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Mujer e Iglesia

 
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tylly
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MensajePublicado: Sab Nov 29, 2008 8:19 pm    Asunto: Mujer e Iglesia
Tema: Mujer e Iglesia
Responder citando

CARTA APOSTÓLICA
MULIERIS DIGNITATEM
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
SOBRE LA DIGNIDAD Y LA VOCACIÓN
DE LA MUJER
CON OCASIÓN DEL AÑO MARIANO

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En la descripción del Génesis (2, 18-25) la mujer es creada por Dios «de la costilla» del hombre y es puesta como otro «yo», es decir, como un interlocutor junto al hombre, el cual se siente solo en el mundo de las criaturas animadas que lo circunda y no halla en ninguna de ellas una «ayuda» adecuada a él.

La mujer, llamada así a la existencia, es reconocida inmediatamente por el hombre como «carne de su carne y hueso de sus huesos» (cf. Gén 2, 25) y por eso es llamada «mujer». En el lenguaje bíblico este nombre indica la identidad esencial con el hombre: 'is - issah, cosa que, por lo general, las lenguas modernas, desgraciadamente, no logran expresar. «Esta será llamada mujer ('issah), porque del varón ('is) ha sido tomada» (Gén 2, 25).

El texto bíblico proporciona bases suficientes para reconocer la igualdad esencial entre el hombre y la mujer desde el punto de vista de su humanidad.(24)

Ambos desde el comienzo son personas, a diferencia de los demás seres vivientes del mundo que los circunda. La mujer es otro «yo» en la humanidad común. Desde el principio aparecen como «unidad de los dos», y esto significa la superación de la soledad original, en la que el hombre no encontraba «una ayuda que fuese semejante a él» (Gén 2, 20).
¿Se trata aquí solamente de la «ayuda» en orden a la acción, a «someter la tierra» (cf. Gén 1, 2Cool? Ciertamente se trata de la compañera de la vida con la que el hombre se puede unir, como esposa, llegando a ser con ella «una sola carne» y abandonando por esto a «su padre y a su madre» (cf. Gén 2, 24).

La descripción «bíblica» habla, por consiguiente, de la institución del matrimonio por parte de Dios en el contexto de la creación del hombre y de la mujer, como condición indispensable para la transmisión de la vida a las nuevas generaciones de los hombres, a la que el matrimonio y el amor conyugal están ordenados: «Sed fecundos y multiplicaos y henchid la tierra y sometedla»(Gén 1, 2Cool.

CARTA DEL PAPA JUAN PABLO II
A LAS MUJERES
.........
4. Y qué decir también de los obstáculos que, en tantas partes del mundo, impiden aún a las mujeres su plena inserción en la vida social, política y económica? Baste pensar en cómo a menudo es penalizado, más que gratificado, el don de la maternidad, al que la humanidad debe también su misma supervivencia.

Ciertamente, aún queda mucho por hacer para que el ser mujer y madre no comporte una discriminación. Es urgente alcanzar en todas partes la efectiva igualdad de los derechos de la persona y por tanto igualdad de salario respecto a igualdad de trabajo, tutela de la trabajadora-madre, justas promociones en la carrera, igualdad de los esposos en el derecho de familia, reconocimiento de todo lo que va unido a los derechos y deberes del ciudadano en un régimen democrático.

Se trata de un acto de justicia, pero también de una necesidad. Los graves problemas sobre la mesa, en la política del futuro, verán a la mujer comprometida cada vez más: tiempo libre, calidad de la vida, migraciones, servicios sociales, eutanasia, droga, sanidad y asistencia, ecología, etc.


Para todos estos campos será preciosa una mayor presencia social de la mujer, porque contribuirá a manifestar las contradicciones de una sociedad organizada sobre puros criterios de eficiencia y productividad, y obligará a replantear los sistemas en favor de los procesos de humanización que configuran la « civilización del amor ».
.........
8. Después de crear al ser humano varón y mujer, Dios dice a ambos: « Llenad la tierra y sometedla » (Gn 1, 2Cool. No les da sólo el poder de procrear para perpetuar en el tiempo el género humano, sino que les entrega] también la tierra como tarea, comprometiéndolos a administrar sus recursos con responsabilidad.


