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¿cuándo resucitamos?
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gunita-xaxa
Asiduo


Registrado: 30 Ene 2006
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MensajePublicado: Mar Ago 15, 2006 8:01 am    Asunto: ¿cuándo resucitamos?
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

Yo siempre he creído que cuando uno muere, inmediatamente se produce el juicio y vas al infierno, al cielo o al purgatorio. Pero hay unos versículos que no se interpretar porque parecen indicar que hay que esperar 'al último día' para resucitar, son los siguientes:

Dice así Jesús: "En verdad, en verdad os digo que llega la
hora, y es ésta, en que los muertos escucharán la voz del Hijo de Dios, y los que la
escucharen vivirán... Llegará la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su
voz y saldrán Ios que obraron bien resucitarán para la vida, y los que hicieron el mal
resucitarán para la condenación" (Jn 5,25-29).

"Es voluntad de mi Padre que todo el que
vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día" (Jn 6,40).

¿resucitamos inmediatamente después de morir?¿hay que esperar al último día?¿qué es eso del último día?¿qué sucede con nuestro cuerpo terrenal?
Gracias,
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Beatriz
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Registrado: 01 Oct 2005
Mensajes: 6434

MensajePublicado: Mar Ago 15, 2006 3:24 pm    Asunto: Re: ¿cuándo resucitamos?
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

gunita-xaxa escribió:
Yo siempre he creído que cuando uno muere, inmediatamente se produce el juicio y vas al infierno, al cielo o al purgatorio. Pero hay unos versículos que no se interpretar porque parecen indicar que hay que esperar 'al último día' para resucitar, son los siguientes:

Dice así Jesús: "En verdad, en verdad os digo que llega la
hora, y es ésta, en que los muertos escucharán la voz del Hijo de Dios, y los que la
escucharen vivirán... Llegará la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su
voz y saldrán Ios que obraron bien resucitarán para la vida, y los que hicieron el mal
resucitarán para la condenación" (Jn 5,25-29).

"Es voluntad de mi Padre que todo el que
vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día" (Jn 6,40).

¿resucitamos inmediatamente después de morir?¿hay que esperar al último día?¿qué es eso del último día?¿qué sucede con nuestro cuerpo terrenal?
Gracias,


Guinita, no, no resucitamos inmediatamente después de morir.

Si una persona muere en estado de gracia después de pasar por un juicio particular donde Dios nos pide cuentas de nuestra fe y obras, unos van al purgatorio antes de entrar en el cielo otros van directo al cielo.

Cita:
208. ¿Qué es el juicio particular?

1021-1022
1051

Es el juicio de retribución inmediata, que, en el momento de la muerte, cada uno recibe de Dios en su alma inmortal, en relación con su fe y sus obras. Esta retribución consiste en el acceso a la felicidad del cielo, inmediatamente o después de una adecuada purificación, o bien de la condenación eterna al infierno.

Compendio Catecismo


Si mueres en pecado mortal vas al infierno.

La resurrección de los muertos es después de esto. El día que solo Dios sabe cuál es, Jesús regresará y toda carne y todo hueso hecho polvo resucitará y pasaremos por un juicio Final y público. Unos resucitarán para la gloria eterna, otros resucitarán para la pena eterna.

Cita:
Evangelio: Mt 25, 31-46 »Cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria y acompañado de todos los ángeles, se sentará entonces en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las gentes; y separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha, los cabritos en cambio a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo: porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme». Entonces le responderán los justos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos peregrino y te acogimos, o desnudo y te vestimos?, o ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a verte?» Y el Rey, en respuesta, les dirá: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis». Entonces dirá a los que estén a la izquierda: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles: porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; era peregrino y no me acogisteis; estaba desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis». Entonces le replicarán también ellos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, peregrino o desnudo, enfermo o en la cárcel y no te asistimos?» Entonces les responderá: «En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también dejasteis de hacerlo conmigo. Y éstos irán al suplicio eterno; los justos, en cambio, a la vida eterna».


El Compendio del Catecismo dice:

Cita:

134. ¿Cómo se realizará la venida del Señor en la gloria?

675-677
680

Después del último estremecimiento cósmico de este mundo que pasa, la venida gloriosa de Cristo acontecerá con el triunfo definitivo de Dios en la Parusía y con el Juicio final. Así se consumará el Reino de Dios.

135. ¿Cómo juzgará Cristo a los vivos y a los muertos?

678-679
681-682

Cristo juzgará a los vivos y a los muertos con el poder que ha obtenido como Redentor del mundo, venido para salvar a los hombres. Los secretos de los corazones serán desvelados, así como la conducta de cada uno con Dios y el prójimo. Todo hombre será colmado de vida o condenado para la eternidad, según sus obras. Así se realizará «la plenitud de Cristo» (Ef 4, 13), en la que «Dios será todo en todos» (1 Co 15, 2Cool.



Puedes leer el Compendio del Catecismo completo aqui:
http://www.vatican.va/archive/compendium_ccc/documents/archive_2005_compendium-ccc_sp.html

que Dios te bendiga
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gunita-xaxa
Asiduo


Registrado: 30 Ene 2006
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MensajePublicado: Mar Ago 15, 2006 4:46 pm    Asunto: Re: ¿cuándo resucitamos?
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

Beatriz escribió:
gunita-xaxa escribió:
Yo siempre he creído que cuando uno muere, inmediatamente se produce el juicio y vas al infierno, al cielo o al purgatorio. Pero hay unos versículos que no se interpretar porque parecen indicar que hay que esperar 'al último día' para resucitar, son los siguientes:

Dice así Jesús: "En verdad, en verdad os digo que llega la
hora, y es ésta, en que los muertos escucharán la voz del Hijo de Dios, y los que la
escucharen vivirán... Llegará la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su
voz y saldrán Ios que obraron bien resucitarán para la vida, y los que hicieron el mal
resucitarán para la condenación" (Jn 5,25-29).

"Es voluntad de mi Padre que todo el que
vea al Hijo y crea en él tenga vida eterna y yo lo resucite en el último día" (Jn 6,40).

¿resucitamos inmediatamente después de morir?¿hay que esperar al último día?¿qué es eso del último día?¿qué sucede con nuestro cuerpo terrenal?
Gracias,


Guinita, no, no resucitamos inmediatamente después de morir.

Si una persona muere en estado de gracia después de pasar por un juicio particular donde Dios nos pide cuentas de nuestra fe y obras, unos van al purgatorio antes de entrar en el cielo otros van directo al cielo.

Cita:
208. ¿Qué es el juicio particular?

1021-1022
1051

Es el juicio de retribución inmediata, que, en el momento de la muerte, cada uno recibe de Dios en su alma inmortal, en relación con su fe y sus obras. Esta retribución consiste en el acceso a la felicidad del cielo, inmediatamente o después de una adecuada purificación, o bien de la condenación eterna al infierno.

Compendio Catecismo


Si mueres en pecado mortal vas al infierno.

La resurrección de los muertos es después de esto. El día que solo Dios sabe cuál es, Jesús regresará y toda carne y todo hueso hecho polvo resucitará y pasaremos por un juicio Final y público. Unos resucitarán para la gloria eterna, otros resucitarán para la pena eterna.

Cita:
Evangelio: Mt 25, 31-46 »Cuando venga el Hijo del Hombre en su gloria y acompañado de todos los ángeles, se sentará entonces en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las gentes; y separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá las ovejas a su derecha, los cabritos en cambio a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los que estén a su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo: porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber; era peregrino y me acogisteis; estaba desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme». Entonces le responderán los justos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos peregrino y te acogimos, o desnudo y te vestimos?, o ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y vinimos a verte?» Y el Rey, en respuesta, les dirá: «En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis». Entonces dirá a los que estén a la izquierda: «Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles: porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; era peregrino y no me acogisteis; estaba desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis». Entonces le replicarán también ellos: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, peregrino o desnudo, enfermo o en la cárcel y no te asistimos?» Entonces les responderá: «En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también dejasteis de hacerlo conmigo. Y éstos irán al suplicio eterno; los justos, en cambio, a la vida eterna».


El Compendio del Catecismo dice:

Cita:

134. ¿Cómo se realizará la venida del Señor en la gloria?

675-677
680

Después del último estremecimiento cósmico de este mundo que pasa, la venida gloriosa de Cristo acontecerá con el triunfo definitivo de Dios en la Parusía y con el Juicio final. Así se consumará el Reino de Dios.

135. ¿Cómo juzgará Cristo a los vivos y a los muertos?

678-679
681-682

Cristo juzgará a los vivos y a los muertos con el poder que ha obtenido como Redentor del mundo, venido para salvar a los hombres. Los secretos de los corazones serán desvelados, así como la conducta de cada uno con Dios y el prójimo. Todo hombre será colmado de vida o condenado para la eternidad, según sus obras. Así se realizará «la plenitud de Cristo» (Ef 4, 13), en la que «Dios será todo en todos» (1 Co 15, 2Cool.



Puedes leer el Compendio del Catecismo completo aqui:
http://www.vatican.va/archive/compendium_ccc/documents/archive_2005_compendium-ccc_sp.html

que Dios te bendiga


Estoy intentando aclararme con el catecismo y otros sitios, pero es que no me cuadran dos cosas:
1.- que sean necesarios dos juicios, pues si ya has sido juzgado una vez, ¿te van a juzgar otra vez por lo mismo? no le encuentro sentido. Y que sea un juicio privado y otro público ¿qué sentido tiene?
2.- que entiendo entonces que al morir sólo resucita el alma, el cuerpo se quedaría para la resurrección final o juicio final. Pero yo siempre he entendido que la persona es cuerpo-alma junto, no un cuerpo que se une a un alma, por tanto, si después de morir sólo resucita mi alma, no sería el yo 'entero', no sería yo.....¿me explico? para ser 'yo' tendría que resucitar cuerpo-alma junto. Así que después de morir si sólo resucita el alma es como si resucitase la mitad, la otra mitad de mi 'yo' seguiría muerta. Me parece muy complicado.
¿No podría ser que después de morir, el tiempo ya no cuenta, y entonces lo que llamamos juicio particular y general fuesen uno mismo y la resurrección fuera completa? quiero decir, que al morir, es como si ya estuvieramos todos en el juicio final, con los que han muerto antes y los que morirán después, pues el tiempo no existiría ya.? Sería como si entrasemos todos juntos en la eternidad al morir, no importase quien a muerto antes o después. Mientras, en la vida terrenal , seguiría contando el tiempo........¿me explico? por tanto lo de los dos juicios sería verdad pero visto desde esta vida, no desde la eternidad.
Gracias,
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MensajePublicado: Mar Ago 15, 2006 5:11 pm    Asunto: Re: ¿cuándo resucitamos?
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

gunita-xaxa escribió:

Estoy intentando aclararme con el catecismo y otros sitios, pero es que no me cuadran dos cosas:
1.- que sean necesarios dos juicios, pues si ya has sido juzgado una vez, ¿te van a juzgar otra vez por lo mismo? no le encuentro sentido. Y que sea un juicio privado y otro público ¿qué sentido tiene?


El primer juicio es el jucio particular, es decir, el de cada persona individualmente. El segundo jucio, es el juicio universal, el de toda la raza humana en su conjunto.

gunita-xaxa escribió:
2.- que entiendo entonces que al morir sólo resucita el alma, el cuerpo se quedaría para la resurrección final o juicio final. Pero yo siempre he entendido que la persona es cuerpo-alma junto, no un cuerpo que se une a un alma, por tanto, si después de morir sólo resucita mi alma, no sería el yo 'entero', no sería yo.....¿me explico? para ser 'yo' tendría que resucitar cuerpo-alma junto. Así que después de morir si sólo resucita el alma es como si resucitase la mitad, la otra mitad de mi 'yo' seguiría muerta. Me parece muy complicado.


El alma no resucita, porque nunca muere. El alma es inmortal.
El cuerpo es una característica inherentemente humana, pero no podemos dividir nuestro ser en cuerpo y alma separados. Nosotros somos: inmortales en el alma, con un cuerpo mortal.

Es como decir que una persona que pierde los brazos ya no será un persona completa.

gunita-xaxa escribió:
¿No podría ser que después de morir, el tiempo ya no cuenta, y entonces lo que llamamos juicio particular y general fuesen uno mismo y la resurrección fuera completa? quiero decir, que al morir, es como si ya estuvieramos todos en el juicio final, con los que han muerto antes y los que morirán después, pues el tiempo no existiría ya.? Sería como si entrasemos todos juntos en la eternidad al morir, no importase quien a muerto antes o después. Mientras, en la vida terrenal , seguiría contando el tiempo........¿me explico? por tanto lo de los dos juicios sería verdad pero visto desde esta vida, no desde la eternidad.
Gracias,


Creo que esto sólo lo sabremos al morir.

Saludos
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gunita-xaxa
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MensajePublicado: Mar Ago 15, 2006 6:06 pm    Asunto: Re: ¿cuándo resucitamos?
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

RT escribió:
gunita-xaxa escribió:

Estoy intentando aclararme con el catecismo y otros sitios, pero es que no me cuadran dos cosas:
1.- que sean necesarios dos juicios, pues si ya has sido juzgado una vez, ¿te van a juzgar otra vez por lo mismo? no le encuentro sentido. Y que sea un juicio privado y otro público ¿qué sentido tiene?


El primer juicio es el jucio particular, es decir, el de cada persona individualmente. El segundo jucio, es el juicio universal, el de toda la raza humana en su conjunto.

gunita-xaxa escribió:
2.- que entiendo entonces que al morir sólo resucita el alma, el cuerpo se quedaría para la resurrección final o juicio final. Pero yo siempre he entendido que la persona es cuerpo-alma junto, no un cuerpo que se une a un alma, por tanto, si después de morir sólo resucita mi alma, no sería el yo 'entero', no sería yo.....¿me explico? para ser 'yo' tendría que resucitar cuerpo-alma junto. Así que después de morir si sólo resucita el alma es como si resucitase la mitad, la otra mitad de mi 'yo' seguiría muerta. Me parece muy complicado.


El alma no resucita, porque nunca muere. El alma es inmortal.
El cuerpo es una característica inherentemente humana, pero no podemos dividir nuestro ser en cuerpo y alma separados. Nosotros somos: inmortales en el alma, con un cuerpo mortal.

Es como decir que una persona que pierde los brazos ya no será un persona completa.

gunita-xaxa escribió:
¿No podría ser que después de morir, el tiempo ya no cuenta, y entonces lo que llamamos juicio particular y general fuesen uno mismo y la resurrección fuera completa? quiero decir, que al morir, es como si ya estuvieramos todos en el juicio final, con los que han muerto antes y los que morirán después, pues el tiempo no existiría ya.? Sería como si entrasemos todos juntos en la eternidad al morir, no importase quien a muerto antes o después. Mientras, en la vida terrenal , seguiría contando el tiempo........¿me explico? por tanto lo de los dos juicios sería verdad pero visto desde esta vida, no desde la eternidad.
Gracias,


Creo que esto sólo lo sabremos al morir.

Saludos


Pero tú mismo estás diciendo que "no podemos dividir nuestro ser en cuerpo y alma separados, que el cuerpo es una característica inherente", ¿cómo entonces puede el cuerpo y el alma separarse en la muerte?
yaaaa.... porque el cuerpo es mortal y el alma inmortal, pero entonces estamos separando algo que no se puede separar sin que afecte nuestro "ser", no es lo mismo que perder los brazos, eso no nos hace más o menos hombres, pero si no tenemos alma: no somos hombres, y si no tenemos cuerpo: no somos hombres. La única solución sería admitir que después de morir, dejamos de ser hombres, hasta que resucite nuestro cuerpo, ¿y mientras que somos?¿almas en espera? supongo que será así, si Dios lo quiere, será lo mejor, pero sigo sin entenderlo bien.
Por lo demás, muchas gracias por las explicaciones,
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migueluk
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MensajePublicado: Mar Ago 15, 2006 6:26 pm    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

La muerte no es un estado natural del hombre, el hombre tiene dentro de naturaleza cuerpo. El hombre se separa en cuerpo y alma eso es la muerte, la resurecion es volver a tener el cuerpo. Dado que por su parte espiritual el hombre es inmortal, la muerte es un misterio, para mi curioso. jajaja. Porque no he sabido aun saber si es consecuencia del pecado original, o que es lo que pasa. De hecho tu alma sigue, pero el alma sin cuerpo es algo muy complicado de explicar, en el cuerpo estan muchas cosas como la memoria, los recuerdos etc etc etc, supongo que estaras en una situacion excepcional y de alguna forma Dios suplira las funciones del cuerpo (las intelectuales que se apoyan en el cerebro). Por eso la muerte es algo tan angustioso el hombre pierde una parte integrante de su ser.
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Beatriz
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Registrado: 01 Oct 2005
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MensajePublicado: Mar Ago 15, 2006 6:32 pm    Asunto: Re: ¿cuándo resucitamos?
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

gunita-xaxa escribió:


Pero tú mismo estás diciendo que "no podemos dividir nuestro ser en cuerpo y alma separados, que el cuerpo es una característica inherente", ¿cómo entonces puede el cuerpo y el alma separarse en la muerte?
yaaaa.... porque el cuerpo es mortal y el alma inmortal, pero entonces estamos separando algo que no se puede separar sin que afecte nuestro "ser", no es lo mismo que perder los brazos, eso no nos hace más o menos hombres, pero si no tenemos alma: no somos hombres, y si no tenemos cuerpo: no somos hombres. La única solución sería admitir que después de morir, dejamos de ser hombres, hasta que resucite nuestro cuerpo, ¿y mientras que somos?¿almas en espera? supongo que será así, si Dios lo quiere, será lo mejor, pero sigo sin entenderlo bien.
Por lo demás, muchas gracias por las explicaciones,


Lo que yo tengo entendido es que al morir el alma y el cuerpo permanecen unidos por más que uno se encuentre en el cielo y el otro se encuentre enterrado bajo tierra. Por lo menos, eso es lo que entendí.


Cita:
gunita-xaxa escribió:
¿No podría ser que después de morir, el tiempo ya no cuenta, y entonces lo que llamamos juicio particular y general fuesen uno mismo y la resurrección fuera completa? quiero decir, que al morir, es como si ya estuvieramos todos en el juicio final, con los que han muerto antes y los que morirán después, pues el tiempo no existiría ya.? Sería como si entrasemos todos juntos en la eternidad al morir, no importase quien a muerto antes o después. Mientras, en la vida terrenal , seguiría contando el tiempo........¿me explico? por tanto lo de los dos juicios sería verdad pero visto desde esta vida, no desde la eternidad.
Gracias,


El Compendio del Catecismo dice que escapa a nuestra imaginación cómo será la resurrección de los cuerpos. Nadie sabe a ciencia cierta cómo será.

