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Tomás Bertrán Mercader Veterano
Registrado: 01 Oct 2005 Mensajes: 1503 Ubicación: España
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Sab Abr 04, 2009 3:24 am Asunto:
SAN PABLO
Tema: SAN PABLO |
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Os pongo las meditaciones del retiro de este año que solemos hacer todos los años, al cual no pude asistir ya que estaba convaleciente de mi operación quirúrgica. Mi hermano en Cristo Ramón me lo envía para que no me pierda detalle, y lo que recibo gratis lo comparto gratis con vosotros. Creo nos hará un gran bien. Trata sobre San pablo, ya que estamos en el año Paulino. Allá voy y que el Espíritu Santo ilumine nuestros corazones.
1ª Med. Sentido de Dios en San Pablo.
¿Cuál es el secreto íntimo de la vida de San Pablo? ¿Cuál es la razón de su vida? ¿Cuál es el impulso que le lanza, que le guía, que le mueve?
La respuesta es Cristo.
La vida humana, de verdad de verdad, sólo es conocida por Dios. Nosotros, apenas nos conocemos. A lo sumo, si nos ponemos a la luz del Espíritu de Dios, algo podremos entrever o vislumbrar de nuestra vida. No más. Y de los demás, tenemos que partir del exterior: de su vida, de su obra, de lo que se ve en definitiva. Y así alcanzar algún conocimiento de esa persona, que siempre será muy fragmentario, muy parcial. Eso nos puede pasar con San Pablo, pero si nos fijamos en lo que tenemos, que son sus cartas, nos damos cuenta de que es así: que siempre nos conduce a Cristo. Y que este es la razón de su vida, el impulso y el motor de su actuación. Y el secreto de su alma.
¿Cómo explicar en San Pablo esta simbiosis tan acabada entre acción y contemplación? Por ejemplo. Con lo mucho que escribió, y tan diverso, y a gente tan distinta, ¿cuál es el marco de su doctrina? ¿Cuál es el fundamento, la causa?
Cuando digo la causa, digo la causa creadora, eficiente, de su ser y de su quehacer. El que fue a la vez siervo y apóstol de Cristo. Yo subrayaría dos:
-Su fe, su esperanza y su caridad y
-Su docilidad al Espíritu Santo.
Estos son los dos grandes fundamentos inseparables donde se asienta su teología, su doctrina, su enseñanza y sobre todo su vida.
Quizá en algunos contemporáneos nuestros, Dios nos haya dado la gracia de haber visto algo parecido. Para algunos de vosotros, el P. Ginés, yo desde luego Don José Rivera.
¿Qué es la fe en San Pablo?
La fe en San Pablo es la convicción y la experiencia de ser amado por Cristo.
Y además de ser amado por Cristo de una manera total y absolutamente personal.
Por esto en San Pablo, su fe no es una teoría, no es una opinión sobre Dios. Como sucede entre tantos agentes de teología y de pastoral.
Agentes de opiniones, de teorías. Decía von Balthasar, ‘la teología tiene que ser arrodillada’. Porque es convicción y es experiencia de quien se sabe amado de manera personal. Los que estás casados lo habéis experimentado. Y el amor humano no deja de ser un reflejo pálido de esta experiencia ante el amor de Dios personal, absolutamente personal totalmente personal a mí. Y esta es la fe de San Pablo. Su fe es el impacto del amor de Dios en su corazón. Por esto su fe es por encima de todo amor a Cristo. Y resulta ser inseparable la fe y el amor.
Su fe es amor a Cristo porque su fe es convicción y experiencia de que Cristo le ama, y él responde. Con toda confianza. Con toda esperanza. Y ahí están las tres virtudes teologales, indisolublemente unidas.
Lo que interesa en nosotros es cultivar estos tres dones: la fe, la esperanza y la caridad. Lo demás no es útil. Los dones humanos no son útiles. Porque pueden desaparecer en nuestra vida. Yo tengo vista, oído, gusto, tacto… y ¿quién me dice que no lo voy a perder? Entonces, ¿ya no soy útil? ¿El padre Ginés ya no es útil?(1)
Por tanto, es útil en este mundo quien tiene fe, esperanza y caridad.
Y es más útil el que tiene más fe, esperanza y caridad. Y no es útil aquél que no tiene fe, esperanza y caridad.
El que no cultiva la fe, la esperanza y la caridad, es inútil. Por mucho que tenga audiencia. Es más, muchas veces no solamente será inútil sino que será contaminante. Porque será un cadáver putrefacto que anda, que se mueve, que grita, que es aplaudido, reconocido, al que se le hace la pelota, pero es un cadáver viviente. Que huele, que hiede, y que por lo tanto produce contaminación a su alrededor.
Por tanto, hermanos, en nuestra vida, participación de la vida de Cristo, por intercesión de San Pablo y de otros santos que conocemos, canonizados o no, lo que conviene es cultivar la fe, el amor y la esperanza.
Pablo creyó en Jesús:
20 y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Esta vida en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí. (Ga 2, 20)
Esta imbricación entre fe y amor.
12 Por este motivo estoy soportando estos sufrimientos; pero no me avergüenzo, porque yo sé bien en quién tengo puesta mi fe, y estoy convencido de que es poderoso para guardar mi depósito hasta aquel Día. (2Tim 1, 12)
Por eso, en San Pablo es fundamental la fe y el creer. Es una misma cosa. Pablo creyó en Jesús, en el Mesías, en el Hijo de Dios. Pero no de una manera teórica, racional, sino experiencial.
Un texto que me parece clave de la fe de San Pablo, está en la 1Co:6 para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y nosotros por él.
Es él el que nos constituye, es él el que nos crea. Por Cristo somos, y para Dios somos. Por Cristo somos hacia Dios.
Y en San Pablo se ve que la fe, por un lado es aceptación del don de Dios, que uno puede rechazar o puede acoger. Dice en Ef 2,8:
8 Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios
Es una aceptación del don que Dios nos ofrece, que no nos impone. Y por eso, en ocasiones San Pablo se refiere a aquellos a los que habiéndoseles ofrecido el regalo de la fe, no lo aceptan.
2 y para que nos veamos libres de los hombres perversos y malignos; porque la fe no es de todos. (2Ts 3,2)
Pero también para San Pablo la fe no es solo aceptación del don, sino que es entrega total. Aceptación libre y voluntaria, pero a la vez entrega total a Dios en la persona de Jesús.
25 quien fue entregado por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación. (Rm 4)
Por eso, ante esta realidad de Cristo paciente, Cristo crucificado y muerto, Cristo resucitado, ante esta realidad de la Pascua de Cristo, a la que nos estamos preparando estos días, la respuesta es la entrega total, viendo la propia entrega de Cristo. Por tanto, esta fe, que no es solo aceptación de un don, sino que es una respuesta a este don por la entrega total, ya no es algo estático. Esta fe es dinámica. Está llena de dinamismo. Por eso dice en Ga 5, 6 que la fe actúa a través del amor:
6 Porque siendo de Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen eficacia, sino la fe que actúa por la caridad.(Ga 5)
Porque es acoger el don y responder con una entrega total. En definitiva esta donación, es el amor.
El amor
Y así entramos en la segunda virtud teologal que marca este secreto íntimo de la vida de San Pablo. Ciertamente que él como hombre de su pueblo, elegido por Dios, Pablo amó a Dios.
Pero su fe le mueve a este amor a Cristo, a través del cual puede acceder a Dios, en verdad. Y es el amor a Jesús el motor de su existencia, de su actividad, de su entrega. Tanto que en Filipenses dice:
8 Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo (Flp 3)
La experiencia de ser amado por Cristo, que me amó y se entregó por mí. Esta experiencia personal, es tan grande, que entiende que ha perdido por Cristo todo, y se gloría. Y además tiene para ganar a Cristo, todo por basura.
No digamos ya este himno ardiente, el himno del amor en 1Co 13.
Es un himno que brota de su corazón ardiente de amor. Pero San Pablo aterriza, y entiende que el verdadero amor a Dios, a través de Cristo, se muestra a través del amor a los hermanos. Y en el servicio y la entrega a los demás.
9 Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; 10 amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros; (Rm 12)
Pero a ejemplo del amor con el que nos amó Jesús, nuestro maestro en el amor, Pablo este amor al prójimo lo transforma y lo sublima:
8 Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. 9 En efecto, lo de: No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. 10 La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud. (Rm 13)
Y luego dice a los Corintios:
15 Por mi parte, muy gustosamente gastaré y me desgastaré por vuestras almas. Amándoos más ¿seré yo menos amado?(2Co 12)
Cómo este amor, respuesta del amor de Cristo a él, cómo le motiva y le mueve hacia el amor a los hermanos. Es una unidad de vida total. Propia de los santos.
Y la esperanza,
Si se sabe amado de esta manera total, absoluta, gratuita por Cristo, ¿cómo no se va a fiar de este Cristo? ¿Quién no se fía de aquél que le ama?
13 Todo lo puedo con Aquel que me da fuerzas. (Flp 4)
9 Pero él me dijo: «Mi gracia te basta, que mi fuerza se realiza en la flaqueza». Por tanto, con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo. (2Co 12)
No mira su flaqueza. Mira el amor que es fuerza de Cristo en él.
Y esta esperanza la manifiesta en una serie de aspectos de la vida que son muy importantes, y que sin duda a nosotros nos interpelan y nos cuestionan. Su esperanza de la resurrección, su esperanza de la felicidad eterna. Su esperanza a propósito de la muerte, su esperanza en la gloria futura:
13 Yo, hermanos, no creo haberlo ya conseguido. Pero una cosa hago: lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, 14 corriendo hacia la meta, al premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús.(Flp 3)
Y a propósito de la muerte, les dice a los corintios:
1 Porque sabemos que si esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos un edificio que es de Dios: una morada eterna, no hecha por mano humana, que está en los cielos. (2Co 5)
Y a los romanos:
Hace una confesión de su esperanza:
22 Pues sabemos que la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. 23 Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. 24 Porque nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? 25 Pero si esperamos lo que no vemos, aguardamos con paciencia.(Rm 8)
Por tanto, la trama de la existencia de San Pablo se teje en estas tres virtudes teologales: la fe, el amor y la esperanza.
Y su vida que está tan llena de dinamismo apostólico, el móvil de su vida es su fe. El atractivo de su vida: la esperanza, llena de firmeza. Porque el que espera es firme, es fuerte. Y el alma de su vida, el amor a Cristo entrañable. Eso es el secreto de San Pablo. Y juntamente con éste,
La Docilidad al Espíritu Santo.
Pablo fue dócil al Espíritu Santo y a la vez, enviado por el Espíritu Santo, consecuencia de lo primero.
En los escritos de San Pablo, y en su vida allí reflejada, nos damos cuenta como el Espíritu Santo tomó posesión de él. Se posesionó de él. Cómo fue ungido, sellado con el Espíritu.
En Hechos, aparece el Espíritu Santo desde el relato de su vocación. Un Espíritu Santo que entra en acción en el momento mismo de su bautismo.
17 Fue Ananías, entró en la casa, le impuso las manos y le dijo: «Saúl, hermano, me ha enviado a ti el Señor Jesús, el que se te apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista y te llenes del Espíritu Santo.» 18 Al instante cayeron de sus ojos unas como escamas, y recobró la vista; se levantó y fue bautizado. (Hch 9)
El Espíritu Santo que habita como en un santuario en Pablo. Y de esto él es consciente.
19 ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? 20 ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo.(1Co 6)
Cómo habla de esta inhabitación del espíritu de Dios en él como a modo de santuario.
Y en 2Co,
21 Es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, 22 y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones.(2Co 1)
Nos habla de cómo él es confortado, es ungido, sellado con el Espíritu. El Espíritu Santo está en él como unas arras, como una garantía divina. Y además una garantía divina de su futura resurrección gloriosa.
Y en Gal. nos dice que esta propiedad le viene desde el seno de su madre:
15 Mas, cuando Aquel que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien 16 revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo a hombre alguno (Ga 1)
Me separó, me consagró, me hizo suyo. Ahora que se habla tanto de pertenencia, todos estamos mirándonos el ombligo, a ver a quién y dónde pertenecemos. Pues no tenemos otra pertenencia que ésta.
Nuestra pertenencia es al Espíritu Santo. Y esto lo tenían muy claro, sin dejar de amar a su tierra, los primeros cristianos. San Pablo, que no digamos que no amase a Israel, y a la gente de su pueblo. Esta es nuestra pertenencia. Pertenecemos al Espíritu Santo porque somos hijos de Dios: ésta es nuestra identidad. Y lo demás, es secundario. No vale para la vida eterna por sí mismo.
Y este Pablo que es propiedad del Espíritu Santo, fue misionero enviado por este mismo Espíritu Santo. Si vemos el relato de la misión de Pablo desde la iglesia de Antioquía, es muy elocuente, cómo Pablo es elegido, es separado, es consagrado y es lanzado por el Espíritu Santo. En Hch:
«Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los tengo llamados.» 3 Entonces, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los enviaron. 4 Ellos, pues, enviados por el Espíritu Santo, bajaron a Seleucia y de allí navegaron hasta Chipre. 5 Llegados a Salamina anunciaban la palabra de Dios en las sinagogas de los judíos. Tenían también a Juan que les ayudaba. (Hch 13, 2)
Lanzados por el Espíritu Santo. Así es también la vida de Jesucristo, si cogemos el evangelio de san Lucas, desde los primeros capítulos:
Es concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Desde este momento, hasta que empieza la predicación, es movido por el Espíritu Santo que lo lanzó también, después de las tentaciones. Siempre es el Espíritu Santo el que conduce a Cristo. El que le empuja, el que le lleva, el que le trae. Por eso Pablo, en sus correrías misioneras es guiado y conducido por el espíritu de Jesús. Y en la tarea de evangelización, de misión, siempre aparece Pablo como el instrumento, el canal a través del cual actúa el Espíritu Santo.
San Pablo ciertamente es equipado como apóstol con toda clase de dones carismáticos.
La sabiduría, la ciencia, el conocimiento, el misterio de Dios y de su plan de salvación. San Pablo es apóstol, pero también es profeta, y es evangelista, es maestro y es padre y es pastor. Y San Pablo es sobre todo, un hombre lleno de fortaleza para superar las adversidades. ‘Todo lo puedo en aquél que me conforta’.
En síntesis, San Pablo siempre vivió bajo el impulso del Espíritu Santo. Y así llevó el Evangelio hasta los confines del mundo.
Estos son los dos grandes arcos de bóveda, que nos pueden ayudar a penetrar un poco en la verdad y en el conocimiento de este apóstol de los gentiles. Y nosotros no tenemos menos gracia que la que recibió él. Y por tanto, también tenemos que cultivar en nosotros tal como él lo creyó y lo vivió, estas tres virtudes teologales, que son las únicas que nos harán de verdad útiles.
