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Pecado original es dogma?

 
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Autor Mensaje
Aguiñaga
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Registrado: 14 Jul 2008
Mensajes: 6

MensajePublicado: Lun Ene 12, 2009 6:12 am    Asunto: Pecado original es dogma?
Tema: Pecado original es dogma?
Responder citando

Hola

Bueno tengo una duda, soy catolico y tengo una duda, aclarando primero que ando conociendo mi Fe nuevamente, tengo tiempo estudiando y encontrandola verdad, pero aqui va mi caso

Mi novia es Bautista y un domingo me acompaño a misa y el evangelio trato sobre el bautismo de Jesus, y el padre hablo de el pecado original, los dones del espiritu santo y mas cosas. y mi novia me pregunto sobre si eso tenia fundamento biblico, y no supe responderle muy bien, porque me habia estado preparando para otros temas de imagenes, santos, iglessia pero sobre el bautismo no pense que fuera diferente que en la iglesia bautista, y pues en verdad me kedo en cero, buscando ahorita pues me topo con que el pecado original es un dogma de Fe, pero hace tiempo habia visto una cita biblica que hablaba sobre que la humanidad sigue manchada por el pecado primero osea pecado original.

Me gustaria que si conocen citas biblicas que hablen sobre el pecado original, o sobre que aun tenemos esa mancha del pecado original me las pongan aqui ó tambien cualquier cita que tenga que ver con el bautismo.

Me gustaria mas ver citas biblica pero tambien que me explicaran sobre eso unpoco, porque me gustaria conocer mas sobre eso.

Saludos!
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Luz_Adriana
Veterano


Registrado: 30 Dic 2008
Mensajes: 1764

MensajePublicado: Lun Ene 12, 2009 6:45 am    Asunto:
Tema: Pecado original es dogma?
Responder citando

Hola!! Te dejo este texto, espero y pueda ayudarte.

Fuente: Enciclopedia católica
(http://ec.aciprensa.com/p/pecadooriginal.htm)

Cita:
I. SIGNIFICADO

Pecado original puede significar: (1) el pecado cometido por Adán; (2) la consecuencia de ese primer pecado, la mancha hereditaria con la que todos nacemos a causa de nuestro origen o descendencia de Adán. Desde los primeros tiempos ha sido más común el segundo significado, como se puede ver en la frase de San Agustín: "el pecado deliberado del primer hombre es la causa del pecado original" (De nupt. et concup., II, xxvi, 43). Aquí hablamos de la mancha hereditaria. En referencia al pecado de Adán, no nos toca examinar las circunstancias en las que se cometió, como tampoco nos toca hacer una exégesis del tercer capítulo del Génesis.

II. PRINCIPALES ADVERSARIOS

Teodoro de Mopsuestia inició esta controversia al negar que el pecado de Adán fuera el origen de la muerte. (Vea "Excerpta Theodori" de Marius Mercator; cf. Smith, "A Dictionary of Christian Biography", IV, 942). Un amigo de Pelagio, Celestius, siguiendo a Teodoro, fue el primero en sostener esas proposiciones en Occidente: "Pasara lo que pasara, Adán debía morir, sin importar si pecara o no. Su pecado lo afectó a él solo y no a la raza humana" (Mercator, "Liber Subnotationem", prefacio). Esta, que fue la primera posición sostenida por los pelagianos, fue también la primera condenada en Cartago (Denzinger, "Enchiridion", No. 101- No. 65 en el antiguo). Para rebatir ese error fundamental los católicos citaron en forma especial a Romanos 5, 12, donde se muestra a Adán transmitiendo la muerte con su pecado. Luego de un tiempo los pelagianos admitieron la parte referente a la transmisión de la muerte- que se entiende fácilmente al ver que los padres transmiten a sus hijos enfermedades hereditarias- pero continuaron atacando violentamente la transmisión del pecado (San Agustín, "Contra duas epist. Pelag.", IV, iv, 6). Ellos entendían las palabras de San Pablo sobre la transmisión del pecado como si se tratara de la transmisión de a muerte. Ello constituyó su segunda posición, condenada por el Concilio de Orange [Denz., n. 175 (145)], y después otra vez en el primer Concilio de Trento [Sess. V, can. II; Denz., n. 789 (671)]. Interpretar la palabra pecado como si significara muerte era evidentemente una falsificación del texto, de modo que los pelagianos pronto la abandonaron y admitieron que Adán había causado el pecado en nosotros. Sin embargo, ellos no entendieron como pecado la mancha heredada por nacimiento, sino el pecado que los adultos cometen a imitación de Adán. Ello fue su tercera posición, a la que se opone la definición de Trento que el pecado original se transmite a todos por generación (propagatione), no por imitación [Denz., n. 790 (672)]. Más aún, en los siguientes cánones se citan las palabras del Concilio de Cartago, en el que se trata de un pecado contraído por generación y borrado por generación [Denz., n. 102 (66)]. Los líderes de la Reforma admitían el dogma del pecado original, pero el día de hoy hay muchos protestantes influidos por la doctrina Sociniana (correspondiente a un grupo religioso racionalista del siglo XVI que seguía el pensamiento del teólogo italiano Fausto Socinus, y que enseñaba que sólo se pueden aceptar aquellas doctrinas y partes de la Escritura que no contradigan la razón humana. N.T.) cuyas teorías constituyen un renacimiento del pelagianismo.


