¿Y nosotros qué le entregamos a Dios?

[María Esther]

Apreciados hermanos en Cristo:

A propçosito del post sobre la crisis vocacionesl quiero compartir con ustedes una breve reflexión.

Hace años, hace algunas generaciones, en casi todas las familias católicas había un sacerdote y una religiosa, cuando menos.

Hoy nuestras familias adolecen de la presencia de hombres y mujeres consagrados a Dios, de hombres y mujeres que deseen, desde la simplicidad de la pobreza y de la entrega perfecta al Señor, servir a la Iglesia como Ella debe ser servida.

Nos quejamos porque ya no hay sacerdotes, porque los seminarios y conventos estn vacíos pero ¿qué hacemos para remediarlo?

Podemos exhortar a los jóvenes para que escuchen el Llamado al Servicio, podemos acoger en nuertros corazones a todos aquellos que están en proceso de discernimiento vocacional, podemos rezar y ofrecer sacrificios por el aumento de las Vocaciones y, más aún, podemos ofrecerle a Dios nuestros propios hijos.

Hace algún tiempo un sacerdote se quejaba porque a Dios ya no le están siendo ofrecidos los hijos. Cuando un joven o una niña parecen tener inclinaciones hacia la Vida Consagrada el temor surge en muchos padres de familia y actúan como barreras casi infranqueables... como si la vida Consagrada y el éxito fueran incompatibles, como si fuera más importate una vida entregada a producir recursos económicos que una vida dedicada a trabajar por el Reino de Dios.

El semillero de las Vocaciones es y seguirá siendo la Familia Cristiana. Es allí donde aprendemos las primeras oraciones, donde la vivencia de Dios se hace concreta, diaria, propia. Es en la Familia donde aprendemos a amar a Dios y a obedecerlo, donde recibimos las bases de nuestra Fe.

Y también, muchas veces, es en la Familia en donde muchos niños encuentran la más grave oposición a la Iglesia y sus ministros, donde escuchan las más injustas acusaciones y críticas contra los hombres y mujeres que desean gastar su propia vida al servicio de Dios en la Vida Religiosa y en el Sacerdocio. Es en las familias en donde muchos ven perdidas sus ansias de Cielo porque pesan más las ansias temporales.

¿Qué estamos dispuestos nosotros, los creyentes, de entregar a Dios? ¿Acaso desearíamos que nuestros hijos e hijas lo amaran tan perfectamente que escucharan y acogieran el llamado a la entrega más radical? ¿Estamos dispuestos a entregarle al Señor las primicias de nuestro amor?

Si la respuesta es afirmativa no debemos temer: la futura generación contará con sacerdotes, religiosos y religiosas santos, conforme a lo que aprendieron en sus propias Familias.

[Simón Alemán]