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Hini
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Registrado: 26 Sep 2005
Mensajes: 255

MensajePublicado: Mie Dic 17, 2008 1:48 am    Asunto: Aviso
Tema: Aviso
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El próximo sábado 20 de diciembre, será el último tema antes de la pausa Navidad/Epifanía. Retomaremos el curso el 10 de enero

Se han hecho algunos ajustes al temario que colgare aquí en el foro y enviaré por email después del noveno capitulo, con el objetivo de enriquecer los temas y adecuarlos al alto nivel de los participantes. Por mi parte se introducen tres novedades con el fin de hacer más interactivo el curso:

1. De las respuestas a cada capítulo sacaré dos o tres temas de discusión. De los que hemos visto hasta ahora, los ire poniendo durante el descanso y estarán a disposición de todos para cuando tengan un momento libre si los quieren comentar. A partir de enero se hará sobre la marcha. Si alguno de los participantes quiere sacar los temas de alguno de los artículos, puede tomar la iniciativa. Sólo le pido que me avise para que no dupliquemos el trabajo.

2. La segunda novedad es que abriré un postit donde sacerdotes y seminaristas puedan dar su testimonio acerca de su experiencia. He leído testimonios muy interesantes en las respuestas que vale la pena tratarlos aparte y comentarlos.

3. Abriré otro postit para opiniones y sugerencias acerca del curso

Muchas gracias a todos por su colaboración.

Que el Niño Jesús los llene de bendiciones apostólicas y personales!
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frsalomon
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Registrado: 18 Nov 2008
Mensajes: 20
Ubicación: Washington DC

MensajePublicado: Dom Dic 21, 2008 6:43 pm    Asunto:
Tema: Aviso
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Gracias por este esfuerzo formativo.

Muy buenas esas ideas.

Sugiero que se promocione más.

EWTN en español (radio y TV); la página del CELAM, Página del Vaticano y su servicio informativo, y que lo publiquen nuevamente en ZENIT.


Un abrazo y bendiciones!!!

_________________
P. Víctor Salomón
Washington DC
www.sacerdotesoperarios.org
http://www.solinstitutedc.com/Home.html
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Adilson
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Registrado: 10 Nov 2008
Mensajes: 5

MensajePublicado: Sab Ene 10, 2009 3:38 pm    Asunto:
Tema: Aviso
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Muy bien me gusta la propuesta, aunque por lo he visto y leido el curso se dirige más a la formación diocesana, seria interesante aportar algo para la vida Religiosa también.
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frsalomon
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Registrado: 18 Nov 2008
Mensajes: 20
Ubicación: Washington DC

MensajePublicado: Mar Ene 13, 2009 12:06 am    Asunto: De viaje!
Tema: Aviso
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Estaré esta semana sin participar porque viajo mañana al Encuentro Mundial de las Familias en México.

Cuento con sus oraciones!

P Víctor

_________________
P. Víctor Salomón
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Salomón Orlando
Esporádico


Registrado: 11 Nov 2008
Mensajes: 37

MensajePublicado: Jue Ene 29, 2009 12:20 am    Asunto: Cristo al centro de la vida sacerdote
Tema: Aviso
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15. Cristo al centro de la vida sacerdote


Otros sacerdotes y seminaristas
- ¿Le parece adecuado decir que el amor a Cristo debe ser “apasionado”? sí

¿en qué sentido?
El verdadero amor a Cristo es también apasionado. No cabe duda de que hay grados en el amor, y de que no todos amamos del mismo modo y con la misma intensidad. Entran en juego el temperamento de la persona, su formación, y el don libérrimo del Señor, que es la fuente del amor. Pero si pensamos bien que estamos hablando del amor a la persona de Cristo, nuestro creador y redentor, el amigo que dio su vida por los amigos (cf. Jn 15,13),

¿no es una exageración?
claro que no es una exageración
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Salomón Orlando
Esporádico


Registrado: 11 Nov 2008
Mensajes: 37

MensajePublicado: Mie Feb 11, 2009 11:52 pm    Asunto: 17. El discernimiento de las vocaciones
Tema: Aviso
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17. El discernimiento de las vocaciones


¿Percibes en tus formadores el deseo desinteresado de ayudarte a discernir el llamado de Dios?

percibo en mis formadores que Dios me llama, la Iglesia me ayuda a discernir el llamado de Dios

por que El sacerdocio es un don libérrimo de Dios. Nadie puede dictarle a quién debe llamar y a quién no. En principio, las puertas del seminario están abiertas a todos los que se sienten llamados. No hay discriminación o gratuita selección.


¿Qué medios te hay ayudado a percibir que Dios te llama?

La voz de Dios , Salud física y mental
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Salomón Orlando
Esporádico


Registrado: 11 Nov 2008
Mensajes: 37

MensajePublicado: Jue Feb 19, 2009 4:05 am    Asunto: Formación Humana: Desarrollo de las facultades I
Tema: Aviso
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Católico 18 de febrero de 2009

18. Formación Humana: Desarrollo de las facultades I


LA FORMACIÓN HUMANA DEL SACERDOTE



Seminaristas
El objetivo central de la formación humana del seminarista es fomentar su madurez humana.
¿En qué consiste la madurez humana? ¿qué haces para alcanzarla?

¿En qué consiste la madurez humana?

Concepto riquísimo y complejo, difícil de definir y delimitar. Caben, pues, diversos caminos de aproximación, ninguno absolutizable.

Recorreremos una vía descriptiva, en dos pasos. Ante todo, veremos que la formación humana requiere el desarrollo íntegro, armónico y jerarquizado de todos los componentes de la personalidad, en sintonía con lo que la persona debe y quiere ser. Esto ocupará dos lecciones del curso.

En segundo lugar nos parece esencial la educación de la dimensión moral del individuo, que es la que define al ser humano como "bueno o malo" en cuanto tal. Esto entraña sobre todo la formación de la conciencia según los principios éticos de la recta razón, sobre la base de los principios cristianos del evangelio y de acuerdo con las exigencias del propio estado de vida. Implica asimismo la vivencia de las virtudes morales. Se requiere también la adquisición de todas aquellas virtudes humanas y sociales que favorecen el encuentro con los demás y potencian la eficacia de la acción pastoral en el ambiente social en que se desarrolla.



¿qué haces para alcanzarla?

Aprendo el Concepto riquísimo y complejo, difícil de definir y delimitar. Caben, pues, diversos caminos de aproximación, ninguno absolutizable.

y hago que me paresca esencial la educación de la dimensión moral del individuo, que es la que define al ser humano como "bueno o malo" en cuanto tal. Esto entraña sobre todo la formación de la conciencia según los principios éticos de la recta razón, sobre la base de los principios cristianos del evangelio y de acuerdo con las exigencias del propio estado de vida. Implica asimismo la vivencia de las virtudes morales. Se requiere también la adquisición de todas aquellas virtudes humanas y sociales que favorecen el encuentro con los demás y potencian la eficacia de la acción pastoral en el ambiente social en que se desarrolla.
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Salomón Orlando
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Registrado: 11 Nov 2008
Mensajes: 37

MensajePublicado: Lun Feb 23, 2009 3:52 am    Asunto: Formación Humana: Desarrollo de las facultades II
Tema: Aviso
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19. Formación Humana: Desarrollo de las facultades II


Seminaristas
En el programa y horario de tu seminario, ¿se da espacio al deporte y al trabajo físico y manual? ¿Colaboras con el mantenimiento, limpieza y decoro del seminario?
¿Crees que todo esto ayuda a tu formación?


¿se da espacio al deporte y al trabajo físico y manual?

claro que sí se dá espacio a El ejercicio corporal sobre todo practicado en los deportes resulta ser un excelente medio de conocimiento personal, de apertura, de donación a los demás, y de formación.

Hablar de formación física no sólo se refiere al deporte, sino también a la necesidad de ejercitar de vez en cuando algún trabajo manual que requiera esfuerzo físico.


claro que sí se dá espacio al trabajo físico y manual



por que la Formación física

ayuda a La vida espiritual, la práctica constante de las virtudes, la formación intelectual, el ritmo de vida de un seminario o de un centro de formación sacerdotal son exigentes. Se requieren actividades deportivas y recreativas que ayuden a recuperar fuerzas físicas y psíquicas, a conservar y fortalecer la buena salud, y que estimulen la sana convivencia. Lo afirma el Vaticano II, hablando en general de la educación en nuestros días: El deporte ayuda a conservar el equilibrio espiritual... y a establecer relaciones fraternas. (GS 61)

El trabajo es una faceta a imitar de la vida de Cristo, que contribuye a formar el carácter, a robustecer la voluntad, a ejercitar en la laboriosidad, a descubrir nuevas habilidades, a conocer más de cerca las condiciones, trabajos y fatigas de muchas personas y así comprenderlas mejor. Ayuda también a vencer la inclinación a la comodidad, a vivir el espíritu de pobreza con mayor autenticidad.

Por último consideremos que tanto el juego como el trabajo físico integra a los miembros de la comunidad entre sí y con el centro formativo, y contribuyen a dar a la comunidad un auténtico aire de familia y a considerar el centro como el propio hogar.

¿Colaboras con el mantenimiento, limpieza y decoro del seminario?
claro que sí colaboro

¿Crees que todo esto ayuda a tu formación?
claro que sí
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Salomón Orlando
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Registrado: 11 Nov 2008
Mensajes: 37

MensajePublicado: Jue Feb 26, 2009 3:17 pm    Asunto: Formación Humana: Dimensión moral y comportamiento social
Tema: Aviso
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Formación Humana: Dimensión moral y comportamiento social


Seminaristas
¿Te ayudan tus formadores a vivir la virtud cristiana de la gratitud?
claro sí me ayudan


¿eres consciente de que tienes mucho que agradecer a Dios y a los demás?
claro que sí todo lo bueno que tengo se lo agradesco a Dios y a los demas
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Salomón Orlando
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Registrado: 11 Nov 2008
Mensajes: 37

MensajePublicado: Dom Mar 01, 2009 1:28 am    Asunto: oportunidades para sacerdotes
Tema: Aviso
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4 oportunidades para sacerdotes





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4 oportunidades para sacerdotes

Fuente: Catholic.net
Autor: Hini Llaguno

Queridos sacerdotes:

Catholic.net comparte con ustedes algunas iniciativas destinadas a la formación permanente y la renovación espiritual de los sacerdotes. Si desean mayor información, con gusto se las proporcionaremos.



Peregrinación a Roma con motivo del Año de San Pablo

Una oportunidad irrepetible para vivir los últimos días del Año Paulino, visitando los lugares de Roma ligados a la vida del Apóstol. Participación en las celebraciones presididas por el Papa, visitas guiadas, convivencia sacerdotal, conferencias y meditaciones. Con la participación del cardenal Albert Vanhoye, sj.
22 al 30 de junio. Roma (ITALIA)



Curso internacional para formadores de seminarios en Italia

Rectores, directores espirituales y otros formadores de seminario de más de 30 países se encontrarán para vivir una experiencia de intercambio, actualización, formación y renovación profunda. Ejercicios espirituales (opcionales). Conferencias, talleres, casos prácticos, seminario monográfico sobre la comunión eclesial, visitas culturales.
25 de junio al 30 de julio. Varese (ITALIA)



Renovación espiritual para sacerdotes en Tierra Santa

Tres semanas de peregrinación por los lugares que recorrió Jesús en un ambiente de vida litúrgica, oración y reflexión, convivencia fraterna y caridad sacerdotal. Una invitación de Cristo a encontrarnos con El, que nos llama a la santidad y al ministerio pastoral. Las conferencias espirituales y culturales y los talleres de pastoral buscan completar la renovación.
15 de julio al 3 de agosto. Pontificio Instituto Notre Dame de Jerusalén



Retiro internacional para sacerdotes

“La alegría de ser sacerdote para la salvación del mundo” es el tema del retiro que será predicado por el cardenal Christoph Schönborn. Oración, Eucaristía, enseñanzas, testimonios, vigilias, acompañamiento espiritual. Organizado por la diócesis de Belley-Ars.
27 de septiembre al 3 de octubre. Ars (FRANCIA)
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Salomón Orlando
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Registrado: 11 Nov 2008
Mensajes: 37

MensajePublicado: Mie Mar 04, 2009 9:40 pm    Asunto: Formación Espiritual: Algunos recursos I
Tema: Aviso
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Formación Espiritual: Algunos recursos I


Algunos dicen que es mejor rezar sólo “cuando te nace”. ¿Estás de acuerdo?

La oración

La oración es en cierta manera la primera y la última condición de la conversión, del progreso espiritual y de la santidad. Tal vez en los últimos años -por lo menos en determinados ambientes- se ha discutido demasiado sobre el sacerdocio, sobre la "identidad" del sacerdote, sobre el valor de su presencia en el mundo contemporáneo, etc., y, por el contrario, se ha orado demasiado poco. No ha habido bastante valor para realizar el mismo sacerdocio a través de la oración, para hacer eficaz su auténtico dinamismo evangélico, para confirmar la identidad sacerdotal. (Juan Pablo II, Carta Novo Incipiente, 10).

La oración es fuente de luz para el alma: en ella se robustecen las certezas de la fe. La oración es generadora de amor: en ella la voluntad se identifica con el querer santísimo de Dios. La oración es vigorosa promotora de la acción: en ella Dios nos llena de celo en su servicio y en la entrega a los demás.
Es necesario orientar al seminarista para que quiera orar, aprenda a orar y ore de hecho. El seminario debe ser una escuela de oración, un lugar de oración, y una comunidad de oración.