El ser humano, ser racional y libre, está llamado a transformar la faz de la tierra. En este encargo, que esencialmente es obra de cultura, tanto el hombre como la mujer tienen desde el principio igual responsabilidad. En su reciprocidad esponsal y fecunda, en su común tarea de dominar y someter la tierra, la mujer y el hombre no reflejan una igualdad estática y uniforme, y ni siquiera una diferencia abismal e inexorablemente conflictiva: su relación más natural, de acuerdo con el designio de Dios, es la « unidad de los dos », o sea una « unidualidad » relacional, que permite a cada uno sentir la relación interpersonal y recíproca como un don enriquecedor y responsabilizante.

A esta « unidad de los dos » confía Dios no sólo la obra de la procreación y la vida de la familia, sino la construcción misma de la historia. Si durante el Año internacional de la Familia, celebrado en 1994, se puso la atención sobre la mujer como madre, la Conferencia de Pekín es la ocasión propicia para una nueva toma de conciencia de la múltiple aportación que la mujer ofrece a la vida de todas las sociedades y naciones. Es una aportación, ante todo, de naturaleza espiritual y cultural, pero también socio-política y económica. ¡Es mucho verdaderamente lo que deben a la aportación de la mujer los diversos sectores de la sociedad, los Estados, las culturas nacionales y, en definitiva, el progreso de todo el genero humano!


AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 10 de octubre de 1979

1. En la última reflexión del presente ciclo hemos llegado a una conclusión introductoria, sacada de las palabras del libro del Génesis sobre la creación del hombre como varón y mujer. A estas palabras, o sea, al "principio", se refirió el Señor Jesús en su conversación sobre la indisolubilidad del matrimonio (cf. Mt 19,39; Mc 10,112). Pero la conclusión a que hemos llegado no pone fin todavía a la serie de nuestros análisis.

Efectivamente, debemos leer de nuevo las narraciones del capítulo primero y segundo del libro del Génesis en un contexto más amplio, que nos permitirá establecer una serie de significados del texto antiguo, al que se refirió Cristo. Por tanto, hoy reflexionamos sobre el significado de la soledad originaria del hombre.

2. El punto de partida de esta reflexión nos lo dan directamente las siguientes palabras del libro del Génesis: «No es bueno que el hombre (varón) esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él» (Gen 2, 1Cool. Es Dios-Yahvé quien dice estas palabras. Forman parte del segundo relato de la creación del hombre y provienen, por lo tanto, de la tradición yahvista, el relato de la creación del hombre (varón) es un paisaje aislado (cf. Gen 2, 7), que precede al relato de la primera mujer (cf. Gen 2, 21-22).
Además es significativo que el primer hombre ('adam), creado del 'polvo de la tierra', sólo después de la creación de la primera mujer es definido como varón ('is). Así, pues, cuando Dios-Yahvéh pronuncia las palabras sobre la soledad, las refiere a la soledad del 'hombre' en cuanto tal, y no sólo del varón.

Pero es difícil, basándose sólo en este hecho, ir demasiado lejos al sacar conclusiones. Sin embargo, el contexto completo de esa soledad de la que nos habla el Génesis 2, 18, puede convencernos de que se trata de la soledad del 'hombre' (varón y mujer), y no sólo de la soledad del hombre-varón, producida por la ausencia de la mujer. Parece, pues, basándonos en todo el contexto, que esta soledad tiene dos significados: uno, que se deriva de la naturaleza misma del hombre, es decir, de su humanidad (y esto es evidente en el relato de Gen 2), y otro, que se deriva de la relación varón-mujer, y esto es evidente, en cierto modo, en base al primer significado. Un análisis detallado de la descripción parece confirmarlo.

Entonces podemos concluir:

- En la narración del Génesis, cuando Dios se refiere a la soledad del “hombre” se refiere a la soledad del “hombre-mujer” en su humanidad y también a la soledad del hombre en relación a la mujer. Que interesante!
- Cuando Dios creo a la mujer de la costilla del hombre estaba instituyendo el matrimonio.

- Su Santidad explica como Dios dio tanto al hombre como a la mujer además de la obra de la procreación “la construcción misma de la historia” e igualdad de responsabilidad.

- Su Santidad piensa que la contribución de la mujer a la sociedad debe expandirse a todos los campos de la vida social. Él ve esto como un proceso que enriquece a la sociedad. El aporte de la mujer en todo el ámbito social puede y debe promover la “cultura o civilización del amor”.

- Su Santidad percibe todavía la gran desigualdad que existe hacia la mujer como persona y explica que se debe de alcanzar una “efectiva igualdad” de los derechos de la persona. Esto todo sin descuidar la maternidad y sus implicaciones para la mujer.
- También se menciona la “igualdad de los esposos” en el derecho de familia.


