Foros de discusión de Catholic.net :: Ver tema - La fe que impulsó y cimentó la cultura occidental
Foros de discusión
El lugar de encuentro de los católicos en la red
Ir a Catholic.net


Importante: Estos foros fueron cerrados en julio de 2009, y se conservan únicamente como banco de datos de todas las participaciones, si usted quiere participar en los nuevos foros solo de click aquí.


La fe que impulsó y cimentó la cultura occidental

 
Publicar nuevo tema   Responder al tema    Foros de discusión -> Temas Controvertidos de la fe y la moral
Ver tema anterior :: Ver tema siguiente  
Autor Mensaje
Beatriz
Veterano


Registrado: 01 Oct 2005
Mensajes: 6434

MensajePublicado: Mie Ene 21, 2009 3:32 am    Asunto: La fe que impulsó y cimentó la cultura occidental
Tema: La fe que impulsó y cimentó la cultura occidental
Responder citando

http://www.camineo.info/news/239/ARTICLE/6208/2008-11-02.html

La fe que impulsó y cimentó la cultura occidental (1)


Jorge Enrique Mújica L. C.
02-11-2008


CAMINEO.INFO / GAMA.- Ahora todo lo que huele a cristianismo es rechazado a priori. Pocos se fijan en la validez de la propuesta católica y menos todavía en la justificación racional que le da soporte. Se descalifica a la fe por el solo hecho de serla y se evita mirar a ese legado de dos milenios de historia donde, objetivamente, la Iglesia católica ha tenido un papel positivo muy importante.

Ha sido el cristianismo quien ha cimentado la cultura occidental y quien ha posibilitado su desarrollo. Las leyendas negras que gustan centrar su atención, sin argumentación histórica competente, en periodos o hechos puntuales como la Edad Media o la Inquisición, suelen cerrar los ojos a toda esa herencia que hoy tenemos. Se goza del fruto y se olvida la raíz.

Cada vez es más fácil atacar al cristianismo con sofismas fáciles como que impide el progreso. Paradójicamente, es precisamente el progreso auténtico lo que han posibilitado los cristianos y el cristianismo.

Edad Media: no sólo fue la universidad, la preservación de la literatura y las catedrales

La contribución de los monjes-copistas en la preservación de la literatura de la antigua Grecia y Roma, el arte arquitectónico y la construcción de catedrales -aún no superado en pleno siglo XXI-, y el nacimiento de las universidades al amparo del Papado, son contribuciones contundentes e irrefutables, acaso las más conocidas, pero no son las únicas.

En un discurso de inicios del siglo XX, Henry H. Goodel, entonces presidente del Colegio Agrícola de Massachusetts, reconoció “el esfuerzo de estos grandes monjes del pasado a lo largo de mil quinientos años”. ¿Esfuerzo en qué? Goodel responde: “Fueron ellos quienes salvaron la agricultura en un momento en que nadie podía haberlo conseguido. La practicaron en el contexto de una vida y de unas condiciones nuevas, cuando nadie se habría atrevido a abordar esta empresa” (Cf. The influence of the monks in agricultura, discurso ante la Massachusetts State Board of Agriculture, el 23 de agosto de 1901). Para Alexander Clarence Flick, “los monasterios benedictinos eran una universidad agrícola para la región donde se ubicaban”.

Los monjes ayudaron a poblaciones enteras a aprovechar mejor la tierra previniendo así grandes hambrunas. Fueron ellos quienes desarrollaron el uso de fertilizantes naturales y el concepto de la siembra por temporadas, tipos y con descansos del campo.

En este contexto, un monje de la abadía de san Pedro, en Hautvilliers del Marne, descubrió el champán. Nombrado bodeguero de la abadía en 1688, Dom Perignon hizo el hallazgo experimentando con distintas mezclas de vinos. La fórmula sigue usándose hasta nuestro presente.

Quizá hoy, en una sociedad más bien abocada a lo tecnológico, no se alcance a valorar lo suficiente la contribución en materia de agricultura de los monjes. Sin embargo, sus aportaciones no fueron exclusivamente métodos de cultivo y explotación de la tierra. También fomentaron la sofisticación tecnológica en el uso de instrumentos y mecanismos para obtener mejores resultados.

Los cistercienses son una de las órdenes que se valieron de sistemas hidráulicos, poco comunes en su época, al grado de ser denominados por Randall Collins “unidades económicas más eficaces que había existido en Europa, y acaso en el mundo, hasta la fecha” (Cf. Weberian Sociological Theory, Cambridge University Press, 1986, p. 53-54). Muchos monasterios cistercienses se valieron de la energía hidráulica para moler grano, tamizar la harina, elaborar telas y curtir pieles. Toda esta tecnología pasó luego al ámbito civil con sus consiguientes beneficios.

Los monjes medievales también fueron pioneros en el trabajo industrial metalúrgico. A mediados del siglo XIII los monjes fueron los principales productores de hierro en la Campaña francesa. Sus métodos de explotación pasaron también a los laicos y justamente aquí se plasma y evidencia su contribución.

Pero no es todo. A inicios del siglo XI, un monje de nombre Eilmer, voló con un planeador a más de 90 metros de altura. Como recuerda Stanley L. Jaki en su Medieval Creativity in Science and Technology, la hazaña sería recordada siglos más tarde por el sacerdote jesuita Francesco Lana-Terzi, quien desarrolló una técnica de vuelo más sistemática que le valió el nombre de padre de la aviación. De suyo, su libro Prodromo alla Arte Maestra (1670) fue el primero en describir la parte geométrica y física de una aeronave.

Los relojes había nacido por la necesidad de medir el tiempo y fueron los monjes benedictinos quienes los inventaron para dividir el día a partir de las horas en que debían rezar la lectio divina. Después vinieron quienes perfeccionaron la idea. Uno de ellos incluso llegó a Papa: fue Silvestre II.

Silvestre II se consumó en el arte de la relojería en torno a 996 cuando personalmente construyó un reloj para la ciudad alemana de Magdeburgo. Siglos más tarde, Peter Lightfoot, un monje de Glastonbury, también hizo su contribución al arte. En pleno siglo XIV construyó uno de los relojes más antiguos y que aún hoy es conservado en el Museo de la Ciencia, en Londres. El precursor de la trigonometría occidental, Ricardo de Wallingford, abad de Saint Albans, es conocido por el reloj astronómico que elaboró también en el siglo XIV para su monasterio y que incluso era capaz de predecir los eclipses de luna.

La labor de copista no era sencilla. Charles Montalembert cita en su libro The Monk of the West: From Saint Benedict to Saint Bernard (vol. V, Nimmo, Londres 1896, p.151-152) una transcripción final en el comentario de san Jerónimo sobre el Libro bíblico de Daniel. Ahí, el copista agrega unas líneas que roban nuestra simpatía: “Tengan a bien los lectores que empleen este libro, no olvidar, se lo ruego, a quien se ocupó de copiarlo; fue un pobre hermano llamado Luis que, mientras transcribía este volumen llegado de un país extranjero, hubo de padecer el frío y de concluir de noche lo que no fuera capaz de escribir a la luz del día. Mas Tú, Señor, serás la recompensa de nuestro esfuerzo”. A monjes como a Luis y a las escuelas y bibliotecas dependientes de las catedrales debemos el gran cuerpo de literatura griega y latina que ha sobrevivido hasta hoy.

