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Profeta de dos dioses (27/05/06)

 
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Autor Mensaje
Uchiha_Yami
Asiduo


Registrado: 02 Ene 2006
Mensajes: 296

MensajePublicado: Mie May 31, 2006 7:54 pm    Asunto: Profeta de dos dioses (27/05/06)
Tema: Profeta de dos dioses (27/05/06)
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El repiquetear de una gotera llegaba a los oídos de Virgil. Gota a gota su mente se iba despejando. Aunque el dolor de cabeza que experimentó al despertar remitía, no lo hacía sin embargo la laguna que tapaba por completo sus recuerdos de las últimas semanas. Era como si se hubiese perdido un capítulo de su existencia. Se obligó a abrir los ojos. No reconocía aquel lugar... Una habitación oscura, muy amplia, llena de estanterías que a su vez estaban llenas de libros.

Se irguió sintiendo un dolor bastante fuerte en el abdomen, se sentía como si hubiese sido golpeado una y otra vez en esa zona. Se llevó los dedos al vientre y notó que estaba vendado, de igual manera que lo estaban sus manos. Se llevó la mano a la frente chocando con algo duro y frío... Un montón de recuerdos desordenados entraron en tropel en su mente. Desconcertado por la afluencia de pensamientos se dirigió hacia un espejo resplandeciente en el medio de la sala. Su cara estaba cubierta por una máscara blanca como el mármol, perfecta, hermosa, se adaptaba a él perfectamente, pómulos bien marcados, labios finos, frente no demasiado ancha cubierta por los mechones de su cabello, una nariz recta... Parecía moldeada a partir de la cara de un ángel. ¿Flores? ¿Viaje? ¿Ventana? ¿Masacre? ¿Venganza? ¿Bruja? ¿Hechizo...? ¡Máscara! Sí, todo cobraba sentido de pronto.

No sabía cuanto tiempo había pasado desde el día en que todo había empezado. ¿Una semana? ¿Un mes? ¿Un año? El tiempo había perdido el sentido para él. Recordaba volver a su casa, ya a horas tardías, aquel había sido un día bastante fructífero, había terminado la forja de varias espadas y había vendido otras tantas, con ese dinero compraría al fin un caballo.

Abrió la puerta y se quito el largo abrigo de cuero negro a la entrada. La cena estaba puesta en la mesa, pero no se oía a nadie en la casa, ni los niños, ni Clarisse... Ni siquiera los ladridos de Niact. Le extrañó, pero supuso sin más que habrían ido a dar un paseo. Dio buena cuenta de la comida que había sobre la mesa y se fue a la cama, estaba totalmente exhausto. Tomó el fuego de la lámpara del salón en una palmatoria que portaba en su mano izquierda, la apagó y se dirigió a su habitación, completamente a oscuras. Al rebasar el umbral de la puerta, la tormenta y el viento abrieron la ventana bruscamente apagando la pequeña llama. Caminó hacia el ventanal para cerrarla tropezando con algo blando en su camino. Antes de llegar a ella un rayo iluminó la estancia y lo que vio le congeló la sangre, lo conmocionó terriblemente.

Sobre la cama reposaba Clarisse, con los ojos abiertos en una mueca de dolor infinito, la boca abierta, la ropa desgarrada y el torso ensangrentado. Su mano derecha aferrada en torno al candelabro que reposaba en la mesilla de noche y con la izquierda abrazando al pequeño Jean, colocado en una posición imposible, con el cuello arqueado hacia atrás. El objeto con el que había chocado su pie era el cadáver de su perro, Niact, desmembrado y manando sangre. Lo peor de todo fue contemplar los restos de su otro hijo Louis ensartado contra la pared contigua a la ventana. La espada había atravesado el corazón así que un oscuro hilo de sangre caía de la comisura de sus labios goteando en el suelo. Y entre la espada y el cuerpo había un pedazo de pergamino. La visión de esta atroz escena duró tan solo un segundo, el tiempo que duró la luz del rayo, el segundo más largo de la vida de Virgil. Aquel segundo fue suficiente como para que cayese de rodillas al suelo y un grito desgarrador se sumase al estruendo de la tormenta. ¿Por qué?