En mi opinión, si Dios ha decidido que pasemos por dos juicios, uno privado y otro público, me imagino que sus razones tendrá.

Además, quien sabe cuánto beneficio traerá ese juicio privado. Pienso que en el juicio particular de cada uno Dios toma en cuenta también ciertos atenuantes como sufrimientos, dolores, traumas, el mal consejo de un superior, etc.

Por ejemplo, en el caso de los suicidas, puede ser que Dios tenga misericordia del alma que se ha suicidado y en su juicio particular tenga en cuenta ciertos atenuantes y en lugar de ir al infierno por quitarse la vida, termine en el purgatorio para luego pasar al cielo.

Quien sabe si durante nuestro juicio particular Dios escuche la oración de intercesión de las personas que nos quieren.

Quien sabe si Dios escuche la intercesión de la Virgen Santísima durante nuestro juicio particular.

En cambio, en el Juicio Final o público creo que ya no hay atenuante que valga. Según un evangelio apócrifo que leí nadie podrá interceder por nadie en el Juicio Final. Unos van a la gloria eterna y otros a la pena eterna. Como dice RT es el Juicio de toda la raza humana en su conjunto que será separada en dos grupos: los benditos y los malditos.

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migueluk
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MensajePublicado: Mar Ago 15, 2006 6:48 pm    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

El juicio particular es para cada uno, el universal para todos, simplemente se veran todas las obras de todos los hombres, razon de justicia ver tambien lo que hemos hecho bien y lo que hemos hecho mal, sirve para mi para una cosa al menos ante toda la humanidad se vera cada cosa que hagas o piensas, es bueno pensarlo para no quedarse ruborizado ante miles de millones de personas.
El arrepentimieto final cuando se muere creo que la oportunidad se la dara Dios a todos.
En cuanto a los suicidas decir, que en mi opinion la mayoria se salvan, porque es por un caso de problemas psicologicos extremos o enfermedad que tienen que hacer que la culpabilidad del acto quede muy limitada. Sino pregunten a una persona que haya tenido una depresion fuerte (no un dia malo) y que la haya pasado que se puede llegar a sentir. Durante tiempos ha habido ignorancia muy grande gracias a Dios ahora sabemos mas que antes de psicologia humana y se comprende mas la redencion, esas tonterias sobre el suicidio viene de gente absolutamente ignorante y estupida que prohibio enterrar a los suicidas en tierra sagrada (aunque tuvieran potestad para dictar esas leyes tenian que ser muy ignorantes y estupidos) Y asi hay gente que todavia no sabe la doctrina de la iglesia sobre el tema.
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Abraham Diaz
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Registrado: 05 Ene 2006
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MensajePublicado: Mar Ago 15, 2006 9:06 pm    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

Hola Gunita, al morir, el alma se separa del cuerpo, en ese sentido "dejamos de ser hombres" pero solo transitoriamente hasta q se de la resurreccion.
Los angeles son seres puramente espirituales, el hecho q no tengamos cuerpo mientras esperamos no implica q sea imposible la existencia en el Cielo solo de nuestra alma.

Saludos
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gunita-xaxa
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MensajePublicado: Mar Ago 15, 2006 10:13 pm    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

Abraham Diaz escribió:
Hola Gunita, al morir, el alma se separa del cuerpo, en ese sentido "dejamos de ser hombres" pero solo transitoriamente hasta q se de la resurreccion.
Los angeles son seres puramente espirituales, el hecho q no tengamos cuerpo mientras esperamos no implica q sea imposible la existencia en el Cielo solo de nuestra alma.

Saludos


Entonces los que están en el purgatorio son sólo las almas, es lo que se 'purifica', y los que después del juicio van al cielo o infierno, van sólo sus almas hasta el día del Juicio Final? ¿el 'cuerpo' no necesita purificación?
Saludos Abraham Smile
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Abraham Diaz
Constante


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Mensajes: 842

MensajePublicado: Mie Ago 16, 2006 12:18 am    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

-No se si el cuerpo necesite purificacion, por lo q se da, parece q no.

-Justamente por eso al referirnos a nuestros hermanos q estan en el purgatorio decimos benditas almas del purgatorio; por las q hay q ofrecer misas para su pronto descanso y encuentro con Dios.

-La diferencia entre un primer juicio particular y despues de eso todavia un juicio final no la recuerdo exactamente.
No estoy seguro de lo q te digo a continuacion, pero creo haber leido q aunq los q estan en el Cielo ahora gozan de felicidad, no seria el mismo estado q les tocara a los q les corresponde ir al Cielo despues de la resurreccion, q es mas pleno. Te repito q no estoy seguro.

Saludos
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Beatriz
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MensajePublicado: Mie Ago 16, 2006 4:25 am    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

Gunita, después de la resurrección nuestros cuerpos serán transformados, tendremos cuerpos gloriosos, esto es para los que resucitan para la gloria eterna.

El Espíritu y el «cuerpo espiritual» resucitado
Catequesis de S.S. Juan Pablo II en la audiencia general de los miércoles

4 de noviembre de 1998

1. «Nosotros -enseña el apóstol san Pablo- somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas» (Flp 3, 20-21).

Como el Espíritu Santo transfiguró el cuerpo de Jesucristo cuando el Padre lo resucitó de entre los muertos, así el mismo Espíritu revestirá de la gloria de Cristo nuestros cuerpos. San Pablo escribe: «Y si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros» (Rm 8, 11).

2. La fe cristiana en la resurrección de la carne ya desde sus inicios encontró incomprensiones y oposiciones. Lo constata el mismo apóstol san Pablo en el momento de anunciar el Evangelio en medio del Areópago de Atenas: «Al oír hablar de resurrección de los muertos unos se burlaron y otros dijeron: "Sobre esto ya te oiremos otra vez"» (Hch 17, 32).

Esa dificultad se vuelve a presentar también en nuestro tiempo. En efecto, por una parte, incluso quienes creen en alguna forma de supervivencia más allá de la muerte, reaccionan con escepticismo ante la verdad de fe que esclarece este supremo interrogante de la existencia a la luz de la resurrección de Jesucristo. Por otra, hay también quienes sienten el atractivo de una creencia como la de la reencarnación, arraigada en el humus religioso de algunas culturas orientales (cf. Tertio millennio adveniente, 9).

La revelación cristiana no se contenta con un vago sentimiento de supervivencia, aun apreciando la intuición de inmortalidad que se expresa en la doctrina de algunos grandes buscadores de Dios. Además, podemos admitir que la idea de una reencarnación brota del intenso deseo de inmortalidad y de la percepción de la existencia humana como «prueba» con miras a un fin último, así como de la necesidad de una purificación completa para llegar a la comunión con Dios. Sin embargo la reencarnación no garantiza la identidad única y singular de cada criatura humana como objeto del amor personal de Dios, ni la integridad del ser humano como «espíritu encarnado».

3. El testimonio del Nuevo Testamento subraya, ante todo, el realismo de la resurrección, también corporal, de Jesucristo. Los Apóstoles atestiguan explícitamente, remitiéndose a la experiencia que vivieron en las apariciones del Señor resucitado, que «Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de aparecerse (...) a los testigos que Dios había escogido de antemano a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre los muertos» (Hch 10, 40-41). También el cuarto evangelio subraya este realismo, por ejemplo, cuando nos narra el episodio del apóstol Tomás, a quien Jesús invitó a meter el dedo en el lugar de los clavos y la mano en el costado atravesado del Señor (cf. Jn 20, 24-29); y en la aparición que tuvo lugar a orillas del lago de Tiberíades, cuando Jesús resucitado «tomó el pan y se lo dio, y de igual modo el pez» (Jn 21 13).

Ese realismo de las apariciones testimonia que Jesús resucitó con su cuerpo y con ese mismo cuerpo vive ahora al lado del Padre. Ahora bien, se trata de un cuerpo glorioso, ya no sujeto a las leyes del espacio y del tiempo, transfigurado en la gloria del Padre. En Cristo resucitado se manifiesta el estadio escatológico al que un día están llamados a llegar todos los que acogen su redención, precedidos por la Virgen santísima, que «terminado el curso de su vida terrena, fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celeste» (Pío XII, constitución apostólica Munificentissimus Deus, 1 de noviembre de 1950: DS 3903, cf. Lumen gentium, 59).

4. Remitiéndose al relato de la creación, recogido en el libro del Génesis, e interpretando la resurrección de Jesús como la «nueva creación», el apóstol san Pablo puede, por consiguiente afirmar: «El primer hombre, Adán fue hecho alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida» (1 Co 15, 45). En efecto, la realidad glorificada de Cristo, por la efusión del Espíritu Santo, es participada de modo misterioso pero real también a todos los que creen en él.

Así, en Cristo, «todos resucitaran con los cuerpos de que ahora están revestidos» (IV concilio de Letrán: DS 801), pero nuestro cuerpo se transfigurará en cuerpo glorioso (cf. Flp 3, 21) en «cuerpo espiritual» (1Co 15, 44). San Pablo, en la primera carta a los Corintios, a los que le preguntan: «¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida?» responde usando la imagen de la semilla que muere para abrirse a una nueva vida: «Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano, de trigo por ejemplo o de alguna otra planta. (...) Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural resucita un cuerpo espiritual. (...) En efecto, es necesario que este cuerpo corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este cuerpo mortal se revista de inmortalidad» (1 Co 15, 36-37. 42-44. 53).

Ciertamente -explica el Catecismo de la Iglesia católica-, el «cómo» sucederá eso «sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento, no es accesible más que en la fe. Pero nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo» (n. 1000).

En la Eucaristía Jesús nos da, bajo las especies del pan y del vino, su carne vivificada por el Espíritu Santo y vivificadora de nuestra carne con el fin de hacernos participar con todo nuestro ser, espíritu y cuerpo, en su resurrección y en su condición de gloria. A este respecto, san Ireneo de Lyon enseña: «Porque de la misma manera que el pan que proviene de la tierra, después de recibir la invocación de Dios, ya no es un pan ordinario, sino la Eucaristía, constituida de dos cosas: una celeste, otra terrestre, así nuestros cuerpos, al recibir la Eucaristía ya no son corruptibles, puesto que tienen la esperanza de la resurrección» (Adversus haereses, IV, 18, 4-5).

5. Todo lo que hemos dicho hasta aquí, sintetizando la enseñanza de la sagrada Escritura y de la Tradición de la Iglesia, nos explica por qué «el credo cristiano (...) culmina en la proclamación de la resurrección de los muertos al fin de los tiempos y en la vida eterna» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 988). Con la encarnación el Verbo de Dios asumió la carne humana (cf. Jn 1, 14), haciéndola partícipe, por su muerte y resurrección, de su misma gloria de Unigénito del Padre. Mediante los dones del Espíritu y de la carne de Cristo glorificada en la Eucaristía, Dios Padre infunde en todo el ser del hombre y, en cierto modo, en el cosmos mismo, el deseo de ese destino. Como dice san Pablo: «La ansiosa espera de la creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios (...), con la esperanza de ser también ella liberada de la servidumbre de la corrupción para participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios» (Rm 8, 19-21).
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MensajePublicado: Mie Ago 16, 2006 9:01 am    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

Ahora entiendo el porqué habla de una muerte primera, la muerte corporal, y el primer juicio personal que sería como descubrir lo que hay en tu corazón y si vas al cielo, infierno o purgatorio (sólo el alma), y luego está la segunda muerte que sería la condenación definitiva producto del juicio de Dios al final de los días. La salvación de Jesús, el vencer a la muerte, se referiría pues a la muerte segunda. Jesús nos habría salvado con su muerte y resurrección de la segunda muerte o condenación a la que íbamos seguro por nuestros pecados.

Apoc. 2,10-11:
No temas por lo que vas a sufrir: el Diablo va a meter a algunos de vosotros en la cárcel = para que seáis tentados, = y sufriréis una tribulación de = diez días. = Manténte fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida.
El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias: el vencedor no sufrirá daño de la muerte segunda.

Juan 8,51:
51 En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás.» Está claro que aquí se debe referir a la muerte segunda (condenación).

También hay otra parte que dice que Jesús vendrá al final de los tiempos como juez de vivos y muertos. Interpreto que con ‘vivos’ se referirá a los que han muerto pero van a ser resucitados para la vida eterna, y ‘muertos’ a los que han muerto y serán condenados.

Y cuando muere Jesús y desciende a los ‘infiernos’, se podría interpretar que donde va es a ‘abrir las puertas a la vida’ a los que habían muerto antes de Jesucristo y se encontraban esperando ante la segunda muerte merecida. Al bajar Jesús al infierno suben con El todos los que se acogen a su salvación. Sería una forma de indicar que la salvación de Jesús era para todos los hombres de todas las épocas. Lo que quiero decir está mejor expresado en estas palabras que encontré en un artículo:

“LAS PUERTAS INFERNALES, FORZADAS. Por su muerte triunfó Cristo del último enemigo, la *muerte (lCor 15,26), y forzó las puertas infernales. La muerte y el Hades habían estado siempre al descubierto a la mirada de Dios (Am 9,2; Job 26,6) y ahora se ven obligados a restituir los muertos que retienen (Ap 20,13; cf. Mt 27,52s). Hasta la muerte del Señor era el infierno «el punto de cita de toda carne», el término fatal de llegada de una humanidad exilada de Dios, y nadie pedía salir antes de Cristo, «primicias de los que duermen» (1Cor 15,20-23), «primogénito de entre los muertos» (Ap 1,5). Para la humanidad condenada en *Adán a la muerte y a la separación de Dios, la *redención es la abertura de las *puertas infernales, el don de la vida eterna. La *Iglesia es el fruto y el instrumento de esta victoria (Mt 16,1Cool.”


En resumen, entiendo que si no hubiera venido Jesús, hubiera muerto y resucitado , bajado a los infiernos,….etc…No hubiera habido separación entre la primera muerte y la segunda y estaríamos todos en el infierno. ¡Anda que no soy torpe para entender! Y todavía alopeor digo alguna burrada….perdón si es así.

Gracias a todos.
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Beatriz
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MensajePublicado: Mie Ago 16, 2006 4:29 pm    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

Cita:
[quote="gunita-xaxa"] La salvación de Jesús, el vencer a la muerte, se referiría pues a la muerte segunda. Jesús nos habría salvado con su muerte y resurrección de la segunda muerte o condenación a la que íbamos seguro por nuestros pecados.


Gunita, hmmm como que no me suena muy bien lo de que Jesús nos habría salvado de la 'segunda' muerte. Suena mejor si dices que Jesús nos salvó de la muerte o condenación eterna.

Cita:
También hay otra parte que dice que Jesús vendrá al final de los tiempos como juez de vivos y muertos. Interpreto que con ‘vivos’ se referirá a los que han muerto pero van a ser resucitados para la vida eterna, y ‘muertos’ a los que han muerto y serán condenados.


Vivos son los que estarán vivos cuando Jesús regrese. Nadie sabe ni el día ni la hora, puede ser mañana, y tú estarías vivo. Resucitarán los que estuvieran muertos hasta ese día.

Cita:
Y cuando muere Jesús y desciende a los ‘infiernos’, se podría interpretar que donde va es a ‘abrir las puertas a la vida’ a los que habían muerto antes de Jesucristo y se encontraban esperando ante la segunda muerte merecida. Al bajar Jesús al infierno suben con El todos los que se acogen a su salvación. Sería una forma de indicar que la salvación de Jesús era para todos los hombres de todas las épocas.


Jesús desciende a los infiernos a buscar a todos los justos que murieron antes que El. Pero se dice que los justos del Antiguo Testamento esperaban en un lugar preparado para ellos que se le llama "el seno de Abraham", que no es el infierno, es decir, no sufrían las llamas del infierno.

Cita:
En resumen, entiendo que si no hubiera venido Jesús, hubiera muerto y resucitado , bajado a los infiernos,….etc…No hubiera habido separación entre la primera muerte y la segunda y estaríamos todos en el infierno. ¡Anda que no soy torpe para entender! Y todavía alopeor digo alguna burrada….perdón si es así.


No me suena lo de "separación entre la primera muerte y la segunda muerte". La Iglesia nunca lo ha mencionado, que yo sepa, y los Padres de la Iglesia tampoco, aunque si se menciona en la Biblia una 'primera muerte' y una 'segunda muerte'. Son misterios aún sin resolver. Mejor dejemos la interpretación de estos misterios a la Iglesia.

Lo importante es que Cristo venció a la muerte, y nosotros resucitaremos como El. Esta es la esperanza del cristiano. Y después de la resurrección con cuerpos gloriosos ya no habrá más enfermedad, ni muerte, ni dolor, ni sufrimiento. Todo será felicidad.

Bendiciones
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MensajePublicado: Mie Ago 16, 2006 8:17 pm    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

[quote="Beatriz"]
Cita:
gunita-xaxa escribió:
La salvación de Jesús, el vencer a la muerte, se referiría pues a la muerte segunda. Jesús nos habría salvado con su muerte y resurrección de la segunda muerte o condenación a la que íbamos seguro por nuestros pecados.


Gunita, hmmm como que no me suena muy bien lo de que Jesús nos habría salvado de la 'segunda' muerte. Suena mejor si dices que Jesús nos salvó de la muerte o condenación eterna.

Cita:
También hay otra parte que dice que Jesús vendrá al final de los tiempos como juez de vivos y muertos. Interpreto que con ‘vivos’ se referirá a los que han muerto pero van a ser resucitados para la vida eterna, y ‘muertos’ a los que han muerto y serán condenados.


Vivos son los que estarán vivos cuando Jesús regrese. Nadie sabe ni el día ni la hora, puede ser mañana, y tú estarías vivo. Resucitarán los que estuvieran muertos hasta ese día.

Cita:
Y cuando muere Jesús y desciende a los ‘infiernos’, se podría interpretar que donde va es a ‘abrir las puertas a la vida’ a los que habían muerto antes de Jesucristo y se encontraban esperando ante la segunda muerte merecida. Al bajar Jesús al infierno suben con El todos los que se acogen a su salvación. Sería una forma de indicar que la salvación de Jesús era para todos los hombres de todas las épocas.