“Se recuperaron de un plumazo textos que de otro modo se habrían perdido para siempre –escriben L.D. Reynolds y N.G. Wilson–; al esfuerzo de este monasterio (se refiere a Montecassino, ndr) le debemos la conservación de los últimos Anales e Historias de Tácito, El asno de oro de Apuleyo, los Diálogos de Séneca, De lingua latina de Varro, De aquis de Frontino y treinta y tantos versos de la sexta sátira de Juvenal que no figuran en ningún otro manuscritos” (Cf. Scribes and Scholars: A Guide to the Transmission of Greek and Latin Literature, Clarendon Press, Oxford, 1991, p. 83).

Fue la Iglesia católica quien se ocupó de preservar libros y documentos de importancia para nuestra civilización. Pero no todos los monasterios copiaban los mismos textos. Unos se ocupaban de determinadas materias y otros de unas distintas. De hecho, tampoco se redujo todo a un mero copiar. Muchos clérigos rescataron lo que de bueno y verdadero había en los escritores paganos. De esta manera, algunos monasterios destacaron por el conocimiento que sus miembros tenían en determinadas ramas del saber. Fueron buena parte de esos mismos religiosos quienes luego se dedicaron a la docencia formando así, poco a poco, a los que luego serían los profesores de las universidades que nacerían de la mano de la fe precisamente en un periodo hoy comúnmente tachado de oscuro: la Edad Media.

¿Realmente lo fue? Parece que no. La universidad nació precisamente en el contexto cultural de estos siglos y fue un evento del todo nuevo pues ni en Grecia ni en Roma había existido nada parecido. Las facultades, exámenes, títulos, programas, etcétera, eran algo nuevo.

En el libro The Medieval University, 1200-1400 (Sheed and Ward, Nueva York, 1961, p. 4), Lowrie J. Daly señala abiertamente que fue la Iglesia quien desarrolló el sistema universitario. “Era la única institución en Europa que mostraba un interés riguroso por la conservación y el cultivo del conocimiento”, remarca. La universidad de París y Bolonia, por ejemplo, iniciaron su marcha como escuelas catedralicias en la segunda mitad del siglo XII. Poco a poco el papado confirió un estímulo y apoyó a las nacientes casas de estudios. De hecho, era ley aceptada la imposibilidad de poder conferir títulos sin la aprobación del Papa, del rey o del Emperador.

El afecto y solicitud de los pontífices fue clara desde el inicio. Inocencio IV (1243-1254) describía a la universidad como “ríos de ciencia que riegan y fertilizan la tierra de la Iglesia universal”; y Alejandro IV (1254-1261) las nombraba “lámparas que iluminan la casa de Dios”. El conocido historiador Daniel Rops recuerda, no sin razón, que “gracias a la constante intervención del papado la educación superior pudo ampliar sus fronteras; la Iglesia fue la matriz que produjo la universidad, el nido a partir del cual emprendió el vuelo” (Cf. La catedral y la cruzada, Círculo amigos de la historia, Madrid, 1978).

La Edad Media también brilló por la pléyade de intelectuales cuya contribución académica sigue siendo estudiada en nuestro tiempo en muchas facultades civiles y eclesiásticas. Es el caso de grandes como san Anselmo y su argumento ontológico para demostrar la existencia de Dios; Pedro Abelardo, profesor en París por diez años, quien en el prólogo de su libro Sic et Non testimonia la importancia del quehacer intelectual de su época; Pedro Lombardo, arzobispo de París por algún tiempo, cuyas Sentencias fueron libro de texto para muchos estudiantes de su época en temas que van desde los atributos de Dios, pasando por temas de pecado y gracia, hasta las postrimerías; y santo Tomás de Aquino, el más grande de los escolásticos y maestros de todos los tiempos. En su Summa Theologiae plantea y responde miles de cuestiones sobre teología y filosofía. Fue uno de los primeros grandes pensadores cuya grandeza radicó en la defensa racional de la fe. Son conocidas sus cinco vías para demostrar la existencia de Dios y la armonización que logró de la filosofía de Platón y Aristóteles.

Fue gracias a todo este ambiente que la ciencia pudo desarrollarse con mayor amplitud: todo lo que la fe había ayudado a desarrollar fue la base del progreso auténtico, un regalo del Medioevo al mundo contemporáneo, aunque pocas veces se reconozca. Al centro de todo, no huelga decirlo, estaba la Iglesia católica
_________________
"Quien no ama, no conoce"
San Agustín
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
Beatriz
Veterano


Registrado: 01 Oct 2005
Mensajes: 6434

MensajePublicado: Mie Ene 21, 2009 3:34 am    Asunto:
Tema: La fe que impulsó y cimentó la cultura occidental
Responder citando

La fe que cimentó e impulsó la cultura occidental (II)


Jorge Enrique Mújica L. C.
04-11-2008


CAMINEO.INFO.- El nacimiento de la universidad bajo la protección e impulso del Papado, la contribución técnica, muchas veces sencilla, pero hondamente enriquecedora de varias órdenes religiosas y monasterios, así como el ambiente académico sostenido y estimulado por numerosos intelectuales católicos cuya fe complementó perfectamente la razón, fueron caldos de cultivo donde la ciencia, contrariamente a lo que muchos suponen, fue secundada a lo largo de los siglos.

Quizá una de las formas más claras de evidenciar la contribución del genio católico, sea el de traer a colación el nombre de tantos hombres de ciencia que la impulsaron.

Profesor de la universidad de Oxford en el siglo XIII y admirado por sus contribuciones en matemáticas y óptica, al franciscano Roger Bacon se le considera el precursor del método científico moderno. Otro sacerdote, aunque éste danés y converso del luteranismo, Nicolaus Steno (Niels Stensen en danés, 1638-1686), estableció la mayoría de los principios de la geología actual al grado de ser llamado, en ciertos ámbitos, padre de la estratigrafía y de cristalografía. Aunada a su labor científica, Steno también fue un modelo de santidad. Por este motivo Juan Pablo II lo beatificó en 1988.

Fue también un monje quien “inventó” la comunidad científica. Marin Mersenne (1558-1648) estudió en el colegio jesuita de La Flêche y fue compañero de René Descartes con quien mantuvo después una copiosa correspondencia epistolar. Tras su paso por La Flêche, la Sorbona y el Collage de France, Mesenne abrazó la vida religiosa ingresando en la orden de los mínimos fundada por san Francisco de Paula. Fue ahí donde desarrolló su fecundo apostolado de oración y ciencia realizando valiosas aportaciones al enunciar leyes pendulares y oscilatorias que siguen vigentes en la actualidad. Fue Mersenne quien desarrolló importantes investigaciones sobre la propagación del sonido y la introducción de los “números primos de Mersenne”, tan importantes en matemáticas. También se considera valiosa su contribución como musicólogo.