Para ello, es necesario que los programas del centro de formación contemplen ciertos momentos dedicados a la oración, tanto a la comunitaria como a la personal. De la primera hablaremos más abajo al referirnos a la liturgia. Ahora serán suficientes algunas reflexiones sobre la meditación personal.


¿Cómo se vive la vida de oración y la vida litúrgica en tu seminario?
se vive de la siguiente manera

Vida litúrgica y sacramental

La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza (Sacrosantum Concilium 10). Por su parte, el sacerdote ha sido llamado para que ofrezca y presida el culto de los fieles. Es uno de sus principales servicios a la comunidad. Por tanto, es imprescindible que el futuro sacerdote reciba una adecuada formación litúrgica que le permita comprender los sagrados ritos y participar en ellos con toda el alma, de modo que su futuro ministerio litúrgico y sacramental sirva verdaderamente para la edificación de los fieles.

En esa formación pueden ayudar algunas clases específicas, teóricas o prácticas, sobre la liturgia, su sentido y el modo de celebrarla.
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Salomón Orlando
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Registrado: 11 Nov 2008
Mensajes: 37

MensajePublicado: Jue Mar 12, 2009 5:09 am    Asunto: Formación espiritual. Algunas virtudes sacerdotales I
Tema: Aviso
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Formación espiritual. Algunas virtudes sacerdotales I


Seminaristas
- ¿Es fácil o difícil obedecer a tus formadores?
Es fácil

¿cuál es la motivación profunda que nos debe llevar a vivir la obediencia?
la motivación profunda que nos debe llevar a vivir la obediencia es

obedecer hasta la muerte

Hemos recordado varias veces que la santidad sacerdotal consiste sobre todo en la identificación con Cristo sacerdote. Ahora bien, una de las características más propias de la figura sacerdotal de Jesús es su obediencia al Padre. Ésta fue el máximo testimonio de amor. Según san Pablo, fue la obediencia de Cristo la que justifica a los hombres (cf. Rm 5,19). Por eso invita a los cristianos a tener «los mismos sentimientos que Cristo, el cual... se humilló a sí mismo obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,5.Cool. Es el camino de la redención: «... y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia, y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen...» (Hb 5,8-9).
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Salomón Orlando
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Registrado: 11 Nov 2008
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MensajePublicado: Dom Mar 15, 2009 3:38 am    Asunto: Formación Espiritual. Algunas virtudes sacerdotales II
Tema: Aviso
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Formación Espiritual. Algunas virtudes sacerdotales II



Seminaristas
- ¿Cuáles son las mejores ocasiones que te presenta la vida en el seminario para crecer en humildad y en amor a la cruz de Cristo?

la mejores ocasiones que me presentan en la vida en elseminario para crecer en humildad y en amor a la cruz de de cristo son todo lo que enseñan en el seminario

las preguntas las respuestas los foros y las participaciones en los foros.
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Salomón Orlando
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Registrado: 11 Nov 2008
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MensajePublicado: Lun Mar 23, 2009 2:15 pm    Asunto: Formación Intelectual: Capacidad y hábitos intelectuales
Tema: Aviso
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Formación Intelectual: Capacidad y hábitos intelectuales


Seminaristas
- ¿Qué actitudes tienes frente a la necesidad de formarte intelectualmente?
LECTURAS RECOMENDADAS

MISA DE INAUGURACIÓN DEL AÑO ACADÉMICO
EN LAS UNIVERSIDADES ECLESIÁSTICAS PONTIFICIAS
HOMILÍA DEL CARD. ZENON GROCHOLEWSKI


¿Resignación: “hay que estudiar”? ¿Profunda conciencia de tu misión?

claro que sí Sin duda el rasgo más importante del sacerdote es que sea hombre de Dios. Es también verdad que la formación humana del sacerdote resulta en muchas ocasiones determinante -sobre todo en los primeros contactos- para el acercamiento a Cristo y a la Iglesia de numerosos hermanos nuestros. Pero no basta. El sacerdote católico, por su función profética, está llamado a ser "maestro". Es el mismo Maestro quien lo envía: «Enseñad a todas las gentes» (cf. Mt 28,19). Por eso conviene detenerse a considerar su formación intelectual como uno de los campos fundamentales de la preparación del seminarista.
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Salomón Orlando
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Registrado: 11 Nov 2008
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MensajePublicado: Jue Mar 26, 2009 12:13 am    Asunto: Formación Intelectual: Estudios filosóficos y teológicos
Tema: Aviso
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Formación Intelectual: Estudios filosóficos y teológicos

Seminaristas
1.-¿Te gusta la filosofía? Sí

2.-¿Has valorado tus estudios filosóficos o te han parecido poco útiles a primera vista para el ministerio sacerdotal?

claro que sí he valorado mis estudios filosoficos por que Son bastantes los seminaristas que se lo preguntan al iniciar sus estudios. No sólo. A veces se percibe en algunos ambientes un cierto descrédito de la formación filosófica. Hay programas que tienden a recortar lo más posible esa etapa académica del sacerdote o a diluirla en medio de otros estudios, como si se tratara de un aspecto secundario que hay que cumplir para llenar ciertos requisitos prescritos por el derecho canónico.

La filosofía, ante todo, marca un momento importante en la formación de la capacidad intelectual del candidato al sacerdocio. Los estudios filosóficos son escuela de reflexión. Por la filosofía aprende el seminarista a pensar profundamente en clave de ser, de objetividad. Por ella agudiza el sentido crítico, se entusiasma por la verdad dondequiera que ésta se encuentre, y aprende a descubrir y refutar los errores.



3.-¿qué provecho has obtenido de ellos?

he obtenido provechos filosóficos buenos
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Salomón Orlando
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Registrado: 11 Nov 2008
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MensajePublicado: Dom Mar 29, 2009 2:08 pm    Asunto: Formación Intelectual: Cultura general y técnicas de comunic
Tema: Aviso
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Formación Intelectual: Cultura general y técnicas de comunicación

Seminarista
- ¿Cuántas horas al día dedicas al estudio personal?

dedico 7 horas a Mí estudio personal

¿tienes un tutor o alguien que te guíe de modo cercano en tu formación intelectual?

no tengo un tutor o algien que me guíe de modo cercano en mi formación
intelectual
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Salomón Orlando
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MensajePublicado: Sab Abr 04, 2009 4:41 am    Asunto: Formación pastoral: Corazón de apóstol y pastor
Tema: Aviso
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Formación pastoral: Corazón de apóstol y pastor

Seminarista
¿Cómo concibes la misión a la que Dios te llama como sacerdote?
concibo a mí mismo como apóstol, y entiendo mi ser sacerdotal como parte de mi identidad apostólica. Del mismo modo, que el joven que ha ingresado en el seminario ha sido llamado para ser enviado como mensajero del Reino de Dios.


¿qué entiendes por “caridad pastoral”?

es la Caridad pastoral la opción preferencial por los pobres

es el Buen pastor. Ése es el modelo y el ideal del sacerdote pastor. Un pastor que cuida las ovejas, las conoce por su nombre, sale en busca de la que se ha perdido y cuando la halla la carga alegre sobre los hombros; se preocupa por las ovejas que no son todavía de este redil; llega a dar la vida por sus ovejas (cf. Jn 10,11-1Cool. El buen pastor es un pastor bueno, que ama. El apostolado es un servicio, no una imposición. No habrá auténtica "actividad pastoral" si no hay "caridad pastoral".
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Salomón Orlando
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Registrado: 11 Nov 2008
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MensajePublicado: Sab Abr 04, 2009 1:34 pm    Asunto: Formación para el ministerio pastoral
Tema: Aviso
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Formación para el ministerio pastoral



Seminaristas
- ¿Qué campos de pastoral atraen más tu atención?

Algunos campos de la formación pastoral

El primer campo
El de preparación para la pastoral es el de los contenidos que el sacerdote debe transmitir en ella. Por eso comento en otro momento la dimensión pastoral de todos los estudios, sobre todo de filosofía y teología. Cabe subrayar aquí la importancia de algunas materias que tal vez algunos consideren "secundarias" dentro del cuadro global de la teología, pero que resultan necesarias para quien se prepara al apostolado: la teología pastoral, la catequética, la pastoral litúrgica y sacramental, el derecho canónico (especialmente los capítulos que se refieren a la administración de los sacramentos y a la administración ordinaria de las parroquias), etc.


¿te sientes preparado para estar inmerso en él?
Claro que Estoy preparado
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Salomón Orlando
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MensajePublicado: Dom Abr 26, 2009 4:43 am    Asunto: Ambiente personal e institucional de la formación
Tema: Aviso
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Ambiente personal e institucional de la formación



Seminaristas
- ¿Te ha ayudado tu vida en el seminario a apreciar el valor del silencio?


¿cómo lo vives? haciendo de mí lengua algo pacífico por que está escrito una lengua pacífica es un arbol de vida.

¿cuál crees que es su importancia para tu futuro ministerio?
trabajar por la paz para ser reconocido como hijo de dios
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Salomón Orlando
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MensajePublicado: Dom May 03, 2009 4:37 am    Asunto: Ambiente disciplinar
Tema: Aviso
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Ambiente disciplinar


Seminaristas
- Sinceramente, ¿percibes la disciplina como algo positivo que te ayuda a crecer y formarte?

claro que sí es algo positivo que me ayuda a crecer y formarme para llevar una ordenada y fructuosa actividad en la iglesia

¿o cómo algo que coarta tu libertad?
No
- ¿Te cuesta la vida disciplinar en el seminario?

No

¿te parece demasiado estricta? ¿o muy laxa?
No
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Salomón Orlando
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Registrado: 11 Nov 2008
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MensajePublicado: Dom May 03, 2009 4:44 am    Asunto: Contacto con otros ambientes
Tema: Aviso
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Seminaristas


- ¿Cuál es la actitud de tu familia frente a tu vocación sacerdotal?
Mis familiares me dicen que siga el camino de cristo que siga en la
iglesia católica.

Mi familia me alienta a adorar a dios. y a seguir la vocación sacerdotal
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Salomón Orlando
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Registrado: 11 Nov 2008
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MensajePublicado: Sab May 09, 2009 4:20 pm    Asunto: El seminario menor y el curso propedéutico
Tema: Aviso
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El seminario menor y el curso propedéutico


- Seminaristas
Comparte tus experiencias sobre el valor formativo del periodo propedéutico y, si fue parte de tu experiencia vocacional, del seminario menor.



El curso propedéutico

Si es un hecho que Dios puede llamar cuando quiera, también es cierto que actualmente la mayoría de los que ingresan al seminario vienen ya al final del bachillerato, durante sus estudios universitarios o incluso después de haberlos terminado.

Ahora bien, la preparación al sacerdocio no puede ser reducida a una carrera académica. Hemos insistido a lo largo del curso en la singularidad de la identidad y la misión del sacerdote, y se ha hablado de la formación como transformación en Cristo sacerdote. No basta, pues, que los seminaristas asistan a unos cursos de filosofía y teología más o menos densos y completos. Se requiere, sobre todo, la atención al campo de formación que contemplábamos al hablar del área de formación espiritual.

Todo el período de formación, y después la vida sacerdotal, deben tener en cuenta esta prioridad. Un primer elemento necesario, por no decir indispensable, es que el seminarista cuente con una buena base espiritual. Algunos ingresan al seminario poseyendo ya esta base, pero no siempre es así. Entonces se plantea la pregunta de cómo lograrla. Durante los años de la preparación filosófico-teológica el estudio llena casi completamente el tiempo disponible. Por eso normalmente no resulta fácil compaginar las preocupaciones académicas con la atención y las actividades orientadas a esta iniciación en la vida espiritual. De aquí que sean cada vez más los seminarios que han instituido un período introductorio o curso propedéutico (OT 14, RFIS 42).

Un curso destinado, en primer lugar, al discernimiento vocacional del que hablábamos al inicio de este capítulo. Por una parte el interesado puede dedicarse, al inicio mismo de su camino vocacional, a reflexionar seria y serenamente sobre la existencia de la llamada divina. Podrá estudiar lo que es e implica el sacerdocio católico, analizar sus cualidades y defectos personales, y ponerse a la escucha atenta del Espíritu Santo. Los formadores están ahí para ayudarle en ello y para ir a su vez conociendo profundamente al candidato, de modo que puedan también hacer, cuanto antes, una labor de discernimiento claro y fundado.

Por otra parte, el curso propedéutico facilitaría la necesaria adaptación del joven a la nueva mentalidad y estilo de vida que supone la vocación sacerdotal. Basta un mínimo de experiencia para constatar que los jóvenes que entran al seminario suelen venir con muy buenas disposiciones pero que no siempre están preparados para iniciar directamente la vida de seminario. Sus hábitos, sus costumbres, su modo de ver las cosas suelen distar mucho de lo que configura a una persona llamada a ser ante el mundo otro Cristo. No es raro que al inicio se encuentren "desubicados". Si no se les ayuda desde el primer momento se corre el riesgo de que se pasen la vida ubicándose.

Uno de los principales frutos del curso propedéutico debería ser la creación de esa plataforma espiritual sólida que mencionábamos hace un momento, y que garantizará una auténtica maduración interior a lo largo de toda la formación. Por tanto la principal ocupación de los alumnos del curso deberá ser el cultivo espiritual. Es el momento de la iniciación a la oración personal, quizás con meditaciones dirigidas al inicio. Es el momento también para comenzar a trabajar sistemáticamente en el cultivo de las virtudes sacerdotales. Es el momento de afianzar el propio corazón en el amor de Cristo (y quizás para algunos, el momento de descubrirlo).

