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La fe, fundamento y fuerza vital de la vida cristiana

 
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Albert
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Registrado: 03 Oct 2005
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Ubicación: Puerto Rico

MensajePublicado: Vie Jul 07, 2006 1:45 am    Asunto: La fe, fundamento y fuerza vital de la vida cristiana
Tema: La fe, fundamento y fuerza vital de la vida cristiana
Responder citando

Herman@s:

¡Paz y bien!

Les adjunto este interesante artículo primero de una serie de tres sobre la fe, espero lo disfruten tanto como yo. Dios les bendiga.

La fe, fundamento y fuerza vital de la vida cristiana (1 de 3)

P. José P. Benabarre Vigo
benigno_benabarre@yahoo.com
Para EL VISITANTE

La vida sobrenatural del cristiano es imposible sin la ayuda divina. Esta ayuda nos viene no sólo a través de la gracia santificante (participación misteriosa de la vida de Dios), y de la actual (auxilio momentáneo para remediar una necesidad presente), sino principalmente, de las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Estas virtudes se nos infundieron, como en germen, en el bautismo, y depende en buena medida de nosotros el que crezcan y lleguen a dar fruto el cien por cien, el sesenta o el treinta por ciento (ver Mateo 13, 8).

La fe, fundamento y motor vital

De las tres virtudes teologales, la fe no es la primera en jerarquía (ver 1 Corintios 13, 13), pero sí el fundamento y motor de nuestra vida espiritual cristiana. Sin fe sobrenatural, el alma está totalmente a obscuras en relación a lo que Dios es y nos ha revelado de sí mismo, en lo que explícitamente debemos creer, y en lo que debemos hacer para servirle como El quiere. Como nos enseña el Autor de la Carta a los Hebreos, “sin fe es imposible agradar a Dios” (11,6).

Sin fe sobrenatural, la esperanza firme en los premios que Dios nos tiene preparados, no tiene apoyo ninguno. Y sin fe, la caridad (que no es lo mismo que filantropía), es totalmente imposible de cumplir, pues le falta su objetivo primero y principal: el Dios creador de cielos y tierra; y la razón para amar al prójimo: ser hijo de Dios.

Estamos hablando de fe sobrenatural, no de fe humana. Esta es el asentimiento que damos al hombre de ciencia, al que creemos porque sabemos que es competente en lo que afirma, aunque no entendamos lo que nos explica; o la conformidad con que aceptamos lo que nos presentan el hombre/mujer de bien, pues sabemos que, precisamente, por ser tales, no son capaces de engañarnos. Ni hablamos, tampoco, de “credulidad”, que es uno de los vicios de los tontos, que creen cuanto se les dice o leen.

Aquí sólo hablamos de fe sobrenatural, que es una virtud (virtus=fuerza), por la cual creemos a pie juntillas cuanto Dios nos ha revelado de su vida y de sus obras, y la Iglesia, su voz autorizada, nos presenta como materia de creencia. Lo que Dios nos ha revelado, y que la Iglesia ha custodiado con diligencia inusitada, lo tenemos en la Biblia y en la Tradición. Por Tradición entendemos aquí “la realidad viva, la realidad viva de la fe vivida por la Iglesia en su actualidad y en su continuidad histórica con los Apóstoles y con Cristo” (P. Petrosillo, El cristianismo de la A a la Z, Madrid, San Pablo, 1995, 445-446¸ver Concilio Vaticano II, DV 8).

Cualidades de la fe

Para que la fe sobrenatural sea verdaderamente el fundamento y motor de nuestra vida cristiana, pletórica de buenas obras y, por tanto, agradable a Dios, tiene que ser humilde, total y sin distingos.

La fe ha de ser humilde, puesto que al no comprender totalmente lo que Dios nos ha revelado, tendremos que hacer un esfuerzo para acallar nuestra soberbia, que tiende a rechazar lo que no comprende.

Debe ser, asimismo, total, es decir, que debemos aceptar todas las verdades reveladas por Dios y presentadas como tales a nosotros por la Iglesia como materia de fe.