Su cabeza golpeó el suelo y las lágrimas se mezclaron con la sangre que encharcaba la estancia. Durante más de una hora estuvo llorando desconsoladamente sin ser capaz de mover un solo músculo. Cuando por fin pudo reaccionar volvió al salón y encendió con sílex la vela. Regresó a la habitación del macabro crimen y arrancó cuidadosamente la hoja de pergamino ensartada por la espada:

Herrero:

Desoíste nuestras advertencias, primero fue un aviso verbal, ahora este, no comercies más con los habitantes de Ennuyiard o tomaremos otras medidas drásticas... Ya hubo dos avisos, el siguiente no será tal...

Tú serás el siguiente.

Apretujó la hoja entre sus manos como si quisiera volatilizarla. Desesperado... Cabreado... Impotente... Hubiese dado todo su dinero por la vida de su mujer y sus hijos. Sus sollozos continuos se convirtieron de pronto en una estridente risa que se extendía por toda la casa. La razón había abandonado su mente. Se puso a gritar. Danzando se dirigió al desván y desempolvó su casco, su cota de malla, sus grebas, sus botas y sus manoplas, envainó una espada y una daga en su cinturón y sin dudarlo un solo momento, todavía en el frenesí de la locura abandonó su hogar, dirigiéndose con paso firme y decidido hacia un lugar que su mente no sabría ubicar pero que su corazón podía situar con exactitud.

Todo transcurrió muy rápido a partir de aquel momento, no recordaba demasiadas cosas. Entró en el campamento sigilosamente, asesinando a todos los soldados que encontró, dormidos en su mayoría a aquellas horas de la noche. A cada mandoble que su espada daba se desprendía un pedacito de su alma. Llegados a la situación en la que se enfrentaba espada con espada con tres hombres, el frenesí terminó y Virgil recuperó la conciencia de sus actos.

Se sintió extraño, ¿tal vez el último pedacito de su alma había caído al suelo? Quizás su humanidad se había evaporado por completo y tan sólo era una bestia sin sentimientos ni corazón. ¡Una bestia no se dejaba acorralar! ¡Moría luchando si era necesario!

Su cara de preocupación desapareció totalmente dejando paso a una siniestra sonrisa y un brillo bizarro en los ojos. Para sorpresa de los seis soldados que quedaron paralizados en el momento bajó la espada, momento que aprovecharon para atacarlo... Ah, desdichados ellos, craso error. En el momento que levantaron simultáneamente sus espadas para clavarlas en el cuerpo de Virgil. Se agachó a la velocidad del rayo y clavó su espada en el abdomen del primer hombre levantándola con una fuerza sobrenatural hasta partir su estómago en dos, como si de una vieja bota de vino se tratase. Apartó el cadáver de una patada, moviéndose justo a tiempo para esquivar otro golpe, sin embargo la tercera espada chocó contra su vientre arrebatándole casi la conciencia... Pero no podía perder ahora... Por Clarisse...

Saltó abriendo aún más la herida recién hecha y clavó su puñal en la frente de aquel que acababa de herirlo. Del orificio empezó a manar un líquido grisáceo. Sus ojos se cerraron y su boca se abrió. Se desplomó hacia atrás, sus lánguidas extremidades no podrían sostenerlo nunca más... Por Jean...

El tercer hombre lo golpeó en la espalda. Aquel era el fin... No... No podía serlo todavía... Calculó el lugar dónde estaría la entrepierna de aquel hombre y la golpeó con su bota de hierro. El hombre cayó de rodillas por el dolor. Virgil se volvió y rebanó su cabeza de un golpe limpio. Por Louis...

Todo a su alrededor desapareció. Se derrumbó de espaldas contra el suelo. Había llevado a cabo su venganza, ya no tenía más motivos para vivir. No sin esfuerzo buscó a tientas su espada caída en el suelo junto a él, tocó el frío filo manchado de sangre y ascendió buscando el mango, pero sobre el filo reposaba un pie desnudo.