En torno a su celda del convento situado a mitad de París, se aglutinaron Roberval, Descartes, Pascal y Gassendi, hombres de ciencia dispuestos a compartir sus conocimientos al servicio de la verdad en una época histórica donde no eran tan común la conciencia del transmitir el saber. La materialización del sueño que congregaba a sabios de aquella época se llamó inicialmente Academia Mersenne y luego Academia Parisiense. Más tarde, tomando la idea de Mersenne, nacería la Academia de las Ciencias de Francia (1666) y la Royal Society de Londres.

Nacido el 1401 en la ciudad alemana de Krebs (Cusa en latín), el cardenal Nicolás de Cusa sostuvo antes que Copérnico que la tierra no era el centro del universo, basándose en la observación de eclipses, y afirmó el movimiento de los planetas y estrellas, además de influir en otros sabios como Leonardo Da Vinci y Giordano Bruno. En De docta ignorantia expuso una epistemología y teología distintas a las enseñadas hasta entonces propugnando, a partir de la idea de que el mundo es una imagen de Dios uno y trino, la infinitud del espacio que, más tarde, René Descartes propondrá con la idea de un espacio-tiempo infinito. A Nicolás de Cusa debemos perfeccionamiento en el sistema de medición de relojes y balanzas y la creación del barómetro. Hombre de confianza de papas como Nicolás V, Eugenio IV y Pío II, fue también obispo de profunda vida eclesial.

Pero quizá la congregación religiosa católica que más aportaciones estrictamente científicas haya dado a la humanidad, sea la de los jesuitas. No sin razón, Jonathan Wright recuerda en su libro Los jesuitas: una historia de “soldados de Dios” (Debate, Barcelona, 2005) que “científicos tan influyentes como Fermat, Huygens, Leibniz y Newton no fueron los únicos para quienes los jesuitas figuraban entre sus más valiosos corresponsales” (Cf. p. 189).

Fue un hijo de san Ignacio, el padre Christóforo Scheiner, quien descubrió las manchas solares en enero de 1612 (Galileo las descubrió en marzo del mismo año) y quien fabricó el primer telescopio terrestre, además de los interesantes estudios sobre el ojo, la retina y la luz, recogidos luego en la obra Oculus. El padre Atanasius Kirchner, conocido también como el creador de la geología moderna, defendió que las enfermedades eran causadas por micro-organismos, mucho antes que el también católico y padre de la microbiología, Luis Pasteur (1822-1895), lo hiciera e inventara la vacuna contra la rabia. Físico, matemático, filósofo, poeta y diplomático, el padre Rudjer Joseph Boscovich es el precursor de la teoría atómica e incluso de la misma teoría de la relatividad. No por nada sir Harold Hartley, de la Royal Society, le calificó en pleno siglo XX como “uno de los más grandes intelectuales de todos los tiempos”.

El historiador de las matemáticas, Charles Bossut, incluyó a 16 jesuitas entre los primeros 303 matemáticos más eminentes, del siglo X antes de Cristo al siglo XIX después de Cristo. En el siglo XIX los jesuitas construyeron importantes observatorios astronómicos, geomagnéticos y de medición sísmica en América central y del sur, proporcionando avances notorios en estas disciplinas a nivel regional. De hecho, fue un jesuita, el padre Frederick Louis Odenbach, quien planteó en 1908 la idea de lo que luego convertiría en el Servicio Sismológico Jesuita y que actualmente lleva el nombre de Asociación Sismológica Jesuita. Pero sin duda el más famosos sismólogo de la Compañía de Jesús es el padre J.B. Macelwane, S.J., quien con su Introduction to Theoretichal Seismology ofreció a todo el continente americano, en 1936, el primer libro de texto sobre sismología. El padre Macelwane fue presidente de la American Geophysical Union y de la Seismological Society of America. La primera concede desde 1962 una medalla en honor del religioso a los geofísicos más jóvenes.

Pero no es todo. Treinta y cinco cráteres lunares recibieron su nombre de miembros de la Compañía de Jesús mientras que otro sacerdote, Nicolas Zucchi, es quien inventó el telescopio reflectante. En China, India, África y Latinoamérica, fueron los jesuitas quienes aportaron sus conocimientos para la creación de una infraestructura que mejoró la condición de vida de los nativos.

La economía no ha estado exenta del enriquecimiento que la fe católica le ha brindado. En History of Economic Analysis (Oxford University Press, Nueva York, 1954), el reconocido economista Joseph Schumpter dice, refiriéndose a los escolásticos católicos de la Edad Media, que fueron ellos “quienes merecen más que nadie el título de “fundadores de la economía científica” (Cf. p. 97).

El franciscano Pierre de Jean Olivi (1248-1298) postuló una teoría del valor basada en la utilidad subjetiva y, siglos más tarde, otro fraile, san Bernardino de Siena, tomó prácticamente los postulados de Jean de Olivi. Años después confluyeron en la misma posición grandes pensadores católicos como los jesuitas Juan de Lugo (1583-1660) y Luis de Molina (1535-1600). A otro religioso, aunque éste abad, Ferdinando Galiani, se le considera como el creador de las ideas de abundancia y escacés como factores que determinan el precio.

Jean Buridan (1300-1358) destacó en pleno siglo XIV por su contribución sobre la teoría del dinero. Rector de la universidad de París, Buridan explicó cómo el dinero no había emanado de un decreto del gobierno sino de un proceso de intercambio libre simplificado notablemente precisamente en la moneda. Jean Buridan fue el iniciador de los “manuales” de dinero y banca (hasta que el oro dejó de ser el patrón hacia 1930). Pero Buridan dejó escuela. Nicolás Oresme, su discípulo, escribió un tratado sobre el origen, la naturaleza, las leyes y las alteraciones del dinero que le valió el título de “padre de la economía monetaria”.

En el campo de la teoría económica es loable el trabajo y contribución de Thomas de Vio (1468-1534), mejor conocido como el Cardenal Cayetano. De él escribió Murray N. Rothbard en su Economist Thougth Before Adam Smith: puede considerarse al Cardenal Cayetano, un príncipe de la Iglesia del siglo XVI, como el fundador de la teoría de las expectativas económicas” (Cf. p. 100-101). ¿En qué consistían esas expectativas? Thomas Woods nos los explica: “el valor del dinero en el presente podía verse afectado por las expectativas de mercado en el futuro. Así, el valor del dinero en un momento dado puede verse afectado cuando se prevén acontecimientos perturbadores y nocivos, desde una mala cosecha hasta una guerra, o cuando se esperan variaciones en las reservas monetarias” (Cf. Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental, Ciudadela, Madrid 2007, p. 198).