Finalmente, la fe verdadera no puede hacer distinción entre una verdad y otra en cuanto a grado de credibilidad. Puesto que todas [las verdades], han sido reveladas por Dios, y tienen su único apoyo y autoridad en su palabra, todas deben ser aceptadas con el mismo grado de aquiescencia (consentimiento, conformidad, autorización). La faceta de razonable o irrazonable no puede aplicarse a las verdades de la fe.

Pedir la fe y estudiarla

Puesto que la fe es un don de Dios, debemos pedirla con frecuencia, con confianza y con humildad al Padre celestial para que, como asociados ya por su bondad a Cristo (Juan 6, 44), no nos separemos nunca de El.

Pero como es verdad lo que dice el refrán español: “A Dios rogando y con el mazo dando”, a la oración debemos añadir el estudio diligente y continuado de la fe. Este estudio está hoy grandemente facilitado por el Catecismo de la Iglesia católica –1992). Con lenguaje al alcance de todos, el Catecismo nos presenta un tratado completo de nuestra fe. Nadie que sepa leer tiene excusa alguna para no ser un “experto” en la fe cristiana. Este Catecismo y la Biblia no deben faltar en ninguna casa católica.

Fe operante y viva

Si queremos saber el grado de aceptación nuestra por Dios, no tenemos más que examinarnos con sinceridad y verdad de cómo la profesamos, celebramos, defendemos y vivimos (ver Vaticano II LG 11, 17; AG 36).

Profesamos la fe cuando no hay divorcio entre ella y nuestra vida diaria. La vivimos cuando todo lo que hacemos está inspirada por, y apoyada en ella. La celebramos con gozo cuando nos unimos a la Iglesia con alegría, que celebra los misterios de la fe, especialmente los domingos y días de fiesta. Finalmente, la difundimos cuando hacemos todo lo posible para que otros la conozcan y la vivan de buena voluntad.
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MensajePublicado: Vie Jul 07, 2006 1:56 am    Asunto:
Tema: La fe, fundamento y fuerza vital de la vida cristiana
Responder citando

Hermoso articulo hermano Albert, y si me permites quisiera copiarlo para presentarlo en el grupo de oraciones, cuando quiero algo interesante estro aqui pero siempre pido permiso. Creo que este es la segunda vez que lo hago contigo. y este es sumamente hermoso.

Que Eios este siempre contigo.
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¡Aleluya!
¡Alaben al Señor en todas las naciones,
y festéjenlo todos los pueblos!
Pues su amor hacia nosotros es muy grande,
y la lealtad del Señor es para siempre.
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MensajePublicado: Vie Jul 07, 2006 3:10 am    Asunto:
Tema: La fe, fundamento y fuerza vital de la vida cristiana
Responder citando

Hermana Soledad:

¡Paz y bien!

Que gusto verte por acá!!! Pues el P. José P. Benabarre Vigo lo hace público en el periódico el Visitante. Yo no tengo objeción alguna a que lo uses, creo que él tampoco. De todos modos su e-mail esta en el mismo inicio del artículo. Dios te bendiga.
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MensajePublicado: Vie Jul 07, 2006 11:58 pm    Asunto:
Tema: La fe, fundamento y fuerza vital de la vida cristiana
Responder citando

Hermana Maru:

¡Paz y bien!

Maru Courtney escribió:
Albert escribió:
Hermana Soledad:

¡Paz y bien!

Que gusto verte por acá!!! Pues el P. José P. Benabarre Vigo lo hace público en el periódico el Visitante. Yo no tengo objeción alguna a que lo uses, creo que él tampoco. De todos modos su e-mail esta en el mismo inicio del artículo. Dios te bendiga.


Querido Albert, solo para hacer de tu conocimiento que te estoy leyendo con sumo interes, y que ya que terminemos con las 3 partes, vendran los comentarios o preguntas en caso de que se den.

Te quiero mucho y no me cansare de agradecer a Dios por haberte puesto en mi vida.


También te quiero mucho hermana.