- ¿Qué piensas hacer, Virgil? ¿Ves en lo que te has convertido?
- Sí, lo veo, y por eso mismo voy a terminar con ello.
- Abre los ojos, mírame a la cara.

Con dificultad separó sus doloridos párpados y vio frente a él a una mujer de cabellos plateados. Sus ojos verdes brillaban en el claro de la tormenta.

- No te reconozco, déjame morir en paz.
- No permitiré que mueras como una bestia. No has vivido, pequeño, no has tenido tiempo. Duerme, yo curaré tu cuerpo y ataré los pedacitos de tu alma. Cuando despiertes habrás dejado esta vida atrás, pero habrás comenzado una nueva. Estos hechos te parecerán lejanos y extraños...

Sus párpados se volvieron a cerrar y su conciencia se evaporó...

Y allí estaba, frente al espejo, con las manos sobre la máscara. ¿Qué significado podía tener? Se la quitó tirando con cuidado y experimentó un dolor inmenso al hacerlo... Su cara estaba totalmente desfigurada, su mandíbula desencajada, la mitad de sus dientes partidos, su nariz torcida, sus pómulos rotos, su mejilla izquierda quemada y toda su piel llena de cicatrices. No sólo le resultaba del todo desagradable ver cómo había quedado su rostro, sino que cuando la máscara dejó de hacer contacto con su cara volvió a sentirse como al salir de su frenesí, sin corazón, como una simple bestia... ¿Podía ser que su alma estuviese atrapada en aquella máscara? Se la volvió a poner rápidamente reflexionando sobre su situación.

No tenía la más remota idea de dónde podía estar, no tenía a dónde ir y además no había en su cuerpo hambre, sueño o deseo. Decidió recostarse en la mesa de mármol en la que se había despertado y devorar un libro tras otro. No sabía a ciencia cierta cuantos días, meses o semanas había pasado en aquella habitación intemporal.

Leyó y leyó, vaciando una estantería tras otra. Además de un alma tenía ahora cultura, muchísima cultura. Cuando decidió que podía considerarse a sí mismo un erudito dejó de leer y se puso a hablar en voz alta, sólo, a razonar... Mientras sus palabras rebotaban en el espejo notó detrás de su reflejo una silueta conocida para él.

- Parece que no has malgastado tu tiempo, Virgil...
- He aprendido más en el tiempo que he pasado en esta habitación que en toda mi vida pasada, no me duelen los recuerdos... Tan solo un poquito, pero me veo con fuerzas y ánimos de vivir de nuevo –se volteó para ver con más claridad a la mujer de pelo plateado y ojos verdes- Pero aún sigue habiendo una incógnita en mi mente ¿Cuál es tu nombre?
- Tal vez lo conozcas si accedes a hacerme un favor...
- ¿Crees que realmente podría negarme? Me has dado esperanzas de vivir, has recogido los pedacitos de mi alma, me has regalado una vida nueva... Moriría por protegerte si así me lo pidieses.
- Ya no eres un guerrero, Virgil, ahora eres un erudito... Hay una guerra entre pueblos, al norte, muy lejos del lugar dónde una vez viviste. Sus diferencias radican en su religión. Creen adorar a dioses distintos cuando en el fondo adoran al mismo dios... Pero ellos no lo saben. Después de todo lo que has leído, sé que tú podrás hacérselo ver.
- ¿Por qué? ¿Por qué te preocupas tanto por la vida de los demás? ¿Qué han hecho ellos por ti?
- Están vivos, Virgil, tú más que nadie deberías entender el valor que tiene la vida, ya sea humana, animal o vegetal... Es un proceso mágico y único, precioso y que debemos proteger... Sal por la puerta que hay detrás del espejo y estarás en uno de esos pueblos, pero no podrás volver a esta habitación.
- Pero...
- Mi nombre es Goewind. Recuérdalo.

Virgil asintió con la cabeza y retiró el espejo encontrándose detrás una robusta puerta de una madera muy oscura. La abrió y cruzó su umbral, encontrándose en una iglesia. Miró hacia atrás, hacia la puerta por la que había salido pero ya no era la misma, era mucho más clara y estaba dañada por la carcoma. ¿Volvería a ver a Goewind?

