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¿No es ridículo ser un católico antisemita?
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Titus400
Asiduo


Registrado: 30 Oct 2008
Mensajes: 220

MensajePublicado: Mie Ene 21, 2009 1:02 pm    Asunto: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Nuestra Fe no existiría si no fuera por el pueblo judío. Jesús, nuestro Salvador, no hubiera nacido. La vIrgen María tampoco. No sé. Todos los primeros discípulos de Cristo eran judíos. ¿Existiría nuestra Iglesia sin el aporte (a favor o en contra) del pueblo judío?.
Tal vez sea parcial porque mi padre es judío converso y yo soy "mitad" judío, pero me parece francamente ridículo el antisemitismo en un católico.
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angel justiciero
Asiduo


Registrado: 11 Sep 2008
Mensajes: 100

MensajePublicado: Mie Ene 21, 2009 2:26 pm    Asunto: Re: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

No se puede ser católico/a y ser antisemita como tampoco se puede ser racista y cristiano/a al mismo tiempo.
Y otra cosa:
No se puede ser mitad judío como no se puede ser mitad católico. O uno u otro.
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P. Fernando
Constante


Registrado: 07 Mar 2006
Mensajes: 638

MensajePublicado: Mie Ene 21, 2009 3:06 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Un saludo, Titus:
Creo que este texto de Benedicto XVI puede iluminar este tema.
Si se busca en la página del Vaticano, hay textos donde se muestra claramente que no es posible ser a la vez católico y antisemita (o racista).
http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/audiences/2006/documents/hf_ben-xvi_aud_20060531_sp.html
Cita:
La humanidad de hoy no debe olvidar Auschwitz y las demás "fábricas de la muerte", en las que el régimen nazi trató de eliminar a Dios para ocupar su lugar. No debe caer en la tentación del odio racial, que está en la raíz de las peores formas de antisemitismo. Los hombres deben volver a reconocer que Dios es Padre de todos y que a todos nos llama en Cristo para construir juntos un mundo de justicia, de verdad y de paz. Esto es lo que queremos pedir al Señor, por intercesión de María, a quien hoy, al concluir el mes de mayo, contemplamos visitando con diligencia y amor a su anciana prima Isabel.
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LuisFerrer
Constante


Registrado: 07 Ago 2008
Mensajes: 622

MensajePublicado: Mie Ene 21, 2009 6:38 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Padre, gracias por la aclaracion y el documento. La paz sea con usted.
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juan_pablo1
Constante


Registrado: 26 Jun 2006
Mensajes: 546
Ubicación: Argentina capital

MensajePublicado: Mie Ene 21, 2009 6:56 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Es imposible que un catolico diga que lo es y que a la vez es antisemita, puesto que el cristianismo es una religion semitica. Otra historia son los semitas que son anticristianos, ya sea muchos que rechazaron la nueva alianza en Cristo como los que la deformaron siguiendo a un falso profeta alejandose del verdadero pueblo elegido por toda la eternidad que somos los cristianos.
Saludos a todos en Cristo Rey.
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EXURGE DOMINE ET JUDICA CAUSAM TUAM

''LOS HOMBRES DE ARMAS BATALLARÁN Y DIOS LES CONCEDERÁ LA VICTORIA'' (Santa Juana de Arco)
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Josè Luis Jimènez Moreno
Veterano


Registrado: 22 Feb 2007
Mensajes: 1048

MensajePublicado: Mie Ene 21, 2009 7:16 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Como por ejemplo los Judios Sionistas. Vaya que son anticristianos, ateos y antitodo.
Saludos y bendiciones.
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juan_pablo1
Constante


Registrado: 26 Jun 2006
Mensajes: 546
Ubicación: Argentina capital

MensajePublicado: Mie Ene 21, 2009 7:27 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Es el mejor ejemplo. Tambien los judeomasones.
Saludos.
_________________

EXURGE DOMINE ET JUDICA CAUSAM TUAM

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Pepa
Veterano


Registrado: 02 Oct 2005
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MensajePublicado: Mie Ene 21, 2009 7:28 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Creo que hay una confusión, que es decirle "antisemita", al que afirma que el judío de religión, que no ha reconocido a Jesucristo, el Mesías, el Salvador, está equivocado; y decirle antisemita al que afirma que hay judíos que con maldad, pues lo saben, dicen que Jesucristo no es el Mesías.
Y si es así, pues es como decirle antibudista al antibudista, o antihinduista al antihinduista, antiluterano al antiluterano, etc., etc.
Y el judío converso (como E. Stein, por ejemplo), ya no es judío de religión, es católico. El hindú que se convierte al catolicismo es un hindú (nacionalidad) católico (religión); como el lituano católico, o cualquier otro.
_________________
No os engañéis: de Dios nadie se burla.
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Josè Luis Jimènez Moreno
Veterano


Registrado: 22 Feb 2007
Mensajes: 1048

MensajePublicado: Mie Ene 21, 2009 9:08 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Quien mejor para aclarar esta confusion que Maurice Pinay,

Cito:

COMPLOT CONTRA LA IGLESIA

Maurice Pinay
Tercera Parte
LA SINAGOGA DE SATANÁS

Capítulo Quinto

ANTISEMITISMO Y CRISTIANISMO


En todas sus empresas imperialistas y revolucionarias, los judíos han empleado una táctica inconfundible para engañar a los pueblos, utilizando conceptos abstractos y vagos o juegos de palabras de significado elástico que pueden entenderse en forma equívoca y aplicarse de diferentes maneras.

Aparecen, por ejemplo, los conceptos de igualdad, libertad, fraternidad universal y, sobre todo, el de antisemitismo, vocablo este último de elasticidad enorme; abstracción a la que van dando distintos significados y aplicaciones tendientes a encadenar a los pueblos cristianos y gentiles, con miras a impedir que puedan defenderse del imperialismo judaico y de la acción destructora de sus fuerzas anticristianas.
La engañosa maniobra puede sintetizarse como sigue:

PRIMER PASO. Lograr la condenación del antisemitismo por medio de hábiles campañas y de presiones de todo género –insistentes, coordinadas y enérgicas-, ejercidas por fuerzas sociales controladas por el judaísmo o ejecutadas por medio de sus agentes secretos introducidos en las instituciones cristianas, en sus iglesias o en sus estados.

Para poder dar ese primer paso y lograr que los dirigentes religiosos y políticos de la Cristiandad vayan, uno tras otro, condenando el antisemitismo, dan a éste un significado inicial que lo representa:

*

1º Como una discriminación racial del mismo tipo que la ejercida por los blancos de ciertos países contra los negros o por los negros contra los blancos. También presentan el antisemitismo como un racismo que discrimina por inferiores a otras razas, contrario a las enseñanzas y a la doctrina del Mártir del Gólgota, que estableció y afirmó la igualdad de los hombres ante Dios.
*

2º Como simple odio al pueblo judío, que contradice la máxima sublime de Cristo: "Amaos los unos a los otros".
*

3º Como ataque o condenación al pueblo que dio su sangre a Jesús y María. A éste, los judíos le han llamado el "argumento irresistible".

Dando al antisemitismo inicialmente esos u otros significados análogos, han logrado los judíos o sus agentes infiltrados en la Cristiandad, sorprender la caridad, la bondad y buena fe de muchos gobernantes cristianos e incluso de jerarcas religiosos, tanto de la Santa Iglesia Católica como de las iglesias protestantes y disidentes (39) para que, cediendo a tan bien organizadas como oscuras y persistentes presiones, se formulen censuras o condenaciones abstractas y generales contra el antisemitismo, sin entrar en detalles sobre lo que realmente se condena o sobre lo que significa ese antisemitismo censurado, dejando así, impreciso y vago, lo que fue realmente objeto de condenación, con peligro de dejar a los judíos y a sus agentes dentro de la Cristiandad como únicos intérpretes de tan graves decisiones.
Cuando los jerarcas religiosos –sometidos a inconfesables presiones- tienen por lo menos el cuidado de definir lo que entienden por ese antisemitismo que condenan, el peligro es menor, ya que en la condenación quedan bien precisos los términos de lo que se condena, por ejemplo, la discriminación racial o el odio a los pueblos.

Así, aunque los judíos tengan, de todos modos, la audacia de pretender una interpretación más amplia del antisemitismo para extender mañosamente el radio de acción de la condenación, es más fácil descubrir y demostrar el sofisma en todos sus alcances.

SEGUNDO PASO. Después que los judíos o sus agentes secretos logran esas condenaciones del antisemitismo, dan a este vocablo un significado muy distinto del que le asignaron para obtener tales condenaciones. Entonces, serán antisemitas:

*

1º Los que defienden a sus países de las agresiones del imperialismo judaico, haciendo uso del derecho natural que tienen todos los pueblos de defender su independencia y su libertad.
*

2º Los que critican y combaten la acción disolvente de las fuerzas judaicas que destruyen la familia cristiana y degeneran a la juventud con la difusión de falsas doctrinas o de toda clase de vicios.
*

3º Los que en cualquier forma censuran o combaten el odio y la discriminación racial, que los judíos se creen con derecho a ejercer en contra de los cristianos, aunque hipócritamente traten de ocultarlo; y los que, en alguna forma, denuncian las maldades, delitos y crímenes cometidos por los judíos contra los cristianos, musulmanes o demás gentiles y demandan el merecido castigo.
*

4º Los que desenmascaran al judaísmo como dirigente del comunismo, de la francmasonería y de otros movimientos subversivos, pidiendo que se adopten las medidas necesarias para impedir su acción disolvente en el seno de la sociedad.
*

5º Los que en cualquier forma se oponen a la acción judía tendiente a destruir a la Santa Iglesia y a la civilización cristiana en general.

Este juego sucio salta a la vista: obtienen censuras o condenaciones contra un antisemitismo que identifican con una discriminación racial o con una manifestación de odio a los pueblos ejercida contra los judíos, ambas contrarias a la Doctrina cristiana, para después dar al vocablo nuevos significados y tratar de que quienes defienden a la Santa Iglesia, a sus naciones, a sus familias o sus derechos naturales en contra de las agresiones del imperialismo judío, queden atados de pies y manos e impedidos para realizar tan justa defensa.

Para lograrlo, las fuerzas hebreas públicas y secretas montan un aparato estruendoso de propaganda y de lamentos, quejándose clamorosamente de los antisemitas, que son los que hacen uso de tales derechos de legítima defensa.
Se desgañitan afirmando que la Iglesia condenó el antisemitismo y condenan en su nombre a dirigentes que, según aseguran, ningún creyente debe secundar en esa antisemítica labor de defensa de sus pueblos, de sus familias y de la Santa Iglesia contra la acción revolucionaria del imperialismo judío; maniobra burda, pero que logra sembrar la desorientación y provocar la desbandada, debilitando la acción de esos respetables caudillos en defensa de sus naciones y de la civilización cristiana. Es la forma más segura que ellos han ideado para conseguir el triunfo de las revoluciones judeo-masónicos o judeo-comunistas.
Estas tácticas han asegurado el triunfo del judaísmo en los últimos tiempos y han provocado la consiguiente catástrofe que amenaza al mundo cristiano. Por ello, este asunto debe ser estudiado a fondo y meditado por todos los que estamos obligados a defender a la Santa Iglesia y a nuestra patria del imperialismo anticristiano que representa el judaísmo moderno.

Un ejemplo de estas increíbles maniobras nos lo presenta el siguiente caso: el respetable escritor católico don Vicente Risco, nos describe cómo ciertas organizaciones, fundadas para lograr la conversión de los judíos, han sido más eficaces para defender a la raza judía que para convertirla. Los hermanos Lemann, por ejemplo, aprovecharon el celo evangélico de la Santa Iglesia, más para defender al pueblo judío que para lograr resultados eficaces en la conversión. Así, cuando el escritor católico Drumont denunció el siglo pasado en su obra "La France Juïve", la conspiración judía para destruir a la Cristiandad y dominar al pueblo francés, el P. Lemann contestó en defensa de su raza, colaborando con ello a la derrota de los católicos en Francia y al triunfo judeo-masónico. Otro tanto ocurre con la Orden de Nuestra Señora de Sión, fundada por judíos conversos, la cual se dedica más a defender a los hebreos afiliados a la Sinagoga de Satanás, que a convertirlos de verdad.

En el presente siglo se fundó otra asociación ("Amigos de Israel") destinada a incorporar a los judíos a la Iglesia, mediante su conversión. Tan evangélico ideal captó muchas simpatías, logrando atraer innumerables adhesiones de clérigos y seglares. El culto historiador Vicente Risco dice al respecto: "De ella formaban parte numerosos fieles influyentes y ricos, obispos y hasta cardenales. Hacían propaganda, y publicaron un folleto favorable a los judíos, titulado "Pax Super Israel". Esta asociación comenzó a sostener doctrinas extravagantes `un poco al margen del genuino espíritu de la Iglesia católica, separándose paulatinamente de la tradición y de las enseñanzas de los Santos Padres y de la Liturgia´, dice una revista católica".

Decían que no debía hablarse de `conversión´ de los judíos, sino solamente de `ingreso´ en la Iglesia, como si los judíos no tuvieran para ello que abandonar sus errores. Rechazaban los calificativos de pueblo `deicida´ aplicado a los judíos, de ciudad `deicida´ aplicado a Israel, como si los judíos no hubiesen contribuido a la muerte de Jesús, y como si la liturgia no les llamase `incrédulos´.
Incriminaban a los Santos Padres por `no haber comprendido al pueblo judaico´, como si éste no fuese culpable al persistir voluntariamente en el judaísmo.

Por último, insistían en la nacionalidad judía de Jesucristo, y hacían observar que los cristianos, por medio de la Sagrada Comunión, nos unimos con los judíos y contraemos con ellos parentesco de sangre..."

Naturalmente, esto era ya demasiado aventurado. La Iglesia no podía tolerarlo y la Sagrada Congregación del Santo Oficio no tuvo más remedio que intervenir. Como entre tan temerarios `Amigos de Israel´ había muchos fieles de buena fe, obispos y cardenales, la Congregación, en su decreto, que es del año 1928, no pronunció una condena formal, sino implícita, suprimiendo la asociación y el folleto `Pax Super Israel´, origen de la intervención" (40)

La revista de la Compañía de Jesús "Civiltá Cattòlica" editada en Roma, dedicó –en el año de 1928- el opúsculo 1870 a combatir esa infiltración judía bajo el título de: "El peligro judaico y los `Amigos de Israel´".

La asistencia divina fue patente, una vez más, al quedar desbaratada esta nueva conjura llevada a las más altas esferas de la Santa Iglesia. Este ejemplo tiene gran actualidad, porque según hemos sabido, los israelitas están tramando algo mucho más grave para el Concilio Vaticano II, en donde aprovechándose del santo celo de la unidad cristiana y de al conversión de los judíos, tratan de lograr que se aprueben resoluciones respecto a los hebreos que no sólo contradigan la Doctrina sostenida por la Santa Iglesia durante siglos, sino que, en forma casi imperceptible para la gran mayoría de los Padres del Concilio, constituyan, tales resoluciones, una condenación tácita de la política observada por Papas y concilios anteriores, durante mil quinientos años.

Respecto a la asociación filosemita "Amigos de Israel", de la cual formaban parte cardenales, obispos y fieles, y su folleto "Pax Super Israel", su condenación implícita por el Santo Oficio –mediante el decreto de supresión del año 1928-, no fue cosa fácil. Hubo lucha encarnizada en las más altas esferas de la Iglesia, según se dice en fuentes dignas de crédito; y cuando sus miembros vieron inevitable la disolución de la sociedad y la prohibición consiguiente, dieron un contragolpe desesperado, aprovechándose nuevamente de la caridad cristiana y de la buena fe de los altos jerarcas de la Santa Iglesia para lograr que se condenara también el antisemitismo, considerándolo como una manifestación del odio de razas contrario a las prédicas de Cristo Nuestro Señor, basadas en el sublime lema: "Amaos los unos a los otros". Así lograron, después de ejercer influencias y presiones múltiples, que el Santo Oficio que disolvía a la asociación filosemita, promulgara un decreto el 25 de marzo del mismo año en el cual se establecía que la Santa Iglesia: "Así como reprueba todos los odios y animosidades entre los pueblos, así condena el odio contra el pueblo en otros tiempos escogido por Dios, este odio que hoy de ordinario se designa con la palabra antisemitismo".

Como de costumbre, el judaísmo –por medio del grupo condenado "Amigos de Israel" y su publicación "Pax Super Israel"- consiguió también una condenación del antisemitismo, identificándolo como un odio a determinado pueblo, odio incompatible con las prédicas de amor de Cristo Nuestro Señor; con posterioridad ha tratado de hacer caer esa condenación sobre los católicos que defienden de la conspiración judía a la Santa Iglesia, a su patria y a sus hijos, dándole a la palabra antisemitismo otro significado distinto del que sirvió de base a la condenación.

Con esta técnica seguida por los judíos, cuando algún católico de estados Unidos pide que se castigue a los espías hebreos por entregar secretos atómicos a Rusia dando al comunismo poder para avasallar al mundo, se le dice que eso es antisemitismo, condenado por la Iglesia y que debe callarse. Si alguien denuncia a los judíos como dirigentes del comunismo y de la masonería y pone en claro sus deseos de destruir a la Santa iglesia, será también condenado por antisemita. El resultado de estos sofismas e intrigas, es lograr que se considere a los judíos como intocables, para que puedan cometer toda clase de crímenes contra los cristianos, musulmanes y demás gentiles; urdir las más destructoras conspiraciones en contra de la Iglesia y de los estados cristianos y realizar las más demoledoras revoluciones francmasónicas o comunistas, sin que nadie pueda tocarlos, castigarlos ni mucho menos impedir sus actividades, pues sería acusado de antisemitismo y caería dentro de la condenación del Santo Oficio. Si los dirigentes de esta benemérita Institución (Sagrada Congregación del Santo Oficio), que disolvieron la organización filojudía "Amigos de Israel" y su folleto "Pax Super Israel", se hubieran dado cuenta del mal uso que iban a hacer –el judaísmo y todos sus agentes- del decreto que condena el odio a todos los pueblos y por lo tanto, al pueblo judío, se habrían quedado, sin duda, horrorizados.

Si se quiere ver más claramente la patraña urdida por el judaísmo a este respecto, basta con tener en cuenta un ejemplo muy elocuente que hace ver lo malévolo de estos verdaderos malabarismos, realizados por los hebreos y sus cómplices, con la palabra antisemitismo.

¿Qué les parecería a los judíos, si partiendo de la base de que la Santa Iglesia condena el odio de unos pueblos contra otros, se hubiera llegado durante la guerra pasada a la conclusión de que dicha condena incluye el odio al pueblo alemán, llamado por analogía antigermanismo, para luego declarar ilícita toda lucha contra los nazis, ya que éstos eran alemanes, y que combatirlos es una manifestación de antigermanismo, condenado previamente? ¿Hubieran los judíos aceptado semejante manera de razonar, permitiendo que al amparo de estos juegos de palabras se pretendiera declarar intocable a la Alemania nazi?

Ante un silogismo semejante, los judíos, como su antecesor Caifás, hubieran desgarrado sus vestiduras protestando contra los criminales juegos de palabras, lo cual no obsta para que los hebreos, con tranquilidad y cinismo utilicen estos equívocos para tratar de impedir que los cristianos puedan defenderse.

Los judíos acechan actualmente a la Santa Iglesia como antes acechaban a Cristo Nuestro Señor. Recordemos cuántas veces sus dirigentes, sacerdotes, escribas y fariseos, le tendían lazos y le ponían trampas para lograr que se contradijera y perdiera su influencia sobre el pueblo o para tratar de colocarlo en una situación falsa que les permitiera justificar su asesinato.

Algo similar ocurre ahora con la Santa Iglesia, que habiendo condenado al judaísmo y a los judíos en repetidas ocasiones, durante mil ochocientos años y habiendo también luchado contra ellos en forma tenaz y enérgica durante mil quinientos años, está teniendo que sortear más que nunca, las trampas y lazos que le preparan los hebreos para hacerla contradecirse a sí misma, utilizando a sus espías dentro del clero con el fin de empujarla por medio de engaños sutiles a condenar la doctrina y la política de los padres de la Iglesia, de SS. SS. los Papas y de los concilios ecuménicos y provinciales que durante tantos siglos condenaron repetidamente a los judíos como ministros del demonio, y también a quienes, dentro del clero, los ayudaban en perjuicio de la fe cristiana.
En cuanto a las condenaciones del racismo, ocurre algo por el estilo. Los israelitas y sus cómplices dan al vocablo racismo un significado restringido, equiparándolo a la pretensión de determinada raza de considerar inferiores a los demás o a un racismo antisemita que sacrílegamente incluye en sus diatribas a Cristo Nuestro Señor y a la Santísima Virgen. Los judíos y sus colaboradores dentro del clero quieren lograr con tan impresionantes argumentos, una condenación del racismo en general, para luego acusar los judíos y a sus colaboradores dentro del clero como racistas a todos los que luchan en defensa de la Iglesia y de su patria en contra de la agresión, infiltración y dominio judaicos. Además, debemos tomar en cuenta que eso de condenar al racismo en una forma explotable por los hebreos es peligrosísimo para la Iglesia católica, ya que existen bulas de SS. SS. los Papas Paulo III y Paulo IV, prohibiendo y confirmando la prohibición del acceso a las dignidades de la iglesia a los católicos de raza judía; existen también bulas que definen esta doctrina –las cuales estudiaremos mas adelante- por lo que una condenación al concepto abstracto del racismo, al que los hebreos le van dando la interpretación y significado que mejor les conviene, según las circunstancias, se prestará a que los malintencionados puedan afirmar que la Santa iglesia se contradijo a sí misma, y lo que es más grave aún, que condena tácitamente a algunos de sus más ilustres Papas, que confirmaron los llamados Estatutos de Limpieza de Sangre.

Saludos y bendiciones.
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Registrado: 22 Dic 2005
Mensajes: 179

MensajePublicado: Mie Ene 21, 2009 9:21 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Cita:
Tal vez sea parcial porque mi padre es judío converso y yo soy "mitad" judío, pero me parece francamente ridículo el antisemitismo en un católico.


Yo por lo menos no tengo nada en contra de los judios como etnia. Pero si estoy en contra de que los judios se identifiquen con el territorio de Palestina que ellos llaman Israel.

Una vez estuve por Buenos Aires cuando de repente vi a dos muchachos con su gorrito clasico q utilizan los judios, me estuvo curioso que hablaran espanol con acento argentino. Comenzo una conversacion(amistosa) entre ellos cuando por curiosidad les pregunte de donde eran y esperando que me dijera alguna provincia de Argentina; el muy atrevido me dijo Israel, eso por supuesto me molesto y me despedi amistosamente de ellos.

?Acaso eso me hace antisemita? Yo entiendo que no. Eso me hace antisionista. Por confusion o el no saber del tema al hablar, por lo menos yo, de los judios(sionistas) se mal entiende simplemente por ignorancia.

Mi pregunta es ?Acaso te molesta yo como catolico que me exprese asi,Titus400?
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Miles_Dei
Veterano


Registrado: 17 Sep 2007
Mensajes: 11717

MensajePublicado: Mie Ene 21, 2009 9:36 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Este tema parte de uno de los planteamientos más absurdos que hacerse pueda: un católico no puede ser nunca antijudío (no me gusta el término antisemita, porque la familia semita es más amplia que los hebreos). Es más un católico espera su conversión como una resurrección de entre los muertos, con esperanza fraternal y ora incesantemente por sus hermanos mayores y su salvación.

Pero valga el tema para ver por donde actua el racismo:

Os voy a mostrar como funciona el racismo de los que dicen que no son racistas y sacan estos temas tan absurdos.

Cita:
Judíos y Palestinos son hermanos genéticos

El genetista español Antonio Arnaiz fue destituido de su cargo y perdió su carrera por hacer un descubrimiento científico.
El insólito episodio relatado en esta nota ocurrió hace ya casi cuatro años. Sin embargo no ha tenido mayor repercusión en la prensa y hemos oído protestas de grupos antidiscriminatorios.
Por Ana María Pascual

El investigador español Antonio Arnaiz, catedrático de Inmunología de la Universidad Complutense de Madrid y hasta hace poco jefe del servicio de Inmunología del Hospital Doce de Octubre, de Madrid, ha sido víctima de una censura sin precedentes en la historia reciente de la ciencia. Su artículo sobre el origen de los palestinos y sus relaciones genéticas con otros pueblos del Mediterráneo, entre ellos el judío, publicado en la prestigiosa revista “Human Inmunology”, en septiembre pasado, fue retirado de la base de datos de la publicación una vez que el número estaba en la calle por presiones de un lobby judío de Estados Unidos. El trabajo de Arnaiz, eliminado de Internet una semana después de ser publicado, indica, basándose en datos clínicos, que los palestinos y los judíos poseen tan grandes semejanzas en su composición genética. Como nada se podía hacer con los ejemplares ya publicados, la editorial (Elsevier) pidió a sus suscriptores en todo el mundo que consideraran el artículo como no publicado e incluso les recomendó que arrancaran las páginas correspondientes a dicho trabajo (doce) e ignoraran el título en el índice de la revista.

La decisión, sin precedente alguno en la publicación de revistas científicas, de Human Inmunology, medio oficial de la Asociación Americana de Histocompatibilidad e Inmunogenética, que es como la Biblia para los especialistas de todo el mundo, ha provocado un gran revuelo entre la comunidad científica internacional, y de ella se han hecho eco periódicos como The New York Times y The Guardian, además de publicaciones científicas de relieve, como Nature Genetics, que sostiene, en su número de febrero de 2002, que es una barbaridad que se hagan desaparecer trabajos científicos porque no gusten sus conclusiones. Arnaiz dice que ha recibido numerosas cartas de apoyo, como la de Jean Dausset, Premio Nobel de Medicina, descubridor de los genes llamados HLA, los mismos marcadores que ha empleado él para comparar la composición genética de los pueblos del Mediterráneo.

“Dausset me ha dicho que el artículo es irreprochable científicamente”, dice Antonio Arnaiz, que también ha recibido el apoyo de la Asociación de Bibliotecarios de Estados Unidos, que se han negado a arrancar el artículo.

Antonio Arnaiz, perplejo aún por los acontecimientos, explica a Tiempo los detalles de la mordaza de la que ha sido objeto:

“Fui instado por la revista a publicar el artículo, y para mí fue un honor pues es una de las revistas más prestigiosas en el ámbito de la inmunogenética. Lo entregué en abril de 2001 y lo publicaron la segunda quincena de septiembre. El comité científico de la publicación, formado por profesionales de gran reputación, valoró el trabajo durante meses, como se hace siempre. Es decir, que sabían qué contenía mi informe. A la semana de estar en la calle el número, me remitió un e-mail la editora de Human Inmunology, Nicole Suciu-Foca, en el que me decía que había decidido retirarlo. La llamé y me explicó que, dadas las protestas de un grupo americano, habían decidido eliminarlo. Nunca me identificó el grupo, pero todo el mundo imagina que se trata de un lobby judío. Nicole me dijo que su puesto de trabajo en la Universidad de Columbia, donde imparte clases de Patología Clínica, corría peligro. Creo que lo que le dolió a ese grupo de judíos es que en mi trabajo les doy identidad a los palestinos a través de mapas antiguos. Todas las referencias históricas de los palestinos y de los hebreos que incluyo están sacadas de la Biblia”.

Arnaiz asegura que, tras enterarse de la mordaza que le habían impuesto, envió cartas a todos los miembros de la Asociación Americana de Histocompatibilidad e Inmunogenética, explicando las razones que tuvo para elaborar su estudio:

“Había estudiado genéticamente a todas las poblaciones del Mediterráneo y sólo me faltaba el pueblo palestino; creí necesario hacerlo, ya que nadie se había enfrentado a esa cuestión. No tengo la culpa de los resultados del estudio. Les guste o no, la realidad es así”.

Arnaiz recuerda que hace seis años publicó un trabajo sobre los judíos en la revista Tissue Antigens y que agradó tanto a esa comunidad, que le invitaron a impartir un seminario en la Universidad de Hadassah, en Jerusalén:

“Entonces comparé genéticamente a los judíos que habían emigrado a Europa hace dos mil años con los que permanecieron en la ribera del Mediterráneo, y las conclusiones fueron que eran muy iguales, ya que, por su cultura y religión, los primeros se habían mezclado muy poco con las poblaciones donde habían estado viviendo”.


“Es bien sabido que el pueblo israelí se considera a sí mismo como una raza —prosigue Antonio Arnaiz—, por lo que no es de extrañar que la semejanza genética de éste con el pueblo palestino que hemos demostrado mi equipo y yo haya molestado a más de un hebreo, como a los rectores de la Universidad de Tel Aviv, que enviaron cartas a la Universidad Complutense y al Insalud, mis dos patrones, quejándose de que el artículo en cuestión es antijudío e instando a estas instituciones a tomar medidas”.

Y fue a partir de ese momento cuando comenzaron todas las desgracias de Arnaiz, en las que ahora está inmerso.

Suspendido de empleo y sueldo

Dos meses después de que se produjera la insólita retirada del artículo de Arnaiz, le comunicaron que quedaba suspendido cautelarmente de empleo (como jefe del servicio de Inmunología del Doce de Octubre) y de sueldo, acusado de irregularidades contables en las cuentas del departamento del que era responsable.

“Me pilló desprevenido, me quedé helado. Nunca tuve problemas en mi trabajo. Y, por supuesto, nunca he cometido conscientemente ninguna infracción. Llevo 20 años como jefe de servicio en el hospital y 30 años en el Insalud. Lo lógico es que, si habían detectado irregularidades, que no las ha habido, me lo hubieran comunicado inmediatamente, que me hubieran dejado explicarme, pero lo que han hecho es proceder a mi destitución con malas formas, urdiendo una conspiración contra mí. Me acusan de desviar dinero de unos conceptos a otros, no de quedármelo”.