III. EL PECADO ORIGINAL EN LAS ESCRITURAS

El texto clásico es Rom. 5, 12 y siguientes. En la parte precedente el Apóstol habla de la justificación a través de Jesucristo, y para dar realce al hecho de que Él es el único salvador, establece un contraste entre la cabeza divina de la humanidad con la cabeza humana que causó su ruina. La cuestión del pecado original, por tanto, aparece como algo incidental. San Pablo supone que los fieles ya se han formado una idea de él a través de sus explicaciones orales y sólo lo menciona para hacerles entender el trabajo de la redención. Esto explica la brevedad de su desarrollo y la obscuridad de algunos versículos. Las tres posiciones de los pelagianos quedan refutadas en el texto, como vamos a mostrar:

1. El pecado de Adán ha lesionado la raza humana por lo menos en el sentido de que ha introducido la muerte- "Así que como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, así la muerte llegó a todo hombre". Se habla ahí de la muerte física. Ante todo, se debe presumir el sentido literal de la palabra mientras no haya una razón en contrario. Segundo, se alude en el texto a un pasaje del libro de la Sabiduría en el que, como se deduce del contexto, se trata de la muerte física. Sab. 2,24: "Por la envidia del diablo entró la muerte al mundo". Cf. Gn. 2,17; 3, 19, y otro pasaje paralelo del mismo San Pablo, I Cor. 15, 21: "Por un hombre llegó la muerte y por un hombre llegó la resurrección de los muertos". Aquí sólo se puede tratar de la muerte física, opuesta a la resurrección corporal, sujeto de todo el capítulo.

2. Por su falta, Adán nos transmitió no sólo la muerte sino el pecado- "porque así como por la desobediencia de uno muchos [i.e. todos los] hombres fueron hechos pecadores" (Rom. 5,19). ¿Cómo pueden entonces los pelagianos, y más tarde Zwinglio, decir que San Pablo se refiere únicamente a la transmisión de la muerte física? Si, como dicen ellos, debemos leer muerte donde el Apóstol escribió pecado, deberíamos también leer que la desobediencia de Adán nos ha hecho mortales donde el Apóstol escribe que nos ha hecho pecadores. Pero la palabra pecador nunca ha significado mortal. También en el versículo 21, correspondiente al 19, vemos que a través de un solo hombre dos cosas les han acontecido a todos los hombres: el pecado y la muerte. Una es consecuencia de la otra y, por tanto, no son idénticas entre si.
3. Como Adán transmite la muerte a sus descendientes, al engendrarlos mortales, también por generación les transmite el pecado. El Apóstol presenta ambos efectos como producidos simultáneamente y por la misma causa. La explicación de los pelagianos difiere de la de San Pablo. Según ellos, el niño, que recibe la mortalidad al nacer, no recibe el pecado de Adán sino posteriormente, cuando conoce el pecado del primer hombre y se inclina a imitarlo. La causalidad de Adán ante la mortalidad sería completamente distinta de la que tiene ante el pecado. Más aún, esta supuesta influencia del mal ejemplo de Adán es casi quimérica. Los mismos fieles, cuando pecan, no pecan a consecuencia del mal ejemplo de Adán; a fortiori los no creyentes, totalmente ignorantes de la historia del primer hombre. Y sin embargo todos los hombres, bajo la influencia de Adán, somos pecadores y condenados (Rom. 5, 18-19). La influencia de Adán no puede ser, por tanto, la del ejemplo que imitamos en él (San Agustín, "Contra Julian", VI, xxiv, 75)
En este sentido, varios protestantes recientes han modificado la explicación pelagiana del siguiente modo: "Sin ser conscientes de ello los hombres imitan a Adán en cuanto merecen la muerte como castigo por sus propios pecados tal como Adán la mereció como castigo del suyo". Esto se separa más y más del texto de San Pablo. Adán sería simplemente el término de una comparación. No tendría ni influencia ni causalidad en referencia al pecado o la muerte. El Apóstol, es más, no afirma que todos los hombres, imitando a Adán, son mortales a causa de los pecados que hayan cometido. Los niños que mueren antes de llegar al uso de razón no han cometido ningún pecado. Pero San Pablo afirma lo contrario en el versículo catorce: "Pero reinó la muerte". No sólo sobre quien imita a Adán, sino "aún sobre aquellos que no han pecado siguiendo la transgresión de Adán". El pecado de Adán, por tanto, es la única causa de la muerte de toda la raza humana. No sólo eso, sino que no podemos distinguir ninguna conexión natural entre el pecado y la muerte. Para que un determinado pecado merezca la muerte hace falta una ley positiva. Pero, excepto la ley dada a Adán (Gen 2,17), antes de la ley de Moisés no había ley positiva de Dios que determinara la muerte como castigo. Fue únicamente la desobediencia del hombre lo que pudo haber merecido y traído la muerte al mundo (Rom. 5, 13-14). Estos escritores protestantes ponen el acento en las últimas palabras del versículo doce. Sabemos que algunos de los Padres Latinos entendían las palabras "en el que todos hemos pecado" como significando que todos hemos pecado en Adán. Esta interpretación sería prueba ulterior de la tesis del pecado original, pero no es necesaria. La exégesis modera, al igual que los Padres Griegos, prefieren traducir "y así la muerte pasó a todos los hombres porque todos hemos pecado". Nosotros aceptamos esta segunda traducción que nos muestra la muerte como efecto del pecado. Pero ¿de qué pecado?. Nuestros adversarios responden: "Los pecados personales de cada uno. Ese es el sentido natural de las palabras 'todos han pecado'". Sería el significado natural si el contexto no fuera totalmente opuesto a él. Las palabras "todos han pecado" del versículo doce, obscuras a causa de su brevedad, se desarrollan más en el verso diecinueve: "porque por la desobediencia de un hombre muchos han sido hecho pecadores". No se trata aquí de pecados personales, diferentes entre si en número y especie, cometidos por las personas durante su vida, sino del primer pecado que fue suficiente para transmitir a todos los seres humanos tanto el pecado como el título de pecadores. De modo semejante, las palabras del verso doce, "todos han pecado", debe significar: "todos han participado en el pecado de Adán", "todos han contraído su mancha". Esta interpretación también elimina la aparente contradicción entre el verso doce, "todos han pecado", y el catorce, "quienes no han pecado", ya que en el primero se trata del pecado original, y del pecado personal en el último. Quienes dicen que en ambos casos se trata del pecado personal no pueden reconciliar estos dos versículos.