Para eso, el ambiente del curso debe favorecer de modo especial la oración, el silencio, la dedicación a las cosas de Dios y a la reflexión personal. El programa podría contemplar charlas de espiritualidad, clases sobre la estructura fundamental de la doctrina católica (que posiblemente muchos conocerán insuficientemente), introducciones a la Escritura y lectura personal frecuente de la misma, explicación y estudio de los documentos del Vaticano II y de algunos documentos fundamentales del Magisterio... Podrían asimismo dedicarse algunos momentos a la iniciación a la lengua latina e incluso a una introducción a la filosofía.
En algunos lugares este curso introductorio abarca un año completo. Y no sobra tiempo. Si esto no fuera posible, se pueden dedicar a ello algunos meses, por ejemplo en el verano que antecede al primer curso de filosofía. La experiencia dice que, bien planteada y organizada, esta etapa introductoria nunca es tiempo perdido.


El seminario menor

La respuesta a la vocación divina tiene que ser consciente y libre. Se requiere por tanto un suficiente grado de madurez. Eso no significa, sin embargo, que Dios tenga que quedarse callado hasta el momento en que los hombres consideramos que es oportuno que hable. Es un hecho que hay adolescentes, y aun niños, que oyen la voz de Dios. Samuel era un niño. Además «en aquel tiempo era rara la palabra de Yahvéh». Cuando el pequeño despertó en la noche a Elí, el anciano sacerdote sólo tenía claro que él no lo había llamado; y le mandó acostarse de nuevo. Pero a la tercera, «comprendió Elí que era Yahvéh quien llamaba al niño». «Sus ojos iban debilitándose y ya no podía ver», pero oía muy bien la voz del Señor, y supo invitar a aquel niño a decirle: «habla, Yahvéh, que tu siervo escucha» (cf. 1 S 1-9).

Es evidente que un niño o un adolescente no puede aún comprender todo lo que significa e implica la entrega a Dios y a los demás en el sacerdocio. La planta de la vocación no madura antes de tiempo. Pero eso no quita que el Sembrador pueda plantar la semilla en esa tierra virgen, y que pida a los obreros de la mies que la cultiven y protejan. Por eso la Iglesia ha pedido que se mantengan, más aún, que se establezcan seminarios menores y centros afines, erigidos para cultivar los gérmenes de la vocación (OT 3; RFIS 11-18; CIC 234).
Efectivamente, cuando un muchacho manifiesta algún interés vocacional, no se puede sin más ignorar el hecho o tacharlo a ciegas de fenómeno infantil. Habrá que ver en cada caso. A veces convendrá quizá dejar que pase algún tiempo; otras, será oportuno seguir de cerca esas primeras inquietudes a través de la orientación personal de algún sacerdote o con la ayuda de grupos de animación cristiana...; otras lo más conveniente será acoger ese germen en un clima especialmente apto para su cultivo.

El seminario menor debe ser ante todo eso, un clima de cultivo. Un ambiente sano, adecuado a la edad y desarrollo del muchacho. Una atmósfera que favorezca el desarrollo de su personalidad humana y cristiana, y haga posible que la semilla inicial vaya echando raíces.

Una de las finalidades primordiales de esta etapa formativa habrá de ser precisamente el discernimiento de la vocación de los alumnos. Ellos irán viendo, conforme van madurando integralmente, si de verdad es ése su camino. Los formadores podrán conocer a fondo a cada uno para ver si son realmente idóneos y comprender si se puede pensar en una auténtica llamada divina al sacerdocio.

Para que ese discernimiento sea objetivo es decisivo que los chicos se sientan siempre en completa libertad de cara a su decisión. Libertad ante los formadores, ante los compañeros, ante sus familias, y ante ellos mismos. Nada debe saber a presión o condicionamiento a favor de la vocación. Pero tampoco debe haber condicionamientos en contra de ella, pues coartarían igualmente su libre albedrío. Es algo que olvidan a veces algunos familiares y conocidos, e incluso quizás sacerdotes, que presionan a los chicos, en nombre de su libertad, para que cambien de camino. Sólo si se evitan las influencias opresivas, de cualquier lado y signo, podrá el alumno responder libre y responsablemente a lo que vea ser la voluntad de Dios.

Por otra parte, el período del seminario menor puede contribuir maravillosamente a la preparación del posible futuro sacerdote. En primer lugar en su vida espiritual. Si desde niño se le enseña a ver todo con los ojos de la fe, el día de mañana será más fácil que madure su espíritu sobrenatural y llegue a ser un verdadero maestro de la fe para sus hermanos. Hay que enseñarle a dar los primeros pasos en el camino de la verdadera oración personal e íntima con Dios. A esa edad conviene dirigirles la meditación a modo de charlas vivaces y concretas, en las que se pueden ir intercalando momentos de diálogo con Dios en voz alta por parte del formador y algunos ratos de reflexión personal.

La espiritualidad del niño puede muy bien cuajar en torno a la relación sencilla con Cristo Amigo y el sentido de filiación confiada respecto a Dios Padre y a María. Esa amistad y ese amor de hijo serán los mejores motivos para que el adolescente se esfuerce sinceramente por ser cada día mejor y vivir siempre en estado de gracia.

La formación en el seminario menor puede ser decisiva para que el adolescente, en el despertar de sus tendencias afectivas y sexuales, entienda y aprecie hondamente el sentido de la castidad como encauzamiento de las pasiones. Será el inicio de una equilibrada maduración afectiva.

Está también luchando por afirmar su propio yo, y tiende sin saberlo a contraponerlo a los demás, especialmente a quienes representan la autoridad. Es un momento privilegiado para que se le ayude a captar el verdadero sentido de su realización personal y el papel de la autoridad como un servicio necesario, que le ayudará a lograr una genuina autorrealización. Momento importante también para que asimile el valor de la sinceridad como el mejor modo de ser él mismo ante sí y ante los demás.

La formación académica debe tener también en cuenta la situación peculiar de los alumnos. Por una parte es preciso que realicen los estudios oficiales del propio país y que éstos sean reconocidos por las autoridades civiles. Además de constituir la base cultural normal para toda otra preparación posterior, permiten que el muchacho se sienta siempre en plena libertad de optar por otro camino sin perjuicio de su futuro profesional. Por otra parte, habría que ir completando los programas escolares con aquellos elementos que son más propios de la carrera sacerdotal pero que de cualquier modo constituirán siempre una riqueza cultural. Hay que pensar, desde luego, en el aprendizaje de la doctrina cristiana básica; pero también será muy útil la iniciación al conocimiento del latín, el estudio de la historia y el arte, la introducción en el campo de la comunicación oral y escrita... Bien aprovechados, los años del seminario menor pueden ser una valiosa inversión al futuro.

Algo similar hay que decir de la iniciación al apostolado. El alumno del seminario menor, además de llevar quizás en su interior el germen de la llamada divina al sacerdocio, es un cristiano bautizado, y como tal llamado a la santidad y al apostolado. Ya desde esa edad pueden ir caldeando su corazón apostólico y participar en apostolados adecuados a él, como catequesis de niños, animación de grupos infantiles, etc.

En todo esto los formadores tienen que recordar siempre que esos niños o adolescentes son seres humanos libres, pero que no ha madurado todavía en ellos el sentido de la libertad en la responsabilidad. Es preciso, por tanto, educarlos no sólo en libertad, sino también y sobre todo, para la libertad. Esta educación requiere unos cauces que guíen al muchacho, todavía incapaz de conducirse él solo con plena y responsable autonomía: un horario completo y claro, una normativa sencilla pero precisa. Seguramente, sobre todo al inicio, se ajustará a todo ello como las ruedas de un tren a la vía, sin saber por qué ni para qué. No importa. Si se les ayuda a vivir ciertas realidades cuyo valor no comprenden todavía, y al mismo tiempo se les explica con paciencia su por qué, lo irán interiorizando poco a poco hasta hacerlo parte de su bagaje interior y de su libre comportamiento.

A medida que el joven va creciendo y madurando, ese cauce debe ir abriendo mayores espacios a la gestión personal. Serán otros tantos retos a su capacidad de administrar su tiempo y su vida de acuerdo con los valores y principios que ha ido interiorizando. Los formadores deberán estar atentos en este proceso para ayudarle a corregirse cuando tienda a desviarse. Será también ésta una ayuda a la correcta maduración de su libertad.

La edad en que se encuentran los alumnos pide que se les ayude a estar en continua actividad. Hay que dar mucho espacio al deporte y al juego, a la participación activa en las clases y actividades generales, a los concursos y competiciones, etc. Conviene que los formadores les acompañen en todo momento. Es el mejor modo de conocerles, ayudarles en sus necesidades prácticas, estimularles, ganarse su confianza y mostrarse de verdad siempre accesibles. Deben procurar también que reine siempre un clima de alegría, compañerismo y caridad cristiana. Los muchachos deben sentirse siempre en familia.

Por otra parte, es preciso que sigan también en contacto con su propia familia. Es un elemento importante para su maduración personal. Deben convivir con los suyos en algunas ocasiones, de modo que puedan experimentar su cariño y su influjo educativo. La determinación del número y duración de esas ocasiones habrá de basarse en un juicio prudente que considere tanto esa necesidad de convivencia familiar como la de lograr los diversos objetivos de la formación de los jóvenes. A lo largo del curso conviene fomentar en ellos el amor, el agradecimiento, la ternura hacia sus familiares. Enseñarles a comunicarse con ellos epistolarmente si viven lejos, a rezar por ellos. Finalmente, resulta muy interesante lograr que las familias de los alumnos se identifiquen con el seminario. Que visiten a sus hijos y participen en algunas fiestas del centro, que conozcan y entiendan la formación que reciben, que aprecien y apoyen su posible vocación sacerdotal...

Si las circunstancias de una diócesis aconsejan establecer o mantener un seminario menor, quizás estas reflexiones podrían dar alguna pauta útil. En el fondo se trata de adaptar lo propio de la formación sacerdotal a la edad de los alumnos y a la índole particular de ese tipo de centros vocacionales. Como se decía arriba, hay experiencias diversas, muy válidas también, para cultivar el posible germen vocacional de un niño. Lo importante es que no se dejen morir, abandonadas, las semillas que Dios vaya sembrando.
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Salomón Orlando
Esporádico


Registrado: 11 Nov 2008
Mensajes: 37

MensajePublicado: Sab May 09, 2009 4:20 pm    Asunto: El seminario menor y el curso propedéutico
Tema: Aviso
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El seminario menor y el curso propedéutico


- Seminaristas
Comparte tus experiencias sobre el valor formativo del periodo propedéutico y, si fue parte de tu experiencia vocacional, del seminario menor.



El curso propedéutico

Si es un hecho que Dios puede llamar cuando quiera, también es cierto que actualmente la mayoría de los que ingresan al seminario vienen ya al final del bachillerato, durante sus estudios universitarios o incluso después de haberlos terminado.

Ahora bien, la preparación al sacerdocio no puede ser reducida a una carrera académica. Hemos insistido a lo largo del curso en la singularidad de la identidad y la misión del sacerdote, y se ha hablado de la formación como transformación en Cristo sacerdote. No basta, pues, que los seminaristas asistan a unos cursos de filosofía y teología más o menos densos y completos. Se requiere, sobre todo, la atención al campo de formación que contemplábamos al hablar del área de formación espiritual.

Todo el período de formación, y después la vida sacerdotal, deben tener en cuenta esta prioridad. Un primer elemento necesario, por no decir indispensable, es que el seminarista cuente con una buena base espiritual. Algunos ingresan al seminario poseyendo ya esta base, pero no siempre es así. Entonces se plantea la pregunta de cómo lograrla. Durante los años de la preparación filosófico-teológica el estudio llena casi completamente el tiempo disponible. Por eso normalmente no resulta fácil compaginar las preocupaciones académicas con la atención y las actividades orientadas a esta iniciación en la vida espiritual. De aquí que sean cada vez más los seminarios que han instituido un período introductorio o curso propedéutico (OT 14, RFIS 42).

Un curso destinado, en primer lugar, al discernimiento vocacional del que hablábamos al inicio de este capítulo. Por una parte el interesado puede dedicarse, al inicio mismo de su camino vocacional, a reflexionar seria y serenamente sobre la existencia de la llamada divina. Podrá estudiar lo que es e implica el sacerdocio católico, analizar sus cualidades y defectos personales, y ponerse a la escucha atenta del Espíritu Santo. Los formadores están ahí para ayudarle en ello y para ir a su vez conociendo profundamente al candidato, de modo que puedan también hacer, cuanto antes, una labor de discernimiento claro y fundado.

Por otra parte, el curso propedéutico facilitaría la necesaria adaptación del joven a la nueva mentalidad y estilo de vida que supone la vocación sacerdotal. Basta un mínimo de experiencia para constatar que los jóvenes que entran al seminario suelen venir con muy buenas disposiciones pero que no siempre están preparados para iniciar directamente la vida de seminario. Sus hábitos, sus costumbres, su modo de ver las cosas suelen distar mucho de lo que configura a una persona llamada a ser ante el mundo otro Cristo. No es raro que al inicio se encuentren "desubicados". Si no se les ayuda desde el primer momento se corre el riesgo de que se pasen la vida ubicándose.

Uno de los principales frutos del curso propedéutico debería ser la creación de esa plataforma espiritual sólida que mencionábamos hace un momento, y que garantizará una auténtica maduración interior a lo largo de toda la formación. Por tanto la principal ocupación de los alumnos del curso deberá ser el cultivo espiritual. Es el momento de la iniciación a la oración personal, quizás con meditaciones dirigidas al inicio. Es el momento también para comenzar a trabajar sistemáticamente en el cultivo de las virtudes sacerdotales. Es el momento de afianzar el propio corazón en el amor de Cristo (y quizás para algunos, el momento de descubrirlo).