La sombra de una persecución se le ha revelado a Antonio Arnaiz: “A mí también me llegó, por e-mail, la carta de los rectores de la Universidad de Tel Aviv, pero nunca pensé que su exigencia fuera a cumplirse”.

Antonio Arnaiz no ha podido enseñar a esta revista esa carta de los académicos judíos ni otras, tanto de apoyo como de crítica, pues, según aduce el catedrático, las misivas se encuentran en el ordenador de su despacho del hospital madrileño, donde se le impide la entrada. “Han cambiado la cerradura de mi despacho”, dice Arnaiz, que ha demandado a los responsables del hospital por vulneración de sus derechos fundamentales.

Fuente: revista “TIEMPO”, nº 1.045 - 13 de mayo de 2002


Y esto es un caso real y flagrante que afecta a uno de los mayores especialistas mundiales en genética molecular. Al que por no gustarle nada lo que concluyó de modo científico (que los palestinos son genéticamente iguales a los judíos de Israel), le hundieron la vida.

El tema debería abrirse con otro título: ¿PUEDE UN JUDIO DEJAR DE SER RACISTA CON LOS QUE LE LLEVAN LA CONTRARIA Y SER RACIONAL AL ESTILO QUE EXIGE EL DIALOGO RELIGIOSO?

Un saludo en la Paz de Cristo.

Clamat ad vos mea monstruosa vita, mea aerumnosa conscientia. Ego enim quaedam chimaera mei saeculi... Nolo scribere de me quod vos per alios audisse existimo, quid actitem, quid studeam, per quae discrimina verser in mundo, imo per quae jacter praecipitia. Si quominus audistis, precor ut inquiratis, et secundum quod audieritis, et consilium impendatis, et orationum suffragia. (Sanctus Bernardus Claraevallensis)
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Josè Luis Jimènez Moreno
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MensajePublicado: Mie Ene 21, 2009 10:02 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Para complemento del anterior post, que tal:

Cito:

COMPLOT CONTRA LA IGLESIA

Maurice Pinay
Tercera Parte
LA SINAGOGA DE SATANÁS

Capítulo Sexto

CRISTO NUESTRO SEÑOR, SÍMBOLO DEL ANTISEMITISMO SEGÚN LOS JUDÍOS

Para que se den cuenta los clérigos católicos bienintencionados de lo peligroso que es este asunto del antisemitismo, deben saber que los hebreos en distintas épocas han considerado como antisemitas a Nuestro Señor Jesucristo, a los Evangelios, a diversos Papas, concilios y santos de la Iglesia. Y es natural que lo hayan hecho, ya que consideran como antisemita a todo aquel que critica o combate sus maldades, sus crímenes o sus conspiraciones contra la humanidad; tanto Nuestro Señor Jesucristo como los apóstoles y demás autoridades católicas mencionadas, criticaron y combatieron en diversas ocasiones las depredaciones de los judíos.

El Nuevo Testamento de la Sagrada Biblia, los cánones de los concilios, las bulas y breves de los Papas y los testimonios fidedignos de santos canonizados por la Iglesia, así como las confesiones de parte hechas por los mismos judíos, lo demuestran irrecusablemente las depredaciones de los judíos.

Para que los católicos no tengan la menor duda sobre los testimonios que se señalan, vamos a transcribir, por principio de cuentas, lo que el destacado escritor sionista, Joseph Dunner, escribió en su libro "La República de Israel", en el cual afirma lo siguiente:

"Para toda secta creyente en Cristo, Jesús es el símbolo de todo lo que es limpio, sano y digno de amar. Para los judíos, a partir del siglo IV, es el símbolo del antisemitismo, de la calumnia, de la violencia, de la muerte violenta" (41).

Al considerar a Cristo Nuestro Señor como símbolo del antisemitismo, o mejor dicho, del antijudaísmo, los israelitas tienen toda la razón, pues si llaman antisemita a todo aquel que censura y combate sus maldades, nuestro Divino Redentor fue el primero que lo hizo.
Jesucristo Nuestro Señor, discutiendo con unos judíos entabló con ellos el siguiente diálogo, según lo narra el Evangelio de San Juan:

Capítulo VIII. "39. Respondieron, y le dijeron: Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si sois hijos de Abraham, haced las obras de Abraham. 40. Mas ahora me queréis matar, siendo hombre, que os he dicho la verdad, que oí de Dios: Abraham no hizo esto. 41. Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Y ellos le dijeron: Nosotros no somos nacidos de fornicación: un Padre tenemos que es Dios. 42. Y Jesús les dijo: Si Dios fuese vuestro Padre, ciertamente me amaríais. Porque yo de Dios salí, y vine: y no de mí mismo, mas El me envió. 43. ¿Por qué no entendéis este mi lenguaje? Porque no podéis oir mi palabra. 44. Vosotros sois hijos del diablo, y queréis cumplir los deseos de vuestro padre: él fue homicida desde el principio, y no permaneció en la verdad: porque no hay verdad en él: cuando habla mentira, de suyo habla, porque es mentiroso, y padre de la mentira. 47. El que es de Dios, oye las palabras de Dios. Por eso vosotros no las oís, porque no sois de Dios. 48. Los judíos respondieron, y le dijeron: ¿No decimos bien nosotros, que tú eres Samaritano, y que tienes demonio? 49. Jesús respondió:

Yo no tengo demonio: más honro a mi Padre, y vosotros me habéis deshonrado. 52. Los judíos le dijeron: Ahora conocemos, que tienes demonio. Abraham murió y los profetas: y tu dices: el que guardare mi palabra, no gustará muerte para siempre".

Y este pasaje de Evangelio termina con estos versículos:
"57. Y los judíos le dijeron: ¿Aún no tienes cincuenta años, y has visto a Abraham? 58. Jesús les dijo: En verdad, en verdad os digo, que antes que Abraham fuese, yo soy. 59. Tomaron entonces piedras para tirarselas: mas Jesús se escondió, y salió del templo" (42).

En el pasaje anterior del Evangelio de San Juan, se ve cómo Cristo Nuestro Señor, con palabras serenas les echa en cara sus intentos homicidas, llamando concretamente a los judíos hijos del diablo.

Este pasaje tan ilustrativo muestra cómo los hebreos desde esos tiempos tenían las mismas malas ideas que ahora.

En efecto, los judíos no pueden sostener una discusión en forma serena y honesta sin hacer intervenir en ella los insultos, la calumnia o la acción violenta, según les conviene. Y si con nuestro Divino Salvador emplearon la mentira y el insulto tratando de deshonrarlo –como El mismo lo testifica en el mencionado versículo 49- o pretendiendo terminar la discusión a pedradas; ¿qué podemos esperar de ellos nosotros, pobres seres humanos?

En el capítulo XXIII del Evangelio según San Mateo, Nuestro Señor Jesucristo, refiriéndose a los dirigentes judíos que tanto lo combatieron (43), los llama hipócritas (versículos 13, 14, 15); llenos de iniquidad (versículo 2Cool; necios, ciegos (versículo 17); limpios por fuera y llenos de rapacidad y de inmundicia por dentro (versículo 25); sepulcros blanqueados, que parecen de fuera hermosos a los hombres y dentro están llenos de huesos de los profetas (versículo 31); terminando dicho capítulo de los Santos Evangelios con esta terminante acusación de Nuestro Señor Jesucristo contra los judíos que renegaron de su Mesías y lo combatían y que por su importancia insertamos completa:
"33. Serpientes, raza de víboras, ¿cómo huiréis del juicio de la gehenna (infierno)? 34. Por esto he aquí, yo envío a vosotros profetas y sabios, y doctores, y de ellos mataréis, y crucificaréis y de ellos azotaréis en vuestras Sinagogas; y los perseguiréis de ciudad en ciudad: 35. Para que venga sobre vosotros toda la sangre inocente, que se ha vertido sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo, hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, al cual matásteis entre el templo y el altar. 36. En verdad os digo, que todas estas cosas vendrán sobre esta generación. 37. Jerusalén, que matas los profetas y apedreas a aquellos que a ti son enviados, ¿cuántas veces quise allegar a tus hijos, como la gallina allega sus pollos debajo de las alas, y no quisiste?" (44).

Cristo Nuestro Señor, mejor que nadie, denuncia aquí los instintos asesinos y crueles de los judíos, siendo comprensible por qué en la revelación que hizo a su discípulo amado y que éste consignó en el Apocalipsis, llamó a los judíos que desconocieron a su Mesías, la "Sinagoga de Satanás" (45); denominación tan acertada, como divina, que en los siglos posteriores fue usada por la Santa Iglesia Católica, con mucha frecuencia, como designación del judaísmo criminal y conspirador, ya que desde que asesinó al Hijo de Dios no ha cesado de cometer toda clase de crímenes contra Dios y contra la humanidad. Por nuestra parte, en el presente libro utilizaremos el término Sinagoga de Satanás para identificar con frecuencia al judaísmo moderno, ya que difícilmente se podrá encontrar un calificativo más apropiado que el concebido por Cristo Nuestro Señor.
Muy difícil será encontrar entre los caudillos, que han combatido al judaísmo en la Era Cristiana, quiénes hayan usado palabras tan duras en su contra como las que usó el propio Jesucristo. No es, pues, de extrañar que el escritor judío Joseph Dunner, en su obra citada, asegure que los judíos consideran a cristo como "símbolo del antisemitismo", máxime cuando muchos cristianos y gentiles han sido acusados de antisemitismo por ataques mucho más leves.

Por eso es tan peligroso que los clérigos cristianos bienintencionados se dejen arrastrar por aquellos que no lo son, a lanzas condenaciones generales y vagas del antisemitismo que los expone a condenar al propio Cristo Nuestro Redentor, a sus apóstoles, santos y papas –calificados como antisemitas por la Sinagoga de Satanás-. También es peligroso que lo hagan, porque los judíos tratan luego de utilizar tales condenaciones como una nueva patente de corso capaz de facilitarles la ejecución y garantizarles la impunidad en toda clase de crímenes, delitos y conspiraciones contra la humanidad, que ni siquiera podrá defenderse eficazmente de ellos.

Es preciso tener en cuenta que en todo país o institución en que el judaísmo llega a tener influencia suficiente, ya sea con sus actividades públicas o de manera secreta, por medio de su quinta columna, lo primero que hace es lograr una condenación del antisemitismo que impida o paralice, según el caso, cualquier intento de defensa. Cuando logran con sus engaños imponer una situación tan irregular, cualquier complot, cualquier traición, cualquier crimen o delito político tan sólo podrá ser castigado si es cometido por un cristiano o un gentil; pero no si los cometen uno o más judíos. Si alguien quiere imponer en este caso la sanción a los responsables, escuchará el clamor de las campañas de prensa, radio y de cartas, artificialmente organizadas por el poder oculto judaico, protestando airadamente contra el brote de antisemitismo que, cual peste odiosa, acaba de surgir.
Esto es a todas luces injusto, increíble y absurdo, ya que los judíos carecen del derecho de exigir un privilegio especial que les permitía impunemente cometer crímenes, traicionar a los pueblos que les dan albergue y organizar conspiraciones y revueltas con el fin de asegurar su dominio sobre los demás.

Sin distinción de razas o religiones, toda persona u organización responsable de la comisión de esta clase de delitos, debe recibir el merecido castigo. Esta verdad no puede ser más evidente y simple y aunque los judíos no lo quieran, está plenamente vigente también para ellos.

Es también muy frecuente que los judíos además de aprovechar las condenaciones del antisemitismo en la forma que ya se ha visto, utilicen otro ardid con iguales fines. Este artículo se basa en el sofisma, urdido por los mismos judíos y secundado por clérigos católicos y protestantes que consciente o inconscientemente les hacen el juego, consistente en afirmar en forma solemnemente dogmática "que es ilícito luchar contra los judíos porque son el pueblo que dio su sangre a Jesús".

Tan burdo sofisma es muy fácil de refutar, citando tan sólo el pasaje de los Santos Evangelios en que Cristo Nuestro Redentor, después de llamar una vez más a los judíos que lo combatían "raza de víboras" (46); rechaza claramente, para lo sucesivo, los parentescos de carácter sanguíneo, reconociendo sólo los de carácter espiritual. En efecto, en este pasaje se lee lo siguiente:

San Mateo (capítulo XII). "47. Y le dijo uno: Mira que tu madre, y tus hermanos (es decir, tus parientes cercanos) (47), están fuera y te buscan. 48. Y El respondiendo al que le hablaba, le dijo: ¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos? (es decir, mis parientes). 49. Y extendiendo la mano hacia sus discípulos, dijo: Ved aquí mi madre, y mis hermanos. 50. Porque todo aquel que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos: ese es mi hermano, y hermana y madre" (4Cool.

Por ello, aunque Jesús tuvo parentesco sanguíneo por parte de su madre con el antiguo pueblo hebreo de los tiempos bíblicos, es evidente que para el futuro daba valor sólo a los parentescos espirituales, prescindiendo de los nexos sanguíneos existentes con sus allegados y con mayor razón con el pueblo judío, que lo rechazó como Mesías, renegando de El; lo martirizó y asesinó en medio de lento y cruel suplicio hasta consumar el crimen más atroz de todos los tiempos, convirtiéndose en el pueblo deicida.

Pero al llamar Cristo a los judíos –que lo repudiaron- hijos del diablo y raza de víboras, afirmaba ser Él el Hijo de Dios; haciendo ver que ningún parentesco podía vincularlo a ellos, ya que ninguno puede haber entre el Hijo de Dios y los hijos del demonio, ni puede existir nexo alguno entre el bien y el mal.

Es, pues, completamente falsa y hasta herética la tesis de que la Sinagoga de Satanás, es decir, el judaísmo moderno, haya dado su sangre a Cristo y que por ello no pueda combatírsele. Si fuera cierta tan infame tesis ni Jesucristo mismo, ni sus apóstoles, ni muchos santos, concilios y Papas, lo habrían combatido.

Es absurdo identificar al primitivo pueblo hebreo de Abraham, Isaac, Jacob, Moisés, María Santísima y los apóstoles, que recibió el privilegio divino de ser el pueblo escogido del Señor, con los judíos posteriores, quienes al violar la condición impuesta por Dios para ser pueblo escogido, se hicieron acreedores por sus crímenes, apostasías y maldades al título de la Sinagoga de Satanás.

El privilegio de pueblo escogido de Dios ha sido heredado por la Santa Iglesia de Cristo, verdadera sucesora espiritual del primitivo pueblo hebreo de los tiempos bíblicos. Las profecías del Antiguo Testamento respecto al verdadero pueblo de Dios rigen para la Iglesia de Cristo, que actualmente es, según la Doctrina de la Iglesia, el verdadero pueblo de Dios. Por lo tanto, considerar ahora pueblo de Dios al de Israel, es negar los efectos de la venida de Cristo y negar la razón de ser del cristianismo. Sólo los clérigos sucesores de Judas Iscariote podrían afirmar semejante aberración.
En la misma confusión en que incurren los clérigos cristianos que hacen el juego a la Sinagoga de Satanás, cayeron –aunque con objetivos completamente opuestos- ciertos sectores extremistas del nazismo, los cuales en su afán de combatir al judaísmo internacional, inventaron una doctrina racista que identificando en forma tan absurda, como blasfema, al pueblo escogido de Abraham, Isaac, Moisés, María Santísima y los apóstoles con la Sinagoga de Satanás, o sea, con el judaísmo moderno, repudiaron por igual a unos y a otros, como miembros de una raza indeseable, sosteniendo una tesis inaceptable para los cristianos.

Los alemanes anticomunistas que en forma tan heroica están luchando contra el imperialismo soviético, deben meditar serenamente este asunto, para que aquellos que están combatiendo contra el judaísmo satánico no cometan de nuevo el error de los nazis extremistas que los lleve a esa absurda y anticristiana confusión de tipo racista, que además de ser injusta, equivocada y blasfema, provocaría la indignación de los cristianos en estos momentos en que es necesaria la unión de todos los hombres honrados del mundo, de todos los que creen en Dios y en la causa del Bien, para combatir a la bestia judeo-comunista que avanza incontenible y sanguinaria, amenazando por igual a toda la humanidad, sin distinción de razas o de religiones.

Para dar un prueba contundente de lo peligroso que es formular condenaciones generales del antisemitismo, vamos por último a citar un documento irrefutable, el de una de las obras oficiales más importantes del judaísmo contemporáneo, la "Enciclopedia Judaica castellana" (publicada en 1948 por la Editorial Enciclopedia Judaica, México, D. F.), y en cuya elaboración colaboraron, entre otros: Ben-Zion Uziel, gran rabino de Tierra Santa; máximo Yagupsky, del departamento latinoamericano del "American Jewish Commitee" de Nueva York; Profesor Dr. Hugo Bergmann, catedrático y ex-rector de la Universidad Hebrea de Jerusalén; Isidore Meyer, bibliotecario de la "American Jewish Historical Society" de Nueva York; Haim Nahoum Effendi, gran rabino de Egipto; Dr. Georg Herlitz, director de los archivos centrales sionistas de Jerusalén y muchísimos otros destacados dirigentes y hombres de letras del judaísmo mundial.

Lo más importante es que dicha enciclopedia judía, en la palabra "antisemitismo", hace una definición de lo que los hebreos consideran como tal, diciendo entre otras cosas lo siguiente:

"B). En la edad Media.- Con el establecimiento de la Iglesia cristiana como religión de estado y su expansión en Europa, empezó la persecución de los judíos por los cristianos. Los motivos fueron al principio puramente religiosos...

La autoridad espiritual de la Iglesia no quedó en realidad establecida sino muy imperfectamente. A medida que la herejía levantaba la cabeza, la persecución se hacía más intensa y se abatía comúnmente también sobre el judío, perenne y cómoda cabeza de turco. Frente a los esfuerzos propagandísticos de la Iglesia, el judío era el negador constante. Gran parte del antisemitismo cristiano se debía a la transformación del ritual religioso que la Iglesia había adoptado del judaísmo, en simbolismo antijudío. La fiesta judía de la Pascua se relacionó con la crucifixión...Y los sermones empezaron a llamar a los judíos incrédulos, sanguinarios, etc., y a excitar contra ellos los sentimientos del pueblo. Se les atribuían poderes mágicos y maléficos debido a su alianza con Satanás. El mundo católico llegó a creer que los judíos sabían que la doctrina cristiana era la verdadera, pero que se negaban a aceptar esa verdad y que falsificaban los textos bíblicos para impedir su interpretación cristológica.

La alianza judía con Satanás no era una alegoría para al mentalidad medieval, ni invento de un clero fanático. El mismo Evangelio (Juan 8, 44) decía que los judíos son hijos del diablo. Los ministros de la Iglesia recalcaban constantemente el satanismo de los judíos y los llamaban discípulos y aliados del diablo...

La constante acusación eclesiástica del deicidio, de su sed de sangre cristiana, de sus azotamientos mágicos de crucifijos, de su irrazonabilidad y de sus malos instintos produjeron un cuadro demasiado horrible para que no ejerciera los efectos más profundos sobre las muchedumbres...

Aunque la Iglesia trató de contener, por medio de bulas papales y encíclicas, el odio popular que ella misma había creado, los sentimientos antijudíos de la época se tradujeron en excesos del populacho, en matanzas de judíos, expulsiones, conversiones forzadas...".

Y después de citar los enciclopedistas hebreos las leyes antijudías de algunos monarcas cristianos, algunas de las cuales dicen haber sido inspiradas por varis Padres de la Iglesia, como Ambrosio y Crisóstomo, concluyen afirmando que:

"Sin embargo, la legislación más hostil provenía de la misma Iglesia, de sus concilios, de los acuerdos papales y del derecho canónico, cuya severidad creció constantemente desde el siglo IV hasta el XVI" (49).

Una de las últimas manifestaciones de la literatura judía, que sostiene la tesis de que la Iglesia ha sido injusta contra los judíos desde que: "los romanos condenaron a Cristo", son los libros de Jules Isaac: "Jésus et Israël", y el reciente, "L´enseignement du Mépris" enaltecidos por el escritor y político Carlo Bo (50).

Las presiones constantes de quienes –dentro de la Santa Iglesia- sirven a los intereses del judaísmo, dirigidas a obtener condenaciones ambiguas del antisemitismo, no pueden tener otro objeto siniestro que lograr que la Iglesia acabe condenándose a sí misma, ya que los judíos que se sienten más que nadie autorizados para definir el antisemitismo, consideran a la Santa Iglesia, como aquí puede verse, como la responsable principal de un feroz antisemitismo cristiano.

Saludos y bendiciones.
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Gregory
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Registrado: 07 Mar 2007
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MensajePublicado: Jue Ene 22, 2009 6:03 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Miles tiene mucha razón el antisemitismo no se limita al mundo Hebreo, los arabes son semitas de manera que se puede ser antisemita contra los arabes sin despreciar a los judios y viceversa. Prefiero el termino antijudio y dado que tenemos raices judias ellos son nuestros Hermanos mayores Juan Pablo II lo dijo yo no tengo nada en su contro sería negar parte de la revelación.

Ahora se muy bien que grupos judios condenaron la beatificación de Edith Stein argumentando que la condenaron por tener sangre judia y apellido judio pero era cristiana y no nego sus reices, aunque ella reconocio a Jesucristo como Señor. Eso hermanos si me parece un extremismo.
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P. Fernando
Constante


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MensajePublicado: Vie Feb 13, 2009 4:50 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Un saludo en el Señor:

Acabo de leer una parte del discurso del Papa Benedicto XVI ayer, 12 de febrero, a un grupo de asociaciones judías. En el mismo dijo esta frase que quizá sirva para el tema.

Tomo la traducción de Zenit:
http://www.zenit.org/article-30168?l=spanish

Cita:
La Iglesia está profunda e irrevocablemente comprometida en el rechazo de toda forma de antisemitismo y en la construcción de relaciones buenas y duraderas entre nuestras dos comunidades.
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Julian_Consolad
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MensajePublicado: Vie Feb 13, 2009 6:14 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Ser antisemita es ser anticristiano en el sentido más literal de la palabra, puesto que CRISTO ES HIJO DE ISRAEL (y lo pongo en mayúsculas por si alguien no se quiere dar por enterado).

http://www.corazones.org/jesus/ensenanza/jesus_judio.htm
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Miles_Dei
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Registrado: 17 Sep 2007
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MensajePublicado: Vie Feb 13, 2009 9:25 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Atención el siguiente post se escribe como inmoderado forista, aunque me crean moderado moderador:

Pero precisamente por esto, es El, Jesucristo, el cumplimiento de la historia De Israel, porque 'supera' esta historia con su Misterio.

[...]Jesús es verdadero hijo de Israel y que, en cuanto tal, pertenece a toda la familia humana


Hermosas palabras del Papa en su catequesis que también me gustaría resaltar. Nada más por si alguno tampoco se ha enterado.

Un saludo en la Paz de Cristo.

Clamat ad vos mea monstruosa vita, mea aerumnosa conscientia. Ego enim quaedam chimaera mei saeculi... Nolo scribere de me quod vos per alios audisse existimo, quid actitem, quid studeam, per quae discrimina verser in mundo, imo per quae jacter praecipitia. Si quominus audistis, precor ut inquiratis, et secundum quod audieritis, et consilium impendatis, et orationum suffragia. (Sanctus Bernardus Claraevallensis)
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Gregory
Constante


Registrado: 07 Mar 2007
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MensajePublicado: Sab Feb 14, 2009 8:42 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Ahora puedo ver que algunos foristas se identifican con al antisionismo, no todos los judios viven en Israel, pero la gran mayoria se identifica con el Estado Hebreo unos más que otros, algunos sostienen que gracias a que existe Israel es la garantia de que no se repita un nuevo Holocausto puede sonar a ideología de todas formas Jerusalen siempre esta en el corazón de todo buen Judio.
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Beatriz
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Registrado: 01 Oct 2005
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MensajePublicado: Lun Mar 30, 2009 4:33 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Ayer publiqué algo parecido en el tema de "la teología del holocausto" pero parece que todo el tema ha sido borrado….espero que este aporte no se borre porque, al igual que el anterior, está dentro de las normas del foro. Por si acaso lo voy a grabar.


Yo no creo que se pueda llamar a alguien antisemita porque eso implica ‘odio’ hacia los judíos y como siempre digo: solo Dios puede ver lo que hay en el interior de la persona. Pero si podemos observar una obsesión por los judíos cuando una misma persona habla sobre ese tema una y otra vez habiendo tantos temas para conversar.

Como no voy a hablar de antisemitismo, porque no me consta, quiero tocar el tema del endurecimiento de los hermanos judíos porque me parece que la raíz del problema de parte del católico y cristiano está ahí: en su ignorancia de la doctrina católica de la gracia y del misterio de Dios revelado por San Pablo en su epístola a los romanos. Me parece que quien juzga tan duramente a los hermanos judíos por su no conversión a Cristo cae, sin quererlo, en una especie de pelagianismo, porque SIN GRACIA NO HAY CONVERSION.



“Vengamos ahora al tema del repudio de los judíos tal y como está tratado en la Epístola a los Romanos, capítulos IX y XI: “Porque la salud viene de los judíos”, había dicho Jesús a la Samaritana. Dios había preparado a ese pueblo –privilegiado entre todos los pueblos del mundo- como una cuna para la Encarnación. Los privilegios, ya lo tengo dicho, no son lo principal. Lo principal es el amor que Dios dispensa a todos a causa de la muerte en cruz de Cristo, y que cada uno es libre de acoger o de rechazar. Pero, en fin, la salud mesiánica, el honor de anunciar y de recibir al Mesías, se ofreció primeramente a los judíos. Y he aquí que cuando el Mesías viene, los judíos en su conjunto le desconocen, pasan de lado. ¿Qué hará Dios? Podría decir: ¿No han aceptado mis atenciones? Yo me las reservaré. Pero Dios no hace eso nunca. Cuando el don de su amor es rehusado por un alma o por un pueblo, lo transfiere a otras almas o a otros pueblos. No cierra las puertas del festín: en lugar de los primeros invitados, manda buscar a los pobres, los mancos, los ciegos (Luc. 14, 21). En lugar de los judíos se llama a la inmensidad de los gentiles. Así la culpa de los judíos se convierte en la salvación de los gentiles. “Gracias a su transgresión obtuvieron la salud los gentiles…., su menoscabo es la riqueza de los gentiles” (Rom, 11, 11-12). Y cuando los gentiles que han acogido esa luz comiencen a entibiarse, Dios hará que vuelvan los judíos. La masa de Israel –lo que no quiere decir todos los judíos, sino el conjunto de los judíos- llena de envidia al ver que otros pueblos le han sido preferidos, entrará al fin en la Iglesia.

Y las conversiones del judaísmo, que en el transcurso de los tiempos tienen lugar constantemente, muestran el camino por el que, un día, llegará la multitud de los judíos. “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio para que no presumáis de vosotros mismos: Que el endurecimiento vino a una parte de Israel hasta que entrase la plenitud de las naciones; y entonces TODO ISRAEL SERÁ SALVO” (Rom 11, 25-26).

Es entonces cuando el apóstol exclama “¡oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría, y de la ciencia de Dios!” ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!” (Rom 11, 33) ”
Cardenal Journet

Para empezar, Pablo nos anuncia algo que ocurrirá en el futuro: “Todo Israel será salvo”. ¿Lo sabias? Y se unirán a la Iglesia de Cristo.

Ahora veremos lo que significa ENDURECER:

“En el plano de la salvación eterna endurecer a alguien quiere decir, según la lección católica: dejar que se desarrollen las consecuencias de los actos que él ha voluntariamente realizado. He cometido tal pecado que va, normalmente, a engendrar tal o cual otro; si Dios no interviene por pura misericordia para romper ese encadenamiento de mis pecados, si me abandona a mi propia lógica, se dirá que me he endurecido: descenderé libremente la pendiente que va de pecado en pecado.” Cardenal Journet



Cita:
Pues hay que tener en cuenta que Dios es la causa universal de la iluminación de las almas, según aquello de Jn 1,9: Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, como el sol es la causa universal de la iluminación de los cuerpos. Pero cada uno a su modo; pues el sol obra por necesidad natural, y Dios, voluntariamente, según el orden de su sabiduría. Mas el sol, aunque de suyo ilumine todos los cuerpos, si en alguno encuentra algún obstáculo, lo deja en tinieblas, como es claro por la casa cuyas ventanas están cerradas. Sin embargo, la causa de tal oscuridad de ningún modo es el sol, pues no obra por decisión propia para introducir allí su luz, sino que la causa de ello es sólo aquel que cierra las ventanas. Y Dios, por su propio designio, no infunde la luz de su gracia en aquellos en quienes encuentra impedimentos. Por consiguiente, la causa de la sustracción de la gracia no es sólo el que pone obstáculos a la gracia, sino también Dios, que por su designio no da la gracia. Y de este modo Dios es causa de la obcecación y del entorpecimiento de los oídos y del endurecimiento del corazón.
Suma Teológica, I-II, q. 79, art. 3


Entonces vemos que el endurecimiento vino a “una parte” de Israel:

“Que el endurecimiento vino a una parte de Israel” (Rom 11, 25-26).

No a todo Israel, por eso se convirtieron Pedro, Pablo, Juan, Santiago, etc. y también por eso vemos actualmente conversiones individuales.


“La promesa de Dios no ha fallado, porque ha habido un “resto” –es la palabra técnica- que ha permanecido fiel cuando la masa se ha extraviado.” Cardenal Journet

El conjunto o la masa de Israel se convertirán el día y la hora que solo Dios conoce:



Cita:
“hasta que entrase la plenitud de las naciones; y entonces TODO ISRAEL SERÁ SALVO” (Rom 11)


El endurecimiento cumple un designio: que el evangelio sea predicado a todos los gentiles para su salud.