Ciertamente no todo mundo fue sacerdote católico ni perteneció a una orden o congregación religiosa. Ha habido y siguen habiendo laicos cuya fe les ha dado el impulso para expresar mejor su pensamiento o plasmar mejor su arte. En su obra Civilización (Alianza Editorial, Madrid, 1979), Kenneth Clark nos dice respecto a las grandes obras y autores del Renacimiento: “Guercino dedicaba muchas mañanas a la oración; Bernini realizaba frecuentes retiros y practicaba los Ejercicios Espirituales de san Ignacio; Rubens iba a Misa todos los días antes de comenzar su trabajo. Esta conformidad no obedecía al miedo a la Inquisición, sino a la sencilla creencia de que la vida de los hombres debía regirse por la fe que inspiraba a los grandes santos de la generación precedente”.

Así, por ejemplo, a un eminente católico francés del siglo pasado debemos el descubrimiento de los cromosomas que causan el síndrome de Down, Jerónimo Lejeune. Es también a tres hombres de política, Robert Schuman (1886-1963), Alcide de Gasperi (1881-1954, fundador del partido de la Democracia Cristiana en Italia) y Konrad Adenauer (1876-1967, primer canciller federal de la República Federal de Alemania y miembro del partido católico del Centro, Zentrumspartei), a quienes debemos sobremanera la gestación de la actual Unión Europea.

Pero ni las universidades, ni la preservación del acervo greco-latino, ni las enseñanzas académicas, el impulso y la contribución científica han sido lo más decisivo que ha aportado el cristianismo ya no solo a la cultura occidental. De hecho, hay que remontarse a los primeros siglos de nuestra era, a la epístola de san Pablo a los gálatas (capítulo 3, versículo 2Cool para entender y sopesar la valía de la novedad que Cristo aportó al mundo en temas específicos como el derecho internacional, los derechos humanos, la caridad cristiana y la educación
_________________
"Quien no ama, no conoce"
San Agustín
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
Beatriz
Veterano


Registrado: 01 Oct 2005
Mensajes: 6434

MensajePublicado: Mie Ene 21, 2009 3:43 am    Asunto:
Tema: La fe que impulsó y cimentó la cultura occidental
Responder citando

La fe que construyó y cimentó la cultura occidental (y III)


Jorge Enrique Mújica L. C.
05-11-2008


CAMINEO.INFO / GAMA.- Ni las universidades, ni la preservación del acervo greco-latino, ni las enseñanzas académicas, ni el impulso y la contribución científica han sido lo más decisivo que ha aportado el cristianismo a la cultura occidental. De hecho, hay que remontarse a los primeros siglos de nuestra era, a la epístola neo testamentaria de san Pablo a los gálatas, para entender y sopesar la valía de la novedad que Cristo aportó al mundo en temas específicos como los derechos humanos, el derecho internacional, la educación y la caridad.

La primera carta magna de los derechos humanos no se remonta al 10 de diciembre de 1948, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de Derechos Humanos. Fue san Pablo quien en el versículo 28 del capítulo III de su carta a los gálatas recordó que “ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús”. Corría el primer cuarto del siglo I de nuestra era. Comenzaba así la revolución cristiana de la igualdad de derechos y obligaciones para todos.

Los griegos y los romanos no conocieron la dignidad de la persona. Son bien conocidas las prácticas de selección humana que aplicaban estos pueblos a los neonatos, la condición de la mujer en un Estado donde no tenía voz ni voto y las situaciones de esclavitud que el cristianismo reprobaba. Como afirma Giovanni Reale, “el concepto de persona es un concepto que los griegos, pese a la nobleza de la noción de psyche (que también iba en esa misma dirección), no poseían; en cuanto al cuerpo, tenían de él un concepto negativo” (Cf. Raíces culturales y espirituales de Europa, Herder, Barcelona 2005, p. 97).

La palabra persona deriva de la máscara del actor (persona, etimológicamente, viene del latín personare, resonar) que identificaba el papel que le tocaba desempeñar en escena. Los estoicos tardíos aplicaron el término al hombre, personaje movido por el destino, mientras que el derecho romano llamaba persona al sujeto de derechos, en oposición al esclavo y a las cosas.

Pero el sentido filosófico de persona, con sus consiguientes implicaciones en la vida de la sociedad, proviene propiamente de las discusiones teológicas trinitarias y cristológicas del cristianismo primitivo, que debían precisar en qué sentido hay un sólo Dios en tres sujetos distintos o en qué sentido puede decirse que Dios se ha encarnado.

Como recuerdan Cortés y Martínez Riu: “Al concepto latino de persona y griego de prósopon, se añade el de hypóstasis o sujeto subsistente en una naturaleza. El concilio de Nicea (325) sostuvo que en Cristo hay dos naturalezas (humana y divina) pero una sola persona divina subsistente, y en la Trinidad, una sola naturaleza (divina) y tres personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo). El término griego de hipóstasis (sustrato, subsistencia o supuesto) se tradujo al latín por suppositum, pero los latinos continuaron aplicando el término persona, dado que suppositum significaba tanto «subsistencia», esto es, sujeto, como «esencia», esto es, naturaleza, indefinición o ambigüedad que llevaba a herejías. Boecio, introductor de términos filosóficos y teológicos al latín de la Escolástica, formuló la primera definición formal de persona: «Persona es la sustancia individual de naturaleza racional». A esta definición se añade otra igualmente clásica, de Ricardo de Saint Victor: intellectualis naturae incommunicabilis existentia [existencia incomunicable de naturaleza intelectual] (De Trinitate, IV, 22, 24). Ambas definiciones destacan principalmente, junto con la naturaleza racional, el carácter de individuo y la autonomía de aquello que llamamos persona” (Cf. J. Cortés- A. Martínez Riu, “Persona”, en Herder ed., Diccionario de filosofía en CD-ROM, Barcelona).

Sería éste el bagaje con el que siglos más tarde el conocido filósofo alemán Emmanuel Kant desarrollaría su noción de “persona”, insistiendo en su autonomía, su libertad, su dignidad y su pertenencia al “reino de los fines”, donde cada ser racional es siempre sujeto y nunca objeto de fines.

Es a un fraile católico español, al sacerdote dominico Francisco de Vitoria (1486-1546), a quien debemos las bases del Derecho Internacional. En su lección De Indis abordó el asunto de los derechos de la corona española, en la conquista de América, y los derechos de los nativos. Como recuerda Carl Watner, Vitoria “defendió la doctrina de que todos los hombres son libres, y, sobre la base del estado de libertad natural, proclamaron su derecho a la vida, a la cultura y a la propiedad” (Cf. All Mankind Is One: The Libertarian Tradition in Sixteenth Century Spain, Journal of Libertarian Studies, 8, verano, 1987, pp 295-296). Otra de las contribuciones que debemos al “padre del Derecho Internacional”, aunque quizá más estrictamente hemos de atribuirla a Tomás de Aquino (1225-1274), es la costumbre de hacer tomar apuntes a los estudiantes universitarios a quienes impartía clases.