Subió unas escaleras y se encontró con el altar, vacío a aquellas horas. Entre las filas de bancos tan sólo encontró a una persona, que miraba hacia el altar fijamente, sin pestañear, se acercó y se sentó a su lado.

- Saludos buen hombre...
- No me suena su cara... ¿Es de por aquí?
- No, realmente no estoy muy seguro de dónde estoy. Pero... –Virgil señaló una efigie de Jesús que había tras el altar- ¿Ve a ese hombre? Yo soy en parte como él, aunque sin siquiera aspirar a un tercio de su grandeza. He venido aquí para poner fin a esta guerra absurda.
- ¿Eres el profeta que tanto tiempo llevamos esperando?
- Tal vez... Eso no puedo saberlo ni yo ¿No lo crees así? Créeme, terminaré con esa guerra absurda, te sorprendería saber que el dios que me manda es el mismo contra el que estáis luchando.
- No lo entiendo... ¿Por qué te manda a nuestro pueblo pues? Debería mandarte con sus seguidores...
- Porque ese dios que me manda es al mismo tiempo el dios que adoráis.

El hombre quedó en silencio, no sabía como reaccionar. Una nube tapó la Luna y con ella la tenue luz que entraba por las cristaleras. Virgil aprovechó esto para embozarse en su capa y salir sigilosamente de la iglesia. Cuando la luz volvió el hombre se encontraba sólo en el banco de nuevo.

Al día siguiente todo eran rumores en la ciudad acerca de un ángel que se había presentado en la iglesia para anunciarles la victoria en aquella guerra... La gente era ignorante, Virgil les traía intenciones pacíficas y ellos solo pensaban en seguir luchando. Compró un caballo y partió hacia el pueblo vecino. Allí se encontró con gente de costumbres distintas, con un idioma distinto, con edificios distintos... Pero el los conocía, los había leído y estudiado.

Dejo al caballo en un establo a la entrada del poblado y vagó durante un rato por sus calles, sin un rumbo fijo, hasta que se encontró con una mezquita. El sol ya estaba poniéndose anaranjado a aquellas horas, seguramente dentro estarían rezando el Asr, la oración de la tarde.

Efectivamente, al entrar se encontró a un montón de personas descalzas, arrodilladas mirando hacia la meca y repitiendo una y otra vez los mismos versos. Caminó con sus suelas de hierro hasta situarse en medio de la multitud y se sentó mirando hacia el lado contrario y tarareando una canción infantil.

Un hombre se acercó molesto por su actitud.

- Discúlpeme, este es un lugar sagrado... ¿Por qué actúa de esa manera?
- Me estoy comportando exactamente igual que ustedes –la oración paró y todos se quedaron mirándolo- Para vuestro dios mi actitud es la misma que la vuestra.
- ¿Cómo osas decir tal...? –aquel que había empezado hablándole parecía ser el dirigente religioso.
- De nada sirve que os arrodilléis ante él cinco veces al día y escupáis en su cara otras tantas.
- ¡Jamás se nos ocurría ensuciar el nombre de Alá!
- Lo hacéis cada vez que matáis a un cristiano en vuestra guerra absurda, cada vez que prendéis fuego a una iglesia o maldecís el nombre de yahvé.
- ¿Eres acaso un profeta para afirmar esas cosas con tanta rotundidad?
- Sí. -Su respuesta tajante lo dejó todo en silencio. Nadie se atrevía a mover un solo dedo. Su mirada se posaba en los oscuros ojos de aquel hombre- Mañana será la última batalla. Cuando estéis en pleno campo de batalla un ángel aparecerá y frenará los ríos de sangre.

Virgil hizo un gesto con la cabeza y abandonó el lugar con paso firme. Goewind estaría orgullosa de él. Al día siguiente, para bien o para mal, todo terminaría.