Sin gracia no hay conversión, por eso pregunto: ¿es correcto molestarnos porque no se convierten a Cristo?


El conjunto de Israel se convertirá a Cristo, cuando la fe de los gentiles empiece a entibiarse:

“Y cuando los gentiles que han acogido esa luz comiencen a entibiarse, Dios hará que vuelvan los judíos” Cardenal Journet

Porque así funciona la lógica de Dios: si los invitados son descorteces y desprecian la invitación, Dios le abre las puertas del banquete a los ciegos….(Lc. 14, 21)



Nosotros sabemos que somos pecadores y cada vez que pecamos crucificamos a Cristo, pero contamos con la gracia….“una parte” de Israel no….


También sabemos que los cristianos necesitamos AYUDA en cada instante de una intervención especial del Señor por medio de su gracia actual. Cada uno de nuestros actos buenos realizados es en sí el producto de una gracia especial, concedida e indispensable. La gracia santificante en lugar de conferirnos un poder autónomo de Dios es simplemente una disposición mantenida en nosotros por Dios de modo que actuemos bajo su impulso de la gracia actual.

Por eso digo que quien juzga tan duramente a los hermanos judíos porque no se convierten a Cristo cae, sin quererlo o sin saberlo, en una forma depelagianismo porque sin gracia no hay conversión.

Es absurda cualquier forma de agresión hacia ellos en ese sentido. Solo demuestra ignorancia de la doctrina católica de la gracia.

Benedicto XVI conoce perfectamente todo esto y por eso vemos en él una actitud de diálogo y apertura con los hermanos judíos y los llama “amigos”. Si alguien califica al Papa de “servilismo a la Sinagoga” por mantener esta actitud de diálogo, esta persona se encuentra en la más obscura ignorancia de la teología de la gracia y del “misterio de Dios”. Como dicen algunos: “la ignorancia es atrevida”.

Pero hay que tener en cuenta estas palabras del apóstol:

Cita:
“Es que no todos los nacidos de Israel son Israel, ni todos los descendientes de Abraham son hijos de Abraham, sino que por Isaac será tu descendencia. Esto es, no los hijos de la carne son hijos de Dios, sino los hijos de la promesa son tenidos por descendencia. Los términos de la promesa son éstos: Por este tiempo volveré y Sará tendrá un hijo” (Rom 9, 6-9).


“Y Pablo explica aquí (Rom 9, 6-Cool que los que son de la posteridad de Abraham no son todos hijos de Abraham. Hay el Israel de la carne (son los que descienden por vía de generación de Abraham) y luego el Israel de la Promesa que son los que, entre los descendientes de Abraham, tienen el espíritu de Abraham. Y hay los gentiles, a los que la gracia será ofrecida y que se unirán a esos últimos; forman parte del Israel de la Promesa, del Israel del espíritu; no por vía de generación y de descendencia carnal, sino por vía de la generación espiritual dada en el bautismo.” Cardenal Journet


El Israel de la Promesa son los que practican las obras de Abraham. Los que hacen las obras del diablo, son hijos del diablo. Pero esto aplica también para nosotros los cristianos ya que Jesús bien claro ha dicho: “No todo el que diga ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos”. Sin una fe operante es prácticamente imposible entrar en el reino de Dios. Si creemos en Cristo y matamos o mentimos nos convertimos en hijos del diablo, no de Dios. Eso fue lo que les respondió Jesucristo:

Cita:
Juan 8
39 Respondieron y dijéronle: Nuestro padre es Abraham. Díceles Jesús: Si fuerais hijos de Abraham, las obras de Abraham harías. 40 Empero ahora procuráis matarme, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios: no hizo esto Abraham. 41 Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Dijéronle entonces: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios. 42 Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuera Dios, ciertamente me amaríais: porque yo de Dios he salido, y he venido; que no he venido de mí mismo, mas él me envió. 43 ¿Por qué no reconocéis mi lenguaje? porque no podéis oír mi palabra. 44 Vosotros de vuestro padre el diablo sois, y los deseos de vuestro padre queréis cumplir. Él, homicida ha sido desde el principio, y no permaneció en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.


Pero me parece que muchas veces se han malinterpretado estas palabras “vosotros de vuestro padre el diablo sois y los deseos de vuestro padre queréis cumplir” al hacer una lectura sesgada del tema sin tomar en cuenta el misterio revelado por San Pablo en su carta a los romanos.

Nosotros los cristianos TAMBIEN NOS CONVERTIMOS EN HIJOS DEL DIABLO SI MATAMOS, MENTIMOS, etc. Esas palabras que Jesús dirigió a los judíos que lo perseguían y conspiraban para matarlo también nos las debemos aplicar nosotros los cristianos.

Seguramente por eso San Pablo dice:
“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio para que no presumáis de vosotros mismos

La conversión es por gracia. Por eso es absurdo molestarse.
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MensajePublicado: Lun Mar 30, 2009 4:34 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Ayer publiqué algo parecido en el tema de "la teología del holocausto" pero parece que todo el tema ha sido borrado….espero que este aporte no se borre porque, al igual que el anterior, está dentro de las normas del foro. Por si acaso lo voy a grabar.


Yo no creo que se pueda llamar a alguien antisemita porque eso implica ‘odio’ hacia los judíos y como siempre digo: solo Dios puede ver lo que hay en el interior de la persona. Pero si podemos observar una obsesión por los judíos cuando una misma persona habla sobre ese tema una y otra vez habiendo tantos temas para conversar.

Como no voy a hablar de antisemitismo, porque no me consta, quiero tocar el tema del endurecimiento de los hermanos judíos porque me parece que la raíz del problema de parte del católico y cristiano está ahí: en su ignorancia de la doctrina católica de la gracia y del misterio de Dios revelado por San Pablo en su epístola a los romanos. Me parece que quien juzga tan duramente a los hermanos judíos por su no conversión a Cristo cae, sin quererlo, en una especie de pelagianismo, porque SIN GRACIA NO HAY CONVERSION.



“Vengamos ahora al tema del repudio de los judíos tal y como está tratado en la Epístola a los Romanos, capítulos IX y XI: “Porque la salud viene de los judíos”, había dicho Jesús a la Samaritana. Dios había preparado a ese pueblo –privilegiado entre todos los pueblos del mundo- como una cuna para la Encarnación. Los privilegios, ya lo tengo dicho, no son lo principal. Lo principal es el amor que Dios dispensa a todos a causa de la muerte en cruz de Cristo, y que cada uno es libre de acoger o de rechazar. Pero, en fin, la salud mesiánica, el honor de anunciar y de recibir al Mesías, se ofreció primeramente a los judíos. Y he aquí que cuando el Mesías viene, los judíos en su conjunto le desconocen, pasan de lado. ¿Qué hará Dios? Podría decir: ¿No han aceptado mis atenciones? Yo me las reservaré. Pero Dios no hace eso nunca. Cuando el don de su amor es rehusado por un alma o por un pueblo, lo transfiere a otras almas o a otros pueblos. No cierra las puertas del festín: en lugar de los primeros invitados, manda buscar a los pobres, los mancos, los ciegos (Luc. 14, 21). En lugar de los judíos se llama a la inmensidad de los gentiles. Así la culpa de los judíos se convierte en la salvación de los gentiles. “Gracias a su transgresión obtuvieron la salud los gentiles…., su menoscabo es la riqueza de los gentiles” (Rom, 11, 11-12). Y cuando los gentiles que han acogido esa luz comiencen a entibiarse, Dios hará que vuelvan los judíos. La masa de Israel –lo que no quiere decir todos los judíos, sino el conjunto de los judíos- llena de envidia al ver que otros pueblos le han sido preferidos, entrará al fin en la Iglesia.

Y las conversiones del judaísmo, que en el transcurso de los tiempos tienen lugar constantemente, muestran el camino por el que, un día, llegará la multitud de los judíos. “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio para que no presumáis de vosotros mismos: Que el endurecimiento vino a una parte de Israel hasta que entrase la plenitud de las naciones; y entonces TODO ISRAEL SERÁ SALVO” (Rom 11, 25-26).

Es entonces cuando el apóstol exclama “¡oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría, y de la ciencia de Dios!” ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!” (Rom 11, 33) ”
Cardenal Journet

Para empezar, Pablo nos anuncia algo que ocurrirá en el futuro: “Todo Israel será salvo”. ¿Lo sabias? Y se unirán a la Iglesia de Cristo.

Ahora veremos lo que significa ENDURECER:

“En el plano de la salvación eterna endurecer a alguien quiere decir, según la lección católica: dejar que se desarrollen las consecuencias de los actos que él ha voluntariamente realizado. He cometido tal pecado que va, normalmente, a engendrar tal o cual otro; si Dios no interviene por pura misericordia para romper ese encadenamiento de mis pecados, si me abandona a mi propia lógica, se dirá que me he endurecido: descenderé libremente la pendiente que va de pecado en pecado.” Cardenal Journet



Cita:
Pues hay que tener en cuenta que Dios es la causa universal de la iluminación de las almas, según aquello de Jn 1,9: Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, como el sol es la causa universal de la iluminación de los cuerpos. Pero cada uno a su modo; pues el sol obra por necesidad natural, y Dios, voluntariamente, según el orden de su sabiduría. Mas el sol, aunque de suyo ilumine todos los cuerpos, si en alguno encuentra algún obstáculo, lo deja en tinieblas, como es claro por la casa cuyas ventanas están cerradas. Sin embargo, la causa de tal oscuridad de ningún modo es el sol, pues no obra por decisión propia para introducir allí su luz, sino que la causa de ello es sólo aquel que cierra las ventanas. Y Dios, por su propio designio, no infunde la luz de su gracia en aquellos en quienes encuentra impedimentos. Por consiguiente, la causa de la sustracción de la gracia no es sólo el que pone obstáculos a la gracia, sino también Dios, que por su designio no da la gracia. Y de este modo Dios es causa de la obcecación y del entorpecimiento de los oídos y del endurecimiento del corazón.
Suma Teológica, I-II, q. 79, art. 3


Entonces vemos que el endurecimiento vino a “una parte” de Israel:

“Que el endurecimiento vino a una parte de Israel” (Rom 11, 25-26).

No a todo Israel, por eso se convirtieron Pedro, Pablo, Juan, Santiago, etc. y también por eso vemos actualmente conversiones individuales.


“La promesa de Dios no ha fallado, porque ha habido un “resto” –es la palabra técnica- que ha permanecido fiel cuando la masa se ha extraviado.” Cardenal Journet

El conjunto o la masa de Israel se convertirán el día y la hora que solo Dios conoce:



Cita:
“hasta que entrase la plenitud de las naciones; y entonces TODO ISRAEL SERÁ SALVO” (Rom 11)


El endurecimiento cumple un designio: que el evangelio sea predicado a todos los gentiles para su salud.


Sin gracia no hay conversión, por eso pregunto: ¿es correcto molestarnos porque no se convierten a Cristo?


El conjunto de Israel se convertirá a Cristo, cuando la fe de los gentiles empiece a entibiarse:

“Y cuando los gentiles que han acogido esa luz comiencen a entibiarse, Dios hará que vuelvan los judíos” Cardenal Journet

Porque así funciona la lógica de Dios: si los invitados son descorteces y desprecian la invitación, Dios le abre las puertas del banquete a los ciegos….(Lc. 14, 21)



Nosotros sabemos que somos pecadores y cada vez que pecamos crucificamos a Cristo, pero contamos con la gracia….“una parte” de Israel no….


También sabemos que los cristianos necesitamos AYUDA en cada instante de una intervención especial del Señor por medio de su gracia actual. Cada uno de nuestros actos buenos realizados es en sí el producto de una gracia especial, concedida e indispensable. La gracia santificante en lugar de conferirnos un poder autónomo de Dios es simplemente una disposición mantenida en nosotros por Dios de modo que actuemos bajo su impulso de la gracia actual.

Por eso digo que quien juzga tan duramente a los hermanos judíos porque no se convierten a Cristo cae, sin quererlo o sin saberlo, en una forma depelagianismo porque sin gracia no hay conversión.

Es absurda cualquier forma de agresión hacia ellos en ese sentido. Solo demuestra ignorancia de la doctrina católica de la gracia.

Benedicto XVI conoce perfectamente todo esto y por eso vemos en él una actitud de diálogo y apertura con los hermanos judíos y los llama “amigos”. Si alguien califica al Papa de “servilismo a la Sinagoga” por mantener esta actitud de diálogo, esta persona se encuentra en la más obscura ignorancia de la teología de la gracia y del “misterio de Dios”. Como dicen algunos: “la ignorancia es atrevida”.

Pero hay que tener en cuenta estas palabras del apóstol:

Cita:
“Es que no todos los nacidos de Israel son Israel, ni todos los descendientes de Abraham son hijos de Abraham, sino que por Isaac será tu descendencia. Esto es, no los hijos de la carne son hijos de Dios, sino los hijos de la promesa son tenidos por descendencia. Los términos de la promesa son éstos: Por este tiempo volveré y Sará tendrá un hijo” (Rom 9, 6-9).


“Y Pablo explica aquí (Rom 9, 6-Cool que los que son de la posteridad de Abraham no son todos hijos de Abraham. Hay el Israel de la carne (son los que descienden por vía de generación de Abraham) y luego el Israel de la Promesa que son los que, entre los descendientes de Abraham, tienen el espíritu de Abraham. Y hay los gentiles, a los que la gracia será ofrecida y que se unirán a esos últimos; forman parte del Israel de la Promesa, del Israel del espíritu; no por vía de generación y de descendencia carnal, sino por vía de la generación espiritual dada en el bautismo.” Cardenal Journet


El Israel de la Promesa son los que practican las obras de Abraham. Los que hacen las obras del diablo, son hijos del diablo. Pero esto aplica también para nosotros los cristianos ya que Jesús bien claro ha dicho: “No todo el que diga ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos”. Sin una fe operante es prácticamente imposible entrar en el reino de Dios. Si creemos en Cristo y matamos o mentimos nos convertimos en hijos del diablo, no de Dios. Eso fue lo que les respondió Jesucristo:

Cita:
Juan 8
39 Respondieron y dijéronle: Nuestro padre es Abraham. Díceles Jesús: Si fuerais hijos de Abraham, las obras de Abraham harías. 40 Empero ahora procuráis matarme, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios: no hizo esto Abraham. 41 Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Dijéronle entonces: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios. 42 Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuera Dios, ciertamente me amaríais: porque yo de Dios he salido, y he venido; que no he venido de mí mismo, mas él me envió. 43 ¿Por qué no reconocéis mi lenguaje? porque no podéis oír mi palabra. 44 Vosotros de vuestro padre el diablo sois, y los deseos de vuestro padre queréis cumplir. Él, homicida ha sido desde el principio, y no permaneció en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira.


Pero me parece que muchas veces se han malinterpretado estas palabras “vosotros de vuestro padre el diablo sois y los deseos de vuestro padre queréis cumplir” al hacer una lectura sesgada del tema sin tomar en cuenta el misterio revelado por San Pablo en su carta a los romanos.

Nosotros los cristianos TAMBIEN NOS CONVERTIMOS EN HIJOS DEL DIABLO SI MATAMOS, MENTIMOS, etc. Esas palabras que Jesús dirigió a los judíos que lo perseguían y conspiraban para matarlo también nos las debemos aplicar nosotros los cristianos.

Seguramente por eso San Pablo dice:
“Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio para que no presumáis de vosotros mismos

La conversión es por gracia. Por eso es absurdo molestarse.
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Titus400
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MensajePublicado: Lun Mar 30, 2009 8:43 pm    Asunto: Re: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

angel justiciero escribió:
No se puede ser católico/a y ser antisemita como tampoco se puede ser racista y cristiano/a al mismo tiempo.
Y otra cosa:
No se puede ser mitad judío como no se puede ser mitad católico. O uno u otro.


Sí, se puede. No entendés la condición judía. Mi padre ES judío convertido al catolicismo, pero ES judío. Si vuelven los nazis (¿o nunca se fueron?) nos llevan a mi padre, a mí y a todos mis hermanos. Los judíos no son una "raza" ni una religión. Son el pueblo elegido por Dios.
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Beatriz
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MensajePublicado: Mie Abr 01, 2009 6:22 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Es bueno que lean "Iglesia y Sinagoga" de Joseph Lortz

http://www.conoze.com/doc.php?doc=5008


una visión más objetiva del problema que yo resumo asi: LES HEMOS HECHO DAÑO A LOS JUDIOS Y ELLOS NOS HAN HECHO DAÑO A LOS CATOLICOS.

(Les recomiendo NO dejar de leer las notas a pie de página desde el mismo sitio conoze.com)

I.- Fundamentos Teologicos« anterior | indice | siguiente»

1. Una historia de la Iglesia de orientación teológica se ve obligada, en cada fase de su desarrollo, a hacer dos preguntas, que han de decidir sobre el valor de su actuación: 1) si la Iglesia, en el sentido de su misión evangelizadora, se ha esforzado suficientemente por anunciar la doctrina y el mensaje; 2) en qué grado se ha realizado la cristianización de los pueblos evangelizados (y, principalmente, en el sentido del central mandato del amor).

Al comienzo de la Edad Moderna la Iglesia se había propagado por toda Europa, hasta por el norte y por el este. El evangelio había sido anunciado a todos los pueblos allí establecidos. Únicamente existía una ecumene, la ecumene cristiana de los bautizados, unida, no obstante la multiplicidad político-nacional, en una única fe en el Dios Trino dentro de una única Iglesia. Sobre esta fe descansaba toda la vida pública, especialmente jurídica. La ecumene occidental tenía cierto conocimiento de la existencia de pueblos no cristianos; incluso conocía muy bien el Islam y su poderío. Pero, exceptuando esto, sus conocimientos sobre el paganismo eran evidentemente someros. La realidad del mundo parecía identificarse con el cristianismo; el paganismo, a pesar de todo, carecía de importancia práctica. Esto, naturalmente, no tenía el mismo sentido que en la primera y la alta Edad Media, pero a principios de la Edad Moderna la conciencia general de los occidentales bien podía resumirse legítimamente en la susodicha frase.

Y semejante conciencia no se modificaba en absoluto por el hecho de que, dentro de la comunidad cristiana occidental, hubiese una parte de población no cristiana: los judíos. Pero son éstos precisamente los que nos dan ocasión de plantear esas dos cuestiones centrales.

2. Las relaciones de la Iglesia con los judíos han sido radicalmente diferentes de las relaciones con todos los restantes pueblos no cristianos: el pueblo de Israel no era simplemente una comunidad extraña al cristianismo; al contrario, de él, el pueblo elegido, procedía el nuevo pueblo de la promesa (§ 5, II).

Pero en el siglo II ya había desaparecido en su mayor parte de la Iglesia esta conciencia de su origen judaico. Es cierto que eventualmente hubo representaciones[1] en las que sin tensión polémica alguna aparecían juntas la «Iglesia de la circuncisión» y la «Iglesia de los gentiles»; incluso en la cumbre del Medievo, cuando se comenzó a relegar a los judíos lo más posible de la comunidad civil, en algunas creaciones artísticas resonó algún eco de aquella lejana realidad (en la representación escultural de la «sinagoga»[2] del gótico maduro; en algunas representaciones del Cantar de los Cantares, como más adelante veremos. Pero esto fueron excepciones. En su mayoría, ya desde el siglo II, la Iglesia y la sinagoga han coexistido como extraños, incluso como enemigos enfrentados[3] tanto en la literatura teológica como en la conciencia viva de los cristianos.

3. Esta relación, su evolución a través del Medievo y su importancia (hasta hoy) no pueden ser justamente valoradas si no se toman también en consideración sus aspectos teológicos fundamentales: cuando vino el Mesías esperado, Israel no lo reconoció, sino que lo repudió, tomó parte esencial en su muerte por medio de sus ancianos, los sumos sacerdotes y el pueblo y reconoció expresamente su responsabilidad en ello (Mt 27,25); los apóstoles, con su predicación, tampoco pudieron ganarse a todo Israel para la buena nueva.

El judío Pablo, tan profundamente convencido de la vocación de su pueblo, al que reconoció celo por Dios y por su ley y por el cual rogaba (Rom 10,15), formuló básicamente este estado de cosas, distinguiendo entre los «israelitas» que son hijos de la promesa y por eso constituyen la nueva alianza y aquellos otros que fueron abandonados a la obstinación (ibíd. 9,7ss.18.31ss; 11,7ss.20; cf. 1 Tes 2,15ss). Pero Dios jamás retiró su promesa a Israel (Rom 11,1s.23), sino que al fin, cuando se haya convertido la masa de los paganos, «todo Israel se salvará» (ibíd. 25).

4. Cuando en el siglo II el paulinismo se desvaneció, pasó unilateralmente a primer término la idea de la reprobación. Principalmente se recordaban las palabras de la Escritura que hablan de la infidelidad de los judíos (1 Tes 2,15ss) y los judíos quedaron excluidos del cuidado misionero de la Iglesia. La evolución es clara, aunque no siempre rectilínea. Tertuliano, por ejemplo, todavía habló en sus tratados fundamentales de la estrecha unión entre el cristianismo y los judíos; sabía que la llegada definitiva de la salvación va ligada a la profetizada conservación del resto de los judíos para el tiempo final. Especialmente demostró, como antes lo hiciera Justino, que el derecho de la Iglesia cristiana se basaba en las profecías del Antiguo Testamento: el hermano mayor debe servir al menor, esto es, la Sinagoga a la Iglesia; el hijo mayor de Rebeca, el pueblo judío, ha renunciado al derecho de primogenitura: el Antiguo Testamento es prioridad de la Iglesia cristiana; la Iglesia -el nuevo Israel y la nueva alianza- ha hecho del pueblo judío cosa pretérita. Rechazando a Jesús, Israel ha consumado la idolatría, que ya le echaron en cara sus profetas. Los judíos están ahora en el error, esto es, en el reino de la mentira y de sus autores, los demonios.

5. También posteriormente se han alzado muchas voces, algunas especialmente importantes, recordando esa redención final del judaísmo. Las más insistentes fueron las de Agustín, Jerónimo, Gregorio I, eventualmente Gregorio II, Alejandro II, Pedro Damiano, los Comentarios del Cantar de los Cantares, Raimundo Lulio y otros pensadores de fines del Medievo, como veremos. Pero en el mismo Agustín este pensamiento fue acompañado de una dura condena. Crisóstomo recriminó el proselitismo judío con despiadada acritud, porque la declaración de los judíos «caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos» ha surtido los efectos de un pecado original en todo el pueblo y le ha seguido como una maldición a través de todos los países y todos los siglos. Progresivamente los judíos fueron equiparados a los paganos y herejes, que están definitivamente perdidos, y más tarde (especialmente desde las cruzadas) también a los musulmanes. Muchas veces incluso los herejes fueron preferidos a ellos.

6. En los mismos o parecidos términos, hasta los tiempos de la Edad Moderna no cesaron de repetirse las valoraciones condenatorias: «ceguera y obstinación culpable»; «perfidia» o «insolencia inextirpable»; su «antigua dureza de corazón los lleva a todos al infierno» (Pedro el Venerable); se habló de una «peste sectaria» (Honorio IV), este pueblo está «perdido», «odia la verdad», «resiste al Señor», «es de una infidelidad de acero»; «cualquier intento de predicarles la verdad resulta vano»; «por sus pecados merecieron ser aniquilados todos» (Angelomo de Luxeuil); «en el juicio final invocarán a Cristo, pero no los escuchará» (Bruno de Würzburgo).

Notas

[1] Como los dos mosaicos del siglo IV de santa Sabina en Roma.

[2] Particularmente profunda es la representación gótica de la sinagoga de la catedral de Estrasburgo: los ojos vendados, la lanza rota, sin corona, pero ¡cuánta sublimidad!

[3] En cuanto a la culpabilidad real o presunta de los judíos en las persecuciones de los cristianos, cf. § 11, especialmente la nota 26.
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MensajePublicado: Mie Abr 01, 2009 6:24 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
Responder citando

Es bueno que lean "Iglesia y Sinagoga" de Joseph Lortz

http://www.conoze.com/doc.php?doc=5008


una visión más objetiva del problema que yo resumo asi: LES HEMOS HECHO DAÑO A LOS JUDIOS Y ELLOS NOS HAN HECHO DAÑO A LOS CATOLICOS.

(Les recomiendo NO dejar de leer las notas a pie de página desde el mismo sitio conoze.com)

I.- Fundamentos Teologicos« anterior | indice | siguiente»

1. Una historia de la Iglesia de orientación teológica se ve obligada, en cada fase de su desarrollo, a hacer dos preguntas, que han de decidir sobre el valor de su actuación: 1) si la Iglesia, en el sentido de su misión evangelizadora, se ha esforzado suficientemente por anunciar la doctrina y el mensaje; 2) en qué grado se ha realizado la cristianización de los pueblos evangelizados (y, principalmente, en el sentido del central mandato del amor).

Al comienzo de la Edad Moderna la Iglesia se había propagado por toda Europa, hasta por el norte y por el este. El evangelio había sido anunciado a todos los pueblos allí establecidos. Únicamente existía una ecumene, la ecumene cristiana de los bautizados, unida, no obstante la multiplicidad político-nacional, en una única fe en el Dios Trino dentro de una única Iglesia. Sobre esta fe descansaba toda la vida pública, especialmente jurídica. La ecumene occidental tenía cierto conocimiento de la existencia de pueblos no cristianos; incluso conocía muy bien el Islam y su poderío. Pero, exceptuando esto, sus conocimientos sobre el paganismo eran evidentemente someros. La realidad del mundo parecía identificarse con el cristianismo; el paganismo, a pesar de todo, carecía de importancia práctica. Esto, naturalmente, no tenía el mismo sentido que en la primera y la alta Edad Media, pero a principios de la Edad Moderna la conciencia general de los occidentales bien podía resumirse legítimamente en la susodicha frase.

Y semejante conciencia no se modificaba en absoluto por el hecho de que, dentro de la comunidad cristiana occidental, hubiese una parte de población no cristiana: los judíos. Pero son éstos precisamente los que nos dan ocasión de plantear esas dos cuestiones centrales.

2. Las relaciones de la Iglesia con los judíos han sido radicalmente diferentes de las relaciones con todos los restantes pueblos no cristianos: el pueblo de Israel no era simplemente una comunidad extraña al cristianismo; al contrario, de él, el pueblo elegido, procedía el nuevo pueblo de la promesa (§ 5, II).

Pero en el siglo II ya había desaparecido en su mayor parte de la Iglesia esta conciencia de su origen judaico. Es cierto que eventualmente hubo representaciones[1] en las que sin tensión polémica alguna aparecían juntas la «Iglesia de la circuncisión» y la «Iglesia de los gentiles»; incluso en la cumbre del Medievo, cuando se comenzó a relegar a los judíos lo más posible de la comunidad civil, en algunas creaciones artísticas resonó algún eco de aquella lejana realidad (en la representación escultural de la «sinagoga»[2] del gótico maduro; en algunas representaciones del Cantar de los Cantares, como más adelante veremos. Pero esto fueron excepciones. En su mayoría, ya desde el siglo II, la Iglesia y la sinagoga han coexistido como extraños, incluso como enemigos enfrentados[3] tanto en la literatura teológica como en la conciencia viva de los cristianos.

3. Esta relación, su evolución a través del Medievo y su importancia (hasta hoy) no pueden ser justamente valoradas si no se toman también en consideración sus aspectos teológicos fundamentales: cuando vino el Mesías esperado, Israel no lo reconoció, sino que lo repudió, tomó parte esencial en su muerte por medio de sus ancianos, los sumos sacerdotes y el pueblo y reconoció expresamente su responsabilidad en ello (Mt 27,25); los apóstoles, con su predicación, tampoco pudieron ganarse a todo Israel para la buena nueva.

El judío Pablo, tan profundamente convencido de la vocación de su pueblo, al que reconoció celo por Dios y por su ley y por el cual rogaba (Rom 10,15), formuló básicamente este estado de cosas, distinguiendo entre los «israelitas» que son hijos de la promesa y por eso constituyen la nueva alianza y aquellos otros que fueron abandonados a la obstinación (ibíd. 9,7ss.18.31ss; 11,7ss.20; cf. 1 Tes 2,15ss). Pero Dios jamás retiró su promesa a Israel (Rom 11,1s.23), sino que al fin, cuando se haya convertido la masa de los paganos, «todo Israel se salvará» (ibíd. 25).

4. Cuando en el siglo II el paulinismo se desvaneció, pasó unilateralmente a primer término la idea de la reprobación. Principalmente se recordaban las palabras de la Escritura que hablan de la infidelidad de los judíos (1 Tes 2,15ss) y los judíos quedaron excluidos del cuidado misionero de la Iglesia. La evolución es clara, aunque no siempre rectilínea. Tertuliano, por ejemplo, todavía habló en sus tratados fundamentales de la estrecha unión entre el cristianismo y los judíos; sabía que la llegada definitiva de la salvación va ligada a la profetizada conservación del resto de los judíos para el tiempo final. Especialmente demostró, como antes lo hiciera Justino, que el derecho de la Iglesia cristiana se basaba en las profecías del Antiguo Testamento: el hermano mayor debe servir al menor, esto es, la Sinagoga a la Iglesia; el hijo mayor de Rebeca, el pueblo judío, ha renunciado al derecho de primogenitura: el Antiguo Testamento es prioridad de la Iglesia cristiana; la Iglesia -el nuevo Israel y la nueva alianza- ha hecho del pueblo judío cosa pretérita. Rechazando a Jesús, Israel ha consumado la idolatría, que ya le echaron en cara sus profetas. Los judíos están ahora en el error, esto es, en el reino de la mentira y de sus autores, los demonios.

