Lo que nos disgusta de las esposas.....según los esposos.

[Jaimevelbon]

ESPOSOS........... ANIMENSE.......
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MCC 517
Catequista.....yo?????

[Jaimevelbon]

[Reyna Sánchez Benítez]

jajjajajajaja...

bueno.... Pues... si hay tantos artículos es porque en realidad no los usamos mucho (solo los tenemos por si acaso... ... ) jajaja significa que lo de falta de defectitos es naturalito

Bueno... fuera de broma... lo de los bebés, lo siento mucho... puedo entenderlos un poco, porque aunque yo tengo uno de 5 añitos... deseamos mucho darle hermanitos y ya perdimos 2. Estamos iniciando estudios... a ver qué... pero de verdad que cuenta con mis oraciones por ustedes.
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Reyna
Señor... que me pierda en Ti, como la gota en el océano!

[Jaimevelbon]

[*Primavera]

Mi querida y admirada Reyna:

Tampoco lo sabia, lo siento mucho mucho.

También rezo por ti y por tu buen esposo.

"Dios Padre en nombre de Jesús y por intercesión de Santa María, San José y todos los santos y ángeles, te pido que les concedas a Reyna y su esposo y a Jaime y su esposa Rosario la gracia de tener hijos de su maravilloso amor".

Os quiero tanto. A los cuatro.

¡Qué Dios os bendiga, amigos del alma!

¡Dios es maravilloso!
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[Reyna Sánchez Benítez]

Gracias querida María José:

De verdad que es difícil hablar de esto sin sentir un nudo en la garganta... pero pues... es la forma de Nuestro Señor de moldear nuestra alma... así que en sus manos estamos...

Y... Jaime: Pues no nos queda más que hacer todo lo que esté de nuestra parte.... lo demás, dejarlo en manos del Señor... yo te animo, porque estoy segura de que Dios está al pendiente de ustedes y en su infinito amor, cuando menos lo pensamos, nos hace milagros. Confiemos en Él.
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Reyna
Señor... que me pierda en Ti, como la gota en el océano!

[Jaimevelbon]

[*Primavera]

Querida Reyna:

Estoy completamente de acuerdo contigo, admirada amiga del alma: COMO SIEMPRE.

¡Eres genial Reyna!

Una santa cristiana de verdad. ¡Olé!

¡Estoy contenta de ver tu fe, y esta fe tuya enciende en mi la alegria, el respeto y la admiración por ti Reyna! Te amo, amiga mía.

¡Dios es maravilloso!
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[*Primavera]

Y a ti, amigo Jaime:

También mi admiración, mi profundo respeto y todo mi cariño bien sincero.

Sí, supe enseguida que eras especial: UN SANTO.

"¡Gracias Dios mío!"

¡Estos foros son maravillosos! Dios está en ellos y nos une en la paz el amor y la alegría, de ser hermanos cristianos que nos unimos en y con las oraciones unos a otros y con las palabras de afecto y ayuda mutua para ser cada día más buenos.

¡Viva los fabulosos, los magnificos foros de Catholic.net!

¡Dios es maravilloso!
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[Jaimevelbon]

[Reyna Sánchez Benítez]

Hay! Me chiveo!! jaja, pues no.. no me siento así... tengo muchos fallos.. pero con ayuda del Señor y bendiciones como este foro... chance y lleguemos a la meta, no?

Gracias a ti también por regalarnos tu sabiduría, María José*.
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Reyna
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[*Primavera]

Capitulo UNO

CÓMO CAVARSE UNA TUMBA MATRIMONIAL EN LA FORMA MÁS RÁPIDA POSIBLE.

Hace setenta y cinco años, Napoleón III de Francia, sobrino de Napoleón Bonaparte, se enamoró de María Eugenia Ignacia Agustina de Montijo, Condesa de Teba, la más hermosa mujer del mundo, y se casó con ella. Sus asesores señalaron que sólo era hija de un insignificante conde español. Pero Napoleón replicó: “¿Qué hay con ello?” La gracia, la juventud, el encanto, la belleza de esta mujer le llenaban de divina felicidad. En un discurso pronunciado desde el trono desafió a una nación entera, al proclamar: “He preferido una mujer que amo y respeto, a una mujer desconocida para mí”.

Napoleón y su novia tenían salud, riqueza, poder, fama, belleza, amor, adoración, todo lo necesario para un matrimonio perfecto. Jamás brilló con más esplendor la llama sagrada del matrimonio.