Así se entiende por qué la eutanasia es una barbaridad. Esta es la razón teológica. Que tenemos que usar nosotros aunque no nos entiendan. ¿Y qué? ¿Es que acaso nos van a hacer caso si rebajamos las cosas y empezamos a ir con los mismos criterios y los mismos razonamientos que los que no son creyentes?
La fe, la esperanza y el amor. Y esta conciencia que es también en nosotros así, que por el bautismo el Espíritu Santo ha sido derramado en nuestros corazones.
Somos hijos de Dios, y esta es nuestra identidad. Pertenecemos al Espíritu Santo.
Y es este Espíritu dentro de nosotros el que nos empuja también a la tarea de la misión.
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(1)El P. Ginés fuen Consiliario de Cursillos de jóvenes de Barcelona, un sacerdote santo y sabio, que tenía el don de la oratoria. Pero Dios quiso dejarlo mudo, ya que padeció una embolia cerebral que le afectó el habla. Pero ahora creemos que es más útil que cuando con la oratoria convertía muchas almas, ya que estamos convencidos que ahora, en sus oraciones en silencio y ofreciendo su flaqueza de no poder hablar, como asegura San Pablo, es más fuerte su apostolado. Dios escribe recto con renglones torcidos. _________________ NO SOY VETERANO

TODO POR JESUS Y MARIA. |
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Tomás Bertrán Mercader Veterano
Registrado: 01 Oct 2005 Mensajes: 1503 Ubicación: España
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Publicado:
Dom Abr 05, 2009 11:17 am Asunto:
Tema: SAN PABLO |
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2ª Med. Principios de la teología de San Pablo:
Gratuidad; Universalidad; Dirección existencial.
Vamos a reflexionar en lo que podríamos llamar los principios arquitectónicos de la teología de San Pablo. Que se sustenta -como en un trípode- en tres realidades: la gratuidad, la universalidad y la dirección existencial.
El primero y radical principio arquitectónico que sostiene todo el edificio de San Pablo, es la gracia que nos salva.
Y a partir de aquí, con una infinita riqueza de variaciones, San Pablo abarca todas las situaciones, muy diversas, por las que atraviesa su vida de evangelizador, de seguidor de Cristo.
Esta gracia que nos salva, transforma en él, como tiene que transformar en nosotros, el modo de concebir las relaciones con Dios, el modo de concebir las relaciones dentro de la comunidad de los creyentes, y el modo de concebir las relaciones de la Iglesia con el mundo.
Las relaciones con Dios. Porque desde este principio (la gracia que nos salva) que forma parte del núcleo de la fe y del amor de San Pablo, él concibe las relaciones con Dios, como unas relaciones de acogida, y de gratuidad. Acogida de Dios, de la gracia de Dios. Y como es gracia, es gratuita. Y en la comunidad, consecuencialmente, el orden que debe reinar es la entrega mutua, no la justicia estricta. Claro que es un desastre que ni siquiera haya la justicia, pero supuesta la justicia, no quedarse en lo estricto de la justicia, sino dar un paso más que es la entrega mutua.
Si Dios me entrega gratuitamente su gracia, que me ofrece para que yo la acoja, semejantemente también mi relación con la comunidad tendrá que ser esta entrega, como la que Dios hace de su gracia a mí. Y si hablamos de la comunidad como tal -no de mi relación con ella-, de la Iglesia en sus relaciones con el mundo, tendrán que ser relaciones de servicio, no de poder, ni de bombo y platillo, ni de autoglorificación.
Todo esto arranca de este principio: la gracia que nos salva. Salvación-gracia, gracia-salvación.
Pero aún se puede dar un paso más, y es interesante ver que esta gracia que me salva es la raíz que ha estructurado toda la misión de San Pablo. Y mira que no es poca… Pues bien, esta misión, este envío, este testimonio, esta evangelización, se estructura también en torno a este principio de la gracia que salva. En primer lugar porque ¿qué es lo que hay que anunciar? Lo que tengo que anunciar es esto: la gracia salvadora. El evangelio que tengo que llevar a todos, dice Pablo, y también a nosotros, es este: la gracia que salva. Y de hecho, si vamos leyendo las cartas de San Pablo, vemos que es casi monótono, temático, constante, en el anuncio misionero de San Pablo: “Cristo ha muerto, Cristo ha resucitado por nosotros y por consiguiente, nosotros hemos sido salvados por el amor gratuito de Dios que se muestra en la cruz y no en nuestras obras.”
2 Timoteo 1:9
9 que nos ha salvado y nos ha llamado con una vocación santa, no por nuestras obras, sino por su propia determinación y por su gracia que nos dio desde toda la eternidad en Cristo Jesús (2Tim 1)
Y en segundo lugar, esta gracia que nos salva que hay que anunciar, es la raíz de la universalidad del anuncio. Y es el anuncio mismo, y es la raíz de que este anuncio sea universal.
Que la salvación está en la fe, no está en las culturas. La salvación está en la fe, no en los territorios. No en las lenguas, las mentalidades, no está en las ideologías. La salvación está en la fe que nos salva.
Todas las culturas pueden abrirse a Cristo, ningún pueblo puede imponer a los demás en nombre de Cristo su propia cultura particular.
Hemos dicho: gratuidad y universalidad. Y en tercer lugar, esta gracia que me salva indica, señala, la dirección de la existencia. Si la gracia que me salva es la raíz de todo, debo entender el ser humano como un don gratuito, como una existencia regalada.
Por tanto, no puedo yo quedarme encerrado en mí mismo, sino que he de abrirme y convertirme también yo en don gratuito para todos, y si esto no fuera así, interrumpiríamos este dinamismo de Dios en nosotros; estaría distorsionado. Porque el hombre estaría invirtiendo el amor. Un amor gratuito, que le llega gratuitamente, para que lo acoja, lo estaríamos invirtiendo: ya no sería un don que yo también estoy llamado a donar, a regalar, puesto que soy regalo de Dios. Ya no sería un don: sería una posesión. Ya no sería un servicio, sería un poder.
* En el centro del discurso teológico y de la vida apostólica de San Pablo, está la experiencia de su vocación-conversión. Que están inseparablemente unidas. Palabra y vida, como en todos los santos, son una sola realidad. O dos aspectos de la misma realidad. Y cuando San Lucas, en los Hechos de los Apóstoles hace referencia a la conversión de San Pablo, subraya que la conversión que él ha experimentado se mueve en el ámbito de la gracia y, en segundo lugar, que se trata de una iniciativa divina: por sí solo, Pablo no se hubiera convertido en Apóstol de los gentiles.
Por esto, su misión obedece a un designio divino: no es una decisión humana. Porque su conversión, sin interrupción ni en el tiempo ni en el corazón, ni en la mente, va unida a la vocación: es una gracia de Dios que se le ha dado por iniciativa gratuita de Dios, y por eso, Pablo tiene clarísimo que es un designio de Dios.
Y para que se vea bien esto, Lucas, enfatiza la condición de implacable perseguidor de los cristianos que tenía Pablo.
1 Entretanto Saulo, respirando todavía amenazas y muertes contra los discípulos del Señor, se presentó al sumo sacerdote (Hch. 9)
Luego cuando les cuenta su conversión a los judíos de Jerusalén:
4 Yo perseguí a muerte a este Camino, encadenando y arrojando a la cárcel a hombres y mujeres (Hch. 22)
Y cuando explica su conversión delante del Rey Agripa:
9 «Yo, pues, me había creído obligado a combatir con todos los medios el nombre de Jesús, el Nazareno. 10 Así lo hice en Jerusalén y, con poderes recibidos de los sumos sacerdotes, yo mismo encerré a muchos santos en las cárceles; y cuando se les condenaba a muerte, yo contribuía con mi voto. 11 Frecuentemente recorría todas las sinagogas y a fuerza de castigos les obligaba a blasfemar y, rebosando furor contra ellos, los perseguía hasta en las ciudades extranjeras. » (Hch. 26)
Se enfatiza esta condición de perseguidor, para que se vea que la conversión, iniciativa de Dios, gracia de Dios, es un cambio brusco y radical, que opera Cristo en el alma de San Pablo. Un Cristo que se identifica con aquellos a los que Pablo persigue y amenaza, contra los que vota para que sean encadenados, encarcelados y muertos.
En 9, 3:
3 Sucedió que, yendo de camino, cuando estaba cerca de Damasco, de repente le envolvió una luz venida del cielo, 4 cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues?» 5 Él preguntó: «¿Quién eres, Señor?» Y él: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues (Hch. 9)
Cristo se le aparece como en una Teofanía del Antiguo Testamento: la luz. Que sale en los tres relatos. La luz. Una luz poderosa, potente. Que es la propia de las manifestaciones del Dios en el Antiguo Testamento; del Dios vivo que está rodeado ya de la gloria divina. Este es el Cristo que se le aparece a Pablo, y que además se identifica con aquellos a los que persigue, con los cristianos, en una misteriosa comunión-identidad de Cristo con sus seguidores. Por tanto es el Cristo glorioso, el Cristo resucitado, el Señor. Por esto él siempre habla de El Señor; de mi Señor. Porque es el Cristo Resucitado, glorioso, que se hace solidario con los cristianos.
Esta experiencia, este cambio tan brusco y radical operado en San Pablo, es lo que le hace descubrir toda esta inagotable gratuidad del amor de Cristo. Porque se preocupa de salvar por gracia a su perseguidor. La gracia que me salva. ¿Cuál es el insondable, el inabarcable, amor de Cristo? ¡Que se ocupa de él! El que era ‘mi perseguidor’! Porque Cristo en esa misteriosa comunión con sus discípulos, habla de sí mismo. Por eso San Pablo insistirá en sus cartas una y otra vez que es la gracia la que salva. Es la salvación-gracia, la que viene de Dios, y sólo de Dios, la que me salva. Lo que me salva es esta fe por la que yo acojo la gracia salvadora. No son las obras.
Y dice en 1 Co.:
8 Y en último término se me apareció también a mí, que soy como un aborto.
9 Pues yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la iglesia de Dios.10 Mas, por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo. (1Co. 15,8-10)
Insiste tanto en esta realidad de la gracia, que más que la conversión, en lo que pone el acento es en la gracia que le convierte.
Por tanto, para San Pablo es esta gracia que le ha sido regalada por el Resucitado que se le aparece a él indigno perseguidor; y que con esta gracia le llama a convertirse, y a convertirse en apóstol.
Por tanto, en aquella Teofanía, se produce el encuentro personal con el Resucitado, que para él es la manifestación visible del amor invisible de Dios.
Por tanto, el cambio de San Pablo es un cambio teológico. No es un cambio moral, de comportamiento moral. Él no era un zarrapastroso, no era un vicioso, no era un hombre perdido.
En Flp. 3 hace mucha gracia ver su currículum:
5 Circuncidado el octavo día; del linaje de Israel; de la tribu de Benjamín; hebreo e hijo de hebreos; en cuanto a la Ley, fariseo; 6 en cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia de la Ley, intachable. (Flp. 3)
Él no necesita ningún cambio moral. Es un fidelísimo cumplidor de la ley de Dios, y además, mejor Rh no puede tener: hebreo, hijo de hebreos, de la tribu de Benjamín…
El cambio no es moral, es de mentalidad y de criterios. Es teológico. Y esta es la conversión que tenemos que hacer nosotros. Él no es un transgresor de la ley. En la vida de San Pablo es esta experiencia de la gracia que le convierte y le llama a la vocación al apostolado; no es un cambio moral, sino que es una revelación, una luz que le revela, que le da a conocer, la identidad de la Persona de Jesús. De Jesús que es El Señor. Le da a conocer el acontecimiento Pascual de Jesús, muerto y resucitado. Y a semejanza de otros profetas como Jeremías, o Isaías, ve y experimenta esta absoluta gratuidad de la iniciativa de Dios: desde el vientre de mi madre. Y ¿qué obras hace uno en el seno materno? Ninguna. Enredar un poco a la pobre madre. Como no sea alimentarse pasivamente en las entrañas de la madre…
Este es el principio arquitectónico de la vida y de la enseñanza de San Pablo: la gratuidad. Que también tiene que ser el camino que nosotros tenemos que ir abriendo.
* Y el paso consecuencial de esta gratuidad, es la universalidad.
La universalidad de la misión. La razón es la gratuidad: si la salvación de Cristo es gratuita, es también incondicional, y si es incondicional, ya no tiene cabida que distingamos entre unos pueblos y otros pueblos, entre próximos y lejanos, entre unos que son así y otros que son asá. Unos blancos y otros negros y cobrizos y amarillos…
Por eso el daño más grande que se ha hecho a la Iglesia, no han sido los herejes, porque ellos han obligado a profundizar en la fe y la han replanteado de una manera más clara, más fuerte, para que haya como una respuesta a ese virus que se ha inoculado en la Iglesia. Lo que ha hecho daño a la Iglesia en su historia es el nacionalismo. Basta con leerla.
Porque no tener esta mentalidad universal, es negar la gracia. Negar la gratuidad de Dios, es poner condiciones. Pablo siempre fue un valiente defensor de la libertad del evangelio. En qué sentido: en que ante esta gratuidad, ante esta gracia que salva, que es la que yo tengo que anunciar, y por tanto sin condiciones, porque es gratuita, caen las barreras entre los hombres y entre los pueblos. Ya no hay pueblos dignos y pueblos indignos. Por el simple motivo de que el amor de Dios es gratuito. Y no está condicionado por las obras de los hombres. No está condicionado por su pertenencia a un pueblo o a otro pueblo. Y esto hay que hacerlo entender.
* En tercer lugar, esta gracia que me salva señala la dirección de la existencia.
Y aquí yo me fijaría en Filipenses. Vuelve a hablar de su conversión y recurre a una imagen muy sugerente, que es la imagen de la carrera y de la conquista. De tal manera que Cristo ha perseguido a Pablo, para conquistarlo, pero después de haber sido conquistado Pablo por Cristo, es Pablo el que corre detrás de Jesús.
12 No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera para alcanzarlo, como Cristo Jesús me alcanzó a mí.13 Yo, hermanos, no creo haberlo ya conseguido. (Flp. 3)
En este juego en que alcanzar significa aferrar, ganar, incluso sorpresivamente.
Y Cristo ha aferrado a Pablo, como nos quiere aferrar a cada uno de nosotros, y le ha sorprendido, porque iba en camino contrario. Y le sujeta firmemente. Y le toca, y se posesiona de él por el Espíritu Santo. Por tanto, la acción en su totalidad es iniciativa de Jesús, es totalmente gratuita. Incluso sorpresiva para Pablo: es Jesús el que ha buscado a Pablo, no al revés. Ahora eso sí, después la búsqueda parece invertirse: ya es Pablo el que aferra a Jesús.
Por si consigo alcanzarlo, porque yo he sido alcanzado por Jesús.