Por todo ello concluyo que la interpretación que se me dio sobre lo que significa que Dios creara a la mujer como ayuda para el hombre y como la mujer debe tener un papel secundario desde el cual influye en la historia de la humanidad, no tiene bases en el Magisterio Vivo de la Iglesia.

La mujer puede y debe tener igual carácter de decisión que un hombre dentro de la sociedad. Y por lo tanto puede y debe influenciar la historia y el devenir de los tiempos de manera directa y visible.

La contribución de la mujer en la familia y en la sociedad pueden transformar la civilización de muerte en la civilización de vida. Por eso es bueno que la mujer tenga igual oportunidades y opciones que el hombre
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tylly
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MensajePublicado: Sab Nov 29, 2008 8:37 pm    Asunto:
Tema: Mujer e Iglesia
Responder citando

CARTA DEL PAPA A LOS OBISPOS DE LA IGLESIA CATÓLICA
SOBRE LA COLABORACIÓN DEL HOMBRE Y LA MUJER
EN LA IGLESIA Y EL MUNDO. (esta carta se puede leer integra en www.vatican.van


.......

En tal perspectiva se entiende el papel insustituible de la mujer en los diversos aspectos de la vida familiar y social que implican las relaciones humanas y el cuidado del otro. Aquí se manifiesta con claridad lo que el Santo Padre ha llamado el genio de la mujer.19 Ello implica, ante todo, que las mujeres estén activamente presentes, incluso con firmeza, en la familia, «sociedad primordial y, en cierto sentido, ‘‘soberana''»,20 pues es particularmente en ella donde se plasma el rostro de un pueblo y sus miembros adquieren las enseñanzas fundamentales.

Ellos aprenden a amar en cuanto son amados gratuitamente, aprenden el respeto a las otras personas en cuanto son respetados, aprenden a conocer el rostro de Dios en cuanto reciben su primera revelación de un padre y una madre llenos de atenciones. Cuando faltan estas experiencias fundamentales, es el conjunto de la sociedad el que sufre violencia y se vuelve, a su vez, generador de múltiples violencias. Esto implica, además, que las mujeres estén presentes en el mundo del trabajo y de la organización social, y que tengan acceso a puestos de responsabilidad que les ofrezcan la posibilidad de inspirar las políticas de las naciones y de promover soluciones innovadoras para los problemas económicos y sociales.

.........

Sin embargo no se puede olvidar que la combinación de las dos actividades —la familia y el trabajo— asume, en el caso de la mujer, características diferentes que en el del hombre. Se plantea por tanto el problema de armonizar la legislación y la organización del trabajo con las exigencias de la misión de la mujer dentro de la familia. El problema no es solo jurídico, económico u organizativo, sino ante todo de mentalidad, cultura y respeto. Se necesita, en efecto, una justa valoración del trabajo desarrollado por la mujer en la familia.

En tal modo, las mujeres que libremente lo deseen podrán dedicar la totalidad de su tiempo al trabajo doméstico, sin ser estigmatizadas socialmente y penalizadas económicamente. Por otra parte, las que deseen desarrollar también otros trabajos, podrán hacerlo con horarios adecuados, sin verse obligadas a elegir entre la alternativa de perjudicar su vida familiar o de padecer una situación habitual de tensión, que no facilita ni el equilibrio personal ni la armonía familiar. Como ha escrito Juan Pablo II, «será un honor para la sociedad hacer posible a la madre —sin obstaculizar su libertad, sin discriminación sicológica o práctica, sin dejarle en inferioridad ante sus compañeras— dedicarse al cuidado y a la educación de los hijos, según las necesidades diferenciadas de la edad».21


Ioannes Paulus PP. II
Laborem exercens
a los venerables Hermanos en el Episcopado
a los Sacerdotes
a las Familias religiosas
a los Hijos e Hijas de la Iglesia
y a todos los Hombres de Buena Voluntad
sobre el Trabajo Humano
en el 90 aniversario de la
Rerum Novarum

1981.09.14



La experiencia confirma que hay que esforzarse por la revalorización social de las funciones maternas, de la fatiga unida a ellas y de la necesidad que tienen los hijos de cuidado, de amor y de afecto para poderse desarrollar como personas responsables, moral y religiosamente maduras y sicológicamente equilibradas.

