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La Critica al Cristianismo

 
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CarlosR26†
Veterano


Registrado: 01 Oct 2005
Mensajes: 3941
Ubicación: MEXICO, Jal.

MensajePublicado: Dom Mar 26, 2006 4:21 pm    Asunto: La Critica al Cristianismo
Tema: La Critica al Cristianismo
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La única verdadera objeción que se puede poner a la religión cristiana, es decir simplemente que es una religión. El mundo es un lugar grande lleno de gentes muy distintas. El Cristianismo (razonablemente podría decirse), es algo limitado a ciertos sectores de gente; comenzó en Palestina y prácticamente se ha detenido en Europa.

Cuando era joven me impresionó este argumento y me atrajo la doctrina que con frecuencia se predica en las sociedades moralistas, que existe una gran iglesia inconsciente común a toda la humanidad y fundada en la omnipresencia de la conciencia humana. Se decía que la creencia divide los hombres; pero que al menos la moral los unía. El alma podía recorrer los más extraños y remotos países y edades encontrando siempre un sentir común esencialmente ético. Bajo los árboles orientales podría encontrar a Confucio escribiendo "No robarás". Podría descifrar los más oscuros jeroglíficos de los desiertos primitivos, y descifrados dirían: "Los niños deben decir la verdad". Creí esta doctrina de la confraternidad de todos los hombres en la posesión de un instinto moral, v la creo. aún -junto a otras cosas. Estaba disgustado con el Cristianismo porque sugería (según supuse) que todas las edades y todos los imperios de los hombres habían huido de esta luz de la justicia y de la razón. Pero luego encontré algo asombroso.

Encontré que los que decían que desde Platón hasta Emerson la especie humana era una sola iglesia, eran los mismos que decían que la moralidad había cambiado por completo y que lo que fue bien en una época, fue mal en otra. Si v pedía, digamos, un altar, me decían que no lo necesitaba, porque los hombres nuestros hermanos, en sus costumbres y en sus ideales, nos habían legado claros oráculos y una creencia. Mas si tímidamente insinuaba que una de las costumbres universales de los hombres fue tener un altar, daban la vuelta y me respondían que los hombres siempre habían vivido en la oscuridad y en las supersticiones de los salvajes. Hallé que su injuria cotidiana al Cristianismo era culparlo de ser luz para unos y de haber dejado a otros morir en la oscuridad. Pero también hallé que ellos mismos se jactaban de que la ciencia y el progreso eran descubrimientos de unos pocos y que todos los demás, morían en las tinieblas.

Su principal insulto al Cristianismo, era actualmente la principal ponderación que hacían de si mismos, y parecía haber una extraña injusticia en esa insistencia relativa para volver sobre las dos cosas. Considerando a un pagano o a un agnóstico, debíamos recordar que todos los hombres tenían una religión; considerando a un místico o a un espiritualista, solamente debíamos observar qué absurdas religiones tenían algunos hombres.

Podíamos fiarnos de la ética de Epicuro, porque la ética nunca cambiaba; no debíamos fiarnos de la ética de Bossuet porque la ética había cambiado mucho. Cambiaba en doscientos años, pero no en dos mil.
Esto empezaba a ser alarmante. Parecía no tanto que el Cristianismo fuera suficientemente malo para contener cualquier defecto, sino más bien que cualquier bastón era suficientemente bueno para apalear con él al Cristianismo.

Otra vez ¿qué podría ser ese algo asombroso que la gente ansiaba contradecir y que por contradecirlo no importaba contradecirse? Hacia todos los lados veía lo mismo. No puedo conceder más espacio a esta discusión detallada del asunto; mas, para que nadie suponga que he elegido con parcialidad los tres casos expuestos, brevemente mencionaré otros. Por ejemplo, algunos escépticos escribieron que el gran crimen del Cristianismo había sido atentar contra la familia; había arrastrado a las mujeres a la soledad y a la contemplación del claustro; lejos de sus hogares y de sus hijos. Pero otros escépticos (imperceptiblemente más avanzados) decían que el gran crimen del Cristianismo era imponemos el matrimonio y la familia; condenar a las mujeres al yugo del hogar y de los hijos impidiéndoles la soledad y la contemplación.

El cargo se invertía. O bien, que algunas frases de las Epístolas y del ritual del matrimonio eran dichas por anticristianos para expresar su desprecio por la inteligencia de la mujer. Pero encontré que los anticristianos mismos despreciaban la inteligencia de la mujer; su gran mofa a la Iglesia del Continente era porque "solamente mujeres" la frecuentaban.
O bien, se reprochaba al Cristianismo sus costumbres desnudas y hambrientas; sus sotanas y sus comidas secas.