5. También posteriormente se han alzado muchas voces, algunas especialmente importantes, recordando esa redención final del judaísmo. Las más insistentes fueron las de Agustín, Jerónimo, Gregorio I, eventualmente Gregorio II, Alejandro II, Pedro Damiano, los Comentarios del Cantar de los Cantares, Raimundo Lulio y otros pensadores de fines del Medievo, como veremos. Pero en el mismo Agustín este pensamiento fue acompañado de una dura condena. Crisóstomo recriminó el proselitismo judío con despiadada acritud, porque la declaración de los judíos «caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos» ha surtido los efectos de un pecado original en todo el pueblo y le ha seguido como una maldición a través de todos los países y todos los siglos. Progresivamente los judíos fueron equiparados a los paganos y herejes, que están definitivamente perdidos, y más tarde (especialmente desde las cruzadas) también a los musulmanes. Muchas veces incluso los herejes fueron preferidos a ellos.

6. En los mismos o parecidos términos, hasta los tiempos de la Edad Moderna no cesaron de repetirse las valoraciones condenatorias: «ceguera y obstinación culpable»; «perfidia» o «insolencia inextirpable»; su «antigua dureza de corazón los lleva a todos al infierno» (Pedro el Venerable); se habló de una «peste sectaria» (Honorio IV), este pueblo está «perdido», «odia la verdad», «resiste al Señor», «es de una infidelidad de acero»; «cualquier intento de predicarles la verdad resulta vano»; «por sus pecados merecieron ser aniquilados todos» (Angelomo de Luxeuil); «en el juicio final invocarán a Cristo, pero no los escuchará» (Bruno de Würzburgo).

Notas

[1] Como los dos mosaicos del siglo IV de santa Sabina en Roma.

[2] Particularmente profunda es la representación gótica de la sinagoga de la catedral de Estrasburgo: los ojos vendados, la lanza rota, sin corona, pero ¡cuánta sublimidad!

[3] En cuanto a la culpabilidad real o presunta de los judíos en las persecuciones de los cristianos, cf. § 11, especialmente la nota 26.
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Es bueno que lean "Iglesia y Sinagoga" de Joseph Lortz

http://www.conoze.com/doc.php?doc=5008


una visión más objetiva del problema que yo resumo asi: LES HEMOS HECHO DAÑO A LOS JUDIOS Y ELLOS NOS HAN HECHO DAÑO A LOS CATOLICOS.

(Les recomiendo NO dejar de leer las notas a pie de página desde el mismo sitio conoze.com)

I.- Fundamentos Teologicos« anterior | indice | siguiente»

1. Una historia de la Iglesia de orientación teológica se ve obligada, en cada fase de su desarrollo, a hacer dos preguntas, que han de decidir sobre el valor de su actuación: 1) si la Iglesia, en el sentido de su misión evangelizadora, se ha esforzado suficientemente por anunciar la doctrina y el mensaje; 2) en qué grado se ha realizado la cristianización de los pueblos evangelizados (y, principalmente, en el sentido del central mandato del amor).

Al comienzo de la Edad Moderna la Iglesia se había propagado por toda Europa, hasta por el norte y por el este. El evangelio había sido anunciado a todos los pueblos allí establecidos. Únicamente existía una ecumene, la ecumene cristiana de los bautizados, unida, no obstante la multiplicidad político-nacional, en una única fe en el Dios Trino dentro de una única Iglesia. Sobre esta fe descansaba toda la vida pública, especialmente jurídica. La ecumene occidental tenía cierto conocimiento de la existencia de pueblos no cristianos; incluso conocía muy bien el Islam y su poderío. Pero, exceptuando esto, sus conocimientos sobre el paganismo eran evidentemente someros. La realidad del mundo parecía identificarse con el cristianismo; el paganismo, a pesar de todo, carecía de importancia práctica. Esto, naturalmente, no tenía el mismo sentido que en la primera y la alta Edad Media, pero a principios de la Edad Moderna la conciencia general de los occidentales bien podía resumirse legítimamente en la susodicha frase.

Y semejante conciencia no se modificaba en absoluto por el hecho de que, dentro de la comunidad cristiana occidental, hubiese una parte de población no cristiana: los judíos. Pero son éstos precisamente los que nos dan ocasión de plantear esas dos cuestiones centrales.

2. Las relaciones de la Iglesia con los judíos han sido radicalmente diferentes de las relaciones con todos los restantes pueblos no cristianos: el pueblo de Israel no era simplemente una comunidad extraña al cristianismo; al contrario, de él, el pueblo elegido, procedía el nuevo pueblo de la promesa (§ 5, II).

Pero en el siglo II ya había desaparecido en su mayor parte de la Iglesia esta conciencia de su origen judaico. Es cierto que eventualmente hubo representaciones[1] en las que sin tensión polémica alguna aparecían juntas la «Iglesia de la circuncisión» y la «Iglesia de los gentiles»; incluso en la cumbre del Medievo, cuando se comenzó a relegar a los judíos lo más posible de la comunidad civil, en algunas creaciones artísticas resonó algún eco de aquella lejana realidad (en la representación escultural de la «sinagoga»[2] del gótico maduro; en algunas representaciones del Cantar de los Cantares, como más adelante veremos. Pero esto fueron excepciones. En su mayoría, ya desde el siglo II, la Iglesia y la sinagoga han coexistido como extraños, incluso como enemigos enfrentados[3] tanto en la literatura teológica como en la conciencia viva de los cristianos.

3. Esta relación, su evolución a través del Medievo y su importancia (hasta hoy) no pueden ser justamente valoradas si no se toman también en consideración sus aspectos teológicos fundamentales: cuando vino el Mesías esperado, Israel no lo reconoció, sino que lo repudió, tomó parte esencial en su muerte por medio de sus ancianos, los sumos sacerdotes y el pueblo y reconoció expresamente su responsabilidad en ello (Mt 27,25); los apóstoles, con su predicación, tampoco pudieron ganarse a todo Israel para la buena nueva.

El judío Pablo, tan profundamente convencido de la vocación de su pueblo, al que reconoció celo por Dios y por su ley y por el cual rogaba (Rom 10,15), formuló básicamente este estado de cosas, distinguiendo entre los «israelitas» que son hijos de la promesa y por eso constituyen la nueva alianza y aquellos otros que fueron abandonados a la obstinación (ibíd. 9,7ss.18.31ss; 11,7ss.20; cf. 1 Tes 2,15ss). Pero Dios jamás retiró su promesa a Israel (Rom 11,1s.23), sino que al fin, cuando se haya convertido la masa de los paganos, «todo Israel se salvará» (ibíd. 25).

4. Cuando en el siglo II el paulinismo se desvaneció, pasó unilateralmente a primer término la idea de la reprobación. Principalmente se recordaban las palabras de la Escritura que hablan de la infidelidad de los judíos (1 Tes 2,15ss) y los judíos quedaron excluidos del cuidado misionero de la Iglesia. La evolución es clara, aunque no siempre rectilínea. Tertuliano, por ejemplo, todavía habló en sus tratados fundamentales de la estrecha unión entre el cristianismo y los judíos; sabía que la llegada definitiva de la salvación va ligada a la profetizada conservación del resto de los judíos para el tiempo final. Especialmente demostró, como antes lo hiciera Justino, que el derecho de la Iglesia cristiana se basaba en las profecías del Antiguo Testamento: el hermano mayor debe servir al menor, esto es, la Sinagoga a la Iglesia; el hijo mayor de Rebeca, el pueblo judío, ha renunciado al derecho de primogenitura: el Antiguo Testamento es prioridad de la Iglesia cristiana; la Iglesia -el nuevo Israel y la nueva alianza- ha hecho del pueblo judío cosa pretérita. Rechazando a Jesús, Israel ha consumado la idolatría, que ya le echaron en cara sus profetas. Los judíos están ahora en el error, esto es, en el reino de la mentira y de sus autores, los demonios.

5. También posteriormente se han alzado muchas voces, algunas especialmente importantes, recordando esa redención final del judaísmo. Las más insistentes fueron las de Agustín, Jerónimo, Gregorio I, eventualmente Gregorio II, Alejandro II, Pedro Damiano, los Comentarios del Cantar de los Cantares, Raimundo Lulio y otros pensadores de fines del Medievo, como veremos. Pero en el mismo Agustín este pensamiento fue acompañado de una dura condena. Crisóstomo recriminó el proselitismo judío con despiadada acritud, porque la declaración de los judíos «caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos» ha surtido los efectos de un pecado original en todo el pueblo y le ha seguido como una maldición a través de todos los países y todos los siglos. Progresivamente los judíos fueron equiparados a los paganos y herejes, que están definitivamente perdidos, y más tarde (especialmente desde las cruzadas) también a los musulmanes. Muchas veces incluso los herejes fueron preferidos a ellos.

6. En los mismos o parecidos términos, hasta los tiempos de la Edad Moderna no cesaron de repetirse las valoraciones condenatorias: «ceguera y obstinación culpable»; «perfidia» o «insolencia inextirpable»; su «antigua dureza de corazón los lleva a todos al infierno» (Pedro el Venerable); se habló de una «peste sectaria» (Honorio IV), este pueblo está «perdido», «odia la verdad», «resiste al Señor», «es de una infidelidad de acero»; «cualquier intento de predicarles la verdad resulta vano»; «por sus pecados merecieron ser aniquilados todos» (Angelomo de Luxeuil); «en el juicio final invocarán a Cristo, pero no los escuchará» (Bruno de Würzburgo).

Notas

[1] Como los dos mosaicos del siglo IV de santa Sabina en Roma.

[2] Particularmente profunda es la representación gótica de la sinagoga de la catedral de Estrasburgo: los ojos vendados, la lanza rota, sin corona, pero ¡cuánta sublimidad!

[3] En cuanto a la culpabilidad real o presunta de los judíos en las persecuciones de los cristianos, cf. § 11, especialmente la nota 26.
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Beatriz
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MensajePublicado: Mie Abr 01, 2009 6:33 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
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II.- Desde la Antigüedad a la Alta Edad Media

1. También en el Imperio romano pagano existió el problema de los judíos y el antisemitismo. Para los romanos los judíos eran más bien antipáticos, arrogantes y presuntuosos, engreídos de su antiquísima sabiduría y exageradamente confiados (Horacio). Se burlaban de ellos por sus prescripciones referentes a la comida. En la gran ciudad de Alejandría, judía en sus dos quintas partes, se desencadenaron las primeras persecuciones antijudías que conocemos.

2. Aunque los judíos eran una nación sometida, su religión continuó siendo lícita (incluso después de la guerra de Bar Kochba, cf. § 7). Y justamente esto fue un hecho decisivo para todo el tiempo siguiente. Es cierto que el trato dado a los judíos en la práctica ha presentado continuas oscilaciones, que se contradecían con las bases jurídicas. Pero, prescindiendo de estas importantes irregularidades, es menester restringir, en muchos aspectos, la tesis generalmente difundida de los judíos sin derechos.

Pues la base jurídica para el status de los judíos siempre fue el derecho romano, recibido del Imperio antiguo en sus distintas codificaciones (Teodosio II, Alarico, Justiniano) hasta la Edad Media. Gregorio I estableció expresamente que los judíos vivieran según el derecho romano y que conforme a él fueran tratados.

El arrianismo de los conquistadores germánicos, debido a su monoteísmo, les ofreció cierta protección durante las conmociones de la invasión de los bárbaros. La legislación contenida en el derecho romano a favor de los judíos, que regulaba su situación religiosa, económica y social, jamás fue abolida jurídicamente en la Edad Media por una legislación umversalmente válida. Los judíos, como tales, jamás fueron incluidos entre los no libres, en el sentido de esclavos. Poseyeron la protección legal sobre su cuerpo y su vida, el derecho de vivir según su propia religión y de poseer sus propias sinagogas y casas de oración; fueron libres en el sentido de poder testar y pudieron poseer bienes y tierras.

3. Dentro del Imperio franco, en la Edad Media, no obstante algunas leyes de excepción, ellos eran los que en casi todas las ciudades se ocupaban, sin restricción alguna, en el comercio y la industria. Hay gran cantidad de pruebas que demuestran que los judíos no tenían impedimento para vivir y trabajar entre sus conciudadanos cristianos, participando en la vida pública y en sus más diversas manifestaciones. Hasta pasado el siglo X, las viviendas de los cristianos y de los judíos no estuvieron separadas por lo general, si bien, cuando los circuncisos eran numerosos, comprensiblemente solían vivir juntos en las conocidas juderías. Prestaban también servicio militar. Hasta el siglo XII cultivaron la agricultura en sus propios campos.

Que en la primera Edad Media los judíos no estuvieron del todo privados de libertad lo demuestra la rica vida intelectual y espiritual de sus comunidades[4].

La posición de los judíos en esta época se ve más clara, si la consideramos desde el punto de vista del sistema feudal: eran serví, es decir, vasallos, aunque de la clase ínfima, pues en el sistema feudal no podían ejercer autoridad de forma activa; tenían determinadas obligaciones, se les llamaba para ciertos servicios; pero también los señores tenían obligaciones para con ellos; los judíos tenían derecho legal de protección.

En el siglo XIII, sin embargo, la nueva codificación del derecho romano equiparó servus con «esclavo», y por eso los judíos aparecieron como «sin derecho». En muchas cosas y de forma decisiva fueron protegidos contra intentos encaminados a limitar injustamente su libertad. Carlomagno se benefició de sus conocimientos idiomáticos, Ludovico Pío se opuso a los tenaces intentos, hostiles a los judíos, del obispo Agobardo de Lyón[5] († 840), e igualmente su sucesor, Carlos el Calvo, también se opuso a los deseos del obispo Amolo, sucesor de Agobardo. Entonces el emperador tomó a los judíos bajo su tutela (defensio). Emperadores posteriores renovaron y ampliaron esta protección (económicamente provechosa), como los Otones, Enrique IV, Barbarroja, Federico II, hasta que los «chambelanes imperiales» bajo Luis el Bávaro (según su opinión) se convirtieron en propiedad material suya y a su entera disposición. Esta protección salvó muchas veces a los judíos del exilio y del bautismo por la fuerza, o hizo que las injusticias perpetradas les fuesen parcialmente reparadas[6].

4. Donde los judíos estuvieron relativamente mejor protegidos fue en el derecho eclesiástico. Es cierto que un hombre como Ambrosio se negó taxativamente a que una sinagoga, derribada por la plebe, fuera construida de nuevo (cf. § 30, I); también encontramos en la Iglesia penosas condenas sumarias de la «raza adúltera, que se levanta contra la inmaculada esposa del Señor». Pero Gregorio I los trató con mesura verdaderamente romana[7]. Fue su opinión la que entró en la tantas veces renovada Bula de los Judíos (Sicut Judaeos), por la cual a los judíos se les garantizaba la libertad de creencias, la vida y las propiedades. En general puede decirse que fueron los papas los que con mayor justicia trataron a los judíos[8] y que en definitiva, a finales del Medievo, Italia era para ellos el lugar más seguro para vivir. Muchas veces atendieron los papas la llamada de auxilio de los judíos. Repetidas veces prohibieron el bautismo obligatorio. Desde el siglo XIII, papas como Inocencio IV, Gregorio IX, Gregorio X, Martín V y Nicolás V se alzaron expresamente contra la terrible acusación de asesinato ritual (véase más adelante).

5. Pero aquella protección legal se vio, en todos los siglos, limitada en muchos casos particulares por pequeños señores, por obispos y sínodos, o groseramente lesionada por el pueblo. Lo que quiere decir que la situación jurídica de los judíos, a pesar de tener garantizada una protección de base, de hecho en muchos casos se vio a la vez peligrosamente amenazada. En la conciencia general pasaban por ser más o menos ciudadanos de segundo orden. Esto es explicable partiendo del concepto de la única cristiandad occidental. Pero, como queda dicho, el supuesto de que la situación de los judíos era completamente insegura es un supuesto - cuando menos para la primera y para los comienzos de la alta Edad Media- enteramente ilegítimo.

6. Los judíos siempre han sido una minoría, pero, también siempre, de una sorprendente vitalidad. Esto se manifestó (en el antiguo Imperio romano como en el Occidente que comenzaba a ser cristiano) en su ardiente deseo de propagar su fe. El afán de hacer prosélitos pertenece, desde el Antiguo Testamento, a la misma esencia del judaísmo: ¡el exilio de Israel fue predispuesto por el Eterno precisamente para que pudiera propagar su mensaje! Por la historia de la Iglesia antigua conocemos la poderosa fuerza de atracción del monoteísmo (§ 6; además Mt 23,15; Hch 2,5ss). La base era la enorme riqueza religiosa del Antiguo Testamento y sus comentarios, a menudo muy importantes. De la conciencia de hallarse bajo la dirección de Yahvé y de su ley y bajo su prometida fidelidad el judaísmo extrajo inusitadas fuerzas para soportar su mayor o menor aislamiento en la confesión del Santísimo Nombre del Dios Uno, sin abandonar jamás sus esperanzas mesiánicas[9].

También en el Medievo cristiano la fe judía tendió con su inmanente impulso misionero hacia fuera. Esto es explicable, sin más, frente a los esclavos y empleados no judíos (ningún incircunciso podía habitar en la comunidad doméstica)[10]. Durante todo el Medievo vemos, en repetidas prescripciones, los esfuerzos de los sínodos para preservar a dichos empleados del proselitismo judaico. También encontramos diversas medidas que tratan de contrarrestar la fuerza de atracción del ser y el culto judíos.

Es preciso tener en cuenta este proselitismo si queremos comprender de alguna manera la postura cristiana frente al judaísmo. En un país donde los judíos habían alcanzado una importante posición económica y política, como en el reino visigótico arriano, podían representar un auténtico peligro para la unidad del Estado y para su carácter cristiano; así es más comprensible una reacción antisemita.

7. España presenta un caso especial en la historia de los judíos hasta las postrimerías de la Edad Media. En España había muchos judíos desde tiempo inmemorial y su número crecía rápidamente. Ya en el riguroso Concilio de Elvira, junto a Granada (305), y Gregorio de Elvira († después del 392) intentaron paliar su influencia. En el reino visigótico arriano la sinagoga floreció política y económicamente.

a) La situación cambió cuando el rey Recaredo se convirtió al catolicismo (589). Los judíos fueron los únicos que no se integraron por completo en la unidad católico-estatal del reino visigodo. Por otra parte, con su fe antiquísima, profundamente arraigada, significaban un auténtico peligro religioso para los visigodos, cristianizados hacía poco y más o menos superficialmente. Sin número, como su importancia en la economía y en la administración, hacía imposible la expulsión. Así, durante todo el siglo VII, hubo toda una enorme cantidad de decretos radicalmente antijudíos de los concilios de Toledo o, respectivamente, de los reyes, con los que se pretendía introducir a los judíos por la fuerza en el cristianismo.

b) De estos bautismos forzados tenemos noticias procedentes del Imperio franco de Clodoveo, del obispo Avito de Clermont (574), del Concilio de Clichy (626) y de Marsella (691). Pero el papa Gregorio se había declarado en contra de ellos, afirmando atinadamente que así no se podía propagar la verdadera fe; los obligados al bautismo se aferrarían en su interior a sus antiguas creencias. En la práctica, también Gregorio actuó en el mismo sentido; exigió que se les devolviera a los judíos los ornamentos robados de sus sinagogas y hasta sus Libros Sagrados.

Naturalmente, ni él mismo pudo permanecer del todo fiel a ese ideal. De él procede aquella fatídica frase, luego tantas veces repetida: «aunque los bautizados a la fuerza no lleguen a ser buenos cristianos, quizá lo sean sus hijos». También el gran Isidoro de Sevilla (§ 36), que igualmente rechazaba el bautismo obligatorio, alabó el celo de algunos fanáticos obcecados. Y precisamente el bautismo a la fuerza se convirtió en la consigna de todo un siglo en la historia de los judíos de la España visigótica.

c) Los pormenores de estas conversiones violentas, repetidos hasta la saciedad, demuestran una trágica mezcolanza de falso punto de partida, comprensible reacción y venenosa desconfianza por ambas partes: una situación sin salida.

Lo más terrible y trágico del caso salió a la luz por vez primera en un edicto del rey Sisenando del 613: objetivizando de una forma desarmante el opus operantum del bautismo y el proceso de la fe, se declara: «forzó a los judíos a abrazar la fe de Cristo», ellos «recibieron» la fe.

d) La praxis del bautismo obligatorio y su defensa teórica coinciden con la idea medieval de que «sólo los que vivan dentro de la Iglesia visible escaparán al diluvio». Entre los «malditos» figuran todos los no bautizados y, por tanto, también los judíos en su perfidia. Según la opinión teológica general, no podía haber propiamente infieles inocentes. Aplicándolo a los judíos, se argumentaba así: en el Antiguo Testamento se les ofreció una buena parte de la doctrina cristiana; ahora viven dentro de la cristiandad, donde, en la Iglesia, se predica todo el evangelio. Si no aceptan la fe, son culpables.

(Naturalmente, en contra de esto estaba el principio de la teología iluminada, al cual, con toda razón, apelaban repetidamente los judíos: nadie puede ser apartado de su fe en contra de su voluntad. Pero el mismo santo Tomás, que defendía esta afirmación fundamental, exigía un tratamiento especial para los judíos).

e) La ejecución de estos decretos y de los que luego seguirían hasta principios del siglo siguiente, aún más radicales[11], al incluir la expulsión de los no bautizados, hicieron superfluas las sinagogas; y éstas les fueron arrebatadas a los judíos y destruidas o convertidas en templos cristianos. La frecuencia de esta práctica se demuestra por el Sacramentarium Gelasianum, que contiene unas fórmulas propias para consagrar las iglesias que anteriormente habían sido sinagogas. Hasta finales del siglo VII (o sea, hasta el XVII Concilio de Toledo), junto con las leyes sobre moral[12] y costumbres, hay cánones antijudíos, que reproducen el contenido de las negaciones de los sínodos. Es cierto que en el XVI Concilio de Toledo (693) a los judíos se les prometió que, si por el bautismo forzoso se convertían honradamente a la fe, serían totalmente equiparados a los restantes súbditos del rey. Mas como entonces se descubrió una conjuración entre judíos españoles y del norte de África, el fisco embargó los bienes de todos los judíos (incluidos los bautizados), todos ellos fueron degradados a esclavos y, aún así, no se les permitió vivir según las normas judías, y sus hijos debían serles quitados a la edad de siete años «para unirlos más firmemente con Cristo»[13].

El resultado no podía ser otro que frío odio e hipocresía por una parte, y desconfianza y nuevas y graves acusaciones por otra. A los neocristianos se les trató como judíos, y así se les llamaba, y se les prohibió todo contacto con los aún no bautizados bajo el más severo de los castigos (azotamiento público). Por principio, todos los bautizados a la fuerza eran sospechosos de reincidencia, indignos de crédito aun en su profesión de fe cristiana. Los no bautizados eran, en definitiva, más dignos de crédito que las infelices víctimas de la coacción. La desconfianza inventó gran cantidad de medidas de seguridad, profesiones de fe por escrito con gran abundancia de detalles, deberes referentes a la vivienda y durante un viaje (regreso obligatorio). Los matrimonios sólo podían concertarse con antiguos cristianos. Los reincidentes debían ser apedreados por los mismos judíos o condenados a la hoguera. Si se les indultaba, perdían la libertad, con todos sus bienes; quedaba expresamente prohibido ayudarles.

f) En contradicción no muy clara con todo esto está el IV Concilio de Toledo (633). Decretó que en adelante ya nadie más podía ser llevado a la fe por la fuerza: porque Dios usa de misericordia con quien quiere y endurece también a quien quiere (Rom 9,1Cool. La conversión sólo puede venir por la gracia, no por la fuerza. Requiere el convencimiento por razones. Pero ni aquí ni en parte alguna surge ninguna duda sobre la validez del bautismo forzado[14]. Precisamente por eso la recaída al judaísmo de los bautizados a la fuerza fue considerada y castigada como apostasía de la fe y herejía.

g) Dada esta situación de conjunto, puede que alguien se asombre de que todavía hubiera judíos que, plenamente convencidos, se adaptaran al cristianismo y vivieran como cristianos ejemplares. Desde luego, constituían una excepción, de escasa importancia en la situación general. Hasta la invasión musulmana (711), las medidas eclesiásticas y civiles contra los judíos no tuvieron éxito alguno. Esto se demostró cuando el país fue conquistado por los árabes: los judíos se pasaron inmediatamente a los nuevos señores. Las sinagogas experimentaron un gran florecimiento y, con el apoyo de los árabes, llegaron incluso a la judaización por la fuerza.

8. Hacia finales del siglo X, el antiguo derecho romano había desaparecido en todas partes menos en el mediodía de Francia; en ese mismo tiempo la situación de los judíos empeoró jurídica y humanamente. Se les cerró el acceso a todos los cargos públicos. De propietarios y terratenientes que eran se convirtieron en pequeños arrendatarios. Es cierto que, por ejemplo, Enrique II, en el 1004, aún se resistió cuando algunos obispos del Rin reivindicaron el derecho de disposición sobre los judíos; pero la nueva concepción acabó imponiéndose; en adelante, los bienes sólo pertenecen a los judíos como feudo de por vida y a su muerte han de volver a su señor.

a) El empeoramiento de la situación de los judíos estuvo también relacionado con el crecimiento de la conciencia cristiano-medieval en el Occidente, el cual, al cambio del milenio, cada vez con más fuerza y claridad se sentía como un organismo cristiano-unitario, y así se supo expresar en la Iglesia imperial. Además, a partir del siglo XI, cuanto más se fue desarrollando el plan de arrebatar Palestina a los infieles por la fuerza de las armas, tanto más fácilmente pudieron los judíos (que, por lo demás, nunca desistieron completamente de sus esperanzas mesiánicas sobre Tierra Santa) aparecer como enemigos de la Europa cristiana. Los no bautizados fueron considerados, con una conciencia cada vez más clara, como decididos enemigos dentro de la comunidad cristiana y de las estructuras estatales cristianas y, mucho más aún, dentro de la Iglesia latina, que abarcaba todo el Occidente.

b) A principios del siglo XI, esta opinión se vio grandemente favorecida porque los judíos fueron acusados de alta traición[15]: según la acusación, había intrigas secretas entre judíos franceses e italianos y musulmanes (se decía que los judíos habían instigado a los infieles para que destruyesen los Lugares Sagrados). Entonces muchos países decidieron expulsar a los judíos. Hubo levantamientos tumultuarios con homicidios y asesinatos (por ejemplo: el año 1012, en Maguncia).

También tuvo parte en esto el pánico ante el fin del mundo del año 1000: se relacionó con los judíos la figura del anticristo, como aliado suyo. O también se les atribuyó la responsabilidad de un terremoto, como el de Roma de 1020.

La creciente aversión hacia los judíos se hace sobremanera clara para nosotros en la ceremonia de la bofetada de Tolosa (Francia), de esta misma época: por Pascua, un judío debía recibir una bofetada de un cristiano, a modo de castigo o de reparación por los padecimientos y la muerte del Señor, que los judíos habían causado.

También entonces, la aversión hacia los judíos volvió a tener en España una manifestación violenta. La guerra contra los árabes en el siglo XI se consideró como una empresa específicamente cristiana y religiosa; en ella, naturalmente, no podían participar soldados judíos. Por eso, antes de llegar al choque con los árabes, se aprovechó la ocasión de meterse, de paso, con los israelitas. Fue entonces (1063) cuando el papa Alejandro II censuró que se tratase a los judíos como a los musulmanes[16].

9. Estos diversos modos y etapas del empeoramiento del status jurídico de los judíos en la primera Edad Media de Europa fueron sólo episodios aislados (a excepción de las persecuciones en el reino visigótico). Podemos una y otra vez constatar que la expulsión de una ciudad no impedía que, inmediatamente o pocos años después, volviera a haber allí judíos y comunidades judías. Sin embargo, el hecho de que veamos estos desórdenes al mismo tiempo, en tan diferente lugar y tan a menudo, es ya un amenazador anuncio de la desgracia futura. La situación para los judíos, bajo muchos aspectos, era muy delicada. En el desdichado año 1096 todo parecía normal en las ciudades renanas; pero inmediatamente veremos cuán engañosa era esta calma exterior.

También la canonística de entonces es un buen índice del cambio que se está operando: a diferencia de Burckhard de Worms († 1025), que había enjuiciado a los judíos partiendo de la base de su anunciada salvación al fin de los tiempos, hacia finales del siglo (1094) Ivo de Chartres, en su recopilación, declaraba condenados a los judíos junto con todos los herejes.

10. Con todo, aún no hemos llegado al giro decisivo. Antes bien, las medidas protectoras de Enrique IV y Barbarroja hicieron que las cruzadas dejaran a salvo la seguridad legal de los judíos; los judíos no se convirtieron aún en aquella clase de pueblo jurídicamente degradada que ya conoceremos en las postrimerías de la Edad Media.

Desde el punto de vista de la historia de la Iglesia, sin embargo, las cruzadas fueron decisivas en lo que a nuestro tema se refiere, porque toda esa serie de monstruosos sucesos aislados plantea de forma acuciante la dos preguntas formuladas al principio de este apéndice -y la respuesta es negativa. Para muchos cristianos, la vida del prójimo valía muy poco cuando de un judío se trataba; se le consideraba un musulmán, cuyo aniquilamiento (como hasta un san Bernardo formula en la regla de su orden para los templarios) no es un homicidio (homicidium), sino la «eliminación del mal» (malicidium).