La segunda parte la pondré el lúnes y la tercera la semana subsiguiente, pues Padre José las publicará los domingos en el Períodico el Visitante, una cada domingo. Es buena idea la de esperar a que estén todas las partes para argumentar y hacer preguntas. Dios te bendiga.
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MensajePublicado: Mar Jul 11, 2006 2:47 am    Asunto: La esperanza, sosten de nuestra fe.
Tema: La fe, fundamento y fuerza vital de la vida cristiana
Responder citando

Herman@s:

¡Paz y bien!

Demos continuidad al tema. Les presento el segundo de los artículos de esta serie de tres.

La esperanza, sosten de nuestra fe.

P. José P. Benabarre Vigo
benigno_benabarre@yahoo.com
Para EL VISITANTE

Entendamos aquí por esperanza la virtud teológica, sobrenatural, infusa en nuestras almas en el sacrament0 del Bautismo, que facilita a los cristianos confiar con toda certeza poder alcanzal la Gloria eterna.
Al decir que la esperanza es una virtud sobrenatural, se significa que no podemos alcanzarla por nuestro propo esfuerzo. Es un puro don de Dios y se afirma que nos facilita esperar con certeza alcanzar la vida eterna, porque sin ella no seríamos capaces de confiar en la promesa divina de ser coherederos con Jesús (Romanos 8, 17) del Reino de los cielos (Mateo 25, 31 ss)

Significados de la esperanza

En la Bilbia y en Teología, la palabra "esperanza" tiene varias acepciones. A veces, ella expresa la virtud correspondiente ( 1 Corintios 13, 13); en ocasiones, se refiere a los actos de esa virtud (Colosenses 1, 23; Hebreos 3, 6); en otras al motivo de la esperanza (Colosenses 1, 27; 1Pedro 1, 21); y, en alguna coyontura, al objeto o cosa esperada (Romanos 8, 24; Galatas 5, 5). Todas estas formas de hablar facilitan la comprensión de la esperanza como virtud o hábito operativo de los actos relacionados con el objetivo propio de la misma.

Objetivo de la esperanza

La palabra "objeto", con referencia a la esperanza cristiana, significa tanto lo que ella confía obtener -la vida eterna-, cuanto la base objetiva o razón de la misma -la palabra de Dios, que la pomete-
En virtud de la esperanza como don sobrenatural, los cristianos confiamos plenamente obtener tanto la vida eterna prometida como los medios para alcanzarla.
En el Antiguo Testamento, los bienes esperados de Dios y a El pedidos eran mas bien de orden natural: salud, larga vida, victoria sobre los enemigos de Israel. Pero de ninguna manera estaban excluidos algunos bienes de naturaleza espiritual, como, por ejemplo, la firme esperanza en la venida del Mesías, el perdón de los pecados, el servicio y el amor al prójimo y la total posesión de Dios en la vida futura.
En el Nuevo Testamento, los términos cambian de puesto: lo que, en primer lugar, se espera y se busca es la vida eterna prometida. quedando en segundo lugar los bienes terrenales. Es lo que Cristo explícitamente nos pidió: "Buscad en primer lugar el Reino de Dios, que todo lo demás se os dará por añadidura" (Mateo 6, 19-20)
La vida eterna que se nos promete es la clara e intuitiva visión de Dios, posesión total de contenido de la fe (Romanos 8, 24-25; Hebreos 11, 1). Si el objeto de nuestra esperanza fueran sólo los bienes de este mundo, seríamos loa más infelices de todos los hombres (ver 1 Corintios 15, 19). Pero, no; lo que en verdad esperamos los cristianos es que, previa la resurrección, descansaremos en Dios (ver Hebreos 4, 1-11) y entraremos en los más santo de los cielos (Hebreos 10, 19-23) es decir, en la morada eterna, que Cristo ha preparado para sus fieles seguidores (Mateo 25, 31 ss; Juan 14, 2; Filipenses 3, 20-21)
Nuestro buen Jesús que e; deseo de la vida eterna lo tuvieramos presente con frecuencia, ya que lo incluyó en su oración del Padrenuestro: "Venga a nosotros tu Reino"; en el cual indicamos, asimismo, los medios para alcanzarlo: hacer la voluntad de Dios, tener lo necesario para la vida, perdonar a los enemigos.