Pero infortunadamente, la llama sagrada se debilitó muy pronto, y el resplandor se enfrío y se convirtió en cenizas. Napoleón podía convertir a María Eugenia en emperatriz, pero nada en la belle France, ni el poder del amor de su esposo ni la atracción de su trono, podían impedirle que regañara.

Perseguida por los celos, devorada por las sospechas, la emperatriz desobedecía las ordenes del esposo, le privaba de estar un momento a solas. Se introducía en su despacho cuando Napoleón estudiaba asuntos de estado. Interrumpía sus discusiones más importantes. Se negaba a dejarlo solo, siempre temerosa de que estuviera con otra mujer.

A menudo corría Eugenia junto a su hermana, para quejarse de Napoleón, para llorar, regañar y amenazar. Entraba a viva fuerza en el estudio de su marido, y le insultaba y gritaba. Napoleón amo de una docena de suntuosos palacios, Emperador de Francia, no podía encontrar una alacena en que pudiese estar a solas.

¿Qué consiguió Eugenia con todo esto?

Veamos la respuesta. Voy a traducir del interesantísimo libro de E. A. Reinhardt titulado “Napoleón y Eugenia: La Tragicomedia de un Imperio”.

“Así llegó a suceder que Napoleón escapaba frecuentemente, en forma subrepticia, de noche, por una puerta lateral, un sombrero muy encasquetado para ocultar los ojos, y que acompañado por algunos de sus íntimos, fuera en realidad a casa de alguna mujer que le esperaba, o a pasear por la gran ciudad, como otrora, a recorrer esas calles que un emperador raras veces ve, fuera de los cuentos de hadas”.

Eso es lo que consiguió Eugenia por regañar. Es cierto que se sentaba en el trono de Francia. Es cierto que era la mujer más hermosa del mundo. Pero ni el poder ni la hermosura pueden mantener con vida el amor entre los gases deletéreos del regaño constante. Eugenia pudo haber alzado la voz para llorar como Job; “Lo que yo tanto temía me ha acaecido”. Pero no, no le acaeció. Ella misma, pobre mujer, lo provocó con sus celos y sus regaños.

De todos los sistemas seguros, infernales, inventados por los diablos del infierno para destruir el amor, el regaño es el más mortífero. Jamás falla. Como la picadura de la cobra, destruye siempre, mata siempre.



La esposa del conde León Tolstoi lo descubrió también, cuando ya era tarde. Antes de morir confesó a sus hijas: “Yo fui la causa de la muerte de vuestro padre”. Las hijas no respondieron. Las dos lloraban. Sabían que la madre decía la verdad. Sabían que había matado a Tolstoi con sus quejas constantes, sus eternas críticas, su insaciable regaño.

Pero el conde Tolstoi y su esposa debían haber sido felices. Él era uno de los más famosos novelistas de todos los tiempos. Dos de sus obras maestras, “Guerra y Paz” y “Ana Karnina”, brillarán para siempre entre las glorias de la literatura.

Tolstoi era tan famoso que sus admiradores le seguían noche y día y escribían taquigráficamente cada una de las palabras por él pronunciadas. Aunque dijera “Creo que me voy a la cama”, aunque pronunciara las palabras más triviales, todo quedaba escrito; y ahora el gobierno ruso se halla imprimiendo cada una de las frases que escribió Tolstoi, y sus obras completas llenarán cien volúmenes.

Además de la fama, Tolstoi y su esposa tenían riqueza, posición social, hijos. Era un matrimonio floreciente. Al comienzo, la felicidad les pareció demasiado perfecta, demasiado intensa, para perdurar. Se prosternaron los dos y rogaron a Dios Todopoderoso que mantuviera para ellos ese éxtasis.

Pero entonces ocurrió algo asombroso. Tolstoi cambió gradualmente. Se convirtió en una persona del todo diferente. Se avergonzó de los grandes libros que había escrito y desde entonces dedicó la vida entera a escribir proclamas y folletos en que predicaba la paz y la abolición de la guerra y de la pobreza.

Ese hombre que cierta vez confesó haber cometido en su juventud todos los pecados imaginables –hasta el asesinato-, trató de seguir literalmente las enseñanzas de Jesús. Dio todas sus tierras y llevó una vida pobreza. Trabajó en los campos, cortando madera y segando heno. Se hizo sus propios zapatos, barrió su cuarto, comió de una vasija de madera, y trató de amar a sus enemigos.

La vida de León Tolstoi fue una tragedia, y la causa de esta tragedia fue su casamiento. Su esposa quería lujos, y él los despreciaba. Ella anhelaba la fama y los aplausos de la sociedad, cosas frívolas que para él nada significaban. Ella deseaba dinero, riqueza, y él creía que la propiedad privada era un pecado.