“Sí... Vamos a ganar, el ángel lo dijo... Los exterminaremos”
“Ese profeta arrogante nos ha prometido un milagro...”
“No quedarán ni los restos de Alá”
“Si se cree que Alá se pondría a la altura de Yahvé está muy equivocado...”
“Morirán todos”
“Morirán todos”

Un ejército bajo un estandarte con una cruz y otro que portaba como bandera una media Luna se aproximaban el uno hacia el otro. Las picas de las lanzas brillaban con el sol y los gritos de los hombres se elevaban hasta los mismísimos cielos. El choque de ambas huestes tiñó la tierra de color sangre y el aire de negra tristeza.

Y de pronto una luz cegadora lo frenó todo en seco. Virgil apareció montado en un corcel negro que se encabritó levantándose sobre las patas traseras y relinchando fuertemente marcando sus oscuros contornos por efecto del inexplicable resplandor. Se colocó en el medio de la lucha, evidentemente había alguien ayudándolo y creía saber quién era. Su voz rompió aquel silencio forzado.

- Os prometí un ángel y ha venido. Os prometí el final de esta contienda y aquí os lo traigo. Voy a contaros una historia que sucedió cuando yo era un humano normal y corriente como todos vosotros. Yo vivía en la frontera entre dos pueblos (como podría ser el campo de batalla en el que nos hallamos). Discutían por la pertenencia de unos territorios... Su continua batalla por ellos se llevó la vida de miles de personas... Tenían un mismo dios, un mismo idioma... Todo... Yo era herrero y me vi envuelto en aquella batalla porque vendía mis armas a ambos bandos y eso me costó la vida de toda mi familia. Puede que eso a vosotros os dé igual... Que penséis que la persona a la que matáis muere y punto. Si solo fuera así sería muy sencillo... Pero detrás de esa persona está toda una familia que quedará destrozada con su muerte. Sí, se irá al lado de alá o yahvé o como queráis llamarlo, pero habrá sido en vano y siempre quedará en su corazón una espina clavada en el corazón, recordando que no pudo ver crecer a sus hijos ni disfrutar de su existencia. ¿Sois dioses acaso para decidir quien vive y quien muere? Puede que no me escuchéis... Puede que en cuanto yo me haya ido sigáis luchando como lleváis haciendo desde siempre... Pero la guerra en la que lo perdí todo finalizó hace muy poco, porque el dirigente de ambos territorios era el mismo, pero nadie lo sabía. Los dos pueblos se unificaron en uno solo y toda la sangre que corrió fue en vano. Me quito la máscara para que veáis lo que hizo el odio con mi faz.

Virgil retiró el antifaz, pero esta vez fue diferente a la anterior, no sintió dolor ni tristeza al retirarla, no se sintió como una bestia... Seguía siendo un ser humano. La máscara se desintegró en sus manos. Asombrado, palpó su cara y descubrió que su mandíbula estaba en su sitio, no le faltaba ningún diente, su nariz estaba recta, sus pómulos perfectos y su piel era lisa... Tanto tiempo tras la máscara y todas las vidas que había arrebatado le habían sido perdonadas... ¿Puede que fuera porque sus palabras salvarían a muchas más?

Sonrió, miró a los portadores de los dos pendones y les dio la mano primero a uno y después al otro. Luego montó a su corcel y abandonó aquel lugar para siempre.

Uchiha Yami
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Lo siento Señor, todo este tiempo ha sido una farsa... Si realmente existieses no hubieses traido a Rakel a mi lado para llevártela... Condenado quedas a un rincón de mi memoria.
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CarlosR26†
Veterano


Registrado: 01 Oct 2005
Mensajes: 3941
Ubicación: MEXICO, Jal.

MensajePublicado: Jue Jun 01, 2006 12:17 am    Asunto:
Tema: Profeta de dos dioses (27/05/06)
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Alexander F Gavela
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Amar es decir al otro: "Tu no moriras"
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Uchiha_Yami
Asiduo


Registrado: 02 Ene 2006
Mensajes: 296

MensajePublicado: Jue Jun 01, 2006 12:24 pm    Asunto:
Tema: Profeta de dos dioses (27/05/06)
Responder citando

CarlosR26† escribió:
Alexander F Gavela


Oh, me habéis descubierto T_T, Haplo me había dado este relato para que lo pusiera bajo mi nombre, que desdicha.
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