que sus siervos ponen en buscarlo, dejado todo vano negocio, y crees que al presente no hay más de lo que perece, y estas cosas comunes a todos.

Conoce, según dice San Agustín, que Dios no es burlador, y que si no tuviese voluntad de nos sustentar, no nos amonestaría tantas veces que nos llegásemos a El. Las cosas comunes están en la Iglesia para los comunes. Otras tiene Dios especiales para los especiales, y en estas comunes están otras cosas, y de otra manera las sienten los que más aman que no las sienten los otros. Finalmente, esta razón se concluye en que sepas ser posible y no muy dificultosa de haber en esta vida mortal la comunicación de Dios inmortal, más estrecha y amigable entre Dios y el ánima que no la hay entre un ángel y otro por altos que sean.

Esta comunicación de Dios no la puedes conocer, pues no la tienes sino mediante lo que acerca de ella habla la Sagrada Escritura, y, por ende, para mientes lo que dice Dios nuestro Señor por Isaías (Is 66,10): Holgaos con Jerusalén y saltad de gozo los que la amáis; gozaos con gozo todos los que llorabais sobre ella, por que podáis atraer y ser llenos de los pechos de su consolación, para que ordenéis y abundéis en deleites de toda manera de gloria que en ella hay, porque Dios dice: Catad que yo me derramaré sobre ella como arroyo de paz; seréis traídos a los pechos, y sobre las rodillas os harán regalos. Como la madre consuela a su hijo halagándolo, así os consolaré yo; verlo habéis y gozarse ha vuestro corazón.

En estas palabras muestra Dios el tierno amor que tiene al ánima; la cual es pacífica Jerusalén, donde Dios mora en paz de gran reposo; y es tanto el gozo de la tal amistad, que convida Dios a él a cosa de notable festividad; porque las fiestas que Dios en este mundo tiene no son otras sino gozarse con sus amigos.

La segunda razón es que, pues Dios no es aceptador de personas, esta comunicación no es a ti, ¡oh hombre quien quiera que seas!, menos posible que los otros; pues que no eres menos hecho a imagen de Dios que todos los otros, ni creo que tienes menos deseo de ser bienaventurado que los otros; empero, según te ha hecho, no Dios, sino tu libertad, pienso que dirás que la edad y el oficio o la complexión o la enfermedad o el ingenio te excusan y apartan de esto. No sé qué te responda, sino aquello que dice el Sabio (Prov 18,1): El que se quiere apartar del amigo, achaques busca, y todo tiempo será reprehensible. Si a ti satisfacen tus excusas, no lo sé: a mí te sé decir que escandalizan; y digo con San Agustín, que totalmente no te creo, porque no hay causa que poder tan tuyo te quite. Si dijeses no poder ayunar, ni disciplinarte, ni traer áspera vestidura, ni trabajar, ni caminar, creeríamoste; mas si dices que no puedes amar, no te creemos. Si esto dice San Agustín del amor de los enemigos, con muy mucha más razón se podrá decir del amor de Dios, para el cual hay muy muchos más motivos que no para el otro.

La tercera razón es que, para buscar esta comunicación por cualesquier medios que sean, es menester un cuidado en el ánima que no la deje sosegar, el cual se endereza solamente a buscar a Dios: este intento o cuidado no se puede bien entender sino por semejanzas de fuera.

Vemos que el que perdió alguna cosa anda congojoso buscándola, y mira una vez y otra cada lugar; no ve cosa que no se le antoja ella. El que va camino, si es buen caminante, lleva en el corazón un gran cuidado de acabar su jornada, todas las cosas ordena a este fin, por el camino va en su corazón caminando más adelante; el cuidado lo hace madrugar y soñar de noche que ha llegado donde iba; si se cansa, el pensar que lo ha de hacer, le da fuerzas. El que saca oro tiene tanta codicia, que cada terroncico se le antoja tener oro y a cada golpe espera sacar algo, y por la codicia no cesa hasta que de toda parte le falta el favor. El que pesca está muy atento al corchuelo para ver si pican, y no piensa sino los que ha tomado y ha de tomar todavía con cuidado de su negocio.

Sin este intento y cuidado solicito no creo que ninguno halló a Dios por cualquiera vía que fuese; el cual no se ordena sino a buscar a Dios sin determinar el cómo ni en qué manera.

Y es de notar que este cuidado es en dos maneras: uno es el que Dios infunde, otro es el que nuestra industria adquiere. El que es infundido por Dios no deja dormir, ni comer, ni vivir con reposo; es al ánima un estímulo y aguijón que no la deja reposar, del cual dice el Sabio (Eclo 38,26): El que tiene el arado y se precia de él, dando con aguijón incita los bueyes, y anda en las obras de ellos, y su habla es en los hijos de los toros. Cristo es el que tiene el arado, que es la cruz con que aró los corazones de los suyos, y dícese tenerla Él aunque esté enclavado en ella, porque en su mano estuvo ser enclavado en ella o no. Este Señor se precia del dardo, que es la contrición y dolor de los pecados que causa en muchos que a Él le place; empero, a otros hiere como de más cerca con este aguijón y estímulo que tenemos dicho, los cuales son bueyes perezosos, y avívalos y dícese andar en las obras de ellos, porque todas las obras que éstos hacen son por buscar a Dios, y a este fin especialmente las ordenan. Éstos son hijos de toros siendo de Dios heridos, porque con la furia que les causa este don trabajan de imitar las obras de los santos pasados y parecerles en algo. Con estos tales habla Dios según se dice en la autoridad, porque les revela muchas cosas.
A los que este don tienen o están tocados con esta yerba, es de avisar que se aprovechen de lo que les es dado, porque este fervor y deseo del Señor no suele durar mucho, y por eso debes elegir los medios convenibles y darte prisa, porque con tal favor más aprovecharás en un año que sin él tres. Si te prestasen un animal por ciertos días para alguna obra y lo tuvieses holgando, vendría el tiempo y demandártelo había su dueño, quedándose tu obra por hacer.

No sea así, hermano; ca Dios usura quiere y que ganes con lo que Él te da, poniendo tú de tu casa industria, y si no la tienes, búscala mediante otros; no dejes morir tus deseos; morírsete ha la candela y quedarás a oscuras, y quitado el don quedarás más tibio que si no lo hubieras tenido. Las obras que este don hace en el ánima son muchas, y la principal es una ansia y congoja que fatiga el corazón y lo incita, despierta y constriñe a no tener reposo sin Dios.

A muchos he conocido de esta manera, y por dar vado a su pasión, descansaban saliéndose a los campos para dar voces y llorar rogando a Dios que les enseñase a hacer su santa voluntad. Los que teniendo este don inquieren y buscan provechosos y espirituales ejercicios aprovechan siempre más.

Otros he yo conocido que no supieron qué responder según debieran, y teniendo este don se dieron a los ejercicios corporales de penitencia, pensando que esto bastaba, como, según dice San Pablo (1 Tim 4,Cool, sean de poca utilidad si el interior ejercicio cesa.

Otros responden con palabras y lición solamente, sin entrar dentro de sí, y todo se va en humo como el azogue cuando lo sacan, si no lo cubre. Tú, hermano, si quieres mejor acertar, busca a Dios en tu corazón, no salgas fuera de ti, porque más cerca está de ti y más dentro que tú mismo, lo cual te amonesta nuestra letra diciendo: Anden siempre juntamente la persona y el espíritu.

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MensajePublicado: Lun Sep 29, 2008 12:25 pm    Asunto:
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CAPÍTULO II.

QUE SE PONE LA PRIMERA DECLARACIÓN DE LA PRESENTE LETRA



Este nombre espíritu en este lugar se toma por el pensamiento que vuela por partes diversas como viento; y de esta manera el amigo de Job (Job 32,1Cool llama al pensamiento espíritu, cuando dice: Lleno estoy de razones y constríñeme el espíritu de mi vientre. La memoria en los Proverbios se llama vientre, donde Salomón dice (Prov 22,17-19): Junta tu corazón a mi doctrina, la cual te será hermosa si la guardares en tu vientre y redundará en tus labios para que tengas en Dios confianza. Dice, pues, la primera autoridad que el espíritu de su vientre lo constreñía a hablar, porque los pensamientos y cogitaciones y razones que tenía en su memoria eran muchos y de mucha eficacia; donde, pues, el espíritu quiere decir pensamiento, que, como espíritu, va y pasa por doquiera.

El sentido de nuestra letra será que doquiera que vayas lleves tu pensamiento contigo y no ande cada uno por su parte divididos; así que el cuerpo ande en una parte y el corazón en otra, sin tener miramiento en las cosas que haces; mas antes sirves a Dios con este cuerpo mortal, más digno para manjar de gusanos que para ser visto de gentes, y tu entendimiento anda con diversas cogitaciones negociando vanidades.

No sé qué te diga, mayormente cuando estás en los oficios divinos y santos sacrificios, sino que me pareces a Satanás, el cual se mezcló y puso entre los hijos de Dios, y como Dios supiese su inquietud y bullicio, y como nunca reposaba ni se recogía, preguntóle diciendo (Job 2,2): Dime de dónde vienes. Y él, sin vergüenza ninguna, respondió: Cerqué la tierra y andúvela toda. De esta manera eres tú, que estando entre los hijos de Dios, que son los ángeles y los otros justos, si te preguntasen dónde estaba tu pensamiento o de dónde venías, esto es, qué aparejo hiciste antes que allí vinieses; si dijeses verdad, habías de responder lo que respondió Satanás: que cercaste la tierra con el vaguerío de tus vanos pensamientos y que toda la habías andado, pues ninguna vanidad vedaste a tu pensamiento. Empero, de las cosas celestiales no te pregunten, pues a ellas sola esta persona corporal y grosera presentas, que carece de juicio y razón. Mira, pues, esta letra; cata que te va mucho en ella, no me digas: ¿Y no quiere decir más de esto?, pues esto es tanto que sin ella no podrás alcanzar perfección alguna.

Cosa notoria es que en el vaso quebrado y que cada pedazo tiene por sí, no ponemos licor alguno, y del todo lo juzgamos inútil para guardar en sí alguna cosa; tienes tu corazón diviso en tantas partes cuantos cuidados tienes; cada cogitación lleva su pedazo, y ¿piensas que Dios ha de poner su gracia en vaso tan inútil? Pregúntalo al Sabio, que dice (Eclo 21,17): El corazón del loco es como vaso quebrado, que no puede contener toda sabiduría.

Esta sabiduría devota y muy dulce de que hablamos pone Dios en los corazones de los justos, que son vasos de oro con que Él bebe nuestros buenos deseos, figurados en los vasos y tazas con que bebía el rey Salomón, que todos eran de oro (1 Re 10,20); porque así como el vaso de oro no se puede de ligero quebrar, así el corazón del justo no se divide sin gran necesidad en diversos negocios; mas los corazones de los hombres mal mirados son como vasos de barro mal cocidos figurados en los vasos de barro que dieron a David en el desierto cuando lo perseguía Absalón (2 Sam 17,2Cool. Y este vaso de barro está quebrado, porque estas cosas exteriores y de la tierra en que se ejercitan no las refieren ni hacen por Dios puramente, sino unas por aplacer a los hombres, otras por inspiración del demonio, otras por se deleitar en ellas, otras por vanagloria; y así es dividido el tal corazón, y, por ende, no podrá retener la gracia de la devoción ni dulcedumbre del licuor celestial; y esto quiso decir el Sabio en la autoridad primera diciendo que el corazón del loco no podría contener toda sabiduría, porque, en la Escritura, este gusto actual de Dios se llama toda sabiduría, que harta todos los deseos del ánima devota. Donde el Sabio dice (Eclo 1,1): Toda sabiduría viene del Señor Dios.

La sabiduría de los mundanos no se dice toda sabiduría, pues aun parte no es, como, según se dice, sean sabios para el mal y el tal saber sea falta de saber; porque así como el poder pecar no es poder, sino desfallecer, así el saber hacer mal es saber errar. De manera, pues, que como poder pecar no es sino poder desfallecer, y saber hacer mal es saber errar y saber no acertar, bien decimos que el saber de los malos no es saber, sino ignorancia y necedad, o, por mejor decir, astucia diabólica o malicia, y de estos tales dice el Apóstol (Flp 3,18-19): Muchos andan de los que os solía hablar, mas ahora llorando lo digo, enemigos de la cruz de Cristo, el fin de los cuales es la perdición, y su dios es el vientre, y su gloria es confusión, los cuales saben las cosas terrenas. Y debes saber que esta sabiduría mundana tanto se conserva más, cuanto está en vaso más quebrado, al revés de la sabiduría de Dios, porque el que tiene más lazos armados y más enredado al mundo con sus pleitos, aquél se dice ser más sabio.

Tú, hermano, avísate y suelda tu corazón y guarnécelo; junta todas tus piezas, que son los cuidados, para que con todas tus fuerzas te puedas llegar a Dios; cubre el vaso de tu corazón, por que el polvo de los vanos pensamientos no caiga en él (Num 19,15); acuérdate que decía Dios: El vaso que no tuviere cobertura ni estuviere atado por cima será sucio. Es menester que sobre la cobertura de tu corazón, que es apartarte de los negocios vanos y superfluos, pongas una recia cuerda, que es firme propósito de perseverar en tu recogimiento, según nuestra letra te amonesta en aquella palabra siempre. Por muy mal mirado tendrías al que fuese en algún caballo desbocado si no llevase riendas, pues son necesarias cortas y recias para remedio de tal defecto. Peor es en ti esta falta, porque si el otro lleva el cuerpo a peligro, tú el cuerpo y el ánima, si no llevas en la mano de la discreción las riendas del aviso con que des sofrenadas a tu desbocado corazón, reteniendo su ímpetu y refrenando su mala costumbre. Esto te amonesta el Sabio cuando dice (Prov 19,Cool: El que tan solamente sigue las palabras, ninguna cosa tendrá; mas el que posee su memoria ama su ánima, y el que es guardador de la prudencia hallará bienes.

Aquel tan solamente sigue las palabras que se va tras sus pensamientos, que son palabras que huyen, y éste ninguna cosa tendrá, pues tiene el vaso del corazón quebrado. Empero, el que posee su memoria, haciendo riendas de vedamiento a sus cogitaciones, este tal ama su ánima, pues en esto se busca mucho bien, lo cual se declara en lo que añade el Sabio, diciendo que el que es guardador de la prudencia que se adquiere por sosiego, hallará muchos bienes, los cuales declara en otra parte diciendo (Prov 15,15): La memoria segura es casi convite cotidiano que no cesa.

Pluguiese a Dios que esta primera letra escribiese en tu corazón para que pudieses saber a qué sabe este convite, y gustases algún relieve siquiera de él, y si miras en ello por su contrario, podrás conocer en alguna manera qué tal sea este convite y hartura de gozo y consolación continua que sienten los que recogen su memoria; porque mientras más pensamientos tuvieres, más hambriento y deseoso estarás de cosas diversas; lo cual afirma el Sabio diciendo (Prov 19,15): El ánima desatada habrá hambre. Disoluta y desatada está el ánima cuando suelta libremente sus pensamientos y memoria con una mala licencia que vayan por do quisieren; y cuando acaece que tornan, vienen ya cansados y muertos de hambre, trayendo engendrados nuevos deseos y codicias malas.

Mira bien en esto, que tú mismo confesarás ser verdad si paras mientes en tu vanidad y soltura, de la cual se te sigue una desconfianza de las cosas espirituales, que te parece que no las hay en el mundo, sino que es burla, y leer o ver que hablan y tratan de ellas te es fastidioso o cosa de juego. Esto todo te viene, si me crees, de la soltura o disolución o flojedad de los pensamientos y vagueación de tu memoria, porque, según dice el Sabio (Prov 10,9), el que anda sencillo y no doblado, anda con confianza; mas el que destruye sus vías será manifiesto.

Mientras tuvieres más apartados de ti los cuidados y pensamientos, cosa clara es que estará más sencillo tu ánimo, y cosa experimentada es que tendrás más confianza de las cosas de Dios; empero, si destruyes tus vías, que son aquellas de las cuales dice Salomón (Prov 19,20) al mancebo que ve andar por donde no debe: Anda en las vías de tu corazón. Estas vías se destruyen cuando no se usan, como los caminos acá materiales se destruyen no usándose; empero, si se usan, hácense más anchos y muy claros. De esta manera es en las vías del corazón, las cuales tienes destruidas por no las haber usado, y así no es mucho que no sepas andar por ellas. Tórnate, tórnate a ellas, y anden siempre juntamente la persona y el espíritu. No seas como Caín, que se salió de la presencia de Dios y andaba fugitivo y vagabundo por la tierra (Gen 4,14).

Si mandaba Dios que se quemase la vestidura en que apareciese lepra volátil (Lev 13,52) y vaga que se mudaba de un lugar en otro (erratica, ut ita dicam), ¿no piensas que ha de permitir y mandar que tú seas castigado? Pues Dios no tiene cuidado de los bueyes, según dice San Pablo (1 Cor 9,9-10), menos lo tendrá de las vestiduras, y, por tanto, debes conocer que por ti es aquello escrito; ca ese tu cuerpo es vestidura del ánima, el cual entonces tiene lepra vaga y volátil, cuando está lleno de fantasías e imaginaciones vagabundas, que desosiegan tu ánima, en pena de las cuales, si eres negligente en las desechar, permitirá Dios que sea quemado con el fuego de la mala codicia.

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MensajePublicado: Lun Sep 29, 2008 12:39 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO III.

DE CÓMO EL SEÑOR REMEDIA LA SOLTURA DE LOS PENSAMIENTOS



Pues de esta flojura del corazón y rienda sin razón que tienes dada a tu pensamiento, se te sigue tanto mal y tanta falta de bien, muy bien sería que te esforzases a traer, según dice nuestra letra, contigo tu corazón; no te desapropies de la mejor joya que tienes, y si por la mala costumbre vieja están tus pensamientos tan derramados que no puedes, vuélvete a Dios, da queja de ti mismo demandando favor con fe, que luego serás oído, pues que de nuestro Señor Dios dice el profeta Isaías (Is 11,12-13): Alzará Dios una señal a las naciones y congregará los fugitivos de Israel, y recogerá de las cuatro partes de la tierra los derramados de Judá, y será quitado el odio de Efraín, y perecerán los enemigos de Judá. La señal que alza Dios a las interiores naciones e inclinaciones nuestras es aquel don gracioso de que hablamos en el principio de esta letra, la cual se da a los nuevos e incipientes que con fe y firme propósito de buscar a Dios la demandan. Por eso, hermano, si no la tienes, demándala al Señor, que de balde te la dará, para te provocar a que lo busques y vayas a El; no te quejes que te falta la gracia, porque en verdad con más razón se podría ella quejar de ti que tú le faltas. Nosotros faltamos a Dios; que Dios a ninguno que fielmente lo busca faltó, por lo cual dice el mismo Señor por Jeremías: ¿Qué maldad hallaron vuestros padres en mí, porque me dejaron y anduvieron tras la vanidad?

Aquel cuidado y solicitud infuso que llamó Isaías señal para que se congregasen los fugitivos de Israel, que son los vagabundos pensamientos del que quiere aparejar su corazón al Señor; aquel cuidado dalo el Señor gracioso, sin precio, a los que se lo piden, como el pregonero que el primer gusto o trago y vez del vino que pregona da de balde; empero, lo demás se ha de comprar. Así muchas veces acaece a algunos que, comenzándose a allegar a Dios, sienten devoción y se hallan muy bien, y dende a pocos días se hallan muy tibios y secos; lo cual no es sino que quiere nuestro Señor que ejerciten sus fuerzas y que se prueben, y quiere que casi por algún trabajo ganen y merezcan con alguna congruidad lo que les ha de dar; y para que entiendas cómo Dios tiene de recoger los derramamientos de Judá, esto es, de la persona devota, porque Judá quiere decir alabanza del Señor y tiene figura de todo fiel que lo desea alabar, cuyos cuidados están dispersos, según dijo Isaías, por las cuatro partes de la tierra, que son Oriente y Poniente, Septentrión y Mediodía.

Así como en este mundo mayor, que vemos, hay estas cuatro partes ya dichas, así en el mundo menor, que es el hombre, hay otras cuatro partes principales, de donde como de las otras vienen cuatro vientos o cuatro movimientos que mueven el mundo menor, y son cuatro pasiones principales que hay en cada uno de los hombres terrenos, que son gozo e tristeza, esperanza y temor. Y dícense estas pasiones o movimientos principales, porque a ellos se reducen todos los otros movimientos interiores del hombre, que son muchos, así como a los cuatro vientos principales se reducen casi todos los otros. La causa por que el corazón está tan derramado en tantas afecciones y apetitos, y deseos y cogitaciones y cuidados, es por tener vivas estas cuatro pasiones.

Por andar movidos estos cuatro vientos se causa en él tanta tempestad y torbellino; de una parte, como de Oriente claro, viene el gozo; de otra, como de Poniente oscuro, viene la tristeza; de otra, como de Mediodía, viene la esperanza mundana; de otra, como de Septentrión, viene el temor.

El corazón puesto en medio de cosas tan diversas, guerreando de cada parte, queriendo cumplir con cada uno de estos movimientos, pone cuidado y diligencia a todo, y así divide sus cuidados por todas las cuatro partes de la tierra de su pequeño mundo; así que se pueda de él decir aquello de Ezequiel (Ez 1,15): Apareció sobre la tierra una rueda cerca de los animales que tenían cuatro faces.

Rueda se llama el corazón por el poco sosiego que tiene volviéndose y estando casi siempre en continua mutabilidad; y esta rueda, que es el corazón, se dice aparecer sobre la tierra, porque sobre el cielo otra cosa será. Y esta rueda tiene cuatro faces, que son las cuatro pasiones y movimientos principales que tenemos dicho, los cuales se llaman faces porque, según el que reina en el corazón, se demuda y muestra el rostro.

Esta rueda de cuatro faces se dice estar cerca de los animales, porque en estas cuatro pasiones comunicamos con los brutos animales, y, por ende, es menester que estas pasiones se castiguen y domen en el que desea aprovechar, porque no se divida en ellas el corazón, lo cual hace el Señor mediante su don y gracia, mitigando estas cuatro pasiones y dando fuerza contra ellas a las cuatro virtudes cardinales, a las cuales como adormidas la gracia despierta, y fortalece a la justicia contra el gozo, y a la prudencia contra la tristeza, y a la temperanza contra la esperanza, y a la fortaleza contra el temor. Y estando así por las virtudes reprimidas las pasiones, el corazón no se derrama a partes como solía, pues ya está quitada la ocasión.

Y esto es recoger los dispersos que estaban desparramados en las cuatro partes de la tierra, y perecerán, como dijo Isaías, los enemigos, que son los males que de esta dispersión se siguen, y habrá paz entre Efraín y Judá; esto es, entre el ánima y el cuerpo, como [en] el texto lo profetizó Isaías, estando enemigos aquellos dos linajes, como, según dice San Pablo, lo están el ánima y el espíritu mientras reinan las pasiones ya dichas en el hombre. Y para que esta amistad se haga y el ánima pueda estar libre para se dar a Dios, no han de reinar éstas, ni el corazón ha de derramar en ellas sus cuidados, conforme a lo cual amonesta la filosofía cristiana a su discípulo que las evite y aparte diciendo: Si tú quieres con clara lumbre contemplar la verdad suprema, toma el camino por sendero derecho, lanza gozos lanza el temor, ahuyenta la humana esperanza y no tengas dolor; porque donde reinan estas cosas el ánima oscurecida es presa con cadenas.

De las cosas ya dichas debes conocer serte necesario para el camino espiritual desechar todo superfluo cuidado y amortiguar tus pasiones, las cuales toman alas y vida nueva de los negocios y cuidados en que tú te entremetes; por eso con mayor cargo te encomiendo desechar de tu corazón los negocios y pleitos para que no tengas tanta causa de derramarlo.

Este aviso es la primera piedra y fundamento de esta oración, por lo cual dice David (Sal 146,2): Edificando el Señor a Jerusalén, congregará las dispersiones de Israel. Jerusalén es tu pacífica voluntad; Israel, tu entendimiento luchador inquiriendo, al cual se promete la visión de Dios, y también ya por fe lo ve. Para edificar de nueva perfección tu voluntad, los difusos y nocivos discursos de tu entendimiento se han de quitar primero, para nunca más tornar a ellos; lo cual incluye nuestra letra diciendo: Anden siempre juntamente la persona y el espíritu, porque de esta manera podrás sentir si están congregados los dispersos de Israel; y si no lo están, conoce que la primera piedra del edificio espiritual de tu ánima está por asentar.

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MensajePublicado: Mar Sep 30, 2008 4:52 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO IV.

DE OTRA DECLARACIÓN DE ESTA PRESENTE LETRA



También te quiero decir en esta letra, según otra declaración de ella, que obedezcas siempre a tu conciencia; lo cual, aunque siempre sea necesario, mayormente lo es a los que han recibido el deseo de buscar a Dios; y a éstos debe ser esto amonestado especialmente, porque la conciencia de ellos apenas calla; siempre quiere mandar y amonestar cosas de mayor perfección y oración; y manda que se dejen las vanidades del mundo y las costumbres, no solamente vanas y menos buenas, mas también las inútiles, y se cobren cosas de más ganancia y provecho.

Según esta declaración, aquella palabra espíritu quiere decir conciencia, y aquella palabra persona quiere decir sensualidad; y andar siempre juntamente se denota la conformidad y paz o sujeción que la sensualidad ha de tener, porque de otra manera huirá y con la rencilla aborrecerá la compañía. De este espíritu que es la conciencia, dice el Apóstol (Rom 8,6): La prudencia del espíritu es vida y paz. Prudencia del espíritu llama el santo apóstol a los amonestamientos de la conciencia, mediante los cuales hay vida espiritual y paz de corazón en el hombre.

Y para que veas cuán a nuestro propósito habló San Pablo, has de saber que así como cuando este cuerpo terreno que tenemos está informado del espíritu vital, que es el ánima, se dice vivir, y no de otra manera, así cuando la sensualidad está informada y domada con las amonestaciones de la conciencia, se dice tener vida de gracia, según su posibilidad, aunque parezca estar muerta; entonces también hay paz y concordia en el hombre, y anda la sensualidad llevada con las riendas de la conciencia y, adoquiera que le mandaren ir, irá juntamente con el espíritu de la conciencia.

Esto que he dicho amonesta Cristo nuestro Redentor a este nuestro hombre exterior cuando dice: Cata que seas luego consentidor a tu adversario entre tanto que con él estás en la carrera, porque por ventura no te ponga en las manos del juez, y que el juez te ponga en poder del alguacil y seas lanado en la cárcel; porque en verdad te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el más pequeño y postrimero maravedí. Mandamiento con grande amenaza es este que el Señor aquí ha hecho, y palabras todas de notar; y digo que es mandamiento y muy obligatorio, entendien do por aquel adversario al cual nos manda presto consentir la buena conciencia remormuradora contra el mal y amonestadora del bien que debemos hacer.

Y sobre aquella palabra luego dice San Crisóstomo: Ninguna cosa hay por cierto que tanto puede destruir nuestra vida como disimular y dejar las buenas obras, dilatándolas de día en día para delante, ca esto nos hizo caer muchas veces de todos los bienes.

Esto mismo que dice este santo doctor se apunta muy bien en nuestra letra, diciendo que anden siempre juntamente; lo cual se entiende, así en el obedecer como en el luego obedecer a la conciencia; porque el que la obedece y tarde, bien se muestra no andar del todo juntamente con ella. Y debemos espantar el amenaza del Señor todopoderoso, pues es muy áspera, diciendo que nos pondrá en las manos del demonio, su alguacil, para que nos lance, si no somos tales en la cárcel del infierno, adonde a grandes tormentos nos demandarán el postrer cuadrante y cornado, que es hasta padecer pena intolerable y eterna, aun por los pecados veniales que se juntan a los mortales, según algunos tienen; y pienso yo que también te demandarán a gran tormento el bien que te amonestó tu conciencia que hicieses y no lo heciste, teniendo mucha oportunidad para ello. Y quién sabe también si te demandarán lo que de allí se te pudiera seguir de provecho a ti y a la común compañía de la Iglesia, donde se ha de pagar el postrer cornado, y una palabra ociosa no sé que se perdone.

Anda, pues, hermano, junto con tu conciencia mientras estás en la carrera de esta vida, y siempre; y no digas tal o tal día comenzaré, sino comienza luego, porque todas las cosas se pueden cobrar, salvo el tiempo pasado, con el cual se nos pasa la vida; vase el tiempo y llévate la vida y déjaslo ir.

Refrán común es que todas las cosas se pasan con el tiempo; y que las corporales se pasan con el tiempo, pues son temporales y que no duran, no lo he a mucha pérdida; empero, si el espiritual aprovechamiento tuyo se pasa, es gran mal, porque las cosas corporales, aunque se pasan, se han de tornar a renovar cuando, renovados nuestros cuerpos, aparecerá el cielo nuevo y la tierra nueva, purificados ya los elementos; mas lo que no ganas y lo que pierdes en cualquiera de los tiempos, para siempre quedará perdido sin más lo cobrar. Y si dices que para eso hizo Dios un día tras otro, convidándonos a que lo que no hacemos un día lo hagamos otro, verdad es que podemos hacer un día lo que otro no hicimos; mas no podemos cobrar un día lo que otro perdimos sin de nuevo perder algo; porque cada día debíamos dar fruto distinto por sí, como lo da el esclavo que gana jornal para su señor; y si una falla hace, para siempre se queda hecha.

Por esto te ruego que pares mientes a esto que dice el Sabio (Ecl 9,10): Cualquiera cosa que tu mano pudiera hacer, óbrala de presto, porque ni obra exterior, ni meditación, ni ciencia de las obras humanas, ni sapiencia de las divinas, habrá en los infiernos, donde tú te das prisa a ir según tu mala vida. Y debes saber que entre la conciencia y la sensualidad hay un consentimiento bueno y otro malo: el bueno es cuando la sensualidad consiente con la conciencia en lo que se amonesta; el malo es cuando la conciencia calla casi otorgando a la inclinación de la sensualidad en el pecado; y conforme a esto decimos que hay unos hombres de buena conciencia y otros de mala. Nuestra letra te amonesta que tu conciencia y sensualidad sean conformes y de un parecer; mas esto ha de ser en el bien y buenamente; porque, según dice el Sabio, en el buen consentir está la virtud y beneplácito de Dios; porque él mismo escribe: En tres cosas se agradó mi espíritu, que son probadas delante de Dios y de los hombres, y éstas son (Eclo 25,2): la concordia de los hermanos, y el amor de los prójimos, y el varón y la mujer que en bien consienten.

Puesto que estas cosas a la letra, según se dicen, tengan mucha verdad, empero, espiritualmente y a nuestro propósito entendidas, tienen mucha más. Son de notar que estas tres conformidades y consentimientos que aquí dice el Sabio, todas figuran el buen consentimiento que ha de haber entre la sensualidad y la razón. Es de saber que conciencia es la razón y lumbre natural que está en nuestro entendimiento, y nos avisa de lo que hemos de hacer acerca de las buenas costumbres.