Durante muchos años su esposa le regañó lo retó y gritó porque él insistía en ceder los derechos de publicación de sus libros, sin recibir dinero por ello. Ella quería el dinero que los libros podían producir.

Cuando él se oponía, la esposa sufría ataques histéricos, se revolcaba en el suelo con un frasco de opio junto a la boca, jurando que se mataría, afirmando que se arrojaría a un pozo.

Hay en sus vidas un acontecimiento que para mí es una de las escenas más patéticas de la historia. Como ya he dicho, eran sumamente felices apenas casados; pero a los cuarenta y ocho años de la boda, Tolstoi apenas podía soportar la presencia de su mujer. A veces, por la noche, esta esposa anciana y descorazonada, anhelando afecto, se arrodillaba junto a Tolstoi y le pedía que leyera en voz alta los exquisitos pasajes amorosos que había escrito, sobre ella, en su diario, cincuenta años antes. Y cuando Tolstoi leía lo escrito en aquellos días hermosos, felices, idos ya para siempre, los dos lloraban. Cuán diferentes eran las realidades de la vida de los sueños románticos que habían alentado tiempo atrás.

Por fin, cuando tenía ochenta y dos años de edad, Tolstoi se sintió incapaz de seguir soportando la trágica infelicidad de su hogar, y huyó de su esposa durante una nevada, en una noche de octubre de 1.910; huyó en medio del frío y de la oscuridad, sin saber dónde iba.

Once días más tarde murió de neumonía en una estación ferroviara. Y su pedido postrero fue que no se le permitiera a su esposa ir a verle.

Tal fue el precio que la condesa Tolstoi pagó por sus regaños y quejas e histerismo.

Puede decir el lector que tenía mucho de que regañar. Es cierto. Pero eso no viene al caso. Lo que interesa es saber es si sus regaños le sirvieron de algo o si empeoraron mucho las cosas.

“En verdad, creo que yo estaba demente.” Esto es lo que la condesa Tolstoi pensó de su experiencia… pero cuando ya era tarde.



La gran tragedia de la vida de Abraham Lincoln fue también su casamiento. No fue su asesinato, fíjense ustedes, sino su casamiento. Cuando Booth hizo el disparo fatal, Lincoln no advirtió nada; en cambio, recogió casi diariamente, durante veintitrés años, lo que Rendón, su socio como abogado, llama “la amarga cosecha de la infelicidad conyugal”. “¿Infelicidad conyugal?” Es decir muy poco. Durante casi un cuarto de siglo, Mrs. Lincoln le regañó y le hostilizó hasta hacerle imposible la vida.

No hacía más que quejarse, no hacía más que criticar a su marido; nada de bueno había en él. Era cargado de hombros, caminaba torpemente y levantaba los pies rectamente, para volverlos a bajar como un indio. Se quejaba ella de que Lincoln no tenía el paso elástico, que no había gracia en sus movimientos; y se mofaba de esos trancos y le ordenaba que caminara con los dedos de los pies apuntados hacia abajo, como se le había enseñado de niña en la escuela de Madame Mentelle, en Lexington.

No le gustaba la forma en que las orejas enormes de Lincoln sobresalían de la cabeza, en ángulo recto. Hasta le decía que tenía la nariz torcida, que el labio inferior le sobresalía, que parecía tísico, que tenía los pies y las manos demasiado grandes, y la cabeza excesivamente pequeña.

Abraham Lincoln y Mary Tod Lincoln eran personas opuestas, en todo sentido: en educación, en ambiente, en temperamento, en gustos, en perspectivas mentales. Se irritaban constantemente uno al otro.

“La voz poderosa, aguda, de Mrs. Lincoln –escribió el estinto senador Albert J. Beveridge, la más distinguida autoridad sobre Lincoln en toda esta generación- se oía desde la acera opuesta, y sus inesantes estallidos de ira eran conocidos por todos los que vivían cerca. Con frecuencia su rabia se demostraba por otros medios, y los relatos acerca de su violencia son numerosos y fidedignos.”

Un ejemplo: Lincoln y su mujer, poco después de casados, vivieron con Mrs. Jacob Early, viuda de un médico de Springfiel, que se veía obligada a tener pensionistas.