Pero un instante después se le reprochaba su pompa y su ritual; sus relicarios de pórfido y sus vestiduras doradas. Se le increpaba por ser demasiado sobrio y por ser demasiado colorido. Y otro más; se acusaba al Cristianismo de restringir demasiado la sexualidad, cuando Bradlaugh descubrió que la restringía demasiado poco.

Con frecuencia en el mismo aliento se le acusaba de austeridad afectada y de religiosa extravagancia.
Entre las tapas del mismo panfleto ateo, hallé que se reprendía a la fe por su falta de unidad, "uno piensa una cosa y otro piensa otra" y se le reprendía también por su unidad: "la diversidad de opiniones es lo que libra al mundo de caer en lo salvaje". Un librepensador amigo mío en su conversación culpaba al Cristianismo de despreciar a los judíos y luego él mismo despreciaba al Cristianismo por ser judío.

Entonces quise ser completamente imparcial; y completamente imparcial quiero ser ahora. No decidí que todo el ataque contra el Cristianismo estaba equivocado. Solamente deduje que si el Cristianismo era malo, debía ser realmente muy malo.

Tales horrores opuestos podían hallarse combinados en algo; pero ese algo debía ser algo único y muy extraño. Hay hombres miserables, y a la vez pródigos; pero son raros. Hay hombres sensuales y a la vez ascéticos; pero son raros. Pero si realmente existía esa mole de contradicciones locas, cuaquerista y sedienta de sangre, demasiado bella y demasiado harapienta, .austera y no obstante cómplice de la voluptuosidad visual, enemiga de las mujeres y su refugio, solemnemente pesimista y solemnemente optimista, si este demonio existía, luego en este demonio había algo absolutamente supremo y exclusivo.
Porque mis maestros racionalistas no me dieron ninguna explicación de esta corrupción excepcional. A sus ojos, hablando teóricamente, el Cristianismo era solamente uno de esos errores, vulgares mitos de los mortales.

No me dieron la clave de tan inmensa y desviada perversidad. Tal paradoja de maldad, adquiere proporciones sobrenaturales.
Y ciertamente era casi tan sobrenatural como la infalibilidad del Papa. Una institución histórica que nunca acierta es en realidad tan milagrosa como una que no puede equivocarse.

La única explicación que se me ocurrió de inmediato fue que el Cristianismo no venía del cielo sino del infierno. Si Jesús de Nazareth no era Cristo, debió ser el Anticristo.

Y luego, en una hora de calma, un pensamiento me asaltó como rayo silencioso. Repentinamente se me ocurrió otra explicación. Supongamos que oímos a muchos hombres hablando de un hombre desconocido. Supongamos que perplejos, oímos que unos decían que era demasiado alto y otros decían que era demasiado bajo; unos comentaban su gordura y otros su delgadez; unos le hallaban demasiado moreno y otros demasiado rubio. Una de las explicaciones (como ya se admitió) sería que podría tener una extraña figura.

Pero aquí hay otra explicación. Podría ser el término medio. Los hombres ofensivamente altos le hallarían bajo. Y los muy bajos lo encontrarían alto. Los viejos que ya adquirían corpulencia, le juzgarían insuficientemente lleno; los viejos buenos mozos que ya adelgazaban podrían sentir que propasaban las estrechas líneas de la elegancia. Tal vez los suecos (que tienen el cabello pálido como estopa) le llamaron moreno, mientras que los negros le consideraban definidamente rubio. Abreviando, quizá ese algo extraordinario en realidad fuera lo ordinario, por lo menos, lo normal; el justo medio.

Tal vez, después de todo, el Cristianismo fuera sensato y locos fueran todos sus críticos, en varios sentidos locos. Probé esta idea preguntándome si en sus acusadores, había o no había, algo morboso que explicara la acusación.

Me sorprendí al descubrir que la llave andaba bien en una cerradura. Por ejemplo era ciertamente extraño que el mundo moderno acusara al Cristianismo de austeridad corporal y al mismo tiempo de pompa artística. Pero también era extraño, muy extraño, que el mismo mundo moderno combinara el lujo corporal extremado con una extremada ausencia de pompa artística.

El hombre moderno pensaba que las ropas de Becket eran demasiado ricas y sus comidas demasiado pobres.
Pero el hombre moderno era excepcional en la historia; antes no hubo hombre que comiera tan elaboradas comidas en tan horrendas vestimentas. El hombre moderno juzgaba a la iglesia demasiado simple en lo que la vida moderna es demasiado compleja; encontraba a la iglesia demasiado resplandeciente en lo que la vida moderna es demasiado sombría. Al hombre que le disgustaban las fiestas sencillas, lo enloquecían "los platos".