Consecuencia: este encuentro con Cristo ha abierto a Pablo unos horizontes que no sospechaba. Hasta el punto de que estos horizontes han borrado las cosas de antes. Por eso dice en el versículo 13:
Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante (Flp. 3, 13)
Es lanzarse en persecución de esta novedad que le ha revelado Cristo, sin volverse atrás. Pablo emplea un lenguaje enérgico y con mucho color:
7 Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. 8 Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, 9 y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe en Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe, 10 y conocerle a él. (Flp. 3)
Es un texto lleno de expresividad. Lo que antes para Pablo era lucro, beneficio, ventaja, ahora es todo lo contrario: ahora es pérdida: algo inútil. Incluso desventajoso, dañino. Aquí está la radicalidad de la conversión de Pablo en términos muy fuertes. Pero advirtamos bien: aquí no se trata de un Pablo ascético o dualista. Pablo no está oponiendo las cosas de este mundo, la materia, frente a las cosas del espíritu. Pablo no está oponiendo las cosas de la tierra con las cosas de allá, del cielo. Pablo no tiene nada de dualista. Ni de escatológico en este punto, ni de ascético. Aquí no dice Pablo que haya dejado las cosas de antes porque le hayan decepcionado. Ni porque fueran inconsistentes. Las cosas de antes siguen siendo lo que eran. Con el valor que tuvieran. Porque la ley tenía su valor. Y ser de la tribu de Benjamín, también. Y ser circuncidado el octavo día, también. Y ser hebreo hijo de hebreo, también.
Tiene el valor que tiene, pero para Pablo han perdido valor. Tienen el valor que tienen, objetivamente. Pero para Pablo con este encuentro de Cristo, han perdido valor.
Porque Pablo se ha topado con algo inmensamente más grande. El conocimiento de Cristo mi Señor. Es la perla, el tesoro. Aquí se ve cómo el cambio de Pablo es de orden teológico y no de orden moral. Y en el contexto en que lo dice, es un contexto dialéctico. Es un contexto hostil. Polémico. Porque al comienzo del cap 3 dice:
2 Guardaos de los perros, guardaos de los malos obreros, guardaos de los que mutilan el cuerpo. Porque ahí está su novedad. (Flp. 3)
La novedad teológica que es la nueva manera de pensar y de creer la relación con Dios. Los perros, los malos obreros, que también los hay hoy, se glorían y ponen su confianza en la carne:
3 Pues los verdaderos circuncisos somos nosotros, los que damos culto en el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús sin poner nuestra confianza en la carne
Y la carne no se refiere al cuerpo, a lo mundano, la materialidad. No, no es eso. Confían en la carne porque ven a Dios de abajo a arriba. Yo hacia Dios. La iniciativa es mía. Es el orgullo del hombre que cree salvarse por las obras. Por las acciones que presenta a Dios, y Dios no tiene más remedio que salvarme, porque yo le presento mis obras. “La carne” es el orgullo del hombre. Que se basa en sus títulos humanos, en sus obras, en sus acciones. Aunque sean acciones religiosas, aunque sean acciones llenas de espiritualidad. Y qué! Peor todavía! Porque el demonio se disfraza de ángel de luz. Aquí lo que está diciendo San Pablo es que la circuncisión es carne, la pertenencia a Israel es carne, el ser irreprensible ante la ley judaica es carne, el ser de la tribu de Benjamín es carne. Yo no me puedo apoyar en esto. Estos son los judaizantes, de ayer y de hoy. Nuestra justicia no es una justicia conquistada por las obras. Es una justicia que yo acojo de Dios, por tanto mi relación con Dios no es de abajo a arriba. Sino que es de arriba abajo: es descendente. El amor descendente de Dios, que gratuitamente me da su gracia.
Esto es actualísimo. Aquí está el cambio radical de San Pablo, ahí está la experiencia radical de su vocación. Y si cuenta la experiencia de su vocación, no es para hablar de sí mismo, sino para ilustrar esta convicción que él ve amenazada. Por ello, aciertan quienes dicen que los escritos de San Pablo son en resumen “el evangelio de la gracia”.
Dice en la 1Tm:
Pero encontré misericordia porque obré por ignorancia cuando no era creyente. 14 Pero la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y la caridad en Cristo Jesús. 15 Es cierta y digna de ser aceptada por todos esta afirmación: Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo. (1Tim 1, 13-)
Y desde aquí dice: pero lo que me ha sucedido a mí no constituye una excepción, que me ha pasado a mí y ya está. No es que Dios ha manifestado toda su grandeza en el hecho de que a mí me ha convertido, y me ha llamado al apostolado, yo que era blasfemo y violento perseguidor de la Iglesia. No, no. Pablo dice que lo que ha sucedido conmigo, no es una excepción, sino que es la revelación del comportamiento de Dios con cada uno de nosotros, con todos. Por tanto, nosotros también estamos llamados a recibir esta revelación. Dios quiere comportarse y se comporta como hizo con San Pablo. Y por eso dice:
16 Y si encontré misericordia fue para que en mí, el primero, manifestase Jesucristo toda su paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener vida eterna. 17 Al Rey de los siglos, al Dios inmortal, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén. (1Tim. 1)
O sea, que lo que ha demostrado Jesucristo de generosidad y de amor gratuito con Pablo, es una experiencia, una demostración sensible, real, histórica, para que también nosotros percibamos que este es el comportamiento que Dios tiene con cada uno de nosotros: para que los que crean en Él consigan la vida eterna.
Por tanto, todo esto que estamos diciendo de San Pablo, es algo no para ser admirado y agradecido, sino para que nos interpele también a nosotros. Porque también nosotros estamos llamados a hacer este mismo camino, esta misma experiencia de Pablo. _________________ NO SOY VETERANO

TODO POR JESUS Y MARIA. |
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Tomás Bertrán Mercader Veterano
Registrado: 01 Oct 2005 Mensajes: 1503 Ubicación: España
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Publicado:
Mar Abr 07, 2009 3:14 pm Asunto:
Tema: SAN PABLO |
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3ª Med. La novedad de la justicia cristiana a la Teología espiritual de San Pablo.
¡Oh glorioso San Pablo!,
Apóstol lleno de celo,
Mártir por amor a Cristo,
intercede para que obtengamos una fe profunda,
una esperanza firme,
un amor ardiente al Señor
para que podamos decir contigo:
“No soy yo el que vive, sino es Cristo quien vive
en mí”.
Ayúdanos a ser apóstoles
que sirvan a la Iglesia con una conciencia pura,
testigos de su verdad y de su belleza
en medio a la obscuridad de nuestro tiempo.
Contigo alabamos a Dios nuestro Padre,
«A Él la gloria, en la Iglesia y en Cristo
por los siglos de los siglos.»
Amén.
Os habréis fijado que en esta reflexión, al igual que en las próximas, voy a seguir casi en exclusividad la primera carta de San Pablo a los Corintios. Porque en esta carta San Pablo da respuestas a diversas situaciones concretas, problemáticas, que se producían en la comunidad de Corinto a la que remite su carta. También en las otras suele dar respuestas a situaciones concretas de aquél momento, pero sobre todo a los Corintios, porque fue una comunidad que le dio muchos disgustos. Así como la de Filipos o de Éfeso fueron buena gente, otras le dieron muchos disgustos. Los de Corinto y los Gálatas, sobre todo.
Lo que pretendo en esta meditación, es que tomemos más conciencia de que las respuestas que Pablo da, siempre remiten a la revelación que ha tenido lugar en Jesucristo. Conecta con la meditación anterior: la novedad para Pablo es teológica, de mentalidad, de criterio de planteamiento, de horizonte de vida. Es Cristo que se le revela, con una amor gratuito, personal, absoluto. Pues bien, es desde esta revelación, por la que Jesucristo le convierte y le hace apóstol, como él procura dar respuesta a los problemas. Discierne los problemas y los juzga a la luz (revelación = luz) recibida del Evangelio, de la Buena Nueva. Recibida además directamente de Cristo. Es verdad que Pablo tiene muy en cuenta la Tradición cristiana, la Tradición que ha recibido de las primeras comunidades y la Tradición apostólica. No va por libre. Pero ciertamente que esta Tradición recibida de los apóstoles y de los primeros hermanos en la fe, aquellos que él perseguía, viene enriquecida por su propia experiencia personal de la que hemos hablado antes. Nos vamos a fijar en dos o tres casos.
* El primer caso, aquél que convivía con la mujer de su padre. En el capítulo quinto de la primera Corintios.
En este primer caso, el criterio motivador de Pablo para justificar lo que él manda, no se basa en las normas legales que las tenía en abundancia, o morales; ni se basa en las prescripciones del Antiguo Testamento, que también las tenía y muchas para estos casos. Ni siquiera se basa en palabras concretas de Jesús, que lo hubiera podido hacer muy bien, (el que miró a una mujer deseándola en su corazón, ya ha cometido adulterio…), pues imagínate el incestuoso, el que ha cohabitado con su madrastra! No. San Pablo recurre al acontecimiento Pascual del Señor. San Pablo recurre a la Cruz-Resurrección de Jesús. Y desde ésta, San Pablo recurre a la solidaridad, al amor en definitiva. Fijémonos particularmente en los versículos 7 y 8:
1 Por todas partes se oye hablar de una inmoralidad tal entre vosotros, que no se da ni entre los gentiles, hasta el punto de que uno de vosotros vive con la mujer de su padre.
2 Y ¡vosotros andáis tan hinchados! Y no habéis hecho más bien duelo para que fuera expulsado de entre vosotros el autor de semejante acción. 3 Pues bien, yo por mi parte corporalmente ausente, pero presente en espíritu, he juzgado ya, como si me hallara presente, al que así obró: 4 que en nombre del Señor Jesús, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de Jesús Señor nuestro, 5 sea entregado ese individuo a Satanás para mortificar su sensualidad, a fin de que el espíritu se salve en el Día del Señor.
6 ¡No está bien vuestro orgullo! ¿No sabéis que un poco de levadura fermenta toda la masa? 7 Eliminad la levadura vieja, para ser masa nueva, pues sois ázimos. Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado. 8 Así que, celebremos la fiesta, no con vieja levadura, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de sinceridad y verdad. (1Co 5)
Parece que no tenga nada que ver con el incesto. Pues lo tiene que ver todo. No con levadura vieja: es esta situación de convivir uno con la mujer de su padre. Lo cual era incluso entre los paganos inmoral. Lo que propone es la motivación. Propone recurrir al Acontecimiento central de la fe cristiana: la muerte y resurrección de Cristo. Y San Pablo les está diciendo a aquellos, como nos dice ahora a nosotros, donde hay tanta disbauxa (palabra catalana que significa exceso, desenfreno) sexual: ‘sois una comunidad pascual, sois una comunidad fruto de la cruz y resurrección de Cristo. Y signo ante el mundo de esta Pascua. Por tanto, sois levadura nueva. Sois ázimos. Porque Cristo, el Cordero Pascual ha sido inmolado. Y vosotros tenéis que ser signo de este mundo nuevo. ¿Y sois todavía prisioneros de lo viejo con este caso que me presentáis?’
Por tanto, el no tolerar estos comportamientos, no es por razones morales. Ni por razones legales. Es por razones de fe. Por razones teológicas. Cristo se ha inmolado, Él es el Cordero Pascual. Por tanto, esta Fiesta de la Pascua, que es el fundamento de nuestra fe, Cristo muerto y resucitado, nos obliga —en el sentido más noble de la palabra, en cuanto es unitivo: la obligación es ligarse,— a ser ázimos. A no ser ya levadura vieja. Ya tiene que pasar la malicia y la perversidad. Y tenemos que vivir ázimos de pureza y de verdad. Para ser signos en el mundo de esta novedad de la justicia de Cristo. Ya que somos fruto de esta justicia de Cristo, que se resuelve en su Pascua. En su muerte y resurrección. El Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Esta es la respuesta.
* Vayamos a otro caso, que recoge en el cap. 6. Se trata del problema que también se presenta a cristianos que acuden a los tribunales paganos, a los tribunales civiles en sus pleitos.
1 Cuando alguno de vosotros tiene un pleito con otro, ¿se atreve a llevar la causa ante los injustos, y no ante los santos? 2 ¿No sabéis que los santos han de juzgar al mundo? Y si vosotros vais a juzgar al mundo, ¿no sois acaso dignos de juzgar esas naderías? 3 ¿No sabéis que hemos de juzgar a los ángeles? Y ¡cómo no las cosas de esta vida! 4 Y cuando tenéis pleitos de este género ¡tomáis como jueces a los que la iglesia tiene en nada! 5 Para vuestra vergüenza lo digo. ¿No hay entre vosotros algún experto que pueda juzgar entre hermanos? 6 Sino que vais a pleitear hermano contra hermano, ¡y eso, ante infieles! 7 De todos modos, ya es un fallo vuestro que haya pleitos entre vosotros. ¿Por qué no preferís soportar la injusticia? ¿Por qué no os dejáis más bien despojar? 8 ¡Al contrario! ¡Sois vosotros los que obráis la injusticia y despojáis a los demás! ¡Y esto, a hermanos!
9 ¿No sabéis acaso que los injustos no heredarán el Reino de Dios? ¡No os engañéis! Ni impuros, ni idólatras, ni adúlteros, ni afeminados, ni homosexuales, 10 ni ladrones, ni avaros, ni borrachos, ni ultrajadores, ni explotadores heredarán el Reino de Dios. (1Co 6)
Y San Pablo no reprocha que acudan a esos tribunales porque sean tribunales corrompidos o injustos (que de todo habría, como hoy los hay también entre nosotros).
La razón no va por ahí, sino que lo que reprocha San Pablo a aquellos cristianos de Corinto, es el hecho mismo de que ellos acudan a los tribunales. Aunque fueran tribunales justos. El hecho mismo de acudir entre ellos a los tribunales. Porque a lo que deben recurrir ellos como cristianos, es a los nuevos criterios que brotan del Acontecimiento pascual manifestado en la Cruz y en la Resurrección de Jesús.
Y evidentemente, en los tribunales civiles, por justos que fuesen e incorrompidos, no encontrarán estos nuevos criterios. Que son, desde el Acontecimiento Pascual de Cristo, muerte y resurrección: la solidaridad, el amor, la gratuidad. Y estamos en lo de siempre.
Por tanto, no es porque puedan ser esos tribunales injustos o corruptos, sino porque estos tribunales juzgarán con criterios propios del mundo pagano. O sea, con criterios cristianamente inadecuados; que pertenecen al mundo viejo, a la levadura vieja; al mundo antiguo. La comunidad, porque es comunidad pascual, debe resolver sus problemas recurriendo a los criterios nuevos. Que vienen de la revelación de Cristo: es el amor gratuito, la solidaridad. Criterios que han brotado —solidaridad, amor, gratuidad— del costado de Cristo, muerto y resucitado. Y la comunidad debe convertirse en un signo de un mundo nuevo. Y no tiene que repetir lo viejo de siempre.