Será un honor para la sociedad hacer posible a la madre —sin obstaculizar su libertad, sin discriminación sicológica o práctica, sin dejarle en inferioridad ante sus compañeras— dedicarse al cuidado y a la educación de los hijos, según las necesidades diferenciadas de la edad. El abandono obligado de tales tareas, por una ganancia retribuida fuera de casa, es incorrecto desde el punto de vista del bien de la sociedad y de la familia cuando contradice o hace difícil tales cometidos primarios de la misión materna.26

En este contexto se debe subrayar que, del modo más general, hay que organizar y adaptar todo el proceso laboral de manera que sean respetadas las exigencias de la persona y sus formas de vida, sobre todo de su vida doméstica, teniendo en cuenta la edad y el sexo de cada uno. Es un hecho que en muchas sociedades las mujeres trabajan en casi todos los sectores de la vida.

Pero es conveniente que ellas puedan desarrollar plenamente sus funciones según la propia índole, sin discriminaciones y sin exclusión de los empleos para los que están capacitadas, pero sin al mismo tiempo perjudicar sus aspiraciones familiares y el papel específico que les compete para contribuir al bien de la sociedad junto con el hombre. La verdadera promoción de la mujer exige que el trabajo se estructure de manera que no deba pagar su promoción con el abandono del carácter específico propio y en perjuicio de la familia en la que como madre tiene un papel insustituible.


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA XI ASAMBLEA PLENARIA
DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA FAMILIA
24 de marzo de 1994

.......

4. Se encuentran, además, en distintas partes, actitudes e intereses que inciden en una menor estima de la maternidad, si es que no le son adversas abiertamente, por considerarla perjudicial a las exigencias de la producción o del rendimiento competitivo en el seno de la sociedad industrial.

Por otra parte, son innegables las dificultades que el trabajo de la mujer fuera del hogar comporta para la vida familiar, especialmente, por lo que se refiere al cuidado y educación de los hijos, sobre todo, los de tierna edad.
Como he indicado con ocasión de la reciente festividad de san José: “ Hemos de dedicar particular atención al importantísimo trabajo desarrollado por las mujeres, por las madres en el seno de las familias... El legítimo deseo de contribuir con la propia capacidad al bien común en el contexto socioeconómico, llevan a la mujer, con frecuencia, a emprender una actividad profesional.

Sin embargo, hay que evitar que la familia y la humanidad corran el riesgo de sufrir una pérdida que las empobrecería, pues la mujer no puede ser sustituida en la generación y educación de los hijos. Por tanto, las autoridades deberán proveer con leyes oportunas a la promoción profesional de la mujer y, al mismo tiempo, a la tutela de su vocación como madre y educadora ”.

Por otra parte, el trabajo de la mujer en el hogar ha de ser justamente estimado, también en su innegable valor social: “ Esta actividad... debe ser reconocida y valorizada al máximo ”. Es éste un campo en el cual los responsables de las instancias políticas, los legisladores, los empresarios deben presentar iniciativas aptas para responder adecuadamente a estas exigencias, como exhorta la Iglesia en su doctrina social.
En la Encíclica “ Laborem Exercens ”, al hablar de las prestaciones sociales, quise referirme al salario familiar, presentándolo como “ un salario único dado al cabeza de la familia por su trabajo y que sea suficiente para las necesidades de la familia, sin necesidad de hacer asumir a la esposa un trabajo retribuido fuera de casa... La verdadera promoción de la mujer exige que el trabajo se estructure de manera que no deba pagar su promoción con el abandono del carácter específico propio y en perjuicio de la familia en la que como madre tiene un papel insustituible ”.

5. Por otra parte, la mujer tiene derecho al honor y al gozo de la maternidad, como un regalo de Dios, y, a su vez, los hijos tienen también el derecho a los cuidados y solicitud de quienes son sus progenitores, en particular de sus madres. Por ello, las políticas familiares han de tener en cuenta la situación económica de muchas familias que se ven condicionadas y limitadas gravemente para cumplir su misión.

Como señalaba en la Exhortación Apostólica “ Familiaris Consortio ”, “ las autoridades públicas, convencidas de que el bien de la familia constituye un valor indispensable e irrenunciable de la comunidad civil, deben hacer cuanto puedan para asegurar a las familias todas aquellas ayudas – económicas, sociales, educativas, políticas, culturales – que necesitan para afrontar de modo humano todas sus responsabilidades ”.