IV. EL PECADO ORIGINAL EN LA TRADICIÓN

A causa de una semejanza superficial entre la doctrina del pecado original y la teoría maniquea de la maldad innata de nuestra naturaleza, los pelagianos acusaron a los católicos y a San Agustín de ser maniqueos. Respecto a la acusación y a su respuesta véase "Contra duas epist. Pelag.", I, II, 4; V, 10; III, IX, 25; IV, III. Esta acusación ha sido reiterada en nuestros días por varios críticos e historiadores del dogma, influenciados por el hecho de que, antes de su conversión, San Agustín era maniqueo. No identifican el maniqueísmo con la doctrina del pecado original, pero sí dicen que San Agustín, a causa de los restos de sus anteriores prejuicios maniqueístas, creó la doctrina del pecado original, desconocida antes de su época. Es falso que la doctrina del pecado original no aparezca en las obras de los Padres preagustinianos. Al contrario, ellos dieron testimonio de ello en trabajos especiales al respecto. Tampoco se puede decir, como afirma Harnack, que el mismo San Agustín reconoce la ausencia de esta doctrina en los escritos de los Padres. San Agustín invoca el testimonio de once Padres, tanto griegos como latinos (Contra Jul., II, x, 33). Igualmente infundada es la aseveración que afirma que hasta San Agustín esa doctrina era desconocida para judíos y cristianos. Como ya se demostró, fue enseñada por San Pablo. Se encuentra en el cuarto libro de Esdras, escrito por un judío un siglo después de Cristo y ampliamente leído por los cristianos. Esta obra presenta a Adán como el autor de la caída de la raza humana (VII, 4Cool, como quien transmitió a toda su posteridad la enfermedad permanente, la malignidad, la mala semilla del pecado (III, 21-22; IV, 30). Los mismos protestantes admiten la doctrina del pecado original en este libro y otros del mismo período (véase Sanday, "The International Critical Commentary: Romas", 134, 137; Hastings, "A Dictionary of the Bible", I, 841). Es imposible, por tanto, hacer de San Agustín, quien pertenece a una fecha muy posterior, el inventor del pecado original.

La práctica de la Iglesia de bautizar a los niños es muestra de que esta doctrina existía desde antes de la época de San Agustín. Los pelagianos sostenían que el bautismo se les daba a los niños no para perdonarles sus pecados sino para hacerlos mejores, darles vida sobrenatural, hacerlos hijos adoptivos de Dios y herederos del reino de los cielos (véase San Agustín "De peccat. meritis", I, xvii). Los católicos respondían citando el credo de Nicea, "Confiteor unum baptisma in remissionem peccatorum". Y reprochaban a los pelagianos el que inventaran dos bautismos, uno para perdonar el pecado, otro, sin propósito alguno, para los niños. También argumentaron los católicos a partir del ceremonial del bautismo, que supone que el niño está bajo el poder del mal. De ahí los exorcismos, el rechazo a Satanás que hace el padrino del niño en nombre de este último [Aug., loc. Cit., XXXIV, 63; Denz., n. 140 (96)].


V. EL PECADO ORIGINAL FRENTE A LAS OBJECIONES DE LA RAZÓN

No pretendemos probar la existencia del pecado original solamente con argumentos de razón. Santo Tomás utiliza un argumento filosófico que prueba la existencia de cierto tipo de decadencia más que la del pecado, y la considera solamente como probable, satis posibiliter probari potest (Contra gent., IV, lii). Muchos protestantes y jansenistas, y hasta algunos católicos, sostienen que la doctrina del pecado original es necesaria en la filosofía si es que se quiere probar la existencia del mal. Esto es una exageración imposible de probar. Basta mostrar que la razón humana no tiene ninguna objeción seria en contra de esta doctrina fundada en la revelación. Las objeciones de los racionalistas generalmente tienen su origen en un concepto falso de nuestro dogma. Lo que atacan es o la transmisión del pecado o la idea de una falta cometida por el primer hombre en contra de su misma raza, la decadencia de la raza humana. Aquí responderemos exclusivamente la segunda clase de objeciones. Las otras serán consideradas más abajo bajo otro capítulo (VII).

(1) La ley del progreso se opone a la hipótesis de la decadencia. Esto sería válido si el progreso fuera algo necesariamente continuo, pero la historia nos muestra lo contrario. La línea que representa el progreso tiene sus altas y bajas, períodos de decadencia y retroceso, como lo fue el período- nos dice la revelación- que siguió al primer pecado. La humanidad, sin embargo, comenzó a levantarse de nuevo poco a poco, ya que el pecado original no destruyó ni la inteligencia ni la voluntad libre; la posibilidad de progreso material permaneció intacta. Y Dios, por otra parte, nunca abandonó al hombre, a quien había prometido la redención. La teoría de la decadencia no tiene conexión alguna con nuestra revelación. Todo lo contrario. La Biblia nos muestra incluso cierto progreso espiritual en el pueblo del que nos habla: la vocación de Abraham, la ley de Moisés, la misión de los profetas, la llegada del Mesías, una revelación que es cada vez más clara y que termina con el Evangelio, su difusión entre todos los pueblos, sus frutos de santidad y el progreso de la Iglesia.