Para eso, el ambiente del curso debe favorecer de modo especial la oración, el silencio, la dedicación a las cosas de Dios y a la reflexión personal. El programa podría contemplar charlas de espiritualidad, clases sobre la estructura fundamental de la doctrina católica (que posiblemente muchos conocerán insuficientemente), introducciones a la Escritura y lectura personal frecuente de la misma, explicación y estudio de los documentos del Vaticano II y de algunos documentos fundamentales del Magisterio... Podrían asimismo dedicarse algunos momentos a la iniciación a la lengua latina e incluso a una introducción a la filosofía.
En algunos lugares este curso introductorio abarca un año completo. Y no sobra tiempo. Si esto no fuera posible, se pueden dedicar a ello algunos meses, por ejemplo en el verano que antecede al primer curso de filosofía. La experiencia dice que, bien planteada y organizada, esta etapa introductoria nunca es tiempo perdido.


El seminario menor

La respuesta a la vocación divina tiene que ser consciente y libre. Se requiere por tanto un suficiente grado de madurez. Eso no significa, sin embargo, que Dios tenga que quedarse callado hasta el momento en que los hombres consideramos que es oportuno que hable. Es un hecho que hay adolescentes, y aun niños, que oyen la voz de Dios. Samuel era un niño. Además «en aquel tiempo era rara la palabra de Yahvéh». Cuando el pequeño despertó en la noche a Elí, el anciano sacerdote sólo tenía claro que él no lo había llamado; y le mandó acostarse de nuevo. Pero a la tercera, «comprendió Elí que era Yahvéh quien llamaba al niño». «Sus ojos iban debilitándose y ya no podía ver», pero oía muy bien la voz del Señor, y supo invitar a aquel niño a decirle: «habla, Yahvéh, que tu siervo escucha» (cf. 1 S 1-9).

Es evidente que un niño o un adolescente no puede aún comprender todo lo que significa e implica la entrega a Dios y a los demás en el sacerdocio. La planta de la vocación no madura antes de tiempo. Pero eso no quita que el Sembrador pueda plantar la semilla en esa tierra virgen, y que pida a los obreros de la mies que la cultiven y protejan. Por eso la Iglesia ha pedido que se mantengan, más aún, que se establezcan seminarios menores y centros afines, erigidos para cultivar los gérmenes de la vocación (OT 3; RFIS 11-18; CIC 234).
Efectivamente, cuando un muchacho manifiesta algún interés vocacional, no se puede sin más ignorar el hecho o tacharlo a ciegas de fenómeno infantil. Habrá que ver en cada caso. A veces convendrá quizá dejar que pase algún tiempo; otras, será oportuno seguir de cerca esas primeras inquietudes a través de la orientación personal de algún sacerdote o con la ayuda de grupos de animación cristiana...; otras lo más conveniente será acoger ese germen en un clima especialmente apto para su cultivo.

El seminario menor debe ser ante todo eso, un clima de cultivo. Un ambiente sano, adecuado a la edad y desarrollo del muchacho. Una atmósfera que favorezca el desarrollo de su personalidad humana y cristiana, y haga posible que la semilla inicial vaya echando raíces.

Una de las finalidades primordiales de esta etapa formativa habrá de ser precisamente el discernimiento de la vocación de los alumnos. Ellos irán viendo, conforme van madurando integralmente, si de verdad es ése su camino. Los formadores podrán conocer a fondo a cada uno para ver si son realmente idóneos y comprender si se puede pensar en una auténtica llamada divina al sacerdocio.

Para que ese discernimiento sea objetivo es decisivo que los chicos se sientan siempre en completa libertad de cara a su decisión. Libertad ante los formadores, ante los compañeros, ante sus familias, y ante ellos mismos. Nada debe saber a presión o condicionamiento a favor de la vocación. Pero tampoco debe haber condicionamientos en contra de ella, pues coartarían igualmente su libre albedrío. Es algo que olvidan a veces algunos familiares y conocidos, e incluso quizás sacerdotes, que presionan a los chicos, en nombre de su libertad, para que cambien de camino. Sólo si se evitan las influencias opresivas, de cualquier lado y signo, podrá el alumno responder libre y responsablemente a lo que vea ser la voluntad de Dios.

Por otra parte, el período del seminario menor puede contribuir maravillosamente a la preparación del posible futuro sacerdote. En primer lugar en su vida espiritual. Si desde niño se le enseña a ver todo con los ojos de la fe, el día de mañana será más fácil que madure su espíritu sobrenatural y llegue a ser un verdadero maestro de la fe para sus hermanos. Hay que enseñarle a dar los primeros pasos en el camino de la verdadera oración personal e íntima con Dios. A esa edad conviene dirigirles la meditación a modo de charlas vivaces y concretas, en las que se pueden ir intercalando momentos de diálogo con Dios en voz alta por parte del formador y algunos ratos de reflexión personal.

La espiritualidad del niño puede muy bien cuajar en torno a la relación sencilla con Cristo Amigo y el sentido de filiación confiada respecto a Dios Padre y a María. Esa amistad y ese amor de hijo serán los mejores motivos para que el adolescente se esfuerce sinceramente por ser cada día mejor y vivir siempre en estado de gracia.

La formación en el seminario menor puede ser decisiva para que el adolescente, en el despertar de sus tendencias afectivas y sexuales, entienda y aprecie hondamente el sentido de la castidad como encauzamiento de las pasiones. Será el inicio de una equilibrada maduración afectiva.

Está también luchando por afirmar su propio yo, y tiende sin saberlo a contraponerlo a los demás, especialmente a quienes representan la autoridad. Es un momento privilegiado para que se le ayude a captar el verdadero sentido de su realización personal y el papel de la autoridad como un servicio necesario, que le ayudará a lograr una genuina autorrealización. Momento importante también para que asimile el valor de la sinceridad como el mejor modo de ser él mismo ante sí y ante los demás.

La formación académica debe tener también en cuenta la situación peculiar de los alumnos. Por una parte es preciso que realicen los estudios oficiales del propio país y que éstos sean reconocidos por las autoridades civiles. Además de constituir la base cultural normal para toda otra preparación posterior, permiten que el muchacho se sienta siempre en plena libertad de optar por otro camino sin perjuicio de su futuro profesional. Por otra parte, habría que ir completando los programas escolares con aquellos elementos que son más propios de la carrera sacerdotal pero que de cualquier modo constituirán siempre una riqueza cultural. Hay que pensar, desde luego, en el aprendizaje de la doctrina cristiana básica; pero también será muy útil la iniciación al conocimiento del latín, el estudio de la historia y el arte, la introducción en el campo de la comunicación oral y escrita... Bien aprovechados, los años del seminario menor pueden ser una valiosa inversión al futuro.

Algo similar hay que decir de la iniciación al apostolado. El alumno del seminario menor, además de llevar quizás en su interior el germen de la llamada divina al sacerdocio, es un cristiano bautizado, y como tal llamado a la santidad y al apostolado. Ya desde esa edad pueden ir caldeando su corazón apostólico y participar en apostolados adecuados a él, como catequesis de niños, animación de grupos infantiles, etc.

En todo esto los formadores tienen que recordar siempre que esos niños o adolescentes son seres humanos libres, pero que no ha madurado todavía en ellos el sentido de la libertad en la responsabilidad. Es preciso, por tanto, educarlos no sólo en libertad, sino también y sobre todo, para la libertad. Esta educación requiere unos cauces que guíen al muchacho, todavía incapaz de conducirse él solo con plena y responsable autonomía: un horario completo y claro, una normativa sencilla pero precisa. Seguramente, sobre todo al inicio, se ajustará a todo ello como las ruedas de un tren a la vía, sin saber por qué ni para qué. No importa. Si se les ayuda a vivir ciertas realidades cuyo valor no comprenden todavía, y al mismo tiempo se les explica con paciencia su por qué, lo irán interiorizando poco a poco hasta hacerlo parte de su bagaje interior y de su libre comportamiento.

A medida que el joven va creciendo y madurando, ese cauce debe ir abriendo mayores espacios a la gestión personal. Serán otros tantos retos a su capacidad de administrar su tiempo y su vida de acuerdo con los valores y principios que ha ido interiorizando. Los formadores deberán estar atentos en este proceso para ayudarle a corregirse cuando tienda a desviarse. Será también ésta una ayuda a la correcta maduración de su libertad.

La edad en que se encuentran los alumnos pide que se les ayude a estar en continua actividad. Hay que dar mucho espacio al deporte y al juego, a la participación activa en las clases y actividades generales, a los concursos y competiciones, etc. Conviene que los formadores les acompañen en todo momento. Es el mejor modo de conocerles, ayudarles en sus necesidades prácticas, estimularles, ganarse su confianza y mostrarse de verdad siempre accesibles. Deben procurar también que reine siempre un clima de alegría, compañerismo y caridad cristiana. Los muchachos deben sentirse siempre en familia.

Por otra parte, es preciso que sigan también en contacto con su propia familia. Es un elemento importante para su maduración personal. Deben convivir con los suyos en algunas ocasiones, de modo que puedan experimentar su cariño y su influjo educativo. La determinación del número y duración de esas ocasiones habrá de basarse en un juicio prudente que considere tanto esa necesidad de convivencia familiar como la de lograr los diversos objetivos de la formación de los jóvenes. A lo largo del curso conviene fomentar en ellos el amor, el agradecimiento, la ternura hacia sus familiares. Enseñarles a comunicarse con ellos epistolarmente si viven lejos, a rezar por ellos. Finalmente, resulta muy interesante lograr que las familias de los alumnos se identifiquen con el seminario. Que visiten a sus hijos y participen en algunas fiestas del centro, que conozcan y entiendan la formación que reciben, que aprecien y apoyen su posible vocación sacerdotal...

Si las circunstancias de una diócesis aconsejan establecer o mantener un seminario menor, quizás estas reflexiones podrían dar alguna pauta útil. En el fondo se trata de adaptar lo propio de la formación sacerdotal a la edad de los alumnos y a la índole particular de ese tipo de centros vocacionales. Como se decía arriba, hay experiencias diversas, muy válidas también, para cultivar el posible germen vocacional de un niño. Lo importante es que no se dejen morir, abandonadas, las semillas que Dios vaya sembrando.
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Salomón Orlando
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Registrado: 11 Nov 2008
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MensajePublicado: Sab May 09, 2009 4:24 pm    Asunto: El seminario menor y el curso propedéutico
Tema: Aviso
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El seminario menor y el curso propedéutico


- Seminaristas
Comparte tus experiencias sobre el valor formativo del periodo propedéutico y, si fue parte de tu experiencia vocacional, del seminario menor.



El curso propedéutico

Si es un hecho que Dios puede llamar cuando quiera, también es cierto que actualmente la mayoría de los que ingresan al seminario vienen ya al final del bachillerato, durante sus estudios universitarios o incluso después de haberlos terminado.

Ahora bien, la preparación al sacerdocio no puede ser reducida a una carrera académica. Hemos insistido a lo largo del curso en la singularidad de la identidad y la misión del sacerdote, y se ha hablado de la formación como transformación en Cristo sacerdote. No basta, pues, que los seminaristas asistan a unos cursos de filosofía y teología más o menos densos y completos. Se requiere, sobre todo, la atención al campo de formación que contemplábamos al hablar del área de formación espiritual.

Todo el período de formación, y después la vida sacerdotal, deben tener en cuenta esta prioridad. Un primer elemento necesario, por no decir indispensable, es que el seminarista cuente con una buena base espiritual. Algunos ingresan al seminario poseyendo ya esta base, pero no siempre es así. Entonces se plantea la pregunta de cómo lograrla. Durante los años de la preparación filosófico-teológica el estudio llena casi completamente el tiempo disponible. Por eso normalmente no resulta fácil compaginar las preocupaciones académicas con la atención y las actividades orientadas a esta iniciación en la vida espiritual. De aquí que sean cada vez más los seminarios que han instituido un período introductorio o curso propedéutico (OT 14, RFIS 42).

Un curso destinado, en primer lugar, al discernimiento vocacional del que hablábamos al inicio de este capítulo. Por una parte el interesado puede dedicarse, al inicio mismo de su camino vocacional, a reflexionar seria y serenamente sobre la existencia de la llamada divina. Podrá estudiar lo que es e implica el sacerdocio católico, analizar sus cualidades y defectos personales, y ponerse a la escucha atenta del Espíritu Santo. Los formadores están ahí para ayudarle en ello y para ir a su vez conociendo profundamente al candidato, de modo que puedan también hacer, cuanto antes, una labor de discernimiento claro y fundado.

Por otra parte, el curso propedéutico facilitaría la necesaria adaptación del joven a la nueva mentalidad y estilo de vida que supone la vocación sacerdotal. Basta un mínimo de experiencia para constatar que los jóvenes que entran al seminario suelen venir con muy buenas disposiciones pero que no siempre están preparados para iniciar directamente la vida de seminario. Sus hábitos, sus costumbres, su modo de ver las cosas suelen distar mucho de lo que configura a una persona llamada a ser ante el mundo otro Cristo. No es raro que al inicio se encuentren "desubicados". Si no se les ayuda desde el primer momento se corre el riesgo de que se pasen la vida ubicándose.