El hombre que reprobaba sus vestiduras, usaba un par de pantalones grotescos. Y seguramente que si había alguna insensatez en el asunto; la había en los pantalones y no en la túnica simplemente caída.. Si había insensatez, era en los extravagantes "platos" y no en el pan y el vino.
Recorrí todos los casos y la llave calzaba siempre. Fácilmente explicable era el hecho de que Swinburne se irritara por la infelicidad de los cristianos y se irritara más aún por su felicidad. No se trataba ya de que en el Cristianismo hubiera una complicación de enfermedades, sino de una complicación de enfermedades que había en Swinburne. Las restricciones del Cristianismo le entristecían simplemente porque era más hedonista de lo que seria un hombre sano.

La fe de los cristianos le irritaba porque era más pesimista de lo que sería un hombre sano.
Del mismo modo, los maltusianos por instinto atacaban al Cristianismo; no porque en el Cristianismo hubiera nada especialmente antimaltusiano, sino porque en el maltusianismo hay algo antihumano.

No obstante estas comprobaciones, sentía que no podía ser del todo cierto que el Cristianismo fuera simplemente sensato y estuviera en el justo medio. En realidad había en él un elemento de énfasis, casi de frenesí, que justificaba superficialmente la crítica de los del siglo. Podía ser moderado; comencé a pensar más y más que era moderado, pero no simple y completamente moderado; no era puramente moderado y respetable. La fiereza de los cruzados y la mansedumbre de los santos podían equilibrarse entre sí; no obstante la fiereza de los cruzados era muy fiera y la mansedumbre de los santos era mansa más allá de toda decencia. Y fue a esta altura de la especulación que recordé mis pensamientos sobre el mártir y el suicida.

Allí había esa combinación entre dos pasiones casi insensatas que arrojaban un saldo de sensatez. Y aquí había otra contradicción como aquella; y era verdad: Tal era exactamente una de las paradojas en que se fundaban los escépticos para hallar falsa la creencia; y en ella me fundé yo para hallarla verdadera. Por locamente que los cristianos amaran al martirio y odiaran al suicidio, jamás sintieron esas pasiones más locamente que las sentí yo mucho tiempo antes de pensar en el Cristianismo. Así se abrió la parte más difícil e interesante del proceso mental y comencé a seguir la pista oscura de esas ideas, a través de todos los enormes pensamientos de nuestra teología. La idea era la misma que yo había bosquejado refiriéndome al optimismo y al pesimismo: que no queremos la amalgama de dos cosas ni aceptarlas como un compromiso; queremos ambas cosas al máximo de su energía; ira y amor, pero ambos ardiendo. Aquí sólo sigo la idea en relación a la moral. Pero no necesito recordar al lector que la idea de esta combinación es el centro de la teología ortodoxa.

Porque la teología ortodoxa ha insistido especialmente en que Cristo no era un ser diferente a Dios y diferente al hombre, como los elfos; ni mitad humano y mitad no, como los centauros, sino ambas cosas por completo: muy hombre y muy Dios. Y ahora sigo la huella sobre la cual hallé esta noción.

Todos los hombres sensatos pueden ver que la sensatez es un equilibrio; que es posible ser loco y comer demasiado y ser loco y comer muy poco. Algunos modernos han aparecido con vagas versiones de un progreso y una evolución que pretende destruir el equilibrio de Aristóteles.

Parecen sugerir que estamos encaminados a morir progresivamente de hambre o a comer cada mañana desayunos más y más suculentos, hasta siempre. Pero la gran verdad del equilibrio perdura para todos los hombres que piensan y aquella gente no ha podido alterar ningún equilibrio, excepto, tal vez, el propio. De acuerdo en que todos debemos conservar un equilibrio, el verdadero interés viene con la pregunta de cómo debemos conservado. Tal fue el problema que intentó resolver el paganismo; tal fue el problema que el Cristianismo resolvió, y resolvió en una forma muy extraña.

El paganismo declaraba que la virtud era un equilibrio. El Cristianismo declaraba que la virtud era un conflicto: la colisión de dos pasiones aparentemente opuestas. Por supuesto, no realmente incoherentes, sino difícilmente poseídas al mismo tiempo. Sigamos por un momento la clave del mártir y del suicida y tomemos el caso de la valentía. Ninguna cualidad anuló tanto como ésta al cerebro ni embarulló tanto las definiciones de los sensatos puramente racionalistas. El coraje es casi una contradicción de términos. Es un intenso deseo de vivir que toma forma de disponerse para la muerte. "Aquél que perdiera su vida es aquél que la salvará", no es una pieza de misticismo para los santos y los héroes. Es una advertencia cotidiana para los marinos y los escaladores de montañas.

