Fabrem Veterano
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Publicado:
Vie May 05, 2006 4:14 am Asunto:
Para los 'tradicionalistas' de buena fe: la Santa Misa
Tema: Para los 'tradicionalistas' de buena fe: la Santa Misa |
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Para quienes desautorizan de múltiples formas la liturgia eucarística a partir del Vaticano II, voy a transcribir el comienzo del libro "La Cena del Cordero" escrito por uno de los más famosos conversos de nuestro tiempo, el Ministro Presbiteriano Scott Hahn.
Deben saber que El Sr. Hahn nunca había estado en una Misa antes de esa ocasión y el primer rito que conoció es el actual post Vaticano II.
Es el Capítulo 1, y él referiéndose a la Misa la llama
Cita: | EN EL CIELO AHORA MISMO
Allí estaba yo, de incógnito: un ministro protestante de paisano, deslizándome al fondo de una capilla católica de Milwaukee para presenciar mi primera Misa. Mi había llevado hasta allí la curiosidad, y todavía no estaba seguro de que fuera una curiosidad sana. Estudiando los escritos de los primeros cristianos había encontrado incontables referencias a "la liturgia", "la eucaristía", "el sacrificio". Para aquellos primeros cristianos, la Bibliia -el libro que yo amaba por encima de todo- era incomprensible si se le separaba del acontecimiento que los católicos de hoy llaman "la Misa".
Quiería entender a los primeros cristianos; pero no tenían ninguna experiencia en liturgia. Así que me convencí para ir a ver, como si se tratara de un ejercicio adadémico, pero prometiéndome continuamente que ni me arrodillaría, ni tomaría parte en ninguna idolatría.
Me senté en la penumbra, en un banco de la parte de más atrás de aquella cripta. Delante de mí había un buen número de fieles, hombres y mujeres de todas las edades. Me impresionaron sus genuflexiones y su aparente concentración en la oración. Entonces sonó una campana y todos se pusieron de pie mientras el sacerdote aparecía por una puerta junto al altar.
Inseguro de mí mismo, me quedé sentado. Como evangélico calvinista, se me había preparado durante años para creer que la Misa era el mayor sacrilegio que un hombre podía cometer. La Misa, me habían enseñado, era un ritual que pretendía "volver a sacrificar a Jesucristo". Así que permanecería como mero observador. Me quedaría sentado, con mi Biblia abierta junto a mí.
EMPAPADO DE ESCRITURA
Sin embargo, a medida que avanzaba la Misa, algo me golpeaba. La Biblia ya no estaba junto a mí. Estaba delante de mí: ¡en las palabras de la Misa! Una línea era de Isaías, otra de los Salmos, otra de Pablo. La experiencia fue sobrecogedora. Quería interrrumpir a cada momento y gritar: "Eh ¿puedo explicar en qué sitio de la Escritura sale eso? ¡Esto es fantástico!" Aún mantenía mi posición de observador. Permancecía al margen hasta que oí al sacerdote pronunciar las palabras de la consagración: "Esto es mi Cuerpo.... este cáliz es mi sangre".
Sentí entonces que toda mi duda se esfumaba. Mientras veía al Sacerdote alzar la blanca hostia, sentí que surgía de mi corazón una plegaria como un susurro: "¡Señor mío y Dios mío. Realmente eres tú!"
Desde ese momento era lo que se podía llamar un caso perdido. No podía imaginar mayor emoción que la que habían obrado en mí esas palabras. Las experiencia la intensificó un momento después, cuano oí de la comunidad recitar: "Cordero de Dios.... Cordero de Dios.... Cordero de Dios", y al sacerdote responder: "Este es el cordero de Dios...", mientras levantaba la hostia.
En menos de un minuto, la frase "Cordero de Dios" había sonado cuatro veces. Con muchos años de estudio de la Biblia, sabía inmediatamente dónde me encontraba. Estaba en el libro del Apocalipsis, donde a Jesús se le llama Cordero no menos de veintiocho veces en veintidós capítulos. Estaba en la fiesta de bodas que describe San Juan al final del último libro de la Biblia. Estaba ante el trono celestial, donde Jesús es aclamado eternamente como Cordero. No estaba preparado para esto, sin embargo....: ¡Estaba en Misa!
¡SANTO HUMO!
Regresaría a Misa al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente. Cada vez que volvía, "descubría" que se cumplían ante mis ojos las Escrituras. Sin embargo ningún libro se me hacía tan visible en aquella oscura capilla como el ligro de la Revelación, el Apocalipsis, que describre el culto de los ángeles y los santos en el cielo. Como en ese libro, también en esa capilla veía Sacerdotes revestidos, un altar, una comunidad que cantaba: "Santo, santo, santo". Veía el humo, el incienso; oía la invocación de ángeles y santos; yo mismo cantaba los aleluyas, puesto que cada vez me sentía atraído hacia ese culto. Seguía sentándome en el último banco con mi Biblia, y apenas sabía donde volverme, si hacia la acción descrita en el Apocalipsis o hacia la que se desarrollaba en el altar. Cada vez más parecían ser la misma acción.
Con renovado vigor me sumí en el estudio de la primitiva cristiandad y encotré que los primeros Obispos, los Padres de la Iglesia, habían hecho el mismo "descubrimiento" que yo estaba haciendo cada mañana. Consideraban el libro del Apocalipsis como la clave de la liturgia, y la liturgia, la clave del Apocalipsis. Algo tremenddo me estaba pasando como estudioso y como creyente. El libro de la Biblia que había encontrado más desconcertante - el Apocalipsis-, estaba iluminando ahora las ideas que eran más fundamentales para mi fe: la idea de la alianza como lazo sagrado de la familia y Dios. Más aún, la acción que yo había considerado como la suprema blasfemia -la Misa- se presentaba ahora como el evento que sellaba la alianza con Dios. "Este es el cáliz de mi sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna".
Estaba entusiasmado con la novedad de todo aquello. Durante años, había intentado encontrar el sentido del libro del Apocalipsis como una especie de mensaje codificado acerca del fin del mundo, del culto en unos remotos cielos, de algo que la mayoría de los cristianos no podrían experimentar mientras estuvieran aún en la tierra. Ahora, despues de dos semanas de asistir a Misa a diario, me encontraba a mí mismo queriendo levantarme durante la liturgia y decir: "¡Eh, vosotros! ¡Dejadme enseñaros en qué lugar del Apocalipsis estáis! Id al capítulo cuatro, versículo ocho. Estáis en el cielo, justamente ahora". |
No agrego ninún comentario, aparte de apelar con hechos a la buena fe . |
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