Jesús desciende a los infiernos a buscar a todos los justos que murieron antes que El. Pero se dice que los justos del Antiguo Testamento esperaban en un lugar preparado para ellos que se le llama "el seno de Abraham", que no es el infierno, es decir, no sufrían las llamas del infierno.

Cita:
En resumen, entiendo que si no hubiera venido Jesús, hubiera muerto y resucitado , bajado a los infiernos,….etc…No hubiera habido separación entre la primera muerte y la segunda y estaríamos todos en el infierno. ¡Anda que no soy torpe para entender! Y todavía alopeor digo alguna burrada….perdón si es así.


No me suena lo de "separación entre la primera muerte y la segunda muerte". La Iglesia nunca lo ha mencionado, que yo sepa, y los Padres de la Iglesia tampoco, aunque si se menciona en la Biblia una 'primera muerte' y una 'segunda muerte'. Son misterios aún sin resolver. Mejor dejemos la interpretación de estos misterios a la Iglesia.

Lo importante es que Cristo venció a la muerte, y nosotros resucitaremos como El. Esta es la esperanza del cristiano. Y después de la resurrección con cuerpos gloriosos ya no habrá más enfermedad, ni muerte, ni dolor, ni sufrimiento. Todo será felicidad.

Bendiciones


Pues rectifico:
633 La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios (Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (Sal 89, 49;1 S 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el "seno de Abraham" (Lc 16, 22-26). "Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos" (Catech. R. 1, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados (cf. Cc. de Roma del año 745; DS 587) ni para destruir el infierno de la condenación (cf. DS 1011; 1077) sino para liberar a los justos que le habían precedido (cf. Cc de Toledo IV en el año 625; DS 485; cf. también Mt 27, 52-53). 1033

Entonces habría que distinguir entre 'infierno de la condenación' y sheol o hades, que sería un estado de infierno, pues se está separado de Dios, pero no es permanente. Para ser una parte del credo no lo tengo nada claro. Siempre había pensado que Jesús bajó a los infiernos, infiernos de verdad, donde están los condenados. ¿por qué no se utilizó otra palabra para evitar confusiones? Estoy hasta cabreada!
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MensajePublicado: Mie Ago 16, 2006 8:25 pm    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

[quote="gunita-xaxa"]
Beatriz escribió:
Cita:
gunita-xaxa escribió:
La salvación de Jesús, el vencer a la muerte, se referiría pues a la muerte segunda. Jesús nos habría salvado con su muerte y resurrección de la segunda muerte o condenación a la que íbamos seguro por nuestros pecados.


Gunita, hmmm como que no me suena muy bien lo de que Jesús nos habría salvado de la 'segunda' muerte. Suena mejor si dices que Jesús nos salvó de la muerte o condenación eterna.

Cita:
También hay otra parte que dice que Jesús vendrá al final de los tiempos como juez de vivos y muertos. Interpreto que con ‘vivos’ se referirá a los que han muerto pero van a ser resucitados para la vida eterna, y ‘muertos’ a los que han muerto y serán condenados.


Vivos son los que estarán vivos cuando Jesús regrese. Nadie sabe ni el día ni la hora, puede ser mañana, y tú estarías vivo. Resucitarán los que estuvieran muertos hasta ese día.

Cita:
Y cuando muere Jesús y desciende a los ‘infiernos’, se podría interpretar que donde va es a ‘abrir las puertas a la vida’ a los que habían muerto antes de Jesucristo y se encontraban esperando ante la segunda muerte merecida. Al bajar Jesús al infierno suben con El todos los que se acogen a su salvación. Sería una forma de indicar que la salvación de Jesús era para todos los hombres de todas las épocas.


Jesús desciende a los infiernos a buscar a todos los justos que murieron antes que El. Pero se dice que los justos del Antiguo Testamento esperaban en un lugar preparado para ellos que se le llama "el seno de Abraham", que no es el infierno, es decir, no sufrían las llamas del infierno.

Cita:
En resumen, entiendo que si no hubiera venido Jesús, hubiera muerto y resucitado , bajado a los infiernos,….etc…No hubiera habido separación entre la primera muerte y la segunda y estaríamos todos en el infierno. ¡Anda que no soy torpe para entender! Y todavía alopeor digo alguna burrada….perdón si es así.


No me suena lo de "separación entre la primera muerte y la segunda muerte". La Iglesia nunca lo ha mencionado, que yo sepa, y los Padres de la Iglesia tampoco, aunque si se menciona en la Biblia una 'primera muerte' y una 'segunda muerte'. Son misterios aún sin resolver. Mejor dejemos la interpretación de estos misterios a la Iglesia.

Lo importante es que Cristo venció a la muerte, y nosotros resucitaremos como El. Esta es la esperanza del cristiano. Y después de la resurrección con cuerpos gloriosos ya no habrá más enfermedad, ni muerte, ni dolor, ni sufrimiento. Todo será felicidad.

Bendiciones


Pues rectifico:
633 La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios (Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (Sal 89, 49;1 S 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el "seno de Abraham" (Lc 16, 22-26). "Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos" (Catech. R. 1, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados (cf. Cc. de Roma del año 745; DS 587) ni para destruir el infierno de la condenación (cf. DS 1011; 1077) sino para liberar a los justos que le habían precedido (cf. Cc de Toledo IV en el año 625; DS 485; cf. también Mt 27, 52-53). 1033

Entonces habría que distinguir entre 'infierno de la condenación' y sheol o hades, que sería un estado de infierno, pues se está separado de Dios, pero no es permanente. Para ser una parte del credo no lo tengo nada claro. Siempre había pensado que Jesús bajó a los infiernos, infiernos de verdad, donde están los condenados. ¿por qué no se utilizó otra palabra para evitar confusiones? Estoy hasta cabreada!


Gunita, Jesús si descendió a los infiernos.

Para que lo entiendas mejor, imagínate que el infierno es una casa y el seno de Abraham es una habitación dentro de la casa. Jesús descendió a la casa y sacó de la habitación a los justos que lo estaban esperando.

Los justos que se encontraban en el infierno estaban privados de la visión de Dios pero no sufrian el tormento que sufren los condenados.
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MensajePublicado: Mie Ago 16, 2006 9:00 pm    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

Querida Gunita Xaxa:
No te desanimes, vas muy bien y en algún momento de tu reflexión te sentiste oronda y satisfecha, pero las cosas como has visto no son tan sencillas.
Uno, no puedes dar por completamente cierta la primera inspiración que te viene a la cabeza, casi siempre hay que volverla a meditar.
Dos, tampoco puedes deshechar tu pensamiento a la primra refutación que se te presenta.
Tres, es conveniente tener en cuenta al Espíritu Santo, para que te ilumine.
Cuatro, nadie, ni tú siquiera, puedes descartar ser la persona que el Espíritu Santo escoja para despejar un camino de conocimiento en estos temas que se hallan abiertos a la imaginación, a la búsqueda y a la inspiración.
Quinto, tienes, a mi ver, una intuición magnífica, tú abriste el tema y eres tú quien mayor provecho le estás sacando.
Felicitaciones y ánimo, no desistas sino más bien persevera.
Saludos.
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Quieren abnegar su Gracia
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gunita-xaxa
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MensajePublicado: Jue Ago 17, 2006 8:41 am    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

Tres meditaciones sobre el Sábado santo
La angustia de una ausencia
por el cardenal Joseph Ratzinger


“Pero, aunque el sábado santo expresa íntimamente nuestra situación, aunque comprendamos mejor al Dios del sábado santo que al de las poderosas manifestaciones en medio de tormentas y tempestades, como las narradas por el Antiguo Testamento, seguimos preguntándonos qué significa en realidad esa fórmula enigmática: Jesús «descendió a los infiernos». Seamos sinceros: nadie puede explicar verdaderamente esta frase, ni siquiera los que dicen que la palabra infierno es una falsa traducción del término hebreo sheol, que significa simplemente el reino de los muertos; según éstos, el sentido originario de la fórmula sólo expresaría que Jesús descendió a las profundidades de la muerte, que murió en realidad y participó en el abismo de nuestro destino. Pero surge la pregunta: ¿qué es la muerte en realidad y qué sucede cuando uno desciende a las profundidades de la muerte? Tengamos en cuenta que la muerte no es la misma desde que Jesús descendió a ella, la penetró y asumió; igual que la vida, el ser humano no es el mismo desde que la naturaleza humana se puso en contacto con el ser de Dios a través de Cristo. Antes, la muerte era solamente muerte, separación del mundo de los vivos y –aunque con distinta intensidad– algo parecido al «infierno», a la zona nocturna de la existencia, a la oscuridad impenetrable. Pero ahora la muerte es también vida, y cuando atravesamos la fría soledad de las puertas de la muerte encontramos a aquél que es la vida, al que quiso acompañarnos en nuestras últimas soledades y participó de nuestro abandono en la soledad mortal del huerto y de la cruz, clamando: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?».
Cuando un niño ha de ir en una noche oscura a través de un bosque, siente miedo, aunque le demuestren cien veces que no hay en él nada peligroso. No teme por nada determinado a lo que pueda referirse, sino que experimenta oscuramente el riesgo, la dificultad, el aspecto trágico de la existencia. Sólo una voz humana podría consolarle, sólo la mano de un hombre cariñoso podría alejar esa angustia que le asalta como una pesadilla. Existe una angustia –la angustia auténtica, que radica en lo más íntimo de nuestra soledad– que no puede ser superada por el entendimiento, sino exclusivamente por la presencia de un amante, porque dicha angustia no se refiere a nada concreto, sino que es la tragedia de nuestra soledad última. ¿Quién no ha experimentado alguna vez el temor de sentirse abandonado? ¿Quién no ha experimentado en algún momento el milagro consolador que supone una palabra cariñosa en dicha circunstancia? Pero cuando nos sumergimos en una soledad en la que resulta imposible escuchar una palabra de cariño estamos en contacto con el infierno. Y sabemos que no pocos hombres de nuestro mundo, aparentemente tan optimistas, opinan que todo contacto humano se queda en lo superficial, que ningún hombre puede tener acceso a la intimidad del otro y que, en consecuencia, el substrato íntimo de nuestra existencia lo constituye la desesperación, el infierno.
Jean-Paul Sartre lo ha expresado literariamente en uno de sus dramas, proponiendo, simultáneamente, el núcleo de su teoría sobre el hombre. Y de hecho, una cosa es cierta: existe una noche en cuyo tenebroso abandono no resuena ninguna voz consoladora; hay una puerta que debemos cruzar completamente solos: la puerta de la muerte. Todo el miedo de este mundo es, en definitiva, el miedo a esta soledad. Por eso en el Antiguo Testamento una misma palabra designaba el reino de la muerte y el infierno: sheol. Porque la muerte es la soledad absoluta. Pero aquella soledad que no puede iluminar el amor, tan profunda que el amor no tiene acceso a ella, es el infierno.
«Descendió a los infiernos»: esta confesión del sábado santo significa que Cristo cruzó la puerta de la soledad, que descendió al abismo inalcanzable e insuperable de nuestro abandono. Significa también que, en la última noche, en la que todos nosotros somos como niños abandonados que lloran, resuena una palabra que nos llama, se nos tiende una mano que nos coge y guía. La soledad insuperable del hombre ha sido superada desde que Él se encuentra en ella. El infierno ha sido superado desde que el amor se introdujo en las regiones de la muerte, habitando en la tierra de nadie de la soledad. En definitiva, el hombre no vive de pan, sino que en lo más profundo de sí mismo vive de la capacidad de amar y de ser amado. Desde que el amor está presente en el ámbito de la muerte, existe la vida en medio de la muerte, «A tus fieles, Señor, no se les quita la vida, se les cambia», reza la Iglesia en la misa de difuntos.
Nadie puede decir lo que significa en el fondo la frase: «descendió a los infiernos». Pero cuando nos llegue la hora de nuestra última soledad captaremos algo del gran resplandor de este oscuro misterio. Con la certeza esperanzadora de que en aquel instante de profundo abandono no estaremos solos, podemos imaginar ya algo de lo que esto significa. Y mientras protestamos contra las tinieblas de la muerte de Dios comenzamos a agradecer esa luz que, desde las tinieblas, viene hacia nosotros.”

Gracias Sitibundo por tus ánimos y consejos.
Saludos, Very Happy
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MensajePublicado: Jue Ago 17, 2006 2:02 pm    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

Estimada Gunita

Creo que el catecismo es muy claro:

Cita:
633 La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (cf. Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios (cf. Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (cf. Sal 89, 49;1 S 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el "seno de Abraham" (cf. Lc 16, 22-26). "Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos" (Catech. R. 1, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados (cf. Cc. de Roma del año 745; DS 587) ni para destruir el infierno de la condenación (cf. DS 1011; 1077) sino para liberar a los justos que le habían precedido (cf. Cc de Toledo IV en el año 625; DS 485; cf. también Mt 27, 52-53).


Jesús descendió a los infiernos para rescatar a los justos que se encontraban en el seno de Abraham.

Todo lo que te he dicho es verdad y es conforme a la doctrina de la Iglesia.

En vista de tu duda sobre si Jesús descendió al infierno tuve que utilizar una metáfora para que entendieras que el seno de abraham se encontraba dentro del infierno como la habitación de una casa.

Cita:
"Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos" (Catech. R. 1, 6, 3).


El texto que copiaste de Ratzinger afirma también que Jesús descendió al infierno y para mayor explicación tienes el n.633 del Catecismo de la Iglesia Católica.

Me retiro de este tema porque me parece que tú crees que yo estoy peleando contigo y mi único deseo, sano y cristiano, era el de poder ayudarte.

que Dios te bendiga
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MensajePublicado: Jue Ago 17, 2006 2:30 pm    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

Gracias Gunita por el espléndido texto del entonces cardenal Rotzinger, sus pensamientos son muy reveladores.
«Descendió a los infiernos»
El cardenal escribió:
el sentido originario de la fórmula sólo expresaría que Jesús descendió a las profundidades de la muerte, que murió en realidad y participó en el abismo de nuestro destino
Este es el sentido exclusivo que yo he dado a la frase. Es necesario recalcar que Jesús murió y murió de absoluta mortandad.
murte que lo divide del Padre.
Jesús le dijo, a María Magdalena, No me toques porque aún no he subido al Padre. (Jn 20, 17)
...cuando atravesamos la fría soledad de las puertas de la muerte encontramos a aquél que es la vida, al que quiso acompañarnos en nuestras últimas soledades y participó de nuestro abandono en la soledad mortal del huerto y de la cruz, clamando: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?».

Ahora con exquisita coherencia y simplicidad nos aclara otra frase misteriosa "Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado.

Y por último nos obliga a pensar que después de la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, ni la vida y sobre todo ni la muerte son las mismas.
Porque la muerte es la soledad absoluta. Pero aquella soledad que no puede iluminar el amor, tan profunda que el amor no tiene acceso a ella, es el infierno.

Sin duda así era y así debía entenderse antes de el descenso a esos lugares que hizo Jesucristo.
En definitiva, el hombre no vive de pan, sino que en lo más profundo de sí mismo vive de la capacidad de amar y de ser amado. Desde que el amor está presente en el ámbito de la muerte, existe la vida en medio de la muerte, «A tus fieles, Señor, no se les quita la vida, se les cambia», reza la Iglesia en la misa de difuntos.

El triunfo de la esperanza.

La soledad insuperable del hombre ha sido superada desde que Él se encuentra en ella. El infierno ha sido superado desde que el amor se introdujo en las regiones de la muerte, habitando en la tierra de nadie de la soledad.

El poder de "los infiernos" se quebró para siempre con la irrupción que en él hizo el amor, con la presencia de la persona de Jesús que descendió hasta el abismo más frío, negro y solo.

Saludos y bendiciones.
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Quieren abnegar su Gracia
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oscar liber
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MensajePublicado: Jue Ago 17, 2006 5:59 pm    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

Saludos, se me hace dificil leer todas la intervenciones para poder opinar o sacar conclusiones al respecto, pero observo condetenimiento que los planteamientos echos por el(la) forista que apertura el tema son muy comunes entre los fieles, y se trata de uno de los puntos neuralgicos que las sectas utilizan para desviar la fe d elos incautos.

Sin querer pecar de sabio, al contrario para someter mis creencias particulares ante la fe de la Iglesia, me propongo exponerlas para leer sus respectivas opiniones.

1.-Cuando Resucitaremos? En el día Final.

2.-El alma requiere resucitar? NO, es Inmortal, a eso se refiere la palabra con : Dios es de Vivos no de Muertos.

3.- Que del Juicio Particular? Corresponde a la opción de destino del alma.

4.-Que del purgatorio? Los teologos afirman que podmeos abandonar la idea del purgatorio como un sitio, mas bien como un acto, todos seremos purificados, para algunos será terrible y eterno para otros no tanto depnde de la obra.....esto corresponde al alma.

5.-Quienes resucitan? Todos

6.- Que sucede en el día final? La condición definitiva del individuo.....

¿preguntas? ¿comentarios? ¿opinines? Fuen una forma muy particular de expresar mis opiniones!!!....
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Todo lo Puedo en Cristo que me Fortalece. Fil 4,13.
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gunita-xaxa
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MensajePublicado: Jue Ago 17, 2006 6:00 pm    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

Beatriz escribió:
Estimada Gunita

Creo que el catecismo es muy claro:

Cita:
633 La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (cf. Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios (cf. Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (cf. Sal 89, 49;1 S 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el "seno de Abraham" (cf. Lc 16, 22-26). "Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos" (Catech. R. 1, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados (cf. Cc. de Roma del año 745; DS 587) ni para destruir el infierno de la condenación (cf. DS 1011; 1077) sino para liberar a los justos que le habían precedido (cf. Cc de Toledo IV en el año 625; DS 485; cf. también Mt 27, 52-53).


Jesús descendió a los infiernos para rescatar a los justos que se encontraban en el seno de Abraham.

Todo lo que te he dicho es verdad y es conforme a la doctrina de la Iglesia.

En vista de tu duda sobre si Jesús descendió al infierno tuve que utilizar una metáfora para que entendieras que el seno de abraham se encontraba dentro del infierno como la habitación de una casa.

Cita:
"Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos" (Catech. R. 1, 6, 3).


El texto que copiaste de Ratzinger afirma también que Jesús descendió al infierno y para mayor explicación tienes el n.633 del Catecismo de la Iglesia Católica.