Esta razón y la sensualidad, que consiste en los sentidos y inclinación a las cosas delectables, se dicen hermanos, no por naturaleza, pues lo uno es más celestial que terrenal, y lo otro más terrenal que celestial; mas dícense hermanos en cuanto han de heredar entrambos a quien sirven, aunque han gran diferencia, porque la razón y conciencia interior que proviene de parte del entendimiento heredará mucho, y la sensualidad que proviene de parte de los sentidos corporales, ha de heredar poco en comparación de lo primero, y la herencia será del padre a quien agradan. Si agradaren al demonio, al mundo o a la carne, que son padres malos, heredarán mal; si al Padre celestial, heredarán el reino de los cielos, a todos sus hijos prometido. Y digo que también heredará la sensualidad, porque en los cielos estos nuestros sentidos corporales, si obedecieren y fueren conformes a la razón, que es el dictamen de la conciencia, allá estarán en perfecto gozo y ocupados en perfecta obra.

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MensajePublicado: Mie Oct 01, 2008 10:00 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO V.

DE LA CONCORDIA QUE HA DE HABER DENTRO EN TI



La concordia de estos dos hermanos es a Dios muy apacible, y aun también a los hombres, según dice el Sabio; empero, la concordia ha de ser de esta manera: que el menor sirva al mayor y esté a él obediente, y consienta ser castigado y reprehendido si errare. Cosa notoria es que la sensualidad, que es el menor hermano, aunque tenga en algunos varones perfectos mucha sujeción y conformidad con la razón, empero, nunca del todo se acaba de conformar y sujetar, por lo cual comúnmente dicen los doctores que los primeros movimientos no están en las manos del hombre, aunque esto sea verdad; empero, la razón no había de dejar de mostrar siquiera mal rostro en el primer movimiento a este su hermano menor, por que no se desmandase; mas viniendo del primer mal movimiento al segundo, que ya es pecado venial, atribuido a la razón porque se descuidó en corregir a quien debiera.

¿Qué diremos de los hombres depravados brutales, que David compara a las bestias por haber perdido el dominio y la honra en ellos este hermano mayor, haciéndose menor y dando la jurisdicción y mando a la sensualidad, que es el hermano menor, y que ya casi del todo ha renunciado su derecho? No sé qué diga de la razón y sensualidad de los tales, sino que sean peor que Jacob y Esaú, de los cuales se dijo: El mayor servirá al menor. En los semejantes ya la razón sirve a la sensualidad, porque nunca piensa sino cómo podrá haber mundano placer y buscar las cosas que a la carne corruptible pertenecen; y más que defiende ya esto con muchas razones, como cosa necesaria a la vida y salud suya; y nunca acude sino quejándose y diciendo que las cosas groseras le hacen mal. Todo su cuidado echa en comer, como aquel Esaú mal mirado, que vendió su legítima al hermano menor por una breve comida (Gen 25,29-34) y después no tuvo en nada haberla vendido, aunque no la pudo más cobrar.

Así acaece en estos que su legítima herencia celestial, que por ley divina se les promete, venden porque la sensualidad les busque manjar y les dé sus vanos y falsos deleites, figurados en la escudilla de lentejas por la cual vendió Esaú su legítima; y lo peor es que no tienen en nada las cosas celestiales, según parece, pues no se trabajan de las haber; mas creo que piensan o muestran pensar que el cielo, como cosa vil, les ha de ser ofrecido, o que Dios les rogará con él, como si lo tuviese aburrido y no tuviese a quien darlo.

Así que has de notar que no place a Dios la concordia de los hermanos, esto es, de la razón y sensualidad tal cual fue entre Esaú y Jacob en aquella vendida cautelosa, sino tal cual fue entre Abrahán y Lot, que eran hermanos; y el mayor, que era Abrahán, libró al menor de las manos de los cinco reyes que lo llevaban preso (Gen 14,9-16); y así el hermano mayor, que es la razón, ha de librar a la sensualidad, como a hermano menor, de los cinco sentidos corporales que la prenden y cautivan. O la concordia entre los tales hermanos ha de ser como la que fue entre San Pedro y San Andrés, que eran hermanos, que fueron entrambos discípulos de Cristo, y por Él murieron entrambos en cruz; así la razón y sensualidad, por seguir a Cristo, han de ser crucificadas en cruz de penitencia, para que de ellas se diga: Ésta es verdadera hermandad, que siguió a Cristo y tiene por premio ínclito los reinos celestiales.

En lo segundo que dice el Sabio del amor de los prójimos, también se figura, por otro respecto, el amor que ha de haber entre la sensualidad y la razón. Para lo cual es de saber que prójimo nuestro es todo pariente, y amigo, y cercano y vecino, y todo aquel que es de nuestra naturaleza humana; y como no haya cosa más vecina y cercana a la razón que la sensualidad, en cuanto al lugar do se crían, que es en el hombre, en el cual juntas nacen y viven, síguese que, en alguna manera, se pueden llamar prójimos la una de la otra. Y según este nombre se queja la razón de la sensualidad en el salmo diciendo (Sal 37,12): Mis prójimos se llegaron y estuvieron contra mí. Llama aquí prójimos estos sentidos del cuerpo, que son morada y fortaleza de la sensualidad.

El amor que razón tiene con estos prójimos, dice el Sabio que se agrada Dios y aprueba el tal amor con tal que sea bueno; porque así como entre los prójimos acá corporales y exteriores hay amor bueno y malo, así entre estos prójimos espirituales de que hablamos.

El amor bueno es aquel que se incluye en el mandamiento del amor del prójimo cuando dice Dios: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Aquí no se pone por mandamiento que hombre ame a sí mismo, mas presupónese como cosa que se está de suyo, porque natural cosa es al hombre amarse para la bienaventuranza; y como este tal amor ha de ser el que hemos de tener a nuestros prójimos, que así como amamos a nosotros mismos para la bienaventuranza que naturalmente deseamos, así esto es para que a aquel fin los amemos a ellos.

Tornando al propósito, la razón se ama a sí misma para la bienaventuranza; y si quiere agradar a Dios ha de amar también a la sensualidad y a todos sus movimientos para la bienaventuranza; lo cual hace cuando lo sufre en paciencia, sufriendo los insultos carnales como quien sufre martirio, y con tanto amor y fortaleza como sufre el caballero mártir los golpes que le han de causar victoria, porque, según dice un santo, la castidad en la juventud tanto es mayor martirio que el del cuchillo, cuanto es más continuo y prolijo y peligroso. Ama, pues, hermano mío, estos sayones y atormentadores y malos prójimos tuyos, que son los apetitos y tentaciones carnales, por terribles que sean, así como amaba San Esteban a los que le apedreaban, y haz por ellos la oración que él hacía por los otros, diciendo: ¡Oh Señor Dios mío!, no les cuentes esto a pecado, porque no saben lo que hacen careciendo de razón, la cual a ti sólo busca y desea.

Estos dos prójimos, que son la sensualidad y la razón, se figuran en el hombre que descendió de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones que lo llagaron hasta lo dejar casi muerto; y pasó por ahí un samaritano que, según dice el Señor, fue su verdadero prójimo; el cual lo puso en una bestia que llevaba, atadas sus llagas y echado en ellas vino y aceite, y lo encomendó a un mesonero que lo acabase de curar (Lc 10,30 ss).

Este hombre tiene figura de la sensualidad, que, dejando la paz y sosiego que algunas veces tiene, desciende de aquella perfección y reposo donde estaba hecha casi espiritual, y desciende a Jericó; esto es a la mutabilidad del estado, porque Jericó quiere decir luna mudable. Y no basta descender, mas cae en las manos de los demonios que más la incitan y provocan a mal, hinchiéndola de malos hábitos y cualidades pésimas, como de llagas que le imponen, y déjanla casi muerta y vanse; porque los demonios no tientan más al hombre de hasta que ven que su misma mala costumbre basta para le quitar la esperanza de tornar a vivir en estado seguro; por que así sea el hombre más culpable siguiendo ya por sí solo los males.

Y dice estar casi muerto o medio vivo, que es lo mismo, porque no pueden quitar los demonios del todo al hombre la libertad para salir del pecado cuando quisiere, mientras está en el camino de esta vida presente: entonces ha de venir el samaritano, que se dice haber sido prójimo de aquéste, el cual tiene figura de la razón, que no ha de faltar ni en las mayores angustias de tentaciones. Y que el samaritano la figure, parece por su declaración; ca quiere decir guarda, y es la razón que ha de guardar solícitamente a la sensualidad; y dícese que pasó por allí, porque no estando presente la razón, esto es, no consintiendo, se causan muchas veces a la sensualidad muchos insultos; o dícese pasar por allí cuando para mientes las fatigas y tentaciones causadas en su sensualidad; pónelas sobre su bestia cuando las atribuye a su cuerpo carnal, que lleva consigo por el camino de esta vida; y echa aceite de misericordia compadeciéndose de los males y vino que escuece en las llagas cuando les pone penitencia, y viendo que esto no basta, porque, según dice el Sabio (Sab 8,21), ninguno puede ser casto si no le da Dios la continencia y castidad, encomiéndalo al mesonero, que es Cristo, ofreciéndole su entendimiento y voluntad por meditación y amor, prometiéndole que si lo sana de los males en que ha incurrido, poniendo de la botica de sus llagas la medicina, él se lo satisfará con muy mayores servicios que antes de la tentación.

Lo tercero que dice el Sabio aprobar Dios es el varón y la mujer que se bien consienten, los cuales se consienten bien cuando están ayuntados por legítimo matrimonio, y no de otra manera sino muy mal. Espiritualmente hablando, mejor se figura en el consentimiento de éstos el de la razón y sensualidad que no en las otras dos cosas, porque, según dicen las glosas, sobre el pecado del primer marido y mujer, que fueron Adán y Eva, la mujer tiene figura del carnal deseo, que es la sensualidad, y el varón Adán tiene figura de la razón; de manera que la razón y la sensualidad son como marido y mujer. Éstos engendran hijos, que son las buenas obras, cuando la sensualidad o el reino do ella tiene el poder, que son todos los miembros del hombre, sufrieran ser regidos y ayuntados a la razón, para que juntamente hagan alguna buena obra mediante la gracia del Señor, que como matrimonio los ayunta en muy buen consentimiento y conveniencia. Del cual consentimiento dice Cristo (Mt 18,19): Si dos de vosotros consintieren sobre la tierra, cualquier cosa que pidieren les dará mi Padre. Y de esta tal mujer se dice aquello del salmo: Tu mujer será en los rincones de tu casa como parra abundosa.

La casa es el cuerpo en cuyos rincones y partes mora la sensualidad; la cual, siendo sujeta a la razón y ayuntada a ella, según es dicho, es parra como abundosa en fruto, y de los hijos, que son las buenas obras, se sigue (Sal 127,3): Tus hijos estarán al derredor de tu mesa como pimpollos que nacen al derredor de las olivas.

Al derredor de la mesa celestial estarán nuestras buenas obras, porque mediante ellas será concedido sentarnos a la mesa que Cristo nos prometió, y compáranse a las olivas por el óleo de la misericordia de Dios que nos traen.

En otra manera se pueden juntar este varón y esta mujer fuera de la gracia del Señor, como fuera de los limites del matrimonio, y entonces los hijos que se engendran son grandes pecados, de los cuales dice nuestro Señor (Ex 20,5): Yo soy Dios celador para vengar la maldad de los padres en los hijos hasta la tercera y cuarta generación. Y cuando dice el profeta que el hijo no pagará la maldad del padre ni se la demandarán, entiéndese cuando las personas son diversas, y esto que hablamos se entiende cuando en una acaece espiritualmente según viste; y también el profeta habla cuando el hijo no imita la maldad de su padre, y en lo que Dios dice se entiende cuando la imita; o lo uno se entiende de pena eternal en el otro mundo, y lo otro de pena temporal en éste.

Para que se entienda lo que nuestro Señor dijo de la venganza en los hijos, notarás que el varón y la mujer, ya dichos, cuatro generaciones tienen. La primera es una mala inclinación o obra producida dentro en nos, y ésta sola la sensualidad la produce, y llámase primer movimiento primero producido.

La segunda generación es cuando la tal obra se ayunta con la sensualidad algún tanto la razón, y ésta se llama también obra o acto primero segundamente producido.

La tercera consiente cuando totalmente es la razón con la sensualidad en el mal, y determina de lo poner en obra teniendo ya ojo a buscar el cómo lo podrá ejecutar, a lo menos deseándolo ejecutar si pudiese.

La cuarta generación es cuando les place de haber hecho el pecado, del cual les debería pesar.

Dice, pues, el Señor que ha de vengar con celo de justicia la maldad y pecado de los padres, sensualidad y razón, hasta la tercera y cuarta generación, no haciendo tanta mención de la primera y segunda, porque la primera no es pecado; la segunda es pecado venial, que ligeramente se perdona; y hace expresa mención de la tercera y cuarta, porque son pecados mortales, que serán a grandes tormentos demandados al hombre en la cárcel del infierno, do nunca podrán ser pagados y siempre se demandarán; en figura de lo cual se dice que el rey que quiso estar a cuenta con los suyos, mandó que uno muy deudor suyo fuese vendido, y sus hijos y mujer N todo lo que tenía con él; y, finalmente, fue lanzado en la cárcel y traído en las manos de los atormentadores (Mt 18,23-34), a que le den tal trato que ninguna cosa le perdonen, mas que siempre le demanden la deuda, aunque no la pueda pagar; pues siempre quiso pecar, aunque no pudo para siempre vivir, y no pueda pagar en el tiempo que le demandan con grandes penas el que pudiera en el tiempo que no le demandaban pagar con sola la voluntad; así que el refrán común se cumpla que dice: El que cuando puede no quiere, cuando quiere no puede.

Según las dos declaraciones que has visto de la presente letra, (ornarás en ella dos fundamentos para el recogimiento. El primero, que andes siempre sobre el aviso, deteniendo los derramamientos del corazón; y el segundo, que sigas presto el amonestamiento de tu buena conciencia con ligereza de bien obrar, a lo menos en lo de dentro.

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MensajePublicado: Vie Oct 03, 2008 7:56 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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SEGUNDO TRATADO

HABLA DEL HACIMIENTO DE LAS GRACIAS DICIENDO: BENDICIONES MUY FERVIENTES FRECUENTA EN TODAS TUS OBRAS




CAPÍTULO I


Es cosa de tanta excelencia y bondad el hacer gracias a quien nos hace mercedes, que si bien miramos hallaremos esta virtud naturalmente engerida casi en todas las criaturas; las cuales, aunque hablar no pueden, por obra hacen mejores gracias a sus bienhechores que no los hombres por palabra; pues vemos que, en siendo la tierra visitada del cielo con agua y serenidad, luego, como en hacimiento de gracias, comienza a brotar y enviar de sí hacia el cielo yerbas y flores en pago de lo que recibió; y porque el hortelano es solicito en criar los árboles, ellos, aunque sean altos, inclinan su fruta para que él pueda coger, y casi por obra dicen: Toma esta fruta en pago de las mercedes que nos haces en nos curar. Y pues vemos, en saliendo el sol, las avecicas cantar y chirriar, ¿quién dirá sino que lo hacen en gracias porque viene a les dar lumbre y alegría, librándolas de la frialdad y peligro de la noche? Todos los ríos corren ligeros al mar para le hacer gracias, porque ella los produce; tórnanse a las manos do salieron, haciendo gracias porque fueron enviados.

Largo sería también de contar cuán gratos son muchos de los animales, cuya gratitud y reconocimiento es tanta, que apenas son creídos los historiadores que de ello escribieron, y la causa del no creer la mucha gratitud de los animales creo que es la poca que nosotros tenemos, la cual parece claramente, pues no conocemos el bien hasta lo haber perdido; y esto se causa por no haber hecho al que nos da los bienes suficientes gracias por ellos; de manera que nuestros bienhechores, para ser gratificados, han de esperar que nosotros perdamos sus beneficios; porque entonces, con la falta, conocemos el provecho pasado y nos movemos a hacer gracias. Grande mal es sin duda que el carecer de la cosa nos mueva más que ella misma; la codicia del poseer nos hace olvidar al que nos hizo posesores. Y según esta mala propiedad que los mortales tenemos, no puedo hallar a quién mejor y con más razón debamos ser comparados que a los puercos que debajo de la encina gozan de la bellota, los cuales jamás alzan la cabeza para ver de dónde desciende ni curan de lo saber, así como si ninguna cosa les fuese en ello.

Acordemos, hermanos, que nos va mucho en ver lo que hemos recibido; porque, como dice San Gregorio, cuanto crecen los dones tanto crece la cuenta que de ellos hemos de dar, si queremos llevar muy buena cuenta y tener el recibo de los dones bien sumado. Lo que más para esto nos puede aprovechar es el hacimiento de las gracias. Comencemos por esta vía a pagar al dador de todos los bienes nuestro poco a poco lo mucho que debemos, y en una obra que es hacer gracias haremos dos cosas: la una, pagar lo que debemos, y la otra, hacernos merecedores de mayores dones. Donde Casiodoro dice: Mejores cosas merece recibir el que no perdió las que le dieron, ni se le cayeron del corazón.

De este dicho se saca que no hay mayor manera de mandar lo que deseamos que haciendo gracias por lo que recibimos; porque, según dice este doctor, mejores cosas merece recibir el que no ha perdido las recibidas; y si alguno las ha perdido o no, en ninguna otra cosa se puede mejor conocer que en el hacimiento de gracias, porque aunque tengamos los dones del Señor en nosotros mismos, entonces perece el merecimiento de los tener cuando de ellos no le hacemos gracias.

Hase Dios con nosotros en este caso como la mar con sus ríos, la cual se ve que tornan a ella; parece juzgar no ser su agua perdida del gran mar y divina abundancia; no cesan de manar a nos aguas de gracias y dones; si por gratitud a Él las tornamos a referir, serán como aquellos ríos de los cuales se dice (Ecl 1,7): Todos los ríos entran en el mar, para que otra vez tornen a correr. ¿Quieres que nunca se seque el agua de la gracia que Dios te ha dado? Tórnala a referir a Él por gratitud; y como El de ella no tenga necesidad, tornártela ha multiplicada y bendita, y alegrarse ha, viendo en ti vivo su don, y que sube en alto como agua viva que se torna a su primera causa; mas si retienes en ti los dones, no haciendo gracias por ellos, serás como río malo que no entra en el mar, detenido en balsas y lagunas donde su agua muere y se corrompe, no criando peces, sino cosas sucias y ponzoñosas.

Si detienes en ti los dones de Dios, apropiándolos a tus merecimientos y no haciéndole gracias por ellos, luego se mueren perdiendo aquella divina aceptación, que es última y suprema vida de todas las cosas; y se corrompen cuando de ser medios para ir al cielo se hacen medios para ir al infierno y causa de soberbia; no engendran peces de buenas obras, sino jactancia y vanidad y presunción de espíritu, que son cosas de mucho veneno para el ánima; y así son los tales dones de mal olor y abominables delante Dios, por estar en la balsa y laguna de tu malicia.

No de esta manera, hermano, sino despierta tu ánima a que haga al Señor gracias a los beneficios recibidos, según nuestra letra te lo amonesta diciendo: Bendiciones muy fervientes frecuenta en todas tus obrar.

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MensajePublicado: Lun Oct 06, 2008 6:18 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO II.

DE UN HACIMIENTO DE GRACIAS EN QUE DIOS PONE AL ÁNIMA


Para declaración de esta letra has de saber que uno es el estado del hacimiento de gracias en que Dios pone el ánima, y otro el que se alcanza por solicita industria. De este segundo hacimiento de gracias habla nuestra letra, aunque yo la escribí y compuse para en ella hablar del primer hacimiento de gracias, que es el que Dios infunde en el ánima, y casi la pone en aquel estado como de su mano; y si en la breve letra no declaré esta mejor manera de hacer gracias, fue porque no supe ni pude decir en breves palabras, ni pienso poder decir en muchas, lo que en este caso siento. Empero, comenzaré a decir algo, dejando lo demás para los que tienen por entero la experiencia, y pueden decir con David (Sal 30,9) en aquel salmo que hizo en hacimiento de gracias por las mercedes que había recibido y esperaba de recibir: Estableciste y pusiste mis pies en lugar espacioso. Los pies del ánima son sus deseos, con los cuales va ligera y prestamente donde quiere.

Estos deseos son puestos y establecidos en lugar ancho y muy espacioso cuando el ánima es colocada en el estado del hacimiento de las gracias, el cual es más amplísimo; no solamente porque su materia y aquello de que ha de tratar es mayor, mas porque en él se recibe la libertad de los hijos de Dios y mucha más gracia y sentimiento del Señor que no en otro cualquier estado del ánima.

Para alguna declaración de aqueste estado en que pluguiese a Dios que estuviésemos, has de saber que, cuando el devoto ejecutor, que con solicitud prosigue y se ejercita en la oración mental y recogimiento del ánima, va su camino sin tornar atrás ni pesarle de lo comenzado, suélelo poner nuestro Señor después de mucha oración en una alabanza suya que sale de lo interior del ánima; que de muy llena de la gracia del Señor prorrumpe la gracia y se le derrama por los labios y sale en aquel hacimiento de gracias en que toda se querría deshacer, viéndose tan dichosa acerca del Señor, y barruntándose tan amada de Él, según el gran testimonio de su muy pacífica conciencia.

Olvídase el ánima entonces de todas las cosas y del gran reposo en aquello que siente, y solamente piensa el entendimiento en la fuente de donde aquello pudo manar; y la voluntad con gran amor se agrada tanto de Dios, que dice por obra aquello del salmo (Sal 85,Cool : Ninguno en los dioses es semejante a ti, Señor, ni puede hacer las obras que tú haces.

A este hacimiento de gracias, que a las veces se hace en reposo, a las veces en fervor del espíritu, no viene el hombre por haber antes pensado en él procurándolo, porque algunos devotos que jamás supieron ni oyeron qué cosa era, ni lo desearon, cayeron en él y lo hallaron, o, por mejor decir, fueron puestos en él, prosiguiendo, según dije, en su ejercicio de oración, vienen a pasar por este dichoso paso, y llegan a este lugar, y están en él cuanto el Señor permite. Y es tan alto hacimiento de gracias éste, que parece que todos los miembros y huesos y entrañas del hombre hacen gracias y bendicen al Señor; en el cual estado estaba David cuando dijo (Sal 102, 1-2): ¡Oh ánima mía!, bendice al Señor, y todas las cosas que están dentro en mí bendigan su santo nombre, y no te quieras, ánima mía, olvidar de las mercedes que te ha hecho.

Este hacimiento de gracias no está en el hombre por entonces secreto; mas está con tanto gozo y conocimiento exterior, que casi piensa a todos ser notorio lo que él tiene, y no se le haría de mal por entonces decirlo a las otras personas devotas que lo quisiesen oír, según aquello del salmo (Sal 65,16): Venid y oíd todos los que teméis a Dios, y contaros he cuántas cosas ha hecho con mi ánima. El principal intento y la causa por que daría él tal parte a otro de lo que siente es para lo provocar a que le ayudase a hacer gracias al mismo Señor por el mismo caso.

Por este estado del hacimiento de gracias pasan algunos y duran poco en él, y después llévalos el Señor a cosas que no alcanzan a saber si son mejores o peores, salvo que este hacimiento de gracias es muy apacible al ánimo.

Otros perseveran mucho en aqueste estado trabajando cuanto pueden por lo conservar; empero, por la mayor parte a ninguno se da sin que primero se haya ejercitado largo tiempo en la oración; por lo cual San Pablo (Flp 4,6) primero amonesta la oración que el hacimiento de gracias, diciendo: Sed constantes y solícitos en la oración y velad en ella con hacimiento de gracias. Y en otra parte dice (1 Tes 5,1Cool: Gozaos siempre, orad sin intervalo; en todas las cosas haced gracias al Señor. El hacimiento de gracias pone como cosa última y fruto de la oración, y conforme a San Pablo dice Isaías (Is 51,3): Gozo y alegría será hallada en ella; hacimiento de gracias y voz de alabanza.

Para que en el ánima se halle hacimiento de gracias y voz de alabanza, que es lo mismo, primero ha de haber en ella gozo y alegría en el Señor que la crió, del cual gozo y alegría resulta el hacimiento de gracias de que hablamos, el cual es tan perfecto que no sin gran misterio se dice haber nuestra Señora inventado esta común manera de hablar que tienen todas religiones en decir muy a menudo: Deo gratias, que quiere decir: demos gracias a Dios.

Aquella que más perfectamente alcanzó el estado del nacimiento de gracias que ninguno de los santos, según parece en su canto de Magnificat, hubo de ser causa que tantas gracias se le diesen a Dios como se le dan cada día en la palabra que ella muchas veces pronunciaba, que es Deogratias; sobre la cual dice San Agustín: ¿Qué otra cosa mejor podemos traer en el corazón? ¿Qué mejor cosa podemos pronunciar por la boca? ¿Qué otra cosa mejor podemos escribir que Deo gratias?

En este mundo no se puede decir cosa más breve ni más fácil de oír, ni puede ser mayor cosa entendida, ni hay cosa que después de hecha sea más fructuosa, cuya sola pronunciación trae fruto. Y también se ordenó que, por reverencia de la Señora que inventó esta palabra y la puso en común uso, se repita muchas veces en el oficio divino y cánticos eclesiásticos.

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MensajePublicado: Mie Oct 08, 2008 5:50 pm    Asunto:
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CAPÍTULO III.

DE LA COMÚN MANERA DE HACER GRACIAS



Cuanto a la manera de hacer gracias que es más común, has de notar bien esta letra; porque si la ejercitas podrás merecer la primera manera de que hemos hablado, la cual más es premio que mérito. Nunca pase día sin que pienses los beneficios que Dios te ha hecho, y por ellos alaba y loa su largueza, mayormente a respecto tuyo comparada a ti, que ninguna cosa mereces sino ser privado de lo ya recibido. No pienses que hay en ti causa de merecimiento, porque si alguna hallas, también es don de Dios; tú no eres sino materia desnuda de todo bien, y si algo tienes, toda es ropa prestada que Dios te quiere dar.

Haz diligente memoria de los dones recibidos, así de naturaleza, como de fortuna, como de gracia, como de gloria prometida, la cual tienes tan cierta como lo demás si por tu culpa no la pierdes. Piensa sutilmente las gracias especiales y generales que el Señor te dio, y confiesa fielmente haberlas recibido de su mano; guárdalas con estudio en la mayor pureza que tú pudieres; ámalas mucho y mucho más al que te las dio; apártate y guárdate de ofender a la gracia o al Señor de ella.

Este hacimiento de gracias puede ser en tres maneras: o por obra, según dice San Jerónimo, y es cuando correspondes a Dios según todo tu poder en el beneficio recibido, lo cual mejor hicieron los mártires que todos los otros santos cuando con sangre correspondieron a Cristo, que por ellos había derramado la suya. Y también se podría decir que hacer gracias a Dios por obra es trabajar en su servicio con el mismo talento que nos dio; de manera que emplear bien y ejercitar la misma gracia que el Señor te ha dado es excelente manera de gratitud.

La segunda manera es en el corazón, cuando por menudo y afectuosamente piensas las mercedes recibidas y las prometidas y las por tu culpa perdidas, de las cuales no debes ser menos grato que de las que no perdiste. Donde conforme a esto dice San Crisóstomo que la meditación y memoria de los beneficios es muy buena guarda de ellos mismos, y esto en el que los recibió, porque, según dice este santo, el que da el beneficio se debe luego olvidar haberlo dado, y el que lo recibe se debe siempre acordar en su corazón de lo que es en cargo; y pues Dios guarda también la condición que a él toca, que es olvidarse de las mercedes que hizo, guarda tú la que es de tu parte, que es acordarse de ellas; y que Dios guarde lo primero, muy bien lo podrás conocer si paras mientes a las nuevas mercedes que cada día te hace, las cuales, si bien las cuentas, son tantas, que parece haberse olvidado de las pasadas.

La tercera manera de hacer gracias es por palabra, pronunciando con gozo los mismos beneficios; porque en decir a alguno: esto me distes, o en decir de él: esto me dio fulano, parece que le hacemos gracias. Según esta manera, conocí yo dos personas que, estando fuera de su casa, acertaron a dormir una noche en tal posada, que no tuvieron oportunidad para se levantar a la media noche, según tenían de costumbre, a hacer gracias a Dios; y como fuesen de un corazón y parecer y voluntad amándose en Jesucristo, dijo la una persona a la otra: Ya es venida la hora de las alabanzas de Dios; no es razón de la dormir, pues es suya; si os parece, diga y cuente cada uno de nosotros los beneficios que de Dios ha recibido.

Agradando esta razón, comenzó el uno a decir todos los bienes que dende niño había hecho, no contándolos por bienes propios, sino por beneficios dados de la mano de Dios. Diciendo que a él, siendo niño, le dio el Señor tal gracia, que las blancas que su madre le daba para que comprase fruta que almorzase para ir a leer con los otros niños a la escuela, él las daba a los pobres, y también el pan, y se quedaba sin almuerzo por dar de almorzar al pobre, y que el Señor le daba gracia que hiciese esto casi cada día que estuvo en la escuela. Donde prosiguiendo de esta manera por las otras cosas que se le acordaba ser de alguna virtud y gracia, el que lo escuchaba comenzó tan fuertemente a llorar, que con gran espanto cesó él de decir y rogóle que le dijese la causa de su lloro, y respondióle: No hallo en mí cosa que pueda decir que buena sea; desde que vos acabéis de decir, yo no sé qué diga, sabe Dios que ningún bien tengo de mío que pueda contar delante de Su Majestad. No se me ofrece a la memoria sino mis grandes pecados, con los cuales contradije muchas veces a los beneficios que Dios me quería hacer, de los cuales carece mi ánima, por no ver Dios en ella disposición para los recebir.

En este ejemplo puedes ver cuánto aprovecha hablar de los beneficios de Dios, y pues el pensar que carece el hombre de ellos mueve el corazón a tantas lágrimas, el conocer que los tiene lo moverá a gozo no menor. El uno de aquéstos contaba muy fielmente los beneficios a él hechos de Dios, y digo fielmente, porque, según verdad, toda buena obra que hacemos aún es beneficio de Dios, pues nos da gracia para la hacer. El otro pensaba en los beneficios de Dios que había perdido, y por el pesar que de ello recibió mereció después cobrar otros mayores para con ellos servir al muy alto. Donde conforme a esto dice un doctor: ¡Ay de aquellos que callan y no hablan de ti, Señor, que eres dador de todos los bienes!, porque los tales, aunque mucho hablen, son mudos. Bienaventurada es la lengua que te hace gracias, pues ejercita aquello para que principalmente fue criada. Desde ahora comienza el oficio en que ha de permanecer haciendo gracias a su Hacedor.

Este tercero modo de hacimiento de gracias, que es pronunciarlas por la boca, ejercitaba San Agustín cuando decía sobre aquella palabra de David: Sea llena mi boca de alabanza: Loarte debo, Dios mío, en las cosas prósperas, porque me consolaste; en las contrarias, porque me castigaste; débote loar antes que fuese, porque me hiciste; y después que soy debo loar, porque me diste salud; y cuando pequé te debo loar, porque me perdonaste; y cuando estaba en las fatigas te debía loar, porque me ayudaste; y en la perseverancia te debo loar, porque me coronaste. A ejemplo de este santo debemos hacer gracias al Señor en las adversidades y prosperidades, siendo semejantes al ruiseñor, ave que canta de día y de noche.