Uno de los principales frutos del curso propedéutico debería ser la creación de esa plataforma espiritual sólida que mencionábamos hace un momento, y que garantizará una auténtica maduración interior a lo largo de toda la formación. Por tanto la principal ocupación de los alumnos del curso deberá ser el cultivo espiritual. Es el momento de la iniciación a la oración personal, quizás con meditaciones dirigidas al inicio. Es el momento también para comenzar a trabajar sistemáticamente en el cultivo de las virtudes sacerdotales. Es el momento de afianzar el propio corazón en el amor de Cristo (y quizás para algunos, el momento de descubrirlo).

Para eso, el ambiente del curso debe favorecer de modo especial la oración, el silencio, la dedicación a las cosas de Dios y a la reflexión personal. El programa podría contemplar charlas de espiritualidad, clases sobre la estructura fundamental de la doctrina católica (que posiblemente muchos conocerán insuficientemente), introducciones a la Escritura y lectura personal frecuente de la misma, explicación y estudio de los documentos del Vaticano II y de algunos documentos fundamentales del Magisterio... Podrían asimismo dedicarse algunos momentos a la iniciación a la lengua latina e incluso a una introducción a la filosofía.
En algunos lugares este curso introductorio abarca un año completo. Y no sobra tiempo. Si esto no fuera posible, se pueden dedicar a ello algunos meses, por ejemplo en el verano que antecede al primer curso de filosofía. La experiencia dice que, bien planteada y organizada, esta etapa introductoria nunca es tiempo perdido.


El seminario menor

La respuesta a la vocación divina tiene que ser consciente y libre. Se requiere por tanto un suficiente grado de madurez. Eso no significa, sin embargo, que Dios tenga que quedarse callado hasta el momento en que los hombres consideramos que es oportuno que hable. Es un hecho que hay adolescentes, y aun niños, que oyen la voz de Dios. Samuel era un niño. Además «en aquel tiempo era rara la palabra de Yahvéh». Cuando el pequeño despertó en la noche a Elí, el anciano sacerdote sólo tenía claro que él no lo había llamado; y le mandó acostarse de nuevo. Pero a la tercera, «comprendió Elí que era Yahvéh quien llamaba al niño». «Sus ojos iban debilitándose y ya no podía ver», pero oía muy bien la voz del Señor, y supo invitar a aquel niño a decirle: «habla, Yahvéh, que tu siervo escucha» (cf. 1 S 1-9).

Es evidente que un niño o un adolescente no puede aún comprender todo lo que significa e implica la entrega a Dios y a los demás en el sacerdocio. La planta de la vocación no madura antes de tiempo. Pero eso no quita que el Sembrador pueda plantar la semilla en esa tierra virgen, y que pida a los obreros de la mies que la cultiven y protejan. Por eso la Iglesia ha pedido que se mantengan, más aún, que se establezcan seminarios menores y centros afines, erigidos para cultivar los gérmenes de la vocación (OT 3; RFIS 11-18; CIC 234).
Efectivamente, cuando un muchacho manifiesta algún interés vocacional, no se puede sin más ignorar el hecho o tacharlo a ciegas de fenómeno infantil. Habrá que ver en cada caso. A veces convendrá quizá dejar que pase algún tiempo; otras, será oportuno seguir de cerca esas primeras inquietudes a través de la orientación personal de algún sacerdote o con la ayuda de grupos de animación cristiana...; otras lo más conveniente será acoger ese germen en un clima especialmente apto para su cultivo.

El seminario menor debe ser ante todo eso, un clima de cultivo. Un ambiente sano, adecuado a la edad y desarrollo del muchacho. Una atmósfera que favorezca el desarrollo de su personalidad humana y cristiana, y haga posible que la semilla inicial vaya echando raíces.

Una de las finalidades primordiales de esta etapa formativa habrá de ser precisamente el discernimiento de la vocación de los alumnos. Ellos irán viendo, conforme van madurando integralmente, si de verdad es ése su camino. Los formadores podrán conocer a fondo a cada uno para ver si son realmente idóneos y comprender si se puede pensar en una auténtica llamada divina al sacerdocio.

Para que ese discernimiento sea objetivo es decisivo que los chicos se sientan siempre en completa libertad de cara a su decisión. Libertad ante los formadores, ante los compañeros, ante sus familias, y ante ellos mismos. Nada debe saber a presión o condicionamiento a favor de la vocación. Pero tampoco debe haber condicionamientos en contra de ella, pues coartarían igualmente su libre albedrío. Es algo que olvidan a veces algunos familiares y conocidos, e incluso quizás sacerdotes, que presionan a los chicos, en nombre de su libertad, para que cambien de camino. Sólo si se evitan las influencias opresivas, de cualquier lado y signo, podrá el alumno responder libre y responsablemente a lo que vea ser la voluntad de Dios.

Por otra parte, el período del seminario menor puede contribuir maravillosamente a la preparación del posible futuro sacerdote. En primer lugar en su vida espiritual. Si desde niño se le enseña a ver todo con los ojos de la fe, el día de mañana será más fácil que madure su espíritu sobrenatural y llegue a ser un verdadero maestro de la fe para sus hermanos. Hay que enseñarle a dar los primeros pasos en el camino de la verdadera oración personal e íntima con Dios. A esa edad conviene dirigirles la meditación a modo de charlas vivaces y concretas, en las que se pueden ir intercalando momentos de diálogo con Dios en voz alta por parte del formador y algunos ratos de reflexión personal.

La espiritualidad del niño puede muy bien cuajar en torno a la relación sencilla con Cristo Amigo y el sentido de filiación confiada respecto a Dios Padre y a María. Esa amistad y ese amor de hijo serán los mejores motivos para que el adolescente se esfuerce sinceramente por ser cada día mejor y vivir siempre en estado de gracia.

La formación en el seminario menor puede ser decisiva para que el adolescente, en el despertar de sus tendencias afectivas y sexuales, entienda y aprecie hondamente el sentido de la castidad como encauzamiento de las pasiones. Será el inicio de una equilibrada maduración afectiva.

Está también luchando por afirmar su propio yo, y tiende sin saberlo a contraponerlo a los demás, especialmente a quienes representan la autoridad. Es un momento privilegiado para que se le ayude a captar el verdadero sentido de su realización personal y el papel de la autoridad como un servicio necesario, que le ayudará a lograr una genuina autorrealización. Momento importante también para que asimile el valor de la sinceridad como el mejor modo de ser él mismo ante sí y ante los demás.

La formación académica debe tener también en cuenta la situación peculiar de los alumnos. Por una parte es preciso que realicen los estudios oficiales del propio país y que éstos sean reconocidos por las autoridades civiles. Además de constituir la base cultural normal para toda otra preparación posterior, permiten que el muchacho se sienta siempre en plena libertad de optar por otro camino sin perjuicio de su futuro profesional. Por otra parte, habría que ir completando los programas escolares con aquellos elementos que son más propios de la carrera sacerdotal pero que de cualquier modo constituirán siempre una riqueza cultural. Hay que pensar, desde luego, en el aprendizaje de la doctrina cristiana básica; pero también será muy útil la iniciación al conocimiento del latín, el estudio de la historia y el arte, la introducción en el campo de la comunicación oral y escrita... Bien aprovechados, los años del seminario menor pueden ser una valiosa inversión al futuro.

Algo similar hay que decir de la iniciación al apostolado. El alumno del seminario menor, además de llevar quizás en su interior el germen de la llamada divina al sacerdocio, es un cristiano bautizado, y como tal llamado a la santidad y al apostolado. Ya desde esa edad pueden ir caldeando su corazón apostólico y participar en apostolados adecuados a él, como catequesis de niños, animación de grupos infantiles, etc.

En todo esto los formadores tienen que recordar siempre que esos niños o adolescentes son seres humanos libres, pero que no ha madurado todavía en ellos el sentido de la libertad en la responsabilidad. Es preciso, por tanto, educarlos no sólo en libertad, sino también y sobre todo, para la libertad. Esta educación requiere unos cauces que guíen al muchacho, todavía incapaz de conducirse él solo con plena y responsable autonomía: un horario completo y claro, una normativa sencilla pero precisa. Seguramente, sobre todo al inicio, se ajustará a todo ello como las ruedas de un tren a la vía, sin saber por qué ni para qué. No importa. Si se les ayuda a vivir ciertas realidades cuyo valor no comprenden todavía, y al mismo tiempo se les explica con paciencia su por qué, lo irán interiorizando poco a poco hasta hacerlo parte de su bagaje interior y de su libre comportamiento.

A medida que el joven va creciendo y madurando, ese cauce debe ir abriendo mayores espacios a la gestión personal. Serán otros tantos retos a su capacidad de administrar su tiempo y su vida de acuerdo con los valores y principios que ha ido interiorizando. Los formadores deberán estar atentos en este proceso para ayudarle a corregirse cuando tienda a desviarse. Será también ésta una ayuda a la correcta maduración de su libertad.

La edad en que se encuentran los alumnos pide que se les ayude a estar en continua actividad. Hay que dar mucho espacio al deporte y al juego, a la participación activa en las clases y actividades generales, a los concursos y competiciones, etc. Conviene que los formadores les acompañen en todo momento. Es el mejor modo de conocerles, ayudarles en sus necesidades prácticas, estimularles, ganarse su confianza y mostrarse de verdad siempre accesibles. Deben procurar también que reine siempre un clima de alegría, compañerismo y caridad cristiana. Los muchachos deben sentirse siempre en familia.

Por otra parte, es preciso que sigan también en contacto con su propia familia. Es un elemento importante para su maduración personal. Deben convivir con los suyos en algunas ocasiones, de modo que puedan experimentar su cariño y su influjo educativo. La determinación del número y duración de esas ocasiones habrá de basarse en un juicio prudente que considere tanto esa necesidad de convivencia familiar como la de lograr los diversos objetivos de la formación de los jóvenes. A lo largo del curso conviene fomentar en ellos el amor, el agradecimiento, la ternura hacia sus familiares. Enseñarles a comunicarse con ellos epistolarmente si viven lejos, a rezar por ellos. Finalmente, resulta muy interesante lograr que las familias de los alumnos se identifiquen con el seminario. Que visiten a sus hijos y participen en algunas fiestas del centro, que conozcan y entiendan la formación que reciben, que aprecien y apoyen su posible vocación sacerdotal...

Si las circunstancias de una diócesis aconsejan establecer o mantener un seminario menor, quizás estas reflexiones podrían dar alguna pauta útil. En el fondo se trata de adaptar lo propio de la formación sacerdotal a la edad de los alumnos y a la índole particular de ese tipo de centros vocacionales. Como se decía arriba, hay experiencias diversas, muy válidas también, para cultivar el posible germen vocacional de un niño. Lo importante es que no se dejen morir, abandonadas, las semillas que Dios vaya sembrando.
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Salomón Orlando
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MensajePublicado: Sab May 09, 2009 4:37 pm    Asunto: El seminario menor y el curso propedéutico
Tema: Aviso
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El seminario menor y el curso propedéutico


- Seminaristas
Comparte tus experiencias sobre el valor formativo del periodo propedéutico y, si fue parte de tu experiencia vocacional, del seminario menor.



El curso propedéutico

Si es un hecho que Dios puede llamar cuando quiera, también es cierto que actualmente la mayoría de los que ingresan al seminario vienen ya al final del bachillerato, durante sus estudios universitarios o incluso después de haberlos terminado.

Ahora bien, la preparación al sacerdocio no puede ser reducida a una carrera académica. Hemos insistido a lo largo del curso en la singularidad de la identidad y la misión del sacerdote, y se ha hablado de la formación como transformación en Cristo sacerdote. No basta, pues, que los seminaristas asistan a unos cursos de filosofía y teología más o menos densos y completos. Se requiere, sobre todo, la atención al campo de formación que contemplábamos al hablar del área de formación espiritual.

Todo el período de formación, y después la vida sacerdotal, deben tener en cuenta esta prioridad. Un primer elemento necesario, por no decir indispensable, es que el seminarista cuente con una buena base espiritual. Algunos ingresan al seminario poseyendo ya esta base, pero no siempre es así. Entonces se plantea la pregunta de cómo lograrla. Durante los años de la preparación filosófico-teológica el estudio llena casi completamente el tiempo disponible. Por eso normalmente no resulta fácil compaginar las preocupaciones académicas con la atención y las actividades orientadas a esta iniciación en la vida espiritual. De aquí que sean cada vez más los seminarios que han instituido un período introductorio o curso propedéutico (OT 14, RFIS 42).

Un curso destinado, en primer lugar, al discernimiento vocacional del que hablábamos al inicio de este capítulo. Por una parte el interesado puede dedicarse, al inicio mismo de su camino vocacional, a reflexionar seria y serenamente sobre la existencia de la llamada divina. Podrá estudiar lo que es e implica el sacerdocio católico, analizar sus cualidades y defectos personales, y ponerse a la escucha atenta del Espíritu Santo. Los formadores están ahí para ayudarle en ello y para ir a su vez conociendo profundamente al candidato, de modo que puedan también hacer, cuanto antes, una labor de discernimiento claro y fundado.

Por otra parte, el curso propedéutico facilitaría la necesaria adaptación del joven a la nueva mentalidad y estilo de vida que supone la vocación sacerdotal. Basta un mínimo de experiencia para constatar que los jóvenes que entran al seminario suelen venir con muy buenas disposiciones pero que no siempre están preparados para iniciar directamente la vida de seminario. Sus hábitos, sus costumbres, su modo de ver las cosas suelen distar mucho de lo que configura a una persona llamada a ser ante el mundo otro Cristo. No es raro que al inicio se encuentren "desubicados". Si no se les ayuda desde el primer momento se corre el riesgo de que se pasen la vida ubicándose.