11. De actos de violencia antisemitas a comienzos de la primera cruzada nos informan fuentes fidedignas, tanto cristianas como judías. Algunos relatos cristianos son de una crueldad verdaderamente ingenua, desarmante: «Cuando los cruzados atravesaban Sajonia, Bohemia y Franconia oriental», así se dice, «o bien exterminaron, o bien obligaron al bautismo a los restos de los incrédulos judíos, esos enemigos de la Iglesia, en todas las ciudades... Muchos de ello volvieron a sus antiguas creencias, como el perro vuelve a lo que previamente ha vomitado». Hay un testigo excepcional, que nos describe de este modo las reflexiones de los cruzados de Ruán: que es muy largo el viaje contra los enemigos de Cristo en el Oriente; que eso es un trabajo equivocado; aquí, ante nuestros ojos, tenemos a los judíos, que es el pueblo más enemigo de Dios que existe... De modo que con astucia o violencia hicieron entrar a los judíos en una iglesia y los sacrificaron a todos, sin distinción de edad ni de sexo. Solamente escaparon los que se sometieron a la doctrina cristiana.

a) Entonces surgieron esas inextirpables sospechas, que desde entonces hasta la Edad Moderna se transmitirían sin cesar, con una enorme dosis de credulidad, y que excitaron el ánimo del pueblo y condujeron a una justicia cruel o, mejor dicho, a unos crímenes de justicia: acusaciones de profanación de la Hostia, de asesinato ritual, de propagación de la peste, envenenamiento de fuentes, pozos, ríos.

b) Impresionante fue el curso de los acontecimientos al comienzo de la primera cruzada, en el 1096, en la zona del Rin, particularmente en Maguncia, Coblenza y Worms, en Neuss, Tréveris, Andernach y Metz, y también en Bohemia y Hungría. Reiteradas noticias nos informan de extorsiones y asesinatos sin cuento, sin sentido ni motivo justificado, nacidos de los más bajos instintos.

c) Las comunidades judías del norte de Francia advirtieron a las de Maguncia del inminente peligro que suponían las masas de cruzados que se marchaban hacia el sudeste. La comunidad de Maguncia les contestó que gustosamente estaba dispuesta a prestarles toda la ayuda posible a sus correligionarios de Francia. ¡Pero que ellos estaban completamente a salvo! Pronto se reveló que los judíos franceses tenían razón. Se divulgaron unas supuestas declaraciones de Godofredo de Bouillon, según las cuales antes de emprender el viaje a Tierra Santa había que exterminar primeramente a todos los judíos. También se difundió la monstruosa idea de que cualquiera que matase a un judío quedaba exento de do y de culpa.

Efectivamente, la desgracia se abatió sobre los judíos, pese a las pingües ofertas de dinero hechas a Godofredo de Bouillon, luego al arzobispo de Maguncia y al burgrave de la misma ciudad y, finalmente al grueso del «ejército de los cruzados» que acababa de llegar a las puertas de Maguncia. Los judíos se levantaron en armas para «santificar el Nombre de Dios». Acaeció una espantosa tragedia, llena de monstruosa crueldad. En la noche del 27 de mayo de 1096 quedó aniquilada la mayor parte de la comunidad. Hubo también muchos suicidios (de mujeres, que antes mataban a sus hijos). Medio centenar de judíos se salvó en el palacio episcopal, pero luego fue llevado, bajo escolta, a Rüdesheim. Pero tampoco allí se les dejó otra opción que el bautismo forzoso o la muerte. Todos fueron asesinados o se suicidaron, entre ellos también los bautizados a la fuerza.

El número de muertos sobrepasó el millar. También en Worms hubo otras mil víctimas[17]. Sólo el obispo de Spira, que ya en el 1084 había ofrecido a los judíos el derecho de autogobernarse en su ciudad, se impuso también ahora contra el populacho.

d) El juicio que nos merecen estos cristianos, que habían partido para liberar de las manos de los infieles los lugares santificados por el Señor, no es necesario que lo formulemos siquiera. Sus propias acciones dan un terrible testimonio de su cristianismo; pero no hubieran sido posibles si no hubieran fracasado igualmente algunos jefes de la cristiandad: con harto desenfreno y autosuficiencia habían permitido que la idea del pueblo judío deicida degenerase en un latente antisemitismo.

e) No obstante, los judíos no estaban perdidos. Enrique IV,

informado por un mensajero de Maguncia, tomó bajo su protección todas

las sinagogas de Alemania. Incluso permitió a los judíos retornar a su religión[18].

12. Cuando un monje cisterciense predicaba la segunda cruzada en los márgenes del Rin, también hubo levantamientos tumultuarios contra los judíos; pero entonces se manifestó la profética capacidad de discernimiento de san Bernardo de Claraval: supo refrenar en sus límites al monje y se convirtió en protector de los judíos[19]:: no se debe ni perseguirlos ni desterrarlos; porque ellos son testigos vivientes de nuestra redención, que ponen ante nuestros ojos la pasión del Señor[20].

No obstante, también en Bernardo se ve claramente cuán lejos del pensamiento de la época estaba la preocupación por una auténtica misión evangélica entre los judíos. De su obra posterior sobre la meditación (§ 50) se infiere, en cierto modo, que la terrible derrota con que había terminado la segunda cruzada (¡la suya!) había sacudido la conciencia occidental con un hecho: que el paganismo era una realidad; que todavía un vasto campo fuera de Occidente esperaba el cumplimiento del mandato evangelizador del Señor. Por eso Bernardo recuerda al papa su deber de no poner límites a la predicación del evangelio. La palabra de la fe debe anunciarse en todas partes: «Debes esforzarte todo lo que puedas por convertir a los infieles a la fe, no consentir que caigan los convertidos y volver a levantar a los caídos... Los seducidos (herejes y cismáticos) deben ser convencidos con razones válidas: o bien deben mejorarse ellos mismos, o bien deben ser privados por la fuerza de la autoridad y las posibilidades de llevar a otros al error...». Pero ¿y los judíos? «Por cuanto a ellos se refiere, quedas exonerado de la tarea: a ellos (esto es, a su conversión) se les ha prefijado un tiempo. Sólo tras la conversión de todos los paganos llegará su tiempo; no puede ser anticipado».

13. En la tercera cruzada fue Barbarroja quien, con un duro edicto, procedió contra la persecución de los judíos: la mano del que hiriese a un judío debía ser cortada y por el asesinato de un judío se estableció la pena de muerte. A cambio del pago de un tributo permanente los judíos se convertían en «chambelanes imperiales», que no podían ser oprimidos. El arzobispo de Maguncia dispuso incluso que la cruzada de un asesino de judíos no tenía valor, esto es, que no tenía fuerza redentora de pecados.

Notas

[4] Los sabios judíos fueron eminentes mediadores o transmisores de su propia tradición, como también del patrimonio cultural islámico. Hacia el año 1000 florecieron en Alemania y Francia los estudios del Talmud. En Maguncia, por ejemplo, había muchos e ilustres rabinos, sabios y poetas. Tenemos noticias de asambleas de rabinos durante varios siglos.

[5] Agobardo pensaba: «Quien está fuera de la fe debe ser excluido de la ley general». Como más tarde su sucesor, también él se opuso a las disputas con los hebreos, porque de ellos no se sacaba nada; al contrario, muchos cristianos se dejaban seducir.

[6] En la alta y baja Edad Media se concedió eventualmente (en contradicción con la evolución general) cierta protección a los judíos por parte de algunas ciudades o de los consejos ciudadanos.

[7] Subraya que la pasión de Jesús fue causada por toda la humanidad, es decir, no sólo por los judíos.

[8] Por el contrario, una familia de origen judío, la de los Pierleoni, apoyó la reforma de la Iglesia en el siglo XI (cf. § 45).

[9] Sus esperanzas, alimentadas especialmente por Ezequiel, les anunciaban, como fruto de la justa transformación de las cosas por obra del Mesías, no sólo alegrías, sino también venganzas.

[10] De hecho, también conocemos algunas conversiones aisladas al judaísmo, por ejemplo, un clérigo de Ludovico Pío, Bodo, que tomó el nombre de Eleazar y propugnó una intensa judaización. A él, que había pasado de «temeroso de Dios» a judío circunciso, le respondió el docto Paulo Alvaro de Córdoba. En el último tercio del siglo XI se convirtió incluso el arzobispo Andrés de Bari.

[11] Especialmente desde el rey Ervigio (680-687; XII Concilio de Toledo, en 681), que quería extirpar de raíz «esa peste judía que se reproduce constantemente».

[12] Tanto en el pueblo como en el clero parecían haber decaído peligrosamente, como también la asistencia a las funciones religiosas.

[13] Eran llevados a conventos. En la segunda fase de la represión de los judíos en España, en las postrimerías de la Edad Media, también solían llevarlos a alguna isla.

[14] Sin embargo, hay algunos casos en que a los bautizados a la fuerza se les permitía volver a su fe judía, como más adelante veremos.

[15] Una acusación parecida la encontramos ya en el XVII Concilio de Toledo, como ya hemos visto.

[16] Supone que se obra más por codicia que por ignorancia. También Gregorio IX manifestó en 1233 y nuevamente en 1236 que la persecución de los judíos no se debía a motivos seriamente religiosos; lo que se quería era más bien librarse de los acreedores.

[17] ¡Mil, de una población ciudadana de quizá seis mil!

[18] El antipapa Clemente III, apoyado por Enrique, consideró, sin embargo, hacia el año 1098 que este permiso era «inaudito y sacrilego» y ordenó al obispo de Bamberg que lo retirase. El obispo Hermann de Praga se lamentaba en su lecho de muerte de haber consentido la recaída de aquellos que en 1096 habían sido bautizados contra su voluntad por los cruzados. Entre 1168 y 1176, el obispo de Sens brindó a los judíos bautizados a la fuerza la misma posibilidad, pero por un rescate altísimo.

[19] Pero no hay que olvidar que Bernardo, cuando intervino en favor del papa Inocencio y en contra de Anacleto, que procedía de la familia de origen judío de los Pierleoni, sacó también a colación la ascendencia judía de Anacleto y la utilizó contra él; un retoño judío en la Santa Sede sería una ofensa a Cristo.

[20] Este «lugar común» se repite más tarde en la ley de paz territorial de Maguncia de 1265; la Iglesia conserva a los judíos sólo para recordar la pasión del Señor; el que los ofende o los mata debe ser castigado como quebrantador de la paz.
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Beatriz
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MensajePublicado: Mie Abr 01, 2009 6:35 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
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II.- Desde la Antigüedad a la Alta Edad Media

1. También en el Imperio romano pagano existió el problema de los judíos y el antisemitismo. Para los romanos los judíos eran más bien antipáticos, arrogantes y presuntuosos, engreídos de su antiquísima sabiduría y exageradamente confiados (Horacio). Se burlaban de ellos por sus prescripciones referentes a la comida. En la gran ciudad de Alejandría, judía en sus dos quintas partes, se desencadenaron las primeras persecuciones antijudías que conocemos.

2. Aunque los judíos eran una nación sometida, su religión continuó siendo lícita (incluso después de la guerra de Bar Kochba, cf. § 7). Y justamente esto fue un hecho decisivo para todo el tiempo siguiente. Es cierto que el trato dado a los judíos en la práctica ha presentado continuas oscilaciones, que se contradecían con las bases jurídicas. Pero, prescindiendo de estas importantes irregularidades, es menester restringir, en muchos aspectos, la tesis generalmente difundida de los judíos sin derechos.

Pues la base jurídica para el status de los judíos siempre fue el derecho romano, recibido del Imperio antiguo en sus distintas codificaciones (Teodosio II, Alarico, Justiniano) hasta la Edad Media. Gregorio I estableció expresamente que los judíos vivieran según el derecho romano y que conforme a él fueran tratados.

El arrianismo de los conquistadores germánicos, debido a su monoteísmo, les ofreció cierta protección durante las conmociones de la invasión de los bárbaros. La legislación contenida en el derecho romano a favor de los judíos, que regulaba su situación religiosa, económica y social, jamás fue abolida jurídicamente en la Edad Media por una legislación umversalmente válida. Los judíos, como tales, jamás fueron incluidos entre los no libres, en el sentido de esclavos. Poseyeron la protección legal sobre su cuerpo y su vida, el derecho de vivir según su propia religión y de poseer sus propias sinagogas y casas de oración; fueron libres en el sentido de poder testar y pudieron poseer bienes y tierras.

3. Dentro del Imperio franco, en la Edad Media, no obstante algunas leyes de excepción, ellos eran los que en casi todas las ciudades se ocupaban, sin restricción alguna, en el comercio y la industria. Hay gran cantidad de pruebas que demuestran que los judíos no tenían impedimento para vivir y trabajar entre sus conciudadanos cristianos, participando en la vida pública y en sus más diversas manifestaciones. Hasta pasado el siglo X, las viviendas de los cristianos y de los judíos no estuvieron separadas por lo general, si bien, cuando los circuncisos eran numerosos, comprensiblemente solían vivir juntos en las conocidas juderías. Prestaban también servicio militar. Hasta el siglo XII cultivaron la agricultura en sus propios campos.

Que en la primera Edad Media los judíos no estuvieron del todo privados de libertad lo demuestra la rica vida intelectual y espiritual de sus comunidades[4].

La posición de los judíos en esta época se ve más clara, si la consideramos desde el punto de vista del sistema feudal: eran serví, es decir, vasallos, aunque de la clase ínfima, pues en el sistema feudal no podían ejercer autoridad de forma activa; tenían determinadas obligaciones, se les llamaba para ciertos servicios; pero también los señores tenían obligaciones para con ellos; los judíos tenían derecho legal de protección.

En el siglo XIII, sin embargo, la nueva codificación del derecho romano equiparó servus con «esclavo», y por eso los judíos aparecieron como «sin derecho». En muchas cosas y de forma decisiva fueron protegidos contra intentos encaminados a limitar injustamente su libertad. Carlomagno se benefició de sus conocimientos idiomáticos, Ludovico Pío se opuso a los tenaces intentos, hostiles a los judíos, del obispo Agobardo de Lyón[5] († 840), e igualmente su sucesor, Carlos el Calvo, también se opuso a los deseos del obispo Amolo, sucesor de Agobardo. Entonces el emperador tomó a los judíos bajo su tutela (defensio). Emperadores posteriores renovaron y ampliaron esta protección (económicamente provechosa), como los Otones, Enrique IV, Barbarroja, Federico II, hasta que los «chambelanes imperiales» bajo Luis el Bávaro (según su opinión) se convirtieron en propiedad material suya y a su entera disposición. Esta protección salvó muchas veces a los judíos del exilio y del bautismo por la fuerza, o hizo que las injusticias perpetradas les fuesen parcialmente reparadas[6].

4. Donde los judíos estuvieron relativamente mejor protegidos fue en el derecho eclesiástico. Es cierto que un hombre como Ambrosio se negó taxativamente a que una sinagoga, derribada por la plebe, fuera construida de nuevo (cf. § 30, I); también encontramos en la Iglesia penosas condenas sumarias de la «raza adúltera, que se levanta contra la inmaculada esposa del Señor». Pero Gregorio I los trató con mesura verdaderamente romana[7]. Fue su opinión la que entró en la tantas veces renovada Bula de los Judíos (Sicut Judaeos), por la cual a los judíos se les garantizaba la libertad de creencias, la vida y las propiedades. En general puede decirse que fueron los papas los que con mayor justicia trataron a los judíos[8] y que en definitiva, a finales del Medievo, Italia era para ellos el lugar más seguro para vivir. Muchas veces atendieron los papas la llamada de auxilio de los judíos. Repetidas veces prohibieron el bautismo obligatorio. Desde el siglo XIII, papas como Inocencio IV, Gregorio IX, Gregorio X, Martín V y Nicolás V se alzaron expresamente contra la terrible acusación de asesinato ritual (véase más adelante).

5. Pero aquella protección legal se vio, en todos los siglos, limitada en muchos casos particulares por pequeños señores, por obispos y sínodos, o groseramente lesionada por el pueblo. Lo que quiere decir que la situación jurídica de los judíos, a pesar de tener garantizada una protección de base, de hecho en muchos casos se vio a la vez peligrosamente amenazada. En la conciencia general pasaban por ser más o menos ciudadanos de segundo orden. Esto es explicable partiendo del concepto de la única cristiandad occidental. Pero, como queda dicho, el supuesto de que la situación de los judíos era completamente insegura es un supuesto - cuando menos para la primera y para los comienzos de la alta Edad Media- enteramente ilegítimo.

6. Los judíos siempre han sido una minoría, pero, también siempre, de una sorprendente vitalidad. Esto se manifestó (en el antiguo Imperio romano como en el Occidente que comenzaba a ser cristiano) en su ardiente deseo de propagar su fe. El afán de hacer prosélitos pertenece, desde el Antiguo Testamento, a la misma esencia del judaísmo: ¡el exilio de Israel fue predispuesto por el Eterno precisamente para que pudiera propagar su mensaje! Por la historia de la Iglesia antigua conocemos la poderosa fuerza de atracción del monoteísmo (§ 6; además Mt 23,15; Hch 2,5ss). La base era la enorme riqueza religiosa del Antiguo Testamento y sus comentarios, a menudo muy importantes. De la conciencia de hallarse bajo la dirección de Yahvé y de su ley y bajo su prometida fidelidad el judaísmo extrajo inusitadas fuerzas para soportar su mayor o menor aislamiento en la confesión del Santísimo Nombre del Dios Uno, sin abandonar jamás sus esperanzas mesiánicas[9].

También en el Medievo cristiano la fe judía tendió con su inmanente impulso misionero hacia fuera. Esto es explicable, sin más, frente a los esclavos y empleados no judíos (ningún incircunciso podía habitar en la comunidad doméstica)[10]. Durante todo el Medievo vemos, en repetidas prescripciones, los esfuerzos de los sínodos para preservar a dichos empleados del proselitismo judaico. También encontramos diversas medidas que tratan de contrarrestar la fuerza de atracción del ser y el culto judíos.

Es preciso tener en cuenta este proselitismo si queremos comprender de alguna manera la postura cristiana frente al judaísmo. En un país donde los judíos habían alcanzado una importante posición económica y política, como en el reino visigótico arriano, podían representar un auténtico peligro para la unidad del Estado y para su carácter cristiano; así es más comprensible una reacción antisemita.

7. España presenta un caso especial en la historia de los judíos hasta las postrimerías de la Edad Media. En España había muchos judíos desde tiempo inmemorial y su número crecía rápidamente. Ya en el riguroso Concilio de Elvira, junto a Granada (305), y Gregorio de Elvira († después del 392) intentaron paliar su influencia. En el reino visigótico arriano la sinagoga floreció política y económicamente.

a) La situación cambió cuando el rey Recaredo se convirtió al catolicismo (589). Los judíos fueron los únicos que no se integraron por completo en la unidad católico-estatal del reino visigodo. Por otra parte, con su fe antiquísima, profundamente arraigada, significaban un auténtico peligro religioso para los visigodos, cristianizados hacía poco y más o menos superficialmente. Sin número, como su importancia en la economía y en la administración, hacía imposible la expulsión. Así, durante todo el siglo VII, hubo toda una enorme cantidad de decretos radicalmente antijudíos de los concilios de Toledo o, respectivamente, de los reyes, con los que se pretendía introducir a los judíos por la fuerza en el cristianismo.

b) De estos bautismos forzados tenemos noticias procedentes del Imperio franco de Clodoveo, del obispo Avito de Clermont (574), del Concilio de Clichy (626) y de Marsella (691). Pero el papa Gregorio se había declarado en contra de ellos, afirmando atinadamente que así no se podía propagar la verdadera fe; los obligados al bautismo se aferrarían en su interior a sus antiguas creencias. En la práctica, también Gregorio actuó en el mismo sentido; exigió que se les devolviera a los judíos los ornamentos robados de sus sinagogas y hasta sus Libros Sagrados.

Naturalmente, ni él mismo pudo permanecer del todo fiel a ese ideal. De él procede aquella fatídica frase, luego tantas veces repetida: «aunque los bautizados a la fuerza no lleguen a ser buenos cristianos, quizá lo sean sus hijos». También el gran Isidoro de Sevilla (§ 36), que igualmente rechazaba el bautismo obligatorio, alabó el celo de algunos fanáticos obcecados. Y precisamente el bautismo a la fuerza se convirtió en la consigna de todo un siglo en la historia de los judíos de la España visigótica.

c) Los pormenores de estas conversiones violentas, repetidos hasta la saciedad, demuestran una trágica mezcolanza de falso punto de partida, comprensible reacción y venenosa desconfianza por ambas partes: una situación sin salida.

Lo más terrible y trágico del caso salió a la luz por vez primera en un edicto del rey Sisenando del 613: objetivizando de una forma desarmante el opus operantum del bautismo y el proceso de la fe, se declara: «forzó a los judíos a abrazar la fe de Cristo», ellos «recibieron» la fe.

d) La praxis del bautismo obligatorio y su defensa teórica coinciden con la idea medieval de que «sólo los que vivan dentro de la Iglesia visible escaparán al diluvio». Entre los «malditos» figuran todos los no bautizados y, por tanto, también los judíos en su perfidia. Según la opinión teológica general, no podía haber propiamente infieles inocentes. Aplicándolo a los judíos, se argumentaba así: en el Antiguo Testamento se les ofreció una buena parte de la doctrina cristiana; ahora viven dentro de la cristiandad, donde, en la Iglesia, se predica todo el evangelio. Si no aceptan la fe, son culpables.

(Naturalmente, en contra de esto estaba el principio de la teología iluminada, al cual, con toda razón, apelaban repetidamente los judíos: nadie puede ser apartado de su fe en contra de su voluntad. Pero el mismo santo Tomás, que defendía esta afirmación fundamental, exigía un tratamiento especial para los judíos).

e) La ejecución de estos decretos y de los que luego seguirían hasta principios del siglo siguiente, aún más radicales[11], al incluir la expulsión de los no bautizados, hicieron superfluas las sinagogas; y éstas les fueron arrebatadas a los judíos y destruidas o convertidas en templos cristianos. La frecuencia de esta práctica se demuestra por el Sacramentarium Gelasianum, que contiene unas fórmulas propias para consagrar las iglesias que anteriormente habían sido sinagogas. Hasta finales del siglo VII (o sea, hasta el XVII Concilio de Toledo), junto con las leyes sobre moral[12] y costumbres, hay cánones antijudíos, que reproducen el contenido de las negaciones de los sínodos. Es cierto que en el XVI Concilio de Toledo (693) a los judíos se les prometió que, si por el bautismo forzoso se convertían honradamente a la fe, serían totalmente equiparados a los restantes súbditos del rey. Mas como entonces se descubrió una conjuración entre judíos españoles y del norte de África, el fisco embargó los bienes de todos los judíos (incluidos los bautizados), todos ellos fueron degradados a esclavos y, aún así, no se les permitió vivir según las normas judías, y sus hijos debían serles quitados a la edad de siete años «para unirlos más firmemente con Cristo»[13].

El resultado no podía ser otro que frío odio e hipocresía por una parte, y desconfianza y nuevas y graves acusaciones por otra. A los neocristianos se les trató como judíos, y así se les llamaba, y se les prohibió todo contacto con los aún no bautizados bajo el más severo de los castigos (azotamiento público). Por principio, todos los bautizados a la fuerza eran sospechosos de reincidencia, indignos de crédito aun en su profesión de fe cristiana. Los no bautizados eran, en definitiva, más dignos de crédito que las infelices víctimas de la coacción. La desconfianza inventó gran cantidad de medidas de seguridad, profesiones de fe por escrito con gran abundancia de detalles, deberes referentes a la vivienda y durante un viaje (regreso obligatorio). Los matrimonios sólo podían concertarse con antiguos cristianos. Los reincidentes debían ser apedreados por los mismos judíos o condenados a la hoguera. Si se les indultaba, perdían la libertad, con todos sus bienes; quedaba expresamente prohibido ayudarles.

f) En contradicción no muy clara con todo esto está el IV Concilio de Toledo (633). Decretó que en adelante ya nadie más podía ser llevado a la fe por la fuerza: porque Dios usa de misericordia con quien quiere y endurece también a quien quiere (Rom 9,1Cool. La conversión sólo puede venir por la gracia, no por la fuerza. Requiere el convencimiento por razones. Pero ni aquí ni en parte alguna surge ninguna duda sobre la validez del bautismo forzado[14]. Precisamente por eso la recaída al judaísmo de los bautizados a la fuerza fue considerada y castigada como apostasía de la fe y herejía.

g) Dada esta situación de conjunto, puede que alguien se asombre de que todavía hubiera judíos que, plenamente convencidos, se adaptaran al cristianismo y vivieran como cristianos ejemplares. Desde luego, constituían una excepción, de escasa importancia en la situación general. Hasta la invasión musulmana (711), las medidas eclesiásticas y civiles contra los judíos no tuvieron éxito alguno. Esto se demostró cuando el país fue conquistado por los árabes: los judíos se pasaron inmediatamente a los nuevos señores. Las sinagogas experimentaron un gran florecimiento y, con el apoyo de los árabes, llegaron incluso a la judaización por la fuerza.

8. Hacia finales del siglo X, el antiguo derecho romano había desaparecido en todas partes menos en el mediodía de Francia; en ese mismo tiempo la situación de los judíos empeoró jurídica y humanamente. Se les cerró el acceso a todos los cargos públicos. De propietarios y terratenientes que eran se convirtieron en pequeños arrendatarios. Es cierto que, por ejemplo, Enrique II, en el 1004, aún se resistió cuando algunos obispos del Rin reivindicaron el derecho de disposición sobre los judíos; pero la nueva concepción acabó imponiéndose; en adelante, los bienes sólo pertenecen a los judíos como feudo de por vida y a su muerte han de volver a su señor.

a) El empeoramiento de la situación de los judíos estuvo también relacionado con el crecimiento de la conciencia cristiano-medieval en el Occidente, el cual, al cambio del milenio, cada vez con más fuerza y claridad se sentía como un organismo cristiano-unitario, y así se supo expresar en la Iglesia imperial. Además, a partir del siglo XI, cuanto más se fue desarrollando el plan de arrebatar Palestina a los infieles por la fuerza de las armas, tanto más fácilmente pudieron los judíos (que, por lo demás, nunca desistieron completamente de sus esperanzas mesiánicas sobre Tierra Santa) aparecer como enemigos de la Europa cristiana. Los no bautizados fueron considerados, con una conciencia cada vez más clara, como decididos enemigos dentro de la comunidad cristiana y de las estructuras estatales cristianas y, mucho más aún, dentro de la Iglesia latina, que abarcaba todo el Occidente.

b) A principios del siglo XI, esta opinión se vio grandemente favorecida porque los judíos fueron acusados de alta traición[15]: según la acusación, había intrigas secretas entre judíos franceses e italianos y musulmanes (se decía que los judíos habían instigado a los infieles para que destruyesen los Lugares Sagrados). Entonces muchos países decidieron expulsar a los judíos. Hubo levantamientos tumultuarios con homicidios y asesinatos (por ejemplo: el año 1012, en Maguncia).

También tuvo parte en esto el pánico ante el fin del mundo del año 1000: se relacionó con los judíos la figura del anticristo, como aliado suyo. O también se les atribuyó la responsabilidad de un terremoto, como el de Roma de 1020.

La creciente aversión hacia los judíos se hace sobremanera clara para nosotros en la ceremonia de la bofetada de Tolosa (Francia), de esta misma época: por Pascua, un judío debía recibir una bofetada de un cristiano, a modo de castigo o de reparación por los padecimientos y la muerte del Señor, que los judíos habían causado.

También entonces, la aversión hacia los judíos volvió a tener en España una manifestación violenta. La guerra contra los árabes en el siglo XI se consideró como una empresa específicamente cristiana y religiosa; en ella, naturalmente, no podían participar soldados judíos. Por eso, antes de llegar al choque con los árabes, se aprovechó la ocasión de meterse, de paso, con los israelitas. Fue entonces (1063) cuando el papa Alejandro II censuró que se tratase a los judíos como a los musulmanes[16].

9. Estos diversos modos y etapas del empeoramiento del status jurídico de los judíos en la primera Edad Media de Europa fueron sólo episodios aislados (a excepción de las persecuciones en el reino visigótico). Podemos una y otra vez constatar que la expulsión de una ciudad no impedía que, inmediatamente o pocos años después, volviera a haber allí judíos y comunidades judías. Sin embargo, el hecho de que veamos estos desórdenes al mismo tiempo, en tan diferente lugar y tan a menudo, es ya un amenazador anuncio de la desgracia futura. La situación para los judíos, bajo muchos aspectos, era muy delicada. En el desdichado año 1096 todo parecía normal en las ciudades renanas; pero inmediatamente veremos cuán engañosa era esta calma exterior.

También la canonística de entonces es un buen índice del cambio que se está operando: a diferencia de Burckhard de Worms († 1025), que había enjuiciado a los judíos partiendo de la base de su anunciada salvación al fin de los tiempos, hacia finales del siglo (1094) Ivo de Chartres, en su recopilación, declaraba condenados a los judíos junto con todos los herejes.

10. Con todo, aún no hemos llegado al giro decisivo. Antes bien, las medidas protectoras de Enrique IV y Barbarroja hicieron que las cruzadas dejaran a salvo la seguridad legal de los judíos; los judíos no se convirtieron aún en aquella clase de pueblo jurídicamente degradada que ya conoceremos en las postrimerías de la Edad Media.

Desde el punto de vista de la historia de la Iglesia, sin embargo, las cruzadas fueron decisivas en lo que a nuestro tema se refiere, porque toda esa serie de monstruosos sucesos aislados plantea de forma acuciante la dos preguntas formuladas al principio de este apéndice -y la respuesta es negativa. Para muchos cristianos, la vida del prójimo valía muy poco cuando de un judío se trataba; se le consideraba un musulmán, cuyo aniquilamiento (como hasta un san Bernardo formula en la regla de su orden para los templarios) no es un homicidio (homicidium), sino la «eliminación del mal» (malicidium).