(2) Otra objeción dice que es injusto que a causa del pecado de un hombre se haya originado la decadencia de toda la humanidad. Esto tendría peso si tomamos la decadencia en el mismo sentido en que Lutero la tomó, i.e., una razón humana incapaz de entender incluso las verdades morales, el libre albedrío destruido, la substancia misma del hombre transformada en algo malo. Pero de acuerdo a la teología católica, el hombre no ha perdido sus facultades naturales. Por su pecado, Adán únicamente fue privado de los dones divinos a los que su naturaleza no tenía derecho en sentido estricto: el dominio total de sus pasiones, la exención de la muerte, la gracia santificante y la visión de Dios en la vida futura. El Creador, cuyos dones no son debidos a la humanidad, tenía perfecto derecho de otorgarlos en las condiciones en que quisiera y hacer depender su conservación de la fidelidad del jefe de la familia. Un príncipe puede conferir honores hereditarios bajo la condición de que quien los recibe se mantenga fiel y de que, en caso de rebelarse, se le despojará de tal dignidad, y en consecuencia, también a sus descendientes. No es, sin embargo, comprensible, que se ordene la mutilación de las manos y pies de los descendientes inmediatamente después de su nacimiento a causa de una falta cometida por el padre. Esta comparación representa la doctrina de Lutero y que no podemos defender. En el caso de los niños que mueren teniendo en sus almas exclusivamente el pecado original, fuera de la privación de la vista de Dios, la doctrina de la Iglesia no reconoce para ellos castigos sensibles en la vida futura [Denz. N. 1526 (1389)] (Se ha suscitado en años recientes un intenso debate teológico sobre la verdadera situación de los niños que mueren sin bautismo antes de la edad de ser responsables de sus actos- y por tanto, únicamente bajo el pecado original- pero hasta el momento presente el Magisterio de la Iglesia no ha hecho una declaración definitoria al respecto.N.T.)


VI. NATURALEZA DEL PECADO ORIGINAL

Este es un punto difícil y se han inventado muchos sistemas para explicarlo. Bastará dar la explicación teológica más común ahora. El pecado original es la privación de la gracia santificante como consecuencia del pecado de Adán. Esta solución, que es la de Santo Tomás, se remonta a San Anselmo e incluso a las tradiciones de la Iglesia primitiva, como se desprende de las declaraciones del Segundo Concilio de Orange (529 D.C.): un hombre ha transmitido a toda la humanidad no sólo la muerte corporal, castigo del pecado, sino el pecado mismo, que es la muerte del alma [Denz. N. 175 (145)]. Así como la muerte es la privación del principio de la vida, la muerte del alma es la privación de la gracia santificante que, según todos los teólogos, es el principio de la vida sobrenatural. De ese modo si el pecado original es "la muerte del alma", también es la privación de la gracia santificante.

El Concilio de Trento, aunque no impuso esta solución obligatoriamente con una definición, sí la vio favorablemente y autorizó su uso (cf. Pallavicini, "Historia del Concilio di Trento", VII-IX). Se describe el pecado original no solamente como la muerte del alma (Ses. V., can. II), sino también como "privación de la justicia, contraida por cada niño al momento de su concepción" (Ses. VI., cap. III). Claro que el Concilio llama "justicia" a lo que nosotros llamamos gracia santificante (Ses. VI), y así como cada niño debería tener su propia justicia personal, así ahora, luego de la caída, sufre su propia privación de justicia. Podemos añadir otro argumento, basado en el principio ya citado de San Agustín, "el pecado deliberado del primer hombre es la causa del pecado original". Este principio es desarrollado posteriormente por San Anselmo: "el pecado de Adán fue una cosa pero el pecado de los niños al nacer es algo distinto; el primero fue la causa, el segundo es el efecto" (De conceptu virginali, XXVI). El pecado original en un niño es distinto de la falta de Adán; es uno de sus efectos. Pero ¿cuál de todos los efectos es? Debemos examinar varios efectos del pecado de Adán y rechazar aquellos que no pueden ser el pecado original.

1. Muerte y sufrimiento- Estos son puramente males físicos y no pueden ser llamados pecado. San Pablo, y luego de él los concilios, ven la muerte y el pecado original como dos cosas distintas transmitidas por Adán.

2. Concupiscencia- Esta rebelión del apetito inferior, transmitida de Adán a nosotros, es una ocasión de pecado y en ese sentido se acerca al mal moral. Sin embargo, la ocasión de pecado no es necesariamente un pecado y aunque el pecado original queda borrado por el bautismo, la concupiscencia permanece en la persona bautizada. Por ello el pecado original y la concupiscencia no pueden ser la misma cosa, como sostuvieron los primeros protestantes. (véase Concilio de Trento, Ses. V., can. V).

3. La ausencia de la gracia santificante en los niños recién nacidos es también efecto del primer pecado, ya que Adán, habiendo recibido de Dios la santidad y la justicia, no sólo la perdió para él, sino para nosotros (loc. Cit., can. II). Y si lo perdió para nosotros, quiere decir que deberíamos haberlo recibido de él al nacer, junto con las otra prerrogativas de nuestra raza. La ausencia de la gracia santificante en los niños es una privación real; es la carencia de algo que, según el plan divino, debería estar en el niño. Si ese don no es algo simplemente físico, sino algo del orden moral, la santidad, su privación podría ser llamada pecado. Y la gracia santificante es santidad y así es llamada por el Concilio de Trento, pues la santidad consiste en la unidad con Dios y la gracia nos une íntimamente con Dios. La bondad moral consiste en que nuestra acción es congruente con la ley moral, pero la gracia es deificación, como dicen los Padres, una conformidad perfecta con Dios quien es la regla primaria de toda moralidad. (Véase GRACIA). La gracia santificante, por tanto, pertenece al orden moral no como un acto pasajero sino como una tendencia permanente que existe aun cuando el sujeto que la posee no realice acto alguno. Es una vuelta hacia Dios, conversio ad Deum. Consecuentemente, la privación de esa gracia, aún sin que se dé ningún otro acto, constituye una mancha, una deformidad moral, un volverse lejos de Dios, aversio a Deo, y tal carácter no se encuentra en ningún otro de los efectos del pecado de Adán. Esta privación, entonces, es la mancha hereditaria.