Sujeto de la esperanza cristiana

El sujeto de la esperanza cristiana es doble: la persona que espera, y la pesona en quien depositamos nuestra esperanza.
La persona que espera es el hombre/mujer, ser racional e individual; y también al conjunta del pueblo cristiano en su totalidad que, si bien esta cargado de imperfecciones y miserias espirituales, es capaz de elevarce, en fuerza de la virtud sobrenatural de la esperanza, en sus pensamientos, deseos y acciones, hasta las moradas eternas.
La persona en quien depositamos nuestra esperanza es Jesús. Y los motivos son claros: El es Dios; el que se dignó bajar del cielo para morar con nostros; el que, con su palabra, sus profecías y milagros únicos y, sobre todo con su sacrificio voluntario en la cruz -muerte que debٳamos sufrir nosotros, pecadores-, cautivó nuestra confianza y amor plens. Más aun: en su resurrección de entre los muertos, Jesús nos dio la prueba definitiva de que era Dios, creíble, por tanto en sus promesas. Y ese Jesús fue "certificado" como su Hiojo por el Padre celestial en el Jordán y en el Tabor, a quien debemos escuchar (Mateo 3, 17, 17, 5).

El hábito y la virtud de la esperanza

La esperanza cristiana como virtud (en latín, virtus=fuerza),es un hábito bueno y operativo. Con la fe y la caridad, la esperanza forma parte de la triología teologal que subyace en toda la vida cristiana, tanto individual como colectiva. Es nuestra segunda naturaleza. De modo misterioso Dios la infunde en el alma, que la acepta no como algo nominal sino como algo real e inherente, cuyo efecto es hacer justos a aquellos que la reciben.
Infusa en el bautismo, y pose►da por la persona adulta, la esperanza se mantiene y se perfecciona por la repetición coensciente y frecuente de los actos propio de la misma: pedirala, ansiarla, suspirarla con firmeza e ilusión.
Como todo lo sobrenatural, le esperanza, como virtud, está fuera de nuestro alcance. Hay que repetir con frecuencia sus actos, y pedirla a Dios con oración humilde, confiada y frecuente, tanto para tenerla, cuanto para aunmentarla.
Los vicios contrarios a la virtud de la esperanza cristiana son la presunción y la deseperación.
La presunción es el vicio de los tontos que, confiando en sus propias fuerzas que, en realidad no tienen, se olvidan de Dios, fuente exclusiva de todo bien.
Por su parte, la deseperación hace estragos en aquellos que conscientes de sus grandes pecados y de su poca disposición para abandonar el vicio, desconfían de la misericordia infinita de Dios, siempre dispuesto a perdonar y olvidar. Es un gran pecado.

Los protestantes, equivocados

Con la Iglesia, hay que rechazar con toda firmeza cierta teologٌa radical protestante que niega la nececidad de los actos propios de la esperanza cristiana para salvarnos. Según esa teología es deseo de alcanzar la vida eterna (poseción de Dios), es un pecado, pues busca la propia satisfacción, en vez de la Gloria de Dios. Y hacen mal aquellos que, para evitar la condenación, procuran no hacer pecados que la merezcan. Llegan hasta condenar como egoísmo el deseo de las almas de salir del purgatorio cuanto antes.
Tendrían cierta razón nuestros hermanos protestantes si todos los seguidores de Cristo fuéramos santos de cuerpo entero; pero como sucede todo lo contrario, pues todos somos pecadores, (1 Juan 1, 10), la bondad y misericordia de Dios nos permiten, además de buscar su gloria, en primer lugar, pensar en nosotros, y actuar de tal manera, que un día nos salvemos a través de la fe y de las buenas obras, y gocemos de la Gloria de Dios por toda la eternidad (ver Mateo 25, 31ss). -(Para dara forma a ete artículo, me he servido del larguísimo y bien pensado que trae la [i/ New Catholic Ebciclopedia,[/i] McGrawn-Hill, New York, 1964).

