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Reflexión sobre la unidad

 
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Autor Mensaje
Robert Bentancur
Asiduo


Registrado: 03 Oct 2005
Mensajes: 218
Ubicación: Shangrilá - Canelones - Uruguay

MensajePublicado: Mie Jul 12, 2006 7:12 pm    Asunto: Reflexión sobre la unidad
Tema: Reflexión sobre la unidad
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Para poder intentar hacer una reflexión que pretenda incidir en un cambio positivo, en cualquier terreno que nos ubiquemos, un paso ineludible es tratar de partir de la realidad, más allá que esté o no de acuerdo a lo creemos como mejor. Es decir, una aproximación honesta a la verdad es el presupuesto básico en que tenemos que convenir como punto de arranque. Si no estamos dispuestos a recorrer ese camino de apertura, de visión honesta, no nos podemos quejar de consecuencias no deseadas. Y, seguramente, nos vamos a enredar en mil peleítas que salpican nuestro “hacer” y “decir” dividiéndonos, enfrentándonos como enemigos, envileciendo todo intento de construir valores. Como seguidores de Jesús, no podemos hablar impunemente de nada que no sea justamente eso, tratar de buscar la VERDAD que es Ël mismo.

Sin dudas sacar consecuencias de estas primeras aseveraciones llevaría todo un mundo de consecuencias. En esta oportunidad solamente quisiera invocar esta actitud de espíritu para reflexionar sobre un tema crucial: la unidad de nuestra Iglesia.

¿Qué datos tenemos de la realidad? Sólo apuntaré algunos. Tanto desde afuera como desde dentro se perciben signos contradictorios. Hay quienes sienten que es una fortaleza inamovible, otros la miran en forma indiferente u hostil, otros como una entidad lejana a sus angustias del día a día, otros como que está tan fracturada que no hay perspectivas de superación de desencuentros verificables… Una gama interminable de “sensaciones”. Y digo sensaciones porque de ellas no somos responsables. Y es normal que sea así. Son un punto clave de partida para intentar superar lo que veamos como negativo de la realidad. Sí somos responsables de las acciones que sigan a nuestros pensamientos o reflexiones.
En este punto es bueno tratar de rescatar algunos signos que quiso darle Dios a su Iglesia: una marca registrada que sea distintiva e inconfundible. ¿Por qué hacerlo? Porque hay que analizar las sensaciones iniciales para ver cuáles reflejan mejor dichos signos.

Casa paterna. Sinónimo de hogar, de amores, de padre, madre, hermanos, compañeros, amigos,… de “comunidad”. El pan (mensaje) que se comparte es Pan de Vida plena (es el propio Dios en su palabra y su entrega). Esa es la fortaleza y trascendencia. Es pan de unidad y amor.

Sin embargo, muchas veces se confunde el “clima de afectos, lugar de sobremesas largas, de igualdades, de fraternidad, de colores y signos diversos en la que quepan todos los hombres de buena voluntad”, se confunde con normativas y actitudes excluyentes como base pétrea, llena de reglamentos muchas veces anacrónicos, vidas miedosas y atrofiadas por falta de un ejercicio de la libertad que el Señor confió en nuestras manos.

Como puedo ser mal interpretado, a esta altura, salgo al cruce de dos cuestionamientos comunes. No se trata de ignorar, pasar por alto, toda una rica tradición de siglos y menos saltearnos esa Palabra inicial que nos une. Tampoco se trata de un ejercicio malsano de libertinaje que sirva de excusa para tapar nuestros límites. Muy por el contrario, es volver a las fuentes de la propuesta de Jesús. Es ahí donde no nos deben asustar los fantasmas (de los que varias veces habló: “No tengan miedo”), donde nuestra creatividad para cumplir elementos centrales como el encuentro con el otro, la búsqueda constante de la vocación de plenitud y felicidad depositadas por Dios en nuestros corazones, el encuentro con susurro del viento de la montaña, el compartir con quienes más dolores soportan,… sean los ejes alrededor de los cuales giren nuestras acciones.

Sí debemos cuidarnos de que las paredes de la casa paterna no se conviertan en muros inexpugnables, en vivir a la defensiva, en ver o imaginar enemigos en todos los que piensan distinto: son nuestros hermanos de humanidad, son nuestros prójimos.

Templo. Donde habita todo lo bueno: la Verdad, la Libertad, la Vida, la Esperanza,…el Amor. Con todas sus consecuencias. Estamos llamados a seguir construyendo este templo en cada vida, cada acción, cada palabra. No viene al caso lo pequeño que sea. El ejemplo del gesto de la viuda pobre, el ser fiel en lo poco, el ser buen administrador es lo que cuenta.

Y también revisar si no estamos desnaturalizando el proyecto del Gran Arquitecto. Nuestra Iglesia está diseñada para albergar una mesa opípara en donde nadie se sienta extraño. A menos que alguien sí quiera excluirse: la libertad inicial a que se arriesgó nuestro Creador siempre va a ser una constante. Pero no es bueno ponernos en jueces severos de otros, cargando pesadas cruces sobre sus hombros, cuando nosotros mismos no somos capaces de superar soberbias, miedos, dogmatismos, iras, exclusiones y otros límites. El que la mayoría enorme de la humanidad no haya conocido aún el anuncio de salvación, que tenemos en custodia, es signo más que evidente que nos queda mucho camino por recorrer.

Pero quienes queremos embellecer esta estructura nos tenemos que preguntar constantemente si ayudamos realmente a que ello suceda. ¿No habrá demasiado énfasis en oropeles, en estructuras de tipo mundano que contradicen el espíritu inicial de pobreza y austeridad, no estaremos copiando mal a los hijos del Zebedeo en sus pugnas de poder? Y, así, múltiples preguntas que nos vayan orientando en un ver consciente para disparar acciones de mejoras.

Por sus frutos los conoceréis, decía Jesús. ¿Cuáles son los frutos de nuestra Iglesia del siglo XXI?.

El repaso de las bienaventuranzas, entre otros elementos, pueden ser una buena guía. Pero, también, la revisión del “ved cómo se aman”.

Y, si como decía al principio, constatamos que hay desencuentros, desuniones, contradicciones, son justamente los indicadores necesarios para reorientar nuestras acciones para que estén impregnadas de realismo, amor, humildad y oración. Necesariamente tendrá que ser “en comunidad y no por decreto”. Y, también, de utilizar todas las herramientas se superación que tenemos en nuestras manos. En algún otro aporte he puesto algunos elementos del cómo aprovechar mejor esos recursos. Sin embargo, no percibo mayores inquietudes en esa línea.

En particular, en estos momentos que vive nuestra América Latina, un punto fundamental al que no se le da mayor relevancia, es la preparación del V Encuentro. Creo que es una magnífica oportunidad de canalizar inquietudes, propuestas, soluciones. De seguir construyendo “el Templo” y de volver a encontrarnos en la “Casa Paterna”.

Obviamente esto es sólo un inicio de reflexión, de búsqueda de los signos distintivos que como “católicos” nos tenemos que ayudar a encontrar. La invitación es seguir aportando desde el ángulo que cada uno considere más positivo.

Esforcémonos en recrear la confianza mutua, el afecto de hermanos, la misericordia, la generosidad… Mil temas difíciles que se convierten, si lo queremos y buscamos, en una oración agradable a Dios: “Que todos sean uno, como Tú, Padre estás en Mí y yo en Ti. Que ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado”.
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