Me retiro de este tema porque me parece que tú crees que yo estoy peleando contigo y mi único deseo, sano y cristiano, era el de poder ayudarte.

que Dios te bendiga


Beatriz, no estoy peleando contigo, ¿qué te ha hecho pensar eso? simplemente estoy dando vueltas al tema porque soy dura de mollera (¿se escribe así?) y hasta que no entiendo y me 'encajan' las ideas sigo buscando y leyendo sobre el tema..... es que soy un poco 'cuadriculada' .
Pero me habéis aclarado mucho y te agradezco tus intervenciones. Además creo que decimos lo mismo, aunque quizás con distintas palabras, pero la idea es la misma.
Por favor, no te retires del tema y dime todo lo que creas conveniente. No me ofende que me digan que estoy equivocada, al contrario, me interesa que me corrijan porque no quiero tener, en lo que sea posible, ideas contrarias a la fe de la Iglesia. Te lo seguiré agradeciendo.
Very Happy
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JESUS, EN TÍ CONFÍO
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Beatriz
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Registrado: 01 Oct 2005
Mensajes: 6434

MensajePublicado: Jue Ago 17, 2006 11:32 pm    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

gunita-xaxa escribió:
Beatriz escribió:
Estimada Gunita

Creo que el catecismo es muy claro:

Cita:
633 La Escritura llama infiernos, sheol, o hades (cf. Flp 2, 10; Hch 2, 24; Ap 1, 18; Ef 4, 9) a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios (cf. Sal 6, 6; 88, 11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos los muertos, malos o justos (cf. Sal 89, 49;1 S 28, 19; Ez 32, 17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el "seno de Abraham" (cf. Lc 16, 22-26). "Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos" (Catech. R. 1, 6, 3). Jesús no bajó a los infiernos para liberar allí a los condenados (cf. Cc. de Roma del año 745; DS 587) ni para destruir el infierno de la condenación (cf. DS 1011; 1077) sino para liberar a los justos que le habían precedido (cf. Cc de Toledo IV en el año 625; DS 485; cf. también Mt 27, 52-53).


Jesús descendió a los infiernos para rescatar a los justos que se encontraban en el seno de Abraham.

Todo lo que te he dicho es verdad y es conforme a la doctrina de la Iglesia.

En vista de tu duda sobre si Jesús descendió al infierno tuve que utilizar una metáfora para que entendieras que el seno de abraham se encontraba dentro del infierno como la habitación de una casa.

Cita:
"Son precisamente estas almas santas, que esperaban a su Libertador en el seno de Abraham, a las que Jesucristo liberó cuando descendió a los infiernos" (Catech. R. 1, 6, 3).


El texto que copiaste de Ratzinger afirma también que Jesús descendió al infierno y para mayor explicación tienes el n.633 del Catecismo de la Iglesia Católica.

Me retiro de este tema porque me parece que tú crees que yo estoy peleando contigo y mi único deseo, sano y cristiano, era el de poder ayudarte.

que Dios te bendiga


Beatriz, no estoy peleando contigo, ¿qué te ha hecho pensar eso? simplemente estoy dando vueltas al tema porque soy dura de mollera (¿se escribe así?) y hasta que no entiendo y me 'encajan' las ideas sigo buscando y leyendo sobre el tema..... es que soy un poco 'cuadriculada' .
Pero me habéis aclarado mucho y te agradezco tus intervenciones. Además creo que decimos lo mismo, aunque quizás con distintas palabras, pero la idea es la misma.
Por favor, no te retires del tema y dime todo lo que creas conveniente. No me ofende que me digan que estoy equivocada, al contrario, me interesa que me corrijan porque no quiero tener, en lo que sea posible, ideas contrarias a la fe de la Iglesia. Te lo seguiré agradeciendo.
Very Happy


Perdóname Gunita. Mal interpreté tus palabras.

Seguimos en el tema Laughing

Dios te bendiga
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Beatriz
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MensajePublicado: Sab Ago 19, 2006 2:44 pm    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

Rosa M Ibáñez escribió:
Beatriz escribió:
Rosa M Ibáñez escribió:
Eduardo estas vviolando las reglas. No se aceptan doctrinas de los testigos de jehova. Por favor moderadores borrar esta participacion.

Los siento Eduado pero ojala y te borren. No debes incumpir las reglas.

Gracias.


Rosa, no leí a ningún Eduardo...


Porque lo borraron Beatriz pero ahora, con la excusa de responderte, vuelve otra vez a exponer sus doctrinas de los testigos de jehova... A mi Eduardo me parecia un hombre respetuoso pero ya veo que no lo es.

Esperemos que los moderadores lo borren otra vez. Y pido esto porque en este subforo se debe de dejar bien sentado quien es quieny deberia ser SOLO PARA CATOLICOS pero ya ves, se cuelan de todos lados...


Gracias Rosa

La revista Humanitas es católica. Pero veo que Eduardo ha sacado fuera de contexto algunas citas del artículo que publicó.

Publico el artículo COMPLETO sin citas sacadas fuera de contexto.



INCORPORACIÓN A LA PASCUA DE CRISTO. MUERTE Y RESURRECCIÓN

PAUL O'CALLAGHAN

En HUMANITAS Nro.30

Todo lo que no se da, se pierde (Charles Péguy).
No somos, sino que esperamos ser (Blaise Pascal).




Fenomenología de la muerte y de la inmortalidad

1. Para comprender la muerte a la luz de la inmortalidad
El tema de la muerte es un tema que se impone. Esquivarlo sería una sencilla falta de realismo. Nada tan cierto como la muerte, decía Séneca. Y san Agustín lo mismo: “todo es incierto; sólo la muerte es cierta”. “En este mundo nada es cierto, menos la muerte y los impuestos”, decía en una ocasión Benjamin Franklin. Pero a pesar de esta certeza y de la universalidad fáctica de la muerte humana, han sido muchos los modos, y a veces casi opuestos entre sí, en que ha sido comprendida y explicada. Ocurre a veces que las cosas más inmediatas, más obvias y conocidas (el tiempo, el ser, la felicidad) son las más polifacéticas, las más difíciles de entender y describir. Por eso, comienzo estas reflexiones partiendo de una común fenomenología de la muerte, descrita ampliamente por filósofos y literatos de nuestros tiempos (y de otros). Menciono tres aspectos.

Primero: la muerte se hace presente en medio de la vida del hombre. El hombre no sólo es un ser que en un futuro morirá, sino que de algún modo ya en esta vida está muriendo, y lo sabe. Ciertamente, el hombre percibe la muerte como fin de su existencia en la tierra, específicamente como la ruina de la existencia corporal, como una ruptura –por lo que se puede ver– de las relaciones que le unen con los demás hombres, consigo mismo, con sus proyectos y aspiraciones. Alguno ha descrito la muerte como “el triunfo de la irrelacionalidad total”. Pero la muerte también es algo que se hace presente en el ‘ahora’ de la vida humana. Max Scheler en su obra Muerte y supervivencia, ha descrito con maestría la vida del hombre que va hacia la muerte, percibida como una constricción y un encogimiento siempre mayores de las posibilidades reales que están a su disposición. La muerte, dice, nos es conocida por medio del envejecimiento, y llega a ser parte del tejido de la vida misma. Como pocos, el filósofo Martin Heidegger en su fenomenología del vivir cotidiano, Ser y Tiempo, ha descrito la muerte como algo que se adelanta en el ‘ahora’ de la vida del hombre, quien debe ser definido por ende como un ser-para-la-muerte; conviene, por lo tanto, acoger la muerte con plena libertad y conciencia. Igualmente Michele Federico Sciacca insiste sobre la seriedad de la muerte y su presencia en cada acto de la vida.
Aunque el existencialismo moderno ha sabido describir la muerte humana en una manera particularmente aguda, no se trata desde luego de un modo reciente de comprenderla. Media vita in morte sumus, cantaba el himno medieval, ‘ya en medio de esta vida nos encontramos inmersos en la muerte’, pues la vida nuestra es de por sí una vida mortal, una vida destinada a extinguirse. “La muerte se mueve como un topo”, decía el poeta George Herbert, “y va excavando mi tumba momento a momento”.[1] En un modo semejante Georg Simmel ha observado que los personajes de los lienzos de Rembrandt llevan clavados en toda su vida el character indelebilis de la muerte.
Por ello los estoicos clásicos y no sólo los ascetas cristianos han entendido nuestra vida como un memento mori, un tiempo para aprender a morir, para prepararse al trance final.

Segundo: la muerte se presenta al hombre no como un proceso de decaimiento por así decirlo ‘neutro’, sino como algo que no debería ocurrir, algo sencillamente intolerable y repugnante, algo metafísicamente deficiente. El hombre instintivamente resiste la gradual disgregación de su vida que culmina en la muerte; la considera espontáneamente como el mal mayor de su existencia, el mal que de algún modo encierra, expresa y hace culminar todos los demás. La tendencia exacerbada, común en nuestros tiempos, de querer desembarazarse de la conciencia de la muerte es indicio de lo mismo. “No existe la muerte natural”, decía Simone de Beauvoir. “Todos los hombres son mortales: pero para cada hombre la muerte es como un accidente que, aunque lo reconozca y lo consienta, es una violencia indebida”. Esta conciencia espontánea lleva a Jean-Paul Sartre a reflexionar sobre lo absurdo que es una vida que se apaga con la muerte, y concluye: “todo lo que existe nace sin razón, se prolonga en la debilidad, y muere por casualidad”.[2] Como pocos el mismo autor ha criticado a fondo la visión heideggerana del hombre que vive lúcidamente como un ser-para-la-muerte. Hacia el final de la época del idealismo romántico, Kierkegaard expresaba un acentuado desdén hacia las imágenes que presentan la muerte como tal en una luz positiva, por ejemplo como una noche de reposo, como un dulce sueño. Asimismo Sciacca describe gráficamente los ‘disfraces de la muerte’. Y en un modo excepcionalmente claro, santo Tomás de Aquino insiste que la muerte es un mal, el mal más espantoso que existe en el orden creado, por la sencilla razón de que en ella se quita la vida. En la tragedia griega la muerte se presenta en el mismo modo. En la obra Alcestes de Eurípides, por ejemplo, la muerte aparece como una de las dramatis personae, siendo la ‘enemiga de los hombres y odiada de los dioses’.
Sin embargo, algunos autores de la época del idealismo romántico –por ejemplo Goethe, Mendelssohn, Hölderlin, Rilke y quizás Schopenhauer– consideraron la muerte como algo sumamente deseable, como algo realizador del hombre. Se trata de una posición que ha influido no poco en algunas filosofías modernas, particularmente en Heidegger, y también en algunos planteamientos filosóficos y teológicos inspirados en él. A lo cual habría que decir: si en algún momento se puede llegar a afirmar que el evento de la muerte tenga algo de positivo, de bueno, de útil, presentándose por ejemplo como el momento culminante de la auto-realización de la persona, no será precisamente la fenomenología de la muerte, la experiencia común del morir humano, a ponerlo en evidencia. Deben de buscarse otras instancias, bien justificadas en la filosofía y en la revelación. Para una filosofía realista, el valor o la positividad que la muerte humana directa o indirectamente encierra, no puede partir de ella misma. Lo que es malo o metafísicamente deficiente es ininteligible; es incapaz de dar luz sobre sí misma. Y la muerte, sin duda, es oscuridad, es fin; es, como dice el Aquinate, passio maxime involuntaria.

Tercero: el contenido y el significado de la muerte humana se entienden principalmente a partir de la inmortalidad que el hombre espera y proyecta después de la muerte. El hombre resiste la muerte con tanta vehemencia no sólo por la natural repugnancia al sufrimiento y a la degradación de la vida terrena que lleva consigo el trance final, sino más bien por la profunda aspiración que experimenta hacia la inmortalidad, hacia el quedarse de algún modo para siempre, sentimientos que se desvanecen ante la destrucción que supone la muerte. En el soliloquio To be or not to be, Hamlet habla de aquel “pavor de un algo después de la muerte (‘the dread of something after death’). Una tierra no descubierta, desde la cual ningún caminante ha podido volver”. “Y si yo temo el morir”, afirma Malebranche, “esto es porque sé bien lo que voy a perder, y no se nada de lo que tendré”.[3] Toca a la muerte ‘cambiar la vida en destino’, decía André Malraux. “No tengo miedo a la muerte”, decía en un ocasión Jorge Luis Borges. “He visto morir a muchas personas. Pero tengo miedo a la inmortalidad. Estoy cansado de ser Borges”. Así el autor del cuento reincarnacionista El Inmortal dio expresión gráfica a una experiencia común de todos los hombres y de todos los tiempos. La misma intuición lo han tenido, asimismo, los grandes filósofos de la inmortalidad, Platón y san Agustín. El ‘evento’ de la muerte, como tal, se presenta como algo relativamente transitorio: doloroso ciertamente, pero por ser desconocido; problemático desde luego, sobre todo porque introduce el hombre a su destino final. La muerte, en efecto, da comienzo a una posible plenitud inmortal profundamente anhelada por el hombre (o un vacío imperecedero, que teme con todo su ser), una inmortalidad de la que, por otra parte, la muerte misma parece mofarse. Por esto se puede afirmar que el destino último del hombre, su inmortalidad, la que sea, es el horizonte que da sentido a su vida terrena y mortal, y por ende a su muerte. En otras palabras, ni la muerte, ni la vida terrena, se explican por sí solas; son conocidas en plenitud sólo a la luz de aquella vida inmortal, de gracia o de desgracia, de plenitud o de vacío, que al hombre le espera después de muerto. El punto programático de esta relación se encuentra aquí: el significado de la muerte se revela a la luz de aquella inmortalidad que el hombre proyecta y espera.

2. Dos formas de inmortalidad humana
Siguiendo el estudio de la teleología humana hecho por Antonio Ruiz Retegui, se puede decir que dos son los modos principales en que la cultura clásica griega dio expresión a la inmortalidad humana, dos modos, por otra parte, que pueden encontrarse en diversos contextos culturales y también en el nuestro: la inmortalidad de la vida humana, y la inmortalidad del ‘yo’ humano.

En el primer caso el hombre entiende y explica el anhelo profundo de perdurar para siempre como una inmortalidad por así decirlo ‘de su vida’, es decir, como una permanencia en la memoria de los dioses y de los hombres de las grandes obras y nobles hazañas que llevó a cabo en la tierra. En otras palabras, lo que perdura del hombre es la fama, la gloria, el nombre: el heroísmo en el campo de batalla, las obras artísticas o arquitectónicas de las que se hizo responsable, los hijos y riquezas que poseía. El verso heroico de Homero, Ovidio, así como los escritos de Herodoto, Tucícides y otros, dan amplia expresión a este fenómeno. El teatro trágico de Eurípides, Sófocles, Esiodo y otros confirman lo mismo en dirección contraria. “La muerte es terrible para aquellos para quienes con la vida se extingue todo”, decía Cicerón. “Pero no lo es para los que no pueden morir en la estima de los hombres”. El hombre desea que todo lo que en la tierra le llenaba el corazón de entusiasmo y sano orgullo, pueda perdurar para siempre en la memoria de su pueblo: el órgano de la memoria colectiva, por ello, es la ciudad, la polis, y su agente es el poeta, el artista y el escultor. Se piensa especialmente en el discurso que Tucícides recoge de Pericles, el gobernador de Atenas, quien describió su ciudad como el lugar de la memoria y de la inmortalidad del pueblo. En las palabras de Ruiz Retegui, es en “la memoria donde se guarda el recuerdo de la propia historia, [ella] es el órgano de la identidad”.
Al mismo tiempo, como es obvio, estas visiones generalmente excluyen la posibilidad de una inmortalidad del individuo, de la persona singular: en otras palabras, la muerte señala un punto ontológicamente final, la extinción de la vida del individuo, ligada enteramente a la vida terrena, a las alegrías y sinsabores de un mundo que pasa. Esta visión de la muerte, que mueve al hombre a dedicar sus mejores energías a la búsqueda de la felicidad en medio de los vaivenes de la historia, es compartida por una gran variedad de autores y sistemas a lo largo de la historia: por Epicuro y por los estoicos; se hace presente también en el marxismo humanista, entre los existencialistas nihilistas y en las distintas escuelas modernas de tanatología, etc. Habría que añadir también que una parte importante de la antropología implícita del Antiguo Testamento se mueve en esta línea.