Una mañana, los dos esposos tomaban el desayuno, cuando Lincoln hizo algo que despertó el terrible mal humor de su esposa. Nadie recuerda ahora qué fue. Pero Mrs. Lincoln, iracunda, arrojó una taza de café caliente a la cara de su esposo. Y lo hizo frente a los demás pensionistas.

Lincoln no dijo nada; quedó allí sentado, lleno de humillación, hasta que Mrs. Early llegó con una toalla húmeda y le limpió la cara y la ropa.

Era tan tonta, tan feroz, tan increíble la forma en que Mrs. Lincoln mostraba sus celos, que sólo con leer algunas de las escenas patéticas y vergonzosas que hacía en público, aun a setenta y cinco años de distancia, uno no puede menos que quedar boquiabierto de asombro. Mrs. Lincoln perdió el juicio por fin; quizá lo más caritativo que se pueda decir de ella es que probablemente estaba afectada desde el principio por una incipiente demencia.

¿Consiguió cambiar a Lincoln con todos estos regaños y retos y furias? En cierto sentido, sí. Lincoln cambió por cierto de actitud con hacia ella. Tuvo que lamentar su desgraciado casamiento, y quiso evitar en lo posible la presencia de su esposa.

Springfield tenía once abogados, de modo que no todos podían ganarse la vida allí; por eso solían ir a caballo de la sede de un condado a otro, siguiendo al Juez David Davis cuando instalaba su tribunal en un sitio tras otro. De esa manera conseguían hacer negocio en todas las cabeceras de condado dentro del Octavo Distrito Judicial.

Los demás abogados conseguían volver a Springfield todos los sábados y pasar el fin de semana con sus familias. Pero Lincoln no. Temía volver a su casa; y durante los tres meses de primavera, y otros tres en otoño permanecía alejado de Springfield.

Hizo lo mismo año tras año. A menudo era terrible la vida en esos hoteles de campaña, pero, aun así, los prefería a su hogar y al constante regaño y mal humor de Mrs. Lincoln.



Tales son los resultados que obtuvieron, Mrs. Lincoln, la Emperatriz Eugenia y la condesa Tolstoi, por regañar constantemente. No hicieron otra cosa que atraer la tragedia a sus vidas. Destruyeron lo que más querían.



Bessie Hamburger, que ha pasado once años en el Tribunal de Relaciones Domésticas de Nueva Cork, y ha revisado miles de casos de abandono del hogar, dice que una de las principales razones por las cuales los hombres abandonan el hogar es la de que sus esposas les regañan.



De manera que si quiere usted hacer feliz la vida de su hogar, la Regla I es:

¡No regañe, no regañe jamás!
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Capítulo DOS

AMAR Y DEJAR VIVIR

“Quizá cometa yo muchas tonterías en la vida –dijo Disraeli-, pero no pienso casarme por amor.”

Y así fue. Siguió soltero hasta los treinta y cinco años, y entonces se declaró a una viuda rica, quince años mayor que él; una viuda blanca ya en canas, porque cincuenta inviernos habían pasado por su cabeza. ¿Amor? No, no. Ella sabía que Disraeli no la amaba. Sabía que se casaba por su dinero. Le pidió una sola cosa: le pidió que esperaran un año para darle oportunidad de estudiar bien carácter. Y al terminar ese lapso consintió en casarse con él.

Parece muy prosaico ¿verdad? Pero lo paradójico es que el casamiento de Disraeli resultó uno de los episodios más brillantes en los dolorosos anales del matrimonio.

La rica viuda elegida por Disraeli no era joven ni hermosa ni inteligente. Lejos de ello. Su conversación estaba sembrada de hilarantes errores y dispares literarios e históricos. Por ejemplo, “nunca sabía quiénes vivieron primero, los griegos o los romanos”. Su gusto para vestir era extravagante; y fantástico su gusto para arreglar la casa. Pero era un genio, positivamente un genio, en lo más importante del matrimonio: el arte de tratar con los hombres.

No trató de comparar su intelecto con el de Disraeli. Cuando él volvía a su casa aburrido y cansado después de una tarde de vivaz conversación con ocurrentes duquesas, la frívola charla de Mary Anne le permitía descansar. El hogar, según descubría Disraeli con creciente deleite, era un lugar donde podía quedarse cómodo, en sus pantuflas mentales, y sentir la tibieza de la adoración de su esposa. Estas horas que pasaba en su casa, con una esposa casi anciana, fueron las más felices de su vida. Era ella su compañera, cu confidente, su consejera. Todas las noches volvía presurosamente de la Cámara de los Comunes a enterarla de las noticias del día. Y –esto es importante- Mary Anne no podía creer que su marido pudiera fracasar, cualquiera fuese la empresa que asumiera.