Muchos hay que cantan en el día de la alegre prosperidad, y con prosperidad y con gozo hacen gracias a Dios, de los cuales dice David (Sal 48,19): Confesarán tu santo nombre cuando les hicieres bien; mas desde que viene la noche de la adversidad, pocos hay que canten y hagan gracias a Dios, teniendo en esto muy mejor propriedad aquel pequeño pajarito que no los hombres. Y del cisne también se dice que al tiempo de su muerte canta mejor que en la vida.

Hagamos, hermanos, gracias al Señor y bendigámoslo en todas nuestras obras, según dice nuestra letra, porque si, en las adversidades y azotes, lo bendecimos, cesa de nos herir, y si lo bendecimos cuando nos da bienes, persevera en más hacer mercedes.

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MensajePublicado: Mie Oct 08, 2008 5:57 pm    Asunto:
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CAPÍTULO IV.

DE COMO DEBEMOS HACER GRACIAS EN LAS ADVERSIDADES



Hacer gracias en las adversidades no se nos debe hacer de mal, mayormente si consideramos no ser pequeña merced consentir el Señor que le ayudemos con Simón Cirineo a llevar su cruz, y que ningún mal padeceríamos si Él no lo permitiese y tuviese por bien de cuya voluntad ningún mal puede proceder, y por eso con igual amor nos premia y castiga; y así nosotros con igual amor le hagamos por todo gracias, según lo aconseja el Apóstol, diciendo (Ef 5,18-20): Sed llenos del Espíritu Santo, hablando a vosotros mismos en salmos e himnos y cantos espirituales, cantando y alabando a Dios en vuestros corazones, haciendo gracias siempre por todas las cosas en el nombre de nuestro Señor Jesucristo a Dios y al Padre.

Sobre estas palabras dice San Jerónimo: Este mandamiento aquel solo lo puede guardar que sabe ser regido por la providencia de Dios. Aun cinco pájaros que se venden por un maravedí, ninguno de los cuales cae en el lazo sin la voluntad del Eterno Padre (Lc 12,6).

Y lo que dice el Apóstol que hagamos gracias siempre y por todas las cosas, en dos maneras se ha de entender: que en todo tiempo y por todo lo que nos acaece hagamos gracias a Dios, y no solamente por las cosas que tenemos por buenas, mas también por las que nos fatigan y atormentan y vienen contra nuestra voluntad, por las cuales salga el ánima en alabanzas de Dios alegremente, y diga con el santo Job (Job 1,21): Desnudo salí del vientre de mi madre, desnudo tengo de tornar; hecho es así como plugo al Señor; sea su nombre bendito.

Este hacimiento de gracias acerca de los prudentes varones suele ser guardado y general y especialmente. Generalmente, cuando hacemos gracias al Señor porque sale a nosotros el sol, y pasa el día y la noche se muda en holganza; con el resplandor de la luna se templan las tinieblas, y con la salida de las estrellas y con ponerse son mudados y tornan los tiempos, y hacemos gracias porque nos sirven las lluvias la tierra pare, los elementos son nuestros siervos, y que tanta variedad de animales, o nos llevan a cuestas, o trabajamos con ellos, o los comemos, o nos cubrimos con sus pieles, o nos dan ejemplo, o son para que nos maravillemos, y, finalmente, hacemos gracias porque somos nacidos, porque permanecemos, porque en el mundo, así como en una casa de un poderoso padre de compañas, negociamos y traemos procuración, y todo lo que está en el mundo entendemos haber sido por nuestra causa criado.

Lo segundo, hacemos gracias especialmente cuando nos alegramos en los beneficios de Dios, que son dados a nosotros singularmente; mas esto el gentil y el judío lo hace, y el publicano y el extranjero de otra ley; empero, cosa propia es del cristiano, y virtud que a él solo conviene, hacer gracias a su Criador aun en las cosas que le son contrarias y desabridas: si la casa se cayere, si la aman~ tísima mujer y los hijos o fueren captivos, o muertos con veneno, o perecieren en el mar; si perdiéremos las riquezas para siempre; si la sanidad desfalleciere con la flaqueza y vinieren sin número las enfermedades.

Suelen los que se juzgan por más santos hacer gracias a Dios después de librados de los peligros, como las hicieron los Macabeos (2 Mac 1,11) porque los había guardado y restituido; mas, según la sentencia del Apóstol, ésta es la máxima virtud: que en los mismos peligros y miserias sean dadas a nuestro Señor Dios gracias, y siempre digamos: Bendito sea el Señor; menores males conozco padecer que merezco; estos males, según mis pecados, son pocos; ninguna cosa digna de mi culpa me es dada.

Este es el ánimo del buen cristiano; éste, tomando su cruz, sigue al Salvador, al cual no enflaquecen ni espantan los daños. El que, según hemos dicho, hace gracias a Dios y al Padre en el mediador de Dios y de los hombres, refiérelas a Cristo Jesús, pues no podemos sino por él llegar al Padre. Lo susodicho es de San Jerónimo.

Muchas cosas ha puesto este santo doctor y muy de notar; en especial te debes siempre acordar, como él dice, que la virtud del buen cristiano es hacer gracias en medio de las persecuciones, la cual si no tienes, menos te debes llamar buen religioso que buen cristiano. Para que no olvides tan maravillosa doctrina ni dejes de la obrar, piensa muy bien nuestra letra, porque todo lo que está dicho se incluye en ella, en decir que frecuentes y repliques muchas veces, no tibias bendiciones, como hacen aquellos que, cuando están fatigados y enfermos, responden a los que les dicen que tengan paciencia y se conformen con la voluntad de Dios, que dispone todas las cosas. A éstos responden muchos con flaco y tibio ánimo que lo harán, pues no puede más ser, cuasi diciendo, según el son y las palabras muestran, que a más no poder se conformarán con él aunque de mala gana. Tú no así, mas con fervor bendice al Señor en todas sus obras prósperas y contrarias, haciéndole de corazón gracias en todas ellas; cobra costumbre de decir a lo menos en el corazón: Bendito sea el Señor en sus dones (Apoc); y esto en todas sus obras lo di, para que así sean todas dignas y santas.

No hay cosa en que los hombres sean comúnmente más semejantes a los ángeles que en hacer gracias y bendecir al Señor en todas las cosas; porque a los ángeles propriamente conviene bendecir en todo al Señor; bendícenlo en las cosas celestiales, donde San Juan dice de ellos (Ap 7,11-12): Todos los ángeles estaban alrededor del trono, y derribáronse de él y adoraron a Dios diciendo: Amén. Bendición, y claridad, y sabiduría, y hacimiento de gracias, y honra, y virtud, y fortaleza sea a nuestro Dios en los siglos de los siglos. Amén.

Bendicen también a Dios los ángeles en las cosas que él hace en la tierra, y convidando a los hombres a lo mismo, como parece en la natividad de Cristo, donde cantaron bendiciendo a Dios aquel cántico de alabanza que la Iglesia, de ellos provocada, usa cantar en las misas, que comienza: Gloria in excelsis Deo. Ellos provocaron a los pastores a lo cantar; el cual cántico en bendiciones del Señor es tan excelente, que no merecieron los hombres saber de él sino el principio que oyeron cantar a los ángeles, que volando por el aire lo cantaban loando a Dios; empero, los santos acabaron aquel cántico según que, por el Espíritu Santo enseñados, les pareció que lo debían proseguir; y así, acabado por algunos santos sobre el principio que los ángeles a Dios hicieron, se canta en la misa.

Bendicen también los ángeles a Dios por las cosas que hace en el infierno, condenando y castigando a los malos, según aquello que está escrito (2 Mac 1,17): Por todas las cosas sea bendito nuestro Señor Dios, que trajo los malos a la pena que merecían.

En esta tercera manera de obrar que el Señor hace condenando a los malos tornan a replicar los ángeles las bendiciones pasadas, hacer de ellas memoria, diciendo que por todas las cosas sea bendito el Señor, que castiga los malos, y la causa de esto es por nos mostrar que en todas las cosas debemos alabar al Señor, el cual no es menos de loar en el cielo que en la tierra, que en el infierno; con una misma voluntad y aun con un mismo acto y operación obra todas las cosas, y por esto no debe ser menos bendito en las obras de justicia que de misericordia.

Cosa es muy notoria a los mortales que Dios debe ser bendito por las obras de gloria que hace en el cielo y por las de gracia que hace en la tierra; mas los que no tienen conocimiento, dudan si debe ser tan loado cuando condena al pecador para siempre en las penas intolerables del infierno como cuando lo salva; y por quitarles esta duda repiten y hacen memoria los ángeles en esta obra de la condenación de todas las otras, diciendo que por todas las cosas sea bendito el Señor, que condena los malos así para castigo de ellos como para escarmiento de los que aún no están condenados.

Y para que veas cómo los ángeles de igual corazón bendicen al Señor cuando salva y cuando condena al hombre, debes saber que por dos causas debe Dios especialmente ser bendito, a las cuales todas las otras se pueden reducir. La primera, por ser misericordioso; la segunda, por ser justo. Si salva al hombre, bendicen los ángeles al Señor porque, según su misericordia, lo hace salvo; si lo condena, bendicen al Señor porque, según su justicia, lo condena, y de esta manera bendicen con fervor e igual corazón a Dios en todas sus obras, aunque por diversos respetos.

Si tú, hermano, quieres, viviendo en la tierra, tener mucha conformidad con los ángeles del cielo, has de bendecir al Señor en todas sus obras y en todas tus obras, según nuestra letra te amonesta, multiplicando con mucho fervor bendiciones al mismo Señor. Cuyas obras, si bien las quieres contemplar, hallarás que son todas mercedes suyas y beneficios a ti hechos; y si te parece que acerca de otros obra muchas cosas que a ti no tocan, debes tú extender tu caridad y, a ejemplo del santo Apóstol, hacer gracias y bendecir a Dios por las mercedes que a los otros hace. El cual dice escribiendo a un amigo suyo: Gracias hago a Dios, haciendo siempre de ti memoria en mis oraciones, porque grande gozo y consolación tuve oyendo la caridad y fe que tienes con los santos.

No tan solamente en esta epístola, mas en todas es cosa común a San Pablo gozarse y hacer al Señor gracias por las mercedes que a otro hacía; lo cual si tú quisieres imitar, serte ha bien pagado, porque serás participante con el otro en la tal gracia que Dios le dio; y solamente bendecir al Señor por ella sería gran aparejo para que también a ti fuese dada por la mano larga del Señor.

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CAPÍTULO V.

DE LAS MERCEDES SECRETAS QUE RECIBIMOS



Porque sé que ninguno puede dar bendiciones y gracias al Señor por los beneficios ajenos si primero no las da por los suyos, te amonesto que pienses de cuántos lazos te ha librado el Señor y cómo otros muchos te había el demonio armado, de los cuales también te libró sin tú saberlo; porque, según dice Job, su lazo tiene el demonio escondido en la tierra; del cual muchas veces escondidamente libra Dios a los suyos aun sin ellos saberlo. Fuiste a la batalla, pasaste el mar, atravesaste un camino donde muchos por manos de ladrones o de bestias fieras fueron muertos, y haste visto en peligros semejantes donde muchos peligraron; y no teniendo tú menor ocasión para morir y perecer que ellos, escapaste sano y sin lesión.

Si cristiano eres, debes hacer cuenta que Dios te resucitó, librándote de las manos de la muerte donde tú te habías puesto; y lo mismo has de conocer en los pecados, cuya oportunidad y voluntad y ocasión te quitó y apartó de ti el Señor sabiendo tu flaqueza. ¡Oh cuán santas mercedes nos hace el piadoso Dios y Señor nuestro, Jesucristo, aun estando nosotros durmiendo y no pensando en El!; y aun muchas veces le estamos ofendiendo, y Él piensa cómo nos ha de librar de la ofensa y culpa; lo cual hace por vías tan secretas, que ninguno de los mortales lo pueda conocer; mas puédelo todo cristiano creer, y por las mercedes secretas hacerle públicas gracias.

No conocemos las mercedes que la tierra hace a los árboles enviando dende las raíces fruta en lo más alto de él; ni sabemos cómo el mar provee a los ríos de agua; ni alcanzamos por entero la manera como fuimos en el vientre formados, ni cómo pueda ser que el niño está tan encogido y tan secreto nueve meses sin peligro, el cual en saliendo tiene muchos impedimentos: si le cierran un poco la boca para que no pueda resollar, luego morirá, y si no le da algún aire en poco espacio, perece el que estando muy encogido y encerrado vivió en las entrañas de su madre en grande angostura. No debemos dudar sino que los beneficios que allí dentro recibía son muchos y a nosotros muy escondidos.

Lo cual, pues vemos en las cosas naturales, razón demanda que creamos ser hechos a nuestras ánimas muy grandes y muy secretos beneficios, sin los cuales ni podrían fructificar ni tener gracia alguna, ni vivir al Señor que las crió, lo cual por nos dar a entender nuestro Señor dice (Eclo 24,41-45): Yo así como caño de agua secreto salí del paraíso y penetraré todas las inferiores partes de la tierra, y miraré todos los que duermen, y alumbraré a todos los que esperan en el Señor.

Aunque esto, según el sentido alegórico, se diga de Cristo, el cual salió del vientre virginal que se dice paraíso verdadero, porque en él vio Cristo en cuanto hombre a Dios claramente, y nunca Dios se vio perfectamente de hombre en la tierra sino en aquel santo paraíso del cual salió nuestro Redentor, cuyo cuerpo era como caño secreto, por el cual se comunicaron las divinas gracias por secreta manera al mundo, y en él se quiso Dios encarnar para venir al mundo escondidamente. Mas cuando se quebró el caño por muchas partes, que fue siendo muy llagado en la cruz, entonces se manifestó lo que estaba dentro, de lo cual se maravilló el centurión, y dijo a voces: Verdaderamente, éste Hijo de Dios era. Quebrado el caño, penetró el agua de la divina gracia las inferiores partes de la tierra, descendiendo a los infiernos, y miró a todos los que por muerte dormían, y solamente alumbró a los que esperaban en el Señor que estaban en el limbo.

Apropiado este dicho del Sabio a Cristo, quiere decir lo que oíste; mas si lo entendemos del Espíritu Santo querrá decir que por vías secretas y ocultas, como so tierra, nos hace grandes mercedes, y mira con ojos de piedad aun a los que duermen en pecado, para que se conviertan, y alumbra a todos los que esperan en el Señor, no mirando en ello ni teniendo la vigilancia que deben.

Estas mismas gracias y mercedes que el Señor nos hace, sin nosotros saberlo, quiso el Espíritu Santo declarar cuando dijo a la esposa en los Cánticos (Cant 4,1): ¡Cuán hermosa eres, amiga mía; cuán hermosa eres! Tus ojos son de paloma, sin lo que de dentro está escondido. Los ojos de la paloma son llorosos, y porque las ánimas devotas tienen costumbre de llorar, se dice tener ojos de palomas, lo cual es de gracia y virtud, mayormente si las lágrimas se derraman por estar el Señor ausente, deseando su presencia, para lo cual da el Señor una secreta gracia, que aun el mismo que la tiene no la conoce, y ésta dice el Espíritu Santo que está escondida, como se esconden los granos de la granada debajo de la corteza y de las telicas delgadas que están dentro (Cant 6,7).

Este hacer mercedes secretas Dios al hombre se figura en Moisés (Ex 4,6-7), cuya mano era maravillosamente sana de la lepra poniéndola dentro en el seno escondida; porque escondidamente y en nuestro seno nos hace Dios secretas mercedes, o juzgando nuestras obras, que como con lepra están inficionadas con mil defectos, o dándonos secretamente facultad para bien obrar y hacer tales obras, que puedan parecer dignas delante de Su Majestad.

Estas mercedes secretas que Dios hace al hombre se pueden ejemplificar y mostrar claramente en San Francisco, del cual se lee que, como estuviese en oración en el monte de Alvernia, le apareció Cristo y pidióle limosna, diciendo: Dame, Francisco, alguna cosa si tienes en limosna. El santo varón respondió: ¿Qué es, Señor, lo que tengo de dar? Ninguna cosa poseo; las cosas del mundo, por tu amor las dejé; el cuerpo y el ánima a ti lo di; yo mismo aun no me poseo, ni soy mío, sino tuyo; ¿qué me demandas, Señor? El Señor le dijo: Mete la mano en tu seno y mira si tienes algo que me des; y el santo, al mandamiento del Señor, metió la mano en su seno, y halló una pieza de oro muy maravillosa, y diósela al Señor con gran gozo, por se haber hallado cosa con que le pudiese servir. Y el Señor extendió la mano y tomóla con mucha voluntad; y luego comenzando como de primero a le tornar a demandar limosna, el santo padre excusábase, mostrando ser muy pobre y necesitado, y que para sí no tenía; por esto, que no podía darle cosa alguna. Entonces mandó el Señor que tornase a meter la mano en su seno y lo que hallase le diese, y halló otra pieza de oro mayor que la primera. Tornó la tercera vez por el semejante a le importunar que le diese limosna, y él, excusándose como de primero, hubo de meter la mano en su seno, y halló otra pieza mejor que las otras, que dio al Señor.

Tres piezas de oro halla el santo en el seno que pensó no tener ninguna: halló en él lo que él no había puesto ni había visto poner; porque allende de las mercedes públicas que Dios le había hecho, tenia otras dadas del mismo Señor por tan secreta manera, que él mismo, que las había recibido, no se diera fe de ellas. Y lo mismo es en cada uno de los siervos de Dios, entre los cuales apenas hay quien no haya recibido esta manera de mercedes. He querido ser algo prolijo en este punto, porque hacen pocos mención de él y porque pertenece a personas espirituales pensar las cosas de esta manera, y mirar profundamente lo que reciben, o a lo menos barruntarlo por esta vía de la meditación; y digo barruntarlo, porque estas mercedes secretas son tantas que no las podemos alcanzar a conocer.

Estas mercedes secretas nos deben mover a que bendigamos al Señor con mayor fervor, porque, allende de ser muchas, muéstranos Dios en ellas el grande amor que nos tiene, pues que sin se lo suplicar tiene de nosotros tanto cuidado. El que demanda, en alguna manera compra, pues le cuesta la vergüenza que pidiendo padece; el que desea, padece dentro de sí fatiga en la duda que tiene, si se cumplirá su deseo, y en la dilación que muchas veces hay en ser cumplido. De estas dos cosas, que son algo penosas, carecen los que estas mercedes secretas reciben, las cuales el Señor da sin ser pedidas ni deseadas, a lo menos las más veces, y por esto mayores gracias se le deben y mayores bendiciones por ellas que por las otras.

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MensajePublicado: Sab Oct 11, 2008 6:37 pm    Asunto:
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CAPÍTULO VI.

DE LAS MERCEDES PÚBLICAS



Las mercedes públicas debes regraciar al Señor y bendecirlo por ellas; porque, olvidadas éstas, mal le puedes hacer gracias por las otras. Las mercedes que públicamente del Señor recibimos, así en bienes de naturaleza como de fortuna y de gracia y de gloria, son casi sin número, aunque muchos hay que son tan solícitos en hacer gracias al Señor, que no dejan de lo pensar todo por orden; pero veo yo que a cada uno se le podía decir aquello de San Pablo: ¿Qué tienes que no hayas recibido? (1 Cor 4,7) Dando a entender que todo lo que tenemos con el mismo ser de naturaleza recibimos del Señor. De manera que por todo lo que hallares en ti debes bendecir al Señor que de ello te hizo merced; y aun si un solo beneficio quieres bien regraciar, hallarás harto que pensar en él para te mover al nacimiento de gracias; porque si piensas la grandeza de cada beneficio, verás cómo eres obligado a dar al Señor grandes beneficios.

No solamente los bienes de gracia son grandes, mas cualquiera de los bienes naturales excede nuestros merecimientos; lo cual podrás conocer si piensas por cuánto comprarías la vista si fueses ciego, en cuya comparación todo lo tendrías en nada, por grandes riquezas y señoríos y habilidades otras que tuvieses; si la vista te faltase, dinas aquello que el ciego Tobías respondió al ángel que lo saludaba (Tob 5,12): ¿Qué gozo puedo tener estando asentado en las tinieblas y no .viendo la lumbre del cielo? Si a dineros hubieras de comprar los ojos, ¿cuánto dieras por ellos?; ¿cuántas leguas anduvieras si hubiera algún oficial que te pudiera hacer unos?; y si estos que el Señor te dio de balde hubieses de vender, ¿cuánto pedirías por ellos?

Bendice, pues, hermano, al Señor, que te dio cosa de tanto precio sin precio alguno. Naciendo otros hombres muchos ciegos, quiso dar a ti buenos ojos; y no sólo se contentó con haberlos dado, mas cada día te los conserva en su entera vista y te los guarda de mil peligros que otras personas suelen padecer. Debes también considerar el fruto que de los ojos viene y el placer que te causan viendo las cosas preciosas y hermosas, para mejor alabar al Señor que las crió y gozar tú de ellas mismas a su servicio. Piensa también cuán preciosas sean las lágrimas que con los ojos lloras, que son el mejor fruto que de ellos puedes haber, y cómo por ver con ellos álgún pobre te mueves a compasión de él; lo cual no hicieras si te faltaran los ojos. Pues también piensa eso mismo, que te son los ojos como dos hachas de mucha lumbre que te van enseñando el camino por do has de ir; y débeslos más preciar que el sol y la luna, porque ellos no te alumbrarían, antes te serian enojosos, si por tus ojos no fuese; tal cual sería el mundo sin sol y luna, tal serías tú sin ojos.

Debes, otrosí, pensar en cuánto debes tener los ojos por habértelos dado el Señor teniendo de ti especial cuidado y no te olvidando. Si el rey te enviase unos anteojos, ¿en cuánto estimarías haberse acordado de ti, y cuánto le quedarías por ello obligado? El Rey de los reyes, Dios eterno, teniendo de ti especial cuidado, te dio ojos, tanto de más precio cuanto es más excelente su santa mano; por eso no ceses de le hacer por ello gracia. Y piensa también cuán poco merecimiento hay en ti para te hacer el Señor esta merced; y cómo sin se lo haber servido te la dio; y cómo tantas veces te la da de nuevo cuantas mereces que te fuese quitada; y tantas veces te deberían ser quitados los ojos, cuantas veces usas mal de ellos; ca, según razón, debe ser privado del beneficio el que usa de él malamente y lo emplea en hacer mal, mayormente si de esto le viene perjuicio al que se lo dio.

Si de los ojos corporales sacas tanta obligación de hacer gracias al Señor, ¿cuánta razón te parece que hay que lo bendigas por los ojos que dio a tu ánima, que son la memoria y el entendimiento; y por la fe y esperanza y caridad que en ella quiso infundir, quedándose otros muchos vacíos; y por el tiempo que te da para merecer y hacer penitencia, lo cual otros no alcanzan, que desean vivir una hora para se confesar y no se lo concede? ¿Cuántas escrituras, y consejos y amonestaciones y buenos ejemplos te dio aún el mismo Dios, y el ángel que te inspira, y el Espíritu Santo que te mueve el corazón? ¿Cuántas virtudes te infundió el Señor cuando te llegó a sí?; ¿cómo te dio enteros tus cinco sentidos?; ¿qué dignidad, y orden, y saber, y oficio, y habilidad te ha dado el Señor?; ¿qué ingenio, qué prudencia, cuán buena voluntad, cuán tierno corazón?; ¿cómo te ha adornado de los dones del Espíritu Santo?; ¿cuánta gracia te da cada día a ti como a otros por tus ruegos y cuánta gloria te promete?

Cada una de estas cosas y otras semejantes son más preciosas que los ojos de la cara, y, por ende, hay más en ellas que pensar para bendecir al Señor. Lo cual, si por extenso se hubiese de escribir, seríamos prolijos en esta materia; empero por te dar algún concierto y orden para bendecir al Señor en todas sus obras, las cuales también son tuyas, pues son a ti dirigidas quiero te poner siete cosas principalmente por las cuales debes bendecir al Señor. Y a este número septenario, que es de universidad y muchedumbre, podrás reducir los otros beneficios, para que así en todas las obras bendigas al Señor.

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MensajePublicado: Lun Oct 13, 2008 3:49 pm    Asunto:
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CAPÍTULO VII.

DE SEIS BENEFICIOS SINGULARES POR QUE DEBEMOS HACER GRACIAS


La primera cosa por que el pecador y el justo deben bendecir al Señor es por la redención universal y copiosa que obra en querer poner su vida sagrada por la nuestra, siendo tan miserable, y compró cosa tan vil por tan caro precio; doliéndose de nuestra muerte y cautiverio, derramó su preciosa sangre por recrear al hombre terreno y por animarlo, para que diese fruto de vida el que estaba muerto en pecado; con el beso de falsa paz que de judas recibió nos hizo amigos de Dios. Fue atado y preso por que el ladrón y homicida de sí mismo, Adán, fuese suelto. Admitió contra sí falsos y mentirosos testigos, para después no recibir los que verdaderamente el demonio presentase contra nosotros, que ofendimos en muchas cosas. Fue escupido su santo rostro por que se lavase el de nuestra ánima, pues estaba más ennegrecido que carbones. Fue cubierta su preciosa cara porque de nos se quitase el velo de la ignorancia que por el pecado incurrimos y se descubriese la ceguedad de nuestra ánima. Fue presentado a los jueces por que nosotros parezcamos sin temor en aquel juicio universal; calló e hízose mudo para satisfacer la habla que tuvo Eva con la serpiente (Gen 3,1-5) y porque nuestro mucho y mal hablar fuese castigado en su divina persona. Fue despojado para nos desnudar el hombre viejo y adornarnos de hábito virtuoso y vestiduras de las bodas eternas. Fue azotado por apartar de nos el azote de la justicia que teníamos bien merecido. Fue falsamente honrado en la tierra porque nosotros de verdad lo fuésemos en el cielo. Fue coronado de espinas por nos coronar de gloria. Fue puesta caña en su mano porque a nos fuese dado el cetro del imperio. Fue crucificado entre ladrones por nos librar de la infernal compañía con que habíamos hecho amistad y nos acompañar en los santos ángeles.

Estas obras de la redención contemplaba David cuando, provocándose a hacer gracias, decía a su ánima (Sal 102,1-4): ¡Oh ánima mía!, bendice al Señor, que redimió tu vida de la muerte y te corona en misericordia; sana todas tus enfermedades.

Este nacimiento de gracias y estas bendiciones que por este beneficio general de la redención se debe hacer al Señor se figuran en Zacarías, el cual, cuando nació San Juan, compuso un cántico en bendiciones del Señor que comienza (Lc 1,6Cool: Bendito sea el Señor Dios de Israel, porque visitó e hizo la redención de su pueblo. Juan quiere decir gracioso y tiene figura del pueblo cristiano, que participa de la gracia de Cristo; y Zacarías, que quiere decir hombre que hace memoria del Señor, es cada varón contemplativo que se acuerda de este beneficio, y se acuerda cómo el pueblo cristiano nació de Isabel, que tiene figura de la ley que se escondía en figuras, y nacido por la redención le ponen por nombre gracioso, porque participa de la gracia de Cristo Redentor nuestro, lleno de gracia, que visitó e hizo la redención de su pueblo.

El segundo beneficio es el sagrado bautismo, en el cual participaste el beneficio general de la pasión, porque todos somos bautizados en la pasión de Cristo como en mar bermejo de sangre. Por este segundo beneficio has de hacer singulares gracias a Dios, pues te lo dio sin tú lo procurar, trayéndote a oportunidad de lo recibir, no permitiendo que sin él murieses, como mueren otros muchos; mas quiso aplicar a ti antes que tú fueses el agua que de su costado salió, de la cual dice el profeta (Ez 47,1): Vi un agua que salla del lado derecho del templo, que es Cristo, y todos los que de ella recibieron fueron salvos.

Estas bendiciones del bautismo fueron figuradas en Moisés, el cual, después de haber pasado el mar, viéndose perfectamente libre, compuso en hacimiento de gracias un cántico al Señor, el cual comienza (Ex 15,1): Cantemos al Señor porque gloriosamente fue magnificado; al caballo y al caballero echó en la mar. Moisés quiere decir tomado de las aguas, y tiene figura de cualquier bautizado que fue tomado de las aguas del bautismo, y hace por ello gracias al Señor en canto espiritual de alegría, relatando cómo el Señor echó en la mar de su pasión, do el bautismo se funda, al caballo y al caballero, esto es, al pecado y al demonio, que allí perecieron y se ahogaron.

El tercero beneficio por que has de bendecir al Señor es por haberte apartado del mundo y haberte sacado de tan gran peligro como en él tenías. ¡Oh cuántos hay que desean dejar el mundo y salir de él y nunca ven manera para ello!; y a ti llamó el Señor y hízote dejar las redes y negocios del mundo; sacóte cuasi de la jurisdicción del demonio para que libremente lo sirvieses, por lo cual lo debes alabar y bendecir, según se figura en Débora, que después de se ver libre, compuso en alabanzas de Dios un cántico diciendo (Jue 5,2): Vosotros que de vuestra voluntad ofrecistes vuestras ánimas al peligro, bendecid al Señor; yo soy la que cantaré al Señor Dios de Israel.

Los que ofrecen sus ánimas a los peligros de su voluntad son los pecadores que moran en el mundo, que se ofrecen a pecar sin rienda, y después de ser libres del tal peligro, deben bendecir al Señor que los libró de él. A esto nos provoca Débora, que quiere decir sujeción, y es la voluntaria sujeción con que nos humillamos a traer el yugo del Señor y dejar el del demonio. Esta sujeción es la que canta y bendice al Dios de Israel Cristo.

El cuarto beneficio por que has de bendecir al Señor es por te dar fruto de buenas obras del árbol malo que solías ser, lleno de mal fruto de pecados, digno de ser cortado para el fuego del infierno. Ya tuvo el Señor por bien de trasponerte en su huerto y curar de ti en tal manera, que lleves fruto de buenas obras, que se pueda guardar sano para la vida eterna. Era tu ánima estéril y como tierra sin agua de gracia, y el Señor ha proveído tu falta para que no sea maldita en Israel, según la ley que maldecía a la que fuese estéril. Haz, pues, gracias al Señor por haber quitado de ti la deshonra y maldición; antes ha querido bendecirte para que lleves fruto.

Muchos dejan el mundo y viven después con tanta relajación y flojedad en las cosas de Dios, que apenas se puede conocer de ellos que han dejado el mal fruto de los pecados, y en lo demás parecen estériles e infructuosos; por eso, el que lleva fruto de buenos ejercicios y buenas obras, no sin gran fervor debe hacer gracias y bendecir al Señor por ello, en figura de lo cual se lee que Ana, después que parió a Samuel, compuso un cántico en alabanzas del Señor que le había dado fruto de bendición y comienza (1 Sam 2,1): Gozóse mi corazón en el Señor y fue ensalzada mi virtud en mi Dios.