11 Y tales fuisteis algunos de vosotros. Pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios. (1Co 6)
Y precisamente por esto no pueden acudir a lo viejo, a los tribunales paganos.
Por tanto, ya no se trata de un criterio pastoral, de ejemplo, o para no quedar mal. Sino que él siempre va a la raíz de las cosas.
* Y el tercer asunto que nos habla de esta “novedad de la justicia cristiana desde la teología de San Pablo”, es la sexualidad. Aquí me voy a entretener un poco, porque además, como tanto han apedreado a distancia al pobre Papa, y como esto ha producido turbación a muchos creyentes que, claro, como leen lo que leen, y ven lo que ven, y oyen lo que oyen, pues están en un mundo matrix…
La sexualidad. San Pablo también en esta carta, nos habla de la concepción cristiana de la sexualidad. Nos habla de la concepción cristiana del hombre. Y nos habla de la concepción cristiana de las relaciones del hombre con Cristo y con Dios.
Ni más ni menos. A estos tres niveles.
* Sobre el primer nivel, la concepción paulina de la sexualidad. Hay que situarse en este contexto de San Pablo que es un poco el nuestro. Barcelona ahora es la Corinto de entonces. Una ciudad grande, mercantil, portuaria, y todo lo que conlleva. San Pablo se tuvo que ocupar muy pronto del libertinaje, más que libertad, del mundo helenístico, por un lado; y por otro lado, frente a las tendencias rigoristas. Estamos en lo de siempre: los extremos se tocan, y aquí se ve muy curiosamente cómo de tocan.
La moral pagana tampoco era tan desastre. La moral pagana condenaba el adulterio. En cuanto conculcaba los derechos de otra persona. Pero aquél mundo helenístico, no condenaba la prostitución, ni la fornicación, ni otras maneras viejas todas de placer sexual. Que si se hacían dentro de la voluntad de unos y otros, queriendo, con equilibrio, con moderación, pues todo esto era indiferente a la moral pagana. Hoy como ayer. Hoy un poco peor.
Entonces Pablo, ante esta situación que se encuentra en las comunidades, sobre todo en Corinto, tiene que defender la concepción cristiana de la sexualidad ante un dualismo, que proviene de un mismo tronco. Pero va por caminos distintos. Este dualismo que fractura de manera insalvable el espíritu y la materia. Entonces hay unos que dicen: ‘como lo que cuenta es el espíritu y el cuerpo es algo exterior a la auténtica esencia del ser humano, hay que evitar todo lo que tiene que ver con la sexualidad, por tanto también con el matrimonio’. Esta es la tendencia rigorista. El cuerpo es exterior a la esencia humana, la sexualidad tiene que ver con el cuerpo: pues, ¡fuera!
Pero los había que desde el mismo tronco dualista, razonan de una manera diametralmente opuesta: es la de hoy. ‘Como la sexualidad tiene que ver con el cuerpo, que no es la verdadera esencia del hombre, y no tiene que ver con el espíritu, entonces, todo está permitido. Como no tiene que ver con el espíritu… Porque las expresiones de la sexualidad son exteriores a la auténtica esencia del hombre; y, por tanto, a su espíritu que es lo que importa. No implican a la persona. Por tanto, todo es lícito’. Esta es la tendencia laxista. Y San Pablo toma postura frente a ella. En la 1ª Corintios:
12 «Todo me es lícito»; mas no todo me conviene. «Todo me es lícito»; mas ¡no me dejaré dominar por nada! 13 «La comida para el vientre y el vientre para la comida». Mas lo uno y lo otro destruirá Dios. Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo. 14 Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder. (1Co 6)
¿Cuál es la postura de San Pablo? Las expresiones de la sexualidad, no son exteriores al hombre, al ser humano. La expresión de la sexualidad implica a la persona. Toda entera. No se trata de un juego. Se trata de una alianza. No se trata de una búsqueda de sí mismo, sino de un diálogo y una donación. No es un encuentro pasajero, sino que es un vínculo definitivo. Y esta es la originalidad cristiana, que muchos cristianos no se creen. No se lo creen. Y muchos curas. No sé obispos, porque no hablo con ellos. Y para defender su postura, San Pablo aquí, hasta se remite al libro del Génesis. Los dos serán una sola carne. …el que se une al Señor se hace un solo espíritu con Él. Invoca el texto del Génesis. Luego recuerda la pertenencia al Cuerpo de Cristo, versículo 13: el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor. Y además, un cuerpo llamado a la resurrección: Y Dios, que resucitó al Señor, nos resucitará también a nosotros mediante su poder. Por tanto, alma y cuerpo están llamados a la resurrección. El hombre en su totalidad está llamado a la resurrección. Pertenecemos de manera total al Señor. El cuerpo no es para la lujuria o para la fornicación, sino para el Señor. Por tanto, en el plan de Dios no tiene cabida el dualismo. Es el hombre entero el que pertenece al Señor. Es el hombre entero el que está llamado a resucitar. Como Cristo que es la primicia. Y por tanto la sexualidad afecta al hombre entero. A todo él. Y la tiene que vivir de manera personal, como persona entera. Fijémonos qué actual es eso. Porque precisamente lo que hoy hay es esta banalización de la sexualidad.
Y el preservativo, ayuda a la banalización. Porque no se establece una relación de donación, de alianza, de comunión. Es un encuentro pasajero. Un juego. Algo banal. Y el preservativo, como tantos otros instrumentos, mecanismos y maneras, es una expresión clarísima de esta banalidad.
Y evidentemente, que en cuanto se promueve esta banalidad, esta superficialidad, en la sexualidad, esta despersonalización de la sexualidad, que por tanto ya no es sexualidad, porque no es personal, sino que es genitalidad, porque es meramente corporal-animal, pues claro que esto promueve el SIDA. No el preservativo, naturalmente que en aquél acto concreto, con el preservativo evitará un contagio, eso nadie lo niega. Ni el más palurdo. Lo que sucede es que en esta manera,—y el preservativo es un elemento más— de presentar la sexualidad, acaba abundando la promiscuidad, las relaciones sin compromiso, al tuntún, al juego, y entonces viene esto y lo de más allá: será el SIDA aquí, o será otra cosa en otra parte. Y esto —la concepción cristiana de la sexualidad— lo tenemos que decir. Y lo tenemos que vivir. Y si flaqueamos, acudimos con confianza a la misericordia de Dios, porque Dios es misericordia.
* El segundo nivel que encontramos en San Pablo, es la concepción del hombre: la concepción cristiana del hombre.
¿Cuál es la antropología de San Pablo?
La profunda unidad del hombre. Los elementos que componen el hombre, que los científicos nos digan los que son. Si son tres o son treinta y tres. Eso no nos corresponde a nosotros. Pero hay una unidad profunda en el hombre. Todas las expresiones del hombre: alma, cuerpo, y sique, y no sé qué cosas más, todo, forma una unidad. Y esta unidad del hombre con todas sus expresiones entran dentro del designio salvífico de Dios. Están destinados a la resurrección y a la unión con el Señor.
Y por tanto, si el hombre todo entero, en todas sus expresiones, —la sexualidad es una de ellas, importante— están destinadas por designio de Dios a la resurrección y a la unión con el Señor, hay que seguir como guía este camino, para vivir este designio de Dios, hay que seguir la guía que es la lógica de Dios: la lógica de la Alianza. Esta Alianza, esta comunión, esta pertenencia al Señor en la totalidad. La lógica de la Alianza, que subraya la radical pertenencia del ser humano al Señor en su totalidad. Es un designio de Dios, y para vivir este designio, tenemos que entrar en la lógica de Dios, que es la de la alianza de amor. Por la que pertenecemos en la totalidad al Señor.
El cuerpo no es para la lujuria sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo.
Por tanto San Pablo es consciente de que el hombre es una estructura de comunión. Con el Señor, y con los hermanos. Con el Señor que desde arriba se relaciona con nosotros, y con los hermanos hacia los lados. Por tanto, el hombre se encuentra a sí mismo, se hace a sí mismo, el hombre es, el hombre se salva, no encerrándose en sí mismo, no buscándose a sí mismo sino en el diálogo y en el amor. Y por tanto, todas las manifestaciones del hombre, incluida la sexualidad, están sometidas a la lógica de la comunión. Todas han de ser expresiones de comunión, no de búsqueda de sí. Por eso, los corintios, como los barceloneses como cualquier otro hoy en día, tenían una falsa concepción de la libertad. Para el cristiano, la libertad no es indeterminada. La libertad no deja de tener una finalidad. No es a-finalística. La libertad, el cristiano la encuentra en la pertenencia al Señor. Porque esta pertenencia al Señor es la que da significado y sentido al ser humano. Y a los comportamientos de este ser humano. La libertad es la libertad del amor. Por eso entendemos lo de San Agustín: ‘Ama y haz lo que quieras’.
Claro que sí. Porque se entiende así. La libertad es la del amor. En dirección a la alianza con Dios que me la otorga. Y con los hermanos, a los que se la doy desde Dios. Y esta es la libertad que se ha revelado en Cristo. Y por esto, San Pablo la propone, como concepción del hombre. Íntimamente unida a la concepción de la sexualidad.
* Pero aún hay otro nivel más allá de la sexualidad y de la concepción del ser humano en el razonamiento de San Pablo. Hay como un tercer nivel en la lectura de todo esto. Que es la concepción original de las relaciones del hombre con Cristo y con Dios. Y aquí nos lo indica de una manera muy clara en los versículos 15 y 19: Cuando dice que somos “miembros de Cristo”.
15 ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? LY ¿había de tomar yo los miembros de Cristo para hacerlos miembros de prostituta? ¡De ningún modo! 16 ¿O no sabéis que quien se une a la prostituta se hace un solo cuerpo con ella? Pues está dicho: Los dos se harán una sola carne. 17 Mas el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él.
18 ¡Huid de la fornicación! Todo pecado que comete el hombre queda fuera de su cuerpo; mas el que fornica, peca contra su propio cuerpo. (1Co 6)
Aquí, San Pablo alude a la metáfora del Cuerpo de Cristo. Una metáfora además muy eclesiológica. Y que él desarrolla también en la carta a los Romanos, en la carta a los Efesios. Miembros de Cristo: esto significa dos cosas: la dependencia absoluta respecto del Señor; y la fraternidad como traducción concreta de esta dependencia.
La pertenencia al Señor, que se traduce en concreto en la fraternidad con los hermanos: desde mi pertenencia al Señor, yo no tomaré como una meretriz los otros miembros del Cuerpo de Cristo. Y luego dice:
19 ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? 20 ¡Habéis sido bien comprados! Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo. (1Co 6)
En esta segunda expresión nos remite a que la comunidad y el cristiano son morada en la que habita Dios. Es más, Jesús mismo es morada y habitáculo de Dios. Aquí por tanto, está también la pertenencia. Y por consiguiente, si somos santuario del Espíritu Santo, si vuestro cuerpo es santuario del Espíritu Santo, la dignidad: glorificad… porque habéis sido comprados a gran precio.
El precio es la sangre de Cristo. Glorificad a Dios en vuestro cuerpo. Es decir: comportaos con dignidad. Transparentad a Dios. Transparentad el amor. La alianza que Dios ha establecido con vosotros gratuitamente. Un día la estableció conmigo allí, en el camino de Damasco. Por tanto, Pablo está razonando desde la experiencia de la fe. Y nosotros en nuestro apostolado, tenemos que razonar desde la experiencia de la fe. Aunque nos parezca que es débil nuestro razonamiento. Pero lo que es débil ante los hombres, es fuerte para Dios. Y sólo esto dará su fruto. No vale con razonamientos humanos. De “pitiminí”, para que caigan bien, para que puedan entenderse, para que no parezca que soy extremista, y que me llamen fascista y carca, tanto da. Nuestro razonamiento tiene que ser desde la fe. Porque si es desde la fe, será fecundo, porque allí estará Dios. Si no, no será fecundo. Será simpático a lo mejor, pero no será fecundo. Por tanto, San Pablo entiende el significado de la sexualidad a partir de la Historia de la Salvación. Desde el Génesis -los dos se harán “una sola carne”- hasta Jesús. Todo lo presenta en esta lógica de la alianza. De la estructura de comunión que nos hace pertenecer al Señor. Por tanto, la sexualidad es una realidad dialogal. Es pertenencia y compromiso. Que implica todo lo otro. Y el acto sexual, no puede ser un gesto superficial en el que la persona queda como fuera. Sino que implica a la persona hasta el fondo.
Y eso viene de la visión unitaria del ser humano. De su vocación de alianza; que es una concepción bíblica. Entonces, al margen de la visión concreta del compuesto humano, que es un dato cultural o científico, lo que importa es afirmar —y esta es la concepción de San Pablo desde la revelación de su encuentro con Cristo— que no hay ruptura en el designio divino; no hay dos lógicas. Es todo el ser humano, —sean cuales sean los elementos que lo componen, y sean cuales sean las expresiones de este ser humano—, es todo el ser humano el que está llamado a vivir la lógica de la alianza.
Que es de comunión, de amor y de pertenencia. Y por tanto de dignidad. Y esto es positivísimo. ¡Qué lejos está de las tendencias rigoristas! ¡Cuán lejos está de las tendencias laxistas! Con las que Pablo se encontraba como apretado, como en un bocadillo.
** Y por último, lo novedoso en San Pablo es un valor cristiano que es la clave de bóveda de la construcción paulina de todas estas realidades. Y que está muy olvidado en las comunidades cristianas, sobre todo en las de las sociedades llamadas del bienestar, primer mundo. Es la tensión escatológica con la que hay que vivir todas estas realidades.
Su epicentro está en el cap. 7º de 1Co.
Pablo contempla el mundo, y por tanto, contempla el matrimonio y la virginidad, y la sexualidad, que son sólo un ejemplo, a la luz de la novedad de Cristo. Y Pablo ve el mundo y todas las situaciones en las que se desenvuelve el mundo, en tensión escatológica. Como si no.
29 Os digo, pues, hermanos: El tiempo apremia. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen. 30 Los que lloran, como si no llorasen. Los que están alegres, como si no lo estuviesen. Los que compran, como si no poseyesen.31 Los que disfrutan del mundo, como si no lo disfrutasen. Porque la representación de este mundo pasa.