Uno de los principales frutos del curso propedéutico debería ser la creación de esa plataforma espiritual sólida que mencionábamos hace un momento, y que garantizará una auténtica maduración interior a lo largo de toda la formación. Por tanto la principal ocupación de los alumnos del curso deberá ser el cultivo espiritual. Es el momento de la iniciación a la oración personal, quizás con meditaciones dirigidas al inicio. Es el momento también para comenzar a trabajar sistemáticamente en el cultivo de las virtudes sacerdotales. Es el momento de afianzar el propio corazón en el amor de Cristo (y quizás para algunos, el momento de descubrirlo).

Para eso, el ambiente del curso debe favorecer de modo especial la oración, el silencio, la dedicación a las cosas de Dios y a la reflexión personal. El programa podría contemplar charlas de espiritualidad, clases sobre la estructura fundamental de la doctrina católica (que posiblemente muchos conocerán insuficientemente), introducciones a la Escritura y lectura personal frecuente de la misma, explicación y estudio de los documentos del Vaticano II y de algunos documentos fundamentales del Magisterio... Podrían asimismo dedicarse algunos momentos a la iniciación a la lengua latina e incluso a una introducción a la filosofía.
En algunos lugares este curso introductorio abarca un año completo. Y no sobra tiempo. Si esto no fuera posible, se pueden dedicar a ello algunos meses, por ejemplo en el verano que antecede al primer curso de filosofía. La experiencia dice que, bien planteada y organizada, esta etapa introductoria nunca es tiempo perdido.


El seminario menor

La respuesta a la vocación divina tiene que ser consciente y libre. Se requiere por tanto un suficiente grado de madurez. Eso no significa, sin embargo, que Dios tenga que quedarse callado hasta el momento en que los hombres consideramos que es oportuno que hable. Es un hecho que hay adolescentes, y aun niños, que oyen la voz de Dios. Samuel era un niño. Además «en aquel tiempo era rara la palabra de Yahvéh». Cuando el pequeño despertó en la noche a Elí, el anciano sacerdote sólo tenía claro que él no lo había llamado; y le mandó acostarse de nuevo. Pero a la tercera, «comprendió Elí que era Yahvéh quien llamaba al niño». «Sus ojos iban debilitándose y ya no podía ver», pero oía muy bien la voz del Señor, y supo invitar a aquel niño a decirle: «habla, Yahvéh, que tu siervo escucha» (cf. 1 S 1-9).

Es evidente que un niño o un adolescente no puede aún comprender todo lo que significa e implica la entrega a Dios y a los demás en el sacerdocio. La planta de la vocación no madura antes de tiempo. Pero eso no quita que el Sembrador pueda plantar la semilla en esa tierra virgen, y que pida a los obreros de la mies que la cultiven y protejan. Por eso la Iglesia ha pedido que se mantengan, más aún, que se establezcan seminarios menores y centros afines, erigidos para cultivar los gérmenes de la vocación (OT 3; RFIS 11-18; CIC 234).
Efectivamente, cuando un muchacho manifiesta algún interés vocacional, no se puede sin más ignorar el hecho o tacharlo a ciegas de fenómeno infantil. Habrá que ver en cada caso. A veces convendrá quizá dejar que pase algún tiempo; otras, será oportuno seguir de cerca esas primeras inquietudes a través de la orientación personal de algún sacerdote o con la ayuda de grupos de animación cristiana...; otras lo más conveniente será acoger ese germen en un clima especialmente apto para su cultivo.

El seminario menor debe ser ante todo eso, un clima de cultivo. Un ambiente sano, adecuado a la edad y desarrollo del muchacho. Una atmósfera que favorezca el desarrollo de su personalidad humana y cristiana, y haga posible que la semilla inicial vaya echando raíces.

Una de las finalidades primordiales de esta etapa formativa habrá de ser precisamente el discernimiento de la vocación de los alumnos. Ellos irán viendo, conforme van madurando integralmente, si de verdad es ése su camino. Los formadores podrán conocer a fondo a cada uno para ver si son realmente idóneos y comprender si se puede pensar en una auténtica llamada divina al sacerdocio.

Para que ese discernimiento sea objetivo es decisivo que los chicos se sientan siempre en completa libertad de cara a su decisión. Libertad ante los formadores, ante los compañeros, ante sus familias, y ante ellos mismos. Nada debe saber a presión o condicionamiento a favor de la vocación. Pero tampoco debe haber condicionamientos en contra de ella, pues coartarían igualmente su libre albedrío. Es algo que olvidan a veces algunos familiares y conocidos, e incluso quizás sacerdotes, que presionan a los chicos, en nombre de su libertad, para que cambien de camino. Sólo si se evitan las influencias opresivas, de cualquier lado y signo, podrá el alumno responder libre y responsablemente a lo que vea ser la voluntad de Dios.

Por otra parte, el período del seminario menor puede contribuir maravillosamente a la preparación del posible futuro sacerdote. En primer lugar en su vida espiritual. Si desde niño se le enseña a ver todo con los ojos de la fe, el día de mañana será más fácil que madure su espíritu sobrenatural y llegue a ser un verdadero maestro de la fe para sus hermanos. Hay que enseñarle a dar los primeros pasos en el camino de la verdadera oración personal e íntima con Dios. A esa edad conviene dirigirles la meditación a modo de charlas vivaces y concretas, en las que se pueden ir intercalando momentos de diálogo con Dios en voz alta por parte del formador y algunos ratos de reflexión personal.

La espiritualidad del niño puede muy bien cuajar en torno a la relación sencilla con Cristo Amigo y el sentido de filiación confiada respecto a Dios Padre y a María. Esa amistad y ese amor de hijo serán los mejores motivos para que el adolescente se esfuerce sinceramente por ser cada día mejor y vivir siempre en estado de gracia.

La formación en el seminario menor puede ser decisiva para que el adolescente, en el despertar de sus tendencias afectivas y sexuales, entienda y aprecie hondamente el sentido de la castidad como encauzamiento de las pasiones. Será el inicio de una equilibrada maduración afectiva.

Está también luchando por afirmar su propio yo, y tiende sin saberlo a contraponerlo a los demás, especialmente a quienes representan la autoridad. Es un momento privilegiado para que se le ayude a captar el verdadero sentido de su realización personal y el papel de la autoridad como un servicio necesario, que le ayudará a lograr una genuina autorrealización. Momento importante también para que asimile el valor de la sinceridad como el mejor modo de ser él mismo ante sí y ante los demás.

La formación académica debe tener también en cuenta la situación peculiar de los alumnos. Por una parte es preciso que realicen los estudios oficiales del propio país y que éstos sean reconocidos por las autoridades civiles. Además de constituir la base cultural normal para toda otra preparación posterior, permiten que el muchacho se sienta siempre en plena libertad de optar por otro camino sin perjuicio de su futuro profesional. Por otra parte, habría que ir completando los programas escolares con aquellos elementos que son más propios de la carrera sacerdotal pero que de cualquier modo constituirán siempre una riqueza cultural. Hay que pensar, desde luego, en el aprendizaje de la doctrina cristiana básica; pero también será muy útil la iniciación al conocimiento del latín, el estudio de la historia y el arte, la introducción en el campo de la comunicación oral y escrita... Bien aprovechados, los años del seminario menor pueden ser una valiosa inversión al futuro.

Algo similar hay que decir de la iniciación al apostolado. El alumno del seminario menor, además de llevar quizás en su interior el germen de la llamada divina al sacerdocio, es un cristiano bautizado, y como tal llamado a la santidad y al apostolado. Ya desde esa edad pueden ir caldeando su corazón apostólico y participar en apostolados adecuados a él, como catequesis de niños, animación de grupos infantiles, etc.

En todo esto los formadores tienen que recordar siempre que esos niños o adolescentes son seres humanos libres, pero que no ha madurado todavía en ellos el sentido de la libertad en la responsabilidad. Es preciso, por tanto, educarlos no sólo en libertad, sino también y sobre todo, para la libertad. Esta educación requiere unos cauces que guíen al muchacho, todavía incapaz de conducirse él solo con plena y responsable autonomía: un horario completo y claro, una normativa sencilla pero precisa. Seguramente, sobre todo al inicio, se ajustará a todo ello como las ruedas de un tren a la vía, sin saber por qué ni para qué. No importa. Si se les ayuda a vivir ciertas realidades cuyo valor no comprenden todavía, y al mismo tiempo se les explica con paciencia su por qué, lo irán interiorizando poco a poco hasta hacerlo parte de su bagaje interior y de su libre comportamiento.

A medida que el joven va creciendo y madurando, ese cauce debe ir abriendo mayores espacios a la gestión personal. Serán otros tantos retos a su capacidad de administrar su tiempo y su vida de acuerdo con los valores y principios que ha ido interiorizando. Los formadores deberán estar atentos en este proceso para ayudarle a corregirse cuando tienda a desviarse. Será también ésta una ayuda a la correcta maduración de su libertad.

La edad en que se encuentran los alumnos pide que se les ayude a estar en continua actividad. Hay que dar mucho espacio al deporte y al juego, a la participación activa en las clases y actividades generales, a los concursos y competiciones, etc. Conviene que los formadores les acompañen en todo momento. Es el mejor modo de conocerles, ayudarles en sus necesidades prácticas, estimularles, ganarse su confianza y mostrarse de verdad siempre accesibles. Deben procurar también que reine siempre un clima de alegría, compañerismo y caridad cristiana. Los muchachos deben sentirse siempre en familia.

Por otra parte, es preciso que sigan también en contacto con su propia familia. Es un elemento importante para su maduración personal. Deben convivir con los suyos en algunas ocasiones, de modo que puedan experimentar su cariño y su influjo educativo. La determinación del número y duración de esas ocasiones habrá de basarse en un juicio prudente que considere tanto esa necesidad de convivencia familiar como la de lograr los diversos objetivos de la formación de los jóvenes. A lo largo del curso conviene fomentar en ellos el amor, el agradecimiento, la ternura hacia sus familiares. Enseñarles a comunicarse con ellos epistolarmente si viven lejos, a rezar por ellos. Finalmente, resulta muy interesante lograr que las familias de los alumnos se identifiquen con el seminario. Que visiten a sus hijos y participen en algunas fiestas del centro, que conozcan y entiendan la formación que reciben, que aprecien y apoyen su posible vocación sacerdotal...

Si las circunstancias de una diócesis aconsejan establecer o mantener un seminario menor, quizás estas reflexiones podrían dar alguna pauta útil. En el fondo se trata de adaptar lo propio de la formación sacerdotal a la edad de los alumnos y a la índole particular de ese tipo de centros vocacionales. Como se decía arriba, hay experiencias diversas, muy válidas también, para cultivar el posible germen vocacional de un niño. Lo importante es que no se dejen morir, abandonadas, las semillas que Dios vaya sembrando.
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El seminario menor y el curso propedéutico


- Seminaristas
Comparte tus experiencias sobre el valor formativo del periodo propedéutico y, si fue parte de tu experiencia vocacional, del seminario menor.



El curso propedéutico

Si es un hecho que Dios puede llamar cuando quiera, también es cierto que actualmente la mayoría de los que ingresan al seminario vienen ya al final del bachillerato, durante sus estudios universitarios o incluso después de haberlos terminado.

Ahora bien, la preparación al sacerdocio no puede ser reducida a una carrera académica. Hemos insistido a lo largo del curso en la singularidad de la identidad y la misión del sacerdote, y se ha hablado de la formación como transformación en Cristo sacerdote. No basta, pues, que los seminaristas asistan a unos cursos de filosofía y teología más o menos densos y completos. Se requiere, sobre todo, la atención al campo de formación que contemplábamos al hablar del área de formación espiritual.

Todo el período de formación, y después la vida sacerdotal, deben tener en cuenta esta prioridad. Un primer elemento necesario, por no decir indispensable, es que el seminarista cuente con una buena base espiritual. Algunos ingresan al seminario poseyendo ya esta base, pero no siempre es así. Entonces se plantea la pregunta de cómo lograrla. Durante los años de la preparación filosófico-teológica el estudio llena casi completamente el tiempo disponible. Por eso normalmente no resulta fácil compaginar las preocupaciones académicas con la atención y las actividades orientadas a esta iniciación en la vida espiritual. De aquí que sean cada vez más los seminarios que han instituido un período introductorio o curso propedéutico (OT 14, RFIS 42).

Un curso destinado, en primer lugar, al discernimiento vocacional del que hablábamos al inicio de este capítulo. Por una parte el interesado puede dedicarse, al inicio mismo de su camino vocacional, a reflexionar seria y serenamente sobre la existencia de la llamada divina. Podrá estudiar lo que es e implica el sacerdocio católico, analizar sus cualidades y defectos personales, y ponerse a la escucha atenta del Espíritu Santo. Los formadores están ahí para ayudarle en ello y para ir a su vez conociendo profundamente al candidato, de modo que puedan también hacer, cuanto antes, una labor de discernimiento claro y fundado.

Por otra parte, el curso propedéutico facilitaría la necesaria adaptación del joven a la nueva mentalidad y estilo de vida que supone la vocación sacerdotal. Basta un mínimo de experiencia para constatar que los jóvenes que entran al seminario suelen venir con muy buenas disposiciones pero que no siempre están preparados para iniciar directamente la vida de seminario. Sus hábitos, sus costumbres, su modo de ver las cosas suelen distar mucho de lo que configura a una persona llamada a ser ante el mundo otro Cristo. No es raro que al inicio se encuentren "desubicados". Si no se les ayuda desde el primer momento se corre el riesgo de que se pasen la vida ubicándose.