Fray Bartolomé de las Casas, también dominico español, y quien llegó incluso a obispo de Chiapas, México, fue un gran defensor de los derechos indígenas al grado de ser considerado universalmente como uno de los precursores, en la teoría y en la práctica, de los derechos humanos. El código moral que emanaba de su arraigada fe católica le llevó a dignificar la vida de los nativos chiapanecos.

Pero para entender la caridad cristiana, que no surgió de la nada, hemos de remontarnos a las enseñanzas de Jesucristo mismo. En el capítulo 13, versículos 34 y 35, el evangelista san Juan recoge las siguientes palabras de su Maestro Jesús: “Un nuevo mandamiento os doy: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Así todos sabrán que sois mis discípulos”. Y en la carta de san Pablo a los romanos (Cf. capítulo 12, versículos14 al 20; o también en Gal 6, 10) el apóstol de los gentiles explica que aquellos que no pertenecen a la comunidad cristiana, también se les debe la caridad, aun si son enemigos de la fe.

Fue la caridad cristiana la que sorprendió al Emperador Juliano el Apóstata quien en una de sus cartas reconoce: “Mientras que los sacerdotes paganos desprecian a los pobres, los odiados galileos [es decir, los cristianos, ndr] se entregan a obras de caridad y, en un alarde de falsa compasión, establecen y cometen los más perniciosos errores. Ved sus banquetes de amor y sus mesas dispuestas para los indigentes. Esta práctica es común entre ellos y provoca desprecio hacia nuestros dioses” (Cf. Cajetan Baluffi, The Charity of the Church, Gill and Son, Dublín, 1885, p. 16).

“Con el paso de los años y de la difusión progresiva de la Iglesia –escribe Benedicto XVI en la Encíclica Deus Caritas est– el ejercicio de la caridad se confirmó como uno de sus ámbitos esenciales, junto con la administración de los Sacramentos y el anuncio de la Palabra: practicar el amor hacia las viudas y los huérfanos, los presos, los enfermos y los necesitados de todo tipo, pertenece a su esencia tanto en el servicio de los Sacramentos y el anuncio del Evangelio” (Cf. n. 22).

Son muchos los historiadores que han puesto en duda la existencia de hospitales en la Grecia y Roma antiguas. En Charity and Charities (Cf. Catholic Enciclopedia, 2ª ed., 1913) John A. Ryan recuerda que existen casos documentados de que la Iglesia en el siglo IV patrocinó hospitales a gran escala en buena parte de Europa. De hecho, muchos monasterios, especialmente los benedictinos, se convirtieron en dispensarios médicos.

Pero de una manera más institucional, es quizá a la actual Orden de Malta (sobre la historia de la Orden, véase nuestro artículo en el siguiente enlace) a quien debemos la propagación de los hospitales. Conocida también como Orden Hospitalaria de san Juan de Jerusalén, los hospitalarios dieron amparo y medicina a los peregrinos que iban a Jerusalén durante las Cruzadas.

En el siglo XII los hospicios-hospitales iniciaron el proceso de transformación especializándose en el tratamiento de enfermedades específicas (posibilitado a su vez por las investigaciones del momento). Para el siglo XIII, los hospitalarios contaban con cerca de 20 hospicios y leproserías.

Si bien no fue la única congregación (ahí están también los lasallistas, los maristas, los salesianos y tantos otros), los jesuitas respondieron como nadie más lo había hecho hasta entonces a una necesidad acuciante en pleno siglo XVI: la educación. A pocos años de su fundación, establecieron una red educativa que se amplió en relativamente corto tiempo a toda Europa, luego pasó a América y, más recientemente en la línea del tiempo, llegó al resto del mundo. Hoy por hoy, las instituciones de enseñanza básica, media y superior jesuita, la inmensa mayoría fieles al Magisterio católico, son las más numerosas alrededor del mundo.

“El uso del término "solidaridad" fue conceptualmente desarrollado inicialmente por Lerou en el ámbito del socialismo originario. Fue concebido como un concepto laico opuesto a la idea cristiana del amor-caridad. En ese contexto, la solidaridad fue pensada como una nueva respuesta, efectiva y racional, a los problemas sociales.

»Carlos Marx lanzó la idea de que había llegado el momento de dar una solución práctica a la pobreza en el mundo. Según él, el cristianismo había tenido milenio y medio para mostrar su eficacia, y no la había logrado. Era hora de recorrer otros caminos.

»Así, el socialismo se presentó como solidaridad, como una forma del todo original y a-religiosa por la que la igualdad entre todos los hombres, la paz y el final de la pobreza, serían logradas. ¿Sucedió efectivamente así? Hoy conocemos la tristeza y la desolación que una teoría sin Dios y una praxis atea dejaron en los países que abrazaron o a los que se les impuso el socialismo marxista.

»¿Qué falló? ¿Efectivamente el cristianismo había sucumbido y se había mostrado ineficaz? No cabe duda que el discurso socialista plasmado en el concepto de solidaridad en su forma parecía justo. Sin embargo, carecía de una base y de una visión más amplia del hombre mismo. Marx “indicó cómo lograr el cambio total de la situación. Pero no nos dijo cómo se debería proceder después. Suponía […] que […] con la socialización de los medios de producción, se establecería la Nueva Jerusalén. En efecto, por fin el hombre y el mundo habrían visto claramente en sí mismos. Entonces todo podría proceder por sí mismo por el recto camino, porque todo pertenecería a todos y todos querrían lo mejor unos para otros” (Cf. Benedicto XVI, Spe Salvi n. 21).

»En este campo, el error del marxismo estribó en el olvido de que “el hombre es siempre hombre. Ha olvidado al hombre y ha olvidado su libertad. Ha olvidado que la libertad es siempre libertad, incluso para el mal. Creyó que, una vez solucionada la economía, todo quedaría solucionado. Su verdadero error es el materialismo” (Cf. Benedicto XVI Spe Salvi n. 21).

»Esa base que le faltaba al concepto de solidaridad estaba ya en la idea cristiana de amor-caridad. Fue precisamente por este motivo que la solidaridad pudo ser acogida dentro del catolicismo y mostrarse como una consecuencia de esa caridad que es médula de toda la fe cristiana. Fue así que la solidaridad fue bautizada.

»El amor o caridad cristiana, más que ineficacia, había puesto de manifiesto la necesidad y urgencia de ser comprendida correctamente y asumir con responsabilidad sus implicaciones. La caridad ya llevaba implícito el efecto de “dar” sobre el que giraba la solidaridad. Pero el “dar” cristiano de la caridad no se vinculaba exclusivamente al aspecto material, lo comprendía pero partía y tendía a otro más necesario y de acuerdo a la naturaleza del hombre, el espiritual.

»Desde el momento en que la solidaridad entró a formar parte del discurso cristiano, su significación se enriqueció al ampliarse. Ahora, “solidaridad significa que uno se hace responsable de los otros, el sano del enfermo, el rico del pobre, los países del norte de los países del sur. Significa que se es consciente de la responsabilidad mutua y que somos conscientes de que recibimos en tanto que damos, y que siempre podemos dar sólo lo que nos ha sido dado y que por eso jamás nos pertenecemos solamente a nosotros” (Cf. J. Ratzinger, Caminos de Jesucristo, Cristiandad, p. 117).