Esto es básico. San Pablo no predica la huida de estas situaciones. No predica la huida de la mujer o del marido. No predica la huida de la alegría ni del lloro. No predica la huida de la posesión, de lo que se compra, ni de disfrutar del mundo. No, no, él no predica la huida de estas situaciones. Lo que predica San Pablo es que valoremos de manera distinta, con una conciencia cristiana, distinta, diferente, estas situaciones. No se trata de que el cristiano se distancie del mundo. No se trata de que el cristiano desprecie las realidades mundanas, como estas que hemos dicho y otras más. No se trata de un pesimismo, ni nada por el estilo. De lo que se trata de que tengamos conciencia de que somos criaturas nuevas; y como somos criaturas nuevas, tenemos que juzgar y tener conciencia diferente a los demás que no se saben criaturas nuevas. Dice a los corintios:
17 Por tanto, el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. (2Co)
Desde esta novedad de vida, que nos viene del Acontecimiento pascual, de la realidad de Cristo, el Señor, que es muerto y resucitado, ambas realidades inseparables. Desde este dato esencial de nuestra fe —hay que centrarse en lo esencial—nuestra manera de juzgar y de valorar estas cosas del mundo, y la manera de comportarnos ante estas cosas, tendrá que ser diferente. No se trata de cambiar las cosas, o de alejarse de ellas, o despreciarlas, sino valorarlas de manera diferente. Hay que vivir estas cosas y ante estas cosas de otro modo. Con una conciencia nueva. Que es la tensión escatológica. ‘Como si no’. El tiempo es corto. Y la apariencia de este mundo pasa. Con esta tensión de que somos caminantes, peregrinos que vamos hacia el Padre. Que somos ciudadanos del cielo. Y que por tanto no tenemos aquí morada permanente. Ni la sexualidad, ni el matrimonio, ni nada, todo esto pasa. Y comprar, y disfrutar, y reír, y llorar, y estar enfermo y tener salud y ser rico o pobre o viejo o joven o niño. Todo esto pasa. O ser catalán o castellano. Esto pasa. Todo pasa. Entonces hay que valorar todo desde esta tensión escatológica, desde esta perspectiva, con visión de eternidad. Y entonces, todo se relativiza. Se pone en relación al Señor, al que pertenecemos y hacia el que caminamos. En comunidad de creyentes. Como hermanos. Eso es relativizar.
Es emblemático cómo aquí San Pablo afronta una situación, que era muy propia de su mundo —ahora tenemos otras— que era la esclavitud. San Pablo no discute el problema de la esclavitud. La esclavitud era algo pacíficamente admitido en la antigüedad. No despertaba rechazo, ni siquiera en las mentes más cultas y más sensibles. Los hombres más lúcidos lo que hacían era tomar postura frente a las injusticias y malos tratos que el amo podía infringir al esclavo, eso sí. Pero la esclavitud como tal, como institución, era un pilar de la economía, de la sociedad de entonces. Entonces si nos limitamos al ámbito cristiano, ¿qué es lo que sugiere Pablo? En el capítulo 7 dice:
21 ¿Eras esclavo cuando fuiste llamado? No te preocupes. Y, aunque puedas hacerte libre, aprovecha más bien tu condición de esclavo. 22 Pues el que recibió la llamada del Señor siendo esclavo, es un liberto del Señor; igualmente, el que era libre cuando recibió la llamada, es un esclavo de Cristo. 23 ¡Habéis sido bien comprados! No os hagáis esclavos de los hombres. (1Co 7)
San Pablo sugiere a los esclavos o a los amos creyentes, que se comporten evangélicamente, en la situación que les ha tocado vivir en la sociedad. Pablo no invita al esclavo a cambiar su situación exterior. Pablo no invita al esclavo a cambiar su situación jurídica. Pablo sí le invita a que cambie interiormente. Evangélicamente. Y ¿cuáles son las novedades que sugiere? Que tanto el esclavo como el amo se renueven desde dentro en sus conciencias. Y si se renuevan en sus conciencias con la novedad de Cristo tanto el que es amo, siendo amo, y el esclavo siendo esclavo, ¿qué pasará? Que se estarán ya inoculando dentro de cada uno de ellos dos, unos gérmenes que en las circunstancias adecuadas, harán saltar por los aires la esclavitud. ¿Qué gérmenes son estos? El esclavo es un hermano, le dice al amo. Y viceversa. El amo es amo, pero según la carne. Lo que importa es que amo y esclavo sean esclavos de Cristo. Y claro, entonces diciendo: el esclavo es un hermano —tiene su conciencia el amo—, y el esclavo dice: ‘mi amo lo es según la carne’. Y los dos dicen: ‘somos esclavos de Cristo, que es el único Señor, al que pertenecemos’. Ya está. A nivel jurídico parece que todo siga como antes, pero en otro nivel, interior, ha cambiado todo. El esclavo ya no es esclavo. Y el amo deja de ser amo. Y más pronto que tarde, la esclavitud rompe. Y desaparece. Pero desaparece desde una revolución interior que se produce en las conciencias de amos y esclavos, en cuanto por la fe, se hacen todos esclavos, pertenecientes a Cristo Jesús.
Por tanto, aquí, lo que hay que cambiar, no son las estructuras, ni las leyes, lo que hay que cambiar son los corazones. Las leyes no cambian los problemas. Lo que hay que cambiar son los corazones. Y cambiados estos corazones, la estructura jurídica de la esclavitud, que era un pilar en aquella sociedad, desaparece. Pues todo lo que tenga que desaparecer en este mundo nuestro, que no es poco, será así. De esta manera, no de otra. Por tanto, se equivocan los de la teología de la liberación y otros. No llegan a nada. _________________ NO SOY VETERANO

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Tomás Bertrán Mercader Veterano
Registrado: 01 Oct 2005 Mensajes: 1503 Ubicación: España
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Sab Abr 18, 2009 3:31 pm Asunto:
Tema: SAN PABLO |
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4ª Med. La Caridad. “El conocimiento enorgullece, la caridad edifica”.
La vida como hijos del Padre, “nos constituye” de forma que participamos de su conocimiento (fe) y de su amor (caridad).
La filiación por la fe es la verdad; la participación del amor de Dios en nosotros es la caridad.
La vida del Espíritu en nosotros es el amor. Por tanto, la caridad tiene que ver con la Santísima Trinidad. A ver si nos vamos enterando de que nuestra realidad es la Santísima Trinidad. Es la única Realidad. La fuente de la que todo deriva. Y tenemos que ir a la fuente, o si no nos quedaremos secos. O beberemos lo que no es sano.
Cuando Pablo habla por vez primera de la caridad le define como “trabajo pesado”; “penalidad”. Es un trabajo pesado. Es un trabajo laborioso.
En efecto, San Pablo en la primera de las cartas que escribió, la primera a los Tesalonicenses, en el versículo tercero (es decir, casi lo primero que escribe San Pablo), dice:
3 Tenemos presente ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad, y la paciencia en el sufrir que os da vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor.
Para Pablo la fe, no es solo un conocimiento, sino que es una actividad. Es una obra. No se reduce al conocimiento. Ni a un mero deseo. Y cuando habla de la esperanza dice que es paciencia, constancia, persistencia. Esta fortaleza de ánimo, sobre todo ante las adversidades. El esperar mucho tiempo que no hace mella en uno. No le debilita.
Y sobre la caridad, habla del esfuerzo, el trabajo, la penalidad. Y es que San Pablo, cuando habla de la caridad siempre lo hace dentro de la comunidad de los creyentes. Pues bien: nosotros estamos dentro de la Iglesia, y sin ella estamos como el que ha de nacer fuera del ámbito del claustro materno. No sobreviviríamos. Y, como dice Pablo, vivir esta caridad dentro de esta comunidad de creyentes supone un “duro esfuerzo”.
* Los principios sobre la caridad que San Pablo desarrolla, siempre, o casi siempre son al hilo de situaciones concretas que se crean. Y esta de la que vamos a hablar, nos puede caer muy de lejos: sobre las carnes inmoladas a los ídolos.
Pero a partir de este hecho, que entonces era muy problemático, y que creaba muchos problemas, San Pablo despliega unos principios majestuosos sobre la caridad.
1 Respecto a lo inmolado a los ídolos, es cosa sabida, pues todos tenemos ciencia. Pero la ciencia hincha, el amor en cambio edifica. 2 Si alguien cree conocer algo, aún no lo conoce como se debe. 3 Mas si uno ama a Dios, ése es conocido por él. 4 Ahora bien, respecto del comer lo sacrificado a los ídolos, sabemos que el ídolo no es nada en el mundo y no hay más que un único Dios. 5 Pues aun cuando se les dé el nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, de forma que hay multitud de dioses y de señores, 6 para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y nosotros por él.
El punto de vista de la caridad.
7 Mas no todos tienen este conocimiento. Pues algunos, acostumbrados hasta ahora al ídolo, comen la carne como realmente sacrificada a los ídolos, y su conciencia, que es débil, se mancha.8 No es ciertamente la comida lo que nos acerca a Dios; ni va a faltarnos por no comer, ni va a sobrarnos por comer.9 Pero tened cuidado que esa vuestra libertad no sirva de tropiezo a los débiles.10 En efecto, si alguien te ve a ti, que tienes conocimiento, sentado a la mesa en un templo de ídolos, ¿no se creerá autorizado por su conciencia, que es débil, a comer de lo sacrificado a los ídolos? 11 Y por tu conocimiento se pierde el débil: ¡un hermano por quien murió Cristo! 12 Y pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia, que es débil, pecáis contra Cristo. 13 Por tanto, si un alimento causa escándalo a mi hermano, nunca comeré carne para no dar escándalo a mi hermano. (1Co 8)
Algunos miembros de la comunidad de Corinto, son conscientes de que no existen los ídolos, y que por tanto la carne que se inmola a los ídolos en los templos paganos, es igual a todas las carnes, y por tanto, es lícito comerla. Y esto no dejaba de tener importancia, porque la carne que se inmolaba en los templos, se vendía a un precio inferior. Y la comunidad de Corinto, en su mayoría eran cristianos pobres, de una clase social baja. Por tanto, este tema era importante. No era lo mismo comprar una carne que otra.
Pero había otros miembros de la comunidad, que no tenían las cosas tan claras. Y al ver que hermanos suyos en la fe comían carne sacrificada a los ídolos, se escandalizaban. Este era el problema.
¿Cuál es el comportamiento correcto ante este problema?
Pablo es claro y es tajante. No hay diferencia entre un alimento y otro alimento. Pero este conocimiento correcto, de que no hay diferencia, aunque sea un conocimiento correcto, no basta para guiar la conciencia cristiana. No basta. Fijémonos en lo que dice San Pablo.
Sabemos que el ídolo no es nada y sabemos que para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, y un solo Señor Jesucristo. Por tanto los ídolos no son nada. Esto es el conocimiento, la sabiduría. Pero no basta para guiar la conciencia cristiana. Y dice: si un alimento causa escándalo a mi hermano, nunca comeré carne para no dar escándalo a mi hermano. Por tanto, Pablo aquí nos está diciendo: el conocimiento, la ciencia, el saber correctamente las cosas, es algo incompleto si no se combina con la caridad. Por eso en un juego de palabras, dice en el versículo 2:
Si alguien cree conocer algo, aún no lo conoce como se debe. 3 Mas si uno ama a Dios, ése es conocido por él.
Es decir, si alguien cree conocer sin caridad algo, aún no conoce de manera perfecta. Porque la caridad no es un plus que se añade al conocimiento, al saber. Sino que la caridad es una condición inexcusable para saber cómo conviene saber, para saber y conocer como es debido. Porque el cristiano es libre, pero ha de respetar a los hermanos que tienen una conciencia más débil:
9 Pero tened cuidado que esa vuestra libertad no sirva de tropiezo a los débiles.
Y lo mismo en Rm 14, 13, hablando del mismo tema de las carnes sacrificadas a los ídolos:
juzgad más bien que no se debe poner tropiezo o escándalo al hermano (Rm 14,13)
Por tanto, la caridad es una condición sin excusa, para saber, para conocer, como es debido. Por tanto, nosotros, que somos tan listos, que nos fijamos tanto, tan racionalistas, tan conceptualistas, la ciencia, la sabiduría, el conocimiento…. ¡No es el único punto de referencia de la conciencia cristiana! La conciencia cristiana tiene que medirse con la caridad. Porque la caridad es la que edifica. La ciencia envanece.
Es como comienza en el versículo primero.
La ciencia hincha, el amor edifica.
La ciencia nos hace orgullosos. Nos envanece. La caridad edifica.
Y aquí la palabra edificar, es una palabra que tiene mucho que ver con la Iglesia.
Este verbo eclesial de “edificar la comunidad”. Por tanto, San Pablo nos está diciendo: con sabiduría, con ciencia, con conocimiento, podemos romper, dividir, fracturar, la comunidad. En cambio, con la caridad, siempre la edificaremos.
Por tanto, el conflicto no se produce entre la verdad y la caridad porque la verdad es que los ídolos no son nada, y por tanto la sangre sacrificada a los ídolos es igual a la que no está sacrificada. Esta es la verdad. Pero aquí no se trata de un conflicto entre verdad y caridad. No se trata de que yo me tenga que embaular la verdad en favor de la caridad. No señor. Yo me tengo que embaular mi propia libertad, para la edificación de los demás. No es la ciencia, el conocimiento, de que no es nada malo comer la carne sacrificada a los ídolos. Ya sabemos que esto es así; ya sabemos que esto es verdad. Y por tanto forma parte de nuestra libertad el derecho a comer esta carne. Pero por la caridad, uno renuncia su derecho. Renuncia a algo que le ofrece su propia libertad. Para evitar la pérdida del hermano más débil. El versículo 11:
11 Y por tu conocimiento se pierde el débil:
Y da la razón:
¡un hermano por quien murió Cristo!
Por eso dice:
12 Y pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia, que es débil, pecáis contra Cristo.
Por él murió Cristo. La razón es ‘yo renuncio al derecho que me da mi libertad a favor del hermano, porque por él murió Cristo’.
Esto es un principio importante en nuestra vida cristiana: libertad-caridad. La verdad ya sabemos cuál es. Nos lo dice la ciencia, el conocimiento. Una conciencia que no es escrupulosa, como la de mi hermano, que no es débil, que está bien formada. Y que me dice desde esta verdad que yo tengo derecho a comer de esta carne, pero yo renuncio a mi derecho. A mi propia libertad para la edificación de mi hermano.
¿Y porqué? Porque por él murió Cristo. Y estamos otra vez en lo mismo: siempre volviendo a Cristo, muerto y resucitado. Porque Cristo se ha entregado por el hermano. Y por eso yo renuncio. Y si esto lo tuviéramos claro, nos evitaríamos muchos disgustos en el seno de la Iglesia. Tanto en la pastoral como en la teología, etc.…
23 «Todo es lícito», mas no todo es conveniente. «Todo es lícito», mas no todo edifica. 24 Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás. 25 Comed todo lo que se vende en el mercado sin plantearos cuestiones de conciencia; 26 pues del Señor es la tierra y todo cuanto contiene. (1Co 10)
En este capítulo San Pablo establece una distinción entre lo que me está permitido, y lo que es conveniente. Entre lo que me está permitido y lo que edifica. (vers. 23)
Y aquí San Pablo da la verdadera regla cristiana, que da la vuelta a la regla mundana: que nadie procure su propio interés, sino el de los demás. Ahí está la regla cristiana. No buscar el propio interés, aunque me sea lícito, aunque me agrade. Pero la regla no es esta. Sino que es buscar el interés del otro. Y está hablando de eso mismo.