Durante treinta años, Mary Anne vivió para Disraeli, solamente para él. Hasta se encantaba por su riqueza, solamente porque así era más fácil la vida para su marido. A cambio de ello, Mary Anne era para él una heroína. Disraeli fue nombrado conde después de la muerte de su mujer; pero, aun cuando era todavía un común, persuadió a la Reina Victoria de que elevara a Mary Anne a la nobleza. Y así, en 1.868, fue nombrada Vizcondesa Beaconsfield.

Por tonta o disparatada que pareciera en público, Disraeli jamás la criticaba: jamás pronunció una palabra de reproche; y si alguien se atrevía a mofarse de ella, saltaba en su defensa con feroz lealtad.

Mary Anne no era perfecta, pero por tres décadas no se cansó de hablar de su marido, de elogiarle y admirarle. ¿El resultado? “Hace treinta años que nos casamos –decía Disraeli- y jamás me aburrí con ella.” Ysin embargo había quienes pensaban que, porque Mary Anne no sabía historia, debía ser estúpida.

Por su parte Disraeli no hizo jamás un secreto de que Mary Anne era lo más importante de su vida. ¿El resultado? “Gracias a su bondad –solía decir Mary Anne a sus amigos- mi vida no ha sido más que una larga escena de felicidad.”

Entre ellos solían complacerse en una bromita. “Ya sabes –decía Disraeli- que sólo me casé contigo por tu dinero.” Y Mary Anne, sonriente, contestaba: “Sí, pero si tuvieras que hacerlo de nuevo te casarías conmigo por amor, ¿verdad?”

Y él admitía que así era.

No, no era perfecta Mary Anne. Pero Disraeli tenía la sabiduría de dejarla ser como era.

Ya lo dijo Henry James: “Lo primero que conviene aprender en el trato con los demás es que no se debe inmiscuir uno en sus modos particulares de ser felices, siempre que esos modos no pretendan inmiscuirse con violencia en los nuestros.”

Bien vale la pena repetir esta frase para nuestros adentros.

También ha observado Leland Foster Word en su libro “El buen éxito en el casamiento no depende sólo de encontrar la persona debida; es necesario, también, ser la persona debida.”

De modo que si usted quiere ser feliz en el hogar, la Regla II es:

No trate de cambiar la manera de ser de su cónyuge.
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Capítulo TRES


HAGA ESTO Y PRONTO ESTARÁ BUSCANDO EL DIVORCIO

El más acerbo rival de Disraeli en la vida pública era el gran Gladstone. Chocaban los dos acerca de todos los temas que se debatían en el Imperio, pero tenían una cosa en común: la suprema felicidad de sus vidas privadas.

William y Catherine Gladstone vivieron juntos durante cincuenta y nueve años: más de medio siglo glorificado por una perdurable devoción. Cuando pienso en Gladstone me imagino al más digno de los jefes de gobierno de Inglaterra bailando con su esposa frente a la chimenea, y cantando con ella al compás de una canción que los dos entonaban.

Gladstone, formidable enemigo en público, jamás criticaba en su casa. Cuando bajaba a tomar el desayuno por la mañana y veía que el resto de su familia dormía aún, tenía una amable manera de señalar su reproche. Alzaba la voz y llenaba la casa con un canto misterioso que recordaba a los demás miembros de la familia que el hombre más atareado de Inglaterra esperaba a solas que le dieran el desayuno. Diplomático, lleno de consideraciones, e abstenía rigurosamente de hacer críticas domésticas.

Y lo mismo hizo a menudo Catalina la Grande. Catalina dominaba en uno de los más grandes imperios que haya conocido el mundo. Sobre millones de súbditos tenía poder de vida y muerte. En lo político era a veces una tirana cruel, que libraba guerras inútiles y condenaba a muerte a sus enemigos por decenas. Pero si el cocinero dejaba que se quemara la carne, no decía nada. Sonreía y la comía con una tolerancia que bien podría emular cualquier marido moderno.

Dorothy Dix, quizá la primera autoridad de los Estados Unidos sobre las causas de infelicidad conyugal, declara que más del cincuenta por ciento de todos los casamientos son fracasos; y sabe que una de las razones por los cuales tantos sueños románticos naufragan en las rocas del divorcio es la de criticar, la de criticar inútilmente, pues eso quiebra el corazón.

De manera que si usted quiere hacer feliz la vida de su hogar, recuerde la regla III:

No critique.