Ana quiere decir misericordia, y es el ánima que se ejercita en las obras de misericordia. Ésta debe bendecir al Señor porque le dio gracia que engendrase y pariese a Samuel, que quiere decir nombrado del Señor, y es todo buen propósito puesto en obra; el cual nombra el Señor aceptándolo y recibiéndolo por suyo e informándolo con la señal de su gracia; por lo cual se goza el corazón de la persona devota recibiendo de esto su conciencia testimonio de la amistad de Dios, porque en su fruto y obra se conoce cada uno. Y dice que fue ensalzada su virtud para mostrar que Dios es el que da facultad y poder para hacer obras meritorias, ensalzando la virtud del hombre a más de lo que ella de por sí sola puede.

El quinto beneficio por que debes hacer gracias a Dios es por te dar favor para que tú conviertas a otros a El, o por que Él por tu medio convierte a otros, que es hablar más propiamente; para convertir los pecadores no ha menester el Señor sino tocar con su gracia sus corazones; empero, quiere que también los pecadores sean tocados y provocados de los ejemplos y palabras de los justos; y quiere usar Dios nuestro Señor de tanta cortesía, que apropia a los justos la conversión de los pecadores que Él verdaderamente obra; y esto hace el Señor viendo que ya el justo en la tal obra hace todo lo que puede, que es mover lo de fuera e invocar Su Majestad para que mueva el corazón, pues a Él pertenece obra tan secreta.

El que ora por los otros y les da buen ejemplo y buenas amonestaciones, tiene oficio de convertir pecadores y es pescador para la mesa del Señor, de lo cual, pues que es oficio tan excelente, debe hacer muchas gracias al Señor que se lo dio, en cuya figura dice San Lucas que estaba en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso, que esperaba la redención de Israel y moraba el Espíritu Santo en él. Este Simeón hizo un cántico en alabanza del Señor que comienza: Ahora, Señor, dejas a tu siervo en paz según tu promesa.

Simeón, que quiere decir el que oye la tristeza, y es cada justo y temeroso en que mora la gracia del Espíritu Santo. Este tal justo oye la tristeza de los pecadores que temen los tormentos que Dios les tiene aparejados si no se convierten a Él, y de esto provocado hace todo lo que es en sí. Para los convertir ora por ellos, y tiene esperanza de su redención y espiritual consolación; dales buen ejemplo en ser temerosos de Dios; amonéstalos estando en Jerusalén, que es la Iglesia después de lo cual debe bendecir y hacer gracias al Señor que le da favor para tanto y decir: Ahora, Señor, dejas a tu siervo en paz según tu palabra. La palabra de Dios y promesa dice que los justos tendrán entera paz y sosiego; y puesto que le alcance por la gracia y perdón de los pecados, empero, hay muchos que, cuando piensan haber, por su mal ejemplo y consejo, apartado a muchos de Dios, temen en gran manera viendo que la sangre de aquéllos da voces y demanda justicia contra ellos; y cuando ven que ya tienen oficio en la Iglesia de Dios de convertir y apartar a los hombres de pecar, reciben entera paz, pues comienzan a restituir a Dios las ánimas que le robaron, y los deja la pena y fatiga que antes en la conciencia tenían.

El sexto beneficio por que debemos hacer gracias y bendecir al Señor es la contemplación en que nos ejercitamos; en la cual comunica el Señor su gracia y consolación con más abundancia que en otro ejercicio alguno. Aquí se hace y muestra amigo verdaderamente; en muchas otras obras se hace amigo nuestro; empero, en esta de la contemplación se hace amigo y se muestra amigo y muestra al hombre cuánto sea el amor que le tiene.

Por ende, en este negocio se le debe hacer muy entrañables gracias, y de todo corazón debe ser bendecido; lo cual se figura en la Virgen gloriosa Nuestra Señora, que después de haber subido en la montaña y haber oído a sus orejas cuánta cabida tenía con el Señor, haciéndole por ello gracias inmensas, compuso un maravilloso cántico en alabanza de Dios, el cual comienza: Engrandece mi ánima al Señor, y gozóse mi espíritu en Dios, mi salud (Lc 1,47-4Cool.

Después que el ánima en los ejercicios de la vida activa concibe a Dios, sube a la montaña de la contemplación, levantándose a gran priesa, esto es, con gran fervor, a cosas altas y grandes, promovida y esforzada de aquel que concibió, y allí, en los altos ejercicios de la contemplación, oye a Elisabet, que le da fe haber concebido a Dios.

Elisabet quiere decir septenario de Dios, y significa los siete dones del Espíritu Santo que en la contemplación se reciben; los cuales dan testimonio a nuestro espíritu de la familiaridad que con Dios tenemos, que es verdadera y no fingida ni engañosa; lo cual, cuando el ánima oye con los oídos espirituales debe con hacimiento de gracias engrandecer al Señor, que así la ha querido engrandecer y subirla por la escalera de su gracia a tan alto grado; de las cuales gracias y bendiciones se goza el corazón en Dios, que es verdadera salud y sanidad de las potencias interiores del ánima.

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MensajePublicado: Lun Oct 13, 2008 3:55 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO VIII.

DEL ÚLTIMO BENEFICIO HECHO A NOSOTROS POR QUE DEBEMOS HACER GRACIAS


El séptimo beneficio por que debemos bendecir al Señor es por nos haber prometido la gloria del cielo. Si los hijos de Israel se jactaban y tenían en mucho la promesa a ellos hecha de la tierra, que por esto llamaban de promisión, y hacían a Dios muchas gracias por se la haber prometido antes aún que se la diese, ¿cuánto más dichoso se debe llamar todo cristiano, al cual no la tierra, sino el cielo se le promete? Esta promesa del reino de los cielos es la cosa que más predicó el Hijo de Dios en la tierra; y puesto que casi a cada paso del Evangelio se ponga, el primer lugar que se me ofrece, en que se promete el reino de los cielos a todo cristiano, es aquel en el cual dice nuestro Redentor a los suyos (Lc 12,31): Buscad primero el reino de Dios y su justicia, que las cosas temporales como añadiduras os serán dadas si tenéis vuestro primer intento a lo otro que os es prometido. Esto que dijo el Señor pareció a los suyos cosa ardua y que excedía las fuerzas de ellos, y que ningún hombre con sus proprias fuerzas y con sólo sus merecimientos, por grandes que fuesen, podría merecer cosa tan grande como es el reino de los cielos. A estos pensamientos respondió el Señor hablando a sus corazones; y díjoles, confirmando lo primero y mostrando ser posible (Lc 12,32): No queráis temer, pequeña grey, ca plugo a nuestro Padre juntamente conmigo y con el Espíritu Santo datos el reino.

En estas pocas palabras confirmó mucho su promesa, y quitó del corazón de los hombres toda duda que de su poquedad podía nacer, mostrando que liberalidad de Dios era lo que hacía las mercedes graciosamente, sin tener principal objeto a los merecimientos; porque, según dice San Juan (Ap 14,13), sus obras seguirán a los justos, los cuales serán antevenidos de la misericordia liberalísima de Dios, y después sus buenas obras los seguirán y acompañarán como condición o circunstancia de la obra, no como sustancia principal y total causa del negocio.

Por esta promesa tan bienaventurada no deberíamos cesar de hacer gracias y bendecir al Señor con aquel que dijo a este propósito y pensando en este misterio (Sal 88,1-3): Para siempre cantaré las misericordias del Señor; de una generación en otra anunciaré tu verdad en mi boca, porque dijiste: Para siempre será edificada la misericordia en los cielos.

Y no te maravilles porque te digo que hagas gracias a Dios, pues que no te ha dado ni cumplido esta promesa suya, ca no queda por él, sino por ti, que no has cumplido tu curso como aquel que decía (2 Tim 4,6-7): Yo ya cerca estoy de ser sacrificado; comienzo a padecer; el tiempo de mi muerte está cerca; buena batalla he peleado; el curso he acabado y la fe he guardado. Este que decía esto muy cercano estaba de recebir lo que le era prometido, y, aunque no lo hubiese recibido, no cesaba de hacer gracias al Señor; el cual quería que le ofreciesen sacrificio or el beneficio ya recibido, y también ordenaba cierta ofrenda (Lev 22,17-19), que se llamaba hostia, en hacimiento de gracias por lo que se esperaba recibir.

Esta manera de hacer gracias, que a este séptimo beneficio toca, y esta promesa de que hemos hablado, es general y pertenece a todo cristiano; allende de la cual tiene Dios una manera de prometer su reino a sus más especiales amigos, que no difiere ni se disforma de la primera sino en dar a gustar lo que se promete. No se añade certidumbre en esta segunda manera, ca se funda en la primera, sobre la cual tiene un solo gusto de la cosa prometida. Yerro sería decir que es más verdaderamente prometido el paraíso a uno que cincuenta años se ha ejercitado en buenas obras que a uno recién bautizado; pues una es la verdad que a entrambos les promete, la cual no recibe grados de más y menos ni puede mentir. Donde esta segunda manera de prometer solamente añade sobre la primera el gusto de la cosa prometida; así como si uno prometiese a otro una tinaja de vino muy bueno y también la prometiese a otro, al cual sobre la promesa diese a gustar el vino; el cual gusto no hay duda sino que obraría algo en el segundo que el primero no tenía esto; no sería nuevo crédito si el prometiente era verdadero en todas sus promesas, mas sería una manera de despertarle el deseo a lo que le había de ser dado.

Esta segunda manera de prometer, que consiste en añadir sobre la promesa el gusto de lo prometido, tiene el Señor con muchos especiales amigos suyos, que por se apartar totalmente de las consolaciones transitorias de la vida presente, reciben el gusto de la vida eterna, cuya figura pasó en los hijos de Israel, que no recibieron el maná celestial hasta que se les acabó la harina de Egipto (Ex 12,39; 16,3-4); porque si el hombre quiere, aun viviendo en el desierto presente de esta vida, comenzar a tener algún pequeño gusto del pan de los ángeles, ha de apurar en sí o desechar de sí aun el pequeño polvo de la harina de que se hace el pan de los pecadores, que, según dice el Sabio (Prov 20,17), es pan de mentira, pues para recibir siquiera un pequeño gusto de las cosas del cielo hemos de desechar aun hasta las muy pequeñas consolaciones de la tierra, que son figuradas en el menudo polvo de la harina que nos ha de faltar.

De esta segunda manera de promesa que hemos hablado dice David hablando con los que la primera han recibido (Sal 33,9-11): Gustad y ved qué suave es el Señor; bendito es el varón que espera en Él. Temed a Dios todos sus santos, porque no tienen pobreza los que lo temen; los ricos tuvieron necesidad y hubieron hambre; mas los que buscan a Dios no serán menguados de todo bien. Profundas son estas palabras y muy al propósito, las cuales no quiero glosar, porque en otra parte se podrán declarar más, pues que, según en ellas dice David, es bendito el varón que así espera en el Señor, después de lo haber gustado.

Solamente quiero traer una figura do se muestran las bendiciones y gracias que los tales deben hacer al Señor. Dice el profeta Daniel (Dan 3,21ss) que, estando tres varones en medio del fuego que había mandado encender el rey Nabucodonosor, descendió un ángel que apartó la llama del fuego e hizo que en el medio del horno estuviese como un airecico de rocío muy templado, que soplaba para deleitar los tres varones que habían sido echados en el fuego, el cual no los tocó ni en un cabello, ni les dio fatiga alguna ni les causó enojo. Entonces estos tres, como de una boca, loaban y glorificaban y bendecían a Dios en medio del horno; donde, inspirados por el Espíritu Santo, compusieron un cántico en hacimiento de gracias que comienza: Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, y loable y glorioso y sobreensalzado para siempre. Bendito es el santo nombre de tu gloria y loable y sobreensalzado en todos los siglos. Bendito eres en el templo santo de tu gloria y sobreensalzado y sobreglorioso para siempre. Bendito eres en el trono de tu reino y sobreloable y sobreensalzable en todos los siglos. Bendito eres que miras las profundidades y estás sentado sobre los querubines; loable eres, Señor, y sobreensalzable para siempre. Bendito eres en el firmamento del cielo y loable y glorioso para siempre.

Lo que más se sigue de este cántico ofrece cada día la Iglesia a Dios en las alabanzas suyas que se cantan después de maitines, haciendo de lo más de este cántico un muy devoto salmo para bendecir al Señor en todas las cosas y provocar todas las criaturas
a que lo bendigamos según sus fuerzas, y esto que aquí he puesto canta la Iglesia en muchas fiestas del año; lo cual hace mucho a esta segunda promesa que hablamos, porque los tres varones, puestos en medio del horno que mandó encender el rey soberbio, tienen figura de las tres potencias de nuestra ánima, puestas en el maligno fuego de nuestra mala codicia sensual, que el demonio, rey de los soberbios, hace encender en el cuerpo y carne nuestra. Este fuego de la mala codicia, según el Sabio (Prov 30,16), nunca dice basta. De este fuego está escrito: Produciré fuego de en medio de ti, el cual te coma (Ez 28,1Cool.

Están puestas nuestras tres potencias en este fuego de la mala codicia, porque están sujetas a las pasiones corporales y moran en tierra de enemigos. Y que estos tres varones significan las tres potencias de nuestra ánima parece por la declaración de sus nombres, que son: Sidrac, Misac y Abdenago, siervos de Dios. El primer nombre quiere decir campo delicado, y es la voluntad limpia, que tiene en asco y abominación el pecado. En este campo delicado de nuestra voluntad solamente se ha de sembrar Dios para nacer en nuestra ánima.

Misac quiere decir cosa que detiene las aguas que no se derramen, y es nuestra memoria cuando detiene las fantasías e imaginaciones diversas aplicándose a Dios y queriéndose solamente acordar de él.

Abdenago quiere decir siervo de claridad, y es nuestro entendimiento cuando está de Dios alumbrado; estando de esta manera los tres poderíos de nuestra ánima, aunque sean echados, contra su voluntad, en aquel mal fuego, no se quemarán ni serán de él contristados; antes allí les será enviado el ángel del gran consejo, Cristo, para les dar a gustar el rocío suave de la gracia celestial, causando en ellos refrigerio, y con el flato del Espíritu Santo se mata en el medio del horno, que es el corazón del hombre, el fuego de la mala codicia, para que en ninguna manera pueda empecer a los que gustan el rocío y maná celestial. Entonces, pues, los tres poderíos de nuestra ánima, siendo así favorecidos, se juntan, y como de una boca, y de un propósito y de un corazón, no divirtiéndose ninguno a otra parte, sino juntamente, cantan las alabanzas y hacimientos de gracias y bendiciones del Señor según los sobredichos tres varones.

Y es de notar que en el primer verso se contiene la promesa general hecha a todo cristiano en los apóstoles, y por eso comienza su cántico alabando al Dios de nuestros padres, que son los apóstoles, que por nosotros recibieron la promesa; y en todos los otros versos siguientes, si quieres mirar en ello, hacen gracias y bendicen al Señor juntamente por la gloria del cielo que les ha dado a gustar, y en conclusión has de notar que la letra presente nos amonesta que bendigamos a Dios en todas las cosas que hiciéremos y nos acaecieren, y esto con fervor, atribuyéndolas a Él lo más amorosamente que pudiésemos.

Y no solamente en nuestras obras lo debemos bendecir, mas en todas las ajenas, para lo cual tendrás aviso que cada vez que te dieren alguna cosa, bendigas a Dios en ella. Dícente que le va bien a fulano, a lo cual debes responder que bendito sea el Señor que se acuerda de él. Dícente que en tal parte hay grandes guerras, a lo cual debes responder que bendito sea el Señor que libra de ellas nuestra tierra. Oyes que fulano está enfermo, y has de decir que bendito sea el Señor, que le da en qué pueda merecer si tiene paciencia. Si dice que está ya bueno, has de responder que bendito sea el Señor que le da salud con que lo sirva. Si oyes decir cualesquier fatigas de algunas personas, debes responder que bendito sea el Señor, ya que por aquel medio quiere traerles más a la memoria las cosas celestiales, que son puramente buenas sin mezcla de angustia. Dícente que fulano es muy buen predicador, y tú dirás que bendito sea el Señor Jesucristo, que reparte sus gracias como le place.
Dícente que alguno ha hecho un gran pecado, y tú has de responder que bendita sea la misericordia de Dios que nos tiene de su mano para que nosotros no hagamos cosa semejante. Dícente que fulano pone tacha en tus cosas, y tú has decir que sea bendito el Señor, cuyo juicio es diferente del de los hombres.

No hallo yo cosa del mundo, mala ni buena, a la cual, si miras en ello, no puedas responder bendiciendo a Dios, que es oficio de ángeles, porque ellos en todas las cosas lo glorifican y bendicen como principio, atribuyéndolas a su misericordia o a su justicia, por las cuales es loable infinitamente.

Bastaría para que tú amases este ejercicio pensar cuánto es Dios servido si en todo lo bendicen, y que su reiterada memoria traerá mucha ganancia a tu ánima, y que la tal respuesta edifica los que la oyen, y a ti, guardándote de palabras ociosas, te provee de muy útiles, santas y provechosas, y de gran verdad y más celestiales que terrenales; en ninguna manera carecerá de gran premio.


Continuara...

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Pedro2008



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MensajePublicado: Mie Oct 15, 2008 10:52 pm    Asunto: El libro completo
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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LMAP21 escribió:
CAPÍTULO VII.

DE SEIS BENEFICIOS SINGULARES POR QUE DEBEMOS HACER GRACIAS


La primera cosa por que el pecador y el justo deben bendecir al Señor es por la redención universal y copiosa que obra en querer poner su vida sagrada por la nuestra, siendo tan miserable, y compró cosa tan vil por tan caro precio; doliéndose de nuestra muerte y cautiverio, derramó su preciosa sangre por recrear al hombre terreno y por animarlo, para que diese fruto de vida el que estaba muerto en pecado; con el beso de falsa paz que de judas recibió nos hizo amigos de Dios. Fue atado y preso por que el ladrón y homicida de sí mismo, Adán, fuese suelto. Admitió contra sí falsos y mentirosos testigos, para después no recibir los que verdaderamente el demonio presentase contra nosotros, que ofendimos en muchas cosas. Fue escupido su santo rostro por que se lavase el de nuestra ánima, pues estaba más ennegrecido que carbones. Fue cubierta su preciosa cara porque de nos se quitase el velo de la ignorancia que por el pecado incurrimos y se descubriese la ceguedad de nuestra ánima. Fue presentado a los jueces por que nosotros parezcamos sin temor en aquel juicio universal; calló e hízose mudo para satisfacer la habla que tuvo Eva con la serpiente (Gen 3,1-5) y porque nuestro mucho y mal hablar fuese castigado en su divina persona. Fue despojado para nos desnudar el hombre viejo y adornarnos de hábito virtuoso y vestiduras de las bodas eternas. Fue azotado por apartar de nos el azote de la justicia que teníamos bien merecido. Fue falsamente honrado en la tierra porque nosotros de verdad lo fuésemos en el cielo. Fue coronado de espinas por nos coronar de gloria. Fue puesta caña en su mano porque a nos fuese dado el cetro del imperio. Fue crucificado entre ladrones por nos librar de la infernal compañía con que habíamos hecho amistad y nos acompañar en los santos ángeles.

Estas obras de la redención contemplaba David cuando, provocándose a hacer gracias, decía a su ánima (Sal 102,1-4): ¡Oh ánima mía!, bendice al Señor, que redimió tu vida de la muerte y te corona en misericordia; sana todas tus enfermedades.

Este nacimiento de gracias y estas bendiciones que por este beneficio general de la redención se debe hacer al Señor se figuran en Zacarías, el cual, cuando nació San Juan, compuso un cántico en bendiciones del Señor que comienza (Lc 1,6Cool: Bendito sea el Señor Dios de Israel, porque visitó e hizo la redención de su pueblo. Juan quiere decir gracioso y tiene figura del pueblo cristiano, que participa de la gracia de Cristo; y Zacarías, que quiere decir hombre que hace memoria del Señor, es cada varón contemplativo que se acuerda de este beneficio, y se acuerda cómo el pueblo cristiano nació de Isabel, que tiene figura de la ley que se escondía en figuras, y nacido por la redención le ponen por nombre gracioso, porque participa de la gracia de Cristo Redentor nuestro, lleno de gracia, que visitó e hizo la redención de su pueblo.

El segundo beneficio es el sagrado bautismo, en el cual participaste el beneficio general de la pasión, porque todos somos bautizados en la pasión de Cristo como en mar bermejo de sangre. Por este segundo beneficio has de hacer singulares gracias a Dios, pues te lo dio sin tú lo procurar, trayéndote a oportunidad de lo recibir, no permitiendo que sin él murieses, como mueren otros muchos; mas quiso aplicar a ti antes que tú fueses el agua que de su costado salió, de la cual dice el profeta (Ez 47,1): Vi un agua que salla del lado derecho del templo, que es Cristo, y todos los que de ella recibieron fueron salvos.

Estas bendiciones del bautismo fueron figuradas en Moisés, el cual, después de haber pasado el mar, viéndose perfectamente libre, compuso en hacimiento de gracias un cántico al Señor, el cual comienza (Ex 15,1): Cantemos al Señor porque gloriosamente fue magnificado; al caballo y al caballero echó en la mar. Moisés quiere decir tomado de las aguas, y tiene figura de cualquier bautizado que fue tomado de las aguas del bautismo, y hace por ello gracias al Señor en canto espiritual de alegría, relatando cómo el Señor echó en la mar de su pasión, do el bautismo se funda, al caballo y al caballero, esto es, al pecado y al demonio, que allí perecieron y se ahogaron.

El tercero beneficio por que has de bendecir al Señor es por haberte apartado del mundo y haberte sacado de tan gran peligro como en él tenías. ¡Oh cuántos hay que desean dejar el mundo y salir de él y nunca ven manera para ello!; y a ti llamó el Señor y hízote dejar las redes y negocios del mundo; sacóte cuasi de la jurisdicción del demonio para que libremente lo sirvieses, por lo cual lo debes alabar y bendecir, según se figura en Débora, que después de se ver libre, compuso en alabanzas de Dios un cántico diciendo (Jue 5,2): Vosotros que de vuestra voluntad ofrecistes vuestras ánimas al peligro, bendecid al Señor; yo soy la que cantaré al Señor Dios de Israel.

Los que ofrecen sus ánimas a los peligros de su voluntad son los pecadores que moran en el mundo, que se ofrecen a pecar sin rienda, y después de ser libres del tal peligro, deben bendecir al Señor que los libró de él. A esto nos provoca Débora, que quiere decir sujeción, y es la voluntaria sujeción con que nos humillamos a traer el yugo del Señor y dejar el del demonio. Esta sujeción es la que canta y bendice al Dios de Israel Cristo.

El cuarto beneficio por que has de bendecir al Señor es por te dar fruto de buenas obras del árbol malo que solías ser, lleno de mal fruto de pecados, digno de ser cortado para el fuego del infierno. Ya tuvo el Señor por bien de trasponerte en su huerto y curar de ti en tal manera, que lleves fruto de buenas obras, que se pueda guardar sano para la vida eterna. Era tu ánima estéril y como tierra sin agua de gracia, y el Señor ha proveído tu falta para que no sea maldita en Israel, según la ley que maldecía a la que fuese estéril. Haz, pues, gracias al Señor por haber quitado de ti la deshonra y maldición; antes ha querido bendecirte para que lleves fruto.

Muchos dejan el mundo y viven después con tanta relajación y flojedad en las cosas de Dios, que apenas se puede conocer de ellos que han dejado el mal fruto de los pecados, y en lo demás parecen estériles e infructuosos; por eso, el que lleva fruto de buenos ejercicios y buenas obras, no sin gran fervor debe hacer gracias y bendecir al Señor por ello, en figura de lo cual se lee que Ana, después que parió a Samuel, compuso un cántico en alabanzas del Señor que le había dado fruto de bendición y comienza (1 Sam 2,1): Gozóse mi corazón en el Señor y fue ensalzada mi virtud en mi Dios.

Ana quiere decir misericordia, y es el ánima que se ejercita en las obras de misericordia. Ésta debe bendecir al Señor porque le dio gracia que engendrase y pariese a Samuel, que quiere decir nombrado del Señor, y es todo buen propósito puesto en obra; el cual nombra el Señor aceptándolo y recibiéndolo por suyo e informándolo con la señal de su gracia; por lo cual se goza el corazón de la persona devota recibiendo de esto su conciencia testimonio de la amistad de Dios, porque en su fruto y obra se conoce cada uno. Y dice que fue ensalzada su virtud para mostrar que Dios es el que da facultad y poder para hacer obras meritorias, ensalzando la virtud del hombre a más de lo que ella de por sí sola puede.

El quinto beneficio por que debes hacer gracias a Dios es por te dar favor para que tú conviertas a otros a El, o por que Él por tu medio convierte a otros, que es hablar más propiamente; para convertir los pecadores no ha menester el Señor sino tocar con su gracia sus corazones; empero, quiere que también los pecadores sean tocados y provocados de los ejemplos y palabras de los justos; y quiere usar Dios nuestro Señor de tanta cortesía, que apropia a los justos la conversión de los pecadores que Él verdaderamente obra; y esto hace el Señor viendo que ya el justo en la tal obra hace todo lo que puede, que es mover lo de fuera e invocar Su Majestad para que mueva el corazón, pues a Él pertenece obra tan secreta.

El que ora por los otros y les da buen ejemplo y buenas amonestaciones, tiene oficio de convertir pecadores y es pescador para la mesa del Señor, de lo cual, pues que es oficio tan excelente, debe hacer muchas gracias al Señor que se lo dio, en cuya figura dice San Lucas que estaba en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso, que esperaba la redención de Israel y moraba el Espíritu Santo en él. Este Simeón hizo un cántico en alabanza del Señor que comienza: Ahora, Señor, dejas a tu siervo en paz según tu promesa.

Simeón, que quiere decir el que oye la tristeza, y es cada justo y temeroso en que mora la gracia del Espíritu Santo. Este tal justo oye la tristeza de los pecadores que temen los tormentos que Dios les tiene aparejados si no se convierten a Él, y de esto provocado hace todo lo que es en sí. Para los convertir ora por ellos, y tiene esperanza de su redención y espiritual consolación; dales buen ejemplo en ser temerosos de Dios; amonéstalos estando en Jerusalén, que es la Iglesia después de lo cual debe bendecir y hacer gracias al Señor que le da favor para tanto y decir: Ahora, Señor, dejas a tu siervo en paz según tu palabra. La palabra de Dios y promesa dice que los justos tendrán entera paz y sosiego; y puesto que le alcance por la gracia y perdón de los pecados, empero, hay muchos que, cuando piensan haber, por su mal ejemplo y consejo, apartado a muchos de Dios, temen en gran manera viendo que la sangre de aquéllos da voces y demanda justicia contra ellos; y cuando ven que ya tienen oficio en la Iglesia de Dios de convertir y apartar a los hombres de pecar, reciben entera paz, pues comienzan a restituir a Dios las ánimas que le robaron, y los deja la pena y fatiga que antes en la conciencia tenían.

El sexto beneficio por que debemos hacer gracias y bendecir al Señor es la contemplación en que nos ejercitamos; en la cual comunica el Señor su gracia y consolación con más abundancia que en otro ejercicio alguno. Aquí se hace y muestra amigo verdaderamente; en muchas otras obras se hace amigo nuestro; empero, en esta de la contemplación se hace amigo y se muestra amigo y muestra al hombre cuánto sea el amor que le tiene.

Por ende, en este negocio se le debe hacer muy entrañables gracias, y de todo corazón debe ser bendecido; lo cual se figura en la Virgen gloriosa Nuestra Señora, que después de haber subido en la montaña y haber oído a sus orejas cuánta cabida tenía con el Señor, haciéndole por ello gracias inmensas, compuso un maravilloso cántico en alabanza de Dios, el cual comienza: Engrandece mi ánima al Señor, y gozóse mi espíritu en Dios, mi salud (Lc 1,47-4Cool.

Después que el ánima en los ejercicios de la vida activa concibe a Dios, sube a la montaña de la contemplación, levantándose a gran priesa, esto es, con gran fervor, a cosas altas y grandes, promovida y esforzada de aquel que concibió, y allí, en los altos ejercicios de la contemplación, oye a Elisabet, que le da fe haber concebido a Dios.

Elisabet quiere decir septenario de Dios, y significa los siete dones del Espíritu Santo que en la contemplación se reciben; los cuales dan testimonio a nuestro espíritu de la familiaridad que con Dios tenemos, que es verdadera y no fingida ni engañosa; lo cual, cuando el ánima oye con los oídos espirituales debe con hacimiento de gracias engrandecer al Señor, que así la ha querido engrandecer y subirla por la escalera de su gracia a tan alto grado; de las cuales gracias y bendiciones se goza el corazón en Dios, que es verdadera salud y sanidad de las potencias interiores del ánima.

Continuara...

QDLB


Enlace al libro en formato pdf (1,92 Mb aprox.):

http://www.documentacatholicaomnia.eu/03d/1492-1541,_Osuna._de._Francisco,_Tercer_Abecedario_Espiritual,_ES.pdf

Fuente:

http://www.documentacatholicaomnia.eu/

Saludos
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MensajePublicado: Jue Oct 16, 2008 1:13 am    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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Gracias Pedro2008, es perfecto para las personas que lo quieran bajar para leer en la pc, pero yo sigo poniendo los capítulos para que estén disponibles en el foro. Gracias de nuevo.

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LMAP21
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Registrado: 07 Jul 2008
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MensajePublicado: Jue Oct 16, 2008 2:54 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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TERCER TRATADO

MUESTRA CÓMO SE HA DE HABER EL ÁNIMA CON DIOS, DICIENDO: CIEGO Y SORDO Y MUDO DEBES SER Y MANSO SIEMPRE


CAPÍTULO I


Esta letra es muy semejante a la que de su calidad se puso en el segundo alfabeto, aunque la glosa será muy diferente, porque la materia subyecta de que aqueste tercero habla, lo requiere. En la otra letra amonestamos que, cerrando los sentidos corporales y exteriores, abriésemos los interiores del ánima y los avisásemos con solicito ejercicio (Cant 5,6), para que así como con estos sentidos exteriores conocemos las cosas corporales, así con los interiores del ánima, siendo ejercitados, conozcamos las cosas espirituales y altas; empero, como nuestro conocimiento se haya en las cosas de Dios a manera de lechuza o murciélago, con la claridad del sol, al cual no pueden conocer ni mirar siquiera sus rayos, por la improporción y poca lumbre que tienen, siendo sus ojos muy oscuros, menester es que, como aquellas aves de poca vista nos escondamos diciendo con el salmista (Sal 101,7): Hecho soy así como lechuza en la casilla de este mundo, porque en el otro nuestra lumbre será con la del Cordero fortificada, para que podamos ver a Dios mejor que águilas, sin pestañear ni poner intervalo que nos impida ni un solo punto de ver su cara.

Para mayor declaración de aquesto es de notar que, para ver y conocer las cosas corporales, no basta la lumbre del sol, pues con ella los ciegos no ven; ni basta la lumbre de nuestros ojos, pues de noche, a oscuras, aunque tengamos los ojos abiertos, no vemos; mas es menester que entrambas estas dos luces se mezclen: la luz de fuera y la que está dentro en nuestros ojos se han de juntar para que en la tal mezcla veamos las cosas visibles.