El segundo tipo de inmortalidad, más típico del filósofo que del poeta, más del hombre espiritual que del militar, más del sabio que del político, considera que el hombre en el fondo de su ser individual es inmortal, es alma espiritual. Lo que no alcanzará la inmortalidad es precisamente lo que salta a la vista como caduco y efímero, es decir, la vida vivida, la dedicación y la entrega apasionadas, el éxito militar o político, la riqueza de la memoria histórica. Por el contrario, lo que queda del hombre después de la muerte y para siempre, es su alma inmortal, y con ella, en el mejor de los casos, las virtudes que han sido consolidadas en la tierra (especialmente la justicia y la veracidad), mediante el desprendimiento sistemático de todo lo que por propia naturaleza no puede participar en la eternidad.
Diversamente del planteamiento anterior, en este caso la muerte no significa la aniquilación del individuo, sino más bien la continuación para siempre de su parte mejor y espiritual, el alma, una vez disueltos los lazos de la carne, del mundo, de lo perecedero, de la vida ordinaria e histórica vivida y acumulada durante los años que el hombre pasa sobre la tierra. Es la posición típica del pitagorismo, de Platón y de los neo-platónicos, perenne en la historia de la antropología y de las religiones. Habría que señalar de todas formas que esta posición tiende hacia una cierta banalización de la muerte, porque en el trance final no se verifican en el hombre (es decir en su ser espiritual) ni mejoramiento ni empeoramiento sustanciales, sino más bien continuidad entre esta vida y la otra (semejante a ella) que empieza a partir de la muerte.
Por una parte, estas dos comprensiones del destino del hombre son claramente diversas, hasta opuestas, entre sí: en un caso se piensa en la inmortalidad de la vida del hombre, es decir en el valor perpetuo delante de la sociedad de sus obras vividas en y por medio de la historia; en el otro se habla más bien de la supervivencia del yo individual más allá de la historia humana. Se establece en el pensamiento clásico, en consecuencia, “una alteridad irresoluble: o pervive mi vida, pero no pervivo yo, o pervivo yo pero no pervive mi vida... Con otras palabras: o inmortalidad o eternidad”. Desde otro punto de vista, sin embargo, las dos posiciones reflejan un fondo metafísico común, típico de la conocida dialéctica atribuida a los filósofos Heráclito y Parmenides, que puede ser resumido en las siguientes palabras: lo que es caduco y sujeto al cambio (la vida humana, la historia del hombre) no puede hacer causa común con lo que es permanente y espiritual (el alma, inmortal desde siempre y para siempre), y viceversa. Además, desde el punto de vista antropológico, qué duda cabe, ellas dan expresión a los dos aspectos del único anhelo hacia la plenitud inmortal que caracteriza la vida del hombre: por una parte la búsqueda de una vida significativa, vivida de lleno junto con los demás hombres como ejercicio de la libertad plenamente injertada en el mundo, y por otra parte, la brama hacia la autonomía y libertad permanentes de la propia individualidad.
Y la pregunta queda: ¿es posible superar este dilema y hablar al mismo tiempo de una inmortalidad de la vida del hombre, que se integra en la inmortalidad del ‘yo’ humano?
Hasta un cierto punto la doctrina de la reencarnación (o metempsychosis) con sus numerosos variantes, parece ofrecer una solución: el espíritu inmortal del hombre retiene siempre su individualidad e identidad, mientras vaya trasladándose de cuerpo en cuerpo, asegurando en este modo una inmortalidad ‘personal’ vivida siempre en un contexto corporal, social e histórico. Se trata de todas formas de una solución pobre y a corto plazo. De hecho, entre las doctrinas reencarnacionistas hay que optar antes o después entre dos posibilidades: o bien el ciclo de encarnación, desencarnación y reencarnación se repite perpetuamente en un círculo eterno sin fin, o bien el ciclo se verifica un numero finito de veces hasta conseguir la purificación cabal del alma, que no necesitará más del apoyo purificador del cuerpo. En otras palabras, no se dará nunca una plena integración de las dos ‘inmortalidades’.
Como en tantas otras instancias será la perspicacia de un Nietzsche en detectar y revelar el común materialismo de fondo del pensamiento clásico en su doble vertiente, antes descrita, y ofrecernos –aunque sea indirectamente– una pista de solución para superar el dilema. “Una sola cosa es necesaria”, decía en La Gaya Ciencia, y es ésta, que “el hombre adquiera su cumplimiento por sí mismo y consigo mismo, sea por la poesía, sea por el arte...”. En otras palabras, el hombre obtiene su inmortalidad y plenitud con los propios medios. En los dos casos antes reseñados, en efecto, el hombre las pretende alcanzar con los recursos que tiene a su inmediata disposición: o bien con un intenso obrar propio, un actuar que antes o después gasta su ser y lo deja extenuado, o bien por ser él mismo inmortal, desde siempre, y por ello, para siempre.
Justo en este punto se percibe la clara diferencia que introduce la visión cristiana en la comprensión del hombre y de su destino; ésta considera la inmortalidad –tenga la forma que tenga– como un don personal que procede solamente de Dios. A la vez, ella se muestra capaz de integrar plenamente las dos comprensiones de la inmortalidad humana frente a la muerte, porque –como veremos más adelante– se muestra capaz de acoger no sólo la vida humana, vivida y gozada de lleno, en cuanto compartida con el Dios hecho hombre, sino también la individualidad humana, la concreta y personal vida de este hombre, de aquél, de cada miembro de la sociedad. Con esta intuición de fondo, se puede decir, el pensamiento cristiano logra evitar la banalización de la muerte humana que resulta o bien de la pura aniquilación del individuo y de sus proyectos y aspiraciones, o bien de la mera pervivencia de un espíritu humano capaz de pasar, impertérrito e inalterable, a través de sucesivos nacimientos y muertes.
Habrá que ver más despacio, de todas formas, cómo se forma y cómo se plantea la comprensión cristiana del más allá del hombre.

La muerte del cristiano como incorporación a la Pascua del Señor
1. El enigma de la muerte y el don de la vida eterna y la resurrección de los muertos
“Quien come mi carne y quien bebe mi sangre [o ‘quien cree en mi’] tiene la vida eterna y yo le resucitaré en el último día” (Jn 6,54). Así, en pocas palabras, el Señor resume toda la promesa del Padre para los que creen en Él, expresando esta fe o bien por medio del renacimiento bautismal (cf. Jn 3,3-15), o bien por la vida eucarística (cf. Jn 6,30-58). Y el Símbolo de la Fe resume el mensaje bíblico en los siguientes términos: “espero en la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”. Se trata de una promesa que en realidad determina –o debería determinar– toda la vida del cristiano. “Estamos hechos para el cielo”, decía el Papa Juan Pablo II en una reciente catequesis romana. La promesa es grande, inimaginable, se podría decir, y a la vez sencilla. Dios promete al creyente nada menos que una participación perpetua en la propia vida trinitaria. Y la causa del cristianismo cae o se mantiene en pie –se puede decir– según se cumple esta promesa o no.
Al mismo tiempo, es lícito y necesario afirmar que la perspectiva y la promesa de la vida eterna y de la resurrección final, esenciales a la predicación de la Iglesia, no parecen hablar con fuerza incisiva a muchas personas de la época en que vivimos. A veces, incluso entre cristianos consecuentes, una tierra prometida más allá de la muerte resulta poco atractiva y convincente. Quizás en otros momentos de la historia una promesa de este género llenaba de esperanza y de consolación los corazones de muchos. Más todavía, la amenaza de la posibilidad de perder la vida eterna (es decir, la condenación perpetua) movía, aunque fuese indirectamente, a los cristianos a tomar en serio aquella perspectiva y promesa en todo su riqueza humana y misionaria. Hoy en día un planteamiento de este tipo en la predicación de la Iglesia parece tener, por lo que se ve, menos eficacia. Se entiende que sea así: en efecto, los cristianos han siempre intuido que el temor a perder la vida eterna y la plenitud humana no puede, a la larga, ser el motor de la vida de un hijo de Dios. “Quien teme no es perfecto en la caridad” (1 Jn 4,18). Además, aunque no fuese por estas razones, la promesa de una vida en que el hombre queda absorbido en Dios para siempre, teniendo en cuenta las diatribas de Miguel de Unamuno y otros al respecto, en general convence a relativamente pocas personas.
Hay varias razones que pueden dar razón de esta actitud difundida de relativa indiferencia o hasta de mofa hacia las realidades ultraterrenas que la Iglesia es llamada a predicar. Menciono dos.
En primer lugar, como enseña la fe cristiana, la vida eterna y la resurrección de los muertos que Dios promete a los que creen en Él son, en el sentido estricto de la palabra, un don del cielo, fruto de la divinización del hombre por obra del Espíritu de Cristo. Y en muchos casos el hombre prefiere no ser deudor de los demás; tiene el instinto de querer realizarse con las propias fuerzas, fiándose poco de las promesas de otras personas, sobre todo si son eximias (como en este caso), exorbitantes y difícilmente verificables. No quiere que otros –y ni siquiera Dios– se encarguen de su felicidad perpetua; prefiere conquistarla paso a paso, con los propios recursos. Aquel intra in gaudium Domini tui, con que la Vulgata traduce Mt 25,21, sopla al hombre sospechas de esclavitud perpetua o de aburrimiento sin fin. Al héroe Aquiles le pareció mucho mejor hacer el mendigo en este mundo que ser rey de las sombras en el otro. Con esta lógica a alguno le podría parecer preferible “reinar en el infierno que servir en el cielo”, como se lee en El paraíso perdido de John Milton.
Esta actitud refleja ciertamente algo de aquella pecaminosidad con que nace el hombre, aquella falta de fe, de filiación, de sencillez, que anidan en el corazón humano, y que según el evangelista san Juan el Espíritu Santo intenta descubrir y superar (Jn 16,5-11). Con todo, es natural y espontáneo para el hombre fiarse, creer. Más aun, ¿se trata de una actitud que surge sólo a partir del pecado?
Hay otra razón que se aduce para explicar esa difidencia, antes aludida, incluso entre creyentes, hacia la promesa de la vida eterna, y es ésta: el hombre se da cuenta que la realización de la promesa de la vida eterna debe pasar necesariamente a través de la muerte. La oferta del don más grande de Dios es condicionada, así parece, por la muerte del hombre, es decir por la destrucción de todos sus planes personales, por el fin de sus proyectos más queridos, por una conciencia impuesta de la caducidad de las amistades y relaciones humanas que han llenado su vida de felicidad y riqueza en un mundo que inexorablemente pasa. Parece que el precio que debe pagar para entrar en la eternidad es precisamente la destrucción de la propia vida, del propio yo, de todos los dones recibidos del mismo Dios que le ha creado, y que dice quererle hasta el punto de prometerle la vida eterna. Y esta pérdida de su propio ser y de todo lo que le parece bueno y bello, de todo lo que le llena el corazón, le parece un contrasentido, una mueca cínica, un precio demasiado alto para pagar. La realidad de la muerte que se hace presente en medio de la vida se presenta como un convite al hombre a desprenderse siempre más de todo aquello que ciertamente va a perder en ella. Para poder recibir todo de Dios, y para que Dios sea “todo en todos” (1 Cor 15,28), parece que el hombre no tiene más remedio que dejar de lado lo que el mundo tiene de bueno, de bello y de grande. La renuncia de la vida terrena, con toda su riqueza, goce y plenitud, es el precio que un Dios celoso ante la felicidad humana reclama para donar al hombre la vida eterna, la divinización. El hombre es invitado a hacer, por así decirlo, un cálculo de beneficios: vende cuanto tiene, como insinúa la parábola evangélica (Mt 19,21), y, relictis omnibus (Mt 19,27), adquiere la vida eterna. En pocas palabras, la imagen de la vida terrena del hombre como un valle de lágrimas con la promesa de una vida inefablemente llena y feliz después de la muerte, puede caber en la corazón y en la pluma del poeta, del místico, del soñador, pero para muchos suena a una proyección indebida de los anhelos humanos de infinidad, con un fondo de hastío impaciente hacia la vida terrena, por ser limitada y caduca.
Es comprensible que alguna vez el peso dado por la predicación cristiana al tema de la vida eterna haya hecho pensar que los creyentes dan poco valor a esta vida, hasta el punto de despreciarla. La esperanza cristiana en la vida eterna parece ser fuente y expresión de una fundamental alienación en la vida de los hombres; incluso algunos autores, como Nietzsche, dicen que se trata de un verdadero odio a la vida. De todas formas, la validez o no de esta censura dependerá del modo en que se entiende la muerte humana y su presencia en el ‘ahora’ de la fe y de la esperanza del peregrino cristiano.

2. El cristiano ante la muerte
La muerte (y como consecuencia el modo de vivir en la tierra) se puede presentar y entender en dos posibles modos.
Por una parte, se puede decir que los límites y la caducidad de la tierra y de la vida humana en general corresponden sencillamente a la naturaleza de las cosas, y por ello a la voluntad del Creador; son destinados a una eventual eliminación, o bien en la muerte, o bien en la consumación de la historia. Por lo tanto la vida del más allá consiste sencillamente en la cercanía a Dios, y viene asegurada cuando el hombre se aparta siempre más de lo caduco y mortal, de los bienes pasajeros, de los altibajos de las pasiones humanas. Si la muerte es ‘natural’, por fuerza esta vida es esencialmente pasajera y poco relevante.
Por otra parte, se puede pensar que el carácter perecedero del mundo (y por ende la inherente caducidad de todos los proyectos humanos, el sufrimiento, la fragilidad del amor humano, y todo lo que, a nuestros ojos, será eliminado con la muerte humana) no es ni originario ni duradero en el hombre, sino histórico, fruto de un accidente desafortunado pero no definitivo al interior de la misma realidad creada, es decir a partir de la voluntad histórica del hombre (el pecado), y no del proyecto de Dios. La muerte entonces, sería ‘pena’, pérdida de los dones que Dios quería dar a los hombres.
Santo Tomás de Aquino expresa esta tensión entre los dos modos de explicar el origen de la muerte y de la caducidad humanas con la siguiente frase: necessitas moriendi partim ex natura, partim ex peccato: la necesidad que el hombre tiene de morir se debe en parte a su naturaleza, a su constitución física, al modo en que Dios le ha constituido, en parte al pecado. En base a muchos textos de la Escritura, la teología cristiana ha siempre situado el pecado en el origen de la muerte humana. Al mismo tiempo no ha podido negar que la muerte corresponde también, sencillamente, a la naturaleza caduca de la realidad material y corporal del hombre. Pero habría que preguntar: cuando se habla del origen natural y/o pecaminoso de la muerte, ¿se trata de partes iguales, de partes comparables entre sí? Si la muerte es algo plenamente natural y deseado por Dios, entonces no habría que temerla; el gradual morir del hombre y la muerte misma deberían constituir momentos intrínsecos de la vida humana en su caminar hacia la realización plena. Si por el contrario es de origen pecaminoso, si ella constituye la faz exterior del pecado, entonces toda la vida humana, vivida en la caducidad y en medio a una mortalidad siempre más invadente, es vislumbrada bajo el signo del pecado. Se trata indudablemente de un tema complejo, presente a lo largo de la historia de la teología cristiana, complejo, pero no indiferente, pues de la solución dada dependerá la actitud vivencial del creyente frente al morir y a la muerte.
Yendo más a lo concreto, podemos preguntar: para entrar en la vida eterna pasando, a lo largo del peregrinar terreno, bajo el umbral de la muerte, ¿se debe decir que el creyente es obligado a renunciar para siempre al mundo creado, corrompido por el pecado, rompiendo para siempre los lazos con todo lo que tiene de atractivo, de apasionante, de hermoso, de ‘natural’, como algo fundamentalmente incompatible con su destino, con la vida eterna prometida, rodeada de la santidad de Dios, viendo en este mundo caduco la omnipresencia del pecado? O más bien, ¿se trata de una renuncia provisional de esta realidad cuyo centro vivo –el hombre– ha sido en algo dañado por el pecado, con vistas de recuperar el bien perdido de algún modo después de la muerte?
En realidad la acusación a los cristianos de ser enemigos de la vida, del mundo, de la carne, de los bienes creados, de la sociabilidad humana, de la dinámica inherente a las cosas, obedece a la visión desencarnada, espiritualista, ‘platónica’ de la muerte que enseña al hombre la necesidad de apartarse definitivamente de todo lo creado en cuanto caduco o corrompido. Por el contrario, la segunda comprensión de la muerte –entendida como renuncia provisional de los bienes terrenos– parece pecar de materialismo y de falta de confianza en Dios quien se ha empeñado en hacer feliz al que cree en Él, donándole su propia vida a precio precisamente de ‘dejar todas las cosas y seguirle’ (cf. Mt 4,22). Además, en las dos soluciones se entrevé, en el fondo, un cierto ‘espíritu de cálculo’, a primera vista difícilmente compatible con la auténtica esperanza cristiana y con la confianza en la abundancia de la gracia de Dios: el primero porque se decide renunciar definitivamente a algo de por sí apetecible, con vistas a conseguir un bien mayor y definitivo, y el segundo porque renuncia de momento al bien tangible y caduco con la esperanza de poderlo recuperar posteriormente.
De todas formas está claro que la dinámica de la esperanza exige entenderla en diálogo con la vida vivida del hombre en este mundo. Como decía Santiago del Cura en un reciente estudio sobre escatología, será “aquí, en la praxis pre-mortal de la esperanza, donde se decidirá seguramente el debate actual entre los diversos modelos que se hallan ahora en concurrencia”. Y esto, lógicamente, a la luz de la fe en Jesucristo, muerto y resucitado.

3. La incorporación del cristiano a la muerte y resurrección de Cristo
Es de notar como en el Nuevo Testamento los creyentes encontraron toda la firmeza y pujanza de su fe en la experiencia de encontrarse con Jesucristo resucitado. El puro recuerdo de la vida terrena del Señor y de su ejemplo luminoso les sabía a poco. Su fe nueva encontró el contenido y punto de apoyo inamovible en la Persona del Resucitado de entre los muertos, en El que es vivo e intercede ante el Padre por nosotros (Heb 7,25): Dios confirmó el carácter incondicional de su amor paterno para con los hombres resucitando en la fuerza del Espíritu Santo al propio Hijo encarnado “cuyo reino no tendrá fin”. De esta fe sencilla e incontestada de la primera hora de la era cristiana, de una fe algo domesticada quizás entre los cristianos de tiempos posteriores, habría que señalar tres aspectos.

Primero, el hecho de que los que vieron al Maestro después de resucitado en seguida conectaron estos encuentros con la promesa de una resurrección futura destinada precisamente para ellos. Cristo resucita y por lo tanto ellos, creyentes en El, se hacen portadores de la misma promesa de resurrección. En otras palabras, la resurrección de Cristo, en quien creyeron, fue percibida espontáneamente como un bien para ellos. “Pues si de Cristo se predica que ha resucitado de los muertos, ¿cómo entre vosotros dicen algunos que no hay resurrección de los muertos?” (1 Cor 15,12). “Sabemos que quien resucitó al Señor Jesús, también con Jesús nos resucitará y nos hará estar con vosotros” (2 Cor 4,14). “Yo soy la resurrección y la vida”, dice el Señor. “El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Jn 11,25). Habría que reflexionar más detenidamente sobre esta intuitiva y firme conexión que los primeros cristianos hicieron entre la resurrección de Cristo tres días después de su muerte, y la suya, todavía esperada; si no fuese por ella, ciertamente, no sería fácil humanamente explicar esa alegría incontenible que les producía el encuentro con el Señor resucitado y la esperanza de prometida vuelta en la gloria. Además, no se trata sólo de una convicción de cada uno de ellos, tomados uno a uno, es decir como individuales creyentes que en muchos casos habían compartido anteriormente la vida terrena de Jesús, sino de una esperanza eclesial, una promesa destinada a todos los hombres, con quienes compartían la misma vida caduca y el mismo mundo. La fuerza arrolladora del espíritu misionero de Pablo y de los Apóstoles tiene su punto de partida en esta promesa pascual. En la comunidad de los creyentes, incorporados a Cristo por la fe y por el bautismo, viviendo del pan eucarístico en espera de la vuelta del Señor Jesús en la gloria (cf. 1 Cor 11,26), empieza a hacerse presente ya la promesa de una resurrección futura; Dios comienza a establecer en modo definitivo su señorío sobre todo el creado,[4] para poder ser al final de los tiempos “todo en todos” (1 Cor 15,28).