(Continuará)
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MensajePublicado: Mar Jul 11, 2006 11:28 pm    Asunto:
Tema: La fe, fundamento y fuerza vital de la vida cristiana
Responder citando

Hermana Maru:

¡Paz y bien!

¿Ya leíste la segunda parte? Dios te bendiga.
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MensajePublicado: Mie Jul 12, 2006 1:15 am    Asunto:
Tema: La fe, fundamento y fuerza vital de la vida cristiana
Responder citando

Hermana Maru:

¡Paz y bien!

Ya lo comentaremos la próxima semana. Dios te bendiga.
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MensajePublicado: Mie Jul 19, 2006 12:22 am    Asunto: La caridad, reina de las virtudes
Tema: La fe, fundamento y fuerza vital de la vida cristiana
Responder citando

Herman@s:

Este es el tercero de los artículos relacionados a las virtudes. Dios les bendiga.

La caridad, reina de las virtudes

P. José Pascual Benabarre Vigo
Benigno_benabarre@hotmail.com
Para EL VISITANTE

Con este artículo, termino los tres dedicados a las virtudes teologales, así llamadas por ser Dios (teos, en griego) su objetivo directo.

La caridad, reina de las virtudes

El vocablo “caridad” deriva del latino cáritas, que tiene la especial connotación de proceder de la estima de Dios a los hombres y de los hombres a Dios.

La caridad es, sin duda, la reina de las virtudes. Así lo significó el buen Jesús, que la presentó como el corazón de la ley y el mandamiento nuevo y más importante (ver Lucas 10, 25-37; Juan 13, 34), de acuerdo con el cual seremos especialmente juzgados en el Juicio universal al final de los tiempos (ver Mateo 25, 31 ss). Interpretando a su Maestro, San Juan pone la caridad al prójimo como la única prueba del amor a Dios (ver 1 Juan 4, 20).



Infundida en nuestra alma por el Espíritu Santo en el bautismo (ver Romanos 5, 5) nadie ha cantado a la caridad como San Pablo en una de las páginas más bellas no sólo de la Biblia, sino también de la literatura universal. Ningún hombre o mujer dijo antes ni ha dicho después cosas tan bellas e insólitas de la caridad como el Apóstol de los gentiles: “Si no tengo caridad, nada soy ni nada me aprovecha; ella es la mayor de las virtudes”(1 Corintios 13. 13; ver también Romanos 12, 9-13).

Dios Uno y Trino, objeto directo de la caridad

Pido su atención especial, amable lector, para que distinga bien la diferencia esencial y fundamental entre las palabras filantropía y caridad, que no pocas veces confunden los escritores no avezados en teología y deficientes en lengua.

La palabra filantropía proviene de las raíces griegas filos = amor, y ánthopos = hombre, que se define como “amor al género humano” (Diccionario de la Lengua española), sin referencia explícita o implícita a Dios. Se ama al hombre por el hombre.

En cambio, la palabra caridad, referida al hombre, indica que se le ama por el amor que se tiene a Dios, cuyo hijo, por creación, es todo hombre/mujer.

La distinción es importante, pues sólo cuando el objeto último de nuestro amor, teórico y práctico, es Dios, o por Dios, recibiremos el premio correspondiente. Jesús fue bien claro en esto al criticar severamente la hipocresía de los fariseos (ver Mateo 6,1 ss).

Qué es la caridad

Entiéndase, pues, por caridad la virtud teologal por la cual amamos a Dios por sí mismo y sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos (o más) por amor de Dios. Según Santo Tomás Aquino, entre todas las virtudes (teologales y morales), la caridad descuella como la raíz y fuente de todas ellas. San Agustín dice lo mismo de otra forma: “Toma de virtud está en el orden del amor” (La ciudad de Dios, 15, 22).

La vida cristiana

La vida cristiana consiste en pensar, desear y obrar como Cristo procedió en su vida, y actuaría ahora y aquí si volviera a estar con nosotros (ver Gálatas 2, 20).