11. De actos de violencia antisemitas a comienzos de la primera cruzada nos informan fuentes fidedignas, tanto cristianas como judías. Algunos relatos cristianos son de una crueldad verdaderamente ingenua, desarmante: «Cuando los cruzados atravesaban Sajonia, Bohemia y Franconia oriental», así se dice, «o bien exterminaron, o bien obligaron al bautismo a los restos de los incrédulos judíos, esos enemigos de la Iglesia, en todas las ciudades... Muchos de ello volvieron a sus antiguas creencias, como el perro vuelve a lo que previamente ha vomitado». Hay un testigo excepcional, que nos describe de este modo las reflexiones de los cruzados de Ruán: que es muy largo el viaje contra los enemigos de Cristo en el Oriente; que eso es un trabajo equivocado; aquí, ante nuestros ojos, tenemos a los judíos, que es el pueblo más enemigo de Dios que existe... De modo que con astucia o violencia hicieron entrar a los judíos en una iglesia y los sacrificaron a todos, sin distinción de edad ni de sexo. Solamente escaparon los que se sometieron a la doctrina cristiana.

a) Entonces surgieron esas inextirpables sospechas, que desde entonces hasta la Edad Moderna se transmitirían sin cesar, con una enorme dosis de credulidad, y que excitaron el ánimo del pueblo y condujeron a una justicia cruel o, mejor dicho, a unos crímenes de justicia: acusaciones de profanación de la Hostia, de asesinato ritual, de propagación de la peste, envenenamiento de fuentes, pozos, ríos.

b) Impresionante fue el curso de los acontecimientos al comienzo de la primera cruzada, en el 1096, en la zona del Rin, particularmente en Maguncia, Coblenza y Worms, en Neuss, Tréveris, Andernach y Metz, y también en Bohemia y Hungría. Reiteradas noticias nos informan de extorsiones y asesinatos sin cuento, sin sentido ni motivo justificado, nacidos de los más bajos instintos.

c) Las comunidades judías del norte de Francia advirtieron a las de Maguncia del inminente peligro que suponían las masas de cruzados que se marchaban hacia el sudeste. La comunidad de Maguncia les contestó que gustosamente estaba dispuesta a prestarles toda la ayuda posible a sus correligionarios de Francia. ¡Pero que ellos estaban completamente a salvo! Pronto se reveló que los judíos franceses tenían razón. Se divulgaron unas supuestas declaraciones de Godofredo de Bouillon, según las cuales antes de emprender el viaje a Tierra Santa había que exterminar primeramente a todos los judíos. También se difundió la monstruosa idea de que cualquiera que matase a un judío quedaba exento de do y de culpa.

Efectivamente, la desgracia se abatió sobre los judíos, pese a las pingües ofertas de dinero hechas a Godofredo de Bouillon, luego al arzobispo de Maguncia y al burgrave de la misma ciudad y, finalmente al grueso del «ejército de los cruzados» que acababa de llegar a las puertas de Maguncia. Los judíos se levantaron en armas para «santificar el Nombre de Dios». Acaeció una espantosa tragedia, llena de monstruosa crueldad. En la noche del 27 de mayo de 1096 quedó aniquilada la mayor parte de la comunidad. Hubo también muchos suicidios (de mujeres, que antes mataban a sus hijos). Medio centenar de judíos se salvó en el palacio episcopal, pero luego fue llevado, bajo escolta, a Rüdesheim. Pero tampoco allí se les dejó otra opción que el bautismo forzoso o la muerte. Todos fueron asesinados o se suicidaron, entre ellos también los bautizados a la fuerza.

El número de muertos sobrepasó el millar. También en Worms hubo otras mil víctimas[17]. Sólo el obispo de Spira, que ya en el 1084 había ofrecido a los judíos el derecho de autogobernarse en su ciudad, se impuso también ahora contra el populacho.

d) El juicio que nos merecen estos cristianos, que habían partido para liberar de las manos de los infieles los lugares santificados por el Señor, no es necesario que lo formulemos siquiera. Sus propias acciones dan un terrible testimonio de su cristianismo; pero no hubieran sido posibles si no hubieran fracasado igualmente algunos jefes de la cristiandad: con harto desenfreno y autosuficiencia habían permitido que la idea del pueblo judío deicida degenerase en un latente antisemitismo.

e) No obstante, los judíos no estaban perdidos. Enrique IV,

informado por un mensajero de Maguncia, tomó bajo su protección todas

las sinagogas de Alemania. Incluso permitió a los judíos retornar a su religión[18].

12. Cuando un monje cisterciense predicaba la segunda cruzada en los márgenes del Rin, también hubo levantamientos tumultuarios contra los judíos; pero entonces se manifestó la profética capacidad de discernimiento de san Bernardo de Claraval: supo refrenar en sus límites al monje y se convirtió en protector de los judíos[19]:: no se debe ni perseguirlos ni desterrarlos; porque ellos son testigos vivientes de nuestra redención, que ponen ante nuestros ojos la pasión del Señor[20].

No obstante, también en Bernardo se ve claramente cuán lejos del pensamiento de la época estaba la preocupación por una auténtica misión evangélica entre los judíos. De su obra posterior sobre la meditación (§ 50) se infiere, en cierto modo, que la terrible derrota con que había terminado la segunda cruzada (¡la suya!) había sacudido la conciencia occidental con un hecho: que el paganismo era una realidad; que todavía un vasto campo fuera de Occidente esperaba el cumplimiento del mandato evangelizador del Señor. Por eso Bernardo recuerda al papa su deber de no poner límites a la predicación del evangelio. La palabra de la fe debe anunciarse en todas partes: «Debes esforzarte todo lo que puedas por convertir a los infieles a la fe, no consentir que caigan los convertidos y volver a levantar a los caídos... Los seducidos (herejes y cismáticos) deben ser convencidos con razones válidas: o bien deben mejorarse ellos mismos, o bien deben ser privados por la fuerza de la autoridad y las posibilidades de llevar a otros al error...». Pero ¿y los judíos? «Por cuanto a ellos se refiere, quedas exonerado de la tarea: a ellos (esto es, a su conversión) se les ha prefijado un tiempo. Sólo tras la conversión de todos los paganos llegará su tiempo; no puede ser anticipado».

13. En la tercera cruzada fue Barbarroja quien, con un duro edicto, procedió contra la persecución de los judíos: la mano del que hiriese a un judío debía ser cortada y por el asesinato de un judío se estableció la pena de muerte. A cambio del pago de un tributo permanente los judíos se convertían en «chambelanes imperiales», que no podían ser oprimidos. El arzobispo de Maguncia dispuso incluso que la cruzada de un asesino de judíos no tenía valor, esto es, que no tenía fuerza redentora de pecados.

Notas

[4] Los sabios judíos fueron eminentes mediadores o transmisores de su propia tradición, como también del patrimonio cultural islámico. Hacia el año 1000 florecieron en Alemania y Francia los estudios del Talmud. En Maguncia, por ejemplo, había muchos e ilustres rabinos, sabios y poetas. Tenemos noticias de asambleas de rabinos durante varios siglos.

[5] Agobardo pensaba: «Quien está fuera de la fe debe ser excluido de la ley general». Como más tarde su sucesor, también él se opuso a las disputas con los hebreos, porque de ellos no se sacaba nada; al contrario, muchos cristianos se dejaban seducir.

[6] En la alta y baja Edad Media se concedió eventualmente (en contradicción con la evolución general) cierta protección a los judíos por parte de algunas ciudades o de los consejos ciudadanos.

[7] Subraya que la pasión de Jesús fue causada por toda la humanidad, es decir, no sólo por los judíos.

[8] Por el contrario, una familia de origen judío, la de los Pierleoni, apoyó la reforma de la Iglesia en el siglo XI (cf. § 45).

[9] Sus esperanzas, alimentadas especialmente por Ezequiel, les anunciaban, como fruto de la justa transformación de las cosas por obra del Mesías, no sólo alegrías, sino también venganzas.

[10] De hecho, también conocemos algunas conversiones aisladas al judaísmo, por ejemplo, un clérigo de Ludovico Pío, Bodo, que tomó el nombre de Eleazar y propugnó una intensa judaización. A él, que había pasado de «temeroso de Dios» a judío circunciso, le respondió el docto Paulo Alvaro de Córdoba. En el último tercio del siglo XI se convirtió incluso el arzobispo Andrés de Bari.

[11] Especialmente desde el rey Ervigio (680-687; XII Concilio de Toledo, en 681), que quería extirpar de raíz «esa peste judía que se reproduce constantemente».

[12] Tanto en el pueblo como en el clero parecían haber decaído peligrosamente, como también la asistencia a las funciones religiosas.

[13] Eran llevados a conventos. En la segunda fase de la represión de los judíos en España, en las postrimerías de la Edad Media, también solían llevarlos a alguna isla.

[14] Sin embargo, hay algunos casos en que a los bautizados a la fuerza se les permitía volver a su fe judía, como más adelante veremos.

[15] Una acusación parecida la encontramos ya en el XVII Concilio de Toledo, como ya hemos visto.

[16] Supone que se obra más por codicia que por ignorancia. También Gregorio IX manifestó en 1233 y nuevamente en 1236 que la persecución de los judíos no se debía a motivos seriamente religiosos; lo que se quería era más bien librarse de los acreedores.

[17] ¡Mil, de una población ciudadana de quizá seis mil!

[18] El antipapa Clemente III, apoyado por Enrique, consideró, sin embargo, hacia el año 1098 que este permiso era «inaudito y sacrilego» y ordenó al obispo de Bamberg que lo retirase. El obispo Hermann de Praga se lamentaba en su lecho de muerte de haber consentido la recaída de aquellos que en 1096 habían sido bautizados contra su voluntad por los cruzados. Entre 1168 y 1176, el obispo de Sens brindó a los judíos bautizados a la fuerza la misma posibilidad, pero por un rescate altísimo.

[19] Pero no hay que olvidar que Bernardo, cuando intervino en favor del papa Inocencio y en contra de Anacleto, que procedía de la familia de origen judío de los Pierleoni, sacó también a colación la ascendencia judía de Anacleto y la utilizó contra él; un retoño judío en la Santa Sede sería una ofensa a Cristo.

[20] Este «lugar común» se repite más tarde en la ley de paz territorial de Maguncia de 1265; la Iglesia conserva a los judíos sólo para recordar la pasión del Señor; el que los ofende o los mata debe ser castigado como quebrantador de la paz.
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MensajePublicado: Mie Abr 01, 2009 6:36 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
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II.- Desde la Antigüedad a la Alta Edad Media

1. También en el Imperio romano pagano existió el problema de los judíos y el antisemitismo. Para los romanos los judíos eran más bien antipáticos, arrogantes y presuntuosos, engreídos de su antiquísima sabiduría y exageradamente confiados (Horacio). Se burlaban de ellos por sus prescripciones referentes a la comida. En la gran ciudad de Alejandría, judía en sus dos quintas partes, se desencadenaron las primeras persecuciones antijudías que conocemos.

2. Aunque los judíos eran una nación sometida, su religión continuó siendo lícita (incluso después de la guerra de Bar Kochba, cf. § 7). Y justamente esto fue un hecho decisivo para todo el tiempo siguiente. Es cierto que el trato dado a los judíos en la práctica ha presentado continuas oscilaciones, que se contradecían con las bases jurídicas. Pero, prescindiendo de estas importantes irregularidades, es menester restringir, en muchos aspectos, la tesis generalmente difundida de los judíos sin derechos.

Pues la base jurídica para el status de los judíos siempre fue el derecho romano, recibido del Imperio antiguo en sus distintas codificaciones (Teodosio II, Alarico, Justiniano) hasta la Edad Media. Gregorio I estableció expresamente que los judíos vivieran según el derecho romano y que conforme a él fueran tratados.

El arrianismo de los conquistadores germánicos, debido a su monoteísmo, les ofreció cierta protección durante las conmociones de la invasión de los bárbaros. La legislación contenida en el derecho romano a favor de los judíos, que regulaba su situación religiosa, económica y social, jamás fue abolida jurídicamente en la Edad Media por una legislación umversalmente válida. Los judíos, como tales, jamás fueron incluidos entre los no libres, en el sentido de esclavos. Poseyeron la protección legal sobre su cuerpo y su vida, el derecho de vivir según su propia religión y de poseer sus propias sinagogas y casas de oración; fueron libres en el sentido de poder testar y pudieron poseer bienes y tierras.

3. Dentro del Imperio franco, en la Edad Media, no obstante algunas leyes de excepción, ellos eran los que en casi todas las ciudades se ocupaban, sin restricción alguna, en el comercio y la industria. Hay gran cantidad de pruebas que demuestran que los judíos no tenían impedimento para vivir y trabajar entre sus conciudadanos cristianos, participando en la vida pública y en sus más diversas manifestaciones. Hasta pasado el siglo X, las viviendas de los cristianos y de los judíos no estuvieron separadas por lo general, si bien, cuando los circuncisos eran numerosos, comprensiblemente solían vivir juntos en las conocidas juderías. Prestaban también servicio militar. Hasta el siglo XII cultivaron la agricultura en sus propios campos.

Que en la primera Edad Media los judíos no estuvieron del todo privados de libertad lo demuestra la rica vida intelectual y espiritual de sus comunidades[4].

La posición de los judíos en esta época se ve más clara, si la consideramos desde el punto de vista del sistema feudal: eran serví, es decir, vasallos, aunque de la clase ínfima, pues en el sistema feudal no podían ejercer autoridad de forma activa; tenían determinadas obligaciones, se les llamaba para ciertos servicios; pero también los señores tenían obligaciones para con ellos; los judíos tenían derecho legal de protección.

En el siglo XIII, sin embargo, la nueva codificación del derecho romano equiparó servus con «esclavo», y por eso los judíos aparecieron como «sin derecho». En muchas cosas y de forma decisiva fueron protegidos contra intentos encaminados a limitar injustamente su libertad. Carlomagno se benefició de sus conocimientos idiomáticos, Ludovico Pío se opuso a los tenaces intentos, hostiles a los judíos, del obispo Agobardo de Lyón[5] († 840), e igualmente su sucesor, Carlos el Calvo, también se opuso a los deseos del obispo Amolo, sucesor de Agobardo. Entonces el emperador tomó a los judíos bajo su tutela (defensio). Emperadores posteriores renovaron y ampliaron esta protección (económicamente provechosa), como los Otones, Enrique IV, Barbarroja, Federico II, hasta que los «chambelanes imperiales» bajo Luis el Bávaro (según su opinión) se convirtieron en propiedad material suya y a su entera disposición. Esta protección salvó muchas veces a los judíos del exilio y del bautismo por la fuerza, o hizo que las injusticias perpetradas les fuesen parcialmente reparadas[6].

4. Donde los judíos estuvieron relativamente mejor protegidos fue en el derecho eclesiástico. Es cierto que un hombre como Ambrosio se negó taxativamente a que una sinagoga, derribada por la plebe, fuera construida de nuevo (cf. § 30, I); también encontramos en la Iglesia penosas condenas sumarias de la «raza adúltera, que se levanta contra la inmaculada esposa del Señor». Pero Gregorio I los trató con mesura verdaderamente romana[7]. Fue su opinión la que entró en la tantas veces renovada Bula de los Judíos (Sicut Judaeos), por la cual a los judíos se les garantizaba la libertad de creencias, la vida y las propiedades. En general puede decirse que fueron los papas los que con mayor justicia trataron a los judíos[8] y que en definitiva, a finales del Medievo, Italia era para ellos el lugar más seguro para vivir. Muchas veces atendieron los papas la llamada de auxilio de los judíos. Repetidas veces prohibieron el bautismo obligatorio. Desde el siglo XIII, papas como Inocencio IV, Gregorio IX, Gregorio X, Martín V y Nicolás V se alzaron expresamente contra la terrible acusación de asesinato ritual (véase más adelante).

5. Pero aquella protección legal se vio, en todos los siglos, limitada en muchos casos particulares por pequeños señores, por obispos y sínodos, o groseramente lesionada por el pueblo. Lo que quiere decir que la situación jurídica de los judíos, a pesar de tener garantizada una protección de base, de hecho en muchos casos se vio a la vez peligrosamente amenazada. En la conciencia general pasaban por ser más o menos ciudadanos de segundo orden. Esto es explicable partiendo del concepto de la única cristiandad occidental. Pero, como queda dicho, el supuesto de que la situación de los judíos era completamente insegura es un supuesto - cuando menos para la primera y para los comienzos de la alta Edad Media- enteramente ilegítimo.

6. Los judíos siempre han sido una minoría, pero, también siempre, de una sorprendente vitalidad. Esto se manifestó (en el antiguo Imperio romano como en el Occidente que comenzaba a ser cristiano) en su ardiente deseo de propagar su fe. El afán de hacer prosélitos pertenece, desde el Antiguo Testamento, a la misma esencia del judaísmo: ¡el exilio de Israel fue predispuesto por el Eterno precisamente para que pudiera propagar su mensaje! Por la historia de la Iglesia antigua conocemos la poderosa fuerza de atracción del monoteísmo (§ 6; además Mt 23,15; Hch 2,5ss). La base era la enorme riqueza religiosa del Antiguo Testamento y sus comentarios, a menudo muy importantes. De la conciencia de hallarse bajo la dirección de Yahvé y de su ley y bajo su prometida fidelidad el judaísmo extrajo inusitadas fuerzas para soportar su mayor o menor aislamiento en la confesión del Santísimo Nombre del Dios Uno, sin abandonar jamás sus esperanzas mesiánicas[9].

También en el Medievo cristiano la fe judía tendió con su inmanente impulso misionero hacia fuera. Esto es explicable, sin más, frente a los esclavos y empleados no judíos (ningún incircunciso podía habitar en la comunidad doméstica)[10]. Durante todo el Medievo vemos, en repetidas prescripciones, los esfuerzos de los sínodos para preservar a dichos empleados del proselitismo judaico. También encontramos diversas medidas que tratan de contrarrestar la fuerza de atracción del ser y el culto judíos.

Es preciso tener en cuenta este proselitismo si queremos comprender de alguna manera la postura cristiana frente al judaísmo. En un país donde los judíos habían alcanzado una importante posición económica y política, como en el reino visigótico arriano, podían representar un auténtico peligro para la unidad del Estado y para su carácter cristiano; así es más comprensible una reacción antisemita.

7. España presenta un caso especial en la historia de los judíos hasta las postrimerías de la Edad Media. En España había muchos judíos desde tiempo inmemorial y su número crecía rápidamente. Ya en el riguroso Concilio de Elvira, junto a Granada (305), y Gregorio de Elvira († después del 392) intentaron paliar su influencia. En el reino visigótico arriano la sinagoga floreció política y económicamente.

a) La situación cambió cuando el rey Recaredo se convirtió al catolicismo (589). Los judíos fueron los únicos que no se integraron por completo en la unidad católico-estatal del reino visigodo. Por otra parte, con su fe antiquísima, profundamente arraigada, significaban un auténtico peligro religioso para los visigodos, cristianizados hacía poco y más o menos superficialmente. Sin número, como su importancia en la economía y en la administración, hacía imposible la expulsión. Así, durante todo el siglo VII, hubo toda una enorme cantidad de decretos radicalmente antijudíos de los concilios de Toledo o, respectivamente, de los reyes, con los que se pretendía introducir a los judíos por la fuerza en el cristianismo.

b) De estos bautismos forzados tenemos noticias procedentes del Imperio franco de Clodoveo, del obispo Avito de Clermont (574), del Concilio de Clichy (626) y de Marsella (691). Pero el papa Gregorio se había declarado en contra de ellos, afirmando atinadamente que así no se podía propagar la verdadera fe; los obligados al bautismo se aferrarían en su interior a sus antiguas creencias. En la práctica, también Gregorio actuó en el mismo sentido; exigió que se les devolviera a los judíos los ornamentos robados de sus sinagogas y hasta sus Libros Sagrados.

Naturalmente, ni él mismo pudo permanecer del todo fiel a ese ideal. De él procede aquella fatídica frase, luego tantas veces repetida: «aunque los bautizados a la fuerza no lleguen a ser buenos cristianos, quizá lo sean sus hijos». También el gran Isidoro de Sevilla (§ 36), que igualmente rechazaba el bautismo obligatorio, alabó el celo de algunos fanáticos obcecados. Y precisamente el bautismo a la fuerza se convirtió en la consigna de todo un siglo en la historia de los judíos de la España visigótica.

c) Los pormenores de estas conversiones violentas, repetidos hasta la saciedad, demuestran una trágica mezcolanza de falso punto de partida, comprensible reacción y venenosa desconfianza por ambas partes: una situación sin salida.

Lo más terrible y trágico del caso salió a la luz por vez primera en un edicto del rey Sisenando del 613: objetivizando de una forma desarmante el opus operantum del bautismo y el proceso de la fe, se declara: «forzó a los judíos a abrazar la fe de Cristo», ellos «recibieron» la fe.

d) La praxis del bautismo obligatorio y su defensa teórica coinciden con la idea medieval de que «sólo los que vivan dentro de la Iglesia visible escaparán al diluvio». Entre los «malditos» figuran todos los no bautizados y, por tanto, también los judíos en su perfidia. Según la opinión teológica general, no podía haber propiamente infieles inocentes. Aplicándolo a los judíos, se argumentaba así: en el Antiguo Testamento se les ofreció una buena parte de la doctrina cristiana; ahora viven dentro de la cristiandad, donde, en la Iglesia, se predica todo el evangelio. Si no aceptan la fe, son culpables.

(Naturalmente, en contra de esto estaba el principio de la teología iluminada, al cual, con toda razón, apelaban repetidamente los judíos: nadie puede ser apartado de su fe en contra de su voluntad. Pero el mismo santo Tomás, que defendía esta afirmación fundamental, exigía un tratamiento especial para los judíos).

e) La ejecución de estos decretos y de los que luego seguirían hasta principios del siglo siguiente, aún más radicales[11], al incluir la expulsión de los no bautizados, hicieron superfluas las sinagogas; y éstas les fueron arrebatadas a los judíos y destruidas o convertidas en templos cristianos. La frecuencia de esta práctica se demuestra por el Sacramentarium Gelasianum, que contiene unas fórmulas propias para consagrar las iglesias que anteriormente habían sido sinagogas. Hasta finales del siglo VII (o sea, hasta el XVII Concilio de Toledo), junto con las leyes sobre moral[12] y costumbres, hay cánones antijudíos, que reproducen el contenido de las negaciones de los sínodos. Es cierto que en el XVI Concilio de Toledo (693) a los judíos se les prometió que, si por el bautismo forzoso se convertían honradamente a la fe, serían totalmente equiparados a los restantes súbditos del rey. Mas como entonces se descubrió una conjuración entre judíos españoles y del norte de África, el fisco embargó los bienes de todos los judíos (incluidos los bautizados), todos ellos fueron degradados a esclavos y, aún así, no se les permitió vivir según las normas judías, y sus hijos debían serles quitados a la edad de siete años «para unirlos más firmemente con Cristo»[13].

El resultado no podía ser otro que frío odio e hipocresía por una parte, y desconfianza y nuevas y graves acusaciones por otra. A los neocristianos se les trató como judíos, y así se les llamaba, y se les prohibió todo contacto con los aún no bautizados bajo el más severo de los castigos (azotamiento público). Por principio, todos los bautizados a la fuerza eran sospechosos de reincidencia, indignos de crédito aun en su profesión de fe cristiana. Los no bautizados eran, en definitiva, más dignos de crédito que las infelices víctimas de la coacción. La desconfianza inventó gran cantidad de medidas de seguridad, profesiones de fe por escrito con gran abundancia de detalles, deberes referentes a la vivienda y durante un viaje (regreso obligatorio). Los matrimonios sólo podían concertarse con antiguos cristianos. Los reincidentes debían ser apedreados por los mismos judíos o condenados a la hoguera. Si se les indultaba, perdían la libertad, con todos sus bienes; quedaba expresamente prohibido ayudarles.

f) En contradicción no muy clara con todo esto está el IV Concilio de Toledo (633). Decretó que en adelante ya nadie más podía ser llevado a la fe por la fuerza: porque Dios usa de misericordia con quien quiere y endurece también a quien quiere (Rom 9,1Cool. La conversión sólo puede venir por la gracia, no por la fuerza. Requiere el convencimiento por razones. Pero ni aquí ni en parte alguna surge ninguna duda sobre la validez del bautismo forzado[14]. Precisamente por eso la recaída al judaísmo de los bautizados a la fuerza fue considerada y castigada como apostasía de la fe y herejía.

g) Dada esta situación de conjunto, puede que alguien se asombre de que todavía hubiera judíos que, plenamente convencidos, se adaptaran al cristianismo y vivieran como cristianos ejemplares. Desde luego, constituían una excepción, de escasa importancia en la situación general. Hasta la invasión musulmana (711), las medidas eclesiásticas y civiles contra los judíos no tuvieron éxito alguno. Esto se demostró cuando el país fue conquistado por los árabes: los judíos se pasaron inmediatamente a los nuevos señores. Las sinagogas experimentaron un gran florecimiento y, con el apoyo de los árabes, llegaron incluso a la judaización por la fuerza.

8. Hacia finales del siglo X, el antiguo derecho romano había desaparecido en todas partes menos en el mediodía de Francia; en ese mismo tiempo la situación de los judíos empeoró jurídica y humanamente. Se les cerró el acceso a todos los cargos públicos. De propietarios y terratenientes que eran se convirtieron en pequeños arrendatarios. Es cierto que, por ejemplo, Enrique II, en el 1004, aún se resistió cuando algunos obispos del Rin reivindicaron el derecho de disposición sobre los judíos; pero la nueva concepción acabó imponiéndose; en adelante, los bienes sólo pertenecen a los judíos como feudo de por vida y a su muerte han de volver a su señor.

a) El empeoramiento de la situación de los judíos estuvo también relacionado con el crecimiento de la conciencia cristiano-medieval en el Occidente, el cual, al cambio del milenio, cada vez con más fuerza y claridad se sentía como un organismo cristiano-unitario, y así se supo expresar en la Iglesia imperial. Además, a partir del siglo XI, cuanto más se fue desarrollando el plan de arrebatar Palestina a los infieles por la fuerza de las armas, tanto más fácilmente pudieron los judíos (que, por lo demás, nunca desistieron completamente de sus esperanzas mesiánicas sobre Tierra Santa) aparecer como enemigos de la Europa cristiana. Los no bautizados fueron considerados, con una conciencia cada vez más clara, como decididos enemigos dentro de la comunidad cristiana y de las estructuras estatales cristianas y, mucho más aún, dentro de la Iglesia latina, que abarcaba todo el Occidente.

b) A principios del siglo XI, esta opinión se vio grandemente favorecida porque los judíos fueron acusados de alta traición[15]: según la acusación, había intrigas secretas entre judíos franceses e italianos y musulmanes (se decía que los judíos habían instigado a los infieles para que destruyesen los Lugares Sagrados). Entonces muchos países decidieron expulsar a los judíos. Hubo levantamientos tumultuarios con homicidios y asesinatos (por ejemplo: el año 1012, en Maguncia).

También tuvo parte en esto el pánico ante el fin del mundo del año 1000: se relacionó con los judíos la figura del anticristo, como aliado suyo. O también se les atribuyó la responsabilidad de un terremoto, como el de Roma de 1020.

La creciente aversión hacia los judíos se hace sobremanera clara para nosotros en la ceremonia de la bofetada de Tolosa (Francia), de esta misma época: por Pascua, un judío debía recibir una bofetada de un cristiano, a modo de castigo o de reparación por los padecimientos y la muerte del Señor, que los judíos habían causado.

También entonces, la aversión hacia los judíos volvió a tener en España una manifestación violenta. La guerra contra los árabes en el siglo XI se consideró como una empresa específicamente cristiana y religiosa; en ella, naturalmente, no podían participar soldados judíos. Por eso, antes de llegar al choque con los árabes, se aprovechó la ocasión de meterse, de paso, con los israelitas. Fue entonces (1063) cuando el papa Alejandro II censuró que se tratase a los judíos como a los musulmanes[16].

9. Estos diversos modos y etapas del empeoramiento del status jurídico de los judíos en la primera Edad Media de Europa fueron sólo episodios aislados (a excepción de las persecuciones en el reino visigótico). Podemos una y otra vez constatar que la expulsión de una ciudad no impedía que, inmediatamente o pocos años después, volviera a haber allí judíos y comunidades judías. Sin embargo, el hecho de que veamos estos desórdenes al mismo tiempo, en tan diferente lugar y tan a menudo, es ya un amenazador anuncio de la desgracia futura. La situación para los judíos, bajo muchos aspectos, era muy delicada. En el desdichado año 1096 todo parecía normal en las ciudades renanas; pero inmediatamente veremos cuán engañosa era esta calma exterior.

También la canonística de entonces es un buen índice del cambio que se está operando: a diferencia de Burckhard de Worms († 1025), que había enjuiciado a los judíos partiendo de la base de su anunciada salvación al fin de los tiempos, hacia finales del siglo (1094) Ivo de Chartres, en su recopilación, declaraba condenados a los judíos junto con todos los herejes.

10. Con todo, aún no hemos llegado al giro decisivo. Antes bien, las medidas protectoras de Enrique IV y Barbarroja hicieron que las cruzadas dejaran a salvo la seguridad legal de los judíos; los judíos no se convirtieron aún en aquella clase de pueblo jurídicamente degradada que ya conoceremos en las postrimerías de la Edad Media.

Desde el punto de vista de la historia de la Iglesia, sin embargo, las cruzadas fueron decisivas en lo que a nuestro tema se refiere, porque toda esa serie de monstruosos sucesos aislados plantea de forma acuciante la dos preguntas formuladas al principio de este apéndice -y la respuesta es negativa. Para muchos cristianos, la vida del prójimo valía muy poco cuando de un judío se trataba; se le consideraba un musulmán, cuyo aniquilamiento (como hasta un san Bernardo formula en la regla de su orden para los templarios) no es un homicidio (homicidium), sino la «eliminación del mal» (malicidium).