»La solidaridad cristiana es mucho más que un dar materialista pero tampoco permanece en un acompañar pasivo sin hechos concretos que influyan positivamente en alguien, de acuerdo a su dignidad de ser humano. La solidaridad cristiana es acción porque parte de la contemplación; es palabra pero también es obra. Es compañía, es presencia, pero también es consecuencia hecha acción que repercute para bien” (Cf. J.E. Mújica, De cómo la solidaridad de concepto marxista a valor cristiano, Arbil, revista de pensamiento y crítica, n. 17, 2008).

“¡Cuántos testimonios de caridad pueden citarse en la historia de la Iglesia! –continúa Benedicto XVI en la encíclica Deus Caritas est–. Particularmente todo el movimiento monástico, desde sus comienzos con san Antonio Abad, muestra un servicio ingente de caridad hacia el prójimo […] Así se explican las grandes estructuras de acogida, hospitalidad y asistencia surgidas junto a los monasterios. Se explican también las innumerables iniciativas de promoción humana y de formación cristiana destinadas especialmente a los más pobres de los que se han hecho cargo las Órdenes monásticas y mendicantes, primero, y después los diversos institutos religiosos masculinos y femeninos a lo largo de todas la historia de la Iglesia. Figuras de santos como Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Juan de Dios, Camilo de Lelis, Vicente de Paúl, Luisa de Marillac, José B. Cotolengo, Juan Bosco, Luis Orione, Teresa de Calcuta –por citar sólo algunos nombres– siguen siendo modelos insignes de caridad social para todos los hombres de buena voluntad” (Cf. n. 40).

Kierkegaard decía que el cristianismo descubrió al hombre. Y es que “El cristianismo no sólo tiene en sí algo que el hombre no se ha dado por sí mismo, sino que contiene cosas que nunca se le habrían ocurrido al hombre, ni siquiera como deseo ideal” (Cf. S. Kierkegaard, Diario, tercera edición revisada y ampliada, a cargo de Cornelio Fabro, Morcelliana, Brescia 1980-1983, vol. II, p. 178). Es verdad que habría mucho más que escribir. Los datos, hechos y nombres referidos en este ensayo tratan de proyectarnos a partes de ese pasado que, sobremanera, ha posibilitado mucho de lo bueno de nuestro presente. Sería una injusticia olvidar estos acontecimientos.

Un hombre sin pasado es un hombre sin historia. No es sectarismo tener vivas y sentirse orgulloso de esas raíces cuyo legado nos atañe hoy. Quizá, “La verdadera razón por la que el hombre se escandaliza del cristianismo es porque es demasiado elevado, porque su medida no es la medida del hombre, porque quiere hacer del hombre algo tan extraordinario que supera cualquier mente humana” (Cf. S. Kierkegaard, Malattia mortale en Diario, cit., vol. III, p. 95; en español existe la versión La enfermedad mortal, Alba Libros, Madrid 1998).
_________________
"Quien no ama, no conoce"
San Agustín
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Visitar sitio web del autor
juan_pablo1
Constante


Registrado: 26 Jun 2006
Mensajes: 546
Ubicación: Argentina capital

MensajePublicado: Mie Ene 21, 2009 3:50 am    Asunto:
Tema: La fe que impulsó y cimentó la cultura occidental
Responder citando

Excelente articulo....sin duda la ciencia,el arte,la educacion,la filosofia,la politica etc...le deben mucho a la Iglesia...
Que rabia me da los ignorantes calumniadores que hablan de oscurantismo y de atraso por culpa del cristianismo,que gran falacia!! yo estando en una universidad que de clerical y catolica no tiene nada,sin duda he tenido que estudiar los avances en la sociedad que le debemos a la Iglesia y como gracias a Ella hoy por ejemplo le debemos las universides,la proteccion de obras universales de importantisimo valor e incunables,pomocion del arte etc...los hombres de la Iglesia son y fueron los principales participes en las revoluciones y renacimientos cientificos,culturales,filosoficos etc..por mas que la propaganda anticatolica quiera hacer ver todo lo contrario.
Saludos a todos en Cristo Rey.
_________________

EXURGE DOMINE ET JUDICA CAUSAM TUAM

''LOS HOMBRES DE ARMAS BATALLARÁN Y DIOS LES CONCEDERÁ LA VICTORIA'' (Santa Juana de Arco)
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
Luis-Carlos
Veterano


Registrado: 24 Oct 2005
Mensajes: 1311

MensajePublicado: Vie Ene 23, 2009 9:44 am    Asunto:
Tema: La fe que impulsó y cimentó la cultura occidental
Responder citando

Esto me recuerda otro libro que no he podido leer.



Cómo la Iglesia construyó la civilización occidental
en inglés How the Catholic Church Built Western Civilization

Thomas E. Woods, Jr.
_________________
-“Voy a destruir su Iglesia” “Je detruirai votre eglise!” (Napoleon).
- No, no podrá. ¡Ni siquiera nosotros hemos podido hacerlo!”- (respuesta del cardenal Consalvi).

Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
Miles_Dei
Veterano


Registrado: 17 Sep 2007
Mensajes: 11717

MensajePublicado: Vie Ene 23, 2009 12:31 pm    Asunto:
Tema: La fe que impulsó y cimentó la cultura occidental
Responder citando

Atención el siguiente post no se escribe como moderador sino como inmoderado forista:

Eeste tipo de literatura gusta mucho a los liberales conservadores. Te presento otro en un estilo algo más elevado e interesante en orden a entender el mundo moderno y la génesis del mismo en la lucha contra la fe:



Y esta es su continuación, que todavía no he podido leer pero que en vista del comentario que copio está en la misma línea que el anterior:




Este libro, continuación de ”Poder Terrenal”, ya comentado por mi en el blog, es un intento de considerar todo el siglo XX desde la perspectiva de las ideas e ideologías que conmovieron el siglo pasado y se prolongan en el actual. Escrito en el 2006 llega hasta la amenaza islamista actual. “Causas Sagradas” comienza con la primera Guerra Mundial y la gran conmoción que provocó en Europa, con el surgimiento y llegada al poder del fascismo y el comunismo. Aunque las diferencias entre los regímenes totalitarios son evidentes, también contribuyeron a formar una religión laica que buscaba desplazar a la tradicional de la conciencia de sus ciudadanos. Pío IX habló del “triángulo terrible” para referirse a las atrocidades anticlericales cometidas en Rusia, España y México, pero también Burleigh considera lo que pasó en países como Australia, Irlanda o Portugal, sin olvidar su propio país, Gran Bretaña.