Él expone tres casos posibles:
La persona que compra en el mercado sin averiguar más.
La persona que invita a otro a comer, y no se le pregunta de dónde procede la carne.
Cuando alguien invita a comer, y plantea la cuestión.
27 Si un infiel os invita y vosotros aceptáis, comed todo lo que os presente sin plantearos cuestiones de conciencia. 28 Mas si alguien os dice: «Esto ha sido ofrecido en sacrificio», no lo comáis, a causa del que lo advirtió y por motivos de conciencia. 29 No me refiero a tu conciencia, sino a la del otro; pues ¿cómo va a ser juzgada la libertad de mi conciencia por una conciencia ajena? 30 Si yo tomo algo dando gracias, ¿por qué voy a ser reprendido por aquello mismo que tomo dando gracias? (1Co 10)
El respeto a la conciencia del otro. El interés del otro. Ahí está en juego la conciencia del otro. Y el criterio cristiano es esta tensión. Por eso es trabajoso. Porque es una tensión. Es algo complejo: por un lado está mi conciencia, que es madura, mi derecho, mi libertad, mi propio provecho. Y por otro lado está la conciencia del débil. No formada, inmadura, y yo opto por ella. El interés del otro, la edificación de la comunidad. Por eso esta tensión puede ser pesada. Por eso dice San Pablo que la caridad es esforzada. Es laboriosa. Porque si uno tiene las ideas claras y plantea bien las cosas, se da cuenta de que existe esta tensión, entre mi conciencia y la del otro. Incluso entre mi conciencia bien formada y madura, incluso mi derecho y mi libertad legítimos, lícitos, permitidos. Yo cedo todo esto a favor de la conciencia de mi hermano débil, no formada. Esta es la tensión, y por eso es pesada, a veces, la caridad. Porque mata el orgullo.
Y ¿Cómo se disuelve esta tensión? ¿Cómo se deshace este nudo que molesta, que es pesado, que es una penalidad?: si se tiene presente a Cristo. Si se tiene presente su entrega. Tener en cuenta al hermano. Tener en cuenta el interés del hermano, respetar la conciencia del hermano, significa tener en cuenta la Cruz de Cristo. Olvidarse del hermano, no tenerle en cuenta, es pecar contra Cristo. Y ahí está. Sólo desde esta visión de fe desde Cristo por el que ha muerto mi hermano, desde la entrega de Cristo a mi hermano, podré disolver esta tensión y no ir a la mía, aunque la mía pueda estar conforme a la verdad. Anotemos que esto no es óbice para poner los medios con el fin de que la conciencia escrupulosa derive hacia una conciencia recta y bien formada.
11 Y por tu conocimiento se pierde el débil: ¡un hermano por quien murió Cristo! 12 Y pecando así contra vuestros hermanos, hiriendo su conciencia, que es débil, pecáis contra Cristo. 13 Por tanto, si un alimento causa escándalo a mi hermano, nunca comeré carne para no dar escándalo a mi hermano. (1Co 8)
Esto es lo que disuelve la tensión.
Esto a veces pasa en estas situaciones de matrimonios irregulares, de gente que se casó, y que se han juntado con otro y pretenden comulgar con el pretexto de que la culpa es del otro. ¡Ojo con la conciencia de tu hermano! Si vemos las cosas como un derecho mío, entonces estamos perdidos. Tengo que ver las cosas no como el derecho mío, sino como el interés del otro. Como la caridad que edifica la comunidad. ¿Es que Cristo no renunció a sus derechos? ¿Es que Cristo no era el preexistente con el Padre, antes de todos los siglos, y renunció a sus privilegios divinos, a su condición divina, a los privilegios derivados de su condición divina y se hizo hombre?
Si leemos el himno en el comienzo a la carta a los Filipenses (cap. 2), vemos cómo Cristo tenía todos los derechos, adquiridos de manera permanente y eterna, y él no tiene en cuenta su condición divina, sino que se abaja, y toma la condición no ya de hombre, sino de esclavo. Que era un infrahombre entonces. ¿Y es que Cristo no pierde voluntariamente su vida por nosotros, para nuestra salvación? Porque da su vida: no se la quitan, la da.
Pues desde aquí es como tenemos que ver las cosas.
Y luego ya las afirmaciones conclusivas. En el cap. 10:
31 Por tanto, ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios. 32 No deis motivo de escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la iglesia de Dios; 33 lo mismo que yo, que me esfuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés, sino el de todos, para que se salven. (1Co 10)
1 Sed mis imitadores, como lo soy de Cristo. (1Co 11)
En primer lugar: San Pablo este principio de la caridad lo extiende a todo el comportamiento cristiano, no solo a casos específicos: ‘ya comáis, ya bebáis o hagáis cualquier otra cosa’. Por tanto el principio de la caridad no es para este caso concreto al que ha aludido sobre la carne sacrificada a los ídolos sino para todos mis comportamientos en la vida diaria.
Fijémonos que este principio de la caridad -que es en todo el comportamiento humano, en todo lo que yo llevo entre manos cada día- se profundiza: para la gloria de Dios: por un lado, para agradar a todos, no buscando mi interés sino el interés de la mayoría; y, por otro, para la gloria de Dios: aquí hace como una simbiosis entre la gloria de Dios y el interés de los demás. De alguna manera, buscando el interés de los demás estoy dando gloria a Dios. No es poca cosa. Parece que una se solapa en la otra. Como que coinciden.
En segundo lugar: dice que el principio de la caridad no se limita al ámbito de los hermanos en la fe. Sino a judíos y a griegos. Se extiende a los de fuera. No escandalicéis ni a judíos, ni a paganos, ni a la Iglesia de Dios. En todo el comportamiento, buscando este interés de los demás, estoy dando gloria a Dios.
Y finalmente, Pablo también dice cuál es su propio comportamiento. Lo mismo que yo que me esfuerzo por agradar a todos. Para que se salven. Sed imitadores míos, como yo lo soy de Cristo. Está diciendo ‘imitadme a mí porque mi comportamiento es fiel reproducción del de Cristo’.
Para San Pablo lo que importa es que se acoja el evangelio. Para que se salven.
Lo único que le importa —como al atleta— es ganar a todos para la salvación. O sea que ya aquí da otro salto: no solamente vivo la caridad para no escandalizar al hermano. Este principio de edificación que es la caridad, este principio de buscar el interés del otro y no el mío, aunque tenga derecho a él, que es la caridad, no es ya sólo para no escandalizar, sino para hacer que el Evangelio resulte creíble, y así se salven.
Se trata de hacer que el Evangelio sea creíble, no sólo evitar el escándalo. Y ahí está la conciencia apostólica: estar dispuesto a cualquier renuncia con tal de presentar un argumento a favor del Evangelio que les pueda convertir al hacerles creíble el Evangelio. Y así convertidos, se salven. Cualquier renuncia a cualquier derecho al que mi libertad me da derecho. Esta es la caridad. Y lo demás son pamplinas.
Y esto es pesado. Hoy que estamos en un mundo en el que todos tenemos en mucho valor y en mucha estima la libertad y mis derechos. En todas partes se habla de derechos. Sólo se habla de derechos. ¿Y los deberes?
La caridad es la que edifica. El esfuerzo de la caridad. Edifica el buscar el interés del otro. Y siempre teniendo presente a Cristo por el que se entregó a aquél hermano, o a aquella comunidad, en cuya edificación yo tengo que colaborar.
La ciencia, el conocimiento, la sabiduría, que nos acercan a la libertad, que nos abren a la verdad, no son la regla definitiva de nuestra conciencia cristiana. Si no va acompañada de la caridad, sería deficiente. Sería incompleta, no sería válida. _________________ NO SOY VETERANO

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Tomás Bertrán Mercader Veterano
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Lun Abr 20, 2009 11:53 am Asunto:
Tema: SAN PABLO |
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5ª Med. La resurrección. Cristo, fundamento y garante. Realidad futura.
Leemos en el cap. 15 de la primera a los Corintios:
1 Os hago saber, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes, 2 por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué... Si no, ¡habríais creído en vano!
3 Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; 4 que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; 5 que se apareció a Cefas y luego a los Doce; 6 después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. 7 Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. 8 Y en último término se me apareció también a mí, que soy como un aborto.
…
11 Pues bien, tanto ellos como yo esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído. (1Co 15)
Fijémonos que San Pablo le quiere dar importancia a este hecho de la Resurrección, incluso desde el punto de vista literario, o gramatical, porque es un inicio el de este capítulo 15 especialmente solemne.
Porque San Pablo les está comunicando, por un lado, algo que no es de su propia cosecha, y, por otro, algo que es un hecho central de la fe.
Él lo ha recibido; él transmite lo que recibe. Es, por tanto, una transmisión fiel. Es el Evangelio, es la Buena Nueva. Es un hecho central de la fe, que hay que retener si queremos obtener la salvación. Forma parte de la salvación. Por este Evangelio, por esta Buena Nueva de la que ahora les habla, que es la Resurrección, seréis también salvos si lo guardáis, tal como yo os lo prediqué.
Por tanto, es un anuncio que viene de la Tradición. Tradicional, común a todos. Vinculante y válido universalmente.
‘Tanto ellos como yo…’ Todos: los anteriores a mí, y yo mismo, de los que lo he recibido. Por tanto, no es un hecho sin importancia. Es un hecho central. Y San Pablo emplea una fórmula catequética antiquísima, en estos versículos del 3 al 5.
Lo que transmite que había recibido es que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras. Que fue sepultado. Y fue resucitado al tercer día, según las Escrituras. Y que se apareció a los apóstoles.
Por tanto, aquí tenemos como cuatro afirmaciones de fe. Aunque fundamentales hay dos: murió y fue resucitado.
Y para confirmar que murió, dice que fue sepultado, y que todo fue en cumplimiento de las Escrituras. Y para afirmar que resucitó realmente, al tercer día, lo confirma con que se apareció: a Pedro, a los doce, a quinientos, a Santiago, a los apóstoles (un grupo más amplio). Confirma la muerte con la sepultura, y confirma la Resurrección real por la aparición posterior. Y cuando dice: ‘murió según las Escrituras y fue resucitado según las Escrituras’, nos está diciendo que esto forma parte del designio salvífico de Dios.
Que todo está dentro del Plan de Dios. Es conforme al designio divino. Porque las Escrituras son la manifestación del querer y del obrar de Dios.
Pero es que, además, tal como pone las cosas aquí (sin entrar en más disquisiciones en la exégesis de las palabras que utiliza), cuando habla de que Cristo murió, fue sepultado y se apareció, está hablando de hechos que ya han sucedido en el pasado, y que ya han concluido. Murió y murió, se sepultó y se sepultó, y se apareció y se acabó. Son hechos del pasado concluidos. Pero cuando habla de fue resucitado, por un lado está hablando de que Jesús no ha resucitado por sí, sino por el poder del Padre, y por otro lado, se utiliza una expresión que no nos habla de un hecho que pasó y ya ha concluido; que sucedió en la historia y que ha concluido. No. Es una acción, la de resucitado, que continúa. Tuvo lugar en el pasado, pero continúa su acción abierta. Y sus efectos son permanentes en el presente. Es decir, que Jesús fue resucitado pero sigue existiendo en una condición que es la de resucitado. No es una vuelta a la vida de antes. Y cuando insiste en las apariciones, en tantas, es para hacerles ver a los Corintios que este ha sido un hecho que ha tenido lugar, que ha sido comprobado, que ha sido atestiguado. Incluso él mismo ha sido testigo del encuentro con el Señor resucitado (recordamos la escena de la conversión y vocación).
Que Cristo murió, no es Evangelio todavía. Que Cristo murió, es constatar el final de su vida terrena. Pero este murió se convierte en Buena Noticia porque murió por nuestros pecados —según las Escrituras—. Y aquí está el significado salvífico. Aquí está un plan que se encuentra en la lógica de Dios. El que Jesús sufra pasión y muerte, no es un suceso inútil, no es una desgracia. ¡Pues mira!, ¡vaya desgracia! Pero que afortunadamente ya fue superada con la Resurrección. Sucedió algo que no se ha querido pero que ya se ha acabado la muerte. Y ¡venga! ¡ya está la Resurrección!, ya se ha acabado esto. ¡Qué mal trago!
¡No! La Pasión y muerte de Cristo, forma parte del plan redentor de Dios. A favor nuestro, a causa de nuestros pecados y a favor nuestro. Por nosotros y por nuestra salvación. Por tanto, la Pasión y la muerte, no es una desgracia que fue superada con la Resurrección. Sino que es un hecho querido. Que forma parte de la lógica de Dios, del razonamiento de Dios. Es una manifestación de Dios. Una teofanía de Dios. Y a partir de aquí, tenemos que reflexionar sobre nuestros padecimientos. Sobre nuestras pasiones. Sobre nuestra muerte. O la de los otros, los seres queridos. La tenemos que ver como una participación de esta misma realidad de Cristo.
Y aquí le estamos dando la vuelta a lo mundano, porque la lógica y el razonamiento de Dios, que tiene que ser el nuestro, no es el mismo que el del mundo. Por tanto, la pasión, los sufrimientos, los padecimientos, la muerte, no es algo inútil, no son sucesos inútiles o desgraciados. Si los introducimos en esta dinámica de la lógica y del razonamiento de Dios, como participando de la misma realidad que vivió y que sigue viviendo Cristo. Porque Jesús resucitado, y resucitado porque ha muerto, sigue existiendo en su nueva condición de resucitado.
La Pasión no es una desgracia, un infortunio que por fortuna luego se superó con la Resurrección y así todo acaba bien. No es eso.
El Señor Resucitado, es el mismo que murió. No se puede separar Muerte y Resurrección en el ser y en la vida de Cristo. Y esto nos puede dar luz sobre los padecimientos del mundo y los padecimientos personales y los familiares. Y el último padecimiento en este mundo que es la muerte.
Y prosigue:
12 Ahora bien, si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos ¿cómo andan diciendo algunos de vosotros que no hay resurrección de los muertos? 13 Si no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. 14 Y si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. 15 Y quedamos como testigos falsos de Dios porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no resucitó, si es que los muertos no resucitan. 16 Porque si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó. 17 Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana: estáis todavía en vuestros pecados. 18 Por tanto, también los que durmieron en Cristo perecieron. 19 Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los hombres más dignos de compasión! (1Co 15)
Es reiterativo, porque repite casi al pie de la letra por dos veces lo mismo. En pocos versículos.
¿Cuál era el problema y el interrogante en el que se encontraba Pablo con aquella comunidad de los Corintios?