11. De actos de violencia antisemitas a comienzos de la primera cruzada nos informan fuentes fidedignas, tanto cristianas como judías. Algunos relatos cristianos son de una crueldad verdaderamente ingenua, desarmante: «Cuando los cruzados atravesaban Sajonia, Bohemia y Franconia oriental», así se dice, «o bien exterminaron, o bien obligaron al bautismo a los restos de los incrédulos judíos, esos enemigos de la Iglesia, en todas las ciudades... Muchos de ello volvieron a sus antiguas creencias, como el perro vuelve a lo que previamente ha vomitado». Hay un testigo excepcional, que nos describe de este modo las reflexiones de los cruzados de Ruán: que es muy largo el viaje contra los enemigos de Cristo en el Oriente; que eso es un trabajo equivocado; aquí, ante nuestros ojos, tenemos a los judíos, que es el pueblo más enemigo de Dios que existe... De modo que con astucia o violencia hicieron entrar a los judíos en una iglesia y los sacrificaron a todos, sin distinción de edad ni de sexo. Solamente escaparon los que se sometieron a la doctrina cristiana.

a) Entonces surgieron esas inextirpables sospechas, que desde entonces hasta la Edad Moderna se transmitirían sin cesar, con una enorme dosis de credulidad, y que excitaron el ánimo del pueblo y condujeron a una justicia cruel o, mejor dicho, a unos crímenes de justicia: acusaciones de profanación de la Hostia, de asesinato ritual, de propagación de la peste, envenenamiento de fuentes, pozos, ríos.

b) Impresionante fue el curso de los acontecimientos al comienzo de la primera cruzada, en el 1096, en la zona del Rin, particularmente en Maguncia, Coblenza y Worms, en Neuss, Tréveris, Andernach y Metz, y también en Bohemia y Hungría. Reiteradas noticias nos informan de extorsiones y asesinatos sin cuento, sin sentido ni motivo justificado, nacidos de los más bajos instintos.

c) Las comunidades judías del norte de Francia advirtieron a las de Maguncia del inminente peligro que suponían las masas de cruzados que se marchaban hacia el sudeste. La comunidad de Maguncia les contestó que gustosamente estaba dispuesta a prestarles toda la ayuda posible a sus correligionarios de Francia. ¡Pero que ellos estaban completamente a salvo! Pronto se reveló que los judíos franceses tenían razón. Se divulgaron unas supuestas declaraciones de Godofredo de Bouillon, según las cuales antes de emprender el viaje a Tierra Santa había que exterminar primeramente a todos los judíos. También se difundió la monstruosa idea de que cualquiera que matase a un judío quedaba exento de do y de culpa.

Efectivamente, la desgracia se abatió sobre los judíos, pese a las pingües ofertas de dinero hechas a Godofredo de Bouillon, luego al arzobispo de Maguncia y al burgrave de la misma ciudad y, finalmente al grueso del «ejército de los cruzados» que acababa de llegar a las puertas de Maguncia. Los judíos se levantaron en armas para «santificar el Nombre de Dios». Acaeció una espantosa tragedia, llena de monstruosa crueldad. En la noche del 27 de mayo de 1096 quedó aniquilada la mayor parte de la comunidad. Hubo también muchos suicidios (de mujeres, que antes mataban a sus hijos). Medio centenar de judíos se salvó en el palacio episcopal, pero luego fue llevado, bajo escolta, a Rüdesheim. Pero tampoco allí se les dejó otra opción que el bautismo forzoso o la muerte. Todos fueron asesinados o se suicidaron, entre ellos también los bautizados a la fuerza.

El número de muertos sobrepasó el millar. También en Worms hubo otras mil víctimas[17]. Sólo el obispo de Spira, que ya en el 1084 había ofrecido a los judíos el derecho de autogobernarse en su ciudad, se impuso también ahora contra el populacho.

d) El juicio que nos merecen estos cristianos, que habían partido para liberar de las manos de los infieles los lugares santificados por el Señor, no es necesario que lo formulemos siquiera. Sus propias acciones dan un terrible testimonio de su cristianismo; pero no hubieran sido posibles si no hubieran fracasado igualmente algunos jefes de la cristiandad: con harto desenfreno y autosuficiencia habían permitido que la idea del pueblo judío deicida degenerase en un latente antisemitismo.

e) No obstante, los judíos no estaban perdidos. Enrique IV,

informado por un mensajero de Maguncia, tomó bajo su protección todas

las sinagogas de Alemania. Incluso permitió a los judíos retornar a su religión[18].

12. Cuando un monje cisterciense predicaba la segunda cruzada en los márgenes del Rin, también hubo levantamientos tumultuarios contra los judíos; pero entonces se manifestó la profética capacidad de discernimiento de san Bernardo de Claraval: supo refrenar en sus límites al monje y se convirtió en protector de los judíos[19]:: no se debe ni perseguirlos ni desterrarlos; porque ellos son testigos vivientes de nuestra redención, que ponen ante nuestros ojos la pasión del Señor[20].

No obstante, también en Bernardo se ve claramente cuán lejos del pensamiento de la época estaba la preocupación por una auténtica misión evangélica entre los judíos. De su obra posterior sobre la meditación (§ 50) se infiere, en cierto modo, que la terrible derrota con que había terminado la segunda cruzada (¡la suya!) había sacudido la conciencia occidental con un hecho: que el paganismo era una realidad; que todavía un vasto campo fuera de Occidente esperaba el cumplimiento del mandato evangelizador del Señor. Por eso Bernardo recuerda al papa su deber de no poner límites a la predicación del evangelio. La palabra de la fe debe anunciarse en todas partes: «Debes esforzarte todo lo que puedas por convertir a los infieles a la fe, no consentir que caigan los convertidos y volver a levantar a los caídos... Los seducidos (herejes y cismáticos) deben ser convencidos con razones válidas: o bien deben mejorarse ellos mismos, o bien deben ser privados por la fuerza de la autoridad y las posibilidades de llevar a otros al error...». Pero ¿y los judíos? «Por cuanto a ellos se refiere, quedas exonerado de la tarea: a ellos (esto es, a su conversión) se les ha prefijado un tiempo. Sólo tras la conversión de todos los paganos llegará su tiempo; no puede ser anticipado».

13. En la tercera cruzada fue Barbarroja quien, con un duro edicto, procedió contra la persecución de los judíos: la mano del que hiriese a un judío debía ser cortada y por el asesinato de un judío se estableció la pena de muerte. A cambio del pago de un tributo permanente los judíos se convertían en «chambelanes imperiales», que no podían ser oprimidos. El arzobispo de Maguncia dispuso incluso que la cruzada de un asesino de judíos no tenía valor, esto es, que no tenía fuerza redentora de pecados.

Notas

[4] Los sabios judíos fueron eminentes mediadores o transmisores de su propia tradición, como también del patrimonio cultural islámico. Hacia el año 1000 florecieron en Alemania y Francia los estudios del Talmud. En Maguncia, por ejemplo, había muchos e ilustres rabinos, sabios y poetas. Tenemos noticias de asambleas de rabinos durante varios siglos.

[5] Agobardo pensaba: «Quien está fuera de la fe debe ser excluido de la ley general». Como más tarde su sucesor, también él se opuso a las disputas con los hebreos, porque de ellos no se sacaba nada; al contrario, muchos cristianos se dejaban seducir.

[6] En la alta y baja Edad Media se concedió eventualmente (en contradicción con la evolución general) cierta protección a los judíos por parte de algunas ciudades o de los consejos ciudadanos.

[7] Subraya que la pasión de Jesús fue causada por toda la humanidad, es decir, no sólo por los judíos.

[8] Por el contrario, una familia de origen judío, la de los Pierleoni, apoyó la reforma de la Iglesia en el siglo XI (cf. § 45).

[9] Sus esperanzas, alimentadas especialmente por Ezequiel, les anunciaban, como fruto de la justa transformación de las cosas por obra del Mesías, no sólo alegrías, sino también venganzas.

[10] De hecho, también conocemos algunas conversiones aisladas al judaísmo, por ejemplo, un clérigo de Ludovico Pío, Bodo, que tomó el nombre de Eleazar y propugnó una intensa judaización. A él, que había pasado de «temeroso de Dios» a judío circunciso, le respondió el docto Paulo Alvaro de Córdoba. En el último tercio del siglo XI se convirtió incluso el arzobispo Andrés de Bari.

[11] Especialmente desde el rey Ervigio (680-687; XII Concilio de Toledo, en 681), que quería extirpar de raíz «esa peste judía que se reproduce constantemente».

[12] Tanto en el pueblo como en el clero parecían haber decaído peligrosamente, como también la asistencia a las funciones religiosas.

[13] Eran llevados a conventos. En la segunda fase de la represión de los judíos en España, en las postrimerías de la Edad Media, también solían llevarlos a alguna isla.

[14] Sin embargo, hay algunos casos en que a los bautizados a la fuerza se les permitía volver a su fe judía, como más adelante veremos.

[15] Una acusación parecida la encontramos ya en el XVII Concilio de Toledo, como ya hemos visto.

[16] Supone que se obra más por codicia que por ignorancia. También Gregorio IX manifestó en 1233 y nuevamente en 1236 que la persecución de los judíos no se debía a motivos seriamente religiosos; lo que se quería era más bien librarse de los acreedores.

[17] ¡Mil, de una población ciudadana de quizá seis mil!

[18] El antipapa Clemente III, apoyado por Enrique, consideró, sin embargo, hacia el año 1098 que este permiso era «inaudito y sacrilego» y ordenó al obispo de Bamberg que lo retirase. El obispo Hermann de Praga se lamentaba en su lecho de muerte de haber consentido la recaída de aquellos que en 1096 habían sido bautizados contra su voluntad por los cruzados. Entre 1168 y 1176, el obispo de Sens brindó a los judíos bautizados a la fuerza la misma posibilidad, pero por un rescate altísimo.

[19] Pero no hay que olvidar que Bernardo, cuando intervino en favor del papa Inocencio y en contra de Anacleto, que procedía de la familia de origen judío de los Pierleoni, sacó también a colación la ascendencia judía de Anacleto y la utilizó contra él; un retoño judío en la Santa Sede sería una ofensa a Cristo.

[20] Este «lugar común» se repite más tarde en la ley de paz territorial de Maguncia de 1265; la Iglesia conserva a los judíos sólo para recordar la pasión del Señor; el que los ofende o los mata debe ser castigado como quebrantador de la paz.
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MensajePublicado: Mie Abr 01, 2009 6:39 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
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III.- Situacion en la Baja Edad Media

1. En las postrimerías de la Edad Media los judíos de Europa entraron en una situación cada vez menos segura en el aspecto legal y más opresiva en el aspecto humano. Los factores y las fuerzas que la empeoraban se desarrollaron y emplearon ahora con mayor lógica. Este fue el tiempo en que el judaísmo se convirtió en un cuerpo verdaderamente extraño dentro del Occidente cristiano. El III Concilio de Letrán ya había exigido ghettos y el infamante vestido judío (sombreros puntiagudos y estrella judía)[21]. Es cierto que Inocencio III, por una parte, sólo incluyó expresamente en la condena, desde el punto de vista teológico, una parte de los judíos. Pero, por otra parte, también la formuló así[22]:: «Los judíos son los que clavaron a Cristo en la cruz, son servi, esclavos, condenados por Dios. Los cristianos son libres por Cristo; deben mantener a los judíos en perpetua esclavitud». El IV Concilio de Letrán renovó aquellas exigencias, y, a mediados de siglo, Clemente IV, por medio de un cardenal legado, trató de darles validez en todo el imperio. En muchas regiones, sin embargo, la separación no se efectuó rigurosamente hasta el siglo XV.

Los canonistas llegaron a formular la idea de que estaba permitido arrebatar los niños hebreos a sus padres y bautizarlos. Es verdad que Tomás de Aquino y Alejandro de Sales se opusieron a este terrible pensamiento, mas Duns Escoto y su escuela lo defendieron.

2. La culpabilidad de los cristianos creció pavorosamente. Las graves sospechas y calumnias susodichas se difundieron con suma credulidad en los pulpitos, en la literatura o en forma de rumor, y se utilizaron en procesos judiciales o en explosiones tumultuarias contra los judíos. En los dramas de la pasión, que excitaban la fantasía de la multitud, se representaban las figuras de los asesinos de Cristo de modo especialmente repugnante y fácilmente reconocibles como judíos por su vestido. La multitud los identificaba sin más con los judíos en general, y sobre esta base se formaba una idea global de judaísmo.

a) Desde que en 1215 fue proclamado el dogma de la transustanciación, no sólo creció la veneración del Santísimo, al mismo tiempo crecieron también las ideas supersticiosas. Se volvió a relacionar tales ideas con los judíos y se multiplicaron los rumores y las acusaciones de robo de hostias por los judíos (o por sus empleados cristianos)[23] y los asesinatos rituales. Desde el siglo XIII hasta el XVIII los papas tuvieron que rechazar frecuentemente en sus bulas la acusación de homicidio.

b) No solamente la fantasía se encendía con acusaciones soñadas, a veces conscientemente inventadas, hasta llegar a persecuciones sangrientas; también la administración de la justicia contribuyó trágicamente a ellas. Por el círculo mortal de grave sospecha y su «confirmación» por medio de la tortura, y por estimar la retracción de la confesión como pertinacia y recaída, pecados ambos merecedores de castigo, surgió aquel montón de crueles injusticias antisemitas, que tan seriamente gravan la historia de finales de la Edad Media. El judío era el brujo, el servidor del anticristo, al que se le atribuía sin más todo lo maligno y pavoroso. En canciones y juegos y en una especie de proverbios (refranes) se divulgaba el deseo de colgar al judío, de ahogarlo o quemarlo, como la cosa más innocua del mundo. Por lo demás, también se emplearon las acusaciones falsas para deshacerse de los acreedores judíos[24].

c) Como desde el siglo X los judíos se vieron desposeídos violentamente de sus propiedades, por fuerza tuvieron que procurarse otras fuentes de lucro. Sólo les quedó el comercio y la banca, en los cuales, ciertamente, sobresalieron. Los negocios monetarios parecieron hechos a propósito para ellos, precisamente porque a los cristianos les estaba oficialmente prohibido cobrar intereses. A la tan denostada usura de los judíos[25] contribuyeron, en gran medida por cierto, los príncipes y los señores: en parte porque ellos mismos fijaban los exorbitados intereses (¡hasta el 30 y el 40 por 100 semana!) y en parte porque directamente ingresaban enormes sumas en sus cajas.

3. A pesar de las leyes protectoras dictadas, hacia finales del siglo XIII la existencia del judaísmo se vio seriamente amenazada. En el año 1298 fueron aniquiladas en Alemania casi todas las comunidades de Baviera, Austria y Franconia; en 1336/38 hubo persecuciones masivas en todo el sur de Alemania hasta Bohemia. Y nuevamente las procesiones de flagelantes (1348/50) provocaron terribles persecuciones en todo Occidente y centro de Europa. En 1349, en Estrasburgo, los judíos fueron quemados sobre tablado; sólo si se dejaban bautizar se les perdonaba la vida. Los niños pequeños eran sacados del fuego y bautizados contra la voluntad de sus padres. Las guerras de los husitas -como anteriormente las de los albigenses- también tuvieron al principio idénticas manifestaciones. Como es lógico, en tales persecuciones hubo contraofensivas y luchas callejeras. Repetidamente se nos informa que los mismos judíos, desesperados, prendían fuego a sus casas y buscaban la muerte entre las llamas.

Desde el segundo tercio del siglo XIII advertimos con frecuencia un nuevo tipo de opresión: la confiscación y quema de los libros sagrados judíos. La destrucción del Talmud ya había sido prohibida por Justiniano (548) en el Imperio de Oriente. También en la primera Edad Media en Occidente se procedió a veces contra las sagradas Escrituras, pero esto era ilegal. Gregorio I, en un caso concreto, exigió expresamente que les fueran devueltos a los judíos sus libros sagrados. Por el contrario, el fanático judío converso Donino de la Rochelle buscó amparo en Gregorio IX y en 1240 promovió el primer gran proceso del Talmud. Se reunieron veinticuatro carretadas de textos y comentarios del Talmud. Fue el comienzo de aquella violenta opresión de la literatura judía que, con el asunto de Reuchlin-Pfefferkorn, condujo directamente a la Reforma.

4. Y, al fin, las persecuciones aumentaron a raíz de auténticas leyes de excepción. En las postrimerías de la Edad Media tuvieron lugar las grandes expulsiones de los judíos de Inglaterra, Francia, España y Alemania.

a) Los numerosos judíos de Inglaterra estaban protegidos por el rey por motivos financieros; les estaba prohibida la emigración, ellos y sus bienes eran propiedad del rey. En la coronación de Ricardo I Corazón de León hubo revueltas y motines en Londres, seguidos de asesinatos y muertes de judíos en otros lugares, hasta que finalmente en 1290 fueron expatriados y sus bienes confiscados.

En España, tras los sangrientos preludios del siglo XIV[26] sobrevino la gran opresión bajo los «reyes católicos» Fernando e Isabel. En 1492, unos cincuenta mil judíos debieron librarse del destierro y de la pérdida de sus bienes dejándose bautizar: surgió entonces (y también a consecuencia de las grandes disputas) la gran masa de judíos (y mahometanos) bautizados a la fuerza, los llamados «marranos», que se multiplicaron con extraordinaria rapidez (en parte se salvaron refugiándose en Italia y Holanda).

En Alemania, los judíos fueron desterrados de casi todos los territorios y ciudades (aquí la fuerza impulsora fueron los gremios). Las ya mencionadas persecuciones sangrientas de 1298 están relacionadas con el nombre de Rintflaisch; en 1384 fueron asesinados todos los judíos de Nördlingen. Cuando la comunidad judía era desterrada, también se solía prender fuego a las sinagogas. El ejemplo más tristemente célebre es la destrucción, a principios del siglo XVI, de la antigua y famosa sinagoga de la comunidad de culto hebraico de Ratisbona, en cuyo solar se erigió la capilla de peregrinación de «María la Hermosa». Muchas comunidades judaico-orientales y galizianas fueron fundadas en las postrimerías del Medievo por emigrados del oeste y del sur.

Todo esto significa, pues, que también en la baja Edad Media se puede hablar en cierto modo (con excepción de Italia) de una amenaza constante a la persona, la vida y los bienes de los judíos. Un examen más detallado de la historia de cada uno de los países y ciudades hace que esto aparezca más claramente en la conciencia. Del arzobispado de Maguncia sabemos que, sólo en la segunda mitad del siglo XIII, hubo persecuciones en los años 1266, 1276, 1281, 1283, 1285, 1286, 1287, 1298... Y esto no sólo ocurrió en las ciudades; la población rural también actuó del mismo modo, especialmente después de que los judíos fuesen desterrados de tantísimas ciudades (particularmente en los siglos XV y XVI): siempre de nuevo un círculo de dolor, crueldad y muerte.

b) Sin embargo, los tristes sucesos mencionados no lo son todo.

La historia local de las ciudades nos ofrece pruebas de que en todos los siglos, incluso en la baja Edad Media, los judíos vivieron algún tiempo en paz, desarrollando una vida comunitaria con su «propio obispo judío» y su administración autónoma, pudiendo celebrar sínodos de rabinos y efectuar transacciones financieras con los grandes señores, con los obispos y con los Capítulos catedralicios. A menudo, pocos años después de una persecución, reemprendían su antigua actividad en el mismo lugar; cuando la comunidad quedaba extinguida, muy pronto otros judíos se atrevían a establecerse en el lugar de los asesinados. Desde 1407 los judíos de Alemania se hallaban sometidos a sus propios rabinos imperiales.

5. El judaísmo, por su contacto con la sabiduría árabe[27] reviste una importancia particular para la historia de la Iglesia. En el territorio ocupado por los mahometanos en España, al filo del milenio, se llegó a un fecundo contacto en este sentido. Los judíos fueron creadores de una elevada cultura como poetas, filósofos, místicos, estadistas y médicos. Este desarrollo prosiguió, después de la reconquista del país, bajo los señores cristianos. Los judíos quedaron libres; consiguieron grandes riquezas y alcanzaron altos cargos, lo que, por otra parte, dio pie a nuevas persecuciones antisemitas. Para la historia de la Iglesia tiene una importancia especial el filósofo y médico Maimónides († 1204), citado muy a menudo por Alberto Magno y Tomás de Aquino[28]. Esta simbiosis entre islamismo, judaísmo y cristianismo fue creciendo (por ejemplo, en Córdoba), hasta que le puso fin la gran expulsión del siglo XV.

A finales de este siglo comenzó la cábala a ejercer mayor influencia. La cábala es una doctrina mística y secreta de los judíos, al parecer oriunda del antiguo Oriente, pero de hecho aparecida en la Provenza en los siglos XII/XIII, una formación sincretística que contiene también elementos gnósticos; su idea central es la del pléroma, de la plenitud, del universo. Con admiración fue aceptada por el humanismo como sabiduría primitiva y utilizada, en múltiples interpretaciones, en el intento de hacer una vasta ampliación de la doctrina cristiana (por ejemplo, por Pico della Mirandola).

Notas

[21] En Alemania, y a finales del siglo XIII, es característico el «Espejo de Suabia» (1274/76). También aquí se estipula expresamente que se separen los judíos de los cristianos y que lleven una vestimenta que permita reconocerlos. Está prohibido comer con los judíos; los cristianos no deben tomar parte en sus bodas. Las relaciones sexuales entre judíos y cristianos se castigan con la muerte en la hoguera. No obstante, los judíos quedan expresamente protegidos por la ley en su cuerpo y en su vida.

[22] Sus ideas, a través de la codificación de Gregorio IX, pasaron al derecho canónico.

[23] En relación con esto surgieron muchas leyendas de hostias sangrantes; su veneración en las postrimerías de la Edad Media desempeñó un papel muy importante, favoreciendo de modo particular la superstición. Nicolás de Cusa lo combatió enérgicamente, pero ni él ni otros lograron reprimir tan prolífero mal.

[24] Cf. nota 16.

[25] La acusación aparece en 1096, y en el siglo XII se hace frecuente; desde entonces el judío quedó estigmatizado como el usurero por excelencia. Pero Wimpfeling puede también decir que los cristianos superaron en esto a los judíos.

[26] Por ejemplo, la gran persecución de Sevilla del año 1391, en la que fueron muertos cuatro mil judíos.

[27] Con el Islam, el judaísmo experimentó una enorme difusión geográfica hasta la India, China, Rusia meridional e incluso el Asia central (cf. mapa 7).

[28] Respecto a la influencia judeo-arábiga sobre la teología cristiana por medio del averroísmo, cf. § 59.
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Beatriz
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MensajePublicado: Mie Abr 01, 2009 6:46 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
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IV.- Extraños Metodos de Evangelizacion

1. Así, pues, en los copiosos siglos que siguieron a la época apostólica, la lucha del Apóstol de las gentes por el alma de su pueblo judío no encontró muchos paralelos.

Desgraciadamente, aún tendremos que reforzar esta impresión. Pero para no dar pie a una mala interpretación, es menester primero completar el cuadro también positivamente: ni en la literatura ni en la predicación fue la lucha la única actuación cristiana frente al judaísmo. La relación del cristianismo con el judaísmo no se agotó ahí. Hubo también verdaderos intentos de ganar a los judíos para la verdad. Por desgracia, esto sucedió las más de las veces de tal modo que no se tuvo en consideración con la suficiente objetividad ni la historia ni la fe del judaísmo. En los muchos tratados sobre el tema, ya conocidos desde el siglo XII, apenas se puede hallar un conocimiento profundo del judaísmo. Esto es aplicable más que nada al Antiguo Testamento, en el cual los judíos, conocedores del hebreo, eran superiores a sus émulos cristianos. Por otra parte, también los cristianos podían ser fácilmente rebatidos en lo que ellos presentaban como contenido del Talmud. Un verdadero conocimiento del Talmud por parte cristiana se dio por vez primera con los judíos conversos. Pero éstos, comprensiblemente, eran demasiado odiados por sus antiguos hermanos en la fe para ser escuchados.

Dándose perfecta cuenta de estos fallos, los dominicos del siglo XIII se aplicaron al estudio de las lenguas bíblicas[29]; para ello erigieron sus propias casas de estudio. Desde el siglo XIV estas disciplinas se enseñaban de modo regular en Viena, en París y en la curia.

Por desgracia, en las discusiones magistrales sobre la doctrina judaica faltó siempre el amor, la verdadera pastoral sacerdotal. Ya conocemos esto suficientemente por las exposiciones que hemos hecho hasta ahora. Pero queremos completar el cuadro.

2. Como ya dijimos, hubo gran cantidad de tratados de controversia teológica, que eran los que debían explicar la verdad del cristianismo frente al judaísmo y su doctrina. Mas el principal medio utilizado por los cristianos para ganarse a los judíos fue la palabra hablada en disputas y sermones. Conocemos diversas clases de disputas entre cristianos y judíos: las conversaciones religiosas privadas (en el norte de África, en Lorena y en el Rin), bastante raras a comienzos del segundo milenio, cuando la aversión contra los judíos podía hacerlas eventual-mente peligrosas; los torneos científicos, preparados en las universidades; los diálogos entre «Iglesia» y «Sinagoga», en las más diversas formas de representación dramática. Así, en representaciones y explicaciones del Cantar de los Cantares, la Sinagoga rivaliza con la Iglesia en el verdadero amor al Señor y en el loor al esposo; en el drama de Tegernsee, la Sinagoga se vuelve ásperamente contra el anticristo. En otros dramas los judíos llegan incluso a ser mártires de Cristo y contribuyen con ello a derribar al anticristo. O bien María aparece como intercesora y consoladora de la Sinagoga. O bien (por ejemplo, en Hans Sachs), al final del drama, el judío se reconoce vencido y pide el bautismo. Mucho tiempo antes, Giselberto Crispín (1084-1117, abad de Westminster), en su diálogo con un judío, había procedido inteligentemente y lo había llevado a la conversión. Y Abelardo, en su Triálogo, había situado a un judío entre los honrados buscadores de la verdad.

Pero, las más de las veces, ni la atmósfera ni el tono fueron de esta guisa; sólo excepcionalmente podemos rastrear la voluntad de comprender más profundamente el mundo judaico por medio del interlocutor hebreo. El pecado capital de toda disputa, el querer tener razón, el querer triunfar, surgía frente a los odiados judíos con mucha mayor intensidad.

El grave defecto de estas disputas, mencionado tan frecuentemente, es la exagerada confianza en la demostración puramente racional, más aún, racionalista, cuando tantas veces de lo que se trataba era, precisamente, esencialmente, de misterios de fe.

Además, en las disputas apenas se podía llegar a una exhaustiva exposición de las dos partes, porque para el interlocutor judío era peligroso defender victoriosamente su punto de vista judío; eso podía acarrear represalias. Y así, como semejante relación podía hacer sufrir a toda la comunidad, los rabinos prohibieron toda discusión con los cristianos[30].

La mayor parte de las discusiones tuvieron lugar en España, que en el siglo XIII era el país clásico de la sabiduría judía (especialmente la mística). Célebre fue, por ejemplo, la de Tortosa (1413/14) con no menos de sesenta y nueve sesiones.

3. Tampoco tuvieron éxito los sermones obligatorios, que los judíos tenían que escuchar, unas veces regularmente[31] y otras en ocasiones especiales. Había también predicaciones obligatorias que se celebraban en las sinagogas (incluso en sábado), lo que comprensiblemente tenía que herir e invitar a la obstinación; otras tenían lugar en una iglesia cristiana, o también en plazas públicas, donde no era raro que se llegase a lesionar o hacer burla de los judíos. Obviamente, el efecto psicológico era mucho más grave cuando los fanáticos judíos conversos actuaban como predicadores en la sinagoga. De ninguna manera podía resultarles atractivo a los judíos tener que permanecer sentados ante los púlpitos, cuando tenían la experiencia de que sus casas, entre tanto, eran saqueadas. El éxito tampoco se facilitaba en tales sermones obligatorios (por ejemplo, los de Capistrano o de Bertoldo de Ratisbona) cuando los judíos eran atacados con ásperas palabras[32].

Incluso predicadores controversistas como Bernardino de Siena[33] o el dominico Pedro Nigri, con todo su celo, tampoco supieron en el siglo XV presentar a los judíos el evangelio entero como el mensaje del amor.

El Concilio de Basilea exigió, por lo menos, que en los sermones obligatorios el asunto se tratase bondadosamente y fuera apoyado con obras de caridad en favor de los judíos. En el mismo tiempo algunos príncipes y papas intentaron evitar en los sermones las polémicas demasiado duras (Martín V, Eugenio IV y Pío II), naturalmente sin que los predicadores les hiciesen caso. También algunos sínodos españoles (Toledo [1473], Sevilla [1512]) se expresaron en sentido moderado.

4. Algunas de estas disputas y sermones obligatorios, como, por ejemplo, la mencionada de Tortosa, condujeron a bautismos forzados. Esto no podía por menos que confirmar la desconfianza de los judíos. Se repetía otra vez el ciclo: «conversión», fidelidad secreta a la antigua fe, desconfianza y sospecha cristiana, intervención de la Inquisición. La mayor parte de los bautizados por la fuerza volvía a apostatar de la fe; el resultado de estos métodos obcecados fue principalmente el odio y la exasperación, a causa de los cuales quienes más tuvieron que sufrir fueron los pocos conversos de verdad. Algunas leyes pontificias o disposiciones de concilios, obispos y príncipes tuvieron que proteger especialmente a sacerdotes y monjes de origen judío.