La lectura de este libro denso, a pesar de la buena pluma del autor, se hace trabajosa a medida que se desarrolla. Son tantos los acontecimientos y los actores del drama que inevitablemente el lector se siente abrumado. Por suerte el análisis no termina en los regimenes totalitarios de la primera parte del siglo, sino que nos cuenta los más amenos y ligeros de la segunda parte, con los felices años sesenta; años bobalicones y soñadores que, sin embargo, marcaron el curso de los problemas posteriores con una secularización indiscriminada que alcanzó a la propia Iglesia católica de una manera un tanto paradójica. Pero el cambio siguió su camino y la crisis de Irlanda del Norte anticipó algunas políticas que posteriormente demostraron sus profundos errores, en palabras del autor: “…este sórdido y pequeño conflicto anticipaba también la entrega siniestra de poder a presuntos dirigentes “moderados” de comunidades (y la creación de bolsas de excepcionalidad donde no parece aplicarse la ley) que se está evidenciando en las soluciones a que recurren los gobiernos europeos ante la amenaza mucho más amplia del radicalismo islámico.” (pág.19).

Estas palabras pueden resonar significativamente en oídos españoles al pensar como la política sucesiva de diferentes gobiernos (de colores ideológicos opuestos) han ido creando en el País Vasco un coto de caza de uso exclusivo para nacionalistas radicales. Situación que ha llevado a miles de residentes a buscar fuera de su “región” un futuro más tranquilizador y benigno.

Burleigh pasa revista a las distintas políticas que se están ensayando frente a la masiva inmigración musulmana por parte de los gobiernos, y las debilidades que éstas tienen para frenar el fundamentalismo que se disemina paralelamente en los nuevos ghetos de población con bajos recursos.

Un libro, en suma, que habla del intento de generar nuevas religiones laicas y de las respuestas de las religiones tradicionales frente a este desafío.

Lo considero un muy interesante estudio; pero de lectura pausada y sólo apto para aquellos profundamente interesados en los movimientos sociales y políticos de nuestra época. Está demás decir que su relectura es imprescindible ya que una sola no basta.

Ficha Bibliográfica:

Burleigh(2006), Michael Burleigh, “Causas Sagradas. Religión y política en Europa. De la primera guerra mundial al terrorismo islamista”. Taurus. www.taurus.santillana.es Madrid, noviembre de 2006, pág. 640. Tit.Orig: Sacred Causes. Politics and Religión in Europe. From the Great War to Islamist Terrorism.


Un saludo en la Paz de Cristo.

Clamat ad vos mea monstruosa vita, mea aerumnosa conscientia. Ego enim quaedam chimaera mei saeculi... Nolo scribere de me quod vos per alios audisse existimo, quid actitem, quid studeam, per quae discrimina verser in mundo, imo per quae jacter praecipitia. Si quominus audistis, precor ut inquiratis, et secundum quod audieritis, et consilium impendatis, et orationum suffragia. (Sanctus Bernardus Claraevallensis)
_________________


Se trabó un gran combate en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón. (Apoc 12, 7)
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
Miles_Dei
Veterano


Registrado: 17 Sep 2007
Mensajes: 11717

MensajePublicado: Vie Ene 23, 2009 12:36 pm    Asunto:
Tema: La fe que impulsó y cimentó la cultura occidental
Responder citando

Atención el siguiente post no se escribe como moderador sino como inmoderado forista:

Venga el comentario del otro:



El autor, además de pertenecer a las universidades de Oxford y Cardiff, y a la famosa London School of Economics también hada dado clases en universidades norteamericanas y escrito artículos para el Sunday Times y el Times Literary Supplement. De él tengo en mi biblioteca dos libros. Éste que comento y lo podría considerarse su continuación (“Causas Sagradas”) del que hablaré más adelante.

El objetivo de estos libros de Burleigh constituye un tema apasionante: como han sido las relaciones entre el poder religioso y el temporal desde el nacimiento de la edad contemporánea hasta nuestros días. Y además toca otra cuestión íntimamente ligada a este asunto. Me refiero a como las ideas laicas se tornan en religiosas por un proceso histórico que opera al margen del poder eclesiástico.

En este libro aborda las relaciones del binomio política-religión desde la Revolución Francesa hasta la primera guerra mundial. Un período amplio y rico donde surge y se desarrolla el liberalismo primero; luego las ideas socialistas y anarquistas y que alumbró un gran optimismo sobre el futuro de Europa expandiéndose por todo el mundo conocido.

Empezamos con la disputa ideológica entre jesuitas, jansenistas y filósofos y con el alumbramiento de una revolución racionalista y por primera vez alejada de los símbolos cristianos. Una revolución que fue apoyada en su mayoría por el clero de baja jerarquía pero que luego, poco a poco, terminó enfrentando a la Iglesia in totum debido a su anticatolicismo feroz. Luego presenciamos la consolidación del liberalismo, su desarrollo inicial en oposición a la Iglesia y su posterior cambio de tercio, hacia el conservadorismo, cuando aparecieron los movimientos socialistas y anarquistas. El nuevo evangelio socialista, su impacto en la Rusia zarista, el papel de Pío IX, la República Francesa consolidada y la situación en la Gran Bretaña victoriana. Todo este proceso es analizado por el autor y nos permite tener un panorama general de las principales tendencias en pugna y hacia donde se dirigían los principales temores de los grupos dirigentes.

Tomemos como ejemplo este párrafo: “Después de las revoluciones de 1848, los eclesiásticos protestantes de toda Alemania se convirtieron en los portavoces más elocuentes y ardorosos de la reacción de trono y altar. Podía haber discrepancias en sus ideas de cómo debían operar las relaciones entre Iglesia y Estado, pero coincidían en que la función de la iglesia era legitimar al Estado, que les capacitaba a su vez para predicar el Evangelio.” (pág.258)

O este otro, cuando analiza la pasión belicista que sacudió a la sociedad europea en los prolegómenos de la primera guerra mundial: “… Porque es importante destacar que el clero no fue más belicoso, y a menudo lo fue significativamente menos, que la vanguardia artística, los académicos, los periodistas, los científicos y la intelectualidad en general. Hubo muchas personas de mentalidad secular, desde el socialista Barbusse, el escritor conservador alemán Ernst Jünger o el biólogo marxista inglés Haldane, que se regocijaron positivamente ante la perspectiva de una matanza apocalíptica. Muchos de estos grupos se adherían a credos materialistas, como el darwinismo social, que no eran menos cuestionables que un cristianismo puesto al servicio de la lucha.” (pág.501).

Como se vé, por los dos fragmentos que he seleccionado, el texto de Burleigh no es una soflama anticlerical ni un panfleto ultramontano. Trata de mantener un equilibrio ciertamente difícil y analizar por igual los claroscuros de todas las tendencias ideológicas que construyeron el mundo del siglo XX, con sus efectos por todos conocidos.

Un libro para los que desean profundizar en los conflictos de nuestra época; y para encontrar las raíces de discusiones que siendo actuales no son nuevas.