Segundo, esta promesa de un futuro de plenitud humana y gloriosa era inseparable de la necesidad de seguir al Maestro también en su muerte, como una condición sine qua non para la resurrección prometida; se confirma que, en efecto, el premio eterno vendrá después de la muerte del hombre, y a condición de ella, en el mismo modo que la salvación ha venido al mundo por medio de la muerte del Señor. Sobre este punto san Pablo insiste con fuerza. “Cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús”, dice a los cristianos de Roma, “fuimos bautizados para participar en su muerte... Con El hemos sido sepultados por el bautismo para participar en su muerte, para que, como El resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque, si hemos sido injertados en El por la semejanza de su muerte, también lo seremos por la de su resurrección” (Rm 6,3-5). Y en Colosenses, se lee que “con El fuisteis sepultados en el bautismo y en El asimismo fuisteis resucitados por la fe en el poder de Dios, que le resucitó de entre los muertos” (Col 2,12). Y es por eso, en el contexto del gran juicio que se acerca, que los cristianos pueden proclamar entusiastas, “bienaventurados los muertos que mueren en el Señor” (Ap 14,13). En virtud de la resurrección prometida, Pablo puede exclamar: “para mí la vida es Cristo, y la muerte, ganancia” (Fil 1,21). La presencia de la muerte como fruto de la unión con Cristo era algo muy real, práctico e inmediato en la vida de los nuevos creyentes, precisamente por lo vivo de su esperanza en la resurrección. Por ella estaban dispuestos a sufrir una muerte injusta y cruel, dando un testimonio inequívoco (martyría) de su fe en Jesucristo. En pocas palabras, la muerte del cristiano es vivida como una verdadera participación en la muerte y resurrección de Cristo: lo que le sucedió a Él se hará presente, por la fuerza del Espíritu, en los que creen en El, es decir, en el creyente que es incorporado a la Pascua de Cristo. Se comprueba de nuevo, y con especial fuerza, lo que hemos señalado al inicio de estas páginas: la muerte del hombre, y su vida desembocada inevitablemente hacia la muerte, se comprenderán y se resolverán principalmente a la luz de la inmortalidad percibida o esperada.

Tercero, después de afirmar el vínculo entre la resurrección de Cristo y la del cristiano, y el paralelo entre la Pascua de Cristo y la pascua del creyente, hay que preguntarse más específicamente en qué modalidad se da esta incorporación, muriendo ‘con’ Cristo para resurgir ‘con’ Él. Se pueden sugerir tres posibilidades.
1. ¿Se trata de una imitación de la extraordinaria nobleza y valentía de Jesús que le llevó a morir para ser obediente a su Padre y fiel a sus discípulos, algo semejante a la muerte de Sócrates? Ciertamente sí, pues los cristianos siguen y deben seguir las virtudes luminosas que llevaron a Jesús a la muerte en Cruz. Pero la incorporación a la Pascua no se limita a un puro ejemplo de mansedumbre y de humildad, de obediencia y de caridad, lo cual sería compatible con una comprensión espiritualista del hombre. La visión platónica, por ejemplo, presenta la condición de feliz inmortalidad del hombre como un premio para su fidelidad, por medio de las virtudes que consolidaba mientras vivía en la tierra y se desprendía de lo caduco y pasajero. En este caso se trata, como es sabido, de una inmortalidad desencarnada, la de un espíritu puro que es inmortal desde siempre y por ello lo será para siempre. En tal caso Cristo, o Sócrates, o cualquier otro podría ofrecer un ejemplo deslumbrante de virtud y de firmeza ante a la muerte. Pero la incorporación del cristiano a la Pascua de Cristo no se puede limitar a una imitación de ese género.
2. Cuando se piensa en la incorporación a la Pascua de Cristo, ¿se trata quizás de una virtualidad ya contenida en la naturaleza humana y en la realidad de la muerte misma, que comienza a verificarse a partir de Cristo, siendo El el “primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8,29)? Si se acepta la llamada teoría de la ‘opción final el momento de la muerte’, la posición podría ser aceptable; algo se puede decir también en esta dirección de los autores que hablan de una exigencia natural para la resurrección final. De todas formas, la teoría de la opción final en el momento de la muerte no está exenta de serias dificultades. Además una exigencia natural para la resurrección puede decirse sólo en el orden de la causalidad final, no en aquella eficiente; en otras palabras la resurrección es siempre obra gratuita de Dios, sin que para ser gratuita, tenga que ser contraria a la naturaleza humana, pues Dios, el “Dios de vivos” (Mc 12,27), ha hecho al hombre, a este hombre, para la vida. En todo caso aquí se parte de la idea que la muerte tiene una bondad metafísicamente intrínseca, lo cual no es fácil probar, ni por parte de la revelación, ni a partir de la filosofía.
3. Habrá que ir más a fondo todavía para explicar en plenitud la recta comprensión cristiana de la ‘incorporación a la Pascua de Cristo’. Los discípulos, preparados por la fe del Antiguo Testamento, sabían que para poder entrar en la gloria de la resurrección, de la vida sempiterna, hacía falta algo más del ejemplo de Cristo, de su palabra (como luego pensaban los gnósticos) y de los recursos humanos; en la resurrección se comprometía el poder y la gracia de Dios mismo, quien obra en y por medio de la Persona de Jesucristo. Los discípulos de Jesús, judíos creyentes, sólo podían imaginar que se verificase la resurrección a partir del poder de Jahweh, del Dios omnipotente, del Dios vivo que da la vida. Si la fe cristiana pretende ser la continuación y la culminación de las promesas de Dios al pueblo hebraico, se debe afirmar que la superación eventual de la muerte sólo puede verificarse en virtud del poder misericordioso y recreador del Dios, hecho presente en la muerte y resurrección de su Hijo y nuestro Señor Jesucristo, y comunicado a los creyentes en el bautismo, en la Eucaristía y en la palabra de Dios. La incorporación sacramental a la muerte y resurrección de Jesús no se presentaba a los cristianos, por así decirlo, como un modo cualitativamente mejor de vivir y morir, como una caricia divina que consuela el creyente en medio de esta vida mortal, sino como el único modo de vivir y morir si se aspiraba a la plenitud humana en la gloria de Dios para siempre. Como hemos visto antes, la vida eterna y la resurrección de los muertos constituyen un don que sólo Dios puede otorgar a los hombres. Y para el creyente se hacen presentes no sólo en la semejanza de la Pascua de Jesucristo (como la causa ‘ejemplar’ de la vida cristiana que empuja al hombre hacia la virtud, y le revela la naturaleza propia), sino a causa de esa Pascua. En otras palabras, el cristiano puede mirar con paz y tranquilidad hacia el momento de la muerte y en espera de una futura resurrección por su confianza en Dios, y no por lo que la muerte es en sí misma.
Resumiendo los apartados anteriores, se puede decir lo siguiente: la fe pascual de los cristianos es especificada por tres factores: por su cometido misionero universal (pues se trata de una promesa destinada a todos los hombres, y no meramente a los individuos creyentes); por la necesidad de aceptar plenamente la muerte, en obediencia filial al Padre (pues la promesa se realiza sólo a través y a condición de ella); por una confianza plena que se dirige en fin de cuentas sólo a la omnipotencia divina (pues la salvación es una obra de Dios por medio de la Pascua de su Hijo).
Las explicaciones dadas en los párrafos anteriores dan por supuesto dos cosas. Primero que la fe en la resurrección –don de Dios–, y la fuerza que emana de ella, son mediadas por así decirlo ‘corporal’ y socialmente. En otras palabras la resurrección de Cristo (y por ende nuestra resurrección futura) es una realidad sensible y comunicable, y por ende plenamente humana. Se trata, desde luego, de una cuestión muy debatida en nuestros días. Segundo, como consecuencia, se entiende que la resurrección de los muertos se debe desplazar hacia un momento futuro, cronológicamente distinto del momento de la muerte de cada uno, precisamente para que pueda ser única y común a todos los hombres, y por ello, expresión de su plenitud social. Hay que tener en cuenta, de todas formas, que esta comprensión de la resurrección lleva consigo una lectura de la literatura apocalíptica –en la que se radica la doctrina escatológica en general, y la de la resurrección en particular– que precisa ser comprendida in modo justo. A esta cuestión volvemos ahora nuestra atención.

4. El sentido de los textos apocalípticos
Refiriéndose a la naturaleza del retorno de Cristo en la gloria al final de los tiempos (la Parusía), Giacomo Canobbio dice que “el problema fundamental es el de la interpretación de las afirmaciones apocalípticas del Nuevo Testamento”. En efecto, a lo largo del siglo XX se ha avanzado mucho en la interpretación de estos textos que abundaban antes, durante y después en la vida de Jesús, entre judíos y cristianos, y que se encuentran también ampliamente esparcidos a lo largo de los libros del Nuevo Testamento. Se trata de textos fundamentales que se encuentran en la base de toda escatología cristiana, especialmente en lo que se refiere a la ‘escatología final’, es decir cuando la historia de la salvación llega a su culminación: Parusía, resurrección, juicio, etc.
Hoy se acepta pacíficamente la necesidad de superar una interpretación demasiado literal (o ‘fundamentalista’) de estos textos, y con razón, pues la apocalíptica tiende a presentar la consumación final del mundo y de la historia humana en términos fuertemente simbólicos y coloridos, y también en un modo conflictivo y dialéctico, si no dualista. Tomado en un sentido literal, el ‘nuevo eón’, según muchas obras de tipo apocalíptico, parece descender directamente del trono de Dios, desplazando completamente el mundo actual, lleno de pecado y maldad, en este modo vanificando para siempre las aspiraciones, proyectos y obras de los hombres.
Sin embargo, es también bastante frecuente encontrar una interpretación muy distinta e incluso opuesta de estos textos, tomándolos como enunciados con un valor exclusivamente significativo o existencial: ellos se limitan a ser una expresión gráfica del sentido de lo último que el creyente experimenta ante la trascendencia de Dios, normalmente en un contexto de agudo sufrimiento personal y de graves crisis sociales. No se trata, en otras palabras, de una verdadera promesa para toda la humanidad que será realizada en el futuro. Algunos autores sugieren una variación de esta segunda posibilidad: los textos apocalípticos se refieren en efecto a un final de toda la historia humana que ciertamente tendrá lugar en un momento desconocido, pero se trata de un futuro del que no sabemos nada; el valor de estos textos está justo en su capacidad de despertar en los hombres el sentido de lo último, del señorío de Dios ante la caducidad humana.
Desde el punto de vista de la doctrina de la fe y del contexto de la entera historia de la escatología cristiana, ninguna de las dos posiciones (la literal o la existencial) ofrece, a mi parecer, un cuadro completamente satisfactorio. Para esclarecer una hermeneútica adecuada de estos textos, sean de proveniencia hebrea o cristiana, habría que profundizar en dos cuestiones, que nos limitamos a enunciar brevemente. Primero, en la comprensión del éschaton cristiano como una realidad que viene de Dios como don de su amor, es decir, en virtud del obrar del Espíritu Santo; y segundo, a la luz de la continuidad existente entre la vida terrena de Jesús y su estado glorioso y resucitado. Por supuesto estos dos momentos interpretativos, el pneumatológico y el cristológico, se relacionan estrechamente entre sí.
En lo que respecta a la interpretación pneumatológica de estos textos, se puede sugerir lo siguiente, aunque todavía habría que profundizar mucho en la cuestión. El premio de la vida eterna es, desde luego, un don de Dios para todos los hombres, don que produce en el hombre histórico una saludable reacción existencial, pero que no se reduce ni se limita a tal reacción. Es un don que, lógicamente, tiene como protagonista imprescindible al Espíritu Santo, un don por lo tanto que obra en continuidad con la vida del hombre divinizado por el bautismo, en quien ya se ha hecho presente ‘la vida eterna’ por la fe (cf. Jn 6) y la resurrección espiritual (cf. Col 3,1-4), un don por ende que no puede no recoger y llevar a cumplimiento el don precedente de la creación, y no puede no ser coloreado, empapado y perfumado por la respuesta fatigosa y esperanzada del hombre peregrino que ha vivido su vida de lleno en esta tierra. El éschaton supone una novedad, desde luego, pero se trata de una novedad de donación, una intensificación del ser, y no una novedad de naturaleza, o metamorfosis.
En lo que se refiere al segundo punto, es decir al misterio de Cristo mismo, muerto y resucitado, que la Iglesia celebra en la Sagrada Eucaristía “hasta que El vuelva” (1 Cor 11,26) en la gloria, se puede sugerir: el Señor que resucita glorioso es el mismo Jesús de Nazaret que ha vivido entre los hombres; su humanidad gloriosa recoge y eterniza la memoria, el cansancio, las heridas, las amistades trabadas durante su intenso peregrinar terreno. Al presentarse ante los discípulos después de resucitado, Jesús les invitaba a mirar “mis manos y mis pies, que yo soy” (Lc 24,39). Es decir, no les pedía de mirar su cara, radiante de gloria, sino sus manos y sus pies, portadores perpetuos de las heridas ‘recibidas en la casa de su padre’, heridas con las que siempre intercede por los que se acercan a Dios (cf. Heb 7,25). En Él el señorío de Dios se ha hecho presente ya, sin desplazar ni destruir todo lo que Dios había creado por medio del Verbo (cf. Jn 1,2), lo que había suscitado por medio de la palabra de los profetas. “La caña cascada no la quebrará y no apagará la mecha humeante hasta hacer triunfar el derecho” (Mt 12,20).
“El problema clave de la Resurrección de los muertos no es pues únicamente el problema de la nueva unión del alma con el cuerpo, la identidad de éste, etc. sino el problema de la recepción de la vida que es la que configura la identidad personal. Quizá”, sugiere Ruiz-Retegui, “la recepción del cuerpo en la resurrección se identifique con la recepción de la vida que se ha vivido”.

5. El contenido de la promesa de la resurrección final
¿En qué consiste, entonces, la resurrección del hombre, de todos los hombres? ¿Cuál es el contenido de esa esperanza? ¿Cómo será la corporeidad resucitada, el mundo glorioso de la humanidad resucitada? Ciertamente san Pablo quería evitar que los fieles de Corinto tuviesen una comprensión demasiado grosera y mundana del estado del hombre resucitado (cf. 1 Cor 15,35 ss.), aunque ofrece unas algunas caracterizaciones de tal estado. Al hombre resucitado se le prometía sencillamente la gloria, una gloria semejante a la de su Señor Jesucristo (Fil 3,20-21; cf. Rm 6,5). Jesucristo mismo decía a los fariseos que los resucitados serán ‘como los ángeles’ (cf. Mc 12,25), y en realidad poco más se puede decir.
Pero al mismo tiempo, los primeros creyentes estaban convencidos de un hecho a primera vista de poca importancia, y en realidad esencial en el mensaje pascual: la gloria prometida era destinada a ellos, a su humanidad, en una fuerte continuidad con su existencia terrena e histórica; serían ellos al resucitar de entre los muertos. La primitiva liturgia romana hace ver como los cristianos consideraron al Señor Jesús, en su humanidad, por así decirlo, como ‘uno de ellos’. De hecho la Iglesia ha declarado siempre su fe en la resurrección ‘de la carne’, como una expresión inequívoca, anti-gnóstica, del valor de la creación y de la vida terrena tomadas íntegramente, de la historia humana, de las obras nimias o grandes llevados a cabo en este mundo, a pesar de su caducidad. Muchos documentos de la Iglesia han hablado además de la resurrección de esta carne, ‘de estos cuerpos’, para enseñar entre otras cosas que, en virtud de la gloriosa revelación de los hijos de Dios (el juicio final), existe una fuerte continuidad ética y humana entre la vida terrena y la esperada vida celeste: seremos juzgados en base a lo que hemos hecho ‘en el cuerpo’ (2 Cor 5,10).[5] Esta esperanza de plenitud coincide, además, con la vuelta del Señor Jesús en la gloria, la Parusía. En otras palabras, la fuerza del testimonio que dieron los cristianos a Jesús se refería no sólo al hecho de haberle visto resucitado, sino también a la firme esperanza con que aguardaban su vuelta, a veces con tanta vehemencia que muchos de ellos pensaban que la Parusía estaba por irrumpir en cualquier momento.
Se entiende que muchos tratados actuales de escatología sean reticentes a la hora de ‘describir’ la realidad del estado resucitado; se trata de una reacción comprensible a la tendencia quizás demasiado extendida entre los manuales llamados ‘neo-escolásticos’ de ofrecer descripciones detalladas de la situación final del hombre. Pues, como dice san Pablo: “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Cor 2,9). Como hemos visto, el creyente debe acercarse con particular circunspección a los textos de la Escritura de tipo apocalíptico y escatológico, para no sacar de ellos, con una lectura literalista, lo que no pretenden decir. Pero hay que tener en cuenta históricamente que la fe en la resurrección de los muertos ha constituido una afirmación no sólo de tipo teológico, es decir como promesa del despliegue definitivo del poder misericordioso de Dios, sino también de tipo antropológico. “Por favor, hermanos”, decía san Ignacio de Antioquía a los cristianos de la Iglesia de Roma, pensando ya en su inminente martirio, “no me privéis de esta vida, no queráis que yo muera... dejad que pueda contemplar la luz; entonces seré hombre plenamente. Permitid que imite la pasión de mi Dios”. Es lícito afirmar que toda la antropología cristiana empezaba y se consolidaba a partir de la promesa de la futura resurrección del hombre, de todos los hombres. La resurrección daría la clave definitiva para comprender lo que es el hombre y el destino último al que Dios le había llamado. Por eso se entiende que algunos padres de la Iglesia han considerado la resurrección como el antecedente inmediato y necesario para el juicio final. Incluso algún autor más reciente, de inspiración marxista, habla de la necesidad de la resurrección de la carne como condición para la restitución de la justicia en el mundo.
Más en particular, habría que decir que la resurrección final, para que pueda ser considerada como realidad plenamente humana, constituye la recuperación y la plenitud de la vida social del hombre, en base ciertamente a la relación que lo une con su Creador y Salvador, pero también e inseparablemente a lo que le une con los demás hombres, sus iguales, con los cuales ha construido la ciudad terrena, en obediencia pronta e inteligente al mandato de Dios de dominar la tierra (cf. Gn 1,26-27), y por medio de los cuales se ha hecho cristiano y ha desarrollado su humanidad. Se podría notar además el hecho de que la misma fe en el mensaje divino y humano de la resurrección se origina casi siempre a partir del testimonio de otras personas: el de los ángeles y de los mismos creyentes cristianos; en otras palabras, la resurrección en su origen y contenido expresa inequívocamente el carácter plenamente ‘social’ del hombre.
“¿Puede un hombre adquirir la perfección total y hallarse al final del camino”, se preguntaba Joseph Ratzinger, “mientras se siga sufriendo por su causa, mientras que la culpa a él debida siga influyendo en la tierra y haciendo sufrir a gente?” Gabriel Marcel entendía la inmortalidad y el drama de la muerte dentro una comprensión prevalentemente interpersonal del hombre: “enamorarse significa decirle a una persona: tú no deberías morir nunca”. Y el poeta John Donne decía lo mismo en otra forma: “la muerte de cada hombre me disminuye, pues formo parte de la Humanidad. Por ello no preguntes por quien suenan las campanas; suenan siempre por ti”.
No son pocos los teólogos que consideran que la resurrección final consiste precisamente en la recuperación plena y definitiva del hombre entero: de su memoria, de su historia, de su vida vivida junto con los demás hombres. Romano Guardini decía que “la resurrección del cuerpo quiere decir la resurrección de la vida vivida, con todo el bien y todo el mal... la historia del hombre”. El calvinista Karl Barth pensaba en un modo semejante. El luterano Eberhard Jüngel decía que “Dios es mi más allá... En la resurrección, nuestra persona será... nuestra historia manifestada”. Y para Wolfhart Pannenberg, también luterano, la historia y la vida de cada hombre será por así decirlo ‘codificado’ o recordado en Dios, en vistas de la futura resurrección de todo el hombre.
En la bella obra poética, El eco del plomo y el eco del oro, Gerard Manley Hopkins exhorta al hombre a entregar y devolver a su Creador toda la belleza creada que encuentra, todo lo que posee. Nada se perderá, dice, ni un solo pelo, ni una sola ceja. Porque será Dios mismo quien retendrá aquellos bienes, libremente entregados, con un amor más fiel que el del amor humano, para volver a entregarlos al hombre al final de los tiempos. “La inocencia de la infancia”, decía Antonio Ruiz Retegui, “la generosidad de la juventud pujante, las brillantes realizaciones de la madurez... todo esto que la vida va envejeciendo sin piedad, nos será entregado de nuevo, si nos resistimos a la tentación de conservarlos únicamente en cintas magnetoscópicas, o fotografías, o poemas gloriosos, o diarios íntimos, y los confiamos a Dios, al Dios eterno que se entrega en Cristo”. En fin de cuentas, como ya decía Charles Péguy, ‘todo lo que no se da, se pierde’.
Mucho habría que decir todavía sobre la interpretación de los textos apocalípticos (desde los puntos de vista pneumatológico y cristológico) como base de la doctrina de la resurrección, pero considero, a partir de lo antes expuesto, que la siguiente conclusión se hace plausible: la muerte del cristiano no consiste en primer lugar en la renuncia y pérdida perpetuas de todo lo que llenaba su vida terrena de entusiasmo y de pasión (como propugna bien el platonismo espiritualista, bien la apocalíptica tomada a la letra, de tipo dualista), sino en un momento de su peregrinar terreno y de su incorporación a Cristo por quien ha ‘dejado todo’ (Mt 19,27) por amor al reino de Dios, con la firme esperanza de recuperar todo ello de algún modo para siempre en la resurrección. “Y todo el que dejare hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o campos, por amor de mi nombre, recibirá el céntuplo y heredará la vida eterna. Y muchos primeros serán los últimos, y los últimos, los primeros” (Mt 19,29-30). “Porque quien quisiere salvar su vida, la perderá; pero quien perdiese su vida por amor de mí, la salvará” (Lc 9,24); fue en Cristo mismo, por supuesto, en quien se verificó hasta el fondo esta entrega y eficacia salvífica. Por medio de la Pascua de Cristo el amor de Dios hacia el hombre abarca no sólo su ser personal, sino también su historia vivida de lleno y compartida con los demás hombres. En otras palabras, la doctrina cristiana de la resurrección logra integrar los dos aspectos de la inmortalidad humana antes explicadas, la de la vida humana y la del yo humano.
Comprendiendo la muerte del hombre a la luz de la fe en la resurrección final, no hay razones suficientes para afirmar que, para un cristiano respecto a los que no son creyentes, la muerte como tal haya cambiado en su estructura íntima. Un cristiano puede experimentar miedo ante la inminencia de la muerte y ante un más allá poco familiar, como cualquier otro. Es el horizonte último, la promesa de la inmortalidad, de la resurrección, lo que determina la vivencia cristiana de la muerte y lo que, en fin de cuentas, mueve el creyente a exclamar con seguridad: “bienaventurados los muertos que mueren en el Señor” (Ap 14,13).