En resumen: en los esfuerzos eclesiales casi nunca faltó coacción o, como mínimo, presión moral. El pensamiento de Vicente Ferrer de que «los judíos nunca serán buenos si no se les obliga a serlo» era una opinión harto general. Por lo demás, una instrucción a fondo era la excepción. En los bautismos forzados solía bastar con una sola sesión de doctrina. A veces ni eso.

5. La liturgia tampoco daba mucho lugar al auténtico propósito misionero frente a los judíos. En la misma antigua liturgia de la noche pascual había muchas alusiones al pueblo elegido y salvado de la ruina, pero esto hacía tiempo que se había aplicado casi exclusivamente a la nueva alianza de los cristianos salvados por el bautismo. Realmente, durante todo el Medievo sólo hubo la conocida oración del Viernes Santo pro perfidis judaeis. Incluso se decía expresamente que esta única oración al año bastaba, pues Dios todavía no quería mostrar su gracia a los judíos... Estamos muy lejos de la praxis de san Bonifacio, quien decididamente había basado su trabajo misionero en el auxilio de la oración y de las hermandades de oración (§ 38, II). Tampoco sabemos nada de que se exhortase a la oración por los judíos al margen de la liturgia. Era algo que visiblemente escapaba a la conciencia general (cosa que también sucederá en la Edad Moderna, hasta en nuestros días).

6. El representante más importante de una evangelización que muestre comprensión para otras formaciones religiosas y que en cierto modo, dentro de una acomodación rigurosamente ortodoxa, trate de tenerlas en cuenta, es Raimundo Lulio († 1316), quien también estuvo influido por la cábala. No quiere dominar, sino comprender; en sus sermones acentúa muy fuertemente el monoteísmo. Sin embargo, en sus intentos de conversión, también sucumbe a una extraña sobrevaloración de la inteligencia. Está convencido de poder demostrar la fe y sus misterios en sentido estricto. Y esto estuvo tan profundamente arraigado en él que, en definitiva, aprobó la violencia, cuando en mezquitas y sinagogas predicaba a los infieles y judíos que debían escucharle (1292).

7. El caso más célebre de un judío converso es el del comerciante Hermann de Colonia, posteriormente premonstratense en Kappenberg y prepósito de Schede. En Maguncia, con motivo de un préstamo que él concedió al arzobispo de Colonia, trabó cordiales relaciones con éste y su ambiente. El mismo nos ha relatado su conversión (hacia 1137). Se ve claramente lo mucho que le ayudó la humanidad, la ausencia de todo odio y de toda presión innecesaria, precisamente a él, que era un amante de la verdad, en su difícil camino (como él expresamente subraya). También desempeñó un papel importante en su proceso evolutivo la poderosa atracción de la liturgia cristiana. Quizá en él, más que en ningún otro, se ve a las claras la impotencia de las demostraciones estrictamente racionales que se le presentaban. El, instruido en la escuela rabínica, se rindió definitivamente, creyendo con profunda seriedad religiosa, a la predicación sencilla.

En su autobiografía también menciona la general aversión hacia los judíos y acentúa la gran injusticia de los cristianos, que detestan, escupen y maldicen a los judíos, miembros del pueblo elegido, dignificado con la revelación, cual si fuesen perros.

8. Se ha preguntado por el resultado de estos esfuerzos seculares, por el número de conversos. Hay toda una serie de relatos particulares y algunas cifras recibidas por tradición, que son incontrolables; sabemos de judíos convertidos aquí y allí, especialmente de quienes entraron a formar parte del clero; desde el siglo XIII se multiplicaron las conversiones; pero no se pueden conseguir cifras exactas. En resumen: las auténticas conversiones son la gran excepción. Conocemos muchas razones para el fracaso. Dos se destacan: la primera es que los esfuerzos para la conversión, en la medida descrita, quedaron ensombrecidos por la violencia. Los horribles bautizos a la fuerza, vistos en conjunto, únicamente podían generar la negativa interior. No es exacto hablar del éxito definitivo de las conversiones forzadas, por ejemplo, entre los sajones. Y la segunda, que hay que darse cuenta del positivo fondo religioso de la resistencia judía. Los judíos estaban completamente firmes en su fe, profundamente arraigada en sus familias desde muchos siglos, una fe de enorme riqueza, por la cual muchos se enardecían realmente y que muchos, que quedaron en el anonimato, sellaron con su sangre.

En las crónicas hallamos sorprendentes expresiones de júbilo y alabanza de Dios, incomprensibles -así se dice- para los testigos oculares, con que los inocentes condenados aceptaban el tormento y la misma muerte. «Como a una fiesta de bodas marchaban a la muerte con alegres cánticos»[34] (cronista de Lieja [1348/49]). Por cierto que la atracción de este profético monoteísmo judío era tan fuerte que eventualmente conquistó clérigos en calidad de conversos y les dio fuerza suficiente para permanecer en la nueva fe, soportando duras privaciones[35]. En todo esto, qué duda cabe, también entraba en juego la aversión, más aún, el profundo odio de los judíos contra los cristianos, contra su fe y contra el mismo Cristo. Tropezamos también (comprensiblemente) con un fanatismo exaltado. «Felices y jubilosos, como a una danza, corren hacia la muerte, primero arrojan los niños a las llamas, luego las mujeres y finalmente se arrojan ellos mismos, para no hacer ya nada contra su religión a causa de la debilidad humana». Pero lo más importante es que muchos de ellos estaban profundamente convencidos de ser el pueblo de Yahvé, de nutrir en sí mismos una profunda e inquebrantable fidelidad al Nombre de Dios Unico, el «Eterno». Por su amor fueron muchos miles los que recibieron gustosos la muerte. Es conmovedora la aflicción con que los fieles judíos perseguidos clamaban a Yahvé. Su fe alcanzó, no raras veces, el grado heroico. Los tormentos de la insensata e injusta persecución y de la cruel muerte de tantos, que no son sino un testimonio de los «dolores de parto del Mesías», hicieron que un judío renano, en medio de sus insoportables dolores, recitando el cántico de alabanza de Ex 15, que ensalza la incomparable sublimidad de Yahvé en sus maravillas y hechos gloriosos, cambiase el versículo 11 («¿Quién es como tú entre los dioses?») por el desesperado grito: «¿Quién es como tú entre los mudos, que no dan respuesta alguna?»

Notas

[29] El dominico español Martinus Martini († 1284) escribió ex profeso un manual para disputar victoriosamente con los judíos; lleva el significativo título de El Puñal de la Fe.

[30] Y, viceversa, a los sacerdotes insuficientemente preparados (sacerdotes illite-rati) se les prohibió disputar.

[31] Por ejemplo, tres veces al año; eran obligatorias para los judíos a partir de los doce o los ocho años.

[32] Se decía que «eran mucho peores que los paganos; por su delito contra Cristo debían ser esclavos no sólo de los cristianos, sino también de los sarracenos».

[33] Murió en Aquila (1380-1444). Con enumeraciones larguísimas explica a sus oyentes de cuántos pecados mortales se han hecho culpables viviendo con los judíos, comiendo con ellos...

[34] Encontramos lo mismo, casi literalmente, en una elegía del año 1235; «...puros y leales marchaban al martirio como a una fiesta nupcial y no deshonraban a su esposo celestial».

[35] Cf. nota 10.
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MensajePublicado: Mie Abr 01, 2009 6:48 pm    Asunto:
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IV.- Extraños Metodos de Evangelizacion

1. Así, pues, en los copiosos siglos que siguieron a la época apostólica, la lucha del Apóstol de las gentes por el alma de su pueblo judío no encontró muchos paralelos.

Desgraciadamente, aún tendremos que reforzar esta impresión. Pero para no dar pie a una mala interpretación, es menester primero completar el cuadro también positivamente: ni en la literatura ni en la predicación fue la lucha la única actuación cristiana frente al judaísmo. La relación del cristianismo con el judaísmo no se agotó ahí. Hubo también verdaderos intentos de ganar a los judíos para la verdad. Por desgracia, esto sucedió las más de las veces de tal modo que no se tuvo en consideración con la suficiente objetividad ni la historia ni la fe del judaísmo. En los muchos tratados sobre el tema, ya conocidos desde el siglo XII, apenas se puede hallar un conocimiento profundo del judaísmo. Esto es aplicable más que nada al Antiguo Testamento, en el cual los judíos, conocedores del hebreo, eran superiores a sus émulos cristianos. Por otra parte, también los cristianos podían ser fácilmente rebatidos en lo que ellos presentaban como contenido del Talmud. Un verdadero conocimiento del Talmud por parte cristiana se dio por vez primera con los judíos conversos. Pero éstos, comprensiblemente, eran demasiado odiados por sus antiguos hermanos en la fe para ser escuchados.

Dándose perfecta cuenta de estos fallos, los dominicos del siglo XIII se aplicaron al estudio de las lenguas bíblicas[29]; para ello erigieron sus propias casas de estudio. Desde el siglo XIV estas disciplinas se enseñaban de modo regular en Viena, en París y en la curia.

Por desgracia, en las discusiones magistrales sobre la doctrina judaica faltó siempre el amor, la verdadera pastoral sacerdotal. Ya conocemos esto suficientemente por las exposiciones que hemos hecho hasta ahora. Pero queremos completar el cuadro.

2. Como ya dijimos, hubo gran cantidad de tratados de controversia teológica, que eran los que debían explicar la verdad del cristianismo frente al judaísmo y su doctrina. Mas el principal medio utilizado por los cristianos para ganarse a los judíos fue la palabra hablada en disputas y sermones. Conocemos diversas clases de disputas entre cristianos y judíos: las conversaciones religiosas privadas (en el norte de África, en Lorena y en el Rin), bastante raras a comienzos del segundo milenio, cuando la aversión contra los judíos podía hacerlas eventual-mente peligrosas; los torneos científicos, preparados en las universidades; los diálogos entre «Iglesia» y «Sinagoga», en las más diversas formas de representación dramática. Así, en representaciones y explicaciones del Cantar de los Cantares, la Sinagoga rivaliza con la Iglesia en el verdadero amor al Señor y en el loor al esposo; en el drama de Tegernsee, la Sinagoga se vuelve ásperamente contra el anticristo. En otros dramas los judíos llegan incluso a ser mártires de Cristo y contribuyen con ello a derribar al anticristo. O bien María aparece como intercesora y consoladora de la Sinagoga. O bien (por ejemplo, en Hans Sachs), al final del drama, el judío se reconoce vencido y pide el bautismo. Mucho tiempo antes, Giselberto Crispín (1084-1117, abad de Westminster), en su diálogo con un judío, había procedido inteligentemente y lo había llevado a la conversión. Y Abelardo, en su Triálogo, había situado a un judío entre los honrados buscadores de la verdad.

Pero, las más de las veces, ni la atmósfera ni el tono fueron de esta guisa; sólo excepcionalmente podemos rastrear la voluntad de comprender más profundamente el mundo judaico por medio del interlocutor hebreo. El pecado capital de toda disputa, el querer tener razón, el querer triunfar, surgía frente a los odiados judíos con mucha mayor intensidad.

El grave defecto de estas disputas, mencionado tan frecuentemente, es la exagerada confianza en la demostración puramente racional, más aún, racionalista, cuando tantas veces de lo que se trataba era, precisamente, esencialmente, de misterios de fe.

Además, en las disputas apenas se podía llegar a una exhaustiva exposición de las dos partes, porque para el interlocutor judío era peligroso defender victoriosamente su punto de vista judío; eso podía acarrear represalias. Y así, como semejante relación podía hacer sufrir a toda la comunidad, los rabinos prohibieron toda discusión con los cristianos[30].

La mayor parte de las discusiones tuvieron lugar en España, que en el siglo XIII era el país clásico de la sabiduría judía (especialmente la mística). Célebre fue, por ejemplo, la de Tortosa (1413/14) con no menos de sesenta y nueve sesiones.

3. Tampoco tuvieron éxito los sermones obligatorios, que los judíos tenían que escuchar, unas veces regularmente[31] y otras en ocasiones especiales. Había también predicaciones obligatorias que se celebraban en las sinagogas (incluso en sábado), lo que comprensiblemente tenía que herir e invitar a la obstinación; otras tenían lugar en una iglesia cristiana, o también en plazas públicas, donde no era raro que se llegase a lesionar o hacer burla de los judíos. Obviamente, el efecto psicológico era mucho más grave cuando los fanáticos judíos conversos actuaban como predicadores en la sinagoga. De ninguna manera podía resultarles atractivo a los judíos tener que permanecer sentados ante los púlpitos, cuando tenían la experiencia de que sus casas, entre tanto, eran saqueadas. El éxito tampoco se facilitaba en tales sermones obligatorios (por ejemplo, los de Capistrano o de Bertoldo de Ratisbona) cuando los judíos eran atacados con ásperas palabras[32].

Incluso predicadores controversistas como Bernardino de Siena[33] o el dominico Pedro Nigri, con todo su celo, tampoco supieron en el siglo XV presentar a los judíos el evangelio entero como el mensaje del amor.

El Concilio de Basilea exigió, por lo menos, que en los sermones obligatorios el asunto se tratase bondadosamente y fuera apoyado con obras de caridad en favor de los judíos. En el mismo tiempo algunos príncipes y papas intentaron evitar en los sermones las polémicas demasiado duras (Martín V, Eugenio IV y Pío II), naturalmente sin que los predicadores les hiciesen caso. También algunos sínodos españoles (Toledo [1473], Sevilla [1512]) se expresaron en sentido moderado.

4. Algunas de estas disputas y sermones obligatorios, como, por ejemplo, la mencionada de Tortosa, condujeron a bautismos forzados. Esto no podía por menos que confirmar la desconfianza de los judíos. Se repetía otra vez el ciclo: «conversión», fidelidad secreta a la antigua fe, desconfianza y sospecha cristiana, intervención de la Inquisición. La mayor parte de los bautizados por la fuerza volvía a apostatar de la fe; el resultado de estos métodos obcecados fue principalmente el odio y la exasperación, a causa de los cuales quienes más tuvieron que sufrir fueron los pocos conversos de verdad. Algunas leyes pontificias o disposiciones de concilios, obispos y príncipes tuvieron que proteger especialmente a sacerdotes y monjes de origen judío.

En resumen: en los esfuerzos eclesiales casi nunca faltó coacción o, como mínimo, presión moral. El pensamiento de Vicente Ferrer de que «los judíos nunca serán buenos si no se les obliga a serlo» era una opinión harto general. Por lo demás, una instrucción a fondo era la excepción. En los bautismos forzados solía bastar con una sola sesión de doctrina. A veces ni eso.

5. La liturgia tampoco daba mucho lugar al auténtico propósito misionero frente a los judíos. En la misma antigua liturgia de la noche pascual había muchas alusiones al pueblo elegido y salvado de la ruina, pero esto hacía tiempo que se había aplicado casi exclusivamente a la nueva alianza de los cristianos salvados por el bautismo. Realmente, durante todo el Medievo sólo hubo la conocida oración del Viernes Santo pro perfidis judaeis. Incluso se decía expresamente que esta única oración al año bastaba, pues Dios todavía no quería mostrar su gracia a los judíos... Estamos muy lejos de la praxis de san Bonifacio, quien decididamente había basado su trabajo misionero en el auxilio de la oración y de las hermandades de oración (§ 38, II). Tampoco sabemos nada de que se exhortase a la oración por los judíos al margen de la liturgia. Era algo que visiblemente escapaba a la conciencia general (cosa que también sucederá en la Edad Moderna, hasta en nuestros días).

6. El representante más importante de una evangelización que muestre comprensión para otras formaciones religiosas y que en cierto modo, dentro de una acomodación rigurosamente ortodoxa, trate de tenerlas en cuenta, es Raimundo Lulio († 1316), quien también estuvo influido por la cábala. No quiere dominar, sino comprender; en sus sermones acentúa muy fuertemente el monoteísmo. Sin embargo, en sus intentos de conversión, también sucumbe a una extraña sobrevaloración de la inteligencia. Está convencido de poder demostrar la fe y sus misterios en sentido estricto. Y esto estuvo tan profundamente arraigado en él que, en definitiva, aprobó la violencia, cuando en mezquitas y sinagogas predicaba a los infieles y judíos que debían escucharle (1292).

7. El caso más célebre de un judío converso es el del comerciante Hermann de Colonia, posteriormente premonstratense en Kappenberg y prepósito de Schede. En Maguncia, con motivo de un préstamo que él concedió al arzobispo de Colonia, trabó cordiales relaciones con éste y su ambiente. El mismo nos ha relatado su conversión (hacia 1137). Se ve claramente lo mucho que le ayudó la humanidad, la ausencia de todo odio y de toda presión innecesaria, precisamente a él, que era un amante de la verdad, en su difícil camino (como él expresamente subraya). También desempeñó un papel importante en su proceso evolutivo la poderosa atracción de la liturgia cristiana. Quizá en él, más que en ningún otro, se ve a las claras la impotencia de las demostraciones estrictamente racionales que se le presentaban. El, instruido en la escuela rabínica, se rindió definitivamente, creyendo con profunda seriedad religiosa, a la predicación sencilla.

En su autobiografía también menciona la general aversión hacia los judíos y acentúa la gran injusticia de los cristianos, que detestan, escupen y maldicen a los judíos, miembros del pueblo elegido, dignificado con la revelación, cual si fuesen perros.

8. Se ha preguntado por el resultado de estos esfuerzos seculares, por el número de conversos. Hay toda una serie de relatos particulares y algunas cifras recibidas por tradición, que son incontrolables; sabemos de judíos convertidos aquí y allí, especialmente de quienes entraron a formar parte del clero; desde el siglo XIII se multiplicaron las conversiones; pero no se pueden conseguir cifras exactas. En resumen: las auténticas conversiones son la gran excepción. Conocemos muchas razones para el fracaso. Dos se destacan: la primera es que los esfuerzos para la conversión, en la medida descrita, quedaron ensombrecidos por la violencia. Los horribles bautizos a la fuerza, vistos en conjunto, únicamente podían generar la negativa interior. No es exacto hablar del éxito definitivo de las conversiones forzadas, por ejemplo, entre los sajones. Y la segunda, que hay que darse cuenta del positivo fondo religioso de la resistencia judía. Los judíos estaban completamente firmes en su fe, profundamente arraigada en sus familias desde muchos siglos, una fe de enorme riqueza, por la cual muchos se enardecían realmente y que muchos, que quedaron en el anonimato, sellaron con su sangre.

En las crónicas hallamos sorprendentes expresiones de júbilo y alabanza de Dios, incomprensibles -así se dice- para los testigos oculares, con que los inocentes condenados aceptaban el tormento y la misma muerte. «Como a una fiesta de bodas marchaban a la muerte con alegres cánticos»[34] (cronista de Lieja [1348/49]). Por cierto que la atracción de este profético monoteísmo judío era tan fuerte que eventualmente conquistó clérigos en calidad de conversos y les dio fuerza suficiente para permanecer en la nueva fe, soportando duras privaciones[35]. En todo esto, qué duda cabe, también entraba en juego la aversión, más aún, el profundo odio de los judíos contra los cristianos, contra su fe y contra el mismo Cristo. Tropezamos también (comprensiblemente) con un fanatismo exaltado. «Felices y jubilosos, como a una danza, corren hacia la muerte, primero arrojan los niños a las llamas, luego las mujeres y finalmente se arrojan ellos mismos, para no hacer ya nada contra su religión a causa de la debilidad humana». Pero lo más importante es que muchos de ellos estaban profundamente convencidos de ser el pueblo de Yahvé, de nutrir en sí mismos una profunda e inquebrantable fidelidad al Nombre de Dios Unico, el «Eterno». Por su amor fueron muchos miles los que recibieron gustosos la muerte. Es conmovedora la aflicción con que los fieles judíos perseguidos clamaban a Yahvé. Su fe alcanzó, no raras veces, el grado heroico. Los tormentos de la insensata e injusta persecución y de la cruel muerte de tantos, que no son sino un testimonio de los «dolores de parto del Mesías», hicieron que un judío renano, en medio de sus insoportables dolores, recitando el cántico de alabanza de Ex 15, que ensalza la incomparable sublimidad de Yahvé en sus maravillas y hechos gloriosos, cambiase el versículo 11 («¿Quién es como tú entre los dioses?») por el desesperado grito: «¿Quién es como tú entre los mudos, que no dan respuesta alguna?»

Notas

[29] El dominico español Martinus Martini († 1284) escribió ex profeso un manual para disputar victoriosamente con los judíos; lleva el significativo título de El Puñal de la Fe.

[30] Y, viceversa, a los sacerdotes insuficientemente preparados (sacerdotes illite-rati) se les prohibió disputar.

[31] Por ejemplo, tres veces al año; eran obligatorias para los judíos a partir de los doce o los ocho años.

[32] Se decía que «eran mucho peores que los paganos; por su delito contra Cristo debían ser esclavos no sólo de los cristianos, sino también de los sarracenos».

[33] Murió en Aquila (1380-1444). Con enumeraciones larguísimas explica a sus oyentes de cuántos pecados mortales se han hecho culpables viviendo con los judíos, comiendo con ellos...

[34] Encontramos lo mismo, casi literalmente, en una elegía del año 1235; «...puros y leales marchaban al martirio como a una fiesta nupcial y no deshonraban a su esposo celestial».

[35] Cf. nota 10.
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MensajePublicado: Mie Abr 01, 2009 6:50 pm    Asunto:
Tema: ¿No es ridículo ser un católico antisemita?
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V.- Epilogo

1. La Edad Moderna[36] en el asunto que aquí nos ocupa, no hizo sino recibir la herencia de la Edad Media. La misma Reforma no modificó nada, ni en cuanto a la situación jurídica de los judíos ni en cuanto a la praxis, llena de aversión y de odio contra ellos, comenzando por las predicaciones obligatorias (¡hasta el siglo XVIII!), siguiendo con las expulsiones de las ciudades y territorios, hasta las mencionadas imprecaciones globales («¡ahogad a los judíos, colgadlos, quemadlos!»), que siguieron propalándose.

Podría parecer, ciertamente, como si Martín Lutero hubiera visto en la auténtica evangelización de los judíos una tarea cristiana. Desgraciadamente, en este punto no fue fiel a sí mismo. Su posición se puede deducir sustancialmente de sus dos escritos: «Que Jesús fue judío de nacimiento» (1523) y «De los judíos y sus mentiras» (1543)[37].

2. Para Lutero, la Sinagoga se halla en la misma línea de los herejes y cismáticos y de los pecadores en general. Representa directamente la esencia de lo pecaminoso: con su legalismo es el prototipo de la autojustificación carnal del servicio a la letra; no quiere reconocer su pecado, esto es, su culpa en la crucifixión de Cristo. La opresión de los judíos es una señal de la cólera de Dios.

Pero esto no justifica en absoluto, dice él, el trato que hasta ahora se ha dado a los judíos. De su increíble terquedad es culpable el trato que hasta ahora les ha dado la Iglesia papal (como «perros malditos»). «¡Quién querrá hacerse cristiano cuando vea cuán inhumanamente tratan los cristianos a los hombres!». Lutero pasa después a tratar del problema misionero, porque, ciertamente, para el «resto reservado» de los judíos aún es posible la salvación. El reformador confía en poder cambiar la mentalidad de los judíos con sólo explicarles correctamente el Antiguo Testamento (que para él es equivalente al Nuevo Testamento y a Cristo). No ha disminuido la voluntad de salvación de Dios. «Ellos tienen la promesa de Dios para siempre. Entre ellos hay todavía futuros cristianos».

Su meta es, pues, la de llevarlos a Cristo; así, se pregunta: «¿No podría yo, tal vez, llevar algunos judíos a la fe?»

3. Pero Lutero, después, abandonó esta postura de forma alarmante. Por muchos motivos, que hoy no podemos reconstruir exactamente[38] desde 1528 prendió en él el propósito de escribir «para vergüenza de la empedernida incredulidad de los contumaces y ciegos judíos».

Con terrible dureza adopta una postura de segura posesión de la fe, más aún, de peligrosa y temeraria autojusticia: «La Palabra de Dios es un aguacero que pasa y no vuelve. Cayó sobre los judíos, pero ya pasó». De modo «que su conversión ni la anhelamos ni la necesitamos». Dios hablará así en el último día: «Oye, tú eres cristiano y sabías que los judíos ofendieron y maldijeron públicamente a mi Hijo y a mí, pero tú le has dado la ocasión para ello». «¿Qué han de hacer los cristianos para purgar su culpa, de no haber vengado aún la sangre de Cristo?... ¿puesto que los judíos pueden todavía vivir libremente? Los cristianos debieron, con oración y temor de Dios, practicar una intensa misericordia, a ver si aún pueden librar a algunos de las llamas...»

Pero esa «intensa misericordia» se concreta así: se deben quemar sus sinagogas y escuelas hasta dejarlas irreconocibles, lo mismo que sus casas, quitarles los libros sagrados; a los rabinos se les debe prohibir la enseñanza, suprimirles todo salvoconducto, prohibirles la usura, incautárseles el dinero y los objetos de valor y ponerlos a buen recaudo...

Todo esto debe ocurrir así porque «los judíos son condenados hijos del diablo, empedernidos, peores que el mismo demonio en el infierno». Al final Lutero ruega a Dios nuevamente que se digne dar su cólera por satisfecha y que por amor de su Hijo terminen ya los sufrimientos de los judíos. Pero esta conclusión se borra dos meses más tarde con la advertencia: «No sería ninguna maravilla que los cristianos fuesen a parar a los profundos infiernos, como castigo por haber tolerado entre ellos a estos malditos blasfemos, ... porque no solamente han ultrajado a Jesucristo, sino también al mismo Padre».

4. De modo análogo, y con la misma ambigüedad, se comportaron otros reformadores, por ejemplo, Bucero, quien acabó (salvo en algunos puntos) equiparando la fe judía con la papal. Con la misma dureza y sin caridad alguna se manifestó Calvino: la perversa e indomable obstinación de los judíos es merecedora de la extrema miseria, nadie debe compadecerse de ellos.

Mucho más comprensible fue, en cambio, Capitón, y el más razonable de todos Osiandro, quien, en un escrito anónimo rechazó las absurdas calumnias de muerte o asesinato ritual (según el horrible proceso de Posing de 1529), quitó valor a las confesiones obtenidas por el tormento, descubrió las pruebas egoístas de cristianos culpables, todas esas acusaciones que hacen «apestoso el nombre de cristiano».

5. Desgraciadamente, también Juan Eck (1541) se alzó de la manera más grosera y obtusa contra las explicaciones de Osiandro, «el seductor luterano», y contra los «empedernidos, falsos, perjuros, ladrones, vengativos y traidores» judíos.

También en esta cuestión, el infinitamente más objetivo fue el honrado emperador alemán Carlos V, oriundo de España[39]. Sin ceder para nada en sus convicciones religiosas y, a la vez, sin renunciar a las lucrativas regalías de los judíos, no prestó oídos a las calumnias contra ellos ni aun cuando la situación era confusa e inextricable; tampoco gravó a los judíos de Alemania con impuestos especiales, sino, al contrario, en el privilegio que les concedió en el 1544 rechazó soberanamente las acusaciones de delitos de sangre.

6. Desde el punto de vista de la Iglesia, el problema de la evangelización de los judíos consistía tanto en luchar contra el repudio y el endurecimiento de los judíos anunciado por Pablo (en la fe de que Dios - que no retira su promesa- quiere que todos se salven) como en luchar (partiendo de la ley fundamental del amor) por el alma del pueblo judío. El problema, a través de los siglos, no se ha solucionado, ni mucho menos. Por eso debemos contestar negativamente las dos preguntas hechas al principio de este apartado.

Notas

[36] Me salgo de los límites de la Edad Media para poder terminar el tema, ya que al final del tomo II sobre la Edad Moderna no habrá oportunidad para volver sobre este asunto. El sensible empeoramiento de la situación que tuvo lugar en toda Europa por causa del judaísmo en el siglo XVI no trajo nuevos problemas en relación con la Iglesia (en la Europa oriental la situación fue diferente; en Ucrania, Polonia y Rusia hubo persecuciones a partir de 1648). En la medida en que los judíos fueron reconquistando influencia en el campo cultural y económico, también se abrieron en gran medida a la incipiente secularización y al racionalismo. A decir verdad, sólo los bautismos de algunos judíos prominentes, que ya causaron sensación en su tiempo, y algunas obras filosófico-literarias aisladas merecerían entrar en nuestra consideración. En cambio, el moderno antisemitismo ha tenido motivos políticos, nacionalistas y racistas, pero no motivos cristiano-religiosos a pesar de todo, precisamente el más reciente antisemitismo racista, con todos sus horrores en el Tercer Reich nacionalsocialista, ha planteado nuevamente a la conciencia cristiana el problema de su responsabilidad religiosa ante el judaísmo, y de modo más profundo que nunca desde los tiempos apostólicos.

[37] Para delimitar un poco el trasfondo del que surgen las manifestaciones de Lutero, vamos a añadir unas palabras que resuman brevemente la situación de los judíos en Alemania. Desde el siglo XIV los judíos tuvieron una importante posición económica. Hubo gran número de orgullosos comerciantes burgueses de fe judía. A finales del siglo XV comenzó a declinar su estrella. Muchas ciudades del imperio trataron de deshacerse de ellos. Por consiguiente, se vieron obligados a buscarse un nuevo status social en el campo, imitando a las clases rurales. En tiempos de Carlos V vivió en Alemania Josel de Rosheim († 1554), importante procurador estimado por todos, quien, en 1520, consiguió del emperador un privilegio para todos los judíos de Alemania.

[38] A ello ha contribuido el escrito, horriblemente difamatorio, del judío bautizado Antonio Margarita, de 1530, titulado Toda la fe judaica

[39] Quizá también debiéramos mencionar al landgrave Felipe de Hessen, que rechazó enérgicamente el «consejo» antisemita de sus predicadores: «Según el Antiguo y el Nuevo Testamento, los judíos no deben estar tan estrechamente vigilados».
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