tema trece

[Padre Luis Javier Sarrazo]

13. La elección y preparación de los formadores

- Al leer las cualidades de un buen formador que aquí se señalan, ¿recuerda de modo especial el testimonio de alguno de sus formadores?
- ¿Qué iniciativas han dado buenos resultados en la preparación de futuros formadores? ¿es realista “entrenar” a un seminarista para que en el futuro pueda desempeñar esta función?


Ya en uno de los foros anteriores había hecho esta propuesta, preparar seminaristas para que sean formadores de futuros sacerdotes, pero es bien urgente que los sacerdotes que sean elegidos para asumir la formación de los futuros sacerdotes de la diócesis, tengan características muy particulares, tener muy claro el mandato de Cristo, “el que quiera ser el primero que sea el servidor de todos”.
Lo que a mi me preocupa es el hilo tan delgado entre que pede confundirse, porque hay posiciones muy delicadas en estas dos situaciones, la autoridad que intrínsicamente el cargo de formador, y la vocación de servicio.

El perfil de futuro sacerdote formador- pienso yo que ha de ser un Tomas de Aquino en la doctrina y un Juan María Vianey en el la santidad y en la humildad.

Pienso que el tener una casa de formación especial para formadores debe ser después de un buena experiencia en las parroquias mas pobres de la diócesis o en campos de misión, mínimo unos cinco años, dos haber cursado algunas especializaciones en psicología, sexualidad, y ante todo el Sagradas escrituras.
Un seminarista que termina sus estudios a los 25 años, y cinco años de experiencia en la parroquia más pobres mediante los cuales hace estudios en psicología, Sexualidad y Sagradas Escrituras, estará preparado a los treinta o treinta y cinco años para asumir la formación del sus hermanos sacerdotes.
Surge entonces una pregunta: ¿si estoy en una comunidad muy pobre, tengo que estudiar y sostener la pastoral, cómo lo hago? La respuesta sería muy sencilla, el espíritu de sacrificio al cual esta llamado todo sacerdotes, y especialmente el que aspira a ser formador.
Es una contradicción grande que las diócesis gastan un dineral mandando a estudiar jóvenes sacerdotes a Roma, donde presupongo yo porque nunca he estado tienen poco contacto con la vida pastoral, con los pobres y menos son párrocos, y me pregunto “¿con que experiencia llegan estos jóvenes sacerdotes, aunque llenos de doctrina? Y los más dedicado aún a preparar a otros, no será señores obispos que estamos haciendo las cosas al revés.
Puede que yo este equivocado, pero en diálogos con otros sacerdotes si pensamos mucho en la formación dada en el seminario, no nos preparan para asumir la responsabilidad no de una parroquia, sino de una iglesia ( una comunidad de fieles) que yo tengo la gran responsabilidad de llevarlos hacia la santidad. El formador tendrá que ser ante todo un hombre de Dios, para llevar a otros a Dios y estos a su vez llevar a las comunidades a Dios, Tremenda responsabilidad.

[Agustin Sanchez Diaz]

Surge entonces una pregunta dice Luis Javier Sarrazo: ¿si estoy en una comunidad muy pobre, tengo que estudiar y sostener la pastoral, cómo lo hago?
Hoy se habla mucho de técnica y especializaciones, es bueno y necesario, pero yo quiero hacer un reconocimiento a la ayuda de Dios ante la “simple vocación” que conlleva el ser Sacerdocio, si fuésemos fieles a él.
Es la Parroquia la célula esencial de la Iglesia y, en ella se dan todos los factores vitales del Cuerpo de Cristo, de tal forma, que toda la institución de Cristo aplicando su redención tiene su punto de encuentro real en una comunidad eclesial.
La Parroquia es “una Iglesia” donde Cristo está “activo y operante”.
¿Existiría la Iglesia Diocesana y la Universal sin Cristo bautizando en cada pueblo?
Es cierto que a la jerarquización, necesaria entre otras razones para evitar el cisma y la dispersión, se le encomendó el supremo Magisterio y la organización en la Iglesia, y así el Presbítero debe estar sujeto y orgullosamente obediente a su Obispo, pero esta sujeción jerárquica no constituye lo esencial, lo vital exclusivo, sino que lo esencial es la “comunión”, la unidad en el Sacerdocio de un solo Cristo, haciendo Iglesia completa Sacramental a la célula viva que hay en cada pueblo.
La Iglesia real es un pueblo o comunidad (Parroquial) que para su estructuración forma una entidad jerárquica diocesana y universal. Pero básicamente es Pueblo.
La Parroquia, para mí, como signo referencial, es el punto básico oficial jerárquico y real de encuentro, el cimiento, el vínculo eclesial y sacramental absolutamente necesario a Dios y al hombre para pertenecer a la Asamblea eclesial. Todo lo demás es preparación, organización, legitimación de ese reino de Cristo.
La Parroquia o Comunidad, es el pozo donde está el agua de vida para la grey del Señor...Y el Sacerdote es Jesús que dialoga y ofrece agua de vida a la Samaritana....setenta veces siete... Día y noche él junto al brocal.
Aquí está la redención aplicada. Y para eso vino Jesús.
Y sin entrar en la grandeza de grados y Jerarquías Superiores, a las que amo y respeto, lo que sí es absolutamente cierto que un Presbítero en una cortijada y ante un moribundo, no tiene menos poder santificador para la unión en la Vida Trinitaria, que un Obispo, Apóstol o Papa.
“La dignidad del Sacerdote es la más elevada de todas las jerarquías de la tierra y de todas las altezas celestiales y que a Dios solamente es inferior” (Casiano).
¿Es esto demagogia para ilusionar a los jóvenes porque después lo único que cuenta es ser Jerarquía más superior?
¿No será cierto lo que afirma S. Ignacio Mártir “que el Sacerdote es la suprema dignidad entre las dignidades creadas?
La Jerarquía tampoco es la que suple como se dice, porque Cristo, y nadie más, es el que tiene por derecho propio en su Sacramento “la plenitud” de justificación.
Si el Obispo es signo visible de unidad eclesial diocesana, el Sacerdote es signo-vínculo para la unidad en la Vida Trinitaria, fin último de la creación y redención, siendo en consecuencia el Sacerdote la puerta por donde todos han de entrar además a la Iglesia como comunidad y Pueblo de Dios.
En la mente de Cristo hay dos ideas esenciales: Redimir con su sangre y aplicar esa redención a cada hombre. Sin Sacerdote no hay Pueblo de Dios, la Iglesia sin él desfallece. La Parroquia es el amor materno de Dios para sus hijos, y así en ella nacen, los viste con la gracia, les reparte el pan, cuida de sus enfermedades morales, los educa para el mayor destino, y los acompaña en su despedida hacia la morada del Padre.
Todo esto y más, merece un reconocimiento explícito de la Comunidad Parroquial como base jerárquica y sacramental del Cuerpo de Cristo.
Y si la Tradición es fuente de revelación, ¿el Sacerdote no ha intervenido en la formación y mantenimiento de esa Tradición?
Por todo esto y más, repito, que el Párroco ha sido y es signo de unidad no solo eclesial sino signo de unidad en Vida Trinitaria y ya solo esta realidad le obliga, en lo posible, en lo mínimo, a ser Hombre de Dios. Nada fácil pero más que suficiente.