Conclusión:

- El papel de la mujer en la familia es insustituible.
- La mujer es libre de decidir entre dedicarse al hogar de manera continua y completa o dedicarse a alguna profesión sin descuidar su hogar.
- Se debe valorar al máximo el papel de la mujer madre que se dedica al trabajo del hogar
- Se deben crear leyes para que las mujeres que deseen trabajar fuera de casa no tengan que elegir entre sus responsabilidades para con sus familias y su trabajo como profesionales.
- La sociedad debe valorar la maternidad al máximo.

INTERVENCIÓN DE MONS. GIOVANNI LAJOLO,
SECRETARIO PARA LAS RELACIONES CON LOS ESTADOS,
SOBRE LA ACCIÓN DE LA DIPLOMACIA DE LA SANTA SEDE
EN DEFENSA DE LA FAMILIA
EN LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES

Viernes 12 de noviembre de 2004


Derecho de la mujer a ejercitar una profesión
y a participar activamente en la vida social y política

A los derechos de la mujer se han dedicado un gran número de instrumentos jurídicos internacionales, entre los cuales se pueden recordar el Convenio sobre los derechos políticos de la mujer, de 1954, y el Convenio sobre la eliminación de cualquier forma de discriminación contra la mujer, de 1981.
En ellos se afirma el reconocimiento del derecho de la mujer a ejercitar, cualquiera que sea su estado matrimonial, los derechos y las libertades fundamentales en campo político, económico, social, cultural y civil en igualdad con los hombres.

El Santo Padre, en preparación de la IV Conferencia mundial de las Naciones Unidas sobre la mujer (Pekín, 1995), afirmó en diversas ocasiones su deseo de subrayar la importancia de una mayor valoración de la mujer en la vida pública (social, económica, cultural, educativa, política...), en la cual las mujeres se están afirmando cada vez más, en los niveles más altamente representativos, nacionales e internacionales.

Es un proceso que hay que apoyar, continuaba el Papa, porque la mujer demuestra que puede dar una contribución no menos cualificada que el hombre en estos sectores.

Ciertamente, la participación de la mujer en la vida pública exige un replanteamiento por parte de los cónyuges del modo de responsabilizarse de las necesidades familiares, en el cuidado y en la educación de los hijos en primer lugar y eventualmente en la atención a otras personas necesitadas de ayuda en el interior de la familia, para que esta pueda continuar siendo el lugar de comunión y desarrollo solidario de todos sus miembros.

El acuerdo responsable entre el marido y la mujer para tomar las decisiones que consideren más apropiadas no parece, sin embargo, suficiente si en el ámbito social externo no se crea una mentalidad orientada a la defensa de la institución familiar que facilite, por ejemplo, horarios apropiados para hacer compatibles el compromiso familiar y el trabajo, ayudas económicas adecuadas que permitan el desarrollo de la familia, sin tener que recurrir al trabajo externo, en el caso en el que así lo vean conveniente los cónyuges, ayudas especializadas de tipo económico, médico y psicológico para acompañar y sostener a las familias en la dolorosa tarea de atender a un persona con una enfermedad incurable, etc.

Estas cuestiones son tratadas y seguidas por la Santa Sede, por ejemplo, en el III Comité de la Asamblea general de las Naciones Unidas, en el Consejo económico y social (ECOSOC), en la Organización mundial de la salud (OMS) y en el Fondo de las Naciones Unidas para las actividades en materia de población (UNFPA), en la Comisión interamericana de mujeres, y en varias instancias del Consejo de Europa.

.........

Conclusiones:
- El proceso mediante el cual la mujer tiene cada vez más participación dentro de la sociedad debe ser apoyado y valorado. Por lo tanto no constituye una rebelión de la mujer en contra de Dios.
- Esta participación en la vida pública exige un replanteamiento de las responsabilidades del hogar por parte de los cónyuges.
- Esta participación en la vida publica también exige un cambio en la mentalidad de la sociedad de manera que el trabajo fuera de casa se pueda armonizar con las responsabilidades de la familia.

Con respecto a la carta a los Efesios podemos ver como la interpreta Su Santidad Juan Pablo II en su Encíclica sobre la dignidad de las mujeres...