Pues que había una mentalidad que no habían erradicado a pesar de haberse convertido al cristianismo, la mentalidad griega, la mentalidad helenística de entonces, que, por un lado reducía la resurrección a la inmortalidad del alma. Porque la concepción griega, como también entre nosotros hoy, es dual. Ellos entendían la salvación en términos de la liberación de la materia. La salvación se alcanza liberando el espíritu de la cárcel del cuerpo. Esta era la primera tesis de los Corintios. Entonces si me hablas de la resurrección de los muertos, para este viaje no hacen falta tales alforjas, porque si lo que deseamos es liberarnos de la materia, y el cuerpo es materia, tú me hablas de hablas de la resurrección y me ¡estás endosando y endilgando otra vez el cuerpo encima!
La segunda tesis, porque fundaban la inmortalidad del espíritu por la propia composición del ser humano. La parte más auténtica del hombre es el espíritu, y el espíritu, por su propia naturaleza es inmortal. Y aquí se quedaban. Fundamentaban la inmortalidad en el mismo ser del ser humano. Y no en la promesa de Dios que se nos revela en la Escritura. Prescinden de los planes salvíficos de Dios, del designio de Dios. Dicen que es el espíritu del hombre el que tiene la potencialidad y la virtualidad de ser inmortal.
Y entonces Pablo ante estos Corintios creyentes, que parten de su propia cultura, de su propia filosofía, de su propia manera de pensar, en su cultura y filosofía griega, usa otro método. Que es el método cristiano. Él no razona a partir de la propia cultura y de la propia filosofía, Pablo razona a partir del acontecimiento Pascual de Cristo. Del acontecimiento histórico de Jesús muerto y resucitado. Él parte de aquí. Y nosotros en nuestro apostolado, tenemos que partir de aquí. Si luego nos pasa como a él, en el Areópago de Atenas, que todo el mundo se echó a reír de él, y fracasó del todo, pues es igual. Ya en otros lugares germinaría esta buena nueva. Pero no podemos rebajar. No podemos partir de razonamientos humanos, culturales, de nuestra filosofía. Tenemos que partir de la fe. Y la fe es el acontecimiento Pascual: Cristo muerto y resucitado. Esta es la fe que nos salva. Y a partir del Acontecimiento de Jesús —Acontecimiento histórico: no es un mito—, parte el razonamiento de Pablo. A partir de aquí: este es su método. Y este es el principio metodológico que nosotros tenemos que usar también. Aunque se nos echen a reír.
* Un segundo paso que da Pablo: nosotros somos solidarios con Cristo. Desde este acontecimiento de Jesús, de su historia, que es la Pascua, el paso de la muerte a la vida, Cristo es el fundamento y es el garante de nuestra propia resurrección. Y aquí utiliza una cosa muy bonita, que los que conocen un poco el campo, lo entenderán en seguida. Dice:
20 ¡Pero no! Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de los que murieron. (1Co 15)
Las primicias son la primera parte de las cosechas, forma parte de la cosecha misma. Y que la primicia de la cosecha está anunciando la cosecha general de todo lo que viene después. La primicia está anunciando que la maduración del resto de la cosecha está ya próxima. Pues bien, la Resurrección de Jesús, primicia de entre los que duermen, viene a señalar que el proceso de resurrección de los hombres ya está inaugurado. Que Él es el principio vital de este proceso de resurrección, es el principio vital, y lo inaugura. Y por tanto, así como la primicia que es Él, ha resucitado, el resto de la cosecha, que es de la misma especie que la primicia, nos está indicando que la Resurrección de Cristo es modelo de la nuestra, es anuncio de la nuestra y es principio vital de la nuestra. Y esto, por nuestra solidaridad con Cristo.
21 Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. 22 Pues del mismo modo que por Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo.(1Co 15)
Esta es la solidaridad. Somos solidarios con Adán en el pecado, pero también somos solidarios con Cristo en la resurrección. La solidaridad del hombre con Adán, que es terrestre, que es carnal, y que encontramos en nuestra vida, en la historia del pecado, de la mentira, de la negación, de la esclavitud, de la muerte. Pero la solidaridad con el segundo, que no es terrestre, sino celeste, que es espíritu vivificante, encontramos la liberación. La victoria. La victoria sobre la muerte, y antes sobre el pecado. Por tanto, solidarios con Cristo, se nos arranca de la historia de Adán, y se nos permite con Cristo alzarnos a la victoria sobre todas estas ambigüedades y males del mundo, por la Resurrección. Por tanto, en los planes de Dios, no hay ningún dualismo. Es toda la realidad humana, espíritu y materia, incluso la historia que está caminando hacia Dios, porque ha sido creada para la vida. Por tanto, nosotros no huimos de la historia ni del mundo, en nombre del espíritu. Sino que la resurrección se encuentra en el corazón mismo de la historia de la persona. Y de la historia de la humanidad. Esta es la concepción cristiana. Y por tanto, desde esta realidad, se puede construir una espiritualidad del cuerpo. De la sexualidad, del trabajo, del ocio. De todo. Del progreso, del compromiso histórico. Porque la Resurrección manifiesta el designio divino de no fracturar nada. De la misma manera que hay un gran gesto de Dios, que es la Creación y la Encarnación. También la Resurrección pone de manifiesto esta gran obra de Dios, este designio de Dios de que todo el hombre, como Cristo, está llamado a resucitar: espíritu y materia, e incluso la historia. Porque cuando venga al final de los tiempos, a juzgar a vivos y muertos, es que la última palabra la tiene que tener Dios, cuando venga a poner las cosas en su lugar. Al final de los tiempos. Porque, ¿cómo podría ser posible que la última palabra fuera del hombre? Cuando la última palabra del hombre, siempre es la injusticia. ¿Cómo puede ser que la última palabra sea una palabra humana injusta?
La injusticia, que es intolerable. Uno tolera el hambre, tolera la sed, tolera el sueño, tolera muchas cosas, pero la injusticia, es intolerable. Pero nadie puede tolerar la injusticia. Ni la personal, ni la comunitaria. Sobre esto nos rebelamos. Y si no nos rebelamos, es que ya somos ovejas. Somos manada.
No. La última palabra la tiene Dios. La tendrá Dios. Como dice aquel pensador francés, que al final de los tiempos ya no será tan solo Dios que bajará en gloria a juzgar a vivos y muertos, sino será la humanidad, que con los brazos extendidos se lanzará hacia Dios, y dirá: ‘¡Justicia!’.
Es así. En el designio de Dios, con la Resurrección de Cristo, vemos que en sus planes, y en su lógica, y en su razonamiento, está también la resurrección del hombre entero y de su historia. Y desde ahí, nosotros tenemos que impulsar, cuando estamos en el mundo histórico del tiempo y del espacio, tenemos que impulsar todo progreso y todo compromiso. A la espera de la resurrección gloriosa.
Evidentemente que la resurrección es una realidad futura, aquí, también pasa otra cosa, que son los espiritualistas, de ayer y de hoy. Y ahí también fallaban los corintios, como falla un sector de nuestra gente cristiana que se apaga la tensión entre el sí pero el todavía no. Claro que sí, que Cristo está presente. Con la fuerza del Espíritu Santo. Claro que sí, que el cristiano es una creatura nueva. Y por eso se ha instaurado una justicia del todo nueva. Pero esto no justifica que se relaje la tensión hacia lo definitivo.
Esto no justifica que huyamos del sufrimiento del mundo. Esto no significa que no tengamos que ser corredentores y expiadores.
Una cosa es la Resurrección de Jesús, y otra es la nuestra. Claro que la primicia ha resucitado. Para nosotros es una prenda de una realidad futura, es una garantía. Pero de una realidad futura. El cumplimiento de los planes divinos no se ha realizado en su totalidad. Por eso San Pablo aquí habla que cada uno resucitará por su turno.
Porque el cristiano es ya un hombre nuevo, el poder del Señor resucitado actúa en la historia a través del Espíritu Santo. Por el poder del cual fue resucitado de entre los muertos. Claro que sí. Pero este entusiasmo no nos tiene que llevar a cerrar los ojos, a los múltiples sufrimientos que sigue habiendo en el mundo.
Y como siempre nos puede pasar como en el siete y medio, o pasarnos, o quedarnos cortos. Que es, por un lado este espiritualismo de ¡Aleluya, Aleluya! y cada cual con la suya… ¡Ya estamos salvados! Un espiritualismo desencarnado que no mira los sufrimientos humanos. Pero tampoco nos tenemos que quedar tan abocados a los sufrimientos humanos que nos olvidemos de la realidad futura, que ya está en dinamismo, que ya está en marcha. Porque Cristo ha abierto este dinamismo. Es el principio vital y motor de este dinamismo. Es el sí pero todavía no. Es esta tensión escatológica hacia lo definitivo, que no se ha alcanzado, pero que ya se ha iniciado eficazmente con Cristo. La resurrección es una realidad futura, pero que ya se da por Cristo en el presente, porque Él sigue viviendo resucitado. No es un hecho del pasado que ha concluido. Es un hecho que permanece existente en el presente.
Por tanto, en cuanto al contenido de la Resurrección, San Pablo lo que quiere decir es: primero es todo el hombre el que está destinado a resucitar. La unidad del ser humano: no es solo la inmortalidad el alma. Es la resurrección del hombre, todo él. Esta resurrección es una transformación; no es una prolongación de la existencia presente. Es otro estado distinto. Es nuestro propio cuerpo glorificado. Sabemos el qué pero no sabemos el cómo, porque es un misterio de fe. Pero es la unidad del ser humano que resucita transformado Ni es una prolongación de la existencia presente. Porque, ¡vaya!, si me tengo que ir con los achaques que tengo, maldita la gracia… Pero, en segundo lugar, tampoco es una reencarnación, ni tampoco es pudrirse.
En tercer lugar, el futuro. Es una realidad futura, pero ya está anticipada a la vida nueva por Cristo. Ya está anticipada. Y la intervención de Dios: la Resurrección viene del poder de Dios. Viene de un designio salvador de Dios. Por tanto, el espíritu se salva, pero el cuerpo no queda abandonado a un destino de muerte, sino que también resucita transformado por intervención de Dios. Y el hecho histórico de la Resurrección de Cristo, que se apareció a toda esta gente y también a Pablo, es la acreditación, la garantía, la comprobación, de que este hecho ha sucedido y por tanto nosotros, solidarios con Cristo, estamos uncidos en este dinamismo.
Y quisiera insistir en el método que utiliza San Pablo, y que es el que tenemos que utilizar nosotros ante la sociedad pagana, una sociedad apóstata. Pablo nunca se enfrenta con sus interlocutores, o con sus enemigos incluso, con sus propias convicciones, no argumenta desde sus propios razonamientos. Sino que argumenta a partir del Evangelio: para él, el único y definitivo criterio de juicio, y por tanto para el cristiano, es el acontecimiento histórico de Jesús, y Jesús muerto y resucitado. Es el acontecimiento Pascual el criterio de juicio, el método de su argumentación y de su razonamiento. A partir del “Evangelio de la gracia” que tiene como fundamento esta fe, que hemos recibido por gracia: la Resurrección de Cristo. _________________ NO SOY VETERANO

TODO POR JESUS Y MARIA. |
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semper_crucifero Veterano
Registrado: 22 Ago 2007 Mensajes: 3908
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Publicado:
Lun Abr 20, 2009 12:12 pm Asunto:
Tema: SAN PABLO |
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Gracias hermano por compartirlo. Bendiciones. _________________ "Denme un ejército que rece el Rosario y vencerá al mundo" San Pío X
LA FIESTA DEMOCRÁTICA DE LOS WICHIS EN ARGENTINA: http://www.youtube.com/watch?v=ApRThLYavcQ |
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Tomás Bertrán Mercader Veterano
Registrado: 01 Oct 2005 Mensajes: 1503 Ubicación: España
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Publicado:
Dom May 03, 2009 7:39 pm Asunto:
Tema: SAN PABLO |
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6ª Med. “Para ser libres nos liberó Cristo”.
He querido hablar en esta última plática sobre la libertad, y he puesto como punto de referencia esta exhortación, yo diría que casi imperativo, de San Pablo al comienzo del capítulo 5, en su carta a los cristianos de Galacia.
1 Para ser libres nos ha liberado Cristo. (Ga 5)
Luego también en el versículo 13 dice:
13 Vosotros, hermanos, habéis sido llamados a la libertad (Ga 5)
Son dos expresiones de San Pablo muy imperativas. Y en este punto, la centralidad está en el Crucificado-Resucitado. Todo lo que Pablo dice, vive, enseña y predica, converge en ese punto central: Cristo crucificado y resucitado. Lo hemos visto hablando de todos los temas, y también en este.
Porque acabaremos considerando desde Pablo cómo la cruz es el paradigma de la libertad. A eso tenemos que llegar.
Un primer punto sería que para San Pablo, la nueva condición del cristiano es la libertad. Para la libertad nos ha liberado Cristo. Hemos sido llamados a la libertad. Es como una vocación. Hemos sido vocacionados a la libertad. Es mi vocación, mi nueva condición de cristiano.
Incluso San Pablo lo quiere dejar tan claro que hace como un juego de palabras, como que reduplica la palabra libertad: ‘para ser libres nos libertó’.
Para la libertad nos ha liberado Cristo. Quiere hacernos ver que la libertad no es un medio, ni es un estilo, que acompaña la vida. Como nos acompañan en los platos la ensalda o las patatas… Sino que es un fin. Y además habla de la libertad sin determinaciones ulteriores. La libertad como tal es el fin. Tiene categoría de fin. Es la nueva condición del cristiano. Es nuestra llamada. Nuestra vocación. Y es un don de Cristo: quien nos libertó es Cristo. Hemos sido llamados a la libertad por Cristo. Es Él el que nos ha liberado. Es un don de Cristo. Pero no debe ser un don fácil de vivir, porque cuando luego dice:
Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud. (Ga 5)
está significando que quizá los gálatas ya recordaban la enseñanza de San Pablo, pero se habían olvidado de las consecuencias de esta enseñanza de San Pablo sobre la libertad. Y habían recaído otra vez en la esclavitud. Por eso dice: ‘manteneos firmes’.
* ¿Cuáles serían las opresiones, las inercias y las esclavitudes que nos podrían hacer perder nuestra condición de hombres libres por ser cristianos? Pues la raíz en San Pablo de todas estas esclavitudes que nos podrían oprimir de nuevo, es el yo y las obras: partir de mí mismo y de mis obras. Partir del cumplimiento de la Ley. No soy yo ni mis obras lo que me hacen libre, lo que me salva. Estamos en lo de siempre: es el don de la fe recibido por Cristo. La fe que nos salva. Creer que estoy justificado por las obras.
Dice:
4 Habéis roto con Cristo todos cuantos buscáis la justicia en la ley. Habéis caído en desgracia. (Ga 5)
Porque es la gracia, don de Dios en Cristo, la que nos salva, la que nos libera; no son nuestras obras. Es el planteamiento ascendente o descendente. Mirar nuestra vida de relación con Cristo, o nuestra vida de relación con el Padre, o bien desde abajo, como algo que yo conquisto; o desde arriba, como algo que yo recibo. Parece que es lo mismo. Pero la óptica es tan distinta que en un caso llegamos, y en el otro rompemos con Cristo, y nos ponemos nosotros por delante.