El hombre entre muerte y resurrección
De esta comprensión de la naturaleza del morir y de la muerte humanas, a la luz de la promesa de la resurrección futura, dos reflexiones: en el campo de la ‘escatología intermedia’, lo que acontece ‘entre’ muerte y resurrección, y en lo que se refiere al alma humana y su inmortalidad.

1. La escatología intermedia
El tema que ha recibido más atención en los últimos decenios entre los estudiosos de la escatología cristiana, tanto protestantes como católicos, ha sido probablemente él de la escatología intermedia, es decir, las cuestiones dogmáticas y hermeneúticas ligadas a la suerte del hombre –o mejor, a lo que puede quedar del hombre– entre la muerte del individuo y la resurrección final. En contraste con el pensamiento común de los cristianos hasta hace poco, existe un consenso amplio entre un buen número de autores de los últimos decenios que ‘entre’ la muerte y resurrección final, el hombre, o por lo menos su ‘alma espiritual’, no existe como tal: en otras palabras, que la escatología cristiana es una escatología ‘de fase única’.
Se trata de una posición que comenzó a consolidarse históricamente a partir de la exégesis bíblica protestante que, con vistas a promover una definitiva ‘deshelenización’ del mensaje cristiano, descartó radicalmente la noción de un alma humana, espiritual, subsistente e inmortal, considerándola como una doctrina ‘platónica’ indebidamente importada al patrimonio doctrinal cristiano, y sencillamente incompatible con él. El que defendió esta tesis con más ahínco y eficacia fue el exegeta reformada Oscar Cullmann, especialmente en su conocida conferencia ¿La inmortalidad del alma o la resurrección de los muertos?, aunque fueron otros quienes prepararon el camino. Al mismo tiempo habría que notar que la tendencia ‘anti-helénica’ típica de la teología protestante –liberal y clásica– no pesa tanto hoy en día como en otros tiempos.
La tendencia de promover una escatología de fase única se ha consolidado también en otra dirección, esta vez por razones de tipo más bien exegético. Autores como Rudolf Bultmann, a partir de la comprensión individualista del hombre como un ser-para-la-muerte indudablemente derivada de Martin Heidegger (y en el fondo en base a los escritos de Rainer Maria Rilke), comienzan a presentar la doctrina neotestamentaria de la Parusía (es decir, la vuelta final de Cristo) en clave ante todo simbólica. Según este exegeta, donde la Escritura habla de la Parusía, ésta se debe identificar no con un supuesto retorno de Cristo en la gloria al final de los tiempos, sino con el thánatos, es decir con la muerte del individuo. Cuando en la Escritura se habla del ‘fin del mundo’, se trataría sencillamente de un modo de poner en relieve la trascendencia de Dios ante la finitud humana, cuya expresión culminante es precisamente la muerte.
Esta posición ha sido gradualmente asimilada por algunos estudiosos católicos. El exegeta Anton Vögtle por ejemplo no tiene inconveniente en afirmar que el Nuevo Testamento no pensaba en un final del mundo tal como nosotros lo entendemos, sino en el final de cada hombre. Norbert Lohfink retiene que debemos identificar la Parusía con el encuentro de cada uno con Dios en la muerte. El mismo autor, en una obra escrita junto con el teólogo Ghisbert Greshake (una posición en parte rectificada por este autor), dice que el hombre es una pieza del mundo y de la historia, y cuando se presenta ante Dios con la muerte, el mundo y la historia llegan a su fin; en este modo, el hombre, muriendo, experimenta al mismo tiempo su propia éschaton y el éschaton del mundo y de la historia en general.
Se trata además de una posición que se inspira en la llamada ‘escatología consecuente’, tan influyente a lo largo del siglo pasado. Jesús y sus discípulos esperaron la irrupción del señorío de Dios en tiempos breves, se dice, y una tal irrupción, como se puede comprobar, no se ha verificado. A pesar de ello, afirma por ejemplo Lohfink, la fe escatológica en la resurrección de Jesús no ha fallado, ni ha entrado en crisis, sino que se ha transformado y se ha clarificado a la luz de los hechos. Esta transformación da prueba, dice, que el señorío de Dios hecho presente en la Resurrección de Jesús no tiene porqué situarse en un supuesto final de la historia, sino más bien a lo largo de la historia y en particular en el morir y resucitar de cada uno.
Sin embargo, los autores protestantes a lo largo siglo XX, en su mayoría, han distinguido claramente entre el momento de la muerte del individuo y el de la resurrección futura de todos los hombres al final de los tiempos. Afirman, además, en distintos modos que entre los dos ‘acontecimientos’ el hombre de algún modo cesa de existir en sí mismo o, mejor dicho, subsiste ‘en Dios’ hasta el momento de la resurrección, sea porque desaparece con la muerte (Ganztod) y viene por así decirlo recreado de nuevo en la resurrección, una posición hoy en día minoritaria, sea porque con la muerte el hombre sale fuera del tiempo y entra en la eternidad de Dios, sea porque el hombre subsiste entre muerte y resurrección en virtud del Espíritu Santo que lo llena. En estas explicaciones se es fiel a tres principios fundamentales del pensamiento protestante: el de la sola Scriptura (pues la doctrina bíblica par excellence es la de la resurrección de los muertos, se dice, y no la inmortalidad del alma); el de la ‘justificación por la sola fe’ (pues el hombre, siendo pecador, no puede ‘contribuir’ con nada de propio –por ejemplo, con ‘su’ alma inmortal– a la salvación eterna, porque equivaldría a la negación de la trascendencia de Dios, una posición que hoy, teniendo en cuenta la comprensión del alma combatida por estos autores, parece bastante superada); y el de la concentración de toda la salvación cristiana en la escatología final (pues la vida de Cristo en medio de su Cuerpo, la Iglesia, sería estrictamente provisional –hecha de profecía y de promesa– hasta que El vuelva en la gloria para juzgar a vivos y a muertos). Autores como Eberhard Jüngel, siguiendo a Karl Barth en sus primeros escritos, y a Emil Brunner, considera que el hombre ‘entre’ muerte y resurrección está ‘en Dios’, y no hay ‘tiempo’ o espacio entre los dos acontecimientos. Desde el punto de vista de la historia humana y de la realidad creada, muerte y resurrección se distinguen ciertamente entre sí; pero desde el punto de vista del actuar de Dios y de la subjetividad del hombre, coinciden perfectamente.
Aunque la lectura fuertemente existencial de los textos escatológicos de Bultmann ha sido criticada y replanteada por autores luteranos como Jürgen Moltmann y Wolfhart Pannenberg, la posición del exegeta de Marburg no es necesariamente discordante con la afirmación de un futuro final de la historia, de la Parusía, pues a Bultmann no le interesa hablar del contenido del éschaton, que permanece completamente velado (lo que se llama agnosticismo escatológico), sino solamente del impacto que tiene en la vida del hombre.
En la teología católica, por el contrario, se ha dado expresión a la ‘coincidencia’ entre muerte y resurrección, a
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MensajePublicado: Dom Ago 20, 2006 12:28 am    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

Muchas gracias a Eduardo Vener por este documento que me voy a permitir opinar sobre él.

INCORPORACION A LA PASCUA DE CRISTO. MUERTE Y RESURRECCION
PAUL O'CALLAGHAN
En HUMANITAS Nro.30

Justo en este punto se percibe la clara diferencia que introduce la visión cristiana en la comprensión del hombre y de su destino; ésta considera la inmortalidad –tenga la forma que tenga– como un don personal que procede solamente de Dios. ...
En primer lugar, como enseña la fe cristiana, la vida eterna y la resurrección de los muertos que Dios promete a los que creen en él son, en el sentido estricto de la palabra, un don del cielo, fruto de la divinización del hombre por obra del Espíritu de Cristo.


Superfluo, todo es un don de Dios desde la propia concepción, la vida y la resurrección nada se gana recurriendo al don de Dios o a su gracia para querer una explición.

Yo soy la resurrección y la vida”, dice el Señor. “El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Jn 11,25).

Aquí estriba la Resurrección como la parte medular de la doctrina y de la revelación cristianas. Simplemente no existiría el cristianismo sin estas palabras, sin la resurrección, estaríamos haciéndonos tontos. Ya lo dijo san Pablo, "nuestra fe sería vana"

Habría que reflexionar más detenidamente sobre esta intuitiva y firme conexión que los primeros cristianos hicieron entre la resurrección de Cristo tres días después de su muerte, y la suya, todavía esperada; si no fuese por ella, ciertamente, no sería fácil, humanamente, explicar esa alegría incontenible que les producía el encuentro con el Señor resucitado y la esperanza de prometida vuelta en la gloria.

De este concepto, más aún de esta realidad, debe partir cualquier intento de hacer historia científica sobre el fenómeno cristiano.
Sin esa certeza en la resurrección no hay cristianismo posible, los cristianos eran, y lo somos aún hoy día, primordialmente, testigos de la Resurrección del Señor, y por concomitancia seguros de la nuestra. (1Cor, 15, 12 y ss)

La visión platónica por ejemplo, presenta la condición de feliz inmortalidad del hombre como un premio para su fidelidad, por medio de las virtudes que consolidaba mientras vivía en la tierra y se desprendía de lo caduco y pasajero. En este caso se trata, como es sabido, de una inmortalidad desencarnada, la de un espíritu puro que es inmortal desde
siempre y por ello lo será para siempre.


Nada tiene que ver con la resurrección.

Los discípulos, preparados por la fe del Antiguo Testamento, sabían que para poder entrar en la gloria de la resurrección, de la vida sempiterna, hacía falta algo más del ejemplo de Cristo, de su palabra (como luego pensaban los gnósticos) y de los recursos humanos; en la resurrección se comprometía el poder y la gracia de Dios mismo, quien obra en y por medio de la Persona de Jesucristo. Los discípulos de Jesús, judíos
creyentes, sólo podían imaginar que se verificase la resurrección a partir del poder de Jahweh, del Dios omnipotente, del Dios vivo que da la vida. Si la fe cristiana pretende ser la continuación y la culminación de las promesas de Dios al pueblo hebraico, se debe afirmar que la superación eventual de la muerte sólo puede verificarse en virtud del poder misericordioso y recreador del Dios...Como hemos visto antes, la vida eterna y la resurrección de los muertos constituyen un don que sólo Dios puede otorgar a los hombres. Y para el creyente se hacen presentes no sólo en la semejanza de la Pascua de Jesucristo (como la causa ‘ejemplar’ de la vida cristiana que empuja al hombre hacia la
virtud, y le revela la naturaleza propia), sino a causa de esa Pascua. En otras palabras, el cristiano puede mirar con paz y tranquilidad
hacia el momento de la muerte y en espera de una futura resurrección por su confianza en Dios, y no por lo que la muerte es en
sí misma.


Otra vez superfluo ya sabemos del poder y de los dones de Dios.

Como consecuencia, se entiende que la resurrección de los muertos se debe desplazar hacia un momento futuro, cronológicamente distinto del momento de la muerte de cada uno,

Vaya perogrullada.

precisamente para que pueda ser única y común a todos los hombres, y por ello, expresión de su plenitud social.

Esto es muy rescatable y debe pertenecer a otro autor ¡Bravo!

No son pocos los teólogos que consideran que la resurrección final consiste precisamente en la recuperación plena y definitiva del hombre entero: de su memoria, de su historia, de su vida vivida junto con los demás hombres.
Romano Guardini decía que “la resurrección del cuerpo quiere decir la resurrección de la vida vivida, con todo el bien y todo el mal... la historia del hombre”.


Está inspirado el autor y otra vez ¡¡Bravo!!

“La inocencia de la infancia”, decía Antonio Ruiz Retegui, “la generosidad de la juventud pujante, las brillantes realizaciones de la madurez... todo esto que la vida va envejeciendo sin piedad, nos será entregado de nuevo, si nos resistimos a la tentación de conservarlos únicamente en cintas magnetoscópicas, o fotografías, o poemas gloriosos, o diarios íntimos, y los confiamos a Dios, al Dios eterno que se entrega en Cristo”.

Fondo aceptable, forma dudosa.
Claro está que quienes resucitaremos seremos nosotros, nosotros completos, nosotros con todos nuestros cuerpos. Ej. Si nosotros perdimos un brazo en la vida resucitaremos con el brazo que tuvimos, hasta que lo tuvimos, y mancos a partir de su falta. Nosotros resucitaremos con todas nuestras situaciones vividas, buenas y malas y allí con Dios todo lo superaremos. Con el total de lo que fuimos desde que nos constituimos en seres humanos hasta nuestra muerte.

Considero, a partir de lo antes expuesto, que la siguiente conclusión se hace plausible: la muerte del cristiano no consiste en primer lugar en la renuncia y pérdida perpetuas de todo lo que llenaba su vida terrena de entusiasmo y de pasión

Es seguro que no, eso es lo que logramos de nuestra misión en la tierra, es lo que podemos entregar de nosotros, es nuestro trabajo de convertir los opuestos de Dios en sus afines, revertir el mal con el bien, algunos ciertamente hicieron más que otros pero al final de cuentas el pago es único y todos nos conformaremos (Mt 20, 1-16)

(como propugna bien el platonismo espiritualista, bien la apocalíptica tomada a la letra, de tipo dualista), sino en un momento de su peregrinar terreno y de su incorporación a Cristo por quien ha ‘dejado todo’ (Mt 19,27) por amor al reino de Dios, con la firme esperanza de recuperar todo ello de algún modo para siempre en la resurrección.
Para recuperar al ciento por uno porque nos recuperaremos a nosotros mismos perfectamente, totalmente, con plena conciencia de quienes fuimos y quienes somos.