Bajo la acción del Espíritu Santo, el cristiano dirige su vida “de acuerdo con las pautas trazadas por Cristo: las bienaventuranzas (Mateo 5, 1-12), y el mandamiento del amor (Juan 13, 34-35). El modelo supremo es el Padre (‘como vuestro Padre’), y en la conducta concreta se sigue el ejemplo de Cristo (‘como yo os he amado’). Esta es la novedad cristiana de la verdadera caridad (‘ágape’), que está en Dios, y sólo proviene de Él. Sin esta caridad, el cristianismo no tendría consistencia” (J. Esquerda Bifet, Diccionario de la Evangelización, Madrid, 1988).

Orden de la caridad

Tanto en teoría como en la práctica, la caridad exige un orden que hay que guardar para ser agradable a Dios.

Como queda indicado, el objeto primero y principal de nuestro amor es Dios. Nada ni nadie deben anteponerse nunca a ese amor.

El amor perfecto consiste en darse sin reserva, en pertenecer totalmente y en estar a disposición del prójimo en todo momento y para lo que Dios quiera. Es lo que hizo Jesús, cuyo alimento era hacer la voluntad de su Padre celestial (Juan 4, 34). Esto es lo que significa “no buscar el propio interés” y “no vivir para sí” (ver Romanos 12, 9-21).

En cuanto al amor humano, es evidente que debe comenzar por casa, por la familia cercana y lejana. Pero como todos somos hermanos en Cristo, el amor ha de extenderse, en cuanto sea posible, a todos, sin excluir a nadie, incluso a los enemigos, por quienes hasta debemos orar (Mateo 5, 44). Mandamiento duro, pero mandamiento, que Cristo cumplió a la perfección (ver Lucas 23, 34).

En relación a remediar las necesidades materiales corrientes del prójimo, la caridad exige que las socorramos con nuestros bienes superfluos. Pero si las necesidades son graves y urgentes, el amor sincero nos pide que las aliviemos con los bienes que no nos sean indispensables para nosotros y familia inmediata. (Seguro que el lector desearía saber qué cantidades o qué porcentajes de nuestro capital debemos dar en caridad. Es tan arriesgado indicarlo, que renuncio a hacerlo. Quizás el 10% bíblico sea una buena indicación.)

Canto a la caridad

Nada mejor para terminar este artículo, que copiar parte del canto que San Pablo dedica a la caridad cristiana en 1 Corintios 13, 1-13:

“Aspirad a los carismas superiores. Y aun os voy a mostrar un camino más excelente: aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como un ronce que suena, o címbalo que retiñe. Aunque tuviera el don de profecía, y conociera todos los misterios y toda la ciencia; aunque tuviera plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy. Aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo a las llamas, si no tengo caridad, nada me aprovecha...

Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero, la mayor de todas ellas es la caridad”.

(Foto: Revista Jesuita - G. Horst)

Las Virtudes

“Todo cuanto hay verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4,Cool.

La virtud es una disposición habitual y firme de hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma. Con todas sus fuerzas sensibles y espirituales, la persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas.

“El objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios”.

(Fuente: CIC # 1803)
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MensajePublicado: Mar Ago 08, 2006 1:28 am    Asunto: ¿Aún no tienen fe?
Tema: La fe, fundamento y fuerza vital de la vida cristiana
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Herman@s:

¡Paz y bien!

Les comparto este otro artículo relacionado con la fe. Dios les bendiga.

¿Aún no tienen fe?

P. José P. Benabarre Vigo
benigno_benabarre@hotmail.com
Para EL VISITANTE

Si seguimos la versión evangélica de San Lucas, cuando Jesús calmó la tempestad y acalló las encrespadas olas del lago (8, 22), Jesús ya había hecho muchos milagros: curación de un endemoniado, y de la suegra de Simón Pedro; curación de un paralítico y de montones de gente que habían acudido a la casa de Simón; de muchedumbre de gente que, con sólo tocarle, quedaban curados, etc. Por tanto, a nada extraordinario debía sonar a los apóstoles el que Jesús calmara la tempestad. A nada, si es que habían comprendido algo de lo que Jesús había hecho, sus sentidos habían percibido, y que a gritos pedían fe total en su persona. A lo visto, no la tenían. Por eso, Jesús les reprende suavemente al preguntarles: “¿Aún no tienen fe?”