Así, en lo espiritual, es menester, para que se cause conocimiento, que con la lumbre natural que está impresa en nuestra ánima se junte la lumbre divina y celestial, para que en esta mezcla veamos lo que antes no conocíamos y podamos decir con David (Sal 35,10): En tu lumbre, Señor, veremos lumbre. La fe es lumbre para alumbramiento de las gentes, y se mezcla con la de nuestra ánima en el consentimiento y piadosa afición con que la recibimos, y en esta mezcla vemos por fe las cosas celestiales a que nuestra ánima de suyo estaba inclinada, porque siempre desea las cosas mejores.

Los que con esta mezcla y alumbramiento de la fe se contentan y quieren más perficionar este tal conocimiento, siguen las amonestaciones de la otra letra que a ésta dijimos ser muy semejante; así, los que más útilmente piensan dentro de sí las cosas de Dios, se fortalecen más en la fe por la nueva lumbre de verdades que hallan en la meditación y santos pensamientos, así de las Escrituras como de las criaturas y artes de los hombres inventadas.

Estos mucho se aprovechan de la lumbre natural y sentidos interiores del ánima, abriendo bien los ojos del corazón, que son las noticias y conocimientos de las cosas, y escuchando y parando mientes en las correspondencias de los misterios, y hablando, esto es, argumentando dentro de sí, deduciendo y sacando unas cosas por otras, y trayendo muy convenibles congruencias y probaciones para mejor conocer.

Otros hay que no van por este camino, conociendo la poca lumbre que de sí mismos tienen y la mucha que Dios en sí tiene, y cuán desproporcionada está su lumbre, por ser poca, con la de Dios, por ser mucha; y porque en la menor proporción de estas lumbres se causa menor conocimiento, cesar de se aprovechar tanto de su propria lumbre, conociendo que el escudriñador de la Majestad de Dios es reprimido de la mucha gloria, y la grandeza de los misterios lo derriban y le quitan las fuerzas, de lo cual se pone ejemplo en el primer capítulo del Apocalipsis, donde dice San Juan, hablando de Cristo, que le fue mostrado en visión (Ap 1,17): Su faz relumbra así como el sol en su fuerza; y como lo viese, caí a sus pies así como muerto.

Para conocer la causa por que San Juan cayó como muerto, es de notar que, asegún el Filósofo, la cosa sensible, cuando es muy excesiva en su género, corrompe el sentido; lo cual parece por experiencia, ca si un sonido es muy recio, suele hacer sordo al que lo oye, corrompiéndole el sentido del oír; y si mirásemos muy atentamente el sol en su rueda, nos cegaría corrompiendo el sentido de la vista, por ser él en sí muy claro; y si tocásemos un hierro ardiendo, corrompernos había el sentido del tacto; de manera que, cuando alguna cosa sensible es muy excelente, corrompe el sentido a que pertenece si a él se aplica.

De esta manera, en lo espiritual hay algunas revelaciones y altos conocimientos infundidos de Dios en las ánimas de los santos que se trabajan, cuanto en sí es, por corromper nuestro entendimiento; empero, como él sea incorruptible, déjanlo cuasi aturdido y derríbanlo, haciéndolo por entonces cesar de su operación. Y dice San Juan que, viendo el rostro que como sol resplandecía, cayó a sus pies como muerto, porque aun para contemplar las cosas pequeñas y más bajas de Dios, que son figuradas en los pies, no tiene fuerzas nuestra poquedad humana, y así como viendo el sol se turban nuestros ojos, así queriendo, mientras moramos en este destierro, contemplar curiosamente las cosas de Dios, se ciegan los ojos del ánima; y le acontece como al mosquito, que se quema por volar a la lumbre y conocer aquella claridad que de noche ve resplandecer.

Saben las cosas dichas los que con diligencia y solicitud se dan a contemplar las cosas de Dios, y sienten en sí la cabeza como atónita y vana sin fuerza ninguna, y les parece que Si un poco más trabajasen se tornarían locos, y algunos reciben de ello gran detrimento; lo cual por evitar, nuestra letra, y también por dar más fácil modo para se llegar los hombres a Dios, dice: Ciego y sordo y mudo debes ser, y manso siempre. El que, como hemos comenzado a decir, se quisiere hacer ciego, como Moisés, que, para mejor hablar con Dios después de subido al monte se metió en medio de las tinieblas que encima del monte estaban (Ex 20,19-21), donde, aunque no vio a Dios, tuvo gran comunicación con él; conforme a lo cual dice Dios nuestro Señor a la ánima devota en los Cánticos (Cant 6,5): Aparta de mí tus ojos, porque ellos me hicieron ir tan presto.

Así acaece muchas veces, ca da Dios al hombre alguna gracia, y por quererla el ánimo conocer y mirar y parar mucho mientes a clla y saber qué cosa sea, por esto la pierde y se la quita Dios, el cual quiere que con los brazos y alas de nuestro corazón abracemos a El y a sus cosas, y pongamos tanta afición a poseerlo con deleite, que no queramos conocer con curiosidad; y por esto dice nuestra letra que seamos ciegos, porque el ciego aprieta mucho lo que toma entre manos sin lo conocer, y más tiene puesta su afición en el sentido que no en la especulación de la cosa. La una glosa dice que quiso el Señor decir al devoto contemplativo: Aparta de mi majestad la enferma contemplación de tu ánima, ca no me podrás conocer. Otra glosa pone que quiso decir al ánima no dejes el deseo de conocerme, sino la presunción de poderme conocer.

Esta declaración se conforma mucho con nuestra letra, la cual no dice que debemos ser ciegos por no conocer, sino por mejor y más conocer. Algunos se ponen antojos, no porque no ven, sino por ver mejor; así dice nuestra letra que te hagas ciego, no porque no veas, mas por que veas mejor. Más cosas profetizó Isaac de su hijo Jacob (Gen 27,1-29) quando estaba ciego que profetizara si tuviera buena vista; de manera que la ceguedad le fue causa que conociese mayores misterios porque, cuando se espantó de lo que había hecho por estar ciego, le fue revelado ser aquélla la voluntad de Dios, aunque no había sido la suya; y por eso se quedó hecho el agravio.

Dichoso sería el que careciese de ojos, pero que Dios le fuese ojos; y el que no tuviese pies, si Dios hubiese de ser andas suyas, según aquello que se dice en el libro del santo Job: Yo fui ojos al ciego y pies al cojo. A los que se hacen ciegos por ver a Dios, el mismo Dios es ojos, y Él es el que los adiestra para que no yerren; antes por esto aciertan mejor, ca los lleva Dios por do ellos no supieran ir aunque tuvieran ojos; por lo cual dice el Señor por Isaías (Is 42,16). Sacaré los ciegos por el camino que no saben, y hacerlos he andar en las sendas que ignoraron; pondré las tinieblas delante de ellos en luz.

La vía más ajena y apartada del conocimiento de los mortales es la vía negativa que en este tercero alfabeto se trata; y en ella hay otras sendas y apartamientos, secretos ejercicios que no menos se ignoran que lo principal; y esos principios que de ella se hallan escritos, son muy oscuros a los principiantes; mas si ellos se hacen ciegos creyendo al que los guía (con hacer el ciego), serán del Señor guiados, pues en la sobredicha profecía lo promete.

Desta manera llevó el Señor a San Pablo, al cual estando ciego subió hasta el tercer cielo, esto es, hasta la tercera jerarquía del cielo, según San Agustín, para que, como ella, o como los ángeles de ella, contemplase a Dios. Y digo que entonces estaba San Pablo ciego corporalmente, porque según el mismo doctor (Hch 9,8-9), cuando San Pablo no veía cosa alguna, por estar ciego, veía a Dios; y no solamente estaba ciego de ceguedad corporal, que no hace al caso presente, mas también estaba ciego de la ceguedad espiritual de que hablamos por la otra figurada, lo cual parece, pues que él dice que no sabía si entonces estaba en el cuerpo o fuera del cuerpo.

Y también digo que su ánima estaba entonces ciega, porque en tal manera fue suspensa, que las potencias inferiores, esto es, los sentidos exteriores e interiores, y asimismo la razón no pudieron salir en sus operaciones; mas cesaron por entonces de sus actos y obras, siendo las operaciones de estas potencias del todo quitadas entretanto que duró aquel su arrebatamiento; en tal manera que entonces su ánima no tuvo alguna operación de las que solía tener, tú de las que suele tener un ánima que está ayuntada al cuerpo, por que así no viese a Dios hombre vivo que ejercitaba operaciones vitales, según la glosa de San Agustín sobre aquella palabra: No me verá hombre y vivirá.

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MensajePublicado: Jue Oct 16, 2008 2:58 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO II.

DE CÓMO MIENTRAS VIVIMOS NO PODEMOS CONOCER A DIOS EN SÍ MISMO



El que sube a la cumbre de la contemplación, donde más padece que obra y más es movido que mueve, no se aprovecha de los conocimientos y noticias que eran como ojos con que su ánima conocía las cosas; porque la alta contemplación es acerca de la divinidad, que por nuestros sentidos no puede ser conocida, ni tampoco por los sentidos espirituales del ánima que aún está unida a este cuerpo mortal; pues la tal ánima no puede tener conocimiento que primero no haya estado en los sentidos corporales; y como nuestro Señor Dios sea puro espíritu, síguese que no puede ser conocido por los sentidos espirituales del ánima que aún está encerrada en la cárcel de esta carne, mediante la cual es constreñida a entender de todo lo que entendiera por la trabazón que hay entre la carne y el espíritu.

El ánima miserable que está junta con la carne no ha de obrar en su contemplación tan sueltamente como si esuviese libre; lo qual se figura en Elías, que, después de subido en el monte de Dios, que es la contemplación, cubrió su cara con un manto por no ver a Dios, que encima del monte lo descendió a consolar (1 Re 19,13). Bien sabía el santo profeta que con los ojos corporales no podía ver al Señor invisible; mas quiso hacerse ciego cubriendo sus ojos corporales con un manto, para mostrar que el conocimiento y lumbre que tenía por entonces, no alcanzaba más de hasta el manto, que es la humanidad de Dios; del cual dice el mismo Cristo Redentor nuestro (Cant 5,7): Halláronme las guardas que cercaban la ciudad; hiriéronme y llagáronme; quitáronme mi manto las guardas de los muros. Hallaron al Señor cuando Él se quiso manifestar a las guardas de Jerusalén, que eran los sacerdotes que corporalmente la guardaban; hirieron a Cristo en la fama; llagáronle en su precioso cuerpo; quitáronle el manto, que es su cuerpo, haciéndolo morir en la cruz. Este es el manto que Cristo lavó en sangre, según había profetizado Jacob.

De manera que, tornando al propósito, la vista de Elías se determinaba al manto con que estaban cubiertos sus ojos; y en respecto del Señor que pasaba delante de él, estaba ciego, y así ciego tuvo comunicación con Él. Lo mismo casi se lee de Moisés (Ex 33,18-21), que como suplicase a Dios que le mostrase su cara cuando le hubo de hacer la merced, y mostrársele pasando delante de él, cubrióse los ojos hasta que pasó adelante.

Aunque este principio de conocer a Dios esté en nuestra ánima, sabemos que por el pecado quedó tan mortecino y sepultado, cuando se abrieron los ojos de nuestros primeros padres y perdieron aquesta santa ceguedad de que hablamos que tenían antes del pecado (Gen 3,7), la cual poseían en más alto grado que hablar se puede, y en su lugar sucedió a nosotros la pésima ocupación de investigar las cosas humanas, que se llama pésima, según dice la glosa sobre el Eclesiastés (Ecl 1,13), no porque ella en sí sea mala, sino porque muchas veces impide la oración y la contemplación de las cosas altas y espirituales de Dios, cuyo apurado deseo está en nuestra ánima tan remiso y sin vida, que es menester que el Señor supla con su gracia para avivar esta centella secreta que está en nuestro corazón; porque sin su especialísimo favor no podemos más de conocernos ser ciegos.

La virtud generativa, todas las plantas y simientes la tienen del sol, que es padre natural de ellas; mas no la pueden ejercitar ni ejecutar si de nuevo el mismo sol no las alumbra, despertándolas y actuándolas con su calor; y así, aunque tengamos naturalmente alguna habilidad para contemplar la divinidad de nuestro Señor Dios, es, empero, necesario que del mismo Sol de justicia seamos de nuevo movidos y avivados, como el huevo de que habla el Señor en el Evangelio (Lc 11,12) es movido y avivado con el calor de la paloma, que es la gracia del Espíritu Santo, lo cual si queremos alcanzar más altamente, será bien que nos hagamos ciegos a todo lo que Dios no es.

Mandaba Dios que no viesen los de fuera del templo su arca so pena de muerte (Num 4,19-20), lo cual ejecutó con mucho rigor en los bethsamitas porque la vieron descubierta, a los cuales fuera mejor estar ciegos que no mirarla, pues que por ello murieron (1 Sam 6,19-20). Esto mandaba Dios debajo de tan estrecha pena por evitar el error condenado de los que dijeron que podíamos entender la esencia de Dios en esta vida mortal y verle descubierto sin curar del espejo de las criaturas do Él resplandece; y plega al Señor que ahora no haya quien ose afirmar lo mismo, sino que templen su manera de hablar los ignorantes devotos, que por una poca de lumbre que han recibido de Dios, o por algunas revelaciones a que dan más crédito que debían, se extienden en el hablar de Dios mucho más de lo que deben; no hablando para doctrinar a los otros, sino para ser ellos tenidos en admiración; y dicen algunas palabras acerca de sus contemplaciones que estarían muy mejor por decir; los cuales si no se saben declarar, callen y no hablen, pues no saben el lenguaje de las cosas espirituales. Sean como ciegos que tratan con los hombres, y no den señas de ellos y gozan de muchas cosas de que no dan razón: un don es dar Dios la gracia y otro don es darla a conocer; el que no tiene sino el primer don, conozca que le conviene callar y gozar, y el que tuviere lo uno y lo otro, aún se debe mucho templar en el hablar; porque con un ímpetu que no todas veces es del espíritu bueno, le acontecerá decir lo que, después de bien mirar en ello, le pesa gravemente de lo haber dicho. Más vale que en tal caso le pese por haber callado que por haber hablado, pues lo primero tiene remedio, y lo segundo no.

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MensajePublicado: Dom Oct 19, 2008 2:29 pm    Asunto:
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CAPÍTULO III.

DE CÓMO HAS DE SER SORDO Y MUDO



La siguiente palabra de esta letra te aconseja que seas espiritualmente sordo, ca porque oyó el primer hombre, según dice el Señor, la voz de su mujer, le vinieron muchos daños. Nuestra mujer es nuestra sensualidad, a la cual en ninguna manera debe oírla ni entender la razón; y no contradice a esto ser mandado a Abrahán que oiga la voz de Sara; porque aquello fue después que cesaron en ella, según dice la Escritura, las cosas de mujeres (Gen 21,7); que entonces cesan en nuestra sensualidad cuando está bien sujeta a la razón; y lo que dice cuando está puesta en razón, es que echemos fuera la esclava y su hijo, desechando la imaginación y el distraimiento que de ello nace, para que así nos quedemos solos sin ruido de voces que atruenan nuestra ánima, como molino que nunca cesa de hacer estruendo dañoso al que mora en él; lo cual debe faltar en la casa de Dios cuando se edifica, donde no se ha de oír martillo, ni sierra, ni cosa de hierro, porque todos estos sonidos son roncos y no aplacen al ánima, antes le hacen mucho sinsabor (1 Re 6,7).

La tercera palabra dice que también seamos mudos en lo interior, no hablando palabra alguna, ni aun muy sutil, según lo aconseja la madre de Samuel (1 Sam 2,3); pues que el Señor es Dios de las ciencias, y quiere más que oren a Él callando y en espíritu y verdad que no con palabras mientras con mayor silencio le ruegan, más oye y mejor concede lo que le demandan, como parece en Moisés, al cual, aunque callaba, porque oraba en silencio, respondió como hombre importunado, diciendo (Ex 14,15): ¿Para qué me estás dando voces? Y que el Señor conceda presto a los que callan delante de Él lo que ellos desean, parece también en Zacarías, que estando mudo engendró a San Juan, que quiere decir gracia, y no habló hasta que nació, y después habló muy mejor que antes, pues quedó hecho tan glorioso profeta (Lc 1,64).

Si queremos engendrar en nuestras ánimas la gracia del Señor mediante su favor, y saber gloriosamente hablar de las cosas celestiales, primero, como dice Gersón, hemos de ser mudos, aun en lo interior del corazón, según aquello de Jeremías (Lam 3,25): Bueno es el Señor a los que esperan en el ánima que lo busca. Y para nos enseñar cómo lo hemos de buscar, dice luego: Buena cosa es esperar con silencio la salud de Dios. Y para denotar cuán continuos deben ser en esto, añade: Buena cosa es al varón cuando trajere el yugo desde su juventud; asentarse ha solitario, y callará y alzarse ha sobre sí mismo.

Todas estas palabras nos amonestan a que callemos en el corazón y guardemos en él perpetuo silencio si queremos subir en alta contemplación; por lo cual dice la glosa sobre aquella palabra: Esperar con silencio. Tanto aprovechó este profeta, que excluyendo y apartando todas las cosas que son del mundo, pasa allende de la dignidad angélica para poder hallar a quien ama; lo cual confiesa ser de esperar como sumo bien, y por que siempre se junte y allegue a Él, dice que es bueno al varón traer el yugo desde su juventud, y el yugo es ser solitario y asentarse y callar. Esto dice la glosa.

Es también de saber que el mudo naturalmente es sordo, en lo cual podemos en este caso entender que el que es mudo en lo interior, no formando en sí cogitación alguna, también debe ser sordo, no admitiendo las que, según dice el Sabio (Sab 6,19), causa la terrena habitación que abaja y reprime el sentido con sus muchas cogitaciones; y por eso con aviso se juntaron en nuestra letra estas dos palabras, mudo y sordo, para que en la una se nos defienda el pensamiento que nosotros causamos y pensamos adrede, y en la otra el que se ofrece por los muchos negocios y vanidades en que estamos ocupados.

Según estas dos cosas y conforme a ellas, dice San Buenaventura en su Mística teología, declarando a San Dionisio: Porque esta aprehensión es de arriba y no de las cosas bajas, es mandado destirpar el sentido exterior, lo cual no solamente se ha de entender del oficio de los sentidos de fuera, mas también de los sentidos de dentro. Lo de suso es de San Buenaventura, y la obra o noticia xperimental de ello viene de la mano de Dios, pues que Él dice que ha dado al ánima recogida zarcillos en las orejas para que sea sorda a las sanas cogitaciones, y también zarcillos sobre su boca (Ez 29,4) para que ella en sí no las forme ni cause.

Puédense también estas tres palabras, ciego y sordo y mudo, aplicar a las tres potencias de nuestra ánima: que el entendimiento sea ciego de la manera que tenemos dicho, no usando de conocimiento que lo pueda distraer de la suspensión, y la voluntad sea sorda al amor de las criaturas que la convidan, las cuales dos cosas toca San Buenaventura diciendo: Primero conviene dejar la consideración y amor de las cosas sensibles y la contemplación de todas las cosas inteligibles y que la pura afición se levante.

La memoria sea muda, no tratando ni revolviendo cosa que hablarse pueda, para que así entre Jesús, aunque no según la carne, sino según el espíritu al ánima, estando estas tres puertas cerradas, como entraba a los discípulos después de la resurrección cerradas las puertas del cenáculo, que tiene figura del ánima, do entra Dios a cenar si le abren solamente la puerta del consentimiento. Por estas cosas no quiero decir que primero se perfecciona con la gracia la esencia del ánima que sus potencias, pues que, según el mejor parecer, la esencia se perfecciona por las potencias, y las potencias por sus actos y operaciones medias, aunque lo primero no carezca de probabilidad; mas quiero decir que entonces viene Dios mejor al ánima cuando ella está cerrada a todo lo demás y no a Él; al cual se convierte toda entera con un ferviente deseo guiado por una noticia que no se refiere a criatura alguna, ca es sobre todas ellas.

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MensajePublicado: Dom Oct 19, 2008 2:37 pm    Asunto:
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CAPÍTULO IV.

DE LA MANSEDUMBRE



Porque lo ya dicho se declara más en los siguientes capítulos, ahora, dejándolo aparte hablemos de la postrera palabra, que nos amonesta ser mansos. Donde es de notar que, según los que saben y hablan de esta virtud, mansos se dirán los que tienen quietud de ánimo generoso, y tal que no de ligero se perturba por cosa que les acaezca.

Los mansos son moderados y templados en sus cosas; tienen domada la ira, no son impetuosos, sino muy aplacados; son los mansos personas dulces y no se oye palabra de amargura en su boca; son blandos y no ásperos. Son buenos de corazón y no maliciosos ni sospechosos de rencilla; todo lo tornan en benignidad y bondad; son sanos y no podridos, y no solamente del ánima, mas aun del cuerpo; son los naturalmente mansos naturalmente sanos; no provocan ni son provocados a mal, ni empecen ni son empecidos; no tienen rencor con nadie; casi siempre están de su ser; no son de ligero movibles; dan casi siempre lugar al mal; disimulan muchas cosas; son de ligero corregibles; no resisten aunque sepan recibir el golpe con llagas; no son heridos; no se entristecen, mas en todo se alegran; son muy tratables y muy llanos, hombres sencillos sin algún doblez; todo lo que tienen muestran casi en el rostro; son llenos de clemencia y de paciencia; son nobles de condición, bien partidos en lo que tienen. Finalmente, los mansos parecen más verdaderamente hombres que los que no lo son, porque el hombre, según dice el Sabio, es animal de su naturaleza manso, según lo muestra su figura, y los hombres bravos parece que se han tornado bestias fieras, sin misericordia ni condiciones de hombres.

Dichosos por cierto y bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra de su cuerpo sujeto y no rebelde, sino muy domable, y las riendas de la razón muy obedientes para ser llevado donde le mandaren.

Las ánimas de los mansos son a Dios muy sujetas, y por eso tales se les dan sus cuerpos cuales ellos se dan a Dios. Obedece el cuerpo al ánima que obedece a Dios, y es contrario a la que es contraria; al ánima mansa es el cuerpo manso, y a la que con ira quiebra el yugo del Señor es también el cuerpo rebelde; por tanto, benditos son los mansos, porque ellos, siendo poseídos de Dios, serán posesores de sí mismos con justo título, y poseerán también la tierra de los vivos, que es el cielo; porque, según dice San Agustín, ninguno poseerá a Dios en el cielo sino el que fuere poseído de Dios en la tierra. Los mansos verdaderamente poseen también las rosas de la tierra, pues cuando las pierden no pierden la mansedumbre, yéndose tras ellas presos como esclavos suyos, mas con quietud, cuando las pierden, les dan licencia que se vayan en paz, mostrando que no eran de ellas poseídos (Sof 2,3).

Bienaventurados son los mansos, pues a ellos especialmente es mandado que busquen a Dios, en señal que está presto Él para se les dar; porque así como una ave mansa se acompaña contra su semejable, así el manso rey Jesucristo (Mt 21,5), cordero manso que por nos es llevado al sacrificio, se acompaña muy de voluntad con los mansos como Él. Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán las sillas de los soberbios demonios y se asentarán quietamente en ellas; porque escrito está (Eclo 10,17) que desembaraza Dios las sillas de los capitanes soberbios, e hizo que los mansos se asentasen sobre ellas. Bienaventurados los mansos, porque ellos son verdaderamente discípulos de Cristo (Mt 5,4), el cual, más manso que lsaac, se tendió sobre la leña de la cruz para ser allí herido, y guardó para sí la mansedumbre llamándose de ella maestro, y convidándonos a que vayamos a su escuela, que es la cruz, a la aprender.

Bienaventurados los mansos, porque ellos en la guerra de este mundo están amparados de muchas sacas de lana para recebir los tiros de la artillería del demonio y los golpes de las persecuciones del mundo; son como vasos de vidrio cerrados de paja o heno por que no se quiebren con algún golpe; la mansedumbre les es escudo muy recio en que se falsea y deshacen los golpes de las saetas agudas de la ira. Andan vestidos de vestidura de algodón muy blando y muy defensivo sin ofender a nadie.

Bienaventurados son los mansos, pues tienen la virtud de la piedra imán, que trae a sí el hierro por halagos naturales. La dureza de los corazones ásperos no hay como se puede mejor atraer que con mansedumbre, como parece en el manso David (1 Sam 24,17-18), que muchas veces ablandó el corazón de su gran enemigo Saúl, y aun lo hizo llorar y lo convirtió a misericordia.

Bienaventurados los mansos, pues tienen cierta el audiencia del Señor y no se les cierra; saben que siempre oirá Dios los ruegos de ellos, porque escrito está (Jdt 9,11): Siempre te agradó, Señor, la oración y ruegos de los humildes y de los mansos.

Bienaventurados los mansos, que tienen a Dios por defensor y vengador de sus injurias (Is 11,4), como parece en Moisés (Ex 12,1-8); contra el cual, como hablasen Arón y María, su hermana, y lo oyese Dios, fue muy airado; y la causa por que, siendo livianas las palabras, se airó Dios tanto, da la Escritura diciendo que era Moisés el hombre más manso que moraba en la tierra; y así el que era más manso alcanzó más gracia y cabida con Dios que todos los de su tiempo; porque su santidad y gracia comparada a las de los otros, según dice el Señor, era como la verdad comparada al sueño y como el cuerpo comparado a la sombra que hace.

Ahora, hermano, pues que has visto la excelencia de la mansedumbre, no queda sino rogarte que la busques y procures; porque ella es huéspeda de la oración, según dice el Apóstol, y entrambas son muy buenas compañeras y amigas; la una a la otra se favorecen; crece la una y la otra; si la una falta, la otra desfallece; apenas se hallan apartadas; no se halla la una sin la otra; son como Marta y María, hermanas muy amadas, que juntas reciben en su casa al Señor y quiérense servir la una de la otra para mejor servir al Señor.
La causa por que he querido hacer en esta letra más mención de la mansedumbre que de otra virtud es porque la cosa natural que más puede ayudar al hombre en este negocio espiritual de que nuestro tercero alfabeto trata es la mansedumbre; y si no la tienes, ella es la que primero debes buscar; porque hágote saber que es la cosa que más conserva la gracia del Señor.

Donde acaece muchas veces a los que se llegan a Dios, que le sienten con su gracia en el pecho, y en moviéndose un poco a ira, por pequeña que sea, se hallan vacíos, que ni saben qué se hizo la gracia que antes sentían ni dó se fue. Lo mismo siente hablando palabras ásperas, a las cuales se altera naturalmente el corazón, y así vacía de sí el licor de la gracia que tenía.

Esto sé y de esto te aviso: plega al Señor que lo conozcas y no seas tú como algunos, que después de se haber desconcertado en palabras, dicen que sin pena las dijeron, y que no sienten agraviada su conciencia, pues fue buena su intención. Si dijesen que no sienten solamente, creerlos había, teniéndolos por inservibles; pero pues dicen que no erraron, no los creo; pues casi palpablemente se conoce lo que tengo dicho, y es que a un pequeño movimiento de ira, o con algunas palabras que diga hombre devoto de ésta, perece lo que sentía antes; por lo cual dice nuestro padre San Francisco que la ira y conturbación impiden la caridad.

Y dejando aparte lo que tengo dicho, cosa clara es que la mansedumbre sabe mejor corregir que no la ira; y no solamente a los otros, mas los mismos en que mora, según aquello del salmo (Sal 89,17): Vendrá la mansedumbre y seremos corregidos. No hay tiempo en que el hombre mejor se conozca y reprehenda que cuando está manso, porque entonces ve claramente la verdad en sí y en los otros. Los que son bien mirados, cuando sienten haber perdido la mansedumbre, cesan de castigar por no ser de Dios castigados y por esperar la mansedumbre, y serán a Él en esto semejantes, del cual se dice (Sab 12,18) que juzgó en tranquilidad y sosiego.

Otros hay mejor mirados, que cuando se ven con ira perdonan para se vengar de sí mismos, conociendo que más erraron ellos en tomar ira que los otros en los ofender, pues ellos con la ira ofendieron a Dios, y los otros a los hombres.

Hay, empero algunos de atrevido juicio, y dicen que sin ira no se puede hacer bien el castigo de los culpados, y por esto dicen aquello del profeta (Is 12,1): La indignación mía me ayudó. Y también el salmo dice: Airaos y no queráis pecar.

Miren éstos para qué confunden aquel consejo que les da el Sabio, diciendo (Eclo 3,19): Hijo, acaba tus obras en mansedumbre y serás amado sobre la gloria de los hombres. Dice en especial que acabemos nuestras obras en mansedumbre, socorriendo a la parte do suele más venir el peligro, porque muchos comienzan en mansedumbre, y como se va encendiendo la cólera, acaban en ira. Y dice más: Que será el que acabare en mansedumbre amado sobre la gloria de los hombres, porque son mansos; más son ángeles que hombres.

A lo que éstos dicen se responde que ninguna ira es buena, porque la ira natural es penosa aun al mismo que la tiene, y por ella acontece perderse aquella gracia que dije, la cual da el Señor graciosamente a quien le place; y la ira, que es pecado venial tiene pena temporal; de la otra no hay duda sino que será castigada para siempre.

Y la indignación e ira de que el profeta y el salmo hablan no la entienden los que la alegan, porque no quiere decir sino celo, el cual ayuda a los hombres flacos para ejecutar la justicia. Y lo otro: Airaos y no queráis pecar, quiere decir: Tened celo y sea según ciencia: con el celo no salgáis de la razón.

Ruego, pues, a los que mandan, se quieran acordar de aquel dicho de San Jerónimo: No hay cosa más torpe que el furioso mandón, el cual, como debe ser manso a todos, anda haciendo ruido, echado el ceño, tremiendo los labios, la frente arrugada, desenfrenado en denuedos, el gesto demudado, clamoroso con rencilla; y no solamente aparta del bien a los que yerran, mas con su crueldad los derriba en el profundo de los vicios. Esto dice aquel santo; y cuánta verdad tenga, más lo saben los que son mandados que no los que mandan.

Tornando a lo primero, debe ser el hombre devoto manso en el corazón, para que conciba temor y paciencia; y manso en la palabra, para templar el furor de aquellos con quien conversa, respondiendo, según dice el Sabio (Eclo 4,34), pacíficamente en mansedumbre para quebrantar la ira. Debe también ser manso en sus obras, para procurar amor y ser de todos querido, y para que con mansedumbre acreciente gracia, según aquello que está escrito (2 Sam 22, 36): Mi mansedumbre me ha multiplicado.

Ruégote, pues, hermano, juntamente con el Apóstol (2 Tim 2,24-25), por la mansedumbre de Jesucristo, que seas manso, porque a anunciar la salud a los mansos fue enviado; recibe su inspiración en mansedumbre, por que te goces; nunca desampares la mansedumbre si nunca quieres ser desamparado; tenla siempre contigo, por que siempre tengas aparejo para recibir su gracia; ten mansedumbre si quieres guardar tu ánima y estar armado de las armas de nuestro Redentor; anda y conversa dignamente con toda humildad y mansedumbre con paciencia, sufriendo a los otros en caridad, solicito en guardar la unidad del espíritu en lazo de paz (Ef 4,2-3).