VII. ¿QUÉ TAN VOLUNTARIO?

"No puede haber pecado que no sea voluntario. Tanto el educado como el ignorante reconocen esta verdad evidente", escribe San Agustín (De vera relig., XIV, 27). La Iglesia ha condenado la solución opuesta dada por Baius [prop. XLVI, XLVII, en Denz., n. 1046 (926)]. El pecado original no es un acto sino, como ya se explicó, un estado, una privación permanente, y esto puede ser voluntario indirectamente- tal como un ebrio está privado de razón e incapaz de usar su libertad, sin embargo está en ese estado por su libre voluntad y por ello su ebriedad, su falta de razón, son voluntarias y le son imputables. Pero ¿cómo se puede considerar el pecado original como algo voluntario, aún indirectamente, en un niño que nunca ha utilizado su libre albedrío personal? Algunos protestantes sostienen que un niño al llegar al uso de razón consentirá en su pecado original. Pero nunca nadie ha pensado siquiera en dar tal consentimiento. Además, el pecado ya existe en el alma aún antes del uso de razón, según los contenidos de la Tradición sobre el bautismo de niños y el pecado contraído por generación. Algunos teosofistas y espiritistas admiten la preexistencia de las almas que han pecado en una vida anterior de la que ya no se acuerdan. Pero aparte de lo absurdo de esta metempsicosis, contradice la doctrina del pecado original; substituye muchos pecados particulares con un pecado de un padre común que transmite pecado y muerte a todos (cf. Rom, 5, 12 ss). Toda la religión cristiana, dice San Agustín, puede resumirse en la intervención de dos hombres, uno que nos arruinó y otro que nos salvó (De pecc. orig. XXIV). Se debe buscar la solución correcta en la voluntad libre de Adán y su pecado, y tal voluntad libre era nuestra: "todos estabamos en Adán", dice San Ambrosio, citado por San Agustín (Opus imperf. IV, civ). San Basilio nos atribuye la acción del primer hombre: "Puesto que nosotros no ayunamos (cuando Adán comió de la fruta prohibida) hemos sido expulsados del paraíso" (Hom. I de jejun., IV). Más antiguo aún es el testimonio de San Ireneo: "Nosotros ofendemos a Dios en la persona del primer Adán al desobedecer su precepto". (Haeres., V, xvi,3).

De ese modo explica Santo Tomás la unidad moral de nuestra voluntad con la voluntad de Adán. "Un individuo puede ser considerado o como individuo o como parte de un todo, como un miembro de una sociedad. Considerada de esta segunda manera, una acción puede ser propia aunque no la haya realizado uno mismo, ni por su propia voluntad, sino en el resto de la sociedad o en su cabeza, si se piensa que una nación hace algo cuando su príncipe lo hace. Esto se debe a que una sociedad se considera como una sola persona de la que los individuos son miembros diferentes (San Pablo, I Cor., XII). La multitud de hombres que reciben su naturaleza de Adán se puede considerar como una sola comunidad o un solo cuerpo... Si el hombre, que debe a Adán su privación de la justicia original, es considerado una persona privada, tal privación no es su "pecado" puesto que el pecado es esencialmente algo voluntario. Sin embargo, si lo consideramos miembro de la familia de Adán, como si todos los hombres fueran uno solo, entonces su privación participa de la naturaleza de pecado a causa de su origen voluntario, pues tal fue el pecado de Adán" (De Malo, IV, l). Es esta ley de solidaridad, admitida por el sentimiento común, la que atribuye a los infantes parte de la vergüenza resultante del crimen de los padres. No es un crimen personal, objetan los pelagianos. "No", respondió San Agustín, "pero sí es un crimen paternal" (Op. Imperf., I, cxlvii). Siendo yo una persona distinta, estrictamente no soy responsable de los crímenes de otra persona; su acto no es mío. Sin embargo, siendo yo miembro de la familia humana, se considera que actúo a una con el cabeza de esa familia, quien la representa en lo tocante a la conservación o pérdida de la gracia. Soy, en ese sentido, responsable de mi privación de la gracia, aceptando mi responsabilidad en el sentido más amplio de la palabra. Esto, empero, es suficiente para hacer de mi estado de privación de la gracia algo hasta cierto punto voluntario y, por ende, "sin caer en el absurdo, se puede decir que es voluntario" (San Agustín, "Retract.", I,xiii). De ese modo se responden entonces las principales dificultades de los no creyentes respecto a la transmisión del pecado. "El libre albedrío es esencialmente incomunicable." Físicamente, sí; moralmente, no. La voluntad del padre es como si fuera la de sus hijos. "Es injusto hacernos responsables de un pecado cometido antes de nuestro nacimiento." Eso es cierto si se trata de una responsabilidad en sentido estricto; si se trata del sentido amplio de la palabra, no. El crimen cometido por el padre marca con la vergüenza a los hijos aún no nacidos, y les hace cargar una parte de la responsabilidad del padre. "Su dogma nos hace estrictamente responsables de la falta de Adán." Ello constituye una concepción errónea de nuestra doctrina. Nuestro dogma no atribuye a los hijos de Adán ninguna responsabilidad propiamente dicha por el acto de su padre, ni dice que el pecado original es voluntario en el sentido estricto de la palabra. Es verdad que, considerado como una "deformidad moral", una "separación de Dios", "la muerte del alma", el pecado original es un pecado real que priva al alma de la gracia santificante. Es tan pecado como lo es el pecado habitual, que es el estado en el que queda colocado un adulto a causa de una falta grave y personal, la "mancha" que Santo Tomás define como "privación de la gracia" (I-II:109:7; III:87:2, ad 3), y es precisamente desde ese punto de vista que el bautismo, al poner fin a la privación de la gracia, "borra todo aquello que constituye un pecado real y propiamente dicho", ya que la concupiscencia que permanece "no es un pecado real y propiamente dicho", aunque su transmisión es igualmente voluntaria (Concilio de Trento, Ses. V, can. V). Considerado precisamente como voluntario, el pecado original es únicamente la sombra de un pecado propiamente dicho. Según Santo Tomás, (In Sent., dist. XXV, q. I, a. 2, ad 2um), no se le llama pecado en el mismo sentido, sino sólo en sentido análogo. Varios teólogos de los siglos diecisiete y dieciocho exageraron esta participación al menospreciar la importancia de la privación de la gracia en la explicación del pecado original, e intentar explicarlo exclusivamente por nuestra participación en el acto de Adán. Exageran la idea de lo voluntario en el pecado original por considerar que es la única forma de explicar de qué modo se le puede considerar propiamente un pecado. Tal opinión, diferente de la de Santo Tomás, dio pie a problemas innecesarios e insolubles, y ha sido totalmente abandonada hoy día.