Uno de los principales frutos del curso propedéutico debería ser la creación de esa plataforma espiritual sólida que mencionábamos hace un momento, y que garantizará una auténtica maduración interior a lo largo de toda la formación. Por tanto la principal ocupación de los alumnos del curso deberá ser el cultivo espiritual. Es el momento de la iniciación a la oración personal, quizás con meditaciones dirigidas al inicio. Es el momento también para comenzar a trabajar sistemáticamente en el cultivo de las virtudes sacerdotales. Es el momento de afianzar el propio corazón en el amor de Cristo (y quizás para algunos, el momento de descubrirlo).

Para eso, el ambiente del curso debe favorecer de modo especial la oración, el silencio, la dedicación a las cosas de Dios y a la reflexión personal. El programa podría contemplar charlas de espiritualidad, clases sobre la estructura fundamental de la doctrina católica (que posiblemente muchos conocerán insuficientemente), introducciones a la Escritura y lectura personal frecuente de la misma, explicación y estudio de los documentos del Vaticano II y de algunos documentos fundamentales del Magisterio... Podrían asimismo dedicarse algunos momentos a la iniciación a la lengua latina e incluso a una introducción a la filosofía.
En algunos lugares este curso introductorio abarca un año completo. Y no sobra tiempo. Si esto no fuera posible, se pueden dedicar a ello algunos meses, por ejemplo en el verano que antecede al primer curso de filosofía. La experiencia dice que, bien planteada y organizada, esta etapa introductoria nunca es tiempo perdido.


El seminario menor

La respuesta a la vocación divina tiene que ser consciente y libre. Se requiere por tanto un suficiente grado de madurez. Eso no significa, sin embargo, que Dios tenga que quedarse callado hasta el momento en que los hombres consideramos que es oportuno que hable. Es un hecho que hay adolescentes, y aun niños, que oyen la voz de Dios. Samuel era un niño. Además «en aquel tiempo era rara la palabra de Yahvéh». Cuando el pequeño despertó en la noche a Elí, el anciano sacerdote sólo tenía claro que él no lo había llamado; y le mandó acostarse de nuevo. Pero a la tercera, «comprendió Elí que era Yahvéh quien llamaba al niño». «Sus ojos iban debilitándose y ya no podía ver», pero oía muy bien la voz del Señor, y supo invitar a aquel niño a decirle: «habla, Yahvéh, que tu siervo escucha» (cf. 1 S 1-9).

Es evidente que un niño o un adolescente no puede aún comprender todo lo que significa e implica la entrega a Dios y a los demás en el sacerdocio. La planta de la vocación no madura antes de tiempo. Pero eso no quita que el Sembrador pueda plantar la semilla en esa tierra virgen, y que pida a los obreros de la mies que la cultiven y protejan. Por eso la Iglesia ha pedido que se mantengan, más aún, que se establezcan seminarios menores y centros afines, erigidos para cultivar los gérmenes de la vocación (OT 3; RFIS 11-18; CIC 234).
Efectivamente, cuando un muchacho manifiesta algún interés vocacional, no se puede sin más ignorar el hecho o tacharlo a ciegas de fenómeno infantil. Habrá que ver en cada caso. A veces convendrá quizá dejar que pase algún tiempo; otras, será oportuno seguir de cerca esas primeras inquietudes a través de la orientación personal de algún sacerdote o con la ayuda de grupos de animación cristiana...; otras lo más conveniente será acoger ese germen en un clima especialmente apto para su cultivo.

El seminario menor debe ser ante todo eso, un clima de cultivo. Un ambiente sano, adecuado a la edad y desarrollo del muchacho. Una atmósfera que favorezca el desarrollo de su personalidad humana y cristiana, y haga posible que la semilla inicial vaya echando raíces.

Una de las finalidades primordiales de esta etapa formativa habrá de ser precisamente el discernimiento de la vocación de los alumnos. Ellos irán viendo, conforme van madurando integralmente, si de verdad es ése su camino. Los formadores podrán conocer a fondo a cada uno para ver si son realmente idóneos y comprender si se puede pensar en una auténtica llamada divina al sacerdocio.

Para que ese discernimiento sea objetivo es decisivo que los chicos se sientan siempre en completa libertad de cara a su decisión. Libertad ante los formadores, ante los compañeros, ante sus familias, y ante ellos mismos. Nada debe saber a presión o condicionamiento a favor de la vocación. Pero tampoco debe haber condicionamientos en contra de ella, pues coartarían igualmente su libre albedrío. Es algo que olvidan a veces algunos familiares y conocidos, e incluso quizás sacerdotes, que presionan a los chicos, en nombre de su libertad, para que cambien de camino. Sólo si se evitan las influencias opresivas, de cualquier lado y signo, podrá el alumno responder libre y responsablemente a lo que vea ser la voluntad de Dios.

Por otra parte, el período del seminario menor puede contribuir maravillosamente a la preparación del posible futuro sacerdote. En primer lugar en su vida espiritual. Si desde niño se le enseña a ver todo con los ojos de la fe, el día de mañana será más fácil que madure su espíritu sobrenatural y llegue a ser un verdadero maestro de la fe para sus hermanos. Hay que enseñarle a dar los primeros pasos en el camino de la verdadera oración personal e íntima con Dios. A esa edad conviene dirigirles la meditación a modo de charlas vivaces y concretas, en las que se pueden ir intercalando momentos de diálogo con Dios en voz alta por parte del formador y algunos ratos de reflexión personal.

La espiritualidad del niño puede muy bien cuajar en torno a la relación sencilla con Cristo Amigo y el sentido de filiación confiada respecto a Dios Padre y a María. Esa amistad y ese amor de hijo serán los mejores motivos para que el adolescente se esfuerce sinceramente por ser cada día mejor y vivir siempre en estado de gracia.

La formación en el seminario menor puede ser decisiva para que el adolescente, en el despertar de sus tendencias afectivas y sexuales, entienda y aprecie hondamente el sentido de la castidad como encauzamiento de las pasiones. Será el inicio de una equilibrada maduración afectiva.

Está también luchando por afirmar su propio yo, y tiende sin saberlo a contraponerlo a los demás, especialmente a quienes representan la autoridad. Es un momento privilegiado para que se le ayude a captar el verdadero sentido de su realización personal y el papel de la autoridad como un servicio necesario, que le ayudará a lograr una genuina autorrealización. Momento importante también para que asimile el valor de la sinceridad como el mejor modo de ser él mismo ante sí y ante los demás.

La formación académica debe tener también en cuenta la situación peculiar de los alumnos. Por una parte es preciso que realicen los estudios oficiales del propio país y que éstos sean reconocidos por las autoridades civiles. Además de constituir la base cultural normal para toda otra preparación posterior, permiten que el muchacho se sienta siempre en plena libertad de optar por otro camino sin perjuicio de su futuro profesional. Por otra parte, habría que ir completando los programas escolares con aquellos elementos que son más propios de la carrera sacerdotal pero que de cualquier modo constituirán siempre una riqueza cultural. Hay que pensar, desde luego, en el aprendizaje de la doctrina cristiana básica; pero también será muy útil la iniciación al conocimiento del latín, el estudio de la historia y el arte, la introducción en el campo de la comunicación oral y escrita... Bien aprovechados, los años del seminario menor pueden ser una valiosa inversión al futuro.

Algo similar hay que decir de la iniciación al apostolado. El alumno del seminario menor, además de llevar quizás en su interior el germen de la llamada divina al sacerdocio, es un cristiano bautizado, y como tal llamado a la santidad y al apostolado. Ya desde esa edad pueden ir caldeando su corazón apostólico y participar en apostolados adecuados a él, como catequesis de niños, animación de grupos infantiles, etc.

En todo esto los formadores tienen que recordar siempre que esos niños o adolescentes son seres humanos libres, pero que no ha madurado todavía en ellos el sentido de la libertad en la responsabilidad. Es preciso, por tanto, educarlos no sólo en libertad, sino también y sobre todo, para la libertad. Esta educación requiere unos cauces que guíen al muchacho, todavía incapaz de conducirse él solo con plena y responsable autonomía: un horario completo y claro, una normativa sencilla pero precisa. Seguramente, sobre todo al inicio, se ajustará a todo ello como las ruedas de un tren a la vía, sin saber por qué ni para qué. No importa. Si se les ayuda a vivir ciertas realidades cuyo valor no comprenden todavía, y al mismo tiempo se les explica con paciencia su por qué, lo irán interiorizando poco a poco hasta hacerlo parte de su bagaje interior y de su libre comportamiento.

A medida que el joven va creciendo y madurando, ese cauce debe ir abriendo mayores espacios a la gestión personal. Serán otros tantos retos a su capacidad de administrar su tiempo y su vida de acuerdo con los valores y principios que ha ido interiorizando. Los formadores deberán estar atentos en este proceso para ayudarle a corregirse cuando tienda a desviarse. Será también ésta una ayuda a la correcta maduración de su libertad.

La edad en que se encuentran los alumnos pide que se les ayude a estar en continua actividad. Hay que dar mucho espacio al deporte y al juego, a la participación activa en las clases y actividades generales, a los concursos y competiciones, etc. Conviene que los formadores les acompañen en todo momento. Es el mejor modo de conocerles, ayudarles en sus necesidades prácticas, estimularles, ganarse su confianza y mostrarse de verdad siempre accesibles. Deben procurar también que reine siempre un clima de alegría, compañerismo y caridad cristiana. Los muchachos deben sentirse siempre en familia.

Por otra parte, es preciso que sigan también en contacto con su propia familia. Es un elemento importante para su maduración personal. Deben convivir con los suyos en algunas ocasiones, de modo que puedan experimentar su cariño y su influjo educativo. La determinación del número y duración de esas ocasiones habrá de basarse en un juicio prudente que considere tanto esa necesidad de convivencia familiar como la de lograr los diversos objetivos de la formación de los jóvenes. A lo largo del curso conviene fomentar en ellos el amor, el agradecimiento, la ternura hacia sus familiares. Enseñarles a comunicarse con ellos epistolarmente si viven lejos, a rezar por ellos. Finalmente, resulta muy interesante lograr que las familias de los alumnos se identifiquen con el seminario. Que visiten a sus hijos y participen en algunas fiestas del centro, que conozcan y entiendan la formación que reciben, que aprecien y apoyen su posible vocación sacerdotal...

Si las circunstancias de una diócesis aconsejan establecer o mantener un seminario menor, quizás estas reflexiones podrían dar alguna pauta útil. En el fondo se trata de adaptar lo propio de la formación sacerdotal a la edad de los alumnos y a la índole particular de ese tipo de centros vocacionales. Como se decía arriba, hay experiencias diversas, muy válidas también, para cultivar el posible germen vocacional de un niño. Lo importante es que no se dejen morir, abandonadas, las semillas que Dios vaya sembrando.
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El seminario menor y el curso propedéutico


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Comparte tus experiencias sobre el valor formativo del periodo propedéutico y, si fue parte de tu experiencia vocacional, del seminario menor.



El curso propedéutico

Si es un hecho que Dios puede llamar cuando quiera, también es cierto que actualmente la mayoría de los que ingresan al seminario vienen ya al final del bachillerato, durante sus estudios universitarios o incluso después de haberlos terminado.

Ahora bien, la preparación al sacerdocio no puede ser reducida a una carrera académica. Hemos insistido a lo largo del curso en la singularidad de la identidad y la misión del sacerdote, y se ha hablado de la formación como transformación en Cristo sacerdote. No basta, pues, que los seminaristas asistan a unos cursos de filosofía y teología más o menos densos y completos. Se requiere, sobre todo, la atención al campo de formación que contemplábamos al hablar del área de formación espiritual.

Todo el período de formación, y después la vida sacerdotal, deben tener en cuenta esta prioridad. Un primer elemento necesario, por no decir indispensable, es que el seminarista cuente con una buena base espiritual. Algunos ingresan al seminario poseyendo ya esta base, pero no siempre es así. Entonces se plantea la pregunta de cómo lograrla. Durante los años de la preparación filosófico-teológica el estudio llena casi completamente el tiempo disponible. Por eso normalmente no resulta fácil compaginar las preocupaciones académicas con la atención y las actividades orientadas a esta iniciación en la vida espiritual. De aquí que sean cada vez más los seminarios que han instituido un período introductorio o curso propedéutico (OT 14, RFIS 42).

Un curso destinado, en primer lugar, al discernimiento vocacional del que hablábamos al inicio de este capítulo. Por una parte el interesado puede dedicarse, al inicio mismo de su camino vocacional, a reflexionar seria y serenamente sobre la existencia de la llamada divina. Podrá estudiar lo que es e implica el sacerdocio católico, analizar sus cualidades y defectos personales, y ponerse a la escucha atenta del Espíritu Santo. Los formadores están ahí para ayudarle en ello y para ir a su vez conociendo profundamente al candidato, de modo que puedan también hacer, cuanto antes, una labor de discernimiento claro y fundado.

Por otra parte, el curso propedéutico facilitaría la necesaria adaptación del joven a la nueva mentalidad y estilo de vida que supone la vocación sacerdotal. Basta un mínimo de experiencia para constatar que los jóvenes que entran al seminario suelen venir con muy buenas disposiciones pero que no siempre están preparados para iniciar directamente la vida de seminario. Sus hábitos, sus costumbres, su modo de ver las cosas suelen distar mucho de lo que configura a una persona llamada a ser ante el mundo otro Cristo. No es raro que al inicio se encuentren "desubicados". Si no se les ayuda desde el primer momento se corre el riesgo de que se pasen la vida ubicándose.