¿La tenemos nosotros?

Yo no sé si en este momento, ante la delicada pregunta de Jesús, algunos de ustedes, atentos lectores, se han hecho la pregunta de si, a estas alturas de su existencia, tienen suficiente fe en su sentido más amplio. Porque fe no es sólo la adhesión a la persona de Jesucristo y la sincera aceptación de todas sus enseñanzas, tal como nos las han transmitido sus discípulos y la gran Tradición.

Fe es también, ver la mano amorosa de Dios en nuestra propia vida: en sus goces y penas, en sus triunfos y fracasos, en sus días de paz y de rudos sobresaltos. Fe es ver a Dios en sus legítimos representantes, tanto seculares como religiosos.



Fe es ver y aceptar la presencia activa de Dios en el curso de la historia humana de ayer, de hoy y de mañana, aun cuando se nos escape el sentido de muchos de sus acontecimientos, trágicos unos, felices otros. Fe es tener la certeza de que si recurrimos a Dios con las debidas condiciones, siempre seremos escuchados.

Mientras nuestra fe no sea profunda y sin distingos, universal en su horizonte y certera en sus detalles, no podemos decir que tenemos bastante. Y el buen Jesús siempre podrá reprocharnos a nosotros, que sabemos leer y tenemos tantos libros en que aprender, y preguntarnos: “¿Aún no tienen fe?”

Recordemos que la fe que Cristo nos exige a toda prueba se nos dio, como en germen en el bautismo, junto con las virtudes de la caridad y esperanza. Depende, al menos en parte, de nosotros hacer crecer ese germen hasta convertirlo en frondoso árbol que dé abundantes frutos.

Según el profeta Oseas, eso no es optativo, sino estricta obligación. Hablando en nombre de Dios a los sacerdotes vagos de su tiempo, les dice airado: “Perece mi pueblo por falta de conocimiento. Ya que ustedes han rechazado la sabiduría, yo les expulsaré de mi sacerdocio; pues ustedes se han olvidado de la ley, también yo me olvidaré de sus hijos” (4, 6). ¡Tremendo aviso para todos los sacerdotes indolentes!

También Jesús, el gran Maestro, parece exigirnos lo mismo, pues menciona muchas veces la lectura de la Sagrada Biblia (Mateo 12, 10; Marcos 12, 24; Juan 5, 39; etc.); y, ordinariamente, antes de hacer milagros a favor de personas particulares les preguntaban si tenían fe (Marcos 6, 56; 9, 24; Juan 9, 35).

Hay dos clases de fe: la ilustrada y la del carbonero. La fe del carbonero es la de las personas vagas (o que, en realidad de verdad, no han podido aprender) que se limitan a creer lo que la santa madre Iglesia cree; rezan sin fijarse en lo que dicen, y recitan el Credo -si es que lo saben-, como papagayos. Algo de eso pudo tolerarse en los siglos pasados; hoy, no. La fe ilustrada es aquella que no sólo conoce los cimientos de la misma, sino que sabe dar alguna explicación de cada uno de los misterios de nuestra santa religión.

Hoy, en que todos sabemos leer y podemos escuchar buenos programas religiosos, todos tenemos la obligación estricta de tener fe ilustrada no sólo para nuestro bien espiritual, sino también para dar razón de la misma a quien nos lo pidiere razonablemente (ver 1 Pedro 3, 15). Este conocimiento ilustrado de nuestra fe es hoy sumamente asequible: basta leer atentamente el Catecismo de la Iglesia Católica. Si a eso añadimos la lectura frecuente y devota de la Sagrada Biblia y de EL VISITANTE, tanto mejor. Todo esto está al alcance de todos en Puerto Rico.


La obediencia de la fe

Obedecer en la fe es someterse libremente a la palabra escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura. La Virgen María es la realización más perfecta de la misma. (CIC #144)
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