S. HARENT
Transcrito por Sean Hyland
Traducido por Javier Algara Cossío.


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pelicano
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MensajePublicado: Lun Ene 12, 2009 8:15 am    Asunto:
Tema: Pecado original es dogma?
Responder citando

CONCILIO DE TRENTO:

DECRETO SOBRE EL PECADO ORIGINAL
Para que nuestra santa fe católica, sin la cual es imposible agradar a Dios, purgada de todo error, se conserve entera y pura en su sinceridad, y para que no fluctúe el pueblo cristiano a todos vientos de nuevas doctrinas; constando que la antigua serpiente, enemigo perpetuo del humano linaje, entre muchísimos males que en nuestros días perturban a la Iglesia de Dios, aun ha suscitado no sólo nuevas herejías, sino también las antiguas sobre el pecado original, y su remedio; el sacrosanto, ecuménico y general Concilio de Trento, congregado legítimamente en el Espíritu Santo, y presidido de los mismos tres Legados de la Sede Apostólica, resuelto ya a emprender la reducción de los que van errados y a confirmar los que titubean; siguiendo los testimonios de la sagrada Escritura, de los santos Padres y de los concilios mas bien recibidos, y el dictamen y consentimiento de la misma Iglesia, establece, confiesa y declara estos dogmas acerca del pecado original.
I. Si alguno no confiesa que Adan, el primer hombre, cuando quebrantó el precepto de Dios en el paraíso, perdió inmediatamente la santidad y justicia en que fue constituido, e incurrió por la culpa de su prevaricación en la ira e indignación de Dios, y consiguientemente en la muerte con que Dios le habla antes amenazado, y con la muerte en el cautiverio bajo el poder del mismo que después tuvo el imperio de la muerte, es a saber del demonio, y no confiesa que todo Adán pasó por el pecado de su prevaricación a peor estado en el cuerpo y en el alma; sea excomulgado.
II. Si alguno afirma que el pecado de Adán le dañó a él solo, y no a su descendencia; y que la santidad que recibió de Dios, y la justicia que perdió, la perdió para sí solo, y no también para nosotros; o que inficionado él mismo con la culpa de su inobediencia, solo traspasó la muerte y penas corporales a todo el género humano, pero no el pecado, que es la muerte del alma; sea excomulgado: pues contradice al Apóstol que afirma: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte; y de este modo pasó la muerte a todos los hombres por aquel en quien todos pecaron.
III. Si alguno afirma que este pecado de Adán, que es uno en su origen, y transfundido en todos por la propagación, no por imitación, se hace propio de cada uno; se puede quitar por las fuerzas de la naturaleza humana, o por otro remedio que no sea el mérito de Jesucristo, Señor nuestro, único mediador, que nos reconcilió con Dios por medio de su pasión, hecho para nosotros justicia, santificación y redención; o niega que el mismo mérito de Jesucristo se aplica así a los adultos, como a los párvulos por medio del sacramento del bautismo, exactamente conferido según la forma de la Iglesia; sea excomulgado: porque no hay otro nombre dado a los hombres en la tierra, en que se pueda lograr la salvación. De aquí es aquella voz: Este es el cordero de Dios; este es el que quita los pecados del mundo. Y también aquellas: Todos los que fuisteis bautizados, os revestísteis de Jesucristo.
IV. Si alguno niega que los niños recién nacidos se hayan de bautizar, aunque sean hijos de padres bautizados; o dice que se bautizan para que se les perdonen los pecados, pero que nada participan del pecado original de Adán, de que necesiten purificarse con el baño de la regeneración para conseguir la vida eterna; de donde es consiguiente que la forma del bautismo se entienda respecto de ellos no verdadera, sino falsa en orden a la remisión de los pecados; sea excomulgado: pues estas palabras del Apóstol: Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte; y de este modo pasó la muerte a todos los hombres por aquel en quien todos pecaron; no deben entenderse en otro sentido sino en el que siempre las ha entendido la Iglesia católica difundida por todo el mundo. Y así por esta regla de fe, conforme a la tradición de los Apóstoles, aun los párvulos que todavía no han podido cometer pecado alguno personal, reciben con toda verdad el bautismo en remisión de sus pecados; para que purifique la regeneración en ellos lo que contrajeron por la generación: Pues no puede entrar en el reino de Dios, sino el que haya renacido del agua, y del Espíritu Santo.
V. Si alguno niega que se perdona el reato del pecado original por la gracia de nuestro Señor Jesucristo que se confiere en el bautismo; o afirma que no se quita todo lo que es propia y verdaderamente pecado; sino dice, que este solamente se rae, o deja de imputarse; sea excomulgado. Dios por cierto nada aborrece en los que han renacido; pues cesa absolutamente la condenación respecto de aquellos, que sepultados en realidad por el bautismo con Jesucristo en la muerte, no viven según la carne, sino que despojados del hombre viejo, y vestidos del nuevo, que está creado según Dios, pasan a ser inocentes, sin mancha, puros, sin culpa, y amigos de Dios, sus herederos y partícipes con Jesucristo de la herencia de Dios; de manera que nada puede retardarles su entrada en el cielo. Confiesa no obstante, y cree este santo Concilio, que queda en los bautizados, la concupiscencia, o fomes, que como dejada para ejercicio, no puede dañar a los que no consienten, y la resisten varonilmente con la gracia de Jesucristo: por el contrario, aquel será coronado que legítimamente peleare. La santa Sínodo declara, que la Iglesia católica jamás ha entendido que esta concupiscencia, llamada alguna vez pecado por el Apóstol san Pablo, tenga este nombre, porque sea verdadera y propiamente pecado en los renacidos por el bautismo; sino porque dimana del pecado, e inclina a él. Si alguno sintiese lo contrario; sea excomulgado. Declara no obstante el mismo santo Concilio, que no es su intención comprender en este decreto, en que se trata del pecado original, a la bienaventurada, e inmaculada virgen María, madre de Dios; sino que se observen las constituciones del Papa Sixto IV de feliz memoria, las mismas que renueva; bajo las penas contenidas en las mismas constituciones.