,El tema que ha recibido más atención en los últimos decenios entre los estudiosos de la escatología cristiana, tanto protestantes como católicos, ha sido probablemente el de la escatología intermedia, es decir, las cuestiones dogmáticas y hermenéuticas ligadas a la suerte del hombre –o mejor, a lo que puede quedar del hombre– entre la muerte del individuo y la resurrección final.
En contraste con el pensamiento común de los cristianos hasta hace poco, existe un consenso amplio entre un buen número de autores de los últimos decenios que ‘entre’ la muerte y resurrección final, el hombre, o por lo menos su ‘alma espiritual’, no existe como tal ...... Se trata de una posición que comenzó a consolidarse históricamente a partir de la exégesis bíblica protestante que, con vistas a promover una definitiva ‘deshelenización’ del mensaje cristiano, descartó radicalmente la noción de un alma humana, espiritual, subsistente e inmortal, considerándola como una doctrina ‘platónica’ indebidamente importada al patrimonio doctrinal cristiano, y sencillamente incompatible con él.
El que defendió esta tesis con más ahínco y eficacia fue el exegeta reformada Oscar Cullmann, especialmente en su conocida conferencia ¿La inmortalidad del alma o la resurrección de los muertos?, ...los autores protestantes a lo largo siglo XX, en su mayoría, han distinguido claramente entre el momento de la muerte del individuo y el de la resurrección futura de todos los hombres al final de los tiempos.

Esta tesis, que comparto casi en su totalidad, se enfrenta a dos problemas que no he podido solucionar:
Uno, es el pasaje de la muerte de Esteban (Hech 7, 54-60) y el otro que va por el mismo tenor, la fe de los primeros mártires que morían convencidos de la recepción inmediata que de ellos haría Nuestro Señor Jesucristo, y esto nos lleva hasta la fe de santa Teresa, “muero porque no muero”

Afirman, además, en distintos modos que entre los dos ‘acontecimientos’ el hombre de algún modo cesa de existir en sí mismo
Difícil de aceptar más no imposible

o, mejor dicho, subsiste ‘en Dios’ hasta el momento de la resurrección...

Otra forma pero igualmente complicada.

En pocas palabras, histórica y litúrgicamente es difícil afirmar que el concepto de ‘resurrección’ pueda aplicarse precisamente al momento de la muerte, pues salta a la vista que la muerte es la destrucción de la vida humana, y no de su realización y plenitud.

Esto ya lo dije antes, no podemos aplicar el momento de la resurrección al momento de la muerte, no puede ser, es un absurdo, porque el concepto de resurrección es esencialmente material y sólo en forma subsidiaria se puede considerar espiritual.
La resurrección tiene que ser un acontecimiento visible, los discípulos de Emaús, audible, no están de más las trompetas del Juicio Final, tocable, Tomás Dídimo,
Cuerpo espiritual lo llama san Pablo o lograr la espiritualidad de la materia, que sería el gran triunfo de la redención de Jesucristo.
Necesario para que la Creación pueda regresar a Dios como su afín y susceptible de ser uno con Él, Dios retorna a ser todo en todo (1 Cor 15, 2Cool Como debe ser: El triunfo sobre la muerte y la extinción del tiempo. Se vencerá a los opuestos de Dios, o quizá mejor dicho se vencerá a lo opuesto de Dios. Lo opuesto a Dios dejará de existir

En la primitiva predicación cristiana”, decía Joseph Ratzinger, “jamás se identificó el destino de los que mueren antes de la Parusía con el acontecimiento fundamental de la resurrección de Jesús, acontecimiento, debido a su importancia histórico-salvífico, incomparable”.
Y Marcello Bordoni señala que para ser coherentes con la teología de Pablo, el carácter ‘social’ de la muerte pone “fuera de juego la idea de un proceso de resurrección que va actuándose durante la historia a través de tantas resurrecciones individuales de cada uno en el momento de la muerte.”
“Sería un error”, decía J.A.T. Robinson en su estudio bíblico clásico sobre el cuerpo humano, bien anterior a la controversia sobre la ‘resurrección en el momento de la muerte’, “acercarse a los escritos paulinos con la idea moderna según la cual la resurrección corporal tenga algo que ver con el momento de la muerte... En ninguna parte del Nuevo Testamento se establece una relación esencial entre la resurrección y el momento de la muerte. Los momentos claves [de la resurrección]... son el bautismo y la parusia”.

El momento de la muerte es importante en la resurrección porque fija exactamente qué del hombre va a resucitar, desde el bautismo hasta la muerte, pensaría Robinson con muchos cristianos que creen que el hombre nace con el bautismo y solo así se puede llamar hijo de Dios, pero yo me inclino a entender que el resucitado entrará en este estado con todo su ser desde su nacimiento incluso podrá o deberá ser desde su concepción.

Si algo del hombre (llamémoslo ‘el alma’) subsiste entre muerte y resurrección, habría que preguntar en qué consiste este ‘órgano’ de identidad y de continuidad. Se trataría sin duda de una realidad creada y humana. Pero, dicho en pocas palabras, ¿es una entidad con una consistencia natural hacia la inmortalidad y capaz de sobrevivir después de la muerte sin un complemento corpóreo, o más bien de una realidad mantenida en existencia ‘sobrenaturalmente’, por así decirlo, en virtud del poder del Espíritu Santo que salva al hombre y lo diviniza?

Platón probó su existencia e inmortalidad y lo llamó alma. Esteban lo llama espíritu y el propio Jesús en la cruz lo llama espíritu y lo encomienda a su Padre.
Esta entidad es evidente que existe, que es conocida y estudiada 500 años antes de Cristo, pero lo que también es evidente que no tiene nada que ver con la resurrección, sencillamente porque es inmortal.
La discusión sobre esta entidad sale del propósito del tema.

En otras palabras, ¿la continuidad humana entre muerte y resurrección se hace posible a partir de lo natural en la constitución humana creada (un alma subsistente e incorruptible), o en base a un factor sobrenatural que mantiene al justo en la existencia (el Espíritu que vive en él)?

Terco y repetitivo.

Saludo de reconocimiento a Eduardo, paz a Rosa M. Ibáñez, una felicitación a Gunita Xaxa, también mis respetos a la incansable Beatriz y bendiciones a todos los que han participado en este tema central en la doctrina y en la historia del cristianismo.































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Sitibundo
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MensajePublicado: Dom Ago 20, 2006 12:35 am    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

Una disculpa pero soy lastimosamente torpe con este aparato.
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Beatriz
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MensajePublicado: Dom Ago 20, 2006 7:21 am    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
Responder citando

Hola Sitibundo :lol:

Interesantes tus comentarios. Y me animo a hacer los mios (en rojo) porque veo que quieres mantener un diálogo educado.

[quote="Sitibundo"]

Yo soy la resurrección y la vida”, dice el Señor. “El que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Jn 11,25).

Aquí estriba la Resurrección como la parte medular de la doctrina y de la revelación cristianas. Simplemente no existiría el cristianismo sin estas palabras, sin la resurrección, estaríamos haciéndonos tontos. Ya lo dijo san Pablo, "nuestra fe sería vana"

B: Totalmente de acuerdo. La resurrección es la esperanza del cristiano pero aunque te parezca extraño muchos católicos no tienen idea de esto. La mayoria piensa que muere y va o al cielo, o al purgatorio o al infierno, y eso está bien, pero el problema está en que creen que ahi se acaba la historia...por eso felicito a Gunita por abrir este tema. Lamentablemente muchos católicos recitan el Credo sin profundizar en la Resurrección por eso vemos que varios creen en la reencarnación. Si reflexionaran mas profundamente en la resurrección se darían cuenta que la reencarnación se opone a ésta.




Como consecuencia, se entiende que la resurrección de los muertos se debe desplazar hacia un momento futuro, cronológicamente distinto del momento de la muerte de cada uno,

Vaya perogrullada.

B: Perdón, pero a mi no me parece una perogrullada. El autor de este artículo está diciendo que la resurrección es posterior a la muerte de cada uno y yo también lo entiendo asi. Esa fue la consulta de Gunita.




“La inocencia de la infancia”, decía Antonio Ruiz Retegui, “la generosidad de la juventud pujante, las brillantes realizaciones de la madurez... todo esto que la vida va envejeciendo sin piedad, nos será entregado de nuevo, si nos resistimos a la tentación de conservarlos únicamente en cintas magnetoscópicas, o fotografías, o poemas gloriosos, o diarios íntimos, y los confiamos a Dios, al Dios eterno que se entrega en Cristo”.

Fondo aceptable, forma dudosa.
Claro está que quienes resucitaremos seremos nosotros, nosotros completos, nosotros con todos nuestros cuerpos. Ej. Si nosotros perdimos un brazo en la vida resucitaremos con el brazo que tuvimos, hasta que lo tuvimos, y mancos a partir de su falta. Nosotros resucitaremos con todas nuestras situaciones vividas, buenas y malas y allí con Dios todo lo superaremos. Con el total de lo que fuimos desde que nos constituimos en seres humanos hasta nuestra muerte.

B: Acertado comentario para ampliar más el tema. Asi es. Si no tenemos una pierna, resucitaremos con la pierna que nos falta.



(como propugna bien el platonismo espiritualista, bien la apocalíptica tomada a la letra, de tipo dualista), sino en un momento de su peregrinar terreno y de su incorporación a Cristo por quien ha ‘dejado todo’ (Mt 19,27) por amor al reino de Dios, con la firme esperanza de recuperar todo ello de algún modo para siempre en la resurrección.

Para recuperar al ciento por uno porque nos recuperaremos a nosotros mismos perfectamente, totalmente, con plena conciencia de quienes fuimos y quienes somos.

B: otro acertado comentario.

,El tema que ha recibido más atención en los últimos decenios entre los estudiosos de la escatología cristiana, tanto protestantes como católicos, ha sido probablemente el de la escatología intermedia, es decir, las cuestiones dogmáticas y hermenéuticas ligadas a la suerte del hombre –o mejor, a lo que puede quedar del hombre– entre la muerte del individuo y la resurrección final.
En contraste con el pensamiento común de los cristianos hasta hace poco, existe un consenso amplio entre un buen número de autores de los últimos decenios que ‘entre’ la muerte y resurrección final, el hombre, o por lo menos su ‘alma espiritual’, no existe como tal ...... Se trata de una posición que comenzó a consolidarse históricamente a partir de la exégesis bíblica protestante que, con vistas a promover una definitiva ‘deshelenización’ del mensaje cristiano, descartó radicalmente la noción de un alma humana, espiritual, subsistente e inmortal, considerándola como una doctrina ‘platónica’ indebidamente importada al patrimonio doctrinal cristiano, y sencillamente incompatible con él.
El que defendió esta tesis con más ahínco y eficacia fue el exegeta reformada Oscar Cullmann, especialmente en su conocida conferencia ¿La inmortalidad del alma o la resurrección de los muertos?, ...los autores protestantes a lo largo siglo XX, en su mayoría, han distinguido claramente entre el momento de la muerte del individuo y el de la resurrección futura de todos los hombres al final de los tiempos.

Esta tesis, que comparto casi en su totalidad, se enfrenta a dos problemas que no he podido solucionar:
Uno, es el pasaje de la muerte de Esteban (Hech 7, 54-60) y el otro que va por el mismo tenor, la fe de los primeros mártires que morían convencidos de la recepción inmediata que de ellos haría Nuestro Señor Jesucristo, y esto nos lleva hasta la fe de santa Teresa, “muero porque no muero”

B:Me parece que no se contradice en nada que Jesús nos reciba en la gloria del cielo con la resurrección posterior. Si Jesús está sentado a la diestra de Dios Padre y el cielo es la visión beatífica de Dios, no entiendo porqué no podemos ser recibidos por Jesús antes de la resurrección.

Afirman, además, en distintos modos que entre los dos ‘acontecimientos’ el hombre de algún modo cesa de existir en sí mismo
Difícil de aceptar más no imposible

B: para mi si es muy dificil de aceptar esta tesis.

o, mejor dicho, subsiste ‘en Dios’ hasta el momento de la resurrección...

Otra forma pero igualmente complicada.

B: a mi no me parece complicada, me inclino más hacia esta tesis porque las Escrituras los llama muertos 'en Cristo' a la espera de la resurrección (1 Tes 4, 16).

En pocas palabras, histórica y litúrgicamente es difícil afirmar que el concepto de ‘resurrección’ pueda aplicarse precisamente al momento de la muerte, pues salta a la vista que la muerte es la destrucción de la vida humana, y no de su realización y plenitud.

Cuerpo espiritual lo llama san Pablo o lograr la espiritualidad de la materia, que sería el gran triunfo de la redención de Jesucristo.
Necesario para que la Creación pueda regresar a Dios como su afín y susceptible de ser uno con Él, Dios retorna a ser todo en todo (1 Cor 15, 28) Como debe ser: El triunfo sobre la muerte y la extinción del tiempo. Se vencerá a los opuestos de Dios, o quizá mejor dicho se vencerá a lo opuesto de Dios. Lo opuesto a Dios dejará de existir

B: otro acertado comentario para este tema de la resurrección. Por ahora mantenemos una lucha constante entre la carne y el espíritu. Después de la resurrección ya no existirá esa lucha = cuerpo espiritual o espiritualidad de la materia.

En la primitiva predicación cristiana”, decía Joseph Ratzinger, “jamás se identificó el destino de los que mueren antes de la Parusía con el acontecimiento fundamental de la resurrección de Jesús, acontecimiento, debido a su importancia histórico-salvífico, incomparable”.
Y Marcello Bordoni señala que para ser coherentes con la teología de Pablo, el carácter ‘social’ de la muerte pone “fuera de juego la idea de un proceso de resurrección que va actuándose durante la historia a través de tantas resurrecciones individuales de cada uno en el momento de la muerte.”
“Sería un error”, decía J.A.T. Robinson en su estudio bíblico clásico sobre el cuerpo humano, bien anterior a la controversia sobre la ‘resurrección en el momento de la muerte’, “acercarse a los escritos paulinos con la idea moderna según la cual la resurrección corporal tenga algo que ver con el momento de la muerte... En ninguna parte del Nuevo Testamento se establece una relación esencial entre la resurrección y el momento de la muerte. Los momentos claves [de la resurrección]... son el bautismo y la parusia”.

El momento de la muerte es importante en la resurrección porque fija exactamente qué del hombre va a resucitar, desde el bautismo hasta la muerte, pensaría Robinson con muchos cristianos que creen que el hombre nace con el bautismo y solo así se puede llamar hijo de Dios, pero yo me inclino a entender que el resucitado entrará en este estado con todo su ser desde su nacimiento incluso podrá o deberá ser desde su concepción.


B: a mi me parece que desde el bautismo.


Si algo del hombre (llamémoslo ‘el alma’) subsiste entre muerte y resurrección, habría que preguntar en qué consiste este ‘órgano’ de identidad y de continuidad. Se trataría sin duda de una realidad creada y humana. Pero, dicho en pocas palabras, ¿es una entidad con una consistencia natural hacia la inmortalidad y capaz de sobrevivir después de la muerte sin un complemento corpóreo, o más bien de una realidad mantenida en existencia ‘sobrenaturalmente’, por así decirlo, en virtud del poder del Espíritu Santo que salva al hombre y lo diviniza?

B: No entiendo este comentario, sobre todo la última parte. Es doctrina de fe divina católica definida que el alma es inmortal porque Dios asi lo quiere.

"No tengáis miedo a lo que matan el cuerpo, que al alma no pueden matarla: temed mas bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehenna" (Mt.10, 28)



Saludos
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MensajePublicado: Dom Ago 20, 2006 5:11 pm    Asunto:
Tema: ¿cuándo resucitamos?
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Querida Beatriz, me encantaron tus comentarios y me gusta más que tengas una posición clara y fuerte donde yo tengo dudas, ahora profundizaré tomándote particularmente en cuenta.
Saludos.
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Eduardo Vener
Asiduo


Registrado: 15 Mar 2006
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MensajePublicado: Lun Ago 21, 2006 12:19 am    Asunto: Inmortalidad del alma y resurrección.
Tema: ¿cuándo resucitamos?
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Estimados Beatriz y Sitibundo

Quiero copiar partes de un documento católico de autoría del actual Sumo Pontífice cuando aún era el Cardenal Ratzinger. Creo que cuadra especialmente en el tema que se considera y es paralelo al artículo de humanitas Nº 30.

Me apresuro a recalcar que es una cita parcial del tema y conviene que quien lo lea lo busque en su totalidad en Catholic.net

Me encantaría recibir sus comentarios sobre el particular, pues hace meses que lo intento en otros foros y sin éxito. Creo que sin considerar lo dicho con prístina honradez por Benedicto XVI sobre los desenvolvimientos que se han registrado en el tema, será difícil llegar a conclusiones claras.

Saludos respetuosos a ambos.

Eduardo
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"siempre dispuestos para justificar la esperanza que los anima, pero háganlo con sencillez y respeto". 1 Pedro 3,15 y 16 NT Puebla
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Eduardo Vener
Asiduo


Registrado: 15 Mar 2006
Mensajes: 169

MensajePublicado: Lun Ago 21, 2006 12:34 am    Asunto: Alma y REsurrecci'on
Tema: ¿cuándo resucitamos?
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INTRODUCCIÓN AL CRISTIANISMO - RATZINGER

La resurrección de la carne.

a).- Contenido de la esperanza neotestamentaria en la resurrección .
El artículo de la resurrección de la carne supone para nosotros un auténtico dilema. Hemos redescubierto la indivisibilidad del hombre; con nueva intensidad vivimos nuestra corporeidad y la experimentamos como camino imprescindible para realizar el único ser del hombre. Por eso podemos comprender muy bien el mensaje bíblico que no
promete la inmortalidad al alma separada del cuerpo, sino a todo el hombre. A raíz de tales observaciones, la teología evangélica se ha levantado en nuestros dias en contra de la doctrina griega de la inmortalidad del alma, que sin razón se consideraba como idea
cristiana. Ahí se nos presenta en verdad un doble dualismo no cristiano; la fe cristiana no hablaría sino de la resurrección de los muertos por el poder de Dios.


Según la concepción griega, el hombre consta de dos sustancias diversas; una de ellas, el cuerpo, se descompone, pero la otra, el alma, es por sí misma imperecedera y, en consecuencia, puede subsistir en sí misma independientemente de la otra; es más, sólo cuando el alma se separa del cuerpo, esencia extraña a ella, se realiza el alma en todo lo
que es. Por el contrario, el pensamiento bíblico presupone la unidad indivisible del hombre; la Escritura no conoce, por ejemplo, palabra alguna para designar el cuerpo separado y distinto del alma; la palabra alma significa en la mayoría de los casos todo el hombre existente, viviente.

b).- La inmortalidad esencial del hombre. La persona, lo esencial al hombre, permanece; lo que ha madurado en la existencia
terrena de la espiritualidad corporal y de la corporeidad espiritual, permanece de modo distinto; permanece porque vive en el recuerdo de Dios
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