Y si se siente tentado usted a criticar a los niños… se imagina que voy a decir que no lo haga. Pero no es así. Sólo voy a decirle que antes de criticarlos lea uno de los clásicos del periodismo norteamericano: “Papá olvida”. Apareció por primera vez como editorial en “People`s Home Journal”. Lo volveremos a publicar con permiso del autor, tal como fue condensado en “Reader`s Digest”

“Papá olvida” es una de esas piecitas que –escritas en un momento de sentimientos sinceros- da en la cuenta sentimental de tantos lectores, que se convierte en un trozo favorito. Desde que apareció por vez primera hace quince años, ha sido reproducido, nos dice el autor, W. Livingston Larned, “en centenares de revistas y diarios del país entero; también se le ha publicado infinidad de veces en muchos idiomas extranjeros; he dado permiso para que se lo leyera en aulas, iglesias y conferencias; se lo ha trasmitido muchas veces por radiotelefonía; ha aparecido en revistas y periódicos de colegios y escuelas.

PAPÁ OLVIDA
W. Livingston Larned

Escucha, hijo: voy a decir esto mientras duermes, una manecita metida bajo la mejilla y los rubios rizos pegados a tu frente humedecida. He entrado solo en tu cuarto. Hace unos minutos, mientras leía mi diario en la biblioteca, sentí una ola de remordimiento que me ahogaba. Culpable, vine junto a tu cama.

Esto es lo que pensaba, hijo: me enojé contigo. Te regañé cuando te vestías para ir a la escuela, porque apenas te mojaste la cara con la toalla. Te regañé porque no te limpiaste los zapatos. Te grité porque dejaste caer algo al suelo.

Durante el desayuno te regañé también. Volcaste las cosas. Tragaste la comida sin cuidado. Pusiste los codos sobre la mesa. Untaste demasiado el pan con mantequilla. Y cuando te ibas a jugar y yo salía a tomar el tren, te volviste y me saludaste con una mano y dijiste: “¡Adiós papito!”, y yo fruncí el ceño y te respondí: “Ten erguidos estos hombros!”

Al caer la tarde todo empezó de nuevo. Al acercarte a casa te vi, de rodillas, jugando en la calle, Tenías agujeros en las medias. Te humillé ante tus amiguitos al hacerte marchar a casa delante de mi. Las medias son caras, y si tuvieras que comprarlas tú, serías más cuidadoso. Pensar hijo, que un padre diga eso.

¿Recuerdas, más tarde, cuando yo leía en la biblioteca y entraste tímidamente, con una mirada de perseguido? Cuando levanté la vista del diario, impaciente por la interrupción, vacilaste en la puerta. “¿Qué quieres ahora?”, te dije bruscamente.

Nada respondiste, pero te lanzaste en tempestuosa carrera y me echaste los brazos al cuello y me besaste, y tus bracitos me apretaron con un cariño que Dios había hecho florecer en tu corazón y que aún el descuido ajeno puede agostar. Y luego te fuiste a dormir, con breves pasitos ruidosos por la escalera.

Bien, hijo, poco después fue cuando se me cayó el diario de las manos y entró en mí un terrible temor. ¿Qué estaba haciendo de mí la costumbre? La costumbre de encontrar defectos, de reprender; esta era mi recompensa a ti por ser un niño. No era que yo no te amara; era que esperaba demasiado de ti. Te medía según la vara de mis años maduros.

Y hay tanto de bueno y de bello y de recto en tu carácter. Ese corazoncito tuyo es grande como el sol que nace entre las colinas. Así lo demostraste con tu espontáneo impulso de correr a besarme esta noche. Nada más que eso importa esta noche, hijo. He llegado hasta tu camita en la oscuridad, y me he arrodillado, lleno de vergüenza.

Es una pobre expiación; sé que no comprenderías estas cosas si te las dijera cuando estás despierto. Pero mañana seré un verdadero papito. Seré tu compañero, y sufriré cuando sufras, y reiré cuando rías. Me morderé la lengua cuando esté por pronunciar palabras impacientes. No haré más que decirme, como si fuera un ritual: “No es más que un niño, un niño pequeñito.”