Podría estar impresa en las guías alpinas y en el manual de instrucción de los reclutas. Esta paradoja es todo el principio en que se funda la valentía; aún la valentía puramente brutal y terrena. Un hombre arrojado por el mar a la costa, puede salvar su vida si la arriesga en el precipicio. Sólo pisando continuamente a una pulgada de él, podrá salvarse de la muerte. Un soldado acorralado por enemigos, para evadirse del cerco tendrá que combinar un intenso deseo de vivir con un extraño desdén por la muerte. No debe simplemente aferrarse a la vida, porque sería un cobarde y no podría evadirse. Debe buscar la vida con un espíritu de furiosa indiferencia hacia ella; debe desear la vida como si fuera agua y no obstante beber la muerte como si fuera vino. Imagino que ningún filósofo jamás ha expresado este romántico enigma con claridad suficiente; y por cierto yo tampoco lo he hecho.

Pero el Cristianismo llegó a más: ha demarcado los límites de este enigma sobre las funestas tumbas del suicida y del héroe, mostrando la distancia que media entre aquél que murió por la vida y aquél que murió por la muerte. Y al tope de las lanzas de Europa, ha mantenido en alto el estandarte del misterio de la caballerosidad: la valentía cristiana que es desdeñar la muerte y no la valentía china que es desdeñar la vida.
Y ahora comencé a descubrir que esta doble pasión en todo era la clave de la ética cristiana. Siempre la creencia mitiga el silencioso choque de dos emociones impetuosas. Tomemos por ejemplo el caso de la modestia; del equilibrio entre el orgullo y la postración.

El pagano moderado como el moderado agnóstico, sencillamente diría que está conforme consigo mismo, pero no insolentemente satisfecho; que hay otros mucho mejores y mucho peores; que unos pocos le han desertado, pero que los reconquistará.

Abreviando, hablaría con su cabeza en el aire, pero no necesariamente con la nariz en alto. Esta es una actitud viril y racional, pero queda abierta a la objeción que mencioné para el optimismo y el pesimismo, "la resignación" de Mathew Arnold. Dos cosas que se mezclan, son dos cosas que se diluyen; ninguna se manifiesta con todo su vigor ni contribuye con todo su color. Este orgullo moderado no eleva el corazón como clamor de trompeta; no es posible vestirse de rojo y de oro al mismo tiempo.

Por otra parte, esta tímida modestia racionalista, no purifica con fuego al alma ni la hace transparente como el cristal; no convierte al hombre en un niño que puede sentarse en el pasto, como lo haría la estricta humildad escudriñada. No le hace ver maravillas cuando mira hacia lo alto; porque Alicia tiene que volverse pequeña para entrar al País de las Maravillas. En esa mezcla se pierde la poesía de ser orgulloso y la poesía de ser humilde. El Cristianismo, por un extraño procedimiento logró salvar ambas poesías........


GK Chesterton....
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CarlosR26†
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MensajePublicado: Dom Mar 26, 2006 4:52 pm    Asunto:
Tema: La Critica al Cristianismo
Responder citando

Si alguien le interesa que continue con la demas parte de este escrito de Chesterton me dice para ponerlo

Saludos!
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gunita-xaxa
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Mensajes: 270

MensajePublicado: Dom Mar 26, 2006 5:43 pm    Asunto:
Tema: La Critica al Cristianismo
Responder citando

CarlosR26† escribió:
Si alguien le interesa que continue con la demas parte de este escrito de Chesterton me dice para ponerlo

Saludos!


Llevo más de una hora leyendo a Chesterton por tu culpa!
Por favor continua porque además copio para luego releerlos con más tranquilidad.
Smile continua Smile
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CarlosR26†
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MensajePublicado: Dom Mar 26, 2006 6:16 pm    Asunto:
Tema: La Critica al Cristianismo
Responder citando

gunita-xaxa escribió:
CarlosR26† escribió:
Si alguien le interesa que continue con la demas parte de este escrito de Chesterton me dice para ponerlo

Saludos!


Llevo más de una hora leyendo a Chesterton por tu culpa!
Por favor continua porque además copio para luego releerlos con más tranquilidad.
Smile continua Smile


Por cierto aqui puse una ligera reflexion de Chesterton contra el budismo

http://foros.catholic.net/viewtopic.php?t=6622

En el hombre eterno que acabo de leer viene mucho de esto.. solo que de este no lo tengo en mi PC Sad
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