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MensajePublicado: Vie Oct 24, 2008 5:58 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CUARTO TRATADO

HABLA DE LA GUARDA DEL CORAZÓN, DICIENDO:

DESEMBARAZA EL CORAZÓN Y VACÍA TODO LO CRIADO


Esta nuestra letra, pues habla del corazón, cosa clara es que no será dirigida ni se dirá a los que no tienen corazón. No se dice a los descorazonados que no tienen resabio ninguno de espíritu en sí; mas viven como si no tuviesen corazón ni ánima, a los cuales dice Dios (Jer 17,5-6): Maldito sea el hombre que confía en el hombre y pone su fortaleza en la carne y su corazón se aparta de Dios, porque aquéste será así como retama en el desierto, y no verá cuando viniere el bien; mas morará en el desierto en sequedad, en tierra salada y que no se puede habitar.

El que confía en el hombre y pone su fortaleza en la carne es el que solamente es solicito en las cosas que tocan al cuerpo carnal, olvidando las que tocan a su ánima y no curando de ellas. Éste es maldito de aquella maldición: Id, malditos de mi Padre, pues ninguna misericordia tuvistes conmigo, sino con vuestra carne, confiando en el hombre exterior que de fuera parece y olvidando el espíritu interior, que es invisible. El corazón de aquéstos se aparta de Dios por seguir sus proprios intereses y los que a ellos les viene bien; y como Dios sea vía, verdad y vida, no pueden ir sino descaminados sin el camino, y a parar al despeñadero del infierno; y sin la verdad serán traídos a error y engañados del demonio, y sin la vida vendrán al poder de la muerte.

En estas cosas ha de parar el corazón que se aparta de Dios, lo cual en equivalencia se declara en las palabras siguientes, pues dice que ha de ser así como retama en el desierto que solamente vale para el fuego; ca inútil y sin fruto es muy amarga.

Cuando viniere el bien de gracia o de gloria, no lo verá, porque tendrá con la que amó cubiertos los ojos y ciegos de muy encarnizados en las cosas corporales.

Mora en el desierto, pues que se aparta del amparo de Dios; está plantado y ha echado ya raíces en la sequedad de la devoción, y una sola lágrima nunca se ve en sus ojos, y más, que la tierra donde mora es salada para lo provocar más a sed, aunque está seco (Lc 15,14).

Los que moran en la región desierta de Dios, que son los vicios y pecados, nunca dicen basta, ni dan fin a sus maldades; mas antes en aquella región siempre hay hambre, y nunca se harta el mal deseo del corazón humano; porque así como, echando en algún vaso esquinado cosa que sea redonda y no esquinada, nunca el tal vaso se puede henchir, así el corazón del hombre, hecho al molde triangulado y esquinado de la Santísima Trinidad, no puede ser harto con los vicios, que son redondos, pues van rodando al infierno. Hasta que el Padre ocupe el rincón de nuestra memoria, y el Hijo el de nuestro entendimiento, y el Espíritu Santo el de nuestra voluntad, no estará nuestro corazón satisfecho ni harto, y para esto ha de morar nuestro corazón en tierra habitable, que es el ánima; y de aquí es que el corazón del sabio se dice (Ecl 10,2) estar en la parte diestra, y el del ignorante en la siniestra; y en otra parte se dice (Sal 108,31) que Dios está a la diestra del pobre, no, sin duda, en otra parte sino en el corazón, que allí halla para lo enriquecer con su gracia, la cual no puede recibir el siniestro corazón, puesto en las vanidades y locuras desconcertadas; y por esto con este tal no habla nuestra letra, ni tampoco es dirigida a los hombres que tienen dos corazones, porque no es menor mal tener dos corazones que carecer de uno.

En las cosas que se impiden unas a otras, la pérdida es riqueza, porque más hace una que no muchas, como parece en el que muda los dientes si no se sacan los primeros; y en la cepa que no se poda, cuyos sarmientos, mientras más fueren, son de menos provecho. Si uno tuviese dos lenguas, no hay duda sino que la una sería impedimento a la otra, y se estorbarían a hablar; así los que tienen dos corazones son impedidos en sus obras, y el uno por el otro no hacen cosa que buena sea, como dos negociaciones, que impidiéndose, ninguna cosa niegan y hacen menos, siendo dos, que si una sola fuera.

Así acontece a los que moran en la religión y en el mundo: quieren usar de todo; con los religiosos tienen una poca de apariencia a sus tiempos, y en otras cosas muestran tener en su pecho muchas costumbres seglares en estima de honra, y de linaje, y de habilidad, y de oficio; éstos, en la religión, mal de su grado, han de tener corazón, porque les han de hacer seguir las cosas de ella; en el siglo ellos de su voluntad tienen puesto el corazón, según parece por sus obras, y desde que juntan estas dos cosas, impídense las unas a las otras, que ni son bien frailes ni bien seglares, y por esto más les valiera tener un corazón que no dos, pues con uno fueran lo que habían de ser acá o allá, y así ni son acá lo que deben, ni allá lo que querrían.

Si un hombre tuviese dos cabezas y quisiese ser cristiano, para lo bautizar habían de ver si en aquel hombre hay diversas voluntades; y si las hay, como se crea tener dos ánimas, habían de bautizar cada cabeza por sí, poniéndole nombre diverso; y si después tuviese el uno perversa y mala voluntad, dañarse había, y si el otro la tuviese buena, sería salvo. La mitad de su cuerpo llevaría Dios, y la mitad el demonio.

No sé qué me juzgue de aquellos que, según dije, tienen dos corazones, sino lo que juzgaría de este ejemplo que puse, porque a este tal deberíamos poner dos nombres y llamarle fray Seglar juntamente: primero fray, porque primero se ofrece a nuestros ojos el hábito de la santa religión que trae. Mas desde que conozcamos sus costumbres, bauticémoslo otra vez, formando de él otra opinión, y añadamos el segundo nombre al primero, y digámosle fray Seglar. De la partición de aquéste a respecto del otro no quiero hablar, pues lo ha con quien no querrá perder su parte; la justicia de Dios llevará el ánima a la pena del daño, y el demonio su cuerpo a la pena del sentido.

Pluguiese a Dios que este tal, mientras vive en la religión (a la cual fuera mejor no haber venido), tuviese aquellos dos nombres escritos en la frente, para que así fuese conocido judas entre los apóstoles y Caín entre los hijos de Adán señalado, y Satanás entre los hijos de Dios no se trasfigurase en ángel de luz. Si así fuese, los que vienen a la religión verían que no han de seguir ni remediar aquél, pues él no sigue lo que debe, y cuando de él viesen proceder cosas contrarias a su hábito, no se escandalizarían; ni tomarían mal ejemplo, ni se maravillarían, pues tiene dos corazones, el uno contrario del otro, que es mayor mal que tener dos narices o dos lenguas; donde el Sabio se compadece de los tales diciendo (Eclo 2,14): ¡Ay del hombre que tiene doblado corazón, y del pecador que entra a la tierra por dos caminos!

Sobre lo segundo dice la glosa: Por dos caminos entra a la tierra el que hace mal y espera bien, y el que sigue las obras de la carne y piensa obrar en temor de santificación del espíritu, y el que las cosas de Dios muestra en la obra y las del mundo busca en el pensamiento. De estos tales dice el profeta (Os 10,2): Diviso está el corazón (le ellos; ahora morirán; Dios quebrantará las estatuas de ellos y destruirá sus altares.
Ni se dice tampoco nuestra letra a los que tienen el corazón duro en sus malas costumbres, endurecido en sus pareceres, hechos ya faraones, que por más que les digáis no dejarán la dureza de su corazón, que está obstinado en sequedad, apartado más de las lágrimas que la piedra seca del desierto; porque ella con dos golpes dio agua, mas éstos ni con el golpe del temor ni con el del amor serán más blandos que hasta aquí. Tienen hechos callos duros en sus corazones, y tan duros, según dice Jeremías (Jer 17,1), como diamantes, que ningún golpe los quebranta. Éstos, según dice Job (Job 24,13), son rebeldes a la lumbre, y por su rebeldía y dureza merecen ser dejados aparte (Jer 13,9-10), pues será más fácil tornar blanco a un negro de Guinea que a éstos tornarlos devotos.

Ni se amonesta la sentencia de nuestra letra a los que no tienen domado su corazón, cuya natural condición es querer volar a todo lo que ve, como el gavilán que es traído en la mano, los ojos descubiertos, el cual nunca tiene reposo, sino a todo quiere volar; y por eso débenle cubrir los ojos, para que aprenda a volar solamente a la presa que le conviene con más ímpetu y deseo desde que se la muestran. A esto nos amonesta el Sabio cuando dice (Ecl 7,21): No des tu corazón a todas las cosas que se dicen. Dichoso se puede llamar el que con tanta astucia guarda el corazón para la caza espiritual, donde Dios es la presa, como es guardado un gavilán para tomar pájaros. A este tal dice nuestra letra que desembarace su corazón para recibir a Dios, y aparte de él todos los impedimentos que pueden ser causa que su corazón desmerezca de tal morador y huésped.

Y porque los que han sido reprehendidos no se quejen ni piensen que les falta Dios si ellos primero no faltan a Él, tampoco dejan de hacer su posibilidad, porque donde no pensamos se van muchos a posar el Señor; Él fue a buscar al publicano Zaqueo y al otro cambiador; y Elías se convidó y hizo huésped de la pobre vieja que andaba a coger serojas; y Cristo, dejada la ciudad de Nazaret, se fue lejos de allí a nacer en un diversorio de Belén, donde ninguno pensaba que había de morar tan gran Señor.

Lo que éstos deben hacer escribe el profeta Jeremías, el cual, según la traslación de los Setenta, dice (Jer 31,33): Pon tu corazón sobre tus hombros. Acontece a muchos que o por descuido o por ser el corazón en sí de poco reposo lo pierden, de lo cual se queja David cuando dice (Sal 39,13): Mi corazón me ha dejado. Estos tales débenlo ir buscar como el buen pastor que buscó la oveja perdida y la trajo en sus hombros. De esta manera cumplirán lo que Jeremías decía, y pondrán su corazón sobre sus hombros. No lo deben traer a pie por tierra, sino levantarlo en alto sobre los hombros, que son los grandes ejercicios y altos deseos, para que así pongan su principado sobre sus hombros. De esta manera lo hacía David, cuando decía a Dios: Tu siervo, Señor, ha hallado su corazón para orar a ti en esta oración. Sobre esto dice la glosa (2 Sam 7,27): Ninguna cosa hay más huidora que el corazón, el cual por la discreción se detiene. Señala David que halló su corazón para orar en esta oración, especialmente porque para darse el hombre a la oración, de que este tercero alfabeto trata, es cosa muy esencial ceñir y apretar y encarcelar el corazón y hacerle una jaula de perpetuo silencio, donde lo encerremos para evitar vagueaciones suyas, según aquello del Sabio (Prov 4,23): Guarda tu corazón con toda guarda, porque de él procede la vida.

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CAPÍTULO II.

EN QUE SE DECLARAN LAS PALABRAS QUE DIJO EL SABIO



Para que podamos barruntar la profundidad de aquestas palabras, es menester que notemos la ponderación y preámbulo que hace Salomón antes que las diga; cómo las vende, cómo las alaba, cómo avisa al que las ha de oír, cómo torna benévolo al discípulo que las dice, cómo despierta su deseo para las saber y lo provoca a tener atención, y parar mientes en ellas diciéndole antes que le dijese esta sentencia breve que viste: Hijo, escucha mis palabras con los oídos de tu ánima, y a mis razones inclina tus orejas, y no se aparten de tus ojos; guárdalas en medio de tu corazón, porque vida son a los que las hallan, y a toda carne son sanidad. Todo aquesto dice Salomón encareciendo lo que luego tras ello escribió como sustancia abreviada de toda la perfección del hombre, y fue aquesto: Guarda tu corazón con toda guarda, porque de él procede la vida.

¡Oh breve sentencia!, ¡oh grande doctrina!, ¡oh dicho digno de ser siempre hallado!, ¡oh palabra que siempre se había de oír!, ¡oh consejo que siempre se había de obrar!, ¡oh sustancia de la vida espiritual!, ¡oh razón de la cual están pendientes la ley y los profetas, y en el cual se resuelve toda la ley de Dios! Oíd todos los que tenéis oídos este dicho tan profundo, tan alto, tan ancho, tan necesario de ser sabido, tan provechoso y digno de ser esculpido al derredor del corazón, señaladas las letras y entretalladas con piedras preciosas: Guarda tu corazón con toda guarda, porque de él procede la vida.

No hay ponderación ni precio con que esta sentencia se pueda bien vender. No lo alcanzaron los filósofos ni sabios del mundo; los médicos todos juntos con sus libros y experiencias no dan tal remedio para la vida del cuerpo, en todo cuanto escriben y hablan, como estas pocas palabras lo dan para la vida del ánima, que es más de desear. Y esto no es maravilla, porque no se trajo a la tierra por espíritu humano, sino el más sabio de los que moraban en la tierra, inspirado y entonado por el Espíritu Santo, después de haber él en sí experimentado su misma razón, dice por mandato de Dios (Prov 4,23): Guarda tu corazón con toda guarda, porque de él procede la vida.

Bienaventurado es el varón que oye y guarda esta revelación celestial (Ap 22,7), pues tiene en ella la más firme y breve y compendiosa y provechosa doctrina que puede ser pensada, y es como candela que en lugar obscuro resplandece hasta que aclare el día de la gloria, y el lucero de la vida, Cristo, resplandezca en nuestros corazones, guardándolos con toda guarda, y el que es vida procediendo de ellas (2 Pe 1,19).

Entre cuantas cosas yo he leído y oído y pensado que me hayan parecido bien, ninguna más altamente se me asentó, ni con más apretado nudo se ató conmigo, ni más veces se me ofrece que esta dichosa sentencia, para cuya alabanza quisiera tener lengua, y para entender la lumbre, y para declarar la elocuencia, y con todas estas cosas no pensara igualar a lo que en ella se encierra.

Mostró el Sabio, antes que dijese esta sentencia, el amor y caridad con que tal secreto descubría; y por eso al que la decía llamó hijo, dando también a entender ser ésta la mejor heredad que como padre nos podía dejar, donde propria cosa es al padre enseñar al hijo la mejor manera y modo que sabe para que venga en prosperidad; lo cual hizo el Sabio en nos manifestar tan gananciosa y provechosa sentencia; y por esto llama hijo a aquel a quien la dice, haciéndolo de ella heredero y cumpliendo lo que el padre es más obligado a cumplir, que es dar doctrina a su hijo; y, por tanto, le dice que escuche; como si dijese: Pues yo como padre tuyo te enseño; tú como hijo humilde debes escuchar, inclinando humildemente los oídos del ánima como vasos para recibir la doctrina de tanta necesidad.

Dice más: que no se aparte lo que le ha de decir de sus ojos, dejando pasar esta sentencia como se suelen dejar otras muchas; no así, mas haz de aquestas pocas palabras un libro, y no leas en otro, sino en él, y tenlo siempre abierto delante de tus ojos. Y porque el libro podía perecer, y la vista se podía cansar, aconséjale otra cosa, y es que las guarde en medio de su corazón, pues son doctrina del corazón. Y porque el discípulo pudiera responder que el corazón es silla de la vida, adonde ningún otro se debe sentar, añade Salomón que las palabras que él ha de decir son vida a los que las hallan, esto es, a los que por experiencia hallan lo que ellas amonestan. Aquel halla verdaderamente y enteramente lo que quiere decir la sentencia que siente en sí el fruto de ella obrándola.

Dice más: que a toda carne son sanidad, porque no solamente causan vida espiritual en el ánima, mas aun en la misma carne pacifica las tentaciones y sana las llagas y malas inclinaciones que los pecados causaron, poniendo remedio a toda la vida carnal. Razón es que creamos al Sabio las propriedades de aquesta sentencia, en que nos amonesta que guardemos el corazón con toda guarda, pues no menos fue inspirado del Espíritu Santo para decir lo uno que para decir lo otro. Sobre estas palabras dice la glosa que quiso decir el Sabio que guardásemos el corazón con toda diligencia, como se guarda el castillo que está cercado, poniendo contra los tres cercadores tres amparos: contra la carne, que nos cerca con deleites, poner la castidad; contra el mundo, que nos rodea con riquezas, poner la liberalidad y limosna; contra el demonio, que nos persigue con rencores y envidia, poner la caridad.

Hemos de guardar el corazón con toda guarda, porque el examen suyo es el examen de toda nuestra vida; por la sentencia que se da sobre la guarda del corazón pasa toda la vida del hombre, del cual, según apunta otra glosa, si bien se guarda procede la vida, y si mal se guarda, procede la muerte. Y de aquí es lo que dice San Isidoro: Grande miramiento es de tener acerca de la guarda del corazón, porque allí consiste el principio del bien o del mal. Esto mismo quiso decir Cristo cuando dijo (Lc 6,43): No hay árbol bueno que haga mal fruto, ni árbol malo que lo haga bueno; cual es el árbol, tal fruto lleva; el buen hombre, del buen tesoro de su corazón saca buena cosa; el mal hombre, del mal tesoro de su corazón saca mala cosa, porque de la abundancia del corazón habla la boca.
En estas palabras quiso el Señor decir que el principio del mal o del bien estaba en el corazón, de cuya abundancia procedía lo demás en gran conformidad, como el fruto se conforma con su árbol en ser malo o bueno. De manera que así como todo movimiento exterior procede del primero movimiento que se causa en el corazón, así toda obra buena o mala se denomina y se llama tal cual fue la primera intención del corazón espiritual, que es la intención del hombre, y de allí toman principio las obras de los mortales.

El pensamiento es como raíz de la obra; si éste es bueno, procede buen fruto; si es malo, por consiguiente, procede mal fruto, donde San Isidoro dice: El pensamiento pare delectación; la delectación pare consentimiento; el consentimiento pare la obra; la obra pare la costumbre; la costumbre pare necesidad; la necesidad pare desesperación. Y por esto dice San Gregorio: Con toda la virtud ha de ser guarnecida la entrada del ánima, por que los enemigos asechadores no entren por el agujero de la disimulada y negligente cogitación. De toda parte, según este santo dice, ha de ser puesta guarda al corazón, extendiendo y abriendo bien los ojos, por que cada uno se mire de aquí y de allí con diligencia, y mientras permanece en la vida conózcase puesto en batalla contra espirituales enemigos, de los cuales se guarde por que no pierda en unas obras lo que ganó en otras, cerrando una puerta a los enemigos y abriéndoles otra. Donde si alguna ciudad estuviese guarnecida contra sus enemigos de grande baluarte y está cercada de grandes muros y fuertes, y encima de las torres tenga segura guarda, si a un solo portillo por negligencia falte defensión, por allí sin duda entrará el enemigo que parecía ser excluso y apartado por cualquier vía.

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MensajePublicado: Mar Oct 28, 2008 6:04 pm    Asunto:
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CAPÍTULO III.

DE CÓMO HAS DE GUARDAR EL CORAZÓN A MANERA DE CASTILLO



Tres potencias principales tiene nuestra ánima: la potencia rac ional y fuerza de la razón, con que se rige; la potencia irascible, con que se defiende, y la potencia que desea, con que se provee. Estas tres potencias han de ser guardas del corazón para estar seguro de toda parte. Donde has de notar que, según dice el Sabio (Eclo 26,5-9), tres cosas temió su corazón, y podíamos decir que son engaño y fuerza y hambre. Por estas tres vías puede ser preso el corazón y herido, según se figura en Joab (2 Sam 18,14), el cual hincó tres lanzas en el corazón de Absalón, y así lo mató. Joab quiere decir paternidad, y es el demonio, padre de los malos, con los cuales trae guerra, porque, aunque sus hijos, no los perdona; y de aquí es que Joab era capitán de David, el cual traía guerra con su hijo. Absalón quiere decir paz de su padre, y es el pecador hijo de demonio, que, cuando se da por vencido, hace paz con él. Entonces está el demonio en paz con el pecador cuando lo ha vencido, y entonces es propriamente hijo suyo, y no lo fatiga tanto con tentaciones, cuasi teniendo paz con él, pues sabe que no ha de hacer sino lo que él le pudiera amonestar.

Cosa es conocida que son más guerreador de los vicios los hijos de Dios que los hijos del demonio, porque los primeros los contradicen y los otros no. Este Joab que es el demonio, atraviesa el corazón de Absalón con las tres lanzas que dice, con engaño y con miedo y con hambre de mal deseo, con las cuales mató a Absalón, cuya muerte causaron tres males: el uno fue un malo y engañoso consejo a que él dio crédito; el otro, la hambre y codicia que tuvo de reinar; el tercero fue el miedo que llevaba cuando iba huyendo; el cual fue tanto que no supo guiar la bestia en que iba, ni poner cobro en evitar el daño que recibió, pues fácilmente lo pudiera hacer.

Con estas tres lanzas mató también el demonio a judas. Lo primero, cuando le hizo increyente que Cristo nuestro Redentor no alcanzara a conocer sus maldades. Lo segundo, púsole hambre de dinero, que por él le prometieron. Lo tercero, púsole miedo de venir a demandar misericordia, y así lo llevó a la horca y reventó por medio y derramáronse en tierra sus entrañas, no quedando su desguarnecido corazón en el cuerpo. De esta manera engañó también al primer hombre, ca le hizo creer que su pecado fuera venial y ligero de perdonar, y que Dios no se había de haber tan rigurosamente con él. Lo segundo, inspiróle hambre y deseo de complacer a su mujer y no enojarla. Lo tercero, que después le causó tanto temor que lo hizo huir de aquel a quien había de ir a buscar para, echado a sus pies, demandar misericordia como lo hizo la Magdalena.

Y finalmente, si bien miramos en ello, por la forma ya dicha prende y vence el corazón sin guarda de los pecadores, en parte o en todo; los cuales, si quieren seguir el gran consejo del Sabio, deben a estos tres peligros poner por guardas los tres poderíos del ánimo que dije. Contra el engaño esté la razón examinadora, según tenemos ejemplo en la Virgen, que, viendo al ángel de la luz, comenzó a pensar, como dice San Lucas, la calidad de su hablar, parando mientes que no se escondiese el engaño debajo de la buena razón y las tinieblas debajo del resplandor que de fuera parecía, por que no entrase cosa sin mucho examen a su corazón.

A la segunda puerta por do suele entrar el miedo y padecer fuerza, se ponga la potencia irascible muy celadora que defiende y lanza los temores nocturnos, como lo hacían aquellos de los cuales se dice (Cant 3,Cool: Cada uno tenía su espada sobre el muslo por los temores nocturnos. En el muslo se nota la castidad que con rigor se guarda, ca así lo hacía San Pablo (1 Cor 9,27), que castigaba su cuerpo y lo reducía en servidumbre. Y el bienaventurado mártir San Vicente, estando delante del juez, que pensaba amedrentar los cristianos, para que así negasen, dijo a otro mártir que mansamente respondía: Por qué estás hablando entre dientes y con palabras mansas a aqueste soberbio? No cures sino con exclamación, para que con la misma autoridad de la voz su rabia, que ladra contra su señor, sea quebrantada.

A la tercera parte donde se espera peligro, que es la hambre y mal deseo traído por el demonio, se ponga el apetito y codicia de las cosas celestiales, como lo hacía aquel al cual dice el ángel (Dan 9,23): Yo vengo a enseñarte, porque eres varón de deseos. No hay a quien menos puedan vencer las cosas terrenales que al que más desea las celestiales.

Y es de notar que, si el demonio solamente halla la una parte o camino de estos tres mal guardado, por allí se entra al castillo del corazón, y a unos prende por una manera y a otros por otra, sin ejercitar todas tres cosas en una persona; basta una para lo hacer de todas culpado; empero, si de él queremos estar seguros, debemos guardar el corazón con toda guarda, pues de él sale la vida, y la manera que hayamos de tener en lo guardar se figura en el paraíso terrenal, del cual se dice (Gen 3,24): Puso delante del paraíso del deleite querubines, y un cuchillo encendido de fuego, ligero de volver para guardar al camino del árbol de la vida.

El corazón del justo es paraíso terrenal, donde se viene el Señor a deleitar, porque El dice que sus deleites son morar con los hijos de los hombres. Y es también a nosotros paraíso del deleite, porque en el corazón comenzamos a gustar el deleite del paraíso, mayormente cuando mora Dios en él, y este deleite que en el corazón se gusta, como el Sabio dice (Eclo 30,16), es mayor que todo el mundano placer.

Costumbre es a los grandes señores tener en los campos casas de deporte donde se van a holgar muchas veces, según parece en la casa del bosque del rey Salomón y en el huerto del rey Asuero, donde se solían a haber placer; así nuestro Rey y Señor Dios, no contento con lo que en el paraíso celestial tenía, quiso hacer acá en la tierra una casa para su deporte, que es el corazón del hombre, y llámalo paraíso terrenal (Cor iusti est paradisus). Llámalo paraíso, porque dondequiera que él está y se da a gustar, es paraíso. Llámalo terrenal, porque está en la tierra de nuestro cuerpo situado. De este paraíso se escribe: La gracia es así como paraíso en bendiciones (Eclo 40,2Cool, y la misericordia permanece en el siglo.

Hácese en esta razón del Sabio más mención de la gracia que no del corazón, porque si él es paraíso, es por la gracia del Señor que en él mora, la cual es como fuente que riega el paraíso del corazón; y dícese que la fuente principal del paraíso se divide en cuatro, porque fortalece en nuestro corazón las cuatro virtudes
cardinales, según pone la glosa, que son justicia y temperanza, fortaleza y prudencia, con que nuestra ánima se dispone para producir muchas obras buenas.
Y dice más el Sabio, que este paraíso está en bendiciones, porque el tal corazón nunca cesa de bendecir a Dios y porque esto todo es don de Dios y no fuerzas humanas. Dice que la misericordia permanece en el siglo, queriendo dar a entender que de esta manera hace Dios en este siglo permaneciente misericordia, mayormente si el tal corazón, de ser paraíso terrenal, es al fin de la vida llevado a la vida eterna, do será para siempre araíso celestial; lo cual promete el Señor por el profeta, diciendo (Is 60,13): Yo glorificaré la casa de mi Majestad.
Este paraíso, que es el corazón, se dice haber sido plantado por Dios desde el principio, porque en el principio de nuestra conversión, que fue en el bautismo, infundió en él la fe y la esperanza y la caridad para favorecer las tres fuerzas susodichas. A este paraíso viene Dios a reprehender a los que ama, cuando pecan, a lo cual viene muchas veces por nuestra flaqueza, ca no creo que vive en la tierra hombre semejante al que dijo (Job 27,6): Nunca en toda mi vida me reprehendió mi corazón.
Cuando te reprehendiere tu corazón, conoce que Dios ha venido a él a castigar tus excesos, y si no quieres ser lanzado fuera de tu corazón como Adán, has de conocer tu culpa, y no recorrer a las hojas de la excusa, haciendo leve y ligero tu pecado como una hoja que lleva el viento; mas di con el profeta David: Mis maldades han subido sobre mi cabeza, y así como carga pesada están sobre mí. Si de esta manera respondes, quitarte ha Dios la carga de tus pecados, y tomarla ha Él a sus cuestas, y si de otra manera, dejándotela a tus cuestas, te hará conocer cuánto pesa, como a los primeros pecadores, que con su carga, esto es, con su pena, echó fuera del paraíso.
En el paraíso terrenal había tres maneras de árboles: el árbol vedado, que se llamaba de la ciencia del bien y el mal, y el árbol de la vida y otros muchos que llevaban fruto y engendraban otros de su manera. Estos terceros significan muchas virtudes de que ha de estar plantado el corazón, y hagan fruto de buenas obras, y engendren en los prójimos por ejemplo otras así semejantes.

El árbol vedado es la proprio voluntad, de la cual no hemos de comer, pues no la hemos de hacer; ca, según dice el Sabio (Eclo 18,27), hémonos de apartar della. Donde el Señor se queja de los que hacen el contrario, diciendo por el profeta Isaías (Is 58,5): Veis ahí que en el día de vuestro ayuno es fallada vuestra voluntad. Día de nuestro ayuno es toda obligación que tenemos a alguna cosa, la cual nos veda lo que de otra manera nos fuera licito; y de aquí es que todo mandamiento nos obliga a ayunar y apartar nuestra voluntad de lo que nos es vedado, si es negativo, y si es afirmativo, nos veda lo contrario; de manera que todo mandamiento es día de ayuno; en el cual, so pena de muerte, no hemos de comer del árbol vedado, que es nuestra proprio voluntad, que allí ha de cesar; lo cual si hacemos, seguírsenos ha mucho bien, y si no, mucho mal; por lo cual con justa causa se llamará árbol del bien y mal.

El árbol de la vida es la sabiduría espiritual y gusto sabroso de la contemplación; de la cual dice el Sabio (Prov 3,1Cool: Árbol de vida es a los que la tomaren y el que la tuviere es bienaventurado. Muchos toman la contemplación, empero con pocos reposa y pocos la tienen en costumbre y perseverante ejercicio. Aquel es y será dichoso que la tomare comenzando y la tuviere perseverando.

El corazón que estuviere tan bien poblado y tan hecho paraíso, con mucha razón debe ser guardado con toda guarda, según nos aconsejó el Sabio. Y la manera con que se ha de guardar se figura en la guarda del paraíso terrenal, de que hemos venido hablando, porque juntamente con figurarlo figura la guarda de él.

Tres cosas se pusieron delante del paraíso para impedir que ninguno entrase al árbol de la vida. Lo primero, es compañía de ángeles, y no de cualquiera, sino de los querubines. Lo segundo, era fuego muy ardiente que no se apagaba. Lo tercero, era una espada ligera de volver, que en sí tenía el fuego, aunque sin él pudiera herir y aunque el fuego sin ella pudiera quemar. Los ángeles eran de los querubines, cuya principal eminencia y propriedad es ser muy alumbrados en el saber y ciencia de Dios; por que así no pudiesen recibir engaño y perdiesen los hombres esperanza de los vencer por palabras, para les hacer abrir la puerta o darles entrada. Al fuego se juntó la espada, por que los hombres conociesen que, aunque con agua de lágrimas lo matasen, no quedaba segura la defensión de la espada, la cual se dice ligera de volver por nos enseñar que no bastaba astucia humana para huir su golpe; y esto se dice estar delante del paraíso, para que ni aun a la puerta pudiesen llegar.

Los que en lo exterior se muestran ser ángel por la vida angelical que en la tierra hacen, bien dan fe y muestran que en sus corazones como en paraíso mora Dios; empero, cuanto a lo interior, es menester que tengan en sí querubines, que son altos conocimientos de las cosas espirituales, para que, como dice el Sabio (Sab 4,11), la malicia no mude su entendimiento, ni por engaño sea tomada la una puerta del corazón y entren por ella ladrones a quitar el fruto del árbol de la vida, que con engaños se hurta y roba.
Dícese en Ezequiel (Ez 10,16) que los querubines alzaban sus alas y volaban para que las ruedas se levantasen de la tierra; ruedas son nuestros corazones, que apenas se pueden sosegar, los cuales, si en alto quieren subir, para estar más seguros los querubines, que son los altos pensamientos de Dios, se han de levantar de la tierra a ponerse en lo más alto por poder mejor atalayar, como viñadero que se pone en lo alto por poder bien guardar su viña.