Temo haberte imaginado hombre. Pero al verte ahora, hijo, acurrucado, fatigado en tu camita, veo que eres un bebé todavía. Ayer estabas en los brazos de tu madre, con la cabeza en su hombro. He pedido demasiado, demasiado.
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Capítulo CUATRO

RÁPIDA MANERA DE HACER FELIZ A TODO EL MUNDO

“Casi todos los hombres, cuando buscan esposa –dice Paul Popenoe, director del Instituto de Relaciones de Familia en Los Ángeles-, no buscan mujeres de negocios, sino mujeres con encanto y con voluntad de halagar su vanidad y hacerles sentirse superiores. Por eso la mujer de oficina podrá ser invitada a almorzar. Pero lo más fácil es que sólo hable de lo que recuerda acerca de ‘las principales corrientes de la filosofía contemporánea’, que aprendió en el colegio, y hasta que insista en pagar su cuenta. Resultado: en adelante almorzará sola.

“En cambio, la mecanógrafa que no ha ido al colegio, cuando se la invita a almorzar, fija una mirada incandescente en su compañero y dice con fervor: ‘Hábleme un poco más de su vida.’ Resultado: el hombre no tardará en pensar que, aunque no sea una belleza, esta mujer es la mejor conversadora que ha conocido.”

Los hombres deben manifestar que aprecian los esfuerzos de la mujer por embellecerse y vestir bien. Todos los hombres olvidan, si es que una vez lo han sabio, cuán profundamente interesan los vestidos a las mujeres. Por ejemplo, si un hombre y una mujer se encuentran en la calle con otro hombre y otra mujer, la mujer mira muy poco al hombre; por lo común quiere saber como viste la mujer.

Hace unos años cuando ella tenía 98, murió mi abuela. Poco antes de su fallecimiento le mostramos una fotografía suya, sacada un cuarto de siglo antes. Sus pobres ojos no distinguían muy bien las cosas, y lo único que preguntó fue: “¿Qué vestido tenía puesto?” Piénsese en esto. Una anciana, en sus últimos días ya con casi un siglo de edad, inválida y fatigada, perdida la memoria hasta el punto de que ya no reconocía a sus mismas hijas, pero interesada todavía en saber qué vestido había usado un siglo antes. Yo estaba junto a su cama cuando hizo la pregunta. Y me causó una impresión que jamás se borrará.

Los hombres que leen estas líneas no pueden recordar los trajes o camisas que usaban hace cinco años, ni tienen el menor deseo de recordarlo. Pero las mujeres son distintas, y haríamos bien en recordarlo. En las clases superiores de Francia se enseña a los niños a expresar su admiración por los vestidos y sombreros de las mujeres, no una sino varias veces en un rato. No han de equivocarse en esto cincuenta millones de franceses.

Entre mis recortes guardo un cuento que sé que nunca ocurrió, pero que ilustra la verdad, de modo que lo repetiré:

Según este tonto relato, una granjera, al cabo de un día de duro trabajo, sirvió a los hombres de la su casa una gran pila de heno. Y cuando le preguntaron, indignados, si se había vuelto loca, ella respondió: “Pero, ¿cómo se dieron cuenta? Hace veinte años que les sirvo la comida en todo ese tiempo no han dicho una sola palabra para hacerme saber que no comían heno,”

Los aristócratas de Moscú y San Petersburgo tenían mejores modales: en la Rusia de los Zares era costumbre de las clases superiores, después de comer una buena comida, insistir en que la cocinera fuera al comedor para recibir felicitaciones.

¿Por qué no tener iguales consideraciones con la esposa? Cuando le sirva un pollo bien tierno, dígaselo. Hágale saber cuánto aprecia usted el hecho de no comer heno, Apláudala.

Y ya que está en eso, no tema hacerle saber cuán importante es ella para su felicidad. Disraeli fue uno de los estadistas más grandes de Inglaterra, y sin embargo, como lo hemos visto, no se avergonzaba de hacer saber al mundo cuánto debía a “su mujercita”.

Hace pocos días, hojeando una revista, me encontré con esto. Es de una entrevista con Eddie Cantor.

“Debo más a mi esposa –dice el actor famoso- que a cualquier otra persona del mundo. Ella fue mi mejor compañero cuando niños; me ayudaba seguir el buen camino. Y después de casado ahorraba dólar tras dólar, los invertía y volvía a invertir. Me hizo ganar una fortuna. Tenemos cinco hijos hermosos. Y mi esposa ha hecho un lugar maravilloso para mí. Si he llegado a algo, a ella se lo debo.”

Allí en Hollywood, donde el casamiento es un riesgo enorme, uno de los pocos matrimonios decididamente felices es el de los Baxter. Winifred Bryson renunció a una brillante carrera teatral cuando se casó con Warner Baxter. Pero ese sacrificio no ha disminuido su felicidad. “Le faltó el aplauso por los triunfos en las tablas –dice Warner Baxter-, pero yo traté de que recibiera mis aplausos. Si una mujer ha de encontrar la felicidad con su marido, debe encontrarla en la forma en que él demuestra su aprecio y devoción. Y si este aprecio y devoción son reales, ahí está la respuesta a la felicidad de él.”