CARTA APOSTÓLICA
MULIERIS DIGNITATEM
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
SOBRE LA DIGNIDAD Y LA VOCACIÓN
DE LA MUJER
CON OCASIÓN DEL AÑO MARIANO
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La «novedad» evangélica

24. El texto se dirige a los esposos, como mujeres y hombres concretos, y les recuerda el «ethos» del amor esponsal que se remonta a la institución divina del matrimonio desde el «principio». A la verdad de esta institución responde la exhortación «maridos, amad a vuestras mujeres», amadlas como exigencia de esa unión especial y única, mediante la cual el hombre y la mujer llegan a ser «una sola carne» en el matrimonio (Gén 2, 24; Ef 5, 31).

En este amor se da una afirmación fundamental de la mujer como persona, una afirmación gracias a la cual la personalidad femenina puede desarrollarse y enriquecerse plenamente. Así actúa Cristo como esposo de la Iglesia, deseando que ella sea «resplandeciente, sin mancha ni arruga» (Ef 5, 27). Se puede decir que aquí se recoge plenamente todo lo que constituye «el estilo» de Cristo al tratar a la mujer. El marido tendría que hacer suyos los elementos de este estilo con su esposa; y, de modo análogo, debería hacerlo el hombre, en cualquier situación, con la mujer. De esta manera ambos, mujer y hombre, realizan el «don sincero de sí mismos».

El autor de la Carta a los Efesios no ve ninguna contradicción entre una exhortación formulada de esta manera y la constatación de que «las mujeres (estén sumisas) a sus maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer» (5, 22-23a). El autor sabe que este planteamiento, tan profundamente arraigado en la costumbre y en la tradición religiosa de su tiempo, ha de entenderse y realizarse de un modo nuevo: como una «sumisión recíproca en el temor de Cristo» (cf. Ef 5, 21), tanto más que al marido se le llama «cabeza» de la mujer, como Cristo es cabeza de la Iglesia, y lo es para entregarse «a sí mismo por ella» (Ef 5, 25), e incluso para dar la propia vida por ella. PERO MIENTRAS QUE EN LA RELACIÓN CRISTO-IGLESIA LA SUMISIÓN ES SÓLO DE LA IGLESIA, EN LA RELACIÓN MARIDO-MUJER LA «SUMISIÓN» NO ES UNILATERAL, SINO RECÍPROCA.

En relación a lo «antiguo», esto es evidentemente «nuevo»: es la novedad evangélica. Encontramos diversos textos en los cuales los escritos apostólicos expresan esta novedad, si bien en ellos se percibe aún lo «antiguo», es decir, lo que está enraizado en la tradición religiosa de Israel, en su modo de comprender y de explicar los textos sagrados, como por ejemplo el del Génesis (c. 2).(49)

Las cartas apostólicas van dirigidas a personas que viven en un ambiente con el mismo modo de pensar y de actuar. La «novedad» de Cristo es un hecho; constituye el inequivocable contenido del mensaje evangélico y es fruto de la redención. Pero al mismo tiempo, la convicción de que en el matrimonio se da la «recíproca sumisión de los esposos en el temor de Cristo» y no solamente la «sumisión» de la mujer al marido, ha de abrirse camino gradualmente en los corazones, en las conciencias, en el comportamiento, en las costumbres. Se trata de una llamada que, desde entonces, no cesa de apremiar a las generaciones que se han ido sucediendo, una llamada que los hombres deben acoger siempre de nuevo.

El Apóstol escribió no solamente que: «En Jesucristo (...) no hay ya hombre ni mujer», sino también «no hay esclavo ni libre». Y sin embargo ¡cuántas generaciones han sido necesarias para que, en la historia de la humanidad, este principio se llevara a la práctica con la abolición de la esclavitud! Y ¿qué decir de tantas formas de esclavitud a las que están sometidos hombres y pueblos, y que todavía no han desaparecido de la escena de la historia?

Pero el desafío del «ethos» de la redención es claro y definitivo. Todas las razones en favor de la «sumisión» de la mujer al hombre en el matrimonio se deben interpretar en el sentido de una sumisión recíproca de ambos en el «temor de Cristo». La medida de un verdadero amor esponsal encuentra su fuente más profunda en Cristo, que es el Esposo de la Iglesia, su Esposa.

Conclusión:
- La mujer debe estar sujeta a su marido PERO el marido también debe estar sujeto a la mujer.
- En el caso de Cristo y su Iglesia se trata de una sumisión unilateral de la Iglesia. En el caso del matrimonio se trata de una sumisión RECIPROCA en el temor de Cristo.
- Esta es la buena nueva del Evangelio donde no existe hombre ni mujer, esclavo y libre y que debe abrirse paso gradualmente en los corazones, en las conciencias y en las costumbres.
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