Ficha Bibliográfica:

Burleigh(2005), Michael Burleigh, “Poder Terrenal. Religión y política en Europa. De la Revolución Francesa a la Primera Guerra Mundial”, Taurus, Historia, Madrid, octubre de 2005, www.taurus.santillana.es pág.600. Tit. Orig: Earthly Powers. The Conflict Between Religion and Politics. From the French Revolution to the Great War.



Interesante ¿Verdad?


Un saludo en la Paz de Cristo.

Clamat ad vos mea monstruosa vita, mea aerumnosa conscientia. Ego enim quaedam chimaera mei saeculi... Nolo scribere de me quod vos per alios audisse existimo, quid actitem, quid studeam, per quae discrimina verser in mundo, imo per quae jacter praecipitia. Si quominus audistis, precor ut inquiratis, et secundum quod audieritis, et consilium impendatis, et orationum suffragia. (Sanctus Bernardus Claraevallensis)
_________________


Se trabó un gran combate en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón. (Apoc 12, 7)
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
Miles_Dei
Veterano


Registrado: 17 Sep 2007
Mensajes: 11717

MensajePublicado: Vie Ene 23, 2009 1:28 pm    Asunto:
Tema: La fe que impulsó y cimentó la cultura occidental
Responder citando

Atención el siguiente post no se escribe como moderador sino como inmoderado forista:

Para ser sensatos y empezar en una línea cristiana en la que los Santos Padres han de ser nuestra guía, yo os recomondería dos joyas literarias en el tema que nos trae Beatriz:

Una joya de la antiguedad:



Y la joya de la modernidad es una serie de reflexiones y clases magistrales sobre esta obra y el tema que nos ocupa como pocas veces podrá leer un católico:

LAS METAMORFOSIS DE LA CIUDAD DE DIOS

De ETTIENNE GILSON

El libro contiene lo esencial del curso inaugural de la Cátedra Cardenal Mercier en la Universidad de Lovaina en 1952.

Cita:
Los dolores del mundo contemporáneo son los de un alumbramiento. Lo que nace con tanta dificultad es una sociedad humana universal que será para los Estardos de hoy lo que ellos han llegado a ser para los pueblos, antaño divididos, de los que se componen. La historia exclusivamente nacional ha dejado de existir. Ya no se produce la historia local cuyos sucesos interesan a un pueblo, en particular y solamente a él. Por razones económicas, industriales y, en general, técnicas, se ha establecido de hecho tal solidaridad entre los pueblos de la tierra que sus vicisitudes se integran en una historia universal de la que son momentos particulares Los pueblos forman una unidad de la que deben tomar conciencia desde ahora para quererla en vez de soportarla y pensarla a fin de poderla organizar.

Las metamorfosis de la Ciudad de Dios es la historia del nacimiento de este ideal de unión y el estudio de un problema concreto: si puede realizarse fuera del clima espiritual bajo el que ha nacido. La historia y nuestro propio tiempo están llenos de parodias de la Ciudad de Dios. Y es que, como era de temer por parte de los miembros de La ciudad terrestre, se la ha querido temporalizar. La preparación por la Iglesia. a largo plazo, de una organización temporal del pueblo cristiano, contribuiría mucho a evitar o limitar la renovación de esas experiencias de unión tan costosas y siempre abocadas al fracaso.
El profesor Gilson parte de la idea de una sociedad universal en San Agustín para seguirla, a través de sus múltiples transformaciones, en Roger Bacon, Dante, Nicolás de Cusa, Campanella, el abate Saint-Pierre, Leibniz y Comte. Finalmente, en un capítulo de extraordinaria lucidez, expone sus propios puntos de vista en el sentido de que las metamorfosis de la Ciudad de Dios no han constituido un progreso. El resultado de temporalizarla se llama Babel, es decir confusión. Si la unidad temporal de la tierra es posible no basta con que los hombres la deseen para que se produzca con la paz terrestre que de ella esperan. Si debe llegar será mediante un esfuerzo y con la aceptación de los medios adecuados. Porque la ciudad de los hombres no puede alzarse a la sombra de la cruz sino como el suburbio de la Ciudad de Dios.

(De la contraportada del libro en la edición que manejo)


Como nota valga que este libro se editó en su traducción castellana originariamente en México. Por lo que debe ser fácil hallarlo por allí. Hoy lo edita RIALP.

Un saludo en la Paz de Cristo.

Clamat ad vos mea monstruosa vita, mea aerumnosa conscientia. Ego enim quaedam chimaera mei saeculi... Nolo scribere de me quod vos per alios audisse existimo, quid actitem, quid studeam, per quae discrimina verser in mundo, imo per quae jacter praecipitia. Si quominus audistis, precor ut inquiratis, et secundum quod audieritis, et consilium impendatis, et orationum suffragia. (Sanctus Bernardus Claraevallensis)
_________________


Se trabó un gran combate en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón. (Apoc 12, 7)
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
guitarxtreme
Veterano


Registrado: 13 Jul 2007
Mensajes: 4274

MensajePublicado: Vie Ene 23, 2009 1:32 pm    Asunto:
Tema: La fe que impulsó y cimentó la cultura occidental
Responder citando

Miles ¿no sabes cuanto vale el libro en pesos mexicanos? los últimos dos que has recomendado.

Dios los Bendiga.
_________________

En estos tiempos se necesita mucho ingenio para cometer un pecado original
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado Enviar email MSN Messenger
Miles_Dei
Veterano


Registrado: 17 Sep 2007
Mensajes: 11717

MensajePublicado: Vie Ene 23, 2009 4:02 pm    Asunto:
Tema: La fe que impulsó y cimentó la cultura occidental
Responder citando

Atención el siguiente post no se escribe como moderador sino como inmoderado forista:

Uno está online (el de San Agustín) el otro no lo se. Es algo antiguo y ya no se edita, pero seguro que lo encuentras de saldo por algún lado. En amazon de Francia lo tienen a 10 euros.

Un saludo en la Paz de Cristo.

Clamat ad vos mea monstruosa vita, mea aerumnosa conscientia. Ego enim quaedam chimaera mei saeculi... Nolo scribere de me quod vos per alios audisse existimo, quid actitem, quid studeam, per quae discrimina verser in mundo, imo per quae jacter praecipitia. Si quominus audistis, precor ut inquiratis, et secundum quod audieritis, et consilium impendatis, et orationum suffragia. (Sanctus Bernardus Claraevallensis)
_________________


Se trabó un gran combate en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón. (Apoc 12, 7)
Volver arriba
Ver perfil de usuario Enviar mensaje privado
Mostrar mensajes de anteriores:   
Publicar nuevo tema   Responder al tema    Foros de discusión -> Temas Controvertidos de la fe y la moral Todas las horas son GMT
Página 1 de 1

 
Cambiar a:  
Puede publicar nuevos temas en este foro
No puede responder a temas en este foro
No puede editar sus mensajes en este foro
No puede borrar sus mensajes en este foro
No puede votar en encuestas en este foro


Powered by phpBB © 2001, 2007 phpBB Group
© 2007 Catholic.net Inc. - Todos los derechos reservados