Uno de los principales frutos del curso propedéutico debería ser la creación de esa plataforma espiritual sólida que mencionábamos hace un momento, y que garantizará una auténtica maduración interior a lo largo de toda la formación. Por tanto la principal ocupación de los alumnos del curso deberá ser el cultivo espiritual. Es el momento de la iniciación a la oración personal, quizás con meditaciones dirigidas al inicio. Es el momento también para comenzar a trabajar sistemáticamente en el cultivo de las virtudes sacerdotales. Es el momento de afianzar el propio corazón en el amor de Cristo (y quizás para algunos, el momento de descubrirlo).

Para eso, el ambiente del curso debe favorecer de modo especial la oración, el silencio, la dedicación a las cosas de Dios y a la reflexión personal. El programa podría contemplar charlas de espiritualidad, clases sobre la estructura fundamental de la doctrina católica (que posiblemente muchos conocerán insuficientemente), introducciones a la Escritura y lectura personal frecuente de la misma, explicación y estudio de los documentos del Vaticano II y de algunos documentos fundamentales del Magisterio... Podrían asimismo dedicarse algunos momentos a la iniciación a la lengua latina e incluso a una introducción a la filosofía.
En algunos lugares este curso introductorio abarca un año completo. Y no sobra tiempo. Si esto no fuera posible, se pueden dedicar a ello algunos meses, por ejemplo en el verano que antecede al primer curso de filosofía. La experiencia dice que, bien planteada y organizada, esta etapa introductoria nunca es tiempo perdido.


El seminario menor

La respuesta a la vocación divina tiene que ser consciente y libre. Se requiere por tanto un suficiente grado de madurez. Eso no significa, sin embargo, que Dios tenga que quedarse callado hasta el momento en que los hombres consideramos que es oportuno que hable. Es un hecho que hay adolescentes, y aun niños, que oyen la voz de Dios. Samuel era un niño. Además «en aquel tiempo era rara la palabra de Yahvéh». Cuando el pequeño despertó en la noche a Elí, el anciano sacerdote sólo tenía claro que él no lo había llamado; y le mandó acostarse de nuevo. Pero a la tercera, «comprendió Elí que era Yahvéh quien llamaba al niño». «Sus ojos iban debilitándose y ya no podía ver», pero oía muy bien la voz del Señor, y supo invitar a aquel niño a decirle: «habla, Yahvéh, que tu siervo escucha» (cf. 1 S 1-9).

Es evidente que un niño o un adolescente no puede aún comprender todo lo que significa e implica la entrega a Dios y a los demás en el sacerdocio. La planta de la vocación no madura antes de tiempo. Pero eso no quita que el Sembrador pueda plantar la semilla en esa tierra virgen, y que pida a los obreros de la mies que la cultiven y protejan. Por eso la Iglesia ha pedido que se mantengan, más aún, que se establezcan seminarios menores y centros afines, erigidos para cultivar los gérmenes de la vocación (OT 3; RFIS 11-18; CIC 234).
Efectivamente, cuando un muchacho manifiesta algún interés vocacional, no se puede sin más ignorar el hecho o tacharlo a ciegas de fenómeno infantil. Habrá que ver en cada caso. A veces convendrá quizá dejar que pase algún tiempo; otras, será oportuno seguir de cerca esas primeras inquietudes a través de la orientación personal de algún sacerdote o con la ayuda de grupos de animación cristiana...; otras lo más conveniente será acoger ese germen en un clima especialmente apto para su cultivo.

El seminario menor debe ser ante todo eso, un clima de cultivo. Un ambiente sano, adecuado a la edad y desarrollo del muchacho. Una atmósfera que favorezca el desarrollo de su personalidad humana y cristiana, y haga posible que la semilla inicial vaya echando raíces.

Una de las finalidades primordiales de esta etapa formativa habrá de ser precisamente el discernimiento de la vocación de los alumnos. Ellos irán viendo, conforme van madurando integralmente, si de verdad es ése su camino. Los formadores podrán conocer a fondo a cada uno para ver si son realmente idóneos y comprender si se puede pensar en una auténtica llamada divina al sacerdocio.

Para que ese discernimiento sea objetivo es decisivo que los chicos se sientan siempre en completa libertad de cara a su decisión. Libertad ante los formadores, ante los compañeros, ante sus familias, y ante ellos mismos. Nada debe saber a presión o condicionamiento a favor de la vocación. Pero tampoco debe haber condicionamientos en contra de ella, pues coartarían igualmente su libre albedrío. Es algo que olvidan a veces algunos familiares y conocidos, e incluso quizás sacerdotes, que presionan a los chicos, en nombre de su libertad, para que cambien de camino. Sólo si se evitan las influencias opresivas, de cualquier lado y signo, podrá el alumno responder libre y responsablemente a lo que vea ser la voluntad de Dios.

Por otra parte, el período del seminario menor puede contribuir maravillosamente a la preparación del posible futuro sacerdote. En primer lugar en su vida espiritual. Si desde niño se le enseña a ver todo con los ojos de la fe, el día de mañana será más fácil que madure su espíritu sobrenatural y llegue a ser un verdadero maestro de la fe para sus hermanos. Hay que enseñarle a dar los primeros pasos en el camino de la verdadera oración personal e íntima con Dios. A esa edad conviene dirigirles la meditación a modo de charlas vivaces y concretas, en las que se pueden ir intercalando momentos de diálogo con Dios en voz alta por parte del formador y algunos ratos de reflexión personal.

La espiritualidad del niño puede muy bien cuajar en torno a la relación sencilla con Cristo Amigo y el sentido de filiación confiada respecto a Dios Padre y a María. Esa amistad y ese amor de hijo serán los mejores motivos para que el adolescente se esfuerce sinceramente por ser cada día mejor y vivir siempre en estado de gracia.

La formación en el seminario menor puede ser decisiva para que el adolescente, en el despertar de sus tendencias afectivas y sexuales, entienda y aprecie hondamente el sentido de la castidad como encauzamiento de las pasiones. Será el inicio de una equilibrada maduración afectiva.

Está también luchando por afirmar su propio yo, y tiende sin saberlo a contraponerlo a los demás, especialmente a quienes representan la autoridad. Es un momento privilegiado para que se le ayude a captar el verdadero sentido de su realización personal y el papel de la autoridad como un servicio necesario, que le ayudará a lograr una genuina autorrealización. Momento importante también para que asimile el valor de la sinceridad como el mejor modo de ser él mismo ante sí y ante los demás.

La formación académica debe tener también en cuenta la situación peculiar de los alumnos. Por una parte es preciso que realicen los estudios oficiales del propio país y que éstos sean reconocidos por las autoridades civiles. Además de constituir la base cultural normal para toda otra preparación posterior, permiten que el muchacho se sienta siempre en plena libertad de optar por otro camino sin perjuicio de su futuro profesional. Por otra parte, habría que ir completando los programas escolares con aquellos elementos que son más propios de la carrera sacerdotal pero que de cualquier modo constituirán siempre una riqueza cultural. Hay que pensar, desde luego, en el aprendizaje de la doctrina cristiana básica; pero también será muy útil la iniciación al conocimiento del latín, el estudio de la historia y el arte, la introducción en el campo de la comunicación oral y escrita... Bien aprovechados, los años del seminario menor pueden ser una valiosa inversión al futuro.

Algo similar hay que decir de la iniciación al apostolado. El alumno del seminario menor, además de llevar quizás en su interior el germen de la llamada divina al sacerdocio, es un cristiano bautizado, y como tal llamado a la santidad y al apostolado. Ya desde esa edad pueden ir caldeando su corazón apostólico y participar en apostolados adecuados a él, como catequesis de niños, animación de grupos infantiles, etc.

En todo esto los formadores tienen que recordar siempre que esos niños o adolescentes son seres humanos libres, pero que no ha madurado todavía en ellos el sentido de la libertad en la responsabilidad. Es preciso, por tanto, educarlos no sólo en libertad, sino también y sobre todo, para la libertad. Esta educación requiere unos cauces que guíen al muchacho, todavía incapaz de conducirse él solo con plena y responsable autonomía: un horario completo y claro, una normativa sencilla pero precisa. Seguramente, sobre todo al inicio, se ajustará a todo ello como las ruedas de un tren a la vía, sin saber por qué ni para qué. No importa. Si se les ayuda a vivir ciertas realidades cuyo valor no comprenden todavía, y al mismo tiempo se les explica con paciencia su por qué, lo irán interiorizando poco a poco hasta hacerlo parte de su bagaje interior y de su libre comportamiento.

A medida que el joven va creciendo y madurando, ese cauce debe ir abriendo mayores espacios a la gestión personal. Serán otros tantos retos a su capacidad de administrar su tiempo y su vida de acuerdo con los valores y principios que ha ido interiorizando. Los formadores deberán estar atentos en este proceso para ayudarle a corregirse cuando tienda a desviarse. Será también ésta una ayuda a la correcta maduración de su libertad.

La edad en que se encuentran los alumnos pide que se les ayude a estar en continua actividad. Hay que dar mucho espacio al deporte y al juego, a la participación activa en las clases y actividades generales, a los concursos y competiciones, etc. Conviene que los formadores les acompañen en todo momento. Es el mejor modo de conocerles, ayudarles en sus necesidades prácticas, estimularles, ganarse su confianza y mostrarse de verdad siempre accesibles. Deben procurar también que reine siempre un clima de alegría, compañerismo y caridad cristiana. Los muchachos deben sentirse siempre en familia.

Por otra parte, es preciso que sigan también en contacto con su propia familia. Es un elemento importante para su maduración personal. Deben convivir con los suyos en algunas ocasiones, de modo que puedan experimentar su cariño y su influjo educativo. La determinación del número y duración de esas ocasiones habrá de basarse en un juicio prudente que considere tanto esa necesidad de convivencia familiar como la de lograr los diversos objetivos de la formación de los jóvenes. A lo largo del curso conviene fomentar en ellos el amor, el agradecimiento, la ternura hacia sus familiares. Enseñarles a comunicarse con ellos epistolarmente si viven lejos, a rezar por ellos. Finalmente, resulta muy interesante lograr que las familias de los alumnos se identifiquen con el seminario. Que visiten a sus hijos y participen en algunas fiestas del centro, que conozcan y entiendan la formación que reciben, que aprecien y apoyen su posible vocación sacerdotal...

Si las circunstancias de una diócesis aconsejan establecer o mantener un seminario menor, quizás estas reflexiones podrían dar alguna pauta útil. En el fondo se trata de adaptar lo propio de la formación sacerdotal a la edad de los alumnos y a la índole particular de ese tipo de centros vocacionales. Como se decía arriba, hay experiencias diversas, muy válidas también, para cultivar el posible germen vocacional de un niño. Lo importante es que no se dejen morir, abandonadas, las semillas que Dios vaya sembrando.
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Salomón Orlando
Esporádico


Registrado: 11 Nov 2008
Mensajes: 37

MensajePublicado: Vie May 15, 2009 4:57 pm    Asunto: Formación permanente
Tema: Aviso
Responder citando

Formación permanente

Fuente: Instituto Sacerdos
Autor: Instituto Sacerdos

PREGUNTAS PARA ORIENTAR LA DISCUSIÓN EN EL FORO

- Sacerdotes
¿Qué medios de formación permanente se han implementado en su diócesis? ¿cuáles son las dificultades principales y las posibles soluciones para que los sacerdotes no descuiden su formación permanente en los cuatro ámbitos que se mencionan en Pastores dabo vobis?

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- Seminaristas y otros participantes
¿En qué campos consideras más importante que un sacerdote se mantenga en permanente estado de formación?


34. Formación permanente


en los principios fundamentales señalados en sesiones anteriores era "formación progresiva y permanente". La llamada divina a la perfección (Mt 8,4Cool y la tarea de identificarse con Cristo sacerdote implican que la meta estará siempre más allá. El progreso en la formación no puede detenerse el día de la ordenación, ha de ser "permanente". En este sentido podríamos hablar de la formación permanente como de una etapa, la más larga, de la formación sacerdotal.

No hace falta detenerse ahora a ponderar su importancia ni a dibujar un cuadro completo de su contenido y los posibles métodos a utilizar para realizarla. Han sido suficientemente explicitados por el Concilio y algunos otros documentos del Magisterio (OT 22; CD 16; PO 19; RFIS 100-101). Podemos hacer sin embargo algunos comentarios que sirvan de complemento.

Ante todo cabe recordar que la formación permanente no se reduce al campo intelectual. El progreso debe continuar en todo lo que define la identidad del sacerdote y constituye la base del desarrollo de su misión. Por tanto, habría que considerar las cuatro áreas de la formación, y dar especial importancia a lo que constituye el núcleo fundamental de la esencia sacerdotal, es decir su vida espiritual como búsqueda permanente de la santidad en la identificación con Cristo sacerdote.
Es importante también señalar que la formación permanente es tarea personal del mismo sacerdote. El principio de "autoformación" sigue siendo válido fuera del seminario. Si los seminaristas no entienden y valoran ya desde el seminario el sentido y la necesidad de la formación continua, será difícil que le den luego su debida importancia una vez que se encuentren absorbidos por el vértigo del trabajo pastoral diario. Debe ser cada sacerdote quien se mantenga día a día en la búsqueda de su santidad personal y en el esfuerzo por hacer más fecundo su apostolado; debe ser él quien siga buscando los medios de santificación que le ayudaban en el seminario: confesión frecuente, dirección espiritual, lectura espiritual...; debe ser él quien aparte algunos ratos diarios o semanales para leer y estudiar.

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