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Ubicación: Tierra Santa

MensajePublicado: Lun Ene 12, 2009 8:44 am    Asunto:
Tema: Pecado original es dogma?
Responder citando

Bases biblicas:

“Por tanto, como por un solo hombre = entró el pecado en el mundo = y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron;” Romanos 5,12

El pasaje anterior nos revela en primer lugar que antes de este pecado no había pecado en el mundo. Note que dice: "por un solo hombre entró el pecado en el mundo". (Si entró quiere decir que antes no estaba en él)

Hay muchos otros pasajes donde se ve claramente que esta desobediencia no solo a constituido a Adán como pecador sino a toda la humanidad.

“En efecto, así como por la desobediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos.” Romanos 5,19

Este y muchos otros pasajes nos revelan la necesidad de la redención realizada por Cristo y todo esto lo podemos entender gracias a que conocemos que hay un "pecado original" ocasionado por Adán y un segundo Adán que es Cristo por cuya obediencia todos hemos sido "constituidos justos".


Esta misma idea la seguimos viendo reflejada en numerosos pasajes
“Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos.”
1 Corintios 15,21

“Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo.”
1 Corintios 15,22


“Pero con el don no sucede como con el delito. Si por el delito de uno solo murieron todos ¡cuánto más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre Jesucristo, se han desbordado sobre todos!” Romanos 5,15


Pablo continúa con la misma idea

“Y no sucede con el don como con las consecuencias del pecado de uno solo; porque la sentencia, partiendo de uno solo, lleva a la condenación, mas la obra de la gracia, partiendo de muchos delitos, se resuelve en justificación” Romanos 5,16

Otra vez se hace hincapié en el último pasaje donde se deja claro que el pecado de Adán lleva a la "condenación" a todos a pesar de partir de uno. Lo mismo en el versículo 18


“Así pues, como el delito de uno solo atrajo sobre todos los hombres la condenación, así también la obra de justicia de uno solo procura toda la justificación que da la vida.”
Romanos 5,18


Decimos también que el pecado original es un pecado "contraído" y no "cometido", es un "estado" en vez de un "acto"

Desde el Génesis está relatada la caída del hombre por medio del pecado de Adán, pero las referencias no paran allí, hay referencias claras a este pecado en todo el Antiguo Testamento.


“Mira que en culpa ya nací, pecador me concibió mi madre.” Salmo 51,7

El pasaje anterior es un Salmo de David donde el ya reconoce que "en culpa" ha nacido y que su madre le ha concebido "pecador".

OTRAS CITAS:

En efecto, así como por la desobediencia de un sólo hombre, todos fueron constituidos pecadores (Ef. 5, 19).

Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar» (Gén. 3, 15).


Por la mujer fue el comienzo del pecado, y por causa de ella morimos todos (Si. 25, 24).

¿Quién puede decir: «Purifiqué mi corazón, estoy limpio de mi pecado?» (Prov. 20, 9).

No reproches al hombre que se vuelve del pecado, recuerda que culpables somos todos (Si, 8, 5).

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Mensajes: 70

MensajePublicado: Vie Ene 16, 2009 12:30 pm    Asunto:
Tema: Pecado original es dogma?
Responder citando

Te dejo una preciosa catequesis del añorado Juan Pablo II en la cual ofrece de modo muy claro cual es la doctrina católica sobre este misterio revelado en la Sagrada Escritura.

La doctrina católica sobre el pecado original (24.IX.86)

1. Gracias a las catequesis dadas en el ámbito del ciclo actual, tenemos ante nuestros ojos, por una parte, el análisis del primer pecado de la historia del hombre según la descripción contenida en Gen 3; por otra, la amplia imagen de lo que enseña la Revelación divina sobre el tema de la universalidad y del carácter hereditario del pecado. Esta verdad la propone constantemente el Magisterio de la Iglesia, también en nuestra época. Por ello es de rigor referirse a los documentos del Vaticano II, especialmente a la Cons. Gaudium et Spes, sin olvidar la Exhort. postsinodal Reconciliatio et Poenitentia (1984).