* Otro peligro engañoso, que puede traicionar esta verdad, después de esta dicha de las obras y de mí mismo, es lo que señala en el 13:
pero no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos unos a otros por amor. (Ga 5, 13)
Esta es la segunda tentación que puede oprimirnos de nuevo y perder así nuestra condición de libres, conseguida por Cristo. Es la segunda forma de esclavitud. El “pretexto” significa la excusa, la tentación, la incitación al egoísmo: a que yo me erija como medida de mi libertad. Como raíz de mi libertad. Y esto puede conducir a dos caminos: al camino de lo que me apetece, lo que me gusta; o la otra, que es que yo busco mi autocontrol, yo busco mi autodominio, yo busco mi plena posesión de mí mismo, que sería la postura un poco estoica, autocontrol, autodominio, posesión de sí. Pero en definitiva, con estos planteamientos uno se está poniendo a sí mismo como medida.
Y no es así. La libertad es comunicativa. La libertad es expansiva. La medida de la libertad no está en mí mismo, ni en el control que yo ponga o no ponga en mi vida, sino que está en relación con. La libertad se realiza en y con el don de sí mismo. Por eso dice: ‘no toméis de esa libertad pretexto para la carne’. Y añade ‘antes al contrario, servíos por amor los unos a los otros’.
Ya vemos que la libertad se realiza en el don de sí. No es dominio de sí. No es posesión de sí. Por estoica y equilibrada que parezca. (Aunque no es este el tema en nuestro mundo de hoy, sino más bien el otro, el del descontrol y la “disbauxa”). Pero tanto en un caso como en el otro, tanto en el que “se auto-controla” como el que “se di-vierte” y desparrama, siempre se parte de uno mismo, de sí mismo, y va hacia sí mismo. Mientras que la libertad es una apertura, es una expansión, es una comunicación del don de sí. Este don que me ha alcanzado Cristo. No lo poseo, no lo domino para mí mismo sino que me doy: es el don de sí. Es una libertad al revés. Es la libertad del revés. El don de sí. Y ¿dónde está la raíz, el modelo de esta libertad al revés? En Jesús. En el Acontecimiento Pascual. Su don: Cristo crucificado y resucitado. Por eso en el pensamiento de San Pablo la libertad es servicio.
Y si la libertad es la condición del cristiano, Pablo da otro paso y nos dice: la libertad es servicio. Es este amor de unos a otros. Aquí hay una oposición tremenda: ¿cómo puede compaginarse libertad y servicio? Parecen dos fuerzas contrarias que se anulan. El servicio doméstico, la dependienta… Porque parece que el servicio es dependencia. ¿Cómo se compagina con la libertad? Aquí está lo novedoso del cristianismo. La paradoja. Lo que es absurdo para unos, y es escándalo para otros.
El ámbito de la libertad, es el servicio. Y el servicio se produce mediante el amor: ‘Amaos los unos a los otros’. Por tanto, San Pablo está excluyendo toda intencionalidad utilitarista de la libertad. O egoísta. O de búsqueda de prestigio, o de ostentación. No. La libertad auténtica se encuentra por completo en el recinto del amor. Es más: el amor es libertad y la libertad es amor. Sin libertad no hay amor, y sin amor no hay libertad. Mutuamente se sirven. Y por tanto el servicio, no tan solo no limita la libertad sino que la despliega y la realiza en plenitud. Así se entiende, y sólo así se comprende, a San Agustín que dice: ‘ama y haz lo que quieras’.
Y eso no se entiende por ahí.
Por tanto, el recinto, el ámbito de la libertad, y el ser mismo de la libertad, para San Pablo es servicio.
pero no toméis de esa libertad pretexto para la carne; antes al contrario, servíos unos a otros por amor. (Ga 5, 13)
Que la libertad no sea la excusa tentadora, la ocasión atrayente y propicia, atractiva, de referirla y de medirla a mí mismo para hacer y deshacer o para dominar y controlar, desde mí mismo, en beneficio de mí mismo. La razón, la medida de la libertad está en el servicio, en la entrega, en el don de sí.
Por eso la raíz y el modelo de esta libertad, es Cristo, que hace este don de sí mismo en la Cruz y en la Resurrección.
Por tanto, no hay oposición entre libertad y servicio, al contrario: sin libertad no hay servicio, y sin servicio no hay libertad.
Y luego Pablo habla de otra oposición, que es la contraposición carne y espíritu.
La carne es buscar la gloria de uno mismo. La gloria vacía. El espíritu es el amarse unos a otros. El hombre carnal es el que se busca a sí. El hombre espiritual es el que se entrega al otro. Y fijémonos que esto “del uno al otro”, aparece mucho en este capítulo quinto de la carta a los gálatas:
servíos unos a otros por amor. 14 Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. (Ga 5, 13)
Aquí en clave positiva.
Y en el versículo 15:
15 Pero si os mordéis y os devoráis unos a otros, ¡mirad no vayáis a destruiros mutuamente!
Y en el versículo 26 también:
26 No seamos vanidosos provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente.
Esta insistencia del “mutuamente”, del “los unos a los otros”.
Pues bien, precisamente en este amor y servicio de los unos a los otros es donde se manifiesta la libertad, y por contrario, en las tendencias, en las rivalidades, en las enemistades, ahí está la ausencia de libertad. Cuando en nuestras relaciones mutuas impera el amor y el servicio, hay verdadera libertad. Cuando impera el devorarse, el morderse, el provocarse, este querer estar por encima, querer ostentar, ser más, enemistarse, todo esto, es falta de libertad.
Y por eso San Pablo enumera las obras de la carne, y las obras del espíritu. Es llamativo, porque de las obras de la carne, enumera quince; del espíritu ocho.
En los versículos 19 a 21, indica la raíz oculta de la falta de libertad (y está hablando a la comunidad de los creyentes). Que es cuando no hay servicio, sino que es cuando hay hostilidad, emulación, provocación: lo que desune. Y dice quince.
19 Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, 20 idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, ambición, divisiones, disensiones, 21 rivalidades, borracheras, comilonas y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios.(Ga 5)
Ahora decidme si estamos en una sociedad libre. ¡Y nosotros vivimos en esta sociedad! ¡Ojo! Que no nos dejemos encadenar también por todo esto. Obras de la carne que cuando se contraponen al servicio y al amor, están anulando o neutralizando la libertad. Por tanto, la amenaza a la verdadera libertad consiste en esta búsqueda de la gloria vana, de la gloria vacía. Este orgullo que se apoya en nada, en la agresividad, en la envidia. En definitiva, el buscarse a uno mismo.
Pero ¡atención! porque ocurre también en las cosas religiosas, y en los espíritus religiosos que pueden buscar erróneamente la gloria de Dios, una gloria de Dios vacía, porque en realidad se buscan a sí mismos. Y esto aún es más complicado que cuando se trata de los mundanos o de los no creyentes. Por eso el punto crucial, la prueba del nueve es el servicio. El don de sí. Esta es la libertad. Este es el hombre espiritual. El servicio, el amor de unos a otros: el don de sí mismo. Poner como medida de mi libertad a quien es raíz, modelo y medida de esta libertad, que es Cristo. El Cristo Pascual, muerto y resucitado.
Y muchas veces, detrás de una gloria de Dios que es vana, engañosa, puede haber la vaciedad del que busca su propia gloria. Y esto pasa. Pero tiene más peligro que les pase a los que poco o mucho tenemos alguna autoridad en la Iglesia. Y si tenemos más, más peligro.
Y las obras del Espíritu, que es la ley de Cristo.
22 En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, 23 modestia, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley.(Ga 5)
“No hay ley” porque esto es el don, el fruto del Espíritu Santo. Frutos del Espíritu Santo en nosotros. Y el Espíritu Santo es el Don Pascual de Cristo Resucitado. Y si es resucitado es porque antes (en un sentido histórico) ha sido crucificado. Porque ahora el Señor es el Crucificado-Resucitado.
¿Cómo se resuelve este tema de las obras de la carne y las obras del espíritu?
Se resuelve liberándose de sí mismo, de las obras de la carne. Haciendo el bien, dando amor, sirviendo. Por eso dice:
24 Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. (Ga 5)
Y precisamente en esta crucifixión, participación de la crucifixión de Cristo, es de donde brota la libertad.
Y finalmente, la Cruz que es el paradigma de la libertad.
En San Pablo, la Cruz es la revelación de la libertad. No nos ha traído sólo la libertad, sino que la Cruz nos revela lo que es la libertad. La concepción de San Pablo de la libertad, está en la Cruz, porque el ve un nexo entre libertad y amor, entre servicio y amor. Y es en la Cruz de Cristo donde Pablo ve con especial claridad este nexo de Libertad y Amor: se entrega a la muerte y muerte de cruz. Por amor. Y es el que da la vida por sus amigos, nadie me la quita sino que yo la doy (Jn. 10, 18).
Pablo lo ha descubierto de manera clara y paradigmática en la Cruz de Cristo.
La novedad de la concepción de San Pablo sobre la libertad es que para él la libertad es cristológica, no es sólo antropológica porque no emerge del hombre por sí mismo, porque el hombre como tal, por ser persona humana, sea libre. No. Para él la libertad arranca de Cristo que nos la da. Que nos hace libres.
Y tendremos que mirar a Él en su Cruz, para encontrar el modelo, la medida y la raíz de esta libertad. Él ve como en la Cruz se da la libertad de la Ley porque en la Cruz ve que el origen de nuestra salvación es Cristo. No nuestras obras. Para el la Cruz es la libertad de la Ley. Es la Cruz la que nos libera, no nuestras obras. La que nos salva. Y en clave positiva, sería: la libertad para confiar totalmente en el amor de Jesús. La libertad de sí mismo, para darse a los demás. Como Jesús que es raíz, modelo y medida de esta donación a los demás.
San Pablo dice: la libertad no la encuentro yo, ni la busco, en el cumplimiento de la Ley, en mis obras, en el autodominio de mí mismo, tampoco es libertad la falta de compromiso, o la huida del mundo. Porque es que Cristo no hizo esto. Mira si se comprometió que no tuvo en nada su condición divina y se hizo hombre tomando la condición de esclavo. Se “mojó” hasta “comerse el marrón” entero.
¿Qué hace? Dejar sus prerrogativas divinas, que luego retomará en la Resurrección de nuevo, y se compromete. Entra en el mundo. Es Dios que entra en la historia del mundo.
Entonces, nuestra libertad tiene que ir por ahí. ¿Cómo se realiza nuestra libertad? Como Cristo, en la solidaridad más radical, en sufrir, en el mundo. En no abandonarlo a su suerte, en enfangarse en las cosas de este mundo. En el compromiso.
Y todo esto San Pablo lo medita en la Cruz.
Lo que hace nuevas todas las cosas, lo que nos hace criaturas nuevas, lo que nos hace libres, tiene su origen en la Cruz.
Por tanto la libertad está por encima (y a mí me cuesta decirlo porque soy jurista) de la reciprocidad de derechos y deberes. La gratuidad rompe la reciprocidad de derechos y deberes, y va más allá. Es el don de sí. Los mártires no vivieron la reciprocidad de derechos y deberes, digo yo, la rompieron: hicieron el don de sí que es el don de su vida. Que la dan libremente como la da Cristo. Por eso hay que ir más allá de la justicia estricta.
La libertad Dios la manifiesta en la Cruz. En su Hijo crucificado. Ahí manifiesta la libertad.
Por tanto, en nuestra vida ya no podemos vivir en un sano equilibrio de derechos y deberes. Sino que como Cristo tenemos que dar un paso más hacia la gratuidad. Hacia el don de sí, correspondido o no correspondido. El marido no tiene que ser fiel a su mujer porque su mujer es fiel, ni la mujer fiel a su marido porque su marido es fiel: la fidelidad está por encima de la justicia. Yo soy fiel porque me he comprometido a ser fiel. Como Dios. Dios es fiel porque es Fiel. No porque nosotros seamos fieles. ¡Apañados estaríamos!
La medida de la libertad es la libertad de Dios que se manifiesta en la Cruz, y esta es la libertad al revés. Y nuestra libertad está llamada a ser imagen y reflejo de la divina. Y esta es la gran novedad de la libertad para los cristianos.
Evidentemente todo esto son razonamientos que nada tienen que ver con los del mundo ni con los de algunos cristianos, pero ahora lo veremos en la Misa, con este personaje tan simpático, que es Nicodemo: hay que romper todos los razonamientos, y entrar en la lógica y en los razonamientos de Dios. Y nosotros entrando en esta lógica y en este razonamiento es como tenemos que evangelizar, como hizo San Pablo. ¡Que recibió de pedradas y palos…! En una ocasión enumera las cosas por las que ha pasado:
¡Yo más que ellos! Más en trabajos; más en cárceles; muchísimo más en azotes; en peligros de muerte, muchas veces.24 Cinco veces recibí de los judíos los cuarenta azotes menos uno. 25 Tres veces fui azotado con varas; una vez lapidado; tres veces naufragué; un día y una noche pasé en alta mar. 26 Viajes frecuentes; peligros de ríos; peligros de salteadores; peligros de los de mi raza; peligros de los gentiles; peligros en ciudad; peligros en despoblado; peligros por mar; peligros entre falsos hermanos; 27 trabajos y fatigas; noches sin dormir, muchas veces; hambre y sed; muchos días sin comer; frío y desnudez.
Pero aquí estamos nosotros, y de alguna manera, estamos aquí por San Pablo.
Pues que el Señor nos convierta, en nuestros razonamientos, en nuestras lógicas, en nuestra mentalidad, en nuestros esquemas, en nuestros criterios, para que nuestra lógica, nuestros razonamientos, nuestros criterios, nuestros esquemas, sean los de Dios, manifestados en Cristo el Señor muerto y resucitado, y que San Pablo tan bien supo asumir en su vida, y tan bien supo enseñar. Con su propia vida primero, y también con su propia predicación, de la que tenemos estas grandes estrellas, estas grandes joyas que son sus cartas.
La Virgen María, fue muy libre. Fue la criatura más libre, no tanto ya porque estuviera sin pecado concebida, que también, como una prerrogativa que Dios le quiso dar en previsión de que tenía que ser madre de su Hijo, encarnado. La Virgen María, cuando dice sí, hágase en mí según tu palabra, es la esclava, la servidora del Señor, la esclava del Señor. Pero este servicio al que se ofrece con el sí libre es lo que realmente le da su grandeza. He aquí la esclava… ahí se ve este nexo, la conexión paulina de la libertad y el amor, de la libertad y del servicio.
El servicio y la libertad son la misma realidad, dicha con dos palabras distintas. _________________ NO SOY VETERANO

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