La segunda puerta del corazón es la voluntad, que ha de tener en sí, para estar segura, el fuego del divino amor que mucho le conviene, por que así, a ejemplo de las zorras de Sansón (Jue 15, 5), queme y destruya las cosas del mundo, teniéndolas por ningunas o por muy flacas y desabridas como estopa, que no satisfacen en su deseo, y el fervor aparte las moscas de las mundanas tentaciones, así como lo hace el vapor cálido de la olla, no las dejando acercarse. El fuego tiene esta propiedad: que aparta las cosas diferentes y junta las semejantes, y así el amor encendido de Dios admite y da lugar a lo bueno y ahuyenta y lanza lo malo y contrario a la santidad.

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MensajePublicado: Mar Oct 28, 2008 6:06 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO IV.

DE LA TERCERA PUERTA DEL CORAZÓN



La tercera puerta del corazón es el hombre exterior o la sensualidad, que es lo mismo, por la cual da la carne combate al corazón, y a ella se ha de poner el cuchillo del temor que corte toda ocasión de mal, y con pena muy presta amenace y castigue a los que dieren combate, y ponga esfuerzo a los que son combatidos, así por amenaza como por favor, para que se defiendan y no den entrada. Y es de notar que a esta puerta se pone espada aguda y muy presta, porque aquí está el mayor peligro, como en puerta falsa y que está medio caída; al socorro de la cual hemos de ser muy ligeros meneando la espada de a dos manos, que es el temor servil o filial, por que así, de miedo o de vergüenza, se ponga resistencia.

De esta manera, aunque por la primera puerta, que es el entendimiento, venga la soberbia con sus vanas imaginaciones, será vencida por la sujeción que dará a Dios la lumbre de la razón; y aunque por la segunda puerta de la voluntad venga la avaricia, quemarle ha el amor de Dios todo su ejército, amando enteramente las cosas celestiales y teniendo por muy pocas las terrenales; y ronque por la puerta de la sensualidad venga la lujuria, el temor de Dios, que es cuchillo muy agudo, circuncidará a todas las demasías de la carne y la hará estar sujeta al espíritu, para que así esté el corazón guardado con toda guarda.

El corazón es también figurado en el arca del Señor, en la cual traban tres cosas correspondientes a las que guardaban el paraíso. A los querubines, que quiere decir muchedumbre de ciencia, corresponden las tablas de la ley de Dios que estaban en el arca; al fuego del amor corresponde el dulce maná que descendió del cielo; a la espada corresponde la vara castigadora, que mandó el Señor poner en el arca, para que con estas tres cosas se llamase arca de la amistad de Dios, como el corazón, con las ya dichas, se llama paraíso del deleite y deporte de Dios.

Para más cumplida declaración de la sentencia en que amonesta el Sabio que guardamos el corazón, debemos notar cada palabra, por que van redobladas y repetidas por nos encargar más el negocio. No se contentó en decirnos que guardásemos el corazón, lo cual bastara, mas añadió que lo guardásemos con guarda; y no satisfecho de esto dice que con toda guarda, por comprehender toda la posibilidad nuestra; y dice que el corazón es nuestro, por nos provocar más, ca mejor guarda el hombre lo que es suyo que no lo que es ajeno, y la causa que dio por que lo habíamos de guardar, también es comprehensiva y general, porque no dijo que moraba en él la vida solamente, en lo cual quisiera decir que lo guardásemos, pues nos iba la vida en ello; mas dijo que procedía de él la vida, yendo a vivificar todo lo que en nosotros vivía; de manera que quiso decir que, faltando en él la vida, faltaría en todo lo demás, pues que en él se proveía de vida todo lo que en nosotros vive; donde mucha razón hay que se guarde y con guarda y con toda guarda lo que a todo da vida.

Si la culebra guarda con toda astucia la cabeza escudándola con todo el cuerpo, porque de ella procede la vida a toda ella; y la naturaleza esconde las raíces de los árboles en la tierra, porque la vida que de allí procede a las ramas y hojas y flores y fruta no sea de ligero molestada ni herida, ¿cuánto más debes tú guardar con mucha diligencia tu buen corazón, pues todo lo que en ti hay de vida procede de él?
En decir el Sabio que guardásemos el corazón con toda guarda, mostró que de toda parte le podía venir daño; porque si de alguna estuviere seguro, por allí no tuviera necesidad de guarda, y así no fuera menester toda guarda para lo hacer más seguro; mas como el corazón sea muy semejable a la bomba de la nao, toda parte puede recoger inmundicia. La bomba del navío es un lugar que está en medio de él, al cual se acoge toda la agua que en el navío se derrama, y también cuando el navío está abierto por alguna parte y por allí entra agua, todo va a parar a la bomba, por estar en medio de la nao y más baja que todas las otras partes de ella.


Así es nuestro corazón, situado en medio de esta navecilla de nuestro cuerpo, al cual se recogen todos los males y llagas y fatigas y vicios y ocupaciones que tenemos en el cuerpo; lo cual conocen los que se retraen a orar, cuanto todo lo que antes les acaeció, cualquiera que fuese, lo hallan en su corazón, y allí viene a los distraer y dar pena; y así como la bomba es el más bajo lugar de la nao, así nuestro corazón es el más bajo del cuerpo; ca vemos que muchas veces están nuestros cuerpos en el alto lugar del coro y del altar con los ángeles alabando a Dios, y nuestro corazón anda entremetido con las cosas más bajas de la tierra.

Así que, pues de toda parte le puede venir perjuicio, bien nos aconseja el Sabio (Prov 23,19) que lo debemos guardar con toda guarda; conforme a lo cual nos amonesta la Escritura, aunque en partes diversas, guardar todos los miembros de nuestro cuerpo, por que así esté mejor guardado el corazón y más seguro. Dícenos el Sabio (Prov 23,26) que nuestros ojos guardasen sus caminos, y esto por que no yerre el corazón, y mándanos en otra parte que guardemos la lengua, y esto por que no mienta el corazón; y el profeta Isaías (Is 56,2) nos dice que será bienaventurado el que guardare sus manos, y esto por que no obre mal el corazón; y en otra parte nos es dicho (Prov 21,23) que guardemos nuestra boca, y esto por que de las murmuraciones no sienta mal sabor el corazón; y en otra parte es dicho (Eclo 4,22) que guardemos nuestros pies, y esto por que no caiga el corazón; y San Pablo dice (1 Tim 5,22) que guardemos nuestro cuerpo en castidad, y esto por que no se ensucie nuestro corazón; y Moisés nos dice (Dt 4,9) que guardemos nuestras ánimas con solicitud, y esto por que no sean con ellas condenados nuestros corazones.

Si nos es mandado (Lev 26,2) que guardemos las fiestas de Dios, es por que tengan alguna quietud y reposo nuestros corazones; si nos es mandado que guardemos la justicia, es por que sean bien regidos nuestros corazones; si nos es mandado (Eclo 21,12) que guardemos las leyes, es por que nuestros corazones no experimenten ninguna cosa del mal; si nos es mandado (Prov 19,16) guardar la ciencia, es por que nuestros corazones sean sabios, y así se goce con ellos el corazón de Dios, según Él lo dice (Mal 2,16); si nos es mandado guardar la prudencia, es por que nuestros corazones sean bien regidos y sepan regir a otros; si nos es mandado (Prov 29,17) guardar la inocencia, es por que sean nuestros corazones sin malicia; si nos es mandado (Prov 23,17) guardar la penitencia, es por que con ella sean domados nuestros corazones; si nos es mandado (Sal) guardar la clemencia, es porque nuestros corazones sean blandos y piadosos (Os 12,7); de manera que por comprehender el Sabio esto dijo que guardásemos el corazón con toda guarda; el cual es más movible que el azogue, y de más sutileza, ca por resquicio muy pequeño se va y se cuela por donde no pensaba hombre. Es tan delicado, que cualquier cosa le hace mal, y por eso debe ser con diligencia, según dice el Sabio, guardado con toda guarda. No guardaban de esta manera sus corazones aquellos de los cuales dice el Señor (Lc 8,12) que vino el demonio y tomó la palabra de Dios de sus corazones, por que no fuesen salvos creyendo.

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CAPÍTULO V.

EN QUE SE DECLARA LA PRESENTE LETRA CONFORME AL RECOGIMIENTO



Aunque todo lo que se ha dicho en esta letra de la guarda del corazón haya sido muy verdadero y bueno y que toca a la misma letra y al presente ejercicio de que hablamos, empero lo principal que entiende amonestar, y el sentido de las palabras del Sabio que a nuestra letra se conforma, está por decir. Donde dice que desembaracemos el corazón, y en tal manera se debe desembarazar que de él se vacíe y eche fuera todo lo criado, para que el Señor de ello sólo more dentro en él. Este dicho es conforme a aquello que San Anselmo dice: Vaca algún tanto a Dios y huelga algún tanto en Él; entra en el retraimiento de tu ánima, lanza todas las cosas dejando a Dios en él.

Cuando los príncipes y grandes reyes vienen a posar en alguna casa, luego se desembaraza toda la casa, sólo queda el casco de la casa vacío, porque el rey trae consigo lo que es necesario para su servicio y compostura; solamente quiere la casa limpia de toda inmundicia, y así dice nuestra letra que desembaraces tu corazón de todo vicio y humano impedimento y vacíes de él todo lo criado, porque así podrá Dios mejor caber dentro cuanto menos estuviere acompañado; el cual, según dice San Juan (1 Jn 3,20), es mayor que nuestro corazón y sabe todas las cosas, donde que es mayor; mientras nuestro corazón estuviere más vacío de todo lo criado, estará más aparejado para Él.

Un vaso, mientras está en alguna mano que tiembla, no puede ser del todo lleno sin se derramar; así nuestro corazón, mientras el pensamiento, que tiembla y no tiene sosiego, lo tuviere, no es perfectamente lleno del Señor hasta que del todo lo aseguremos para que sea lleno de su plenitud; conforme a lo cual dice San Pablo (Heb 13,9): Muy buena cosa es firmar y hacer estable el corazón con gracia. Desembarazar el corazón y vaciar de él todo lo criado nos provoca también el Apóstol, diciendo (Flp 4,7): La paz de Dios, que excede y sobrepuja todo sentido, guarde vuestros corazones y vuestras inteligencias en nuestro Señor Jesucristo. Entonces la paz de Dios, que excede todo sentido, guarda nuestros corazones e inteligencias cuando sobre todos los sentidos corporales nos levanta la quietud del Señor a cosas mayores, y nuestro corazón cesa de pensar todo lo criado, y la inteligencia en sólo Dios se ocupa, no admitiendo ni dando lugar a cosa que menos sea; entonces de verdad está el corazón guardado con toda guarda para sólo Dios, que de él procede con silencio, como las aguas de Siloé (Is 8,6), por cuyo menosprecio es el pueblo muy reprehendido.

Solamente nos dice el Sabio que guardemos el corazón con toda guarda, sin que en él entre pensamiento alguno, los cuales impiden, según he dicho, a que sola proceda la buena vida que es Dios, cuyo minero es el corazón del hombre; y para que como de manantial muy abundoso proceda de él, no es menester sino que guardemos el corazón con toda guarda, desembarazándolo y vaciando de él todo lo criado, para que el que lo crió sólo proceda de él con vida de gracia, y de esta manera le demos lugar, no estorbando su procesión y salida. De esta manera podíamos tornar a notar las palabras del Sabio en que tres veces nos manda que guardemos el corazón; ca debérnoslo guardar, en cuanto a la obra, no haciendo cosa a esto contraria, y en cuanto a la palabra, porque si el corazón ha de guardar silencio, primero lo debe guardar la boca; y lo tercero, debemos guardar el corazón cuanto al pensamiento, y esta guarda, según el Sabio dice, ha de ser general y con toda guarda, vaciando de él todo lo criado, por que así mejor proceda de él la vida, que es Dios, el cual no procede sino para dar vida al ánima y la juntar consigo, como la vida que del corazón procede vivifica y junta el cuerpo con el ánima, conforme a lo cual está escrito (Dt 30,20): Allegarte has a Dios, porque Él es vida tuya. La vida del cuerpo está en allegarse al ánima y la del ánima en allegarse a Dios; y porque la cosa que más nos era menester era la tal vida, quiso el Señor que su manantial estuviese dentro en nosotros, y es nuestro corazón, del cual se puede a todo hombre decir aquello del salmo (Sal 35,10): La fuente de la vida está cerca de ti.

Pues que está la fuente de la vida tan cerca de nosotros, que no hemos menester salir fuera, bien sería que entrásemos dentro y limpiásemos la fuente del corazón, desembarazándolo, y después lo guardásemos con toda guarda para que de él procediese la vida. Esta vacuidad del corazón, que para ser lleno de Dios se ha de hacer como nuestra letra dice, se muestra en aquellos vasos vacíos que eran ofrecidos a la mujer, que tiene figura de la sabiduría espiritual (2 Re 4,3), a la cual hemos de ofrecer nuestros corazones vacíos de toda criatura, para que ponga dentro una gota de su gracia y de allí proceda multiplicándose hasta que sean llenos de ella. Y esto quiso decir el Sabio cuando dijo (Eclo 38,25): Escribe en tu corazón la sabiduría en el tiempo de la vacuidad; el que se apocare en obra recibirá la sabiduría, porque será lleno de ella.
Esta sabiduría, que es el gusto dulce de las cosas celestiales, alcanzado por experiencia, mejor se recibe cuando esté más vacuo el corazón de todas las otras cosas; y cesan no solamente las obras exteriores, mas también las interiores, evacuando la propria operación acerca de las criaturas para ser ocupados y llenos de la operación del Espíritu Santo.

Quien más perfectamente tuvo la experiencia de esto fue la Virgen sin mancilla, cuando todo se evacuó y ofreció su corazón muy limpio, vacío de toda operación distractiva, para que en aquella descensión del Espíritu Santo sobre ella la virtud de Dios causase en su corazón con tinieblas divinales, y puesta a la sombra de ellas, concibiese al hijo de Dios.

Primero que el Espíritu Santo viniese sobre las aguas, se dice (Gen 1,2) que la tierra estaba vacía y vacua, porque la tierra de nuestros corazones se ha de evacuar de toda criatura para que reciba mejor la venida del que todo lo hinche, que es Dios, el cual mandaba (Ex 38,7) que le hiciesen un altar vacuo, que según dice la Escritura, no era macizo, sino vacuo de tablas de sethim.

El sethim es un árbol cuya madera es incorruptible y muy liviana, porque nuestro corazón, que es verdadero altar de Dios, debe ser ligero para se levantar a las cosas celestiales, estando, según dice nuestra letra, desembarazado, y ha de ser incorruptible y tan recio y fuerte, que las cosas terrenas no lo puedan abajar ni pueda entrar en él otro deseo sino el de Dios, al cual nuestro buen deseo es muy santo sacrificio; y ha de estar tan encendido y puro este deseo, que nuestro entendimiento no se derrame a otra cosa alguna, para que así el corazón esté vacío de todo lo criado. De esta manera había evacuado su corazón San Pablo, el cual, hablando de la caridad e imperfecto conocimiento, dice (1 Cor 13,9-12): Cuando viniere lo que es perfecto, evacuarse ha lo que es en parte y poco; cuando era pequeño hablaba como pequeño y sabía como niño y pensaba como chico; mas cuando fui hecho varón, evacué y vacié las cosas que eran de pequeño.

Según quiere decir aquí el Apóstol, a los pequeños pertenece pensar y conocer cosas pequeñas, y a los varones dejar aquéllas y tomar otras mayores. Cosas pequeñas son todas las criaturas comparadas al que las crió; y por eso dice San Pablo que veniendo lo que es perfecto, que es la contemplación de la Divinidad, evacuó lo que es imperfecto y pertenece a pequeños, que es la contemplación de las criaturas, por se dar con el desembarazado corazón del todo al Señor, que todo lo quiere. Por esto nos dice David (Sal 61,6) que derramemos delante de Dios nuestros corazones, para que no pensemos en otra cosa sino en Él. Y el profeta Jeremías dice (Lam 2,19): Levántate, loa en la noche, en el principio de las vigilias: derrama así como agua tu corazón delante el acatamiento del Señor. Levantarnos debemos de las cosas criadas a las no criadas, y en ellas loar al Señor de noche, que es privación del humano conocimiento, para que allí podamos decir (Sal 138,11): La noche es mi alumbramiento en mis deleites.

Y ha de ser el principio de las vigilias, porque hemos de perseverar para que en todas las vigilias nos halle el Señor velando. Y hemos de derramar del corazón todo criado pensamiento, como le derrama el agua sin de ella ninguna cosa quedar, para que así sea lleno del divino licor y agua viva de la gracia del Señor. Esta evacuación es muy al revés de las otras que el Sabio dice (Eclo 21,17) ser hechas en los corazones de los malos, que, según dice, son vasos quebrados, que no pueden tener en sí la sabiduría, de los cuales dice (Eclo 20,14): Las gracias de los locos serán derramadas. Estas vacuaciones se hacen por estar los vasos quebrados, mas las de los justos no, sino por estar sus vasos enteros y llenos del fuego del espíritu del amor, que los enciende tanto, que por el gran fervor echan de sí todo lo criado y no lo sufren; donde para figura de aquesto todos los vasos del templo de Dios habían de ser purificados con fuego, para que del todo quedasen perfectamente apurados.

Pues que así es, debes desembarazar y limpiar tu corazón; ca es lámpara de la virgen prudente, que es tu ánima, en que, cuando saliere a recibir a su esposo, ha de llevar óleo de misericordia y lumbre de fe; y es una pequeña ración con que Dios se tiene por contento, como noble gavilán que con el corazón se satisface; y es consistorio divino donde Él trata sus secretos; y es el fornaz donde el ángel del gran consejo desciende a refrigerar los que dentro en Él andan (Dan 3,49); y es cámara pequeña del verdadero Elíseo (2 Re 4,10); y es vaso de oro lleno del maná de la gracia celestial, puesto en el arca de tu pecho; es incensario con que se perfuma Dios; pesebre angosto donde nace el niño Jesús; cama florida suya; huerto del rey Asuero, donde por su mano enjere diversas virtudes; es arco de la amistad de Dios, puesto en las nubes de las lágrimas para que se acuerde cómo nos ama; ciudad pequeña de Dios que es alegrada con el ímpetu de gracia; libro de la vida por do has de ser juzgado; santo sepulcro del cuerpo de Cristo; altar donde sacrificamos a Dios nuestros deseos; paraíso donde Dios y sus amigos se comunican y deleitan; brasero de oro del templo de Dios; recibimiento limpio y espacioso de sus santas mercedes, si está desembarazado y limpio, según debe, y guardado con toda guarda, según hemos dicho.

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MensajePublicado: Sab Nov 01, 2008 3:00 pm    Asunto:
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QUINTO TRATADO

HABLA DEL MIRAMIENTO QUE HAS DE TENER EN TODAS TUS COSAS, DICIENDO: EXAMINA Y HAZTE EXPERTO Y AFINA TUS OBRAS TODAS



CAPÍTULO I



Una diferencia muy grande conocemos que hay entre los justos y los ajenos de justicia; la cual cuasi muestra a cada uno con el dedo, para que por sus obras sea conocido todo hombre acerca de los hombres, porque acerca de Dios no se causa el conocimiento de las cosas postreras, que es imperfecto, sino de las cosas primeras. Dios conoce al hombre por lo que tiene en el corazón, y nosotros no podemos conocer sino por lo que cada uno manifiesta de fuera; lo cual a las veces falta, porque acaece cubrirse con la nieve el estiércol, y dorarse las píldoras, y confitarse las almendras amargas; las cuales cosas Dios conoce de raíz, procediendo el conocimiento de lo interior a lo de fuera, y nosotros al revés, que por lo de fuera juzgamos lo de dentro.

La principal señal en que conocemos ser un hombre justo es ver que es solicito y cuidadoso acerca de su conciencia, y el que esto no hace, tenérnoslo por malo, viendo faltar en la raíz de la bondad, que es el cuidado y aviso que debe tener de su ánima, conforme a lo cual dice el Sabio (Prov 28,5): Los malos hombres no piensan el juicio, mas los que con diligencia buscan a Dios en todas las cosas paran mientes. Sobre esto dice la glosa: Los malos hombres no piensan la ejecución de la justicia que han de obrar, porque tienen el hábito y costumbre contraria, según la cual piensan y obran; empero, los que buscan a Dios consideran todas las cosas que son necesarias para la ejecución y obra de la justicia y santidad. Según esto, para que tú seas del cuento y número de los justos debes tomar el consejo que da nuestra letra, diciendo: Examina y hazte experto v afina tus obras todas.

Podrás decir que esta letra no tiene ni ocupa con razón el lugar tercero que a las más perfectas sentencias se presume reservado. A esto se responde que en todas las cosas hay principio y medio y fin, y en cada ejercicio hay principiantes y aprovechantes y perfectos, así en las cosas de naturaleza como de arte y gracia. Si miras en ello, verás yerba y espiga y grano, según lo cual no digo en cada alfabeto, mas en cada letra de él se hallan las tres partes ya dichas, de principio, medio y fin; y, por tanto, si a todo justo conviene examinar y perfeccionar sus obras, al más justo le conviene más, y cuanto más justo fuere, le podrá más convenir.

Conforme a lo cual dice un doctor que a los perfectos la necesidad es regla casi en todas las cosas; y tomando la necesidad no estrechamente, querrá decir que en los varones perfectos se debe disminuir la latitud del medio, en que la virtud consiste. De esta manera decimos que el examinar y perfeccionar las obras pertenece a cualquiera de los justos; mas a aquel pertenece más estrechamente y con más conveniencia que se hallare ser más justo; porque si todo hombre es obligado a ver y conocer lo que hace, si peca o no peca en ello, mucho más estrechamente es a ello obligado aquel cuyas obras son más arduas, y de cuyo yerro se sigue mayor ofensa.

Todo hombre debe amar y tomar consejo; empero, los reyes y grandes son a ello más obligados. Así que, aconsejándote nuestra letra que examines tus obras y las perfecciones, no lo entiendas bajamente ni que baste un examen común que más parezca cumplimiento que prueba, como acaece en los que se han de ordenar y en aquellos que tienen anticipadas y prevenidas las manos de los maestros que los han de examinar públicamente en las escuelas; porque de esta manera se examinan los pecadores, no curando de tener más rigor en sus obras del que basta para un cumplimiento humano; y la causa es porque el demonio les ha untado las manos, que son sus malas obras.

No basta a los pecadores examinar ellos con mucha negligencia sus conciencias, sino que cuando viene la cuaresma, en que son obligados a la dar al discreto examen del sabio y justo sacerdote, buscan a un pecador que por sus pecados saque los ajenos, y las cotidianas culpas lo muestren tal, o un ignorante que no sepa más examinar que el que viene a ser examinado, o un muy pobre que, por no perder la pitanza ni dar enojo, absuelve de hecho lo que por derecho no puede, y esto porque le han con algún don untado las manos o lo espera. Este que así va examinado, no va de Dios aprobado, antes va engañado, según aquello de San Pablo (1 Cor 2,14): Locura tiene, y no puede entender que espiritualmente es examinado.

La pasión y mal deseo humano se llama locura, porque la una saca de seso, y la otra es causa que se ausente la razón del hombre hasta que la pasión se aplaque; la cual enseñoreándose de alguno, se dice tener locura que de él aparta el sano juicio; y por entonces no puede entender, así como no se puede ver el cielo hasta quitada la niebla que lo encubre. Aqueste de quien hablamos, con la niebla del mal deseo y proprio amor tiene ciego el juicio de la razón, y no entiende que aquel examen es ninguno por el engaño en que intervino; mas que espiritualmente es y ha de ser examinado de Dios, que, según se dice (Sal 65,10-12), examina con fuego apurando más a los justos en santidad, y mostrando ser peores los pecadores; porque el fuego hace de más precio el oro y afínalo más, en tal manera que se cobra siempre en la cualidad lo que se pierde en la cantidad; lo que no es en otras cosas, que todas se pierden siendo echadas en el fuego.

Así, aunque los justos en lo exterior parezcan menoscabados, siendo de Dios con tentaciones examinados, empero aquello sucede a mayor merecimiento de ellos; lo que no es en los malos, que aquí y en el otro mundo y en las bocas de todos van siempre de peor en peor, como Antíoco y los de Sodoma que siempre arden en el fuego; del cual no saldrán sino para ser más condenados en el universal examen y estrecho juicio de Dios. Donde, por que allí no haya que hacer en tus negocios ni detengas al examinador, te aconseja nuestra letra que examines con estrecho examen tus obras y las afines más de cada día, para que del horno de tu conciencia salgan cada día mejores, como el oro, que más fino sale mientras es más veces echado en la fragua.

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MensajePublicado: Sab Nov 01, 2008 3:05 pm    Asunto:
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CAPÍTULO II.

DEL PRIMER PUNTO DE ESTA LETRA



Tres palabras principales contiene nuestra letra, según las cuales tenemos tres puntos en la exposición de ella. La primera palabra dice que examines las cosas dudosas y peligrosas. La segunda, que comes experiencia de unas cosas para cómo te debes haber en otras. La tercera, que de día en día vayas más afinando y reduciendo a mayor perfección tus obras.

Cosa muy justa es tener algún recelo en las cosas arduas, y no fiarse hombre sin la prenda de la razón por tener segura la paga, porque escrito está (Eclo 18,27) que el varón sabio en todas las cosas temió; y los mayores peligros más suelen ser temidos. Donde los avisados marineros suelen llevar una cuerda larga, al fin de la cual atan algún plomo para ver cuánta agua hay en aquel lugar, por que no tope la nao en lo bajo y padezca detrimento; y también se rigen por la carta del marear, donde hallan muchos peligros escritos para su aviso; y llevan también muchas velas para servirse de ellas, disponiéndolas según el viento lo requiere; allende de esto, llevan el agua cerca del timón, que siempre mientras navegan debe ser regido conforme a ella mirando al norte. Con toda esta diligencia y mucha más examina su camino; lo cual aún no basta para les acabar de quitar el miedo, mas siempre el piloto vela en regir la nao por miedo de los peligrosos lugares.

Estas cosas he dicho para nuestra doctrina, pues que nuestra vía es por el mar (Sal 76,20) y nuestra senda por las muchas aguas; donde es de notar que cada ejercicio de virtud y santidad es una navecilla, en que cada justo con su familia interior y mundo menor se debe salvar; y así como hay muchas maneras de naos, así hay muchas maneras de ejercicios; empero, cada uno con vocablo común se podrá llamar nao, según aquello del salmo (Sal 106,23-24): Sacrifiquen a Dios sacrificio de alabanza, y denuncien las obras de él en alegría los que descienden a la mar en naos, haciendo operación en las muchas aguas; éstos vieron las obras del Señor y las maravillas de él en el profundo.

De los mundanos que suben al mar alborotado del mundo no hacemos aquí mención, sino de los que por humildad descienden en gruesas naos de grandes ejercicios, navegando por la mar de la vida presente al puerto de la salud. Llamo la vida presente mar, pues que de tantos torbellinos y tempestades es fatigada, en la cual perece el que no va en algunas de estas naos, que son los santos ejercicios de virtud; porque a nado ninguno la puede pasar; y así como unas naos van por aguas dulces y otras por salobres, así hay algunos ejercicios que la costumbre ha hecho dulces, y las lágrimas que en ellos se derraman son dulces, por las cuales navegan, y otros que son por alguna causa más penosos y sus lágrimas amargas; empero, acaece que mejor y más seguramente se navega el agua salobre que la dulce, y así no van peor librados los que van por agua salobre; antes que acaece que éstos por se ver en más peligro, se examinan mejor y ofrecen más sacrificios y votos al Señor; y después de libres de la tempestad anuncian, como dice David, con gozo las obras del Señor. Y tanto mayor es la operación interior y exterior de aquéstos, cuantas más aguas de lágrimas tiene su mar.

Las aguas de este tercero serán dulces, porque aún, según dice Plinio, hay mar dulce, al cual se pueden estas terceras lágrimas de que hemos de hablar comparar; por las cuales si llevas la nao de aqueste tercero y último ejercicio, verás, según dice David, las maravillas del Señor en el profundo corazón tuyo, según dice la glosa. De estas naves, que son los santos ejercicios, se puede decir aquello del Apocalipsis (Ap 18,19): Hiciéronse ricos todos los que tenían naves en el mar. En esta nave del santo ejercicio nuestro duerme y reposa Cristo; y acaece que mientras Él más duerme y reposa, se turba más el mar; y muchas veces mientras Dios está con nosotros somos más combatidos, y siéntese Dios dentro en el ánima muy quieto y la tentación en lo de fuera, lo cual permite el mismo Señor para probar nuestra confianza, y no creo que cesará la tempestad hasta que Él lo mande; porque proprio es del mar embravecerse, por cuyo remedio debemos ir al Señor y decirle que nos salve poniendo tranquilidad y paz (Lc 8,24).

Estas naves, que son los santos ejercicios, hallarás figuradas en el libro de los Macabeos (1 Mac 13,29), donde se dice que Simón puso unas naves esculpidas sobre el sepulcro de su padre y hermanos, para que las viesen los hombres que navegan por el mar. Simón quiere decir obediente, y es todo buen cristiano que obedece a los mandamientos y consejos de Dios. Éste esculpe naves obrando muy durables ejercicios sobre la sepultura de su padre Cristo, que es su sacra pasión; la cual se pone por seguro fundamento de todo ejercicio, y sobre los sepulcros de sus hermanos, que son los santos pasados que debemos imitar, y estas naves se han de ver de los que andan por el mar de la vida presente, porque desean ellos salvarse en ellas por imitación o por socorro de oración o en otra manera.

El viento próspero con que debe navegar la nave de nuestro ejercicio es el flato o inspiración del Espíritu Santo, para que sea próspero nuestro camino y lleguemos con tan buen viento al puerto de la salud, que es claro conocimiento de Dios, como aquellos de los cuales se dice (Hch 13,4): Enviados del Espíritu Santo navegaron hasta Cipre. Aquéllos van enviados del Espíritu Santo que obedecen a la inspiración suya, que hinche y abre gloriosamente las velas de los deseos de ellos, para navegar hasta Cipre, que quiere decir hermosura, de la cual está escrito (Is 14,7): Sentarse ha mi pueblo en hermosura de paz y en holganza bastecida.

Dije que las velas eran nuestros deseos, los cuales han de ser de pureza y limpieza, pues que el puerto do vamos es conocer a Dios, al cual no ven sino en los limpios de corazón, y por esto se dice de la nao de Tiro (Ez 27,7) que sus velas eran de Holanda. El mástel sea el amor de Dios, que se dice en el mismo profeta ser un cedro, que es árbol incorruptible, porque no debe jamás faltar en ningún ejercicio; y ha de ser del monte del Líbano, que tiene figura de la bienaventuranza, porque el amor caritativo infuso es el perfecto. A este mástel se han de atar las cuerdas de la paz y concordia con Dios y con nos y con nuestros prójimos, que se llaman lazos de caridad en la Escritura (Os l l,4). El aguja de la nao es la fe, por la cual se ha de regir el timón y gobernalle de la nao, que es la discreción. El aguja señala el norte, porque la fe nos ha de regir y llevar hacia la contemplación; entre las cuales esté la discreción, que es muy necesaria entre la fe y la contemplación. El piloto es el buen consejo, el cual se debe regir por la carta del marear, que es la santa Escritura, si no quiere errar. La cuerda tanteadora es la prudencia que para tantear las cosas es necesaria si nos queremos asegurar, y ésta debe por la mano del piloto, que es el sano consejo, medir el agua por do navegamos, que es nuestra vida sin sosiego.