Ahí está. De manera que si usted quiere hacer feliz la vida de su hogar, una de las reglas más importantes es la Regla IV:

Demuestre que aprecia honradamente las buenas cualidades.
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[VICTOR_LOPEZ75]

hola a tod@s!!

Aqui mi aporte:

Para mi lo mas importante es que no se metan en la vida de los demas, no hablen mal de cuñad@s, suegr@s y por favor no sean chismosas!!!

Coincido con los demas en:
- que sepan cocinar,
- que atiendan el hogar,
- que no se apropien de la television,
- que no quieran estar todo el tiempo en casa de sus padres,
- que gasten a veces mas de lo que se tiene

Eso por el momento, saludos a todos
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Ten piedad de nosotros!!!

[Jaimevelbon]

A los hombres nos molesta la falta de paciencia....





jajajajajajajajajajajaja
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[Jaimevelbon]

Subo el tema porque las esposas ya iniciaron un tema de lo que les disgusta de los esposos.

Así que, anímense esposos!!!!!!!
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[Reyna Sánchez Benítez]

Vamos a tener que despertar a los miedosos a cocolazos, ... yo a cada rato entro a este tema, a ver si ya escribieron, y nada

Aaaahh...., ya se!!! es que no hay nada que les disguste de nosotras!!!

No cabe duda... SOMOS PERFECTAS!!! jijijiji....
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Reyna
Señor... que me pierda en Ti, como la gota en el océano!

[Jaimevelbon]

[Reyna Sánchez Benítez]

Se me imagina que las carcajadas se las está echando tu gato. Mientras me acribilla..
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Reyna
Señor... que me pierda en Ti, como la gota en el océano!

[Jaimevelbon]

[Reyna Sánchez Benítez]

JA JA JA JA JA JA....

Yo por más que quiero que en mi trabajo piensen que soy seria.... pero me ven que me carcajeo sola... ...

Así no voy a ganar el premio a la seriedad .

JA JA JA JA JA ... Ni modo.

Ta' güenísimo tu gato y sus risas .
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Reyna
Señor... que me pierda en Ti, como la gota en el océano!

[RT]

Para que no se crean perfectas, sigo con mi lista:

[Esperanza.Isordia]

LO que No me gusta de mi Esposo.

1.-Que cuando valla a cocinar algo diferente, me diga ponle esto, asi lo hace mi mama..
2.-Que cuando me acuesto a ver la tele me diga que no me acueste asi,boca abajo mirando la tele.
3.-Que cuando se corta el pelo, se bañe y deje el Jabon lleno de pelitos que le quedaron.
4.-Que cuando se acuesta en cuanto toca la almohada se duerma.
5.-Que le pegue a mi perro, cuando se hace popo en el pasillo. (aclarando mi perro ya tiene un lugar especifico donde hace popo, pero cuando sueltan al perro de aun lado, osea de mi vecina, pues hace popo en el pasillo, no seporque, todabia no lo entiendo, nada mas cuando sueltan a ese perro, el toro se hace popo alli, y pasa mi esposo y se embarra todo JAJAJAJAJA).
6.-Que le haga cariños mas a un muñeco de peluche que ami,,,lo sienta a comer con nosotros,duerme con nosotros, quiere ir de compras con nosotros, el muñeco habla y dice lo que le molesta de mi,,,y le dice a mi esposo que cuando el no esta, yo lo maltrato .
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Esperanza

[Jaimevelbon]

[Esperanza.Isordia]

[Jaimevelbon]

[Esperanza.Isordia]

JAJAJAJAJAJAJAJAJAJA.


Ya lo he amenazado, que el dia que no este, lo voy hacer carnitas.... una vez, cocine carne depuerco, y mi marido me dijo, esta muy rica la comida, y le conteste. si, que bueno que te gusto, es carne de puerco, por cierto, si buscas a tu puerco no lo vas a encontrar JAJAJAJAJAJ.


Espero y que con estos detalles que estoy diciendo, no se revele mi verdadera identidad,,, que alguien me descubra jejejeejeje.

Porque son detalles, que solo mi familia conoce. jejejeejejej
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Esperanza

[rosario06]

Hola. creo que acá perdieron los hombres, porque hay muy pocos hombres en el foro, ¿eso demuestra que?.........jajajajaja perdieron.