2. Fuente de este Magisterio es sobre todo el pasaje del libro del Génesis, en el que vemos que el hombre, tentado por el Maligno ('el día que de él comáis; seréis como Dios, conocedores del bien y del mal': Gen 3, 5), 'abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio final margen de Dios' (Gaudium et Spes 13). Entonces 'abriéronse los ojos' de ambos (es decir del hombre y de la mujer) ', y vieron que estaban desnudos' (Gen 3, 7). Y cuando el Señor 'llamó al hombre, diciendo: ¿Dónde estás?!', Éste contestó: 'Temeroso porque estaba desnudo, me escondí' (Gen 3, 9-10). Una respuesta muy significativa. El hombre que anteriormente (en estado de justicia original) se entretenía amistosa y confiadamente con el Creador en toda la verdad de su ser espiritual-corpóreo, creado a imagen de Dios, ha perdido ahora el fundamento de aquella amistad y alianza. Ha perdido la gracia de la participación en la vida de Dios: el bien de pertenecer a El en la santidad de la relación original de subordinación y filiación. El pecado, por el contrario, hizo sentir inmediatamente su presencia en la existencia y en todo el comportamiento del hombre y de la mujer: vergüenza de la propia transgresión y de la condición consecuente de pecadores y, por tanto, miedo a Dios. Revelación y análisis sicológico se asocian en esta página bíblica para expresar el 'estado' del hombre tras la caída.

3. Hemos visto que de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento surge otra verdad: algo así como una 'invasión' del pecado en la historia de la humanidad. El pecado se ha convertido en el destino común del hombre, en su herencia 'desde el vientre materno'. 'Pecador me concibió mi madre', exclama el Salmista en un momento de angustia existencial, en el que se unen el arrepentimiento y la invocación de la misericordia divina (Sal 50). Por su parte, San Pablo, que se refiere con frecuencia, como vimos en la anterior catequesis, a esa misma angustiosa experiencia, formula teóricamente esta verdad en la Carta a los Romanos: 'Todos nos hallamos bajo el pecado' (Rom 3, 9). 'Que toda boca se cierre y que todo el mundo se confiese reo ante Dios' (Rom 3, 19). 'Éramos por naturaleza hijos de la ira' (Ef 2, 3). En todos estos textos se trata de alusiones a la naturaleza humana abandonada a sí misma, sin la ayuda de la gracia, comentan los biblistas; a la naturaleza tal y como se ha visto reducida por el pecado de los primeros padres, y, por consiguiente, a la condición de todos sus descendientes y herederos.

4. Los textos bíblicos sobre la universalidad y sobre el carácter hereditario del pecado, casi 'congénito' a la misma naturaleza el estado en el que todos los hombres la reciben en la misma concepción por parte de los padres, nos introduce en el examen más directo de la doctrina católica sobre el pecado original.

Se trata de una verdad transmitida implícitamente en las enseñanzas de la Iglesia desde el principio y convertida en declaración formal del Magisterio en el Sínodo XV de Cartago el año 418 y en el Sínodo de Orange del año 529, principalmente contra los errores de Pelagio. Posteriormente, en el período de la Reforma, dicha verdad fue formulada solemnemente por el Concilio de Trento en 1546. El Decreto tridentino sobre el pecado original expresa esta verdad en la forma precisa en que es objeto de la fe y de la doctrina de la Iglesia. Podemos, pues, referirnos a este Decreto para deducir los contenidos esenciales del dogma católico sobre este punto.

5. Nuestros primeros padres (el Decreto dice: 'Primum hominem Adam'), en el paraíso terrenal (por tanto, en el estado de justicia y perfección originales) pecaron gravemente, transgrediendo el mandato divino. Debido a su pecado perdieron la gracia santificante; perdieron, por tanto, además la santidad y la justicia en las que habían sido 'constituidos' desde el principio, atrayendo sobre sí la ira de Dios. Consecuencia de este pecado fue la muerte como nosotros la experimentamos. Hay que recordar aquí las palabras del Señor en Gen 2, 17: 'Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres, ciertamente morirás'. Sobre el sentido de esta prohibición hemos tratado en las catequesis anteriores. Como consecuencia del pecado, Satanás logró extender su 'dominio' sobre el hombre. El Decreto tridentino habla de 'esclavitud bajo el dominio de aquel que tiene el poder de la muerte'. Así, pues, la situación bajo el dominio de Satanás se describe como 'esclavitud'.

Será preciso volver sobre este aspecto del drama de los orígenes para examinar los elementos de 'alienación' que trajo consigo el pecado. Resaltemos mientras que el Decreto tridentino se refiere al 'pecado de Adán' en cuanto pecado propio y personal de los primeros padres (lo que los teólogos llaman peccatum originale originans), pero no olvida describir las consecuencias nefastas que tuvo ese pecado en la historia del hombre (el llamado peccatum originale originatum).

La cultura moderna manifiesta serias reservas, sobre todo frente al pecado original en este segundo sentido. No logra admitir la idea de un pecado hereditario, es decir, vinculado a la decisión de uno que es 'cabeza de una estirpe' y no con la del sujeto interesado. Considera que una concepción así contrasta con la visión personalista del hombre y con las exigencias que se derivan del pleno respeto a su subjetividad.

Y sin embargo la enseñanza de la Iglesia sobre el pecado original puede manifestarse sumamente preciosa también para el hombre actual, el cual, tras rechazar el dato de la fe en esta materia, no logra explicarse los subterfugios misteriosos y angustiosos del mal, que experimenta diariamente, y acaba oscilando entre un optimismo expeditivo e irresponsable y un radical y desesperado pesimismo.

Un saludo en Cristo.
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