Las cosas ya dichas han de ser muy bien examinadas y miradas por miedo de los muchos y grandes peligros que hay, en especial en este mar por que navegamos, que es la vida presente sujeta a muchos engaños y también de parte de la misma nao; por alguna falta si hay en ella, puede venir algún peligro, y también de parte del piloto, si es descuidado y sin aviso, porque es obligado a lo examinar todo con diligencia.

Yo he leído muchos peligros marinos que pueden ser contrarios a la nao de nuestro ejercicio, mayormente a este ejercicio de este Alfabeto tercero. En un libro leí doce y en otro otros doce; y después de haber mirado sus amenazas y el multiplicar engaños que las personas espirituales suelen caer, más me parecen espantajos causadores de temor que avisos causadores de cautela. Suelen los hortelanos poner en sus huertas algunas cosas fingidas para que las aves, espantadas de su vista, no lleguen a comer; así hacen algunos fingiendo razones y temores y engaños que pueden acaecer a las personas espirituales por manera de aviso, amonestándoles que examinen tal cosa y tal cosa, porque suele acaecer esto y esto, y que se guarden de esto y de lo otro; lo cual ellos multiplican en tanta manera para humillar a las tales personas, que se espantan y huyen del tal ejercicio, por juntamente huir el peligro y no ponerse en tan estrecho examen; así que los tales, pensando de aprovechar, dañan mucho a las personas simples que, según dice el salmo (Sal 13,5), temen donde no hay razón de temer.

Miren éstos que mandaba Dios que no tomasen al deudor la muela inferior ni la superior, porque para moler son menester ambas juntas. Aquel quita la muela superior que con sus amenazas nos quita la esperanza de aprovechar en la contemplación, y aquel quita la inferior que nos quita el temor de los peligros que suelen acaecer, lo cual no es menos mal que lo primero.

Gersón pone también muchas cosas que debemos examinar; empero, porque me parece que todo buen juicio caerá en ellas y que también son algo comunes, y que a cada negocio pertenecen, no hago aquí mención de ellas, sino digo, según el mismo Gersón dice, y según lo he platicado con personas en este negocio muy ejercitadas, que esta vía es segura y tiene menos en que trompicar que otras; y los que atemorizan a los que por ella quieren ir, en espantar a los otros piensan excusar a sí mismos de negligentes, cuasi diciendo que ellos más lo dejan por temor que por falta de voluntad; y si éstos me creen no deben creer a sí mismos, ni huir de la batalla antes que reciban en ella golpe, ni volverse del camino antes que vean por qué.

No creas, hermano, a los que dicen haber en este camino muchos salteadores, porque si algunos en él son salteados, fue por no ir ellos apercibidos de las virtudes que puse en la comparación de la nao y de otras que pondré en diversas letras según conviene. Por uno que matan en un camino suelen todos temer de ir por él; empero, no por eso se ha de dejar de andar el camino, salvo que han de ir más recatados de ahí adelante los que fueren por él. A mí, en conclusión, me parece que cada camino tiene algún trabajo, y también algún peligro; y cada nao tiene algún recelo y hace que teman los que van dentro, porque no hay sino una tabla entre ellos y la muerte.

Cosa notoria es que debemos más temer en las cosas más arduas, porque allí el errar es más peligroso; empero, según dice Ricardo, el mucho miedo es en las cosas grandes mayor tentación que otra alguna, porque no las suele quitar de las manos porque no erremos en ellas, y no miramos que el mayor error es dejarlas de seguir por miedo.
No sin misterio mandó nuestro Señor a Gedeón (Jue 7,3), cuando quiso librar a Israel, que se fuesen de la batalla, ca no eran dignos de victoria, los medrosos; y cuando habían de entrar en alguna pelea mandaba Dios que dijesen a los batalladores: No se amedrente vuestro corazón; no queráis haber miedo; no les deis la ventaja ni les hayáis miedo, porque vuestro Señor Dios está en medio de vosotros. En fin, de otras cosas mandaba Dios que dijesen (Dt 20,Cool: Quien es hombre medroso y de poco corazón váyase y torne a su casa, por que no haga que hayan miedo los corazones de sus hermanos. Aquí desecha Dios los medrosos por que no hagan también que otros hayan miedo con sus corazones fuera de razón, si bien se miran.

Dicen éstos que tema el devoto orador, porque la gracia de la contemplación y gusto interior se cuenta entre las gracias que pueden poseer aun los infieles, así como el hacer maravillas y hablar en lenguas y otras muchas gracias que Dios da a los hombres, y que algunas veces se da esta gracia en señal de reprobación, y se imputa a condenación, y dicen más y dan por muy seguro consejo y muy fundado que no debe ninguno desear gustar en este mundo la divina dulcedumbre.

Estas cosas y otras muchas dicen con que de verdad dañan mucho a los simples y santas personas que se ejercitan en la muy loable y sobreexcelente devoción, y desean, según el deseo y corazón de Dios, ver y gustar, como El lo manda, cuán suave sea su santa gracia y amor.

Leí una vez un libro que hablaba cosas muy devotas, que cierto despertaron harto mi tibieza al amor del Señor, y fui a un letrado a se lo alabar por útil y provechoso para los que en la tierra quisiesen gustar el santo maná que Jesucristo envía del cielo a los suyos, y él respondióme: ¡Oh cuántos ha de llevar ese libro al infierno! Y esto me dijo con una voz quebradilla, que el son no mostraba menor mal que las palabras; de las cuales yo espantado le pregunté la causa de tanto mal, y él me dijo que amonestaba a los hombres que se llegasen a Dios por alcanzar gusto de dulcedumbre.

Del mismo libro habló otra persona devota a otro letrado, maestro de mucho saber y virtud, y respondió que él había leído aquel libro y había hallado en él todo lo bueno que de contemplación había visto escrito en otros libros difusamente.

En este contrario parecer de estos letrados puedes tomar aviso para tu examen, y no creerte de ligero porque uno te diga mal de las cosas devotas. Si en algún libro leyeres que te has de guardar de las personas que tienen arrobamientos, como si tuviesen rabiamientos, tampoco lo creas; y si te dijeren que fue santo el que lo escribió, di tú que ningún santo condena con atrevida sentencia lo que puede ser bueno sin primero lo examinar con mucho acuerdo; y por esto creo yo que algunos indevotos mezclaron en la doctrina de aquel santo y de otros semejantes cosas por tener que acotar.

Aunque en nuestros tiempos haya muchas personas visitadas de Dios con abundancia de gracia, también hay muchos tan ajenos de ella, que viendo en otros por algunas señales exteriores lo que no ven en sí, tiénenlos por locos y engañados o endemoniados, y el menor mal que otros les atribuyen es la hipocresía; empero, lo más común que les dicen es locos o endemoniados; así que de cada uno de los así perseguidos podamos decir aquello que se dijo del Señor (Mc 3,21): Como lo oyesen los suyos, salieron para lo atar, y decían que se había tornado loco; y los sabios que habían descendido de Jerusalén decían que tenía demonio.

Por el gran fervor del espíritu que el Señor tenía, lo querían atar; y padeció Él ser reputado por loco, según dice San Jerónimo, por mostrar en sí lo que algunos siervos suyos habían de padecer por Él. Los que no por santidad, pues no la tienen, ni por letras, pues no las saben, no pueden conocer los movimientos que suelen tener las personas devotas, luego dan mala sentencia en lo que no son jueces, y dicen que ninguno santo hizo cosas semejantes, como si ellos tuvieran conversación con todos los santos mientras vivieron en este mundo.

Aunque no se escrebieron todas las cosas que los santos tuvieron, bien sabemos que Santo Domingo y San Francisco y muchos de sus compañeros tuvieron cosas que no pudieron encubrir sin (lar voces y gritos y tener otros movimientos no acostumbrados; y pues que ellos los tuvieron, no es mucho que ahora los tengan otras personas devotas; empero, lo más seguro es evitar toda cosa que de fuera parece, si se puede hacer sin perjuicio de la devoción verdadera.

San Buenaventura habla de esto largamente, y los varones doctos que saben las raíces de las pasiones inferiores del ánima, no se les hace de mal creer lo que tú apenas puedes oír sin mostrar de fuera en el gesto la pasión que dentro recibes en oír alabar a los tales; y si oyes burlar de ellos, has tan gran placer, que no puedes tener la risa, lo cual causa en ti lo que dentro en ánimo se obra; y así en los otros has de creer que algo sienten dentro que causa lo que de fuera parece; y lo de dentro es tanto, que vence la resistencia del que lo tiene para que no lo pueda encubrir.

Conforme a lo cual dice el Sabio (Ecl 8,Cool: No es en el poder y mando del hombre vedar el espíritu. Si la palabra que está ya concebida en el pecho no la puede el hombre retener, según dice Job (Job 4,2), ¿cuánto menos se podrá detener el ímpetu de la palabra de Dios? Responda el incrédulo a la pregunta en que el Sabio dice (Prov 6, 27): ¿Por ventura puede alguno esconder en el seno el fuego sin que ardan sus vestiduras? Cuando alguno tiene en el seno de su corazón a Dios, que se llama fuego gastador de nuestros males, no es maravilla que el ardor del amor que dentro obra se muestre en la vestidura exterior del ánima, que es el cuerpo, en el cual se causan diversos movimientos.

Pues que así es, hermano, toma el consejo de nuestra letra, que te dice haber de tener cargo de examinar bien tus interiores movimientos y obras, para que no temas el examen de los hombres; conforme a lo cual dice el Sabio (Eclo 37,30-31): Hijo, mientras vivieres tienta tu ánima, y si fuese mala no le des poder, porque no convienen a todas las cosas ni place a toda ánima todo género de cosas. Y Salomón dice (Prov 23,19): Oye, hijo mío, y sé sabio y endereza tu ánimo en el camino. Y en otra parte dice (Prov 18,15): El corazón del prudente poseerá la ciencia, y la oreja de los sabios buscará la doctrina.

A algunas personas hace Dios muchas mercedes, y por no ser solícitas en su conservación pierden presto las mercedes; empero, si tú las quieres largo tiempo poseer, has de ser prudente examinando todas tus cosas, no solamente las grandes, mas aun las pequeñas, porque el menospreciador de lo poquito vendrá, según dice el Sabio (Eclo 9,1-12), de mal en peor.

Debes también examinar las disposiciones corporales, porque nuestra carne finge necesidad donde no hay ninguna; ca alguna vez te parecerá que tienes sed, y es fingida; y después de mucho holgar te hallarás muy cansado y muy mal dispuesto, lo cual debes examinar con una disciplina muy buena, que duela muy bien; y si fuere menester otra cosa, no te duela, para que la pereza sea bien examinada, y si persevera la mala disposición, no debe ser pereza.

Conforme a lo cual acaece a muchos religiosos ir con mala disposición a maitines y al fin de ellos hallarse buenos. Otros, después de muchas horas de sueño, se duermen, todo lo cual manifiestamente parece procurado del demonio, que nunca duerme por no estorbar las velas; y también se halla el engaño viendo el hombre que, haciéndose alguna fuerza, le va después muy bien; de esta manera has de examinar cosas semejantes.

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MensajePublicado: Jue Nov 06, 2008 8:58 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO III.

DE COMO EL HOMBRE DEBE TOMAR EXPERIENCIA DE UNAS COSAS PARA OTRAS



La segunda palabra de nuestra letra dice que te hagas experto; esto es, que tomes experiencia; y mira que, pues cada uno es obligado a saber las cosas que pertenecen a su oficio, debe buscar quien se las enseñe o el libro donde están escritas, para que leyendo y preguntándolas sepa.

El maestro de esta sabiduría del corazón, que por sola devoción se alcanza, es sola la experiencia, según aquello de San Bernardo: ¿Para qué estas secretas palabras manifestamos en público? ¿Por qué las inefables aficiones nos trabajamos declarar con palabras comunes? Los no experimentados no entienden las tales cosas si no las leen más expresamente en el libro de la experiencia, a las cuales esta unción enseña; porque de otra manera la letra exterior no aprovecha cosa alguna al que las lee; muy poco sabrosa es la lección de la letra exterior si no tomare del corazón la glosa y el sentido interior.

Lo de suso es de San Bernardo, de lo cual se sigue que debes tener mucho aviso en estas cosas de la devoción interior, para que de unas tomes industria para otras, y por unas saques otras, aunque en esto unos no se trabajan tanto como otros; porque un don es dar Dios alguna gracia, y otro don es dar el conocimiento de ella; y a muchos da lo primero, que es hacer las mercedes, y no les da lo segundo, que es el conocimiento de ella; lo cual no es poco deseado de los que reciben lo primero, según vemos, por ejemplo, entre los amigos, que se suelen dar algunas cosas que vienen de lejos, y el que la recibe no la conociendo, luego con instancia inquiere y pregunta qué cosa sea aquélla, y no se satisface hasta que lo sabe.

De esta manera acaece en lo espiritual, dando el Señor algunas cosas a sus amigos de tan lejos traídas, que ellos no pueden caer qué cosas sean aquéllas, ni para qué se las han dado; y deseando saber el secreto, lloran con San Juan (Ap 5,1-4), viendo cerrado el libro con siete sellos porque barruntan que aquella gracia es alguna de las que suele dar el dador de las siete, que es el Espíritu Santo; empero no sabiendo qué cosa sea, dicen aquello de Job (Job 19,27): Escondida está y guardada esta esperanza mía en mi seno.

Puédese llamar cada gracia espiritual que en el ánima se recibe, esperanza del que la recibe, porque mucho levantan nuestra esperanza las mercedes que el Señor nos hace; y es conjetura de mucha certidumbre que dará el Señor a comer en el cielo el panal de su gloria al que estando en este destierro da a gustar alguna gota de él. Conforme a lo cual dice San Bernardo 35: Cuanto creces en gracia, tanto eres dilatado en fiucia, y de allí proceda que ames con más ardor y llames con más esperanza por aquello que sientes faltarte.

Según lo que este santo ha dicho y según lo que la misma razón nos declara, bien parece ser atrevimiento decir que la gracia de la devoción pueda ser señal ni causa de reprobación, como de verdad no tengamos cosa que mejor testimonio dé a nuestra conciencia del amor que Dios nos tiene que ver por experiencia cómo nos comunica sus espirituales y santos dones, de los cuales conjeturamos que nos ama, pues que la más principal propriedad del amor es hacer comunes los bienes de los que se aman según toda voz pública.

Dicen, empero, éstos que la tal gracia de sí misma no es causa ni señal de reprobación si usamos bien della; a lo cual se puede responder que aquella condición en todas las cosas temporales y naturales y celestiales se guarda; ca si no usamos bien de cualquiera de estas cosas, nos darán mayor tormento, no por la haber recibido, ca esto virtud es, sino por haber usado mal del tal don, lo cual es vicio.

Y aun hay en esto algunos tan resabiados que dicen dar Dios algunas veces la gracia de la devoción por galardón temporal de algunos servicios pequeños a personas que después ha de condenar, como da las riquezas mundanas y honras, según parece en los romanos, que por ser tan virtuosos, atribuyendo a sí mismos las virtudes, no merecieron el cielo, y por que la virtud no quedase sin galardón, hízolos quinientos años señores del mundo dándoles el señorío por paga temporal de sus trabajos; lo cual aun hoy día guarda con muchos, haciéndoles pago con deleites y placeres mundanos, en que les da paraíso terrenal, del cual han de ser lanzados en el infierno, según se figura en judas, que después de recibidos los treinta dineros se ahorcó (Mt 27,5); y en el hijo gastador, tomada su parte, se fue a la región extraña, en la cual, si le tomara la muerte, para siempre se perdiera; y en los hijos bastardos de Abrahán, a los cuales dio dones por cumplir con ellos y después no les mandó cosa en el testamento (Gen 25,6). Para estos tales tiene el Padre Eterno una sola bendición (Gen 27,3Cool, porque de aquélla: Venid, benditos de mi Padre, no les dará parte.

De la manera que viste dicen algunos atrevidos que hace Dios con el gusto interior del ánima, que también lo da a los malos algunas veces en galardón de sus pocos trabajos, como da las honras y riqueza temporales, que son asimismo suyas. Esto yo no lo osaría decir ni aprobar ni dejar escrito, aunque fuese por vía de amenaza, ca más deben ser los hombres convidados que amenazados a la tal cosa.

La dulcedumbre y gusto de las cosas celestiales es uno de los dones del Espíritu Santo, y de los siete principales que guarda él para sus amigos, y de los siete el principal; porque así como entre las virtudes tiene la caridad el principado, así lo tiene la sabiduría entre los dones; la cual es, según dice San Gregorio, un don del Espíritu Santo que refecciona y da de comer a la ánima con esperanza y certidumbre de las cosas eternas. Donde la sabiduría, según su nombre, se dice del sabor que causa en el ánima, y este sabor y gracia del Espíritu Santo se llama prenda o arra o señal de la vida eterna, según dicen los santos.

Y la causa es, según dice San Gregorio, porque mediante esta sabiduría se esfuerza y conforta nuestra ánima a la certidumbre de la esperanza interior, así como el que recibe la señal de la paga mediante ella se certifica del todo que le ha de ser dado. Conforme a lo cual dice San Jerónimo: Aunque alguno sea santo y perfecto y por el juicio de todos sea habido por digno de la bienaventuranza, solamente ha alcanzado la señal o arra de la bienaventuranza, pues que el gusto de las cosas espirituales, que da el Espíritu Santo por señal de la vida eterna, no es bien atribuirlo a paga temporal; porque las pagas temporales no creo que descienden del cielo, de do viene todo don perfecto, mas acá se cogen en la tierra para pagar a los terrenales, y el gusto del cielo envía Dios como señal de su gloria, y también para que sea como almuerzo confortativo a los que trabajan en la obra del Señor, o como gota de miel alcanzada con la vara de la cruz de aquel panal de la bienaventuranza para algún refrigerio al que pelea y mantenimiento al que está entre los leones y bestiales movimientos, puesto contra su voluntad en el lago de este cuerpo.

Para que veas que el gusto espiritual del ánima, dado por Dios, es señal de la gloria, has de notar que los compradores suelen dar al que vende señal de la cosa que compran; lo cual no se hace en la compra espiritual, porque Dios no fía nada ni da luego enteramente la cosa que vende, que, según dice San Agustín, es el reino de los cielos; el cual tú has de comprar con buenas obras de presente, ca las de futuro valen poco si no las reduces a algunas de presente; y por eso, aunque se diga en la Escritura que Dios da de comer a los pollos del cuervo, el mismo cuervo es reprehendido, porque es una ave negra y muy prometedora, a la cual no oye Dios, y oye a sus hijuelos en plumas blancas, que son las obras del pecador que se ha alimpiado por penitencia ya reducida a efecto.

Y aunque a muchos que ahora están en pecado haya Dios después de dar la gloria, esto no es por las obras que han de hacer hasta que las hagan; así que de las obras de futuro Dios no se cura, y si las acepta no es por ellas, pues ninguna cosa son, sino por la buena voluntad de presente, en la cual son algo.

Has visto cómo vende Dios a luego pagar; también ya creo que sabrás, y aun por mucha experiencia, que no da luego lo que vende, que es la gloria del cielo; ca jamás te la dará hasta que acabes el curso de la vida mortal, y la causa es por darte más gloria, porque si luego te la diese, nunca darías más precio de obras premiables por más gloria; ca ella es tal, que viéndola se te acabaría el tiempo de merecer y estarías tan embebido y casi arrobado mirando a Dios, y no querrías más trabajar, ni buscar, ni merecer más, viendo que aquello te bastaba y era para ti más suficiente que todo el mundo para un hombre; y por tanto, aquel Señor, celoso de nuestro provecho, no quiere luego darnos su gloria, por que, sirviéndolo más, merezcamos delante los ojos de su misericordia más gloria; empero da señal de esta gloria del cielo a los muy amigos suyos, como el panal, que aunque no da toda la miel, da de sí alguna gota.

Dícese en la Escritura la gloria del cielo panal, porque cuasi así como ella tiene tres cosas, que son la cera con que nos alumbramos, que corresponde a la visión de Dios, y la miel con que nos mantenemos, que corresponde a la fruición y la morada y vasicos de la miel, los cuales, allende de figurar las diversas mansiones del cielo, figuran la permanencia de la bienaventuranza, porque en los vasicos del panal permanece y se detiene la miel, los cuales deshechos se va.

La gota deste panal dulcísimo, que es el gusto y suavidad de la devoción, da el Señor a quien le place, y a quien la merece, y a quien la demanda; porque Él dice que demandemos y nos darán, busquemos y hallaremos, llamemos y abrirnos han.

Es, empero, de notar que la señal de la vida eterna nos hace de parte de Dios más cierta la entera restitución de lo que Él se nos hizo deudor, vendiéndonos su impreciable gloria por casi ningún precio, mas acrecienta en nos la confianza del recebir, y despierta la codicia con que Él quiere que demandemos cosas tan altas, y refrigera esta dulcedumbre, y tiempla el gran fuego de amor y el deseo increíble que ella misma despierta, del cual dice San Ambrosio: Acometamos una sagrada ambición, para que, no contentos con las cosas medias, anhelemos y vamos carleando a las postreras y muy grandes.

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MensajePublicado: Jue Nov 06, 2008 9:01 pm    Asunto:
Tema: Tercer Abecedario Espiritual, por San Francisco de Osuna
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CAPÍTULO IV.

EN QUE SE DICE POR QUÉ NOS ES DADO EL GUSTO INTERIOR



Una razón quiero traer para probar que el gusto de las cosas celestiales no se da por premio temporal con despedimiento de los bienes eternos, y es que el tal premio temporal con privación del premio eterno solamente se acostumbra en la Escritura dar a los malos que dicen aquello (1 Re 12,16): ¿Qué parte tenemos en la casa de David, o qué heredad en el hijo de Isay? En menospreciar éstos la parte de la casa de David menosprecian los bienes eternos, y en menospreciar la heredad del hijo de Isay menosprecian los favores de Cristo, mediante el cual se alcanzan, y a este tal dice la Santísima Trinidad aquello de Isaías (Is 26,10): Hayamos misericordia del malo, y no aprenderá a obrar justicia; en la tierra de los santos hizo cosas malas, y no verá la gloria de Dios.

Dios ha misericordia del malo cuando le da algún premio, aunque sea temporal, el cual él aún no merecía; y porque los premios terrenos atraen al hombre a la tierra de que fueron tomados, dice Dios que el tal no aprenderá a hacer justicia; ca, como él sea malo, las cosas que aún de sí son buenas convierte en mal; y porque en la tierra de los santos, que es la Iglesia del Señor, obró maldades, no verá la gloria de Dios ni con el corazón sucio a este fin, que con ella le paguen sus pocos y malos servicios; la cual ve en los justos por el gusto sabroso de la contemplación, teniendo el corazón limpio de los terrenos cuidados.

Si Dios quisiese pagar a alguno con solamente darle a gustar las cosas celestiales, y darle el espíritu y don de la devoción, de verdad que la tal paga sería ocasión que el mismo Señor daba, para que el así pagado trabase pleito y se entremetiese en haber los bienes eternos; porque, de tal gusto convidado, buscaría manera para lo haber, y dejando todas las otras cosas, daría medio para ello, el cual como no sea otro sino guardar los mandamientos de Dios, luego era con ellos y diría al Señor con David: Incliné mi corazón a obrar tus justificaciones por la retribución. Así que de esta manera, como el reino de Dios sea vendible, según dice, ya éste lo tendrá comprado.

Confieso y creo verdaderamente que mediante el deseo de la divina dulcedumbre se convierten muchos pecadores a Dios, y cuán bueno sea este deseo, y cuánto de los santos amonestado, decirlo hemos habida oportunidad; y creo también que Dios nunca lo da a este fin que con él haga pago a los que han de ir al infierno, porque a éstos paga con los deleites carnales y riquezas terrenas y honras mundanas. No, empero, niego Dios poderlo hacer, pues que ninguna cosa es imposible a su Majestad; y también creo que están muchos en el infierno que algún tiempo fueron amigos de Dios, mientras tuvieron su caridad y gracia; y estos tales recibieron muchos y grandes gustos de Dios; empero no dados a fin que con ellos se despidiese; lo cual no digo creer sin Escritura sagrada que lo afirme, mas aún pensarlo o dudarlo no es bien dudado; y si tiene su Majestad determinado de me enviar al infierno, pues lo merece la muchedumbre de mis pecados sin número, suplico a su Majestad, si con alguno usó la tal manera de paga, la use también conmigo, para que mediante ella goce siquiera algún tiempo de su santo amor, al cual ella mucho convida al humano corazón y devoto.

Decir también que el gusto de la contemplación puede tener uno que está en pecado mortal, es decir nonada; pues que esto conviene a todos los otros dones, sacada la caridad que, según dice San Pablo (1 Cor 13,1-3), sola salva, y sin ella todo lo demás es habido por nada; así que esta razón no cause temor en el contemplativo más que en otro cualquier fiel cristiano, antes debe responder el tal que la cosa con que menos se compadece el pecado mortal, después de la caridad, es el gusto espiritual del Señor, muy dulce y suave a los que lo temen.

Tornando a lo primero de la segunda palabra de aquesta letra, el que recibe del Señor el espíritu doblado que demandaba Eliseo sin trabajo alguno (2 Re 2,9), conoce la gracia que recibe, porque con la gracia que recibe en la voluntad le da lumbre en el entendimiento para conocer la misma gracia, que es como espíritu doblado; mas si tú no recibes sino el espíritu sencillo, que es la sola gracia, haste de hacer con mañosa industria experimentado en ella, tomando aviso de la una para la otra por razonables conjeturas y avisos; los cuales deben ser diversos, según las diversas gracias que el Señor Jesucristo te diere; y no te maravilles por haber dicho gracias diversas, porque yo conocía hombre que por un año recibió de Dios cada día nueva manera de gracia; el cual aunque no recibiera el conocimiento de la misma gracia, sino que se la dieran cerrada como melón, y se la pusiera Dios muy secreta en el seno de su corazón, y se la metiera Dios en la boca de su ánima sin le dar a sentir sino solamente el gusto. Cosa clara está que, si él fuera avisado y mirara en ello, saliera naturalmente sin nuevo don con mucha experiencia de cosas espirituales; la cual es de grandísimo provecho y utilidad, no tan solamente al que la tiene, mas a toda la Iglesia, porque mediante ella remedia y consuela a muchas ánimas que tienen espirituales tentaciones y dudas y fatigas interiores causadas del demonio.

Y por que veas cuánto aprovecha esta experiencia, yo conocí una persona que, hablando con un endemoniado, para lo consolar, cuando no tenía el demonio, le dijo, sin haber él mismo sido endemoniado, todas las cosas que el demonio hacía con él, y las cosas que le inspiraba, y cómo se había con su ánima, afirmando el endemoniado ser todo verdad; y esto no lo dijo por alguna revelación de Dios ni del demonio, sino acordándose de las cosas espirituales que obraba en él la gracia que muchas veces había sentido; y comparando y refiriendo y diferenciando unas cosas de otras, por mera conjetura dijo los males que el otro recibía del demonio.

La industria que yo te puedo dar para esto, por ser las cosas muy diversas, no es otra sino decirte que pares mientes en las cosas y que examines con fidelidad las causas de ellas, mirando lo que pasó y lo que después se sigue, y notando lo uno y lo otro.

Algunas veces temerás lo que es bueno, como Herodes temía a San Juan, que quiere decir gracia; porque sin razón temerás alguna gracia que deberías amar, y esto por falta de experiencia. Otras veces tendrás en más lo que es menos y en menos lo que es más. Otras veces harás caso de lo que no es nada; empero no temas, ca en esto no hay pecado ninguno, si tu intención no estuviere dañada; y como dijo una muy santa persona si el demonio te hiciese creer que alguna cosa es buena no lo siendo, muy presto será deshecho el engaño, porque Dios, que, según dice San Pablo (1 Cor 10,13), en esto es muy fiel, no consentirá que sea durable el error, ni tampoco será de cosa que se aventure mucho, porque el ánima luego poco más o menos barrunta las cosas, y tu buen consejero te aprovechará mucho, según te diré.

Has, empero, de notar un aviso, y es que, cuando sintieres alguna gracia en tu ánima, por entonces no seas curioso en saber qué cosa es, ni por entonces estés escudriñándola; mas abre el corazón al don del Señor, alimpiándolo todo lo más que pudieras del polvo de la vagueación, y consiente a la gracia interior con toda su afección y entrañas, como quien, si menester fuere en ella, se echa a morir, sin temor de perder en ella la vida corporal; lo cual será muchas veces menester, según nuestra poquedad y el gran poder de Dios, mas no dudes de entrar en el profundo; aunque temas, no des lugar al temor, y si para pasar a la gracia hubieres de pasar por fuego, tampoco temas; ni temas aunque te parezca que es menester deshacerte del todo; cuanto más te murieres y perecieres es mejor, porque entonces te hallarás mejorado en el ánima, aunque desmayado en el cuerpo, y ponte a todo lo que te viniere en la oración interior, creyendo que no vendrá sino de la mano de Dios y por entonces, como dije, no cures de saber qué cosas son aquellas que pasan por ti o que se obran en ti, sino confía; porque si esto no haces y quieres mirar y remirar, perderás la gracia que entonces obra, no queriendo, según se dice en los Cánticos (Cant 6,5), que pongas en ella tus ojos para conocerla, sino tus manos para la abrazar, y tu corazón para la amar, y tus oídos para obedecer, y tu boca para la gustar, y tu cuerpo y tu ánima para la recibir.

Ninguna de estas gracias que algo son viene al ánima sin dejar muy grandes rastros de quién es, que permanecen en el ánima a lo menos un día; y aquellas reliquias del hombre pacífico obran en el ánima cosas diversas: unas veces causan un gran descanso y amor de soledad; otras alumbran el ingenio a entender y decir cosas grandes; otras veces causan tan gran alegría de corazón, que nunca cesa en el corazón la risa del Señor; otras veces abren para llorar las fuentes de los ojos que están proveídos de las fuentes del Salvador; otras veces despiertan el ánima al hacimiento de las gracias; otras veces quitan la gana del comer e imprimen en el corazón la memoria de Dios y el menosprecio de las cosas perecederas; otras veces las reliquias de la gracia despiertan verdadero amor de los prójimos en el ánima, que tan verdaderamente se goza el hombre de sus bienes como si proprios fuesen, y se duele tanto de los males ajenos como si él los sufriese. ¿Para qué te diré más? Solamente sé decir que las virtudes que la diversa gracia causa en el ánima cuando cesa de obrar tan abundosamente son tan verdaderas, que, comparadas a las que en el otro tiempo sienten los hombres, parecen estas otras fingidas o muertas o pintadas en traza de carbón.


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